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L a creación de R usia
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Los salvajes irlandeses son tan civilizados com o los rusos. Es difí-
cil decir cuál de los dos pueblos es mejor, dada la rudeza y la ceguera
de am bos.
Durante los tres siglos transcurridos a partir del año 1500, Moscovia,
luego Rusia, se ganó la reputación de ser uno de los estados más beli-
gerantes de Europa. M oscovia com enzó conquistando a sus vecinos
eslavos y liberándose del yugo tártaro. Luego, Rusia, todavía en pro-
ceso de form ación com o entidad política, no sólo se enfrentó con los
pueblos nómadas del este y del sureste, sino que por el norte, el oeste
y el sur combatió a los imperios sueco, polaco y otom ano. Rusia lu-
chó encarnizadamente con esas potencias durante varios siglos y esos
conflictos dejaron cicatrices. A largo plazo, la tarea de abastecer, fi-
nanciar y administrar una gran organización militar tiene efectos so-
ciales más profundos que su mera existencia com o fuerza política.
Com o ocurrió en otros lugares de Europa, pero en situaciones muy
diferentes, la form ación de grandes ejércitos y la actividad bélica in-
cesante hicieron surgir estructuras civiles de poder que acabaron por
imponerse sobre las estructuras militares y que transformaron la or-
ganización del Estado.
Sin embargo, también la geopolítica influyó decisivamente en los
cambios ocurridos en los estados rusos. La «ley de las fronteras opues-
tas» respondía al sagrado principio de que «el enemigo de mi enemi-
go es mi am igo». Olvidando cualquier otro tipo de incom patibilida-
des, aquellas potencias situadas en zonas opuestas a la que ocupaba
un enemigo com ún formaban frecuentemente una alianza. Durante
las primeras centurias de expansión imperial, el juego de las alianzas
expuso a M oscovia a una serie de influencias poco plausibles: las de
los tártaros y los alemanes protestantes que lucharon al lado de M os-
cú contra la católica Polonia.
Por ejemplo, en la guerra que libró Iván el Grande contra el Esta-
do polaco-lituano y los caballeros livonios en 1500-1503, los rusos pu-
dieron contar con el apoyo de los tártaros. Durante el proceso de libe-
ralización del territorio ruso del yugo m ongol, Iván el Grande y sus
sucesores recurrieron a un buen número de mecanismos propios de
la administración m ongol. El propio Iván adoptó uno de esos meca-
nismos, típico del gobierno indirecto de los mongoles: creó lo que dio
en llamar «príncipes de servicio» en Novgorod y en otros lugares, que
sólo conservaban sus cargos y las tierras que comportaban en tanto
en cuanto sirvieran al zar. Paralelamente, creó también los p om esh -
Rusia y sus vecinos 239
chiki, que detentaban sus cargos y el poder, las propiedades y los pri-
vilegios que comportaban de form a vitalicia y a condición de que sir-
vieran al imperio de form a satisfactoria.
En los servicios que debían prestar los príncipes y pom eshchiki
se incluía la aportación de una fuerza armada. En un período en que
los estados de Europa occidental contrataban en el mercado interna-
cional los mercenarios que eran la base de sus ejércitos, Iván el Gran-
de fom entó con espíritu pionero la creación de ejércitos masivos po-
niendo en práctica un sistema patrimonial que reforzaba la jerarquía
y la administración civil. Iván el Grande transformó un sistema basa-
do en la multiplicidad de caciques, ciudadelas y clientelas (que no fa-
cilitaba hombres armados a los monarcas europeos con la regulari-
dad que éstos los necesitaban) en un sistema jerárquico, y ordenado
geográficamente, de regimientos y administraciones regionales fuer-
temente dependientes del gobernante y de los agentes a su servicio.
