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DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Y POBREZA

Presentación del Presbítero


Claudio María Solano Cerdas
en el Panel Referido al
Combate a la Pobreza en Costa Rica

ACADEMIA DE CENTROAMERICA

26 Octubre, 2005
Introducción

La pobreza es tan antigua como el género humano; es el polo opuesto de la


riqueza. A lo largo de la historia la confrontación de intereses entre pobres y ricos
ha provocado toda clase de acontecimientos que, pese a los avances en favor
de los menos favorecidos, no han logrado modificar sustancialmente la situación
de desigualdad en que vive la mayor parte de la población mundial. Aunque los
estudios en su gran mayoría centran su atención en los estratos más pobres de la
población, entre ricos y pobres se acomoda la llamada clase media, que se debate
permanentemente entre el dilema de ascender en la escala social o de caer al
precipicio de la pobreza. Esto es especialmente notorio en épocas de crisis, cuando
el Estado descarga sobre la clase media el mayor peso del reajuste fiscal.

La pobreza depende del desarrollo relativo alcanzado por determinada región o país.
Así, tanto el carácter como la magnitud de la pobreza en los llamados países en
desarrollo difiere, aún para una misma categoría, cuantitativa y cualitativamente en
los países más avanzados. Igualmente, dentro del grupo de los primeros la pobreza
no se presenta con la misma intensidad; así, la pobreza en los países africanos y
asiáticos reviste características cercanas a la miseria, incluso a la miseria absoluta,
como en el caso de Asia Meridional y Norte del África. En otras regiones, como
América Latina, la pobreza es menos pobre. Es decir, sin que se logre satisfacer
plenamente las necesidades de un alto porcentaje de la población, la pobreza aquí
no alcanza el dramatismo de otras latitudes.


Aproximación Conceptual

Definición de pobreza.

Nada más difícil que definir el concepto de pobreza, pues esta involucra múltiples
factores determinantes, los cuales varían dependiendo las circunstancias de cada
país, región o época. Para entender mejor la naturaleza de la pobreza es necesario
conocer, así sea groso modo, los diferentes enfoques que existen sobre la misma y
que reflejan, de una u otra manera, determinados intereses que son respaldados por
los respectivos planteamientos teóricos o técnicos. Por eso no siempre coinciden
los enfoques de pobreza manejados por los organismos internacionales de crédito,
como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y los expresados por
instituciones como la CEPAL, el PNUD, o por las diferentes ONGs, organizaciones
políticas y sindicales e investigadores independientes.

Según el Banco Mundial la pobreza es hambre; es la carencia de protección; es estar


enfermo y no tener con qué ir al médico; es no poder asistir a la escuela, no saber
leer, no poder hablar correctamente; no tener un trabajo; es tener miedo al futuro,
es vivir al día; la pobreza es perder un hijo debido a enfermedades provocadas por
el uso de agua contaminada; es impotencia, es carecer de representación y libertad
(WORLD BANK, 2000b).

En otro documento la entidad define la pobreza como “un fenómeno multidimensional,


que incluye incapacidad para satisfacer las necesidades básicas, falta de control
sobre los recursos, falta de educación y desarrollo de destrezas, deficiente salud,
desnutrición, falta de vivienda, acceso limitado al agua y a los servicios sanitarios,
vulnerabilidad a los cambios bruscos, violencia y crimen, falta de libertad política y
de expresión” (THE WORLD BANK GROUP,1999: 2).

De acuerdo con la CEPAL, “La noción de pobreza expresa situaciones de carencia


de recursos económicos o de condiciones de vida que la sociedad considera
básicos de acuerdo con normas sociales de referencia que reflejan derechos
sociales mínimos y objetivos públicos. Estas normas se expresan en términos tanto
absolutos como relativos, y son variables en el tiempo y los diferentes espacios
nacionales” (CEPAL, 2000a: 83).

En términos monetarios la pobreza significa la carencia de ingresos suficientes con


respecto al umbral de ingreso absoluto, o línea de pobreza, “que corresponde al
costo de una canasta de consumo básico”. Relacionada con la línea de pobreza
está la línea de indigencia, para la cual el umbral de ingresos apenas alcanza para
satisfacer los requerimientos nutricionales básicos de una familia.

