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Conversatorio de análisis político

“Elecciones judiciales: tiempo para mirar la


justicia”

Expositor: Eduardo Rodríguez Veltzé

Cochabamba, 25 de mayo de 2011

El contenido del documento es responsabilidad exclusiva de la autora, y no necesariamente


representa la opinión de las instituciones auspiciadoras.
ELECCIONES JUDICIALES: TIEMPO PARA MIRAR LA JUSTICIA
Eduardo Rodríguez Veltzé

La modalidad electoral y la política.

En octubre próximo, con un año de demora, los bolivianos acudiremos una vez más
a las urnas para elegir a los integrantes de los principales tribunales del país. Se
inaugura una nueva modalidad de conformación del órgano judicial prevista en la
Constitución de 2009 que define que los magistrados del Tribunal Supremo de
Justicia, Tribunal Constitucional Plurinacional, Tribunal Agroambiental e
integrantes del Consejo de la Magistratura serán elegidos mediante sufragio
universal previa preselección de candidatos por la Asamblea Legislativa
Plurinacional por dos tercios de votos. El Organo Electoral tiene a su cargo, como
único responsable, la difusión de los méritos de los candidatos quienes no pueden
realizar campaña electoral, bajo sanción de inhabilitación.
En la voluntad de “despolitizar” la elección de jueces y aproximarla a la voluntad
popular, los constituyentes diseñaron una modalidad que no está libre de críticas
en tanto las restricciones administrativas impuestas se pueden concebir como
contrarias al ejercicio de los derechos fundamentales de libertad de expresión,
opinión e información. Se agrega el hecho de que la preselección de candidatos
queda en manos de una sola fuerza política que detenta más de los dos tercios
necesarios de votos y se debate sobre los alcances de reglamentos que
descalifican candidaturas por el sólo ejercicio de determinados patrocinios.
El proceso de implantación de estas elecciones judiciales se ha concentrado en la
relación, no siempre afortunada y menos examinada, de la política y la justicia. Se
rememoran tiempos de los cuoteos políticos partidarios, se condena con notables
generalizaciones las deficiencias del sistema judicial, su funcionalidad a los
gobiernos de turno y no pocos asumen que la sola elección de los principales
magistrados resolverán todos los problemas de la justicia en Bolivia. Entre tanto,
vivimos un proceso de dilatada “transición judicial” establecido por la llamada “Ley
Corta” (No. 003 febrero de 2010) que otorgó al Presidente del Estado
atribuciones para realizar designaciones a discreción y restringió competencias de
varios ámbitos de la jurisdicción constitucional, un estado de excepción que bien
merece superarse con las próximas elecciones.
En todo caso, el debate público parece concentrarse únicamente en la elección de
los titulares de los Tribunales: 9 para el supremo; 7 para el Constitucional; 7 para
el Agroambiental y 5 Consejeros de la Magistratura. Pero poca o ninguna
referencia se hace al resto del sistema, aproximadamente 1000 jueces en todo el
Estado; el diseño del órgano judicial en la Constitución y su correspondencia con el
nuevo Estado particularmente con su calidad de Estado “Plurinacional”,
“descentralizado” y “con autonomías”; con el principio del “pluralismo jurídico” ,
el derecho y la cultura a la paz u otros aspectos que aproximen una análisis crítico
pero más prospectivo hacia una nueva y mejor justicia.
No debe llamar la atención la persistencia de la preocupación política en materia
de la conformación de los altos tribunales de justicia cuya estabilidad y desarrollo
estuvo generalmente afectada por los vaivenes de la captura o preservación del
poder político. Un reciente trabajo da cuenta que entre 1900 y 2008, la Corte
Suprema operó incompleta el 53% del tiempo, los magistrados sólo cumplían, en
promedio, el 3,6% de su mandato, o bien, sólo 8% de ellos completaron el término
de su período. Esta inestabilidad no sólo explica la fragilidad institucional y
funcionaria de la judicatura frente a la clase política que no siempre asume su
cuota de responsabilidad, sino que refleja la falta de protagonismo político del
Poder Judicial en el también frágil curso democrático republicano.
Las Cortes Supremas, tribunales o jueces no siempre han merecido la atención y el
debido respeto por su función jurisdiccional frente al poder público conducido
generalmente desde el Órgano Ejecutivo todavía con marcadas características
presidencialistas y caudillistas, proyectadas a legislaturas sumisas. Ambos factores
de poder han preferido conservar su preponderancia y control sobre el sistema
judicial. Los balances y contrapesos de la justicia a otros poderes público pueden
incomodar a cualquier régimen, sobre todo en las frágiles democracias en las que
el fenómeno es común. En algunos casos se opera mediante la modificación del
número de magistrados que se reduce o crece según las lealtades disponibles, o
bien a través de los tradicionales juicios de responsabilidades que desmantelan
tribunales enteros para repoblarlos con juristas más funcionales a las corrientes
políticas de turno.
También se refleja a través de los reducidos presupuestos asignados, sin márgenes
para el desarrollo institucional y menos para la actualización normativa judicial.
Son frecuentes las disposiciones de transición y emergencia judicial que
complementan escenarios de cooptación política sobre la justicia, la judicatura o
las normas que la rigen, todo un hábito sobre el que no cabe mayor debate,
generalmente resulta más sencillo apelar a la opinión pública sin mayor reflexión:
la justicia no funciona, ..! Hay que volver a cambiar a los jueces..¡

