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Platón nació en Atenas el 428 a. Este año señala también una fecha decisiva en la
vida de Platón. La Cana VII, que, al reconocerse su autenticidad, se ha convertido
en el documento fundamental para la reconstrucción no sólo de la biografía, sino
de la personalidad misma de Platón, nos permite echar una mirada sobre los
intereses espirituales que dominaron esta primera parte de su vida. Cuando joven
pensaba dedicarse ha la política como él siempre quiso en ha lo largo de su vida.
El régimen de los treinta tiranos, entre los cuales contaba con parientes y
amigos, le invitó a participar en el gobierno. Entre otros hechos, mandaron a
Sócrates que fuera con otros a casa de un ciudadano para matarle, y ello para
complicar a Sócrates, de grado o por fuerza, en su política. Desde aquel
momento, Platón no cesó de meditar sobre el modo cómo sería posible mejorar la
condición de la vida política y la entera constitución del Estado, pero difirió su
intervención activa para un momento oportuno. Después de la muerte de
Sócrates, marchó a Megara, junto a Euclides y, más tarde, por lo que dicen sus
biógrafos, se fue a Egipto y a Cirene.
Su primer viaje seguro, que es también el primer acontecimiento importante de su
vida exterior, es el que hizo a Italia meridional. Viejo, tirano de Siracusa, temeroso
de los proyectos de reforma política expuestos por Platón, le hizo vender como
esclavo en el mercado de Egina.
EL PROBLEMA DE LA AUTENTICIDAD DE LOS ESCRITOS
SOCRATES Y PLATON
Frente a esta fidelidad, que nada tiene que ver con una concordancia de fórmulas
doctrinales, pero que se manifiesta en la tentativa siempre renovada de
profundizar una figura de hombre que, ante los ojos de Platón, ha personificado la
filosofía como investigación, parece muy pobre el esquema en el cual se ha
acostumbrado a encerrar la relación entre Sócrates y Platón. Veremos en seguida
que Platón no fue nunca infiel a sí mismo ni a su doctrina de las ideas. En esta y
en todo su pensamiento fue, al mismo tiempo, fiel a Sócrates. No quiso hacer más
que encontrar los supuestos lejanos de la enseñanza socrática, los principios
últimos que explican la fuerza de la personalidad del maestro y pueden, por
tanto, iluminar el camino por el cual llegó a poseerse y a realizarse a sí
mismo. Platón tiene el escrúpulo de no hacer intervenir a Sócrates como
interlocutor principal en los diálogos que se alejan demasiado del esquema
doctrinal socrático y que se enfrentan con problemas que no habían suscitado el
interés del maestro.
Hipias menor, el cual tiende a demostrar que sólo el hombre de bien puede ser
quien peca voluntariamente. El hombre de bien, y sólo él, pues, puede pecar
voluntariamente. La absurdidad de esta conclusión da pie para sugerir que es
imposible pecar voluntariamente y que peca sólo quien no sabe qué es el
bien, esto es, el ignorante. La demostración de esta tesis es el objeto de un grupo
de diálogos, más importantes que los primeros. En el Laques esta conclusión se
logra mediante el examen de la valentía u hombría. Considerada la valentía como
virtud particular, es preciso definirla como la ciencia de lo que se debe o no se
debe temer, esto es, del bien y del mal futuros. En el Carmines se efectúa la
misma investigación a propósito de la prudencia y conduce a la misma conclusión.
crítias, interlocutor principal del diálogo, define la prudencia como conocimiento de
sí mismo, esto es, del propio saber y del propio no saber y, por lo tanto, ciencia de
la ciencia. Pero a esta definición Sócrates opone que tal ciencia reclama un objeto
propiamente suyo. Como no hay un ver que consista en no ver nada, antes
bien, el ver tiene siempre por objeto una cosa determinada, así la ciencia no
puede tener por objeto la ciencia misma, sino que debe tener un objeto propio
determinado, sin el cual no sería ciencia de nada. El intento de definir la prudencia
como ciencia de la ciencia fracasa, pues, dada la imposibilidad de que la ciencia
se tenga por objeto a sí misma.
Platón confirma esta doctrina con el famoso ejemplo del esclavo que
oportunamente interrogado llega por sí a entender, esto es, a aprender y a
recordar, el teorema de Pitágoras. Por eso partiendo de una cosa
singular, aprendida con un acto singular, el hombre puede procurar aprender las
demás cosas, que con aquella van ligadas, mediante sucesivos actos de estudio
ligados con el primero en el curso de la investigación. Pero tanto el mito de la
anamnesis como la doctrina de la unidad de la naturaleza los presenta Platón
explícitamente como hipótesis, parecidas a las que emplean los geómetras. Como
veremos, el uso de las hipótesis forma parte integrante de lo que Platón entendía
por procedimiento dialéctico. Pero si se plantea la hipótesis de que la virtud es
ciencia, hay que admitir que pueda ser aprendida y enseñada. No son ciertamente
maestros de virtud los sofistas, ni lo fueron los hombres más eminentes que
Grecia tuvo, los cuales no supieron transmitir su virtud a sus hijos. Ahora
bien, esto aconteció y acontece porque en aquellos hombres la virtud no era
verdaderamente sabiduría sino una especie de inspiración divina, como la de los
profetas y de los poetas. La sabiduría en su grado más alto es ciencia, en su
grado más bajo es opinión verdadera. La opinión verdadera se distingue de la
ciencia porque le falta una garantía de verdad. Platón la compara a las estatuas de
Dédalo que parecen estar a punto de escapar. Cuando las opiniones verdaderas
se encadenan entre sí mediante el razonamiento se consolidan y se convierten en
ciencia. La ciencia es, pues, el punto más alto al que debe tender el estudio y lo
que la investigación debe hacer surgir del recuerdo.
