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UNIDAD I.

De 1955 a 1969: Represión y radicalización: de los intentos de desperonización y


disciplinamiento a la revuelta popular.
1. La Revolución Libertadora y la alternativa desarrollista
Ernesto Salas: “Uturuncos. Los orígenes de la guerrilla peronista, 1959- 1969" ( 2003)

A partir de 1959, los Uturuncos y otras proto guerrillas tanto urbanas como rurales iniciaron el camino y
fueron consecuencia de un intenso debate de la militancia peronista y marxista acerca de la conveniencia u
oportunidad de formar focos guerrilleros en el campo o la ciudad, las posiciones éticas acerca de la
utilización de la violencia como camino de liberación.

Objetivos del texto: mostrar que muchos argentinos se sintieron lo suficientemente convencidos de que la
opción por la violencia era un camino que les tocaba de cerca y que se creó un clima favorable a las
guerrillas que se instaló durante la década del sesenta, sobre todo cuando se extendieron por
Latinoamérica lo ocurrido en la Revolución Cubana. Aunque cada grupo insurgente fue desarrollado en un
contexto particular, la mayor parte de ellos atravesó un periodo de militancia política que les permitió a
futuro sentar las bases del apoyo social al foco guerrillero. Profundizar el conocimiento sobre el primer
grupo de guerrilla contemporánea, conocer sus vinculaciones con el movimiento popular en las zonas de
origen, tanto como su relación con el peronismo post golpe del 55, sus concepciones ideológicas y las
causas de su rápido fracaso en lograr un levantamiento generalizado en el noroeste argentino

3 interpretaciones explicativas del surgimiento de las organizaciones guerrilleras: 1. la de los dictadores:


fueron obligados por su rol social a combatir una guerra que era planetaria contra el comunismo y sus
intentos expansionistas y que en Argentina se expresaba en guerrillas. 2. la teoría de los dos demonios
(crítica de Salas: contiene un profundo vaciamiento de la verdad histórica, el punto central se encuentra en
el origen de la violencia y la contraviolencia. La imagen de Sábato de una sociedad civil que asiste impávida
al desarrollo de la violencia es ajena a la realidad de los 50 a los 70: la Resistencia Peronista desde 1955 a
1960, la época de los “caños” y las luchas sindicales, el ingreso masivo de la juventud a la lucha política y
social, decenas de muertos en movilizaciones callejeras o torturas en las prisiones, miles de detenidos
políticos, las puebladas insurreccionales, van en contra de esta idea). 3. los que incorporan todas las
experiencias guerrilleras a las diversas formas de lucha social como respuesta a la represión y excluyente de
los gobiernos, tanto civiles como militares.

Tucumán y la Resistencia Peronista: “La vida por Perón” (Comando 17 de Octubre)

Contexto: en abril de 1956, el interventor de Tucumán denunció la existencia de un plan insurreccional


peronista. El Ejército fue movilizado y se instalaron puestos de control en San Miguel de Tucumán, mientras
se realizaban allanamientos y se detenían decenas de personas ahí, en Monteros, Tafí Viejo y Concepción.
El gobierno implicó en el levantamiento a militares retirados y dirigentes sindicales: respondía además a las
orientaciones que en forma reiterada hizo a sus partidarios Perón en el sentido de que en un momento
oportuno y cuando las circunstancias así lo exigieran todas las fuerzas del partido peronista debían pasar de
la acción política pacífica a la acción subversiva.

El comando 17 de Octubre: a partir de 1956 los llamados comandos peronistas de la resistencia se


organizaron espontáneamente en todo el país. El conocimiento que de ellos tenemos aún es escaso y
fragmentario. El comando más importante, gestado por J. W. Cooke en 1955 desde su rol de interventor del
peronismo en Capital, fue el Comando Nacional Peronista. Este ejerció su influencia sobre muchos
militantes, entre ellos los de Tucumán. Manuel Enrique Mena organizó el “17 de octubre”, él era dirigente
político barrial, tenía una sólida red de contactos y trabajo político en los barrios circundantes a la ciudad
de Tucumán y a partir del acercamiento de Serravalle extendía su acción a Sgo. Del Estero, en particular a
La Banda. También conectaron con compañeros de Salta, jujuy y Catamarca. Esto les permitió establecer
una red de casas seguras para desarrollar la resistencia. Los militantes las llamaban las casas de las “tías”
porque eran viviendas de viejas militantes peronistas. Un punto de conflicto: ¿fue Cooke el ideólogo de la
guerrilla tucumana o le fue atribuida su dirección luego del estallido? A juzgar por la historia de la relación
existente entre él y Mena, que se conocían de tiempo atrás, queda claro que era parte de la guerrilla y por
intermedio de Alicia Eguren prestó todo su apoyo para conseguir recursos.

En estos días se extendió la práctica del sabotaje por todo el país. Se realizaron miles de pequeñas acciones,
en algunos casos atentados con explosivos, pero en general eran acciones inofensivas de alto contenido
emocional. Como la mayoría de los grupos clandestinos, el 17 de octubre apoyó el voto en blanco en 1957
para formar la Asamblea Constituyente y se opuso a apoyar la candidatura de Frondizi en 1958, pese a la
orden de Perón. Aquellos fueron días para los futuros uturuncos de vivir a salto de mata, en la
clandestinidad, con la policía atrás. Pero la red funcionaba, ante cualquier problema acudían a las casas de
las tías o recurrían a algunos viejos dirigentes de alguna de las líneas en que se dividía el peronismo o
incluso podían pedir ayuda a algunos ex militares peronistas.

Frondizi ganó por amplia mayoría, pero era consciente de que su efímero capital político se le diluiría en
poco tiempo. Por eso desarrolló rápidamente una política dual: dio los pasos para la instalación de una
política económica desarrollista, al mismo tiempo que respetaba algunas cláusulas del pacto firmado con
Perón, en particular la sanción de un ordenamiento legal de los sindicatos favorable a los líderes peronistas.
Sin embargo, la implantación de una política económica desfavorable para los trabajadores y agresiva
contra el clima nacionalista, colocó a los peronistas y a los gremios en una disyuntiva. Por un lado,
consideraban que el gobierno desarrollista dependía de las FF.AA. No se vieran tentadas a una nueva
intentona militar, con lo que la “legalidad” obtenida dependía del máximo sostén que Frondizi obtuviera.
Por el otro, las agresivas políticas desarrollistas deterioraron velozmente los ingresos de los asalariados y
avanzaron sobre los convenios laborales imponiendo nuevas cláusulas de productividad, con lo que la
rebelión de las bases no tardó en instalarse y poner en duda los liderazgos obtenidos durante la Rev.
Libertadora. Los comandos de la resistencia, que se habían opuesto activamente al apoyo de Frondizi y que
se encontraban debilitados por la nueva centralidad que obtuvieron los sindicatos gracias a la política de
cooptación y la semilegalidad otorgada por el nuevo gobierno, apoyaron con atentados y sabotajes las
luchas gremiales. Las 62 Organizaciones, que concentraba a los sindicatos peronistas, fue descabezada por
dirigentes combativos de los gremios chicos, y por unos meses, pareció que la línea “dura” tomaba el
control de la central y de la lucha. En junio del 59, Perón denunció, haciéndolo público, el pacto firmado por
Frondizi. Metalúrgicos, bancarios, obreros de la carne, textiles, empleados de comercio, obreros de Luz y
Fuerza y muchos otros sostuvieron largas huelgas defensivas del salario y de las condiciones laborales.

La huelga azucarera de 1959: del 23 de julio al 12 de agosto: el 30 de abril de 1959, luego de un largo
período de intervención, se realizaron las elecciones en la FOTIA (Federación Obrera Tucumana de la
Industria del Azúcar), en cumplimiento con lo dispuesto a la Ley de Asociaciones Profesionales (establecía
un modelo sindical de libertad absoluta de creación de sindicatos por simple inscripción y atribución de la
personería gremial, al más representativo de todos, con el fin de unificar la representación obrera ante los
empleadores, el gobierno y las organizaciones internacionales. Estableció también el reconocimiento de la
figura del delegado, como representante sindical en el lugar del trabajo elegido por todos los trabajadores,
disponiendo la prohibición de su despido sin autorización judicial). Fuerte represión contra los azucareros,
confusión en el lugar y un obrero asesinado (Manuel de Reyes Olea, tractorista del ingenio San Pablo). En el
interior de la provincia también hubo incidentes. Como consecuencia, la CGT regional decidió el paro por
tiempo indeterminado y duelo el sábado 8 de agosto. La provincia se encontraba sumida en el caos y ante
una posible intervención. Frondizi ordenó la movilización de tropas a Tucumán. El gobernador Gelsi
atribuyó esto a un “plan subversivo”. La FOTIA ganó el conflicto y se fortaleció como organización madre
del noroeste argentino. Durante 1959, la lucha de los obreros del azúcar no se acercó a la lucha armada
porque su lucha sindical, ahora semilegal, la alejaba y no se parecía a los métodos y cultura tradicional.
Aunque resultaron triunfadores, fue también la chispa que encendió la indignación de aquellos cuyos
objetivos eran el regreso inmediato de Perón.
Primeros pasos de la guerrilla de los Uturuncos: en 1959 el comando 17 de octubre se enfrentó a un debate
decisivo. Ocurre el descabezamiento de Cooke y se produce la huelga general de enero, la que había sido
teorizada como el momento para el estallido insurreccional, lo cual demuestra el fracaso de estos métodos.
Tampoco los convencía la semilegalidad abierta con el gobierno de Frondizi, dado que de todas formas los
habían reprimido. Así que se decidieron por la lucha armada. Este debate provocó la escisión de una parte
del grupo: el Comando Insurreccional Perón o Muerte, el resto fueron el Movimiento de Liberación
Nacional (MLN) y Ejército de Liberación Nacional (ELN). El primero sube al monte en octubre e inauguran la
guerrilla argentina, al mando de Juan Carlos Diaz. A los pocos días, empiezan algunas operaciones
pequeñas: comenzaron con el incendio de una gomería para llamar la atención, pero lo abandonaron.
Algunos miembros lo consideraron prematuro, pero lograron atraer a la policía que empezó a cercar la
zona. El balance no era bueno, el campamento fue descubierto, apresaron a tres guerrilleros y otros se
quebraron y bajaron. La policía ya sabía de la existencia de un grupo en Cochuna.

Asalto a la comisaría de Frías: el Estado Mayor de la guerrilla se reunió en noviembre. A pesar de lo


ocurrido con el primer grupo, decidieron encarar una operación mayor que les diera prestigio entre los
campesinos y para ver si los dirigentes peronistas que vivían en Uruguay se decidían a prestar su apoyo.
Genaro Carabajal vestido de Teniente Coronel logró que la tropa forme frente a los supuestos militares, y a
los pocos minutos sin disparar un tiro, los Uturuncos tomaron la comisaría, les sacaron las armas y los
uniformes y los metieron en un calabozo. En la huida, dejaron un camión abandonado en El Potrerillo y se
internaron en el monte. Al día siguiente, la noticia conmovió al país. En las ciudades muchos miembros
fueron detenidos. Aparte de las delaciones que hicieron que cayeran, es obvio que el gobierno sabía parte
de la existencia del comando 17 de octubre. En diciembre del 59, mientras los Uturuncos asaltaban Frías,
Mena y Guillén se encontraban en Bs. As. Buscando apoyos. Cooke delegó a su compañera Alicia Eguren
para que los ayude. Así pudieron contactarse con militantes de San Martín y Pompeya; estos grupos se
mostraron favorables a participar de la guerrilla. A principios de marzo fueron detenidos y secuestraron
armas y uniformes del ELN. El 14 de marzo se realizarían elecciones legislativas, días después de la
ejecución del Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), dividiendo al país en zonas operativas y
sometiendo a tribunales militares a los acusados de terrorismo. Se realizaron más de 1600 allanamientos y
detuvieron a miles de militantes peronistas. Las elecciones se realizaron en orden y volvió a triunfar el voto
en blanco propiciado por Perón.

Guerrilla y movimiento popular en la Argentina de los sesenta: para James, la primera guerrilla no causó
mucho impacto, formulando la hipótesis de que el surgimiento de la misma debe ser atribuido a la voz
solitaria de Cooke y sectores juveniles del peronismo y la izquierda no peronista, donde se reclutaron sus
militantes, los que en su mayor parte provinieron de la esfera universitaria de Capital y otros grandes
estudios terciarios, por lo tanto el escaso impacto de los Uturuncos se debe a su pertenencia de clase, dado
que por ella no ponían sus expectativas en la lucha sindical. Obvio Sala no va a estar de acuerdo, ya que
como mostró, el inicio de la guerrilla peronista no fue ideado desde las grandes ciudades, sino que debe
rastrearse en la organización de los comandos de la resistencia regionales y en una de sus posibles
evoluciones. Tampoco fueron jóvenes de clase media universitaria y que practicaban una suerte de
elemental terrorismo urbano. En una segunda etapa viajaron a la zona convirtiéndose en combatientes,
pero en sus inicios no tienen protagonismo. Tampoco es cierto que constituyeran el principal apoyo
logístico de las acciones, sino que este correspondió a un modesto, pero no despreciable aparato político
montado en los años previos por el 17 de octubre, del que surgen los combatientes. En realidad, la guerrilla
de los Uturuncos tuvo bastante impacto, pero no constituyeron una opción nacional, el por qué a esto debe
buscarse en el desarrollo de las diferentes vertientes del peronismo post 55.

Los núcleos centrales de la resistencia (según James) distaban de pertenecer a los viejos aparatos del
gobierno y fueron esencialmente dos: los comandos clandestinos y las organizaciones sindicales paralelas a
las intervenciones. Hasta 1958 por lo menos, ambas actuaron coordinadamente y desarrollaron una intensa
democracia con base en la fábrica. Los comandos, que empezaron como pequeños organismos políticos de
agitación, más barriales que fabriles, perfeccionaron sus atentados y de pequeños actos de sabotaje,
pasaron a encarar grandes actos de terrorismo urbano. Sin embargo, ambas estructuras fueron afectadas
por el inicio de la etapa de semilegalidad con la elección de Frondizi. Muchos sindicalistas comprendieron
que tenían mucho más para ganar si se integraban críticamente al orden político posperonista y
renunciaban a poner sus estructuras gremiales al servicio de un plan insurreccional. En cambio, los
comandos, que siempre se resistieron a formar parte de una organización única y centralizada, dieron
fuertes golpes entre el 59 y el 60, hasta el inicio del plan conintes. Siempre fueron grupos cerrados en las
capitales de provincia. Un tercer grupo que cobró relevancia luego de las elecciones del 57 fueron los viejos
dirigentes.

Hacia fines del 59, cuando se realizan las acciones guerrilleras, las 62 Organizaciones volvían a ser
conducidas por los dirigentes de los grandes sindicatos desplazados a principios de ese año. Su estrategia se
volcaría desde este momento a lograr que el gobierno desarrollista les devolviera la CGT, que todavía
estaba intervenida. En el pasado habían apoyado un poco a la insurrección, pero ya no era el momento. Los
dirigentes confiaban en un progresivo regreso de la actividad política y les devuelva el rol protagónico, por
lo que verse entusiasmados con un plan insurreccional no era el camino. Además, si los comandos se
entusiasmaron con la idea de la ampliación de la esfera de lucha como los comandos tucumanos,
igualmente seguían esperando el levantamiento de algún militar peronista. Pero encima como sus acciones
se centraban en las ciudades, no tenían nada que ver con la instalación de focos guerrilleros rurales. Por
último, el plan conintes los diezmó. Estas circunstancias muestran que era difícil que el primer
levantamiento guerrillero del país cosechara los apoyos suficientes para constituirse parte del movimiento.

Varios militantes de Uturuncos siguieron combatiendo en guerrillas. En 1962, las experiencias de izquierda
y del peronismo comenzaron a cruzarse cuando los Uturuncos y otros militantes peronistas viajaron a Cuba.
Pero el origen de la guerrilla argentina obedeció menos a la influencia cubana que al debate que se instaló
en los grupos clandestinos del peronismo antes el fracaso de la estrategia insurreccional.

Belini- Korol: “Políticas ortodoxas e intentos de transformación (1955- 1966)” (2012)

La dinámica de la economía posperonista: Durante los 50 y los 60, la economía argentina transitó un
período de crecimiento caracterizado por la sucesión de ciclos de expansión y contracción (stop and go). El
sector manufacturero continuó siendo la principal fuente impulsora del crecimiento, mientras el sector
primario se estancaba. El aumento de la producción industrial acrecentaba la demanda de insumos y bienes
de capital extranjeros, pero la capacidad de importación, generada por el agro pampeano, era constante.
Esto se debe a la oferta estable de productos exportables y a un período de notables fluctuaciones en el
precio mundial de cereales. Como consecuencia, la economía se enfrentó a crisis cíclicas de la balanza de
pagos.

La fase expansiva era impulsada por el crecimiento de la producción industrial y era reforzada por las
políticas monetarias y fiscales expansivas. Los salarios reales aumentaban y, con ellos, la necesidad de
productos agropecuarios y manufacturados. La reactivación económica expandía la demanda de divisas, al
tiempo que el incremento del salario real reducía los excedentes exportables. Además, se producía un
atraso cambiario (apreciación de la moneda) y un incremento de la inflación.

La fase de retraso comenzaba con la crisis del sector externo. El gobierno se veía obligado a devaluar la
moneda para equilibrar la balanza de pagos, lo que provocaba una redistribución del ingreso desde el
sector industrial al sector primario exportador. Dicha devaluación conducía a la recesión y acentuaba la
inflación. Esto se potenciaba por las políticas monetarias y fiscales restrictivas. Una vez equilibrada la
balanza de pagos, recomenzaba el ciclo. Esto fue así hasta mediados de los 60 que mejoraron los precios
internacionales de la carne y cereales.
Las políticas económicas

Los intentos de ajusto y las ambigüedades de la política económica militar (1955- 1958)

El derrocamiento de Perón no respondió a un deterioro económico, sino que fue una crisis política que le
quitó al peronismo dos de sus principales apoyos: la iglesia católica y el Ejército. A su vez, dentro de los
grupos militares que lo derrocaron tampoco compartían un programa económico. Lonardi, quien encabezó
el golpe entre septiembre y noviembre del ‘55, acordaba con las políticas nacionalistas e intervencionistas
del peronismo. Por el contrario, Aramburu se acercaba a las propuestas liberales, aunque el contexto
político hacía imposible la liberalización extrema.

En lo inmediato, el gobierno de la Libertadora encomendó al secretario general de la CEPAL, Raúl Prebisch


la elaboración de un estudio sobre el estado financiero y económico del país. En los Informes (Informe
preliminar, Moneda sana o inflación incontenible y Plan de Restablecimiento Económico) identifica tres
errores en la política económica peronista: 1. Desaliento a la producción primaria mediante el control del
comercio exterior. Las exportaciones no generaban las divisas suficientes para financiar las necesidades de
importaciones. 2. la política industrial alentaba excesivamente el desarrollo de la industria liviana y
postergado la implantación de industrias básicas, lo cual provocaba una demanda desmedida de insumos
de importación, acentuando el desequilibrio externo. La falta de una política de estímulo a la producción de
energía también fue un error. 3. el déficit de las empresas públicas, la política crediticia expansiva y los
aumentos salariales acordados por encima de los aumentos de la productividad ocasionaban la inflación.

En este sentido sus recomendaciones eran: a corto plazo, corregir desequilibrios externos con políticas
ortodoxas (devaluación, congelamiento de salarios, reducción del déficit fiscal, privatización de empresas);
en el largo plazo, desarrollo de industrias básicas, incremento de la producción energética y racionalización
del papel del Estado. Estas propuestas fueron muy criticadas por el sector que respondía a Lonardi y, obvio,
por los peronistas. Ni Lonardi ni Aramburu lograron implementar un plan económico consistente.

La conducción económica recayó sobre Eugenio Blanco (cercano a Prebisch), luego sobre Roberto Verrier
(liberal que no tuvo éxito) y Adalbert Krieger Vasena (diseño política flexible y adaptada al período
electoral)

Las primeras medidas económicas tomadas en octubre del ‘55 fue la devaluación de la moneda, aplazo del
Segundo Plan Quinquenal, liquidación del IAPI y levantamiento de los controles de precio. Al año siguiente
esto último volvió a aplicarse. En diciembre del ‘57 se reintegró parcialmente la autonomía del Banco
Central, flexibilizó la política salarial y permitió nuevos aumentos. Pese al fracaso en la aplicación de un
programa concreto, se pudieron resolver algunos problemas estructurales, como la cancelación de las
obligaciones contraídas con proveedores de equipos destinados a las empresas públicas. La medida más
importante fue el abandono el bilateralismo y la integración de la Argentina a los organismos multilaterales
de crédito de posguerra (FMI y Banco Mundial).

La devaluación monetaria y el retorno al comercio multilateral no resolvieron el principal problema del


comercio exterior: el estancamiento de las exportaciones, ninguna medida pudo incrementar la producción
primaria exportable, por lo que pronto volvió la crisis de la balanza de pagos y se le sumó una deuda
externa de más de 1400 millones de dólares.

El proyecto frondicista y su transformación

Inicialmente, el desarrollismo buscó combinar el nacionalismo económico y el industrialismo. La superación


de las dificultades económicas requería la constitución de un frente nacional que integrara al movimiento
obrero y al peronismo y rompiera al bloque antiperonista. En lo económico, el desarrollismo se asentó
sobre una postura favorable a la industrialización y el impulso de industrias básicas como único camino
para superar los límites impuestos al crecimiento y la mejora del nivel de vida, debido al estancamiento
agrario y la tendencia a la caída de los precios de exportación de productos primarios, que solo favorecía a
las naciones industrializadas.

Frondizi entendía que el Estado no podría jugar un papel demasiado activo en el proceso de
industrialización. El desequilibrio de la balanza de pagos y el insuficiente grado de capitalización interna
obligaba a convocar al capital extranjero para alentar una rápida industrialización. Estas ideas iban en
contra del ideario antiimperialista que había tenido durante la campaña electoral. En julio del ‘58 se
produjo la firma de contratos con 10 empresas extranjeras para la extracción de petróleo (la “batalla del
petróleo”), con el fin de alcanzar el autoabastecimiento de combustibles. Obvio tuvo mucha polémica entre
las fuerzas políticas.

La política industrial combino dos instrumentos: la Ley de Inversiones Extranjeras (aseguraba el libre giro de
utilidades a las empresas, les confería el mismo estatus que a los capitales nacionales), y la Ley de
Promoción Industrial. Asimismo, se elaboró un programa macroeconómico para resolver la deuda externa
(se firmó un crédito con el FMI a cambio de aplicar un programa de estabilización que incluía una
devaluación e instauración de mercado libre de cambios, aumento de tarifas e impuestos). Las
consecuencias fueron: la caída de casi 7 puntos del PBI y una inflación de 125%, cayeron los salarios reales y
la demanda, creció la desocupación y los conflictos sindicales. La alianza con los sindicatos peronistas, que
Frondizi intentó fortalecer con la sanción de la Ley de Asociaciones Profesionales, se quebró frente a estas
consecuencias. Por otro lado, nombró a Álvaro Alsogaray como ministro de Economía y Trabajo, el cual era
representante del liberalismo económico.

La política de promoción a la inversión externa y los acuerdos firmados con el FMI alentaron un masivo
ingreso de capitales extranjeros, las cuales se centraron en nuevos sectores como el petróleo, la industria
automotriz y la petroquímica. Esto alivió un tiempo el desequilibrio de la balanza de pagos. Sin embargo, el
problema de esto radicaba en que el equilibrio del sector externo se logró gracias al ingreso de inversiones
extranjeras, pero como la ley de inversiones permitía girar las utilidades, crearon un flujo permanente de
divisas al exterior. Ninguna política pudo terminar con la tendencia al déficit porque nunca las
importaciones fueron menores que las exportaciones.

La crisis de 1962

En marzo del 62, el triunfo electoral del peronismo en Bs. As. Desata una crisis política que termina con el
derrocamiento de Frondizi. Asume José María Guido (presidente del Senado), aunque con fuerte tutela de
las FF.AA. Y tuvo que intervenir todas las provincias y municipios. Designó a Alsogaray como ministro de
economía. La política económica siguió los lineamientos del FMI: devaluación, política fiscal y monetaria
ortodoxa que acarreó una depresión del mercado doméstico. Cayó la demanda y la producción. La caída de
la actividad económica y la iliquidez del mercado de capitales produjeron una gran quiebra de empresas. O
sea, se profundizó la depresión.

Asimismo, la inestabilidad política por el enfrentamiento entre “Azules” y “Colorados” complicó aún más
todo. Sin apoyo de los empresarios ni de los sindicatos peronistas, Alsogaray renuncia a su cargo. Delfino y
Martínez de Hoz, sus sucesores, continuaron con la línea de medidas ortodoxas. La prioridad de Guido
estaba en la vuelta a la institucionalidad, por lo que se convocó a elecciones en el ‘63, pero por presión de
las FF.AA. Y de la oposición de Perón a aceptar acuerdos que lo marginen, el peronismo declaró su
abstención (igualmente las presiones a Guido ya lo habían llevado a imponerle condiciones). En julio, ganó
la UCR del Pueblo, liderada por Arturo Illia, con solo el 25%.

La breve recuperación de los sesenta (1963- 1966)

En octubre del 63, asume Illia y marcó un cambio en la política económica. Eugenio Blanco, al mando de un
grupo de economistas, asumió el ministerio de economía y aplicó una política heterodoxa. El objetivo
central era impulsar la reactivación económica y mejorar la capacidad adquisitiva, para evitar una nueva
espiral inflacionaria. Los desequilibrios en el comercio exterior siguieron siendo un límite. A pesar de que
restauraron los controles de precio, la inflación creció.

La estrategia económica oficial y las mejoras salariales obtenidas por la CGT permitieron una recuperación
apreciable de los salarios y estimularon la demanda doméstica, aunque originaron una inflación de costos.
Sin embargo, esto no impidió que la CGT adoptara una posición dura con el gobierno. En 1964, el Plan de
Lucha dispuesto por las 62 Organizaciones implicó la ocupación de cientos de fábricas, frente a la amenaza
de la reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales que tenía como fin limitar el poder de los gremios.

En 1966 el crecimiento económico se desaceleró, creció la inflación y reapareció la amenaza de una nueva
crisis de balanza de pagos. Hacia este año, se instaló un nuevo diagnóstico entre los actores económicos y
políticos: la economía argentina crecía con lentitud, y para solucionarlo, eran necesarios cambios drásticos;
desde esta visión, la democracia no ofrecía el marco institucional adecuado para alcanzar estos objetivos.

Los empresarios y los trabajadores

Durante los gobiernos de Aramburu, Frondizi y Guido varios ministros y secretarios fueron elegidos entre
los miembros de las entidades tradicionales (Soc. Rural, UIA, Cámara Argentina de Comercio, etc.) o de
economistas aprobados por ellos, pero no evitó que hubiera críticas. En 1958, fue mal vista la Ley de
Asociaciones Profesionales y la rehabilitación de la CGT. A partir de 1963, las entidades censuraron las
políticas heterodoxas de Illia.

Mientras estas entidades empresariales se reorganizaban, a partir de 1955 se inició un camino de lucha en
el campo gremial. El gobierno militar intervino los sindicatos y persiguió a la dirigencia peronista. Sin
embargo, esto no debilitó las bases obreras, que resistieron las tentativas empresariales de aplicar
programas de racionalización. El impacto de la experiencia y de la resistencia reafirmó la identidad
peronista de la mayor parte de la clase trabajadora. En 1957, luego del fracaso del gobierno militar en su
intento de normalizar la CGT, surgieron las 62 Organizaciones y los 32 gremios “democráticos”, de
tendencia socialista y comunista.

En los primeros meses de gobierno desarrollista, mantuvieron una actitud colaborativa, vinculada a las
propuestas integracionistas de Frondizi y Frigerio. Sin embargo, la aplicación del plan de estabilización de
1959 desató una ola de violentas huelgas, duramente reprimidas por medio del plan Conintes. En enero del
63, luego de un largo período de intervenciones, un congreso gremial restituyó la CGT a sus autoridades.
Con el control de todos los sindicatos industriales, las 62, comandadas por Augusto Vandor, pusieron a
Alonso, líder de la Asociación Obrera Textil, como secretario general. A partir de ahí, el vandorismo fue la
corriente dominante, empleó la fuerza política y su representatividad en el peronismo como arma de
negociación económica y política. En 1958, la Ley de Asociaciones Profesionales consagró el principio de un
sindicato por rama de actividad y alentó una fuerte centralización de cada gremio. Vandor sacó provecho
de esta fuerza y colocó a los gremios como actores centrales del proceso político.

Una década de cambios. Los sectores de la producción

La recuperación del agro pampeano

A partir de 1953 comenzó una lenta recuperación del agro, que duraría una década aprox. En esos años se
produjeron importantes transformaciones, produciendo un incremento importante de la producción de
cereales. Dicha recuperación se vinculaba con la mejora de la rentabilidad agropecuaria, nuevas tecnologías
(difusión del tractor, mecanización agrícola, nuevas semillas y agroquímicos) y la creación en 1956 del
Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).

En la ganadería, las transformaciones se vincularon al crecimiento cualitativo: la expansión del consumo y


las modificaciones en la demanda mundial alentaron la exportación de razas más magras.
Otro cambio del período fue la desconcentración de la tierra y subdivisión de unidades mayores a 5 mil
hectáreas. Mientras el agro sufría estos cambios, las economías regionales conocieron una etapa de
moderada expansión.

La profundización del desarrollo industrial

A partir de 1958 el impulso desarrollista tuvo cierto éxito impulsando el desarrollo de industrias básicas
(cosa que durante el segundo gobierno peronista no se pudo por la escasez de divisas y contradicciones
políticas). Aunque la política se orientaba a abastecer el mercado interno, la apertura al capital extranjero
buscaba la implantación de ramas industriales tecnológicamente complejas. Extranjerización y
concentración fueron las características principales del crecimiento industrial en este período. Sin embargo,
el desempeño de este sector mostró gran inestabilidad y ciclos de stop and go que condicionaron al
conjunto de la economía. La caída de Frondizi y la aplicación de un plan ortodoxo empujaron al sector a la
peor recesión hasta entonces.

El complejo papel del Estado

Ya Prebisch había abogado por una reducción de la presencia estatal en la economía. Pero el debate
continuó hasta el 56. Por un lado, algunos lo veían como uno de los agentes más importantes para
promover el desarrollo económico, por medio de una intervención selectiva y planificada. Por otro, el
crecimiento de la burocracia y el manejo de las empresas públicas comenzaron a ser considerados un lastre
que limitaba el crecimiento. La aplicación de políticas ortodoxas implicó, entonces, la reducción del gasto
público y la reducción del déficit fiscal (el 1ro de mayo del 58 ya Frondizi anunciaba que el país requería
“una administración pública eficiente, ágil y moderna”). En abril del 61 puso en marcha un plan de
racionalización estatal y privatización de empresas públicas. El gobierno de Guido continuó estos planes, a
diferencia del de Illia que retomó la expansión del gasto público e incremento del personal estatal.

Peralta Ramos: “Paradojas del desarrollo industrial argentino” (2007)

Los principales conflictos sociales

El golpe militar de 1955 inauguró una nueva coalición de clases en el poder. Las fracciones más poderosas
del campo y de la industria recuperaron el control sobre el poder político. Sin embargo, a diferencia de lo
ocurrido en la década del 30, esta vez no hubo una clara hegemonía política de una fracción sobre la otra. A
partir de acá, la burguesía industrial nacional buscó otros aliados y otros canales políticos para expresar sus
intereses. El contenido de clase del peronismo en la oposición cambió sustancialmente: de ser la expresión
de una alianza de clases, el movimiento pasó a representar los intereses económicos y políticos de la clase
obrera.

La lucha entre segmentos de la burguesía

Hasta 1966 coexistieron en abierta lucha los modelos de desarrollo: por un lado, la gran burguesía
agropecuaria intentó reeditar el modelo de desarrollo industrial limitado de la década del 30. Por otro lado,
estaba la fracción que buscada el desarrollo industrial basado en el liderazgo de las ramas de capital
intensivas y en fuertes subsidios, alta protección arancelaria e incorporación de tecnología y capital
extranjero. Ambos sectores presionaron a los distintos gobiernos para que adoptaran políticas afines a sus
necesidades específicas. Por eso, se produjeron violentas traslaciones de ingresos de un sector al otro. La
lucha tuvo como consecuencia un importante crecimiento de la inflación, ya que durante este período la
devaluación del peso fue el principal mecanismo inflacionario.

A pesar de la traslación de ingresos hacia el sector agropecuario, la fracción más poderosa de la burguesía
industrial logró imponer una serie de medidas que consolidaron la vigencia de un nuevo modelo de
desarrollo industrial centrado en el liderazgo de las ramas más intensivas. Este desarrollo fue estimulado a
partir de fuertes subsidios financieros e impositivos, protección arancelaria y considerables inversiones de
capital extranjero. Pero a diferencia del modelo distribucionista, acá la incorporación al consumo de los
sectores populares no fue una variable decisiva.

La devaluación tuvo dos consecuencias importantes: provocar fuertes traslaciones de ingresos al campo e
incrementar las deudas que tenían al exterior las empresas más chicas con menos capacidad de
financiación. A su vez, esto último, hizo que para 1963 la concentración de capital había alcanzado niveles
importantes: el 69% del total del valor de la producción era generado por ramas muy concentradas. Las
pymes quedaron relegadas a áreas marginales de la industria y a la producción de bienes salarios.

Creciente estratificación obrera

El nuevo modelo de desarrollo industrial generó un mercado de trabajo crecientemente heterogéneo y una
progresiva estratificación de la clase obrera. El nivel de los salarios percibidos pasó a depender del sector
de la industria en el que trabajaban. Así se generó una elite obrera, ubicada en las ramas más intensivas de
capital, cuyo nivel de vida tendió a contrastar cada vez más con el de los obreros vinculados a la producción
de bienes salarios. Estos últimos no solo tenían los salarios más bajos, sino que eran sobreexplotados. Esta
sobreexplotación fue un mecanismo importante para la reproducción de las pymes nacionales que
constituían la mayor proporción del empresariado en las ramas productoras de bienes salarios. En estas
ramas, incorporar tecnología para elevar la productividad fue secundario frente al mecanismo de la
sobreexplotación. Otra consecuencia de este modelo vigente, fue la incapacidad de incorporar a la fuerza
de trabajo que anualmente se incorporaba al mercado de trabajo.

Nuevas relaciones de fuerzas entre clase y fracciones de clase

La necesidad de introducir tecnología en el proceso productivo llevó al empresario nacional a vincularse de


distintas maneras con el capital extranjero. Como resultado, la confrontación de intereses entre el capital
nacional y extranjero fue reemplazada por una tendencia a la asociación. Los dos actores sociales centrales
del modelo distribucionista (clase obrera+ burguesía industrial nacional) tuvieron intereses cada vez más
antagónicos.

En este período, las devaluaciones ocurrieron en un momento muy particular del ciclo económico: fueron
precedidas por un déficit estructural de la balanza de pagos y contribuyeron al restablecimiento de su
equilibrio. El déficit de la balanza comercial y su consecuente crisis fue producido por el aumento
desenfrenado de importaciones de bienes de capital e intermedios. El modelo vigente dio así lugar a una
paradoja: toda la expansión de la producción industrial tendía a desembocar en una crisis del sector
externo y, por ende, en una recesión.

Desde el punto de vista de los conflictos, el modelo de desarrollo industrial preservó el poder de veto del
sector agropecuario, porque primero se produjo así una creciente dependencia del sector industrial en
relación con el agro. Esto les otorgó el poder económico necesario para reclamar, en momentos de crisis
del sector externo, la aplicación de políticas que implicaban traslaciones de ingreso a su favor. Generó otra
paradoja: la expansión de la acumulación del capital se realizó sobre la base de un conflicto creciente entre
las dos principales fracciones de la burguesía.

El problema de la legitimidad institucional

Los partidos políticos y los sindicatos dejaron de funcionar como canales efectivos de expresión del
conflicto social, en su lugar, la coerción predominó como método de resolución de conflictos.

Funcionamiento de los sindicatos

La estratificación obrera habría de incidir sobre el poder de negociación salarial de los distintos gremios, y a
su vez, esto dio lugar a un fenómeno típico del período: el caudillismo sindical. Es decir, se produjo un
fraccionamiento de la elite sindical en términos de su capacidad de negociación salarial, que dependió
básicamente del sector de la producción que representaban. El ejemplo más notorio fue Augusto Vandor,
máximo dirigente metalúrgico, usando su influencia en el plano económico, logró acumular político al
pretender independizarse de las directivas de Perón y negociar directamente con la elite dominante. Esto
llevó en 1965 a una ruptura formal del sindicalismo peronista en las 62 Organizaciones “vandoristas” y las
62 de “Pie junto a Perón”.

La pérdida del poder de negociación salarial de los jerarcas sindicales y su capitulación frente al golpe de
1966 habría de determinar un progresivo enfrentamiento entre las bases obreras con las máximas
conducciones del país. De este modo, en lugar de pautar la lucha de clases encuadrándola dentro de las
normas del intercambio y de la competencia, el funcionamiento de los sindicatos habría de potenciar la
lucha de clases precipitando el cuestionamiento al sistema de dominación por parte de las bases obreras.

Funcionamiento de las instituciones políticas

La crisis de hegemonía en el centro de la coalición en el poder fue llevando a una lucha por controlar el
aparato del Estado a fin de obtener reivindicaciones específicas. Por lo tanto, la coerción y confrontación
predominó sobre la negociación y el balance armónico. Otro rasgo típico de este período fue la crisis de
representatividad partidaria, la proscripción del peronismo y los sucesivos golpes militares. Dado que a las
fracciones más poderosas de la burguesía fueron incapaces de constituir un partido político que expresase
sus intereses, les resultó imposible acceder al gobierno a través del juego democrático, a diferencia de las
pymes que podían acceder nucleados en partidos que representen a la clase media.

Entre 1955 y 1966, existieron dos proyectos de dominación en pugna, dos planteos distintos sobre qué
hacer con el peronismo: uno planteaba como única solución al problema de la clase obrera peronista,
marginarla completamente del sistema político mediante la profundización de la revolución militar, la
eliminación de todos los partidos políticos existentes y creando nuevas fuerzas que sean capaces de
polarizar al electorado, es decir, vaciar la antinomia peronismo- antiperonismo. El otro proyecto pretendía
neutralizar a la clase obrera mediante la integración formal en el juego político; para ello, proponían la
“normalización” de los sindicatos, lo cual implicaba la restitución de los sindicatos a los obreros, pero
obligando a los peronistas a compartir la conducción con tendencias minoritarias y afines a la política
oficial. Ambos tenían en común la proscripción del peronismo en tanto fuerza política diferenciada.

En lugar de neutralizar el conflicto social, ocultando la dominación de clase bajo la preeminencia del interés
general, el sistema partidario se transformó en el campo de lucha de intereses parciales e irreconciliables.
Esta crisis deterioró la escasa legitimidad del escenario político, que ya estaba quebrada desde la
proscripción del peronismo.

La caída del peronismo en 1955 expuso la desintegración de la alianza de clases que lo constituyó. Desde
ahí, el peronismo pasó a expresar los intereses económicos y políticos de la clase obrera. La identificación
del peronismo con el deseo obrero de participar en el poder y reeditar el modelo industrial distribucionista
explica la intransigencia de la nueva coalición de clases en el poder. Este deseo obrero fue lo que llevó a los
sucesivos gobiernos del período a considerar peligroso todo ejercicio libre de actividad sindical o política.

Normalmente, el juego democrático tiene de tapar las raíces de la dominación porque permite que el
Estado aparezca como un aparato neutro al servicio de la sociedad en general. Cuando se rompe, porque
del juego se excluye a un importante sector, se crean las condiciones para que la base social de esa fuerza
política proscripta pueda ver al Estado ya no como un aparato neutro al servicio de todos sino como una
estructura institucional que admite un uso determinado, ya que al proscribir toma partido por una
parcialidad de la ciudadanía. Y, a su vez, si esta política ya no neutral se basa en la represión política y
económica de la clase obrera, se generan condiciones para que el contenido de clase de la dominación
salga a la luz, y esto lleva a la radicalización de la protesta social que pondría en cuestión las bases del
sistema de dominación.
Distintas respuestas a la crisis: Los “tiempos” de la Revolución Argentina

El tiempo económico: solución a la crisis de hegemonía en la coalición en el poder

El golpe del 66 buscó superar a fondo la crisis política. La solución residiría en la drástica modificación de la
relación de fuerza imperante. No pusieron un plazo a su permanencia en el poder, de tal forma que
propusieron acabar con la lucha por la apropiación de los ingresos, saldando el conflicto entre las fracciones
de la burguesía a favor del sector industrial.

Onganía buscó terminar con la inflación y modernizar la estructura económica. El desarrollo a largo plazo se
basaría en la transferencia de recursos humanos y económicos de las actividades de baja productividad a
las de alta productividad. Al mismo tiempo, por primera vez en la historia se tomaron medidas para impedir
que la devaluación produjera traslaciones de ingresos a favor del sector agropecuario, como por ejemplo
impuestos sobre la renta potencial.

