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Ante unas nuevas elecciones presidenciales

La persistencia del antiguo régimen en Colombia


Le corresponde a la ciudadanía, cada día más consciente de qué tipo de régimen no desea,
hacer lo que está en sus manos y darle paso, por primera vez en dos siglos a un régimen al-
ternativo que represente las voces de pueblos, comunidades y ciudadanos que saben que
otro mundo es posible en el país.
Philip Potdevin*

En un estudio del historiador Arno J. Meyer titulado La persistencia del antiguo régimen:
Europa y la Gran Guerra, publicado originalmente en 1981, el autor deconstruye una serie
de creencias y afirmaciones que han predominado en la interpretación de lo relacionado en
el siglo XX en ese continente.
Tres grandes premisas alientan su trabajo: primera, que la Gran Guerra (1914-1918) está
conectada umbilicalmente con la Segunda Guerra (1939-1945); segunda, que la crisis que
desató la Gran Guerra fue el resultado de la movilización de las fuerzas del Ancien Regime,
es decir del régimen depuesto por la Revolución Francesa casi siglo y medio antes. A pesar
de haber perdido impulso frente a los avances del capitalismo industrial, las fuerzas del An-
tiguo Régimen eran lo suficientemente vigorosas y poderosas como para resistir y desacele-
rar el curso de la historia. La guerra fue una expresión del declive y caída de ese Antiguo
Régimen, hasta que, en 1917, todo lo que este representaba inició su derrumbe final. Con
todo, a excepción de Rusia, esa persistencia sobrevivió y se extendió hasta 1945 en las for-
mas de una crisis continental ampliada con regímenes fascistas y el rebrote de la guerra ge-
neralizada. La tercera premisa, y más fuerte de Mayer, es que el antiguo orden europeo era
totalmente preindustrial y preburgués.
Es errado el enfoque de muchos historiadores, dice Mayer, de resaltar factores como el
avance y la tecnología, el capitalismo industrial y global, la burguesía y la clase media, la
sociedad supuestamente liberal y profesional y el modernismo cultural. Esos enfoques, cri-
tica Mayer, se han ocupado más en demostrar el advenimiento de la modernidad a través de
las fuerzas de innovación y la emergencia de una nueva sociedad que en reconocer las fuer-
zas de inercia y resistencia que desaceleraron el ocaso del viejo orden. Existe una ambiva-
lencia entre la importancia que dan unos y otros historiadores, continúa Mayer, de repudiar
la idea de progreso, pero, aun así, siguen creyendo en ella.
Esta tendencia, de respetar y atenerse a la idea del progreso, y de profesar una fe tacita en él
se articula con la intensa aversión al inmovilismo histórico y las fuerzas regresivas. De esa
manera ha existido una predisposición de negar o demeritar o devaluar el aguante de las
viejas fuerzas e ideas y de su astucia para asimilar, retardar, neutralizar y atenuar la moder-
nización capitalista incluyendo los procesos de industrialización. El resultado de lo anterior
es una visión parcial y equivocada de la Europa del siglo XIX y XX. Será necesario, invita
Mayer, que los historiadores examinen no solo el drama que implicó el progreso y el cam-