La conceptualización de la pobreza a partir de los niveles de ingreso no permite


explicar el acceso efectivo a los bienes y servicios fundamentales, ni a la capacidad
de elección por parte del consumidor y, por lo tanto, “revela sólo parcialmente el
impacto de la disponibilidad monetaria sobre el bienestar, aunque se supone que el
ingreso permite satisfacer las necesidades fundamentales” (CEPAL, 2000a: 83).

De otra parte, “la disponibilidad de ingresos de la mayor parte de la población está


directamente relacionada con los activos que posee y, en particular, con el capital
humano remunerado, incluso si el ingreso no proviene del pago de salarios como
en el caso de los empleos por cuenta propia”. Debido a esto, la carencia de
ingresos suficientes “está asociada a la carencia del capital humano necesario
para acceder a ciertos empleos”, o a la falta de “capital financiero, tierra y
conocimientos gerenciales y tecnológicos para desarrollar una actividad
empresarial” (CEPAL, 2000a: 83).


En contra del enfoque de la pobreza basada solamente en los niveles de ingreso
se manifestaron los países más desarrollados en la cumbre de los ocho, celebrada
en Okinawa.

Allí se afirmó que la pobreza “va más allá de la carencia de ingresos”, pues
esta es de carácter multidimensional e incluye lo económico, lo social y lo
gubernamental. “Económicamente los pobres están privados no solo de ingreso y
recursos, sino también de oportunidades. Los mercados y los empleos a menudo
son de difícil acceso debido a las bajas capacidades y a la exclusión social y
geográfica. La poca educación afecta las posibilidades de conseguir empleo y
de acceder a información que podría contribuir a mejorar la calidad de sus vidas.
La asistencia sanitaria y los servicios de salud insuficientes, más la inadecuada
nutrición, limitan las posibilidades de trabajar y realizar su potencial físico y mental”
La anterior situación se complica aún más “debido a la estructura de sociedades e
instituciones que tienden a excluir a los pobres de su participación en la toma de
decisiones sobre los direccionamientos del desarrollo económico y social” (Global
Poverty Report, 2000: 3).

Otra definición de la pobreza está relacionada con el grado de satisfacción de las


llamadas necesidades básicas, consideradas universales y que comprenden “una
canasta mínima de consumo individual o familiar (alimentos, vivienda, vestuario,
artículos del hogar), el acceso a los servicios básicos (salud y educación, agua
potable, recolección de basura, alcantarillado, energía y transporte público), o
ambos componentes”. A partir de lo anterior “la pobreza y su magnitud dependen
del número y las características de las necesidades básicas consideradas.” Por
su carácter generalmente discreto los índices de necesidades básicas “presentan
limitaciones para estimar la dispersión de la pobreza, porque tienden a igualar a
quien está apenas cerca del límite con quien se encuentra mucho más alejado”
(CEPAL, 2000a: 83).


Hacia un enfoque más humano de la pobreza

Un enfoque más complejo de pobreza es el que propone el premio Nóbel de


Economía, Amartya Sen, para quien la pobreza es ante todo la privación de las
capacidades y derechos de las personas. Es decir, en palabras de Sen, se trata
de la privación de las libertades fundamentales de que disfruta el individuo
“para llevar el tipo de vida que tiene razones para valorar” (Sen, 2000:114).
Desde este punto de vista, “la pobreza debe concebirse como la privación
de capacidades básicas y no meramente como la falta de ingresos, que es el
criterio habitual con el que se identifica la pobreza” (Sen, 2000:114).

Esto no significa un rechazo a la idea de que la falta de ingreso sea una de las
principales causas de la pobreza, pues “la falta de renta puede ser una importante
razón por la que una persona está privada de capacidades” (Sen, 2000:114). No
obstante, como lo enfatiza el autor, “lo que hace la perspectiva de las capacidades
en el análisis de la pobreza es contribuir a comprender mejor la naturaleza y las
causas de la pobreza y la privación, trasladando la atención principal de los medios
(y de determinado medio que suele ser objeto de una atención exclusiva, a saber, la
renta) a los fines que los individuos tienen razones para perseguir y, por lo tanto, a
las libertades necesarias para poder satisfacer estos fines”(Sen, 2000:117). Según
el autor, solo así “podemos comprender mejor la pobreza de las vidas humanas y
las libertades a partir de una base de información diferente (que implica un tipo de
estadísticas que la perspectiva de la renta tiende a dejar de lado como punto de
referencia para analizar la política económica y social)” (Sen, 2000:37).

