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El jardin secreto Frances Hodgson Burnett Adaptacion de Rebeca Martin Ilustraciones de Inga Moore ¥ \Vicens Vives cucANnNA 00 }0%u89P884.6 POSSI enn ny Te ee SETS 6-001 26 ‘NEST OLR LL Bm aCe CIOL Claw S| b PoE ey ee PPR eam Plata) eee Me eC eee) Ree Pete o) Cee ei leer Pee) CS ey TEC Ce) P| Ere EC MOC eee eee mere L ee By e G) POU CRrit e n Cree Co) ETON AMEE UMM TUT Mere OLD Lcme Los LLNS LoL ls Ton) BCE Me RU RSC RR ML) Sel ee nero) e SO BC SCUC COB BCE MPP ny Nae ERO E Pera Seem eRe Me ela eR) RETRO MMA eet) od Tet Ld Eee RE aE CRC Ri) Rls aCe CSC om LIL) COMO Se eR eC ee eS a eee) STS Cm RT Smee NCR CMe OCU Rae) og LC REST Ca) ee eee BL Sete mee Pac Per el ta een ESC Cele ey De re seu tea ks Menem eT) -B113 SO] ap Opepind ye epeljuoy ‘asiysyJOA ap sowesed soydsoyur ESM em CE Meee ab Va) Re ALM aL se CPL tate ee eee ee Te ted i eun ua saiped sns e apsaid ‘eanedijue A epessajew — euiu eun ‘xouua AJew ‘soue adanu ojos ue} u0D 0}a19as ulpiel 13 * Er, El jardin secreto SL Yn Coleccién dirigida por Francisco Antén Frances Hodgson Burnett El jardin secreto llustraciones Inga Moore Adaptacién, notas y actividades Rebeca Martin Vicens Vives Primera edicién, 2013 Primera reimpresién, 2013, Depésito Legal: B. 9.573-2013 ISBN; 978-84-682-0100-9 No. de Orden V.V G157 © REBECA MARTIN: Sobre la adaptacién, las notas y las actividades, © 2007 INGA MOORE. Sobre las ilustraciones, Publicadas por acuerdo con Walker Books Limited, London SE11 SH). © VICENS VIVES PRIMARIA, S.A. Sobre la presente edicion segdin el art. 8 del Real Decreto Legislativo 1/1996, (Obra protegida por el RDL 1/1996, de 12 de abril, por el que se aprueba el Texto Refundio de la Ley de Propiedad Intelectual y por la LEY 23/2006, de 7 de julio. Los infractores de los derechos reconocidos a favor del titular o beneficiarios del @ podrén ser demandados de acuerdo con los articulos 138 @ 141 de dicha Ley y podrén ser sancionados con las penas seftaladas en los artfculos 270,271 y 272 del Cédigo Penal, Probbida la reproduccién total o parcial por cualquier medio, incluidos los sistemas electrénicos de almacenaje, de reproduccién, asi como el tratamiento informético, Reservado a favor del Editor el derecho de préstamo piiblico, aquiler o cualquier otra forma de cesién de uso de este ejemplar. IMPRESO EN ESPANA. PRINTED IN SPAIN. Indice El jardin secreto No queda nadie A través del paramo Una nueva vida para Mary E] llanto misterioso E] petirrojo que le mostré cl camino El jardin secreto El encantador de animales 3Podria tener un pedacito de tierra? La casa més rara del mundo El joven raja Un buen berrinche 15 25 36 43 49 55 67 74 82 91 1No hay tiempo que perder! 104 Viviré por siempre jamas lu. Cuando se pone el sol 116 Magia 127 Déjeles que se rian 137 js mama! 143 En el jardin 152 Actividades 165 El jardin secreto No queda nadie Cuando Mary Lennox Ileg6 a Misselthwaite para vivir con su tio, todo el mundo dijo que cra la nifia de aspecto mas desagrada ble que jamds se hubiera visto. Y era cierto: tenia la carita afila- da y el cuerpo flacucho, el pelo sin brillo y la expresion antipati- ca. Mary habia nacido en la India y se ponfa enferma a menudo, por eso tenfa el rostro amarillento. Su padre trabajaba para el Go- bierno inglés y siempre estaba ocupado, mientras que su madre era una mujer muy hermosa a la que solo le preocupaba ir de fies- ta en fiesta y divertirse. La sefiora Lennox nunca habia querido te- ner hijos, de modo que, en cuanto dio a luz a Mary, se la entregé aun aya! y le ordené que la mantuviese lejos de su vista. La nifia crecié con la unica compaiifa de los criados, y, como ellos la obe- decian sin rechistar para que sus gritos no molestaran a la mem- sahib,? se convirtid en una criatura despética’ y egoista. A los nue- ve afios, Mary habia tenido un sinfin de institutrices," puesto que ninguna aguantaba mds de tres meses en el puesto. Una majiana terriblemente calurosa, Mary se desperté de peor humor que de costumbre. Al ver que la criada que estaba junto a su cama no era su aya, se enfadé mas atin. 1 aya: mujer que cria a un nifio que no ¢s su hijo. 2 memsahib: en la India, ‘seiiora tratamiento que se da a las mujeres europeas. 3 despética: que abusa de su poder y trata mal a la gente que le rodea, 4 institutria: profesora que se ocupa de dar clases a tm nito en su propio hogar. 9 EL JARDEN Suc! vO. —iQué haces tii aqui? —le dijo—. Quiero que te vayas y que venga Saidie. La mujer balbucié’ que su aya no podia venir, y la nifia, hecha una furia, comenzé a darle manotazos y puntapiés. La pobre cria~ da salié asustada de la habitacién, y, al cabo de un rato, Mary se dio cuenta de que en el bungal6® sucedia algo misterioso. Apenas si se ofa ajetreo en la casa, y algunos de los sirvientes habian desapa- recido. Los que quedaban estaban pélidos y parecian asustados, asf que la nifia pas6 la mafiana sola, jugando bajo un drbol. Mien- tras hacia montoncitos de tierra, se imaginaba lo que le gritaria a su aya cuando apareciese: —jCochina! \Cerda! ;Eres una cerda! —decia entre dientes, por- que este es el peor insulto que se le puede hacer a una nativa. Entonces vio que su madre salfa al porche’ con un joven muy guapo vestido de uniforme. Mary aproveché la ocasién para con- templarla, ya que rara vez tenfa la oportunidad de hacerlo. Su ma- dre era una mujer alta, esbelta y elegante; tenia el pelo ondula- do, una naricilla altiva y delicada, y unos ojos grandes y risuefios. Aquella maiiana, sin embargo, miraba al joven oficial como si es- tuviera aterrorizada. —jTan grave es? —le oy6 decir Mary con voz suplicante. —Mucho —respondié el oficial—. Es terrible, sefiora Lennox. Hace dos semanas que deberfa haberse marchado usted a las co- linas. —iOh, ya lo sé! —grité ella, retorciéndose las manos—. Me quedé para asistir a esa estupida cena. {Qué tonta he sido! 5 balbucir; hablar con lentitud y dificultad, 6 bungal6: casa de campo rodeada de galerias por los cuatro costados. 7 porche: espacio cubierto que hay a la entrada de algunas casas, 10 Justo en aquel momento, se oyé un Ilanto desgarrador* en las habitaciones del servi 0. — Qué es eso? —-le pregunté la sefiora Lennox al joven oficial, agarréndole el brazo. —Se ha muerto alguien —le contesté él—. No me dijo que sus criados también se han contagiado... —No lo sabia! —exclamé la memsahib—. Venga conmigo! Y ambos entraron corriendo en la casa. Mary les siguié y le pre- gunté a una criada qué sucedia. La sirvienta le conté que se habia declarado una epidemia de célera’ en la ciudad y que sus habitan- tes estaban muriendo como chinches. Su aya habia caido enferma por la noche y acababa de morir, y por eso los criados se habian echado a llorar con desconsuelo, Durante aquel dia fallecieron tres criados mas, y, presa del pa- nico, el resto del servicio amenazé con marcharse. Entre tanto desconcierto nadie parecia acordarse de Mary, de modo que la ni- fia se refugié en su habitacién y se quedé dormida. A Ja mafiana siguiente, unos ruidos aterradores la despertaron y ya no pudo volver a conciliar el sueiio, Pero como pasaban las horas y ni los criados ni sus padres iban a buscarla, se armé de va- lor y salié del cuarto, No habfa nadie en cl pasillo ni en el salén, aunque en la mesa quedaban algunos restos de comida. Los platos y las sillas habfan sido apartados con brusquedad, como si los co- mensales'® hubieran abandonado la sala precipitadamente. Mary comié un poco de fruta y una galleta, y se bebié una copa de vino. 8 desgarrador: lastimoso, conmovedor. 9 El célera es una enfermedad muy contagiosa que causa calambres, vomitos y diarrea, y que, en el pasado, solfa ser mortal. 