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LAS ACTITUDES

Elena Mercedes Zubieta

Las actitudes han sido, casi desde la constitución de la Psicología Social, uno de los
temas de estudio centrales de esta disciplina. Tanto es así que se ha llegado a afirmar
que sin las actitudes no podría comprenderse la Psicología Social, especialmente lo que
refiere a la producción norteamericana.
Como señalaba Germani (1966), el interés por este concepto surge de la necesidad del
psicólogo de contar con categorías que permitan reducir la complejidad y diversidad de
la conducta social, permitiendo hallar las causas generales de la misma.
Presente, como objeto relevante en campañas y programas preventivos de distintas
conductas de riesgo así como en los estudios de participación política, su interés
primordial reside en el papel que juega en los procesos de cambio social. Es el factor
mediador por excelencia entre el individuo y el contexto social de pertenencia.
(Morales, 1999).
Para Triandis (1971, en Echebarría et. al., 1987) la actitud puede pensarse como una
idea cargada de emoción que predispone a una clase de acciones respecto de una clase
particular de situaciones sociales. Fishbein y Ajzen (1975) sostienen que la mayoría de
los investigadores acordarían en que las actitudes pueden ser descritas como una
“predisposición aprendida a responder en una manera consistente favorable o
desfavorable respecto de un objeto dado”. Ambas definiciones indican que las actitudes
tienen un aspecto afectivo o emocional y que proveen el bagaje motivacional para las
acciones dirigidas hacia un objeto específico (persona, grupo, situación, idea, etc.).
Si bien, como se verá más adelante, cada actitud tiene un referente particular, las
actitudes pueden organizarse en estructuras consistentes y coherentes conocidas como
sistemas de valores. El término “ideología”, por ejemplo, se usa para designar un
conjunto integrado de creencias y valores que justifican las políticas de un grupo o
institución (Katz y Scottland, 1959; en Echebarría et. al., 1987).
Así, las actitudes sociales, se caracterizan por la consistencia1 en la respuesta a objetos
sociales y, es esta consistencia la que facilita el desarrollo de sistemas integrados de
actitudes y valores que los individuos utilizamos para determinar qué tipo de conducta
realizaremos al enfrentarnos a cualquier amplia gama de situaciones posibles. Estos

1
Veremos más adelante que la consistencia es un tema problemático, producto de los componentes y de
la compleja estructura interna de la actitud.
sistemas nos permiten interpretar y evaluar los hechos, son fuentes de interpretación y
acción que nos ayudan a reducir la ambigüedad y la confusión. Pueden también ser
concebidos como estilos de percepción aprendidos a través de los cuales aprehendemos
la “realidad”. La clase de estilo que aprendemos así como el tipo de realidad que
percibimos depende en gran medida de modelos, es decir, de la cultura de pertenencia
(Lindgren y Harvey, 1973).
Medición y dimensión de las actitudes
Para introducirnos en la composición interna de las actitudes y su complejidad,
utilicemos la definición de Eagly y Chaiken (1993) en tanto tendencia psicológica que
se expresa mediante la evaluación de una entidad u objeto concreto con cierto grado de
favorabilidad o desfavorabilidad.
Al hablar de tendencia, se está implicando que es algo que no es externo a la persona, ni
una respuesta manifiesta y observable sino un “estado interno”. La actitud es concebida
entonces como interviniente y mediadora entre los aspectos o estímulos del ambiente
externo y las reacciones de las personas ante aquellos, es decir, sus respuestas
evaluativas manifiestas.
Siendo la actitud un estado interno, debemos inferirla a partir de respuestas manifiestas
y observables y, siendo evaluativa, aquellas respuestas serán de aprobación o
desaprobación, de atracción o rechazo, de aproximación o evitación, etc. En este
tendencia evaluativa los individuos asignamos aspectos positivos o negativos a un
determinado objeto. Proceso éste que trasciende lo meramente denotativo o descriptivo
y es, por tanto, connotativo.
La evaluación implica valencia –o dirección- e intensidad. Mientras la valencia refiere
al carácter positivo o negativo que se atribuye al objeto actitudinal, la intensidad se
relaciona con la gradación de esa valencia. Por ejemplo, un sujeto puede tener una
actitud positiva o negativa hacia un candidato político pero, a su vez, su carácter
positivo o negativo admite varios grados. Puede ser también que esa actitud caiga en un
punto de indiferencia o neutro, bien porque la persona no tiene una actitud formada
respecto de ese candidato –estamos frente a una no-actitud-, bien porque su actitud es
ambigua, admite aspectos positivos y negativos con aproximadamente la misma
intensidad. Así, se representa lo que se denomina continuo actitudinal, que integra a la
valencia y a la intensidad.