El autor trae varios ejemplos que ilustran esta afirmación. Por ejemplo, “ser
relativamente pobre en un país rico puede ser una gran desventaja desde el punto
de vista de las capacidades, incluso cuando la renta es alta según los parámetros
mundiales”, pues “se necesita más renta para comprar suficientes bienes que
permitan lograr las mismas funciones sociales”(Sen, 2000: 116). Igualmente, “la
mejora de la educación básica y de la asistencia sanitaria no sólo aumenta la calidad
de vida directamente sino también la capacidad de una persona para ganar una


renta y librarse, asimismo, de la pobreza de renta”, por eso, “cuanto mayor sea la
cobertura de la educación básica y de la asistencia sanitaria, más probable es
que incluso las personas potencialmente pobres tengas más oportunidades
de vencer la miseria” (Sen, 2000: 118).

Para Sen importa más la calidad de vida que la cantidad de bienes y servicios a
que puedan acceder las personas. Su análisis se fundamenta “en las capacidades
o potencialidades de que disponen los individuos para desarrollar una vida digna,
e incorpora los vacíos en los procesos de distribución y de acceso a los recursos
privados y colectivos”, de ahí que el bienestar no se identifica con los bienes y
servicios, ni con el ingreso, sino con la adecuación de los medios económicos
con respecto a la propensión de las personas a convertirlos en capacidades para
funcionar en ambientes sociales, económicos y culturales particulares”(CEPAL,
2000a: 83).

Al hablar de capacidades Sen se refiere a “las combinaciones alternativas que


una persona puede hacer o ser: los distintos funcionamientos que puede lograr”.
Se trata de evaluar a la persona “en términos de su habilidad real para lograr
funcionamientos valiosos como parte de la vida”.

Cuando la evaluación se refiere a la totalidad de la sociedad, a la ventaja social, se


toma el conjunto de las capacidades individuales, “como si constituyeran una parte
indispensable y central de la base de información pertinente de tal evaluación”
(Sen).

En cuanto a los funcionamientos, el autor considera que estos “representan partes


del estado de una persona: en particular, las cosas que logra hacer o ser al vivir. La
capacidad de una persona refleja combinaciones alternativas de los funcionamientos
que ésta pueda lograr, entre los cuales puede elegir una colección” (Sen). Estos
funcionamientos pueden ser elementales como estar adecuadamente nutrido, tener
buena salud, etc., a los cuales “podemos darles evaluaciones altas, por razones
obvias”, o más complejos, aunque “ampliamente apreciados como para alcanzar
la auto dignidad o integrarse socialmente”, como por ejemplo, “la habilidad para


estar bien nutrido y tener buena vivienda, la posibilidad de escapar de la morbilidad
evitable y de la mortalidad prematura, y así sucesivamente”(CEPAL, 2000a: 83).

La pobreza tiene que ver también con fenómenos como la exclusión social, la cual
involucra aspectos sociales, económicos, políticos y culturales, enmarcados en
“cuatro grandes sistemas de integración social: el sistema democrático y jurídico, el
mercado de trabajo, el sistema de protección social, y la familia y la comunidad.” Como
señala el informe de la CEPAL, “la exclusión se plasma en trayectorias individuales
en las que se acumulan y refuerzan privaciones y rupturas, acompañadas de
mecanismos de rechazo, que en muchos casos son comunes a grupos de personas
que comparten cierta característica (de género, étnica, religiosa)” (CEPAL, 2000a:
83-84). Es el caso de la discriminación a que son sometidas las minorías étnicas,
las mujeres y los trabajadores extranjeros, la cual se manifiesta en el desempeño
de ciertos oficios, la inmovilidad social y la baja remuneración salarial.