10 comensales: personas que comen en la misma mesa. u HL JARDIN SECKETO Era la primera vez que probaba el alcohol y le entré mucho suefio, por lo que regresé a su habitacién y volvié a tumbarse en la cama. Cuando desperté, la casa estaba sumida en un extrafio silencio. Habian pasado tres dias desde el anuncio de la epidemia de céle- ra, y ya no se ofan voces ni pasos en el bungalé. Mary comenz6 a preguntarse quién se harfa cargo de ella, ahora que su aya habia muerto. Se dijo que seguramente vendria otra aya que le conta- ria nuevas historias, y en el fondo se alegr6, pues le aburria escu- char siempre los mismos cuentos. De pronto, oy6 un susurro y, al mirar al suelo, vio a una pequefia serpiente que se deslizaba por la alfombra y la observaba con unos ojos brillantes como joyas. Era una pobre culebra indefensa que no tardé en abandonar la habi- tacidn, arrastrandose por debajo de la puerta. «Qué raro y tran- quilo esta todo!», pensé Mary. «Parece como si la serpiente y yo estuvierdmos solas en casa». Pero al poco rato unos pasos la saca- ron de su ensimismamiento.'' —jQué desolador!"? —oyé susurrar a un hombre—, Esa mu- jer era tan hermosa... Me han dicho que tenia una hija, pero na- die sabe dénde se encuentra. Mary estaba de pie en el centro de la habitacién cuando, un ins- tante después, el hombre abrié la puerta, Mary tenfa el aspecto de una nifia fecha y enfurrufiada, porque estaba hambrienta y crefa que se habfan olvidado de ella. Bl hombre, que también parecia muy cansado, se sobresalté al verla. — Barney! —grité a su acompafiante—. jAqui hay una nifia! jDios m{o, una nifia sola en un sitio tan horrible como este! —y, dirigiéndose a ella, le pregunt6—; sQuién eres? 11 ensimismamiento: concentracién en los propios pensamientos. 12 desolador: muy triste, digno de compasién, PL DARDIN SECRETO —Me llamo Mary Lennox —dijo la nifia, mientras pensaba en lo maleducado que habfa sido el hombre al llamar «sitio horti- ble» al bungalé de su padre—, Me quedé dormida cuando todo el mundo tenfa el célera y me acabo de despertar. ;Por qué no ha ve- nido nadie a buscarme? —4Es la nifia de los Lennox, Barney! —exclamé el hombre—. jSe han olvidado de ella! —Y por qué se han olvidado de mi? —pregunté Mary, dando una patada al suelo. El hombre la miré con tristeza, —jPobre chiquilla! —dijo—. No queda nadie ya, por eso no han venido a buscarte. Fue asi, de este modo tan extrafio y repentino, como Mary su- po que habfa perdido a su padre y a su madre. Los dos habian muerto y se los habfan Ilevado por la noche, y los pocos criados que atin permanecian en la casa habfan huido sin acordarse de la nifia, Por eso todo estaba tan tranquilo, Era cierto, pues, que en el bungalé solo quedaban ella y la pequefia y sigilosa’’ serpiente. 13 sigilosa: silenciosa, cautelosa, 4 A través del pdramo Aunque por lo general Mary solo tenia la oportunidad de ver a su madre desde la distancia, le gustaba contemplarla porque era muy guiapa; pero, como apenas la conocfa, no la echo mucho de menos cuando murid, ‘Tampoco le preocupaba demasiado saber quién iba a hacerse cargo de ella, aunque deseaba que fuese una familia amable y educada, que le dejara hacer todo lo que quisiera. Mary, sin embargo, fue a parar a casa de un clérigo' que no le gustaba nada, porque el sefior Crawford era pobre y tenia cinco hijos que se pasaban el dia peledndose. Una maiiana, mientras la nifia jugaba con un rastrillo en el jar- din, se le acercé Basil, el mayor de los hermanos. — Por qué no pones unas cuantas piedras allf, como si fuera un jardin rocoso? —le sugirid, inclinandose hacia ella. —jLargate! —grité Mary—. jNo me gustan los nifios! Por un momento parecié que Basil se enfadaba, pero pronto empez6 a burlarse de Mary como hacia con sus hermanas. Bailé alrededor de ella, haciendo muecas y riéndose, mientras cantaba: Sefiorita Mary, siempre tan cabezota, équé es lo que crece en tu jardin? Campanillas plateadas y conchas rayadas, y margaritas blancas hasta el confin. 1 clérigo: parruco, hombre perteneciente a la Iglesia, en este caso protestante. 15 UL SARDIN SHORE LO Basil canté la coplilla hasta que todos los nifios empezaron a refrse, Y cuanto mis se enfadaba Mary, mis alto le cantaban «Se- fiorita Mary, siempre tan cabezota». A partir de aquel dia, la lla- maron asi, —A finales de esta semana, te mandarén a tu casa —le dijo Ba- sil poco después—. Y tengo que decirte que nos alegramos, —Yo también me alegro —replicé ella—. sDénde esta mi casa? — De verdad que no lo sabes? —pregunté Basil con despre- cio—., jPues donde va a estar? En Inglaterra, Vas a vivir con tu tio, el sefior Archibald Craven, en una casa muy grande y solitaria. Mi madre dice que tu tio siempre est4 de mal humor y no deja que nadie se le acerque, porque es jorobado y muy feo. —No te creo —dijo Mary, tapandose los ofdos. Aquella misma noche, la madre de Basil le explicé a Mary que en pocos dias zarparia® hacia Inglaterra para vivir con su tio. La nifia se mostré tan indiferente, que la pobre mujer qued6 perple- ja.’ La sefiora Crawford intent6 ser carifiosa con ella, pero, cuando se le acercé para darle un beso, Mary le giré la espalda. —Pobrecita, es una nifia tan feticha y maleducada... —le dijo luego la sefiora Crawford a su marido—. Su madre, sin embargo, era una mujer hermosisima y tenfa muy buenos modales. —Si su madre hubiese asomado su hermoso rostro y sus bue- nos modales por Ia habitacién de la nifia mas a menudo —contes- té el clérigo—, Mary podria haber aprendido algo de ella. Es muy triste que casi nadie supiera que la sefiora Lennox tenia una hija. Mary hizo el largo viaje en barco a Inglaterra bajo el cuidado de una amiga de la sefiora Crawford. En Londres, la esperaba la sefio- 2 zarpar: partir de viaje un barco, 3 perpleja: confusa, sorprendida. A TRAVES DEL PARAMO. ra Medlock, el ama de Ilaves* de su tio. Era una mujer corpulenta, de mejillas coloradas y penctrantes ojos negros. Llevaba un vesti- do morado, un chal de seda negra y un sombrero con flores de ter- ciopelo lila que se agitaban cada vez que movia la cabeza. A Mary no le gusté nada la sefiora Medlock, aunque lo cicrto es que ra- ta vez le caia bien alguien. Y, ademas, al ama de Ilaves tampoco le gusté Mary. «|Qué nifia tan fea y antipatica!», pensé al verla. Al dia siguiente, en la estacién de tren, Mary cruz6 el andén con la cabeza erguida, intentando mantenerse alejada de la sehiora Medlock para que nadie creycra que iban juntas. Al ama de llaves, por su parte, no le preocupaba en absoluto lo que pensara Mary. Si habia ido a buscarla, era porque el sefior Craven se lo habia or- denado, «Mi hermana y su marido, cl capitan Lennox, han muerto de célera», le habia dicho él. «Ahora soy el tutor de su hija, asi que ird usted a Londres para recogerla». 4 ama de llaves: mujer que dirige cl servicio y la economfa de una casa. 7 EL JARDIN SECRETO. Tras subir al tren, Mary se sent6 en un rincén del comparti- mento y, como no tenfa nada para leer, se qued6 quieta, con las manitas sobre el regazo, Después de mirarla un rato con disgusto, la sefiora Medlock le pregunté: —iQué sabe usted sobre su tio? —Nada —contesté Mary. —Conque sus padres no le contaron nada... Pues bien, de- be usted saber que se dirige a un sitio muy peculiar. Su tio vive en Misselthwaite, una casa enorme y sombria° que tiene ms de seis- cientos afios y casi cien habitaciones, 1a mayoria de ellas cerradas con llave. Est llena de cuadros y muebles antiguos, y a su alrede- dor tiene un parque muy grande, con huertos y jardines. Mary empezé a sentir curiosidad por su nuevo hogar, pues aquello que le explicaba la sefiora Medlock parecia muy distinto a todo lo que habfa visto en la India. Con todo, se esforzé por pare- cer indiferente. —Su tio no se ocuparé de usted —prosiguié la sefiora Med- lock—, porque nunca se ocupa de nadie. Tiene la espalda encor- vada, y fue un joven resentido’ y amargado hasta que se casé, Mary miré6 a la sefiora Medlock. «Asi que los jorobados pueden casarse...», pensd, sorprendida. —Su mujer era una muchacha dulce y hermosa —continué el ama de llaves—, y el sefior Craven habria recorrido el mundo en- tero para darle cualquier capricho. La gente dice que ella se ca~ s6 con él por dinero, pero no es verdad, le queria mucho, Cuan- do ella muri... La nifia dio un respingo sin querer. 