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VENEZUELA EN CRISIS

Arturo Uslar Pietri


Con profunda y sincera gratitud, con gran sentimiento de
satisfacción y de humildad, recibo hoy este homenaje, sa-
biendo todo lo que tiene de desmesura, porque nunca he per-
dido las perspectivas y siempre tengo presente el tamaño de
mis carencias y de mis limitaciones.

Es para mí inmensamente satisfactorio este acto porque es


el reconocimiento de que no fue perdido el esfuerzo, que la
larga lucha de una vida no ha sido destinada al olvido o al me-
nosprecio, que no se perdieron las palabras, ni fueron inútiles
los hechos y que, en gran parte, la lucha a la que entregué mi
vida fue válida, y sigue siendo válida.

Debo agradecer muy particularmente a la Academia de


Ciencias Económicas, a su Presidenta, la doctora Segnini, y
al doctor Tomás Enrique Carrillo Batalla su paciente y laborio-
so esfuerzo para recoger y reunir en volumen los dispersos,
ocasionales y distintos trabajos que, a lo largo de mi vida, hice
en materia económica. Esos trabajos están allí, en conjunto,
y para mí es muy satisfactorio pensar que, en una perspectiva
de tanto tiempo, no tengo nada que recoger, no tengo nada de
qué arrepentirme en lo que dije allí. Allí estoy yo, entero, con
mis aciertos o mis errores.

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Es forzoso que un hombre que está a estas alturas de la
vida, que ha vivido largo tiempo y ha vivido apasionadamente
la aventura de un venezolano de este siglo, sienta un poco que
cuando habla de esta historia habla de su autobiografía y de
su propia vida humana. En efecto, en los últimos cincuenta o
sesenta años este país ha sufrido las transformaciones más
grandes que ha conocido en toda su historia, una dimensión,
una potencialidad de cambio y un impulso disperso y ciego
que todavía no nos podemos dar cuenta enteramente.

Yo tuve el privilegio de ser contemporáneo de ese inmen-


so fenómeno, de no haberme conformado con ser un mundo
testigo, de haber hecho acto de presencia, de haber actuado,
de haber dicho algo. Por lo tanto, cuando hablo de esto estoy
hablando un poco de mi propia experiencia.

En este medio siglo largo, este país ha sufrido las transfor-


maciones más inmensas de toda su historia. A las nuevas ge-
neraciones, los que tienen 30 o menos años hoy, les resulta
muy difícil darse cuenta de la magnitud de esos cambioso.

La Venezuela en la que yo fui estudiante de Derecho, la


Venezuela en la que murió Juan Vicente Gómez, era intensa-
mente distinta a ésta, profundamente diferente. Era un país
pobre, atrasado, con muchísimas carencias, pero era un país
normal, normal económica y socialmente.

Económica y socialmente, Venezuela era un país sano.


Pobre, modesto, atrasado, desfasado en el tiempo, pero sano.
Era sano socialmente porque la inmensa mayoría de su po-
blación estaba conformadas por familias campesinas consti-
tuídas sólidamente, donde había un padre, había una madre,

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había unos hijos que tenían un ejemplo que seguir. Era sano
económicamente porque, con toda su modestia, vivía to-
talmente del producto del trabajo de los venezolanos. No tenía
ninguna otra fuente de sustento. Por lo tanto, había una es-
trecha simbosis entre el país, su sociedad y su economía.

Cuando murió el General Gómez, los contemporáneos


que vivimos esa hora tuvimos la sensación de que se alzaba
un telón sobre un panorama desconocido, sobre un país del
que teníamos informaciones inconexas o incompletas, y a
veces falsas. Descubrimos de pronto que éramos un país atra-
sado, que teníamos inmensas carencias, que teníamos un cú-
mulo de expectativas insatisfechas cuya magnitud sobrepasa-
ba toda posibilidad de enfrentarlas siquiera.

Recuerdo que, en los primeros meses del gobierno del


General López Contreras, empezaron a llegar a la capital lo
que llamaban "pliegos de peticiones" de las distintas entida-
des del país. De las principales ciudades hasta las más mo-
destas aldeas venía un pliego de peticiones en el que se pedía
al gobierno desde la refacción de la iglesia y la limpieza de la
plaza, hasta la construcción de un dispensario o de una
escuela.

El primer presupuesto nacional que tuvo el gobierno de


López Contreras fue de 169 millones de bolívares. Móntele
ustedes a esto lo que quieran añadirle como diferencia del
poder adquisitivo, era una suma irrisoria, desproporcionada,
ridícula, frente a aquel cúmulo inmenso de necesidades.