Otro enfoque de la pobreza es el de la llamada pobreza humana, propuesto por


el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este enfoque se
refiere a la privación en cuanto a tener una vida larga y saludable; poder acceder
al conocimiento; alcanzar un nivel de vida decente y a acceder a la participación.
Este concepto se diferencia de la definición de pobreza de ingreso, que parte de
la privación de un solo factor: el ingreso, “ya sea porque se considera que ese es
el único empobrecimiento que interesa o que toda privación puede reducirse a un
denominador común”. De acuerdo con el PNUD, “el concepto de pobreza humana
considera que la falta de ingreso suficiente es un factor importante de privación
humana, pero no el único”, y que por lo tanto no todo empobrecimiento puede
reducirse al ingreso. “Si el ingreso no es la suma total de la vida humana, la
falta de ingreso no puede ser la suma total de la privación humana” (PNUD,
2000: p.17).


Pobreza y desarrollo humano

Para el PNUD esta definición de pobreza está estrechamente ligada al concepto de


desarrollo humano, el cual es entendido como un proceso de ampliación de las
opciones de la gente, a través del aumento de sus funciones y capacidades. “De
esta manera el desarrollo humano refleja además los resultados de esas funciones
y capacidades en cuanto se relacionan con los seres humanos. Representa un
proceso a la vez que un fin.

En todos los niveles del desarrollo las tres capacidades esenciales consisten en
que la gente viva una vida larga y saludable, tenga conocimientos y acceso a
recursos necesarios para un nivel de vida decente. Pero el ámbito del desarrollo
humano va mucho más allá: otras esferas de opciones que la gente considera en
alta medida incluyen la participación, la seguridad, la sostenibilidad, las garantías
de los derechos humanos, todas necesarias para ser creativo y productivo y para
gozar de respeto por sí mismo, potenciación y una sensación de pertenecer a una
comunidad. En definitiva, el desarrollo humano es el desarrollo de la gente, para
la gente y por la gente”. Como se puede observar, la influencia seniana en esta
definición es obvia (PNUD, 2000: p.17).

Igualmente, el concepto de pobreza está relacionado con los derechos humanos,


en la medida en que facultan a los pobres para que reivindiquen sus derechos
económicos y sociales: alimentos, vivienda, educación, atención de salud, un
trabajo digno y adecuadamente remunerado, seguridad social y participación en
la toma de decisiones. “Esos derechos los facultan para exigir que se les rindan
cuentas por la prestación de buenos servicios públicos, por políticas públicas en
favor de los pobres y por un proceso participativo transparente abierto a que se
escuchen sus opiniones.

Esto impulsa una política pública dinámica en favor del desarrollo equitativo y el
desarrollo humano acelerado” (PNUD, 2000:86).


Pobreza...más que un problema económico, un problema ético

El problema de la pobreza tiene implicaciones éticas, económicas y políticas. La


pobreza es una brutal negación de los derechos humanos y ello elimina la errónea
noción de que el bienestar social, la educación, la salud y el empleo son favores o
actos de caridad de los gobiernos y de los organismos internacionales, en beneficio
de los pobres. La pobreza niega libertades, capacidades, derechos y oportunidades
a las personas para tener una vida larga, creativa y sana, adquirir conocimientos,
tener libertad, dignidad y respeto por sí mismas. 

Una sociedad sumergida en el desasosiego, la desesperanza y la inseguridad, es


un factor que compromete seriamente la estabilidad democrática. La democracia
no puede afianzarse mientras grandes sectores sean excluidos de la economía y
la sociedad. Si la institucionalidad democrática no tiene como pilar fundamental
promover y dar sostenibilidad al bienestar social, no tendrá las condiciones
necesarias para alcanzar un desarrollo económico sostenible. Es bien sabido y
ustedes conocen de este tema que, la desigualdad atenta contra el crecimiento
económico al reducir los mercados internos, generar incertidumbres y alejar los
capitales y créditos.

Para reducir la pobreza no basta confiar en el crecimiento económico y el mecanismo


del mercado. Hace falta una estructura equitativa de distribución del ingreso y
políticas sociales bien concebidas y diseñadas para que el bienestar llegue a todos.
El crecimiento económico coadyuva al desarrollo humano y no es un fin en
sí mismo. Está demostrado que éste no conduce automáticamente al desarrollo
humano ni a la eliminación de la pobreza. Los países que tienen altos ingresos per
cápita, a menudo bajan de posición cuando se les clasifica por el índice de desarrollo
humano. Sin importar que sean ricos o pobres, existen disparidades dentro de los
mismos países, que se hacen visibles cuando se evalúa por separado el desarrollo
humano de las poblaciones indígenas y las minorías étnicas. La pobreza es la
forma predominante de exclusión, pero todas las discriminaciones, la cultural,
la étnica, la de género, la política, se acompañan generalmente de privaciones
socioeconómicas.