5 sombria: muy triste y oscura. 6 resentido: que siente odio y rencor. 18 —jOh, se murié! —exclams, apenada, —Si, ella se murié —afirmé la sefiora Medlock—-, y después su tio se volvié mas raro todavi Ahora casi siempre esta de viaje, y cuando visita Misselthwaite se encierra en el ala oeste de Ia casa. Solo acepta la compafifa de Pi cher, un criado que cuida de él desde que era niiio. La historia de su tio parecia sa- cada de un cuento, pero a Mary no le hacia ninguna gracia. ;Una casa solitaria con cien habitacio- nes? ;Un jorobado que, cuando estaba en ella, no salia de su cuar- to? Si al menos su tia hubiera es- tado viva, Mary podria haber asi tido a fiestas con ella, tal y como le hubiera gustado hacer con su madre, ——No espere ver al scfior Cra- ven, porque no lo vera —afiadié la sefiora Medlock—. Y tampoco crea que va a encontrar a alguien con quien jugar. Tendré que apa- fAarselas sola, y ni se le ocurra andar fisgando por ahi. EL JARDIN SECRETO. —Yo no soy ninguna fisgona —dijo Mary, frunciendo el cefio, Y se acurrucé en el asiento, hasta quedarse dormida. Cuando desperté, era de noche y llovia con fuerza. El tren esta- ba llegando a la estacién y un mozo cargaba su equipaje. —jPues si que ha dormido! —exclamé la sefiora Medlock—. iEspabilese, que ya llegamos! Estamos en Thwaite’ y adn nos que- da un largo camino por recorrer. La estacién era pequefia, y Mary y el ama de Ilaves fueron las tnicas pasajeras que bajaron del tren. Fuera, en la calle, les espera- ba un coche de caballos muy elegante; un refinado sirviente, que tenia el impermeable y el sombrero brillantes por el agua, ayu- dé a Mary a subir. La nifia se arrellané en el mullido asiento y, en cuanto el coche arrancé, se puso a mirar por la ventana, pues sen- tia curiosidad por saber cémo era el camino que conducfa a Mis- selthwaite. La sefiora Medlock le explicé que estaban entrando en el péramo, —;Qué es el péramo? —pregunté Mary. —Siga mirando por la ventana y lo verd, Los faros del coche arrojaban una luz amarillenta sobre el ca~ mino agreste, flanqueado por matorrales y arbustos. Mas all4, ha- bfa una Ilanura oscura que se extendia hasta el infinito. —Eso no... no es el mar, jverdad? —pregunté Mary, dubitativa. —No, no lo es —respondié la sefiora Medlock—, Tampoco es la campifia ni la montaiia. Simplemente es una extensién de ki- Iémetros y kilémetros de tierra salvaje donde no crece nada mas que el brezo y la aulaga," y donde solo viven ovejas y ponis. 7 Thwaite es un pueblo del condado de Yorkshire, en el norte de Inglaterra. 8 El brezo es un arbusto de ramas duras y flores violéceas, rosadas o blancas. La aulaga se caracteriza por sus hojas puntiagudas y sus flores amarillas. 20 —Pues ahora mismo suena como el mar —dijo Mary. cl viento que sopla entre los arbustos —replicé el ama de llaves—. A mi me parece un lu- gar demasiado ligubre,’ pero a mucha gente le gusta, sobre todo cuando florece el brezo. EI coche de caballos avanz6 sin descanso a través de la oscu- ridad. Habia dejado de lover, si bien cl viento seguia soplando con fuerza y hacia ruidos extra- fios. La carretera subia y bajaba bruscamente, y, de vez en cuan- do, el coche cruzaba algtin puen- tecillo bajo el que el agua fluia con estrépito. Mary tuvo la im- presidn de que el viaje no se iba a acabar nunca, pero, justo en aquel momento, mientras los ca- ballos ascendfan por un tramo escarpado," vio una luz. —Ya casi hemos llegado -~di- jo la sefiora Medlock con un sus- piro—. Esa es la ventana del guar- da. 9 hignbre: triste, sombrio. 10 escarpado: cmpinado. El coche cruzé una verja y recorrié un largo y oscuro paseo ar- bolado. Por fin, Ilegaron a un patio y se detuvieron frente a una casa inmensa, aunque no muy alta. Mary bajé del coche y se acer- 6 a la enorme puerta de entrada, hecha de paneles de roble ma- cizo, adornadas con clavos y sujetos por unas barras de hierro. Un criado les abrié la puerta, y Mary entré en el vestfbulo, Estaba tan mal iluminado, que a duras penas pudo distinguir unas cuantas armaduras y algunos cuadros en las paredes. En medio de aque- Ila espaciosa sala, Mary se sintié muy pequefia e insignificante. Fl criado que las habia recibido, un anciano delgado y de aspecto impecable, le dijo a la sefiora Medlock con voz ronca: —Liévela a su habitacién. Fl sefior se va mafiana a Londres y no quiere que le molesten. —De acuerdo, sefior Pitcher —contest6 el ama de llaves. 23 Mary siguié a la mujer por unas anchas escaleras y un pasillo inacabable hasta Ilegar a un cuarto que tenfa la chimenea encen- dida. Encima de una mesa, le esperaba una bandeja con la cena. —Rsta es su habitacién —le dijo la sefiora Medlock—. Puede utilizar también el cuarto de al lado, pero ni se le ocurra curiosear por el resto de la casa, Buenas noches. El ama de Ilaves abandoné la habitacién y cerré la puerta. Mary, algo inquieta y muy cansada después del largo viaje, se des- vistié y se metié en la cama sin probar la cena. 24 & Una nueva vida para Mary A la mafana siguiente, Mary se desperté sin saber dénde estaba. Se desperezs y se frote los ojos, y entonces record6 que se hallaba en casa de su tio, el sefior Craven. Miré a su alrededor y examiné las paredes de la habitacion, cubiertas por un tapiz en el que ha- bfa bordado un bosque frondoso.' Entre los Arboles del bosque, se vislumbraban? damas y cazadores, perros y caballos, y, a lo lejos, la torre de un castillo. Por la ventana del cuarto se vefa una gran ex- tensién de terreno empinado parecido a un interminable mar de color ptirpura, y, junto a la chimenea, habia una criada joven y ro- busta limpiando la alfombra de rodillas. —) Qué es eso? —le pregunté Mary, sefialando la ventana. —Es el paramo —le respondié la muchacha con una sonri- sa—. Usted es la sefiorita Mary, jverdad? Yo me Jlamio Martha. —No me gusta nada el paramo —replicé Mary—. Lo odio. —Bueno, eso es porque no estd acostumbrada —dijo Mar- tha—, pero ya verd como acaba gustdndole. A mi me encanta, so- bre todo en primavera y verano, cuando florece el brezo, huele a miel, y las abejas y las alondras’ zumban y cantan por todas partes. Yo no me iria de aqui por nada del mundo. 1 frondoso: que tiene muchos rboles. 2. vislumbrar: cntrever, atisbar. 3 La alondra es un péjaro de color pardo con collar negro que empieza a can- tar en cuanto amanece. 25 EL JARDIN SECRETO Mary estaba perpleja, pues Martha no se parecia nada a los cria- dos de la India, tan aduladores y serviles.‘ La nifia, que solfa pegar a su aya cuando se enfadaba, se pregunt6 cémo reaccionarfa aque- {la muchacha alegre y corpulenta si le diera un bofetén. —jTu vas a ser mi criada? —le preguntd. —Yo trabajo para la sefiora Medlock —respondié Martha re- sueltamente—, asi que hago lo que ella me manda. —iY quién me va a vestir? Martha se la qued6 mirando con asombro. —Cémo que quién la va a vestir? —exclam6é—. jEs que no sa- be hacerlo usted sola? —No —repuso Mary con indignacién—, nunca lo he hecho, A mi siempre me vestfa mi aya. —Pues ya es hora de que aprenda —dijo Martha—. Tiene que dejar de portarse como una nifia pequefia. ;Sabe lo que dice mi madre? Dice que no entiende cémo los hijos de la gente rica no acaban tontos perdidos, con tantos criados como los atienden, los lavan, los visten y los sacan a pasear como si fuesen perritos. —En la India es distinto —replicé Mary, cada vez més irritada. —jVaya, ya veo! —respondié Martha, como si sintiera lastima—. Yo diria que es porque hay demasiados negros.