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242 BOLETIN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

HERRERA LUQUE: FORMULADOR DE INTERROGANTES

Por R. J. LovERA DE-SOLA

Aunque el libro de Francisco Herrera Luque Bolívar de carne y hueso y otroJ


ensayos (Caracas: Ed. Ateneo de Caracas, 1983, 141 p.), está formado por seis
interpretaciones, el interés de los lectores se ha centrado en el ttabajo que da
título al conjunto, quienes lo hayan leído se habrán dado cuenta que el Bolíva,
de carne y hueso es una de las tentativas más lúcidas realizadas entre nosotros de
acercarse a una personalidad tan compleja como fue la de nuestro Libertador.
No se trata ni de un panfleto anti bolivariano, ni de un texto en el cual se des·
cuartiza a Bolívar. Lo lamentable de lo acaecido hasta ahora con este ensayo es
que ha sido impugnado en vez de haber sido analizado. Y para contradecir el estudio
de Herrera Luque es necesario oponer pruebas tan veraces como aquellas en las
cuales él se basa.
Sin embargo el problema que nos plantea el Censor o el Inquisidor, es que
siempre está dispuesto a negar, objetar o refutar y no a analizar. Así el impugnadot
lo que hace es ruido. Es incapaz de interpretar. Enturbia la comprensión. Nada añade
que no sea escándalo. Pero la gritería pasa. Basta que cualquier persona sensata
se coloque ante las páginas que el Censor condena, que las lea para que com-
prenda lo que se propuso su autor al concebirlas. Y no sólo lo ha hecho Herrera
Luque. El Bolívar hombre, con sus defectos y virtudes, también aparece en toda la
plenitud de su pellejo, en la novela de Manuel Trujillo: El Gran Dispensador (Ca·
racas: Fundación Cadafe, 1983), la cual nos brinda la posibilidad de profundizar en
la exposición de Herrera Luque. Para entender ambos textos tenemos que alejarnos
de la actitud mental de aquel que sólo aspira a conservar una tradición sacra! impi-
diéndonos todo tipo de examen.
Pero nos interesa también aquí examinar los demás textos del libro de He-
rrera Luque. De la misma forma que en el dedicado a Bolívar el autor se hace
en voz alta una serie de preguntas y se interroga en torno al ser venezolano, esto
mismo hace al detenerse ante las figuras de Boves, Felipe de Hurten, Juan Vicente
González, Rómulo Betancourt o Sigmund Freud. Y con esto Herrera Luque nos
está ·señalando que hacerse preguntas ha sido preocupación constante en él.
Sobre Boves señala que se trata del "anti héroe venezolano por excelencia"
(p. 44), quien fue el "más fiero arquetipo que haya tenido la América hispana,
pues la tragedia de. . . Boves, más que la historia de un hombre, es el arrebato de
todo un pueblo buscando síntesis" (p. 46). Tal observación le hizo comprender
cómo quienes habían trazado la peripecia del asturiano lo habían falseado al oh·
servarlo sólo por uno de sus lados. Por ello anota "Hace mucho tiempo me
interesé por Boves. Siempre me pregunté cómo era posible que un capitán deban-
doleros -como lo pinta la historia escolar- haya sido capaz de desatar una heca·
tombe semejante" ( p. 44). Comprendió así que Boves encarnó en su momento
un ideal colectivo ya que los "caudillos no surgen por su libre decisión, sino por
el asentimiento de todos para dejarse conducir" (p. 57). Comprendió así que si al
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estudiar a Boves no se apartaba del lugar común, de un pasado historiado por los
vencedores, era imposible comprender la personalidad de Boves y el proceso social
por él liderizado. Herrera Luque se dio cuenta de que la figura de Boves había
sido fafaeada por los historiadores venezolanos, éstos al fracasar el proyecto político-
social instalado en nuestro país a partir de 1830, encontraron en el culto a los
héroes una ideología sustitutiva para explicar el revés. Así el descalabro de quienes
tomaron el poder tras la emancipación era consecuencia del triunfo de los próceres.
Ellos habían cumplido con su hora. Quienes rodearon a Páez habían fracasado en
la conducción del pueblo, éste sólo tenía un sendero: admirar sin medida a
quienes le habían libertado. Al hacerlo olvidarían enjuiciar a quienes no le habían
sabido conducir.