Ahora bien, si la nobleza vio aumentar su sujeción al zar, tam-
bién reforzó enormemente el dom inio sobre sus campesinos. La legis-
lación imperial se aplicó también a muchas comunidades agrarias hasta
entonces autónom as, restringió la m ovilidad, permitió a los señores
imponer nuevas prestaciones personales a los campesinos y acabó por
hacer desaparecer las líneas de demarcación entre los campesinos li-
bres, los siervos y los esclavos. Naturalmente, ese proceso sólo sirvió
para empeorar su situación.
Sin embargo, el cam pesinado no aceptó el curso de los aconteci-
mientos con resignación y luchó constantemente para modificarlo. Los
campesinos por sí solos nunca crearon una situación revolucionaria
en Rusia a escala nacional, pero las insurrecciones campesinas contra
la opresión de los señores y de los recaudadores de impuestos estalla-
ban con regularidad año tras año. Sólo en las propiedades de los p o -
meshchiki, P. K. Alefirenko ha registrado treinta y siete levantamien-
tos importantes (vosstanie) durante el período 1730-1760 (Alefirenko,
1958, pp. 136-153). Además, cuando los campesinos se aliaban con
los cosacos o con sectores disidentes de la nobleza, constituían la fuerza
de choque de las rebeliones nacionales, del m ism o m odo que forma-
ban el grueso de los ejércitos nacionales. Afrontaban, sin embargo,
un grave problema: durante tres siglos, el Estado se alió sistemática-
mente con los señores para aplastarlos, con mayor contundencia en
cada una de las insurrecciones hasta el siglo xrx.
240 Las revoluciones europeas, 1492-1992
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250 L as revoluciones europeas, 1492-1992
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252 Las revoluciones europeas, 1492-1992
habría de ser uno de los zares más influyentes de la historia rusa: Pe-
dro el Grande. Gobernó hasta 1725, y aunque se vio obligado a sofo-
car virulentas rebeliones de los cosacos y los bashkir en las fronteras
del imperio no tuvo que hacer frente a sublevaciones internas, si se
exceptúa un nuevo intento de los streltsy en 1698. Por otra parte, todo
su reinado fue una continua sucesión de guerras exteriores, con los
turcos, los suecos y los persas, por no hablar de los guerreros de Khi-
va y Bujara en A sia central. La expansión de la capacidad militar del
Estado en tiempos de Pedro el Grande fue un incentivo para que se
produjeran rebeliones internas, pero redujo sus perspectivas de éxito.
En m uchos sentidos, las insurrecciones de los siglos xvn y xvm
fortalecieron a la monarquía rusa y debilitaron a la corona polaca.
Para explicar ese fenóm eno hay que tener en cuenta dos factores esen-
ciales: en primer lugar, durante esos dos siglos, los zares rusos siem-
pre sofocaron con éxito las rebeliones y aprovecharon la ocasión para
diezmar a sus potenciales oponentes, mientras que en Polonia los in-
surrectos fueron ganando terreno en todo momento mediante alianzas
con sectores de la nobleza y gracias a las concesiones de la corona.
En segundo lugar, la suerte de la nobleza rusa estaba indisolublemente
ligada a la del zar, mientras que en Polonia la aristocracia no cejaba
en su esfuerzo de incrementar sus privilegios y limitar el poder cen-
tral. N o puede afirmarse que los aristócratas rusos poseyeran una al-
tura de espíritu de la que carecían sus hom ónim os polacos; antes bien,
el control del comercio cerealístico de que disfrutaban los nobles po-
lacos pom a en sus m anos un poder que sin duda habría suscitado la
envidia de sus iguales rusos. En ambos casos, la mayor parte de las
rebeliones se produjeron en territorios disputados, situados en la pe-
riferia del imperio. C om o fruto de procesos tan dispares, el Estado
ruso se expandió en el siglo xvm y el Estado polaco desapareció.