En el plano político, l mismo tiempo que eliminaba por decreto todos los partidos políticos existentes para
“profundizar la revolución”, articuló una política destinada a cooptar la dirigencia sindical en general, y al
vandorismo en particular, convirtiendo a los jefes sindicales en interlocutores privilegiados del gobierno. A
cambio de ello, debieron abdicar las directivas de Perón y abandonar la lucha por mejorar la situación
económica de sus representados. Pero al levantar huelgas y paros, al aceptar cesantías o perseguir
activistas más combaticos, impulsarían una radicalización inédita dentro del movimiento obrero. El
comportamiento del vandorismo habría de provocar un fuerte cuestionamiento de las bases a la
conducción sindical, identificando a estos con la patronal y los militares, designándolos con el término de
“burocracia sindical”. El rol jugado por estos llevó a que la clase obrera se convirtiera en el eslabón que
politizara la lucha económica, creando las condiciones para el surgimiento de un proyecto revolucionario
dentro del mov. Obrero.

1969 marca el inicio de las violentas manifestaciones populares espontáneas donde por primera vez se
nucleaban obreros y clase media unidos en su indignación ante la coerción imperante y la falta de canales
institucionales donde hacerse oír. Paralelamente, aparecen organizaciones político militares que buscaron
tomar el poder por las armas.

En este contexto, el peronismo adquirió un nuevo significado al internalizar las nuevas formas del conflicto
social antagónicamente: por un lado, estaba la burocracia sindical que pretendía controlar al movimiento y
subordinarlo a la elite en el poder; por otro lado, estaba la tendencia combativa y revolucionar que
pretendía nuclear las bases peronistas tras un proyecto socialista. En el peronismo se proyectó la lucha de
clases que sacudía al país.

En lugar de resolver la crisis de hegemonía, la coerción gubernamental desencadenó el cuestionamiento a


los valores e instituciones del sistema de dominación que puso a la orden del día la posibilidad de que las
mismas cuestionaran la ideología dominante. A diferencia de lo ocurrido en la década del 40, esta crisis de
legitimidad se dio en un contexto caracterizado por el violento enfrentamiento entre fuerzas políticas que
pretendían representar tanto al capital como al trabajo asalariado, se trató de una crisis del Estado en su
conjunto; mientras que en el período previo fue una crisis política que llevó a una fracción del Ejército a
buscar consolidar una alianza de clases entre el capital y los asalariados.

El tiempo político: hacia un Gran Acuerdo Nacional

El principal objetivo del gobierno de Levingston (julio, 1970) sería la elaboración de una salida política de la
crisis. Su corta gestión estuvo signada por una aguda lucha entre quienes querían “profundizar” la
revolución gestando nuevas fuerzas políticas y quienes querían articular una salida con participación de los
partidos tradicionales, incluyendo al peronismo.
En este contexto de levantamientos populares, Lanusse derroca a Levingston (marzo, 1971). Inicia una
nueva etapa política buscando consenso para lograr una salida que incluyese al peronismo. La asincronía
entre el poder político y el económico, las luchas sectoriales y la incapacidad del sistema para integrar al
peronismo condujeron a un antagonismo esteril. Los intereses particulares estaban por encima del general.
Frente a esto, Lanusse impulsó el G.A.N. La condición para la participación del peronismo era que en caso
de ser el partido triunfante, no desmantele las bases del poder económico vigente. Otro objetivo del GAN
fue neutralizar la radicalización de los sectores medios y ganar su apoyo, incorporando las demandas de la
CGE y el Partido Radical. También, intentó desmantelar la tendencia revolucionaria del peronismo. A fin de
cuentas, se trataba de encontrar una solución política a la participación del peronismo, pero una
independiente de las directivas de Perón, una complaciente con las demandas del gobierno militar.

2. Los años inciertos: de José María Guido a Juan Carlos Onganía


Manna: “Coacción y coalición: peronismo y partidos políticos, 1962- 1963" (1993)

Objetivo del texto: se analizará el papel jugado por el peronismo frente al sistema partidario y a los diversos
proyectos elaborados por las distintas administraciones del Ministerio del Interior que, en gran parte,
reflejaron los vaivenes a que se vio sometido el gobierno, que apeló a reglas cambiantes y permanentes
cuyo fin era disolver el poder del peronismo y que fueron desde intentos de integración hasta la exclusión.
Este análisis servirá para destacar las características del peronismo y su potencial de coalición y de
disociación, dos roles que alternativamente ya había tenido, pero en este momento coexistirían. Estas dos
prácticas respondían a las políticas impulsadas por el Consejo Coordinador y Superior del Justicialismo (CCS)
y las prácticas de los diversos grupos políticos y sindicales del “giro a la izquierda”.

La política intentada por el CCS implicaba la concreción de un doble movimiento: el sistema partidario, que
desde 1955 lo había evaluado con desconfianza y temor, debía integrar al peronismo como una de sus
partes legítimas y, al mismo tiempo, este debía relegitimarse mediante su incorporación a un sistema de
partidos que miraba con recelo.

Entre el diálogo y el giro a la izquierda

El primer problema que enfrentó el peronismo al asumir Guido fue la prohibición para asumir los cargos
obtenidos electoralmente. Algunas provincias habían sido intervenidas y aun no se sabía que iba a pasar
con el Congreso. El CCS condenó la deposición de Frondizi, pero remarcando que se había debido a la
“traición a los compromisos preelectorales y a la burla a la voluntad popular”. En abril de 1962 la
convención del CCS se reunió y se debatió que hacer respecto a la ocupación de las bancas legislativas en
caso que no se las entregaran a los gobiernos provinciales que las obtuvieron. Coincidieron en la posición “a
todo o nada”: asumir todos los cargos obtenidos o renunciar a todos.

El 1ro de mayo, el peronismo se limitó a efectuar protestas sin mayor violencia y actos simbólicos de
posesión de la gobernación de Bs. As. Quedaba así establecida la doble estrategia que adoptaría para que le
reconozcan los cargos: para lo formal, el partido y su potencial coalición; para lo informal, el movimiento y
su potencial chantaje. En coincidencia con esto, Delia Parodi manifestó que Peron abandonaría la actitud de
expectativa mantenida desde el triunfo de marzo, propiciando el “giro a la izquierda”. Este giro igual
despertaba dudas: para unos era un llamado de atención para reforzar el equilibrio entre los sectores duros
y conciliadores; para otros, era una reafirmación de la “tercera posición, ni comunista ni liberal”. Cooke
preveía que pasada la etapa electoral que se avecinaba “las líneas insurreccionales tenderán a acentuarse”,
por lo que la tarea era “reorganizar el aparato de lucha violenta”.

En agosto de 1962, estalló una crisis en el ejército, cuyo resultado fue un fugaz predominio del
antiperonismo duro. En septiembre, se acabó su predominio, el justicialismo confiaba en que la línea militar
triunfante, la azul liderada por Onganía, cumpliría su promesa de permitir elecciones libres. Esto fue muy
difícil dadas las diferencias en cuanto a que rumbo tomar que había en el Ejército y qué hacer con el
peronismo: el primer proyecto había sido el de mantener el Congreso y consagrar a un presidente que
permitiera una transición con peronistas electos en cargos subordinados; el segundo era lograr una derrota
electoral mediante la unión de los dos radicalismos y el sistema electoral de lista completa, opción que ya
se había mostrado inviable; por el último, el plan Adrogué, que implicaba la disolución del peronismo
mediante la legislación que ilegalizaba a quien lo invocara de cualquiera manera, otro método ineficaz.

A su vez, el peronismo había ensayado diversos mecanismos de votación, pero sus intentos no se limitaron
a la participación electoral: diversos sectores ensayaban formas de oposición más o menos violentas e
ilegales con la aprobación de Perón. Si bien los intentos colaboracionistas de Matera y Vandor ampliaban
las pautas pluralistas y las instancias partidarias, su límite estaba en los vetos gubernamentales y en los del
propio Perón, que sostenía dos políticas antagónicas al estimular tanto alianzas partidarias como la
intimidación violenta. Estos juegos dobles, tenían su correlato en el gobierno, ausente como centro
orientador de política y valores pluralistas, que mostro en los cambios el reverso de la dualidad que
presentó el peronismo.

Rapsodia en Azul

De la definición de qué hacer ante una salida política, dependía también el futuro de la conducción
peronista. El ala izquierda organizó la Acción Revolucionaria Peronista (ARP), que reclamó la libertad de los
detenidos políticos y la aparición de Felipe Vallese, planteaban que las promesas de los azules cuando
desplazaron a los colorados no se cumplieron. El Ministerio del Interior estaba empeñado en una política
doble de apertura y cerrazón que Perón correspondía al respaldar a Framini en su desconocimiento de todo
acuerdo que no significara una solución totalmente peronista y de reafirmación de los objetivos del “giro”.

En una reunión del CCS con el Partido Laborista y la UP se resolvió que la concurrencia a las elecciones era
la única arma del justicialismo. Buena parte del sistema partidario seguía preparando la Asamblea de la
Civilidad, a cuyos efectos los representantes de ocho partidos (UCRP, PJ, Conservador Popular, Socialista,
Demócrata Progresista, Unión Federal y Demócrata Cristiano) acordaron las bases de coincidencia política.

La incertidumbre de esos días llevó a Perón a afirmar que la dirección partidaria no había logrado sus
objetivos de reformar el Estatuto, ni había asegurado la posibilidad de que el justicialismo fuese respetado
como un partido político en el mismo plano que los demás, por ello, debían preparar dos estrategias
simultáneas: una en caso que hubiese elecciones y otra en caso que no, la cual implicaba desencadenar la
lucha social y militar. Sin embargo, en otoño de 1963 estalló el enfrentamiento entre Azules y Colorados. El
triunfo azul, con sus planteos democratizantes, generó también una abundante discusión acerca de las
elecciones e ingeniería política y en la construcción de un pacto. El plan parecía simple: elecciones con el
sistema de representación proporcional; el Estatuto que imponía la democratización de la vida partidaria
con el objetivo de disminuir el liderazgo de Perón; y la “imposibilidad de retornos a épocas superadas”.
Además. Debería darse el acuerdo a través de la construcción de un frente, sin embargo, estaba implicito
que el pacto tenía sus límites.

Un frente sin perspectiva

La salida de Martínez como ministro del Interior y la asunción de Rauch produjo un giro en la actitud del
gobierno frente al peronismo: de buscar una integración, ahora se pasó a la represión de las actividades
peronistas. Esto causaba desconcierto considerado lo charlado con el anterior ministro. Perón
recomendaba en un nuevo memo “mayor dureza en los principios y alguna flexibilidad en lo político”.
Rauch, por su parte, hizo conocer las condiciones para la participación del peronismo: 1. no podría llevar
candidatos a presidente y vice; 2. las listas de electores presidenciales serían revisadas; 3. podría presentar
candidatos a gobernador en Tucumán, Sgo. Del Estero, Jujuy, Salta y Chubut; 4. un tercio de los candidatos
a legislador debían repartirse entre varias agrupaciones políitcas. A las dificultades propias de esta
negociación, se agregaba la creciente represión del peronismo. En el justicialismo, a poco tiempo del
vencimiento del plazo para presentar listas, había varias actitudes: por un lado, Matera no avalaba
presentarse para servir a esta “farsa eleccionaria”, mientras, por ejemplo, la UP presentó listas para todos
los cargos posibles. Matera terminó renunciando a su cargo como secretario general de la CCS.

La división y el fraccionamiento fueron los destinos de los partidos que acompañaron al justicialismo,
mientras la UCRP reiteró en el gobierno lo que ya había ensayado: su imposibilidad de forjar coaliciones y la
desconfianza frente a los pacos. Esto ahondó la desarticulación del sistema partidario. Las fuerzas armadas
parecían haber alcanzado el objetivo de llegar a los comicios y que no ganara el peronismo.

Conclusión

En estos meses de Guido nadie sabía cómo sería la jugada a seguir y las políticas gubernamentales
enfrentaban el dilema del fracaso o ir a la zaga de los acontecimientos, forjando un contexto en el que solo
los grandes apostadores tenían una ubicación a salvo de las contingencias ya que apelaban al poder
coactivo cuando el de iniciativa les era vedado. Es precisamente la imprevisibilidad que asoló esos días la
causa de la fugacidad de las decisiones tomadas y la rápida anulación de cualquier proyecto. Era un
escenario donde tanto los pactos como los intentos de salvataje estaban obstruido. Los líderes se
caracterizaron por ejercitar un poder de veto estratégico que opacó cualquier posibilidad de destrabar el
juego en que se había convertido la política nacional. Ese mecanismo asignaba cualquier resultado a la
gestión de los diversos operadores y fue mucho más fácil para la mantención de ese esquema desde que
jamás hicieron ningún intento por establecer un diálogo formal. Las respuestas al peronismo fueron muy
diversas. El peronismo no era un fenómeno que exigía una solución sino el objeto de un decreto que se
había disuelto como potencia electoral y, por ende, como realidad política.

Mientras el grueso de los dirigentes, motivados por la maximización de resultados hizo girar la discusión en
torno a diversos candidatos y sus líderes encontraron un límite en la indivisibilidad del premio mayor
forjando un juego con dos niveles bien discriminados, faltó, no obstante, la erección de acuerdos
sustantivos sobre mecanismos que permitieran la incorporación de valores universales, facilitaran la
convivencia cívica y posibilitaran una cultura política tolerante.

Schneider: “Los límites de la ofensiva empresarial y gubernamental sobre la clase trabajadora” (2006)

Objetivo del texto: analizar el accionar y comportamiento del movimiento obrero sobre tres aspectos: el
compromiso alcanzado alrededor del convenio colectivo metalúrgico de 1960; el grado de la dirigencia
sindical ante sus bases y los conflictos gremiales de esta coyuntura en el AMBA.

Frondizi: la ingobernabilidad como rasgo característico del período

Los diversos factores que hicieron difícil la gobernabilidad:

1) La orientación económica, si bien generó simpatías entre la burguesía asociada con el capital extranjero,
también produjo descontento y rechazo por parte del sector agropecuario

2) Las presiones de las FFAA sobre qué hacer con Perón y el peronismo, sobre todo en torno a la cuestión
laboral; de hecho, en gran parte, la ingobernabilidad se explica por la permanente impugnación que
efectuó la clase obrera en estos años

3) Los planteos castrenses inscritos en el contexto de Guerra Fría, alineamiento político con EEUU y el
impacto de la Revolución Cubana

Las transformaciones en el ámbito industrial

Las políticas establecidas en el “Plan de Estabilidad y Desarrollo” que expuso en 1958 no se agotó en el
enunciado, sino que la modernización del sector secundario consistió también en la importación de
maquinarias y estuvo concebida en torno a una mayor racionalización del trabajo empleado. La mayoría de
los analistas acuerdan con que se inició una nueva etapa económica en el país caracterizada por una
coincidencia de interés entre la burguesía industrial nativa y el capital extranjero. La orientación respondió
a la convergencia de dos factores: 1. el funcionamiento y la necesidad de expansión de unidades de
producción establecidas en los países del centro; 2. las condiciones particulares del mercado interno
argentino y de la capacidad de pagos del país.

Se quiso mejorar el rendimiento de las máquinas existentes y las incorporadas en la oleada de


modernización, mediante una reorganización del empleo, objetivo de algunos sectores de la burguesía
anhelaban desde el segundo gobierno peronista.

Para lograr esto, sectores empresariales, con el aval del Ejecutivo, intentaron desarticular el poder de la
clase obrera en los talleres y las fábricas. En el contexto económico y político, se quisieron incluir ciertas
pautas reguladoras de la actividad productiva en los convenios colectivos. Los nuevos convenios a partir de
1960 buscaron una mayor racionalización de las tareas, con un significativo incremento en los ritmos de
producción. De este modo, por más que en algunas ramas industriales se firmaron acuerdos que tendieron
a beneficiar al capital, no se puede concluir que estos resultados hayan sido similares en todas las
negociaciones.

Una mirada distinta sobre el convenio metalúrgico de 1960

Los intentos por incrementar los índices de productividad tuvieron su relación no en una disposición legal,
sino en la lucha de clases. De ahí que no tenga sustento la afirmación de James de que “la definición de
pautas adecuadas de producción y niveles de rendimiento pasó a ser desde ahora prerrogativa exclusiva de
la patronal”. Las relaciones de fuerza entre las clases y su enfrentamiento determinaron la posibilidad de
negociar incentivos. Por otra parte, la viabilidad dependió tanto del propio desempeño de la lucha como de
las necesidades de un mercado en expansión. Esto fue lo sucedido en la industria metalúrgica a diferencia
de sectores vegetativos como alimentos o textil.

Si bien los temas centrales, como la negociación del convenio, quedaron en manos de la burocracia sindical,
los organismos de base fabriles tuvieron injerencia en “todos los problemas laborales que afecten total o
parciamente al personal”. De este modo, en el caso de la UOM, las apreciaciones que vierte James acerca
de las limitaciones en las facultades de las comisiones internas no fueron de esa naturaleza. En realidad,
estas continuaron siendo un obstáculo para que los empresarios alcanzaran los niveles de producción que
anhelaban.

Ya fuese por la sustitución de trabajo por capital, por el ingreso de inversiones extranjeras, como por la
aplicación del nuevo reordenamiento en el mundo laboral en algunos sectores manufactureros, las
principales clases antagónicas del país comenzaron un proceso de reacomodo a comienzos de los 60. Si
bien se registró un incremento diferencial en los niveles de productividad en diversas ramas de la industria,
eso no implico que haya producido por una situación de “derrota y desmovilización”, como dice James. Por
el contrario, la aplicación de las nuevas condiciones laborales no resultó una tarea sencilla. Tanto la
presidencia de Frondizi como los sucesivos mandatarios debieron enfrentar a una clase obrera con altos
niveles de organización y que, en más de una ocasión, impugnó los proyectos empresariales y
gubernamentales. Estaban organizados, no derrotados.

El afianzamiento de las prácticas integracionistas de la dirigencia sindical

En este contexto no fue extraño, por ejemplo, encontrar numerosas denuncias contra la cúpula textil por
imponer a hombres provenientes de su riñón como secretarios generales. Al igual que los 32 Gremios
Democráticos, las 62 Organizaciones priorizaron la política de convivencia con los gobiernos de turno antes
que el enfrentamiento. Así, el comportamiento pragmático del conjunto de los jefes gremiales se fue
acentuando con la promesa de Frondizi de restablecer la CGT. No obstante, con el aumento en el número
de medidas de fuerza en 1961, el liderazgo de estos comenzó a ser discutido por las bases.

Los conflictos laborales del año 1960

La mayoría de los ensayos que analizaron el período basándose en las estadísticas por el Ministerio de
Trabajo consideraron que ese año la conflictividad fue escasa. Por el contrario, acá intenta demostrar que
se puede llegar a una conclusión distinta si se analizan los diarios de ese año. En primer lugar, estas
medidas implicaron una clara defensa de la fuente del empleo. En segundo lugar, las protestas
manifestaron un alto componente de solidaridad con los despedidos o suspendidos.

Motivos de enfrentamiento:

1) En muchos casos, las cesantías fueron originadas a raíz de medidas disciplinarias de castigo ante1
conflictos previos, iniciados por aumentos de salarios o por modificaciones en los sistemas de producción.
Frente a ello, y en el marco recesivo del mercado laboral, los trabajadores cambiaban el eje del embate
pasando a defender el puesto de trabajo.

2) Se suscitaron conflictos alrededor de las negociaciones por la renovación de los convenios colectivos de
trabajo. En 1960 no solo se discutieron incrementos salariales para los distintos escalafones, sino que
también se establecieron normas que tendieron a regular las relaciones laborales en las unidades de
producción. Un número importante de estas “conversaciones” se llevó a cabo mediante el empleo de
medidas de fuerza.

3) En menor medida, los hubo en torno a las interpretaciones que regulaban los convenios laborales. En
general, esta clase de protesta estuvo localizada en el ámbito manufacturero.

Formas de enfrentamiento: predominaron los paros por 24 hs.; ceses de tarea parciales de tres y cuatro
horas por turno; trabajo a reglamento, a desgano y quites de colaboración; ocupaciones de fábricas.

El reacomodo de la dirigencia gremial

Los representantes sindicales estaban transitando otra etapa, ya no era el regreso de Perón el eje
dinamizador, aunque no lo dejaran de predicar. El fracaso de los sectores “combativos” por controlar el
movimiento, el surgimiento de variantes neoperonistas, el pragmatismo de la cúpula laboral, el
acercamiento del Poder Ejecutivo con la devolución de la CGT mostró una situación distinta en los hombres
que conducían el movimiento. Al margen de que algunos estaban más “integrados” que otros, el conjunto
de la burocracia sindical no tenía intenciones de alterar el equilibrio de fuerzas que le permitía presionar y
negociar ni tampoco la posibilidad de perder los privilegios otorgados por la Ley de Asociaciones
Profesionales. La institucionalización de los organismos gremiales y la política dialoguista instrumentada
por el presidente fue una realidad que favoreció a todas las tendencias sindicales.

Algunas consideraciones sobre el control de la burocracia

Pese a la integración de los jefes sindicales a los sectores de poder, no debe interpretarse que no
estuvieron obligados por las bases a hacer maniobras para preservar su poder, dados los cuestionamientos.
Poco a poco, los dirigentes sindicales tuvieron que valerse de la cartera laborar para lograr impugnar listas
opositoras que fueron surgiendo. El hecho de que las conducciones de los gremios, durante la década del
60, hayan empleado diversos mecanismos para perpetuarse en los cargos indica que hubo
cuestionamientos a sus mandatos. Además, los dirigentes se valieron de diferentes métodos de persuasión;
y a este método empleado en las asambleas como el poder que tenían en el sistema de elecciones de
cargos sumado a la respuesta no siempre colaborativa de las bases, es otra explicación contraria a la visión
de James de este proceso.

1961: las medidas de fuerza cobran nuevo impulso


El proceso experimentado en el gremio textil reflejó otro asunto significativo: las bases obreras no
compartieron la dinámica pragmática e integracionista de la burocracia. Las luchas registras este año así lo
demuestra. Del mismo modo que en 1960, los industriales y ferroviarios protagonizaron la mayor cantidad
de medidas de fuerza. En cambio, en contraste con el año anterior, si se considera el número de jornadas
no laborables, se observa que fueron encabezadas por estatales.

La principal causa de los enfrentamientos fue la de frenar la caída del nivel de vida. De este modo, los
reclamos se presentaron durante las negociaciones de los convenios colectivos. Otro motivo se dio en torno
de las interpretaciones de las normas que regulaban la vida laboral en las fábricas: contra los aumentos de
los ritmos de producción y el trabajo incentivado. En menor proporción, hubo protestas ante los retrasos
de los sueldos y bonificaciones y contra la racionalización en la administración pública y la privatización de
los servicios.

Los ferroviarios frente al Plan Larkin

La dinámica posterior a la fuerte represión de diciembre de 1958 se aprecia mejor si se considera la


cantidad de pequeños conflictos desplegados en las diversas seccionales en todo el país. Hasta fines de
1960, los principales enfrentamientos se desarrollaron en solidaridad con los obreros cesanteados y en
defensa de las normas establecidas en los convenios colectivos.

La propuesta del Poder Ejecutivo consistía en cumplir con las metas asignadas por el Plan de
Reestructuración Ferroviaria, el “Plan Larkin”. El estudio técnico proponía eliminar el 50% de la red
existente, levantar los ramales sin tráfico productivo, enajenar las tierras e instalaciones sobrantes,
privatizar los servicios auxiliares, modificar el régimen laboral en todos los escalafones y despedir a 75 mil
empleados. Frente a la postura intransigente del presidente de continuar su plan, los ferroviarios
decidieron la medida de fuerza a fines de octubre, pese a la actitud dialoguista de la burocracia. El gobierno
se propuso reprimir e impedir el paro sin descuidar la posibilidad de que ambas dirigencias levantaran la
protesta y se integraran al comité encargado de las tareas de racionalización.

En el transcurso del conflicto, las mujeres y la familia de los ferroviarios cumplieron un papel notable. Hubo
momentos en que las mujeres efectuaron acciones de protesta. Las esposas colaboraron también en la
distribución de boletines de huelga, tanto en las visitas a prisión como en los barrios.

El conflicto tuvo un importante contenido de autonomía gremial. Mientras los directivos de las principales
organizaciones aconsejaron permanecer ocultos de las redadas policiales, muchos testimonios muestran
que no fueron obedecidos. Los trabajadores tomaron la protesta con sus manos, se dedicaron a formar
comisiones que permitieron extender durante más de cuarenta días la protesta. En pleno conflicto,
desaparecieron las divergencias entre los miembros de los sindicatos ferroviarios, integrando las
delegaciones y redactando volantes y boletines. Aunque algunos autores sostuvieron que el conflicto
triunfó debido a que se impidió la aplicación del Plan Larkin, la evidencia y testimonios sugieren que debe
matizarse esa idea. Vale recordar que, si bien el proceso privatizador y de desmantelamiento fue frenado,
una pequeña parte de la movilización se cumplió y en muchos ferroviarios quedó una sensación de derrota.

De Frondizi a Guido: la gobernabilidad institucional puesta en jaque

Diversos factores convergieron para que Frondizi retomara sus postulados originales de integrar la
dirigencia gremial a su proyecto político y así mejorar la legitimidad de su gobierno. En esta visión, una vez
finalizada la huelga ferroviaria, el Ejecutivo convocó a elecciones legislativas para marzo del 62. Al
peronismo esto le presentaba la viabilidad de participar en la arena electoral. Después de una serie de
marchas y contramarchas, Perón avaló participar aceptando la hegemonía de la dirigencia gremial.

El 28 de marzo de 1962, las FFAA sacaron a Frondizi y designaron a Guido, el presidente del Senado. En este
breve mandado, el enfrentamiento de los distintos grupos de la clase dominante fue muy fuerte. El
derrocamiento de Frondizi y la imposibilidad de integrar al peronismo en el sistema político abrieron una
situación de fuerte inestabilidad: durante un año se estaba a la expectativa de una guerra civil. La
confrontación mantenida entre las facciones militares “azules” (legalistas) o “colorados” (gorilas) da cuenta
del clima de época, cada una actuó respaldada por grupos civiles. En este panorama, los colorados
consideraron la proscripción total y permanente del justicialismo, en su visión, el peronismo era violento,
sectario y clasista, y posible puerta de entrada al comunismo. En cambio, los azules propugnaron la
integración del movimiento y su dirigencia en el sistema político con el fin de evitar la radicalización de la
clase obrera.

La alineación de los líderes laborales ante el triunfo de los azules

En este contexto, la dirigencia sindical optó por mantener sus espacios de poder. La integración de la
mayoría de la burocracia sindical al sistema político, junto con la participación electoral de 1962, llevaron a
que esta se convirtiera en una interlocutora de primer orden: tanto ante el resto de los partidos como en el
seno del justicialismo y frente a Perón. Este comportamiento dialoguista y la oscilación de la burocracia
respondieron, por un lado, a la búsqueda de acercamiento con el gobierno y las FFAA. Por otro, fue
consecuencia del alineamiento que se produjo en el seno del peronismo, entre “duros” y “blandos”. El
peronismo estaba transitando una situación que lo llevaba a convertirse en un partido adaptado a las reglas
del sistema electoral, mientras se iban conformando corrientes hacía la izquierda y a la derecha de su
espectro ideológico. Paralelo a ese desarrollo, las nuevas camadas de dicho movimiento y la clase
trabajadora hicieron un proceso de aprendizaje a partir de las luchas libradas con anterioridad.

Los enfrentamientos laborales durante el colapso gubernamental

En 1962, las medidas de fuerza disminuyeron en comparación con el año anterior debido a la situación
política que transitaba el país. El ascenso en los niveles de conflictividad se evidenció en momentos en que
se exhibió una grave crisis institucional. De manera análoga a la situación política de inestabilidad
institucional, el horizonte económico no fue alentador para la ejecución de protestas. A eso se sumaron las
rigurosas disposiciones dictadas por el Ejecutivo que suprimió las personerías de algunos sindicatos junto
con la reglamentación del derecho de huelga.

Como esas medidas no bastaron para controlar la situación social, el gobierno se amparó en el uso del
terror y la represión en el movimiento obrero. El secuestro y la posterior desaparición del obrero
metalúrgico Felipe Vallese fue un hecho que simbolizó los reclamos de esta naturaleza,

A pesar de este sombrío panorama, la actividad huelguística continuó por fuera de los representantes
sindicales. Además de los paros generales, la clase obrera practicó diferentes ceses de actividades (totales y
parciales) junto con trabajos a reglamento, quites de colaboración y tomas fabriles. Las principales luchas
se originaron ante el atraso y la falta de pagos de los haberes. La segunda preocupación que afectó a los
asalariados fue la eventual pérdida de fuente de empleo. Un tercer motivo, en cantidad de protestas, se
suscitó alrededor de la renovación de los compromisos laborales. Como en los dos años anteriores, no solo
se discutieron las cifras de los aumentos salariales, sino también los cambios en las formas de organizar la
producción.

Las enseñanzas adquiridas por la clase obrera

1) Los empresarios no pudieron destruir el núcleo de los talleres y de las fábricas: las comisiones internas y
los cuerpos de delegados. El cumplimiento de la paritaria no quedó a merced de la dirigencia gremial, sino
que dependió de la propia de la lucha de clases.

2) La burocracia sindical distó de tener un control monolítico ante sus bases. Los numerosos
enfrentamientos laborales que surgieron fueron por fuera de su voluntad como también la existencia de
cuestionamientos relativizan aquellas afirmaciones que hacen referencia a un panorama de
“desmoralización y aislamiento” en el movimiento obrero.
3) Las protestas dejaron un cúmulo notable de experiencia y de organización que fue creciendo con el paso
del tiempo.

El principal saldo dejado por las medidas de fuerza de esos años, sobre todo las desplegadas en 1962,
fueron las ocupaciones industriales. Sin dudas, las tomas fueron acciones defensivas ante el ataque sufrido
en la calidad de vida del trabajador. Empero, estas constituyeron un punto de inquietud para la clase
dominante y sus distintos voceros porque alteraban el derecho a la propiedad privada. En los hechos, se
estaba debatiendo el mando del capital al interior de los establecimientos. Dejando de lado los resultados
inmediatos de los conflictos, tanto la relevancia política y social que adquirió el movimiento obrero como la
experiencia resultante de las ocupaciones fabriles practicadas durante estos años, fueron hechos visibles
que incidieron sobremanera en el gobierno de Illia.

Cap. IV: “La dinámica obrera durante la presidencia de Arturo Illia (1963- 1966)”

Objetivo del capítulo: explicar el peso y el accionar de la clase trabajadora en ese período. En general, ha
sido enfocado haciéndose hincapié en el ámbito de las negociaciones y las presiones de la dirigencia
gremial. Pero esta es una visión incompleta, dado que la relevancia y el poder que gozó la burocracia
laboral se debieron a la capacidad de movilización de sus bases. En este sentido, tanto los representantes
como los distintos grupos dominantes observaron con particular atención el comportamiento de la clase
obrero. Esto no se debió solo a que esta tuvo un peso decisivo en el peronismo, sino también a que sus
reivindicaciones económicas fueron un fuerte obstáculo para la burguesía en su proceso de optimización
del capital.

Las elecciones presidenciales de 1963

Más allá de los resultados electorales, habia un problema mayor: los radicales del pueblo (Illia) eran el
sosten civil de los colorados, pero el Ejército estaba al mando de los azul.es El apoyo con el que contó Illia al
principio por socialistas, neoperonistas, conservadores y comunistas se desvaneció. A los pocos meses
estaba aislado. Los primeros problemas fueron los más evidentes: cómo contener al movimiento obrero,
qué papel debía desempeñar el peronismo, hacia donde orientar la acumulación de capital (el ministro
Blanco optó por estimular la producción agropecuaria para exportar)

Las ocupaciones de fábricas: una forma de protesta que se empieza a generalizar

En este contexto, un sector de activistas, que participaban en comisiones internas y cuerpos de delegados,
comenzaron a manifestar su descontento mediante paros, trabajos a reglamento y ocupaciones fabriles. En
1963, las bases obreras, respondieron con ocupaciones. De todas ellas, la de toma de Kaiser en Córdoba fue
un hecho sintomático que anticipó los rasgos esenciales del conflicto en 1964.

Observaciones de estos conflictos:

1) el contenido y el avance de las protestas matizan la afirmación enunciada acerca del férreo control que
ejerce la burocracia del movimiento obrero

2) las ocupaciones fabriles comenzaron a convertirse no solo en una herramienta efectiva de reclamo, sino
que también sirvieron de instrumento de negociación y de presión empleado por la burocracia para pelear
su lugar en diferentes espacios de poder

3) este método ayudó a cristalizar un factor de poder que operó en la arena política. Para conquistar dicho
espacio, los representantes obreros no dudaron en enfrentarse con los otros grupos dominantes y contra
Perón

4) la conducta sindical se la debe analizar en un contexto donde se puso en discusión y se disputó la


potestad institucional de los sindicatos: la ley de asociaciones profesionales

Los prolegómenos a la segunda etapa del plan de lucha


Desde el comienzo de la gestión de Illia, los dirigentes de la CGT mantuvieron encuentros para dialogar
sobre problemas que habían sido bosquejados durante el mandato de Guido. Tras fracasar estas reuniones,
se dispuso un paro general el 6/12. En una primera instancia, se aprobó un plan que consistía en dos
etapas: una de agitación y otra de acción directa. Los distintos sectores empresariales y políticos intentaron
utilizar el Plan de Lucha para sus propios beneficios. No obstante, bregaron para que la medida de fuerza
fuera controlada por la cúpula de la CGT impidiendo acciones independientes de la clase obrera. La CGT se
movió cautelosa evitando disponer un enfrentamiento donde salga perjudicada. Mientras la conducción de
la CGT ultimaba los preparativos para el enfrentamiento, no descartaba su interrupción si se alcanzaba un
compromiso con el gobierno. En respuesta, Illia, a fin de detener la protesta, impulsó la ley de salario
mínimo, vital y móvil.

Las ocupaciones con rehenes no solo fueron un problema en cuanto a un claro perfil simbólico, al alterarse
disciplina patrón- obrero por la de obrero- patrón. Además, se destaca que se puso en discusión la
propiedad privada y la puesta en producción de las empresas.

La segunda etapa del Plan de Lucha de la CGT

La CGT, para lograr la efectividad en el enfrentamiento, decidió dividir el territorio nacional en ocho
regiones, la planificación de las ocupaciones estuvo en directa correspondencia con cada una de estas
zonas. Al margen de las disposiciones y del organigrama planificado por la central, hubo numerosas
ocupaciones y tomas de universidades que no estuvieron previstas y que emergieron como corolario de
esta medida de fuerza.

Algunas consideraciones sobre el Plan de Lucha

Uno de los componentes que más se destacaron fue el alto grado de planificación, precisión y
clandestinidad que conllevaron las ocupaciones. La CGT dispuso, para que la protesta fuese efectiva, que
los establecimientos encargados de ejecutar la medida no se conocieran hasta último momento, para
mantener el carácter sorpresivo y conspirativo. Hubo ocupaciones que presentaron un alto grado de
autonomía gremial. EN los hechos se condensó de la experiencia adquirida en la Resistencia,
independientemente de la cúpula sindical. Es evidente que la central dispuso esta medida de fuerza a partir
de la práctica que venían desarrollando los trabajadores, se valió de una forma de lucha empleada por los
obreros. Si bien la puesta en práctica de todos los métodos de lucha implicó una alta cuota de organización,
la toma de las instalaciones fabriles fue un tipo de enfrentamiento donde estas cualidades se hicieron más
necesarias. La ocupación implicaba la planificación de la vida de los obreros y de los rehenes. Tareas como
guardias, autodefensa, comida, divulgación y apoyo fueron labores imprescindibles. La ocupación requería
una amplia democracia obrera. Un fenómeno que estuvo presente fue la iniciativa obrera de continuar con
el proceso de producción.

El despliegue de los operativos permitió una participación notable de los militantes y activistas de
izquierda. A pesar del vandorismo, la gimnasia de tomas de fábricas tuvo el efecto de politizar a muchos
trabajadores hacia posturas radicalizadas. No solo por la experiencia, también porque una actitud
combativa generaba espacios y puntos de contacto con los militantes, posibilitando la labor de este
espectro ideológico. Por último, las jornadas de protestas permitieron que los trabajadores transiten de
una lucha sindical a una lucha política, que englobe al conjunto de la clase obrera. Las reivindicaciones
planteadas, las acciones llevadas a cabo, así como los enfrentamientos con los aparatos represivos del
estado condujeron a que embrionariamente se llevase a cuestionar el propio sistema social, económico y
político de explotación del capital.

Las medidas de fuerza de la CGT y la disputa en el movimiento peronista

El 8 de junio se aprobó la tercera fase del Plan de Lucha que consistía en la ejecución de “cabildos abiertos”
y movilizaciones callejeras. La burocracia gremial reiteró los puntos planteados en la segunda etapa: salario
mínimo, vital y móvil, actualización de los haberes para jubilados, amplia amnistía, eliminación de la
legislación represiva, esclarecimiento del caso Vallese, reincorporación de los cesantes.

Las ocupaciones habían otorgado a Vandor un fuerte instrumento de negociación y presión. No solo frente
al gobierno, las FFAA y el mundo empresario, sino también en las discusiones intrínsecas del peronismo,
tanto en Bs. As. Como en Madrid. En una coyuntura donde el Ejecutivo intentó legalizar al justicialismo, el
sector conducido por Vandor se impuso por comicios internos sobre el aparato de la tendencia de Framini.
En este escenario, el 5 de agosto se fundó el Movimiento Revolucionario Peronista para frenar al
vandorismo.

Al margen de estas disputas, Vandor se preocupó de que el movimiento participase en las elecciones
parlamentarias del 65; producto de ello, la tercera etapa del Plan de Lucha se concentró en alentar el
regreso de Perón. El Operativo Retorno permitió al sector que controlaba al peronismo avanzar en la
integración de Perón a la democracia; de esta manera, las prédicas reivindicativas pasaron a un segundo
plano.

El fracaso del Operativo Retorno benefició al proyecto de Vandor de liderar al justicialismo. La imposibilidad
de que el General regresase al país consolidó los planes de integrar al justicialismo al juego democrático. Si
no se lo podía eliminar, había que neutralizarlo. Illia intentó admitir al movimiento dentro del sistema. La
conversión del PJ en un partido oficial, pretendió canalizar la protesta social dentro de los parámetros
establecidos.

Posteriormente, el conjunto de las organizaciones gremiales peronistas se abocó a las elecciones


legislativas. Ante la negativa de la justicia electoral de otorgar la personaría legal al PJ, éste se presentó con
las boletas de la Unión Popular. Éstas, digitadas en gran medida por el sector afín a Vandor, se integraron
con un destacado número de dirigentes sindicales.

Los conflictos obreros continúan pese a las negociaciones de la central sindical

Durante 1965, las principales preocupaciones de la clase obrera se dieron alrededor de las suspensiones,
los despidos, las negociaciones de los convenios colectivos y los aumentos salariales. El tipo de protesta no
difirió con el empleado previamente.

La ruptura de la central sindical

Al mismo tiempo que los obreros defendían a diario las conquistas laborales, la corriente gremial liderada
por Vandor debió resolver dos temas: por una parte, tuvo que enfrentar el intento del Ministerio de
Trabajo de dividir al movimiento sindical. La doble táctica política del gobierno de crear un sector adicto a
su gestión se agudizo en 1965. Con ese objetivo, se modificó la Ley de Asociaciones Profesional: esta norma
jurídica atacó al poder financiero de las entidades nacionales al disponer que las seccionales pudiesen
cobrar las cuotas que aportaban los asalariados. Para los obreros, la legislación fue peor: estableció la
posibilidad de ampliar el número de sindicatos por fábrica, destruyendo la organización por rama de la
industria, les prohibió expresamente la práctica de cualquier actividad política en dicho ámbito y exigió la
realización de asambleas convocadas con treinta días de anticipación para disponer medidas de fuerza,

Por otro lado, durante el segundo semestre de 1965 y el primero del 66 se agravó el enfrentamiento entre
Vandor y Perón. La pugna tuvo una fuerte repercusión en el país, sobre todo, respecto al arribo de María
Estela Martínez como esposa y delegada, y también se relacionó con la posibilidad de que el movimiento,
conducido por los representantes gremiales y enfrentados con Perón, formase un partido que se alejase de
las concepciones del ex presidente. La respuesta de los representantes laborales a estos dos problemas fue
la convocatoria a la quinta etapa del Plan de Lucha.

Los últimos meses del gobierno de Illia


La cúpula gremial no perdió ocasión para sumarse a la campaña de desprestigio contra el Poder Ejecutivo.
El aparato político justicialista, desde los inicios del gobierno radical, pensó en la posibilidad del
derrocamiento de Illia. Mientras tanto, la clase obrera continuó protagonizando numerosas medidas de
fuerza. En medio de este panorama, la CGT convocó a efectuar una huelga general de 24 hs. en repudio a la
actitud del gobierno de vetar las reformas de la Ley de Contrato de Trabajo, las cuales introducían mejoras
para los trabajadores.