-3 -2 -1 0 1 2 3
Muy Neutra Muy
Negativa Positiva

Es importante señalar también que habrá que diferenciar qué actitudes son más
centrales en el sistema de actitudes y valores y cuáles son más marginales o periféricas.
Es decir, cuáles ocupan una posición clave en términos de lo que es altamente
significativo para el bienestar y los objetivos del individuo. Asimismo, la centralidad se
complementa de saliencia, la medida en la cual un sujeto le da preeminencia a una
actitud. No todas las actitudes centrales son salientes.
Por último, es necesario remarcar que la actitud tal como ha sido definida, siempre se
dirige a algo, a un objeto que debe quedar claramente especificado. No es lo mismo una
actitud negativa hacia la privatización de empresas estatales que una actitud negativa
hacia la asistencia a una manifestación concreta para impedir la venta de una
determinada compañía del Estado. Este ejemplo nos sugiere que los objetos
actitudinales se diferencian entre sí no sólo en función de sus contenidos (p.e: mujeres
políticas), sino también por su nivel de abstracción (p.e: Margaret Tatcher).

Las respuestas o componentes de la actitud


El estado psicológico interno que denominamos actitud, se manifiesta a través de
respuestas observables que tradicionalmente se han clasificado en tres categorías:
cognitivas, afectivas y conativo-conductuales. Si bien lo que caracteriza a la actitud es
la evaluación, ésta se puede manifestar a través de tres vías diferentes que coexisten y
aluden siempre a un único estado interno. Esta coexistencia, y por ende, la complejidad
interna que dicho estado supone es la razón por cual también se hable de aquellas vías
de expresión como de los elementos o componentes de la actitud.

Las respuestas cognitivas


A menudo la evaluación positiva o negativa de un objeto se produce a través de
pensamientos o ideas denominados “creencias”. En sentido estricto, las “creencias”
incluyen tanto los pensamientos y las ideas propiamente dichos como su expresión o
manifestación externa. Así, como indica Morales (1999), la evaluación mediante
respuestas cognitivas siguen una doble secuencia: primero, se establece inicialmente
una asociación de naturaleza probabilística entre un objeto y alguno de sus atributos o
notas. Si el objeto en cuestión es el populismo y el atributo es el riesgo de pérdida de
individualidad o falta de individuación, el primer paso en la creación de la creencia
relevante es establecer una conexión como la siguiente: “el populismo tiene una
(alta/media/baja) probabilidad de riesgo de pérdida de individualidad”. En función del
resultado de este primer paso, en el que se establece una asociación objeto-atributo cuya
fuerza depende del grado de probabilidad estimado por la persona, se da el segundo
paso, que es la evaluación propiamente dicha, y que deriva fundamentalmente de la
connotación positiva o negativa del atributo. En este ejemplo, si la pérdida de
individualidad está connotada negativamente, una asociación fuerte entre la la
individualidad o despersonalización y el populismo llevaría a una evaluación negativa
de éste último.

Las respuestas afectivas


Se incluyen aquí a los sentimientos, estados de ánimo y emociones que se asocian con
el objeto de la actitud. Aunque muchos autores han afirmado que la emoción es el único
componente de la actitud, -es decir, que actitud y respuesta o componente afectivo son
una y la misma cosa- es claro que evaluación y afecto son conceptos diferentes y que la
evaluación se puede expresar no sólo a través del afecto, sino también a través de las
cogniciones y las conductas.

Las respuestas conativo-conductuales

Las conductas son también susceptibles de ubicación en el denominado continuo


actitudinal. Algunos comportamientos pueden ser muy negativos como es el hecho de
asistir a una manifestación violenta contra la aprobación de una ley que permita el
aborto y, otros muy positivos como defender en un debate público la necesidad de una
ley que permita el aborto. En los estudios de actitudes se toma en consideración, además
de la conducta propiamente dicha, las intenciones de conducta. El acuerdo con asistir a
una manifestación contra la construcción de la central nuclear, o el acuerdo con
participar en un debate público para exponer las ventajas que su construcción acarrearía.