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En otros ámbitos la pobreza se plantea como un problema moral, más que económico.
“La teoría económica contempla solamente aquellas interacciones humanas que
involucran el intercambio monetario y de bienes; de hecho ignora gran parte de la
existencia humana. La economía no tiene en cuenta el amor, la familia, la cultura,
la salud, la espiritualidad, el medio ambiente o cualquier otra cosa que haga la vida
rica y significativa” (WORLD FAITHS DEVELOPMENT COUNCIL,1999).

Al respecto Amartya Sen señala que “la economía moderna ha sido sustancialmente
empobrecida por la creciente brecha entre la economía y la ética” (PANOS,2000).

Como se ha podido observar, la definición de pobreza no es tarea fácil. No obstante,


todo parece apuntar a que la pobreza es una categoría multidimensional y por
que lo tanto no se la puede abordar desde un solo ángulo, sino que debe
ser planteada como un problema complejo que involucra factores de índole
económica, social, cultural, moral, política e incluso natural, como es el caso
de los desastres naturales, así como también el desplazamiento forzoso de la
población debido a las guerras intestinas, que anualmente empobrecen a millones
en el mundo. En este sentido, las políticas encaminadas a disminuir la pobreza,
deben igualmente ser de carácter integral, centrando su atención no solo en
el mejoramiento material de las personas sino también en el desarrollo real de
sus capacidades, así como en el fortalecimiento de sus derechos.

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Doctrina Social de la Iglesia y Pobreza

El desafio ético del desarrollo

“Como entonces, hay que repetir que no existe verdadera solución para la «cuestión
social» fuera del Evangelio y que, por otra parte, las «cosas nuevas» pueden hallar
en él su propio espacio de verdad y el debido planteamiento moral”. (CA,5)

“Si la situación actual hay que atribuirla a dificultades de diversa índole, se debe
hablar de « estructuras de pecado », las cuales —como ya he dicho en la Exhortación
Apostólica Reconciliatio et paenitentia— se fundan en el pecado personal y, por
consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas, que las
introducen, y hacen difícil su eliminación. Y así estas mismas estructuras se
refuerzan, se difunden y son fuente de otros pecados, condicionando la conducta
de los hombres”. (SRS,36)

“«Ahora bien la Iglesia, cuando habla de situaciones de pecado o denuncia como


pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos colectivos de grupos
sociales más o menos amplios, o hasta de enteras Naciones y bloques de Naciones,
sabe y proclama que estos casos de pecado social son el fruto, la acumulación y la
concentración de muchos pecados personales. Se trata de pecados muy personales
de quien engendra, favorece o explota la iniquidad; de quien, pudiendo hacer algo
por evitar, eliminar, o, al menos limitar determinados males sociales, omite el hacerlo

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por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapada o por indiferencia; de
quien busca refugio en la presunta imposibilidad de cambiar el mundo; y también de
quien pretende eludir la fatiga y el sacrificio, alegando supuestas razones de orden
superior. Por lo tanto, las verdaderas responsabilidades son de las personas. Una
situación como una institución, una estructura, una sociedad no es, de suyo, sujeto
de actos morales; por lo tanto, no puede ser buena o mala en sí misma»” (Exhort.
Apost. Reconciliatio et paenitentia ( 2 de diciembre de 1984), 16:)

“«Pecado» y «estructuras de pecado», son categorías que no se aplican


frecuentemente a la situación del mundo contemporáneo. Sin embargo, no se
puede llegar fácilmente a una comprensión profunda de la realidad que tenemos
ante nuestros ojos, sin dar un nombre a la raíz de los males que nos aquejan.