La justicia por dentro.

Pero la responsabilidad por la justicia también incumbe al sistema judicial, a los


jueces y a quienes asumen cargos de conducción y responsabilidad del sistema.
Cuanto me tocó inaugurar el Año Judicial 2005 y se venía forjando el ejercicio de la
voluntad constituyente, sostuve que la Corte Suprema no podía permanecer ajena
ni indolente a las deficiencias del servicio de justicia en el país, que reducen el
aprecio ciudadano y la fe en la justicia. El informe reflejaba una apertura
introspectiva: al interior del propio Poder Judicial, no como ejercicio de
autoflagelación, sino para identificar lo que afecta y dar la solución apropiada.
Se trazaba una línea de transformaciones impostergables que debían partir desde
dentro del Poder Judicial, con autocrítica para superar lastres y hábitos que lo
anclan en modelos obsoletos y ritualismos improductivos y construir un servicio
accesible, imparcial, predecible y eficiente. Eran tiempos de apertura y de cambio
en los que surgieron nuevos referentes de acción colectiva, con mayor
participación ciudadana que perfilaban el rumbo constituyente.
El diagnóstico de entonces permitió detectar un cuadro de crisis orgánica y
también moral. La primera se reflejaba en la crisis del estado, en la fragilidad
institucional, que, en el caso del Poder Judicial, comporta graves deficiencias de
orden estructural y de funcionamiento. La crisis es también moral, porque muchos
de los actores de la Judicatura y el Ministerio Público han perdido los horizontes
del bien actuar.
Pese a que hoy el debate se reduce a la formas de selección de los magistrados, la
oportunidad puede ser clave descentrar la atención hacia otros aspectos sobre la
justicia, la cultura ju dicial y las formas para aproximarse a un amplio espectro de
viejos problemas y otros mas recientes que surgen con la implantación del nuevo
orden constitucional.
Un acercamiento al funcionamiento del sistema judicial puede ser revelador en
problemas y desafíos pendientes, veamos:

Jurisdicción ordinaria.

La jurisdicción “ordinaria”, la que atiende las competencias en materia civil,


comercial, familiar, de la niñez y adolescencia, penal, laboral y seguridad social,
coactiva civil, fiscal y social, a través de una estructura orgánica compuesta por los
jueces de materia, cortes departamentales y el Tribunal Supremo concentra -
aproximadamente- el 90 por ciento del total de causas atendidas en el Poder
Judicial con alrededor de 900 jueces distribuidos en 134 municipios. Atienden más
de 350.000 causas ingresadas anualmente.
La jurisdicción “civil” comprende el 83 por ciento de la atención judicial. Su
normativa sustantiva y procesal, reclama hace décadas una actualización por
anacrónica y dilatoria. En efecto, los principales códigos que la rigen, como el Civil
y de Comercio, pese a contar con sendos anteproyectos, permanecen sin atención.
Ambos críticos para introducir figuras no previstas en el marco actual y que
regulan relaciones jurídicas de orden patrimonial y fortalecen la seguridad
jurídica.
En este ámbito debe destacarse la importancia de sustraer trámites no
contenciosos de la actividad jurisdiccional. La dedicación de los jueces
instructores en materia civil está absorbida en un 67 por ciento por trámites de
orden voluntario, como son las declaratorias de herederos, inscripciones y órdenes
judiciales, que bien podrían desjudicializarse o agilizarse a través de formularios.

El ámbito penal

La jurisdicción “penal” representa alrededor del 14 por ciento de la demanda


judicial del país. Pese a los cambios estructurales introducidos al sistema con la
vigencia del Nuevo Código de Procedimiento Penal y otras disposiciones
posteriores, la retardación y la ineficacia del sistema son aun muy visibles. Un
diagnóstico estableció que la demora es atribuible a la etapa de investigación bajo
responsabilidad del Ministerio Público y a las imputaciones pendientes; en la
primera, más del 50% de los informes quedan inconclusos, sólo el 15 por ciento de
los casos pasa a juzgados y tribunales de sentencia.
El plazo de duración máxima de la investigación establecido en seis meses fue
expandido indefinidamente a partir del criterio que éste cómputo se realiza a
partir de la última imputación formal. Los promedios de duración de las etapas
preparatoria y de realización del juicio superan los dos años, promedios tan
dilatados como la instrucción del antiguo sistema. Las suspensiones de audiencias
son muy frecuentes, alcanzando a más del 70 % en los juzgados de sentencia.