Era evidente que la inestabilidad reinante respondía a un desequilibrio de fuerzas que se hallaban
desatadas desde el golpe del 55 y que aún no se habían podido encauzar. A estas dificultades se superponía
otra preocupación: desde hacía más de una década que la clase dominante no lograba estabilizar la
situación económica y política mediante un proyecto coherente de acumulación de capital de inserción en
la nueva división internacional del trabajo post 2GM. Para alcanzar tales fines, debía imponerse sobre el
movimiento obrero, alinearse en forma unificada, alrededor de un único proyecto modernizador. De ahí
que el alcance y el significado de esta nueva intervención militar contrasten con los precedentes. En tal
sentido, se razonaba que la presencia castrense debía organizar condiciones más estables para la
acumulación y garantizara su dominación de clase. Ante esta, perspectiva, las profecías y las esperanzas de
numerosos sectores cercanos al poder se cumplieron el 28 de junio de 1966 con la autodenominada
Revolución Argentina.

Belini- Korol: “El fracaso del autoritarismo desarrollista y de los populismos” (1966- 1976) (2012)

El período de madurez del modelo mercadointernista

A mediados de los 60, la economía argentina comenzó a superar las trabas que, desde la década de 1950, la
limitaban. Por un lado, el agro pampeano dejó atrás su estancamiento e inició un período de crecimiento
sobre la base de notables transformaciones productivas y tecnológicas. Por otra parte, el sector
manufacturero inauguró una etapa marcada por una mayor integración vertical, gracias al desarrollo de la
producción de insumos básicos y la aceleración de su tasa de crecimiento. Al mismo tiempo, la industria
comenzó a exportar productos, desarrollando su capacidad competitiva y aliviando el problema de la
escasez de divisas. Sin embargo, la supervivencia de gran parte del sector industrial dependía de la
protección oficial y su crecimiento requería políticas macroeconómicas consistentes, no siempre posibles
en un contexto de agudos enfrentamientos. De hecho, la crisis internacional de 1973 puso de manifiesto las
debilidades de la economía argentina. El fracaso de los acuerdos intersectoriales agudizó el conflicto por la
distribución del ingreso e inhibió la búsqueda de políticas económicas moderadas. En 1975, el Rodrigazo
cerró el ciclo.

Las políticas económicas: el Onganiato y “el tiempo económico”

La Revolución Argentina se trataba de un gobierno sin plazos, cuyo propósito fundamental era transformar
la estructura económica y el orden político. El sistema político instaurado en 1955, cuya legitimidad estaba
cuestionada por la proscripción del peronismo, sería reemplazado por un nuevo orden autocrático que se
elevara más allá de las presiones sectoriales y alentara políticas económicas modernizadoras. El empate
debía destrabarse, para ello debían disciplinar a los sectores populares y sus organizaciones (sindicatos,
sobre todo). El Onganiato era una reacción frente a los problemas del capitalismo periférico, la
industrialización incompleta y los desafíos de la modernización social (Estado Burocrático Autoritario, diría
O’Donnell). Onganía y su equipo concibieron la idea de que los desafíos que enfrentaba el país debían ser
tratados por etapas sucesivas, asegurando el férreo control del Estado sobre la sociedad: tiempo
económico, tiempo social y, cuando estos hayan alcanzado la modernización, tiempo político.
Sectores que apoyaron a la R.A.: católicos integristas de raíz autoritaria y conservadora, militares y civiles
liberales. Intentó cooptar a algunos sectores sindicales (no derogando la Ley de Asociaciones Profesionales,
por ejemplo)

El plan de Krieger Vasena (1967- 1969)

Su plan se trataba de un programa económico original que combinaba instrumentos clásicos de


estabilización con medidas destinadas a promover el desarrollo económico. El principal objetivo era
detener la espiral de precios y salarios. Así, se apartaba de los planes ortodoxos aplicados en el pasado, ya
que se proponía evitar la transferencia de ingresos al sector agrario y sus consecuencias sobre el nivel de
ocupación y actividad de la economía urbana; se intentaba contener la inflación a través de acuerdos con
las grandes firmas y se aplicaba una política monetaria y crediticia expansiva para favorecer la inversión
privada.

La apertura económica y el atraso cambiario también afectaron a la industria que elaboraba productos para
el mercado doméstico. Durante esos años, se fortaleció el ingreso de grandes firmas extranjeras que, a
diferencia de lo ocurrido durante el desarrollismo, adquirían firmas ya instaladas. La desnacionalización de
un amplio sector loca, atizó las críticas de las entidades empresarias.

Los límites y riesgos de esta estrategia oficial se vieron acentuados por la naturaleza del gobierno militar. La
implantación del régimen autoritario, la prohibición a la actividad política y la falta de canales de
participación orgánica de los intereses sectoriales debilitaban el plan. La tregua impuesta por el
congelamiento de precios y salarios no podía extenderse por tiempo indefinido.

Un sector del sindicalismo, que apoyó el derrocamiento de Illia, ya con la R.A. en el poder, se conformaba
con no haber corrido la suerte de los partidos políticos. Pronto surgió una línea de oposición frontal dirigida
por el dirigente gráfico Ongaro y al poco tiempo, la CGT se dividió. Por su parte, aunque el gobierno fue
respaldado por las empresas de capital extranjero y nacional más concentrado, otras organizaciones
expresaron su desacuerdo con las políticas oficiales y la ausencia de espacios de negociación (por ej., la
Sociedad Rural acentuó sus críticas que no contemplaba sus intereses)

El Cordobazo: provocó una aguda crisis política y quebró la confianza en las políticas económicas. Las
maniobras especulativas se concentraron en el mercado cambiario, la fuga de capitales y la caída de la
inversión y la presión contra el peso se acentuó. En este marco, Vasena renunció y José María Dagnino
Pastore lo reemplazó. La ausencia de un plan económico destinado a restaurar la mediación de los actores
políticos, en medio de un escenario cada vez más conflictivo, hizo pensar a Lanusse sobre la conveniencia
de poner fin al ensayo autoritario.

Del liberalismo al nacionalismo económico (1970- 1973)

A partir del 8 de junio de 1970, las FFAA cogobernarían con el presidente, poniendo fin al Onganiato. La
junta designó a Levingston, que solo gobernó 9 meses. El surgimiento de nuevos actores, como el
sindicalismo combativo y clasista, la radicalización de sectores de las clases medias, la aparición de nuevas
organizaciones guerrilleras profundizó la crisis de legitimidad. Sin embargo, Levingston llamó a “profundizar
la revolución” y rechazó la posibilidad de elecciones libres. La política económica fue conducida por
Moyano Llerena y luego por Aldo Ferrer, el cual asumió posturas nacionalistas, favorables a las pymes.

En marzo del 71, Lanusse destituyó a Levingston e inició un lento camino hacia la normalización
institucional. Ahora, la prioridad del gobierno militar era la política: se trataba de negociar una salida
electoral que, en el mejor de los casos, permitiera el traspaso del poder a un candidato aceptable para las
FF.AA. Es indudable que el comportamiento macroeconómico estuvo muy condicionado por las tendencias
de la economía internacional.

El tercer gobierno peronista: la política económica de Gelbard y el Pacto Social


Entre mayo del 73 y octubre del 74, la política económica peronista estuvo a cargo de José Gelbard, líder de
la CGE. La política oficial se basó en un acuerdo entre la CGT, la CGE y el Ministerio de Economía. EL
programa económico estaba compuesto por el Plan Trienal, una serie de proyectos que implicaban
reformas de largo plazo, y un plan de estabilización. Entre los proyectos que alentaban cambios
estructurales se destacan la nacionalización del comercio exterior de carnes y cereales; la nacionalización
de los depósitos bancarios y la reglamentación sobre las entidades financieras; un paquete de reformas
impositivas; la creación de un ente planificador de empresas públicas “Corporación Nacional de Empresas
del Estado”. Era un programa que intensificaba el intervencionismo estatal, alentaba una distribución más
equitativa del ingreso y proponía medidas favorables al capital nacional.

El plan de estabilización tenía como piedra angular el Pacto Social, un acuerdo tripartito entre la CGT, la
CGE y el gobierno, mediante el cual estas corporaciones aceptaban una tregua en el conflicto por la
distribución del ingreso. Este pacto tuvo mejor recepción que el Plan Trienal, cuya puesta en marcha estuvo
sometida a ásperas controversias. En tanto, la implementación del pacto se vio beneficiada por un contexto
internacional y local favorable.

Estas esperanzas quedaron sepultadas en 1974. El fuerte incremento de los precios del petróleo y de otros
productos e insumos de importación transmitió las tensiones inflacionarias internacionales a la economía
local. La política económica peronista presentaba gran inconsistencia, ya que, al tiempo que se buscaba
aplacar la inflación, se había ampliado el gasto público y la oferta de crédito. Muy pronto, las tensiones
inflacionarias impulsaron a los trabajadores y los empresarios a la confrontación.

Crisis política y económica. De Gómez Morales a Rodrigo

Luego de la muerte de Perón profundizó los conflictos sociales, lo cual se debió, en parte, a la decisión de
María Estela Martínez de Perón de apoyarse en el frente derechista del movimiento, encabezado por su
ministro López Rega. La estrategia gradualista del ministro de economía Gómez Morales se quedó sin
apoyo político. En la primera mitad del 75, se desató un nuevo conflicto interno: el lopezreguismo se
enfrentó duramente con la burocracia sindical.

Neoliberalismo y populismo: el Rodrigazo de 1975

La lucha por el poder se dirimía entre el ala derechista del partido y el movimiento obrero. El objetivo de
Lopez Rega era que el gobierno ganara mayor independencia de las bases sindicales; incluso ambicionaba
remover a la cúpula sindical dirigente. La coyuntura económica se había agravado y era necesario aplicar
medidas impopulares para revertirla. En junio, Celestino Rodrigo asumió el Ministerio de Economía y
elaboró un plan de ajuste y estabilización, que incluyó una devaluación del peso del 100%, aumentos de
tarifas y de la nafta. El plan fue presentado cuando todavía no habían finalizado las negociaciones paritarias
con Gomez Morales. Rodrigo ofreció un aumento uniforme, pero la CGT lo rechazó. Aunque la movilización
de las bases impedía a la burocracia aceptar un acuerdo, también es cierto que los sindicalistas peronistas
advirtieron que la nueva política económica tenía objetivos más amplios, por ej., marginarlos del gobierno.

La economía sin rumbo (1975- 1976)

Luego del fracaso del plan Rodrigo, la economía se sumergió en una profunda crisis. La explosión
inflacionaria que le siguió creaba una coyuntura muy compleja para la aplicación de políticas consensuadas.
En un intento por capear la crisis que amenazaba derrumbar su gobierno, Isabel designó a Antonio Cafiero
como ministro de Economía, lo cual fue visto con optimismo. Dos acontecimientos mostraron que las
corporaciones no estaban dispuestas a colaborar más: las organizaciones empresarias (excepto la UIA)
retiraron su apoyo; en agosto de 1975 hubo una crisis militar que puso a Videla como jefe del Ejército.

En tanto, el equipo de Cafiero se propuso atacar tres problemas básicos: la alta inflación, el desequilibrio
externo y la recesión. El enfoque elegido fue el de una política gradualista. El problema más grave era la
inflación, ya que originaba una fuerte puja por la distribución del ingreso entre el capital y el trabajo. La
distorsión de los precios relativos impulsaba a cada grupo a exigir medidas de excepción para corregir el
deterioro de sus ingresos. Mientras, el gobierno había perdido toda capacidad de mediación. En los meses
siguientes, la CGT continuaría apoyando al gobierno, aunque sin impulsar una estrategia que ayude a evitar
el inminente golpe.

Los sectores de la producción

La expansión de la agricultura pampeana

Durante la segunda mitad del 60, el agro pampeano continúo recuperándose del estancamiento iniciado en
la década de 1930. La adopción de nuevas técnicas consolidó su crecimiento.

En relación con las transformaciones sociales, en 1968 el fin de las prórrogas sucesivas a los
arrendamientos acentuó la crisis de las explotaciones familiares alentó el aumento de los tamaños de las
explotaciones pampeanas y fortaleció el nacimiento de los contratistas. Esta expansión agraria tuvo lugar
en un contexto macroeconómico de gran inestabilidad, marcado por la imposición de retenciones, bruscos
cambios en el tipo de cambio real y la movilidad de los precios mundiales.

La crisis de las economías regionales

Luego de la caída de Perón en 1955, algunos sectores se vieron fuertemente apoyados por las políticas de
los sucesivos gobiernos, mientras otras regiones, marginales hasta ese momento, fueron objeto de mayor
atención mediante planes destinados a fomentar el desarrollo. Por ej., la Patagonia, donde la explotación
alentada por el desarrollismo, sumada a la construcción de grandes obras públicas, convirtieron a la región
en un nuevo polo de atracción.

El desempeño de las economías regionales dependió de factores diversos. Como la producción se orientaba
mayormente al mercado interno, la evolución de la demanda constituía el mayor límite. La economía
tucumana fue la más perjudicada en estos años, debido a la competencia con otras provincias y a una crisis
de sobreproducción en 1965. La crisis social alentó al ERP a implantar un foco en la región, donde la
presencia campesina, la pobreza y la exclusión social parecían asegurar el éxito. A partir de 1975 la
provincia fue sometida a una dura represión en el marco del “Operativo Independencia”.

El apogeo de la industrialización por sustitución de importaciones

Luego de la recesión de 1962, la industria manufacturera inició una etapa de expansión ininterrumpida. Las
industrias líderes fueron las de bienes de consumo durables, equipos y productos básicos, conocidas como
“industrias dinámicas”, ya que debido a la demanda doméstica se desarrollaban a un ritmo mayor. El
despliegue de la producción industrial y los avances en el proceso de integración vertical se debieron en
parte a la maduración de inversiones llevadas a cabo durante el período desarrollista y durante los años de
Vasena. Por entonces, se comenzaron a discutir los límites del ISI y la necesidad de llevar adelante
modificaciones en este sector. La política industrial del Onganiato se propuso profundizar la eficiencia del
sector industrial.

Luego de la renuncia de Vasena, y la reanudación de la inflación, las políticas sectoriales intentaron


continuar privilegiando los objetivos de una mayor integración de la estructura industrial y la exportación
de artículos manufacturados. Pero la inflación y la puja distributiva inhibieron el impacto de esas políticas.

La modernización de la sociedad y sus límites

La expansión urbana se vio favorecida por el dinamismo del sector terciario, especialmente el comercio y
los servicios personales. Dicho sector acentuó su ya dominante lugar en la ocupación de la población
económicamente activa. La ampliación y diversificación del sector de servicios permitió un notable
incremento de clase media asalariada. En los sectores bajos, aumentaron los asalariados en el sector de
servicios, el transporte y la construcción, con énfasis en el cuentapropismo. La expansión económica, la
modernización de la industria y los aumentos de la productividad se acompañó de una declinación de la
participación de los trabajadores en la distribución del ingreso.

3. La búsqueda de una nueva hegemonía: el golpe constituyente de 1966


O’Donnell: “Paternalistas, liberales y normalización económica” (1982)

Nuevos acomodamientos entre paternalistas y liberales

En el nivel de asesores y subsecretarios preponderaban jóvenes “técnicos”, muchos de ellos con


antecedentes en el asesoramiento de grandes empresas. Con Krieger Vasena y sus colaboradores, ls
fracciones más dinámicas y transnacionalizadas de las clases dominantes ocupaban buena parte del
aparato civil del Estado.

La característica de los paternalistas: la política es conflicto de facciones, expresión de interés parcializados,


confusión, desorden y un atentado contra la integración y armonía sociales tan caras a esta ideología. Por
eso, la R.A. no hacía política, ni podía plantearse una salida política que solo ocurriría más tarde y una vez
que, si es que iba a haber partidos, ellos fueran parte solidaria de una comunidad estructurada alrededor
de “Consejos y comisiones de las organizaciones básicas de la comunidad”. Por eso, la “política” de la
revolución sería en la primera etapa, ordenamiento y comienzo de la transformación: lograr la paz social,
estabilidad económica, realizar grandes obras de infraestructura para “la modernización y la integración
física del país”, racionalizar la administración pública, mejorar la situación presupuestaria de las provincias y
sentar las bases de concordancia y respeto a la autoridad. Se podrán producir los “verdaderos cambios
estructurales” y distribuir, con justicia imposible en la primera etapa, los beneficios de un desarrollo hecho
posible por el ordenamiento que se lograría. El “tiempo político”, con el cual culminaría la R.A. sería la
transferencia de un poder que sería muy diferente del existente porque surgiría del “orgánico
ensamblamiento del Estado con la comunidad organizada”. Finalmente, esas realizaciones son materia de
competencia técnica, despolitizada, neutra; no importa quién las haga, sino que se hagan; de la misma
forma, la participación consiste en el “asesoramiento técnico” a prestar por organizaciones de la
comunidad cuyo principal deber es capacitarse para cumplir esta función. Solo cuando éstos y otras
organizaciones lleguen a ello serán auténticamente representativas; entre tanto, se trata de controlarlas
para que no obstaculicen un tiempo económico después del cual la vigencia de valores de solidaridad abrirá
nuevas posibilidades.

Al tiempo que los liberales conquistaban el aparato económico del Estado, los paternalistas reducían su
papel a conservar el “orden” que permitiría cumplir el tiempo económico a cargo de los liberales que
habían logrado el control de la política económica y social. Quedaba en manos de los paternalistas reprimir
y cargar con los costos (hacer “auténticamente representativos” a los sindicatos, sanear presupuestos
provinciales, “jerarquizar” la educación. Los técnicos del Ministerio de Economía y Trabajo podían llevar a
cabo lo principal del primer tiempo, aunque como liberales ya no servirían para el tiempo social.

¿Fueron los sesgos ideológicos y la escasa habilidad de los paternalistas los que los llevaron a rendir tanto
de su poder, a la vez que quedaban como codeudores de los costos políticos del tiempo económico? Así es:
lo fundamental es que no hay Estado Burocrático Autoritario sin normalización de la economía y que esta
requiere un papel protagónico de capital local y transnacional. Los paternalistas tienen escaso sustento en
las clases dominantes, al tiempo que la imposición del orden priva a aquellos de apoyo en el sector popular.
En Argentina de 1966 los paternalistas ocuparon inicialmente mucho más espacio en el sistema
institucional del Estado y mantuvieron una ambigua relación con capacidad de veto con la gran burguesía y
sus técnicos. Debido a su arcaica ideología y a que flotan enquistados en el aparato estatal sin verdadero
apoyo, los paternalistas deben hacer la política económica del gran capital. Previamente a los golpes que
han inaugurado este tipo de estado, se había alcanzado una crisis que hacía inviables políticas populistas,
económicamente expansionistas, parcialmente redistributivas e ideológicamente nacionalistas que fueron
posibles antes de la ola de inversiones extranjeras y de la transnacionalización y concentración de la
estructura productiva que precedió al surgimiento de los BA. En este contexto, políticas no ambiguas son
políticas capitalistas, en el doble sentido de adecuarse a la lógica de acumulación y reproducción y de
apoyarse profundamente en las capas más dinámicas, más concentradas y transnacionalizadas de la gran
burguesía.

Los paternalistas (y los nacionalistas) son en varios sentidos más anti izquierdistas que la gran burguesía y
sus técnicos. Pero sus afirmaciones de que quieren superar tanto al “comunismo materialista” como al
“capitalismo apátrida”, al tiempo que no los ayudan demasiado con una gran burguesía de la que
dependen, no les evitan reproducir en los hechos una versión desleída e ineficiente de política económica y
social capitalista. En términos de sus políticas, lo que realmente producen son retazos de las medidas que
aplican los liberales. A esto se agrega una concepción del papel estatal que combina intenciones de
controlar el “lucro excesivo” y los “egoísmos” sectoriales, con un sentido nacional demasiado estrecho para
no preocupar al gran capital (extranjero). Paternalistas y nacionalistas solo pueden imponer desde el
aparato estatal sus ambigüedades sobre la economía, al precio pírrico de naufragar con el BA. Pero para
sobrevivir enquistados en un BA, su política económica solo puede ser dejar que la hagan los liberales. Para
paternalistas y nacionalistas puede quedar espacio no insignificante en el sistema institucional del Estado.

Pero los nudos decisorios de la acumulación de capital (de la política de ingresos, de las políticas
monetarias y crediticias, de las vinculaciones con el sistema capitalista mundial) son controlados por los
liberales y por lo que ellos contribuyen como ligazón orgánica con el gran capital local y transnacional. Lo
otro, lo que queda en manos de paternalistas y nacionalistas es un tributo que aquellos deben pagar a una
relación de fuerzas interiorizada en el Estado, sobre todo a través del peso que sus aliados tienen en las
instituciones especializadas en la coacción, sin la cual tampoco habría BA (PATERNALISTAS NO CONTROLAN
POLIT e, PRECIO A PAGAR POR RELACIONES DE FUERZAS. LIBERALES SI CONTROLAN)

La gran derrota sindical

Después de iniciales ilusiones, los sindicatos se vieron empujados hacia la oposición. La CGT anunció el
lanzamiento de un Plan de lucha. El vandorismo usó otro método: presionar, incluso mediante la amenaza
de disrupciones como las que implicaba el Plan de lucha, pero moviéndose dentro de los límites en sus
demandas en cuanto a no ir más allá de los parámetros capitalistas. La meta era fortalecer sus propias
organizaciones y penetrar el aparato estatal para influir las posiciones más determinantes de la política
económica y social, basado en una pragmática estrategia de alianzas con otras fuerzas sociales. Era
combativo en sus prácticas y tibio reformista en sus metas, arriesgaba encontrarse ante dos alas que
reconciliaran más lógicamente medios y metas: una que llegara a cuestionamientos anticapitalistas y otra
que buscara una vía de influencia subordinándose a una táctica estrictamente negociadora.

La respuesta al anuncio del Plan de lucha fue severa: se le acuso de incurrir en técnicas subversivas y se
reunió al Consejo Nacional de Seguridad (CONASE). Al mismo tiempo se congelaron los fondos de varios
sindicatos y se anunció que todo estatal que adhiriera sería despedido sin indemnización.

A pesar de las discusiones internas, el Plan ya estaba lanzado y decidieron mantenerlo. El ausentismo fue
bajo y no hubo movilizaciones callejeras. La CGT había confundido la rápida pérdida de popularidad del
gobierno con disposición a oponerse activamente a él. Luego de años de gobierno demasiado débiles para
imponerse a la CGT, parecía posible subordinarla al aparato estatal. Con un sector popular recalcitrante a
su Plan de lucha, atacada por quienes explicitaban sus antagónicos intereses de clase y amenazada por un
gobierno que contaba con amplio apoyo para domesticarla, la CGT se encontró ante el dilema de continuar
un camino con el que solo encontraría más represión o someterse a una rendición incondicional. Mientras
tanto se sancionaban nuevas disposiciones represivas (Ley de Defensa Civil, permitía al gobierno poner bajo
jurisdicción militar a civiles), se producían cesantías masivas y se amenazaba con la intervención o
disolución de la CGT. Las sanciones privaban a los dirigentes del manejo de sus organizaciones; además, la
suspensión de la recepción de los fondos retenidos por las empresas implicaba que cualquier acción tendría
que haber seguido por canales clandestinos y sin contar con los recursos institucionales propios. Asi fue
como finalmente se suspendieron las medidas del Plan de lucha.

La derrota de la CGT era completa, no solo por la rendición incondicional, sino también por las acusaciones
entre quienes se quejaban de haber sido irresponsablemente llevados a una táctica perdedora y los que
acusaban de traición a quienes habían apoyado tibiamente el Plan. Con escaso apoyo de base, sin ánimos
para volver a lanzarse a huelgas, la derrota de estos dirigentes sindicales era también la del conjunto del
sector popular, que quedaba sin capacidad organizada de oposición al BA. La derrota de la CGT arrastraba a
sus representados y parecía abrir camino para la ofensiva de la gran burguesía.

Para Onganía y su corriente era un necesario triunfo. Se había demostrado que el sector popular no estaba
dispuesto a acompañar las tácticas de los dirigentes y que ahora había una “autoridad” en disposición y
capacidad de imponer orden. Esta victoria terminaba por hacer claro quien había ganado y quien perdido
con la implantación del BA. Con esto y el nombramiento del equipo económico, los paternalistas habían
hecho suficiente mérito para conservar sus posiciones, pero, por las mismas razones, habían cortado sus
puentes con el sector popular. Pero también, pronto se manifestarían las divergencias entre paternalistas y
liberales acerca de la cuestión sindical. Pero por parte de Onganía y su corriente esto apuntaba a un
sindicalismo “auténticamente representativo” que se insertara en el sistema corporativo al que apuntaban.
Esto implicaba un sindicalismo unificado, aunque la conducción de dirigentes “apolíticos” y respetuosos de
la especificidad de la contribución del trabajo a la integración de la sociedad. Esto era muy diferente de lo
que quería la gran burguesía. SI una de las dimensiones definitorias del corporativismo es la conquista y
control de los sindicatos por parte del Estado, los liberales no lo eran menos que los paternalistas, aunque
estos querían controlar un sindicalismo atomizado. Esta autentica representatividad la encontraron en los
sectores integristas- vandoristas.

El programa de normalización

El programa aprobado por Vasena en conjunto del Comité Interamericano para la Alianza para el Progreso
constaba de: devaluación de la moneda, impuesto a los poseedores de divisas y retenciones a las
exportaciones, disminución de gravámenes a la exportación, liberalización del mercado de cambios,
disminución del gasto público, suspensión de las convenciones colectivas de trabajo, acuerdo voluntario de
precios, desgravación impositiva para la compra de maquinaria pesada, establecimiento créditos para
viviendas. También fueron aprobadas por la gran burguesía y el FMI. Este fue el comienzo de la ofensiva de
la burguesía, basada en la derrota del sindicalismo y en el control de aparato económico del Estado por un
equipo que se proponía llevar a cabo las tareas de normalización de este capitalismo. La principal meta a
corto plazo era erradicar la inflación y lograr superar el déficit en la balanza de pagos. Antes de Vasena, los
“planes de estabilización” convenidos con el FMI habían partido de atribuir la causa principal de la inflación
y los déficits en las cuentas externas del país a un exceso de demandas. La receta era recesionaria. La
novedad entonces fue que partió de la base que las causas de la inflación debían hallarse por el lado de los
costos y factores psicológicos de ajuste de las decisiones microeconómicas a la predicción de una elevada
tasa de inflación. La solución no estribaba en el manejo restrictivo de variables monetarias, sino en
estabilizar los costos de factores y hacerlos tender a la baja. Este diagnóstico permite comprender el ataque
simultáneo a los salarios, productos industriales, precio de los principales exportables, tarifas de servicios
públicos y el precio de las divisas. Otra novedad fue que, en lugar de restringir la circulación monetaria, la
hizo aumentar. Además, la devaluación tuvo un carácter “compensado”, al establecer una retención
equivalente al monto de la devaluación, esos ingresos fueron apropiados por el Estado.

El BA y la normalización

Primeros problemas del BA una vez implantado:


1) imposición del orden, expresado en la aplicación de la coerción. El éxito de estos intentos implica la
exclusión política del sector popular, cuya contracara es la apariencia de “paz social”. Esto es requisito para
la recuperación de la confianza interna y externa en la economía.

2) la normalización económica, la cual consiste en: reducir las fluctuaciones; revertir la tendencia negativa
de las mismas; modificar las expectativas de los sectores oligopólicos; terminar la economía del saqueo;
reconvertir la estructura económica, o sea, subordinar las clases sociales a los patrones de acumulación de
capital; reconectar esa estructura con el capital transnacional.

Los oligopolios y el capital transnacional siguen teniendo su lugar estructuralmente determinado por la
transnacionalización de estas economías. Sin embargo, las crisis precedentes al BA tienden a vaciarlo de las
unidades económicas que desde allí lideran el crecimiento interno y que son la principal bisagra que
conecta a estos mercados con el sistema capitalista mundial. La crisis previa al BA entraña un reflujo en el
proceso de concentración y transnacionalización del capital, que no llega a anular características
estructurales de alta oligopolización y transnacionalización de estas economías.

Aspectos fundamentales de la normalización: 1) la restitución de la supremacía de sus unidades oligopólicas


y transnacionalizadas, cuya acumulación vuelve a gobernar el dinamismo de la economía y a subordinar la
acumulación de otras unidades económicas. 2) la reconexión de esta estructura productiva con el sistema
capitalista mundial en formas que, sin dejar de extraer una cuota de dependencia implican movimientos de
capitales desde y hacia estas economías.

En el período siguiente al BA, el problema es lograr que la burguesía vuelva a cumplir su papel, el grado de
dificultad de esta meta radica en la profundidad de la crisis que precede al BA. Finalmente, estos capitales
industriales pasan a ser el soporte operativo de un capital que, tratando de optimizar ganancias, se va
transformando en un capital financiero especulativo. Visto de esta forma, el saque se aproxima a su límite:
la metamorfosis del capital. Esto es la faz complementaria del disloque de la estructura productiva que se
agudiza paralelamente con la profundidad de la crisis a la que se llega previamente a cada BA. Esto implica
que, cuanto más profunda sea la crisis, por exitoso que sea el BA en su otra tarea de imponer orden, más
larga será la cuesta que tendrá que remontar hasta que se haya logrado el funcionamiento normal de estas
economías.

¿Cuándo se implanta el BA? En momentos de carencias de balanza de pagos, alto crecimiento de inflación y
ya quedan pocos impulsos dinamizadores de la economía. ¿Cómo afrontan esto, cómo cortar el saqueo,
cómo reorientar el capital a inversiones más “sanas” ?:

1) La reducción de la inflación a tasas “razonables” y la predicción de que en el futuro seguirá disminuyendo


o se mantendrá estable es condición necesaria para el cálculo económico. Un elemento crucial de la
normalización es una inflación controlada, ya que representa la agregación de numerosas fluctuaciones en
la estructura de precios relativos. Esto con el fin de que la tasa de variación del precio del trabajo no se
adelante a la tasa de ganancias, y que el precio de otros factores también se congele sin constituirse un
factor de modificación de la estructura. Así, con el BA la inflación endógena queda reducida a la burguesía
cuyo poder de mercado se concreta en su “liderazgo de precios”, y en el Estado que tiende a sujetar sus
acciones y omisiones a una racionalidad codificada en relación a la estructura oligopolizada de capitalismos.
Por lo tanto, la normalización se trata de mantener una inflación razonable, que no solo es incompatible
con la reconstitución y ampliación de las vías de acumulación, es también un instrumento para ello. La
inflación, entonces, no es solo un problema económico, sino que son expresiones de alianzas de clase,
donde el sector popular pierde ya que no puede coimpulsarla.

2) Respecto a la balanza de pagos, en todos los casos previos al BA, diversas medidas nacionalistas o
socializantes dejaron una lista de agravios y reclamos del capital transnacional, que ejercen fuerte presión
sobre las débiles divisas. El mantenimiento de algún nivel de actividad económica exige disponibilidades de
divisas a una economía cuyo crédito internacional es casi cero.
Lo importante es que, en ambos problemas, las maneras de lograr la normalización están codificadas, y que
ellas forman parte de los criterios de racionalidad de la conducción económica. La normalización no se
logra sin recuperar confianza de capital financiero transnacional; los criterios que rigen su aprobación y su
confianza marcan el desfiladero por el que tienen que pasar las políticas del BA. Ese subconjunto de
políticas viables es sumamente reducido, y se relaciona estrechamente con que el logro de la normalización
pasa por la hipertrofia interna del capital financiero y por la consolidación y expansión de las fracciones
oligopólicas y transnacionalizadas.

El BA solo puede ser el BA conducido por funcionarios suficientemente ortodoxos. Si no lo son falta uno de
los requisitos para la normalización: que la gran burguesía y capital financiero modifiquen sus pesimistas
predicciones y que adopten una actitud de expectativa que admita la posibilidad de convencerse que
corresponde modificarlas.

¿Y qué es ser ortodoxo? Reducir el déficit fiscal, controlar salarios, mantener control de la oferta monetaria
y de crédito, eliminar subsidios masivos, elevar el nivel de eficiencia fomentando la expansión de
oligopolios, permitir el libre movimiento de capitales, evitar abruptas devaluaciones. Además, el FMI es el
dispensador de certificados de racionalidad de las políticas de normalización y su principal custodio. Esto
quiere decir que estas políticas son evaluadas por agentes externos e internos que tienen la capacidad para
aliviar o no la crisis de balanza de pagos. Para ello, vemos que se necesitan requisitos que no son
puramente económicos: que estas políticas se irán implementando el tiempo que sea necesario; que
existan capacidad y voluntad de prevenir las alianzas y oposiciones que puedan surgir contra estas políticas
ortodoxas, tiene que producirse un cambio de Estado, de las bases sociales y alianzas de clase del mismo.
La exclusión del sector popular, el control de sindicatos y la supresión de las organizaciones políticas y
canales de representación eliminan los contendientes y reducen las combinaciones de alianzas posibles.

La base de aceptación de la racionalidad económica se encuentra en los técnicos, que son el enlace entre la
gran burguesía y el capital transnacional; al creer que sirven para un interés general, pueden transar con
paternalistas y nacionalistas, sacrificar sus convicciones democráticas al autoritarismo, y suelen mantener
una decisiva cuota de poder.

Otro de los originales aspectos de estos casos es que el código de racionalización exige que el aparato
estatal se racionalice eliminando al personal sobrante, reduciendo su déficit y devolviendo a la iniciativa
privada actividades productivas de las que se fue apropiando. El impacto de las políticas es recesivo, pero si
el gobierno no encuentra maneras de aliviar ese impacto, difícilmente atraiga inversiones productivas ni
préstamos a largo plazo. El código exige cirugía macroeconómica como testimonio de la racionalidad que el
BA debe atacar, pero los impactos de la misma junto con los de la crisis precedente, orientan a la gran
burguesía y al capital transnacional hacia el mantenimiento de comportamientos especulativos, haría falta
que adopten una evaluación optimista.

¿De dónde pueden salir estos recursos “genuinos” necesarios? De la reducción del personal estatal, de
diversos mecanismos que permitan mejorar la posición de las divisas y el acceso al crédito internacional,
del aumento de la capacidad de recaudación tributaria, del aumento de la capacidad extractiva pero NO a
costa de la gran burguesía, o sea a costa de los sectores populares y clases medias.

Brennan: “Córdoba y la Revolución Argentina” (1996)

Onganía toma el poder y suprime todas las formas de participación popular: se cerró el Congreso, se
proscribieron los partidos políticos, clausuraron universidades y la vida intelectual y cultural fue obligada a
silencio. La pieza clave fue un programa económico desarrollista que insertara al país en el orden
internacional. La meta clave era redefinir el papel de la clase obrera en la vida económica, social y política.
La necesidad de crear un mercado laboral flexible y eliminar el poder que el movimiento obrero organizado
ejercía en la sociedad civil fue una prioridad.

Las políticas laborales de Illia habían tenido algunos resultados inesperados para los sindicatos, como la
protección brindada al disidente movimiento obrero cordobés. Pero las disputas entre Illia, Vandor y los
caciques sindicales provocaron tal animosidad que el movimiento obrero fue uno de los más entusiastas
respaldos al golpe del 66. Tanto la facción de Vandor como la de José Alonso elogiaron el cambio de
gobierno y dieron a entender que estaban dispuestos a colaborar.

Sin embargo, ni Tosco ni el Luz y Fuerza cordobés vacilaron una vez que se evidenciaron las intenciones de
Onganía, fueron el primer sindicato en criticarlo públicamente. Dos meses después del golpe, se había
eliminado el derecho a huelga, había comenzado el proceso de racionalización de empresas estatales, se
suspendieron las comisiones paritarias y se eliminó la negociación colectiva. La burocracia sindical fue
puesta en cuestión, ya que habían explotado su posición especial en detrimento de quienes representaban,
lo cual dio impulso a los revolucionarios. En marzo, Ongaro fue elegido secretario general de la CGT.

En Córdoba, el movimiento obrero tenía una importancia simbólica y estratégica. La integración imperfecta
entre peronismo al movimiento obrero y la persistente fortaleza de los sindicatos no peronistas ofrecían
ciertas posibilidades propias de esta provincia. Asimismo, era una provincia en estado de inquietud por el
programa económico del gobierno y la posición débil de Vandor y el movimiento obrero peronista. Aunque
los programas de racionalización habían recaído con más dureza sobre los sindicatos del sector público, las
medidas anti- obreras invitaron a las empresas a achicar también sus costos laborales.

El deterioro de las condiciones en IKA- Renault motivó que un sector del proletariado mecánico cordobés
tuviera un campo propicio para una futura militancia obrera. El otro pilar del movimiento obrero peronista
en Córdoba, la UOM, también estaba en un período de crisis. La perspectiva de una CGT cordobesa
ongarista y conducida por Tosco hacía que tanto Torres como Simó se refrenaran. En sus conflictos con las
empresas necesitaban apoyo interior, pero existían riesgos en una prematura alianza con Ongaro, por lo
que permanecieron en el campo de Vandor.

Ongaro y la CGTA habían establecido una plaza fuerte en Córdoba en los primeros meses de rebelión contra
Vandor. El sindicato lucifuerzista fue inflexible en su hostilidad a Onganía. La defensa que los sindicatos
cordobeses hacían que los intereses generales de la clase obrera antes que de los estrictamente gremiales
no era habitual. La unidad de la clase obrera y su relación orgánica con el Estado se rompió con el
derrocamiento de Perón. Desde 1955, las negociaciones colectivas habían tenido lugar en el plano de las
industrias y, en algunas, empresa por empresa. Como la economía argentina se había diversificado y la
clase obrera estaba dividida en diferentes sectores, con diferente poder negociador, se había desarrollado
una jerarquía sindical, en la cual rara vez los más privilegiados pensabas en términos de clase obrera en
general. Tosco y Luz y Fuerza parecían estar demandando la clase de altruismo que el movimiento obrero
no había mostrado desde principios de siglos ¿Por qué esta actitud? 1) El sindicato de LyF de Córdoba en
una industria única, por la naturaleza altamente calificada e incluso profesional de sus afiliados, la índole de
su trabajo y la relación con su industria, empleador y la central gremial. 2) El tipo de trabajo influía: en los
círculos obreros, eran los “chetos”, su trabajo era estable y menos agotador, con buenos salarios, y al ser
un servicio público, sufrían menos los caprichos de la economía local. 3) El trato entre personal y
administración era sin duda más armónico que en la mayoría de las industrias, dado que muchas veces los
ejecutivos se habían hecho desde abajo; los pedidos eran cumplidos y rara vez había huelgas por cuestiones
salariales. 4) Si bien no tenían cogestión directa, los de LyF ejercían un grado extraordinario de influencia,
que casi equivalía a una responsabilidad compartida con el directorio. 5) el apoyo financiero de la empresa
les permitió liberarse de la central gremial, además de su carácter federativo. 6) La configuración inusual
del movimiento obrero local y la protección que brindaba Toso y otros activistas izquierdistas permitiendo
que adoptaran posturas políticas rebeldes sin temor a represalias de Bs As. Con eso, Tosco y cía. Pudieron
asumir posiciones políticas independientes y dirigir una educación política, ni doctrinaria o coercitiva.
Entre los trabajadores lucifuerzistas existía la idea de que los problemas de su industria formaban parte de
un problema más amplio referido al carácter del desarrollo capitalista del país y a los obstáculos
estructurales a la independencia energética en un país semidesarrollado. Su exposición a la política de
fijación de tarifas les dio una comprensión del verdadero funcionamiento de la industria y de la relación
entre los negocios y el Estado.

La experiencia concreta durante el onganiato fue el factor final que los empujo a la vanguardia de la
resistencia obrera. La suspensión de todas las negociaciones colectivas fue mal tomada en un sindicato
acostumbrado a negociaciones periódicas y favorables a los convenios. El peso combinado de factores
personales, estructurales, industriales e históricos explica la firmeza de la construcción sindical de una
tradición de participación política después del 66. La tendencia hacia las huelgas políticas, en oposición a las
relacionadas con el trabajo, se hizo evidente desde 1964. Después de 1966, esta tendencia se incrementó y
el sindicato mostró una proclividad hacia las huelgas políticas que era única en el movimiento obrero
cordobés. Córdoba fue el epicentro de la rebelión del movimiento obrero contra el gobierno y el
vandorismo. Las lealtades peronistas de Ongaro eran particularmente atractivas para los sectores de la
izquierda que veían en la CGTA un ejemplo más auténtico de militancia obrera.

La victoria de Ongaro en el congreso obrero de marzo del 68 no implicaba que la vieja guardia del
peronismo haya sido eliminada. Los sindicatos de Vandor eran poderosos y se preparaban para luchar por
el control de la CGT. La primera indicación de que resistirían a Ongaro fue su negativa a entregar la sede
central de la confederación a los nuevos dirigentes. Ongaro declaró que en lo sucesivo la CGTA funcionaría
en el edificio gráfico de Paseo Colón. El 1ro de mayo pronunció un discurso revelador, donde señaló la
significación de la rebelión de la CGTA, su repudio al verticalismo y su intención de practicar un sindicalismo
combativo y no sectario, abundaba en el vocabulario y la imaginería tradicional de la postura combativa,
que vituperaba a los traidores y vendidos, tenía un lenguaje anticapitalista que iba más allá de las
posiciones tradicionales del peronismo.