Se puede hablar ciertamente de « egoísmo » y de « estrechez de miras ». Se puede


hablar también de « cálculos políticos errados » y de « decisiones económicas
imprudentes ». Y en cada una de estas calificaciones se percibe una resonancia
de carácter ético-moral. En efecto la condición del hombre es tal que resulta difícil
analizar profundamente las acciones y omisiones de las personas sin que implique,
de una u otra forma, juicios o referencias de orden ético”. (SRS,36)

“He creído oportuno señalar este tipo de análisis, ante todo para mostrar cuál es la
naturaleza real del mal al que nos enfrentamos en la cuestión del desarrollo de los
pueblos; es un mal moral, fruto de muchos pecados que llevan a «estructuras de
pecado». Diagnosticar el mal de esta manera es también identificar adecuadamente,
a nivel de conducta humana, el camino a seguir para superarlo”. (SRS,37)

“Se observará así inmediatamente, que las cuestiones que afrontamos son ante todo
morales; y que ni el análisis del problema del desarrollo como tal, ni los medios para
superar las presentes dificultades pueden prescindir de esta dimensión esencial”.
(SRS,41)

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Lucha contra la pobreza
“Al comienzo del nuevo milenio, la pobreza de miles de millones de hombres y
mujeres es “la cuestión que, más que cualquier otra, interpela nuestra conciencia
humana y cristiana”.

La pobreza manifiesta un dramático problema de justicia: la pobreza, en sus diversas


formas y consecuencias, se caracteriza por un crecimiento desigual y no reconoce
a cada pueblo el “igual derecho a sentarse a la mesa del banquete común”.

Esta pobreza hace imposible la realización de aquel humanismo pleno que la Iglesia
auspicia y propone, a fin de que las personas y los pueblos puedan “ser más”y vivir
en “condiciones más humanas”.

La lucha contra la pobreza encuentra una fuerte motivación en la opción o amor


preferencial de la Iglesia por los pobres. En toda su enseñanza social, la Iglesia no
se cansa de confirmar también otros principios fundamentales: primero entre todos,
el destino universal de los bienes.

Con la constante reafirmación del principio de la solidaridad, la doctrina social insta


a pasar a la acción para promover “el bien de todos y cada uno, para que todos
seamos verdaderamente responsables de todos”.

El principio de solidaridad, también en la lucha contra la pobreza, debe ir siempre


acompañado oportunamente de la subsidiaridad, gracias al cual es posible estimular
el espíritu de iniciativa, base fundamental de todo desarrollo socioeconómico, en
los mismos países pobres: a los pobres se les debe mirar “no como un problema,
sino como los que pueden llegar a ser sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y
más humano para todo el mundo”.”(Comp. DSI, 449)

““Los millones de personas amenazadas en su misma existencia por estar


privadas...” “...exigen la atención de la comunidad internacional, pues tenemos el
deber de atender a nuestros hermanos. De hecho, el hambre no sólo depende

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de situaciones geográficas y climáticas o de circunstancias desfavorables...”
“También es provocada por el mismo hombre y por su egoísmo, que se traduce en
carencias de organización social, en la rigidez de las estructuras económicas que
con demasiada frecuencia sólo buscan la ganancia, e incluso en prácticas que van
contra la vida y en sistemas ideológicos que reducen a la persona, privada de su
dignidad fundamental, a un mero instrumento.”

“El auténtico desarrollo mundial, organizado e integral, deseable por todos, exige más
bien conocer de manera objetiva las situaciones humanas, discernir las auténticas
causas de la miseria, y ofrecer respuestas concretas, teniendo por prioridad una
formación adecuada de las personas y comunidades.”

“El progreso técnico sólo será auténticamente eficaz si encuentra su lugar en una
perspectiva más amplia, en la que el hombre ocupa el centro, con la preocupación
de tener en cuenta al conjunto de sus necesidades y aspiraciones, pues, como
dice la Escritura: “ no sólo de pan vive el hombre”( Deuteronomio 8,3; Mateo 4,4 ).
Esto permite a cada pueblo recurrir a su patrimonio de valores para compartir sus
propias riquezas espirituales y materiales en beneficio de todos.”