El país ha avanzado muy poco en establecer una política criminal que permita
informar, diseñar y proyectar la acción preventiva y punitiva del Estado. Esta
falencia sistemáticamente reclamada refleja un descuido impostergable. La
Política criminal y democracia, según Anillar de Castro “son términos poco menos
que sinónimos, porque la política criminal pone los límites de las libertades, a la
vez que los límites del respeto hacia los hombres; reconoce su valor ontológico,
económico y político, y define su protección al garantizar su participación, o los
límites de su participación, en la vida cotidiana y en decisiones o actividades
ciudadanas que le son atinentes tanto en el campo personal e interpersonal, como
en el de su inserción activa en el ejercicio de la soberanía popular”.
Parte de la política criminal tiene relación con el régimen penitenciario, su
situación en términos de la población de internos, otros sujetos que viven con
ellos, como son cientos de menores o adultos, y en términos de la infraestructura
disponible y sus condiciones mínimas de habitabilidad. De acuerdo a
informaciones reciente, en Bolivia la población penitenciaria en Bolivia es de
aproximadamente 7000 personas recluidas en más de 80 cárceles.De este total,
más del 80 % se encuentran detenidos sin sentencia. Un retroceso producido en
el último tiempo pues hace 12 años ese porcentaje alcanzaba al 92% y hasta 2005
logró reducirse en un 15%. Los delitos más frecuentes que ocupan al sistema
penal son los relativos a sustancias controladas, robo, estafa, hurto, lesiones,
violación, estelionato y falsedad material.

Justicia Laboral

El estado de la justicia laboral es el que, posiblemente, consternó más a la Corte


Suprema. El rezago en la atención de causas se suma y acumula por miles en cada
gestión anual. Esta situación obedece, principalmente, a las modificaciones
legislativas que facilitaron a la parte empleadora utilizar, de manera irrestricta, el
recurso de casación. En efecto, hasta el 2005, el 71% de los recursos provienen de
la parte patronal, y 52 % de ellos se resuelven a favor de los trabajadores. La
Corte Suprema promovió entonces un proyecto de ley breve que plantea: limitar la
competencia por la cuantía, introducir un régimen extraordinario de liquidación de
causas laborales, cauciones para recursos y garantías para la ejecución de los
fallos. El Legislativo nunca lo trató.

Déficits y problemas en la justicia administrativa.