La reconciliación entre trabajadores y estudiantes tuvo su comienzo simbólico en Córdoba. Un estudiante


de Ingeniería y trabajador parcial en IKA, Santiago Pampillon, fue asesinado por la policía, en una de las
primeras protestas estudiantiles contra Ongania. Su muerte sirvió como vínculo entre ambos sectores, que
se fortalecería en los meses siguientes, cuando ambos fueron reprimidos por el gobierno. Todas estas
corrientes (mov. Estudiantil, izquierda marxista y peronista, una iglesia radicalizada) eran más fuertes en
Córdoba, conocida como “la ciudad roja”. La ideología rebelde que ocasionaba su rivalidad con Bs. As.
Córdoba tenía una vida política de extraordinaria y creatividad y brindaba un ambiente de comprensión en
el cual podía prosperar un movimiento obrero disidente y se convirtió rápidamente en el centro de
agitación de la CGTA, era una fortaleza que ni siquiera Vandor estaba preparado para escalar. La presencia
de los independientes de Tosco, de un poderoso bloque obrero no peronista, implicaba que el verticalismo
no podría volver a establecerse por el mero aislamiento y la eliminación de los sindicatos ongaristas. El
sindicato que seguía sosteniendo a los independientes y a la CGTA era LyF. Este sindicato articuló con
mayor claridad que en el pasado una estrategia ideológica y política. Ideológicamente, se acercó más a
posiciones socialistas. Políticamente, adoptaron una estrategia de defensa del pluralismo del movimiento
obrero local y de promoción de la CGT cordobesa como dirigente del cambio en la clase obrera. El sindicato
no apuntaba ni a la conquista del poder estatal ni a la formación de un partido obrero independiente. LA
convicción de Tosco de que la democratización del movimiento obrero tenía que preceder a cualquier
participación en un proyecto socialista implicaba una doble estrategia: proteger a Córdoba como reducto
de un movimiento alternativo y disidente, y alentar movimientos como el de la CGTA, que procuraba
socavar el poder de los burócratas sindicales.

El 10 y 11 de enero de 1969, los sindicatos cordobeses auspiciaron el Congreso del Peronismo Combativo
para mantener viva la rebelión de la CGTA. EL estado de agitación de esta se puso de relieve cuando la CGT
cordobesa publicó su Declaración de Córdoba, donde volvía a repudiarse el participacionismo y se
convocaba a todos los sectores populares a oponerse al gobierno. La verdadera significación de la rebelión
de Ongaro había sido lograr que la mayoría de la clase obrera movilizara detrás de una bandera común.

“El Cordobazo”

El Cordobazo, que tuvo lugar el 29 y 30 de mayo de 1969, se erige como uno de los acontecimientos
parteaguas históricos del país en el siglo XX. Su efecto político inmediato fue desacreditar a la dictadura de
Onganía y debilitar los fundamentos de lo que parecía el más fuerte de los regímenes posperonistas.
Desencadenó fuerzas que obligarían a Onganía a renunciar menos de un año después, desmantelando el
programa económico y algunas de sus pretensiones autoritarias, abriendo el camino a la restauración de la
democracia en 1973.

No obstante, el legado más significativo fue el de ser un símbolo. El efecto del levantamiento sobre la clase
obrera local y la izquierda argentina fue revolucionario, mitologizado, se convirtió en el hito mediante el
cual la izquierda peronista y las organizaciones y los partidos marxistas, así como determinados sectores del
movimiento obrero, evaluaron todas las movilizaciones obreras siguientes. Finalmente, alentó a todos
aquellos que estaban descontentos con el peronismo y su sindicalismo a elaborar un proyecto político
alternativo: el clasismo.

¿Por qué fue malinterpretado el Cordobazo?: una aplicación inadecuada de teorías sobre la aristocracia
obrera, que equipara de manera simplista los salarios más altos de los trabajadores automotores con un
estatus privilegiado y, por lo tanto, con una sensibilidad inusual al deterioro de la economía local; y a la
inversa, la atribución de un estatus de vanguardia a los trabajadores, y con ello una mayor inclinación a
emprender una crítica sistemática de las relaciones capitalistas

¿Por qué en Córdoba? Se trata de un ámbito económico y social único. El tardío y repentino desarrollo
industrial de Córdoba había creado una clase obrera más independiente, democrática y combativa que en
otras partes. Se canalizaron las frustraciones y enojos acumulados en todas las clases de la ciudad a lo largo
de casi 3 años de gobierno autoritario. Esa frustración encajó con la tradición de resistencia y militancia de
los trabajadores locales y con las estrategias específicas que los sindicatos cordobeses habían elaborado
para enfrentarse a la dictadura.

Los propietarios de los talleres y las pequeñas fábricas autopartistas que constituían la industria local eran
inflexibles a todas las demandas sindicales, incluyendo las referidas a las quitas zonales. La negativa de la
patronal a eliminar estas, la tasa salarial diferencial usada sólo en su industria que otorgaba menores
sueldos a los metalúrgicos del interior, obligó a Simó a pronunciarse. Los problemas de la UOM con las
quitas zonales se convirtieron en uno de los puntos de reagrupamiento del movimiento obrero cordobés en
las semanas previas al Cordobazo. Incapaz de reducir costos laborales mediante despidos, IKA- Renault
apoyó la revocación del sábado inglés. La ley era especialmente apreciada por los obreros automotores de
Córdoba, que estaban sometidos a condiciones laborales más penosas que la mayoría de la clase obrera
provincial.

A fines de marzo, representantes de la UIA presentar a Vasena un documento solicitando la abolición del
sábado ingles en las provincias donde aún funcionaba. El resultado fue un grupo de sindicatos listos para
dar una gran protesta por una confluencia de factores, con una gran influencia de las vicisitudes de la
política obrera nacional y provincial, que afectaban a amplios sectores de la clase obrera local y planteaban
ciertas posibilidades de cooperación entre sindicatos de diferentes lealtades políticas

Las movilizaciones obreras fueron contemporáneas a un repunte del activismo estudiantil, el cual respondía
a la revitalizada izquierda cordobesa. Este movimiento era parte un fenómeno internacional y obvio sufrió
la influencia del Mayo Francés. Desde la Reforma Universitaria, la universidad estatal cordobesa también se
había convertido en una institución igualitaria y en el único mecanismo de movilidad social de la provincia.
Otro factor que daba significado al activismo estudiantil era el papel que tenía la Iglesia Católica en el
estímulo a la militancia y el disenso de los estudiantes. Luego de la Conferencia Episcopal Latinoamericana
de Medellín, en 1968, y la reunión del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo en Córdoba, creció la
simpatía hacia el clero activista. La influencia política de esta fue reafirmada por la aparición de los teólogos
de la liberación. Estos intentaban reformular la doctrina de la Iglesia convirtiéndola en lo que los
simpatizantes católicos comenzaron a llamar socialismo cristiano. Dado que no podían participar
abiertamente en la política, los estudiantes pudieron encontrar un foro para la discusión y el debate
político en estos grupos de estudios católicos.

Trabajadores y estudiantes encontraron una causa común en su oposición al gobierno provincial: Carlos
Caballero, designado por Onganía, procuraba frenar al movimiento obrero de la ciudad mediante un
esquema corporativo para permitir que representantes del trabajo se sentaran, junto con los de las
empresas, la Iglesia y los militares en un consejo asesor meramente ceremonial. Creía que los calmaría,
pero tuvo el efecto opuesto. Caballero agravó la desafección obrera y estudiantil al encolerizar a la clase
media, ya enojada por la suspensión de las libertades cívicas y participación política, cuando a comienzos
del 69 incrementó los impuestos a la propiedad. El carácter popular del Cordobazo, el respaldo de diversas
clases y grupos, debió mucho al torpe manejo que hizo Caballero en un momento bastante sensible.

Mientras, dentro del movimiento obrero se profundizaba el espíritu de las últimas semanas y aumentaban
las oportunidades para la cooperación entre sindicatos. Las presiones de las provincias, especialmente la
CGT cordobesa, habían impulsado a la CGTA nacional como a la CGT de Vandor a coordinar un paro general
de 24 hs. Para el 30 de mayo. En Córdoba empezó el 29.

Ongaro fue detenido a su llegada a Córdoba el 27 de mayo. Su arresto probablemente facilitó la


coordinación de la protesta y aumentó la cooperación entre los sindicatos.

[Luego de un detallado relato sobre qué pasó, como se fue todo al carajo, bastante espontáneamente] El
levantamiento había excedido por mucho las expectativas de las organizaciones. Si bien Tosco era el único
de todos los dirigentes que había imaginado algo más que una huelga general y una demostración pacífica
en la sede central de la CGT, ni siquiera él previó la reacción policial o la masiva explosión popular
desencadenada por ésta. Desde el momento en que fue asesinado Mena, obrero de IKA- Renault, el
Cordobazo no había seguido ningún plan. Aunque algunos aspectos habían sido decididos de antemano,
como provocar un apagón en la ciudad, o un plan contingente en caso de que hubiera una dura represión.
Luego de la retirada de la policía, la dispersión por los barrios y la erección de barricadas se produjo de
acuerdo con las zonas asignadas a las diversas organizaciones sindicales y estudiantiles. No obstante, el
carácter del Cordobazo fue más improvisado que intencional. Las organizaciones que habían planeado la
demostración del 29 de mayo no pudieron controlar los sucesos que se produjeron cuando gran parte de
la población se volcó a las calles, algunos como espectadores, pero la mayoría como participantes
activos. El Cordobazo se había convertido en una rebelión popular, un repudio colectivo al onganiato
como resultado de múltiples frustraciones de los cordobeses, que se expresó en el comportamiento
excepcional de individuos comunes y corrientes en otras circunstancias.

La clase obrera había sido el protagonista del levantamiento, pero los intentos de los sindicatos y de Tosco
por establecer un tipo de disciplina y organización habían fracasado ampliamente. Lo que había provocado
el éxito inicial (una explosión espontánea de furia popular que trascendió el marco organizativo y era tan
descentralizada que las tácticas policiales clásicas no podían suprimirla) se había convertido en una
desventaja una vez que el ejército entró en escena. Para evitar la ocupación de la ciudad, los manifestantes
habrían necesitado una coordinación organizativa para resistir con armas propias, cosa de la carecían. La
tardía intervención de los francotiradores, que eran independientes de los trabajadores, había sido un
pobre sustituto de la resistencia organizada de la clase obrera.

Mitos alrededor del Cordobazo: 1) que los llamados privilegiados de la clase obrera local dirigieron una
huelga que tenía intenciones subversivas, que planificaron una huelga general revolucionaria que
culminaría en el equivalente argentino de la Comuna de París. 2) que los trabajadores de las industrias más
dinámicas y de mayores salarios respondían a la pérdida de estatus y las penurias económicas impuestas
por la dictadura. El problema de ambas interpretaciones es que simplifican la naturaleza de la protesta,
omitiendo reconocer el carácter masivo de la participación de la clase obrera, ignoran el rol de los otros
participantes obreros.

Para los principales organizadores, la intención y las metas habían sido modestas y pragmáticas. Problemas
laborales inmediatos, y su oposición al gobierno de Onganía, como consecuencia de tres años de pérdida
de poder de negociación e influencia.

Parte de la génesis del Cordobazo se encuentra también en un movimiento obrero peronista en el cual las
consideraciones del interés propio y la política del poder y no las animosidades de clase o una oposición
política eran aún importantes motivaciones de la militancia sindical. La importancia de la contribución de la
jerarquía laboral peronista al Cordobazo ha sido descuidada por la izquierda marxista, que más tarde
procuró apropiarse del levantamiento y transformarlo en el punto de partida de la revolución socialista en
Argentina. Es posible que Tosco y los sindicatos independientes hayan tenido intenciones más políticas e
imaginando la caída de Onganía, pero solo constituían una pequeña parte de la protesta obrera, una
protesta que extraía su fuerza de sindicatos sometidos a una dirigencia peronista decididamente no
revolucionaria. Tampoco habría en Córdoba un lumpenproletariado creciente, los pobres urbanos no
tuvieron una participación significativa.

Los reclamos laborales eran reales y fueron un factor importante para explicar la participación de los
trabajadores, pero el Cordobazo solo puede entenderse cuando también se tiene en cuenta el carácter de
la cultura políticamente activa y letrada. En los hechos que siguieron al ataque policial y la disolución de la
manifestación planificada, se convirtió en una protesta política, de oposición.

Su mitificación por la izquierda y por la clase obrera cordobesa sirvió para atraer a gran parte del
movimiento obrero local, y fue la chispa de origen a casi seis años de militancia sindical que siguieron.
Irónicamente, el levantamiento no ingresó en el panteón de la corriente peronista como uno de sus días
sagrados, a pesar del papel que jugaron sus sindicatos. El Cordobazo llegó a ser asociado casi
exclusivamente con los otros sectores para simbolizar un nuevo tipo de protesta obrera. La verdad detrás
del mito no era tan importante como la existencia del mito en sí y el hecho de que alentara dentro del
movimiento tendencias que nunca habían sido dominantes.

¿Cómo fue interpretado por cada corriente ideológica? Para el Partido Comunista Revolucionario fue la
prueba del poder latente de las masas; para los marxistas- leninistas confirmó la necesidad de construir un
partido revolucionario que diera a la clase obrera la disciplina institucional; para los neotrotskistas y
guevaristas apuntó la necesidad de diseñar una estrategia militar paralela para enfrentarse a los poderes
represivos del Estado; para la izquierda peronista, fue una reivindicación de la esencia revolucionaria del
peronismo.

Consecuencias inmediatas: la gravedad de los acontecimientos y el abierto desafío al gobierno provincial y


nacional, desataron una ola de represión, que no hizo más que profundizar la represión. El gobierno de
Caballero cayó poco después del Cordobazo, pero Onganía intentó restablecer su autoridad tratando con
dureza a la ciudad. LyF fue un blanco especial del rencor gubernalmental, convirtiéndose para Onganía en
el chivo expiatorio oficial de la protesta. El gran número de trabajadores arrestados y las duras sentencias
de cárcel dictadas a Tosco y otros dirigentes gremiales indicaban la conciencia del gobierno acerca de la
importancia estratégica del sindicato. De acá en más, la eliminación de LyF pasó a ser prioridad para todos
los gobiernos militares y civiles. La dureza de la sentencia pronunciada contra Tosco fue el primer signo de
que la SMATA sería considerado tan responsable como LyF. Sin embargo, la estrategia adoptada contra el
sindicato no fue una purga, sino un intento de controlar mejor sus actividades.
Uno de los motivos por los que el SMATA, la UTA y otros sindicatos legalistas decidieron mantener la
alianza que habían concretado en la ciudad fue la crisis de las filas vandoristas como consecuencia del
Cordobazo. La pusilanimidad de Vandor y la indecisión demostrada por la jerarquía gremial durante la
escalada de acontecimientos que culminó con el estallido no habían sido redimidas por la convocatoria de
la CGT a un paro general de 24 hs para el 30 de mayo. Golpeado por los sindicatos cordobeses, Vandor
estaba a la defensiva. El levantamiento había demostrado que, al menos en Córdoba, la iniciativa la tenían
otras corrientes del movimiento obrero y que el vandorismo no tenía el monopolio de la capacidad de
movilizar a grandes sectores de la clase. EL 30 de junio Vandor es baleado en la UOM de Avellaneda, y esto
brindó al gobierno la excusa perfecta para eliminar la CGTA. El día del crimen, el gobierno decretó el estado
de sitio y encarcelo a dirigentes de la CGTA.

En junio SMATA convoco a una serie de paros, que recibieron un masivo respaldo de todos los sindicatos de
la ciudad y sugirieron que el Cordobazo había dejado un movimiento unificado. Pero, el encarcelamiento de
Tosco y otros dirigentes debilitaba los esfuerzos. La capacidad de resistencia dependía de la liberación de
éste, sin él las posibilidades de que la cooperación intersindical se transformara en una disciplinada alianza
eran escasas, ya que solo él tenía la lealtad de los sindicatos independientes, era un árbitro, quien tenía
capacidad de evitar el los esfuerzos de la militancia se disiparan. Lo que Tosco no podía ver desde la cárcel
era que en el movimiento estaban apareciendo nuevas grietas que no podían superarse con palabras de
aliento, ni con un programa opositor unificador. El movimiento obrero cordobés pronto comenzó a hablar
un nuevo lenguaje y muchos trabajadores demostraron su interés por la revolución y el socialismo.

El Cordobazo contribuyó a una mayor politización de la clase obrera cordobesa. A los activistas sindicales
que se identificaban con algún programa de la izquierda, les demostró que la clase obrera argentina aún
tenía el potencial de actuar como un protagonista político independiente del esquema corporativo
peronista. Para muchos otros fue el punto de partida de una crítica sistemática del capitalismo argentino y
la elaboración de un programa político para los sindicatos aún más radicalizado que el propuesto por Tosco.

“Los clasistas”

Post Cordobazo: deterioro de la capacidad gubernamental de controlar el disenso político, lo que otorgó
una mayor libertad a todas las formas de oposición; revitalizó a la izquierda y contribuyó a la radicalización
de la vida política. La política revolucionaria perseguida y funcionando clandestinamente durante los
primeros tiempos del onganiato, salió de las sombras para ocupar un lugar central en la vida nacional.

La estrategia de cualquier partido revolucionario auténtico consistía ahora en ganarse el apoyo de la clase
obrera, especialmente en el proletariado urbano, mediante la formación de células revolucionarias en las
fábricas y la creación de una corriente sindical clasista.

Desde este momento, el término clasista sería utilizado por los grupos de izquierda para indicar un
programa de cambio revolucionario en alianza con la clase obrera. Más que como un movimiento de
trabajadores revolucionarios, debe ser entendido como un movimiento de base firmemente enraizado en
los problemas del trabajo. La relación animosa entre el peronismo y el clasismo fue resultado del aliento
activo de estos últimos a otros movimientos de recuperación sindical, casi todos los cuales afectaban a
conducciones peronistas establecidas. Detrás de esta animosidad también se encontraban los cambios en
la política obrera nacional. La oposición de los clasistas no se expresaba en una rivalidad concreta, sino en
el combate por una dirigencia sindical honesta y democrática y la reivindicación de un papel de conducción
para la clase obrera en la construcción del socialismo. El mensaje clasista podía recurrir a las propias
tradiciones de clase obrera peronista, incluyendo a sus corrientes anticapitalistas, que habían quedado
sumergidas desde la época de la Resistencia y vuelto a surgir post Cordobazo. Así, el objeto del vituperio
público clasista no era el peronista, sino el traidor, el vendido, el burócrata.

Diferencias entre el Cordobazo y el Viborazo (12-16 de marzo de 1971): 1) carácter predominantemente


obrero del Viborazo, la participación estudiantil y de la población no fue tan importante y los intereses eran
centralmente obreros. 2) presencia más visible de la izquierda, aliada abiertamente con el movimiento
obrero. 3) la ubicuidad en la clase obrera local, la presencia de animosidades de clase estuvo más presente
en el Viborazo, la destrucción de empresas fue más extendida, el enemigo era el capitalismo mismo. Si el
Cordobazo había articulado las peculiaridades de la sociedad cordobesa y una cultura política local en un
momento histórico determinado, el Viborazo expuso las nuevas corrientes ideológicas y alianzas políticas
que aparecían en la vida nacional, muchas de las cuales habían recibido su inspiración e impulso en la
protesta previa.

UNIDAD II. 1969- 1976. De la crisis de la Revolución Argentina al Proceso de Reorganización


nacional
1. Radicalización política y plan político
Waldmann: “Anomia social y violencia” (1982)

Objetivo del texto: examinar intensamente un aspecto parcial del movimiento subversivo, las causas del
origen, cómo había surgido y por qué alcanzó tanta importancia. Por dos motivos es urgente: el problema
es tratado marginalmente, entonces la cuestión es determinar los estímulos sociales, manifiestos o
latentes, las normas o la ausencia de normas que favorecieron el desarrollo de esta forma de violencia.
Además, la relevancia del surgimiento de la guerrilla es el hecho de ser un fenómeno relativamente nuevo y
de aparición bastante abrupta en la historia argentina. A principios de 1969 este tipo de violencia política
casi no existía. Para 1975, la violencia era un tema permanente de la vida mediática y cotidiana.

Las organizaciones guerrilleras

EL surgimiento de la guerrilla se produce entre 1968 y 1970, es decir, durante la R.A. Antes había habido
intentos de guerrilla, pero esos grupos se limitaron a operar en zonas de difícil acceso en el noroeste
argentino, que fueron rápidamente desarticuladas y no tuvieron mucha resonancia a nivel nacional.
Cuando comenzaron a actuar en grandes aglomeraciones del litoral, sí.

El grupo Montoneros procede de la derecha católica y se identificó con el peronismo a principios de los 60.
Este arraigo en un movimiento político de masas lo distingue de la mayoría de las demás agrupaciones
guerrilleras de América Latina, además de haberle dado una gran capacidad de resistencia. La historia del
peronismo tiene dos condiciones que lo caracterizan: por un lado, el afán constante y exitoso de Perón de
conservar en el exilio el control político; por otro, la represión y la persecución política de los peronistas por
las fuerzas políticas. Los peronistas, que basaban su poder en los sindicatos, no reaccionaron de la misma
forma ante este doble desafío. Algunos de ellos trataban de negociar con los diferentes gobiernos, otros
adoptaron una actitud intransigente de oposición exigiendo el retorno de Perón, esta fue la denominada
“izquierda peronista”, que a su vez se dividía en dos: dirigentes gremiales totalmente leales al general y
otra más pequeña que veía la esencia revolucionaria del peronismo y quería provocar un levantamiento de
masas armado.

El PRT- ERP, fundado en 1970, se diferencia de Montoneros, en tanto estos últimos tenían más capacidad
de adaptarse a la situación. Para los estrategas del ERP la Argentina solo importaba como caso para aplicar
la doctrina marxista clásica. Un fenómeno como el peronismo era considera como una simple operación
burguesa destinada a ganar tiempo y a desorientar, mientras que la situación nacional era declarada
revolucionaria y madura para el vuelco; estas consignas esquemáticas, eran justamente lo atractivo de
sumarse a sus filas. Tampoco los Montoneros pudieron sustraerse de la influencia ideológica del ERP y
fueron adoptando parte de sus exigencias y posiciones radicales.

La diferencia en la historia de los orígenes de ambos grupos se refleja también en la procedencia social de
sus miembros: Montoneros reclutaba en los sectores nacionalistas de derecha o asociaciones de la
juventud católica; el ERP, de organizaciones de izquierda marxista. Les era común el rasgo de pretender
representar la masa popular, a pesar de la mayoría ser clase media, clase media- alta. Otro rasgo común era
su juventud.

Violencia y anomia social

Para explicar la acumulación violentos en la sociedad se pueden usar dos métodos: si se parte de un
“estado normal”, se buscarán motivos particulares provocadores de esto; si se considera que lo normal
para imponerse social y política es la violencia, que es frenada por mecanismos de control institucionales,
un desborde de la violencia viene de la mano del debilitamiento de esos mecanismos.

En el caso argentino, el error es partir de un supuesto estado normal y pensar las erupciones violentas
como acontecimientos excepcionales. La guerrilla por lo tanto no representa ninguna novedad, sino
únicamente la culminación momentánea de una tendencia agresiva que también puede observarse en
muchos otros sectores sociales. Por eso, primero hay que buscar los signos del relajamiento del control
político- social entre 1960 y 1975: en el correr de los últimos 10 o 15 años una serie de valores
tradicionales y pautas de conducta social en la sociedad argentina sufrieron una debilitación que tiene
relación directa con el aumento de la violencia. En lo que refiere a la dirección que tomó este cambio se
puede suponer que se trata de una aceleración de la tendencia, existente desde hace tiempo, hacia la
secularización.

Los síntomas indicadores de estas tendencias de anomia pueden dividirse en cuantitativos y cualitativos.
Los cuantitativos se han sacado de tres sectores de los cuales se supone que repercute toda perturbación
de normas y valores en el sistema tradicional: la evolución de la criminalidad violenta, la frecuencia de
divorcios y la cantidad de seminaristas y ordenaciones de sacerdotes. Igual esto no quiere decir que la
aparición de la guerrilla se deba únicamente al debilitamiento de los valores y de las pautas de conducta
tradicionales. La finalidad de esta tesis es más bien probar que el relajamiento de los controles morales y
sociales tradicionales unido a una serie de causas adicionales explican el origen y la rápida expansión de la
guerrilla.

Condición política para el desencadenamiento: el régimen militar

El comienzo de la guerrilla durante la RA sugiere que fue una reacción “de abajo” a la represión “de arriba”.
Para buscar los orígenes del crecimiento de la violencia, no va a detenerse en el aspecto formal de la
suspensión de la Constitución, sino ver las características estructurales determinantes en la lucha por el
poder político. El primero de estos elementos, se trata de la finalidad de los grupos políticos, que es tener
influencia y acceso al poder. Sin embargo, pocas organizaciones pueden lograrlo; estas, particularmente
poderosas, tienen dos rasgos en común: una gran capacidad de sanción y el interés en conservar el sistema
de poder que les asegura su posición privilegia. Otro eje de conflicto pasa entre estas agrupaciones y el
resto que no tiene acceso a la esfera de poder central. La tercera línea de conflicto se trata de lo que pasa
dentro de los diferentes factores de poder entre los distintos cuerpos de las FFAA, entre las distintas alas de
cada sindicato, entre la CGT, etc. El segundo elemento es la relativa disponibilidad de los diversos
competidores por el poder, queremos notar que esta flexibilidad para cerrar alianzas no se limita a los
competidores dentro de un plano determinado, sino que puede extenderse.

Casi todos los factores del poder político están dispuestos a perseguir sus objetivos también de manera
violenta, por lo tanto, los ejes conflictivos son potencialmente violentos. Tanto en las confrontaciones de
las organizaciones “centrales” por la toma de posesión del Estado, como en la lucha entre estos factores de
poder y los grupos disidentes, como también en las luchas entre las facciones dentro de las organizaciones.

Lo importante del cambio en la estructura política después de 1966 fue la eliminación de la pluralidad de
ejes de conflicto, ya que de acá en más todas las confrontaciones eran disputas parciales dentro de la
controversia política total que tenía por un lado a los militares en el poder y otro al resto de los factores
políticos. Cada vez más partidos, asociaciones y grupos se pasaban a la oposición y en 1969 los militares
carecían de sostén amplio en la población y hasta parte de las FFAA comenzaron a distanciarse. La
polarización ganó importancia porque no se limitaba a lo político, sino que se extendía a la esfera
económica.

La consecuencia más importante de esta distribución de fuerzas era que fuera franqueado el abismo que
separaba a los grupos extremistas con objetivos revolucionarios y a los sectores políticos moderados, que
querían conservar las estructuras existentes. Esa flexibilidad fundamental de Montoneros, que no excluía
alianzas con organizaciones opuestas ideológicamente, repercutió en la nueva constelación política. Es
cierto que la cohesión de la oposición, debido a la diversidad de los grupos que lo integraban, no era
demasiado grande. Sin embargo, alcanzaba para otorgar a las guerrillas un mínimo apoyo que necesitaban
urgentemente frente a la opinión pública. La actitud general con la que la gran mayoría observaba la falta
de habilidad y de prudencia que demostraban los militares en la lucha contra el terrorismo, era un terreno
propicio para el crecimiento de los grupos guerrilleros y el aumento de sus actividades violentas.

La polarización de las fuerzas políticas bajo el régimen militar pone en claro por qué después de 1966 la
guerrilla tuvo tales posibilidades de despliegue, pero no explica el fervor que manifestaban los guerrilleros
en sus acciones terroristas. Estas exageradas pretensiones redentoras estaban relacionadas con factores
motivacionales e ideológicos internos a la organización, pero también con circunstancias externas que
alentaban a la intransigencia y de las cuales se consideran: 1) la figura de Perón, que desde su exilio las
alentaba a seguir adelante y que efectivamente era visto como un peligro por disponer del capital político
de las clases bajas, “el pueblo”. 2) el Cordobazo, justamente su espontaneidad fue interpretada como una
señal de predisposición popular a la rebelión. Esto introdujo cambios en la política del régimen militar que
llevó lentamente a la liberalización política.

Grupos de reclutamiento: estudiantes y clero

Estudiantes: una de las causas de la tendencia estudiantil a la violencia deriva de la tradición histórica de las
universidades argentina. Otros factores, particulares del período que contribuyeron fueron:

1) la eliminación de la autonomía universitaria acompañada por la designación estatal del personal


administrativo y docente

2) la política económica del régimen militar que puso en aprietos al estudiantado

3) la aparición de personajes y países que fueron tomados como modelo de lucha contra el régimen militar,
les daban una meta más allá de la recuperación de la autonomía universitaria

4) Perón y sus ideas

Clero: la evolución de la Iglesia en general se distingue de la acción de los sacerdotes que optaron por la
lucha armada. La primera pasó a preocuparse más por los problemas económicos y sociales, lo cual se
manifiesta por ejemplo en las Encíclicas y en el Concilio Vaticano II. En este proceso de toma de conciencia
y de redefinición de la Iglesia en Latinoamérica tuvo particular importancia en la Segunda Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, Colombia. El gobierno militar era muy favorable a la
Iglesia y no ahorraba en pruebas a su favor. Una parte de la alta jerarquía eclesiástica se mostró favorable
al gobierno, de forma sutil, y la institución en su conjunto quedó en una situación difícil, ya que, primero,
una conexión demasiado estrecha con un gobierno determinado no era compatible con la tradicional
distancia que la Iglesia siempre había conservado; segundo, una alianza con este régimen, que era
rechazado por la mayoría, podía resultar peligroso a la larga, porque la nueva posición adoptada, la
dedicación al pueblo, debía ser el centro de la misión eclesiástica. Los eclesiásticos del bajo clero fueron los
representantes de esta nueva posición, que por su actividad en villas de Bs. As adoptaron una posición muy
crítica de la iglesia al lado de los exponentes del poder político y del sistema económico social. Aunque
fueron pocos los que participaron de la lucha armada, el uso de la violencia para eliminar el régimen y el
orden social existente estaba cerca de sus ideas. Al principio se limitaban a criticar determinadas anomalías
sociales, y de allí pasaron a formas más militantes de protesta, participando activamente. Aunque el
objetivo de estas acciones era exhortar al gobierno para que tomara medidas tendientes a eliminar los
perjuicios de las clases sociales más débiles, se notaba el escepticismo sobre las posibilidades de realizar los
cambios necesarios dentro del sistema existente.

Mientras estudiantes salían de su relativo aislamiento gracias a esta polarización, en el caso de los
eclesiásticos fue suficiente para dividir en dos facciones a esta institución tradicionalmente unida.

Condiciones intensificantes: la liberalización del gobierno militar y el viraje de Perón

La actividad guerrillera puede dividirse en tres fases:

1) Empieza con la liberalización paulatina del régimen militar y las elecciones de 1973

2) durante la presidencia de Cámpora, donde sobre todo los grupos de la izquierda peronista determinaba
el rumbo y el clima político

3) la del viraje conservador, que ya se anunciaba al regreso de Perón y que se mantuvo hasta después de su
muerte durante el gobierno de Isabel Perón.

En las tres fases los gobiernos habían intentado contener la influencia de las agrupaciones guerrilleras, pero
el poder vacilante, de rigor a moderación, tuvo poco éxito: ambas organizaciones, el ERP y Montoneros
consiguieron aumentar su potencial militar y organizativo y ampliar sus actividades. De esto se puede
deducir que las diversas medidas y toda la política de esos años, lejos de servir a la finalidad propuesta,
contribuyó a consolidar y reforzar la guerrilla.

En la primera de las fases, el aumento de la actividad guerrillera se explica por la tendencia inherente a
todo acontecimiento violento a agravarse: la acumulación de atentados de extremistas obligó a los policías
y a los militares a aplicar métodos de persecución cada vez más rigurosos, y el acrecimiento de la represión
provocaba una reacción aún más violenta de los terroristas que intensificaban la violencia
deliberadamente. Los grupos guerrilleros esperaban que el régimen revelara, a la vista de todos, su
brutalidad, dando así impulso a los sectores que querían que se vayan los militares. La liberalización
paulatina del sistema político no produjo una disminución, sino una intensificación de las actividades
terroristas. Se puede suponer que acogerían con satisfacción el retorno a una constitución democrática, ya
que se acercaba su ansiado momento del posible regreso de Perón y la legalización del partido, pero el
aumento del terrorismo se debía a que consideraban que la desintegración del gobierno militar era la
prueba del éxito de la estrategia aplicada hasta entonces. La paulatina retirada de los militares estimuló las
actividades subversivas con metas diferentes: mientras el ERP intentaba agravar la polarización
sociopolítica para producir una situación revolucionaria, Montoneros trataba de posibilitar el regreso de
Perón. Esta divergencia no se manifestó en este primer momento debido a la resistencia común de las dos
organizaciones

En la segunda fase, por distintas que hubieran sido las reacciones del ERP y Montoneros al triunfo electoral
peronista, en un punto eran idénticas: ninguno de los dos estaba satisfecho con el poder alcanzada y ambos
siguieron ampliando sus organizaciones en diferentes direcciones. El ERP continuó armándose para la
contienda militar, mientras que Montoneros trataban de completar su organización con una sección
política para poder actuar también en ese campo.

En la tercera fase, el ERP vio aumentar un poco su popularidad. Esto era consecuencia de la formación de
dos alas, una de izquierda y otra de derecha, dentro del gobierno. Esta evolución había sido provocada en
parte por el ERP mismo, al obligar, por medio de atentados terroristas tan eficientes como brutales a las
autoridades políticas a proceder de manera cada vez más violenta. La estrategia separatista del ERP no
hubiera igual tenido éxito por sí sola, si no hubiera coincidido con la intención de Perón de obligar a la JP,
que a su modo de ver era demasiado radicalizada, a mostrarse más conforme con el gobierno o abandonar
el movimiento. Perón no quería alejarse del “cerco”. Por eso comenzó a dirigirse a la JP primero con
advertencias, luego cada vez más impaciente y amenazante. La ruptura final fue consumada por
Montoneros luego de la muerte de Perón, cuando abandonaron la esfera legal para volver a la subversión
política. La reacción de la JP no fue ceder y someterse, sino reaccionaron porfiadamente, indignados, y
decididos a seguir el camino elegido para cambiar la sociedad, aunque no tuvieran el consentimiento y
apoyo del general. Quedaron así más cerca ideológicamente del ERP.

La formación de una subcultura terrorista

La consolidación de las estructuras de las organizaciones guerrilleras y el número cada vez mayor de sus
atentados se debían sobre todo al inmenso potencial militar, organizativo y financiero que habían
acumulado. Pero esa consolidación era también el resultado del ambiente psicológico que se había
formado, resultado de una subcultura propia cuyo rasgo más característico era que la violencia había
dejado de ser algo extraordinario y se había convertido en un accionar cotidiano, casi obligatorio frente a
los adversarios políticos e ideológicos. Este cambio en la noción de violencia fue necesario para su
consolidación

Por subcultura entiende Waldmann la separación del conjunto de la sociedad de un sector parcial con
tendencia a formar sus propias normas y valores, se aíslan a menudo y acentúan su tendencia al
particularismo y la interpretación parcial de la realidad. ¿Dónde y cómo se localiza? Círculos políticos de
izquierda en universidades o clero; ciertos grupos dentro del Partido Peronista. En las publicaciones de
periódicos y revistas se propagó con imágenes y palabras un culto de la violencia que hizo posible que para
los lectores pareciera normal, necesario y justificable que ciertas ideas e intereses sociales fueran
impuestos por medio de la violencia física. De acá sale la nueva noción de violencia necesaria para la
formación de la subcultura.

La coerción practicada por las instituciones estatales era presentada como especialmente cruel y
evidentemente ilegal, en cambio los ataques de los terroristas a los representantes del Estado aparecían
como una resistencia involuntaria y necesaria. Se sugería que en el fondo de los ataques y atentados de los
guerrilleros sucedían en legítima defensa, provocada por el abuso del monopolio coercitivo del gobierno.
Hábilmente, se hacía comprender al lector este esquema interpretativo de la repartición del derecho y de la
violencia, de represión ilegal y legítima defensa, mediante descripciones de heridas sufridas por ellos y
artículos necrológicos. Por ejemplo, en el caso de la Masacre de Trelew, se creó un culto de mártires
alrededor de los caídos. Ocupaban un lugar bastante amplio los artículos sobre la situación de los obreros
en las grandes empresas industriales, sobre las condiciones en las villas o sobre las dificultades en zonas del
interior. SI bien tienen valor documental por tratar temas que la prensa más masiva no levantaba, el
lenguaje tendencioso utilizado contrarresta este valor. Además de que explícitamente se acusaba a familias
o instituciones describiendo su opulenta posición económica. De este modo, se instigaba a los miembros de
las clases bajas a eliminar a estos “parásitos”.

En esta red de acusaciones y sospechas dirigidas contra determinados grupos y en el fallo que se dictaba
sobre ello se repiten algunos rasgos constantes que coinciden con las estructuras de los sistemas de terror.
La campaña desencadenada por la prensa peronista de izquierda contra determinados estratos sociales
presenta todas las características de los simulacros de procesos de amplias dimensiones. En primer lugar,
se contaba entre ellos a los miembros de la clase pudiente. Además, se acusaba a todos aquellos que
defendían al Estado y así, al sistema social existente, es decir, a la policía y los militares. Tampoco hay que
dejar de mencionar a los disidentes y traidores, que querían demorar o impedir la sentencia. Este rol les
tocaba a los dirigentes sindicales corruptos contra quienes los periódicos polemizaban. Juez y ejecutor era
el pueblo, es decir, el público lector.

Otra característica es la vaguedad del límite entre amigos de un lado y enemigos del otro, la línea era muy
arbitraria, sobre todo dentro de las organizaciones. Además, siguiendo las reglas según las cuales se
desarrollaba el juicio, el acusado no tenía la posibilidad de defenderse. Estos juicios no eran metafóricos,
efectivamente eran acusados. Además, los atentados contra simples soldados o policías no contaban con la
simpatía ni comprensión de la población, sino que provocaban la indignación.

Conclusión: guerrilla y situación revolucionaria

¿Por qué fue posible un levantamiento como el Cordobazo justamente ahí? 1) la situación especial de la
provincia por ser la más importante ciudad de provincia, lo cual, por un lado, da origen a un acentuado
orgullo y, por otro, a una antipatía, manifestada sobre todo cuando el Ejecutivo manda a la policía federal
para poner orden en una ciudad frecuentemente agitada. 2) la concentración geográfica de las
organizaciones institucionales más importantes favorece las erupciones violentas, con un alto porcentaje
de estudiantes. 3) fuerte empuje secularizador debido a la transición de capital tradicional de provincia a
ciudad moderna. ¿Significa esto que no se pueda repetir esta experiencia a nivel nacional? Parece, pero si
el gobierno militar continúa haciendo una política económica y social a costa de los estratos más bajos, no
se puede excluir que esto favorezca el retorno a situaciones que parecen superadas. Y así, las clases
populares podrán terminar por interesarse por las ideas políticas y sociales levantadas en el pasado
reciente y en la Argentina podría llegar a producirse una situación revolucionaria.

De Amezola: “El caso del realismo insuficiente. Lanusse, la Hora del Pueblo y el G.A.N” (1999)

Objetivo del texto: centrar la atención en la formulación del proyecto del Gran Acuerdo Nacional y en la
fase de su implementación, cuando es puesto en marcha. Comprender los objetivos que guían a Lanusse al
formularlo, los mecanismos mediante los que se intenta llevar adelante la transición, su lógica interna, el
papel jugado por los políticos

El general en su laberinto: las ideas políticas de Lanusse

El fracaso de la apuesta a un desarrollo empujado por la entrada de capitales extranjeros, había inclinado la
balanza desde 1968 en favor del capital local en apoyo del Estado. El mismo Lanusse cuando asume, resalta
especialmente cuatro puntos de su política: modernizar la estructura política, acelerar el desarrollo integral
y armónico del país, propender a la nacionalización de la economía y canalizar los beneficios del
crecimiento económico hacia una equitativa distribución de la tierra.

La controversia surge sobre el primero de esos puntos, en torno a él aparecen dos posiciones en el Ejército:
quienes son partidarios de que una solución política es un requisito para encarar los problemas económicos
(Lanusse estaba acá) y la de quienes pretenden que la salida política sea antecedida por una profundización
de la Revolución. En lo que había coincidencia era la necesidad de un crecimiento económico armónico,
apoyado en industrias de base que debía impulsar el Estado. Además, compartía con los golpes de Estado
previos el menosprecio por la relación entre representación y legitimidad política, que era considerada
como un simple formalismo.

Luego del Cordobazo, la crisis ya no era solo de la legitimidad de origen, sino también la de ejercicio. Así,
aparece en el horizonte una alternativa a los gobiernos surgidos de ensayos democráticos limitados (y
debilitados por la proscripción del peronismo) y de cuartelazos que prometen eficacia a cambio de
suspender la Constitución.

El desarrollo de esta cuestión es observado con creciente inquietud en los sectores militares y la búsqueda
de una solución los impulsa a replantearse si profundizar la Revolución o reconstrucción de la legalidad
jurídica. Levingston se inclinó por la primera. La posición de Onganía, la de profundizar, era apoyada por su
Ministro del Interior McLoughlin, quien planteaba que el problema de la violencia era mundial y no
solamente nacional. Enrique Novaro, quien tenía el apoyo de Levingston, creía que la disolución de los
partidos había sido conveniente y se debían establecer contactos de carácter personal con las figuras
destacadas y consideradas potables por el gobierno. En cambio, la posición intermedia era representada
por el Ministro de Defensa, Cáceres Monié, quien planteaba una acción que atendiera el desarrollo
económico y la apertura política.