La relación entre las respuestas evaluativas o componentes de la actitud

Desde el punto de vista teórico, como se ha dicho, la actitud es un estado interno


evaluativo mientras que los componentes cognitivo, afectivo y conativo-conductual son
sus vías de expresión. Asumiendo una perspectiva metodológica, los tres tipos de
respuestas son diferentes entre sí aunque no completamente, ya que todas ellas remiten
a la misma variable que es la actitud.
Dicho de otra manera, cualquier actitud se puede manifestar concretamente a través de
tres vías fundamentales diferentes que convergen en cierta medida porque comparten un
sustrato o base común, porque todas representan la misma actitud.

Metodológicamente, cada tipo de respuesta actitudinal se puede medir con la utilización


de diferentes índices pero la relación entre estos índices de la misma respuesta de no
sólo ser positiva sino también intensa. Por ejemplo:

Persona Creencias positivas acerca de un objeto

Reacciones ante él Con afecto y emociones


positivas

Dispuesta a mostrar conductas favorables

Si bien los elementos son diferentes y el solapamiento no es total. Aún así la estructura
tridimensional de la actitud es la más adecuada según los resultados empíricos y la
fundamentación teórica.

El surgimiento de las actitudes

En tanto mediadora entre los estímulos del ambiente social y las respuestas de la
persona a dicho ambiente, la actitud es una forma de adaptación activa. Es el resultado
de una serie de experiencias que la persona tiene con el objeto actitudinal y producto de
los procesos cognitivos, afectivos y conductuales que se fueron activando y formando
en aquellas experiencia. Es en este sentido que se habla también de los antecedentes de
la actitud.

Antecedentes cognitivos

La evaluación que hacemos del objeto actitudinal está estrechamente relacionada con
las creencias2 que tenemos acerca del objeto, con lo que pensamos acerca de él. La
teoría de la expectativa-valor indica que el conocimiento que la persona adquirió en el
pasado en su relación con el objeto actitudinal le proporciona una base sobre la cual
hacer una buena estimación de cómo merece ser evaluado ese objeto. Nos sentimos

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Esto se relaciona con los sistemas de actitudes y valores a los que se aludió en la introducción.
atraídos hacia aquello que consideramos dotado de cualidades positivas y, a la inversa,
rechazamos a aquello que adjudicamos propiedades negativas.

La Teoría de la acción razonada de Fishbein y Ajzen (1975) se desprende de la


formulación anterior y postula que para saber lo que piensa una persona respecto de un
determinado objeto, es preciso recabar dos tipos de información: la probabilidad
subjetiva y la deseabilidad subjetiva. Estas informaciones se obtienen sobre la base de
un conjunto de creencias que son normativas en la población respecto del objeto.

La probabilidad subjetiva refiere al grado de probabilidad estimada de la creencia. En la


investigación que los autores realizaron sobre la actitud hacia el uso de píldoras
anticonceptivas, sobre la base de un listado de quince creencias como “produce efectos
secundarios graves” o “regula el ciclo menstrual” y usando un continuo de respuesta de
+3 (extremadamente improbable), 0 (ni probable, ni improbable), –3 (extremadamente
probable), quien piensa que es “extremadamente improbable” que el uso de píldoras
anticonceptivas “genere efectos secundarios graves” (creencia) tendrá una probabilidad
subjetiva de tal creencia de –3.

La deseabilidad subjetiva es el grado en que la persona cree que las consecuencias


expresadas por la creencia son positivas o negativas. En el caso de la creencia “produce
efectos secundarios graves”, se puede anticipar que las personas considerarán que las
consecuencias resultan indeseables. Esta información también se evalúo en una escala –
3 a +3, con un punto de indiferencia 0.

El proceso indicado por esta teoría, indica dos elementos importantes: la complejidad
interna de la actitud y en tanto resultado de la combinación de un conjunto de creencias.
Recordemos que no todas las creencias normativas influyen en la determinación de una
actitud. Como se mencionó previamente, hay un subgrupo de ellas que son “salientes” y
operativas en la determinación final de la actitud de la persona.