La justicia tributaria no estuvo exenta de dificultades. Con la aprobación del


Nuevo Código Tributario en 2003 se produjeron una serie de dificultades por la
imprecisión legislativa que derivaron en recursos constitucionales y períodos de
inactividad procesal en perjuicio del fisco y del contribuyente. Su actualización y
compatibilización con la justicia penal tributaria sigue pendiente.
El ejercicio de la jurisdicción coactiva fiscal es otro ejemplo del rezago legislativo.
Concebida como la competencia para atender el reclamo de las obligaciones que en
suma liquida y exigible se determinen como responsabilidad civil en favor del
estado, espera desde hace 20 años la atención de los poderes Legislativo y
Ejecutivo. En su tiempo, la Corte Suprema, junto a la Contraloría General, alentó un
sencillo proyecto para superar estas deficiencias, tampoco ha sido considerado en
ninguna legislatura.
La jurisdicción contenciosa, o bien contencioso administrativa, que atiende las
controversias derivadas de la actuación administrativa del Estado contribuyó a
desarrollar el Derecho Administrativo del país. En efecto, entre los años 2000 y
2005, creció en un 700 %, porcentaje revelador pues la sostenibilidad del proceso
democrático, la independencia de poderes y el empoderamiento ciudadano sobre
sus derechos permitió superar un secular modelo de estado centralista, diseñado
para evitar el control jurisdiccional.
La CPE reconfiguró las competencias y atribuciones del Órgano Judicial, entre
otras, eliminó la jurisdicción contencioso administrativa hasta entonces a cargo de
la Corte Suprema de Justicia y los tribunales ordinarios distribuidos en la
República. La nueva Ley del Órgano Judicial ha mantenido este vacío normativo y
se ha restringido, en norma transitoria, a disponer que los juzgados y salas en
materia administrativa, coactiva, tributaria y fiscal, continúen en ejercicio de sus
competencias hasta que sean reguladas por Ley como jurisdicción “especializada”.
No deja de llamar la atención la desatención, primero por la Asamblea
Constituyente y luego por la Asamblea Legislativa, del desarrollo de la justicia
administrativa, aquella que arbitra las contenciones entre los particulares y el
Estado y entre las entidades de sector público. Esta jurisdicción no fue
precisamente objeto de predilección e interés de los regímenes centralistas del
pasado. En términos generales, el Derecho Administrativo, sólo tenía y aun
mantiene en gran medida, el referente de las jurisdicciones a disposición del
Estado, como sujeto legitimado para demandar al ciudadano en materia de
tributos, aportes a la seguridad social, pliegos de cargo u otros, mas no a la inversa,
aquel espacio en el que el ciudadano pueda reclamar a la agencia pública por sus
derechos como administrado, sin necesidad de acudir a recursos extraordinarios
de carácter constitucional o reclamo corporativo.
La Justicia administrativa en Bolivia merece un desarrollo correspondiente al
nuevo modelo de Estado, la actuación administrativa de los cuatro órganos del
poder público y de las nuevas autoridades de las entidades territoriales autónomas
e incluso las autoridades indígena originario campesinas deben estar sometidas al
escrutinio ciudadano frente al orden jurídico a través de mecanismos renovados,
funcionales y accesibles, lo que puede contribuir a varios propósitos: dimensionar
el uso proporcional de la jurisdicción constitucional, evitando el colapso del
Tribunal Constitucional Plurinacional; la criminalización excesiva como solución a
los males de la gestión pública; el uso irracional de la jurisdicción civil para
resolver asuntos de orden administrativo, entre otros. La introducción del
principio del “pluralismo jurídico” puede contribuir significativamente a repensar
los alcances de la justicia del nuevo Estado, desconcentrado y autonómico.

La jurisdicción agraria a cargo del Tribunal Agrario Nacional cumplió un papel


importante en la atención a los problemas derivados de la desigual distribución de
la tierra, a su tenencia, y a la necesidad de incorporar al trabajador del campo al
sistema productivo.
La nueva Constitución la incorpora como Tribunal Agroambiental que deberá
actualizar y ajustar sus capacidades. Entre los temas más críticos está la limitada
capacidad de cobertura de servicio, hasta el 2005, los jueces agrarios sólo cubrían
menos del 15% de los asientos municipales.

Justicia constitucional.

El Tribunal Constitucional y la justicia constitucional representaron un avance


importante en el fortalecimiento de la vigencia de los derechos y garantías de las
personas y el control de constitucionalidad. No obstante, surgieron también
dificultades que tienen relación con el modelo de control de constitucionalidad,
con su articulación con el sistema de gobierno, con el ejercicio independiente y
coordinado de poderes, sus controles y equilibrios; con las capacidades de
interpretación auténtica o judicial por el Organo Legislativo, o las autoridades y
jueces; y con los alcances de la vinculatoriedad y obligatoriedad de sus fallos.

Hasta el 2004, la jurisdicción ordinaria y contencioso administrativa ocupó el 50


por ciento del total de las causas que atiende el Tribunal Constitucional, es decir,
una de cada dos, estaba referida a impugnaciones contra decisiones de jueces
ordinarios, mayormente a través de recursos de amparo y hábeas corpus. El
debate sobre los modelos y alcances de control de constitucionalidad generaron
tensiones teóricas y prácticas en el pasado inmediato que tampoco han sido
reflexionadas con el suficiente detenimiento en la Asamblea Constituyente ni en
los órganos del sistema judicial. El Tribunal Constitucional Plurinacional
preserva las atribuciones de su precedente pero también se amplían con nuevos y
mayores recursos y responsabilidades que, posiblemente, afectarán
sustantivamente su capacidad de atención jurisdiccional.

La gestión administrativa judicial

El aparato burocrático del sistema ordinario de justicia creció con el


establecimiento del Consejo de la Judicatura, hoy transformado en Consejo de la
Magistratura con algunas diferencias en las atribuciones, Hasta el 2005, el Consejo
contaba con 1.141 funcionarios, en contraste con los 900 jueces de la República y
el grave déficit de servicios judiciales.
En materia de recursos hay que destacar las crónicas falencias del presupuesto
asignado al sistema judicial. En 2008, el Poder Judicial solicitó sin éxito, un
incremento sustantivo a su asignación presupuestaria para alcanzar el 5% del
PGN. Un último Reporte del Centro de Justicia de las Américas, da cuenta que el
Presupuesto per cápita del Poder Judicial de Bolivia es el más bajo entre 22 países
de la región, sin embargo, devela que Bolivia está entre los cinco países con mejor
promedio de jueces por cada 100.000 habitantes (10 jueces x 100.000 hab.).
Si existe motivos para justificar la inmediata atención del requerimiento
presupuestario adicional al Poder Judicial son: la implantación del nuevo régimen
constitucional a través de sus renovados órganos; el establecimiento de espacios
jurisdiccionales donde no existen para cubrir el acceso a la justicia en poblaciones
urbanas como rurales, ya sea a través del fortalecimiento del sistema ordinario, de
juzgados de paz o vecinales, y de los mecanismos de cooperación y coordinación
con el sistema jurisdiccional indígena originario campesino.