Ha podido ocurrir que una reacción de désanimo hubiera


abatido a todos y les hubiera hecho decir: "es inútil, no po-

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demos hacer nada con estos medios desproporcionalmente
escasos para enfrentar este gigantesco monstruo de atraso que
domina el país" . No fue así, fue todo lo contrario, los hombres
que vivimos esa hora sentimos que era un desafío el que te-
níamos por delante, que teníamos el deber de ganar el tiempo
perdido, que teníamos la posibilidad de hacer una nación, de
hacer un Estado moderno, de hacer un país para la democra-
cia, para el bienestar y el progreso, y que lo podíamos hacer
con nuestro propio esfuerzo. Porque es importante recordar
en esta Venezuela endeudada hasta más arriba de todas las po-
sibilidades que, con todas las necesidades inmensas que pe-
saban sobre aquellos gobiernos, nadie quiso hacer uso del cré-
dito externo, no se endeudó a Venezuela en un céntimo sino
que nos dedicamos a ver lo que podíamos hacer con nuestros
propios y limitados recursos.

Había cosas que hoy hacen sonreír. Nuestras Universi-


dades no tenían una Escuela de Economía, pero tampoco la te-
nían de Filosofía y Letras, tampoco formaban ingenieros pe-
troleros. Teníamos, como mucho acierto dijo López Contre-
ras, "crisis de hombres". Esa carencia de hombres no era sino
sencillamente esto, no había gente capacitada.

Yo recuerdo cuando, siendo unjoven funcionario del Mi-


nisterio de Hacienda, llegaron a Venezuela los primeros téc-
nicos extranjeros en materia económica. Eran economistas
franceses. Yo fui uno de los encargados para comunicarme
con ellos. Lo primero que pidieron fue un índice de precios y
una balanza de pagos. Tuve que decirles que no existían.
Cualquier estudiante de primer año de economía de hoy se rei-
rá y pensará que exagero. Hubo necesidad de pedirle a las
viejas casas de comercio que permitieran que funcionarios
públicos fueran a revisar sus libros en los que constaban los

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precios a que habían exportado e importado durante años,
para poder fabricar sobre esos datos la aproximación de un
índice de precios.

Tal era el país, pero los hombres a quienes nos tocó vivir
ese tiempo no nos desanimamos. Surgió un inmenso volun-
tariado, todo el mundo dio de sí, yen ese dar de si yo di, yeso
explica en mucho el por qué un hombre que fundamental-
mente era un escritor, y es un escritor, sintió la necesidad de
meterse en el campo de la economía: porque había hambre y
sed de conocimiento de esos problemas, y en la hora en que
había un incendio, había que correr a apagarlo aunque no se
tuviera profesión de bombero. Así hicimos muchos hombres,
y de ahí nació la semilla de los estudios económicos.

En el año de 1937 me tocó ser designado profesor de Eco-


nomía Política de la Escuela de Derecho. Era la única cátedra
de ciencia económica que funcionaba en el país, y tradicio-
nalmente, hasta que yo llegué a ella, lo que se hacía era leer
textos de economía francesa, manuales hechos para Francia
donde los ejemplos eran sobre hectolitros de vino, fluctua-
ciones del franco, de cosechas de trigo, que a la mayoría de los
estudiantes -porque yo también fuí estudiante de Derecho y
asistí a una de esas cátedras- les sonaba como si se hablara de
ciencia-ficción, como si estuviéramos hablando de la des-
cripción de países inexistentes. No se podía relacionar eso con
la realidad de nuestra tierra.

El primer día que entré a la cátedra de Economía Política


de esta Universidad hice algo insólito -que recuerdan algunos
de mis viejos alumnos de esa época-, que fue presentarme con
un mapa de Venezuela. Eso no había pasado nunca que en una

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cátedra de la Escuela de Derecho se presentara alguien con el
mapa de Venezuela. Lo segundo que hice fue no hablar más
ni de francos, ni de trigo, ni de vino, sino hablar de café, de
cacao, de petróleo, de la economía interna venezolana, una
labor de pionero que hice por necesidad, pero que hice con
entusiasmo. Fui aprendiendo en el camino, que es como me-
jor se aprende porque algunos han dicho, y con razón, que yo
no soy economista. No lo soy, y no pretendo serlo. Varias ve-
ces me han hecho Profesor y Doctor Honoris Causa de Cien-
cias Económicas, pero no soy economista. Yo nunca he cur-
sado sistemáticamente ciencias económicas en ningún insti-
tuto universitario. Lo que yo sé lo aprendí con pasión, lo
aprendí por una sensación de deber, de servir a mi país, lo hice
porque había que hacerlo.

