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En octubre próximo, con un año de demora, los bolivianos acudiremos una vez más
a las urnas para elegir a los integrantes de los principales tribunales del país. Se
inaugura una nueva modalidad de conformación del órgano judicial prevista en la
Constitución de 2009 que define que los magistrados del Tribunal Supremo de
Justicia, Tribunal Constitucional Plurinacional, Tribunal Agroambiental e
integrantes del Consejo de la Magistratura serán elegidos mediante sufragio
universal previa preselección de candidatos por la Asamblea Legislativa
Plurinacional por dos tercios de votos. El Organo Electoral tiene a su cargo, como
único responsable, la difusión de los méritos de los candidatos quienes no pueden
realizar campaña electoral, bajo sanción de inhabilitación.
En la voluntad de “despolitizar” la elección de jueces y aproximarla a la voluntad
popular, los constituyentes diseñaron una modalidad que no está libre de críticas
en tanto las restricciones administrativas impuestas se pueden concebir como
contrarias al ejercicio de los derechos fundamentales de libertad de expresión,
opinión e información. Se agrega el hecho de que la preselección de candidatos
queda en manos de una sola fuerza política que detenta más de los dos tercios
necesarios de votos y se debate sobre los alcances de reglamentos que
descalifican candidaturas por el sólo ejercicio de determinados patrocinios.
El proceso de implantación de estas elecciones judiciales se ha concentrado en la
relación, no siempre afortunada y menos examinada, de la política y la justicia. Se
rememoran tiempos de los cuoteos políticos partidarios, se condena con notables
generalizaciones las deficiencias del sistema judicial, su funcionalidad a los
gobiernos de turno y no pocos asumen que la sola elección de los principales
magistrados resolverán todos los problemas de la justicia en Bolivia. Entre tanto,
vivimos un proceso de dilatada “transición judicial” establecido por la llamada “Ley
Corta” (No. 003 febrero de 2010) que otorgó al Presidente del Estado
atribuciones para realizar designaciones a discreción y restringió competencias de
varios ámbitos de la jurisdicción constitucional, un estado de excepción que bien
merece superarse con las próximas elecciones.
En todo caso, el debate público parece concentrarse únicamente en la elección de
los titulares de los Tribunales: 9 para el supremo; 7 para el Constitucional; 7 para
el Agroambiental y 5 Consejeros de la Magistratura. Pero poca o ninguna
referencia se hace al resto del sistema, aproximadamente 1000 jueces en todo el
Estado; el diseño del órgano judicial en la Constitución y su correspondencia con el
nuevo Estado particularmente con su calidad de Estado “Plurinacional”,
“descentralizado” y “con autonomías”; con el principio del “pluralismo jurídico” ,
el derecho y la cultura a la paz u otros aspectos que aproximen una análisis crítico
pero más prospectivo hacia una nueva y mejor justicia.
No debe llamar la atención la persistencia de la preocupación política en materia
de la conformación de los altos tribunales de justicia cuya estabilidad y desarrollo
estuvo generalmente afectada por los vaivenes de la captura o preservación del
poder político. Un reciente trabajo da cuenta que entre 1900 y 2008, la Corte
Suprema operó incompleta el 53% del tiempo, los magistrados sólo cumplían, en
promedio, el 3,6% de su mandato, o bien, sólo 8% de ellos completaron el término
de su período. Esta inestabilidad no sólo explica la fragilidad institucional y
funcionaria de la judicatura frente a la clase política que no siempre asume su
cuota de responsabilidad, sino que refleja la falta de protagonismo político del
Poder Judicial en el también frágil curso democrático republicano.
Las Cortes Supremas, tribunales o jueces no siempre han merecido la atención y el
debido respeto por su función jurisdiccional frente al poder público conducido
generalmente desde el Órgano Ejecutivo todavía con marcadas características
presidencialistas y caudillistas, proyectadas a legislaturas sumisas. Ambos factores
de poder han preferido conservar su preponderancia y control sobre el sistema
judicial. Los balances y contrapesos de la justicia a otros poderes público pueden
incomodar a cualquier régimen, sobre todo en las frágiles democracias en las que
el fenómeno es común. En algunos casos se opera mediante la modificación del
número de magistrados que se reduce o crece según las lealtades disponibles, o
bien a través de los tradicionales juicios de responsabilidades que desmantelan
tribunales enteros para repoblarlos con juristas más funcionales a las corrientes
políticas de turno.
