Está en la página 1de 158

-

SENALES
DE LOS .
APOSTOLES
Walter J. Chantry

I///Jtl

SENALES
DE LOS
APOSTOLES
Observaciones sobre
el Pentecostalismo Antiguo y Nuevo

El Estandarte de la Verdad
EL ESTANDARTE DE LA VERDAD
3 Murrayfield Road, Edinburgh EH12 6EL
P.O. Box 652, Carlisle, Pennsylvania 17013, USA.

© Walter J. Chantry

Traducción de Jorge E. Zamora G.

Primera impresión en Español 1990

hnpreso en Romanya/Valls, S. A.
Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona)

ISBN~ 0-85151-573-8
Depósito legal: B. 8.082 • 1990

Impreso en Romanya/Valls, S. A.
Verdaguer, 1 • 08786 Capellades (Barcelona)
índice

Prefacio a la Edición Española 7


l. Registros de seflales . . . . . . . 13
2. Formulación precisa de la cuestión. 19

3. Obradores de milagros enviados por Dios . 23


Milagros en el Antiguo Testamento 23
Milagros Mesiánicos 27
Milagros Apostólicos . . . 29
4. ¿Es completa la Escritura? 35
Una cuestión pertinente. 35
Una respuesta evidente .. ... 42

5. Los dones en la Iglesia Primitiva. 51


Una amonestación. . . . . . . . . 54
Principios generales sobre los dones. 57
Los dones no son señales de gracia . 58
El amor en el ejercicio de los dones. 60
Los dones desaparecerán de la Iglesia. 61
Supervisión de los dones temporales . 66
Un propósito para las lenguas . . . . . 69
6. Por qué los cristianos procuran "los dones" 73
La atracción actual . . . 73
La atracción en Corinto 80
La respuesta bíblica. . . 82

5
7. El bautismo con el Espíritu. 93

8. Cuando viene el Espíritu . . 107


El Espíritu de santidad . . . 108
El Espíritu de verdad . . . . . . 116

9. La experiencia deslumbrante . 127

10. Una palabra positiva . . . . . 131

11. El Espíritu Santo y los movimientos . 139

Apéndice 151

Bibliografla selecta . 159

6
Prefacio a la edición española

Señales de los Apóstoles es una obra que aparece


para llenar un enonne vacío en ~l ámbito de la literatura
evangélica hispanoamericana, por cuanto constituye un
imponderable aporte al esclarecimiento de la naturale-
za, contenido y finalidadades del movimiento carismá-
tico dentro del contexto pentecostal tanto tradicional
como nuevo.
Es innegable el avance del movimiento carismático
no sólo en cuanto hace referencia a su real crecimiento
autónomo, sino como fenómeno envolvente que ha ido
penneando el dominio de las denominaciones históricas
nonnalmente escrupulosas respecto de énfasis emocio-
nales y prácticas efectistas. La facilidad con que el
movimiento ha ido infiltrándose, y el impacto que viene
causando en el seno de iglesias y congregaciones
históricas, evidencian la flagrante debilidad doctrinal
del ministerio pastoral con su lógico concomitante del
severo desconocimiento, por parte de los miembros, del
pensamiento bíblico respecto de los tópicos y fenóme-
nos que orbitan en tomo a la doctrina del Espíritu Santo.

7
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

El vigoroso movimiento misionero que se va viendo


crecientemente comprometido con un énfasis evange-
lístico neutro, cómodo, sin definiciones claras desde el
punto de vista teológico que entra en resonancia con un
espíritu ecuménico cada vez más diluido e insípido, sin
identidad ni compromiso, ha contribuido, de manera
significativa, al pujante avance carismático.
El positivismo filosófico que aportó a la civilización
occidental de fines del siglo XIX la sospechosa tesis de
que «sólo es real aquello que es obseivable y medible»,
y su descendiente legítimo de comienzos de este siglo
en el seno de la sociedad norteamericana, el pragma-
tismo utilitarista para el que sólo es valioso lo que da
resultados, que rinde utilidades, han contribuido a
configurar, dentro de los diferentes movimientos misio-
neros, la peligrosa ideología, extrabíblica por supuesto,
según la cual los cristianos, las iglesias locales, las
misio~es, tienen que mostrar resultados tangibles,
«evidencias» obseivables. De este modo se ha llegado
a la absurda paradoja en la que una filosofía eminen-
temente materialista-prefigura los principios que han de
regir el desarrollo espiritual de creyentes y congrega-
ciones. De ahí el frecuente énfasis actual en fenómenos
obseivables como las lenguas, sanidades, milagros,
profecías, formas ruidosas de adoración, que han de ser
mostrados como «evidencias» de la «plenitud del Es-
píritu Santo».
Así las cosas, los énfasis carismáticos actuales, lejos
de ser el fruto de ponderado estudio e investigación de
las Escrituras, son más bien la consecuencia de un
creciente «materialismo espiritual» que reclama resul-
tados tangibles, en contra del principio enseñado por el

8
PREFACIO

mismo Sefior Jesucristo al afirmar: «Lo que es nacido


de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu,
espíritu es ... El viento de dondequiera sopla, y oyes su
sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va: así
es todo aquél que es nacido del Espíritu» (Juan 3:6, 8).
Por otra parte, seña bueno recordar al apóstol Pablo,
cuando se dispone a hacer una exposición didáctica
sobre los dones espirituales a los creyentes de la iglesia
de Corinto, y empieza su disertación de esta manera:
«No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones
espirituales.» (1 1 Cor. 12:1). La iglesia de Corinto se
había especializado, cuando menos a través de un
grupo, en la práctica de los dones espirituales. Pero
estaban cometiendo serios errores. Habían llegado,
incluso, a maldecir al Sef'i.or Jesucristo en el curso de
sus pretendidas prácticas espirituales (1 1 Cor. 12:2-3).
Los frecuentes errores en que estaban incurriendo, eran
la consecuencia natural de una práctica ciega, despro-
vista de principios sanos que informaran su contenido.
Jerónimo afinriaña unos siglos más tarde: «Ignorar las
Escrituras es ignorar a Dios». Emprender prácticas de
«aire cristiano» sin el conocimiento pertinente de las
Escrituras, es exponerse a cometer errores, impulsar
prácticas antibíblicas y generar herejías de las más
diversas tonalidades. Nada hay que sustituya el con-
cienzudo estudio de la Biblia que conduzca a un sólido
conocimiento de la volutnad revelada por Dios respecto
de las más diversas facetas de la vida cristiana y su
cotidianidad.
Walter J. Chantry logra el acierto de un documen-
tado análisis sobre la naturaleza del Pentecostalismo a
la luz del doble contexto histórico y bíblico, a lo cual

9
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

es menester agregar el mérito de una permanente ex-


posición escriturarla que, con el rigor de una contex-
tualizada hermenéutica garantiza la objetividad de las
conclusiones y la coherencia de las mismas con el
espíritu de las ensefianzas apostólicas, toda vez que la
genuina construcción de la iglesia de Cristo ha de
hacerse «sobre el fundamento de los apóstoles y pro-
fetas» (Efesios 2:20). En efecto, lo sistemático de la
exposición bíblica que, capítulo tras capítulo, presenta
el autor es tal que permite tomarlo como un auténtico
paradigma hermenéutico.
Es ésta una obra que no puede faltar en el escrito-
rio de trabajo de todo pastor serio y responsable. Ya es
hora de ir tomando definiciones y asumiendo el único
compromiso dable para un pastor, un ministro del
evangelio, un misionero de Cristo, un maestro de
teología o un profesor bíblico: el compromiso con la
verdad. Es urgente que nuestras iglesias vuelvan a la
realidad vivenciada por la iglesia a la cual escribe el
anciano apóstol Juan: «El anciano a la señora elegida
y a sus hijos, a quienes yo amo en la verdad; y no sólo
yo, sino también todos los que han conocido la verdad,
a causa de la verdad que permanece en nosotros, y
estará para siempre con nosotros ... Mucho me regocijé
porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la
verdad, conforme al mandamiento que recibimos del
Padre... cualquiera que se extravía, y no persevera en
la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera
en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo.
Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no
lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!» (2ª Juan).
Los errores _se propagan rápida y ampliamente y

10
PREFACIO

quienes los difunden lo hacen con agresividad, entrega


y eficiencia comprobadas. Es menester que los discí-
pulos de Cristo, portadores y amantes de la verdad,
tomemos, una vez más en la historia, conciencia de la
exhonación sagrada: «Amados, por la gran solicitud
que tenía de escribiros acerca de nuestra común salva-
ción, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que
contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez
dada a los santos.» (Judas 3).
A Dios sea la gloria, y en su gracia quiera el Sei'ior
en su soberana voluntad utilizar este libro como un
valioso instrumento para la edificación de su Iglesia
«sobre el fundamento de los apóstoles y profetas».

11
1
Registros de señales
y maravillas

· El protestantismo está siendo seriamente sacudido


por el movimiento carismático. Desde hace ya siglos
han existido pequefios grupos que pretenden la pose-
sión de los dones de profecía y del poder de obrar mi-
lagros; pero históricamente los cristianos los han tenido
por sectas falsas o extremistas. 1
Los albores del siglo XX sirvieron de marco natu-
ral para la aparición de las iglesias pentecostales.
Debido a la apostasía general hacia el liberalismo
teológico al principio de este siglo, los pentecostales
tuvieron una acogida reservada y cautelosa como
evangélicos. Su creencia en un Dios sobrenatural y una
Palabra divinamente inspirada los colocó en posición
. de aliados útiles para el fundamentalismo.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, la experien-
cia de fenómenos «milagrosos» se ha extendido más
l. El Catolicismo Romano ha dado lugar a la ejecución de actos
maravillosos a través de sus «santos». Pero el Protestantismo se ha
manifestado firme hasta ahora, en contra de la aceptación de los
modernos milagros de los hombres como provenientes de Dios.

13
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

allá del dominio de las iglesias pentecostales y el mo-


vimiento ha ganado vertiginoso impulso. Las prácticas
conocidas frecuentemente bajo el rótulo del «evangelio
completo» se han infiltrado ahora a la mayoría de las
denominaciones. Recientemente, el «avivamiento ca-
rismático», como lo llaman los simpatizantes, ha
ganado enonne prestigio. En realidad la mayoría de los
cristianos vacilan en dar al movimiento el rótulo de
heterodoxo o antibíblico.
Pocos son los asuntos que, en fonna universal,
interesan a los americanos (norteamericanos y latinoa-
mericanos), pero los dramáticos «milagros» de hoy han
logrado hacerlo. Los medios de comunicación seculares
no vacilan en dar cuenta de las pretensiones especta-
culares que involucran lenguas y sanidades. Los pas-
tores, frecuentemente, reciben preguntas sobre sus
opiniones con respecto a estos fenómenos, aun por
parte de personas que en otro respecto no tienen interés
en la religión. Es una de las primeras preguntas con que
se encuentra el pastor en su tarea de visitación. Hasta
los escépticos están curiosos.
En las iglesias, grandes números de laicos han
buscado y recibido los «dones». Su búsqueda ha sido
estimulada por grupos externos a la iglesia. Sin embar-
go, en tales grupos, se han encontrado al lado de
clérigos que están dirigiendo el movimiento. Los laicos
que «lo han recibido» ofrecen estimulantes infonnes a
sus amigos cristianos, animándoles a participar de «las
bendiciones del pentecostés».
Hay quienes, habiendo sido cristianos por muchos
afios, de repente pretenden tener dones y experiencias
extraordinarias. Son pocas las iglesias que han escapa-

14
REGISTROS DE SE:iirALES

do a este sobrecogedor impacto. Aún los suspicaces y


cautelosos caen presas de la confusión debido a la
proliferación de multitud de infonnes sobre eventos
sobrenaturales. ¿Qué opinión deberían tener los miem-
bros de las iglesias sobre ellos?
Las sociedades evangélicas parecen claramente
vulnerables a esta acometida neopentecostal. La mayo-
ría han intentado pennanecer neutrales sobre los temas
de las lenguas y la sanidad. En vista de que las asocia-
ciones que no estimulan oficialmente las sefiales y
maravillas de este siglo tampoco las rechazan, frecuen-
temente dan cabida en su seno a unos cuantos oficiales
y dirigéntes que testifican el tener dones de calidad
milagrosa, y recientemente, muchas asociaciones en los
Estados Unidos han experimentado un desplazamiento
hacia unas posiciones pentecostales.
Las organizaciones de estudiantes se encuentran es-
pecialmente inclinadas hacia el hechizo «carismático»,
Con frecuencia cada vez mayor, los estudiantes debaten
sobre el valor de tales experiencias. Y hasta los semi-
narios y los institutos bíblicos se están viendo franca-
mente inundados por excitantes olas «carismáticas».
Las principales publicaciones evangélicas periódi-
cas, en sus nonnas editoriales asumen posturas favora-
bles al movimiento o intentan pennanecer neutrales.
Prácticamente cualquier librería evangélica distribuye
con entusiamo obras pentecostales tales como La Crui
y el Puñal, sin reticencia alguna.2

2. El mismo libro se vende en la Catedral Católica Romana de


Westminster en Londres.

15
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

Las juntas misioneras se encuentran en posición


conflictiva con respecto al tema. Muchas de ellas tienen
elementos dentro de su personal que .son ardientes
seguidores y creyentes de las modernas visiones, len-
guas y sanidades. Unas cuantas misiones se abstendrán,
de enviar misioneros así a los diferentes campos; no
obstante caerán en la vacilación cuando se trate de
condenar semejantes prácticas neopentecostales como
antibíblicas. Sus librerías distribuyen literatura pente-
costal. En el campo misionero, la presión ejercida hacia
la unidad entre todos los evangélicos acalla cualquier
crítica que pudiera hacerse al movimiento.
Los misioneros que han asumido una firme posición
contra los modernos obradores de milagros han encon-
trado las iglesias de sus campos fuertemente influídas
por celosos apóstoles de los dones milagrosos. Algunas
iglesias, fruto de trabajo misionero, se están diviendo
merced a tales prácticas, entre tanto que otras les han
sido completamente arrebatadas alos misioneros de sus
manos por los propagandistas del «Evangelio de la
Plenitud». Al regresar a su país de origen, los misio-
neros tienen que enfrentarse con las iglesias que los
sostienen que van incrementando su simpatía por el
«movimiento carismático».
A todas luces, el protestantismo está frente al enor-
me desafio de responder a serios interrogantes. La
iglesia, el mundo y quizás tu propia conciencia inquie-
ren:«¿ Qué es todo esto?», «¿qué nos ensefla la Biblia
sobre las lenguas y la sanidad?». No es el momento más
apropiado para caer en una vaga neutralidad. Ni para
apoyarse en el piadoso; en apariencia, pero evasivo
pronunciamiento: «No deseo oponerme a la genuina

16
REGISTROS DE SEiiiALES

obra de Dios». El asunto que exige respuesta es éste:


«¿Puede ser de Dios este dramático desarrollo actual de
acontecimientos?».
Los pentecostales tienen mucha razón cuando afir-
man que si estas son obras del Espíritu no es posible
rechazarlas. ¿Por qué no participar de hechos de por-
tento? ¿No quieres acaso tú, como cristiano, todas las
bendiciones de Dios? ¿No anhelas que tu iglesia sea
como las iglesias del Nuevo Testamento?
Estos son estímulos que no pueden ignorarse. Por-
que, evidentemente, tanto las lenguas como los mila-
gros fueron prácticas comunes en las iglesias de los
tiempos bíblicos. Eran, en esa época, eventos de tan
frecuente ocurrencia que los miembros escribí~ sobre
los milagros como algo natural. Y, por supuesto, los
dones sobrenaturales resultaron ser de gran beneficio
para las iglesias primitivas. ¿Por qué no habrían de ser
valiosos hoy?
De nuevo, este movimiento del siglo XX ha adop-
tado un nombre que demanda tu atención. Es un desa-
fio. La expresión «evangelio pleno» implica que las
iglesias han venido, durante mucho tiempo, cojeando
con algo así como el 80% del evangelio. ¿Acaso no
quieres recibir toda la bendición que Cristo tiene para
ti y para tu iglesia? ¿No resulta, acaso, que la iglesia
que más se asemeje a las iglesias de Pedro y Pablo en
experiencias como también en doctrina es la que, con
mayor probabilidad, gozará de la presencia de Dios?
No te atrevas a ignorar las modernas pretensiones
de los obradores de milagros. Puedes haber eliminado
de tu mente el asunto, pero esto no es honesto. Tampoco
el asunto ha desaparecido.

17
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

· ¿Son paralelos los acontecimientos actuales a los de


los hechos de los Apóstoles? Debes repasar las Escri-
turas con relación a este tópico tan pertinente, a fin de
poder responder a todos estos interrogantes.

18
2
Formulación precisa de la
cuestión

¿Has tratado de definir alguna vez la palabra «mi-


lagro»? Para la mente santificada no resulta difícil ver
el poder de Dios dondequiera. La creación incesante-
mente provee despliegues impresionantes del Poder del
Creador. Las Sagradas Escrituras nos enseftan que este
mundo no es un mecanismo independiente. El Hijo de
Dios es quien «sostiene todas las cosas con su Palabra
Poderosa» (Heb. 1:3). «En Él todas las ·cosas subsis-
ten» (Col. 1:17). Toda la fascinante majestad del cielo
y de la tierra es un mural testificante de su poder.
Póngase un grano de maíz en tierra y se multipli-
cará cinco mil veces. Esto no es menos maravilloso que
el hecho de que cinco panecillos alimentasen a cinco
mil hombres. No obstante, al ser de familiar ocurrencia
hace que los hombres le den poca atención. El naci-
miento de un niflo es tan asombroso como la resurrec-
ción de los ·muertos por Jesucristo. Un alma que no
existe emerge a la vida en virtud del poder divino en
la concepción y el nacimiento. Es solamente la rareza

19
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

de la resurrección que reúne alma y cuerpo lo que


resulta tan sorprendente a los ojos humanos.
A veces los cristianos usan la palabra «milagro» con
ligereza como sinónimo de «lo sobrenatural». Los
hombres hablan del «milagro del nacimiento» o el
«milagro de la Primavera», debido a que se quiere
tomar consciencia del despliegue de poder del Creador
en tales eventos.
Suelen asimismo, los creyentes, describir la invisi-
ble pero poderosa obra de la gracia de Dios sobre el
alma como «el milagro del nuevo nacimiento». Esto se
puede aceptar como lenguaje poético, porque todas
estas cosas son el directo efecto de la poderosa acción
de Dios. Estrictamente hablando, sin embargo, esos no
son milagros. Si se precisa la definición del concepto,
es menester referirse sólo a la operación de Dios que
tiene lugar en el ámbito físico, y que resulta nada común
para la humana experiencia e inexplicable en ténninos
de agentes físicos secundarios. 1 La acción usual de Dios
en este mundo es efecto del poder de Dios tanto como
los milagros, pero para ser exactos, resulta necesario
referirse a su actividad nonnal como providencia en vez
de milagro. Los eventos providenciales nonnales reve-
lan la gloria de Dios, pero el pecado ha cegado los ojos
mortales a su percepción. En su impía rebelión los
pecadores cierran sus ojos a esta continua revelación de
los sobrenatural. Dios por ende, ha hecho obras no
usuales, de poder, con el fin de maravillar a los peca-

l. Para una definición más exacta de «milagro» véase la obra


de Richard C. Trench, «Notas sobre los milagros de Nuestro Señor».

20
FORMULACIÓN DE LA CUESTIÓN

dores, demandando su atención y promoviendo el


reconocimiento de su grandeza. El mismo poder, vela-
do en la acción ordinaria de Dios a través de la Pro-
videncia, se revela extraordinariamente en los milagros.
Empero, es incorrecto afirmar que los milagros sean
violaciones de las leyes naturales. Aunque las potencias
milagrosas están por encima o más allá de las fuerzas
que nuestro Hacedor emplea en el curso de nuestra ex-
periencia cotidiana, no se encuentra en conflicto con el
poder providencial. Un milagro marca una interrupción
del modelo normal de la operación divina mediante su
acción extraordinaria.
Ig_µalmente resulta equívoco decir que un milagro es
la operación de Dios desprovista de medios. Existen
circunstancias en las cuales un milagro es el poder de
Dios que se le revela sin agentes intermediarios -como
cuando destruyó Sodoma. Pero hay ocasiones en que
su poder se revela al producir un efecto totalmente des-
proporcionado con respecto a los resultados normales
obtenidos a través del uso de un medio específico como
cuando abrió el mar Rojo por la mediación de Moisés,
al extender su vara sobre las aguas.
Son, por ende, los milagros, las obras extraordina-
rias del poder de Dios que demandan la atención ma-
ravillada de los hombres. Y no hay razón bíblica para
limitar a Dios a la realización de milagros en ciertas
épocas solamente. Sin lugar a dudas, Dios sigue obran-
do hoy manifestaciones especiales de poder. Como res-
puesta a las oraciones de su pueblo, Dios está sanando,
en expresiones soberanas de su poder, a algunos que la
moderna medicina ha desahuciado. Unos pocos teólo-
gos prefieren llamar a éstos «actos de extraordinaria

21
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

providencia» y no milagros. Pero esta disdnción parece


escapar a la mayoría de las mentes. Cualquiera que sea
el procedimiento que elijamos para describir el fenóme-
no, es evidente que no podemos limitar la operación de
maravillas, por parte de Dios, a épocas antiguas.
Los entusiastas «carismáticos». sin embargo, no
solo afilman que Dios está haciendo milagros en el
siglo XX. Pretenden que algunos hombres en el siglo
XX se encuentran investidos del poder para hacer
milagros. Ningún cristiano puede negar que hoy Dios
está haciendo cosas extraordinarias, tales como el sanar
maravillosamente a los enfermos. El punto a debatir, sin
embargo, es si la iglesia de la década de los 80 debe
tener a hombres capaces de obrar milagros.
Antafio, Dios invistió a ciertos hombres con el poder
de hacer milagros bajo su autoridad. Tan grande fue
este poder en el caso de Pedro que cualquiera que se
ubicase dentro del espacio de su sombra era con pro-
babilidad sanado de sus dolencias. La pregunta que
hemos de tratar no es ¿Puede Dios hacer milagros? En
cambio, nuestra pregunta es ¿Deberían los hombres
estar haciendo milagros bajo la autoridad de Dios?.
Resulta imperativo que esta aclaración se tenga en
cuenta a lo largo de cualquier discusión sobre el
movimiento del «evangelio pleno»

22
3
Obradores de milagros
enviados por Dios

· La Escritura dispone de un enonne caudal de infor-


. mación sobre hombres investidos con el poder de obrar
maravillas. ¿Quiénes eran ellos? y ¿por qué poseían tan
maravillosos dones? Sólo la Biblia puede ofrecer ade-
cuada orientación a nuestro pensamiento y capacitamos
para evaluar las modernas pretensiones sobre lenguas
y sanidad.

Milagros en el Antiguo Testamento


En cuanto al registro bíblico, José fue la primera per-
sona investida con dones extraordinarios de parte de
Dios. Este hombre de Dios fue evidentemente un profe-·
ta. Podía con la inspiración divina interpretar sueflos y
predecir el curso futuro de la historia. Todos sus dones
se hallaban involucrados directamente en la profecía,
esto es, en sacar a la luz la verdad divinamente revelada.
El primer hombre obrador de milagros de que la
Biblia nos da razón es Moisés. De hecho, se coloca en
primer lugar dentro del grupo especial de quienes obran
milagros, a través del Antiguo Testamento. «Y nunca
más se levantó profeta en Israel como Moisés, ... en

23
SERALES DE LOS APÓSTOLES

todas las sefiales y prodigios que Jehová le envió a


hacer en tierra de Egipto (Dt. 34:10-11).
¿Por qué envió Dios a Moisés para que obrara mara-
villas? En Éxodo 4:1-5 se encuentra una respuesta
explícita a este asunto. Moisés se hallaba vacilante para
abordar a los hebreos en Egipto con la palabra de Dios.
Después de todo, ya había fallado lamentablemente en
su intento para ganar su respeto como dirigente, al ma-
tar a un capataz injusto. El argumento que presentó a
Dios fue el hecho de que el pueblo no le recibiría como
· profeta enviado por el todopoderoso. Moisés podía anti-
cipar la escena al llegar a Egipto y decir: «El Dios de
vuestros padres me ha enviado a vosotros» (3: 13).
«Ellos no me creerán. Pensarán que soy un impostor»,
pensó él. Dirán: El Señor no te ha aparecido» (4:1).
Precisamente por eso, Dios dotó a Moisés del poder
de obrar milagros: «Para que ellos puedan creer que el
Señor Dios de sus padres ... se te ha aparecido» (4:5).
Los poderes milagrosos resultaban ser, entonces, las
credenciales de que disponía Moisés para probar que
era un profeta enviado por Dios con un mensaje divi-
namente revelado. Eran, las maravillas, por ende, tes-
timonio de Dios de que Moisés sí estaba hablando la
palabra en verdad. Este principio es de universal apli-
cación para los milagros del Antiguo Testamento. Uni-
camente quienes eran inspirados por Dios para hablar
su palabra obraban maravillas. Éste era un don exclu-
sivamente otorgado a los profetas.
Empero, esto no significa que el único propósito de
los milagros es el atestiguar que los profetas tienen una
comisión divinamente impartida. Las poderosas mani-
festaciones de Dios también revelan la naturaleza de su

24
OBRADORES DE MILAGROS ENVIADOS POR DIOS

obra salvadora. Desde este punto de vista, los milagros


contienen un mensaje en sí mismo. Con todo, en pri-
mera instancia, fueron seftales y maravillas para llamar
la atención sobre la predicación de los profetas, sin la
cual los eventos maravillosos señan más un enigma que
un medio de instrucción.
Algunos piensan que los jueces, como Sansón y
Samgar, eran excepciones a la regla antedicha, de que
sólo los profetas tenían el poder de obrar milagros. No
obstante, una conclusión semejante resulta infundada.
Aunque la Historia Sagrada registra solamente los
hechos heroicos y a veces milagrosos, la historia es in-
completa. Ahora, si bien no hay datos suficientes,
sabemos que estos jueces no sólo dieron libtrtad al
pueblo de la opresión sino que también gobernaron la
nación (Jueces 2:16-19). Los jueces eran dirigentes
nacionales (Dt. 17:9) a quienes acudía la gente para
dirimir casos de jurisprudencia de difícil solución.
Cuando menos en este sentido, los jueces como Sansón
heredaron una posición mosaica de gobierno nacional.
Al ocupar Josué una posición similar, se convertía de
tiempo en tiempo en instrumento de comunicación
divina, o profecía, como cuando el pecado de Acán fue
descubierto y cuando llegó la ocasión de renovar el
pacto con Israel, ya muy próxima su muerte. Cuando
Samuel, el postrer y mayor de los jueces, apareció en
el escenario histórico, resultó ser, más evidentemente,
un profeta. Quienes habían menester de una revelación
divina se dirigían a él, como lo hizo Saúl cuando estaba
buscando los asnos de su padre. Decir que todos los
jueces entre Josué y Samuel hablasen en fonna profé-
tica, seña aseverar más de lo que puede probarse con

25
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

la Biblia. Pero el esperar que el Setior tuviese sus profe-


tas durante este período de escasa revelación no es un
sueflo extravagente. Que el pueblo de Dios tuviese un
gobernante estrictamente secular resultaba ser algo cho-
cante para Samuel. ¿Sería esto porque todos los jueces
anteriores fueron también profetas, aunque de inferior
estatura que él?
Cuando Elías se levantó en el monte Cannelo para
pedir fuego del cielo que comsurniera su sacrificio, su
propósito esencial era validar ante el pueblo su minis-
terio profético. Él oró así: «Jehová Dios de Abraham,
de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios
en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuy_o
he hecho todas estas cosas». (lº Reyes 18:36). Él
consideraba el milagro como una confinnación para el
pueblo de que el hombre por cuya mediación se pre-
sentaba era un profeta de Dios. A Elías no le movía una
ambición personal o deseo de aplauso. Pero el profeta
deseaba ardientemente que las multitudes escucharan
con atención la Palabra inspirada que los llamaba al
arrepentill)iento.
El Salmo 74:9 es un texto importante a este respecto.
En medio del lamento por la desolación del pueblo de
Dios, el salmista dice: «No vemos ya nuestras sei'iales;
no hay más profeta, ni entre nosotros hay quien sepa
hasta cuándo». La poesía hebrea se conoce por sus ora-
ciones paralelas que expresan ideas sinónimas en fonna
sultilmente diferente. El verso poético anterior tiene
tres frases paralelas, cada una de las cuales expresa la
misma idea básica, pero a la vez, cada una affade algo
más al pensamient<). En otras palabras, la ausencia de
seflales es equivalente a la ausencia de un profeta, que

26
OBRADORES DE MILAGROS ENVIADOS POR DIOS

de otra parte es lo mismo que no tener una respuesta


autoritativa a la pregunta: «¿Hasta cuándo estará Dios
ausente de nosotros?» Ésta es una categórica ratifica-
ción del principio ya establecido de que únicamente los
profetas obran milagros. Es decir, donde ocurrieron
milagros, debería esperar oírse la Palabra de Dios.
Cuando no hubiera profeta, no habría seflales.
Milagros Mesiánicos
En el Nuevo Testamento, los milagros sirven pre-
cisamente los mismos propósitos que en el Antiguo
Testamento. La evidencia al respecto resulta apabullan-
te. Jesús hizo muchos milagros para probar que él era
el gran profeta prometido en Dt. 18:15 «Profeta de en
medio de ti, de tus hennanos, como yo, te levantará
Jehová tu Dios; a él oiréis». Sólo Jesús fue· «como
Moisés» en la operación de maravillas. En efecto, sus
seflales incluso sobrepasaron los poderosos milagros
obrados por Moisés. Aunque a través de los milagros
de Jesús se les confirieron muchas bendiciones a los
hombres, su propósito primordial no era proveer de
compasiva ayuda a la sociedad. Primeramente y por
sobre todo, tenían el propósito de llamar la atención
hacia la divina autoridad de su enseflanza. Aunque las
grandes verdades se encuentran involucradas en los
actos milagrosos de Jesús, éstos no podrían entenderse
cabalmente sin sus declaraciones proféticas a las cuales
los milagros estaban destinados a servir de testimonio.
Juan presentó su evangelio como un catálogo de
seflales de Jesucristo. «Hizo además Jesús muchas otras
seftales en presencia de sus discípulos, las cuales no
están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito...