En esa reacción de voluntad para enfrentar la situación del


país en la que tantos hombres dieron todo lo mejor de ellos sin
pedir nada, se inició una inmensa transformación. Esa trans-
formación empezó muy lentamente. Comenzó en el campo de
la democracia con el regreso de las libertades públcas. Nadie
que no haya vivido ese momento sabe lo que significó ver al
General Eleazar López Contreras, Presidente de Venezuela,
quitarse el uniforme de general y vestirse de civil para enseñar
que la Presidencia de Venezuela era una magistratura civil. Y
nadie sabe tampoco lo que significaba permitir que se publi-
caran periódicos de oposición, o se hicieran críticas o se or-
ganizara una campaña contra el gobierno. Venezuela no ha-
bía conocido nada de eso en cuarenta o más años. De manera
que eso tiene un valor que las nuevas generaciones no pueden
entender, y cuando uno juzga a los hombres como López Con-
treras tiene que juzgarlos en su momento y en su época para
comprender la inmensa deuda que el país tiene con esos hom-
bres.

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Ese país que empieza a transformarse seguía siendo el
viejo país rural, pero ya habían empezado a darse síntomas de
que comenzaban unos cambios profundos.

En los años finales del gobierno del General Gómez se


tomaron dos medidas que fueron el anuncio de que empezaba
un cambio. Una fue los subsidios al café y al cacao decreta-
dos porel Estado. Venezuela había vivido del café y del cacao
toda su vida, y esa era la primera vez que el café y el cacao no
sostenían a Venezuela, sino que el Gobierno de Venezuela
sostenía al café y al cacao.

La otra fue el establecimiento de un sistema de cambios


diferenciales, que fue lo que se llamó "Convenio Tinaco",
porque, ante la plétora de dólares que la actividad petrolera
lanzaba sobre el país y la incapacidad de la economía venezo-
lana de absorberlos, se corría el riesgo de que el bolívar se
fuera valorizando cada vez más frente al dólar hasta llegar a
unos niveles que harían totalmente imposible las expor-
taciones tradicionales. Se hizo ese primer convenio por el cual
no ingresaba al mercado de divisas del país sino la parte que
la actividad normal podía absorber y el resto se esterilizaba en
el Tesoro nacional en forma de oro.

Este proceso de cambio se va a acelerar. La industria pe-


trolera provocará una situación sui generis que tiene similitud
en pocos países, y es que, contra lo que era normal y había
pasado en Venezuela toda la vida, en 1ugar del Estado vivir del
país, el país comenzó a vivir del Estado. Esa es una alteración
profunda, es decir, la capacidad de gastos de los gobiernos
venezolanos. El Estado recibía, por la situación legal del
petróleo, la inmensa mayoría de ese flujo y se convertía, de

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ese modo, en el gran dispersador, en el gran promotor, el gran
agente de cambio y la fuente mayor de riqueza. Esa experien-
cia se fue acentuando y llegó a su apogeo cuando hubo el
primer disparo hacia arriba de los precios del petróleo en
1973, y luego en los diferentes escalones de alza que llevaron
aquella sustancia que nunca valió más de 2 dólares por barril
a valer 7 dólares, 14 dólares, 34 dólares. Toda esta suma in-
mensa llegaba a manos del Estado y el Estado la dispensaba.
El Estado se convertía de este modo en el dispensador de la
riqueza nacional, en el motor, en el director eminente de todo
el desarrollo social del país. Todo dependía de él, todo venía
de él. Era un Estado independiente de la nación, y lo sigue
siendo.

Cuando vemos en la perspectiva de los años nos damos


cuenta de cosas de una magnitud aterradora: de la muerte de
Gómez a hoy, la población venezolana no ha aumentado ni
siete veces, de dos millones y medio de habitantes a los die-
cisiete millones que dicen tenemos hoy, pero el gasto público
creció no cien veces, ni mil veces, sino cinco mil veces.

Era imposible que un torrente de dinero de esa magnitud


cayera sobre un organismo económico que no estaba en ca-
pacidad no sólo de digerirlo y absorberlo, sino muchísimo
menos de asimilarlo, sin originar las deformaciones más
monstruosas. Era un torrente desbordado que no dirigía nadie
y que daba, a quien tenía el poder, la posibilidad infinita de
hacer bien, de hacer mal, de acertar y de errar.