Antecedentes afectivos

Si todas las actitudes surgieran como lo propone la Teoría de la acción razonada, eso
llevaría a postular que las personas tienen un control racional de todas sus emociones y
sentimientos y sabemos que esto no es siempre así. Hay muchos ejemplos sobre cómo
las emociones influyen en las funciones psicológicas de las personas y estudios que
demuestran que las actitudes pueden sufrir un cambio considerable sin que se modifique
el componente cognitivo. Estas últimas refieren al condicionamiento de las actitudes.
Los estudios sobre el condicionamiento actitudinal han sido prolíficos en el ámbito de la
psicología del aprendizaje en los que se han desarrollado los denominados
condicionamiento clásico y condicionamiento instrumental.

El condicionamiento clásico se vincula a la figura de Pavlov y refiere a una forma de


aprendizaje en la que un estímulo neutral (o condicionado), que inicialmente no evoca
respuestas específicas en las personas, acaba por evocarlas gracias a sus asociaciones
repetidas con otro estímulo (incondicionado) que si las evoca. Es decir, un determinado
candidato político puede al inicio no producirnos nada, neutralidad y como producto de
asociaciones frecuentes con su participación en campañas sociales que apoyamos,
terminar en una actitud positiva hacia el candidato.

El condicionamiento instrumental u operante refiere al fortalecimiento de aquellas


respuestas que producen resultados positivos o que ayudan a evitar los negativos. En un
programa de intervención comunitaria, se decide realizar un encuentro grupal diario en
el que se evalúa positivamente las actividades realizadas por cada individuo dado que se
observó que esto incrementa los niveles de implicación y participación de los
integrantes de la comunidad.

En psicología social las teorías del condicionamiento han sido de gran utilidad por su
énfasis en el reforzamiento. El condicionamiento es un elemento que cobra fuerza en
aquellos casos en que los objetos actitudinales resultan poco familiares o son pocos
conocidos por las personas. Así, el análisis del proceso que media entre el reforzamiento
y la modificación ha sido centro de fuerte debate en la disciplina dando lugar a
desarrollos importantes como es el caso del “efecto de la mera exposición”.

Para Zajonc (1968) la “mera exposición” implica que un estímulo concreto es accesible
a la percepción de la persona y, cuando la exposición de la persona al estímulo es
repetida se produce una “intensificación” de la actitud hacia el objeto. La persona
desarrolla finalmente una actitud positiva hacia el objeto que se le ha presentado en
numerosas ocasiones. Incorporando imágenes “desagradables” sobre el aborto en una
proyección puedo generar que se intensifique la actitud negativa de los individuos hacia
aquél.

Investigaciones posteriores del autor demostraron sin embargo, que la mera exposición
es condición suficiente pero no necesaria para que se produzca la intensificación de la
actitud (Moreland y Zajonc, 1977). Asimismo, se observó también que la mera
exposición con su correspondiente intensificación de la evaluación positiva, se
producían incluso cuando los estímulos no llegaban a ser reconocidos por las personas.
La intensificación se produce también sin que se implique ningún proceso cognitivo, el
reconocimiento está ausente y su lugar es ocupado por “afectos subjetivos”. Puedo no
tener una explicación “racional” de mi oposición al aborto pero la problemática activa
aspectos personales en la que intervienen emociones y afectos.

Otras investigaciones más recientes han demostrado también que hay una amplia gama
de procesos cognitivos y perceptivos que pueden ocurrir sin necesidad de conciencia por
parte del sujeto como puede ser el aprendizaje de una estructura gramatical, ciertas
tareas léxicas o el proceso de categorización social. De la misma manera, fenómenos
como la presión temporal o la aprensión de evaluación afectan el efecto de la mera
exposición (Bornstein, 1989; en Morales, 1991).

Si bien la tradición en investigación sobre actitudes considera al efecto de mera


exposición como un antecedente afectivo de las actitudes, muchos autores lo consideran
como uno de los muchos efectos cognitivos que ocurren sin intervención de la
conciencia.

Antecedentes conductuales

Es abundante la evidencia con la que se cuenta acerca de la conducta como fuente de la


actitud. Las más conocidas son las técnicas de adiestramiento de todo tipo, deportivas,
religiosas, militares, educativas, etc. Subyace a éstas la idea que la repetición muy
intensa de ciertas conductas hará que éstas se incorporen en el repertorio conductual de
los adiestrados sin que haya resistencia por parte de éstos. Está la conocida “técnica de
lavado de cerebro” y, si bien su implantación con gran reiteración muestra un impacto
comprobado, éste se ha exagerado en muchos casos.