27
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

(Juan 20:30, 31). ¿Qué razón asistió al escritor para


registrar esos milagros? «Para que creáis que Jesús es
el Cristo». Para que los lectores pudiesen ver que Él es
el Mesías, el más grande los profetas, y de esa manera
pudiesen recibir sus palabras como palabras de vida.
Precisamente de esa manera nuestro santo Sefior ha-
bló de sus propias maravillas. «Si no hago las obras de
mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me
creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis que
el Padre está en mí y yo en el Padre». (Juan 10:37-38).
Nuestro Sefior dirigió la atención hacia sus actos por-
tentosos como a una autenticación de su autoridad pro-
fética.
Aunque muchos fueran ciegos frente a las maravi-
llosas seflales obradas J><>r Jesús, también muchos con-
cluyeron de ellas que El era un profeta. Un hombre lla-
mado Nicodemo tenía algunas inquietudes teológicas
que le perturbaban, y decidió que Jesús podría darle res-
puestas plenamente autoritativas. De modo que, se
acercó a nuestro Seflor diciendo: «Rabí, sabemos que
has venido de Dios como maestro», (Juan 3:2).
¿Cómo hizo este erudito de las Escrituras para llegar
a semejante conclusión? ¿Qué pudo conducirlo a depo-
sitar confianza en las palabras de Jesús? El mismo texto
nos da la base de su conclusión, «porque ningún hom-
bre puede hacer las sefiales que tú haces, si no está Dios
con él». Él confiaba en que Cristo podía aclarar sus
dudas mediante explicaciones llenas de autoridad,
debido a que él hacia milagros.
Luego que Jesús alimentara a 5.000 personas mila-
grosamente, la gente gue observó la sefial llegó a la
conclusión correcta: «Éste verdaderamente es el profeta

28
OBRADORES DE Mll.AGROS ENVIADOS POR DIOS

que había de venir al mundo». (Juan 6:14). Ellos sabían


que sólo los profetas hacían milagros. Otra multitud
razonó en términos semejantes en Juan 7:31: «Y
muchos de la multitud creyeron en él, y decían: El
Cristo, cuando venga, ¿hará más sefiales que las que
éste hace?». Habiendo sido testigos presenciales de sus
actos portentosos, estaban firmemente convencidos de ·
que Él debía hablar la verdad y ser el Cristo. El Cristo
debía hacer los ma)!ores milagros, porque se esperaba
que Él hablase la verdad más plena y completamente.
«Cuando él venga nos declarará todas las cosas». (Juart
4:25).
Que (en la mente de sus discípulos) éste fuera el
significado central de los milagros de Jesús resulta claro
del sermón de Pedro en el día de Pentecostés. El apóstol
recriminó a los judíos que crucificaron a nuestro Sefior
por no haber creído en Él. Su incredulidad era inexcu-
sable. «Jesús Nazareno, hombre aprobado por Dios en-
tre vosotros ... » (Hechos 2:22). ¿Cómo les había testi-
ficado el Padre que Cristo era el mensajero aprobado
por Dios? «Con las maravillas, prodigios y sefiales que
Dios hizo entre vosotros por medio de Él». Pedro
estaba, en efecto, diciendo a la vasta audiencia que los
milagros de Jesús requerían que ellos se sentaran a sus
pies para recibir la instrucción. Pero al rehusar el
reconocimiento de sus evidentes credenciales como
profeta, crucificaron al Sefior de Gloria.

Milagros Apostólicos
Los milagros registrados en el Nuevo Testamento,
efe~ados por hombres diferentes de Cristo, afinnaban
también la autoridad profética de quienes eran porta-

29
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

voces de Dios en su palabra infalibie. En 21 Corintios


12: 12 Pablo se refiere a los milagros como a las «se-
ftales de apóstol». En el contexto lo que él está haciendo
es defender su propia autoridad apostólica. «Con todo,
las seftales de apóstol han sido hechas entre vosotros
en toda paciencia, por seftales, prodigios y milagros».
Él entendía los dones milagrosos como prueba estable-
cida por Dios con respecto al ministerio apostólico. El
apostolado iba concomitante al hecho de ser instrumen-
to de divina revelación; porque los apóstoles eran por-
tavoces autorizados de Dios y autores de la Escritura
en el nuevo pacto al igual que los profetas lo habían
sido en el antiguo.
En Gálatas 3:5 Pablo apeló a su capacidad para hacer
milagros, como una evidencia de que él, en vez de los
judaizantes, era digno de credito. Él había traído el
Evangelio haciendo milagros. En cambio, quienes pre-
tendían obligar a la iglesia a regresar al antiguo pacto,
no habían hecho milagros. De modo que, estaban
cayendo en el absurdo al rechazar a Pablo a causa de
los nuevos maestros. De nuevo, en Romanos 15:18, 19,
Pablo se refiere a las maravillas que Dios ha obrado por
su mediación como prueba de su apostolicidad.
Hebreos 2:1-4, resulta de vital importancia para el
entendimiento de la doctrina cristiana de los milagros.
En el capítulo 1 de la epístola ya se ha mostrado que
Jesús fue el mayor de todos los profetas. Dios, antaf'lo,
había hablado varias veces y en diversas fonnas; pero
ahora, Él ha hablado a través de su propio Hijo una
muy superior revelación. Por esta razón el capítulo 2
comienza, «Por tanto, es necesario que con más diligen-
cia atendamos a las cosas que hemos oído». Nos

30
OBRAOORES DE Mll..AGROS ENVIAOOS POR DIOS

corresponde prestar cuidadosa atención y obediencia al


mensaje' que se nos ha dirigido. Porque, si quienes
tuvieron la oportunidad de escuchar profetas menores
juzgados por descuidar el mensaje del Antiguo Testa-
mento, ¿cómo nos escaparemos de la condenación si
descuidamos las palabras del Hijo de Dios?
En este punto, el versículo 4, llama nuestra atención
sobre los milagros. El mensaje al cual debemos prestar
atención «comenzó a ser anunciado por el Sefior» mis-
mo. Sin embargo, «nos fue confirmado por los que oye-
ron». Esos testigos de primera mano (presenciales) o
apóstoles que habían estado personalmente «juntos con
nosotros todo el tiempo que el Sefior Jesús entraba y
salía entre nosotros» (Hechos 1:21) tenían un ministe-
rio de confirmación. Hebreos 2:4 dice: «Testificando
Dios juntamente con ellos con sefiales y prodigios y
diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo
según su voluntad». Otra vez los milagros del Nuevo
Testamento se encuentran escriturariamente enfocados
como el sello de Dios aprobatorio respecto al mensaje
de los apóstoles, que no era otra cosa que un registro
inspirado de las cosas que ellos vieron y oyeron mien-
tras estaban con Jesús. Recordar estas maravillas
deberla ser suficiente para hacer más profundo nuestro
respeto hacia la autoridad de sus palabras y preparamos
para darles una mayor atención.
Empero ¿qué se puede decir con respecto a los cris-
tianos ordinarios (que no eran apóstoles) a través de los
cuales también se hicieron milagros en la Iglesia del
Nuevo Testamento? Porque, aunque los apóstoles fue-
ron los principales obradores de milagros, muchos otros
creyentes compartieron con ellos los dones de profecía,

31
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

sanidad, etc. El libro de los Hechos y 1ª Cor. 12-14 dan


cuenta de un amplio espectro de dones extraordinarios
ejercidos por muchos dentro de la iglesia primitiva.
Un incidente registrado en el libro de los Hechos,
nos coloca directamente sobre el asunto de cristianos
que, sin ser apóstoles, obraban con apostólica autori-
dad. En Hechos 8:4-13 encontramos a Felipe haciendo
milagros y predicando el evangelio en Samaria. Gran
número creyó en Cristo y fue bautizado como conse-
cuencia de su ministerio. Cuando el entusiasta infonne
sobre los nuevos convertidos llegó a Jerusalén, Pedro
y Juan fueron comisionados para ir con el propósito de
confinnar la obra. Luego de llegar los apóstoles a
Samaria, oraron para que los convertidos pudieran
recibir el Espíritu Santo. Por supuesto, ya los conver-
tidos verdaderos tenían el Espíritu Santo en sus cora-
zones, porque «si un hombre no tiene el Espíritu de
Cristo, el tal no es de Él» (Romanos 8:9). Sin embargo,
mediante la oración y la imposición de las manos por
parte de los apóstoles, el Espíritu descendió sobre los
nuevos convertidos con dones milagrosos. Esta inter-
pretación resulta consistente con la inmediata reacción
de Simón. El pudo ver que ellos habían recibido el
Espíritu. El pidió que le vendieran el poder apóstolico
de transmitir el espíritu mediante la imposición de las
manos.
Se impone aquí una pregunta, ¿por qué Felipe no
podía impartir esos dones extraordinarios? El había
obrado milagros. Pero, parece haber sido una prerroga-
tiva de los apóstoles, únicamente, el suministrar esos
dones a otros. Cada ocasión registrada en que alguien
en la iglesia recibía tales dones, ocurría bajo el minis-

32
OBRADORES DE MILAGROS ENVIADOS POR DIOS

terio directo de un apóstol. De modo que aun la práctica


general de la operación de milagros y dones extraordi-
narios, dentro de la iglesia, servía como un testimonio
de la autoridad profética de los apóstoles. _
Simón reconoció inmediatamente que las seftales
portentosas de otros evidenciaba la autoridad única de
los apóstoles, y pidió, en consecuencia, que le vendie-
ran la oportunidad de entrar en ese grupo privilegiado.
Cuantos hacían milagros por el poder de Dios, los
hacían mediante la imposición de las manos de los
apóstoles. Otro que hacía milagros como Felipe sin ser
apóstol, no podía transmitir tales dones.
La Escritura sí nos habla de obras milagrosas eje-
cutadas por falsos profetas. Empero aun en el dominio
de Satanás, los milagros se proponen asegurar la fe en
el mensaje comunicado por quien los ejecuta. Ésa es la
razón por la cual semejantes hechos son identificados
como «prodigios mentirosos» (11 Ts. 2:9), porque indu-
cen a los hombres a creer las mentiras de los falsos
maestros. El Nuevo Testamento indica que debemos
esperar la continuidad de los falso~ profetas acompafta-
dos de sus sefiales fraudulentas. Habrá aun muchos
falsos cristos.
Resulta ineludible, a partir del estudio de la Biblia,
la conclusión de que a ningún verdadero siervo de Cris-
to se le dará el poder de hacer milagros a menos que
se encuentre directamente asociado con la profecía.
Donde y cuando quiera veamos a homb~s haciendo
milagros por el Espíritu de Dios, resultará obligatorio
esperar también que los acompafie una comunicación
inspirada de las palabras de Dios. Los milagros son
la confinnación de Dios de la misión divina de
aquellos que nos traen nuevas revelaciones.
33
SERALES DE LOS APÓSTOLES

Estamos en la obligación de mirar a quienes


obran milagros y transmiten esa habilidad a
otros, no sólo como predicadores, sino como verdade-
ros profetas de Dios. Empero, la evidencia bíblica re-
quiere que modifiquemos nuestros interrogantes bási-
cos. No podemos meramente preguntar ¿«deberían los
hombres hacer milagros en la iglesia de hoy»? Porque
hacer esa pregunta equivale realmente a preguntar
«¿Debe haber profetas en la iglesia de hoy? ¿Debe
haber personas que estén comunicándonos directamen-
te la verdad revelada de Dios?» Por supuesto, espera-
mos que se nos predique la Palabra revelada por los
apóstoles y los profetas. Pero ¿será lícito que hoy
procuremos más revelación?

34
4
¿Es completa
la Escritura?

Una Cuestión Pertinente


Es necesario no perder de vista el empuje central del
«avivamiento carismático» que ofrece a la iglesia una
nueva perspectiva de la autoridad y la verdad absolutas.
Los dones más prominentes entre las maravillas del
moderno movimiento pentecostal son «hablar en len-
guas», «profetizar», «sofiar», «ver visiones». Ninguno
de esos dones puede concebirse aparte del concepto de
una revelación infalible de parte de Dios, dada por quie-
nes comportan dichos dones.
«Hablar en lenguas» es nada menos que tener las fa-
cultades parlantes tan completamente bajo el control
del Espíritu Santo que una persona pueda articular un
lenguaje desconocido para él mismo. Las palabras no
son elegidas conscientemente por quien habla, sino que
más bien articula palabras directamente dadas por Dios.
Independientemente del lenguaje hablado, el hablar en
lenguas es una forma de profecía. 1

1. La palabra «profecía» se usa más comunmente en la Escritura


para cualquier mensaje hablado de parte de Dios. Ocasionalmente,

35
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

A raíz del hecho de que Saúl pronunció una vez un


discurso extático, apareció el proverbio israelita, «¿Saúl
está también entre los profetas?» (1" Samuel 10: 12).
Cualquiera que hable en esta fonna debe ser identifi-
cado como agente de la revelación divina. Sin lugar a
dudas, las personas que dicen tener suefios y visiones
de parte de Dios sostienen que reciben comunicaciones
inspiradas de la verdad de Dios.
En el pentecostalismo contempóraneo, hasta el don
de sanidades silve para realzar la autoridad a quien lo
posee. Multitudes enteras se pliegan a las opiniones de
quienes ejecutan milagros porque sus «dones» indican
que ellos «están llenos de Espíritu Santo». La implica-
ción de semejante lógica es clara. ¿Cómo puede alguien
atreverse a dudar de las doctrinas de los obradores de
milagros? Aun en el caso que alguien razonara a partir
de las Escrituras, de no tener milagros, no podría
sustentar su posición. Muchos prefieren confiar en las
ensefianzas de hombres por razón de sus «dones».
«Acaso alguien que puede hacer tan poderosas cosas,
ensenaría falsas doctrinas?» preguntan los fascinados.
Un estudio de las reuniones «carismáticas» revelará
en cuan poca estima tienen la Palabra de Dios. Quienes
asisten, son cautivados más por las palabras de los
profetas del siglo XX que por las palabras de Cristo y

como en 1• Cor. 14, se usa en sentido más técnico. Se refiere a la


comunicación de una revelación divina en Jenguaje que los oyentes
entienden comúnmente. En ese pasaje de distingue del «hablar en
lenguas». De todos modos, ambas son formas de comunicación
divina para el hombre.

36
¿ Es e OM p LE TA LA Es e R I Tu R A?

sus apóstoles registrados en la Escritura. Son los


mensajes en lenguas o de profecías los que emocionan
a los participantes con la convicción de que Dios le ha
hablado en sus reuniones.
En la medida en que aumentan los «dones», decrece
la exposición de la Palabra de Dios. Las reuniones se
colman de «testimonios», «compartir experiencias»,
con apenas referencia ocasional a la Santa Palabra de
Dios. Muchos de los que siguen este movimiento per-
manecen tristemente ignorantes acerca de los rudimen-
tos de la fe por un descuido de la Palabra. Viven de las
experiencias emocionales y visibles y no de la verdad.
Aun quienes gastan horas enteras ojeando la Biblia, no
lo hacen con el propósito de asimilar la verdad, sino en
la esperanza de alcanzar una nueva experiencia para su
alma huérfana y vacía de la verdad.
Sin lugar a dudas, los grupos «carismáticos» han
agregado sus nuevas revelaciones a la Biblia como
verdad infalible revelada por Dios, según se ve en el
testimonio de David J. du Plessis, quien por varios aflos
fue secretario de La Conferencia Mundial de Iglesias
Pentecostales de todo el mundo. Probablemente no
haya nadie más directamente responsable de la proli-
feración de la influencia carismática en los diferentes
círculos denominacionales. En su libro El Espíritu Me
Ordenó ir,2 empieza con la explicación de que es
básicamente una serie de. mensajes grabados que él
redactó posteriormente. Su actitud frente a su propio
libro se hace evidente en afirmaciones como éstas:

2. Logos Intemational Foundation Trust, London, 1970

37
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

«Para mí fue un privilegio redactar y preparar para esta


publicación aquellas revelaciones que recibí de Él
mientras ministraba en conferencias...» «Los amigos
me insistieron que publicara las cosas que yo había
dicho, o mejor, las cosas que el Espíritu Santo había
dicho a través de mí. Tratar de escribir sobre esas cosas
no sería lo mismo que citar más directamente las pro-
nunciaciones hechas bajo la unción del Espíritu». Aun-
que anota que el Seftor inspiró sus mensajes para confe-
rencias específicas, y así supongo que él negaría que
debieran ser canonizados, sen.ala: «Estoy seguro que
todos podemos aprender de lo que el Espíritu ha tenido
que decir a otros». Donde los dirigentes afinnan tan
enfáticamente «Asídice el Seftor» no es de sorprender-
se que .sus jóvenes seguidores, sin vacilar, impongan
sus enseftanzas a sus hennanos con insistencia de que
su discernimiento, conocimiento, dirección, juicio o
exhortación vienen directamente del Espíritu con toda
la autoridad y fuerza incontrovertible del cielo. Sin tales
pretensiones, es imposible sostener la posesión de
muchos de los dones relaciones en 11 Cor. 12.
Sé que algunos dirigentes pentecostales negarían de
corazón que las revelaciones contemporáneas sean infa-
lible verdad, equivalente a la Escritura en su autoridad,
pero ésa es la impresión esencial que se desprende ne-
cesariamente de cualquier pretensión respecto a la po-
sesión de tales «dones».
Históricamente los cristianos han creído que la
Biblia es la única norma de fe y práctica. La oposición
a sectas que ejercen milagros y dones de lenguas se ha
basado en este alto concepto sobre la Escritura. Nuestra
doctrina de la Escritura nos da confianza en la única

38
¿ES COMPLETA LA ESCRITURA?

autoridad y absoluta suficiencia de la Escritura a través


de la cual el Espíritu Santo guía nuestras mentes a la
verdad, conduce nuestra vida en medio de este mundo,
y nos lleva a una satisfactoria comunión del corazón
con Dios. Esta convicción implica necesariamente que
Dios no está dando hoy ninguna revelación adicional
a través de profetas.
Como establece exactamente la Confesión de Fe de ·
Westminster el criterio de la mayoría de los protestan-
tes a través de los si~los. «Todo el consejo de Dios, con-
cerniente a todas las cosas necesarias para su propia
gloria, y para la salvación, fe y vida del hombre o es
expresamente establecido en la Biblia, o puede dedu-
cirse de ella por la legítima y necesaria consecuencia:
y, nada habrá de añadirse, sea por nuevas revelacio-
nes del Espíritu Santo, o por tradiciones de los hom-
bres» (Cap. I, Art. VI). Creemos que no debemos
esperar más revelación de Dios. El Antiguo Testamento
y el Nuevo Testamento están completos y son suficien-
tes para suplir todas nuestras necesidades. ¡La sola Bi-
blia es nuestra autoridad!
Los apasionados «carismáticos» están minando la
confianza en la suficiencia de las Escrituras. La reve-
lación directa en la profecía y las lenguas se busca para
edificación. Algunos podrían incluso negar que sus
nuevos mensajes añadan algo al canon existente de las
Escrituras. Según ellos, sólo recibirían dirección con
respecto a la porción de la Escritura sobre la cual deben
enfocar la atención de la iglesia en un particular
momento. O, sólo recibirían advertencias con relación
a calamidades providenciales. O, únicamente dirección
específica en asuntos de la iglesia local, o problemas

39
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

personales. De cualquier manera, es un mensaje recien-


te «de los cielos» el que ofrece garantía sobre el camino
a tomar en tal o cual circunstancia, y no las Escrituras.
La práctica pentecostal es una negación de facto a
la suficiencia de las Escrituras. Los apasionados neo-
pentecostales afirman implícitamente que la Biblia no
es apta para hacer que un hombre esté «enteramente
preparado para toda buena obra» (lª Ti. 3:17). No sólo
buscan la iluminación del Espíritu Santo en el estudio
de la Palabra de Dios. Buscan una palabra de Dios adi-
cional, una posterior fuente de verdad. Para ellos, la·
Biblia no es suficiente. Al esperar un nuevo mensaje
de los cielos, los pentecostales creen que modernos pro-
fetas se encuentran esparcidos por la tierra hoy.
Inclusive, entre quienes no participan de una seme-
jante conclusión a veces se encuentra una actitud hacia
los milagros, que equivale a una falta de confianza en
la Palabra de Dios. Esto se puede ver, por ejemplo, en
el libro de Henry W. Frost, «Curaciones Milagrosas».
Al discutir su expectación con respecto al aumento de
los milagros, Frost subraya: «Se puede anticipar con
confianza que, a medida que la presente apostasía
crezca, Cristo manifestará su deidad y seflorío, incre-
mentando la medida de las seflales milagrosas, inclu-
yendo sanidades. No hemos de decir, ppr tanto, que la
Palabra sea suficiente. Por supuesto, lo es para todos
los que la conocen y creen. Pero no es así para quienes
nunca han oído de ella, o para quienes habiendo oído
no han creído. Para estas personas, puede ser necesaria
una apelación dramática y en el plano en que sea más
fácil de entender, por ejemplo, en el plano .físico. El
misionero en el extranjero, por ende, puede tener en

40
¿ES COMPLETA LA ESCRITURA?

mente, en caso de enfefflledad de otros, que Dios puede


elegir hacer de él un obrador de milagros». 1
Pocos adictos al moderno movimiento de operación
de milagros, mediante la instrumentación humana, han
sido tan moderados como el Dr. Frost en sus opiniones.
Empero, tenemos aquí una explícita negación de la
suficiencia de las Escrituras para el evangelio. Es de
esperar que semejantes actitudes se encuentren profün-
dainente arraigadas dentro del «avivamiento carismá-
tico». Los hombres han olvidado que fue el Seftor quien
dijo: «Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profe-
tas, tampoco van a creer aunque alguien resucitara de
los muertos». (Le. 16:31). Muchos hoy van más allá del
Dr. Frost, buscando una palabra adicional, no sólo una
seftal reciente para hacer creíble la Biblia. En cualquier
caso, sin embargo, se plantea una definida desconfianza
respecto a la Santa Palabra de Dios.
Cabe aquí preguntar: ¿dónde hallaron nuestros pa-
dres espirituales esa doctrina, según la cual, no pode-
mos esperar nuevas revelaciones del Espíritu en nuestro
tiempo? ¿De dónde, por ende, apareció la idea de que
las Escrituras son autosuficientes como nofflla y patrón
de verdad, y como fuente de guía en todo asunto
práctico? Al escuchar a los pentecostales opinando
sobre estos asuntos, uno saca la impresión de que esta
antigua doctrina protestante es una reliquia del sistema
católico romano. Los refofflladores no fueron suficien-
. temente lejos en su empefto por sacar a la iglesia del
diabólico oscurantismo de la teología medieval. Ahora,

J· pp. 109, 110 (las it4licas son del autor).


41
SB&ALBS DB LOS APÓSTOLES

se· han levantado nuevas fuerzas para completar la


refonna, para dar a la iglesia el «evangelio pleno».
Muy por el contrario, las coITUpciones de la iglesia
católica romana, surgieron de la proliferación de auto-
ridades adicionales a las Sagradas Escrituras. La Iglesia
Romana elevó al nivel de las Escrituras las visiones de
sus miembros y los decretos de sus papas. Fue esta
apostasía con respecto al principio de la sola Escritura
lo que acarreó todos los males de la Iglesia de Roma.
Por otro lado, el principio más fundamental de la re-
fonna fue el grito «Sola Scriptura» emitida por los
estudiosos de las Escrituras. El «movimiento carismá-
tico» no sigue la línea de la Refonna sino que más bien
asesta un golpe nocivo a sus mismas raíces. Ellos mis-
mos destruyen el fundamento protestante de la confian-
za en la Sola Escriblra.

Una Respuesta Evidente


Evidentemente nuestros ascendientes protestantes
extrajeron su doctrina directamente del Nuevo Testa-
mento. Hebreos 1:1-3 contrasta la profecía del Antiguo
Testamento con la revelación del Nuevo Testamento.
-El contraste se propone sacar a la luz la superioridad
de la revelación de la verdad hecha por el Nuevo Tes-
tamento. La verdad del Antiguo Testamento fue escrlta
en diversas circunstancias a lo largo de ·un dilatado
episodio de la historia humana. Hubo, por ende, una
progresiva comunicación de la verdad a través de mu-
chos mensajeros que vivieron esparcidos por muchos
siglos. Además, el Antiguo Testamento se caracteriza
por método_s diversos, mediante los cuales Dios comu-
nica el mensaje a los hombres. Estos diversos métodos

42
¿ES COMPLETA LA ESCRITURA?

fueron sueftos, voces celestiales, ángeles mensajeros,


etc.
Todo esto se encuentra en marcado contraste con la
nueva época de revelación en que hemos entrado. He-
mos llegado a «estos postreros días». En la primera cen-
turia d.C., cuando fue escrita la epístola a los Hebreos,
los «postreros días» habían hecho su aparición. El con-
traste entre la manera en que fue dada la revelación a
«los padres» y la manera en que ahora finalmente era
dada, necesariamente implica que la revelación no con-
tinuará dándose gradualmente a través de siglos de
descubrimientos, ni a través de una incontable muche-
dumbre de mensajeros. Conio veremos en su debido
momento la revelación de estos postreros días vino en
una generación; en realidad, toda vino a través de una
Persona.
La revelación de la verdad, dada por Dios, alcanzó
su glorioso clímax cuando Cristo estuvo sobre la tierra.
«Dios nos ha hablado por medio de su Hijo». En la
persona de Jesucristo la revelación había llegado a su
tenninación, con carácter de prontitud dramática. El
hijo de Dios encama todo lo que el Padre tiene que decir
a los hombres. Nada necesario fue destinado para tiem-
pos posteriores. No es posible concebir una revelación
mayor. Cristo es la verdad última y la revela plenamen-
te. El es el esplendor personificado de la gloria. del
Padre. Todo velo ha sido removido. El es la imagen ex-
presa de la Persona del Padre y peñectamente revela-
do. El es el gran punto final a la conclusión de la
comunicación de Dios a los hombres. El pasaje respira
una finalidad. Cristo, el Hijo de Dios, es el gran final
de la revelación.

43
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

Tan completo es Él como revelación de Dios, y tan


suficiente fue su trabajo como profeta, que los apóstoles
y sus libros del Nuevo Testamento se ven en Hebreos
2: 1-4 como meras confinnaciones de lo que el Gran
Profeta había dicho ya. Los escritos apostólicos son
el eco de lo que se había escuchado de labios de nues-
tro sagrado Sefi.or. Cuando el Espíritu Santo descen-
dió sobre ellos en inspiración, fue para traer a su
memoria lo que Jesús había ensefi.ado antes, e iluminar-
les en relación con el significado de sus ensefi.anzas
(Juan 14:26). El sol de la revelación brilló en Jesucristo.
Los escritos de los apóstoles no eran nuevos rayos de
luz, sino reflejos de la gloria que brilló en el Hijo de
Dios.
Esta perspectiva de la revelación que hace que todo
el proceso llega a un final en Cristo Jesús se encuentra
presente en otros pasajes del Nuevo Testamento. El
Evangelio de Juan está especialmente saturado de este
tema. Juan 1: 1 identifica a Jesús como «La Palabra» de
Dios. Él es Dios. Él es la más completa y exhaustiva
expresión de Dios. Él es la plena verdad Divina Por
esta razón podía afinnar en Juan 14:6 «Yo soy la ver-
dad. Él es la verdad total; la última palabra. Juan 1:14
indica que cuando esta Palabra se hizo carne, los após-
toles vieron su gloria, «lleno de verdad». Otros profetas
habían presentado partículas de la verdad. Él, por el
contrario, estaba lleno de la verdad. A Dios nadie le vio
jamás pero el unigénito Hijo que eternamente habita en
la presencia del P~dre, ha declarado plenamente al
Padre (Juan 1:18). Cualquier cosa, después de las
palabras de Cristo resultaría como un anticlímax. Él fue
el único apto, digno, para comunicar a los hombres toda

44
¿ES COMPLETA LA ESCRITURA?

la verdad que ellos pueden recibir con respecto al Padre.