La crisis latente dentro del gabinete estalló en octubre de 1970, luego de que la CGT declare una huelga de
24 hs., y hasta su derrocamiento Levingston optara por la profundización. En cambio, Lanusse intentará
asociar dos principios que habían aparecido como antagónicos desde 1930: legalidad y gobernabilidad. El
primero lo aportarían los partidos políticos y el segundo las FFAA. Así, intentó consensuar un programa y un
elenco de gobierno y someterlo a elecciones, que incluyeran al peronismo pero que excluyera a Perón. Una
transición político- militar diferente a las previas, en la que partidos y militares se apoyarían mutuamente y
en la que estos serían un brazo armado de los primeros. Los políticos, por su parte, comienzan a presionar
al régimen militar en noviembre del 70. Unos días más tarde se funda La Hora del Pueblo, entre
agrupaciones cuyo objetivo era el retorno de un gobierno democrático, y el Encuentro Nacional de los
Argentinos (ENA) funcionaba como un aglutinante de individuos que promovían una política
latinoamericanista y de izquierda.

Un camino para dos: Lanusse y La Hora del Pueblo

El 10 de noviembre de 1970 se funda la HP, compuesto por Ricardo Balbín y Enrique Vanoli (UCRP), Paadino
y Benito Llambí (PJ) y miembros del socialismo, conservador popular, demócrata progresista e
independientes. Para Balbín, la HP era “el abuenamiento de viejos adversarios políticos para beneficio de
las instituciones y la tranquilidad de todos”. Según Alfonsín se buscaba “la unidad del pueblo en procura de
objetivos de liberación, democracia y emancipación. Reclamo de institucionalización del país”.

El 21 de noviembre se formalizó en Rosario el ENA. La iniciativa había sido promovida por el Partido
Comunista y en el semanario Nuestra palabra se afirmaba que “de su éxito depende que se dé una
alternativa de poder democrático, popular y nacional. Es hora de terminar con las viejas opciones y con los
golpes y contra golpes de Estado. Lo fundamental es el pueblo en el poder. No importa la vía”, esto último
lo diferenciaba de la HP, porque buscaban la transformación del país, no solamente las elecciones.

La joven reaparición de los partidos y el implícito apoyo que les brindaba Lanusse no era bien recibido por
Levingston, quien pronuncia un discurso evaporando la esperanza de una “salida institucional” cercana.

La HP significaba un acuerdo de dirigentes empecinados en las viejas políticas que la RA había venido a
desterrar. Lo que se necesitaba era un clima de orden y tolerancia de unos años. La modernización de la
estructura institucional permitiría la vuelta de la actividad política y el diálogo con aquellos que ejercen una
crítica constructiva. Lanusse había valorado enseguida las ventajas que permitiría un acuerdo con la HP,
tanto por la posibilidad de acordar objetivos con sus integrantes, como por el capital electoral que
resultaba de la suma de las agrupaciones que la componían. Cuando en marzo de 1971 toma el poder, su
plan político se estructurará en torno a la posibilidad de confluir con esta multipartidaria en un proyecto. La
idea de máxima era la de complementar ese caudal de votos con el poder efectivo de las FFAA en una salida
cívico militar, en la que Lanusse se convirtiera en presidente con el soporte de la HP.

Los oficios terrestres: el GAN puesto en marcha

Distender, desconcentrar y aislar serían los objetivos a los que debían confluir los ministros de gabinete en
acción coordinada. La pieza maestra para lograr dichos fines era la vuelta a la legalidad política. Se trataría
de la solución y no de una mera salida, aclaraban los militares. A diferencia de la serie de elecciones
iniciadas en 1958, las que ocurrirían serían sin el peronismo proscripto. Además, se legalizaría a la izquierda
no insurreccional y se pretendía que, con eso, la juventud canalizara su actividad en los partidos.

El ministro Mor Roig consideraba conveniente que se produjera una renovación de las figuras que dirigían a
los partidos. El propósito era no permitir que Perón fuera candidato. Además, se proponía una reforma
constitucional (ballotage, reducción del mandato presidencial a 4 años, incorporación de un tercer senador
por la mayoría), la cual fue sancionada por decreto. Finalmente, el 1ro de abril de 1971 se anuncia la
rehabilitación de la actividad política, vuelven los partidos y les devuelven sus bienes. Pero para que las
instituciones funcionen, había que mejorar el clima social. La distensión de los sectores populares se haría
con el Ministerio de Bienestar Social. La necesidad de fortalecer las relaciones con la CGT para disminuir el
poder de los sindicatos combativos era uno de los dispositivos más necesarios para distender y
desconcentrar. El principal problema que se presentaba era el estancamiento de las paritarias que podía
terminar en una crisis entre el gobierno y la CGT. La política de San Sebastián (Secretaría de Trabajo) tenía
por objetivo hacer concesiones que descomprimieran los conflictos sindicales y fortalecieran políticamente
a Rucci. Se levantaron intervenciones en algunos gremios, como LyF.

Lanusse, años más tarde, se haría cargo personalmente de los errores de su gobierno. En tiempos de
Onganía, las FFAA tenían una idea poco precisa de quiénes eran los guerrilleros y resultaba imprescindible
mejorar la inteligencia sobre el tema, y para ello, organiza la SIDE, que centralizaba la información de todos
los servicios de Inteligencia del Estado. La política de Lanusse implicaba dos principios contradictorios para
la recuperación económica: por una parte, era necesario un manejo técnicamente coherente y, por otra, se
consideraba conveniente establecer alianzas y medidas con sectores con aspiraciones contradictorias.
Asimismo, para atender muchas de las inversiones necesarias, debía renunciarse a recursos destinados a
atender el bienestar social, que era otro pilar central. Esta situación contradictoria entra en una nueva
etapa con la reestructuración ministerial de fines de mayo, cuando se decide eliminar la cartera de
Economía y elevar el rango de las secretarias que la componían (Trabajo, Hacienda y Finanzas). El Ministerio
de Industria fue ofrecido a Antonio Cafiero.

De corceles y de aceros. La base militar del ensayo político

Lanusse propuso reuniones frecuentes con las tres fuerzas para informarlas de las alternativas de la marcha
de su acción de gobierno, que deberían servir también para que la opinión pública no las interpretara como
fuera de la rutina.

La sombra de tu sonrisa. Lanusse, Perón y la guerrilla

La propuesta del GAN era diluir la insurrección con la vuelta a la actividad política y el fin de la proscripción.
EL supuesto de esa readmisión era que Perón condenara la violencia para dejar sin sustento a las guerrillas
que se decían seguidoras del peronismo. La necesidad de lograr entendimientos para llevar adelante ese
objetivo empujará al Presidente a negociar con el general, tratando de superar la desconfianza de éste a las
FFAA y la conciencia de que para muchos militares Perón era un delincuente. Lo que Lanusse se proponía
era la inclusión de los elementos moderados y propensos a la conciliación del peronismo, pero excluyendo
a la persona de Perón como candidato, lo que haría posible un acuerdo para unir las fuerzas políticas más
significativas en la HP: formar un campo político donde amigos (militares/partidos aliados) y adversarios
(peronismo) se enfrentaran a enemigos (guerrillas) que no contarían con apoyo social. También la
necesidad de un pacto se inscribía en la máxima de Lanusse, que Perón obtenga sus reivindicaciones, pero
a cambio de apoyar un candidato extrapartidario, o sea, al mismísimo Lanusse. Por el contrario, Perón no
compartía esta urgencia, era previsible que seguiría repartiendo el juego. Lanusse se encontrará en la
contradicción de tener que dirigirse a dos públicos diferentes: por una parte, los políticos, que debían creer
sus promesas y la necesidad de un acuerdo de garantías con las FFAA; por otra, los militares, que debían ser
tranquilizados. El tono de desafío sucede al de comprensión del negociador. La firmeza alterna con palabras
conciliadoras. De allí la sensación de una gestión vacilante con miras a desorientar la opinión pública.

El asesinato del Teniente Marcos Azúa por un comando de las FAR, lleva al presidente a una reformulación
del GAN, que consistía en declarar que no habría una salida desesperaba. El contraataque se funda en que
el GAN pasa a ser un llamamiento a la cordura para restablecer una democracia representativa y eficiente,
sin mencionar a Perón, cuya participación quedaba librada a su propia iniciativa. Por el lado del gobierno,
además del deterioro de que Perón no condenara a la guerrilla, el trámite de la negociación favorece
circunstancias que afectarán la situación de Lanusse con los militares y políticos de la HP. Y ¿Por qué Perón
no llegaría a un acuerdo con la estrategia cívico- militar? Podría ser su interés en la toma completa del
poder, o también, la necesidad de maniobrar pendularmente para contener bajo su figura la heterogénea
composición que había tomado el movimiento.

Demonios en el jardín: conatos de revueltas militares

En 1971, el General Labanca publicita su proclama revolucionaria donde llama a rebelarse contra Lanusse.
Asimismo, en el documento se resumía el plan del levantamiento: integrar un gobierno militar, luego dar
paso a uno de transición cívico- militar, por último, la institucionalización, cuando la revolución hubiera
logrado sus objetivos. Para ello, había que derogar la Constitución y suprimir todas las entidades
representativas. El golpe es rápidamente conjurado. Pese a la aparente intrascendencia del intento
golpista, Lanusse logra apoyo para el GAN de los dos principales partidos.

La negativa de Perón a condenar a la guerrilla y su propósito de usarla en el acorralamiento del gobierno


desgasta a Lanusse con los oficiales. No con la alta jerarquía, sino con los coroneles y tenientes. La erosión
de la base militar, por otro lado, debilitará el diálogo con los políticos y la reducción de las expectativas
civiles enfriará aún más el entusiasmo de los militares por el GAN.

De halcones y palomas: los políticos no peronistas frente al GAN

El lanzamiento del GAN produce una gran convulsión en el escenario político. Alianzas, pactos, acuerdos y
divisiones internas pasan de pronto a reemplazar la aletargada vida de los partidos. Esto no significa
entusiasmo por el GAN, a la izquierda y derecha los cuestionamientos angostan el margen a cualquier
síntoma de euforia participacionista.

Para la UCRP resultaba aún inimaginable la candidatura de Balbín, la ruptura de este con Alfonsín por
discrepancias en la dirección partidaria, la alianza de los alfonsinistas con los cordobeses y el
enfrentamiento en las internas que daría el triunfo a Balbín, pero con Renovación y Cambio como
depositaria de casi la mitad de los votos. La ambigüedad de las relaciones de la UCRP con el gobierno se
prolonga hasta junio. Balbín prometía un duro pronunciamiento si no había definiciones de Lanusse. Este
retraso se evaluaba como un nuevo plazo otorgado al gobierno, jaqueado por la situación militar. No
obstante, el avance arrollador del peronismo ya era fácilmente perceptible, hasta para los radicales.

El realismo insuficiente o la derrota eficaz

Objetivos de Lanusse:

1) Buscó mantener la cohesión de las FFAA, lo había logrado cuando derrocó a Onganía y Levingston, pero
debía mantenerse a lo largo de la transición que se pondría en marcha con el GAN. Para ello, promoverá
una participación orgánica de las instituciones castrenses, al punto de que será Presidente como una
prolongación de sus funciones en la Junta. Esa cohesión sería imprescindible para llevar adelante el plan
político, que no se limitaría a instalar una democracia restringida, ya que participaría el peronismo

2) en relación a la creciente inquietud social y la ingobernabilidad, necesitaba tiempo. El desarrollo


económico ya no era el requisito, sino que sería la consecuencia de la normalización política, pero la
reinstalación de la democrática debía hacerse en el corto plazo, implementando objetivos intermedios.

3) Aunque el Estado debía luchar contra el terrorismo, la solución era política. El nudo de la cuestión estaba
en lo que McLoughin había dicho: generar una opción que aislara a la guerrilla, atrayendo a los sectores
que tenían cierta afinidad ideológica con ella a participar activamente en la política.

La debilidad del GAN estaba en su misma virtud: aunque parte del reconocimiento de la realidad, no es lo
suficientemente realista como para solucionar los graves problemas que afectaban a la sociedad. Se cree
que canalizará la disconformidad social mediante la participación popular en los partidos que los mismos
militares habían denostado hasta ese entonces; que Perón condenará la violencia a cambio de la restitución
de sus bienes y derechos; que el asistencialismo de Manrique aplacará la protesta social en Córdoba; que
los radicales harán sin conflicto una alianza con los militares que los habían derrocado; que estos tratarán
con los políticos olvidando los propósitos de refundar la república. Un diagnóstico simplista.

Las acciones encaradas para distender, desconcentrar y aislar resultan insuficientes y la vuelta de la
actividad política acelera los tiempos y licua rápidamente el poder del gobierno militar y el plan de combatir
la legitimidad revolucionaria con una legitimidad híbrida, que combinara la representatividad de los
partidos y el poder efectivo de las FFAA en su propio beneficio. Así, Lanusse queda prisionero de la
dinámica del juego que propone. Por otra parte, la inversión de los problemas que plantea el proyecto
favorece su desgaste por la influencia del descontrol de las variables económicas en la opinión de los
sectores populares, medios (que aportarán abundantes cuadros al peronismo) y altos (que abandonan al
GAN cuando se hace evidente el fracaso del proyecto para colgarse de las tetas de Perón).

Es cierto que la coyuntura era inmanejable. La crisis se arrastraba desde fines de la gestión de Vasena, se
agrava con Ferrer, que elige metodologías equivocadas como compulsar la opinión de los sectores
interesados para tomar decisiones que los afectan o la necesaria mediación presidencial entre los
ministerios del área económica desde que se elimina ese ministerio.

Con el fin de que las fuerzas revolucionarias dejen de madurar, Lanusse está convencido que debe impulsar
a Perón para que se incorpore al sistema y se defina al respecto.

Rouquié, quien sostiene que el GAN no es más que la huida de los militares ante la imposibilidad de
gobernar razonablemente, plantea que “si bien 1973 marca el comienzo de una serie de catástrofes
políticas que llevarían al país a una de las dictaduras más atroces de su historia, esta fecha constituye
también un cambio decisivo para el futuro institucional. No se trata de los titubeos de la historia que
algunos han querido ver, sino del exorcismo por la reintegración del peronismo a la vida política legal y de
la superación de una bipolarización que convenía a los extremistas y a los ‘pescadores de aguas revueltas’”

El objetivo último de Lanusse era impedir el desarrollo del principio de legitimidad que se venía gestando
desde el Cordobazo y ahogar la construcción de una alternativa que pusiera en peligro la estabilidad social.
Por eso, ni los 20 años que se imaginaba Onganía en el poder, ni los 5 de Levingston eran viables. Era
necesario instalar un gobierno constitucional rápidamente para evitar que esa opción creciera; y si para ello
se necesitaba hacer concesiones cada vez mayores a Perón, eso no afectaba lo básico.

Magne: “La estructura organizativa del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo” (2004)

Objetivo del texto: encontrar dónde se encuentra el potencial organizativo del MSTM

Potencial organizativo

A fines de 1967, la adhesión al documento Manifiesto de los 18 Obispos del Tercer Mundo, que con gran
celeridad recorrió el país obteniendo rápidas y favorables respuestas. Fue el acto fundante del MSTM. Estos
agrupamientos, que se originaron y consolidaron en el espacio diocesano, adquirieron un perfil propio
relacionado con la situación particular por la que atravesaba cada una de las diócesis. Las actitudes que
estos grupos asumieron han variado, a partir de la existencia o no de conflictos locales que a su vez podían
ser de carácter diferente. Distinguimos agrupamientos enfrentados con la jerarquía eclesiástica, en aquellas
diócesis en las que los obispos se resistieron a la aplicación de los cambios conciliares. Un ejemplo: en
Tucumán, el clero local unido enfrentó al poder político provincial; los nucleamientos sacerdotales
estuvieron estrechamente relacionados con los sectores obreros, haciéndose partícipes activos de sus
reclamos y sus demandas, convirtiéndose en duros opositores al gobierno provincial y denunciaron la
represión instrumentada. En otras diócesis, donde no se produjeron enfrentamientos de esta índole,
también encontramos grupos sacerdotales impregnados de un importante dinamismo. En algunos casos se
trata de nucleamientos dedicados a la reflexión, al debate y a la discusión teológica y otros donde asumió
una práctica activa y concreta de trabajar junto con los pobres. En el caso específico de la arquidiócesis de
Bs As se destacaron los grupos de trabajos en las villas y los grupos de asesores de organizaciones juveniles,
universitarias y obreras, ambientes en las que el sacerdote Carlos Múgica tuvo una gran participación. Al
margen de las diferencias entre los distintos agrupamientos en cuanto a actitud o metodología, no caben
dudas que el espacio diocesano fue clave en la articulación de la MSTM. Los grupos surgidos en ese ámbito
al calor de la renovación fueron los encargados de transmitir su energía al MSTM, que encontró en estos
agrupamientos sacerdotales diocesanos el potencial organizativo necesario que hizo posible su concreción

Cuando el MSTM irrumpió en la escena, se nutrió del potencial organizativo de estos agrupamientos
diocesanos anteriores, ya que por un lado absorbió la energía que éstos transmitían, y por otro basó su
organización en la articulación e interacción de los mismos. De esta manera, aprovechó la existencia de
esos nucleamientos para lograr su estructuración como movimiento y multiplicó el potencial presente en
éstos, fomentando e impulsando la conformación de grupos similares en el resto de la diócesis del país,
convirtiéndose la diócesis en el núcleo principal de articulación dentro de la estructura del MSTM.

Estructura organizativa

La estructura del MSTM fue definida en el Primer Encuentro Nacional, en mayo de 1968.

Características y funcionamiento de la estructura organizativa

¿Cómo funcionaba? Era una organización horizontal con una estructura mínima y muy flexible,
caracterizada por una interacción constante y fluida entre sus diferentes cuerpos. Las funciones que
cumplían estos cuerpos jerárquicos se limitaban a coordinar, informar, promover y sugerir, lo que
demuestra su carencia de poderes o de autoridad para imponer, ordenar, prohibir o censurar. Este tipo de
estructura propició una organización muy flexible entre la cúpula y la base y proporcionó un marco
favorable para que los grupos diocesanos tuvieran un rol protagónico. Éstos se reunían según diversos
criterios de frecuencia y metodología, emitían declaraciones públicas locales o en coordinación con
iniciativas nacionales, emprendían acciones pastorales definidas, trabajos en villas y participaban en
protestas y manifestaciones con alto grado de autonomía.

¿Cómo se organizaban? La delegación era de la base hacia la cúspide, los responsables diocesanos eran
delegados de estos grupos, encargados de transmitir las iniciativas, mediante un fluido contacto con el
secretariado y con los otros responsables diocesanos a fin de posibilitar la concreción de emprendimientos
conjuntos o coordinar diferentes acciones de carácter regional o nacional. El secretariado estaba abocado a
encausar toda esta energía que irradiaban las diócesis. Lo decisivo de la actuación del MSTM no estaba en
su organización superior, sino en las diócesis. Otra instancia vital en la organización y su funcionamiento,
estuvo dada por las asambleas anuales, los encuentros nacionales del movimiento. Esta práctica
sistemática, consistía en reunir a los representantes de las diferentes diócesis con la cúpula del
movimiento, con el fin de dar a conocer la situación por la que atravesaban cada una de ellas con informes
relacionados con la problemática política y socioeconómica, para luego definir las líneas y los métodos de
acción a seguir. El sentido final de los encuentros era la búsqueda de coincidencias entre las diferentes
diócesis representadas para establecer las líneas a seguir por el movimiento. Esta metodología no supone
una experiencia novedosa para las diócesis preexistentes, significó una línea de continuidad para la
actividad que ya venían desarrollando.

¿Cuál era su objetivo? El MSTM se montó en la cresta de la ola con el objeto de expandir, impulsar y
dinamizar una propuesta alternativa a la mantenida por la jerarquía eclesiástica nacional, procurando la
interrelación, la coordinación y la organización de los diferentes grupos activos, fomentando la
concientización y el aliento, con el fin de potenciar un amplio proyecto de cambio que incluía aspectos
religiosos, políticos, sociales y económicos. En esta dirección, un instrumento importante fue el boletín
Enlace, publicado bimestralmente entre 1968 y 1973, era un boletín de carácter interno, su distribución fue
regular y el público eran los adherentes y simpatizantes del movimiento. Los coordinadores y responsables
diocesanos eran los encargados de solicitar los ejemplares y luego distribuirlos entre los interesados y su
circulación fue legal.

Objetivos del MSTM

“Buscar un compromiso cristiano ante la realidad. Ha llegado la hora en que no podemos limitarnos a estar
de acuerdo con los principios sin comprometernos, o estamos o no estamos. No cabe otra actitud”.

Los objetivos fijados son bastante generales y ambiguos, si bien es claro que el compromiso que asumen
excede lo meramente declarativo y traspone las fronteras de la adhesión a los recientes documentos del
catolicismo universal, para poner en marcha la puesta en práctica de los mismos en su extensión y
aplicación a la realidad social, lo que significa un compromiso con la acción concreta, relegando a un
segundo plano lo puramente teórico. Pero, por otro lado, no aparece delineada ninguna metodología de
acción ni criterios generales para su desarrollo.

Esta falta de claridad en los objetivos y metodología pudo tener como estrategia evitar debates, discusiones
o desacuerdos que podían atentar contra la conformación misma del movimiento. Desde una perspectiva
tendiente a sumar, el movimiento tampoco estipuló o impuso métodos de acción precisos que quizás
hubieran atentado contra el dinamismo existente en los grupos por diocesanos, de esta forma disfrutaron
de un amplio margen de movimiento y de una importante autonomía. Fue el accionar de estos núcleos lo
que lo dotó de un marcado dinamismo a partir del momento de su concreción.

Criterios de admisión: 1) mentalización o concientización, el grado de aceptación que el sacerdote tenía de


las ideas expresadas en los últimos documentos del catolicismo, interpretados en una perspectiva de
extensión a la realidad social. 2) el compromiso en la acción, llevar a la práctica los llamados que, en
carácter de urgente, se hacían desde los documentos en favor de las clases populares. A su vez, aquellos
sacerdotes que cumplían con el primer criterio, pero no con el segundo, considerado el más importante, no
eran invitados, había que cumplir los dos.

Respecto a su acción hacia afuera planteaban “pensamos que la mentalización del pueblo ha de ser uno de
los objetivos principales del movimiento. Consideramos como medios aptos: procurar una mayor
participación de parte nuestra en la vida del pueblo explotado, sobre todo mediante el trabajo. Reuniones
de concientización, vinculaciones con organizaciones obreras, barriales. Sectores que han de ser
concientizados: obrero-universitario-estudiantil". Se contemplaba la instrumentación de una serie de
mecanismos tendientes a lograr en vastos sectores sociales la pérdida de esperanza en el sistema vigente.

En el Segundo Encuentro Nacional (1969) se elaboraron “Nuestras coincidencias básicas”, documento cuyo
fin era evitar enfrentamientos internos de carácter político- ideológico que trajeran consigo una posible
ruptura; estableció desde una perspectiva muy general, ciertas coincidencias que sustentaban la unidad y
garantizaban la continuidad del movimiento. Se manifestaba el reconocimiento de la existencia de países y
sectores sociales que padecían la injusticia y la opresión del sistema capitalista en el denominado Tercer
Mundo; el convencimiento de que ahí se gestaba un proceso de liberación que exigía el cambio de
estructuras políticas, económicas, sociales y culturales; una profunda adhesión al proceso revolucionario; la
solidaridad y el compromiso con los necesitas y la vista puesta al servicio de los pobres en cumplimiento de
la misión encomendada por Cristo; el rechazo al sistema capitalista y al imperialismo; apoyo a programas
políticos que incluyeran la socialización de los medios de producción; el convencimiento de que “lo
popular” constituye un elemento esencial y distintivo de todo movimiento revolucionario auténtico, por lo
tanto el peronismo debía ser tenido en cuenta, aunque no fuese una vanguardia revolucionaria, pero era
una auténtica fuerza popular argentina.

Luego de 1973, en un nuevo contexto histórico, las “Coincidencias básicas” ya no eran capaces de
garantizar la unidad dentro del movimiento.

Conclusiones
Al articular su estructura desde las bases, el MSTM adquirió un funcionamiento abierto, flexible,
democrático y participativo. Los fundamentos principales de esto radican en la autonomía de las diócesis, la
limitación en las atribuciones de la cúpula del movimiento que no estaba investida de reales poderes de
mando y ejecución y, por último, en lo relacionado a la práctica, metodología y funcionamiento de la
instancia deliberativa y resolutiva de mayor significado para la política del movimiento, los encuentros
nacionales, ámbito donde se definían los objetivos, medios y criterios de acción.

En cuanto a la metodología preparatoria utilizada para la realización de los encuentros, el criterio consistía
en: 1) fijación por parte de los coordinadores y el secretariado del movimiento, de la fecha y el lugar del
encuentro. 2) proposición de un temario por parte del secretariado, en general temas vinculados con la
realidad política del país y reflexiones de carácter teológico relacionadas con el momento socio político.

Se trata, entonces, de un funcionamiento prolijo, racional y sobre todo democrático y participativo.


Corroboramos los métodos democráticos y participativos del movimiento revisando las diferentes
convocatorias emitidas por el secretariado para cada uno de los encuentros nacionales celebrados,
observando que el único requerimiento existente para participar de estas reuniones era ser miembro activo
del movimiento, lo que demuestra el carácter amplio de la convocatoria.

El MSTM logró estructurarse como una organización abierta a sus bases, ya que permitió la participación
plena de las mismas en las instancias fundamentales de decisión, pero que al mismo tiempo se trató de una
organización restringida, dado que sólo aceptó como miembros del movimiento a sacerdotes católicos,
rechazando la posibilidad concreta de permitir el ingreso a sus filas de laicos y religiosas. De todas maneras,
es rescatar al MSTM como una agrupación respetuosa de la opinión del conjunto de sus adherentes, que
instrumentó apropiados mecanismos democráticos de representación y que otorgó a sus militantes
participación total a la hora de tomar decisiones.

“El MSTM ante una doble problemática: el acoso externo y el debate interno”

El acoso externo, remite al crecimiento y agudización de críticas, cuestionamientos y ataques contra el


movimiento provenientes del poder político, las fuerzas armadas, la cúpula conservadora de la Iglesia,
algunos medios de presa y grupos nacionalistas católicos de derecha. Este hostigamiento casi permanente
que sufrió el tercermundismo se relaciona con la creciente tensión política en todo el país. El MSTM con
frecuencia ocupo el centro de la escena pública ya que se lo vinculó directa o indirectamente a las acciones
perpetradas por las organizaciones armadas.

El movimiento mantuvo su carácter opositor e intransigente, logrando la cohesión suficiente para


defenderse de los embates externos, y respaldando por igual a todos aquellos miembros que padecían la
cárcel o se encontraban implicados en procesos judiciales. Al mismo tiempo, asumió un rol protagónico en
el marco de la oposición a la dictadura, sobre todo mediante la denuncia permanente y un marcado
crecimiento del activismo político.

Respecto al debate interno, fue producto del mayor compromiso político asumido por los miembros del
movimiento. El peronismo ocupó el centro del debate y las discusiones respecto a él se fueron acentuando
y creciendo en intensidad a las divergencias. Sin embargo, el MSTM procuró instrumentar mecanismos que
le permitieran seguir avanzando con cierta homogeneidad, lo que no significa bajo ningún punto de vista la
finalización de las discrepancias a la hora de definir con exactitud contenidos y opciones políticas. Al calor
de estas discusiones cuatro vertientes se fueron perfilando: la socialista, la peronista, la peronista en
sentido socialista y los que objetaban cualquier tipo de compromiso concreto con fuerzas políticas.

El MSTM y el advenimiento de la violencia

El MSTM sostuvo la idea de que la violencia institucionalizada ejercida por los opresores ilegítimamente
contra el pueblo, se debía oponer la violencia que en manos de los oprimidos pasaba a ser un instrumento
legítimo para poner fin a las injusticias y lograr la liberación.
El presupuesto ideológico de la violencia ilegítima “desde arriba” y la violencia legítima “desde abajo”
encontró un espacio favorable para su expansión en la nueva coyuntura socio- política signada por la
protesta social y la profundización de la metodología represiva instrumentada por el régimen autoritario. La
represión estatal, que tenía por objetivo silenciar a un amplio espectro de la sociedad, tuvo el efecto
contrario, ya que fortalecieron la argumentación de la violencia “desde arriba” creando condiciones
propicias para la evolución del ideario radicalizado y la proliferación del accionar guerrillero.

Cristianismo y Revolución fue el órgano de difusión del pensamiento católico radicalizado.

Durante el proceso de crecimiento de la violencia con fines políticos, los sacerdotes del movimiento no solo
criticaron las estructuras políticas y económicas vigentes, sin condenar las acciones violentas que
interpretaron como una reacción desesperada frente a la injustica, y al mismo tiempo, profundizaron su
activismo en el proceso político y social, al tiempo que lograban nuevas adhesiones e incrementaba el
número de sus miembros, que para 1970 ya superaba los 500. Sin perder oportunidad para hacer pública su
oposición al gobierno, cuando Onganía convocó a todo el pueblo al acto de consagración de la Argentina al
Inmaculado Corazón de la Virgen María, el MSTM dio a conocer un extenso documento de rechazo a la
iniciativa gubernamental (“¿qué es lo que poseemos para consagrar? ¿la desocupación y los bajos salarios?
¿el estado nacional de injusticia? ¿la situación neocolonial que se nos quiere imponer? ¿la violencia que
ejerce el poder sobre la impaciencia y angustia de los humildes?). Las exposiciones totalmente adversas al
gobierno hechas públicas, su crecimiento en el interior de la Iglesia y la profundización de su activismo
político, convirtieron al movimiento en un peligroso enemigo de la dictadura. El régimen militar consideró a
los curas tercermundistas como potencialmente subversivos y procuró su neutralización por distintos
medios. Asimismo, el gobierno acusó a los curas de agentes del marxismo internacional y trató por todos
los medios de vincularlos a las acciones de violencia y a las organizaciones armadas.

El tercer Encuentro Nacional

Con la participación de 25 diócesis, el encuentro centró su reflexión y discusión en torno a la realidad


política nacional. Los ejes que articularon el debate fueron profecía y política, características del proceso
revolucionario argentino y papel que en dicho proceso juega el peronismo. La coyuntura abierta en 1969
involucró de forma creciente al MSTM, por tanto, la discusión en este campo no podía limitarse a esa
reunión.

El debate demostró la profunda dificultad en que se encontraban los miembros del movimiento cuando se
trataba de traducir los postulados del compromiso social asumido, en un compromiso político concreto. En
general, aunque hubiera matices, no había problemas en definir una postura socialista, que era definida en
primer lugar desde una perspectiva religiosa, percibido como un sistema que era el fiel reflejo del espíritu
del Evangelio. Desde una perspectiva política- económica, el socialismo propugnado no se basaba tanto en
los programas de las organizaciones de izquierda, pero sí incluía la socialización de los medios de
producción, del poder económico, político y cultural. Un “socialismo latinoamericano” que promueva el
advenimiento del “Hombre Nuevo”. Sin embargo, el problema a resolver era el camino para arribar a ese
objetivo. Una gran mayoría consideraba que el peronismo como movimiento político de la clase obrera y
sectores populares era el camino adecuado, mientras una minoría opinaba que había que buscar otra
alternativa.

La postergación de la discusión política fue una solución momentánea y “engañosa”: los acontecimientos
venideros pusieron de manifiesto las distancias político ideológicas internas. El debate se hizo ineludible y
diferentes corrientes internas se consolidaron en su interior. La agudización del debate interno, que giro
básicamente alrededor del peronismo, se enmarca en el crecimiento de las tensiones en todo el país.

El MSTM “bajo sospecha”


En julio de 1970, Levingston acusó a los tercermundistas de subversivos encubiertos detrás del ropaje
religiosa. Al otro día, el padre Carbone fue detenido, acusado de proporcionar la máquina de escribir con la
que usaron los secuestradores de Aramburu. Luego, el sacerdote Benítez, ex confesor de Eva Perón, sería
señalado como sospechoso de haber facilitado la sotana usada como disfraz en ese secuestro.

Muchos percibieron que se presentaba una gran oportunidad para condenar y expulsar a los
tercermundistas de la Iglesia. Las acusaciones y las críticas del gobierno, de la jerarquía eclesiástica, de las
FFAA y de la derecha católica al movimiento se multiplicaban, mientras que las respuestas y declaraciones
del MSTM no contribuían precisamente a calmar la turbulencia desatada. Los obispos observaban que el
valor del respeto a las jerarquías se complementaba con un cuestionamiento a actitudes decididamente
desviadas de la misión de sacerdotes y religiosos establecidas por la Iglesia, señalando que a éstos no les
incumbe el orden político, económico y social, tampoco asumir liderazgos o proponer soluciones. De esta
manera, la jerarquía acometía contra las resoluciones del Tercer Encuentro Nacional, mediante las cuales
los tercermundistas proclamaban su adhesión al proceso revolucionario, que veían como inminente. Si bien
el mensaje era una verdadera condena para los tercermundistas, la jerarquía no instrumentó medidas
extremas que pudieran sumarse a la condena discursiva en ese momento. Quizás la cúpula consideró poco
útil una decisión de este tipo, incluso teniendo en cuenta las diversas presiones existentes.

Magne cree que la jerarquía, más allá de la clara condena que hizo en su documento del 12 de agosto de
1970 al MSTM, interpretó que la instrumentación de medidas extremas, principalmente la expulsión de los
tercermundistas, podría haber tenido consecuencias graves para la Iglesia argentina. Si bien el peso de la
corriente tercermundista no era tan significativo dentro de la estructura eclesiástica como para afectarla en
caso de una ruptura, no es menos cierto que su poder de convocatoria entre los fieles había crecido
considerablemente. Considera, entonces, que la jerarquía eclesiástica enfrentaba la situación con total
prudencia y cierta ambigüedad: por un lado, amonestó y condenó al MSTM, procurando la conformidad
del gobierno y de los mayores opositores al movimiento, y por otro, no puso en marcha mecanismos
drásticos que podían haber atentado contra la unidad eclesiástica. Los sacerdotes tercermundistas no
recibieron en silencio la declaración, aunque ello no significó que lo hicieran con pasividad. Los
agrupamientos regionales hicieron llegar sucesivamente sus observaciones al secretariado sobre el
documento del Episcopado, que finalmente se convirtió en el documento “Nuestra reflexión”. En el mismo,
el MSTM rechazaba la acusación de “violentos” y reiteraba la teoría de la violencia institucionalizada que
justificaba la reacción violenta del pueblo, y así reflexionaban “es extraño que nuestros obispos se sientan
conmovidos y recuerden que el uso de la violencia es legítimo, solo cuando son los poderosos los que
sufren el impacto. Quisiéramos que nuestros obispos condenasen por lo menos con tanta fuerza como lo
hacen contra los revolucionarios, la brutal represión policial, los salarios de hambre, la entrega al
imperialismo, la situación de los aborígenes. En una palabra, violencia opresora”. Este documento fue
entregado personalmente a cada uno de los obispos del país eludiendo a la prensa y se publicó en el boletín
Enlace. El Episcopado no respondió, lo cual confirma que quisieron evitar una ruptura en su seno.

El MSTM promovió sobre sí buena parte de los esfuerzos represivos de la dictadura acorralada por el alto
grado de agitación y radicalidad que interpelaba a una parte importante de la sociedad. De esta forma el
régimen se disponía a una retirada estratégica.

Las discusiones internas

Posiciones bajo las que se alinearon los sacerdotes (todas alrededor del peronismo):

1) favorable al peronismo, desde una perspectiva nacional- popular; según esta visión, el peronismo
encarnaba el tronco histórico de la voluntad popular, contra las injerencias extrañas al sentir nacional

2) favorable al peronismo, pero desde una perspectiva popular- revolucionaria; consideraban que el
peronismo era un primer paso concreto en la conciencia de la dependencia y en la acción por la liberación.
Conciencia y acción que debían profundizarse en circunstancias tan favorables como la que se presentaba
3) desfavorable al peronismo, considerado un freno a la revolución, creían necesario canalizar las energías
del catolicismo hacia una transformación radical, dejando de lado opciones poli clasistas y reformistas

4) desfavorable al peronismo, objetaba el compromiso concreto con fuerzas o partidos políticos en general,
planteando que una determinación de este tipo llevaría a una pérdida total de la libertad que disponían
para criticar y denunciar los actos y las estructuras de opresión, desvirtuándose el rol sacerdotal y la
función profética.

El Tercer Encuentro debe comprenderse entonces como un momento clave en la historia del movimiento,
pues en él no solo el peronismo irrumpió con inusitada fuerza en el seno del MSTM, sino que también
comenzaron a insinuarse con claridad, las diferentes posiciones existentes en la nueva izquierda. Desde sus
inicios el MSTM se había referenciado política con el socialismo, modelo enunciado en el Manifiesto de los
18 Obispos del Tercer Mundo, equiparado con el cristianismo integralmente vivido en el justo reparto de
los bienes y la igualdad fundamental de todos. Sin embargo, en las conclusiones finales del Tercer
Encuentro quedó implícito el reconocimiento al peronismo como una fuerza de carácter popular y de gran
potencial transformador. El rescate del peronismo realizado por los sacerdotes tercermundistas no
significaba el abandono del objetivo final del movimiento, la concreción de una sociedad socialista, pero sí
fortaleció la perspectiva que consideraba a la opción peronista como una alternativa real para el cambio.

Durante 1970, en algunos miembros la adhesión al peronismo comenzó a ser consideraba ya no como una
posición política individual, sino como una opción política para el conjunto.

Desacuerdos y diferencias comenzaron a insinuarse con mayor fuerza en el interior del MSTM. Teniendo en
cuenta esto, se incluyó en el marco preparatorio del cuarto encuentro, la encuesta denominada
“peronismo- socialismo”, enviada a todos los miembros del movimiento. Los resultados evidenciaron una
clara inclinación al peronismo. Una pequeña minoría opinaba que “la liberación pasa primero por una
agudización del problema interno mediante la lucha de clases”. La mayoría se manifestaba a favor de la
“liberación nacional que quiebre primero la dependencia imperialista”, prefiriendo hablar de pueblo y
antipueblo desechando posturas clasistas.

Otro punto consultaba sobre los factores revolucionarios del peronismo y decían que “1) el pueblo que lo
forma. Lo realmente revolucionario es el pueblo y éste es peronista. El peronismo no es revolucionario por
su doctrina o expresión ideológica, sino por ser el pueblo mismo expresándose; 2) la expresión ideológica
tercera posición expresa la necesidad de buscar una vía propia para los países del Tercer Mundo
(Socialismo Nacional); 3) ser la fuerza masiva que impide consolidarse al régimen; 4) los sectores de
avanzada (organizaciones guerrilleras)”. Los límites del peronismo eran “la burocracia sindical y partidista,
el dogmatismo y la tercera posición como posición estática”.

A pesar del rotundo pronunciamiento a favor del peronismo, los sacerdotes no aceptaron que el MSTM
asumiera ningún tipo de compromiso político partidario, privilegiaron la libertad total que disfrutaban en el
ejercicio constante de la crítica y la denuncia, considerando que quizás un compromiso partidario podía
atentar contra ese ejercicio, coartando o restringiendo la libertad que detentaban.

En el Cuarto Encuentro (1971), los temas principales fueron el análisis de la ofensiva contra el movimiento
(denuncias, acusaciones y críticas, persecución y encarcelamiento), la discusión política a partir de las
respuestas a la encuesta. El peronismo en el centro del debate planteaba en el interior lo mismo que en el
resto de la sociedad, una línea divisoria (en el 2020 le diremos, grieta). Pese a todos los debates internos, el
documento final fue dividido en tres partes tituladas: Denuncia (cuestionamiento al orden político, justicia
por los presos políticos), Constatación (crítica al régimen militar) y Esperanza (resaltaban el rol de las bases
obreras, se establecía su confianza en el movimiento peronista).
En el Quinto Encuentro (1972), el documento final fue titulado Dependencia o Liberación. Explicaban ahí la
puja existente entre dos proyectos históricos: el de la dependencia y explotación, y el de la liberación
nacional.

Sobre el regreso de Perón dirán que “es un hecho de justicia”, pero al mismo tiempo “su vuelta puede ser
utilizada por las clases dominantes como un nuevo repliegue para frenar las luchas de la masa; debe quedar
claro que volvió para lograr la unión del pueblo trabajador y explotado. El pueblo intuye que la presencia de
Perón es válida en tanto contribuya a cuestionar las bases mismas del sistema imperial capitalista que lo
oprime”.

2. El intento de establecer una hegemonía nacional y popular. Los gobiernos de Cámpora,


Perón e Isabel
De Riz: “La ofensiva de Perón” (1987)

La coexistencia conflictiva de fracciones antagónicas en el seno del movimiento peronista, articuladas en


torno a la figura de Perón, le dio al peronismo mucho dinamismo, y a su jefe, gran capacidad de maniobra
política. Durante su exilio, se había apoyado en sectores negociadores y en la guerrilla. Estos últimos eran
su carta contra los sectores negociadores, y a su vez, estos le permitían mantener un aparato que asegurara
la vigilancia y continuidad del movimiento como pieza clave del juego político. Como el centauro
maquiavélico de dos cabezas, el movimiento peronista tenía su cara conciliatoria y su cara de ruptura,
ambas articuladas por el conductor.

