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CARMEN DELGADO
Profesora Titular de Psicometría
Directora Postgrado Intervención Multidisciplinar en Violencia de Género
Facultad de Psicología. Universidad Pontificia de Salamanca
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hombres no pueden sufrir violencia de género; podrían sufrir otra violencia (vio-
lencia de pareja, violencia doméstica...); pero violencia de género es imposible ya
que, por definición, es una forma de relación que otorga privilegios en función
del sexo. Por eso, conceptualmente, no podemos decir del sexo históricamente
privilegiado que sufra violencia de género, como no diremos que la clase social
alta sufra discriminación de clase, ya que en el concepto clasismo está implícita
una dimensión evaluativa: superior/inferior. La dimensión evaluativa es funda-
mental. Las posiciones en el sistema sexo-género, como en las clases sociales (o
las etnias) no son equiparables; hay una estructura jerárquica que es fuente de
privilegio para quien ocupa la posición superior y es fuente de discriminación
para quien ocupa la posición subordinada.
Hablar de desigualdad de género, o de violencia de género, implica que el
grupo de pertenencia de unos, tiene estructuralmente una posición jerárquica
superior. Y es muy importante subrayar lo de "estructuralmente", porque no es-
tamos hablando de individuos concretos; estamos hablando de grupos de perte-
nencia, y grupos que socialmente reciben una consideración diferente. Por su-
puesto que las excepciones confirman la regla: no todos los individuos del grupo
social superior tienen una posición mejor que todos los individuos del grupo so-
cial inferior.
Esta primera precisión me parece muy importante para deshacer malenten-
didos. Como muy bien sabe la Ciencia Cognitiva, y las obras de George Lakoff
dan cuenta de ello, el marco es fundamental, porque "los marcos son estructuras
mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo" (Lakoff, 2007, pág. 18).
El marco es muy importante para comprender los conceptos. Y el marco de la
violencia de género es la desigualdad.
No es ninguna redundancia, ni es ninguna obviedad, insistir en ello. Todav-
ía encontramos muchas veces, que la violencia de género está enmarcada como
violencia relacional: como violencia de pareja, como violencia doméstica, como
violencia intrafamiliar... Privarla del marco del género, es desnaturalizarla (Del-
gado, 2010).
El marco del género no es otra cosa que una cosmovisión de género. Pero
para tener una cosmovisión de género, es necesario tener unas categorías previas
con las cuales acercarse a la realidad. Los estudios de Psicología lo tienen clarísi-
mo: no podemos percibir aquello para lo cual no tenemos categorías previas. Es-
ta es una ley básica de la Psicología de la Percepción: percibimos a través de ca-
tegorías. Cualquiera de los que estamos aquí seríamos deficientes perceptivos en
la cultura esquimal, porque no podemos percibir la variedad de matices con los
que perciben la nieve y que, siendo en ellos natural, es imposible para nosotros:
su sistema perceptivo tiene registros, archivos, categorías previas, que les permi-
ten diferenciarlos. Nosotros no los tenemos. Un catador de vinos tiene cataloga-
dos en su cerebro una variedad de registros aromáticos, colores, sabores, textu-
ras... que le permiten degustar y apreciar en el vino diferencias y matices impo-
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sibles para quienes no tienen esos registros previos: tiene categorías que le permi-
ten percibir.
La Teoría de género proporciona ese archivo de registros, de categorías pre-
vias, que permiten ver lo que no se puede ver sin ellas; pero a diferencia de lo
que ocurre con otras disciplinas, todo el mundo se cree legitimado para opinar
sin conocer. No nos imaginamos a alguien opinando sobre el metabolismo celu-
lar, por ejemplo, sin haberse molestado en adquirir algunas nociones previas de
fisiología; pero aceptamos que cualquiera opine sobre violencia de género, sin
haberse molestado tan siquiera, en conocer el concepto género. Quizás debamos
empezar a reclamar un respeto mínimo hacia los Gender Studies, el campo de
conocimiento de mayor crecimiento en las últimas décadas y cuyo corpus teóri-
co está avalado por las investigaciones que, desde disciplinas muy diversas, han
acreditado su legitimidad científica. Que se desconozcan los estudios de género,
no es algo censurable: es imposible saber de todo en la era de la información. Pe-
ro que se opine de lo que no se conoce, sin un sentido mínimo de ridículo, es
otra cuestión.