También se refleja a través de los reducidos presupuestos asignados, sin márgenes
para el desarrollo institucional y menos para la actualización normativa judicial.
Son frecuentes las disposiciones de transición y emergencia judicial que
complementan escenarios de cooptación política sobre la justicia, la judicatura o
las normas que la rigen, todo un hábito sobre el que no cabe mayor debate,
generalmente resulta más sencillo apelar a la opinión pública sin mayor reflexión:
la justicia no funciona, ..! Hay que volver a cambiar a los jueces..¡
Jurisdicción ordinaria.
El ámbito penal
El país ha avanzado muy poco en establecer una política criminal que permita
informar, diseñar y proyectar la acción preventiva y punitiva del Estado. Esta
falencia sistemáticamente reclamada refleja un descuido impostergable. La
Política criminal y democracia, según Anillar de Castro “son términos poco menos
que sinónimos, porque la política criminal pone los límites de las libertades, a la
vez que los límites del respeto hacia los hombres; reconoce su valor ontológico,
económico y político, y define su protección al garantizar su participación, o los
límites de su participación, en la vida cotidiana y en decisiones o actividades
ciudadanas que le son atinentes tanto en el campo personal e interpersonal, como
en el de su inserción activa en el ejercicio de la soberanía popular”.
Parte de la política criminal tiene relación con el régimen penitenciario, su
situación en términos de la población de internos, otros sujetos que viven con
ellos, como son cientos de menores o adultos, y en términos de la infraestructura
disponible y sus condiciones mínimas de habitabilidad. De acuerdo a
informaciones reciente, en Bolivia la población penitenciaria en Bolivia es de
aproximadamente 7000 personas recluidas en más de 80 cárceles.De este total,
más del 80 % se encuentran detenidos sin sentencia. Un retroceso producido en
el último tiempo pues hace 12 años ese porcentaje alcanzaba al 92% y hasta 2005
logró reducirse en un 15%. Los delitos más frecuentes que ocupan al sistema
penal son los relativos a sustancias controladas, robo, estafa, hurto, lesiones,
violación, estelionato y falsedad material.
Justicia Laboral
Justicia constitucional.
Las leyes acabarán aprobadas todas por dos tercios de votos en ambas cámaras de
la Asamblea Legislativa Plurinacional, con un sello de legitimidad política que
podrá invocarse como la garantía de consenso popular, derivado básicamente de la
suma o resultado aritmético de los votos de diputados y senadores, una aplastante
mayoría que, a su vez, representa la legitimidad del último proceso electoral, la
suma total de la representación ciudadana. Pero esta “legitimidad” parece saber a
poco, o por lo menos contrasta con los apuros y formas de administrarla. En efecto,
las nuevas modalidades de participación ciudadana, muchas previstas en la misma
CPE, generan nuevas posibilidades de legitimación que van en contrapunto con
aquella que nace únicamente del pueblo elector4, esta son, entre otras: el ejercicio
del poder público que emana del pueblo; el control social y participación
ciudadana en la gestión pública; la elección de jueces; los pluralismos, etc.
Pierre Rosanvallon, en su reciente libro La legitimidad democrática5, sostiene que
pueden haber varias maneras de actuar o hablar “en nombre de la sociedad” y de
ser representativo, y define tres nuevas legitimidades: Imparcialidad, Reflexividad y
Proximidad que bien vale la pena contrastar con el proceso boliviano. La
legitimidad de la Imparcialidad tiene relación con la demanda social de
determinadas instituciones o el ejercicio de poder público que garantiza el
ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes al margen de los
intereses partidarios. La manipulación y el montaje y desmontaje de la
institucionalidad por la clase política de turno fue y es manifiesta con ejemplos
penosos: una judicatura y ministerio público conformado irregularmente a título
de emergencias y transiciones, muy funcional a regímenes de criminalización
política; autoridades del control gubernamental como la Contraloría General del
Estado designadas precaria y políticamente; provisionalidad de la mayoría de los
1
Es justamente Lenin quien teoriza acerca del rol del Estado en un proceso revolucionario. Para Lenin el
Estado es un campo de lucha. Véase de Lenin: El Estado y la Revolución, se lo encuentra en varias
ediciones.
2
La noción de poder constituyente no se agota, como piensan algunos juristas de larga y vieja tradición
positivista, en la redacción de una Constitución, el poder constituyente se opone al gobierno limitado de
las leyes, y se abre a la dinámica política y democrática, en tanto flujo complejo de la voluntad política.
