RECONOCED VUESTRO PECADOS Y BUSCAD EL PERDÓN DEL SEÑOR
Hijo, abrid vuestro corazón a mi voz y
dejad que mis palabras eleven vuestro espíritu, y embriaguen vuestra alma en contemplación y alabanza a la obra que Jesús ha hecho en vuestro vida. Reconoced que, ya no sois el mismo de antes, sois testigo fiel de su misericordia divina; fuisteis rescatado y llevado sobre sus hombros como oveja mal herida. Hoy, vinisteis a mi humilde carpintería porque, el soplo del Espíritu Santo descendió sobre vos y fuisteis sensibilizado por mis palabras; fuisteis tocado por las manos de Dios y habéis venido a mí, dispuesto a dejaros encaminar por los senderos que os llevan al cielo. Reconoced vuestros pecados y busca el perdón del Señor; el os abrazará y llorará con vos vuestras miserias y debilidades. Por fin, volverá la paz a vuestro corazón y os sentiréis amado; vuestra vida tendrá pleno sentido y descubrirás la misión a la que fuisteis llamado. Espero que, el 19 de cada mes, vengáis siempre a nuestro encuentro de amor y sintáis la necesidad de encontraros a solas conmigo, en mi humilde carpintería; para yo trabajar de manera armoniosa en vuestra alma y llevaros a una vida interior profunda, para que crezcáis en el amor a Dios, os apartéis de las cosas del mundo y decidáis servirle única y exclusivamente a Jesús. Espero que el 19 de cada mes, asistáis al Santo Sacrificio de la Misa y ofrezcáis la Sagrada Comunión como un acto de amor, al humilde carpintero de Nazaret que ama, cuida y protege a sus devotos. Ofrecedme un pequeño sacrificio y demostradme que verdaderamente me amáis, trayendo a muchos de mis hijos a mi taller; porque en todos quiero sembrar lirios perfumados, para que florezcan en ellos las virtudes necesarias para su santificación.
4. Oración Final
Querido Padre mío, así os quiero llamar
en adelante, por la ternura, con que atendéis mis suplicas y me socorréis en mis necesidades: en este día, que he dedicado en vuestro honor, vengo a ofreceros todo cuanto soy. Deseo daros mi corazón, consagrándolo enteramente a Vos. Aceptadlo, que os lo entrego con toda mi voluntad y con sumo gozo en mi alma; haced crecer en él las virtudes que os adornaron; hacedlo puro, paciente, caritativo, resignado completamente a la divina voluntad; y sobre todo inflamadlo en el amor de Jesús y de María. Protegedlo en vida, contra todo pecado; y en la hora de la muerte, amparadlo de las asechanzas del demonio. Mi pobre corazón se verá perdido si Vos no venís en su auxilio. Por esta razón, os invoco desde ahora con estas palabras que, deseo y confío, han de ser las ultimas que pronuncien mis labios llenos de esperanza y amor: Jesús, María y José sed las salvación del alma mía. Amén.
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