Y Él cumplió perfectamente con esta misión.
Juan 14:7-1 Opresenta un incidente, bastante instruc-
tivo, de la vida de nuestro Sefior. Jesós había dado la
noticia de que tenía que partir, a sus discípulos. Para
consolar a sus devotos amigos, que lo habían sacrifi-
cado todo por el privilegio de estar con Él, nuestro
Sefior dijo que ellos conocían al Padre y lo habían visto.
Pero Felipe no estaba satisfecho. En el versículo 8 él
pide una visión gloriosa del Padre, lo cual seña sufi-
ciente. Tal vez él sentía que ninguno de ellos había
alcanzado las alturas de los santos primitivos como
Moisés, que contempló la espalda del Todopoderoso.
¡Si ellos pudieran tener tan solo una experienchr extá-
tica semejante!
Jesús se conturbó grandemente con la petición de
Felipe. «¿Tanto hace que estoy con vosotros, y todavía
no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto
al Padre». ¡Qué tremendo reproche! ¿Acaso no deberlas
haber visto Felipe todo lo que era posible ver de la
gloria del Padre? ¡Con cuánta ansiedad Moisés habña
cambiado su visión por escuchar las palabras del Hijo
de Dios! Jesús es la gloria viviente de Dios, la encar-
nación viviente de su persona. La búsqueda de Felipe,
procurando .algo más, era un insulto para el Hijo de
Dios.
Un insulto semejante se le está infiriendo a través
del deseo actual de obtener más revelaciones. Es una
indicación de que los buscadores del «carisma» han
faltado de ver la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
Aunque las infalibles palabras de Jesucristo han estado
por mucho tiempo con ellos, ellos persisten en buscar

4S
SERALES DE LOS APÓSTOLES

algo más para conocer al Dios viviente. Ellos están


perdiendo la maravillosa realidad de la Escritura, como
la total y suficiente revelación dada por el Espíritu de
Dios. Algunos ojos oscurecidos leen los mismos dichos
del Hijo de Dios, pero quitan la vista de éstos.
Para Felipe ¿no seña, acaso, más sobrecogedora una
visión que solamente hablar con el Hijo de Dios? Hoy,
¿no serán acaso más satisfactorios suefios y lenguas
que prestar meramente, atención a las palabras
del Salvador? Debemos estar tan conturbados como
nuestro Señor. Los pentecostales están despreciando
inconscientemente la revelación de Dios en Cristo,
como insuficiente. Demasiado a menudo, su gran
ánimo proviene fuera de la Palabra. Sus prácticas
proclaman a los cuatro vientos «debe haber algo más».
Si no fuese así, ellos dañan a la Palabra de Cristo su
devota atención en sus reuniones e implorarían la
asistencia del Espírirtu Santo para ayudarles a com-
prenderla.
Cuando Jesús estaba para partir de esta tierra oró así
al Padre: «He acabado la obra que me diste que hiciera»
(Juan 17:4). ¿Cuál era la tarea que él había terminado
tan perfectamente? El versículo 8 nos lo dice en parte:
«Yo les he dado las palabras que tú me diste». La
indicación aquí resulta ser que no hay palabras que aún
se mantengan en reserva, sin pronunciar, esperando otra
época para ser reveladas. Juan 15:15 lo dice más
explícitamente. «Todas las cosas que he oído de mi
Padre os las he dado a conocer». Precisamente, cuando
él exclamó desde la cruz: «Consumado es» quería
significar que nada más debía hacer como sacerdote
para asegurar la redención de su rebafto. De igual

46
¿ES COMPLETA LA ESCRITURA?

manera estos versículos proclaman la conclusión de su


ministerio profético.
Antes del Pentecostés, los apóstoles tenían una
deficiencia que los mantenía inconscientes de la verdad.
El resplandor de la gloria del Padre brillaba ante ellos,
pero ellos no se hallaban preparados para asimilar tal
plenitud y ultimidad de la verdad. Ellos no podían com-
prender la última revelación aunque ella estaba frente
a sus ojos. No es que hubiera fallo en la comunicación
de la verdad. La dificultad estribaba en su capacidad
personal para recibir la verdad. Pero el Espíritu Santo
vendría para enseflarles las cosas que ellos habían
aprendido de Cristo, y para capacitarlos para consignar
esas ensefianzas en la Escritura infaliblemente. Como
Jesós prometió: «Cuando el Espíritu venga, él os guiará
a toda la verdad» (Juan 16:13). El Sefior cumplió su
promesa de dar toda la revelación a los apóstoles. Hoy,
la iglesia sí necesita una mayor medida. del Espíritu
Santo, para comprender las palabras de Cristo. Por esto
debemos orar todos. Pero al mismo tiempo, la iglesia
nada necesita de nuevos mensajes del cielo. Como
afinna hermosamente el himno:

¡Cuán firme cimiento se ha dado a la fe,


de Dios en su eterna palabra de amor!
¿Qué más él pudiera en su libro añadir,
si todo a sus hijos lo ha dicho el Señor?

Ciertamente, ¿qué puede agregarse a Cristo, la en-


camación de toda verdad? La iglesia está construida
sobre el finne fundamento de los apóstoles y profetas
(Ef. 2:20). Pero el moderno pueblo «carismático» pare-

47
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

ce creer que mucho quedó sin decir por los apóstoles.


«Si queremos que la iglesia florezca, el fundamento de
la verdad debe ser ampliado», nos dicen. La ausencia
de un aprecio único por las Escrituras no es asunto de
poca importancia. La ausencia de completa confianza
en la Biblia, de parte de los neopentecostales, debe ser
grandemente deplorada. No ver en Jesús la revelación
final de la verdad, es error mayúsculo que abrirá las
puertas de la iglesia a multitud de herejías ensefladas
en nombre de la verdad. Todo movimiento auténtico
iniciado por el Espíritu de Dios conduce a los hombres
hacia las palabras de Cristo que fueron escrituradas por
su propia inspiración.
Algunos han ridiculizado una apelación a Apocalip-
sis 22:18,19, al discutir la terminación del canon (el fin
de los mensajes divinos provenientes del Sefior). Sin
embargo, en el contexto de todo cuanto dice la Biblia
acerca de Jesús como el profeta final, el clímax de la
revelación, las palabras resultan muy significativas. Es
este mismo Cristo Jesús, el que habla en el capítulo final
de la Biblia: «Si alguno afladiera a estas cosas, Dios le
afladirá las plagas que están escritas en este libro».
Nuestro Señor hace este comentario en los versículos
finales del último testimonio confirmando su revela-
ción. El Salvador dio la advertencia a través del último
apóstol viviente, en la conclusión de su ministerio.
Hay quienes preferirían debilitar esa prevención del
Seflor, afirmando que sólo tiene aplicaciones al libro
del Apocalipsis. Pero semejante lenguaje fuerte y
desacostumbrado, debe ser más que una prohibición a
modificar este último escrito. Debemos verlo como
Mathew Henry lo hizo. Él escribió, «esta sanción es

48
¿ES COMPLETA LA ESCRITURA?

como una espada en llamas cuya función es salvaguar-


dar el canon de las Escrituras de manos profanas».
El Apocalipsis no es un libro comón. Es un amplio
análisis de la historia, desde la primera venida de
Jesucristo hasta la segunda. Jesús había prometido a sus
apóstoles que el Espíritu les ensefiaría «todas las
cosas» (Juan 14:26). El Espírim había venido y había
cumplido con esa promesa. Los apóstoles habían
comunicado la palabra autorizada. La tarea de la reve-
lación estaba concluida El libro del Apocalipsis es el
último escrito apostólico para la iglesia. El todopode-
roso Salvador, sentado a la diestra de Dios, abre sus
labios soberanos para declarar la revelación de Cristo!
¡Toda profecía moderna es falsa! La advertencia de
Dios nos ha llegado en una objetiva revelación inmu-
table y final. No podemos aceptar las nuevas «revela-
ciones» del neopentecostalismo.

49
5
Los dones en
la Iglesia Primitiva

La participación en el caudal «carismático» implica


negar la autoridad única y suficiencia de las Escrituras.
Pero esta afinnación puede suscitar, de inmediato, defi-
nidos interrogantes en tu mente. ¿Por qué, entonces,
hubieron prácticas carismáticas evidentes en las iglesias
del Nuevo Testamento? ¿La iglesia primitiva estaba
menospreciando la revelación recibida, mediante Cris-
to, cuando practicaba la profecía y el hablar en lenguas?
¿Estaba negando la autoridad única y suficiente de las
Escrituras? ¿Si fue así, por qué es tan vital ahora?
¿Acaso un importante pasaje de la Biblia, especifica-
mente 11 Cor. 12-14, no indica que tales prácticas son
nonnales para una iglesia verdadera?
Las respuestas a algunos de estos· interrogantes se
hallan implícitas en los capítulos precedentes y, podrán
verse con más claridad al tratar con el pasaje de Corin-
tios. Es consenso general que en la iglesia de Corinto
se presentaba el ejercicio de muchos dones sobrenatu-
rales o milagrosos. Había «palabra de sabiduría». «pa-
labra de conocimiento», «fe», «sanidad», «ejecución de
milagros», «profecía». «discernimiento de espíritus»,

51
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

«diversas clases de lenguas», «interpretación de len-


guas» (1ª Cor. 12:8-10), de los cuales la mayoría invo-
lucraba revelación divina. Eran manifestaciones del
Espíritu Santo. En realidad, esto sí negaba la autoridad
única de la Escritura. La Biblia no era la única palabra
verbalmente inspirada, recibida por aquella iglesia, ya
que también recibía la verdad de Dios a través de estos
dones.
Además, un método semejante de edificación de los
santos en Corinto, negaba la suficiencia de las Escri-
turas, tal como éstas existían entonces, y por una buena
razón. El Salvador había venido. La iglesia del Nuevo
Testamento había sido formada. Los hijos de Dios ya
no continuaban viviendo bajo el antiguo pacto. Sin em-
bargo, el Nuevo Testamento no había sido escrito
todavía. La plena revelación de la verdad, en Jesucristo,
todavía no había sido entregada a la iglesia en forma
escrita por «los que oyeron» (Hebreos 2:3). No resul-
taba bueno para una generación entera de siervos de
Dios vivir aislados de la gracia y verdad magnificentes
que vienen a través de Jesucristo, mientras los libros del
Nuevo Testamento fueran escritos y coleccionados. Por
esa razón, fueron otorgadas revelaciones transitorias a
la iglesia, para su edificación, entretanto que el Espíritu
Santo recordaba a los apóstoles todo lo relacionado a
Jesucristo (Juan 14:26). Los creyentes tenían que vivir
de Cristo aun antes que los apóstoles pudieran darlo a
conocer completamente ·
Durante el período de gestación del Nuevo Testa-
mento, los dones antes mencionados, al ser ejercitados
en las iglesias apostólicas, servían de sefiales a través
de las cuales Dios daba testimonio (con respecto) de la

52
LOS DONES EN LA IGLESIA PRIMITIVA

autoridad divina de los apóstoles. Porque fueron ellos


quienes llevaron esos dones espirituales extraordinarios
a las iglesias, por la imposición de las manos, de modo
que al ser ejercitados. en la iglesia, los dones a su vez
sirvieron de testimonio de la autoridad de quienes
estaban escribiendo el Nuevo Testamento. Los dones
de profecía y lenguas, en los tiempos apostólicos, tenían
un efecto opuesto al de sus contrapartes modernas. La
existencia de los dones milagrosos en la iglesia primi-
tiva rinde honor a las Escrituras completadas. El men-
saje apostólico registrado en el Nuevo Testamento es
tan vital, que la iglesia sin él no puede vivir. Entretan-
to que éste se iba escribiendo era necesario dar las
mismas verdades más o menos, en una forma diferente
para edificación de la iglesia. Y el ejercicio de los dones
milagrosos rinde testimonio sobre la importancia pro-
funda de la misión apostólica de confirmación de lo que
Jesús había comenzado a decir (Heb. 2:3). Por consi-
guiente, esos milagros atestiguaban sobre la autoridad
única y suficiencia de las Escrituras, cuando éstas
estuvieran completas.
Empero, a partir de la finalización del Nuevo Tes-
tamento, y la muerte de los apóstoles, los milagros y
revelaciones tienen otra implicación diferente. Ahora,
sugieren que hasta la palabra apostólica es insuficiente,
de la misma manera que las lenguas y la profecía en
la iglesia primitiva implicaban que las Escrituras del
Antiguo Testamento eran insuficientes. Puesto que los
apóstoles mismos nos dicen que ellos revelaron com-
pletamente a Jesucristo, desear revelaciones adiciona-
les, más allá de las Escrituras es querer ir más allá de
Cristo; es declarar que los apóstoles fallaron en su

53
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

misión, y que el Espíritu Santo debía compensar me-


diante lenguas y profecías las deficiencias de la palabra
apostólica. La clara implicación de todo esto resulta ser
que la iglesia debe edificarse sobre el fundamento de
los apóstoles y los profetas tanto como sobre los men-
sajeros modernos. Ahora bien; ¿si es innecesaria una
revelación adicional, por qué habría el Espíritu de dar
dones de revelación? Desde que la Escritura fue com-
pletada, su autoridad es única y su mensaje es suficien-
te. Y la Epístola a los Corintios conduce a esta conclu-
sión.

Una Amonestación
«No quiero, hennanos, que ignoréis acerca de los
dones espirituales. Sabéis que cuando erais gentiles, se
os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ído-
los mudos. Por tanto, os hago saber que nadie que hable
por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie
puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu San-
to» (1ª Cor. 12:1-3).
Pablo empieza su lección sobre los dones con una
amonestación interesante. «No quiero que ignoréis».
Este es un asunto simple y básico. Es la piedra angular
sobre la cual mucho va a ser edificado. Nadie negará
que es posible abordar el tema de los milagros y de los
dones extraordinarios en fonna improvisada. Los más
sabios entre los mismos pentecostales reconocen que
muchos son fascinados con un emocionalismo irracio-
nal en las reuniones «carismáticas».
Pero el cristiano debe ser un hombre pensante. El
Espíritu de Dios no anula el intelecto. Más bien, esti-
mula el pensamiento. Los creyentes no deben ser

54
LOS DONES EN LA IGLESIA PRIMITIVA

ignorantes con respecto al tema de las manifestaciones


espirituales.
El apoyo a esta amonestación viene, por vía de con-
traste. Pablo recuerda a los corintios su experiencia
anterior en el paganismo ocultista. Ellos adoraban
ídolos, objetos inánimes. Pero los poderes satánicos se
hallaban presentes, con influencia controladora sobre
los hombres. Muchos eran obligados a someterse. Era
una fuerza i1T&Cional. Este es el sentido de los términos
«se os extraviaba llevándoos» y «llevaba»1, a la luz del
contraste. Las reuniones caracterizadas por el emocio-
nalismo sin sentido no son de Dios. Es más bien la
manera en que los demonios actúan, es decir, el dar a
los hombres sentimientos irracional.es y llevarlos en una
extraordinaria actividad que la mente no alcanza a
comprender. Aquí tenemos una solemne amonestación
para cualquier cristiano en medio de una generación
confundida. En todos los cultos y reuniones és menester
mantener una mente activa y en discernimiento. Algu-
nos sugerirán que la lógica resulta fría. Bien, pero lo
irracional es satánico. ·
En el versículo 3 se nos da una norma por medio
de la cual evaluar varios espíritus. Y nótese que es una
medida doctrinal.. Particularmente, cuestiona lo que un
espíritu dice con respecto a Jesucristo. Inmediatamente
11 Juan 4: l, 2 sal.ta a la mente: «Amados, no creáis a
todos los espíritus sino probad los espíritus si son de
Dios ... » Mucho más habrá que decir sobre este asunto

l. Véase para la comparación de esta palabra con «llevado por


el Espíritu» (Exposición de la Primera Epístola a los Corintios, p.
221).

55
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

en el capítulo ocho. El criterio de evaluación no lo


constituyen los sentimientos sino el escrutinio hecho
mediante la verdad. David J. du Plessis olvidó esto. En
«El Espíritu Me Ordenó Ir»· (Logos, 1970) él testifica:
«Veinticuatro dirigentes ecuménicos estaban cómoda-
mente sentados a mi lado ... Yo podría recordar días en
que hubiese querido poner mis ojos en tales hombres
para denunciar su teología y orar pidiendo el juicio de
Dios sobre ellos, merced a lo que yo consideraba sus
herejías y falsa doctrinas. Aquí había una oportunidad
semejante y ellos me decían: "Sea devastadoramente
franco". Yo oré, "Señor, ¿qué quieres que yo haga?"
»Aquella mañana algo me ocurrió. Tras unas breves
palabras de introducción sentía repentinamente como
un flujo cálido que caía sobre mí. Supe que era el
Espíritu Santo tomando posesión de mí, pero ¿qué
quería de mí? En lugar del viejo espíritu agrio de crítica
y condenación en mi corazón, ahora sentía tal amor y
tal compasión por estos dirigentes de iglesias, que
estaba más bien dispuesto a morir por ellos que juzgar-
los. De repente supe que el Espíritu Santo estaba en
control pues yo estaba fuera de mí ('l!' Cor. 5:13) pero
aún sobrio como un juez.
»Gracias a Dios, desde ese día en adelante yo sabía
qué significaba ministrar en ese "más excelente cami-
no" (1• Cor. 12:31). Esta es, ciertamente, la técnica del
Espíritu Santo» (p. 16). Desde ese día parece que du
Plessis nunca más se ha levantado para reprochar a los
liberales por sus desviaciones de la verdad. Se convirtió
en su amigo, y les decía: «La iglesia·no necesita mejores
teólogos, sino hombres llenos de fe y del Espíritu
Santo» (p. 18). Esto recuerda las lúgubres palabras del

56
LOS DONES EN LA IGLESIA PR.IMITIV A

Salmo 78:9: «Los hijos de Efrafn, arqueros armados,


volvieron las espaldas en el día de la batalla». Con
vigilancia doctrinal, la gente se apartaría rápidamente
de la mayoría de las reuniones carismáticas. Es por la
ignorancia que este movimiento gana impulso. Que
haga eco en los oídos de los creyentes: «no quiero que
pennanezcáis ignorantes» (1• Cor. 12:1)
Principios Generales Sobre los Dones
«¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Todos
maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos
poderes para sanar? ¿Hablan todos ·en lenguas? ¿Inter-
pretan todos?» (1• Cor. 12:29-30).
A través de todo el resto del capítulo 12, la iglesia
se compara con un cuerpo, del cual Jesucristo es la
cabeza común y el Espíritu Santo vivifica a cada miem-
bro. Todas las manifestaciones del Espíritu y todos los
ministerios son para el bien común (v. 7). Seguidamen-
te Pablo seftala y puntualiza la diversidad de miembros,
esto es, la diversidad de sus dones y ministerios, una
enseftanza que socava efectivamente una premisa
fundamental de les pentecostales.
Muchos neopentecostales creen que es posible que
una persona sea bautizada en el Espíritu Santo sin que
hable en lenguas. Cualquiera de los dones relacionados
en el capítulo puede significar el bautismo. Por su parte,
los pentecostales insisten en que las lenguas son la
prueba de haber tenido esa experiencia. Al menos, en
este punto, los neopentecostales están más cerca de la
posición bíblica. En el versículo 30, Pablo pregunta:
«¿Hablan todos en lenguas?» la pregunta es obvia: «No
todos hablan en lenguas». Este «todos» aquí se refiere

51
SERALES DE LOS APÓSTOLES

a todos los miembros del cuerpo, que han sido bauti-


zados por el Espíritu (v.13). Los pentecostales tratan de
soslayar esta clara sentencia de Pablo, afirmando que
la pregunta es más bien: ¿Hablan todos en lenguas en
las reuniones de la iglesia?» Pero ésta no es la pregunta.
Pablo ni siquiera hace referencia a los cultos públicos
sino hasta el capítulo catorce. Ese «todos» del versículo
30, significa que los miembros del cuerpo continúan
siéndolo, reunidos o no en adoración pública. Este texto
por sí solo invalida bíblicamente la doctrina pentecostal
de que todos los creyentes bautizados en el Espíritu
Santo manifiestan su bautismo hablando en lenguas.
Los pentecostales están en directo conflicto con el
punto de vista paulino, según el cual, las manifestacio-
nes del Espíritu Santo en el cuerpo son bien diversas.
No todos hablan en lenguas, como no todos son após-
toles (v. 29).

Los Dones no son Señales de Gracia


«Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no
tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o
címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía y entendiese
todos los misterios y toda ciencia y tuviese toda la fe,
de tal manera que trasladase· los montes, y no tengo
amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para
dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para
ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.» (1 1
Cor. 13:1-3).
Al iniciar el capítulo 13 de la primera carta a los
Corintios, Pablo establece una verdad que golpea las
propias raíces de todas las variantes de las modernas
enseñanzas carismáticas. Aquí, el padre de la iglesia de

58
LOS DONES EN LA IGLESIA PRIMITIVA

Corinto ensefta que los dones milagrosos no son seftal


de salud espiritual en quien los posee. Es posible hablar
con lenguas, profetizar, ejercitar el don de la fe, sufrir
y dar sacrificándose, y sin embargo no ser nada. Hay
ejemplos en las Escrituras de hombres que tuvieron
dones extraordinarios, empero estuvieron profunda-
mente vacíos de la gracia de Dios. Judas es un ejemplo
característico. Nuestro Seflor hizo énfasis en el tremen-
do engafio que resulta de suponer que los dones espi-
rituales evidencien el bienestar espiritual en quienes los
poseen. Esto lo afinna en Mateo 7:22-23: «Muchos me
dirán en aquel día: Seflor, Seflor, iJlO profetizamos en
tu -nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios,
y en tu nombre hicimos milagros? Y entonces les de-
clararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de
maldad». Muchos hacen ·milagros en este mundo sólo
para perecer en el veni.dero.
Pablo se refirió a esta posibilidad en 12:2, al recor-
dar a los cristianos que hasta los paganos presentaban
maravillosas manifestaciones de poder. Ahora, en 13:1-
3, afinna que los dones espirituales externos no son
índice, en manera alguna, del estado espiritual de una
persona. Más bien, son las gracias espirituales internas,
grabadas en el alma, las que dan señal de la grandeza
espiritual. No los dones del Espíritu, sino los frutos del
Espíritu, constituyen la medida de santidad de utilidad
para el Señor, y de la prosperidad espiritual en el alma.
El amor es la prueba preeminente. Los dones en
Corinto, no les habían sido dados como señales visibles
de salud y vigor espirituales. Como Pablo afinna en el
capítulo doce, les habían sido otorgados para la edifi-
cación de todo el cuerpo.

59
SERALES DE LOS APÓSTOLES

¿Qué podría ocurrirte al movimiento carismático, si


ya no más enseftara ni sugiriera que los dones milagro-
sos son una seftal de bienestar espiritual? psta es la
clave estructural de toda la actitud del movimiento.
David du Plessis mismo admite que los pentecostales
pierden su efectividad cuando dejan de insistir en que
la lenguas son seftales de bendición espiritual, sefial de
bautismo en el Espíritu Santo. Todos los carismáticos,
incluyendo los templados, ven las diversas manifesta-
ciones de poder y los dones públicos, como seftales de
una especial presencia del Espíritu Santo. La Palabra
de Dios nos dice que es posible producir todos los dones
sin amor:. Es posible tener los dones y no ser nada. Las
gracias, no los dones, son la evidencia de la vitalidad
espiritual. Ellos se encuentran interionnente y no en
demostraciones carismáticas externas.

El Amor en el Ejercicio de los Dones


«El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene
envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no
hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no
guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza
de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta» (11 Cor. 13:4-7).
Al describir el amor en los versículos 4-7, Pablo no
habla del amor conyugal. No tenemos aquí una referen-
cia general. Su aplicación específica se halla en una
iglesia confundida, que practicaba gran cantidad de
dones espirituales, pero a la vez presentaba una enonne
carencia de frutos del Espíritu. El amor se encuentra
donde se ven la paciencia y la mansedumbre (v. 4). El
amor jamás obrará de manera fanática (eso significa la

60
LOS DONES EN LA IGLESIA PRIMITIVA

expresión «no hace nada indebido») ni busca fines


meramente personales (v. 5). Odia el pecado y encuen-
tra deleite en la verdad (v. 6). Se ocupa de la santidad
y la doctrina (recuérdese 12:3). Nuevamente se nos pre-
sentan profundos criterios de evaluación para las reu-
niones carismáticas, y aun para las reuniones refonna-
das. ¿Hay conducta vergonzosa, exaltación de los
hombres, presencia del pecado, ausencia de la verdad?
De ser así, a tales reuniones les falta amor. No impona
cuáles sean los dones presentes, falta lo· esencial. A
despecho del despliegue espectacular de manifestacio-
nes portentosas la reunión o la persona sin amor se
destaca por el fracaso.
Los dones han de desaparecer de la Iglesia
«El amor nunca deja de ser; pero las profecías se
acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.
Porque en parte conocemos y en parte profetizamos;
mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en
parte se acabará. Cuando yo era niflo, hablaba como ni-
fl.o, pensaba como niflo, juzgaba como niflo; más cuan-
do ya fui hombre, dejé lo que era de nifto. Ahora vemos
por espejo oscuramente; mas entonces veremos cara a
cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoce-
ré-como fui conocido» (111 Cor. 13:8-12).
Los versículos 8-12 directamente hacen referencia
al carácter transitorio de los dones milagro~s en la
Iglesia. Cuanto hemos visto anterionnente en el resto
de la Escritura nos pennite esperar esto. Aquí, simple
y categóricamente Pablo lo afinna. El amor perdura; no
se acabará. Jamás el amor desaparecerá de la iglesia.
Empero las «profecías», las «lenguas», y la «ciencia»

61
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

se acabarán. Estos sonlos dones mencionados en 12:8-


10 como «profecía», «palabra de conocimiento» y «di-
versos géneros de lenguas». Esto es lo que el apóstol
tiene en mente. El está comparando aquí los dones mi-
lagrosos con las gracias internas. Necio seña pensar que
el conocimiento, el lenguaje y la verdad hayan de des-
aparecer en el sentido absoluto de la palabra. Más bien,
Pablo afirma que los dones desaparecerán de la iglesia
Cuándo y por qué debeñan desaparecer de la iglesia
es algo que queda claro en los versículos 9-12. La
ciencia y la profecía sólo eran fonnas imperfectas y
pareiales de revelación. Pero algo «perfecto» está por
llegar. Al punto, la mente se traslada al cielo. Es allí
donde tenemos el estado perfecto. No obstante, la
palabra traducida ''perfecto" en el uso del Nuevo
Testamento no siempre significa perfecto idealmente.
La misma palabra se usa de nuevo en 1• Cor. 14:20,
donde se traduce como «hombres». La idea, pues, es
"maduro" en contraste con lo ''infantil". Que este debe
ser el significado en 13:10 resulta claro al darse el
contraste con "infantil" del v. 11. Es decir, cuando la
revelación plenamente adulta y madura venga, entonces
las revelaciones parciales de un estado de infancia
dejarán de ser.
Evidentemente, la idea de este texto debe analizarse
a la luz de 21 Timoteo 3:16-17. «Toda la Escritura es
inspirada por Dios, y útil para ensenar, para redargüir,
para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra». En ninguno de los dos pasajes
se presenta lo "perfecto" como la condición del hombre
glorificado en las regiones celestes. Se refiere al

62
LOS DONES EN LA IGLESIA PRIMITIVA

hombre cabalmente preparado para la vida de este mun-


do; el hombre que ha madurado plenamente. Cuando
la Escritura hubiese sido completada, entonces la igle-
sia habría de tener la revelación completa apta para su
condición en la tiem. Nuestra Biblia habiendo sido
completada es perfecta en el sentido que es plenamen-
te suficiente como revelación para todas nuestras nece-
sidades. Pablo lo que realmente dice es que «cuando lo
que es suficiente venga, lo inadecuado y parcial des-
aparecerá. Las lenguas cesarán, el conocimiento se
acabará en el momento en que el Nuevo Testamento sea
completado».
Los dones maravillosos, tal como se encuentran
catalogados en el capítulo 12 sólo serían útiles en una
situación inferior. Su utilidad parcial los circunscribió
a un estado temporal.
Empero, no hay necesidad de afemrse a estos do-
nes. ¿Acaso se aferra un hombre maduro, plenamente
desarrollado a las fonnas infantiles de expresión, enten-
dimiento y pensamiento (v. 11)? Cuando el hombre es
maduro hace a un lado las cosas de niflo. De modo
semejanté, las palabras, los pensamientos y la seguridad
íntima de tener las Escrituras completas debe hacer que
la iglesia crezca y madure, haciendo a un lado la infantil
etapa de las revelaciones carismáticas.
Además, muchos se han dejado extraviar al comen-
tar sobre el versículo 12. En vista que ~ contraste apa-
rece tan fuerte, hay la tendencia a pensar que, de nuevo,
se trata de una referencia al cielo. Muchos comentaris-
tas han afümado que Pablo aquí establece un contraste
entre el conocimiento presente y el entendimiento
celestial. No, el tema es el tiempo y la causa para que

63
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

los dones milagrosos caduquen; «ahora» y «entonces»


tienen este sistema contínuo de referencia.
El hecho es que los contrastes del v. 12 no son tan
absolutos como frecuentemente se supone. Las notas
marginales de la Biblia han reconocido aquí una depen-
dencia con respecto a Números 12:6-8. El lenguaje es
harto semejante en ambos pasajes. La ocasión fue el
reproche de Jehová a Miriam y Aarón por murmurar
contra su siervo Moisés. «Y él les dijo: Oíd ahora mis
palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Je-
hová, le apareceré en visión, en sueñ.os hablaré con él.
No así mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa.
Cara a cara hablaré con él, y claramente y no por fi-
guras; y verá la apariencia de Jehová. ¿Por qué, pues,
no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?».
Al punto reconocemos las figuras utilizadas en 1ª Cor.
13:12; un contraste entre una revelación oscura y par-
cial y un despliegue abierto y frontal del Señ.or. Aquí
no tenemos un contraste entre lo profético y lo celestial,
sino entre profetas menores y un profeta mayor.
En el Antiguo Testamento, Moisés aparece como el
gran profeta que habló con Dios «cara a cara y clara-
mente». Otros profetas recibieron mensajes «por figu-
ras» y «apariencias» por el nada claro método de fas
«visiones» y los «sueñ.os». En el Nuevo Testamento, Je-
sucristo se presenta como el gran Profeta que habitó en
el seno del Padre y lo ha declarado. Su plena y total
revelación del Padre fue registrada en la Escritura por
los apóstoles. De modo que otras revelaciones «ca-
rismáticas» resultarían equivalentes a ver a través de un
cristal imperfectamente transparente (como los sueñ.os
y las visiones del Antiguo Testamento). Ellos sólo

64
LOS DONES EN LA IGLESIA PR.IMITIV A

daban una revelación parcial, «oscuramente» (a manera


de «acertijos»). En contraste, recibir las Escrituras era
colocarse «cara a cara» con Dios. Este es el «familiar»
acercamiento a Dios por medio de su l{ijo Jesucristo.
¡El versículo 12 sintetiza la necesidad de que los dones
milagrosos cesen! Aunque la cesación ocurriría en el
futuro todavía, cuando Pablo escribió esta epístola, se
tomó asunto del pasado después que Juan escribiera el
Apocalipsis. Luego, los dondes del capítulo 12 ya cesa-
ron! ·
El capítulo 13 concluye con un comentario que
muestra además que los versículos 8-13 no contrastan
el conocimiento terrenal con el celestial. Porque aun .
después de cesar las profecías y las lenguas, la fe y la
esperanza pennanecerán. No habrá esperanza en los
cielos. «Esperanza que se ve, no es esperanza; porque
lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?» (Romanos 8:24).
Pero luego que la Escritura esté completa, todavía la
esperanza pennanecerá en la iglesia, hasta el día de
Jesucristo.
Un examen de la iglesia actual lo lleva a uno a la
angustia por causa de su debilidad y «fracaso», su
pecado y frialdad. No faltan las voces que dicen «Lo
que necesitamos es regresar al estado de la iglesia de
los tiempos apostólicos». Esa fonna de razonar es la
que ha conducido a la presente búsqueda de dones mila-
grosos. Tales dones existieron en la infancia de la
iglesia. ¡Ah, si los tuvieramos ahora! «¡Muy por el
contrario!» dice al apóstol, «No debéis desear regresar
a lo infantil». Antes que la Escritura fuese terminada,
la iglesia se encontraba en posición de inferioridad con
respecto a la verdad. Los creyentes no tienen por qué

65
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

buscar regresar a la época anterior al afio 100 d.C. en


la cual la Biblia todavía no estaba completa. ¡Ellos no
tienen por qué desear los mensajes oscuros, cuando se
encuentran enfrentados cara a cara con la verdad en la
Escritura!
En lª Cor. 12-14 no tenemos un pasaje que esté
afirmando los dones milagrosos como una norma para
la iglesia en todas 1~ edades. Más bien, prepara la
iglesia para cuando estas manifestaciones del Espíritu
cesen al ser completada la Escritura. ¿Qué hombre
adulto querría volver a la forma infantil de asimilar la
verdad, después de probar y gustar la revelación llena
de gracia y madurez de la verdad en la Escritura? Pero
esto es precisamente lo que los carismáticos nos piden
que hagamos. Ellos nos invitan a hablar en forma
infantil y escuchar oscuros rompecabezas, después que
el Sefior y los apóstoles nos han dado una revelación
«cara a cara» del Padre. Las lenguas, las profecías, la
palabra de sabiduría y fe, fueron suficientemente útiles
en los días de la infancia. Pero lo perfectamente reve-
lado ha hecho ya su aparición; lo adulto está ya pre-
sente. Los dondes temporales han terminado.