EL EROS
LA JUSTICIA
Platón, la República, que los ordena y los conexiona alrededor del motivo central
de una comunidad perfecta en la que el individuo encuentra su perfecta
formación. El proyecto de una comunidad tal se funda en el principio que
constituye la directriz de toda la filosofía platónica. República se propone de
manera explícita determinar la naturaleza de la justicia. Ninguna comunidad
humana puede subsistir sin la justicia. A la instancia sofística que querría reducirla
al derecho del más fuerte, Platón opone que ni siquiera una cuadrilla de bandidos
o de ladrones podría concluir nada, si sus componentes violasen las normas de la
justicia dañándose los unos a los otros. La justicia es condición fundamental del
nacimiento de la vida del Estado. La prudencia pertenece a la primera de estas
clases, porque basta que los gobernantes sean sabios para que todo el Estado
sea sabio. La fortaleza pertenece a la clase de los guerreros. La templanza, como
acuerdo entre gobernantes y gobernados sobre quien debe regir el Estado, es
virtud común a todas las clases. De hecho, las tareas en un Estado son tantas y
todas necesarias a la vida de la comunidad que cada cual debe escoger aquella
para la que sea apto y dedicarse a ella. Solamente así cada hombre será uno y no
múltiple, y el mismo Estado será uno, la justicia garantiza la unidad y con ella la
fuerza del Estado. Pero garantiza igualmente la unidad y la eficacia del
individuo. Propia del principio racional será la prudencia, y del principio irascible la
fortaleza y corresponderá a la templanza el acuerdo de las tres partes en dejar el
mando al alma racional.
EL FILOSOFO
Sobre esta relación, la dificultad consiste en entender cómo la idea puede ser
participada por varios objetos o difundida en ellos sin resultar ella multiplicada
y, por lo mismo, destruida en su unidad. Además, de la misma noción de idea
parece brotar la multiplicación hasta lo infinito de las mismas ideas, pues si se
tiene una idea siempre que se considera en su unidad una multiplicidad de
objetos, también se tendrá una idea cuando se considere la totalidad de estos
objetos más su idea. La primera hipótesis cae por sí sola ya que, al excluir la
existencia de toda multiplicidad, no sólo se excluye todo devenir sino también el
ser del uno y la misma posibilidad de conocer o enunciar el uno, pues también lo
multiplica el conocerlo o el enunciarlo. En cambio, si el uno es, en el sentido de
que existe, su existir, al distinguirse de su unidad, introduce inmediatamente en el
mismo uno una dualidad que puede multiplicarse e incluir la multiplicidad, el
devenir y, de esta manera, la cognoscibilidad y la renunciabilidad del uno y los
muchos no son en el sentido que no son pura y absolutamente muchos, esto
es, privados de cualquier unidad, porque en tal caso se dispersarían y
pulverizarían en la nada, no pudiendo constituir un múltiple. El diálogo explora, en
forma de solución puramente lógica, una conexión vital entre el uno y los
muchos, por tanto, entre el mundo del ser y el mundo del hombre. Por boca de
Parménides, que en su filosofía había negado resueltamente el no ser, se prepara
el reconocimiento de la realidad del no ser a través de la afirmación de la estrecha
relación de los muchos con el uno. Puede parecer extraño que en esta fase del
desarrollo de la indagación platónica halle lugar un diálogo francamente socrático
en el cual el personaje de Sócrates se introduce para avalorar el arte mayéutica
con toda su fuerza negativa y destructora. Pero el Teetetes versa sobre un
problema que penetra en el ámbito de la enseñanza socrática, el de la ciencia, y
tiene un objetivo prevalentemente crítico, queriendo demostrar que es imposible
lograr una definición cualquiera de la ciencia permaneciendo en el dominio de la
pura subjetividad cognoscente. La finalidad del Teetetes es complementaria y
convergente con la del Parménides. El Parménides ha pretendido demostrar que
es imposible considerar el ser en su pura objetividad, como unidad absoluta sin
relación con el hombre y con su mundo. El Teetetes pretende demostrar que es
imposible considerar el verdadero conocimiento, la ciencia, como pura
subjetividad, sin relación con el mundo del ser.
LA DIALÉCTICA
EL BIEN
En cuanto a los placeres, sólo entrarán a formar parte de la vida mixta los placeres
puros, esto es, no mezclados al dolor de la necesidad, como son los placeres del
conocimiento, y los estéticos debidos a la contemplación de las formas bellas, de
los colores bellos, etc. De ello resulta que, para el hombre, lo mejor y más elevado
de todo, el bien supremo es el orden, la medida, el justo medio. Platón, llegado al
término de las profundizaciones sucesivas de su investigación, sostiene que
aquella ciencia de lo justo, cuya exigencia Sócrates había afirmado como guía
única para la conducta del hombre, debe ser sustancialmente una ciencia de la
medida. Un discípulo de Aristóteles, Aristondo , nos narra que el anuncio de una
lección de Platón sobre el bien atraía numerosos oyentes, pero éstos, que
esperaban que Platón hablase de los bienes humanos, tales como la riqueza, la
salud, la felicidad, quedaban decepcionados en cuanto él empezaba a hablar de
número, de límites, y de aquella suprema unidad que era para él el bien. Platón la
reducción de la ciencia de la conducta humana a ciencia del número y de la
medida representaba la realización rigurosa del intento socrático de reducir la
virtud a ciencia.
LA NATURALEZA Y LA HISTORIA
EL FILOSOFAR