Del lado militar, la figura de Lanusse sintetizaba la contrapartida de eso. El enfrentamiento Lanusse- Perón
se fundó en las convergencias entre ambos: 1) ambos se enfrentaron a partir de un diagnóstico común
acerca de la naturaliza de la crisis en la sociedad y su combate por la dirección de un mismo conjunto de
fuerzas sociales se desarrolló en el trasfondo de una lucha compartida: la institucionalización de la lucha de
clases. Perón encontró en Lanusse un adversario de su altura, y aunque ambos hicieron el mismo
diagnóstico, diferían en los medios y objetivos de la reconstitución del poder del Estado. 2) ambos eran
conductores y subordinaron la lucha de clases a la dirección del jefe. 3) ambos son militares y así hacían
política subordinando la acción de las clases a la conducción del jefe. 4) ambos privilegiaron el tiempo a la
sangre.

La base de la táctica de Perón se encuentra en, por un lado, la formación de un vasto movimiento político,
cuyo único enemigo era la dictadura militar, y por otro, en su propio poder de convocatoria sobre la
juventud y la guerrilla. La asimetría de fuerzas entre el peronismo y los militares era muy grande, la fuerza
del primero radicaba en las complejas tácticas que desplegó hasta llegar a las elecciones.

Perón y los partidos políticos

La formación de la HP fue el primer paso avanzado por Perón en su objetivo de armar un amplio esquema
de fuerzas políticas para enfrentar la dictadura militar. Esta convergencia de peronistas y antiperonistas
expresaba un acuerdo en torno a un tibio programa de reformas de corte nacionalista. Los radicales no
tenían otra opción que luchar por las elecciones y en esa lucha Perón pasaba a ser un aliado, estaban más
dispuestos a aceptar sus condiciones, que las dudosas chances de triunfo con apoyo militar; se mantuvieron
fieles a su política de subordinar su acción a la de la fuerza política a la ofensiva (#lodijo). Los militares
habían levantado la proscripción del peronismo, pero no habían definido cuál sería la suerte del partido.
Esa cautela debilitaba al radicalismo y acrecentaba a Perón. Para él, las fuerzas externas al movimiento
continuaban siendo un factor de poder a manejar según las posibilidades abiertas por la coyuntura: una
cuestión de táctica y no de principios.
En septiembre de 1972, Perón insistía en la necesidad de una salida electoral. La participación de su partido
quedaba condicionada al levantamiento de las restricciones impuestas por los militares.

Perón y los militares

En octubre de 1972, Perón envió a la junta el decálogo “Bases mínimas para el acuerdo de reconstrucción
nacional”. En noviembre de ese año, regresa, y en su primer mensaje, llama a la calma. El retorno de Perón
marcó, para los militares, una derrota más: era el retorno de un proscripto que fijaba las condiciones a
quienes lo habían despojado por la fuerza de poder.

La recomposición del equilibrio en el seno del peronismo

La decisión de lanzar la candidatura de Cámpora fue acogida con entusiasmo por la JP. Un avance político
de las juventudes parecía incontenible. La izquierda peronista ganaba posiciones en la estrategia
desplegada por Perón. Los sindicalistas, por su parte, no ocultaron su desacuerdo con la fórmula, pero
Perón regresaba dispuesto a ajustar cuentas con los jefes sindicales y la impuso igual. Para ello, reforzó la
línea de los duros o combativos y bloqueó la acción de los negociadores. Este ajuste de cuentas que había
esperado desde el exilio, cuando muchas de sus directivas eran desoídas, tenía un significado mayor en su
estrategia. Para rehabilitar las instituciones políticas, era necesario recomponer las relaciones entre la
dirigencia sindical y la base obrera. La negociación en las alturas era un privilegio de Perón, los dirigentes
tenían que mantenerse en su lugar.

De la oficialización de la fórmula Cámpora- Solano Lima al triunfo peronista

Lanusse comprendió que la fórmula de Perón no podía ser vetada y que había que aflojar las cláusulas
militares. La nueva situación volvía a colocarlo en un callejón, no podía proscribir al FREJULI. Más bien, la
acción llevaba una amenaza para negociar los límites de tolerancia de los militares. Pero esto no estaba
exento de peligros, ya que no definieron totalmente los límites reales de su decisión.

“El interregno camporista”

Para todos los sectores del peronismo, Cámpora representaba una transición. Sin embargo, para cada uno
tenía un valor diferente: para el movimiento obrera, significaba reconquistar el espacio perdido en la
gestión del Estado, para la juventud y las guerrillas, era la bandera del socialismo nacional.

Una vez logrado el triunfo electoral del peronismo lo que estaba en juego era la definición misma de “Perón
al poder”. La verdadera lucha política en el peronismo ahora era determinar quiénes eran los triunfadores.

¿Por qué fue elegido Cámpora?:

1) era el testimonio del exilio, representaba la lealtad al conductor. En la dialéctica entre aislamiento y
participación institucional de Perón durante el exilio, todo su esfuerzo se concentró en obtener el
reconocimiento del movimiento peronista como sujeto colectivo en la escena política, y el reconocimiento
de su liderazgo. La alternativa de tácticas desplegadas tenía como fin salir del aislamiento impuesto. El
problema no consistió en la impugnación de los movimientos tácticos del sindicalismo, sino en el margen
de acción autónoma tuvieron frente a su poder político personal: él debería fijar los límites del territorio
por el que podía transitar el peronismo. Cámpora leal significaba un reequilibrio de fuerzas dentro del
peronismo, en favor de los “duros” del aparato sindical y de la juventud.

2) representaba a un sector de la burocracia política cuya fuerza residía en la representación de Perón. Ese
poder exigía un reforzamiento del poder civil, y para lograrlo, la juventud radicalizada cumplió un papel
central, que les permitió ganar paulatinamente un espacio dentro del movimiento. La campaña electoral
del peronismo fue obra de la Tendencia. De hecho, el acercamiento entre Cámpora y la JP fue promovida
por el propio Perón, fundado en la ausencia de una dirección revolucionaria de las masas, alternativa a la
del propio Perón.

3) Perón debía continuar siendo el centauro maquiavélico, para ello contaba con la subordinación de
Cámpora, que no representaba el peligro de una dirección alternativa a la suya.

La base de la presidencia de Cámpora se apoyaba en tres condiciones: la actitud militar, la representación


de Perón y el poder de Perón. Las demostraciones de fuerza de la izquierda peronista durante el
camporismo eran un elemento inconciliable con las demandas de los sectores tradicionales del peronismo.
En la medida en que Cámpora no supo, o no quiso, desalentarlas, su permanencia en el Ejecutivo se fue
haciendo imposible.

El período iniciado con el triunfo electoral y cerrado con el regreso de Perón, fue una etapa en la que el
componente popular dominó la gestión. El regreso significaba el ingreso nuevamente en “la política”, volvía
para poner orden en la intensidad de las luchas sociales. Los enfrentamientos tenían que ser encuadrados
en el espacio institucional y atenerse a las reglas de lo posible: ese fue el objetivo del Pacto Social.

El Plan Gelbard

La designación de Gelbard era congruente con la creencia de Perón de que la política económica debe
basarse en las iniciativas de los capitalistas nacionales privados. El programa que la CGE dio a conocer antes
de las elecciones, “Sugerencias del empresario nacional para un programa de gobierno” fue la base sobre la
que se sustentó la gestión iniciada en mayo. El programa se presentó como una opción al capital
internacional. La pieza fundamental para llevarlo a la práctica fue el Acta de Compromiso Nacional. Este
Pacto Social, firmado por la CGT, la CGE y el gobierno, otorgó un aumento salarial fijo para los trabajadores
y congeló los salarios hasta el próximo ajuste.

La UIA, la Sociedad Rural, la Cámara Argentina de Comercio, etc., aceptaron el pacto como algo inevitable.
Era la aceptación de un vencido dispuesto a avalar las condiciones que le fijaba su enemigo vencedor. Eso
explica que dieron muestra de beneplácito, de la boca para afuera.

El Pacto Social venía a disciplinar los conflictos entre el capital y el trabajo, instrumento necesario para el
orden social. Le aseguraba el gobierno de la economía mediante el gobierno político. Al tiempo que excluía
todo extremismo revolucionario, la restauración del orden era compatible con la introducción de reformas.
Esta coexistencia era posible gracias a la concepción pragmática y flexible que Perón mantuvo sobre el
accionar político. Ahora bien, esas reformas se imponían solo en la medida en que colaboraban en crear el
orden social. La reestructuración de los sectores de poder en favor del empresariado nacional no llevó a un
ataque frontal a las empresas extranjeras. En efecto, no se les atacó la propiedad ni su capacidad de
generar ganancias. Aunque restringido en su capacidad de enviar dividendos al exterior, el capital
transnacional pudo sobrevivir y evadir los controles.

El clima político (la guerrilla había hecho un alto provisional, pero igual crearon un clima de crisis de
autoridad) amenazaba con echar por tierra la reconstitución de las instituciones diseñada por Perón. El
general rehabilitó a los partidos como actores legítimos, en su esfuerzo por establecer una democracia
liberal al estilo europeo, capaz de coexistir con una organización corporativa de la sociedad.
Simultáneamente, la derecha peronista fue recuperando posiciones, alentados por el líder.

La caída de Cámpora

La contradicción entre un plan económico reformista y un estilo de gobierno movilizador estalló rápido. Las
demandas de los sectores radicalizados no podían ser asimilados por el peronismo sin que se quebrasen los
límites políticos de su proyecto. La reconstitución del poder tenía que ser hecha con la burocracia sindical,
los partidos y las FFAA.
Luego de la confirmación de la vuelta a la ortodoxia peronista, la calle ya no era el ámbito natural de las
manifestaciones populares. El modelo político de Perón surgía de la penumbra. La política económica
estaba definida. La necesidad de una amplia base de apoyo extrapartidaria quedaba por conseguirse. Para
ello, la revolución debía ser hecha en paz, siguiendo las líneas del justicialismo establecidas hace tiempo.

La UCR no demoró en hacer oír su aprobación a la vuelta a la ortodoxia. La presencia y conducción de Perón
eran un dato positivo frente a una situación que el mismo general definiera como “una posguerra civil”. Su
propuesta de volver al orden legal y constitucional encontró eco en todos los sectores de centro- derecha.
Así Perón surgía como el conductor indiscutido de la nación para las derechas de adentro y fuera de su
movimiento, al mismo tiempo que era proclamado por las izquierdas como un baluarte contra el
imperialismo. Para la JP, el juego pendular no borraba las supuestas coincidencias estratégicas. Con sus
demostraciones de fuerza esperaba inclinar la balanza a su favor, romper el cerco.

El 2 de agosto la nominación de la fórmula Perón- Perón no dejó dudas acerca de quiénes eran los
infiltrados en el movimiento 1. Los cambios en la jerarquía interna del justicialismo en favor de la derecha
(junto con la destitución de Abal Medina de su cargo de secretario general) concretaron las opciones
tomadas por el líder.

De la breve experiencia camporista quedaba solo la nostalgia de la JP y guerrillas. Sin embargo, la lealtad
política al conductor dominó por sobre lo que estaba en juego en la lucha social, reflejando la heteronomía
constitutiva del movimiento peronista

“La tercera presidencia de Perón”

Una vez desplazado Cámpora, la atención se centró en el programa económico. La estatización del
comercio exterior, la nacionalización de los depósitos bancarios, la actividad privada como eje de la
economía y las inversiones europeas y de países del tercer mundo constituían las claves de un programa
económico de renegociación de la dependencia, dada la coyuntura internacional.

Para Perón había llegado el momento de mostrar su habilidad como conductor y como eje de la
reconstitución institucional del país. El poder político no descansa solo en la fuerza, sino que se funda en la
legitimidad y el consenso. El Pacto Social era la respuesta institucional a la ingobernabilidad, implicaba una
reorganización de las relaciones entre el estado y la sociedad civil. Esta democracia integrada a la que
aspiraba es un sistema que combina la representación político partidaria con la corporativa. En efecto, esta
venía a perfeccionar su antigua concepción organicista de la comunidad organizada, pero no lo anulaba.
Más bien se trataba de poner un freno al corporativismo desenfrenado, de “modernizar” a la sociedad
argentina, era una síntesis entre lo viejo y lo nuevo. Le confería una amplia capacidad de convocatoria con
la que compensar la fragilidad de sus recursos políticos propios (?). La ausencia de un PJ, las rebeldías de
varios jefes sindicales, los enfrentamientos con la JP, estrechaban sus márgenes de maniobra. La
organización corporativa de las clases sociales y su presencia como factores de poder seguían
constituyendo una de las piezas centrales con las que Perón proyectaba la reorganización del poder. Sin
embargo, en 1973 la lógica corporativa debía coexistir armoniosamente con la lógica política (la
representación partidaria), incluso al precio de subordinarse a los designios de esta última, porque lo que
estaba en juego era la estabilidad política del régimen.

Perón anunció la institucionalización de esta doble forma de participación política en la presentación del
“modelo argentino”, su estrategia para superar la crisis, concebir una Argentina con democracia plena de
1
Izquierda peronista: JP y aliados: Juventud Trabajadora Peronista, la UES, las FAR, Montoneros, las FAP, el Peronismo
de Base, sindicatos clasistas de Córdoba. También contaban con simpatía de los gobernadores de Córdoba, Mendoza,
Bs As y Catamarca.
Derecha: las 62, la Juventud Sindical Peronista, la Confederación Nacional Universitaria, la Alianza Libertadora
Nacionalista, el Comando de Organización, los Comandos Agrupados de la Resistencia peronista.
justicia social, representativa, republicana y federal. Su rol era de mediador político extraordinario, es la
clave en torno a la cual se ordena la política. Y al Estado le quería dar un lugar de estado de capitalismo
sabiamente gobernado, no sometido a las contingencias de los conflictos sociopolíticos.

La democracia integrada debía dar cauce institucional a estos conflictos, disciplinar las relaciones entre
obreros y capitalistas, garantizar la estabilidad política del régimen. Asimismo, el nuevo equilibrio exige un
Ejército homogéneo, políticamente inactivo, de hecho, se cuidaba de diferenciar la institución en su
conjunto de “los militares en el poder”. Las FFAA eran el reaseguro contra la subversión en el plano interno,
y contra el imperialismo de las grandes potencias en el internacional. La política de Perón hacia las FFAA
tenía una dimensión estratégica orientada a reformular su identidad. Las mismas se habían afincado en su
declarado apoliticismo y su afirmación del derecho de la institución a decidir los destinos de la sociedad
civil, así les permitió sacarlas de esa doctrina haciéndolas renunciar a su poder de veto y asumir su función
dentro de la doctrina de seguridad nacional elaborada por Perón.

El programa económico de Perón y Gelbard

Cuando vuelve Perón se encuentra con una dirigencia sindical reacia a subordinar sus acciones a sus
directivas, dado que durante casi 20 años había podido oponerse o colaborar con el gobierno de turno con
gran autonomía, y ahora su adhesión era más forzada por la coyuntura que por ser fruto de la convergencia
de objetivos.

A diferencia de su primer gobierno, encuentra nuevas formas de politización de los sectores populares, de
organización y de lucha, nuevos sujetos políticos y antagonismos sociales. El principal soporte del
peronismo en 1973 eran los trabajadores organizados y las clases medias radicalizadas.

El “Programa de reconstrucción y liberación nacional” o Plan Gelbard debe situarse en un marco de


fragilidad de las condiciones sociopolíticas. Al Acta de Compromiso de Empresas Nacionales, destinada a
unificar y ordenar la inversión pública, se agregan las actas de compromiso suscritas por los representantes
de las distintas fuerzas económicas y el Estado, ya sea, por ejemplo, para firmar el Pacto Social.

La idea era armar el programa sobre la base de pactos institucionales entre los diferentes sectores. Ello
permitiría construir una burguesía nacional, desplazando a las empresas extranjeras de su lugar dominante
y situar allí a empresas nacionales. Era un intento de volver al populismo de su primer gobierno. La
inversión pública pasaba a ser el estímulo fundamental. El gobierno se proponía, también, redistribuir
ingresos y acelerar la acumulación capitalista, pero en 1973, una redistribución más justa de la riqueza
social, instrumento clásico del peronismo para ordenar a las clases sociales en pugna, tenía nuevos límites,
dado que comprometía la acumulación misma.

Los grandes terratenientes conservaban su poder mediante el control de variables cruciales: la balanza de
pagos y el nivel de los salarios reales. Gelbard se cuidó muy bien de deprimir los precios agropecuarios para
no perjudicar las exportaciones. Cuando estos bajaron, se debió en gran parte a la baja en los precios
internacionales. Sin embargo, la relación entre precios agropecuarios e industriales se mantuvo alta.

El aumento salarial, otorgado en junio de 1973, no superaba el 20%. Se trató de lograr un equilibrio
razonable entre salarios y ganancias, que distó mucho de satisfacer las expectativas obreras. El compromiso
entre obreros y empresarios estaba destinado a regir dos años y la Comisión Nacional de Precios y Salarios
era el organismo encargado de regular su cumplimiento.

Cuando el Pacto Social empezó a ser vulnerado por ambos sectores firmantes, el gobierno se mostró
impotente para resolver los dilemas que su propia política creaba. Las presiones de los empresarios
respondían al cambio de signo de la coyuntura económica internacional y el consiguiente aumento en los
precios de los bienes importados, que hacía más severos los efectos de la congelación de precios. Las
presiones de los jefes sindicales respondían al profundo malestar en las fábricas. Las movilizaciones
obreras, cuestionando a la burocracia, se rebelaban contra la lógica de concertación que les fue impuesta.
El programa de Perón y Gelbard descansaba en un doble soporte: el pacto Social y el conjunto de medidas
reformistas. El gobierno no pude lograr la correlación de fuerzas necesarias para imponer estas últimas.
Cuando la coyuntura internación cambió, producto de la crisis de 1973, estas medidas fueron mucho más
difíciles de aplicar. Esa repercusión comenzó a vulnerar el Pacto Social. La meta de construir una burguesía
nacional era otro objetivo difícil. Mientras que los reducidos sectores monopólicos estaban en condiciones
de competir con las empresas transnacionales, la mayoría de las empresas de capital nacional no solo no
podían hacerlo, sino que muchas de ellas eran económicamente dependientes de empresas extranjeras.

Incapaz de gobernar políticamente el conflicto de clases, el peronismo no pudo dar respuesta a la


desarticulación de la economía que su propio programa contribuía a desatar. Su fracaso fue un fracaso
político: no fue capaz de consolidar una alianza reformista con la cual llevar adelante el proyecto
económico. Hubo una doble resistencia al plan: la burguesía y la clase obrera. El comportamiento de los
primeros era esperable, dada la debilidad de los sectores reformistas y el poder de la gran burguesía agraria
y sectores monopólicos. En cambio, la resistencia obrera puso de manifiesto que el encuadre peronista ya
no servía para la clase en su conjunto. El experimento fue desmantelado porque ninguno de sus
protagonistas principales respetó las reglas del juego. Sin el gobierno político de las clases, el Plan Gelbard
estaba condenado. Fue un fracaso en el que la política sobre determinó a la economía y se impuso.

“La respuesta de los protagonistas sociales”

El movimiento obrero organizado y el Pacto Social

Poner en cuestión la estructura verticalizada del poder sindical no es igual a cuestionar el poder, aunque
constituya un terreno a partir del cual pueda desarrollarse un movimiento de clase. El error en que cayó la
mayor parte de la izquierda peronista fue el de suponer que la clase obrera era revolucionaria
intrínsecamente, y que sus luchas, por lo tanto, eran portadoras de un proyecto alternativo de sociedad.

El proyecto de poder de Perón descansaba en el fortalecimiento de un movimiento obrero organizado. La


sanción de la Ley de Asociaciones Profesionales, en noviembre de 1973, reforzó el poder de la burocracia,
sellando la reconciliación entre el líder y los jefes sindicales. La nueva ley marcaba los límites del terreno
por el que podía transitar legítimamente el movimiento obrero: negociación empresa- burocracia como
fórmula de control de las tensiones en el mundo del trabajo. La ley venía a acentuar la centralización de las
estructuras gremiales y a proteger las posiciones burocráticas de los jefes sindicales. La duración de los
cargos electivos se extendía de dos a cuatro años, los sindicatos centrales estaban facultados para
intervenir a los locales; se les otorgaba el derecho a revisar las decisiones de las comisiones de fábricas. El
recurso a la acción directa por parte de los trabajadores ponía de manifiesto la brecha que se había abierto
entre las bases y sus representantes después de un largo período de anquilosamiento de la estructura
sindical en la empresa.

Ante la caída de los salarios y el aumento de precios, los dirigentes sindicales tenían que reafirmar sus
posiciones, mostrar a la clase que ellos eran los representantes de sus intereses. La renegociación del Pacto
Social era una cuestión de supervivencia. Finalmente, en marzo de 1974, se convocó a la Gran Paritaria. No
se pudo llegar a un acuerdo aceptable por todas las partes, y Perón actuó como mediador y anunció un
aumento del 13% del básico. Los empresarios quedaban autorizados a aumentar sus precios de acuerdo a
los montos establecidos por el Ministerio de Economía.

El 1ro de mayo de 1974, el apoyo popular al líder era la respuesta a su convocatoria: Perón no podía ser
abandonado. Tres semanas después murió. Su último intento de controlar la situación no fue más que un
esfuerzo final de retórica. A partir de entonces, se aceleró la desarticulación del programa. Ya sin mediador,
los conflictos sociales y la violencia política tomaron la escena.

La burguesía ante el Plan Gelbard


Las quejas de los empresarios por la reducción de tasa de ganancia se dejaron oír al poco tiempo de
firmado el Pacto Social. Sin embargo, el tema se convirtió en un asunto crítico en el primer trimestre de
1974, debido al efecto del alza de los precios de los insumos importados. La presión de la CGE encontró eco
en el gobierno: en abril se anunció una nueva política de flexibilización de precios. El cambio en la situación
externa hacía insostenible la consigna de inflación cero y el gobierno se vio obligado a abandonarla. Los
nuevos precios oficiales, por debajo de las expectativas de los empresarios, desataron una pugna en torno a
la distribución del ingreso. A partir de entonces, el gobierno de la economía escapó al control de Gelbard.

El Pacto Social atentó contra las bases del peronismo y fue favorable al capitalista monopólico nacional. La
política de control de precios fue menos severa en las empresas medianas y pequeñas de lo que lo fue en
las grandes. De este modo, se habría operado una redistribución de ingresos entre empresas que eran
obligados a respetar las regulaciones de precios y empresas en las que no se aplicaba esta restricción.

Por otra parte, si bien los incrementos salariales beneficiaron más a los obreros con salarios más bajos, los
trabajadores con mejor salario eran los más organizados, por lo tanto, tuvieron mayor capacidad de
negociar acuerdos salariales voluntarios por empresa, al margen del Pacto. El grado en que las distintas
fracciones de la burguesía industrial fueron afectadas o beneficiadas por la política económica del
peronismo dependió de una combinación compleja de variables económicas, tal como proporción del costo
de la fuerza de trabajo en los costos totales.

La conclusión más prudente que puede formularse es que el grado en que fueron afectadas o beneficiadas
las diferentes fracciones del capital dependía de su capacidad de presión política. El carácter
aparentemente contradictorio de las medidas de la política económica reflejó la heterogeneidad de las
presiones que enfrentaba el Estado, al mismo tiempo que su debilidad para hacer frente a las mismas.
Escoltado por las dos fuerzas del movimiento obrero y la burguesía industrial, Gelbard contaba con la
fuerza política suficiente para quebrar el frente agropecuario, bastante dividido por el tema de la renta
potencial y la ley agraria. Sin embargo, no pudo concretar su política en esta área tampoco. El acuerdo
entre productores rurales y el gobierno se convirtió en un espacio para ejercer la crítica a la conducción
económica. Durante 1973, los precios del sector agropecuario descendieron, pero lo hicieron desde los
máximos históricos de 1972 a los valores normales de años previos. La baja se debía a la caída de los
precios internacionales, en particular de la carne vacuna. Durante 1974, el conflicto con la Federación
Agraria Argentina se centró en el anteproyecto de la ley agraria, ya que decían que planteaba disposiciones
alarmantes respecto al principio de propiedad privada.

Rougier: “La (ir)racionalidad política de la política económica” (2006)

El programa reformista en la encrucijada: la gestión de Gelbard

Perón retornaba con el programa del “viejo peronismo” y dispuesto a retomar la ortodoxia doctrinaria para
dirimir el conflicto intento. Los partidarios de la “patria peronista” debían recuperar espacios en desmedro
de los sectores de izquierda.

El programa económico apuntaba a la colaboración de clases. La contención de la inflación, la


redistribución del ingreso y el crecimiento eran necesarios para la frenar la radicalización social, el objetivo
final. El Pacto Social contrariaba el histórico reclamo de la CGT por negociaciones colectivas y la
concertación de precios y salarios resultaba contradictoria para la lógica reivindicativa del sindicalismo. La
inconformidad con la magnitud del incremento salarial no generó quejas significativas. Inicialmente los
directivos de la CGT estuvieron empeñados en modificar la desfavorable relación de fuerzas dentro del
movimiento. La oposición al programa de gobierno solo sería manifiesta en los sectores radicalizados del
sindicalismo. Por otra parte, el Acta de Compromiso Nacional (ACN) estableció que los empresarios no
podrían modificar los precios en respuesta a los aumentos salariales. Una vez trasladado el impacto del
reajuste tarifario a los precios, estos permanecerían congelados; incluso se impusieron algunas rebajas
propiciadas por la UIA como signo de buena voluntad. Como estaba previsto en el ACN, el tipo de cambio
no fue alterado, continuó funcionando un mercado regulado y con tipos de cambio múltiples, uno para
operaciones comerciales y otro para financieras.

Para la JP, el proceso económico conducido por la burguesía en nuestro país concluirá con una conciliación
con el imperialismo. Sin presentar un programa alternativo, cuestionaban al gobierno agitando las banderas
tradicionales del mismo. Al principio, la presión de estos sectores dio mayor capacidad de negociación al
equipo económico.

Dos días después del triunfo electoral, los Montoneros asesinaron a José Rucci, secretario general de la CGT
y pilar del Pacto Social, fue una especie de venganza por la Masacre de Ezeiza. La violencia armada
golpeaba el programa de concertación, que igual tendría el apoyo político necesario mientras Perón viva.
Con el objetivo de encauzar la conflictividad obrera y desairar a los montoneros se buscó fortalecer el
movimiento obrero. De ahí en más, la movilización sería solo estimulada si la planificaba la cúpula sindical.

Las reformas a la Ley de Asociaciones Profesionales y al Código Penal reflejaron también el apoyo a la
burocracia sindical, que librara su propia lucha contra la movilización obrera radicalizada. La ley consolidó la
representación gremial por sector de actividad, lo que permitía entorpecer o anular la aparición de nuevos
sindicatos críticos.

La erosión de las tasas de ganancia por la “inflación importada” constituía un punto de inflexión. La
adhesión al Pacto Social de los empresarios debía entenderse como una concesión realizada en el particular
clima de agitación social; estos sectores dejaron escuchar sus quejas al poco tiempo de firmado el ACN. El
ministro convocó a una Comisión Nacional de Precios, Salarios y Nivel de Vida compuesta por los firmantes
del Pacto Social. Los estudios de esta se empantanaron por la resistencia de los sindicalistas, que exigían el
control sobre los balances de las empresas; los empresarios, por su parte, comenzaron a violar los
controles. En diciembre de 1973, la comisión aprobó la metodología de traslado a los precios internos del
impacto del aumento del precio de los insumos importados. Esto beneficiaba a los empresarios y generaría
una incontenible presión por un aumento salarial. Finalmente, la Cámara de Comercio suspendió la medida,
a cambio, el BCRA fijaría un tipo de cambio especial para la importación de insumos.

El año 1973 cerró con un superávit récord en el sector externo, que amplió las chances de implementar una
política redistributiva. Con el empuje de la demanda sobre la subutilización de la capacidad instala y el
aumento de los gastos del Estado, el crecimiento anual fue alto. La inflación descendió abruptamente pese
a los incrementos salariales y a la expansión monetaria. Pero la financiación del déficit público con emisión
contribuía a reavivar el proceso inflacionario, que sería alimentado por el fracaso de la institucionalización
de la puja distributiva. El gasto público se había expandido mucho, pero los ingresos no habían crecido de
igual manera, y había grandes proyectos de inversión pública que requerían una solidez fiscal inexistente.
En el segundo semestre de ese año, la relativa estabilidad de precios había frenado las reivindicaciones
salariales y más bien los reclamos se centraron en las condiciones laborales. La persistencia de las
movilizaciones obreras desbordaba a los líderes sindicales, que empezaron a plegarse a algunos reclamos.
Aunque el Pacto Social seguía formalmente en vigencia, pero los reclamos muchas veces terminaban en
aumentos salariales. Los jefes sindicales comprendían que su nula participación en estas reivindicaciones
debilitaba su representativas, haciendo qu la CGT fracase en su rol de diálogo y contención.

En febrero de 1974, se intentó reactualizar el ACN, pero no se logró: los sindicalistas pretendían la
restitución del valor perdido de salario y una mayor participación en la redistribución del ingreso; para los
empresarios esos reclamos eran inaceptables. Perón, en su rol de árbitro, anunció el aumento del 13%. En
abril, varias empresas obtuvieron permiso de la Secretaría de Comercio para reajustar sus precios; también,
consiguieron rebajas en las tasas de interés. Los acuerdos voluntarios por empresa desembocaban en
aumentos superior a los concedidos y los empresarios ya no aguardaban la autorización gubernamental
para trasladarlos a los precios. Se asistía a una reanudación de la puja por la distribución del ingreso, que
desestabilizaba el programa económico y la filosofía del acuerdo social.

Ya para mediados de año, el resquebrajamiento interno arrastraba consigo al Pacto Social. La muerte de
Perón deja al equipo económico sin su sustento político, una continuidad agónica marcó la falta de rumbo
de su gestión, que se extendió hasta la renuncia de Gelbard en octubre. Además, esto coincidió con el
cierre de los mercados externos a las exportaciones, lo que oscurecía el panorama del comercio exterior.
Por su parte, la CGT reasume una mayor independencia frente al gobierno y en su interior se
reposicionaron los sectores más duros; retiró el aval a la política económica. En septiembre, la Ley de
Contratos de Trabajo (que ampliaba los DD. Laborales) y la Ley de Seguridad (para combatir a la guerrilla)
reflejaron el poder que había conquistado la central obrera, y otorgaban al Ministerio de Trabajo nuevas
herramientas para normalizar las relaciones laborales y recortar la acción de la oposición sindical. Como
consecuencia, los conflictos obreros se redujeron y las acciones de base fueron prohibidas por ley, y los
dirigentes clasistas fueron desplazados. Así la burocracia ajustaba cuentas con los clasistas.

El clima de violencia e inestabilidad trascendía y sobredeterminaba los desequilibrios económicos a través


del agravamiento de las expectativas negativas y la especulación. La ausencia de ajustes al esquema inicial
generó conflictos con algunos economistas históricos del peronismo, como Antonio Cafiero. Por otra parte,
se estaba discutiendo el anteproyecto de la Ley Agraria, que irritaba al sector y tendía de incertidumbre la
evolución de las exportaciones. la SRA consideraba que era equivalente a una reforma agraria, en cambio la
FAA la aprobaba. Finalmente, en octubre, Gelbard presenta su renuncia. Lentamente iba cobrando forma
un proyecto alternativo cuyo objetivo era quebrar la política de concertación y avanzar en la construcción
de un nuevo bloque de poder que excluyera no solo al ala izquierda sino también a las corporaciones que
habían sustentado el Pacto Social.

Desde la lógica política, el programa de Gelbard había chocado contra las resistencias de los trabajadores y
de los sectores empresarios. Más preocupados por su propia supervivencia que por la del programa
económico, los dirigentes sindicales presionaron por hacer más estricto el congelamiento de precios y
nuevos aumentos salariales. El comportamiento de los empresarios era esperable, dada la debilidad de las
pymes. En la degradación del Pacto Social pesaban los problemas económicos, pero también sus efectos
cruzados con la esfera política.

Un ajuste que no ajusta: la gestión de Alfredo Gómez Morales

La política de concertación y el Pacto Social no estaban entre las prioridades de Isabel y su entorno que
capturó el poder cuando ella asumió, cuyo proyecto suponía una alianza donde la CGE y la CGT estaban
fuera. A fines de 1974, López Rega presentó ante los jefes militares un plan que incluía unos compromisos
básicos: acabar con la subversión, para lo cual la Triple A haría el trabajo sucio; eliminar la “infiltración
izquierdista” en la educación; poner fin a las políticas anti empresarias fomentando la intervención del
capital extranjero y la economía de mercado y subordinar al sindicalismo marginando al clasismo.

El progresivo desmantelamiento del programa reformista sería comandado por López Rega. Gómez
Morales fue designado Ministro de Economía. Desde mediados de 1974, la economía argentina mostraba
una fuerte tendencia al desequilibrio externo al tiempo que se registraba tensión en el frente interno que
agravaba en el corto plazo la desestabilización generada por la inflación. Los principales deterioros se
encontraban en el sector fiscal y en la balanza de pagos. La política económica debía contemplar los ajustes
necesarios y aún más urgentes para tender a orientar el proceso hacia un equilibrio más educado que
permita fortalecer la inversión que asegure el nivel de empleo, el crecimiento del PBI y su justa distribución
entre los sectores sociales. Para el equipo económico el problema estaba o en comprimir la presión de la
demanda o en aumentar la capacidad de la oferta. La situación externa era crítica, los términos de
intercambio habían alcnazado su punto más bajo; la creciente sobrevaluación del peso y la expansión
industrial requería grandes volúmenes de importaciones, el Banco Central perdía reservas muy rápido.
Gómez Morales, devaluó el peso en marzo de 1975 e implantó varios tipos de cambio. Se aplicaron
mayores controles a las importaciones, recargos y reintegros para compensar parcialmente el impacto de la
modificación cambiaria. De todos modos, la devaluación fue insuficiente para revertir la crisis en este
sector. Los exportadores se mostraron insatisfechos e incrementaron sus presiones al gobierno.

En el frente interno, la inflación marcaba el fracaso del proyecto distributivo y originaba presiones
encontradas que hacían tambalear el Pacto. Para Gómez Morales, la eliminación de la inflación estaba
obstaculizada por un explosivo déficit de presupuesto, cuya financiación por emisión monetaria
realimentaba el proceso. El Ministro atacó la recrudecida inflación con una política monetaria restrictiva,
que implicaba una disminución del crédito oficial a las empresas públicas.

A fines de 1974, se reabrieron las negociaciones salariales y se firmó la segunda actualización del ACN, que
disponía un aumento de salarios y de asignaciones familiares. Esta decisión obedecía a la creciente presión
sindical, pero también para buscar la “inflación cero”. Paralelamente, se aplicó un nuevo criterio en política
de precios que permitía el traslado de los aumentos de costos con excepción de los salariales. Los
empresarios hicieron caso omiso a las disposiciones oficiales y fijaron los precios contando los aumentos.
Rápidamente, los incrementos salariales fueron consumidos a la espiral inflacionaria.

Las presiones de la CGT terminaron con una nueva convocatoria a paritarias. El gobierno fijó un plazo de
dos meses para la firma de los nuevos acuerdos que comenzarían a regir a partir de junio, momento que
terminaba el Pacto Social establecido en 1973. En mayo, cuando había que finalizar las paritarias, empresas
y obreros llegaron a un acuerdo de 38% de aumento salarial. Las “recomendaciones” de Gómez Morales
eran impotentes frete a la distancia infranqueable entre las actitudes adoptadas por cada sector y las que
hubieran sido necesarias para mantener la colaboración de clase. En suma, estaba implicado el
reconocimiento de que la política de concertación había fracasado. Sabía que, para salir de esto, debía
reducir los salarios reales, pero eso implicaba agravar la crisis política. La falta de apoyos, logros y
expectativas positivas llevó a su renuncia a comienzos de junio de 1975.

La liquidación del programa de 1973: el “Rodrigazo”

Después de esta renuncia, se abrió más el camino para que Isabel y López Rega avanzaran en el
desmantelamiento definitivo de la política de concertación mediante la aplicación de un plan de ajuste,
cuyo correlato en lo político se evidenciaba en el sectarismo y exclusión de los dirigentes partidarios
tradicionales. El sindicalismo peronista aparecía como el principal adversario. La subordinación del
sindicalismo sería mucho más difícil por ser un actor estructural con tradición de lucha y resistencia a las
políticas ofensivas.

Asumió Celestino Rodrigo como ministro el 2 de junio de 1975. El diagnóstico de los males que aquejaban a
la economía apuntaba a la inflación, la incompetencia del sistema de controles de precios, el acrecentado
déficit fiscal y las operaciones “no lícitas” en el mercado de cambios. La causa fundamental de esto era la
existencia la violencia y el terrorismo y de los especuladores. Rodrigo adoptó un enfoque tendiente al
neoliberalismo: se propuso aliviar la crisis de la balanza de pagos y contener el déficit fiscal, pero el nuevo
plan de estabilización estaría forjado en la línea ortodoxa de terapia de shock. Dos días después de asumir,
dispuso una megadevaluación y aumento tarifario, anunció una férrea política de austeridad en el gasto
público. La estrategia era alentar a las exportaciones para resolver los problemas del sector externo. Esta
crisis hacía más urgente el ajuste y la estructura económica hacía regresivos sus impactos: el alivio de la
restricción externa requería un incremento de los saldos exportables que implicaba dirimir el consumo.

La presidente intentó calmar el nerviosismo generado y anunció un aumento del 65% en el salario mínimo,
pero a los pocos días dio marcha atrás poniendo un tope de 38% por cada actividad. La CGT se negó a
aceptar el acuerdo. En ese marco de movilización obrera, el 15 de junio el gobierno dio libertad a
empresarios y sindicatos para que negociaran los salarios en el ámbito de la industria. El 20 firmaron sus
convenios la UOM y la industria textil. Los nuevos acuerdos debían ser ratificados por el gobierno, que no
sabía cómo responder. La propuesta fue rechazada públicamente por la CGT, que pidió la homologación de
las paritarias. El ministro de Trabajo renunció y se sucedieron movilizaciones a nivel nacional. La CGT
declaró un paro general para 7 y 8 de julio, el primero a un gobierno peronista.

El programa de Rodrigo fue un fracaso rotundo, pues el reajuste de precios y tarifas fue superado por los
incrementos salariales. La huelga demostró que el movimiento obrero retenía una cuota importante de
poder y que los militares aún no estaban dispuestos a intervenir. Pese a las intenciones de López Rega, los
altos mandos manifestaron que el conflicto laborar era un asunto interno del peronismo. El programa de
ajuste solo había encontrado adhesión explícita en algunos sectores concentrados del empresariado, el
Consejo Empresario Argentino (presidido por Martínez de Hoz) y conformado por Fortabat, Pérez Companc
y Techint. La CGE no había sido siquiera consultada en la elaboración de las medidas y su desplazamiento
de la conducción económica era evidente. Sus dirigentes no tomaron posición en las negociaciones entre el
gobierno y os sindicatos y solo atinaron a reclamar medidas urgentes para evitar la quiebra de pymes.

Las movilizaciones que respondieron al Rodrigazo habían estado fuera del control de los jefes sindicales. No
había un solo sindicato que pudiera pedirle a sus bases que parasen las negociaciones salariales. Pensando
en su propia supervivencia los dirigentes sindicales intentaron colocarse al frente de los reclamos, dando
lugar a una confrontación con el gobierno que no tenía precedente.

Además de quebrar el plan del gobierno, con el paro general el sindicalismo se posicionó como la fuerza
política con mayor poder de negociación. De cualquier forma, el Rodrigazo marcó un claro corrimiento
político hacia la derecha. Grondona (analista político) decía “el peronismo viró a la derecha política, pero
algo irreductiblemente peronista quedaba en la política económica: el deslizamiento de los ingresos en una
dirección popular. EL peronismo había dejado de ser un populismo de izquierda para convertirse en uno de
derecha: su identidad todavía en el sustantivo ‘populismo’. El plan Rodrigo ahora borra esta imagen”

La crisis terminó con la victoria de la burocracia sindical, que al asumir un inédito control sobre el proceso
político tenía la pretensión de reorientar el rumbo económico hacia el “verdadero peronismo”.

Los sindicatos en el poder y los intentos por recomponer la concertación: Pedro Bonanni y Antonio Cafiero

El giro a la derecha llevó al sindicalismo al enfrentamiento abierto. Al ganar la pulseada, los jefes sindicales
pasaron a ser el punto de apoyo obligado para la desestabilizada coalición del gobierno. Las acciones de la
guerrilla urbana orientadas contra las FFAA y la emergencia de un foco guerrillero en Tucumán dieron al
Ejército la posibilidad de recuperar el papel destacado en la política interna y aplicar tácticas de
contrainsurgencia.

