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Las veía
desfilar en la tienda, hambrientas y desesperadas. Les importaba un bledo su ropa o su orgullo, pues
lo esencial estaba en otra parte, en un bocado miserable de comida. Yo trataba de excusarlas, pero
cuya boca escupía fuego. Me despertaba empapado en sudor, y corría para vomitar afuera. Sentía
odio por Zane. ¿Había sido él un niño? ¿Si lo había sido, le parecería a él cuando yo sería mayor? […]
No, me decía a mi mismo, Zane nunca había sido un niño. Nació tal cual, con su bigote en medio de la
Mis compañeros me acosaban con preguntas, preocupados por mi pena. Yo guardaba mi secreto
dentro de mí. ¿Cómo contarles lo que se urdía en la trastienda sin ser cómplice de ello? Cómo
Zane acabó por echarme, y me sentí un poco mejor. En él se hallaba mi depresión. Nadie puede
vivir cerca de la perversión sin quedar manchado por ello de una manera u otra.