* Cuando of que usted venta de la India, pensé que también era 3 2) negra. ‘ Mary se senté en la cama, furiosa. —;Qué? —grito—. sPensabas que yo era una nativa negra? ' Eres... jeres una cerda! f 4 adulador: que dice cosas agradables de alguien para obtener su fa- vor; servil: que se humilla ante su superior. 5 Martha Hama negros a los indios, cuya piel es aceitunada, 26 4 —th, squién se ha crefdo que es para insultarme? —exclamé Martha, acalorada—-. Las sefioritas no hablan asi... Mire, no ten- go nada contra los negros, Por lo que sé, son muy religiosos y debe- mos Lratarlos como a nuestros hermanos, Pero no conozco a ningu- no y me hacia ilusién ver a uno de cerca. Hace un rato, cuando he entrado en su habitacién para encender la chimenea, me he acerca do despacito a su cama y he levantado la colcha con mucho cuidado para mirarla. Y alli estaba usted —continud, decepcionada—, tan blanca como yo..., aunque usted est4 un poco més amarilla. La nifia ni siquiera intenté ocultar su ira y su humillaci6n. —jCrefas que yo cra india! —-chillé—. ;Como te atreves? {No tienes ni idea de cémo son Jos indios! No son personas..., json criados! No sabes nada de la India. jNo sabes nada de nada! Mary estaba hecha una furia,y se sentia tan indefensa, tan te- rriblemente sola, tan incapaz de entender nada y tan incompren- dida, que hundié el rostro en la almohada y rompié a llorar des- consoladamente. Martha, compadecida y algo asustada, se acercé ala cama y se inclin6 sobre la nifia. —No llore, sefiorita Mary —le rogs—., No sabia que iba a en- nada de nada... Perdd- neme, sefiorita. Mire, hoy le ayudaré a vestirse y le ense hacerlo, ya vera qué facil es. Las amables palabras de Martha surtieron un efecto tranquili- fadarse tanto. Tiene usted raz6n, yo no § ré cémo zador, porque la nifia dejé de llorar y se levanté de la cama. En- tonces vio que la ropa que Martha habia sacado del armario no era la suya. Miré el grueso vestido de lana blanca, y dijo frfamente: —Esta ropa es mas bonita que la mia. —Se la compré la sefiora Medlock en Londres. E] sefior Cra- ven dice que no quiere ver a una nifia vestida de negro deambu- 27 ET. JARDIN SECRITO Jando por la casa como un alma en pena, porque Misselthwaite ya es bastante triste. Y mi madre piensa lo mismo, Martha ayud6 a Mary a vestirse, y luego le dio las botas para que se las pusiera ella sola. Al principio, a Mary no le interesaba nada de lo que Martha decfa, pero, a medida que le contaba cosas y més cosas sobre su familia, empez6 a picarle la curiosidad. —yDeberfa venir a conocernos! —decia Martha—. En casa so- mos catorce, y mi padre solo gana dieciséis chelines a la semana, asi que casi siempre comemos gachas.’ Los nifios se pasan el dia revolcdndose en el paramo, y mi madre dice que el aire fresco los alimenta. Y Dickon tiene mucha mano con los animales. — Quién es Dickon? —le pregunté Mary. —Uno de mis hermanos. Tiene doce afios y, como es tan bue- no, los animales lo quieren mucho. Mary nunca habia tenido una mascota, aunque siempre habla deseado tener una. Por eso, mientras entraba con Martha en la ha- bitacién contigua, pens6 que Dickon tenfa que ser un nifio muy interesante, La estancia, sin embargo, le parecié triste y aburrida, con sus deprimentes cuadros y sus sillas oscuras y pesadas. En la mesa del centro, le aguardaba una bandeja con un suculento desa- yuno, pero la miré con disgusto. —No tengo hambre —le dijo a Martha. —;Cémo no va a tener hambre? —respondié la criada, sor- prendida—. ;Si anoche no tocé la cena! Venga, cémase sus gachas. —No —dijo Mary, tan cabezota como siempre. —Pero si estan riquisimas.., Pongales una cucharadita de miel o de aziicar, ya vera. 6 Las gachas son una papilla compuesta de harina y agua o leche caliente. En et pasado, se trataba de una comida sencilla, asociada con los pobres. 28 a UPA NUEVA VEDA BAIA ALAS —No las quicro —insistié la nifia. —Pues no lo entiendo —dijo Martha, contrariada—. Si mis hermanos estuvieran aqui, dejarian el plato bien limpio. —sPor qué? —pregunté Mary. — Como que por qué? —exclamé Martha—. jPorque no sa- ben lo que es tener el estémago lleno! siempre estén muertos de hambre! Deberfa darle vergiienza, sefiorita Mary. Al fin, la nifia bebié un poco de té y mordisqueé una tostadi- ta con mermelada. —Ahora abriguese bien y salga a jugar —le dijo Martha—. Le sentard bicn y le abriré el apetito. Mary miré por la ventana. Los jardines que rodeaban la man- sién tenian un aspecto gris e invernal. — Que salga? —exclamé—. ;Cémo voy a salir con el dia que hace? 3Y quién jugaré conmigo? —Si no sale, tendra que quedarse en casa, y aqui se aburrira le respondié Martha—. Mire, debe aprender a jugar como todos los nifios. Dickon sale solo al paramo y se pasa alli horas. Al ofr hablar de Dickon, Mary se decidié a salir, de modo que se puso el abrigo, el gorro y los guantes que le tendia Martha. —Atraviese el pasillo y baje la escalera —le indicé la mucha- cha—. Luego, tome ese sendero, cruce la verja y llegard a los jardi- nes —Martha dudo un instante y prosiguié—: Uno de ellos lleva diez afios cerrado con llave. —Por qué? —pregunté Mary, con desgana. Al fin y al cabo, no era mas que otra puerta cerrada en una casa donde, al parecer, ha- bia decenas de elas. —Cuando murié su esposa, el sefior Craven cerré la puerta de ese jardin y mandé enterrar la llave. No quiere que entre nadie porque era el jardin preferido de su esposa.., Y ahora tengo que marcharme, que me llama la sefiora Medlock. Mary siguié el camino que Martha le habfa sefialado y se en- contré en medio de unos magnfficos jardines, con extensos te- trenos de césped y senderos serpenteantes. Habia arboles de ho- ja perenne, arbustos que dibujaban formas fantdsticas y un gran estanque con una fuente de piedra gris en medio. Mary comenzd a pensar en el jardin que llevaba diez afios cerrado, ;Cémo seria? éTendria flores? ;Se parecerfa a este? Mientras deambulaba por la hierba, le llamé la atencién un muro cubierto de hiedra que se vefa al final del sendero, Se dirigié 30 hacia él y vio una puerta abierta. La cruz6 y fue a parar a un huer- to de aspecto pobre y feo donde un hombre mayor cavaba la tie- tra, Al ver a Mary, el hombre se sobresalté, pero no tardé en Ile- varse la mano a la gorra y decir entre dientes que se llamaba Ben. — Qué lugar es este? —le pregunté Mary. —Es uno de los huertos —respondié Ben. —iY qué hay alli? —volvié a preguntar Mary, sefialando una puerta que acababa de ver al fondo. —Otro huerto, y luego otro més, con drboles frutales. — Puedo ir a verlos? —Si quiere... —dijo Ben—. Pero no sé si merece la pena. Mary bajé el sendero, atravesé la segunda puerta y luego una tercera. Habia hortalizas de invierno y arboles desnudos, pero no encontré ninguna puerta en el muro que rodeaba el ultimo huer- to, Sin embargo, por encima del muro se vefan mas drboles, y en la rama de uno de ellos estaba posado un pdjaro con el pecho rojo que piaba como si la estuviera llamando. Mary se quedé quie- tay lo escuché con regocijo, hasta que el pajarito eché a vo- lar. Aunque no era como las aves de la India, aquel pajaro le gust6 mucho y Mary se pregunté si volverfa verlo. Ade- més, quizé vivia en el jardin cerrado con Ilave... Mary volvié al primer huerto, donde Ben segufa cavando la tierra. —He estado paseando por los jardines y me he acercado al que no tiene puerta —le conté la nifta—. Y creo que en él vive un pa- jaro con el pecho rojo. De repente, el hosco’ Ben sonrié, Después, se fue al otro lado del huerto y se puso a silbar. Y entonces sucedié algo maravillo- 7 hosco: serio y poco sociable. 