En reemplazo de Rodrigo, asumió Pedro Bonanni. Al impacto inflacionario de la devaluación se agregó en


junio y julio una agudización de la puja salarial. El incremento del desempleo comenzó a dominar la escena
mientras el desequilibrio en el balance de pagos permanecía y el déficit fiscal se hacía incontenible. El
sistema financiero se desquiciaba y se disparaba la demanda especulativa de divisas, surgían nuevos
mecanismos financieros caracterizados por su liquidez.

Bonanni sostuvo que los problemas críticos de la economía eran superables mediante la aplicación de
medidas de estabilización, que eran similares a las de Gómez Morales. Convocó a todos los sectores
representativos de la comunidad a proyectar en conjunto el Plan de Emergencia que la actual situación
reclama con urgencia. La insólita convocatoria revelaba que el gobierno había perdido su capacidad de
arbitraje. La precariedad del respaldo institucional con el que contaba el equipo económico hacía de la
estrategia una pantomima. Obvio, las recomendaciones presentadas por cada sector respondían a sus
intereses, muy lejos de los acuerdos firmados en 1973. La CGT finalmente aprobó el Plan de Emergencia
Económica, pero la CGE no, y por la imposibilidad de alcanzar un mínimo acuerdo social, Bonnani renunció.

Designaron a Antonio Cafiero como nuevo ministro de Economía. Con esto, la CGT pasa a tener una
participación mucho más directa en la administración pública. El nuevo equipo económico, cercano a la
ortodoxia peronista, decretó una tregua social de 180 días que prohibió los despidos y huelgas. Como la
recesión y el desempleo amenazaban con agravar la conflictividad social, el principal objetivo era lograr una
reactivación económica y bajar la inflación. El enfoque gradualista que pretendía aplicarse para frenar la
inflación respondía a la necesidad de contemplar los intereses de los distintos sectores y evitar nuevos
shocks. Retomar la concertación era la única fórmula para promover el necesario reajuste de precios
relativos, evitando reacciones sectoriales desestabilizadoras.

En octubre de 1975, la CGT, la CGE y el gobierno firmó el Acta de Concertación Social Dinámica, que recogía
las coincidencias programáticas. Se trataba de una reedición del Pacto Social que incorporaba pautas de
flexibilidad, con una política de precios laxa y previsiones para indexar los salarios cada tres meses. El Acá
reconocía la existencia de sectores laborales con salarios rezagados y sectores privados con problemas de
rentabilidad. Se proyectaba crear el Instituto Nacional de Remuneraciones, la Productividad y la
Participación, integrado por obreros y empresarios, que coordinaría y vigilaría la política de indexación e
implementaría mecanismos de participación de los trabajadores en la dirección de las empresas. La SRA lo
denunció como un proyecto “sovietizante” . La política monetaria estaba en crisis y serio déficit público: se
buscó evitar el retraso cambiario aplicando un sistema de minidevaluaciones periódicas, que asegurarían
un tipo de cambio realista. El incremento gradual del precio de las divisas alimentaba la inflación, pero
permitía, junto con los reembolsos a las exportaciones, mejorar los precios para los productores
agropecuarios y tender a la recuperación de la balanza de pagos.

El desplazamiento de la CGE, como expresión política hegemónica del sector empresario, se concretó
cuando las operaciones de confrontación abierta fueron apuntaladas por la creación de la Asamblea
Permanente de Entidades Gremiales Empresarias (APEGE). Esta instaba a los empresarios a no cumplir con
los aumentos salariales para frenar el “desmedido avance sindical” y a llevar adelante una maniobra
contraofensiva frente al ataque a “la propiedad, la iniciativa y la empresa privada”. El gobierno oscilaba
entre convocar al acuerdo social y el anuncio de represalias inminentes contra estos. En diciembre los
exhortaron a cumplir las leyes y reglamentaciones vigentes, pero dispusieron un lockout nacional unas
semanas después.

En febrero, Cafiero renuncia y Julio Broner intentaba sin éxito frenar la movilización propuesta por los
“rebeldes” representantes del interior. Pese a esto, la gestión de Cafiero no fue tan negativa: la inflación se
desaceleró, la recesión económica se contuvo y la desocupación se redujo. Las presiones inflacionarias
persistían, mientras que la actividad económica no repuntaba y la crisis fiscal tampoco.

Preámbulo a la ortodoxia: el tránsito de Emilio Mondelli

A comienzos de 1976, Isabel intentó recuperar la iniciativa política a través de una reorganización del
gabinete. La coalición de sindicalistas y políticos tradicionales del peronismo fue desplazada y se
incorporaron hombres cercanos a López Rega. Mondelli asumió como ministro, pero dada la situación de
precariedad, no pudo armar su gabinete ni elaborar un plan, sino solo tomar medidas. Sostuvo “tenemos
una ley de inversiones extranjeras que nos ha resguardado sin duda de todo imperialismo y de toda
invasión extranjera, pero inversión no hay ninguna. Una cosa es la nacionalización de los resortes vitales y
otra cosa bien distinta es la absorción del Estado de empresas deficitarias”, así anunciaba su idea de
privatizar un conjunto de empresas estatales. Por otro lado, elaboró el Plan Nacional de Emergencia, cuyos
objetivos eran equilibrar la balanza de pagos, incrementar el nivel de actividad económica y reducir el
déficit fiscal y la tasa de inflación, y para ello, se produjo una devaluación, se incrementaron tarifas y se
controló la evasión impositiva. Los aumentos salariales fueron rápidamente superados por la inflación. La
CGT apoyó fríamente el plan económico. La estructura sindical se había debilitado por las divisiones
internas y el desgaste político de los meses en que se constituyó como principal sostén del gobierno.

La crisis política y económica había abatido el orden institucional; el caos y el escepticismo desmovilizador
prepararon las expectativas para el golpe militar, que sobrevendría en el momento justo en que vencía el
“plazo” otorgado tres meses antes por Videla.
Sidicaro: “La crisis del Estado y el gobierno peronista (1973- 1976)” (2002)

Los cambios del peronismo (1955- 1972)

Entre 1955 y 1972 el peronismo se convirtió en un movimiento de organización e ideología imprecisas. Sus
adherentes se unían en la defensa de los principios sostenidos en sus años de gobierno y en la exigencia del
retorno del líder. Las fracturas aparecieron también por las disímiles tácticas frente a las políticas de los
gobiernos, militares o civiles, que buscaron la colaboración de dirigentes peronistas manteniendo en
general la situación de proscripción.

Los principales dirigentes del peronismo, en su mayoría, habían ocupado responsabilidades de gobierno
hasta 1955. El peronismo se dotó de esa forma de un conjunto de “notables” que fundaban su autoridad y
legitimidad en su antigüedad de pertenencia y su vínculo con Perón. Estos encontraron varias formas de
organizarse: 1) En las ciudades, carecían de seguidores propios y sus posibilidades de reconocimiento
dependían de la confianza que tuvieran con él. En cambio, en provincias o distritos pequeños y
tradicionales, ese tipo de dirigentes políticos contaban con bases propias y hubo quienes se distanciaron de
la autoridad de Perón. 2) la rama sindical tuvo que reconstruirse. De un sindicalismo dependiente del
Estado, se pasó a otro orientado a la confrontación y la nueva generación de dirigentes logró su
reconocimiento entrelazando los conflictos políticos con las reivindicaciones laborales. Los sindicalistas
aumentaron su gravitación en las decisiones del conjunto del movimiento, favorecidos por la proscripción
que pesaba sobre el PJ. La autonomía del sindicalismo se manifestó plenamente con el vandorismo. Más
allá de que fue momentáneo, esto mostró la creciente influencia del ala gremial. 3) la Juventud Peronista.

La nueva CGE se propuso representar al empresariado del interior, asumió la defensa de la industria (sobre
todo, pymes) y su programa se centró en el proteccionismo a actividades económicas nacionales y en
planteos favorables a la distribución equitativa de los ingresos. Cuestionaron el desenvolvimiento del sector
agropecuario, visto como un límite al desarrollo económico; además, consideraban importante contrapesar
la acción del capital extranjero.

Los cambios de la economía y de la situación social y estatal (1955- 1972)

En los quince años previos a 1973, el valor de la producción industrial se duplicó. El crecimiento
manufacturero fue impulsado por la radicalización de filiales de firmas transnacionales e inversiones
estatales. Con independencia de sus niveles tecnológicos o su incidencia en su respectivo mercado, todas
las empresas operaban beneficiándose por las protecciones estatales.

El problema que se había presentado en el desenvolvimiento industrial durante el gobierno de Perón


subsistía y revelaba su carácter estructural. El sector fabril requería bienes intermedios y equipos
importados y su crecimiento se hallaba condicionado por la evolución de las exportaciones, originadas en
su gran, gran mayoría por el sector agropecuario.

Los reclamos de los sectores asalariados se relacionaban a la distribución del ingreso, por lo que
generalmente no tenían propuestas anticapitalistas, pero muchas veces optaron por apoyar luchas
radicalizadas, así hasta los dirigentes más negociadores aparecieron como una amenaza para la mayoría de
los sectores empresarios.

El intervencionismo económico solo retrocedió parcialmente. El Estado siguió participando en la


reproducción de la vida económica y social, pero al debilitarse la continuidad y la coherencia de los
proyectos gubernamentales se deterioraron sus capacidades políticas, técnicas y burocráticas.

El Estado intervenía en la fijación del nivel de ingresos mediante la estipulación del salario mínimo o a
través de roles arbitrales entre empresarios y asalariados. Esas funciones favorecían la creciente
politización de los conflictos sociales. Las empresas estatales tenían presencia en los diversos sectores de
actividad. Si en algunos casos las actividades eran el resultado de iniciativas tomadas a fin de asegurar la
provisión de bienes o servicios considerados estratégicos, en otros se trató del traspaso al sector público de
firmas deudoras del fisco o en dificultades económicas y que pasaban a cargo del Estado para evitar los
despidos.

El segundo gobierno peronista (se refiere al de 1973)

La corporativización de los aparatos estatales fue un factor que contribuyó al proceso general de crisis
político. El empresario Gelbard y el alto dirigente de la CGT, Otero, ocupando el ministerio de economía y
de trabajo respectivamente, representan el reconocimiento oficial de los poderes corporativos, lo cual
supuso un cambio en las relaciones del Estado. El doble carácter asumido por las organizaciones de los
empresarios y de los asalariados implicó una “invasión” de los aparatos estatales por las corporaciones.

En una escena política tan convulsionada, el sindicalismo incrementó aún más su influencia sobre el
gobierno. Sin embargo, los dirigentes sindicales revelaron carecer de proyectos políticos para orientar la
acción estatal, y su preocupación se limitó a reclamar cargos y espacios de poder. En realidad, el auge del
sindicalismo fue el signo del aislamiento político del gobierno.

El programa económico y social

En comparación con el primer gobierno, el proyecto de 1973 tenía posiciones más cuestionadoras del
orden económico y social capitalist. De este destaca: 1) la política agraria que combinaba las transferencias
de ingresos hacia otros sectores, con las propuestas de modernización para incrementar la producción y los
saldos exportables. 2) las medidas destinadas a favorecer el desarrollo industrial y las empresas de capital
nacional. 3) La mejora de la situación de los asalariados. 4) la restricción de las actividades de las empresas
transnacionales, considerando que habían sido tratadas con privilegio por los gobiernos anteriores. Todas
estas metas suponían el aumento de la intervención estatal, volver a la redistribución.

El papel de la CGE fue elogiado por Perón, argumentando como si su propuesta contase con mejor
comprensión en la entidad patronal que en la plana mayor de los gremios. Sin embargo, Torre señala que
“una vez debatidos y firmados los acuerdos, los sindicatos habían comprometido todo su poder
institucional, mientras que los empresarios solo condicionaron parcialmente su gestión económica. Al
acordar la suspensión de las negociaciones colectivas, la CGT había obligado a los sindicatos a congelar el
uso del único poder de control económico que les era reconocido, el de afectar el comportamiento de los
salarios. Los empresarios, por su parte, todavía conservaban un amplio margen de maniobra dado que
tenían control sobre variables económicas cruciales para el desenvolvimiento del plan económico, tales
como la inversión o el aumento o no de la producción. Esta asimetría tuvo claras consecuencias desde los
primeros tramos del Pacto Social”. Muy pronto se hizo notorio que la concertación de intereses entre los
empresarios y los asalariados necesitaba de una acción del poder político que desde el Estado en crisis no
se podía proporcionar.

Paradójicamente, el ACN agudizaba la crisis del Estado en virtud del poder que éste cedía a las
corporaciones. Los intereses sectoriales que controlaban el Ministerio de Economía y el de Trabajo se
regían por una lógica de confrontaciones propia de la sociedad civil y provocaban una mayor pérdida de
unidad de las instituciones estatales. Los esfuerzos discursivos de Perón para explicar y crear una política
estatal parecida a la de su anterior gestión carecieron de mayores efectos performativos en la medida en
que su proyecto de gobierno realzaba la participación de las corporaciones y éstas no estaban bajo su
control. Entre perplejo y amenazador, en sus últimos discursos hizo una constatación pública de los
obstáculos encontrados por su política, pero el eje fue la crisis del Estado y en ambas disertaciones
reconoció que la debilidad estatal reinante ni Perón podía ser Perón.

En su breve gestión, se agudizaron aún más los conflictos, y al fallecer, el mayor capital político de su
sucesora era el temor generalizado ante el futuro. Pero si con Perón en la presidencia ya era claro que las
tendencias a la ingobernabilidad no podían neutralizarse y que la crisis de la autoridad estatal se había
agudizado en virtud de la corporativización, con Isabel los márgenes políticos se estrecharon.

Los conflictos con la gran burguesía agraria

Las relaciones entre los índices de los precios agropecuarios y los no agropecuarios conocieron entre 1973 y
1976 un deterioro casi permanente, y las mayores ganancias, en los cereales, por ejemplo, fueron
absorbidas por el Estado en virtud de los mecanismos de control del comercio exterior para favorecer a los
sectores urbanos.

Del conjunto de iniciativas que se discutieron, el anteproyecto de la Ley Agraria fue el que suscitó mayores
polémicas. Postulando la función social del uso de la tierra, en el anteproyecto se formulaban una serie de
limitaciones al derecho de propiedad rural y se contemplaba la posibilidad de la expropiación estatal de las
superficies ociosas. De ser considerado necesario para realizar programar de desarrollo agropecuario, se
acordaba el derecho a las autoridades de adquirir campos pagándolos con bonos rescatables en plazos de
20 y 30 años. Por primera vez desde la conformación del Estado intervencionista, los grandes propietarios
rurales se encontraron frente a un gobierno que parecía dispuesto a realizar transformaciones planteadas
sin éxito en otros momentos. La SRA se expresó públicamente en contra, en el cual se veía un factor
desestabilizante de la producción rural que desalentaba la realización de nuevas inversiones.

En el período iniciado luego de la muerte de Perón, la burguesía agraria y otros sectores propietarios
organizaron diversas acciones de protesta cuyo carácter era abiertamente golpista. Crearon también una
entidad que coordinaba a la SRA, la CRA, el CONINAGRO y realizaron una suspensión de venta de carne.
Luego realizaron más reclamos, sumando un total de 18 paros de actividades comerciales.

La beligerancia política de los actores socioeconómicos predominantes

La reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales consolidó la representación gremial centralizada por


sector de actividad. En materia de actividad política, la nueva legislación permitía la participación de los
gremios en las luchas entre partidos y autorizaba el apoyo a candidaturas. Las reformas fortalecieron a los
sindicatos dentro de las empresas y en el sistema político y apuntaron a eliminar las corrientes rebeldes.

Sobre la Ley de Contratos de Trabajo, sistematizaba materiales de orígenes diversos, “legislación dispersa,
fórmulas ya adoptadas en los convenios colectivos, criterios jurisprudenciales, recomendaciones o
convenios de la OIT, aportes de las doctrinas o legislaciones extranjeras; los aspectos nuevos consistían en
cosas como vacaciones pagas en un 40%, extender la licencia por maternidad sin goce de sueldo, aumentar
las indemnizaciones. El sector empresarial la consideró como uno de los principales factores que
obstaculizaban la productividad.

El vínculo de la CGT con el gobierno se estrechó al romperse la alianza con la CGE, al perder la presidenta el
apoyo de muchos dirigentes de la rama política y al extinguirse casi todas las posibilidades de poder de los
elencos lopezreguistas. En una situación de total desestructuración del juego político, las intrigas palaciegas
ocultaron en muchos momentos la intensidad de los conflictos sociales y eso contribuyó a que luego, en la
difusa memoria social, quedaran registrados hechos secundarios casi carentes de significación con respecto
a los enfrentamientos que se libraron en esos años.

La nueva expresión del empresariado estaba formada por alguna de las entidades corporativas más
tradicionales, como la SRA o la CRA y sus regionales e incluía cámaras o federaciones de menor figuración.
La diversidad de intereses económicos y de actividades de quienes suscribían la proclama
antigubernamental era un buen reflejo de la composición de ese frente empresario, destinado a asumir un
importante papel en la gestación del clima civil del golpe de Estado. La CGT y las 62 trataron, por el
contrario, de vincular la protesta empresaria con el “terrorismo económico”, pero no por eso dejaron de
formular su interés en reanudar el diálogo y la concertación. Por su parte, el gobierno oscilaba entre la
convocatoria al acuerdo social y el anuncio de represalias inminentes contra los empresarios.
El 24 de marzo de 1976, los militares cierran la segunda (o sea, tercera) experiencia peronista. De los
múltiples factores que se conjugaron para llegar a ese desenlace, el protagonismo opositor del gran
empresariado jugó un papel fundamental.

Gillespie: “Por el retorno de Perón” (1997)

Primeras operaciones y definiciones políticas

Una de las primeras acciones de Montoneros, donde saltan a la escena política es el Aramburazo. Los
objetivos que persiguen con esto son: 1) dar a la organización un bautismo público; 2) tenían un propósito
punitivo, sometiendo a Aramburu a la “justicia revolucionaria”; 3) como Aramburu estaba intentando
deponer a Onganía, Montoneros veía peligroso que su plan consista en dar lugar a peronistas “moderados”,
ya que quedando aislados en su propio movimiento, eran fácilmente aniquilables. Previendo el problema
de la censura mediática que regía, trasmitieron el juicio en una cinta magnetofónica.

Su segundo golpe consistió en la ocupación del pueblo cordobés La Calera, un lugar cercano a la base del
Regimiento de Infantería Aerotransportada, cuyo personal era incapaz de reaccionar con rapidez. Esta vez
supieron ganarse las simpatías de la sociedad, la cual los ayudo a enfrentar las pérdidas materiales y
humanas de este último golpe. Los Montoneros quedaron casi reducidos a la nada durante los meses
siguientes, con la muerte y la destrucción al acecho. La ayuda y protección de las FAP fue lo que los salvó de
la extinción. El 7 de septiembre, posteriormente designado como el Día del Montonero, fueron asesinados
Abal Medina y Ramus en un tiroteo con la policía, dejando a la organización sin dos de sus principales
miembros y casi todos sus documentos y planes fueron descubiertos. Sin embargo, el aumento del apoyo
popular, en particular de los MSTM y otros sectores juveniles del peronismo, los favoreció. La identidad
peronista de Montoneros les valió la protección y ayuda que necesitaban. A diferencia de las
organizaciones guevaristas, contaron con amplio apoyo, y ello demostró al régimen militar que eliminar la
“subversión” requería algo más que la erradicación de los “terroristas”. Si bien las FAP fueron el grupo
guerrillero urbano peronista más activo del año, Montoneros mediante el Aramburazo y la ocupación de La
Calera, habían obtenido más publicidad antes de aprovechar el refugio ofrecido por las FAP. Habían
demostrado una gran osadía en el planeamiento de sus operaciones y captado la imaginación popular
mediante sus hazañas más espectaculares.

Si los últimos meses de 1970, resultaron más bien estériles para la organización, no lo fueron en lo político.
Los Montoneros dedicaron muchas horas a buscar apoyo político mediante la redacción de documentos y
la concesión de entrevistas encaminadas a propagar sus ideas. En un documento publicado a fines de 1970
en la revista católica radical Cristianismo y Revolución, se presentaban a sí mismos como “parte de la
síntesis final de un proceso histórico con 160 años de historia. Su revisionismo presentaba la historia
argentina como un constante conflicto entre dos importantes corrientes políticas, la oligarquía y el pueblo.
Desde 1955 el peronismo se había en una fuerza más plebeya, desprendiéndose de algunos de sus
elementos burgueses oportunistas y dotándose de estructuras que arraigaron firme en el movimiento
obrero. Pero los Montoneros no previeron que muchos de los que habían abandonado el destartalo carro
peronista en los años cincuenta, volverían a subirse a él cuando estuvo cerca del éxito electoral de 1973, y
fueron bien recibidos por Perón como contrapeso a las presiones de la clase obrera y de la izquierda. Al
hacer un balance nacionalista, se ubicaban en oposición a la estructura agroexportadora liberal. En
realidad, ni el yrigoyenismo ni el peronismo habían atacado el poder de la burguesía terrateniente, sino que
mejoraron la situación de las clases populares dentro del orden social establecido; tampoco se mostraron
dispuestos a armar al pueblo. La reivindicación de tales movimientos demostraba que los conflictos entre
las clases eran de importancia secundaria en comparación con las luchas nacionalistas contra la dominación
extranjeras. En términos prácticos, su apreciación de la historia les llevó a suponer que el peronismo podría
lanzarse a la realización de proyectos de “liberación nacional” cuando hubiera recuperado el poder.
Confiaban más en el estallido de una “guerra popular” que, en una mera confrontación entre elementos
militares, e insistían en que “nuestra lucha y la lucha de las masas deben ir juntas, alimentándose
mutuamente”. Sin embargo, aun cuando aspiraban a formar parte de la una estrategia integral, que
incluyera actividades políticas, sindicales y estudiantiles, y sumar el elemento armado. Eso significa que la
posibilidad de una estrategia tendiente a establecer un socialismo nacional dependía de que Perón y el
movimiento fueran tan revolucionarios como ellos, equivocadamente, creían.

Relaciones con Perón y otras organizaciones guerrilleras

El apoyo montonero de Perón y la fe en sus declaraciones cuasi- revolucionarios eran genuinos. La visión
errónea que tenían los guerrilleros de las verdaderas diferencias estratégicas y políticas existentes entre
ellos y Perón se hizo visible sobre todo después de noviembre de 1970. Para los Montoneros, la HP era solo
una treta de su astuto líder con miras a una “maniobra táctica destinada a mantener el régimen en la mesa
de negociaciones mientras el Movimiento profundiza sus niveles organizativos y sus métodos de lucha para
emprender las próximas etapas de la guerra”. Atacaron a Paladino, el delegado de Perón encargado de la
iniciativa, por confundir la estrategia con la táctica, pero el desarrollo de los acontecimientos revelaría que
eran los Montoneros quienes habían confundido la estrategia de Perón con su táctica y viceversa.

Durante aquellos años Perón no criticó ni una sola operación y, de hecho, reafirmaba la perspectiva
revolucionaria destituyendo a Paladino, y nombrarlo a Cámpora. Aun cuando Cámpora estaba dispuesto a
trabajar con el ala revolucionaria, su nombramiento no había significado un “giro hacia la izquierda”. Todo
lo que Perón estaba intentando era demostrar al régimen que “si las elecciones no tienen efecto, estamos
preparados para algo más”.

En lo que respecta al crecimiento a largo plazo de la organización, resultó mucho más importante el
fortalecimiento de los vínculos con las otras “formaciones especiales peronistas” y la promoción por los
Montoneros de un movimiento unitario de juventudes peronistas.

El 1971, el ERP era la organización guerrillera urbana más activa militarme; pero otras cuatro
organizaciones, que serían las que acabarían por convertir a los Montoneros en la más poderosa de todas,
estaban emprendiendo un proceso decisivo hacia la unificación. Aparte los Montoneros, los implicados
eran las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y los Descamisados.
La historia de las FAR fue distinta: su origen se remontaba a 1966, con personas que se unieron con la
esperanza de convertirse en el apéndice argentino del “foco” boliviano de Guevara. Al intentar salir de su
aislamiento social y político, el giro hacia la lucha urbana fue acompañado de la peronización.

Aunque en 1971 se hicieron grandes esfuerzos para unir a estas organizaciones, la iniciativa fue prematura.
Se concibieron y ejecutaron operaciones conjuntas, pero el ineficaz órgano coordinar establecido para
fomentar la unificación nunca alcanzó una estructura formal. Al principio, los guerrilleros no lograban
ponerse de acuerdo sobre si debían concentrarse en la lucha armada o seguir una estrategia “integral”
consistente (esto última adoptada por Montoneros). También tuvieron que superar la hostilidad de
Montoneros hacia el marxismo.

Los acuerdos alcanzados en cuanto a la estrategia, el socialismo como objetivo y el imperialismo yanqui
como enemigo, fueron insuficientes para generar una verdadera unidad entre las “formaciones especiales”;
también se necesitaba un acuerdo sobre las concepciones políticas y organizativas.

Naturaleza y efectos de la actividad montonera

La mayoría de las acciones de Montoneros más que operaciones, eran ejemplos de propaganda armada.
Incluso la toma de junio de 1971 del pequeño pueblo de San Jerónimo Norte, fue un caso de guerra
psicológica y no un intento de combatir con unidades militares enemigas. Durante aquellos años, incluso en
las acciones de menor importancia, la acumulación de recursos económicos, militares y logísticos, así como
el estímulo al apoyo y de la adhesión popular, fueron los principales objetivos. No hubo asaltos a
guarniciones militares y tampoco ejemplos de comando que provocaran deliberadamente el
enfrentamiento armado con el ejército o la policía.

Se cultivaba cuidadosamente la simpatía hacia las actividades montoneras mediante un mínimo uso de la
violencia ofensiva y una extrema selectividad de objetivos, en vez de practicar el terrorismo al azar. Los
guerrilleros prestaban atención a las operaciones simbólicas, susceptibles de provocar la adhesión de todos
los peronistas.

Las compañías y los directivos extranjeros eran escogidos como objeto de castigo, pero tampoco en tales
casos constaba aún el asesinato. La disuasión de los inversores extranjeros, pero no dañando a los
directivos: las propiedades, y no las personas, eran el principal blanco. Incluyendo las operaciones
conjuntas, no pueden atribuirse más de una docena de muertes a los Montoneros durante aquellos años de
régimen militar. SI bien nunca tuvieron tanto éxito como los Tupamaros, presentando una imagen de Robin
Hood, habían aprendido lecciones sobre la naturaleza políticamente contraproducente del terrorismo. Al
crear un clima de inseguridad y de desorden social, la actividad guerrillera llegó a ser sin duda un factor
determinante en la decisión de los militares de volver a los cuarteles y buscar una solución política a la crisis
argentina. Pero no era el único factor. El cambio en la táctica de los militares fue motivado en la misma
medida por los desafíos semiinsurreccionales que sacudían al régimen desde 1969.

Todos estos desafíos a la dictadura, acompañados de una serie de huelgas regionales y nacionales
convocadas por la CGT en apoyo de reclamos económicos, convencieron a Lanusse de que la postura del
gobierno era insostenible. Aun cuando la guerrilla era considerada más una plaga que una amenaza
inmediata, él y Mor Roig temían claramente la incorporación de elementos antigubernamentales plebeyos
a las filas de la guerrilla. Mientras se perseguía la realización del GAN, Lanusse no hizo que su gobierno
cesara su trato represivo. La represión se suavizó en cierta medida debido a las divisiones internas
existentes. Lanusse no podía, por razones políticas, ordenar un ataque sin cuartel contra los guerrilleros
porque ello habría supuesto tal ofensiva contra los peronistas, que los tratos de los militares incluso con los
líderes peronistas más bien dispuestos a la conciliación hubieran sido imposibles.

Las pérdidas de la guerrilla y el culto al mártir

La persistente influencia católica hizo mucho para evitar los temores a la muerte que muchos montoneros
habrían podido sentir. En la literatura montonera, los guerrilleros fueron presentados como heroicos “hijos
del pueblo” que caían en vez de morir y obvio, con categoría de mártires. Los ingredientes de sus
homenajes eran la afirmación de autenticidad peronista de los muertos, alguna referencia al valor y la idea
que sacrificar la propia vida por la causa popular garantizaba una especie de existencia metafísica entre el
pueblo mucho después de la muerte física.

El hecho de que los Montoneros estuvieras dispuestos a verter su sangre en la lucha no es la única
explicación al apoyo popular y solidaridad que se atrajeron. Lo principal era el decisivo giro estratégico
hacia la actividad política de masas cuando desecharon la idea de que al peronismo nunca se le permitiría
recuperar el poder por loe medios electorales. Sin embargo, a medida que se acercaba el retorno de Perón,
volvieron a evaluar la posibilidad electoral y empezaron a percatarse de la realidad política de la situación.
Sin abandonar totalmente la lucha armada, orientaron sus energías hacia una labor de masas en la
campaña para el retorno y después en la propia campaña electoral.

Promoción de la Juventud Peronista

El vehículo fundamental para la orientación a un movimiento de masas fue la JP, desde donde se estaban
haciendo grandes esfuerzos para conseguir la unidad y crear una fuerza movilizadora, agitadora y
organizativa llena de dinamismo. El producto no era solo una JP, sino que provocó el gran crecimiento de
una tendencia que empequeñecía al resto.
Desde febrero de 1972, la JP celebró una serie de manifestaciones de unidad y actos de campaña. Tan
espectacular fue el resurgimiento de la JP y tan amplia su identificación con las “formaciones especiales”
que Cámpora debió reconocerlos como compañeros en uno de sus discursos. En los últimos meses de 1972,
los jóvenes peronistas se habían convertido en protagonistas de la campaña.

Al final de la dictadura, Montoneros poseía una capacidad de movilización de miles de personas, pero su
verdadera fuerza organizativa quedó reducida a las bases y sindicatos. La falta de apoyo de estos últimos
fue su talón de Aquiles. Por haber elegido su nombre y objetivos de manera más inteligente que otras
organizaciones guerrilleras, y por ser más pragmáticos, los Montoneros terminaron aquel periodo siendo la
principal “formación especial” peronista. Pero el hecho de que sus actividades guerrilleras solo hubieras
estado ligadas tangencialmente a las luchas obreras no les ayudó a superar la línea divisoria entre la
guerrilla y los sindicatos: una línea impuesta por las exigencias de seguridad de los rebeldes, basadas en el
anonimato y aislamiento, y además una línea de clases que separado ante todo a los luchadores de clase
media generalmente reformista. Solo al volverse a la campaña, salieron los Montoneros de su aislamiento,
pero su repudio constante de los líderes sindicales ayudo a dejar fuera de su influencia a un gran número
de los trabajadores.

Perón percibió con mucha más claridad que los mismos Montoneros las limitaciones de la guerrilla como
método revolucionario. Patrocino sus formaciones especiales sabiendo que aun cuando acosaban al
régimen militar, eran incapaces de organizar el apoyo de las masas. Cuando hubo servido a los objetivos de
Perón, la juventud maravillosa de ayer pronto fue vilipendiada por su líder al llamar infiltrados y
mercenarios a sus componentes

“En busca de aire (1973-1974)”

El retorno del peronismo y el avance la izquierda peronista

Al tiempo que los guevaristas persistían en su militarismo, los Montoneros aprovecharon la oportunidad
para extender su influencia política concretándose en la actividad legal en múltiples frentes. Adquirieron la
capacidad de movilizar a decenas de miles de personas, pero seguían careciendo de una fuerza organizativa
de base. Si hubieran poseído una estrategia independiente para llegar al poder, ese obstáculo habría sido
poco importante, pero como su estrategia consistía en operar a través del Movimiento Peronista, tanto
dentro como fuera del gobierno, conquistando el mayor terreno político posible, se encontraron muy
limitados en sus expectativas. Como “movimientistas”, aún dependían de que Perón y su movimiento
fueran verdaderamente revolucionarios. Entretanto, los grupos “alternativitas” seguían repudiando a los
burgueses peronistas como “enemigos de clase”, para rehuir el contacto con los órganos oficiales del
movimiento y dedica su energía a construir una alternativa independiente de la clase obrera: el núcleo de
un futuro partido obrero y de un ejército revolucionario que, sin embargo, no quería cortar el lazo que lo
unía al peronismo, hasta que la masa obrera estuviera dispuesta a romper con la jefatura.

El FREJULI era presentado como expresión política de aquella alianza de clases para hacer frente al
imperialismo y los aspectos más radicales de su programa electoral eran tomado literal. Mientras que la
etapa de Liberación y Reconstrucción Nacional se consideraba transitoria y tendente a la “construcción
nacional de socialismo”, la presencia de Perón y de la clase obrera en el movimiento militaba en favor de un
suave y rápido paso a la próxima etapa.

Todo esto descansaba sobre tres premisas sin fundamento: la supuesta conversión de Perón al socialismo
nacional; la suicida predisposición de los sectores burgueses y burócratas del peronismo para aceptar una
jefatura radical de la clase trabajadora; la posibilidad de mantener una amplia alianza de clases en el poder
durante la etapa de “Liberación Nacional”. De estas suposiciones, la última podía ser algo persuasiva, pero
igual era anticuada. Fue la crisis económica y no la prosperidad lo que saludó al peronismo cuando volvió al
poder. El plan de desarrollo económico y la propia alianza de clases se desintegró muy rápido. Aquellos
meses fueron testigo tanto de la primera huelga general contra un gobierno peronista, y de la primera
huelga de patrones en la historia.

La incapacidad del peronismo para emprender conjuntamente una serie de tareas de desarrollo nacional y
redistribuir radicalmente la renta nacional, fue algo que los “alternativistas” comprendieron mucho mejor
que los “movimientistas”. Los primeros (ERP) pronto se dieron cuenta que la reconstrucción nacional no
significaba más que la reconstrucción nacional del capitalismo, el cual perpetuaría la congelación de
salarios y el uso de la represión. Ni ellos ni el Peronismo de Base pudieron hacer mucho para socavar las
ilusiones populares puestas en Perón y el peronismo a causa de su tremenda fuerza y de los aparentes
éxitos económicos peronistas durante el primer año. Más que méritos intrínsecos de sus programas, los
progresos de los Montoneros se debieron al hecho de que sus fórmulas políticas estaban impregnadas de
los mitos populares dominantes y de las ilusiones e ideas erróneas de la época, mientras que para los
estudiantes poseían el atractivo de cierta coherencia lógica intrínseca

Limitaciones de la Tendencia Revolucionaria

1) Una vez Perón en el poder, si bien procuraron mantener idealmente la unidad de su Movimiento, no
sintieron inclinación a retener a toda costa a esta ala radicalizada, considerando que podía conservar el
apoyo, más o menos, del movimiento obrero. Cuando se hizo evidente que, a pesar de la buena disposición,
la Tendencia no podía ser “domesticada”, el interés de Perón no se centró en hacer concesiones a fin de
mantener una unidad cada vez menos real, sino en echar a la izquierda del movimiento

2) Antes de desarrollar cuadros con la base de las organizaciones de masas, los Montoneros se mostraban
selectivos respecto a quien incorporar, esto significa que las grandes multitudes que movilizaban no podían
equipararse legítimamente con el apoyo numérico para un proyecto político revolucionario. La movilización
no se basaba en un análisis coherente de los problemas de la Argentina, en una alternativa socialista
definida, o en una teoría que guiase a los movilizados a lo largo del camino que debía llevarlos a otra que
los Montoneros querían construir en el futuro. EN su mayoría eran movilizados mediante consignas y por la
expresión de posturas políticas específicas que no estaban vinculados con ningún proyecto global de
transformación, y también mediante el atractivo emocional de las concentraciones.

3) La adhesión a las organizaciones pro- montoneras expresaba el genuino deseo de un cambio, pero un
cambio que parecía confuso y desarticulado: unos pocos se convertían en cuadros dirigentes, mientras la
amplia mayoría solo contribuían con sus cuerpos. Ante una ausencia total de mecanismos para la
participación de la base militante en la elaboración de las normar ni medios democráticos donde cuestionar
a los líderes, los grupos disidentes tendían a convertirse en facciones rebeldes.

Rechazando el movimientismo de Montoneros (grupo disidente, fundador de la revista Puro Pueblo) y su


concepto de etapas revolucionarias, la crítica atribuía la principal debilidad de su organización al hecho de
haber sido lanzada “desde arriba”, a manera de “respuesta de la pequeña burguesía radicalizada a los
problemas general del país”, en vez de crearse como respuesta a las necesidades de la clase obrera. A
continuación, la lucha armada, faltando participación obrera, había militarizado todos los aspectos de la
vida de Montoneros con el resultado de que cuando dieron un giro a la actividad política, esta había sido
obstaculizada por la estructura militar y burocrática, que sofocó el espíritu crítico y el disentimiento. Para
ellos, la discusión era igual a la traición, y la crítica, a la hostilidad.

4) La debilidad económica de la Tendencia, debida a su composición social. El gobierno peronista era


sensible a las presiones de los que tenían en sus manos el poder económico, como lo demostraría la huelga
general de mediados de 1975, pero el grupo obrero de la Tendencia, solo experimentó un crecimiento
entre los trabajadores no industriales.
5) Los defectos de organización y la falta de poder económico estratégico limitaron la influencia de la
Tendencia dentro del Movimiento Peronista y en el gobierno, y lo mismo sucedió con el vacilante
comportamiento político de los Montoneros durante este período.

Para los Montoneros, el Pacto Social fue la clave económica de su ilusorio frente de liberación nacional, aun
cuando el sentido común económico dejaba traslucir que el acuerdo no tardaría en romperse. Teniendo en
cuenta los problemas económicos, era una pretensión irreal esperar que los empresarios invirtieran en un
proyecto de desarrollo con precios congelados y salarios elevados; y también lo era contar con que, como
hacían los Montoneros, los sectores más débiles de la comunidad comercial e industrial se ajustarían al
mismo comportamiento solo porque eran nacionales y porque tenían intereses que se consideraban
“objetivamente” opuestos al capital extranjero.

Económicamente el pacto social era una utopía; en lo político era potencialmente represivo. Igualmente,
debido a su concepto de revolución en etapas, Montoneros espero un tiempo para unirse a las críticas, y
solo lo hicieron para pedir “modificaciones”. No se mostraron partidarios de que pacto fuera anulado hasta
un año después de la elección de Cámpora, cuando el “comandante” Firmenich dijo que debía negociarse
un nuevo pacto donde se den a los obreros “el 51% del poder”. Tal clase de afirmaciones resaltaba el
dilema político al que se enfrentaban: por ser leales, aunque críticos, al peronismo, no tenían posibilidad de
atraer a la minoría obrera con conciencia de clase, que empezaba a desafiar la estrategia económica del
gobierno, a pesar de que el canon revolucionario sugería que aquella minoría tenía que ser el objetivo
prioritario del reclutamiento; por otra parte, el haber hecho una crítica más dura de la trayectoria de la
política gubernamental hubiera supuesto el riesgo de aislarse del resto del movimiento.

Finalmente, los Montoneros recibieron lo peor de ambas partes al quedarse sin ambas cosas. Su actitud
hacia las medidas del gobierno era demasiado crítica para que tolerase la jefatura peronista, siempre a
punto de exigir la ortodoxia y la lealtad tradicionalmente requerida, pero insuficientemente firme para
preludiar la formulación de una genuina política alternativa al peronismo ortodoxo. Sin embargo, el
comportamiento montonero durante 1973-1974 se inclinó hacia una acomodación con el gobierno. Así, la
JO abandonó las ocupaciones de los lugares de trabajo que se produjeron durante las primeras de Cámpora
tan pronto como Perón los reprobó; solo algunas partes de la nueva Ley de Asociaciones Profesionales
fueron elegidas para la crítica, aun cuando la influencia de la Tendencia en el Congreso era demasiado débil
para poder obtener enmiendas;

Todos los compromisos legislativos se llevaron a cabo con la vana esperanza de que, con Perón en el poder,
la legislación se interpretaría según su “verdadero” (o sea, progresista) sentido, especialmente si la
izquierda movilizaba para impedir que el general sucumbiera ante las presiones derechistas.

Perón ataca a los Montoneros

En octubre, al tiempito que Perón toma el poder, Montoneros quiso creer que Perón no tenía relación con
un documento (firmado por él) donde se le declaraba la guerra a los “grupos marxistas infiltrados”. La
incredulidad ante este hecho paralizó la iniciativa por varias semanas, mientras asimilaban el castigo.

Durante esas semanas los Montoneros fantasearon sobre ese “extraño” comportamiento de Perón. En vez
de cuestionar inmediatamente su concepto del general, lo presentaron como un inocente prisionero de
una pandilla de agentes imperialistas, traidores y burócratas constituidos en un cerco que lo rodeaba y
aislaba de sus seguidores. José López Rega pasó a formar parte de eso como villano principal. Durante
varias semanas creyeron que bastaría para rectificarlo utilizar su fuerza movilizadora y romper el cerco a fin
de que se renovara el contacto entre Perón y las masas.

El descubrimiento de una brecha ideológica entre Perón y los líderes montoneros no condujo a una retirada
de su apoyo, porque aún se sentían estratégicamente unidos a él: seguían de acuerdo con la postulación de
Perón de una alianza interclasista nacional. Ellos creían que esa alianza, poniendo en práctica medidas
antiimperialistas, iniciaría el proceso hacia el socialismo. Es importante señalar que esa distinción entre la
ideología de Perón y su estrategia no era una idea que los Montoneros transmitieran al público. Siempre
con la esperanza de que Perón hiciera algún gesto de concesión en favor de ellos, los líderes montoneros
disimulaban sus diferencias en público. Su postura oficial siguió siendo la de que, a pesar de los “errores
atribuibles a un análisis erróneo de la situación nacional”, Perón era todavía un revolucionario.