Más recientemente Fazio (1986) postuló que la experiencia directa con el objeto era la
base fuerte sobre la que se forman las actitudes. Sus estudios demostraban que las
actitudes que mejor se aprenden, las más estables y las que mostraban una relación más
estrecha con la conducta eran las que surgían a partir de la experiencia directa en
comparación con las que se producían por experiencia indirecta o mediatizada.
Posteriormente el autor, como resultado de sus investigaciones, matizará esta posición
encontrando que el punto decisivo parece estar no tanto en la experiencia directa sino en
la accesibilidad de la actitud.
Podemos no tener una experiencia directa de abuso de autoridad o autoritarismo pero el
contacto frecuente con personas que sí las tuvieron y el realizar acciones de apoyo
llevarnos a formarnos actitudes cada vez más claras respecto de ciertas modalidades del
manejo del poder.

Morales (1999) nos recuerda bien que la teoría de la disonancia cognitiva, que fue una
de las más influyentes en el estudio de las actitudes, postulaba que en ciertas
condiciones, el realizar determinadas conductas produce importantes y permanentes
cambios actitudinales.

Aspectos estructurales de las actitudes

Los resultados de algunos estudios empíricos han hecho relevante tres aspectos
centrales relacionados con la actitud: la supuesta bipolaridad, la consistencia y el
problema de la ambivalencia.

Respecto de la bipolaridad, el supuesto clásico indicaba que la actitud descansa sobre


un continuo actitudinal. El problema surge cuando los extremos de éste no son
contradictorios u opuestos. En el caso de acuerdo-desacuerdo con el
liberalismo/conservadurismo implicaría que definirse por uno indicaría la negación del
otro cuando, sin embargo, los datos muestran que los liberales no se oponen a los
postulados conservadores, no los evalúan de forma intensamente negativa sino más bien
neutral, en el punto medio del continuo. Algo similar sucede en los conservadores
respecto del ideario liberal. Las conclusiones de este tipo de investigaciones muestran
que en aquellas personas que tienen referentes criteriales sólo o predominantemente
positivos, no se puede mantener la idea de unidimensionalidad y bipolaridad actitudinal.
Las personas pueden no estar familiarizadas con los valores opuestos a los que mantiene
y, de esta forma, resultarles irrelevantes. Por otro lado, como mecanismo defensivo
respecto de las propias creencias y valores, un sujeto puede negar la relevancia a los
valores opuestos para proteger mejor los propios.

Directamente relacionada a la complejidad interna de la actitud y a sus tres vías de


expresión, aparece el tema de la consistencia. Como se señaló previamente, deberíamos
esperar que sus componentes funcionen de forma similar, es decir: creencias positivas +
afectos positivos + aproximación de aceptación y simpatía. Cada una de las
evaluaciones parciales deberían armonizar con la evaluación global del objeto que
proporciona la actitud general y si esto sucede estamos en condiciones de hablar de
consistencia actitudinal.

Así, los tipos de consistencias pueden ser múltiples en función de la existencia de los
tres componentes actitudinales. Una consistencia evaluativo-cognitivo, por ejemplo, es
la que se da entre la evaluación general del objeto actitudinal y la evaluación que resulta
del conjunto de sus creencias. Si evalúo muy positivamente el ideario liberal se espera
que evalúe positivamente la iniciativa individual. Si tengo una actitud positiva frente a
una organización del Estado comunista, es esperable que me manifieste negativamente
ante la propiedad privada.

Respecto de las fuentes de inconsistencias, aparecen cuando la actitud, más que un


origen cognitivo tiene un origen afectivo o conductual. Puedo tener una posición
negativa ante ciertos grupos minoritarios, p.e: los protestantes y ésta verse relativizada
producto de una relación interpersonal afectiva positiva que mantengo con un integrante
de ese grupo religioso.

Asimismo, puede haber una inexistencia de creencias sobre el objeto actitudinal que
impide que la actitud esté bien definida y nos acerca al concepto de no actitud, cuando
una persona no tiene una actitud formada hacia un objeto concreto –probablemente fruto
de la falta de trato y experiencia con aquél.

La inconsistencia evaluativo-cognitiva afecta la estabilidad de la actitud o, dicho de otro


modo, provoca su inestabilidad. Las actitudes inconsistentes cumplen deficitariamente
la función fundamental de ellas que es la de orientación de la persona en su mundo
social. Por el contrario, los sujetos con actitudes consistentes manejan mejor la
información contradictoria con su actitud, exploran las características de esa
información y tratan de refutarla activamente.