32 sot se oy6 un suave y rapido aleteo, y el pajaro de pecho rojo volé hacia el viejo jardinero y fue a posarse en un montoncito de tierra que habfa a sus pics. —Aqui esté —dijo Ben, riéndose entre dientes—. ;Dénde te has metido, sinvergitenza, que no te he visto en todo el dfa? El pajaro ladeé la cabecita y le miré con su ojo brillante como una gota negra de rocio, Luego, se puso a dar saltitos y a picotear Ja tierra, como si buscara semillas c insectos. Se movia con entera confianza, sin el menor miedo, y a Mary le maravillaron sus finas patilas y su cuerpo regordete. 33 EL JARDIN SECRETO —Viene siempre que lo llamas? —le susurré al jardinero. —Si, siempre —respondié Ben—. Es un petirrojo, y los peti- rrojos son los pajaros mas simpéticos y curiosos que hay, Vea c6- mo nos mira... Sabe que estamos hablando de él y eso le encanta, porque es muy crefdo. —iY est4 solo? —pregunté Mary. —Sf, el resto de la nidada vol6é cuando él solo era un polluelo. Mary se acercé al pdjaro y miré sus ojitos negros y brillantes. —Yo también estoy sola —dijo, como si acabara de darse cuen- ta de ello. —Asi que usted es la nifia de la India... —observé Ben—. No me extrafia que esté sola. Yo también lo estarfa, si no fuera por é1 —afiadié, sefialando al petirrojo con el pulgar—. Es mi nico amigo, we —Yo no tengo amigos —murmur6é Mary—. Mi aya no me queria y nunca he jugado con nadie. —Creo que usted y yo nos parecemos un poco —dijo Ben—. Los dos tenemos pinta de estar algo resentidos y amargados, A Mary jamés le habian dicho una verdad como aquella a la ca- ra, Tampoco habfa pensado nunca en su aspecto, pero comenzé a preguntarse si era tan desagradable como hab{a dicho Ben y si realmente parecia una amargada, De repente, oyé un débil aleteo a su lado y se giré, E] petirrojo se hab{a posado en la rama de un pequefio manzano, junto a ella. —Mire —dijo Ben—, quiere ser su amigo. (Que me aspen sino le ha caido usted en gracia! —iYo? —pregunté Mary, extrafiada, mientras se acercaba sigi- losamente al manzano—. ;Quieres ser mi amigo? —le dijo al pe- 34 quefio petirrojo con dulzura, como si le hablara a una persona—. jTe gustarfa? —jVaya! —exclamé Ben—. Lo ha dicho usted de una manera tan dulce, que parece una nifia de verdad y no una bruja. Me ha recordado a Dickon cuando les habla a sus animales. —iConoces a Dickon? —pregunté Mary, dindose la vuelta. —Todo el mundo lo conoce. Dickon siempre esté mero- deando por todas partes... Juraria que hasta los zorros le ense- fian donde tienen su escondrijo, Mary queria hacerle mas preguntas a Ben, pues ar- ae dia en deseos de saberlo todo sobre Dickon, pero jus- to en aquel momento el petirrojo agité las alas y se fue volando, —jHa volado al otro lado del muro! —exclamé Mary—. jSe ha ido al jardin sin puerta! —Es que tiene su nido alli —le explicé Ben—. Tal vez esté cor- tejando* a alguna hembra que vive entre los rosales. —jRosales! Hay rosales? —pregunté Mary, algo nerviosa, —Los habfa hace diez afios —mascullé Ben, cogiendo la pala. —Pues me gustaria verlos, ;Cémo se entra al jardin? Ben hundié la pala en la tierra mojada, mientras el rostro sur- cado de arrugas se le ensombrecia de nuevo. —No hay ninguna entrada —grufio. — Como no va a haberla? —replicé Mary. —Oiga —dijo Ben, interrumpiéndola—, no sea tan entrome- tida. Tengo que seguir trabajando, asi que vayase a jugar por ahi. El viejo jardinero dejé de cavar, se puso la pala sobre el hombro y se alej6, sin mirar a Mary ni despedirse de ella. 8 cortejar: seducir, ganarse el amor y la atenci6n de alguien. 35 El llanto misterioso Al principio, todos los dias eran exactamente iguales para Mary en Misselthwaite. Cada mafiana se despertaba y vela a Martha junto a la chimenea, Luego desayunaba en el aburrido cuarto de los nifios, contemplaba el paramo por la ventana y, por fin, se de- cidfa a salir. Una vez fuera, corria para entrar en calor y luchaba contra el viento, que la empujaba hacia atras como si fuera un gi- gante invisible, Pero poco a poco, sin que ella se diese cuenta, el ai- re puro iba fortaleciendo su cuerpecito, le arrebolaba' el rostro y le iluminaba los ojos apagados. Ya levaba casi un mes en la casa cuando, una mafiana, se des- perté con hambre, asi que, en lugar de apartar desdefiosamente el plato de gachas, empuiié la cuchara y se lo comié todo. —Qué bien se esté portando hoy! —exclamé Martha. —Es que las gachas estaban riquisimas —contest6 Mary. —No —repuso Martha, sonriendo—, es el aire del paramo, que le ha abierto el apetito, Si sigue jugando fuera, ya veré como gana algo de peso y deja de estar tan paliducha. —Pero si no juego... —replicé la nifia—. No tengo nada con qué jugar. Y era cierto, Mary se dedicaba a dar vueltas por los huertos y a recorrer los senderos. A veces intentaba hablar con Ben, pero el 1 arrebolar; enrojecer, colorear. 36 jardinero siempre parecia dema- siado ocupado para escucharla. Un dia, Ia nijia vio un deste- Ilo rojo entre la hiedra del mu- ro. Era el pequefio petirrojo, que la observaba con fa cabecita in- clinada. —Pero si eres td! —exclamd Mary. Al ofrla, el petirrojo comenzd @ gorjear y a dar saltitos, como si la estuviera saludando, y Mary se eché a reir, brincando de alegria. Luego, el petirrojo desplegé las alas y volé hasta la rama de un dr- bol, el mismo donde se habia po- sado la otra vez. «El petirro- 4 jo vive en el jardin cerrado», se dijo Mary. «jCémo me gusta- ria entrar!», Y, decidida a encon- trarlo, corrié hacia la puerta ver- de, atravesé los huertos y llegé al muro del fondo. Estaba conven- cida de que alli habia una puer- ta, asi que lo examiné palmo a palmo. Sin embargo, la puer- ta no aparecia por ningtin lado. «Qué raro!», pensd. «Ben di- jo que no hay ninguna puerta, y EL JARDIN SECRETO no parece haberla, pero entonces, ;c6mo entraba la gente aqui». Mary tenfa tantas ganas de encontrar el jardin que, por primera ver, desde su llegada, se alegré de vivir en Misselthwaite. Aquella misma noche, después de cenar, le pregunt6 a Martha: sPor qué el sefior Craven odia el jardin cerrado? —;Sigue pensando en el jardin? —dijo Martha—, Ya me lo imaginaba, porque a mi me pasé lo mismo cuando me hablaron de él. —Pero jpor qué lo odia mi tio? —insistié Mary. —La sefiora Medlock no quiere que hablemos de ello, asi que Andese con cuidado —le advirtié Martha—. En esta casa hay un mont6n de cosas que no se pueden ni mencionar, Son drdenes del sefior Craven. El jardin lo disefié la sefiora Craven después de ca~ sarse con su tio, Pasaban en él horas y horas, y ellos mismos se en- cargaban de cuidarlo. La sefiora solia encaramarse’ a la rama de un drbol viejo, y un dia, cuando estaba alli sentada, la rama se rompi6, Ella se precipité al suelo y quedé tan gravemente herida que murié al dia siguiente. Su tfo estuvo a punto de volyerse lo- co. Por eso odia tanto el jardin y no permite que nadie entre en él. Mary no hizo ninguna pregunta més. En aquel momento, a la nifia le sucedi6é una cosa muy buena, De hecho, desde que habia Hegado a Misselthwaite le habfan ocurrido cuatro cosas realmen- te positivas: le daba la impresién de que entendia a un petirrojo y de que él Ja entend{a a ella; habia corrido al aire libre hasta notar que la sangre le bullia en las venas; por primera vez en su vida, ha- fa sentido un hambre muy saludable; y ahora descubria que era capaz de sentir compasién por alguien. Le daba tanta pena la his- 2 encaramarse: subir, trepar. 38 toria de sus tios, que se quedé mirando el fuego, mientras ofa c6- mo soplaba el viento. Pero, de pronto, tuvo la sensacién de que un sonido muy extra- iio acompaiiaba el bramido' del viento, como si en alguna parte de la casa estuviera llorando un nifio. —{No oyes llorar a alguien? —le pregunté a Martha. —No —respondié la muchacha, desconcertada—, es el viento. Cuando sopla tan fuerte, es como si alguien se hubiese perdido en el pdramo y aullara, sverdad? —Pero esta vez parece que viene de la casa —repuso Mary. Y, justo en aquel momento, una fuerte rafaga de aire abrié de golpe la puerta del cuarto. Mary y Martha dieron un respingo,' a la vez que se apagaban las velas y el llanto recorrfa el pasillo, —;Lo oyes ahora? —dijo Mary—. jHay un nifo lorando! Martha corrié hacia la puerta, pero, antes de que pudiera ce- rrarla, se oy6 un estruendo a lo Icjos. —Era el viento —repitié la criada, obstinadamente—.” Y si no, ser la cocinera, que tiene dolor de muelas, Sin embargo, su evidente incomodidad avivé las sospechas de Mary. La nifia no tenfa ninguna duda de que Martha mentia, y con esa certeza se metié en la cama. Al dfa siguiente, cayé un tremendo aguaccro.’ Los jardines es- taban cubiertos por una densa niebla, de modo que Mary tu- vo que quedarse en casa. Y como no habia olvidado el misterioso Ianto de la noche anterior, decidié explorar Misselthwaite pa- 4 bramido: grito, ruido muy fuerte. 4 respingo: sacudida causada por un susto. 5 obstinadamente: con tozudez y cabezoneria. 6 aguacero: lluvia repentina y muy abundante de poca duracién. 39 EL JARDIN SECRETO ra ver si descubria su origen. La sefiora Medlock le habfa dejado muy claro que no podia andar sola por la casa, pero a Mary no le preocupaba en absoluto el ama de Ilaves, puesto que siempre esta- ba en su acogedora salita. En realidad, la nifia no vefa a nadie mas que a Martha. Mary salié al pasillo y comenzé a deambular por la casa labe- rintica. El pasillo se ramificaba en varios corredores que, a su vez, desembocaban en pequefios tramos de escaleras. Habfa muchas puertas y de las paredes colgaban cuadros, sobre todo retratos de hombres y mujeres vestidos con suntuosos’ trajes. Uno de ellos le Ilamé especialmente la atencién: era el retrato de una nifia fea y estirada que se parecia mucho a ella, Llevaba un vestido de tercio- pelo verde y en su mano se posaba un loro del mismo color. Tenfa una mirada extrafia y penetrante, y Mary se pregunté quién era. —Ojald estuvieras aqui —le dijo en voz alta. Luego, decidié girar el pomo de una de las puertas, que, pa- ra su sorpresa, se abrié lentamente. La habitacién estaba lujosa- mente amueblada, y en un rinc6n habfa una ,. vitrina repleta de elefantitos de marfil. La Ki nifia estuvo jugando con ellos hasta que la " sobresalté un rumor sordo, procedente “” del sofa que tenfa al lado. Mary se acercé pa- + ra examinarlo: por el agujero de un cojin aso- maba una cabecita asustada, Era un ratoncito de color gris que hab{a hecho su nido en el cojin, y junto a él dor- mitaban, acurrucadas, seis crfas. «Si no estuviesen tan asustados, me los llevaria conmigo para que me hicieran compafifa», pens6. 7 suntuoso: lujoso. EL JARDIN SECRE! Mary habia caminado tanto y estaba tan cansada, que dio por terminada la expedicién y se puso a buscar el camino de regreso. Pero, de repente, oyé el llanto de la noche anterior muy cerca de donde estaba, Puso la mano en el tapiz que cubrfa la pared del pa- sillo y noté cémo cedia. jHabia una puerta detrds! Sin embargo, no tuvo tiempo de abrirla, porque por el pasillo aparecié la sefiora Medlock haciendo sonar ruidosamente su manojo de llaves. —jQué hace aqui? —le pregunté la mujer, enfurecida. —Me he perdido —se excus6 Mary—. Estaba buscando mi ha- bitacién y he ofdo llorar a alguien. —Usted no ha ofdo nada —le contesté el ama de llaves—. Vuel- va a su cuarto o le doy un bofeton —y entonces la agarré del bra~ zo y tiré de ella hasta que llegaron al cuarto—. Quédese aqui o ten- dré que encerrarla —afiadié—. Voy a pedirle al sefior Craven que le ponga una institutriz, porque necesita que la vigilen de cerca. Y salié de la habitacion, dando un portazo. Mary se senté en la alfombra, pélida de rabia. «jAlguien estaba Ilorando!», se dijo. «jBstoy segural», Habia ofdo el Ilanto dos veces y se propuso, ca- ezota como era, averiguar de dénde venfa, costara lo que costara. 42 El petirrojo que le mostré el camino Dos dias después, el temporal habia amainado' y el paramo ama- necié cubierto por un cielo resplandeciente en el que flotaban al- gunas nubecillas de algodén blanco como la nieve. Mary nunca se hubiera imaginado que el cielo podfa ser de un azul tan limpido’ e intenso como aquel, porque en la India era de un amarillo abra- sador, —Has visto el paramo? —le pregunté a Martha mientras de- sayunaba—. Esta precioso! —Si, la tormenta ya se ha ido —le contesté la muchacha con una sonrisa—. Es normal en esta época del afio. —Yo pensaba que aqui llovia siempre —dijo Mary. —No, qué va —repuso Martha—. Cuando hace buen tiempo, Yorkshire es el lugar mas soleado del mundo. Ya le dije que le aca- baria gustando el paramo... Espere a ver las flores amarillas de las aulagas y las flores rosadas del brezo, con las mariposas revo- loteando alrededor. Por cierto —dijo la muchacha, como si de re- pente recordara algo—, espere un momento, sefiorita Mary. Martha salié corricndo y regresé al cabo de un minuto con al- go escondido en el delantal. —Le traigo un regalo —dijo. 1 amainar: aflojas, debilitarse. 2 limpido: puro, limpia, 43 GL JARDIN SECRETO Y le tendié a Mary una comba fina y fuerte con rayas rojas y azules en los mangos. La nifia la miré con curiosidad y pregunté: — Para qué sirve? —jQué? —grité Martha, sorprendida—. ;Cémo puede ser que en la India tengan elefantes, tigres y camellos, y no sepan qué es una comba? Mire, se usa asi, La muchacha se colocé en medio de la habitacién y, tomando un mango en cada mano, se puso a dar saltos hasta contar cien. —Parece divertido —dijo Mary—. jDe dénde la has sacado? —Mi madre se la compré a un buhonero’ —dijo Martha, recu- perando el aliento—., El hombre detuvo su carro frente a la puerta de casa, y mi madre, al ver la comba, le pregunté cudnto costaba. El vendedor le contesté que dos peniques, y ella tuvo que emplear parte de mi paga para comprérsela. Pero dijo que merecia la pe- na, porque asf tendr4 usted algo con lo que jugar y ponerse fuerte. —Tu madre es muy amable —dijo Mary—. Me cae bien, y eso que no la conozco... Y Dickon también. —Bueno —contest6 Martha—, mi madre es una mujer bon- dadosa, sensata y trabajadora que le gusta a todo el mundo. Y ya sabe que Dickon tiene mucha mano con los animales. Me pregun- to qué pensaria él de usted. —Yo le caeria mal —replicé Mary fingiendo indiferencia—, co- mo a todos. Martha se la quedé mirando pensativamente. —Y usted —dijo al fin—, jse cae bien a si misma? —Pues la verdad es que no —reconocié Mary—, pero nunca habfa pensado en ello. 3 buhonero: hombre que va de casa en casa vendiendo cosas de poco valor. 44 —AMire, un dfa en que yo estaba de mal humor y no paraba de criticar a los vecinos, mi madre me solt6: «Hija, te pasas todo el dia hablando mal de unos y otros, pero jte cacs bien a ti misma?». Al principio el comentario de mi madre me hizo graci di cuenta de lo que queria decir: van a gustar los demas? ;¥ cémo vas a gustarles tti a ellos? —Mar- tha guard silencio durante un instante, y afiadis—: Ahora abri- guese bien y salga a saltar a la comba. Marty se puso el abrigo, se colocé la cuerda bajo el brazo, y abrid la puerta del cuarto. Sin embargo, justo antes de salir, parecié dar- se cuenta de algo, se volvié y se acercé lentamente a la muchacha. —Martha —dijo—, tu madre se ha gastado parte de tu sueldo cn la comba. En realidad, esos dos peniques eran tuyos. Gracias. La nifia hablé con frialdad, pues no estaba acostumbrada a dar las gracias, y le tendié la mano a Martha. La muchacha se la estre- ché con torpeza, como si tampoco estuviera habituada a esle Lipo de cosas, y exclam6, mientras rompia a refr: -—jPero qué rara es usted! Si fuera mi hermana ehzabetl Ellen, ya me habria dado un beso. —jQuieres que te dé un beso? —le pregunté Mary, mds tensa que nunca. —No, no se preocupe —contesté Martha, sin parar de refr—. Y ahora corra, salga a jugar con la comba. Aliviada, Mary salié de casa y se puso a saltar bajo el sol res- plandeciente. La comba le gustaba cada vez mis, y decidié ir sal- tando hasta el hucrto. Alli encontré a Ben, que parecié sorpren- pero luego me i no te gustas a ti misma, ;c6mo te derse al verla. —jVaya, si parece usted una nifia de verdad! —exclam6—. Esta toda colorada, como si tuviera sangre en las venas.. 