Violeta González subió con dificultad al bote en el muelle de Punucapa. Su marido,
Víctor Gallardo, la ayudó a sentarse y comenzó a remar. Surcaron el río Cruces para ir al hospital de Valdivia a esperar el nacimiento de su segundo hijo. Media hora después del zarpe, Violeta sintió fuertes contracciones y su marido debió remar de regreso. Eran las 8 de la mañana de un día nuboso y frío. Punucapa era, en 1960, una calle larga de tierra con un puñado de casas desperdigadas a ambos lados del camino, vegas sembradas con papas, arvejas y frutillas y quintas con árboles de manzanas, con que sus habitantes fabricaban la chicha que da fama a este poblado ribereño ubicado a media hora de Valdivia. En una de esas casas con vega y quinta, justo al lado de la iglesia construida en 1880, creció Violeta con sus hermanos Benito, Néctor, Rosa y Teodoro, y sus padres María Lastenia Navarro Ascencio y Venancio González Jaramillo, quien era carpintero, producía chicha y los fines de semana salía antes de las cinco de la mañana a Valdivia, en un bote construido por él mismo, para vender en la Feria Fluvial las verduras y frutas que cosechaba junto a su esposa. La casa de los González, de madera con techo de tejuelas, fue construida a principios del siglo veinte por los abuelos maternos de Violeta, Nolberto Navarro y Emilia Ascencio. En su interior había un amplio salón, dos dormitorios y un fogón en el que cocinaban tortillas de rescoldo para vender a los peregrinos que, cada 2 de febrero, llegaban a la fiesta de la Virgen de la Candelaria. El segundo hijo de Violeta, Víctor Hugo, nació en el muelle de Punucapa, al aire libre, esa mañana nubosa y fría del 22 de julio de 1960. Habían pasado dos meses exactos desde el mayor terremoto de la historia, que provocó el desborde del río Cruces y la inundación de los terrenos agrícolas de los pueblos aledaños, dando origen al santuario de la naturaleza “Carlos Anwandter”. Faltaban dos días para el Riñihuazo. 1960 fue un año difícil para los González. El 1 de mayo falleció Venancio González, el padre de Violeta. En diciembre murió Emilia Ascencio, su abuela. Y el desborde del río sumergió para siempre la huerta familiar y ahogó a sus animales. La vida era dura en Punucapa antes del terremoto: no había luz ni caminos de acceso. Después del terremoto, empeoró: no tenían agua ni dónde trabajar. Los González emigraron para huir del hambre. Quedó sólo Néctor viviendo allí. Cuando murió, hace 10 años, iniciaron los trámites legales para dividir el terreno. Una parte quedó para Violeta, otra para su hermana Rosa y la tercera para los hijos de Benito, el mayor de los hermanos González Navarro, ya fallecido. De a poco, los González comenzaron a regresar a Punucapa. Hoy viven allá Myriam, Rubén y Patricio, hijos de Benito, además de Rosa y su hija Alejandra Toledo González, quien hace 20 años donó su pelo natural para la Virgen de la Candelaria, cuando un incendio en la iglesia quemó sus ropas y cabello. Violeta tiene actualmente 87 años y vive en Valdivia. Volverá a visitar su pueblo natal apenas se recupere de una fractura en la cadera. Su hijo Víctor Hugo, el niño que nació en el muelle, es dueño de un negocio en Punucapa, llamado Verdyfrut, acrónimo de verduras y frutas, productos que cultivaban y vendían sus abuelos y los abuelos de sus abuelos cuando este poblado no era más que un puñado de casas, el río Cruces no era todavía un humedal de importancia mundial y los González no tenían de vecinos, como ahora, a los cisnes de cuello negro.