La denominada ambivalencia actitudinal puede darse tanto en el componente cognitivo


como afectivo. En el primer caso sucede que las creencias sobre el objeto actitudinal
son evaluativamente inconsistentes entre sí, en el segundo, existen sentimientos mixtos
o encontrados en relación al objeto de la actitud. Podríamos decir que la ambivalencia
es en cierta manera un caso especial de inconsistencia: cognitiva cuando es entre
creencias y afectiva cuando se produce entre afectos.

La ambivalencia hace que las actitudes tiendan a ser inestables y afecta las relaciones
que mantienen con la conducta. En el ejemplo dado, puedo en un determinado contexto
ser extremadamente dura hablando del protestantismo, defendiendo mi postura
religiosa, y en otras situaciones, reconocer algunos aspectos positivos de ese credo
cuando la “amenazada” resulta una persona conocida a la que aprecio. El contexto
también influye de forma llamativa haciendo más salientes las características positivas
en unos casos y las negativas en otros.

Las funciones de las actitudes


Como se indicó al inicio del trabajo, las actitudes tienen una función evaluativa, poseer
una actitud hacia un objeto es más funcional que no poseerla, ya que sus efectos
adaptativos son los de contar con pistas claras que orienten la acción de los sujetos.
La función evaluativa, sin embargo, no es la única función que las actitudes pueden
cumplir, existen otras que varían según el tipo de actitud de que se trate y también según
las personas y las situaciones. De forma sintética, se ha observado que hay dos
funciones que son habituales: la instrumental y la expresiva de valores.
La actitud cumple una función instrumental cuando sirve para alcanzar objetivos que
reportan beneficios tangibles o de “ajuste a la situación”. Un ejemplo puede ser cuando
se apoya a un partido político del que se espera obtener algún cargo. A esta función se la
conoce también como adaptativa o utilitaria ya que se basa en el principio de utilidad
medios-fines, la actitud se adquiere, mantiene o expresa como forma de conseguir un
objetivo que es útil a la persona.
La actitud cumple una función expresiva de valores cuando permite a la persona
manifestar lo que piensa y siente realmente o quiere que los demás sepan acerca de ella.
La actitud favorable hacia un partido político como medio de comunicar a los demás la
posición propia respecto de una serie de cuestiones sociales y políticas es un ejemplo
típico.
Mientras que a la función instrumental subyace una racionalidad utilitaria que permite
alcanzar objetivos de corte individualista, la función expresiva se basa en la proyección
de una determinada imagen social y, por tanto, tiene una racionalidad de corte más bien
cultural (Páez et. al, 1991).
Morales (1999) amplía el espectro indicando que existen otras actitudes, como las
prejuiciosas o etnocéntricas que cumplen más bien una función ideológica. Este tipo de
actitudes proporcionan una determinada explicación de las condiciones o desigualdades
existentes en una sociedad y, si su grado de aceptación es elevado se logra legitimación
y justificación para quienes sostienen la actitud en cuestión. Esto se dará cuando existan
condiciones objetivas crónicas de marginación y estigmatización de los grupos que son
objeto del prejuicio junto a un conjunto de prácticas sociales orientadas a mantener ese
estado de cosas. En síntesis, para que esta función tenga lugar debe haber un apoyo y
respaldo institucional tanto a la marginación de personas pertenecientes al grupo
desfavorecido como a las estrategias de mantenimiento del statu quo (Echeverría y
Villareal, 1995).

Por último, hay una nueva función que es muy similar a la anterior pero en la que no
tiene por qué darse necesariamente un respaldo institucional sino que depende más bien
de las condiciones de interacción entre grupos: la de separación. En este caso las
actitudes consisten en atribuir a un grupo dominado, sin poder o de status inferior,
características negativas sobre las que es posible despreciar y negar reconocimiento
social a los sujetos que pertenecen a ese grupo y llegar a justificar, eventualmente, el
tratamiento injusto que se les dispensa (Zinder y Miene, 1994).

Como definimos a las actitudes en tanto componentes de sistemas de mayor


complejidad, de creencias o valores, presentamos en el próximo apartado un marco
teórico conceptual sobre Valores que consideramos de gran utilidad y actualmente de
amplio consenso en las investigaciones transculturales.

Bibliorafía

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