Esa ha sido la historia de estos años. En estos años de


historia ocurrieron muchas cosas que vale la pena examinar.
Ese inmenso torrente de riqueza produjo como primer resul-

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tado el crecimiento hipertrófico y monstruoso del Estado, de
aquel gobierno de ocho o nueve Ministros, donde no existía
ningún instituto autónomo, se pasó al otro extremo en que se
cuentan por centenares las empresas del Estado. El gobierno
se hizo inmenso, hipertrófico, monstruoso y, por lo tanto, se
hizo incoherente, inabarcable, contradictorio e ineficiente. Es
imposible que un presidente de la República pueda manejar
directa y eficazmente veintiocho Ministerios, pueda manejar
los infinitos institutos autónomos y empresas del Estado que,
más o menos, dependen directamente de él. Fatalmente están
condenados a la inconexión, a la contradicción, es más, están
también condenados a la ineficiencia y, además, son posibili-
dades ciertas y tentadoras de toda clase de corrupciones.

Hace un momento Tomás Enrique Carrillo Batalla recor-


daba lo que algunos han dicho, "que yo he tenido contradic-
ciones". A mí no me asusta tener contradicciones, me asus-
taría no tenerlas porque significaría que he sido un fanático
toda mi vida, un dogmático que ha vivido de espaldas a la
realidad. Vivir es cambiar, vivir es transformarse, lo saben los
geólogos, los naturalistas y los que hemos vivido largos años.

Pero no creo que he tenido contradicción. Cuando yo de-


fendía la intervención del Estado en Venezuela era porque se
le negaba al Estado todo derecho de intervenir en la economía,
y eso no lo puede admitir nadie, primero porque el Estado
tenía que desempeñar allí un papel moderador. Cuando yo he
protestado contra el capitalismo de Estado y la intervención
es porque del nivel justo y necesario se ha pasado a un vicio.
No me estoy contradiciendo. Yo he estado a favor de una
cierta intervención del Estado y he estado en contra de otra.
Creo que eso es lo saludable, lo justo y lo útil.

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Ese Estado supercapitalista ha destinado los recursos ma-
yores del país a ese monstruo insaciable que han sido las em-
presas del Estado. Algunas veces he tratado de averiguar, con
la ayuda de hombres muy capaces, el monto de lo que ha
sacrificado Venezuela en recursos a ese monstruo del aparato
estatal, del inmenso complejo burocrático de las empresas del
Estado.No lo sabe nadie. Hay apenas estimaciones. Y estoy
seguro de que el día que se haga un inventario y una cuenta a
fondo va a provocar una situación de asombro porque la ma-
yor parte de esos inmensos recursos se los ha comido ese tipo
de inversión y esa manera de entender el papel del Estado en
el país.

¿Cuál ha sido el balance de esa política? Lo estamos


viendo. Hemos tenido que hacer el balance todos, estamos
presenciando en este momento que, después de casi treinta
años en que llovieron sobre el país centenares de millares de
millones de dólares, Venezuela presenta un cuadro aterrador,
más de la mitad de la población vive en pobreza crítica, los
servicios no funcionan, la salud es deficiente, la escuela es
inaceptable, no existe nada que se parezca a un plan de vi-
vienda, en tomo a nuestras ciudades se ha ido acumulando una
población marginal gigantesca, nacional e importada, impor-
tada por la corrupción, lo cual es peor todavía. Hace mucho
tiempo que Caracas dejó de ser una ciudad, y no lo podrá ser
ya más nunca. La proliferación de esas barriadas miserables
de las que deriva en gran parte la inseguridad, la terrible
situación delictiva en que vivimos, ha ido creciendo no so-
lamente sin que se tratara de dirigirla y encauzarla, sino fo-
mentándola alegremente porque algunas gentes -en cuya
mente no quiero entrar- pensaban que eso daba votos. Esto
nos ha llevado a la situación en que estamos. El país colapsó.
No sólo dilapidamos esos inmensos recursos, con los cuales

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se ha podido hacer otro país, sino que encima nos ingeniamos
para endeudarnos, para contraer una inmensa deuda exterior
que no tiene justificación alguna.

Ante este cuadro el país no puede cruzarse de brazos y re-


signarse a perecer lentamente, a desintegrarse, a perder rumbo,
a renunciar a su posibilidad de ser grande porque, señores,
este país sigue siendo uno de los países más ricos del mundo
si comparamos el potencial de sus recursos con el número de
su población. Sería necesario enmendar los errores funda-
mentales que nos han llevado a este balance horrible, que des-
pués de haber recibido todos esos recursos inmaginables te-
nemos un cuadro de atraso, de marginalidad, de pobreza, de
ineficiencia y de corrupción totalmente inaceptable.