“Los ambiciosos y complejos objetivos...sólo podrán alcanzarse si la protección de


la dignidad humana, origen y fin de los derechos fundamentales, se convierte en
el criterio que inspira y orienta todos los esfuerzos”.” (Benedicto XVI, Mensaje al
Director General de la FAO, ONU: Jacques Diouf. 12 de octubre. 2005)

Un desarrollo integral y solidario


“Una de las tareas fundamentales de los agentes de la economía internacional
es la consecución de un desarrollo integral y solidario para la humanidad, es
decir, “promover a todos los hombres y a todo hombre”. Esta tarea requiere una
concepción de la economía que garantice, a nivel internacional, la distribución
equitativa de los recursos y responda a la conciencia de la interdependencia
– económica, política y cultural– que ya une definitivamente a los pueblos entre sí y

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les hace sentirse vinculados a un único destino. Los problemas sociales adquieren,
cada vez más, una dimensión planetaria. Ningún Estado puede por sí solo afrontarlo
y resolverlos. Las actuales generaciones experimentan directamente la necesidad
de la solidaridad y advierten concretamente la importancia de superar la cultura
individualista. Se registra cada vez con mayor amplitud la exigencia de modelos
de desarrollo que no prevean sólo “de elevar a todos los pueblos al nivel del que
gozan hoy los países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida
más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona,
su capacidad de responder a la propia vocación y, por tanto, la llamada de Dios”.”
(Comp. DSI, 373)

“Un desarrollo más humano y solidario ayudará también a los mismos países
ricos. Estos países “advierten a menudo una especie de extravío existencial, una
incapacidad de vivir y de gozar rectamente el sentido de la vida, a un medio de
abundancia de bienes materiales, una alienación y pérdida de la propia humanidad
en muchas personas, que se sienten reducidas al papel de engranajes en el
mecanismo de la producción y del consumo y no encuentran el modo de afirmar la
propia dignidad de hombres, creados a imagen y semejanza de Dios”. Los países
ricos han demostrado tener la capacidad de crear bienestar material, pero a menudo
lo han hecho a costa del hombre y de las clases sociales más débiles: “no se puede
ignorar que las fronteras de la riqueza y de la pobreza atraviesan en su interior
las mismas sociedades tanto desarrolladas como en vías de desarrollo. Pues, al
igual que existen desigualdades sociales hasta llegar a los niveles de miseria en
los países ricos, también, de forma paralela, en los países menos desarrollados
se ven a menudo manifestaciones de egoísmo y ostentación desconcertantes y
escandalosas”.”(Comp. DSI, 374)

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La Solidaridad:
Camino hacia el desarrollo

La noción de la solidaridad, ampliamente utilizada por el Magisterio, recuerda el


sentido etimológico de participación in solidum, y significa el conjunto de vínculos
que unen a los hombres entre sí y los impulsa a la ayuda recíproca. El fenómeno
de la socialización conlleva una interdependencia cada vez más imperiosa, a nivel
personal, asociativo, nacional e internacional; ninguna persona o comunidad puede
conseguir por sí sola los propios objetivos: las mutuas relaciones comportan un
conjunto de conexiones con influencias mutuas, siempre más intensas. De ahí
que, incluso desde un punto de vista pragmático, resulte conveniente promover
la cooperación y la ayuda recíproca. Por encima de esta razón pragmática la
interdependencia, considerada en su perfil ético, reivindica un modo de actuar
virtuoso y estable que se traduce en una conducta solidaria, extendida como tarea
concreta al servicio de los hermanos. En este sentido, la solidaridad se convierte
en el fin y en el criterio para organizar la sociedad, y es uno de los principios
fundamentales de la enseñanza social cristiana: no como simple deseo moralizante,
sino como explícita y legítima exigencia del ser humano.

La solidaridad significa promover la inalienable dignidad de toda persona – con


independencia de su raza, nivel social, ideas políticas. -, y contribuir a que se
desarrolle de modo íntegro; tiende a que todos los hombres puedan actuar en la
sociedad con la conciencia y la responsabilidad propias de la persona; y es, por
tanto, el dinamismo que vivifica y potencia las instituciones sociales, para que no
se conviertan en estructuras de pecado. La solidaridad no debe confundirse con

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“ un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o
lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse
por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, ya que todos
somos verdaderamente responsables de todos.” Aunque la solidaridad
comprende a todos los hombres, una razón de urgencia hace que la solidaridad
sea más necesaria cuanto más difíciles sean las situaciones de las personas. No
puede faltar la solidaridad con las amplias zonas de miseria y de privación que no
pueden contar con la fuerza de un asociacionismo organizado.