Con todo, el imperio ruso, sustentado en el principio de la aristo-
cracia zarista, fue siempre vulnerable a posibles golpes de estado de
los miembros del círculo dirigente cuando surgían problemas suceso-
rios. N o sólo se multiplicaban los aspirantes al trono a la muerte del
zar o de la zarina, sino que la gran nobleza y algunas unidades m ili-
tares de elite com o la guardia imperial (cuyos oficiales, noblesse obli-
ge, procedían de las filas de las grandes familias) conspiraban cons-
tantemente para situar a sus candidatos en el trono imperial. A la
muerte de Pedro el Grande, la guardia imperial entregó el poder a una
256 Las revoluciones europeas, 1492-1992
junta formada por nobles de nuevo cuño creados por el zar, que go-
bernó en nombre de la viuda de Pedro, Catalina, y luego de su here-
dero, Pedro II. La guardia y los magnates de la nobleza intervinieron
también cuando murió Pedro II antes de ser coronado, en 1730, aupan-
do al trono a la sobrina de Pedro I, Ana.
. Nuevamente en 1742, una coalición entre la guardia imperial y la
alta nobleza otorgó la corona a la hija de Pedro I, Isabel, y a la muer-
te de ésta en 1762, los oficiales se rebelaron contra el sucesor designa-
do, Pedro III, y situaron en el trono a la zarina Catalina II. Ésta rei-
nó hasta 1796, mereciendo el apodo de Catalina la Grande por su
energía, inteligencia y longevidad. Luego, tras cinco años de lucha con
la gran nobleza, su hijo y sucesor Pablo perdió la vida durante un
golpe de estado que contó con el consentimiento de su sucesor, A le-
jandro I. En definitiva, durante el siglo xvm se dio en el imperio una
sorprendente combinación de factores: la expansión militar, la con-
solidación administrativa, la intervención del Estado, la existencia de
soberanos de gran altura y una gran vulnerabilidad en cada sucesión
al trono.
En el siglo xvm, este problema fue aún más grave en Polonia, donde
eran siempre los magnates y los potentados extranjeros, naturalmen-
te también el monarca ruso, quienes intervenían para elegir al nuevo
rey. Los monarcas polacos del siglo x vm fueron Augusto, elector de
Sajonia, que derrotó al príncipe francés de Conti en la lucha por el
trono, el adinerado aristócrata polaco Estanislao Lesczynski, perte-
neciente a una rancia familia nobiliaria, Augusto III, hijo del antiguo
elector, y Estanislao Poniatowski, candidato de Catalina la Grande,
que prevaleció sobre la familia Czartoryski, cuya oposición hubo de
soportar durante todo su reinado. Por otra parte, Rusia desempeñó
el papel de protectora de los polacos de religión ortodoxa, de la mis-
ma forma que Prusia manifestó un interés especial hacia los protes-
tantes de Polonia. Com o la corona polaca defendía los derechos de
su propia Iglesia Uniata (de ritual ortodoxo pero ligada a Roma) los
dos protectores tenían razones para alarmarse. En cualquier caso, la
guerra civil de 1768-1771, durante la cual una confederación nobilia-
ria formada en la ciudad de Bar se levantó contra el rey, que aspiraba
a fortalecer la corona, desencadenó (o al m enos justificó) una ulte-
rior intervención de Prusia, Rusia y Austria. En ese proceso, Polonia
perdió importantes territorios en el norte, el este y el sur, territorios
Rusia y sus vecinos 257
L a revolución de 1905
Es fácil dejarse llevar por la tentación de considerar la revolución rusa
de 1905 com o un mero preludio de las revoluciones de 1917, pero si
éstas no hubieran ocurrido es muy posible que en los manuales de
historia de Rusia 1905 fuera considerada com o una fecha trascenden-
te. La guerra y la revolución de 1904-1906 señalaron los límites de la
expansión imperial rusa, pusieron en evidencia la vulnerabilidad del
Estado zarista, consagraron el protagonismo de la clase trabajadora,
instituyeron el soviet com o forma de gobierno revolucionario, consa-
graron la huelga general com o un medio eficaz de lucha contra el Es-
tado, identificaron a los bolcheviques, mencheviques y social-
revolucionarios com o fuerzas capaces de desafiar la estructura vigen-
te de poder, crearon una especie de asamblea nacional en sustitución
del Zemsky Sobor, que sólo se había reunido de forma ocasional y
estimularon el proceso hacia el establecimiento del capitalismo pleno.