Repensar la Legitimidad Legislativa.

El Preámbulo de la Constitución Política del Estado (CPE) invoca el reto histórico


de construir "colectivamente" el Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional
Comunitario. Un cometido que no tendría mayores barreras si asumiéramos que es
la propia sociedad plural y compleja, los actores políticos y sociales los que deben
(debemos) promover el respeto e igualdad entre todos y la coexistencia pacífica de
múltiples culturas y modelos civilizatorios a partir de concebir al Estado como ese
campo de lucha1, como ese espacio nunca de cierre sino de múltiples aperturas2.
Pero, si este fuera el entendimiento colectivo, la aprobación de las leyes
"estructurales" del nuevo Estado al seno de la Asamblea Plurinacional no
necesitaría convertirse en una maratón legislativa contra reloj, pudo haber sido un
auspicioso espacio para abrir diálogos culturales, debates transcríticos, políticos y
sociales para armonizar (complejizar y democratizar) este emprendimiento. Esta
dinámica podría aliviar la engorrosa tarea de traducir los consensos a normas
jurídicas, práctica tradicionalmente encargada únicamente a juristas de larga
tradición positivista que repiten el dura lex sed lex3 y que encarnan la velocidad del
monismo jurídico, que clausura al pluralismo, a lo plurinacional comunitario y que
se encuentra en las maneras de prorrogar el habitus jurídico, en tanto praxis
conservadora de los abogados.

Las leyes acabarán aprobadas todas por dos tercios de votos en ambas cámaras de
la Asamblea Legislativa Plurinacional, con un sello de legitimidad política que
podrá invocarse como la garantía de consenso popular, derivado básicamente de la
suma o resultado aritmético de los votos de diputados y senadores, una aplastante
mayoría que, a su vez, representa la legitimidad del último proceso electoral, la
suma total de la representación ciudadana. Pero esta “legitimidad” parece saber a
poco, o por lo menos contrasta con los apuros y formas de administrarla. En efecto,
las nuevas modalidades de participación ciudadana, muchas previstas en la misma
CPE, generan nuevas posibilidades de legitimación que van en contrapunto con
aquella que nace únicamente del pueblo elector4, esta son, entre otras: el ejercicio
del poder público que emana del pueblo; el control social y participación
ciudadana en la gestión pública; la elección de jueces; los pluralismos, etc.
Pierre Rosanvallon, en su reciente libro La legitimidad democrática5, sostiene que
pueden haber varias maneras de actuar o hablar “en nombre de la sociedad” y de
ser representativo, y define tres nuevas legitimidades: Imparcialidad, Reflexividad y
Proximidad que bien vale la pena contrastar con el proceso boliviano. La
legitimidad de la Imparcialidad tiene relación con la demanda social de
determinadas instituciones o el ejercicio de poder público que garantiza el
ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes al margen de los
intereses partidarios. La manipulación y el montaje y desmontaje de la
institucionalidad por la clase política de turno fue y es manifiesta con ejemplos
penosos: una judicatura y ministerio público conformado irregularmente a título
de emergencias y transiciones, muy funcional a regímenes de criminalización
política; autoridades del control gubernamental como la Contraloría General del
Estado designadas precaria y políticamente; provisionalidad de la mayoría de los

