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El 20 de diciembre de 1503 fue aprobada en España una Real Provisión con la que se inició
el establecimiento legal de las encomiendas. En acuerdo general, para el caso venezolano,
el sistema fue de introducción tardía y es muy probable que las primeras encomiendas de
servicio personal las repartiera Juan de Carvajal o Juan Pérez de Tolosa. En el oriente
venezolano la primera intención con carácter de encomienda, se encuentre en la
Capitulación otorgada a Juan de Espés, el 11 de marzo de 1536, para “el territorio y
gobernación de Nueva Andalucía”
Bajo un sistema de explotación como la encomienda, eran frecuentes los abusos. El mismo
visitador de la Riva Agüero instruyó cargos contra varios encomenderos y encomenderas,
entre otros a Bastardo y Loaysa, por tener niños como pajes, mantener a Lucia en “servicio
de puertas adentro”, hasta su muerte; obligar a trabajar a niños menores de catorce años y
mayores de sesenta, traslado de indígenas a Cumaná para fabricar una casa y, además,
ofreció regalos a los niños para que declararan “que era buen amo”.
Otros cargos generales fueron: los curas doctrineros desconocían la lengua autóctona, las
ermitas carecían de campanas, manteles y ornamentos; no tener “poblados en forma”, no se
daba apoyo a los enfermos, tener estancia y casa en el territorio de la encomienda, no se
pagaba el medio real diario, no se pagaban los servicios del doctrinero, se acudía al alquiler
de indios para “moler en trapiche”.
El poblamiento hispano en el valle de Cumanacoa fue un proceso con dificultades, no solo por
las pugnas propias de la rapiña territorial entre funcionarios de diverso origen, sino por la
defensa del territorio y de la cultura, que marcaron durante un tiempo la acción indígena contra
los usurpadores. La presencia extraña, las imposiciones socio-culturales diversas y otras
situaciones, provocaron los naturales enfrentamientos que, en su gran mayoría, trajeron muerte
y destrucción en ambas sociedades.
Desde mediados del siglo XVII se inicia en el valle de Cumanacoa otro proceso de
sometimiento, posterior a las encomiendas, denominado conversión, lo que en términos
concretos fue una colonización por la vía de la religión y el cambio forzado de creencias, forma
de vivir, valores y dioses.
En un resumen sobre las actividades misionales iniciales elaborado por José de Carabantes,
fechado el 6 de mayo de 1660, está explicado que las autoridades de la ciudad habían
autorizado a los misioneros capuchinos a entrar “a la de Cumanacoa, catorce leguas de aquella
ciudad y otras tantas de allí a los indios de nación Chaima,…, para que desde Cumanacoa
solicitasen la conversión de los Chaimas, como lo hicieron, fabricando en cuatro días una
casilla junto a Cumanacoa y solicitando de allí a los capitanes y caciques de los indios para
decirles a lo que iban, agasajándoles con algunas dádivas y regalillos y llevarlos a sus
estancias”[4]. Abbad, en 1773, recoge exactamente la versión de Caulín y agrega que los
fundadores “padecieron en los primeros años indecibles trabajos por las inundaciones del río y
frecuentes asaltos de los indios de la comarca, que los molestaban por algunos años” [5].
El investigador Pablo Ojer, uno de los que más ha estudiado el problema de la fundación de
Cumanacoa, señala que a pesar que Caulín “había señalado para su fundación el año de 1717
por el capitán Arias, es Guillermo Morón, quien basado en unos borradores de la Biblioteca
Nacional de Madrid, señaló el 20 de agosto de 1623 como la fecha de fundación por el
gobernador…Benito Arias, quien le puso el nombre de San Baltazar de los Arias, la que,
destruida, vino a ser fundada de Nuevo por Urpín el siete de septiembre de 1643, con el título
de Santa María”[6].
Otras investigaciones del mismo autor señalan que por documento de capitulación: “el 6 de
diciembre de 1636 compareció el Capitán Juan Rengel de Serpa ante el Gobernador de
Cumaná, Benito Arias Montano, para representarle como los indios,…, llegaban al valle de
Cumanacoa, arruinaban las labranzas y despoblaban los hatos. Por esta causa los vecinos de
Cumaná no podían desde hacía cuatro años proveerse de los mantenimientos que antes le
proporcionaba el mencionado valle, y tenían que sustentarse exclusivamente de pescado. De
esta precaria situación -decía Juan Rengel de Serpa- saldría Cumaná si se fundará, como se
proponía, una ciudad con 30 vecinos bajo el título de San Baltasar de los Arias” [7].