Supervisión de los ·Dones Temporales


«Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se
preparará para la batalla? Así también vosotros, si por
la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo
se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire». (1ª
Cor. 14:8-9).
Durante la generación en la cual los corintios vivie-
ron, se requería orientación para el uso y ejercicio de
los dones temporales; por eso aparece el capítulo 14.

66
LOS DONES EN LA IGLESIA PRIMITIVA

Después de la instrucción formulada en el capítulo 13,


puede este capítulo parecer un anticlímax para nuestros
propósitos actuales. Sin embargo, algunas verdades
comportan una repetición.
Ciertos pentecostales ensen.an que hablar en len-
guas, en forma pública o privada es siempre un acto de
oración, usualmente de adoración a Dios. Sea esto
cierto o no, los versículos 5, 27 y 28 definitivamente
indican que las lenguas no debían usarse en reuniones
públicas sin intérprete. La razón que hace verdadera
esta norma es la necesidad absoluta de la edificación
común en la adoración (vv. 2-19). Y para la edificación
es menester el entendimiento. Pablo ha descubierto
nuevamente la piedra fundamental de 12:1-3. Ninguna
acción del Espíritu que tienda a edificar es insensato o
irracional. Esa es la táctica de Satanás para llevarse a
los hombres.
El quehacer edificante debe ser algo comprensible
a pesar de las oscuras circunstancias revelatorias.
Jamás podemos esperar que el Espíritu de Dios por
gracia ejecute sus funciones en el alma a menos que sea
en íntima relación con la verdad. La soberana y mis-
teriosa obra de la regeneración es en sí misma desem-
pen.ada por la verdad. «Siendo renacidos, ... por la
palabra de Dios» (1ª Pedro 1:23). Debido a esto Pablo
repite con insistencia que las «palabras fáciles de
entender» con condición sine qua non1 de la edifica-
ción. Es posible pensar en la verdad sin la influencia

l. Expresión latina que significa «sin la cual no es posible».


(N.T.)

67
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

del Espíritu Santo; pero jamás podremos esperar la


influencia del Espíritu sin que la verdad llegue a la
mente.
Si se tiene en mente el énfasis bíblico sobre la co-
municación inteligente de infonnación, con miras a
edificar, ¿qué razón queda para creer que alguien que
hablaba en lenguas fuese inconsciente de los misterios
que hablaba? (v.2). Si todos los congregados que
escuchaban dependían de la clara e inteligible verdad
para su edificación, ¿cómo podía un hombre hablando
en lenguas edificarse a sí mismo (v. 4), a no haber algún
rayo de entendimiento del misterio articulado? Tal vez
su entendimiento no sea suficiente para hacer una inter-
pretación. Con todo, siempre debería haber una inteli-
gente comprensión de parte de quien hablara en len-
guas para ser edificado en beneficio personal. Si esta
conclusión no es válida, entonces quienes opinen lo
contrario deben presentar la prueba bíblica2
Quienes afinnan que hablar en lenguas en privadas
devociones resulta edificante, deben hacerse una serie
de preguntas. ¿Hay algo inteligible en esos mensajes en
lenguas? ¿Se basan, dichos mensajes, en experiencias
emocionales que pasan por alto la mente? Si así fuera,
¿qué autorización biblica habría para una fonna seme-
jante de adoración? Esto se critica aun en 11 Cor. 14.
Si 1ª Cor. 14:1-19 urge algo, es mantener en el
centro la más clara e inteligente fonna de la verdad.

2. Sostener que quienes hablan en lenguas ignoran las revela-


ciones, resulta insostenible de acuerdo·a Charles Hodge en 11 Cor.
14:14.

68
LOS DONES EN LA IGLESIA PRIMITIVA

Hoy, nuestra tarea no consiste en esperar más profecías,


sino en obedecer completamente la revelación clara
dada por Jesucristo. ¿Qué podría ser más edificante que
las explícitas notas (vv. 7, 8) de la exposición del Evan-
gelio? La palabra de Cristo, enseflada claramente es la
cumbre suprema de la edificación espiritual para los
creyentes vivos sobre la tierra.

Un propósito Para las Lenguas


«Hennanos, no seáis niflos en el modo de pensar,
sino sed niflos en la malicia, pero maduros en el modo
de pensar. En la ley está escrito: en otras lenguas y con
otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán,
dice el Seflor. Así que, las lenguas son por seflal, no a
los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecfa, no
a los incrédulos, sino a los creyentes» (1ª Cor. 14:20-
22).
Estos versfculo plantean otro argumento contra el
uso moderno de las lenguas. Hemos visto, con base en
las Escrituras, que las lenguas comportaban carácter de
sefial para un apóstol, acréditandolo como agente de
divina revelación. Mientras duraba la etapa· final del
desarrollo de la iglesia, las lenguas también servían
temporalmente para la edificación parcial e imperfecta
de los creyentes. Sin embargo, el apóstol deseaba
infonnar plenamente a los creyentes sobre las lenguas.
En el versículo 20 insta «sed adultos en la fonna de
pensar». No seáis como algunos carismáticos que
pretenden escapar de las discusiones doctrinales. o
evadir el estudio cuidadoso de la Biblia. Sed adultos en
el entendimiento. Pero, ahondemos en la mina del An-
tiguo Testamento.

69
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

Isaías 28:11 y 12 son los versículos que el apóstol


Pablo cita. ¡Es este un texto fundamental para el asunto
de las lenguas! Tales palabras fueron pronunciadas en
un período en el cual la mayoría de los profetas de Dios
cumplían su ministerio hablando el hebreo. Toda la
verdad les era presentada a los judíos en su propia
lengua. ¡Qué privilegio! Pero esto duraría sólo hasta los
días de Jesucristo. Súbitamente, en el Pentecostés, la
verdad de Dios sería presentada a los oídos de los hom-
bres en lenguas gentiles. No era ésta en manera alguna
señal prometedora para la nación judía. Más bien, venía
a ser una señal de condenación. A pesar del vívido
testimonio de los galileos hablando en las lenguas de
las naciones, Israel no se arrepentiría, sino que endu-
recería más su corazón. «Ni aún así me oirán, dice el
Señor». Las lenguas eran una señal para los judíos, con
respecto a su inminente caída, la destrucción en el afio
70 d.C.
En el versículo 22 se encuentra una contundente
conclusión. ¡Las lenguas resultan ser señal para los
incrédulos, pero no con el propósito de convencerlos de
su incredulidad y consecuentemente tratarlos a la con-
versión! El versículo 23 muestra que las lenguas sólo
harían pensar a los incrédulos que quién disponía de
ellas era un «demente». Las lenguas son señal de la ira
apresurada y especial disgusto de Dios contra su
negligente primogénito, Israel.
Cabe preguntar de nuevo, ¿qué propósito informa-
rían las lenguas hoy? Los apóstoles muertos, las len-
guas no tendrían, evidentemente, que acreditarles au-
toridad divina. Estamos en presencia de la revelación
plena; no hay necesidad de permanecer entre brumas,

70
LOS DONES EN LA IGLESIA PRIMITIVA

y parcial edificación, persistiendo así en la etapa infan-


til a través de las lenguas. Jamás, en quienes las ha-
blaron, las lenguas llegaron a evidenciar una más
profunda realidad espiritual. Por otra parte, es evidente
que los judíos venían caminando bajo la ira de Dios de
tiempo atrás. El rotundo colapso ya se ha cumplido. Si
alguna posibilidad cabe hoy, es la del retomo de la
bendición a Israel (Romanos 11). Y las lenguas no ser-
virán para dicho propósito. ¿Deberían continuar las
lenguas hoy? Ciertamente, ¡no! Han cesado.
«Y los espíritus de los profetas están sujetos a los
profetas» (lª Cor. 14:32). Algunos creyentes leerán los
versículos 23-29 bajo una perspectiva enigmática. To-
mados en .fonna aislada, es posible utilizarlos para
confundir. Surgirán preguntas como «¿No lo dice
acaso, "¿Buscad profetizar"? ¿No han leído ustedes
acaso, "ni impidáis hablar en lenguas"? ¿Cómo es
posible, entonces, excluir estas cosas hoy?» Sin embar-
go, cualquiera que haya seguido el argumento del
apóstol hasta este punto, notará inmediatamente la
falacia de ignorar todas las premisas anteriores. Las
conclusiones resultan simples, contruídas sin base. Es
lo que ocurre, precisamente, al tomar aisladamente
textos sobre las lenguas. Quienes no quieren proseguir
el hilo del pasaje deben andar en las tinieblas. Sólo es
posible gritarles: «No quiero que ignoréis» (12: 1). Si no
activan sus mentes para pensar en esto cabalmente,
torcerán las mismas Escrituras que citan.
Nos queda un punto complementario digno de
anotar en los versículos 28-32.
El advenimiento del Espíritu Santo sobre los hom-
bres, en tiempos neotestamentarios, jamás resultó en la

71
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

pérdida del control personal. Otra vez, ésta es un im-


plicación directa de 12:1-2. Al entrar el espíritu de
lenguas en un hombre, el tal podía pensar racionalmen-
te con respecto a su situación, y era capaz de mante-
nerse callado. Los espíritus de los profetas siempre
estaban sujetos a los profetas. Los carismáticos más
cuidadosos y sobrios rechazan las reuniones desorde-
nadas que degeneran en tutbulencia, en las que la gente
pierde el control y donde reina la confusión. El Espíritu
de Dios siempre obra de manera consistente con el uso
de la inteligencia del hombre y su dominio propio.
Sin embargo, el propósito primordial de este capí-
tulo no es establecer distinción entre grados diversos de
sabiduría carismática. 1ª Cor. 12:14 demuestra lo insos-
tenible de la moderna posición del movimiento pente-
costal en todos sus matices y formas. Niega que los
.dones milagrosos sean una indicación de gracia espi-
ritual. Insiste en el hecho de que los dones de revelación
habrían de cesar cuando la Escritura quedara completa.

72
6
Por qué los cristianos
procuran "los dones"

La Atracción Actual
Muchos verdaderos cristianos, al ignorar la fuerza
de ia perspectiva neotestamentaria con respecto a los
dones milagrosos, han sido atraídos hacia la posición
pentecostal. Por consiguiente, se han apartado del finne
fundamento de la Escritura como única autoridad para
sus vidas. De no ser así, entonces ignoran las profecías
que pretenden provenientes de Dios. Pero esta falta de
confianza en las Sagradas Escrituras se insinúa por sí,
inconscientemente, en el corazón y vida del creyente.
Han puesto su atención en otros asuntos que les distraen
de la única autoridad y suficiencia de la Palabra de
Dios. Resulta interesante analizar la fuerza de gravedad
que conduce al pueblo de . Dios hacia la órbita del
neopentecostalismo. ¿Qué es lo que produce tal fasci-
nación de los discípulos de Cristo con respecto a las
creencias y prácticas neopentecostales, contrarias a la
Biblia?
Tan rápida y amplia ha sido _la difusión de «lo
carismático» en los últimos quince anos, que es dificil
caracterizar el movimiento entero. Muchos de entre
quienes participan de los «dones milagrosos» rehúsan

73
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

ser llamados pentecostales o «carismáticos». Han


presenciado tales y tantos abusos que no desean tener
nexo_alguno con la denominación popular del movi-
miento. Su propósito es mantener los «dones carismá-
ticos» en un lugar subordinado al estudio bíblico, la
vida de santidad, la comunión y el evangelismo. En el
polo opuesto se encuentran quienes gravitan en la esfera
de lo inmoral y lo herético, y evidencian los mismos
«dones» en nombre del cristianismo.
Entre esos dos extremos se sitúan las masas de
pentecostales que disponen de una bien definida doc-
trina sobre el bautismo en el Espíritu. De igual manera,
existen los neopentecostales, cuyo compromiso y filia-
ción en sus organizaciones eclesiásticas es generalmen-
te evangélico y que pueden no estar de acuerdo con la
teoría pentecostal. Y no podemos olvidar la muchedum-
bre no afiliada a iglesia alguna cuyo único conocimien-
to religioso proviene de un grupo carismático o asam-
blea cristiana (así llaman a esos grupos en algunos
países de América Latina). Todos buscan, o ejercitan
o pennanecen bajo el ministerio de lo que ellos llaman,
los «dones del Espíritu Santo» o «manifestaciones
milagrosas del Espíritu Santo». ,
Aunque las mutaciones son infinitas en número, la
especie es única. Sus rasgos distintivos son claros.
Todos se oponen peligrosamente a la doctrina de la
revelación según el Nuevo Testamento, al sostener que
los dones de revelación existen en los tiempos moder-
nos. Una segunda característica común ya ha sido
anterionnente aludida, pero requiere ahora de nuestra
más completa atención. Porque es este elemento el que
cautiva las mentes de los creyentes que se encuentran

74
POR QUE PROCURAN LOS DONES

atraídos por lo «carismático». La segunda característica


es la búsqueda de algo más proveniente de Dios. Este
«algo más» se identifica de alguna manera con
«manifestaciones sobrenaturales del Espíritu Santo».
Más a menudo, los «dones del carisma» se asocian
mentalmente a una segunda obra de gracia, o con una
experiencia momentánea que suple el «algo más» que
se buscaba.
Los carismáticos brillan con sus relatos de algo más
de Dios en conexión con sus experiencias «milagro-
sas». ¡Cuán amplia es la gama de deseos que estos
testimonios despiertan en los cristianos! «Más éxito»,
en un nivel muy bajo. «Más de santidad», «más íntima
comunión con Dios», «más del poder para glorificar al
Sefior efectivamente en el servicio» en el tope máximo.
«Más amor por los hombres», «más satisfacción en la
vida», «más color personal», entre lo bajo y lo alto. La
lista crece interminablemente y las combinaciones de
que «más» son tan variadas como los testimonios, o
cuando menos, tan variadas como los grupos en los
cuales se presentan. Usualmente hay algo de una más
profunda espiritualidad, santidad y poder, sean enten-
didos estos conceptos desde el punto de vista bíblico
o no.
Por último, todos los deseos de bendición se iden-
tifican generalmente con el ejercicio de los dones
milagrosos. La mayoría de los pentecostales mantienen
como artículo de fe que «el hablar en lenguas» es la
sefial inicial del bautismo del Espíritu, experiencia que
trae consigo una vida más profunda que la mera con-
versión. El don perseguido es el Espíritu. Todos los
demás dones milagrosos son poseídos únicamente por

75
SERALES DE LOS APÓSTOLES

quienes han escalado este pináculo del cristianismo,


aunque no necesitan presentar otras manifestaciones
subsiguientes más que las lenguas. Así, los dones
espirituales y la posesión de una mayor espiritualidad
se ven claramente asociados. Algunos neopentecostales
dirían que la posesión de cualquiera de los dones podría
significar· inicialmente el ingreso a un más profundo
estado de espiritualidad. Unos pocos, solamente, afir-
marían que no es necesario ningún don milagroso como
señal de entrada en la plenitud de bendiciones que ellos
apoyan. Sin embargo, en sus mentes anida la admira-
ción hacia quienes obran milagros, una finne convic-
ción de que quien manifiesta el Espíritu Santo al «obrar
maravillas» debe estar muy cerca del Señor.
Realmente, esta combinación de pensamiento es la
que cautiva la atención de extraftos hacia el pentecos-
talismo y retiene a quienes se han convertido bajo este
ministerio. Hay «algo más» que obtener espiritualmen-
te y los «dones milagrosos» evidencian que el obrador
de milagros lo ha logrado. Su consejo luego es buscado,
en público o en privado, lo cual confinna la identidad
de los dones espirituales con el hombre espiritual.
¿Tenemos que regresar al ejemplo de Judas, a Mateo
7:21-23 o a lª Cor. 13:1-3 para demoler esta falacia?
¿No hemos concluido que los dones espirituales no
identifican a un hombre espiritual? Muchos obradores
de milagros serán rechazados por Cristo en el juicio.
Las gracias interiores, o frutos del Espíritu, y no las
manifestaciones externas de algún don, son señales de
espiritualidad. ¿Por qué habría de continuar esta opi-
nión ignorante y errónea? Muchos que no presentan
mucho fruto del Espíritu están efectuando lo que los

76
POR QUE PROCURAN LOS DONES

hombres contemporáneos aceptan como milagros.


Otros en el movimiento pentecostal son hombres pia-
dosos. Son únicamente los rasgos de gracia en sus
caracteres. Que hablen en lenguas· o sanen en nada
contribuye para modificar nuestra opinión. Los «caris-
mas» espectaculares y maravillosos jamás fueron dados
para identificar a quienes los poseían como personas
espirituales. Esos dones fueron dados como credencia-
les de la autoridad apóstolica y como medios tempo-
rales de edificación del cuerpo entero de la iglesia. No
pueden tomarse como indicadores de una más profunda
vitalidad espiritual.
Además, si los ojos y oídos se mantuvieran alertas
hacia las palabras y literatura carismáticas, muchas
dudas se levantarían en tomo a su total tesis. A despe-
cho del crecimiento fenomenal numérico, los pentecos-
tales se hallan involucrados en tanta confusión como lo
están otras ramas del cristianismo. Sus líderes más
sabios y sobrios llaman la atención sobre la misma
ignorancia, la inmoralidad, frialdad de corazón, e im-
potencia deplorables dentro de sus filas, males de los
cuales muchos han tratado de escaparse por sus expe-
riencias. Unas pocas voces están clamando en pro de
una mayor concentración sobre la Palabra de Dios
registrada en la Escritura. Eso nos dice más al respecto.
Si la segunda bendición y «los dones carismáticos» son
compartidos por los débiles en sus medios, entonces «el
más» que anhelamos debe venir por la Palabra y el
Espíritu y no por alguna identificación: con sus dones.
¿Puede, entonces, con propiedad, llamarse este movi-
miento un avivamiento? Definitivamente, ¡no!
Aparte de los dones en sí, ¿qué hay de otra expe-

77
SERALBS DE LOS APÓSTOLES

riencia clara, que pueda elevar al creyente de un nivel


de gracia a otro? Después de todo, es este ramal de pen-
samiento evangélico el que ha aparejado el camino para
el pentecostalismo. Todos los carimásticos doctos rin-
den tributo a los maestros del movimiento «Keswick»
o de «la vida más profunda».3 Con demasiada frecuen-
cia este movimiento ha conducido directamente a la
búsqueda de un retomo a una iglesia como la de la era
apostólica y a la identidad simplista de dones espiritua-
les con el hombre espiritual. Ahora bien, ¿como se
aborda esto?
Los partidarios de la segunda experiencia de gracia
nos llaman la atención hacia su examen de la iglesia
actual. Con razón apuntan su impotencia frente al
mundo y la carne. Cada verdadero creyente debe admi-
tir que la iglesia del siglo XX necesita desesperadamen-
te asistencia celestial para resistir las fuerzas del paga-
nismo. Dios debe ser buscado si queremos recuperar el
terreno perdido en el campo moral y espiritual dentro
de una sociedad depravada.
Se sugiere una cura para los males de la iglesia. Su
condición requiere algunos supercristianos, hombres

3. Nótese la salutación de du Plessis a Andrew Mmray en «El


Esplritu Me Ordenó Ir, p. 55. La básqueda de A. Mmray por la
Plena Bendición del Penlecostés terminó en que muchos de sus
estudiantes abrazaron el pentecostalismo. Para una mayor evidencia
histórica de la relación del pentecostalismo con las enseñanzas de
la segunda obra de gracia, consáltese A Theology o/ de Holy Spirit,
de Frederick Dale Brunner, Eerdmans, 1970. El Capítulo Il de este
libro (Parte Primera) muestra persuasivamente el vínculo entre los
dos. Esto no es ningún secreto entre los carismáticos. Generalmente
lo reconocen en forma abierta.

78
POR QUE PROCURAN LOS DONES

que vivan en un más alto plano de santificación, que


sean dotados con una fuerza dinámica. En otras épocas
la iglesia ha tenido hombres extraordinarios: un Lutero,
un Whitefiel, un Edwards. A menudo se sugiere que
estas figuras grandes de la historia de la iglesia abra-
zaron la enseftanza carismática. Empero, no hay base
histórica para formular semejantes aseveraciones. Lute-
ro, Edwards y otros héroes como ellos en el pasado nun-
ca abrazaron una doctrina de «la segunda obra de gra:-
cia»4 Entonces se dan informes optimistas de los gigan-
tes espirituales de esta década y de sus hazaflas, para
grabar la ensefianza de que no es necesario continuar
esforzándose con tan sólo la energía de una primera
obra de gracia.
¿Cómo debe reaccionar el creyente humilde? Allí
está, luchando contra el pecado y la debilidad moral.
Su servicio a Cristo parece tan infructuoso. Él sólo pue-
de sentir palpitar su alma con ansias de victoria en la
santificación y tal éxito en honrar a su Dios como se
le presenta de esos ejemplos pasados y presentes. Cuan-

4. Con cierta frecuencia quienes apelan a la historia señalan


algunas experiencias conmovedoras de los cristianos sobresalientes,
y luego explican esas experiencias mediante enseñanzas que ellos
habrian redmado categóricamente; Whitefield, Edwuds y olros
conocieron, a veces, un poderoso revestimiento del EspfrilU para
hacer su obra pero, a diferencia de Juan Wesley, ellos no erraron
suponiendo que cada cristiano debía buscar una segunda obra del
Espúilll Santo, posterior y distinta a su conversión. Véase la obra
de Edwuds, Las Marcas Distintivas • una Obra •1 Esptritu •
Dios. Aunque vio grandes avivamientos, escn1>i6 fuertemente en
contra del cualquier esperam.a de que la iglesia reci'ba dones extra-
ordinarios del Espúilll. Véase Charity and its Fruits, pp. 315-320.

79
SERALES DE LOS APÓSTOLES

do se ofrece una alternativa para él unirse a las filas de


los poderosos, el corazón del pobre cristiano salta agi-
tado antes que su mente pueda pensar en la autoridad
de la Biblia. ·
Si alguna vez la atracción de una segunda obra de
gracia ha estado acosando tu alma, entonces ni debes
estudiar cuidadosamente los últimos cuatro capítulos de
la 21 carta a los Corintios. Pablo se dirige allí a los pa-
triarcas que dieron origen al pentecostalismo, y a todo
otro movimiento que propugne por una segunda obra
de gracia. Mucho es lo que puede perderse mediante
pobres hábitos de lectura de ~ Escrituras. Es común
leer un capítulo y fijar la atención primordialmente
sobre los versículos favoritos, versículos que el lector
desde tiempos atrás puede haber interpretado siempre
fuera del contexto. Lea 2A Corintios 10-13 de una vez.
.Haga el esfuerzo de ver la unidad del pasaje y trate de
desentraffar el principal argumento de Pablo.

La Atracción en Corinto
El apóstol a los gentiles se dirige a un grupo dentro
de la iglesia en Corinto que ponía en tela de juicio su
autoridad apostólica. En 13:3, Pablo anota, «buscáis
una prueba de que habla Cristo en mí». Ellos dudaban
de la autoridad del hombre que había fundado su igle-
sia. Con audacia habían desafiado abiertamento al após-
tol a fin de qµe probara su apostolicidad. Es claro que
la prueba que ellos buscaban era el testimonio de expe-
riencias extraordinarias, visiones y revelaciones. En
12:1, contra su propio deseo dice, en efecto, «yo os voy
a hablar de visiones y revelaciones porque es lo que
vosotros pedís». El partido oposicionista de Corinto

80
POR QUE PROCURAN LOS DONES

estaba convencido que las experiencias místicas espec-


taculares eran señales de individuos superespirituales.
Sólo tales personas serían capaces de conducir la iglesia
a la victoria, el avivamiento y el éxito. Evidentemente,
¡siendo profetas sobresalientes, tendrían que ser dignos
maestros!
Semejante opinión cobró cuerpo en ciertos dirigen-
tes dinámicos de Corinto quienes «se disfrazan como
apóstoles de Cristo» (11: 13). Pero ellos, realmente,
predicaban «otro Jesús»; ellos tenían «otro espíritu»;
ellos enseñaban «otro evangelio» (11:4). Sin embargo,
a través de sus extraordinarias representaciones «se ala-
ban a sí mismos» (10:12,18).
Hombres nuevos se presentaban como superapósto-
les, o dicho de otro modo, apóstoles más elevados. Ese
es el sentido literal de las palabras que se traducen
«grandes apóstoles» en 11:5, «y pienso que en nada he
sido inferior a aquellos grandes apóstoles». En este tex-
to, Pablo no se está comparando con Pedro y Santiago,
sino con los nuevos superapóstoles. Se refería a quienes
estaban haciendo alarde de visiones, revelaciones y ex-
periencias místicas dinámicas delante de la iglesia.
Ellos mismos pretendían ser del don de Dios para la
iglesia. En vista de ser una raza superior de apóstoles,
ofrecían llevar a la iglesia a un plano más alto. Con-
secuentemente, la gente en Corinto empezó a comparar
a Pablo con los grandes místicos (de la misma manera
en que el pastor corriente de hoy es comparado con los
obradores de milagros espectaculares).5 Los nuevos
dirigentes eran ministros dinámicos, de impresionante
5. 21 Cor. 10:12

81
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

personalidad. Pablo, al contrario, ~ í a como una.


figura cuasi-cómica, al lado de ellos. Él no tenía per-
sonalidad atrayente, ni aspecto imponente, ni infonnes
sobre los hechos espectaculares de éxito. Sus iglesias
eran pequefias, luchando por sobrevivir y cargadas de
problemas. Su propia vida, constantemente sefialada
por la prueba y la tragedia. Ellos recordaban que Pablo
no era elocuente. En 11 :6, el apóstol toma nota de su
opinión en el sentido que ellos afinnaban ser él «rudo
de palabra». El apóstol enfoca claramente su total
evaluación en 1O: 10, «Porque a la verdad dicen, las
cartas son duras y fuertes, pero la presencia corporal
débil, y la palabra menospreciable.»
Sin duda, hay algunos personajes modernos que
equivalen a los superapóstoles corintios. Elementos de
su arrogancia y calidad de empresario se encuentran en
grupos carismáticos. No obstante, esto no quiere decir
que todos, o aún la mayoría entre los pentecostales,
presenten tales características. Ni tampoco semejantes
despliegues carnales se limitan al neopentecostalismo.
Se encuentran cómodamente establecidos en todos los
ámbitos de la iglesia moderna, especialmente en Amé-
rica. Pero los elementos básicos comunes a todos los
pentecostales están aquí, aunque otros puedan ser
menos burdos en su presentación. Hay «algo más» de
espiritualidad para los corintios. La vida superior de la
verdadera religión se asocia con los «dones» fenome-
nales. La respuesta de Pablo dará ~a indicación sobre
su actitud hacia las ideas de una segunda obra de gracia.