Solidaridad, por tanto, con la entera vida social: como todos son verdaderamente
responsables de todos, nadie puede adoptar una actitud cómoda, remisa o
destructiva del esfuerzo común. De hecho “ los problemas socioeconómicos sólo
pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: Solidaridad
de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los
empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos.
La solidaridad internacional es una exigencia del orden moral. En buena medida, la
paz del mundo depende de ella.” Así se explica que la solidaridad: no es únicamente
una “ virtud de los acomodados “, sino de todos, porque todos deben contribuir a
instaurar relaciones de hermandad universal que no consisten sólo en las ayudas
económicas, porque “ la virtud de la solidaridad va más allá de los bienes materiales”;
las donaciones son simplemente el primer escalón de la ayuda mutua.

El empeño por la solidaridad social adquiere valor y fuerza en una actitud de


solidaridad personal: “ el ejercicio de la solidaridad dentro de cada sociedad es
válido sólo cuando sus miembros se reconocen unos a otros como personas”. Esto
implica superar las tendencias al anonimato en las relaciones humanas; convertir
la “ soledad “ en “ solidaridad “, la “desconfianza” en “ colaboración “; promover la
comprensión, la confianza mutua, la ayuda fraterna, la amistad. Aún más, “ a la luz
de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revertirse de las dimensiones
específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación.

Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su


igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios

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Padre, rescatada por la Sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente
del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo
amor con que le ama al señor, y por Él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso
extremo: “dar la vida por los hermanos”.

Libertad y subsidiaridad

Íntimamente unido al criterio esbozado sobre la solidaridad, se encuentra el


principio de subsidiaridad y el derecho de iniciativa. La Iglesia lo ha profesado
continuamente: el Estado y las fuerzas sociales no deben suplantar la iniciativa, la
libertad y la responsabilidad de las personas y de los grupos sociales menores. La
misma “ experiencia nos demuestra que la negación de tal derecho o su limitación
en nombre de una pretendida “ igualdad” de todos en la sociedad, reduce o, sin
más, destruye de hecho el espíritu de iniciativa, es decir, la subjetividad creativa del
ciudadano.”. Así, la restricción – aunque sea sólo económica - de la libertad, que es
prerrogativa esencial del hombre, debilita la vida de la persona y daña todo el tejido
social. Esto ha sido evidente en el área del colectivismo marxista, pero sucede
también en países de “economía libre” altamente burocratizados.

Evidentemente la “libertad económica” será vana si no está acompañada de las


demás libertades civiles y del respeto de todos los derechos humanos, porque la
libertad o es íntegra y abarca todas las dimensiones de la persona, o no es auténtica
libertad: “ la libertad económica es solamente un elemento de la libertad humana.

Solidaridad y opción preferencial por los pobres

Como punto final de esta propuesta, el tema decisivo en la conciencia eclesial es


la opción preferencial por los pobres. Tal opción no es sino una expresión de la
solidaridad, propia de un mundo asimétrico y desigual. Quienes más necesitan de
la solidaridad son las víctimas de este mundo globalizado o los que pueden ser más
vulnerables a sus dinámicas perversas.

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En la tradición eclesial, esta opción preferencial ha sido elaborada sobre todo - ¡y
no es casualidad! – a partir de la experiencia de las iglesias del Tercer Mundo. Sus
propuestas han servido de reactivo para los creyentes y las iglesias de los países
avanzados del Norte. Estas iglesias, tan acomodadas en su mundo de bienestar,
sólo parecen preocupadas por la creciente secularización e indiferencia religiosa
en que se ven envueltas. Es más, ha sido esta interpelación la que nos ha hecho
comprender que una de las raíces de esta diferencia o del ateísmo abierto puede
estar en la falta de sensibilidad social de los creyentes y en la imagen de Dios que
esa actitud de tantos proyecta en la sociedad.

Esta opción preferencial por los pobres, que tiene profundas raíces en el Dios
liberador del Antiguo Testamento y en el Jesús que tiende su mano a los marginados
y a los excluidos de todo orden, hay que entenderla, no sólo como virtud personal,
sino también, como principio de la organización de la sociedad. Sólo en este
segundo caso llegará a traducirse en mecanismos institucionales para reducir las
desigualdades y las discriminaciones de un mundo con diferencias tan injustificadas
en pro del verdadero e integral desarrollo humano.

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