En parte reproducida por el mismo Ojer, la Capitulación contiene los objetivos que se
perseguían con la fundación de la ciudad de Cumanacoa: “…están todos de parecer y aplauso
de que esto se haga por ser bien común para poder redimir tantos trabajos como an padecido
por la povreza de la tierra, pues en el dicho valle se criará como antes y con mucho más
acresentamiento, el ganado bacuno, y abrá muy abundante lo necesario para la dicha Fuerza de
Araya y Reales Armadas y otros muchos mantenimientos que allí [se] produsen por la fertilidad
de la tierra; sembrarán y arán haziendas de cacao, trigo, yngenios de azúcar con que vendrán a
tener aprovechamiento en la saca y navegación de los dichos frutos, y sobre todo el servicios de
Dios nuestro Señor se realsará en aquella parte en la conservación de los naturales que ay en
aquella comarca y distrito, rredusiéndolos a la fee y obligación que tienen que es lo que la
Magestad más encarga…”[8].
Como bien puede apreciarse, los objetivos son estratégicos y vitales para los mismos habitantes
de Cumaná. Los límites de jurisdicción de Cumanacoa llegaban por el sur hasta el Río
Guarapiche, y por el norte con el Valle de Tunantar, para ese entonces puerto libre de la ciudad
fundada.
No es sino hasta finales del mes de febrero de 1637 cuando se encontraban los colonos en el
valle de Cumanacoa, asentados en el sitio de El Palenque, punto inicial de reconocimiento y
exploración para la fundación “definitiva”. Bien pronto, el 11 de mayo del mismo año, con
apenas tres meses en el asentamiento, y el mismo día en que se celebra la fiesta religiosa de San
Mamerto, los aborígenes atacan a los íberos en lo que hoy es el Río Arenas. Este bien puede ser
el emplazamiento inicial de Cumanacoa. La hipótesis de Yegres Mago, en su importante obra
Poblamiento hispánico del valle de Cumanacoa, afirma que “viejas crónicas y algunas
tradiciones populares hablan de la horqueta formada por los ríos Cumaná y Aricagua como el
punto donde se asentaron los primeros vecinos después de retirarse del Palenque. Más tarde se
vieron obligados a buscar otro sitio; porque este último le resultó bajo y muy anegadizo…
Hasta ahora se desconocen el día y el mes de la fundación de San Baltasar de los Arias; pero
debió realizarse a mediados de 1637”[9]
Referencias:
1.- Miguel Acosta Saignes. Estudios de etnología antigua de Venezuela. Caracas,
Universidad central de Venezuela, 1961. Mario Sanoja e Iraida Vargas. Antiguas
formaciones y modos de producción venezolanos. Caracas, Monte Ávila, 1992, p. 153.
Marc de Civrieux. La nación Coaca, en Carlos Lezama. Por la ruta de Humboldt. Maturín,
Biblioteca de Temas y Autores Monaguenses. 1985, p. 158. Mateo Ruiz y Blanco.
Conversión de Píritu. Caracas, Academia Nacional de la Historia. 1965, p. XLVIII. Luis
Peñalver Bermúdez. Los Chaima. Maturín. Biblioteca de Temas y Autores Monaguenses
1993. Mario Sanoja. Los indios venezolanos y el origen de la nación. Enciclopedia
Temática de Venezuela. Caracas, Venelibros, s/f, p. 23.
2.- Antoinette Da Prato-Perelli. Las encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII.
Visita hecha por don Fernando de la Riva Agüero, Oidor de la Audiencia de Santo
Domingo, 1688. Tomo I. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, 1990,
pp. 288-289.
3.- Antoinette Da Prato-Perelli, op. cit. 1990, Tomo I. p. 204.
4.- Buenaventura de Carrocera. Misión de los capuchinos en Cumaná. Documentos (1650-
1730). Tomo II. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1968, p. 77.
5.- Pablo Ojer. Vida breve de Cumanacoa. Oriente, Revista de Cultura de la Universidad de
Oriente, n° 2, 1967.
6.- Pablo Ojer. op. cit, 69-70.
7.- Alberto Yegres Mago. Poblamiento hispánico del valle de Cumanacoa. Caracas, Instituto
Pedagógico de Caracas, 1989, p. 48.
8.- Alberto Yegres Mago, op. cit., pp. 69-70.
9.- Idem., p. 48.
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