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bio sino también la implacable tragedia de la perseverancia histórica de ese Antiguo Régi-
men y la dialéctica interacción entre las dos. Los historiadores de todas las vertientes ideo-
lógicas han rebajado la importancia de los intereses económicos preindustriales, de las eli-
tes preburguesas, de los sistemas predemocráticos de autoridad, de los lenguajes artísticos
premodernos y de las mentalidades “arcaicas”.
Esto lo han conseguido al explicar estas manifestaciones como últimos rezagos, por no de-
cir reliquias, que continuaron en sociedades que aceleradamente se remozaban en lo social
y lo político. Han exagerado marcadamente, insiste Mayer, el declive de la importancia de
la tierra, tanto de origen noble como campesino, la contracción de la manufactura tradicio-
nal y del comercio, los fortines provinciales, los artesanos, la derogación de las monarquías,
el fin de la nobleza en cargos públicos y en las cámaras altas, el debilitamiento de las reli-
giones organizadas y la atrofia de una cultura elevada. Los historiadores explican lo ante-
rior como meros vestigios de un pasado moribundo, de un esfuerzo por usar o abusar esa
vitalidad para diferir o entorpecer el avance ineludible del progreso del capitalismo indus-
trial, de la nivelación social y del liberalismo político. Todo lo anterior conduce a Mayer a
refutar estas teorías para defender la hipótesis contraria: que todos estos elementos “premo-
dernos” no eran frágiles y decadentes remanentes de un pasado casi extinto sino la esencia
misma de las sociedades civiles y políticas de toda esa época que existieron entre la Revo-
lución Francesa y el final de la Segunda Guerra Mundial.
Lo que es perturbador, al hacer una lectura comparada de la obra de Mayer con la historio-
grafía colombiana, es ver, de qué manera, nuestros historiadores han sobrevalorado el adve-
nimiento de la modernidad en el país, dando como prueba de ellos la constitución del 86, el
fin de la Guerra de los Mil días, el pago de la indemnización por la pérdida de Panamá, la
agonía y fin de la hegemonía conservadora, la aparición de colegios y universidades no vin-
culados con la Iglesia, la incipiente industrialización por medio de textilerías y cervecerías,
la fundación de la primera aerolínea en Sudamérica, el trazado de acueductos, alcantarilla-
dos y vías en las más grandes ciudades de la época, las campañas de higienización y salud
pública, los debates “científicos en torno a qué hacer con la raza colombiana, supuestamen-
te degenerada, la campaña por sustituir el consumo de chicha por cerveza, la aparición de
los primeros sindicatos y las conquistas laborales, los conflictos sociales y huelgas, el surgi-
miento de una nueva novela de carácter social, el auge de la producción y exportación de
café como principal fuente de divisas, la contratación de la Misión Kemmerer predecesora
del Banco de la República, el descubrimiento del petróleo y la construcción de la primera
refinería en Barrancabermeja, el trazado del primer oleoducto de allí hasta Cartagena, el in-
tento de socializar el pensamiento liberal, con la llegada del partido liberal al poder y su
proyecto de la “Revolución en Marcha de Lopez Pumarejo, entre muchas señales de un mo-
dernismo que se había tratado en llegar pero que, finalmente, aparecía en nuestro país. Es
notorio el esfuerzo de los historiadores colombianos para resaltar de qué manera el país se
modernizó en lo económico, político y social desde finales del siglo XIX hasta la República
liberal de los años treinta.
Todo lo anterior se ha dicho con el fin de resaltar el declive de un pensamiento y régimen
de carácter regresivo –representado principalmente en la Hegemonía Conservadora de 1886