Sé que me he extendido más de lo esperado en este preámbulo, pero lo con-
sidero necesario para enmarcar lo que viene a continuación. Si no explicitamos
suficientemente los marcos, si no tomamos como punto de partida la cosmovi-
sión de género, estamos privados de las categorías analíticas que nos permiten
ver violencia de género donde otros sólo ven violencia interpersonal.
La cosmovisión de género no es más que hacer consciente, y tenerlo como
telón de fondo, que hombres y mujeres ocupan en este mundo posiciones jerár-
quicas diferentes; como diría el filósofo Pierre Bourdieu (Bourdieu, 2000), la re-
lación entre los sexos es de subordinación. No voy a extenderme en esto, que
será objeto de otras comunicaciones; sólo unos datos generales sobre economía
para precisar de qué hablamos:
Las mujeres realizan el 52% de horas trabajadas en el planeta; pero sólo
poseen el 10% del dinero que circula en el mercado y el 1% de los títu-
los de propiedad de tierras (ONU, 1995)
Las mujeres cargan mayoritariamente con el trabajo no remunerado:
Asumen el trabajo doméstico de la unidad familiar: realizan 5 veces
más trabajo doméstico que los hombres, durante una jornada laboral
(CIMAC, 2010).
Asumen el cuidado de los otros, reduciendo o abandonando su pro-
fesión y autonomía económica para prestar estos cuidados: la Encues-
ta de Población Activa (EPA, 2009) señala que el 96,94% de perso-
nas que abandonan el mercado laboral por motivos familiares son
mujeres.
Ocupan mayoritariamente los trabajos gratuitos no remunerados: por
ejemplo, el 79% de las personas que realizaban trabajo de voluntaria-
do en Castilla y León en 2004 eran mujeres.
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superiores. Y desde luego, las mujeres de hoy, las chicas jóvenes, ya no aceptan
que las definan como inferiores. Sus niveles de competencia, aptitudes, destre-
zas... son como mínimo iguales, o superiores (el 60% de estudiantes en la uni-
versidad son mujeres).
La teoría de la inferioridad, por tanto, ya no es sostenible; y por otro lado, el
feminismo institucional ha oficializado la igualdad. Esto es evidente y no voy a
insistir en ello, porque creo que todas y todos los que estamos aquí, lo vemos
con meridiana claridad. Así que podemos aceptar que la generación de jóvenes
de hoy, llega a las relaciones de pareja desde presupuestos -teóricos- diferentes:
los presupuestos de la igualdad.
Ahora bien, si quienes estudian la violencia de género72 encuentran que ésta
responde al dominio y al control de los varones ¿cómo podemos explicar los da-
tos de violencia de género que dan cifras alarmantes en parejas de jóvenes, que
establecen sus vínculos amorosos, supuestamente, desde la igualdad? Los datos
de Consejo del Poder Judicial revelan que aumenta la violencia de género en pa-
rejas jóvenes y que aumenta la violencia durante el noviazgo73; por tanto es muy
pertinente preguntarse por qué las nuevas generaciones, educadas en valores más
igualitarios, reproducen la violencia de género en sus relaciones.
Parece que la igualdad, sin más, no elimina la violencia de género: la expe-
riencia de países que nos preceden en la conquista de la igualdad (los países
nórdicos por ejemplo), muestra que -efectivamente- la conquista de la igual-
dad no es suficiente para eliminar la violencia de género. ¿Cómo explicarlo en-
tonces?
Ésta es una cuestión a la que tendremos que dar respuesta en nuestras inves-
tigaciones sobre violencia de género y proponer, no sólo marcos de análisis, sino
hojas de ruta por las que avanzar. Los estudios, cada vez más numerosos, sobre la
incidencia y gravedad de la violencia de género entre jóvenes, ofrecen datos
alarmantes; pero son deficitarios en la propuesta de claves explicativas, claves
que permitan dar un sentido a los datos, más allá de constatar su realidad. La in-
vestigación cualitativa tendrá que ofrecer una explicación plausible, suficiente-
mente razonada, que nos permita entenderlo en toda su complejidad, y encon-
trar modos de actuación. El esquema explicativo que propone la filósofa Amelia
Valcárcel (Valcárcel, 2007) es un lúcido punto de partida: la coexistencia de la
violencia de género basada en el discurso de la inferioridad con la violencia de
género basada en el discurso de la igualdad. La antropóloga Marcela Lagarde ex-
plica muy bien este sincretismo, por el que albergamos -como seres sincréticos-
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A modo de ejemplo: (Amor, Echeburúa, & Loinaz, 2009; Asturias, 2004; Echeburúa &
Corral, 2004; Jacobson & Gottman, 2001; Lorente, 2004; Montero, 2005; Sanmartín, 2004;
Villaseñor & Castañeda, 2003)
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Europa Press 24 noviembre 2010: http://www.observatorioviolencia.org/noticias.