La respuesta Bíblica
La respuesta directa a este desafio empieza en 11: 18.

82
POR QUE PROCURAN LOS DONES

«Puesto que muchos se glorían según la carne, yo


también me gloriaré». Pablo se jactará como los supera-
póstoles. No obstante, al comenzar su jactancia, hay
una mordaz ironía que ridiculiza el fatuo orgullo de sus
enemigos. Cualquier pretensión de haber alcanzado un
más alto plano de gracia refleja un elemento de vana-
gloria. Por más que pudiera presentarse el deseo de
ayudar al desafortunado «mero convertido», siempre
hay un aire de sobreestimación. personal según el cual
quien así siente se considera mejor que los otros. Esto
es cierto tanto si el nuevo estado es una vida espiritual
más profunda o un bautismo en el Espíritu Santo. Esto
se refleja en el argumento de que quienes no han
recibido la plena bendición de la segunda obra padecen
males en sus iglesias y fallos personales, pues no han
experimentado el segundo paso clave. De modo que, si
una iglesia tiene problemas y la vida del creyente refleja
impotencia, lo que se necesita es un avivamiento o una
nueva porción del «más» ya poseído.
Podría hacerse una paráfrasis del argumento princi-
pal del apóstol en 11:23-33 en los siguientes términos:
«Yo trabajo duro, con fatiga, con dificultades, cargado
de angustias. ¿Qué ha conseguido tal labor? He sido
azotado, encarcelado, casi matado. He sido víctima de
naufragio, pedrea, robo, conspiración. He padecido
cansancio, dolor físico, hambre, sed, frío, desnudez.
Constantemente estoy preocupado por las iglesias»; El
versículo 29 llega al clímax; bien podía simpatizar con
la debilidad de otros. «¿Quién enferma, y yo no enfer-
mo?» ¡Ciertamente no parece ser una defensa muy
vigorosa, dirigida como lo fue a gente que ya estaba
dispuesta a decir: «Este apóstol es un alfeñique»!

83
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

En los versículos 32 y 33 el último cuchillo de


irrisión se clava en el costado de sus contrarios jactan-
ciosos en Corinto. Es como si Pablo estuviese diciendo:
«Yo puedo imaginar a la iglesia en una reunión encan-
tadora de testimonios. Uds. acaban de escuchar de los
hechos triunfantes de los superapóstoles. No ha habido
falta de suenos, visiones, milagros. El aire ~ halla
cargado de expectaciones de oír infonnes adicionales
del poder asombroso de Dios. Bueno, he aquí mi
experiencia para leer en su reunión. "A mí me pue-
den imaginar como el hombre insignificante que soy.
He ahí a Pablo, atemorizado y encogido en un ca-
nasto. Furtivamente descolgado del muro de Damasco,
huyendo por su vida. El incidente, que bien recordáis,
es muy típico de las experiencias de mi vida. Así es
como merezco ser recordado. He ahí el Pablo verda-
dero."»
En el capítulo 12 Pablo continúa su defensa: «vendré
a las visiones y a las revelaciones» (v. 1). Esa era la
corriente de moda en Corinto. La gente se arrellanaba
en sus asientos para escuchar cosas semejantes. Pero
aquí de nuevo tenemos el sarcasmo caústico. Justamen-
te en los primeros seis versículos del capítulo 12
podemos leer entre líneas así: «Tuve una revelación ex-
traordinaria hace catorce afios. Los nuevos apóstoles las
tienen a diario, y relatan nuevas visiones en cada
reunión. Empero, me temo tener que regresar en mi
memoria atrás catorce afios, para recordar una signifi-
cativa experiencia mística que me trajo revelaciones.
Espero no defraudar su curiosidad, pero debo ser
negativo. No estoy seguro del estado en que me encon-
traba. Y no puedo decirles lo que ví. (¡Qué injuria a su

84
POR QUE PROCURAN LOS DONES

sed por lo sensacional!) De hecho, voy a pasar rápida-


mente a otro tema».
A no dudarlo, había una lección vital para la iglesia,
derivada de la experiencia de revelación de Pablo. El
versículo 7 del capítulo 12 nos enseña que la revelación
sobresaliente del apóstol fue seguida por luchas espan-
tosas con su propia carne y con Satanás.
Una espina en su carne le fue dada a Pablo, un
aguijón que estimulara su carnalidad restante. Era un
mensajero del diablo.
Lejos de transportar, esa revelación extraordinaria,
a Pablo al plano de la victoria y de la inmensa santi-
ficación, más bien le señaló el comienzo de una más
desesperada lucha contra el pecado y la carne. Dios
había permitido que el apóstol cayera en un tiempo de
graves tentaciones a fin de que éste no cayera en el
orgullo. Luego de conocer personalmente las glorias del
«tercer cielo», Dios le haría vívidamente consciente de
la carne que restaba en su propio seno. Su propósito era
prevenir una actitud arrogante en el siervo del Señor.
El versículo 8 nos recuerda cuán miserable fue la
lucha de Pablo después de su extraodinaria experiencia.
Él notó su tentación, y tres veces asaltó las puertas del
cielo con definidas peticiones para que el mensajero
maldito de Satanás le fuera retirado. Pero no era esa la
voluntad de Dios. ¿Era la revelación de Pablo una señal
de especial santificación? No; el conflicto con la carne.
se vio incrementado. ¿Acaso se convirtió Pablo, por
obra de su exótica experiencia, en un individuo más
fuerte? Al contrario; ahora, tenía que dedicar más
tiempo a su lucha personal contra la tentación. Ahora
veía más claramente su carne y se sentía más débil.

85
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

Los versículos 9-12 del capítulo 12 emergen de la


pesada atmósfera de ironía al transparente aire del
principio enunciado. En estos pocos versículos lanza un
dardo que hace blanco en quienes abogan por todas las
ensefianzas acerca de la segunda obra de gracia. Es un
tratamiento magistral y directo del asunto. El versículo
9 muestra el verdadero espíritu del cristiano: «Por tanto,
de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades,
para que repose sobre mí el poder de Cristo».
Pablo siente una profunda 1¡atisfacción al llamar la
atención sobre sus debilidades personales. Ya nos ha
dicho (le su consciencia constante de debilidad natural
y moral. Él sabe que es un hombre que va de una crisis
desesperada a otra. Siente dentro de sí la lucha sin
cuartel contra la carne y el diablo. Pero él se deleita en
sus flaquezas porque cuando algo ocurre en su minis-
terio, resulta evidente para todo el mundo que ocurrió
mediante el poder de Cristo. Su Seflor es quien debe
recibir toda la gloria.
El apóstol no pretende ser un superhombre. Sus
lectores deben recordar el espíritu con que hizo su
primera aparición en Corinto. Él vino a ellos no con elo-
cuencia ni confianza, sino con temor y temblor (lª Cor.
2:1-4). Sin embargo, hubo pecadores convertidos y
nació una iglesia. ¿Cómo podrían explicar esto ellos?
¿Optarían acaso por afinnar que él era w:i supercristiano
poderoso que había dado un segundo paso y por ende
había alcanzado el plano de la vida victoriosa?
Pablo sabía perfectamente que ésta sería una idea
absurda para quienes lo conocían personalmente. El
Espíritu de Dios había prosperado su ministerio por una
única razón: le plugo a Dios así. Evidentemente Pablo

86
POR QUE PROCURAN LOS DONES

poseedor de un vigoroso intelecto. Sin embargo, no


cabe duda, había mentes superiores a la suya que jamás
conmovieron el mundo. Sólo la gracia de Dios que
concurría a la obra del apóstol era la explicación de su
efectividad. Él era solo una débil figura convocada para
confundir a los poderosos del mundo. La lección resulta
evidente: ¡El poder de Dios se glorifica al usar cristia-
nos débiles!
Sin lugar a dudas, la iglesia contemporánea debe
anhelar y orar por un avivamiento. Es menester que
pida a Dios una más amplia extensión de su verdad. Es
necesario que pida la restauración de un nivel general-
mente más alto de justicia en su pueblo y en la sociedad
en general. El pueblo de Dios debe suplicar a fin de que
un mayor caudal de almas sea conducido al conoci-
miento de su salvación por gracia. Y no obstante todo
esto, es menester que ese mismo pueblo de Dios se
percate del hecho que no es necesario tener a hombres
supersantificados como medio para el avivamiento.
Dios en el avivamiento usa cristianos, involucrados
en una desesperada lucha contra su propia carne y
contra el diablo, para magnificar su propia grandeza.
Los ínstrumentos grandemente utilizados por Dios
deben ser aquellos que activamente estén luchando,
orando por quitar el pecado de .sus corazones, de la
misma manera en que Pablo clamó a Dios pidiendo que
le quitara el aguijón de su carne. Pero el apóstol muestra
que Dios sí usa grandemente a hombres que aún tienen
problemas personales en su confrontación con el peca-
do. Y nuestro poderoso Señ.or recibe más gloria porque
es evidente que el poder ha descendido soberanamente
desde Él.

87
SE&ALES DE LOS APÓSTOLES

A los cristianos supersantificados les faltaña una


calificación principal que Dios requiere de sus siervos:
propiamente, un profundo sentido de indignidad e im-
pureza personales. Sin una muy baja autoevaluación, el
siervo de Cristo no puede ser humilde en su acerca-
miento a los pecadores, ni puede, de corazón, dar a Dios
toda la honra por el éxito que se le haya concedido.
En Lucas capítulo S, Pedro vio que los peces fueron
traídos por milagro a su red por nuestro Seflor. En ese
momento «cayó de rodillas ante Jeslls, diciendo: Apár-
tate de mí, Seflor, porque soy hombre pecador». Éi re-
. conoció su indignidad para estar en la presencia del
Salvador. Era demasiado impuro para verse de alguna
manera asociado con el Seflor. Pero el Maestro respon-
dió al instante: «No temas; desde ahora serás pescador
de hombres». Es como si Cristo hubiera dicho «Ahora
que estás completamente consciente de tu impureza
moral, estás preparado para servirme, Simón».
Cuando los profetas del Antiguo Testamento eran ·
llamados a desempeflar una obra poderosa, sus llama-
mientos comenzaban, usualmente, con una toma de
conciencia de su personal impureza e impotencia. Pre-
cisamente de este modo Dios mantendría a Pablo siendo
abofeteado por alguna tentación satánica que estimula-
ba su carne, en lugar de permitir que su siervo pensara
de sí mismo como colocado por encima de otros. La
grandeza de la obra de Pablo vino a través de la medida
del Espíritu de Dios que concurría a su ministerio y no
a través de la excelencia moral del instrumento usado
pOr Dios.
En el legítimo deseo bfl>lico de un avivamiento, es
menester rechazar la básqueda de cualquier experiencia

88
POR QUE PROCURAN LOS DONES

que propone eliminar nuestra debilidad natural. Dios no


regó el evangelio de Cristo por el mundo mediante ex-
trovertidas personalidades. Cristo no escogió los após-
toles debido a la innata fuerza de su carácter. La iglesia
no empezó con doce emperadores, sino con doce escla-
vos políticos de Roma. Nuestro Sefior no se seivía
especialmente de los eruditos. La mayoría de los após-
toles eran hombres sin letras. Su elección de evange-
listas no tomó en cuenta a guerreros, ni agentes de
publicidad tipo «Madison Avenue». Como grupo, los
apóstoles no tenían fuerza personal atrayente que· pu-
diera explicar su impacto en el mundo.
Los cristianos, de diversas maneras, revelan su sos-
pecha de que Dios usa sólo hombres extraordinarios
para sus grandes obras. Hay quienes ponen gran énfasis
en las habilidades académicas. Piensan: «Si enviamos
hombres con honores académicos respetados por el
mundo, las naciones reconocerán el ge,iio y vendrán a
Cristo». Otros promueven jugadores de fútbol, estrellas
del cine, y políticos, esperando que el mundo acuda
presuroso a sus concentraciones. Desafortunadamente,
aunque las multitudes acudan, no son transfonnadas.
En efecto, ¿por qué no habrían de pennanecer en el
mundo, luego de esta apelación de la grandeza humana?
Hablamos demasiado, en ocasiones, de la elocuencia
de Whitefield, o la erudición de Edwards. Cubrimos,
con frecuencia, de un halo de romanticismo la vida de
los caudillos de los avivamientos. Juan Knox, tan
especialmente usado en la Reforma del siglo XVI,
declaró antes de su muerte, «cuando joven, como ma-
duro, y ahora como veterano de muchas batallas, no
hallo en mí más que vanidad y conupción». Tal era el

89
SERALES DE LOS APÓSTOLES

sentimiento de inutilidad en Whitefield que sentía que


no podía subir al pálpito sino por la justicia imputada
de Cristo. Las palabras finales de aquella luz ardiente,
William Grimshaw de Yolkshire, fueron: «Aquí va un
sieivo inótil». Era la gracia de Dios la que hacía de estos
cristianos lo que fueron, y de no haber sido por el
Espíritu de Dios, asistiendo sus ministerios, habrían
permanecido tan oscuros como muchos otros que los
igualaban en habilidades naturales.
Algunos de los actos testimoniales más profundos
y exitosos en el evangelismo han sido llevados a cabo
por, al parecer, los más improbables y menos atrayentes
individuos. Muchos creyeron en Cristo mediante el
testimonio de la inmoral Samaritana el mismo día en
que ella se encontró con el Salvador. Dios no esperó
hasta que ella pudiera establecer una reputación al nivel
de una super-santa entre su comunidad. El ciego de
nacimiento de Juan 9 fue llamado en la semana de su
conversión para dar testimonio entre los mayores
eruditos de la Biblia en el mundo. Dios no necesitó para
ello a alguien que hubiese dominado la. sana doctrina.
El joven creyente simplemente dio un hermoso testimo-
nio.
Dios no necesita tus talentos, sabiduría, santidad o
fortaleza. Más bien, t4 necesitas el poder de su Espíritu
en tus labores. Td no necesitas ser maravillosamente
transformado a través de una segunda obra de gracia
para ser un instrumento apto del Espíritu de Dios. El
Setlor se deleita al exaltar su poder de gracia usando
instrumentos débiles.
El avivamiento depende de la soberana bendición de
Dios. ¡))ar qué habrías de caer en una artimatla? ¡))ar

90
POR QUE PROCURAN LOS DONES

qué habrías de ser desviado al oír hablar de una segunda


obra de gracia? Esto es distraer la atención de la espera
en Dios que debe caracterizar la iglesia de hoy. Dios
despierta su iglesia mediante personas humildes que
tienen en su haber imperfecciones reales, pero que se
apoyan sólo en la gracia de Dios, en tanto que trabajan
diligentemente, confonne a su palabra. Por supuesto,
todos somos incompetentes para que Dios nos utilice
en su obra. Siempre lo seremos. «Y para estas cosas,
¿quién es suficiente?» (21 Cor. 2:16). ¡Nadie! Es una
locura esfoIZarse para alcanzar la suficiencia para servir
a Dios. Si alguien lo lograra, no se requeriría la.gracia
continua. Además, nótese que en cada momento la
gracia te será tan suficiente como lo fue para Pablo (2'
Cor. 12:9). En el transcurso de tu vida necesitarás des-
esperadamente de la gracia. En medio de tu conciencia
de debilidad, descansar en la gracia de Dios. La espi-
ritualidad no puede equipararse con el poder personal.
El ser débil no debe entenderse como ser camal.
El pentecostalismo está impidiendo que los hombres
admitan su debilidad a fin de que descansen en la
suficiente gracia de Dios. Más bien, impulsa a los hom-
bres a buscar su personal suficiencia. Como hemos
visto en los precedentes capítulos, los neopentecostales
conducen a los hombres por el atajo de la suficiencia,
desviándolos del camino de la verdad. La autoridad
única de la Escritura resulta minada en el proceso. La
experiencia que se ofrece se desarrolla aparte del medio
designado divinamente: el de la verdad.

91
7
El bautismo con
el Espíritu

Las fuenas del «Evangelio de la Plenitud» han ejer-


cido decisiva influencia sobre los cristianos al dirigirse
a ciertos anhelos interiores que siempre están presen-
tes en los santos sobre la tierra. En su oferta de entrada
inmediata a un nuevo plano de espiritualidad, los pente-
costales han usado una frase bíblica que ha hecho pare-
cer creíble su solución. «El bautismo con el Espíritu»
se propone como una segunda experiencia que debe
procurar cada creyente.
A menudo los cristianos hambrientos son ajenos a
la sana instrucción bíblica al respecto; La interpretación
«carismática» reciente de esta frase es la única expli-
cación que sus oídos han escuchado. Cuando no se oye
la voz de la verdad, los errores parecen plausibles. Por
consiguiente, resulta necesario -entender algo con res-
pecto al sentido de esa frase popular según las Escri-
turas.
«Bautizar con el Espíritu Santo» son palabras uti-
lizadas únicamente en tres ocasiones históricas en las
Escrituras. Todos los Evangelios registran el testimonio
de Juan el Bautista con respecto a Cristo, en fonna muy

93
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

semejante a la que encontramos en Marcos 1:8: «Yo a


la verdad os he bautizado con agua, pero él os bautizará
con Espíritu Santo». Posterionnente, la última vez que
el Seftor habló con sus discípulos, el día de la ascensión,
dijo: «Porque Juan ciertamente bautizó con agua; mas
vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro
de no muchos días» (Hechos 1:5).
Por último, en Hechos 11: 16, Pedro usó las siguien-
tes palabras para describir su reacción a los eventos
ocurridos en casa de Comelio: «Entonces me acordé
de lo dicho por el Seftor cuando dijo: Juan cierta-
mente bautizó en agua; mas vosotros seréis bautizados
con el Espíritu Santo». Al examinar Hechos I y 2·
podemos ver el cumplimiento de la profecía de Juan y
Jesús.
Hechos 1:4-5 usa las frases «La promesa del Padre»
y «bautizados con el Espíritu Santo» para identificar
una y la misma bendición. Los discípulos tenían que
esperar en Jerusalén la promesa del Padre. Entonces
Jesús les recuerda del contraste de Juan como que
contiene la promesa que .ellos han de esperar. Es
importante reconocer esta identidad ·de referencia en
estas dos frases, al observar el cumplimiento de ambas
en el capítulo 2.
En Hechos 2: 1-4 leemos sobre el acontecimiento en
que los discípulos fueron «llenos del Espíritu Santo».
Hubo un sonido proveniente del cielo, como un viento
recio que soplaba. Lenguas repartidas como de fuego
aparecieron visiblemente para ubicarse sobre cada uno
de ellos. Hablaron en lenguas. Cuando se fonnularon
objeciones al extrafto comportamiento de los discípu-
los, Pedro se levantó y explicó el dramático y único

94
EL BAUTISMO CON EL ESPfRITU

incidente de la historia para aplicar su lección a las


multitudes entonces congregadas.
Al punto, Pedro llamó la atención a una promesa del
Padre, por su profeta Joel (2:28-32). En los postreros
días el Espíritu sería derramado sobre los siervos de
Dios. Cuando esto ocurriera, sus siervos profetizarían.
Aquí es menester notar de nuevo la clara enseftanza de
_la Escritura, en el sentido que todos cuantos hablaran
en lenguas en el día de Pentecostés estaban profetizan-
do. Así explicó Pedro su hablar en lenguas (Hechos
2:15-18). Mucho más importante para nuestro presente
argumento es, sin embargo, el reconocimiento que
Pedro hizo, de los eventos de ese día como el cumpli-
miento de la Promesa del Padre.
El sermón de Pedro ilo cambió a otro tópico al hablar
de Jesús nazareno en ·el versículo 22. Por inspiración
divina el apóstol predicaba la muerte, resurrección y
entronización dé Jesucristo como la. necesaria prepara-
ción para el don del Espíritu Santo. El versículo 33
·conecta el «bautismo con el Espíritu Santo» directa-
mente con la exaltación· de nuestro Seftor. «Así que,
exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del
Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto
que vosotros veis y oís».
La obra del Espíritu no es algo además de la obra
de Cristo. No hay divorcio entre la obra salvadora d~l
Hijo de Dios y la obra santificadora y habilitadora del
Espíritu de Dios. La obra vicaria expiatoria de Cristo
aseguró la promesa del Espíritu y parte de la actividad
de Cristo al reinar es impartir el Espíritu a su Iglesia.
Los hombres pueden ser bautizados con el Espíritu
Santo sólo después del entronizamiento del Mesías

95
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

resucitado. Como Juan 7:39 ensefla, el Hijo debe ser


glorificado para que sea dado el Espíritu. En su primer
acto de estado, el nuevamente coronado gobernante del
universo derramó su Espíritu sobre la Iglesia. Esto es
el significado del Pentecostés.
Cuando los corazones de quienes fonnaban la au-
diencia de Pedro se sintieron profundamente golpeados,
el apóstol dijo: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados; y recibiréis el,don del Espíritu Santo. Porque
para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y
para todos los que están lejos; para cuantos el Seí'lor
nuestro Dios llamare». El «don del Espíritu Santo»
podría significar sólo el ser llenos del Espíritu Santo tal
como se menciona en el versículo 4. Su atención total
se había fijado especialmente sobre quienes habían sido
bautizados con el Espíritu. El sennón íntegro de Pedro
aclaró la experiencia de los discípulos que habían
captado la atención de la multitud. Ofrecerles ahora
otro don del Espíritu sin distinguirlo claramente habría
sido el colmo de la impostura.
El versículo 39 habla de una promesa. ¿A qué pro-
mesa se refería Pedro? Sus pensamientos por un tiempo
sólo se habían dirigido hacia una sola promesa. Era la
promesa del Espíritu Santo, citada en el versículo 33,
explicada mediante Joel 2:28-32. ¡Se trataba de la
mismísima promesa hacia la cual Cristo condujo la
atención de Pedro en 1:4 y para cuyo cumplimiento
había pennanecido Pedro en Jerusalén! Introducir ahora
una segunda e inferior promesa, cuando sus almas se
encontraban angustiadas por el pecado de haber cruci-
ficado al Hijo de Dios, habría sido la más abyecta fonna

96
EL BAUTISMO CON EL ESPÍRITU

de oportunismo. No hay más que una promesa del Padre


y un don del Espíritu Santo a través de Hechos l y 2.
Ahora bien; ¿quiénes habrían de recibir esta prome-
sa del Padre? ¿Qué se les iba a requerir para ser «bau-
tizados con el Espíritu Santo»? El versículo 39 respon-
de claramente la primera pregunta y el versículo 38 la
segunda. La promesa discutida en Hechos 1 y 2, no
tendrían cumplimiento en un cuerpo elitista de creyen-
tes extraordinarios, sino que era una promesa «para
cuantos el Sei'ior nuestro Dios llamare». No era prome-
sa reservada para una avanzada y privilegiada casta de
cristianos. Más bien, sería aplicable a todos cuantos
efectivamente fueron y son llamados a una unión sal-
vadora con el Cristo Exaltado.
Cada convertido ha de ser pues bautizado con el
Espíritu Santo. Posterior al Pentecostés no se encuentra
un segundo nivel de experiencia, ni existen requeri-
mientos ulteriores a la conversión que hayan de ser
satisfechos para recibir el don del Espíritu Santo. No
hay necesidad de esperar, de prepararse, o de experi-
mentar una segunda obra de gracia. Simplemente es
«Arrepentíos y bautícese... y recibiréis el don del
Espíritu Santo». Juan 7:39 indica que luego de la
glorificación de Cristo, el Espíritu (que fluye desde el
interior de los hombres como ríos en abundancia) sería
dado a quienes «creyesen». Por ninguna parte aparece
que sea menester calificación alguna adicional a la
simple y salvadora fe.
Cuando Pedro observó que el Espíritu caía sobre el
hogar de Comelio, entendió que «¡Dios había dado para
los gentiles el arrepentimiento para vida!» (Hechos
11:18). Su lógica era sencilla: «La promesa es para los

97
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

creyentes. Ellos han recibido la promesa. Por consi-


guiente, ellos tienen que ser creyentes». Esta era una
conclusión radical para un judío. Pero la lógica era
convincente. Jesús los había bautizado con su Espíritu;
por ende, Pedro debía bautizarlos con agua en el nom-
bre de Cristo, aunque no fueran circuncidados. De
nuevo, nuestro principal interes radica en la coinciden-
cia entre la conversión y el bautismo con el Espíritu.
En cada pasaje de las Escrituras que se refiere a
Jesús bautizando con el Espíritu Santo, hay un contraste
con el bautismo en agua de Juan. Juan fue el último
profeta del antiguo pacto. Jesús bautizó con el Espíritu
como el Profeta del nuevo pacto. Las Escrituras del
antiguo Testamento habían predicho que el bautismo
con el Espíritu sería una bendición distinta del nuevo
pacto.
El bautismo con el Espíritu debía comportar para
cada miembro de la iglesia de Cristo todas las bendi-
ciones comprendidas en la distinción esencial entre las
bendiciones del antiguo pacto y la experiencia del
nuevo pacto.
El Espíritu derramado por el Salvador exaltado ha
llevado a todos los creyentes a un plano más alto de vida
espiritual y entendimiento de aquél que había sido
cotidiana experiencia para los santos del Antiguo Tes-
tamento. Se nos habla de esto en Jeremías 31:31-34 y
Hebreos 8:10-13. ~ bautismo con el Espíritu entran.a
sin lugar a dudas una mejor limpieza de corazón, un
escribir de la ley de Dios en el corazón, y la morada
del Espíritu en los creyentes como fue predicho en
Ezequiel 36:22-27.
El contraste no es absoluto, porque el Espíritu estaba

98
EL BAUTISMO CON EL ESPfRITU

presente y activo en las vidas de los creyentes antes de


Pentecostés. Tal como Jesús declaró antes de su muerte,
en Juan 14:17, el Espíritu ya habitaba con sus discfpu~
los. Empero, existe un decidido contraste. A causa de
la exaltación de Cristo hay una plenitud de bendición,
una efusión del Espíritu y una presencia del Espíritu
desconocidas en el pasado. A partir del Pentecostés,
todas las promesas de Dios en el pacto de gracia han
alcanzado un más pleno cumplimiento en los corazones
de los hombres mediante el Espíritu.
Al empezar el libro de los Hechos a describir los
efectos del derramamiento del Espíritu, el foco de
atención se ubica en la calidad espiritual de vida en la
iglesia (váse 2:41-47). Lucas subraya el amor por la
doctrina de los apóstoles y el compaflerismo en tomo
. a la mesa del Sefl.or y en la oración.. Él muestra vidas
transformadas. Ahí están los corazones abiertos y los
bolsillos pródigos para con los hermanos necesitados,
y una verdadera unidad de corawn en la asamblea. Así,
la gracia de Dios en su Espíritu se manifiesta en cuanto
más se afl.adían diariamente a la iglesia. Al mismo
tiempo Lucas registra el hecho de que «muchas mara-
villas y sen.al.es eran hechas por los apóstoles» (v. 43).
No por todos los santos, sino por los hombres autori-
zados para presentar la palabra de Dios.
Todas las bendiciones son el resultado directo de un
activo ministerio de Cristo, llevado a cabo desde su
trono. Su iglesia ha empezado a crecer en conocimien-
to, gracia y espiritualidad a través de su envío del
Espíritu Santo. ¿Acaso no les había hablado Jesús a sus
apóstoles en el sentido de esperar mayores obras de los
creyentes que aquellas que él mismo había hecho? Al

99
SERALES DE LOS APÓSTOLES

predecir la venida del Espíritu Santo (Juan 14:12) él


había dicho solemnemente, «Él que en mí cree, las
obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores
hará, porque yo voy al Padre».
Los Pentecostales sugieren que las mismas obras y
las mayores deben referirse a milagros. Si así fuera, la
profecía habría caído en el terreno del no cumplimiento.
No tenemos razón para creer que- algún apóstol haya
efectuado obras milagrosas iguales a las del Hijo de
Dios. Ni empiezan los infonnes de maravillas modernas
a alcanzar a la calidad de la grandeza de las obras de
Jesucristo. Nada sabemos de algo que siquiera pudiera
aproximarse a la transformación del agua en vino, a la
alimentación de los 5.000 con unos cuantos panes y
pececillos, o a la resurrección de alguien con penna-
nencia de cuatro días en el sepulcro. Nada sabemos de
alguien que sea capaz de leer los secretos más mtimos
del corazón, o responder a preguntas no fonnuladas.
Los milagros de Jesús no penniten paralelo.
Empero el Cristo exaltado al derramar su Espíritu
ha hecho «mayores obras» a través de sus siervos que
aquellas que le vieron hacer durante su ministerio
terrenal. Los mismos apóstoles experimentaron una
más profunda transformación espiritual después de la
ascensión del Sefior. Era necesario que él se fuera. Su
profundidad espiritual en Hechos 2 es incomparable-
mente más grande que aquella de que disponían durante
el tiempo del Cristo encamado. Aunque ellos habían
sanado enfennos y echado fuera demonios mientras
Jesús estaba en la tierra, jamás, sin embargo, predicaron
y exhortaron a la iglesia de la manera en que lo hicieron
luego de recibir el Espíritu Santo. Ningún milagro de