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a 1930 pero que se anclaba desde mucho antes– que se agotaba en su ideología y práctica y
que, a pesar de aferrarse a sus principales banderas políticas, económicas, sociales y religio-
sas, comenzaba a dar paso, lentamente, pero de manera clara, a la “modernidad” con la
apertura social, económica, política, tecnológica e industrial que llevaría al país a lo que
hoy día es. El aparente despertar de nuestro país a las realidades del mundo en el siglo XX,
según estas interpretaciones, desconoce una realidad que hoy, un siglo después de la “danza
de los millones” –la indemnización por el zarpazo a Panamá– que marcó, para muchos, el
ingreso a la modernidad, no es ningún despertar, En realidad, el Régimen Antiguo continuó
existiendo con todos sus vicios y excesos y, el país siguió adormecido.
El régimen que imperaba en Colombia antes de su “modernización” era, mutatis mutandis,
similar al del Antiguo Régimen europeo: preburgués, precapitalista, casi esclavista y de ser-
vidumbre humana; esencialmente agrario, con énfasis en los latifundios, no industrializado,
centrado en la posesión de la tierra como símbolo de riqueza, poder y control, enclavado en
privilegios de familias oligárquicas que anteponían apellidos, herencias y hegemonías a
cualquier otro tipo de movilidad social o económica, y además, un régimen altamente su-
bordinado a los Estados Unidos.
Para continuar con la analogía a la tesis de Mayer, lo que se postula aquí en estas líneas, es
que ese régimen, lejos de ceder su lugar a la “modernidad” y de amainar o decaer, se man-
tuvo y se mantiene hasta hoy, como un señorío ejercido por un porcentaje ínfimo de la so-
ciedad, acaparando, explotando y malversando los recursos económicos, políticos, educati-
vos y de producción del país; un régimen que persiste, atrincherado en sus privilegios y re-
vestido de sus ideas reaccionarias, así se insista en hacerle creer al país, por historiadores,
políticos e intelectuales, que la modernidad, con todas sus ventajas, cumple un siglo de ha-
ber tomado forma en Colombia.
En otras palabras, aquí existe, desde 1810, un régimen que no ha cedido su lugar a otro que
traiga ideas, políticas o líderes que pongan en peligro la hegemonía de clase, la concentra-
ción de poder, el acaparamiento de la riqueza, de la tierra, el modelo económico capitalista,
el control sobre los medios de comunicación, la educación de calidad como privilegio y no
como derecho, la segregación y la discriminación social. Para ello, este régimen bicentena-
rio, más allá de una fachada, primero bipartidista y luego pluripartidista, de una nueva
constitución y de señales y guiños que no corresponden a una voluntad real de cambio, se
ha apertrechado detrás de sus intereses de clase, y ha conseguido que, después de doscien-
tos años de vida republicana, no haya existido un solo gobierno de clara vocación social o
progresista, ni aún en los tres destellos más claros; las repúblicas liberales de 1863 y 1930 y
la puerta abierta por la Constitución del 91. En estos tres momentos, las fuerzas liberales
que accedieron al poder fueron incapaces o no consiguieron abrir al país a un régimen dife-
rente al único que ha existido. Por ello la caracterología y semblanza del Antiguo Régimen
se perpetúa y renueva en cada elección presidencial.
Es asi como, a lo largo de dos siglos el país continúa dominado por un régimen que parece
haberse detenido en el tiempo con una sólida capacidad de reacción al cambio, que niega la

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posibilidad de una nueva sociedad, que frena la emergencia de ideas que contrasten y diver-
jan de un pensamiento dominante.

Una constante en la cual no es posible ignorar la larga tradición de pensamiento conserva-


dor que ha recorrido e influido a los gobiernos y a la sociedad: desde los llamados ‘pre-con-
servadores’ como Bolívar, Nariño (dos ambiguas figuras que esbozaron ideas que después
serán apropiadas por uno y otro bando político), Camilo Torres, J.M. Castillo y Rada, y
después los fundadores del partido conservador, Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro,
para después surgir Sergio Arboleda, José María Samper, Carlos Holguín, Miguel Antonio
Caro, Carlos Martínez Silva, Marco Fidel Suárez, Rafael María Carrasquilla, Carlos E. Res-
trepo, Abel Carbonell, Aquilino Villegas, Félix Restrepo, S.J., José De la Vega, Laureano
>Gómez, Ospina Pérez Gonzalo Restrepo Jaramillo, Guillermo Salamanca, Silvio Villegas,
José Camacho Carreño, Alzate Avendaño, Abel Naranjo Villegas, Raimundo Emiliano Ro-
mán, Lucio Pabon, Alvaro Gómez Hurtado, Pastrana Borrero, José Galat, Alberto Dangond
Uribe, Alfonso López Trujillo y Melo Guevara, todos ellos ideólogos, a través de sus escri-
tos y publicaciones, del persistente Antiguo Régimen.
Es digno de realizar un análisis posterior y contrastar esta extensa lista, con la que corres-
ponde a los ideólogos de ideas liberales y socialistas en Colombia. Muchos de estos, Cama-
cho Roldán, José María Samper, Florentino González, Murillo Toro (que un día defendía la
propiedad privada y al otro la atacaba) Rufino José Cuervo, Mosquera; López Pumarejo,
Eduardo Santos, Lopez Michelsen, eran representantes de las élites y familias que han co-
gobernado el país bajo el amplio manto del Antiguo Régimen. Solo figuras como Gaitán y
hasta cierto punto Uribe Uribe, se salen del contubernio matizado apenas por colores y ban-
deras políticas.
En su firme determinación, este régimen, ha apelado a la fuerza del Estado, al control de los
medios de producción, a requintar el modelo económico, a las alianzas ventajosas, a la co-
rrupción y al exterminio sistemático de todo tipo de oposición política o social para persistir
en el tiempo.
Esto es evidente en hechos como:
1) La prevalencia de la religión y la Iglesia en el poder, en la política, en la educación,
y en las decisiones de todo tipo que impactan a la sociedad; matrimonio, aborto,
identidad sexual, etcétera. Es significativo que sectores religiosamente contrarios
como el catolicismo y el protestantismo, encuentren hoy convergencias en el poder.
2) La presencia de elites agrarias, ganaderas y económicas en el poder que impiden
tanto la aprobación y materialización de una reforma agraria en el país que redistri-
buya de manera equitativa la tierra (el principal problema histórico y la mayor fuen-
te de enriquecimiento de las elites), como la necesario y justa tributación progresiva,
a la par de la eliminación de exoneraciones y privilegios de todo tipo.