php?id=2243
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elementos para representarlo: un color (el rojo), un órgano corporal (el corazón),
una flor (la rosa), una estación (la primavera), un dios mitológico (Eros o Cupi-
do), un santo cristiano (San Valentín), y una etapa de la vida: la juventud. En la
mente privilegiada de Shakespeare, Romeo y Julieta sólo podían ser jóvenes.
Creemos que la forma natural del amor en pareja, es el amor romántico.
Nos equivocamos. La historia y la antropología, nos dicen que la pareja cons-
truida sobre el amor romántico es un invento muy reciente en la historia de la
humanidad y en determinadas culturas; en realidad está circunscrito a un tiem-
po y a un espacio. Nosotras y nosotros, en el aquí y en el ahora, cuando habla-
mos de amor en la pareja activamos en nuestro archivo mental el registro del
amor romántico; pero ésta es sólo una posibilidad entre muchas otras, aunque
sea la posibilidad que nuestra cultura ha legitimado.
También creemos que los contenidos del amor romántico "nos vienen de
serie", como diría Amelia Valcárcel; los creemos codificados en la programación
genética humana: la entrega, el arrebato, la incondicionalidad... todos los conte-
nidos que ponemos al amor romántico, los creemos genéticamente determina-
dos en nuestra naturaleza. Y también nos equivocamos porque en realidad,
aprendemos a amar; aprendemos el modo de amar; aprendemos los contenidos
del amor: el amor ha tenido contenidos diferentes en las diferentes épocas histó-
ricas. Esta clave es importantísima, porque nos coloca ante otra perspectiva fren-
te al amor. Nos lleva a historizar el amor.
El amor romántico, es -en nuestra sociedad y en nuestro tiempo - el vínculo
amoroso que consideramos natural cuando dos personas se constituyen como pare-
ja. Por tanto, desentrañar cuáles son sus contenidos en el imaginario colectivo que
compartimos quienes pertenecemos a una misma sociedad, será muy importante
para comprender cómo se establecen las relaciones amorosas en las parejas. Y me
voy a circunscribir a las parejas heterosexuales, en las que uno de los dos (él) llega
socializado en la masculinidad, y la otra (ella) llega socializada en la feminidad.
Quienes han estudiado esta concepción del amor romántico (Coria, 2001;
Sternberg, 1989; Riso, 2008; Moreno Marimón & Sastre, 2010), han diseñado
un mapa de las creencias que asociamos a este modo de vínculo amoroso. Es es-
pecialmente interesante el estudio de Montserrat Moreno y Genoveva Sastre
(2010) sobre las ideas acerca del amor en la población universitaria con la que
trabajan en la Universidad de Barcelona. Partiré de los resultados de su estudio,
para reflexionar sobre las señales de alarma que se activan, cuando estas creencias
(comunes en chicas y chicos) pasan el filtro de la socialización tan diferente a la
que acabo de referirme.
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que la persona enamorada se siente capaz de todo. Es como dice la canción del
francés Francis Cabrel: "Podéis destruir todo aquello que veis, porque ella de un so-
plo lo vuelve a crear, como si nada". Por amor se pueden decir y hacer cosas in-
creíbles de las que nunca se habría pensado ser capaz: "El amor mueve monta-
ñas". ¿Pero mueve las mismas montañas para chicos y chicas? ¿Llena por igual la
vida de las chicas y de los chicos?
Ya hemos visto que son las mujeres quienes, por amor, son capaces de re-
nunciar a su carrera profesional, a su trabajo remunerado, a la autonomía e
independencia económica, cuando hay demandas emocionales de cuidado. Pe-
ro si analizamos cómo se consolidan las relaciones donde hay maltrato, impi-
diendo a las mujeres abandonarlas, descubrimos en el ciclo de la violencia, es-
tudiado por Leonore Walker (Walker, 2009), esa creencia de omnipotencia
operando en la mente de las mujeres enamoradas. La creencia en la omnipo-
tencia de su amor, es lo que hace que una chica se siga creyendo capaz de po-
der cambiarlo a él, a su maltratador, al chico del que sabe, le consta, lo ve...
que su comportamiento no es el que le hará feliz. Y así, escuchamos a la chica
enamorada -que sabe que su chico tiene una sentencia condenatoria por mal-
trato en su relación anterior-, que con ella será distinto, que a ella la ama, y
que el amor lo cambia todo.