Uno de los más luminosos análisis que debemos a Herrera Luque es el que
dedicó a Rómulo Betancourt. A través de estas páginas nos muestra cómo al pro-
vocar y conducir un vasto movimiento social el líder guatireño no hizo otra cosa
que ser "sólo el brazo ejecutor de una voluntad colectiva, subyacente y viva que
buscaba sú forma" (p. 66), "él apenas verbalizó lo que estaba informulado y asistió
a su alumbramiento" (p. 67). Para hacerlo aplicó sus mejores cualidades. Tal
misión no fue simple sendero. "No es tarea fácil ni grata la del revolucionario.
Es dura, cruel, preñada de peligros" (p. 68) porque "Los individuos egregios,
llámense líderes, profetas o gobernantes pueden al igual que enzimas acelerar,
congelar o degradar los procesos sociales" ( p. 69). Betancourt lo supo. Para rea-
lizarlo utilizó su talento, su agresividad, su ambición, su voluntad de reestruc-
turación. No fue la suya tarea fácil sino --como lo hicieron antes que él Bolívar,
Guzmán Blanco o Gómez- fue empresa dura, la cual desató terribles pasiones.
E implicó también que sólo lograra Betancourt realizar una parte de su ideario.
Sólo pudo establecer la democracia política. Como se lo dijo alguna vez, a un
amigo de todo su afecto, su historia era la misma del protagonista de El empla·
zamiento de Jean Paul Sartre. El era aquel líder que intentó realizar una revolu-
ción en un país petrolero. La realidad lo obligó a pacta:· con las fuerzas sociales. Sólo
logró establecer un régimen a partir del cual se podía radicalizar la democracia.

Betancourt surgió a la vida política en una época de caudillos. Por ello no


quiso serlo. Fue su antítesis. El dirigente culto quien a través de un colectivo,
de una dirección colegiada, interpretó los deseos de las mayorías. Por ello lo
siguieron.

En cada uno de los ensayos contenidos en este su Bolívar de carne . .. Herrera


Luque formula interrogantes a viva voz. En el estudio titulado La huella de Fausto
en Venezuela se pregunta el por qué desapareció de nuestra historia y tradición
oral la profeda que le hizo el astrólogo Juan Fausto a Felipe de Hutten, la cual
se cumplió, tal como fuera profetizada, en territorio venezolano en todos sus
detalles. Se trata de lo siguiente: Felipe de Hutten antes de viajar a Venezuela
fue llevado por un amigo ante Juan Fausto (1480-1540). El astrólogo luego de
"trazarle su horóscopo se muestra espantado de lo que la voz de los hombres,
seguramente, le hizo ver en los astros. . . "No debe marcharse --dice-- cuando
la luna esté en Piscis en oposición a Marte, auguro grandes desventuras y un
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trágico final" (p. 124). Todo esto se cumplió. Y es por elio que tras de pre-
sentar a Fausto, de trazar la trayectoria de Hutten en nuestro país, de explicar
cómo los presagios de Fc1r:to se cumplieron en nuestras tierras, trata de seguirle
los pasos a tan siniestra historia cuyo "desenlace ruidosamente anunciado exalta la
fama de Fausto" (p. 128). Explicado esto se pregunta: "¿Qué sucedió en Vene-
zuela, donde necesariamente se tuvo noticias de la profecía y todos fueron tes·
tigos de su fiel cumplimiento?" ( p. 130) . No encuentra repercusión alguna
"A pesar de todos estos hechos que justificarían muy claramente una honda huella
de la tragedia de Hutten y de la profecía de Fausto en nuestra historia, creencias
y supersticiones, nada, salvo débiles indicios, hemos hallado" (p. 131 ). Tan inex-
plicable le pareció esto a nuestro psiquiatra que indagó lo que de ello podría haber
en nuestro folklore pero pese a alguna que otra posible explicación que no pasa
de lo hipotético señala "Por qué no hay huellas en Venezuela de una historia tan
asombrosa que además de haberle servido de escenario conmocionó a Europa por
varios siglos" ( p. 134). Herrera Luque cree que es posible que la explicación
radique en la represión de carácter religioso ejercida por la Inquisición aquí, en
el miedo que tuvieron los españoles del siglo XVI a los alemanes que acompañaron
a Carlos V a quienes "detestaban hasta el paroxismo" (p. 135). En la Venezuela
de aquel siglo ese "odio era intenso" (p. 135) por haber estado hipotecada la
Provincia a los germanos y por los desmanes que ellos cometieron aquí. Es posible
que la huella de Fausto no haya dejado trazo alguno pues como el mismo Herrera
Luque explica "El olvido es el mecanismo preferido contra el mal recuerdo"
( p. 135). Hutten como es lógico debió ser tan odiado como sus compatriotas en
b Venezuela de su tiempo. De allí que la única huella de él que quedó, como
bien lo dice Herrera Luque, es la carta que escribió desde Coro en 1540, la
cual es la prueba de la existencia histórica de Juan Fausto el adivino de la Selva
Negra, quien por siglos ha servido de inspiración a la imaginación de muchos
creadores -desde Goethe hasta Thomas Mann.