El origen inmediato de la revolución de 1905 hay que buscarlo en
la expansión imperial y en la derrota bélica. En las postrimerías del
siglo xix, las fuerzas imperiales rusas estaban empeñadas en diversos
frentes: profundizaban su avance en Asia, construían el ferrocarril tran-
siberiano, luchaban en Afganistán, ocupaban posiciones en la fron-
tera septentrional con China, penetraban en M anchuria y amenaza-
ban Corea. En definitiva, trataban de ocupar un espacio cuyo control
se disputaban también un Japón expansionista y una China debilita-
da. Rusia, aplicando el principio clásico de divide y vencerás, estable-
ció una alianza poco firme con China contra Japón, al tiempo que
266 Las revoluciones europeas, 1492-1992
D os nuevas revoluciones
una gran parte de la guerra, Polonia fue uno de los principales tea-
tros de las operaciones bélicas y Finlandia se mantuvo en gran medi-
da al margen del conflicto. Poco después de la tom a del poder por
los bolcheviques, esos cinco estados proclamaron en diferentes m o-
mentos su independencia con respecto a Rusia. Desde el mom ento de
la firma del tratado de Brest-Litovsk y hasta la rendición de A lem a-
nia, Letonia, Lituania y Estonia tuvieron una existencia precaria bajo
la «protección» alemana. U na vez consum ada la derrota de A lem a-
nia, los ejércitos rusos intentaron reconquistar esas tres posesiones per-
didas, pero renunciaron en 1920. Sin embargo, el reconocimiento de
Rusia y de la com unidad internacional no fueron suficientes para Li-
tuania, que muy pronto se vio envuelta en un conflicto armado con
Polonia por la posesión de Vilna, conflicto que perduró hasta 1927.
Por otra parte, en los tres países, después de algunos experimentos
iniciales de redistribución de tierras y democratización, se produje-
ron sendos golpes de estado de derecha, aunque en Estonia el régi-
men dictatorial se im plantó más tarde (1934-1936) y no duró mucho
tiempo.
En cuanto al Estado polaco, después de permanecer bajo control
alemán durante gran parte de la guerra, consiguió la independencia
plena tras la rendición de Alem ania en 1918 y bajo la dirección de
Pilsudski se embarcó inmediatamente en la empresa de recuperar una
serie de territorios vecinos que en otro tiempo habían estado bajo la
férula polaca: Galitzia, Posen, Lituania, Silesia y otros. Ese afán irre-
dentista llevó a los nuevos dirigentes polacos a entrar en guerra con
Lituania (1919-1927) y con la U nión Soviética (1920). En 1926, Pil-
sudski encabezó un golpe de estado derechista, estableciendo un go-
bierno que permaneció en el poder, con no pocos altibajos, hasta la
invasión alemana de 1939.
Finalmente, en Finlandia tuvo lugar una virulenta guerra civil en-
tre blancos y rojos, que dividió al país en 1918. Los alemanes envia-
ron una fuerza invasora que ayudó a los blancos a imponerse sobre
el ejército rojo. En 1919, Finlandia y la U nión Soviética se enfrenta-
ron en una breve guerra por la posesión de Carelia. A l igual que sus
vecinos del Báltico, Finlandia inició un proceso de redistribución de
la tierra y de democratización durante el decenio de 1920, que desen-
cadenó una enérgica reacción de las fuerzas de la derecha. Aunque
en Finlandia fracasaron los intentos de golpe militar (1930, 1932), la
Rusia y sus vecinos 275
C o nsolidación y h u n d im ien to