100
EL BAUTISMO CON EL ESPÍRITU

Jesús mientras estuvo sobre la tierra trajo 3.000 almas


al nacimiento espiritual mediante wi sennón. Después
de todo, ¿no es el cambio radical de un alma y el rescate
de un hombre del tonnento eterno mayor que el hablar
en lenguas o la restauración de la salud corporal?
¡Ay! ¡Cómo han desviado los Pentecostales nuestra
atención de las cosas mayores hacia las más pequeftas!
Los líderes evangélicos del pasado no cometieron se-
mejante error. Martín Lutero, por ejemplo, al comen-
tar sobre «las mayores obras» que habrían de hacer los
creyentes según Juan 14:12, escribió: «¿Pero qué clase
de obras del cristiano cumplirían con esto? Nada
especial vemos que hayan hecho con respecto a lo que
otros han hecho, especialmente en virtud de que la
época de milagros ya pasó. Los milagros, por supuesto,
son todavía los hechos menos significativo, ya que son
sólo físicos y ejecutados solamente para pocas perso-
nas. Pero consideramos las verdaderas grandes obras de
las cuales Cristo habla aquí obras que han de ser
efectuadas con el poder de Dios,. que hacen todo, que
todavía se efectúan y que deben efectuarse diariamente
mientras el mundo persista. Los cristianos tienen el
Evangelio... por médio del cual llevan la gente a la
conversión, arrebatan las almas de las garras del diablo,
las arrancan del infierno y de la muerte, y las llevan a
los cielos».1
De manera semejante encontramos a C. H. Spurgeon
predicando: «El los envió», afinna, refiriéndose a la
comisión de Cristo a los discípulos, «para hacer mila-

1. Lutero, Obras, vol. 24, 79 (Concordia Publishing House).

101
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

gros y predicar. Ahora él no nos ha dado este poder ni


lo deseamos: redunda más en gloria de Dios que el
mundo sea conquistado por la fuerza de la verdad y no
por la llamarada fugaz de los milagros. Los milagros
fueron la gran campanada que sonó con el fin de
disponer la atención de todos los hombres sobre el
mundo al hecho de que el banquete del evangelio estaba
ya servido: Nosotros no necesitamos esa campanada
ahora ... Porque las fuerzas morales y espirituales de la
verdad obrando por sí solas, independiententes de
cualquier manifestación física, redunda más para la
gloria de la verdad, y del Cristo de la verdad, que si
todos nosotros fuésemos obradores de milagros y así
pudieramos destruir a los opositores. Sin embargo,
aunque no obramos milagros en el mundo físico, los
hacemos en el mundo de lo moral y lo espiritual».2
En nuestra generación hay quienes esperan ansiosa-
mente que Dios manifieste su brazo de poder. La iglesia
mira hacia el Cristo exaltado con la esperanza que
dispone una mayor medida de su Espíritu en nuestro
día. Pero las enseñanzas del «Evangelio de Plenitud»
han desviado a muchos a esperar en el Señor a que él
envíe un genuino avivamiento. Ellos han condicionado
las esperanzas de la iglesia a la posesión de dones
externos. Los hombres han empezado a mirar hacia la
sanidad de cuerpos como una evidencia de la presencia
de Dios y a los «labios tartamudeantes y otras lenguas»
como una respuesta a nuestras oraciones. Los hombres

2. El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano.

102
EL BAUTISMO CON EL ESPfRITU

quieren colocar las obras menores en el lugar de las


mayores.
¡Quiera Dios concedér a sus verdaderos siervos la
gracia de esperar elpoder de conversión que revolucio-
ne vidas como su más preciada meta! ¡Qué las iglesias
oren hasta cuando la tierra se vea cubierta de la pode-
rosa proclamación de la Palabra que escudriña a los
hombres, quebranta corazones duros y comporta el
espíritu de regeneración, arrepentimiento y fe! ¡Pida-
mos al soberano trono de nuestro Santo Sefior hasta
recibir de Él aquellas más grandiosas obras del Espíritu,
la sujeción de los corazones a su sefiorío, la renovación
del carácter, y la conversión de un mundo trastornado .
que saboree los abundantes frutos del Espíritu!
Pero en tanto que pedimos al Sefior, no podemos
adoptar la perspectiva de los neopentecostales. La
Escritura insiste en que veamos a todos los convertidos
genuinos como a quienes han recibido el don del Padre.
Al ejercer la fe salvadora y el arrepentimiento, todos
reciben «el bautismo del Espíritu Santo». El especial
ministerio del Espíritu, como se indica en esta frase, es
compartido por todos los santos. Indica un progreso con
relación a la experiencia del antiguo pacto. Pero no es
una segunda bendición reservada para una élite especial
de cristianos.
Las experiencias que se ofrecen a través de las
actividades «carismáticas» son extrabíblicas. No guar-
dan semejanza con el «bautismo en el Espíritu
Santo» prometido en las Escrituras. Dios no pide redu-
plicar el único evento histórico del Pentecostés. Sólo
quienes pasasen de los tiempos del antiguo al nuevo
pacto, podrían ser testigos del principio dramático de

103
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

la obra del Espíritu en la iglesia Ahora, el Sefi.or ofrece


el don del Espíritu a todos los que se arrepientan y sean
bautizados para remisión de pecados.
En su perspectiva básica, la doctrina pentecostal del
bautismo en el Espíritu comete un fatal error, común
por lo demás a todas las teorías sobre la segunda obra
de gracia. En primera instancia se le llama la atención
al creyente sobre cada aspecto deficiente de su vida.
Luego se llega a la conclusión siguiente: «Usted no ha
avanzado mucho. Usted puede tener la vida eterna. Pero
ésta se acompaff.a con escaso poder, un mínimo de
santidad, y una insatisfactoria comunión con Dios. A
no ser que usted tenga una segunda experiencia, está
condenado a una vida seca. ¿Qué ha hecho esta en-
sefi.anza para el convertido? Ha degradado vergonzosa-
mente la obra del Salvador y el Espíritu en su salvación.
El llamamiento efectivo, la regeneración, la justifica-
ción, la adopción y la santificación definitiva se hacen
aparecer como inadecuados. Evidentemente, ¡esto no es
bíblico!
Quizás, todo ~sto proviene del desventurado hábito
de considerar como convertidos a Cristo, hombres que
sólo han alcanzado un ejercicio mental respecto a los
hechos básicos del Evangelio. Sin que den evidencia de
la· gracia regeneradora, o frutos de la santificación
inicial, se les llama «cristianos» a los hombres del
mundo. ¡No es de extrafi.ar que esta experiencia se
encuentre despreciada a los ojos del «convertido»! En
realidad se deben tener du,das sobre tan estéril profe-
sión. Lo que necesito es dar el primer paso del arrepen-
timiento y la fe.
Pero cuando la Biblia se dirige a los verdaderos

104
EL BAUTISMO CON EL ESPfRITU

cristianos, jamás lo hace con el propósito de devaluar


su experiencia. Se les urge efectuar un autoexamen
honesto a fin de que el creyente pueda proseguir con
inteligencia el crecer en la gracia. Nótese la exhortación
de 21 Pedro 1:5-11: «Vosotros también, poniendo toda
diligencia por esto mismo, afiadid a vuestra fe virtud;
a la virtud, conocimiento... Por lo cual, hennanos, tanto
más procurad hacer finne vuestra vocación y elección;
porque haciendo estas cosas no caeréis jamás. Porque
de esta manera os será otorgada amplia y generosa
entrada en el reino eterno de nuestro Sefl.or y Salvador
Jesucristo». Sin embargo, se requiere este esfuerzo no
porque el creyente se encuentre falto de algún paso
básico de gracia; es la conclusión lógica de la afinna-
ción que si es hijo de Dios ya se ha hecho en él la
necesaria obra de gracia. Pedro escribe: «Como todas
las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han
sido dadas por su divino poder, mediante el conoci-
miento de aquel que nos llamó por su gloria y excelen-
cia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser
participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de
la corrupción que hay en en el mundo a causa de la
concupiscencia». (21 Pe. 1:3,4).
Además, Romanos 6 no desvaloriza la experiencia
inadecuada del creyente en la conversión. En cambio,
el capítulo mencionado asevera lo que el Espíritu ha
hecho ya en él, una grandiosa y magnífica obra. de
santificación y liberación. Es menester recalcarlo; el
creyente debe proseguir una batalla con el pecado por
el resto de su vida y debe salir victorioso. Las teorías
sobre una· segunda obra de gracia simplemente no

105
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

cuadran con los datos bíblicos sobre la conversión de


un hombre que trae aparejado el bautismo con el
Espíritu.

106
8
Cuando viene
el Espíritu

Se requiere una minuciosa investigación cuando


alguien atribuye sus acciones y ensefianzas a la presen-
cia del Espíritu de Dios. La Escritura nos plantea una
solemne amonestación cuando ordena, «Amados, no
creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son
de Dios; porque muchos falsos profetas han salido del
mundo» (1!! Juan 4:1). En vista de que los grupos
«carismáticos» atribuyen su asombrosa influencia al
resultado directo de la actividad el Espíritu de Dios en
su medio, invitan al escrutinio. La aplicación de unas
pocas pruebas a los movimientos espectaculares actua-
les podrían librar a muchos cristianos de tristeza. Si
hubiesen sabido cómo discernir los caminos del Espí-
ritu, muchos nunca habrían sido quemados por «fuego
extrafio».
La palabra de Dios aporta los criterios por medio de
los cuales hemos de probar los espíritus. El Salmo 85
es un pasaje que estructura evidencias definidas que se
hallan en todo avivamiento producido por el Espíritu
Santo. Los primeros siete versículos son una oración
por un avivamiento incluyendo la súplica: «¿No vol-
verás a damos vida, para que tu pueblo se regocije en

107
SERALES DE LOS APÓSTOLES

tí?» (v. 6). A continuación sigue una descripción de las


bendiciones a esperar cuando se haga presente el avi-
vamiento (v.8-13). Del versículo 11 resultan dos crite-
rios pertinentes, «La verdad brotará de la tierra, y la
justicia mirará desde los cielos».

El Espíritu de Santidad
Un indicador crucial del verdadero avivamiento es
la santidad. «La justicia mirará desde los cielos» (v.
llb). Más adelante el salmista añade, «La justicia irá
delante de él (el Señor); y sus pasos nos pondrá por
camino» (v. 13). Deberíamos esperar que la santidad
caracterizara toda la obra del Espíritu de Dios, puesto
que el nombre prominente de la tercera Persona de la
Trinidad es, precisamente, «Espíritu Santo». El Espíritu
es infinito, eterno e inmutablemente glorioso en santi-
dad. Es debido primeramente a su santidad personal que
el adjetivo se usa tan constantemente en su nombre; y
el ser del Espíritu es así lleno de pureza tal que todas
sus obras brillan de santidad.
En su obra de creación el Espíritu obviamente se
esmeró por formar un mundo santo. Cuando su obra
hubo terminado, el Padre dijo que todo era «bueno en
gran manera» (Gen. l :31). Y en su obra redentora, Dios
el Espíritu se une al Padre y al Hijo para dar su atención
primaria a la actividad de' hacer hombres santos. El
Padre «nos escogió en él (Cristo) antes de la fundación
del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha
delante de él» (Efe. 1:4). El Hijo «os ha reconciliado
en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para
presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante
de él» (Colosenses 1:21-22). Así, precisamente, el

108
CUANDO VIENE EL ESPfRITU

Espíritu viene sobre los hombres para hacerlos santos.


Cuando Dios prometió el Espíritu en Ezequiel 36:27,
dijo: «Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y (por este
medio) haré que andéis en mis estatutos y guardéis mis
preceptos y los pongáis por obra». Su gran propósito
es grabar la santa ley de Dios en los corazones de los
hombres.
Por consiguiente, cuando el Espíritu Santo descien·
de sobre algún grupo de hombres, dirigirá la atención
de quienes lo reciban principalmente hacia el asunto de
la santidad. Que los hombres se preocupen más por su
felicidad que por su santidad resulta ser evidencia de
pecado en ellos. Es evidencia de gracia buscar la
justicia personal por encima de la comodidad personal.
El Espíritu es realmente un Consolador, ·trayendo un
sentido de paz con Dios. Sin embargo, esta paz viene
en la estela de una preocupación por la santidad,
después de un sentido intranquilizador de enemistad
contra Dios.
Un cierto número de Pentecostales se encuentran
profundamente interesados con relación a la piedad
práctica. Pero ellos mismos se sienten forzados a
quejarse más y más que vastos sectores del neopente·
costalismo ningún interés muestran por la vida de san-
tidad. 1 Si quienes están buscando más del Seftor,

l. Véase W.T.H. Richards, Charismatic M<111e11umt in the


Historie Churches, en que expresa su propio interés y cita a otros
pentecostales alarmados por el rápido crecimiento numérico de
quienes participan de los «dones», pero no evidencian santifica-
ción. pp.12:15, Evangel Press, London, 1972.

109
SB~ALBS DB LOS APÓSTOLES

buscaran objetivamente al interior de los grupos pen-


tecostales las sefia1es de la.santida bíblica, sin lugar a
dudas, enormes cantidades de sociedades del «evange-
lio pleno» serían esquivadas prontamente. Quienes
tiene hambre y sed de justicia no encontrarían atracción
en la atención debida dada a la felicidad en muchos de
estos círculos. Pero habría que mirar más allá de los
«dones milagrosos» para juzgar rectamente.
Más y más se obseivan grupos de «carismáticos»
caracterizados por testimonios que representan satisfac-
ción personal, gozo, emociones intensas y excitación.
En este ambiente el interés genuino por la santidad se
evapora. Aún quienes originalmente fueron atraídos
hacia el Pentecostalismo con el ardiente deseo de
agradar al Seflor con una vida más santa se desvían
hacia el deseo egoísta de satisfacerse a sí mismos con
encuentros siempre nuevos que les hagan cosquillas.
Muchas reuniones donde los «dones carismáticos» se
hacen presentes en abundancia, no guardan la más
mínima semejanza con la evidente sobriedad en los
hombres que estando llenos. del Espíribl Santo persi-
guen la justicia.
Cuando el Espíritu Santo desciende sobre los
hombres pecadores, trae consigo inicialmente tristeza.
Pero en los grupos descritos anteriormente, aparece
sólo el alarde de un rápido tránsito al gozo y a la paz.
Ninguna experiencia religiosa que comparte un gozo
inmediato y una inintenumpida alegría es digna de
confianza alguna. La espiritualidad es algo mayor que
una mera elevación de espíritus, una entrada en la vida
exuberante, y un ensanchamiento de una larga sucesión
de experiencias excitantes. Sin embargo, en muchas de

110
CUANDO VIENE EL ESPfRITU

las sociedades populares de los neopentecostales, la


búsqueda· de cualquier otra cosa más que éstas resul-
tará infructuosa Algunas personas que conocen muy
bien las tendencias carismáticas, profundamente cons-
cientes de esta misma perversión, se han retirado de la
confraternidad y rehúsan_ identificarse con ella.
Pero el Espíritu Santo produce pesar por el pecado
entretanto trae paz con Dios. No es el «Espíritu Viva-
racho» sino el Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo
escribe la ley de Dios en el corazón humano, la persona ·
sobre la cual ha descendido se halla quebrantada de
corazón, debido a su pasado desdén de la ley que ahora
ama: Memorias de hechos malos de las cuales anterio-
mente no se hacía caso ahora llegan a convertirse en
angustia para la conciencia.· La actual incapacidad de
·guardar la ley espiritual de Dios a una persona tal le
provoca dolor. La Escritura frecuentemente une la
tristeza por el pecado con la venida del Espíritu. Es un
ingrediente necesario del interés personal por la santi-
dad. En Ezequiel 36:31 Dios ilustra a su pueblo sobre
lo que deberían esperar cuando él pone dentro de ellos
su Espíritu: «Y os acordareis de vuestros malos cami-
nos, y de vuestras obras que no fueron buenas; y os
avergonzareis de vosotros mismos por vuestras iniqui-
dades y vuestras abominaciones». Otra vez en Zacatías
12:10 tenemos una promesa del derramamiento del
Espíritu Santo. Cuando se cumpla, Dios nos dice que
hemos de ver a hombres que «lloran» y «se afligen».
Jesús dijo a sus discípulos que cuando el Espíritu Santo
viniera, «convencería al mundo de pecado» (Juan 16:8).
Cuando el Espíritu vino en el día de Pentecostés, miles
«se compungieron de corazón» y clamaron desespera-

111
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

dos. El Espíritu no sólo trae tristeza inicial por el


pecado, sino que inculca una continua condición de
pesar por el pecado personal y social. Al pueblo de
Cristo se le designa como «los que lloran» (Mat. 5:4).
Mezclado con su gozo celestial se halla el triste paralelo
o experiencia de Pablo en Romanos 7. Hay una deses-
perada batalla contra el pecado, porque la santidad es
ahora su propósito cardinal.
Vivimos en una cultura que evidencia la ira presente
de Dios sobre la sociedad. La inmoralidad sexual
generalizada de nuestros tiempos resulta ser un signo
seguro de que Dios, airado, ha abandonado al mundo
occidental a sus concupiscencias (Romanos 1:18-25).
Dios ha removido los refrenamientos de los corazones
naturalmente malvados de los hombres occidentales.
Por lo tanto, se multipli~ los asquerosos abusos de
los hombres. Tan copioso caudal de impiedad se des-
borda en nuestra civilización, que ninguno puede evitar
el conocimiento constante de la depravación de nuesta
cultura.
Nadie que tenga el Espíritu de Dios puede transitar
por nuestro mundo sin profundos gemidos de tristeza
y angustia Cuando el tufo de la inmoralidad invade su
olfato, el hombre lleno del Espíritu no puede estar feliz,
feliz, feliz todo el tiempo. Como Cristo lloró por Jeru-
salén, su Espíritu nos hará llorar a causa de nuestra
corrupta nación. Si el Espíritu viniera con poder en esta
década (de los 80) no lo haría, seguramente, para que
los hombres palmotearan de gozo, sino para que se
golpearan el pecho de tristeza. Los lamentos inundarían
nuestras calles como inundaron a·Nínive en los días de
Jonás. Con toda certidumbre habría gozo al experimen-

112
CUANDO VIENE EL ESPfRITU

tar la liberación personal del pecado y la expectativa del


cielo. Sin embargo, el hombre espiritual con su corazón
ansioso de santidad afligirá cada día su alma justa en
nuestra moderna Sodoma. La ausencia de este disgusto
y tristeza con el mundo occidental, loco por el placer,
indica que el Espíritu todavía está por venir en la
medida de un avivamiento.
En efecto, la tristeza por el pecado es una nota
ausente en esa porción del movimiento carismático que
se concentra en los «dones» menospreciando la santi-
dad. «Sensaciones», «gozo», «alegria», «felicidad»,
«satisfacción», «paz», «contento», «experiencia exci-
tante» es el vocabulario del neopentecostalismo. Algu-
nos rebajan aún más la experiencia de la venida del·
Espíritu comparándola a un «viaje» con drogas.
«Prenderse con Jesús» en una experiencia liviana no es
una opción dada por el Espíritu en lugar de la necesaria
experiencia de su convicción de pecado personal.
No puede decirse que todos cuantos entran a las filas
«carismáticas» lo hacen con un deseo de conocer a Dios
y avanzarse en la pureza de la vida. El «más» de parte
de Dios que muchos buscan es la liberación de los
problemas terrenales. Allí donde los «dones» reciben la
atención principal, se sugiere que el Espíritu ha de curar
todos los males y suavizar los escollos a lo largo del
camino de la vida. En ningún otro ~ampo es más
evidente esto que en el popular énfasis sobre la ansie-
dad. La impresión ofrecida por el «evangelio pleno» al
creyente común es que Dios no quiere que su pueblo
sufra en este mundo. Si los cristianos tan sólo quisieran
creer, los homb~ llenos del Espíritu los sanarían de
toda dolencia. Los sufrimientos se consideran entonces

113
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

una experiencia perjudicial e indeseable para el cristia-


no. Aquí tenemos la vida muelle y acaramelada que
garantiza la extracción de todo sabor de amargura.
Hebreos 12 tiene ·una perspectiva diferente con
respecto al sufrimiento (vv. 1-11). Los sufrimientos en
esta vida han sido dispuestos por Dios para el bien
supremo de su pueblo. El apóstol no pretende que a
mayor fe se dé la garantía de escaparse de las tribu-
laciones. A cambio, aconseja soportar pacientemente
las aflicciones. Porque todos los problemas deben con-
siderarse como castigos de un amoroso Padre celestial
que procura nuestro bien. La enfennedad y los proble-
mas pueden ser dolorosos, pero también son prove-
chosos.
Hebreos 12 también indica la actitud proveniente del
Espíritu que es necesaria para una persona si ésta ha de
pennanecer paciente bajo diffciles providencias de la
mano de Dios. Un hombre debe ser serio en su «lucha
contra el pecado» (v. 4). El gran aliciente inspirador de
la paciencia de los cristianos es .su expectación de la
futura santidad: El versículo 10 ilustra a la iglesia en
cuanto a que la disciplina de Dios es «para lo que nos
es provechoso, para que participemos de su santidad».
El Espíritu de Dios da a aquellos en quienes Él habita
tales hambre y sed de justicia que están dispuestos a
soportar dolor y otras incomodidades ahora. Los hom-
bres espirituales comportan estas cosas fijando sus ojos
en la meta de purificar el hombre interior. Si el método
de Dios para la santifición es la vara, ellos se someterán
pacientemente. Y es claro para el cristiano que el
sufrimiento sí es un medio por el cual el Todopodero-
so purga su pueblo adquirido. Los creyentes maduros

114
CUANDO VIENE EL ESPfRITU

confiesan con David, «Bueno me es haber sido humi-


llado» (Salmo 119-71).
Como bien observó C.H. Spurgeon: «La mejor
bendición terrena que Dios puede ofrecer a cualquiera
de nosotros es la salud, excepto la enfermedad. La
enfermedad con frecuencia ha sido más útil para los·
santos que· la salud. Si algunos hombres a quienes
conozco pudieran ser favorecidos con un mes de reu-
matismo, ello, por la gracia de Dios, los maduraría
maravillosamente... No deseo para nadie un largo
período de enfemedad y dolor; pero en pequefta dosis
hoy y mafiana casi se anima uno a pedirle al Sefior.
»Una esposa enferma, un duelo reciente, la pobreza,
la calumnia, el abatimiento de espíritu, pueden ensenar
lecciones que de ninguna otra manera podrían apren-
derse tan bien. Las pruebas nos impulsan a las realida-
des de la religión... nuestras aflicciones nos llegan
como bendiciones aunque luzcan como maldiciones.»2
Cuando el Espíritu Santo viene con poder, él trans-
forma las prioridades de interés del hombre. Somete el
egoísmo camal que ansía por la comodidad y el placer
personales por encima de todo. Implanta un celo por la
santidad tal que de buena gana soportaría el dolor y la
tristeza si ellos condujeran al fruto de justicia. De la
misma manera que el Dios Trino se propone primero
la santidad del hombre y sólo después su felicidad, el
hombre redimido debe preeminentemente procurar la
santidad.

2. Un Ministerio Ideal, Estandarte de la Verdad, pp. 384-385.

115
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

De este rasgo distintivo se encuentra una deficiencia


lamentable en una considerable proporción del «movi-
miento carismático». Mientras muchos hablan de
«henchir sus mentes de Jesús» y de «explotar» en
experiencias del Espíritu y hallar felicidad, hemos oído
muy poco de un serio interés en cuanto a la santidad.
Se nota que hay poco de aquella tristeza a causa del
pecado la cual el Espíritu induce. Hay poca exposición
y aplicación de la bendita ley de Dios. Para muchos
seguidores del «evangelio pleno», la santidad es una
posesión abstracta, teórica, que debe conseguirse en
una sola experiencia para luego olvidarse en la diaria
búsqueda de gozo. Puesto que esta rama del pentecos-
talisrrio participa de. la misma pretensión de «dones
milagrosos» y experiencias repentinas como la que
sostienen los pentecostales sobrios y piadosos, el que
busca de Dios debe buscar santidad de vida y frutos del
Espíritu, y no «senales y maravillas».

El Espíritu de Verdad
Una segunda evidencia de la obra avivadora del
Espíritu, que se encuentra en el Salmo 85 es el flore-
cimiento de la verdad. «La verdad brotará de la tierra»
(v. 11). Aquí tenemos una segunda norma para medir
la presencia del Espíritu. Cuando el Espíritu Santo está
con los hombres, ellos dan atención a fa doctrina. La
mente de los hombres se ve cautivada por la verdad.
Nuestro Seflor se refirió al Espíritu Santo como
al «Espíritu de Verdad» (Juan 14:17; 15:26; 16:13). Fue
él quien movió a ciertos hombres a escribir las Sagradas
Escrituras (2ª Ped. 1:21). Jamás conduciría a los
hombres a devaluar la Biblia, o a menospreciar sus

116
CUANDO VIENE EL ESPfRITU

doctrinas. Después del Pentecostés, cuando el Espíritu


quebrantó tantos corazones con una profunda convic-
ción de pecado, el mismo Espíritu movió a tales per-
sonas a «perseverar en la doctrina de los apóstoles»
(Hechos 2:42). El primer gran derramamiento del Es-
píritu posterior a la exaltación de Jesús produjo un
profundo amor por la verdad. La vitalidad de la iglesia
se hizo real mediante su atención a la doctrina.
Una vez más, se podrán encontrar líderes pentecos-
tales resueltos vivamente a que todo el consejo de Dios
sea enseftado a sus iglesias y amigos. De nuevo se v~
obligados a deplorar la ignorancia de la Palabra de Dios
que es particulannente obvia en las confraternidades
neopentecostales proliferantes.' De entre los pentecos-
táles, los más sabios han cobrado conciencia del hecho
que iglesias, sociedades y reuniones enteras dentro del
ámbito del neopentecostalismo han venido incremen-
tando· su menosprecio por la doctrina. Una persona que
desea tratar de la verdad bíblica, escasamente logrará
encontrar oídos interesados dentro de los grupos ca-
rismáticos cuyo interés se halla centrado en las expe-
riencias.
En el neopentecostalismo, la común experiencia de
los dones ha hecho posible que quienes sostienen las
más contrapuestas enseftanzas mantengan un «anno-
nioso compafterismo». Sociedades del «evangelio
pleno» abarcan a monjas y sacerdotes que continúan

3. Véase W.T.H. Richards op. cit. pp.16-17, 29-30. Nótese


especialmente la cita de 1D1 alarmado dirgiente: «La enseiianza es
mú importante que lu lenguas».

117
SERALES DE LOS APÓSTOLES

creyendo doctrinas antibíblicas. Algunos católicos


pentecostales han llegado a confesar que sus experien-
cias de hablar en lenguas les han dado una más profun-
da apreciación acerca de las bendiciones espirituales de
la misa, o que les han dado nuevas dimensiones de
adoración de la «Bendita madre de nuestro Seftor». El
Espíritu de Verdad jamás movería los labios de alguien
para proferir una tal blasfemia o herejía. Del mismo
modo, tampoco el Espíritu de Cristo podrá silenciar a
sus siervos en nombre del amor y la unidad, mientras
sea enseftada una doctrina que destruye el alma. ·
El núcleo ptincipal de los neopentecostales es cul-
pable de tal silencio frente a la herejía. La actitud de
David du Plessis es definitivamente irresponsable en
este aspecto. Su tolerancia del modernismos, y su si-
lencio con relación a errores que tienen que ver con las
verdades fundamentales de la fe, son reiteradamente
evidentes. Su actitud no puede justificarse como pa-
ciencia frente a sus nuevos amigos, mientras se presenta
una oportunidad para hablarles de aspectos esenciales.
Porque, cuando la oportunidad se presenta para hablar,
él aprovecha para estimular a los nuevos interesados a
recibir el bauti~o con el Espíritu, sin interesarse si
ellos creen las verdades fundamentales. Es asombroso
leer y darse cuenta de su satisfacción frente a la siguien-
te situación: «El aspecto sobresaliente de este aviva-
miento (carismático) consiste en que surge más en las
iglesias liberales que en las evangélicas, y definitiva-
mente no en los segmentos «fundamentalistas» del pro-
testantismo. Estos últimos son los más vehementes ad-
versarios de éste glorioso avivamiento puesto que es en
las filas del movimiento pentecostal y en el seno de los

118
CUAN.DO VIENE EL ESPfRITU

movimientos modernistas auspiciados por el Concilio


Mundial donde encontramos las más poderosas mani-
festaciones del Espíritu. Esto parece ser cierto casi sin
excepción en la mayor patte del mundo, hasta donde
me es posible saber».4
La conservación de la doctrina pura es un asunto de
poca monta para muchos dentro del pueblo «carismá-
tico». Su experiencia «del Espíritu» ha introducido un
vínculo de unidad sin relación alguna con la doctrina.
Los modernistas que han softado con la unión ecumé-
nica han saludado abiertamente las experiencias pente-
costales como la clave para abrir la cerradura de los.
asuntos de fe y onlen que han mantenido cerrada la
puerta del ecumenismo. Y bien que pueden dar bien-
venida a los fenómenos «carismáticos». Ellos han
convencido aun a los evangélicos a aceptar a todos los
que comparten «experiencias» sobresalientes, sin im-
portar la doctrina profesada.
En el mundo religioso es el pentecostalismo moder-
no el que ha popularizado el existencialismo filosófico
que soslaya la venlad, o más bien encuentra «venlad»
pero sin posibilidad de comunicarla objetivamente. No
es de extratlar que los téologos neoortodoxos compar-
tan la experiencia carismática y le den gustosa bienve-
nida. Esto no quiere decir que los pentecostales com-
partan los puntos de vista filosóficos de la neoortodoxia
o los sostengan de manera consciente. Pero los pente-
costales han provisto a multitudes con experiencias

4. E P.spfritu Me Dijo Que Fuese, p. 28

119
SERALES DE LOS APÓSTOLES

emocionales que nada tienen que ver con una compren-


sión doctrinal inteligente. «Las lenguas» son la más
prolífica de tales experiencias.
De principio a fin, el Nuevo Testamento demanda
que el creyente reciba una comunicación inteligible de
la verdad objetiva, si es que ha de ser edificado. (Com-
pare con 11 Cor. 14:1-19). Los modernos pentecostales
han producido, sin embargo, un «hablar de lenguas»
que, según ellos, edifica al que habla, pero lo que ellos
consienten puede estar absolutamente inconexo con una
comprensión de la verdad objeti_va en el que habla.
Tenemos aquí la experiencia existencial ideal de gracia
que no puede ser comunicada verbalmente a otros
mediante la doctrina. s
Puede admitirse sin conápisas que los pentecostales,
a menudo, están en lo correcto al criticar las iglesias
protestantes por tener, con frecuencia, doctrina sin vida.
Hay iglesias que por su falta de vida espiritual han
merecido la acusación de «calvinismo muerto». Con
frecuencia, el amor por la verdad, se disfruta filosófi-
camente, mientras que desaparecen el ferviente anhelo
por el Sefior, el deseo de santidad, el amor por los
hermanos, y la determinada obediencia a los manda-
mientos del Sefior. La mente humana puede seguir la
lógica de la pura doctrina y hasta asentir a su corrección
en tanto que las emociones se mantienen estériles, y la
voluntad continua en la obstinación. Iglesias enteras

5. Por desgracia, David du Plessis parece completamente incons-


ciente de las insinuaciones existenciales en las reuniones a que ha
asistido con líderes ecuménicos. El, hasta puede exaltar su evasión
de la verdad como provechosa para la unidad. Op. CiL p. 27.