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3) El paramilitarismo de Estado que silencia y elimina todo tipo de disenso político.
4) La injerencia política y militar de los Estados Unidos, manifiesta de múltiples y re-
currentes procederes, entre ellos: perpetuar el régimen capitalista, conseguir la su-
bordinación del nuestro a las directrices del gobierno norteamericano, asegurar la
presencia de tropas y bases norteamericanas, firmar TLCs desventajosos para el
país, supeditar a certificaciones la asistencia, el crédito o la ayuda de cualquier tipo,
etcétera.
5) La impecable capitalización de los errores de diverso tipo cometidos por las guerri-
llas para intentar acceder al poder por las armas y calificar cualquier intento de cam-
bio como “terrorista” o “criminal”.
6) El debilitamiento de todo tipo de oposición a través de la cooptación y la corrupción
7) La interposición de barreras constitucionales, legales y económicas para permitir un
cambio de modelo económico, social y político.
8) El falso mensaje de la existencia de una democracia legítima que supuestamente re-
presenta los diversos intereses de los colombianos.
9) El asesinato selectivo de los lideres contrarios a los fundamentos del Antiguo Régi-
men con mayor opción de acceder al gobierno, así como de miles de militantes de
los partidos de izquierda, como ocurrió con la Unión Patriótica.
10) El debilitamiento de las organizaciones sindicales por intimidación, cooptación u
otras estrategias; el desestimulo al sindicalismo de industria.
11) El control de los medios de comunicación por fuerzas económicas y elites para des-
viar la opinión pública de los verdaderos problemas del país. El descrédito, ahogo y
aislamiento económico a los medios independientes.
12) La manipulación de la opinión publica para hacer creer que hay que evitar la “cuba-
nización” o “venezuelización” del país como sinónimo de catástrofe.
13) El reparto de una inmensa burocracia entre partidos políticos representativos de las
élites, administrada por expresidentes y gamonales que exigen, en el repartijo y
usurpación de lo público, sus respectivas cuotas políticas.
14) Un oligopolio donde las nuevas generaciones de familias tradicionales son las que
heredan candidaturas, puestos políticos, poder y privilegios.
15) El persistente ataque a la clase media, pilar de una sociedad burguesa, que se diluye
en la pobreza mientras las elites se enriquecen más. Desigualdad al límite de la mis-
ma pervivencia de millones de empobrecidos, claro signo de la persistencia del “an-
tiguo régimen”.
16) El saboteo para no honrar los acuerdos de paz concertados con exgrupos guerrilleros
o de dar cabida y juego político a los excombatientes.
17) El amilanamiento, a través de la censura, la autocensura o la intimidación, de una
oposición ideológica fuerte para generar una conciencia social de cambio profundo
en el país.
Este país, pintado aún con técnicas paisajistas, adormecido por el alcanfor de formas políti-
cas y económicas vetustas, se apresta a elegir presidente en elecciones por realizase en pri-
mera vuelta al final de mayo, y segunda a mediados de junio. Le corresponde a la ciudada-
nía colombiana, que cada día es más consciente de qué tipo de régimen no quiere padecer

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más (eso se vio claro durante las jornadas de protesta del pasado paro nacional), y hacer lo
que está en sus manos para darle paso, por primera vez en dos siglos, a un régimen alterna-
tivo que represente, no a las elites tradicionales, sino a las voces de pueblos, comunidades y
ciudadanos que saben que otro mundo es posible en el país.

*Escritor, miembro del consejo de redacción de LMD, edición Colombia.

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