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Es forzoso que un hombre que está a estas alturas de la
vida, que ha vivido largo tiempo y ha vivido apasionadamente
la aventura de un venezolano de este siglo, sienta un poco que
cuando habla de esta historia habla de su autobiografía y de
su propia vida humana. En efecto, en los últimos cincuenta o
sesenta años este país ha sufrido las transformaciones más
grandes que ha conocido en toda su historia, una dimensión,
una potencialidad de cambio y un impulso disperso y ciego
que todavía no nos podemos dar cuenta enteramente.
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había unos hijos que tenían un ejemplo que seguir. Era sano
económicamente porque, con toda su modestia, vivía to-
talmente del producto del trabajo de los venezolanos. No tenía
ninguna otra fuente de sustento. Por lo tanto, había una es-
trecha simbosis entre el país, su sociedad y su economía.
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demos hacer nada con estos medios desproporcionalmente
escasos para enfrentar este gigantesco monstruo de atraso que
domina el país" . No fue así, fue todo lo contrario, los hombres
que vivimos esa hora sentimos que era un desafío el que te-
níamos por delante, que teníamos el deber de ganar el tiempo
perdido, que teníamos la posibilidad de hacer una nación, de
hacer un Estado moderno, de hacer un país para la democra-
cia, para el bienestar y el progreso, y que lo podíamos hacer
con nuestro propio esfuerzo. Porque es importante recordar
en esta Venezuela endeudada hasta más arriba de todas las po-
sibilidades que, con todas las necesidades inmensas que pe-
saban sobre aquellos gobiernos, nadie quiso hacer uso del cré-
dito externo, no se endeudó a Venezuela en un céntimo sino
que nos dedicamos a ver lo que podíamos hacer con nuestros
propios y limitados recursos.
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precios a que habían exportado e importado durante años,
para poder fabricar sobre esos datos la aproximación de un
índice de precios.
Tal era el país, pero los hombres a quienes nos tocó vivir
ese tiempo no nos desanimamos. Surgió un inmenso volun-
tariado, todo el mundo dio de sí, yen ese dar de si yo di, yeso
explica en mucho el por qué un hombre que fundamental-
mente era un escritor, y es un escritor, sintió la necesidad de
meterse en el campo de la economía: porque había hambre y
sed de conocimiento de esos problemas, y en la hora en que
había un incendio, había que correr a apagarlo aunque no se
tuviera profesión de bombero. Así hicimos muchos hombres,
y de ahí nació la semilla de los estudios económicos.
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cátedra de la Escuela de Derecho se presentara alguien con el
mapa de Venezuela. Lo segundo que hice fue no hablar más
ni de francos, ni de trigo, ni de vino, sino hablar de café, de
cacao, de petróleo, de la economía interna venezolana, una
labor de pionero que hice por necesidad, pero que hice con
entusiasmo. Fui aprendiendo en el camino, que es como me-
jor se aprende porque algunos han dicho, y con razón, que yo
no soy economista. No lo soy, y no pretendo serlo. Varias ve-
ces me han hecho Profesor y Doctor Honoris Causa de Cien-
cias Económicas, pero no soy economista. Yo nunca he cur-
sado sistemáticamente ciencias económicas en ningún insti-
tuto universitario. Lo que yo sé lo aprendí con pasión, lo
aprendí por una sensación de deber, de servir a mi país, lo hice
porque había que hacerlo.
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Ese país que empieza a transformarse seguía siendo el
viejo país rural, pero ya habían empezado a darse síntomas de
que comenzaban unos cambios profundos.
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ese modo, en el gran dispersador, en el gran promotor, el gran
agente de cambio y la fuente mayor de riqueza. Esa experien-
cia se fue acentuando y llegó a su apogeo cuando hubo el
primer disparo hacia arriba de los precios del petróleo en
1973, y luego en los diferentes escalones de alza que llevaron
aquella sustancia que nunca valió más de 2 dólares por barril
a valer 7 dólares, 14 dólares, 34 dólares. Toda esta suma in-
mensa llegaba a manos del Estado y el Estado la dispensaba.
El Estado se convertía de este modo en el dispensador de la
riqueza nacional, en el motor, en el director eminente de todo
el desarrollo social del país. Todo dependía de él, todo venía
de él. Era un Estado independiente de la nación, y lo sigue
siendo.
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tado el crecimiento hipertrófico y monstruoso del Estado, de
aquel gobierno de ocho o nueve Ministros, donde no existía
ningún instituto autónomo, se pasó al otro extremo en que se
cuentan por centenares las empresas del Estado. El gobierno
se hizo inmenso, hipertrófico, monstruoso y, por lo tanto, se
hizo incoherente, inabarcable, contradictorio e ineficiente. Es
imposible que un presidente de la República pueda manejar
directa y eficazmente veintiocho Ministerios, pueda manejar
los infinitos institutos autónomos y empresas del Estado que,
más o menos, dependen directamente de él. Fatalmente están
condenados a la inconexión, a la contradicción, es más, están
también condenados a la ineficiencia y, además, son posibili-
dades ciertas y tentadoras de toda clase de corrupciones.
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Ese Estado supercapitalista ha destinado los recursos ma-
yores del país a ese monstruo insaciable que han sido las em-
presas del Estado. Algunas veces he tratado de averiguar, con
la ayuda de hombres muy capaces, el monto de lo que ha
sacrificado Venezuela en recursos a ese monstruo del aparato
estatal, del inmenso complejo burocrático de las empresas del
Estado.No lo sabe nadie. Hay apenas estimaciones. Y estoy
seguro de que el día que se haga un inventario y una cuenta a
fondo va a provocar una situación de asombro porque la ma-
yor parte de esos inmensos recursos se los ha comido ese tipo
de inversión y esa manera de entender el papel del Estado en
el país.
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se ha podido hacer otro país, sino que encima nos ingeniamos
para endeudarnos, para contraer una inmensa deuda exterior
que no tiene justificación alguna.
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Luego tenemos el monstruoso crecimiento del aparato del
Estado, es necesario redimensionarlo, hay que reducir los
Ministerios a las grandes áreas de la actividad nacional ma-
nejables por un Presidente, comprensibles y abarcables, coor-
dinadas, integradas y compenetradas.
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de los intereses creados que está muy asociado con todo este
aparto del Estado y que es una fuente directa de corrupción no
recibió esto de buen grado y ha tratado de desviarlo, de de-
tenerlo, y estamos en un momento en que podríamos decir que
se va a perder este esfuerzo y que esta oportunidad, que tal vez
sea la última que tiene Venezuela, se pierda. ¿Por qué se va a
perder? Porque para llevarlo adelante no basta con la voluntad
de un Presidente de la Repúbica, sino que habría que tener un
gobierno que representara de verdad a la nación y no sola-
mente a los Partidos Políticos de muy tenue representati-
vidad.
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país que nos está ofrecido por las circunstancias y recursos
que tenemos.
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