1
Es justamente Lenin quien teoriza acerca del rol del Estado en un proceso revolucionario. Para Lenin el
Estado es un campo de lucha. Véase de Lenin: El Estado y la Revolución, se lo encuentra en varias
ediciones.
2
La noción de poder constituyente no se agota, como piensan algunos juristas de larga y vieja tradición
positivista, en la redacción de una Constitución, el poder constituyente se opone al gobierno limitado de
las leyes, y se abre a la dinámica política y democrática, en tanto flujo complejo de la voluntad política.
Para una mayor referencia al dinamismo en devenir del poder constituyente véase a Antonio Negri, 1994.
El Poder Constituyente. España: Ed. Libertarias Prodhufi.
3
Latinazgo jurídico que significa la ley es dura pero es la ley.
4
Debe anotarse que fue justamente la crisis de la democracia representativa de partidos, parte de la
discursividad crítica de la refundación de un nuevo Estado Plurinacional Comunitario.
5
Rosanvallon, Pierre. 2009. La legitimidad democrática. Buenos Aires – Argentina: Ed. Manantial
cargos jerárquicos del sector público, desde entidades productivas como YPFB,
hasta personal de apoyo. Si bien la legitimidad electoral de la mayoría tiene
sustento en el reconocimiento popular, la imparcialidad tiene relación más bien
con un reconocimiento inverso, en una generalidad que se funda en que nadie, ni el
más popular puede beneficiarse por una ventaja o privilegio en el ejercicio de
determinadas funciones de poder público. La imparcialidad no supone que el
Estado no sea activo (como reflujo del poder político democrático, distinto del
poder partidario), sino que en tanto campo de lucha, genera un encuentro histórico
del diálogo entre fuerzas vivas de la sociedad, culturas, modelos civilizatorios, que
evita cancelar o clausurar el debate o excluir, vetar o borrar a algún agente (sea
político o no).
La legitimidad reflexiva tiene relación con la tradicional crítica a los parlamentos o
entes legislativos en tanto éstos no reflejan adecuadamente los intereses de sus
representados o son absorbidos rápidamente por los partidos gobernantes y se
tornan en rodillos poderosos y la legitimidad de proximidad está vinculada a una
vocación ciudadana frente a sus gobernantes, de mayor participación, de ser oídos,
que sus aspiraciones o proyectos puedan considerarse y atenderse, sentir que
cuentan pese a sus diferencias, más allá de sus votos en el proceso electoral. La
proximidad en la política exige entonces una mayor presencia de los elegidos con
sus comunidades, responder a ellos y no solo al partido gobernante u opositor.
La nueva legislación secundaria todavía arrastra seculares modelos de
distanciamiento entre el poder público y el ciudadano, nos referimos por ejemplo
al alto porcentaje de procesos judiciales que deben tramitarse en única instancia y
sin recurso ulterior ante los Tribunales Supremo, Agroambiental y Constitucional
que obliga a los ciudadanos a trasladarse hasta Sucre a tramitarlos, sin que en su
departamento o entidad territorial autónoma exista un espacio para hacerlo. La
democracia ya no se agota con los resultados electorales, comienza con ellos.

En el fondo de esta falta o ausencia de otras formas de legitimidad se encuentra la


velocidad del monismo jurídico, que vuelve a instrumentalizar al Estado en
desmedro de la sociedad plural y compleja que habita en Bolivia. El monismo
jurídico de larga tradición en nuestros juristas se convierte en uno de los
obstáculos que aún no logra sortear la política democrática boliviana. La necesidad
de que sea la sociedad plural boliviana la que construya el Estado y no el Estado el
que construya a la sociedad, es una de las tensiones que aún no se resuelven en el
diseño de las cinco primeras leyes sancionadas por la Asamblea Legislativa que no
responde aún a su condición de plurinacionalidad.

Pluralismo jurídico, el nuevo cimiento.


El principio del “pluralismo jurídico” no ha sido desarrollado suficientemente ni en
la Constitución ni en las leyes secundarias del Organo Judicial y del Tribunal
Constitucional Plurinacional. Estos instrumentos parecen reducir su noción a la
simple coexistencia de dos sistemas, el ordinario y el indígena originario
campesino. Esta limitación parece sostener mas bien un “dualismo jurídico”, o un
pluralismo centralista, cuasi colonial.
Es conveniente recalcar que un pluralismo jurídico post colonial es aquel que “no
concibe los distintos ordenamientos jurídicos como entidades separadas que pueden
llegar tocarse en algunos puntos de influencia, buscando mantener su identidad
propia. Por el contrario, sostiene que existen relaciones de intersección, mezcla e
interrelación entre los distintos sistemas jurídicos presentes en un espacio social
determinado (…) los derechos se mezclarían unos con otros, existirían préstamos y
transposiciones entre sus elementos simbólicos y materiales (…) la comunicación y la
constitución mutua de los distintos ordenamientos jurídicos serían sus principales
elementos (…) Los derechos no presentarían fronteras siempre franqueables. No
serían unidades cerradas, independientes y aisladas, sino que sus límites serían
porosos, nunca plenamente abiertos, pero tampoco totalmente cerrados. Su
paradigma ya no es la costumbre o el derecho consuetudinario; su principal
manifestación es el estándar”6
Esta compleja concepción de pluralismo jurídico, desde la mirada postcolonial se
debe entender de la siguiente manera:
Primero, no concebir los ordenamientos jurídicos como entidades separadas ni
independientes. Esto supone que entre los ordenamientos jurídicos se genera una
compleja interrelación, no existiría independencia de uno sobre otro, sino un
criterio de interlegalidad.
Segundo, existen relaciones de intersección, mezcla e interrelación entre los distintos
sistemas jurídicos, ninguno se mantendría ‘puro’ sino se transformarían de manera
conjunta. Esta transformación se desarrolla mediante la transcrítica antes anotada.
Tercero, sus elementos principales serían la comunicación y la constitución mutua de
los distintos ordenamientos jurídicos, esto supone trabajar en estos elementos
principales, que en materia jurídica serían los principios jurídicos, y que a la vez
deban plasmarse en normativa performativa que de nacimiento a esta
interlegalidad, como resultado de la referida transcrítica.
Cuarto, Ordenes Jurídicos sin fronteras, es decir sin la explicación de un deslinde,
sino en constante interrelación y en constante construcción de interlegalidad. La
ausencia de fronteras a la vez las presenta como conocimientos vivos y dinámicos,
que en todo caso rechazarían la estabilidad.
Quinto, Órdenes jurídicos porosos, es decir con una complejidad de no estar ni
totalmente abiertos ni totalmente cerrados. El carácter de porosidad es el que debe
trabajarse para dar nacimiento a un pluralismo jurídico post colonial. Referida
porosidad puede encontrarse en el lenguaje, inicialmente, luego en la política del
sentido.
Sexto, Su paradigma ya no es la costumbre o el derecho consuetudinario; su principal
manifestación es el estándar, esto significa que no se hablaría ya de muchos
Derechos, o muchos órdenes jurídicos, sino de un solo Derecho y un solo orden
jurídico plural, abierto y en constante construcción.