El ensayo más discutible del libro de Herrera Luque es el que dedica a Juan
Vicente González. ¿Por qué? En él se interroga Herrera Luque sobre la función
del intelectual en nuestro medio. Desgraciadamente en este caso la argumentación
se cae por su propio peso pues los datos históricos en los cuales se basa Herrera
Luque no son exactos. Esto nos llamó poderosamente la atención. Especialmente
porque se trata de un estudio de un autor que conoce, como pocos, los vericuetos
de nuestro pasado.

Para entender lo que exponemos hay que tener en cuenta cuáles son esas
referencias inexactas a las cuales aducimos: Juan Vicente González en su ejer-
cicio de la política ni alcanzó fortuna económica alguna ni creemos que podamos
sostener, con los testimonios conocidos de su vida, que haya aspirado a ella
(p. 92). Otras fueron las razones que le empujaron a la vorágine de la contienda
pública. Lo que sí es cierto es que la política lo tentó de tal forma que el Licen.
ciando al actuar en ella, torció su camino vital, dejó de lado su vocación verdadera.
Pero en política siempre actuó como un idealista. Esto le impidió comprender el
por qué de las luchas sociales de su tiempo. Pero siempre fue hombre lleno de
honestidad ciudadana a quien puros ideales empujaron.
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Juan Vicente González no fue amanuense del Presidente José Tadeo Mo·
nagas ni hombre dócil. Tras el "asesinato al Congreso" volvió a la Cámara pero
pocos días más tarde, pidió un permiso alegando malestares de salud y ya no
retornó más. También aquel Gobierno en el cual tuvo tan singular vinculación
su enemigo político por excelencia: Antonio Leocadio Guzmán, le destituyó de su
cátedra universitaria de la misma forma que lo hizo con Cecilia Acosta. Y esto
no lo hace ningún gobierno a los intelectuales dóciles.
A partir de 1848 González no se dedica a dar clases de "gramática e historia
p~rn m&ntener a su mujer y a sus pequeños hijos" (p. 96), sino que abre el Co-
legio "El Salvador de El Mundo" en el cual se forma toda una generación
venezolana.
Si es verdad que Juan Vicente González no logró realizarse plenamente como
intelectual, sí es verdad que la política le quitó el tiempo que necesitaba para
redondear y culminar su obra, si bien podemos decir que fue un "venezolano,
ilustres. . . víctima de su propio carácter. . . de su talento y de un medio torvo
e inclemente para los que verbalizan los desafueros de otros" (p. 93). Pese a esto
no creemos que se pueda sostener la afirmación según la cual sus escritos no
deben incluirse "en nuestras antologías literarias, cuando nunca trascendió ni su
espacio ni· su tiempo" (p. 93). Se equivoca Herrera Luque. Cuanto escribió
el Licenciado forma parte de lo mejor de nuestras letras. Varios de sus escritos
lo convierten en el primer prosista de nuestro romanticismo. Tanto su libro pri-
migenio Mis exequias a Bolívar como las Mesenianas lo sitúan entre los primeros
escritores de nuestro país. González, como lo dijo Luis Correa, es el escritor
venezolano por excelencia. En pocos hombres es posible seguir el drama de la
Venezuela de su tiempo. Y no sólo por los textos que hemos citado. Gonzále2
fue sobresaliente gramático, quien como nos lo ha enseñado Pedro Grases, fue el
autor de Compendio de Gramática Castellana -el cual alcanzó dieciocho edicio-
nes-' significó "el primer esfuerzo consciente y de cierto vuelo para introducir en
el país el estudio razonado de la Gramática Castellana ... " ( Obras. Barcelona:
Ed. Seix Barral, 1981, t. VI, p. 33.3). Y por si fuera poco su Biografía de José
Félix Ribas no es sólo la obra mayor de nuestro romanticismo en prosa sino una
de las once obras fundamentales de la misma escuela en Hispanoamérica. Por
ello tiene todo derecho González de figurar en nuestras antologías. Que no haya
logrado dar remate, que haya perdido buen tiempo en faenas políticas, que no haya
comprendido cuál era su verdadera vocación o que se haya alejado de ella, es un
cargo que puede hacérsele, pero no podemos negar en toda su amplitud lo
hecho por este venezolano atormentado. --

Caracas:
Julio 6 - octubre 8 - noviemb1~ 13, 198.3.

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