Muchas cosas se podrían hacer. Hace algún tiempo tuve el


honor, en unión de un grupo de venezolanos muy distingui-
dos, de dirigirle al señor Presidente de la República, a los Se-
nadores y Diputados y a los Partidos Políticos con represen-
tación en el Parlamento, un documento en el que se planteaba
la necesidad de unas reformas inaplazables. Esa reforma era
de distinto carácter. En primer lugar, había la necesidad de
transformar el sistema. En buena parte esos males vienen de
que en este momento en Venezuela, fuera del Presidente de la
República, nadie representa a nadie, nadie tiene manera de
hacer valer su opinión ni su criterio para elegir quien lo vaya
a representar.

Los Diputados y Senadores representan sólo a Partidos


Políticos, yo no tengo nada contra los Partidos Políticos, creo
que en una democracia son necesarios, pero la representa-
tividad no existe y esa es una falla grave.

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Luego tenemos el monstruoso crecimiento del aparato del
Estado, es necesario redimensionarlo, hay que reducir los
Ministerios a las grandes áreas de la actividad nacional ma-
nejables por un Presidente, comprensibles y abarcables, coor-
dinadas, integradas y compenetradas.

Es necesario dar independencia verdadera al Poder Judi-


cial. No podemos seguir presenciando esta absurda situación
en la que los Partidos Políticos presentan candidatos a jueces,
candidatos a rectores de universidades, candidatos a presi-
dentes de colegios profesionales, como si se tratase de puestos
meramente políticos. Hay que darle independencia al Poder
Judicial porque, como decía Montesquieu: "Donde no hay
justicia independiente no hay libertad".

El Presidente de la República, señor Carlos Andrés Pérez,


al asumir su alta magistratura, desconcertó al país con un ges-
to valiente y promisorio. Denunció la situación en que estaba
el país, la imposibilidad de seguir con este falso modelo rui-
noso que ya no podía sostenerse, la necesidad de sincerar la
economía, de sincerar la política, de redimensionar el Estado,
de redimensionar el gobierno, de echar las bases para que el
país diera de sí y creciera de sí. Fue un gran gesto, muy va-
liente. Desde luego hay quien puede estar de acuerdo con una
u otra medida pero el hecho hay que reconocerlo, fue el primer
Presidente de Venezuela de todo este lapso que ante el país
confiesa que se va por mal camino y que es necesario rec-
tificar.

Lamentablemente el Presidente de la República es un


político y no podía hacer otra cosa, y el pequeño juego político

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de los intereses creados que está muy asociado con todo este
aparto del Estado y que es una fuente directa de corrupción no
recibió esto de buen grado y ha tratado de desviarlo, de de-
tenerlo, y estamos en un momento en que podríamos decir que
se va a perder este esfuerzo y que esta oportunidad, que tal vez
sea la última que tiene Venezuela, se pierda. ¿Por qué se va a
perder? Porque para llevarlo adelante no basta con la voluntad
de un Presidente de la Repúbica, sino que habría que tener un
gobierno que representara de verdad a la nación y no sola-
mente a los Partidos Políticos de muy tenue representati-
vidad.

Es necesario hacer todo esto y hacerlo pronto, hay que dar


un duro ejemplo desde arriba y no se está dando, hay que
exigir a los venezolanos y decirles, recordando la frase del
Presidente Kennedy, "no preguntes qué puede hacer tu país
por tí, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país". Estoy se-
guro que va a haber respuesta positiva porque hay mucha
gente ansiosa, angustiada, indignada ante el espectáculo de la
corrupción, de la ineptitud, de la incapacidad, del trapicheo
político, y que estarían dispuestos a hacer mucho.

La hora ha sonado en este país para que el señor Presidente


de la República reconsidere la dirección y llame a constituir
un gobierno no de coalición de partidos, sino de represen-
tación nacional en los factores esenciales, y pedirle al pueblo
venezolano un sacrificio, y hay que castigar el crimen del
peculado, hay que mandar a El Dorado a tanto malandrín que
se exhibe insolientemente ante los ojos de los demás, y hay
que hacer lo que decía Simón Rodríguez, "declarar la nación
en noviciado", porque tenemos que entrar en noviciado todos
si queremos comenzar una vida nueva y si queremos hacer el

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país que nos está ofrecido por las circunstancias y recursos
que tenemos.

Esto es en esencia lo que quería decir, era lo que tenía que


decir, porque el hombre que durante más de cincuenta años ha
luchado por esto, que ha escrito lo que ha sido recogido ahora
en estos libros, no podía venir aquí a decir un discurso de
cortesía o de cortesanía, tenía que venir a decir las angustias
que pesan sobre mi corazón de venezolano y, por habérmelo
permitido, les estoy profundamente agradecido.

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