Ley de Deslinde jurisdiccional, instrumento restrictivo a la función judicial


plural.

El “deslinde” jurisdiccional previsto en la CPE y demarcado en Ley No. 073 tiene


relación con los ámbitos de competencia del poder público del Estado central y el
reconocido a otras jurisdicciones como la indígena originaria campesina, u otras
que en el ámbito de un genuino pluralismo también podrían participar de la
función judicial. Su concurrencia reflejará en términos funcionales las

6 Ariza y Bonilla, en Engle Merry et al. Pluralismo Jurídico. (Bogotá - Colombia) Siglo del Hombre.

2007.p. 53-54
posibilidades del un ejercicio más eficiente y accesible a la jurisdicción y en último
análisis a la vigencia y eficacia de los derechos individuales y colectivos.

La auto-identificación y pertenencia de los bolivianos a las diversas naciones o


comunidades puede tener niveles de complejidad para la determinación de la
jurisdicción y ámbitos de competencia aplicables, sobre todo a partir del hecho de
que grupos significativos de las naciones y pueblos indígena originario campesinos
han migrado a centros urbanos en los que conviven con otras comunidades que no
tienen necesariamente un anclaje anterior a la Colonia (por ejemplo las
migraciones japonesas, semitas, menonitas y europeas de fines del siglo XIX y
mediados del XX), y que producen mestizajes raciales y pluriculturales, dando
lugar a nuevas identidades sincréticas. Estas colectividades también comparten
identidad cultural, idiomas, tradiciones, territorialidad y cosmovisiones, aunque la
CPE no les reconoce una jurisdicción propia en el marco de un pluralismo jurídico
igualitario. Si bien hay un reconocimiento a la diversidad cultural, como base
esencial del Estado Plurinacional, este asume como “fortaleza” la existencia de
culturas indígena originario campesinas, y privilegia su reconocimiento frente a
otros grupos en diversos órdenes (CPE, Artículo 98).
En este contexto, el principio del pluralismo jurídico parece reducirse al ámbito de
dos jurisdicciones: la Ordinaria y la Indígena Originaria Campesina, las únicas
reconocidas por el Estado y que reflejan un pluralismo unitario que no repara en la
existencia de sistemas jurídicos que se localizan en lo que Boaventura De Sousa
Santos7 denomina los tres grandes espacio-tiempos: local, nacional y global, y que
configuran el debate de la pluralidad de los ordenamientos jurídicos.

El artículo 10 de la Ley del Deslinde, regula el ámbito “material” de la jurisdicción


indígena originaria campesina, aquel que no regula propia Constitución y
constituye, sin duda, uno de los artículos centrales del contenido de la Ley. Esta
disposición referida al deslinde “material” no se encontraba presente en la
redacción del Proyecto de Constitución de Oruro, pues éste señalaba que la
jurisdicción IOC conocerá todo tipo de relaciones jurídicas, actos y hechos que
vulneren bienes jurídicos.