Para una mayor referencia al dinamismo en devenir del poder constituyente véase a Antonio Negri, 1994.
El Poder Constituyente. España: Ed. Libertarias Prodhufi.
3
Latinazgo jurídico que significa la ley es dura pero es la ley.
4
Debe anotarse que fue justamente la crisis de la democracia representativa de partidos, parte de la
discursividad crítica de la refundación de un nuevo Estado Plurinacional Comunitario.
5
Rosanvallon, Pierre. 2009. La legitimidad democrática. Buenos Aires – Argentina: Ed. Manantial
cargos jerárquicos del sector público, desde entidades productivas como YPFB,
hasta personal de apoyo. Si bien la legitimidad electoral de la mayoría tiene
sustento en el reconocimiento popular, la imparcialidad tiene relación más bien
con un reconocimiento inverso, en una generalidad que se funda en que nadie, ni el
más popular puede beneficiarse por una ventaja o privilegio en el ejercicio de
determinadas funciones de poder público. La imparcialidad no supone que el
Estado no sea activo (como reflujo del poder político democrático, distinto del
poder partidario), sino que en tanto campo de lucha, genera un encuentro histórico
del diálogo entre fuerzas vivas de la sociedad, culturas, modelos civilizatorios, que
evita cancelar o clausurar el debate o excluir, vetar o borrar a algún agente (sea
político o no).
La legitimidad reflexiva tiene relación con la tradicional crítica a los parlamentos o
entes legislativos en tanto éstos no reflejan adecuadamente los intereses de sus
representados o son absorbidos rápidamente por los partidos gobernantes y se
tornan en rodillos poderosos y la legitimidad de proximidad está vinculada a una
vocación ciudadana frente a sus gobernantes, de mayor participación, de ser oídos,
que sus aspiraciones o proyectos puedan considerarse y atenderse, sentir que
cuentan pese a sus diferencias, más allá de sus votos en el proceso electoral. La
proximidad en la política exige entonces una mayor presencia de los elegidos con
sus comunidades, responder a ellos y no solo al partido gobernante u opositor.
La nueva legislación secundaria todavía arrastra seculares modelos de
distanciamiento entre el poder público y el ciudadano, nos referimos por ejemplo
al alto porcentaje de procesos judiciales que deben tramitarse en única instancia y
sin recurso ulterior ante los Tribunales Supremo, Agroambiental y Constitucional
que obliga a los ciudadanos a trasladarse hasta Sucre a tramitarlos, sin que en su
departamento o entidad territorial autónoma exista un espacio para hacerlo. La
democracia ya no se agota con los resultados electorales, comienza con ellos.
6 Ariza y Bonilla, en Engle Merry et al. Pluralismo Jurídico. (Bogotá - Colombia) Siglo del Hombre.
2007.p. 53-54
posibilidades del un ejercicio más eficiente y accesible a la jurisdicción y en último
análisis a la vigencia y eficacia de los derechos individuales y colectivos.
7 Bonilla, Daniel; et al. 2002. Pluralismo Jurídico. Bogotá, Siglo del Hombre pg. 53
estén reservadas por la Constitución Política del Estado y la Ley a las jurisdicciones
ordinaria, agroambiental y otras reconocidas legalmente”.
Además este deslinde material refleja una reducción del ámbito de la jurisdicción
Indígena Originario Campesino a los asuntos que histórica y tradicionalmente
conocían bajos sus normas y desvirtúan la igualdad jerárquica que le reconoce la
Constitución en función del principio del pluralismo jurídico, que puede devenir en
la invención constante de nuevas formas de gestionar la conflictividad.
Para concluir esta sucinta mirada a los contornos del sistema judicial, cabe resaltar
la importancia del principio del “pluralismo jurídico”, uno de los cimientos del
nuevo modelo de Estado que abre espacios más plurales y diversos sobre los que
es posible construir nuevas y mejores capacidades de administración de justicia;
espacios de solución pacífica, oportuna y confiable de conflictos, que sean más
apreciados y útiles para los ciudadanos. El desafío es complejo, tomara tiempo y
compromiso, supera de lejos los coyunturales debates sobre las modalidades de
elección de magistrados quienes, más allá de la forma de su elección, deberán
responder por su desempeño. La justicia es una aspiración incompleta, el reto
para mejorarla es de todos.