120
CU ANDO VIENE EL ESPfRITU

pueden ser precisas, aun faltando una profunda adora-


ción, la práctica de la piedad y el celo por el Seflor de
los ejércitos.
Además, los pentecostales han diagnosticado de
manera correcta la causa de este deplorable estado de
cosas. En la ausencia del Espíritu de Dios. Nuestro
Seftor ensefló en Juan 6:33: «El Espíritu es el que da
vida; la carne para nada aprovecha». Las mentes hu-
manas pueden verse ocupadas en un estudio razonado
acerca de las verdades más elevadas mientras penna-
necen enteramente en la carne. Esto explica como es
que hay jóvenes que han enseflado las Escrituras fiel-
mente, pero nunca han nacido de nuevo. Ellos pueden
exponer la gran doctrina de tal modo que deslumbran
aun a los verdaderos creyentes. Pero la verdadera
religión jamás se ha establecido en sus corazones y sus
vidas son mundanas. Sin el Espíritu, puede haber
comprensión intelectual, pero no podrá haber vida
espiritual. La palabra de Dios puede estar presente, pero
sin el Espíritu no puede ser potente.
Sin embargo, como reacción a la doctrina sin Es-
píritu, los pentecostales han pennitido un espíritu sin
verdad. Algunos neopentecostales abiertamente menos-
precian el ejercicio intelectual como contrario al Espí-
ritu de Dios. Y todos los pentecostales han dejado lugar
para la intuitiva comunicación abstracta de la gracia sin
la Palabra. Se dice que una experiencia de lenguas edi-
fica al sujeto que, al mismo tiempo, ignora el mensaje
o alabanza que sus labios pronuncian. Se pretende que
el Espíritu ha provisto experiencia y vida en un ejercicio
de lenguas en la devoción donde existe un tremendo
vacío en lo que respecta a la verdad.

121
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

La Escritura no admite la existencia de vida sin la


Palabra más de lo que lo admite sin el Espíritu. Juan
6:63 dice: «El Espíritu es el que da vida; la carne para
nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son
espíritu y son vida.» La obra vivificante del Espíritu de
Dios está tan ligada a las palabras de Cristo, que nuestro
Sef'ior identifica sus palabras y el Espíritu. «Las pala-
bras que yo os he hablado son· espíritu y son vida.»
Cristo no se estaba refiriendo a una «palabra» abstracta
_que pueda encontrarse mediante la bendición intuitiva
o experiencia vivificante divorciada de la comunicación
inteligente. Más bien, son palabras (plural) -vehículos
reales de comunicación racional- las que el Espíritu usa
para producir vida en el alma.
En ningún lado de la Biblia se consiente forma
alguna de adoración en la cual las facultades se encuen-
tren suspendidas. «Dios es Espíritu; y los que le adoran,
en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Juan
4:24). No hay justificación posible para que un acto de
emocionalismo subjetivo sea considerado como acto de
adoración promovido por el Espíritu. El Espíritu y la
verdad siempre van juntos. Las obras del Espíritu
siempre se hallan con contenido doctrinal en la mente
(1ª Cor. 12:1-3) y dominio propio (1ª Cor. 14:28-32).
Si los líderes pentecostales fueran serios en su
defensa de la verdad en su círculos tendrían que romper
sus preciosos y frágiles vínculos de unidad con los ig-
norantes y los engaf'iados que vienen a ellos de iglesias
en su mayor parte apóstatas, y en cambio hablar claro
acerca de la verdad. Y ellos tendrían que. convencerse
de que no puede haber una edificación real aparte de
la verdad. Al final, esto sólo podría conducirlos a aban-

122
CUANDO VIENE EL ESP{RITU

donar su sistema dualista presente: que, por un lado,


demanda atención a las Escrituras para crecer en la
gracia, y por el otro ofrece dones de revelación y aun
«lenguas ignoradas» como medios de edificación. Sólo
en la medida que los pentecostales se alejen más y más
de la preponderante corriente de los dones sensaciona-
listas, podrán encontrar las condiciones adecuadas para
el crecimiento de sus almas. Cuando se dejen a un lado
los «dones carismáticos», se podrá entrar en relación
con la Biblia. ·
Los creyentes que, por curiosidad u otra motivación
son atraídos al pentecostalismo, están en la obligación
de atender una exhortación bíblica. Cuando el apóstol
Juan nos ordenó probar los espíritus, él no sugirió una
prueba experimental de carácter subjetivo. Él propuso
una medida doctrinal objetiva para probar los espíritus.
«Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido
en carne, es de Dios» (lª Juan 4:2) Confesiones de fe,
no informes sobre experiencias, son las que deben
llamar nuestra atención para probar los espíritus. Toda
experiencia debe ser llevada a la norma objetiva de la
Palabra de Dios para ser probada mediante sus doctri-
nas. No se trata de que los cristianos estén contra la
experiencia. Pero la experiencia que dé el Espíritu
procede de una inteligente recepción de la verdad. No
se trata de que el cristianismo sea antiemocional. Toda
variedad de emociones humanas es conmovida por el
Espíritu Santo, pero el Espíritu conmueve las emocio-
nes por medio de la verdad.
Cuando escudriftamos las doctrinas de las filas
neopentecostales, hay poco que pueda conducimos a
pensar que el Espíritu de verdad se encuentre involu-

123
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

erado. Hay mucho de excitación y de experiencia


espectacular. Hay una explosión de fuerza emocional.
Pero hay una lastimosa falta de ejercicio mental. Casi
no existe interés por la doctrina. Ninguna enseñanza,
ninguna unifonnidad de dogmas une a las modernas
fuerzas «carismáticas».
No es de extrañar que la predicación expositiva se
encuentre tan ausente de su actividad agitada. Si los
neopentecostales empezaron a estudiar la Biblia con
ansias descubrirían que «toda la Escritura es ... útil para
ensefíar» (2ª Tim. 3:16). Se les aclararía que para
salvarse a uno mismo y a quienes lo escuchan, uno
debería tener «cuidado de la doctrina» (1 1 Tim. 4:16).
Además, sus miembros, por bendición del Espíritu,
hallarían suficiente a la Escritura como medio para
encontrar al Sefíor. No seguirían buscando las «hiper-
experiencias» que ofrece el pentecostalismo.
El gran avivamiento que conocemos como la Refor-
ma empezó con debates sobre doctrina. El estudio serio
de la Palabra condujo a Lutero, Calvino, Latimer y
otros a indagar en doctrinas tales como la autoridad bí-
blica, la esclavitud de'la voluntad humana, la justifica-
cjón por fe, la naturaleza de la Cena del Señor, la
naturaleza de la iglesia. La vida de cada avivamiento
verdadero surgió de la atención prestada a la verdad.
Así fue en los días del Sefior. El fue ungido con el
Espíritu para predicar (Luc. 4:18). Cada advenimiento
del Espíritu producirá predicación doctrinal. Mediante
la verdad, el Espíritu infunde vida.
Todo hijo de la verdad debe sentirse afligido por el
actual movimiento neopentecostal. En él, la verdad no
está brotando de la tierra:-Está siendo enterrada en una

124
CUANDO VIENE EL ESPÍRITU

espantosa confusión. La blasfemia es, en ocasiones,


bien recibida. La exposición bíblica se silencia a favor
de testimonios espectaculares de experiencias. Con
plena certidumbre, no es demasiado pedir a los verda-
deros cristianos que sigan orando y esperando hasta que
Dios derrame su Espíritu de santidad y verdad. Con se-
guridad, los cristianos genuinos se conocen por ser
hombres de sarui doctrina y pureza conforme a los
mandamientos de Dios.
No hay, por supuesto, la intención de sugerir que
únicamente las sociedades pentecostales se encuentran
deficientes en .las pruebas esenciales de santidad y
verdad. Todas las demás ramas del «mundo evangéli-
co» comparten estas lamentables deficiencias. Precisa-
mente, las mismas pruebas deben aplicarse a cualquier
congragación llamativa. Todos los espíritus deben ser
probados, no sólo los pentecostales. Ellos han sido se-
flalados de manera especial en este capítulo debido sólo
a que sus doctrinas distintivas son el tópico principal
de nuestra investigación.

125
9
La experiencia deslumbrante

Los estudiantes serios de la Palabra del Seiior deben


negar que hoy los hombres llenos del Espíritu Santo
hagan milagros. En las páginas anteriores hemos argu-
mentado que un examen bíblico del tenor general del
«movimiento carismático» conduce al desengaiio más
que a la esperanza. La doctrina distintiva de todos los
pentecostales no encuentra soporte bíblico. Aunque
haya quienes genuinamente se han convertido entre los
neopentecostales, no podemos creer que el avivamien-
to haya empezado en esta nueva fuerza «protestante».
Se ha distraído demasiada atención de la santidad y la
verdad hacia la felicidad y la experiencia. Sin embargo,
pueden quedar en las mentes de algunos lectores ciertas
inquietantes preguntas con respecto a los infonnes de
los «pentecostales» del siglo veinte.
¿No es deseable su celo por el evangelismo? ¿No
prueba el entusiasmo misionero del «evangelio pleno»,
que ellos tienen algo que ofrecer a la iglesia de Cristo
hoy? Semejantes interrogantes simplemente ponen a
prueba tus fundamentos reales. ¿Eres completamente
bíblico? O, ¿pueden el «éxito» y las estadísticas apar-
tarte de una finne y exclusiva devoción a la autoridad
de la Escritura?

127
SE~ALES tiE-LOS APÓSTOLES

Los «Testigos de Jehová» disponen de un celo


convincente por su religión Su fervor misionero hace
avergonzar a muchos cristianos. Muchas vidas han
encontrado, en sus filas,. nuevo propósito y dirección.
Pero sus errores son no obstante, fatales. No queremos
decir que los pentecostales estén tan profundamente
atrincherados en el error como lo están los «Testigos
de Jehová». La comparación sólo ilustra el hecho que
no tienen por qué ser asimiladas unas doctrinas sobre
la base de una devoción impresionante por ganar con-
versos. o según al grado de éxito que acompaft.a a es-
fuerzos semejantes. Siempre debemos preguntar:
«¿Hablan ellos conforme a la Palabra de Dios?» «Si no
dijeren conforme a esto, es porque no les ha amaneci-
do» (Is. 8:20).
¿Debemos pensar que los neopentecostales están
bajo algún poder satánico? Debe admitirse que, en
cualquier ejemplo aislado esto es muy posible. Prodi-
gios mentirosos del inicuo continúan hasta hoy. Por otra
parte, algunos que pretenden tener «los dones» son
siervos de Cristo con deseo genuino por conocer al
Sefl.or más plenamente. Es muy posible que su «hablar
en lenguas» sea un fenómeno emocional o psíquico
aunque no reconocido como tal por el sujeto de la
experiencia. Hay otros que conscientemente han indu-
cido similares experiencias fonéticas sin haber estado
bajo el control de espíritu alguno. Pero ¡tenemos que
negar categóricamente que. en cualquier caso. estén
profetizando los hombres! El Espíritu no les ha dado
mensaje inspirado.
«¿Pero, -podría preguntarse- qué hay en cuanto a
las curaciones obvias en las reuniones neopentecosta-

128
LA EXPERIENCIA DESLUMBRANTE

les? ¿Puede negarse que el poder de Dios haya.obrado


ahí?» Quien haga todavía esta pregunta ignora mucho
de lo que está ocurriendo en la actualidad. Los enemi-
gos devotos de la Escritura han tenido «éxito» en re-
uniones de curaciones. Los católicos romanos han pro-
clamado «curaciones» obradas por María en sus san-
tuarios. Lo.s modernistas han practicado la «curación·
por la fe». Sus testimonios vienen a ser tan difíciles de
refutar como los de los pentecostales. Aún así, estamos
convencidos que el poder de la gracia de Dios no se
encuentra unido a estos ídolos. ¿Cómo poder explicar
estas «curaciones»? ¿Son enfennedades psicosomáti-
cas curadas por medios psicológicos? ¿Son ejemplos
del deslumbrante poder de la mente sobre la materia? 1
Es posible asegurarse de que una obra no es un mila-
gro humano sin estar capacitado para dar una explica-
ción satisfactoria de lo que sf es esa obra. A veces un
hijo de Dios debe decir, «Aunque no tengo las respues-
tas a todas mis preguntas, sí sé algunas cosas». Sabe-
mos que Jesucristo es un profeta suficiente.
Su palabra es la única autoridad adecuada para guiar
nuestros pensamientos y acciones. Cuando Moisés
habló al pueblo redimido por Dios, acerca de no tener
nada que ver con adivinos, consejeros místicos y
médiums espirituales en su día (Deut. 18:9-12), no fue
necesario comprender cómo operaban esos curanderos

1. No negamos que Dios sana milagrosamente a hombres y


mujeres hoy en respuesta a las oraciones de su iglesia. Pero a los·
hombres no han sido dados poderes milagrosos de ClD'ación en
nuestra generación.

129
SE&ALES DE LOS APÓSTOLES

espirituales. No era necesario ser capaz de explicar su


eficacia. Sólo bastó con saber que estas cosas eran
abominación a Dios y que ellos debían escuchar a su
profeta (Deut 18:12-lS). -
Sabiendo que la Palabra cie Dios para nosotros sólo
ha de venir de las Escrituras, y que los milagros fueron
ejecutados únicamente por hombres cuya misión pro-
fética debía ser confinnada, el cristiano deberá conten-
tarse con evitar los métodos «carismáticos» de nuestra
generación. La única y suficiente autoridad de la Biblia
es el fundamento de todo lo que creemos. Si se descana
la Palabra de Dios por los eventos inexplicables, pronto
perderán las mejores doctrinas. Cuando uno deja que
la experiencia espectacular sea su guía, será llevado por
doquiera por muy turbulentos vientos de docrina que
no agradan a Dios.

130
10
Una palabra positiva

Es una pena tener que ser tan negativo como en las


páginas precedentes cuando se está tratando acerca de
la gloriosa obra del Espíritu Santo. Aún así, uno de los
mejores métodos para clarificar una verdad, es mostrar
el contraste entre ésta y el error. Cuando se coloca la
oscuridad de trasfondo, se puede ver más claramente la
luz, a condición que un predicador o escritor no se con-
forme con condenar un error mientras descuida la
proclamación de la verdad positiva. El trabajo de
demolición debe preparar el camino para un edificio
firme de verdad.
Un beneficio proveniente del neopentecostalismo es
el interés revivido en el Espíritu Santo. Los pentecos-
tales están muy en lo cierto, cuando afinnan que la
Iglesia de Cristo ha menospreciado la enseflanza acerca
del Espíritu. Su capacidad para desviar a los hombres
del sólido fundamento de los apóstoles y profetas en el
nombre del Espíritu, prueba su cargo. La misma
demanda de libros como éste, nos enjuicia por haber
infravalorado la tercera Persona de la Trinidad en la en-
seftanza del pueblo de Dios.

131
SERALES DE LOS APÓSTOLES

Solo en la medida en que se dé, en nuestras iglesias,


el lugar apropiado a la enseftanza concerniente al Espí-
ritu de Dios, los miembros serán inexpugnables por los
errores tocantes a la Persona del Espíritu Santo y a su
obra. Aún si no hubiera errores de los cuales guardarse,
sería indispensable instruir al pueblo escogido de Dios
en cuanto a su Espíritu Santo. Los santos deben estar
conscientes de la gloria del Espíritu para adorar al
Todopoderoso en fonna plenamente bíblica. Deben
entender su total dependencia de la obra del Espíritu al
recibir la gracia de Dios y al servir al Dios viviente. Una
positiva y madura apreciación del Espíritu y su minis-
terio fortalecerá a la iglesia y pondrá fin a las búsquedas
radicales en procuración del Espíritu, que van en contra
de su Palabra.
Quizás, unas cuantas sugerencias concernientes a la
gran actuación del Espíritu en los propósitos de la
gracia revivirán un deseo por conocer qué enseftan las
Escrituras acerca de Él. Nos es menester un tal cono-
cimiento, no como fin en sí mismo, sino para la per-
cepción de nuestra completa dependencia de Él para
alcanzar una vitalidad espiritual que nos despierte a orar
más urgentemente por la presencia del Espíritu.
Cuando Juan el Bautista corrigió la envidia de sus
discípulos hacia Jesús, testificó de Nuestro Seftor que
en cuanto a él «Dios no da el Espíritu por medida» (Juan
3:34). El Hijo de Dios encarnado nada hizo en este
mundo independientemente de Dios el Espíritu. Nada
en la gloriosa vida de Cristo puede explicarse a menos
que se dé alguna atención al Espíritu. Si el Hijo de Dios
no vivió sobre la tierra sin el constante ministerio y
capacitación del Espíritu Santo, es inimaginable que

132
UNA PALABRA POSITIVA

nosotros, simples criaturas podamos agradar a Dios en


algo, aparte del poder del Espíritu.
Fue por el Espíritu Santo que el eterno Hijo de Dios
se hizo carne. Fue «concebido por el Espíritu Santo».
María fue sorprendida al recibir el anuncio de que
tendría un hijo sin el coctacto íntimo de un hombre. El
ángel Gabriel le explicó: «El Espíritu Santo vendrá
sobre tí, y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá,
será llamado Hijo de Dios» (Luc. 1:35). Por primera vez
en la historia un santo ser (sin la contaminación del
pecado de Adán) nació de una mujer. Un acto divino
del Espíritu preparó una naturaleza humana pura para
el Hijo de Dios.
Únicamente la presencia del Espíritu puede explicar
la vida justa de Cristo. Aunque el Hijo de Dios era
eternamente puro y sin mancha, al humillarse así para
encarnarse, El se sujetó a sí mismo al ministerio del
Espíritu. El Espíritu que proveyó un nacimiento santo
para Cristo lo dotó con una gracia positiva para vivir
en justicia. Isafas 11: 1-5 adscribe la santidad del Mesías
a la inmediata influencia del Espíritu: «Y reposará
sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y
de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu
de conocimiento y de temor de Jehová; y le hará
entender diligente ... Y será la justicia cinto de sus
lomos, y la fidelidad cefiidor de su cintura». ¿Cómo·
pudo mantener el Hijo encarnado el temor de Dios en
su corazón, mientras vivía con. una raza humana fría,
indiferente y obstinada? ¿Dónde halló el Salvador la
sabiduría necesaria para escaparse de toda tentación
feroz, sabiduría necesaria para escoger siempre el bien

133
SB~ALBS DB LOS APÓSTOLES

y rechazar el mal? ¡Su gracia santificante provenía del


Espíritu!
Por el mismo Espíritu Santo nuestro Seftor llevó a
cabo su misión encomendada por el Padre. Toda su vida
de obediencia fue baftada por el Espíritu. Para prepa-
rarlo para su ministerio público, el Espíritu descendió
sobre Jesús en su bautismo. Todos los hechos subsi-
guientes fueron ejecutados en el poder el Espíritu.
«Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue
llevado por el Espíritu al desierto» (Luc. 4:1). «Y Jesús
volvió en el poder del Espírirtu a Galilea» (Luc. 4:14).
Tres aftos más tarde, en la cruz sobre el Calvario,
nuestro Salvador «mediante el Espíritu eterno se ofre-
ció a sí mismo sin mancha a Dios» (Hebreos 9:14).
Después de lo cual fue vivificado en Espíritu» (1 1 Pedro
3:18), y exaltado a la diestra del Padre. Cada parte de
la obra redentora de Cristo fue llevada a cabo con la
ayuda divina del Espíritu Santo.
Ahora bien, si el Hijo de Dios encamado necesitó
el Espírirtu para su nacimiento, su vivir santo, y su
santo servicio al Padre, nosotros -también debemos
depender del ministerio del Espíritu. Fuera del Espíri-
tu de Dios no puede haber nuevo nacimiento en san-
tidad para hombre alguno. La fomiación de un carácter
santo en el alma humana es obra reservada para el
soberano Espíritu. «El que no naciere... del Espíritu,
no puede entrar en el reino de Dios» (Jn. 3:5). Sólo Él
puede vivificar a los pecadores a la fe salvadora y al
arrepentimiento. El evangelismo depende para su efec-
tividad. del Espíritu regenerador. La salvación indivi-
dual viene sólo cuando este viento sagrado sopla sobre
el corazón de un hombre.

134
UNA PALABRA POSITIVA

Al igual que Cristo, todos sus discípulos deben tener


el Espíritu Santo. La santidad florece y progresa en una
vida sólo cuando el Espíritu da sus frutos. La Palabra
de Dios describe a los hombres santos como aquellos
que «no andan confonne a la carne, sino conforme al
Espíritu» (Rom. 8:1). El servicio a nuestro Setior es
aceptable y eficiente para Él, sólo cuando es ejecutado
mediante las gracias y dones de su.Espíritu. La exhor-
tación apostólica de Pablo debe impresionar el alma:
«Sed llenos del Espíritu» (Efesios 5:18).
¡Cuánto necesitamos buscar conscientemente una
mayor porción de la presencia y bendición del Espíritu!
No podemos condenar un interés en la Tercera Persona
de la Trinidad, sino darle, de corazón, la bienvenida.
Nuestro Setior ensenó a sus discípulos a pedir el
Espíritu Santo en oración. En Lucas 11:5-13 hay una
parábola que ilustra la necesidad de perseverancia en
la oración. Aquello que nuestro Sefior concibe como
algo obtenido mediante ferviente oración se revela
claramente cuando promete que «vuestro Padre celes-
tial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan».
Sólo por el Espíritu es posible nacer como «un ser
santo» a la imagen de Cristo. Sólo por el Espíritu
pueden tus lomos ser ceffidos con santidad. Sólo por el
Espíritu puedes tú presentar tu. cuerpo en sacrificio
vivo, que es tu culto racional. Por lo tanto, gran parte
de tu trabajo de oración debería invertirse en implorar
al Todopoderoso una mayor medida de su Espíritu. Esto
debería ser un diario ejercicio. ¡Tu Sefior te ha ensefiado
a orar por su Espíritu!
Jesús recibió el Espíritu sin medida; Sobre Él vino
una plenitud del Espíritu que jamás ningún otro hombre

135
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

conocerá. El Espíritu le dió la infinita perfección de


todo don y gracia. Nada quedó en reserva. El Espíritu
fue otorgado en absoluta plenitud a Dios el Hijo. Otros
son ungidos con el mismo Espíritu, pero Él es «ungido
con óleo de alegría más que a sus compafieros» (Salmo
45:7).
En contraste con el Salvador, «a cada uno de no-
sotros fue da'da la gracia confonne a la medida del don
de Cristo» (Efesios 4:7). El Espíritu Santo fue otorgado
perfectamente al Hijo, quien ahora se encuentra exal-
tado a la diestra del Padre en poder y gloria. Cristo es
el soberano dispensador del Espíritu. El da su don a
todos sus siervos pero en diversas medidas. Entre
nosotros existen niveles de santificación más altos y
más bajos, mayor o menor profundidad en la adoración,
mayor o menor habilidad y poder en el servicio a Dios.
Siempre será posible implorar más del espíritu, implo-
rar a quien posee el Espíritu sin medida.
En las páginas anteriores, los lectores fueron insta-
dos a abandonar su busqueda de algo más de la presen-
cia y de las bendiciones de Dios a través de una segunda
obra de gracia. La Escritura nada sabe de una experien-
cia subsiguiente a la conversión a través de la cual los
santos deben pasar para entrar a un más alto nivel de
espiritualidad. Especialmente, la validez del bautismo
de los pentecostales con el Espíritu y de los dones «con-
finnatorios» fue negado. Todo esto, por supuesto, no
tenía la intención de abogar por que el lector abandone
su búsqueda de una mayor bendición del Espíritu. El
propósito sólo ha sido mostrar que la segunda obra de
gracia como ensef'ianza, y el pentecostalismo, son atajos
que desvían a los hombres de seguir a Dios.

136
UNA PALABRA POSITIVA

Pablo oró por los efesios: «Para que os dé, confonne


a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder
en el hombre interior por su Espíritu; para que habite
Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que,
arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente
capaces de comprender con todos los santos cuál sea
la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de
conocer el amor de Cristo, que excede a todo conoci-
miento, para que seáis llenos de toda la plenitud de
Dios». (Efesios 3:16-19). No debes contentarte con sólo
haber sido alcanzado, sino que siempre debes proseguir
a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios
en Cristo Jesús (Fil. 3:13-14). Para ello, necesitas
diariamente un fortalecimiento con poder por su Espí-
ritu. Aun si el avivamiento viniese por la gracia de
Dios, tú no habrías alcanzado, pero sí continuarías re-
quiriendo la gracia diaria. La meta frente a tí y a tu igle-
sia es, «que seáis llenos de toda la plenitud de Dios».
¡Oh, que Él derrame su Espíritu de regeneración
para revivir todas las naciones por su gracia, para
alabanza de su gloria infinita! ¡Oh, que otorgue una más
plena medida del Espíritu de santidad a su iglesia, de
modo que su pureza pueda resplandecer y aparezca
hennosa sobre la tierra! ¡Oh, que el poderoso Monarca
de nuestro mundo envíe más de su Espíritu de verdad
para que el entendimiento pueda profundizar y fructi-
ficar a través de toda la tierra! ¡Oh, que el Espíritu de
adoración humille poderosamente a las congregaciones
ante su presencia y nos conduzca más cerca de su
santidad!
Orad por el Espíritu. Orad por el Espíritu que hace ·
que los corazones amen las doctrinas de la gracia libre

137
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

y soberana. Orad por el Espíritu que ensancha los


corazones con un amor santo y reverente por el Salva-
dor. Orad por el Espíritu que equipa a los hombres para
pelear contra el pecado, para ser pacientes en las tri-
bulaciones, y celosos del honor de Dios. El mejor
remedio contra los excesos que deshonran al Espíritu
al usar su nombre, es vivir como un pueblo lleno del
Espíritu Santo de verdad y poder. ¡Orad por el Espíritu
de avivamiento sólido y bíblico! ·

138
11
El Espíritu Santo y
los avivamientos

Todo verdadero convertido a Cristo ha sido bauti-


zado con el Espíritu Santo. Todos los cristianos fonnan
«un templo santo en el Sefl.or», «juntamente edificados
para morada de Dios en el Espíritu» (Ef. 2:21 y 22). A
partir del pentecostés, la bendita tercera persona de la
trinidad tomó posesión de la iglesia de Cristo, para
jamás abandonada, ni a ningón verdadero miembro del
cuerpo de Cristo. ¡Que supremo honor! ¡Qué privilegio
desmedido! ¿Quién puede comprender la altura de esta
dignidad conferida a los hombres regenerados? ¡Ser la
mismísima morada del Dios viviente Jehová, mediante
el Espíritu! Esto nos causa perplejidad. cuando hace tan
poco éramos los más viles pecadores. ¡Es un hecho que
merece una deleitosa y amplia meditación y una pro-
funda acción de gracias!
Hasta en sus peores momentos, los hijos de Dios
pennanecen bautizados con el Espíritu Santo. Aun en
sus peores épocas, la iglesia verdadera se distingue por
la presencia interna del Espíritu Santo ·de Dios. En el
pentecostés, un don glorioso le fue dado a la iglesia
sobre la tierra. y nunca le será retirado. Debido a la

139
SERALES DE LOS APÓSTOLES

presencia y las consecuentes influencias de gracia del


Espíritu, «el más pequefio en el reino de los cielos
mayor es» que «el estelar Juan el Bautista» (Mt. 11: 11 ).
El Espíritu es el don real de nuestro supremo y glorioso
Rey (Hechos 2:33) y de este modo es las arras de toda
nuestra magnífica herencia en Él (Ef. 1:14).
Empero, las influencias de la gracia del Espíritu no
obran sobre el cristiano o la iglesia de hoy mediante una
corriente uniforme de poder y gracia. Es posible para
la iglesia en la cual habita el Espíritu, o para el creyente,
«contristar al Espíritu Santo· de Dios» (Ef. 4:30). El
pecado y la indiferencia hacia la verdad son ofensivos
a la santa Persona que habita en el creyente. El menos-
precio de su Palabra inspirada, junto a embrollos mun-
danos, pueden «apagar el Espíritu» (1 1 Ts. 5:19). Los
creyentes pueden sofocar la operación de gracia del
Espíritu en el corazón, aunque los verdaderos santos
nunca lo suprimirán por completo. El Espíritu, de
manera soberana, elige intensificar o disminuir sus
influencias en la iglesia y en los individuos. Existen
flujos y reflujos del poder y de los frutos del Espíritu
en las vidas de los cristianos individuales y en la
historía de la iglesia. Pero jamás el Espíritu abandona
al creyente, y jamás la iglesia será abandonada a sí
misma.
Ha habido períodos sobresalientes en la historia de
la iglesia, en los cuales la ha deslumbrado una inten-
sificada actividad del Espíritu Santo.Períodos así se
conocen como avivamientos. ¡Los verdaderos aviva-
mientos no resultan de alguna obra diferente del Espí-
ritu de Dios! Dichos avivamientos resultan ser el efecto
de una medida incrementada de precisamente el mismo

140
EL ESPIRITu SANTO Y I.DS AVIVAMIENTOS

poder y /gracia que operan en todo tiempo y lugar en


que la iglesia se ha encontrado desde el pentecostés. En
tiempos de avivamiento, la obra del Espíritu sigue
siendo lo que ha sido siempre desde el pentecostés, es
decir, la obra del convencimiento interno del inconver-
so mediante la Palabra; la interna regeneración de los
pecadores por la Palabra; la enseftanza y la santifica-
_ción de los creyentes por la Palabra. y la interna
promoción de la adoración del Padre y del Hijo median-
te la Palabra.
Lo que sorprende en épocas de avivamiento no son
las operaciones del Espíritu, sino la velocidad acelerada
con que obra. Su gracia que convence y convierte trae
ejercicios salvadores sobre las almas de muchos en vez
de pocos. Las influencias de enseftanza y santificación
se concentran en un período de tiempo menor del que
comúnmente se observa. Los pastores quedan atónitos
por fa finne asimilación de la verdad bíblica en quienes
han oído tan sólo· unos pocos sermones. Se hacen ·
grandes avances en la práctica de la piedad bajo la
dirección de la Palabra. La adoración y la alabanza
ocupan comunidades enteras. Pero nada hay nuevo o
diferente. Estas cosas siempre han sido hechas por el
Espíritu en la Iglesia de Cristo. En el avivamiento la
obra se intensifica. El poder y los frutos del Espíritu,
entonces, fluyen torrenciales. La diferencia radica sólo
en las cantidades afectadas, la rapidez del proceso y la
intensidad de las impresiones. No hay diferencia en el
carácter de la obra.
Durante avivamientos pasados han surgido ciertas
tendencias en el pensamiento de la iglesia y en la
práctica de los creyentes, paralelas a la postura del

141
SB~ALES DE LOS APÓSTOLES

movimiento pentecostal modenio. Cuando esto ha


ocurrido, los siervos de Dios que más directamente han
sido usados en los avivamientos han abandonado la
muy amada obra de evangelismo y enseftanza para
dedicarse a combatir con vehemencia tales tendencias.
La extinción de actitudes como las que presentan las
fuerzas carismáticas de hoy, se consideraba más nece-
saria para el bienestar de la iglesia que el continuar cori
el avivamiento. Y cuando prevalecieron doctrinas como
aquellas asociadas con el «evangelio pleno», lqs
hombres más familiarizados con la experiencia del
avivamiento notaron que tales avivamientos se vieron
apagados por semejantes prácticas y doctrinas.
El libro de Joseph Tracy1, El Gran Despertar, es un
valioso volumen sobre el avivamiento conectado con
los grandes nombres de Edwards, Whitefield, y los
Tennent. Cita numerosos infomes de primera mano
sobre el avivamiento, escritos por pastores cuya predi-
cación de la verdad fue el.principal medio humano del
avivamiento. Sus observaciones son particulaimente
valiosas puesto que ellos pastorearon las congregacio-
nes avivadas, tanto antes como después del Gran Des-
pertar.
En todos estos infomes, los ministros fueron muy
cuidadosos al negar categóricamente que sus labores
durante el ministerio de avivamiento hubieran tenido
algo que ver con revelaciones o milagros. Con gran
gozo, muchos de ellos infomaban con palabras como
éstas: «No hemos conocido trances, visiones, revelacio-

l. Tappan and Dennet, Boston (U.S.A.) 1842.