Inicialmente el artículo señala que “la jurisdicción indígena originaria campesina


conoce los asuntos o conflictos que histórica y tradicionalmente conocieron bajo sus
normas, procedimientos propios vigentes y saberes, de acuerdo a su libre
determinación”, sin embargo esta disposición es contraria a lo señalado más
adelante en el artículo, por ejemplo, cuando se señala que la vigencia de la
jurisdicción indígena originario campesina no alcanza a “Los delitos cometidos en
contra de la integridad corporal de niños, niñas y adolescentes, los delitos de
violación, asesinato u homicidio”, siendo este tipo de delitos muy comunes histórica
y tradicionalmente. No existiría una libre determinación, ni una igualdad de
jurisdicciones ni un pluralismo jurídico si la norma no establece mecanismos de
interlegalidad, de solución conjunta y de convivencia. Incluso las pocas materias de
la jurisdicción indígena originario campesino podrían ser mermadas por otras
jurisdicciones en atención a lo señalado expresamente en el artículo: “Otras que

7 Bonilla, Daniel; et al. 2002. Pluralismo Jurídico. Bogotá, Siglo del Hombre pg. 53
estén reservadas por la Constitución Política del Estado y la Ley a las jurisdicciones
ordinaria, agroambiental y otras reconocidas legalmente”.

Entonces estamos delante de una jurisdicción subordinada a un monismo jurídico,


es decir a aquel que produce el Estado a través de su Órgano Legislativo. No debe
olvidarse que cuando se habla de pluralismo jurídico se habla de una pluralidad de
fuentes del Derecho, es decir el reconocimiento de libre determinación de los
pueblos indígenas supone el reconocimiento de un otro Derecho en igual jerarquía
con el Derecho estatal y no subordinado a éste. Consideramos que este artículo
desmantela la noción de pluralismo y violenta la voluntad del constituyente.

Además este deslinde material refleja una reducción del ámbito de la jurisdicción
Indígena Originario Campesino a los asuntos que histórica y tradicionalmente
conocían bajos sus normas y desvirtúan la igualdad jerárquica que le reconoce la
Constitución en función del principio del pluralismo jurídico, que puede devenir en
la invención constante de nuevas formas de gestionar la conflictividad.

Si bien es evidente que en muchas poblaciones rurales la jurisdicción Indígena


Originaria Campesina sólo conocería y resolvería asuntos de esa naturaleza, debe
tomarse en cuenta que la jurisdicción ordinaria no alcanza a tratar estos asuntos
por ausencia o limitaciones del diseño institucional y legislativo, de características
mas bien urbanas, centralistas y neo coloniales. La norma interrumpe y corta
innecesariamente la posibilidad de incorporar y generar un sistema diverso,
múltiple de competencias que bajo la noción de una función judicial “única”
exclusiva del Estado, pueda desarrollarse en y con las naciones y pueblos Indígena
Originario Campesinos.

La noción de pluralismo (interculturalidad, interlegalidad, impregnación mutua de


saberes) abre y no cierra el desarrollo compartido y coordinado de competencias
materiales, según las necesidades y políticas generales, como, por ejemplo una
política criminal, todavía ausente en Bolivia.

No menos relevante es el desconocimiento del artículo 28 del Código de


Procedimiento Penal que prevé la extinción de la acción penal cuando el delito o
la falta se haya cometido dentro una comunidad indígena y campesina y se haya
resuelto el conflicto conforme a su derecho consuetudinario indígena y la
resolución no sea contraria a los derechos y garantías fundamentales.

Finalmente debe destacarse que el artículo sólo se limita a las Jurisdicciones


Indígenas Originarias, en relación a las materias en las que no tiene jurisdicción y
no se determinan las materias en las que la justicia ordinaria no tendrá
jurisdicción. Es más el parágrafo III del artículo abre la posibilidad de que la
Jurisdicción Indígena Originario Campesina pierda más competencias a momento
de que éstas sean abarcadas por otras jurisdicciones, estableciendo un
neocolonialismo jurídico y tratando al sistema jurídico de los pueblos indígenas
como uno periférico y subordinado al sistema jurídico occidental que se
presentaría como dominante.
Reflexión final

Para concluir esta sucinta mirada a los contornos del sistema judicial, cabe resaltar
la importancia del principio del “pluralismo jurídico”, uno de los cimientos del
nuevo modelo de Estado que abre espacios más plurales y diversos sobre los que
es posible construir nuevas y mejores capacidades de administración de justicia;
espacios de solución pacífica, oportuna y confiable de conflictos, que sean más
apreciados y útiles para los ciudadanos. El desafío es complejo, tomara tiempo y
compromiso, supera de lejos los coyunturales debates sobre las modalidades de
elección de magistrados quienes, más allá de la forma de su elección, deberán
responder por su desempeño. La justicia es una aspiración incompleta, el reto
para mejorarla es de todos.

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