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ficar que sea ella quien deje el trabajo; pero no deja de sorprender que, incluso
cuando la economía del hogar es boyante, los ingresos de unos meses, adquieran
tanta relevancia como para anteponerlos al disfrute de un hijo, disfrute que tan-
to dicen desear.
Itziar Cantera, Ianire Estébanez y Norma Vázquez, encuentran en su inves-
tigación que una conducta frecuente de los chicos en las parejas jóvenes, es la
descalificación y la humillación (Cantera, Estébanez, & Vázquez, 2009). Los
chicos, consideran natural hacer comentarios jocosos sobre la incapacidad de las
chicas, comentarios que bajo el ropaje del humor hacen aceptables ideas sexistas;
se meten con su forma de vestir, con su forma de expresarse, con sus gustos,
humillan... Y esto se significa como "broma". En la fase del enamoramiento todo
tiene su gracia, pero esta gracia tiene su importancia y su transcendencia. Bajo el
tono de broma se relajan los límites del respeto. El umbral de lo permitido se
distiende camuflado del ropaje romántico: justo lo contrario a la filosofía de "to-
lerancia cero".
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naranjas, y cuya fusión es tan perfecta, que "sin ti no soy nada, y sin mí no eres
nadie".
Igualmente reforzada por la socialización de género, nos encontramos con la
presión y la negligencia sexual por parte de los chicos: imposición de relaciones
sexuales no deseadas y despreocupación por las consecuencias (posibles embara-
zos, enfermedades de trasmisión sexual...). En la mente de los chicos, está asen-
tado el principio de que un varón es alguien siempre dispuesto para el sexo, y la
virilidad se cuantifica por ligues y relaciones sexuales. Esta construcción de la
masculinidad tradicional sigue vigente en los ritos de iniciación masculinos: los
chicos se ganan su prestigio frente al grupo de iguales, exhibiendo como trofeos
el número de relaciones sexuales. Y las chicas, sometidas también a la presión
grupal de ser modernas, se encuentran en la tesitura de tener que demostrar que
lo son, cediendo a relaciones sexuales unas veces no deseadas y otras veces no sa-
tisfactorias. Y, desde luego, está muy clara en la mente de todos que la preven-
ción es cosa de ellas, que son las que se embarazan. Pero como el amor es entre-
ga total, y el verdadero amor es incondicional y nos invade, dentro de ese estar
"invadido" por el amor, está plenamente justificada la permanente disponibili-
dad sexual.
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Paul Julius Moebius. La inferioridad mental de la mujer: (la deficiencia mental fisiológica
de la mujer). Traducción y prólogo de Carmen de Burgos Seguí. Valencia ; Madrid: Sempere,
[s. d.]
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hasta el siglo pasado. A fin de cuentas, también en palabras de Marañón, "es in-
negable que toda contribución intelectual tiene que estar influida por la experiencia
personal del autor" (p.226). La teoría de la complementariedad que construye
Marañón, incorpora significados que no son otra cosa que los valores culturales
de la sociedad en que vive. Habiendo criticado la influencia de las ideas misógi-
nas en las teorías de Moebius, no pudo sustraerse de las influencias del sexismo
de la época en las suyas. Como diría la filósofa Celia Amorós, le faltaba la "mi-
rada extrañada" para poder ver desde fuera lo que vivimos como natural
(Amorós, 2005). ¿Cómo se elabora una Teoría de la Complementariedad? Si
tomamos a modo de ejemplo la teoría de Marañón, vemos cómo desde observa-
ciones fisiológicas sobre el metabolismo diferenciado de mujeres y hombres, se
realiza un salto lógico para inferir atributos psicológicos diferenciados, y desde
éstos justificar la naturalidad -poco menos que fisiológica- de la asimetría de los
roles sociales en función del sexo. La complementariedad construye la asimetría
desde la diferencia:
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< = > ? @ A B C > D ? E F G @ U
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