45 —Estoy aprendiendo a saltar a la comba —dijo Mary—. jQué bien huele aqui! —Si—contesté Ben—, ya llega la primavera. La tierra esté de buen humor y las rafces de las plantas empiezan a agitarse. El sol les dara calor muy pronto y, antes de darnos cuenta, comenzarén a asomar brotes verdes por el suelo. ;Fijese bien y los vera! Luego crecer&n los azafranes, las campanillas y los narcisos.* —Me fijaré —prometié Mary. Y se alejé, saltando a la comba y pensando que cada vez habia mis gente que le caia bien, como Martha, su madre, Dickon ¢ in- 4 Bl azafrén es una planta que da flores de pétalos violetas, naranjas y dorados. Las campanillas son pequefias flores de colores cuyos pétalos forman una es- pecie de campanita. El narciso tiene hojas largas y estrechas, y da unas flores blancas y amarillas muy aromiéticas, 46 cluso el cascarrabias de Ben. La nifia se dirigié al muro cubier- to de hiedra y siguié saltando arriba y abajo. De pronto, oyé un gorjeo y, cuando miré el parterre pelado que tenia a su izquierda, vio al pequeiio petirrojo dando brincos y simulando que picotea- ba el suelo, como para darle a entender que no la estaba siguien- do, Mary, sin embargo, se dio cuenta de que el pajarillo la seguia, y aquello la len6 de gozo. —Te acuerdas de mf! —grité, emocionada—. jEres la cosa mas bonita del mundo! El petirrojo se puso a piar, mientras agitaba la cola y erguia su minuscule pecho rojo, tan parecido a un chalequito de satén.’ Mary se acercé a él conteniendo la respiracién, y vio que cl pajaro 5 satén: tela de tacto liso y suave y de aspecto brillante. 47 EL JARDIN SECRETO se habfa detenido junto a un montoncito de tierra removida. De la tierra himeda asomaba un anillo metélico, y Mary se agach6, lo tom6 y tiré de él. Entonces se dio cuenta de que no era un anillo, sino una lave vieja y oxidada. —A lo mejor ha estado enterrada diez afios —dijo, susurran- do—. sY si es la lave del jardin? Miré la llave durante un buen rato, mientras pensaba en el jar- din cerrado. Luego se la metié en el bolsillo, camins por el sende- ro y, una vez més, se puso a examinar el muro. El petirrojo la si- guié y se posdé en una hoja de hiedra. —Ya que me has ensefiado dénde estaba la Ilave, spor qué no me Jlevas hasta la puerta del jardin? —le rogé Mary. Y entonces sucedié algo mégico. El viento comenzé a soplar suavemente y agité la enmarajiada® cortina de hiedra, mostrando algo brillante debajo. Parecfa el pomo de una puerta! Mary se acer- cé y hundié las manos en la hiedra, mientras el petirrojo gorjea- ba mis répido, tan excitado como ella. ;Qué era aquel orificio frio y cuadrado que podfa tocar con los dedos? Solo podia ser la cerra- dura de una puerta. Mary se metié la mano en el bolsillo, sacé la lave y la introdujo en la cerradura, Encajaba perfectamente, asi que la gird. Luego respiré hondo y miré a uno y otro lado para ver si habia alguien en el sendero, Estaba sola, de modo que tomé ai- re, retiré la cortina de hiedra y empujé la puerta. Después la cru- 26, la cerré a sus espadas y se queds all{ de pie, mirando a su alre- dedor, llena de asombro y regocijo. Habfa encontrado el jardin secreto. 6 enmarafiada: enredada, revuelta. El jardin secreto E) jardin era el lugar mas encantador y misterioso que Mary ha- bia visto jamés. El suelo estaba cubierto de una hierba pardusca y en él crecian muchas matas, algunas tan altas como Arboles. Sin embargo, lo que hacia tan hermoso y extrafio el jardin eran los ro- sales trepadores, que se habian encaramado por los muros y los Arboles, formando delicados puentes entre unos y otros. Las ra- mas y los tallos de color gris y marré6n claro entretejfan un man- to nebuloso! que se extendia por todas partes. A Mary le embarg6 la deliciosa sensaci6n de haber encontrado un reino para ella sola. —jQué tranquilo estd todo! —susurré. Incluso el petirrojo, que habfa volado hasta la copa de su dr- bol, guardaba silencio. Ni siquiera batfa las alas; simplemente per- manec(a quieto, mirando a Mary con sus brillantes djitos negros. —No me extrafia que haya tanto silencio —murmuré Mary—: soy la primera persona que ha entrado aqui en diez afios. Se adentré en el jardin sigilosamente, como si temicra desper- tar a alguien, y se detuvo junto a un puente gris4ceo que parecia sacado de un cuento de hadas. Habfa senderos por todas partes, pero también arriates con plantas perennes, grandes urnas’ cu- biertas de musgo y algtin que otro banco de piedra. Al acercarse 1 nebuloso: cubierto de neblina. 2 arriale; macizo de flores; urna: vasija. 49 EL JARDIN SECRETO a uno de los arriates, Mary vio unos puntitos verdes que sobresa- Man de la tierra pardusca, Recordé lo que el viejo Ben le habfa di- cho sobre los brotes, y se dijo que seguramente haba mds, asi que se puso a examinar el jardin. Y, en efecto, encontré muchos mas puntitos verdes. —EI jardin no esté muerto —susurré aliviada. Aunque Mary no sabfa nada sobre plantas, se dio cuenta de que en algunas zonas del jardin la maleza era demasiado tupida’ como para que los brotes pudieran crecer libremente, de manera que buscé a su alrededor hasta encontrar un palo afilado; entonces se arrodillé en el suelo y empezé6 a arrancar los hierbajos. —Yo creo que ahora los brotes pueden respirar mejor —dijo después de despejar un pequefio parterre—. Voy a hacer lo mismo con todos los puntitos verdes que vea y, si hoy no me da tiempo a acabar, volveré mafiana, Mary se pas6 toda la mafiana arrancando malas hierbas y, cuan- do el gran reloj del patio dio la hora de comer, le resulté muy di- ficil abandonar el jardin. Estaba disfrutando con su nueva tarea y, ademés, habia conseguido que, en algunos arriates y parterres, despuntaran los diminutos brotes verdes, libres de maleza. —Volveré mariana —les dijo a los arboles y a los rosales, como si pudieran ofrla. Luego corrié dgilmente por la hierba, empujé la puerta y se desliz6 bajo la cortina de hiedra. Tenia los ojos encendidos y las mejillas coloradas, y comié con tanta voracidad* que Martha se quedé estupefacta, 3 maleza: malas hierbas; tupida: densa, apretada. 4 voracidad: cualidad del que come mucho y con ansia, 50 EL JARDIN SE —jSe ha comido toda la carne! ;Y dos platos de arroz con le- che! —exclamé—. Mi madre se pondr4 contentisima cuando sepa Jo bien que le sienta saltar a la comba. Mientras trabajaba en el jardin, Mary habfa visto unas gruesas raices blancas parecidas a las cebollas. Pens6 que tal vez Martha supiera lo que eran, asi que le pregunté: —Martha, ;qué son esas raices blancas que parecen cebollas? Ben tenfa unas cuantas en la carretilla. —Son bulbos —respondié la muchacha—. De ellos nacen las flores. Los pequefios son campanillas y azafranes, los medianos narcisos, y los més grandes de todos, azucenas.’ Son flores pre- ciosas; Dickon ha plantado algunas en nuestro jardin. Los bulbos no necesitan muchos cuidados, y por eso los pobres nos podemos permitir cultivarlos. Después de comer, Mary se senté en su sillén preferido, junto al fuego, De pronto, se le ocurrié una idea. —Ojalé tuviera una pala —le dijo a Martha. —iY para qué la quiere? —respondié la muchacha, riéndose. Mary se dio cuenta de que debfa tener cuidado si queria man- tener su hallazgo en secteto, Estaba convencida de que no hacia dafio a nadie cuidando del jardin, pero sospechaba que, si el sefior Craven se enteraba de que habfa conseguido abrir la puerta, se en- fadaria mucho y mandarfa tapiarla para siempre. —Bueno —dijo, después de reflexionar durante un rato—, Misselthwaite es un lugar muy solitario. En la India me pasaba to- do el dia sin hacer nada, pero al menos habfa desfiles de soldados y bandas de misicos, y mi aya me contaba cuentos. Aqui no tengo 5 La azucena es una planta que da flores blancas y olorosas, 52 nadie con quien hablar, salvo tu y Ben, y los dos est4is muy ocupa- dos. Asi que he pensado que, si tuvicra una pala para cavar, podria cultivar mis propias flores. El rostro de Martha se iluminé. — Vaya, qué cosas! —exclamé—. El otro dia mi madre me di- jo: «Ya que hay tanto espacio en el jardin, spor qué no le ceden un poco de tierra a la nifia para que pueda cultivarla? Seguro que le gustaria mucho». Eso dijo. —)S{? —grité Mary—. jPero qué lista es tu madre, Martha! —Una mujer que cria a doce hijos aprende mucho —respon- dié la muchacha—. Los nifios son la mejor escuela para ensefiar- te a solucionar cosas. —3Y cuanto crees que costarfa una pala pequenita? —pregun- té Mary. —Hace poco vi en una tienda un pequefio juego de jardineria con una pala, un rastrillo y una carretilla, todo por dos chelines. —Bueno, tengo unos veinte chelines —dijo Mary—. Traje al- gin dinero de la India, y cada sébado la sefiora Medlock me da un chelin de parte de mi tfo. . —jPero si es usted rica! —exclamé Martha—. Con ese dine- ro puede comprarse lo que quiera. El alquiler de nuestra casa nos cuesta un chelin y tres peniques, y para nosotros cs un ojo de la cara... Se me acaba de ocurrir algo —afiadi6—: podriamos pe- dirle a Dickon que se encargue de comprarlo todo, porque pasa cada dia por el pueblo. ;Sabe usted escribir? —Si, claro —contesté Mary. —Dickon sabe leer un poco, asf que gqué le parece si le escribi- mos una carta? —jOh, Martha, qué buena eres! —dijo Mary—. Claro que si! EL FARDIN SECRETO —Pues voy a buscar pluma, tinta y papel —dijo Martha. Mary habfa recibido una deficiente instruccién, pero sabia que, si se esforzaba, podria escribir una carta. Esta fue la que Martha le dicté: Querido Dickon: Te envio esta carta para pedirte un favor. La sefiorita Mary tiene mucho dinero, y quiere que vayas a Thwaite para comprar- le unas semillas y un juego de jardineria. Escoge las semillas mds bonitas y las que germinen antes. La sefiorita Mary va a contar- me muchas cosas de la India para que, cuando vaya a visitaros, os pueda hablar de los elefantes y los camellos, y también de los ca- balleros que cazan tigres y leones, Dale recuerdos a mamd de mi parte. Tu querida hermana, Martha Phoebe Sowerby —Meteremos el dinero en el sobre y se lo daré al chico de la carnicerfa, que es amigo de Dickon —dijo Martha. —3Y cémo me enviard las cosas? —pregunté Mary. —Ah, no se preocupe, las traeré Dickon —respondié la mu- chacha—, A mi hermano le encanta andar, —Entonces ;podré conocerlo? —pregunté Mary con timidez. —Pues claro que podr4 conocerlo —dijo Martha, sonriendo. Mary pasé el resto de la tarde en el cuarto de los nifios, sabo- reando todas las emociones que habia vivido a lo largo del dia, Le entusiasmaba pensar en el jardin y en las flores que iba a plantar en él, pero curiosamente, por encima de todo, le emocionaba sa- ber que por fin iba a conocer a Dickon. 54 El encantador de animales E\ sol brillé durante casi una semana en el jardin secreto. Mary lo llamaba asi porque le maravillaba permanecer entre aquellos anti- guos y hermosos muros sin que nadie supicra donde se encontra- ba, Era como si aislara del mundo en un lugar encantado. Los pocos cuentos que habia lefdo cn Ia India eran de hadas, y algu- nos de ellos hablaban sobre jardines secretos en los que las prince- sas permanecian cien aiios dormidas, Mary, s embargo, no tenia ninguna intencién de quedarse dormida; bien al contrario, cada ver, se sentia mas despierta. Le gustaba pasar tiempo fuera de y ahora corria mas rapido y contaba hasta cien saltando a la com- ba. El trabajo en el jardin también estaba dando sus frutos. Los bulbos debian de estar asombrados, pues cada vez tenfan mas es- pacio para crecer a sus anchas. Mary arrancaba hietbajos sin pa- tar, y Ie fascinaba ver cémo los puntitos verdes se multiplicaban a medida que transcurrian los dias. A veces intentaba imaginarse c6émo seria el jardin cuando estuviese alfombrado de flores. A lo largo de aquella semana, Mary se hizo un poco mas amiga de Ben. Ella procuraba mostrarse cortés y amable con el jardine- ro, y a lya no le molestaba su compafifa tanto como antes. Un dia en que la nifia se presenté en el huerto por sorpresa, Ben le dijo: —Es usted como el petirrojo: nunca sé cudndo va a venir ni por dénde —y aiiadié, mirandola de arriba abajo—: Cada ver tie- ne mejor aspecto. Cuando Ilegé aqui parecia usted un cuervo des- 5S HL DARDEN sEcur plumado, pero ahora ha engordado un poco y ya no esté tan pa- liducha. —Ya sé que he engordado, porque las medias me aprietan —y de pronto Mary se giré, gritando—- jEl petirrojo ya est4 aqui! En efecto, el petirrojo acababa de llegar, y estaba més simpati- co y gracioso que nunca. Hinchaba el pecho rojo y movia las alas y la cola, como si buscara la aprobacién de Ben. Se le acercé poco a poco y, de un brinco, se posé en el mango de la pala. Ben se que- d6 quieto como si temiera que el petirrojo saliera volando, mien- tras el rostro se le contrafa de un modo muy raro. —jMenudo bribén! —dijo con la voz ronca—. Asi que has es- tado arreglandote el chalequito rojo y sacdndole brillo a las plu- mas, jeh? Ya sé por qué lo has hecho: estds cortejando a alguna jovencita y contandole mentiras para que se crea que eres el peti- rrojo més elegante de todo el paramo. Tui s{ que sabes como ga- narte ala gente... Al cabo de un minuto, el petirrojo comenzé a batir las alas y sa~ lié volando. El jardinero miré el mango de la pala como si hubiera algo magico en él, y luego siguié cavando en silencio. —Tienes jardin en tu casa? —le pregunté Mary. —No —dijo Ben—, vivo en la caseta de la entrada. —Y si tuvieras un jardin para ti solo, ;qué plantarfas en él? —Coles, patatas y cebollas, —Pero si quisieras cultivar algunas flores, ;qué plantarfas? —Flores que huelan bien, sobre todo rosas, Et rostro de Mary se iluminé. —Entonces, ;te gustan las rosas? —preguntd. —Pues si —contesté Ben arrancando unos hierbajos—, y ademés lo sé todo sobre ellas. Hace afios trabajé para una 56 sefiora que adoraba las rosas y las trataba como si fueran sus hi- jos. Hasta se agachaba para hesarlas... Pero eso fue hace mucho tiempo. — Dénde estd ella ahora? —pregunté Mary, con interés. —En el cielo, segtin el cura —dijo Ben, a regafadientes, —2Y qué pasé con los rosales? —volvié a preguntar la nifia—. sTU crees que se habran muerlo? —Eran rosales silvestres y estaban plantados en una ticrra muy fértil,' asi que seguramente habran sobrevivido. —iY ya no vas a verlos? —Oiga, desde cuando le interesan a usted las rosas? —gruiio Ben, miréndola con desconfianza—. Deje de hacerme preguntas y vayase a jugar. Ya he hablado bastante por hoy. Mary querfa saber mas cosas sobre aquella sefiora y sus rosales, pero Ben parecfa tan enfadado, que decidié dejarlo en paz. La nifia salié del huerto y, antes de ir al jardin secrelo, se pro- puso investigar un sendero flanqueado por laureles que daba a un bosquecillo. Al empujar la verja, oy6 una especie de silbido muy extrafo, y lo que vio a continuacién le parecié mas extraiio atin. Habjia un chico sentado bajo un 4rbol, con la espalda apoyada en el tronco, tocando una flauta de madera. Aparentaba unos do- ce afios y tenia la nariz respingona,” las mejillas coloradas como amapolas y los ojos mds redondos y azules que Mary habia visto nunca. Estaba rodeado de animales: sobre su cabeza, una ardilla aferrada al tronco lo observaba con atencién; bajo un arbusto, un faisin’ estiraba el cuello con curiosidad, y junto al muchacho dos 1 Una tierra fértil es aquella en la que crecen ficilmente las plantas. 2 respingona: que apunta hacia arriba. 3 Bl faisan es un ave parecida al gallo, pero més grande y con la cola muy larga. 57

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