142
EL ESPIRrru SANTO Y WS A V I V ~

' nes, o cosas semejantes. Nos hemos visto libres de la


presencia de un espíritu criticón».2 Esto llltimo muestra
cómo las revelaciones fueron clasificadas con ostenta-
ciones inicuas de la carne. Los trances extáticos y
visiones surgieron sólo para ser aplastados por los
dirigentes responsables.
Los pastores de la Nueva Inglaterra, durante el
avivamiento, lucharon contra toda fonna de guía sub-
jetiva, aun cuando pretendiera .ser del Espíritu. Su
demanda consistía en eregir a la Escritura como la
nonna objetiva y única para sus prácticas. James
Davenport siguió por algún tiempo una dirección
subjetiva, y consecuentemente fue considerado como
un fanático. Debido a las labores de otros pastores, él
luego renunció a su actitud previa con estas palabras:
«Confieso que he estado en gran manera extraviado por
haber seguido impulsos o impresiones como regla de
conducta, vinieran o no de las Escrituras, y también por
haber descuidado de observar debidamante la analogía
de la Escritura. Estoy convencido de que éste fue un
gran medio de la corrupción de mis experiencias y del
apartanne de la Palabra de Dios, y un gran instrumento,
que el espíritu falso ha utilizado con un mímero de
personas y conmigo especialmente».'
Consciente de que semejante excitación religiosa
podría hacer desviar a multitudes, los pastores de los
avivamientos trabajaron con celo incesante para exami-
nar cada experiencia de los conversos por las doctrinas

2. lbid. p. 127
3. lbid. p. 250

143
SERALES DE LOS APÓSTOLES

de la Palabra de Dios. Nada era aceptable para ellos,


sino las operaciones nonnales, interiores del Espíritu en
la convicción, la regeneración y la santificación. El
.examen era rígido. El siguiente es un infonne pastoral
típico: «Ellos (los convertidos) pueden mostrar clara y
distinta una labor preparatoria de la Ley, en todas sus
partes; de su descubrimiento de Cristo, en su poder y
voluntad de salvarlos en particular, y toda fonna
adecuada en todo aspecto para sus circunstancias
perecederas, para hacerlos completa y eternamente fe-
lices; de su acto de comprometerese con él tal como él
se ofrece en el evangelio; del cambio de corazón; y,
consecuentemente de principios, deseos, inclinaciones
y sentimientos que de manera perceptible se siguieron.
Y sus vidas y conductas, hasta donde puedo observar
por mf mismo y aprender de los imparciales, se corres-
ponden y concuerdan con sus experiencias.»4
Manifestaciones extraordinarias acornpaiíaban los
avivamientos. A veces había suspiros y sollozos en las
congregaciones bajo la predicación de la Palabra. A
veces, los pecadores convencidos de pecado, exclama-
ban, «¿Qué debo hacer para ser salvo?», al par que las
Escrituras hacían blanco en sus conciencias.5 En algu-
nas ocasiones hombres caían postrados ,al suelo, aun
adquiriendo un estado de rigidez física por un tiempo.
¿Cuál fue la actitud de los pastores hacia estos acon-
tecimientos tan poco comunes? Todos, con la excep-

4. lbid. p. 131.
5. Experiencias semejantes se registraron en la labor llevada
a cabo por David Brainei'd entre los indios de Norteamérica.

144
BL ESP1Rrru SANl'O Y .LOS AVIVAMIENTOS

ción se unos pocos «fanáticos» (como los llamaban los


pastores del avivamiento), quedaban totalmente indife-
rentes hacia estas cosas. Al hablar a las personas que
las experimentaban, para nada tenían en cuenta los
efectos externos. Ellos inquirían sólo por la obra inte-
rior que había sido hecha en sus almas, y por la verdad
de la Palabra de Dios que había producido esa expe-
riencia interna. Estaban convencidos que la bendición
del avivamiento era una operación interna y comán del
Espíritu de Dios mediante la Escritura.
Las congregaciones eran exhortadas a refrenar sus
impulsos de cualquier clase de explosión o demostra-
ción pública, para no distraer a nadie de la verdad. Pero
los pastores no prohibían de manera absoluta estas
manifestaciones externas, pues ellos habían descubierto
que la verdad había cautivado poderosamente las
mentes de alguno de los que fueron abrumados. Es
decir, fue una comprensión inteligente de la Palabra re-
gistrada en la Escritura la causa que les conducía a
pennitir estos fenómenos.
Citemos de nuevo a Tracy: «Ha habido no pocos de
entre noNotros, en los últimos siete u ocho meses, que
han clamado con gran agonía y aflicción, o con gozo
inefable por motivos espirituales, y eso en tiempos de
ejercicios religiosos. Pero estas dos cosas las observa-
ríamos con respecto a lo que hemos visto de esta
naturaleza, es decir: Primero, que estamos persuadidos
que muy pocos, si hay alguno entre nosotros, han
clamado de tal manera, mientras ellos pudieron haberlo
. evitado sin hacer mucho dafto a su naturaleza, o desviar
sus pensamientos de las cosas divinas; aunque no
hemos pensado que fuera lo propio dejar de hablar, o

145
SERALES DE LOS APÓSTOLES

haber sacado a las personas afectadas del recinto. Y


segundo, que nosotros, de ninguna manera considera-
mos el que las personas clamen en liempo de adoración.
o caigan postrados, o el grado de gom o tristeza que
pueda ocasionar semejante efectos en su cuerpo, como
si fuesen de señal alguna de su conversión, al ser
considerados individualmente; y hemos instruido de
manera cuidadosa a nuestra gente contra semejante
forma de pensar; aunque al mismo tiempo no podemos
pensar sino que la mayoría de quienes han manifestado
de tal manera su sentido de las cosas se encontraban
bajo las operaciones del Espíritu Santo al mismo tiem-
po, lo cual ocasionó dichos clamores; y que sus expe-
riencias íntimas fueron sustancialmente las mismas de
quienes han sido convertidos de manera salvadora
como esperamos, sin haber dado sen.al semejante de su
angustia o goms.»6
Por otra parte, cuando los efectos exteriores llegaban
al exceso, se convertían en estorbo para la obra del
avivamiento. Jonatán Edwards dice al respecto: «Pero
cuando la gente había llegado a este punto, Satanás se
aprovechó, y pronto se veía muy claro su entremeti-
miento en muchos casos; y gran cantidad de precaucio-
nes y trabajo se hallaron necesarios para evitar que
muchos de ellos perdieran control de sí mismos.»7 Las
manifestaciones externas de excitación no eran identi-
ficadas como obras del Espíritu Santo rii ·favorecedoras
del avivamiento.

6. lbid. pp. 126, 127.


7.• lbid. p. 198.

146
EL ESPfRrru SANTO Y WS AVIVAMIENTOS

Edwards descubrió entre su gente una tendencia a


pensar acerca de las apariencias externas, la cual les
hacía dafto espiritualmente. Él luchó por mucho tiempo
y en forma ardua contra esta actitud, como hicieron
muchos de sus compafteros de ministerio.ª El error
lamentable fue la conclusión que el alto nivel alcanzado
en las extraordinarias manifestaciones exteriores era un
índice de la profundidad de la experiencia espiritual
interna. Cuando comenzaron a pensar que el clamor era
una sef'ial de la influencia de gracia del Espíritu, se hizo
un enorme dafto. Sus ojos se dejaron deslumbrar por el
espectacular exterior. Largos aftos de dificil labor costó
a Edwards mostrar que las excitaciones externas de
ninguna manera son prueba de una interna experiencia
espiritual.
Que haya comparación con el pentecostalismo
moderno resulta obvio. En el pentecostalismo se acep-
tan y se procuran, ansiosamente, revelaciones además
de la Palabra de Dios. Su doctrina distintiva consiste
en que un don externo evidencia una gracia interna. El
pentecostalismo promueve las mismas actitudes y
opiniones que Edwards y otros se sintieron obligados
a combatir si el avivamiento verdadero iba a continuar.
El pentecostalismo es, hoy, el más grande amigo de la
idea que·un hombre puede ser guiado por impulsos, y
edificado sin una comunicación de la verdad objetiva
de la Palabra de Dios. Ahora no estamos experimen-
tando un avivamiento. Sin embargo, la gran mayoría
de personas en la Iglesia han sido mal orientados con

8. lbid. pp. 198-200.

147
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

respecto a los asuntos básicos de la verdad, la revela-


ción y la necesidad indispensable de la verdad bíblica
para la experiencia en el Espíritu. El pentecostalismo
es el movimiemo que más ha contribuido a crear este
lamentable estado de cosas. Si los avivamientos cesa-
ron, cuando, en el pasado, los hombres comenzaron a
identificar la gracia interna con una excitación externa;
si los avivamientos fueron estorbados mediante la
presentación de infonnes de revelaciones; si los aviva-
mientos se decaían cuando la excesiva atención a la
excitación externa desviaba la atención de la verdad
objetiva de la Palabra de Dios; entonces, ¿cómo pueden
empezar los avivamientos cuando estas condiciones
prevalecen en la iglesia? Quizás la destrucción de los
principios erróneos del pentecostalismo es el más
necesario preludio a un verdadero avivamiento. Cual-
quier intensificación de la obra del Espíritu se vería,
rápidamente desviada hoy, cuando pocos pastores
puede encontrarse que defiendan la absoluta e invaria-
ble necesidad de entender la doctrina de la Palabra de
Dios como prerrequisito para que un alma reciba la obra
de gracia del Espíritu. Pocos, hoy, se levantarán para
defender la única autoridad y suficiencia de la Escri-
tura. ¿Cómo podría mantenerse un avivamiento sobre
el único camino en el cu.al el Espíritu obrará, el de las
palabras de Cristo? (Juan 6:63).
Es verdad que algunos santos del pasado se referían
al despertar de un avivamiento como «pentecostés».9
Pero los mismos hombres se horrorizaban ante las

9. lbid., p. 142.

148
EL BSPIRrru SANTO Y LOS AVIVAMIENTOS

pretensiones de otros en el campo de las· revelaciones


y los milagros. 10 Tampoco pensaban ellos qu.e sus avi-
vamientos, fueran otra cosa diferente a una mayor
administración de la misma gracia y poder del Espíritu
que ellos siempre habían recibido en sus iglesias. Des-
pués de los avivamientos, los cristianos no se encon-
traban en una categoría más alta que aquellos que nunca
los habían experimentado. No se trataba de una segunda
obra de gracia Tampoco se trataba de repetir aquella
ocasión histórica wli.ca, en que el Espíritu fue entregado
novedosamente a la iglesia.
Si estos mismos hombres vivieran hoy; repudiarían,
por cierto, su propio uso del término «pentecostés» para
describir un avivamiento. En el contexto de los tiempos
actuales, se buscaría otro término. Echarían pie atrás en
el uso de la palabra «pentecostés», por temor a que
alguien puediera imaginar que ellos tenían en mente las
nocivas doctrinas de los «carismáticos».
¡Permita Dios que llegue pronto el día cuando la
doctrina de la Escritura y ·. sus implicaciones para la
experiencia se entiendan cabalmente en la Iglesia, un
día en el cual firmemente se establezca que el Espíritu
obra interiormente sobre el corazón, sólo en relación
con una asimilación inteligente de las Palabras de Cris-
to! Entonces, que el Espíritu se goce en emplear su
santa espada una vez más para acelerar, incrementar e
. intensificar la convicción interior del ~ritu por la
Palabra ¡Qué esperanza la de vivir en una época
cuando la obra ·interna de regeneración sea efectuada

10. Ibid., p. 148.

149
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

sobre una nación entera por la Palabra! Es digno que


oremos por que nuestro entendimiento y gracias inte-
riores sean incrementadas mediantes una obra intensi-
ficada del Espíritu por el medio sin el cual jamás obrará,
es decir, la Palabra. Nunca veremos otro pentecostés.
Pero podemos vivir para ver frutos mayores del único
pentecostés histórico.
Empero, no seamos niflos necios. Nuestros corazo-
nes no deben estar tan anhelantes de la obra del Espíritu
mediante un avivamiento en esta generación que invir-
tamos nuestros valores. «Habéis recibido el Espíritu de
adopción» (Rom. 8: 15). Somos hijos de Jehová. Dios
ha puesto su Espíritu en nosotros. Su gloriosa presencia
no es una garantía de avivamiento, sino de la gloria y
el triunfo final de Cristo. Estaremos con Él por la
eternidad. Los mejores avivamientos pasan. Pero a no-
sotros pertenece estar llenos con toda la plenitud de
Dios, caminando Él con nosotros, y habitando en
nosotros. ¡Oremos más con el Espíritu por el regreso
de Cristo en gran majestad que lo que oramos por el
avivamiento! Entonces seremos más bíblicos. «Sí, ven,
Sefior Jesús» (Ap. 22:20). Entretanto, demos gracias a
Dios por el Espíritu y hagásmole un habitante de honor
en nuestros corazones.

150
apéndice
El testimonio de la iglesia1

El testimonio de tantos influyentes predicadores,


teólogos y comentaristas en la historia de la iglesia, con
respecto a la desaparición d~ los dones milagrosos de
la era apostólica, resulta ser un factor de considerable
importancia, especialmente cuando entre ellos hubo
hombres poderosamente usados por el &pfritu para el
despertamiento de continentes enteros a la fe en Cristo,
hombres a quienes sería impoStble aplicar el cargo de
haber contristado el Espíritu Santo.

Ju.an Crisóstomo (347-407 d.C.) escribe en su


comentario sobre los dones espirituales: «Este lugar
está completamente oscuro: pero la oscuridad proviene
de nuestra ignorancia de los hechos referidos y por su
cesación, siendo que en ese entonces ocurrían, pero
ahora ya no acontecen>. (Hornillas sobre Primera a los
Corintios, Vol. xn, Los Padres del Niceno y Postni-
ceno. Hom. 29:2).
l. El material de este Apéndice ha sido aportado por mi amigo,
Geoffrey Thomas, pastor de la Iglesia Bautista en Aberystwyth.
Gales, a quien manifiesto mis agradecimientos

1S1
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

Agustín (354-430 d.C.) escribe: «En el período


primitivo, el Espíritu Santo cayó sobre quienes creían:
y hablaban en lenguas que jamás había aprendido,
"como el Espíritu les daba que hablasen". Éstas eran
señales adaptadas a esa época. Pues precisaba haber
aquella evidencia del Espíritu Santo en todas las len-
guas, y mostrar que el Evangelio de Dios había de
correr a través de todas las lenguas sobre toda la tierra.
Aquella cosa fue hecha como evidencia, y pasó.» (Diez
homil{as sobre la >Pirmera Epfstola de Juan, Vol. VII.
Los padres del Niceno y Posmiceno, VI. 10).

Thomas Watson escribe en 1660: «Con plena


certeza, hay tanta necesidad de ordinación hoy, como
en los tiempos de Cristo y de los apóstoles, ya que en
aquel tiempo había dones extraordinarios en la iglesia
que ahora han cesado.» (Las Bienaventuranzas, 14).

John Owen escribe en 1679: «Los dones que en su


propia naturaleza exceden la plenitud del poder de todas
nuestras facultades, esa dispensación del Espíritu hace
ya mucho tiempo cesó y dondequiera que alguien hoy
tenga pretensión a lo mismo, tal pretensión justamente
puede ser sospechada como un engaño farsante.»
(Obras, IV, 518).

Matthew Henry escribe el 13 de julio de 1712: «El


don de lenguas fue un nuevo producto del espíritu de
profecía y era otorgado por una razón particular, para
que, la empalizada judía habiendo sido removida, todas
las naciones pudieran ser incluidas en la iglesia. Estos
y otros dones de profecía, siendo una señal, hace mucho

152
tiempo cesaron y han sido puestos-a un lado, y no
tenemos motivo alguno para esperar que revivan; sino
que, al contrario se nos manda llamar las Escrituras la
palabra profética más segura, más segura que voces
del cielo; y a ellas es que se nos exhorta a estar atentos,
a escudriftarlas y retenerlas, 2ª Pedro 1:19.» (Prefacio
al Vol. IV de su exposición del Antiguo Testamento y
Nuevo Testamento, vii).

Jonathan Edwards escribe en 1738 que los dones


extraordinarios fueron dados: «para poner fundamento
y establecer la Iglesia en el mundo. Pero ya que el canon
de la Escritura ha quedado completo, y la Iglesia Cris-
tiana plenamente fundada y establecida, estos dones
extraordinarios cesaron» (La Caridad y sus Frutos, 29).

George Whitefield, debido a su frecuente testimo-


nio sobre la Persona y poder del Espíritu de Dios, fue
acusado de «entusiasmo», por parte de algunos líderes
eclesiásticos, y se le achacó la creencia de que los dones
carismáticos apostólicos fuesen revividos. Esta creen-
cia fue negada firmemente por Whitefield; «Nunca he
pretendido tener estas operaciones extraordinarias de
hacer milagros, o de hablar en lenguas», (Respuesta al
Obispo de Londres.Obras IV, 9). Por fallar en no
distinguir la obra ordinaria de la extraordinaria del
Espíritu, y por considerar que ambas habían cesado, él
inculpa al Obispo y clero de Lichfield y Coventry,
«quienes consideran la habitación interior del Espíritu,
su testimonio interno, y la predicación y la oración por
el Espíritu, entre los dones carismáticos, los dones
milagrosos conferidos a la iglesia primitiva, y los cuales

153
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

ya hace tiempo dejaron de ser.» (Segunda Carta al


Obispo de Londres, Obras, Vol IV, 167). Los amigos
de Whitefield también lo defendieron contra el mismo
falso cargo. José Smith, por ejemplo, pastor congrega-
cionalista en Carolina del Sur, escribió sobre el evan-
gelista inglés: «Él renunció a toda pretensión de poseer
los extraordinarios poderes y sef'iales de la apostolici-
dad, peculiares de la era de inspiración y que se dis-
tinguieron con ellos.» (En Prefacio a Sermones sobre
Asuntos Importantes, George Whitefield, 1825, xxv).

James Buchanan escribe en 1843: «Los dones


milagrosos del Espíritu hace mucho que fueron retira-
dos. Fueron usados para cumplir con un propósito
temporal. Fueron usados como un andamiaje que Dios
empleó para la construcción de un templo espiritual.
Cuando el andamio no se necesitó más, fue removido
pero el templo pennanece en pie aún, y es habitado por
el Espíritu; porque "¿No sabéis que sois templo de
Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" (1 ª
Cor. 3: 16)» (El Oficio y la Obra del Esp(ritu Santo, 34).

Charles Haddon Spurgeon en una cantidad de


sermones testifica este mismo punto de vista. Los
apóstoles, predicaba él, fueron «hombres escogidos
como testigos porque personalmente habían visto al
Salvador, un oficio que necesariamente desaparece , y
apropiadamente, porque el poder milagroso también se
retira.» (El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano,
1871, Vol. 17, 178). Y de nuevo, «Aunque no podemos
esperar ni necesitamos desear los milagros que acom-
paf'iaron el don del Espíritu Santo, en lo que eran físicos,

154
APéNDICE

aún podemos tanto desear como esperar lo que por ellos


fue procurado y simbolizado, y podemos confiar en que
veremos semejantes maravillas espirituales operadas
entre nosotros en este día» (El Púlpito del Tabernácu-
lo Metropolitano, 1881, Vol. 27, 521). Y otra vez,
«Aquellas obras del Espíritu Santo que hoy son conce-
didas a la Iglesia de Dios son en todo sentido tan
valiosas como aquellos dones milagrosos anteriores que
han desaparecido de nuestra presencia. La Obra del
Espíritu Santo, mediante lo cual a los hombres se les
da vida de su muerte en pecado, no es inferior al poder
que hizo a los hombres hablar en lenguas» (El Púlpito
del Tabernáculo Metropolitano, 1884, Vol. 30, 386
SS.).

Roberto L. Dabney escribe en 1876 que luego que


la Iglesia primitiva fue establecida «ya no existía la
misma necesidad de "señales" sobrenaturales, y Dios,
que no acostumbra derrochar sus expedientes, las
descontinuó. Desde entonces, la Iglesia tendrá que
conquistar la fe del mundo mediante su ejemplo y
enseñanzas solamente, vigorizada por la iluminación
del Espíritu Santo. Finalmente, los milagros, si se vol-
vieran de común ocurrencia, dejarían de ser milagros,
y serían considerados por los hombres como ley co-
rriente» (La Prelacía, un error, Discusiones Evangéli-
ca y Teológicas, Vol. 2, 236-237).

George Smeaton escribe en 1882: «Los dones


sobrenaturales o extraordinarios fueron temporales, y
habían de· desaparecer cuando la iglesia estuviera
fundada y el canon inspirado de la Escritura concluído;

155
SE~ALES DE LOS APÓSTOLES

porque ellos fueron una prueba externa de una inspi-


ración intema»(La Doctrina del Espíritu Sanbto, 51).

Abraham Kuyper escribe en 1888: «Muchos de los


dones carismáticos, otorgados a la iglesia apostólica, no
son de utilidad para la iglesia de hoy». (La Obra del
Espíritu Santo, 182, ed. ingl. 1900).

W. G. T. Shedd escribe también en 1888: «Los so-


brenaturales dones de inspiración y milagros que
poseyeron los apóstoles no fueron continuados para sus
sucesores ministeriales, puesto que ya no eran más ne-
cesarios. Todas las doctrinas del Cristianismo habían
sido reveladas a los apóstoles, y habían sido entregadas
a la iglesia en forma escrita. No había más necesidad
de un posterior inspiración infalible. Y las credenciales
y autoridad dadas a los primeros predicadores del Cris-
tianismo en actos milagrosos, no requerían repetición
continua de una edad a otra. Una edad de milagros
debidamente autenticados es suficiente para establecer
el origen divino del evanglio. En un tribunal humano,
no es necesaria una serie indefinida de testigos. "Por
boca de dos o tres testigos", los hechos se establecen.
El caso que ha sido fallado no volverá a abrirse.»
(Teología Dogmática, Vol. 11, 369).

Benjamín B. Wartield escribe en 1918: «Estos


dones no fueron poseídos por el cristiano de la iglesia
primitiva como tal, ni por la Iglesia Apóstolica o la era
Apóstolica por sí mismas; tales dones fueron distinti-
vamente la autenticación de los Apóstoles. Constituye-
ron pane de las credenciales de los Apóstoles en su

156
calidad de agentes autorizados de Dios en la colocación
del fundamento de la Iglesia. Su función, pues, los de-
limitó a la Iglesia Apostólica, de manera distintiva, y
necesariamente desparecieron con ella» (Milagros Fal-
sos, 6)

Arthur W. Pink escribe en un libro que apareció


en 1970: «Así como hubo oficios extraordinarios
(apóstoles y profetas) en el comienzo de nuestra dispen-
sación, también hubo dones extraordinarios; y como no
hubo sucesores designados para estos oficios extraor-
dinarios, tampoco hubo intención de continuar esos
dones extraordinarios. Los dones dependían de los ofi-
cios. No tenemos más a los apóstoles con nostoros, y
por consiguiente los dones sobrenaturales, la comuni-
cación de los cuales constituyó parte esencial de las
sef\ales de un apóstol (2ª Cor. 12:12) están ausentes»
(El Espíritu Santo, 179)

157
Bibliografía selecta

El Fundamento Apostólico, por José Grau, Ediciones


Evangélicas Europeas.
¡Excelente! Por el método de Teología Bíblica nos
muestra la suficiencia del fundamento apostólico en
las Sagradas Escrituras contra las visiones y nuevas
revelaciones del siglo XX.
¡Excelente! Altamente recomendado.

Las Lenguas: Señal de Maldición y Bendición del


Pacto, por O. Palmer Robertson, T.E.L.L.
Un trabajo sereno, responsable, de quien es posee-
dor de vasta· erudición en el conocimiento de la
Biblia en sus idiomas originales. Explica claramen-
te el significado y propósito de las lenguas en la
historia de la Salvación.
¡Excelente! Altamente recomendado.

El Bautismo del Espíritu Santo, por Antonio A. Hoe-


kema, Ediciones Evangélicas Europeas.
Cristianamente muestra los errores del fanatismo.

El Espíritu Santo, por Edwin H. Palmer, El Estandarte


de la Verdad.
«No hay duda que esta presentación del Espírirtu
Santo enriquecerá no sólo el conocimiento de cada
cristiano, sino que jugará un papel importante para
la profundización y crecimiento de la iglesia cristia-
na.»

159
Enseñanzas Bíblicas Sobre el Don de Lenguas, por
Carlos R. smith y Carlos N. Sellers, Spanish Publi-
cation, Inc.
Breve pero Bíblico.

El Espíritu de Pentecostés, por F. van Deursen, Lite-


ratura Reformada. ·
Análisis bíblico del movimiento carismático escrito
por un holandés.

Glossolalia ¿de Dios o del Hombre?, por Jirnmy Jivi-


den, Editorial Bedout S.A.
Un estudio en el fenómeno del hablar en lenguas.

Creer es También Pensar, por John Stott, Certeza.


Explica con sencillez por qué la mente es importante
para el cristiano, y formula un enérgico llamado no
a un cristianismo intelectualizado sino a «una
devoción forjada al calor de la verdad».
Altamente recomendado.

El Bautismo y la Plenitud del Espiritu Santo, por John


R. Stott, Editorial Caribe.
Altamente recomendado.

El Amor y la Verdad, por José Grau, Ediciones Evan-


gélicas Europeas.
Comentarios sobre la Segunda Carta de Juan que
muestra la relación entre el amor y la verdad.
Altamente recomendado.

160

También podría gustarte