Para “reencauzar” el proceso conforme a las líneas de la liberación nacional, Firmenich insistía en tres
propuestas: que el pacto social existente fuera desechado en vez de reformado; que era necesario
“recuperar el gobierno para el pueblo y para Perón” en lugar de “apoyar, controlar y defender” al gobierno
popular; la JP y las demás organizaciones debían prestar más atención a las tareas organizativas. Lo que no
dijo que el mayor “traidor” a la concepción montonera de lo que el peronismo debía ser, era Perón.

Después de 30 años, los acontecimientos del 1ro de mayo, algo se rompió: las mágicas relaciones
revolucionarias que ellos creían prevalentes entre Perón y las masas, y que habían aceptado percibir en la
Plaza de Mayo. Lejos de comprometerse en un diálogo, Perón había intentado pronunciar un monólogo
que puso al descubierto su desprecio por la izquierda.

La muerte de Perón impidió que los Montoneros rectificasen sus ilusiones en el líder. Empezando con una
respetuosa crítica de sus “errores”, para luego caer en un desconcertado silencio, jamás procedieron a una
completa comprensión y crítica de su proyecto político.

Dado que Perón, cuando muere, no había agotado su crédito político en el ánimo de muchos trabajadores,
y quizá por tener la convicción de que aquél había aprendido de su “error” del 1ro de mayo, los
Montoneros siguieron usando su nombre como principal bandera, afirmando su propia ortodoxia
peronista, al tiempo que corrían un velo sobre todas las declaraciones antipopulares que pudieran recordar
de Perón. Sin embargo, Perón había promovido, o al menos aprobado, la legislación que los Montoneros
criticaban; era presidente cuando fueron detenidos Quieto, Caride y Firmenich, o cuando los semanarios El
Descamisado y El Peronista fueron clausurados por decreto, y no hizo absolutamente nada para reprimir la
violencia derechista contra la izquierda. Puede decirse que los ataques a la izquierda comenzaron el día de
la masacre de Ezeiza, en junio de 1973.

La Triple A y la ofensiva derechista

La mayor movilización de la historia argentina, en Ezeiza, presenció el “nacimiento” del Escuadrón de la


Muerte, la Triple A, que sería responsable de la eliminación de muchos peronistas de izquierda. Tanto si se
“estrenó” en Ezeiza, como si no, es evidente que López Rega estaba organizando un escuadrón de la
muerte con base en su Ministerio, aunque no se bautizó como Triple A hasta 1974. El 10 de mayo de ese
año es ascendido a comisario general, y al día siguiente, para celebrar su triunfo, la Triple A asesina al padre
Carlos Múgica, con la intención de implicar a Montoneros y desacreditarlos.

La Triple A no hubiera podido lograr la mortal eficacia de que fue capaz a no ser por la tolerancia o la
participación activa del mano de la Policía Federal. Todas las organizaciones de la Tendencia sufrieron
pérdidas, en total unas doscientas personas fueron asesinadas. Por supuesto, la violencia política, más que
afligirlos, se desataron feroces campañas guerrilleras. La violencia de la Triple A y de los fascistas no puede
considerarse una respuesta al militarismo de izquierda, porque la gran mayoría de los ataques de la
derecha fueron dirigidos precisamente contra los que intentaban desarrollar políticamente a la izquierda
sacando partido de los medios de lucha legales, o contra los que defendían derechos democráticos.
Después de 1974, cuando el fascista Oscar Ivanissevich es puesto en el Ministerio de Educación se
intensifica la ofensiva derechista en la Universidad, espacio vital de los Montoneros.

Pueden hacerse muchas críticas al comportamiento montonero durante esos meses, pero esto no debe
ocultar el hecho de que enfrentaban enemigos poderosos.

El fracaso de la estrategia “movimientista”


En aquel momento quedaba demostrado el fracaso de esta estrategia: la izquierda fue expulsada de los
puestos que regía en el Movimiento y, además, vio declinar o desaparecer su influencia en el Congreso
Nacional, en los gobiernos provinciales y las administraciones de las universidades. Bajo la presidencia de
Isabel, no podía esperarse ningún cambio favorable en la trayectoria gubernamental, especialmente
teniendo en cuenta el dominio de López Rega en el nuevo gobierno.

Políticamente, habrían podido formar un frente común con las organizaciones obreras combativas y de la
izquierda, para construir el embrión de una alternativa socialista. Sin embargo, el hecho de que no lo
hicieran concuerda con el comportamiento que venían teniendo hasta entonces. En vez de ello, buscando
“aliados tácticos”, habían cortejado a la juventud de los partidos políticos pro-capitalistas mientras
buscaban un sector reformista con quien aliarse en las FFAA. Ambas iniciativas resultaron estériles. Para
llevar adelante una lucha serie contra el imperialismo, tenían que descartar su implícito convencimiento de
que el imperialismo era algo que estaba al acecho en los Estados Unidos y de que la oligarquía hacía lo
mismo en el campo argentino; hubieran debido examinar más atentamente los lazos de unión entre el
capital nacional y el extranjero. Sin embargo, el rechazo de tales suposiciones hubiera sido totalmente
incompatible con la fidelidad a los partidos conservadores y reformistas.

Los Montoneros habían intentado ganar simpatías de personas de influencia en las FFAA. Aparte de las
peticiones iniciales de que fueran purgados los restos de “pandilla militar”, no se había propuesto ninguna
otra reforma de las FFAA. En lugar de eso, organizaron pequeñas células en cada una de las tres fuerzas,
que no tuvieron tendencia alguna.

Aquellas dos iniciativas revelaron que los Montoneros, conscientes el escaso apoyo que el movimiento
obrero prestaba al socialismo, adaptaban en cierta medida sus velas al viento dominante, y permanecían
fieles al concepto del desarrollo revolucionario por etapas. Su comportamiento, con énfasis en “el pueblo”
y no en la clase obrera, les hacía parecer más populistas que socialistas, fue denunciado por la
ultraizquierda como ejemplo de reformismo pequeño burgués. Y, en efecto, hasta cierto punto lo era: uno
puede legítimamente cuestionarse si determinados miembros de la Tendencia de la clase media baja
estaban entregados íntegramente al advenimiento del socialismo. Lo más significativo es que Montoneros,
a causa de sus primeras fusiones para la guerrilla durante los 60, se habían acostumbrado a ser los
participantes principales en los actos de unificación, y también que en el pasado inmediato se hizo evidente
que en las marchas gozaban de un apoyo político mayor que aquellos que planteaban una “unidad entre
iguales”. La práctica de la guerrilla urbana, al principio consideraba solamente un medio, provocó una
completa militarización de la organización, la cual habían llevado consigo los Montoneros al palenque
político.

Excluidos del sistema político oficial, Montoneros se volvió entonces violentamente contra él. El 6 de
septiembre volvieron a la clandestinidad. Poseían ya una tremenda reserva de apoyo gracias a sus
iniciativas políticas relacionadas con las masas y a su sensibilidad ante la opinión pública radical. Habían
suspendido su campaña guerrillera; reanudaron su actividad como la organización político- militar más
poderosa de la Argentina; y en el curso de los doce meses siguientes se convertirían en la más potente
fuerza guerrillera urbana de cuantas se han conocido en América Latina.

“A las armas de nuevo” (1974- 1976)

Montoneros volvió a la clandestinidad y Firmenich declaró “puesto que se han agotado todas las formas
legales de continuar la lucha, solo quedaba la opción de emprender una guerra popular integral, que
supondría el establecimiento de milicias peronistas, contra los monopolios nacionales y extranjeros y
contra un gobierno cada vez más dominado por José López Rega”.
En realidad, la reanudación de la guerrilla se había iniciado una semana antes. Todas las operaciones
ocurrieron en pocos días, pero eran de escaso relieve en comparación con las operaciones montoneras
anónimas y ocasionales de 1973- 1974. Incluso en vida de Perón, Montoneros no habían dejado de
aumentar sus reservas de capital, y ocasionalmente habían practicado su propia versión de “justicia
popular” al tiempo que ocultaban con éxito su responsabilidad.

Si se tiene en cuenta el número de pérdidas de la izquierda peronistas a principios de los 70, es posible
comprender el atractivo de las muertes por venganza y la convicción de estar administrando la justicia
popular; pero tal actividad no aumentó en modo alguno sus ganancias.

Ataques de la guerrilla a la burocracia sindical

Las represalias contra Rucci (burócrata sindical a grandes rasgos) y Coria (UOCRA) no fueron más
productivas, aunque es evidente que reclaman mayor atención, dado que estuvieron directamente
relacionadas con el objetivo montonero de atraerse el apoyo masivo de la clase obrera. Aun cuando
grandes tendencias obreras fueran anti burócratas, sus bases de poder eran regionales o radicaban en
sindicatos militantes, de importancia reducida. Un gran número de trabajadores seguían dispuestos a
tolerar a los líderes sindicales corruptos y enriquecidos mientras consiguieran de vez en cuando beneficios
para sus afiliados. En ese caso, Montoneros, en parte a causa de su composición social, subestimaron el
economicismo de la clase obrera argentina, viendo en su adversario “vandorista” un simple fenómeno
sindical superestructural. Erróneamente, equipararon los altos niveles de militancia obrera relativa a
cuestiones económicas con el radicalismo político de las bases, y consideraron a la burocracia como algo
totalmente ajeno al movimiento, como algo impuesto desde el exterior y no como expresión de la falta de
preparación de la clase obrera para la política revolucionaria. Lo que solían pasar por alto al ver a la
burocracia como un instrumento del imperialismo y como “hija” de la Libertadora, era el hecho de que esta
había poseído una genuina base, primero de apoyo y después de tolerancia, por parte del movimiento
obrero: los cabecillas sindicales en los 60 y 70, habían sido los militantes de fines de los 50, que habían
dirigido la lucha por la recuperación de la CGT. Eran ciertamente objeto de presiones e influencias externas,
pero no podían pasar por alto las necesidades económicas de sus afiliados; y, en efecto, los líderes de los
sindicatos vandoristas tuvieron éxito ateniéndose al terreno económico.

Los Montoneros se equivocaban al suponer que los trabajadores compartían en masa su repugnancia
moral, de origen católico radical, ante las ostentosas demostraciones de riqueza y corrupción por parte de
los líderes sindicales. Otro error, aún más grave, fue creer que los métodos con que la burocracia solía
mantener su poder eran los mismos que emplearon para lograrlo, creían que lo habían tomado por asalto.

Por culpa de su militarismo (y otros motivos), el cual consideraban un medio legítimo para conseguir el
liderazgo obrero, Montoneros fue quedando aislado de algunos de los sectores obreros más radicales. A su
modo de ver, sus enemigos peronistas habían pasado a ser los “brujovandoristas” (una alianza mal
identificada). Pero aquí las nociones de lealtad, autenticidad y traición se demostraron inútiles como guías a
las verdaderas divisiones dentro del campo peronista: aquellos dos sectores se habían unido en un
movimiento de tenaza para obligar a dimitir al ministro Gelbard, pero pronto se separaron en lo tocante a
la política. Las contradicciones entre la facción López Rega- Isabel y el liderazgo sindical se pusieron de
manifiesto con el Rodrigazo y la primera huelga obrera a un gobierno peronista.

El intento de crear un Ejército Montonero

El retorno a la clandestinidad se consideró una medida defensiva, una “retirada estratégica” en respuesta a
una “ofensiva enemiga” que incluía a la Triple A, previendo que pronto se les unirían las FFAA. Las tareas
que llevaban adelante en este contexto eran: proteger sus propias fuerzas, recibir el menor daño posible,
acosar, desmoralizar y desorientar a las fuerzas contrarias con sus iniciativas militares. Una vez en la
clandestinidad, lanzaron “ofensivas militares tácticas” de fuerza creciente, pero siempre dentro del
contexto estratégico- defensivo de una guerra de desgaste en la que su principal objetivo era el
agotamiento del enemigo. Cuando la ofensiva enemiga, a causa del acoso, se detuviese, podrían pasar a
una fase de contraofensiva durante la cual los triunfos populares abrirían brechas y atraerían ciertos
sectores de las FFAA.

El retorno a la clandestinidad no implicó radicalización política alguna. Aun enfrentados a un gobierno


“proimperialista”, los Montoneros aspiraban todavía al liderazgo de un Movimiento de Liberación Nacional,
basado en el peronismo. La única novedad es que, una vez muerto Perón, se veían a sí mismos como los
constructores de esa estructura, y no a los líderes peronistas oficiales.

Sin embargo, construir un puente político era más difícil de lo que parecía, y en gran parte, dependía de
que Montoneros mantuviera una base legal en el sistema establecido. Por ello se llevó a cabo un intento de
mantener “en la superficie” las organizaciones de masas, disminuyendo la actividad guerrillera durante tres
semanas, mientras la JP luchaba por reafirmarse como fuerza semilegal. La reanudación de la lucha armada
montonera aumentó notablemente el riesgo que suponía participar de las organizaciones de masas, el
flanco más visible y vulnerable de la organización.

Durante los primeros años sesenta, la unidad básica guerrillera había sido el comando, a veces se
agrupaban para operaciones más importantes. Para 1973-74, cuando la labor de masas era prioritaria, se
ideó un sistema de “pelotones integrados” o células de activistas, para trabajo de masas o tareas militares.
Pero ahora los Montoneros tenían miles de activistas dispuestos a ser organizados en cualquier nivel, por lo
que la “especialización” pasó a la orden del día, así la estructura política y militar quedaron separados.
Hacia fines de 1974, se creó una red específica militar con “pelotones de combate” como unidades
celulares básicas. Mientras que estos pelotones estaban especializados en el combate militar, sus
miembros eran adiestrados para el uso de armas, las milicias empleaban armas de mano, y cumplían una
función paramilitar, en apoyo al embrionario Ejército Montonero. Si bien muchos llevaban una vida
totalmente clandestina, el miliciano solía combinar sus actividades político- militares con el desempeño de
un empleo o estudios regulares, con una correcta adaptación “política” y apariencia “normal”.

Aun cuando la nueva estructura permitió la integración de militantes a dos niveles, facilitó también el
avance del militarismo. Teóricamente, el surgimiento de una casta militar tenía que verse frustrado por la
participación de combatientes profesionales en las agrupaciones del frente de masas, pero en la práctica las
razones de seguridad convirtieron aquel hecho en un fenómeno poco común. Por otra parte, la importancia
militar menguó al hacerse las operaciones cada vez más ambiciosas y requerir servicios profesionales. Así
pues, estructuralmente, desde el comienzo de esta fase, hubo indicios de que los factores militares podían
pesar más que los criterios políticos en la toma de decisiones. Uno de los aspectos más impresionantes fue
el Servicio de Informaciones Montonero.

Una nueva fase de la lucha armada

Justicia montonera

Los asesinatos vindicativos se convirtieron en una parte habitual del repertorio montonero, a medida que la
violencia, aunque todavía discriminada, se empleaba con mayor frecuencia no sólo contra la propiedad sino
también contra las personas. El primero de la lista fue Alberto Villar, jefe de la Federal, el cual encantó a la
izquierda peronista, pero su único resultado político fue la declaración del estado de sitio por el gobierno el
6 de noviembre de 1974. Para los Montoneros, el estado de sitio representó una mera institucionalización
de su situación actual; sin embargo, la nueva situación hizo más difícil la vida a las otras fuerzas
izquierdistas. A pesar de la promesa del gobierno de que no sería usado contra partidos legales, no fue así.

Aunque totalmente ineficaces para frenar la violencia derechista, estos asesinatos no estaban exentos de
legitimidad en el ánimo de varios observadores. La Triple A pasaba por una organización siniestra que hacía
una guerra mucho más sucia que los más feroces grupos guerrilleros. En varias ocasiones, montoneros
heridos fueron recogidos por médicos en la calle y entregados a ambulancias que finalmente nunca los
llevaban al hospital. Además, la Triple A gozaba de protección oficial y parecía inmune a la acción de la ley:
nunca fue detenido ninguno de sus secuaces ni empleados. Los funcionarios del gobierno daban la
impresión de justificar públicamente la violencia derechista.

Por otro lado, se produjeron muchos asesinatos montoneros vindicativos cuyo significado escapaba al
público en general. Con esto, los guerrilleros corrían el peligro de que los ataques por venganza poco obvios
se considerasen parte de una guerra privada entre bandas armadas. Tales actos no favorecieron en nada el
deseo de los guerrilleros de transformar sus unidades de combate en un ejército del pueblo; solo
consiguieron incrementar el intercambio de balas entre la izquierda y la derecha, con la particularidad de
que los blancos de éstos últimos eran más difusos. El uso del terror por la derecha era lógico: ya tenía el
control sobre los centros de poder, lo que le permitía mantener su dominio mediante los recursos del
Estado prescindiendo del apoyo popular. En cambio, la violencia de la izquierda contra el Estado tenía que
ser selectiva, pues la atracción y conservación del apoyo popular era esencial para la estrategia empleada
con vistas al poder.

Los Montoneros estaban en lo cierto al suponer que el Ejército era hostil a la Triple A: la “seguridad
interna” no era una tarea propia de una empresa privada, además de que estos querían un control
completo de ella por sí mismos. Fueron en gran manera ellos y los sindicatos quienes obligaron a dimitir a
López Rega en julio de 1975, y solo ellos quienes adquirieron preminencia aquel mismo año en la lucha
contra los guerrilleros, aunque no frenaron de ningún modo la actividad de la Triple A.

Los problemas de comunicación y el ascenso del militarismo

Las presiones de autocensura ejercidas sobre los responsables de la prensa aumentaron en septiembre de
1974, cuando una nueva Ley Antisubversiva estableció sentencias de prisión para los periodistas y
directores de periódicos que publicaran informaciones tendentes a alterar o eliminar el orden institucional.
Los objetivos políticos de las operaciones guerrilleras fueron, así, silenciados por la prensa, la cual sólo
indicaba específicamente la autoría de las acciones en un diez por ciento de los incidentes reseñados. En
estos casos, en vez de las habituales referencias a “delincuentes subversivos”, el ERP era mencionado como
ODI (organización declarada ilegal).

Por ello, los Montoneros se encontraron con tremendos obstáculos para explicar sus acciones en público.
Un par de veces se apoderaron brevemente de emisoras de radio, pero no era suficiente. A principios de
1975, apareció Evita Montonera, una revista clandestina con contenido político y detalles sobre los
acontecimientos guerrilleros y actividades obreras. Todo ello significaba que para los objetivos políticos de
las operaciones tuvieran alguna posibilidad de éxito, las acciones de la guerrilla debían explicarse por sí
mismas; de otro modo, serían políticamente inútiles (Abraham Guillén). Sin embargo, tal auto explicación
hubiese supuesto una mayor discriminación en la elección de objetivos y métodos operativos por parte de
los Montoneros, algo que hubiera ido en contra del creciente ímpetu de la lucha y de la progresiva
tendencia a equiparar la lucha revolucionaria con una guerra regular. La lucha armada había adquirido una
dinámica propia, con una actuación dictada por los acontecimientos políticos nacionales, por una teoría de
la lucha armada que exigía saltos periódicos hacia niveles bélicos más altos, y cuando aumentó el tributo de
la muerte, el deseo de venganza. Sobre todo, esto último los llevó a los guerrilleros a lo que llamaron la
“dialéctica del enfrentamiento”, una espiral reactiva de violencia que los indujo a responder a las acciones
del enemigo en vez de tomar y conservar la iniciativa.

Dos años más tarde, esto se manifestaría con el movimientismo. Sin embargo, desde 1975, los Montoneros
se mantuvieron estratégicamente a la defensiva. Pero sus hazañas de aquel año los llevaron al centro de la
escena política.

El salto guerrillero
En total, en 1975 llevaron adelante unas 500 operaciones de variada importancia. Aun cuando el objetivo
de estas apuntaba a encender la espoleta de la rebelión popular, y no servir meramente de ejercicios de
entrenamiento guerrillero, eran extremadamente “blanquistas”: su impacto sobre los trabajadores era
externo y militar, y la verdadera participación de los Montoneros en las luchas de masas estaba
subordinada al mismo. Lo que consiguieron, a costa de la pérdida de varios montoneros, fue demostrar que
la policía no se bastaba a sí misma para mantener el orden.

Después de haber llegado con el ERP a un acuerdo táctico que dejaba los ataques contra los militares en
manos de los guevaristas, los Montoneros concentraron su potencial bélico, hasta agosto de 1975, en la
policía, los monopolios y la derecha peronista. Si bien se intercambió información entre ambas, no hubo
operaciones conjuntas de importancia ni se hizo progreso alguno hacia la unidad.

(Sobre el asalto del Regimiento n°29 en Formosa) Este hecho carecía de lógica política. El propio relato
detallado por los Montoneros, en el que pretendían que el “autodenominado Ejército Argentino, brazo
armado de la oligarquía y el imperialismo sufrió el 5 de octubre una de sus mayores derrotas a manos de
las fuerzas revolucionarias”; no mencionó ningún objetivo político del ataque. Formosa fue, en primer
lugar, una espectacular demostración militar, cuyo fin fue conseguir más armas, humillar al Ejército y
“hacerse ver”. Políticamente sirvió poco.

Aunque los Montoneros nunca recurrieron al terrorismo estratégico como tal, al cabo de un año de haber
reanudado la guerrilla empezaron a tratar a soldados y policías como blancos legítimos. Sin embargo,
cuanto más se concentraron en las represalias, más empezaron a parecerse a los escuadrones de la Triple
A.

En teoría, los Montoneros seguían rigiéndose por dos principios: el mantenimiento de “la permanente
ligazón con las masas” y “reconocer a las tareas militares como el aspecto principal de nuestra acción,
basados en la concepción de que, si bien la guerra no es la continuación de la política por otros medios, no
se pueden alcanzar objetivos políticos mayores si no se posee poder militar suficiente”. En la práctica, las
dos cosas eran manifestaciones incompatibles: los criterios políticos y militares chocaban entre sí cuantas
veces había que tomar una decisión táctica. El razonamiento político exigía que profundizaran su acción en
los movimientos de masas; la lógica militar dictaba un alto nivel de aislamiento por razones de seguridad.

¿Por qué, entonces, prevaleció el militarismo?

1) “determinismo tecnológico”: la tendencia de que los recursos técnicos disponibles se convirtieran en un


factor determinante al decidir la clase de operaciones que debían realizarse, con lo que las acciones serían
cada vez de mayor envergadura, prescindiendo del buen criterio político de las mismas.

2) existía la preocupación de que, en cuanto no se llevaran a cabo operaciones audaces y espectaculares, el


público pronto se cansaría de los reiterados actos de violencia.

3) el limitado apoyo político de la izquierda peronista también incitaba a intentar la sustitución del apoyo
social por el poder militar.

A medida que crecía la magnitud de las operaciones, iba en aumento el número de no combatientes que
veían a los Montoneros más como simples actores que como verdaderos participantes en los dramas
sociales del momento. Para unos eran héroes, para otros, malvados, pero, en cualquier caso, sus
representaciones quedaban cada vez más distantes del argentino promedio. En cuando a la respuesta
favorable del público, las actividades guerrilleras de más éxito fueron las de estilo Robin Hood (ej. El
secuestro de los gerentes de Bunge y Born en 1975). El problema de los Montoneros como militantes
políticos estaba en que sus actividades no pedían de las masas otra cosa que el aplauso (bue). La estrategia
que habían escogido suponía, inevitablemente, su aislamiento físico del pueblo en nombre del cual
luchaban. No obstante, la respuesta del Estado a la violencia insurgente se dejó sentir con gran dureza, no
solo contra los guerrilleros sino también contra los obreros militantes.
La guerra de guerrillas urbana sirvió de pretexto a la derecha para socavar, mucho antes de la toma del
poder de los militares en 1976, buena parte de los logros democráticos de 1973. La reacción represiva
contra la actividad montonera afectó con mucha dureza a la periferia, más que a los propios combatientes,
y esta periferia era el nexo vital entre los combatientes y los movimientos de masas, por lo que su parálisis
supuso una amenaza mortal para el porvenir de los Montoneros en su conjunto.

Las iniciativas políticas mediante los “Auténticos”

En 1975 también hubo intentos, por parte de Montoneros, de afirmarse como una fuerza política de masas
y de prepararse para una eventual solución electoral de la crisis que se estaba forjando en el gobierno de
Isabel. Dado que eran tratadas como ilegales, necesitaban una nueva imagen pública, así se formó el
Partido Peronista Auténtico. Esencialmente, era una alianza formada por la Tendencia Revolucionaria
montonera de 1973-74, la mayoría de los gobernadores depuestos (Bidegain- Bs As, Martínez Baca-
Mendoza, Cepernic-Santa Cruz y Obregón Cano- Córdoba), y algunos veteranos sindicalistas.

Después de la huelga general de 1975, el PA formó una organización nacional. Los “Auténticos” se
presentaron a sí mismos como representantes de la militancia proletaria. Sin embargo, cuando fue lanzado
el Movimiento Peronista Auténtico, el 21 de septiembre de 1975, solo un tercio de las personas elegidas
para formar su Consejo Superior tenían credenciales sindicales. Y aun cuando el documento aprobado en
dicha conferencia sostenía que no repetirían viejos errores, la línea política que lo caracterizaba tenía poco
de nueva. La liberación frente a la dependencia seguía siendo la dicotomía montonera fundamental. Se
trazó también una precisa divisoria entre los gobiernos de Perón y el de Isabel. No obstante, muchos
montoneros expresaban en privado sus dudas sobre la oportunidad del nuevo partido: algunos creían que
un partido de cuadros, en vez de un movimiento de masas (MPA) con un partido electoral (PA) debía ser el
objetivo; otros consideraban que cualquier estrategia electoral era un error, arguyendo que los militares
nunca darían al peronismo de volver a ganar elecciones.

Si las FFAA y la derecha peronista hubieran poseído más talento político, habrían permitido que los
Auténticos conservaran su situación legal, estimulando así una división montonera entre militaristas y
“políticos” antes de destruir a ambos sectores. Ciertamente las operaciones estorbaron a veces a los líderes
Auténticos. Las presiones sobre los políticos del PA para que repudiara a los guerrilleros aumentaron
después de septiembre de 975, cuando Montoneros fue puesto fuera de la ley por un gobierno presionado
por los militares en respuesta al comienzo de los ataques montoneros a las FFAA.

La paternidad política de los Auténticos, públicamente negada, era un secreto a voces. Fueron los
Montoneros quienes proporcionaron al partido su línea política y su financiación, además de la mayoría de
sus líderes. Quizá el motivo que escondía la prohibición del PA (dic. 1975) era el hecho de que las iniciativas
tomadas para el establecimiento de un frente electoral de centro izquierda pudieran prosperar.

La lucha armada y la respuesta del Estado a la misma fue también perjudicial para la actividad de masas no
electoral de los Montoneros. Por necesidad, pero también impresionados por la militancia de las bases,
observada durante la huelga general, ya sólo actuaban a nivel de dichas bases. La segunda mitad del año
presenció los redoblados esfuerzos para organizar agrupaciones obreras.

La impresión que dan las pruebas disponibles es que los Montoneros y sus agrupaciones no se hallaban
cuantitativamente por delante de la Tendencia en 1973-74: el reclutamiento se mantenía constante, pero
también lo eran las bajas por la ofensiva derechista. La desilusión, más que la radicalización y el recurso a
las armas, fue el efecto que causó el comportamiento gubernamental en muchos peronistas. Los costes y
los riesgos de la participación activa subieron a medida que bajó el umbral de la violencia política.

Todos los éxitos del Bloque Sindical Auténtico a nivel social de base se lograron en Bs. As. Córdoba y Villa
Constitución seguían siendo centros de intransigencia de la izquierda no- peronista; y el gobierno y la
burocracia sindical tenían aún bases propias de poder entre trabajadores quienes los consideraban, al
menos, sensibles en última instancia a las presiones de las bases, y un mal menos frente a la única
alternativa real de poder a corto plazo: las FFAA. La pretensión de Montoneros en el sentido de que ellos
eran la mayor fuerza impulsora a la huelga solo reveló una inmodesta tendencia a la autoexaltación. Pero
era evidente que no habían logrado grandes niveles de representatividad, en parte, por su militarismo.

El coste de la participación activa

Uno de los principales obstáculos para responder positivamente a los reclutamientos de Montoneros fue el
hecho que tuvieran más bajas que víctimas. La progresiva violencia atrajo a ciertas personas hacia la
organización, pero fueron muchos más los que se echaron atrás cuando aumentaron los riesgos y cuando el
recurso montonero a ataques menos discriminados erosionó la imagen romántica de los guerrilleros: un
antídoto vital frene al aspecto desagradable de la violencia.

Otro freno estaba en la ausencia de toda perspectiva de éxitos a corto plazo, a causa de la debilidad de los
lazos con el movimiento obrero y los indicios de que importantes sectores de clase media se resignaban
ante la toma de poder por los militares. Pero incluso los admiradores de Montoneros debían sentirse
desconcertados ante la forma de vida sobrehumana exigida a los combatientes: la severa respuesta
disciplinaria a aquellos cuya conducta no estaba a la altura, aunque vital a largo plazo en lo tocante a la
seguridad, no contribuía a dar una buena imagen a la organización.

La guerra de guerrillas urbana no habría florecido tanto si no hubiera sido por aquel individualismo,
atribuido en aquel momento al liberalismo, a la ideología de las clases dominantes. Lo que querían
realmente era que sus componentes fueran una réplica del “Hombre Nuevo” del Che Guevara, que su
conducta fuera la que se seguiría en una sociedad socialista ideal, no afectada por la competencia, el
egoísmo y el individualismo propios del capitalismo. Pero ahora daban la impresión de ser estalinistas
(BUENO): querían desestimar la complejidad del carácter humano en nombre de un híbrido de fantástico
idealismo y de crudo determinismo, no acertando a reconocer los rasgos de su propia clase y país. Y
tampoco se percataron realmente de la fuerza de la institución familiar: una cosa era atraer a jóvenes
dinámicos y decididos, ansiosos de demostrar su “machismo” político en las filas guerrilleras, y otra
convencer a radicales maduros a convertirse en guerrilleros.

Se acerca el golpe

Lejos de desearla, los guerrilleros veían en la intervención militar un inevitable paso que el enemigo
emprendería cuando la guerra revolucionara alcanzase cierto nivel de intensidad. Sin embargo, dentro de
aquel panorama fatalista, los Montoneros mantendrían la esperanza de poder provocar una desunión
mediante ataques directos contra los militares.

Previendo el golpe, los Montoneros empezaron a actuar con torpeza, casi un terrorismo al azar. El umbral
de la violencia guerrillera llegó al nivel más bajo de su historia, mientras los objetivos solo eran la
desmoralización y agotamiento enemigo. En aquel momento, la potencia de choque de los Montoneros,
indiscutiblemente elevada, se estaba usando con creciente agresividad contra las fuerzas de seguridad y sus
patrocinadores de élite. La prohibición del PA eliminó todo obstáculo a un aumento del acoso a las fuerzas
del Estado por parte de los guerrilleros. Sin embargo, su “ofensiva militar táctica” no fue la única acción
rebelde que espoleó a las FFAA en su carrera hacia el poder: la inquietud obrera se estaba generalizando de
nuevo.

Con todo, los guerrilleros no desempeñaron algún papel orgánico en las movilizaciones obreras de marzo
de 1976. Previendo redadas y detenciones sistemáticas en masa, retiraron de las fábricas a los militantes
que quedaban en ellas. Era uno de los comportamientos ortodoxos de los guerrilleros: retirarse al verse
enfrentados a una fuerza militar superior. Absolutamente esencial como medida de seguridad, no era, sin
embargo, una táctica calculada para hacer avanzar la causa política de una supuesta vanguardia. Cuando el
enemigo avanzó, la vanguardia se retiró del campo de batalla industrial.
Pozzi: “’Por qué el ERP no dejará de combatir’”. El PRT-ERP y la cuestión de la democracia”

El PRT-ERP consideró que el resultado de la elección de marzo de 1973 era un gobierno peronista que
estaba fuertemente presionado y limitado por la movilización popular, por un lado, y por la burguesía
mediante las FFAA y los intereses económicos, por el otro.

La causante de lo que es considerado un comportamiento irracional (continuar las operaciones


guerrilleras), se encontraría en la raíz antidemocrática, o ultraizquierdista y autoritaria, que le
imposibilitada comprender la importancia de la democracia. Por lo tanto, los revolucionarios del PRT-ERP
serían equiparables a las FFAA contribuyendo el uno con el otro en la espiral de violencia. Pozzi criticará
esta postura (teoría de los dos demonios), ya que lo que se propone es considerar la visión y la práctica
histórica del PRT-ERP respecto a la cuestión electoral y de ahí intentar visualizar su percepción de
democracia, en cuanto a su relación con el conjunto de la sociedad. Hay que tener en cuenta que su
objetivo último era la revolución socialista. Esta organización se ubicó claramente del lado de la democracia
popular, como también queda claro que algunas de sus grandes acciones militares después de asumir
Cámpora fueron contradictorias con esta intención.

En sus orígenes, su percepción de la democracia se basaba en el criterio de levantar candidatos obreros con
programas avanzados para ser electos. En este sentido, Palabra Obrera (junto con Frente Revolucionario
Indoamericanista Popular, sus dos organizaciones de origen) tendió hacia la participación electoral. En
cambio, el FRIP se fundó en los años posteriores al golpe de 1955 en el marco de una política electoral
fuertemente dominada por los caudillos provinciales cuyas diferencias entre sí eran más de poder que de
compromiso popular. Debido a este contexto, sospechaba de todo intento de equiparar democracia con
elecciones. En cuanto a su concepción de democracia, entonces, el FRIP entendía que “después de la
experiencia peronista, toda la antigua podredumbre ha regresado”.

Cuando el FRIP y Palabra Obrera establecieron la unidad, formando el PRT, buscaron coincidencias básicas:
los militantes de PO lograron complejizar la autopercepción del FRIP como una herramienta de lucha para
los trabajadores; el FRIP adoptó el concepto de centralismo democrático y el de candidatos obreros. Así, se
presentaron a las elecciones de 1965, y les fue bastante bien, pero presionados por tantos lados y en medio
de una profunda crisis económica, no pudieron llevar adelante sus propuestas.

Una vez que Levingston tomó el poder, y el PRT-ERP vio esto como el momento perfecto para lanzarse
decididamente a la lucha armada. Inicialmente, esto le significó una reacción equívoca frente a la dictadura.
Por un lado, señalaban que “existe una diferencia sustancial entre el ejército de la represión durante el
onganiato y la actualidad, que se debe a la situación de las masas”. Un elemento que subyacía en esta
percepción era que el retroceso de la dictadura se debía a una combinación de lucha de masas y de
acciones guerrilleras. El PRT-ERP había percibido acertadamente ambas formas de lucha se
retroalimentaban y que era una preocupación tanto de la dictadura como de los políticos burgueses el
crecimiento de la protesta por canales que se podían tomar en un cuestionamiento al sistema. Hubo
diferentes posturas internas (quienes creían que había que aprovechar la apertura electoral, quienes
planteaban un acercamiento a la Tendencia peronista, quienes tenían una postura intransigente), sin
embargo, los distintos testimonios reflejan que la vasta mayoría sentía una profunda desconfianza de la
política burguesa. El encarcelamiento de Santucho les quitó a quien tenía la autoridad política y moral
suficiente para hacer encajar a estas distintas posiciones. Urteaga quedó nominalmente al frente del PRT-
ERP y fue elaborando una línea política que intentó aprovechar el ensanchamiento de los espacios legales,
pero la realidad partidaria dio pie a marchas y contramarchas, resultando una política muy confusa.

Sobre el GAN: esta especie de renovado “contubernio” entre sectores reforzó la desconfianza que se tenía
en las elecciones. Así, mientras el PRT-ERP lanzaba la creación de unos comités de base con fines
electorales, en una nueva contramarcha, planteaban que debían ofrecer con claridad ante el pueblo la
opción de una guerra revolucionaria.

El “retroceso” que supuso el GAN les confirmó, primero, que este se debía exclusivamente a la combinación
de lucha de masas con lucha armada, potenciadas mutuamente; segundo, su caracterización del
peronismo. A pesar de la percepción de muchos analistas, esta organización no tenía una trayectoria
“gorila”, sino que eran profundos críticos. Aunque el PRT lo consideraba como un avance hacia la
conciencia socialista, reconocían las contradicciones en el peronismo (“carácter obrero de las bases,
objetivo burgués de la dirección”). Su política en este nuevo contexto fue intentar combinar el accionar
armado con la movilización popular, y desde los comités de base se prepararían para ello.

El PRT-ERP interpretó con claridad que el GAN tenía como objetivo aislarlos para reprimirlos con mayor
eficacia. La respuesta a esto debía ser la combinación de accionar armado, junto con la implementación de
una política de alianzas, otra de unidad con las organizaciones armadas peronistas y, finalmente, el
desarrollo de los comités que funcionaran como organismo legal. La propuesta para estos últimos era que
“en cada barrio, en cada población, es necesario organizarlos contra la farsa electoral, que canalicen la
inquietud política de las masas”. Y al mismo tiempo, desarrollar la educación de las masas en la violencia. La
política que se propusieron frente a las elecciones fue parcial y militar, prácticamente sin política. Esto no
quiere decir que no tuvieran conciencia de sus problemas. Lo que sí quiere decir es que no tenían ni la
experiencia ni la capacidad para superarlos rápido, porque muchos de los cuadros con mayor claridad y
experiencia se encontraban en la cárcel.

Luego de la fuga de Rawson (1972), el PRT-ERP planteó una dura autocrítica centrada en el problema del
militarismo (“un amplio movimiento legal es una organización de carácter estratégico e imprescindible para
el desarrollo y triunfo de la guerra revolucionaria”). A partir de allí, se lanzaron toda una serie de
reestructuraciones aprovechando los espacios legales que se abrían (ej. Conformación del Frente
Antiimperialista Antidictatorial). Al gobierno de Cámpora le reconocieron inmediatamente su debilidad y la
contradicción de depender de un líder contrarrevolucionario (Perón) con un programa progresista. El PRT-
ERP aceptaba la tregua con el gobierno, pero no con las FFAA y las empresas extranjeras basándose en la
experiencia histórica de las aperturas electorales previas.

La cuestión clave era que “las clases dominantes se orientan a un gobierno bonapartista represivo, que
intentará anular de hecho las libertades democráticas y perseguir a las fuerzas revolucionarias, basados en
un pronunciamiento electoral”. Planteaban, también, que la movilización popular haría fracasar el intento
peronista de instalar un gobierno así. La única respuesta posible era profundizar todas las formas de lucha,
incluso la armada, y avanzar en las formas de organización popular y en la unidad de los revolucionarios. Sin
embargo, no alcanzaba para que buscaran formas de ampliar los espacios democráticos. El PRT-ERP
entendía que la disputa por el poder se manifiesta primero en el surgimiento de órganos y formas de poder
revolucionario a nivel local y nacional, que coexisten en oposición al poder burgués. Este poder, a su vez,
estaba estrechamente relacionado al desarrollo de fuerzas militares en el proletariado. Así los organismos
de doble poder por excelencia son las organizaciones barriales, las comisiones internas de los sindicatos, el
frente antiimperialista y el ejército guerrillero. La idea básica era ir construyendo instancias orgánicas
concretas que fueran reemplazando al estado burgués, en cuyo proceso la gente hiciera experiencia
práctica, desarrollara conciencia de su propio poder y fuera ejerciendo un principio de democracia popular.
A su vez, el desarrollo del doble poder no solo sería un embrión de la sociedad socialista venidera, sino
también contribuiría a defender y profundizar las libertades democráticas ya existentes. Concretamente lo
que hicieron fue: candidatear a Tosco y Jaime para las elecciones presidenciales de 1973; constituir el
Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS) como instrumento político para la unidad de los
revolucionarios; crear el Movimiento Sindical de Base (MSB) para garantizar la participación y la democracia
clasista de los trabajadores. Lo más notable de este desarrollo de poder dual es que eran instancias
superestructurales con escaso eco local y de base como para conformarse en alternativas reales de poder
dual.
Particularmente, el FAS fue una experiencia fundamental, puesto que logró reunir una cantidad de grupos
dispersos sobre la base de un claro programa antiimperialista y socialista. Su crecimiento y sus congresos
tuvieron impacto sobre todo en el interior del país, pero nunca se consolidó a nivel nacional. Finalmente,
no lograron acuerdos con otras fuerzas, y alejándolas, sin lograr ampliar el marco de alianzas de los
partidos de izquierda reformista o pequeña burguesía progresista, se produjo la decadencia del FAS. Así, el
PRT-ERP puso fin a una de sus principales herramientas democráticas a causa de buscar acuerdos con
fuerzas políticas que jamás habían estado interesadas en la defensa de los espacios democráticos.

A pesar de su potencial el MSB, también reveló las contradicciones del PRT-ERP: el problema era que, si
bien se planteaba como un organismo democrático, participativo y clasista, la realidad es que el PRT-ERP
retenía un estrecho control.

(Después del ataque frustrado al Batallón de Arsenales de Monte Chingolo en 1976, poco tiempo antes del
golpe) no percibieron que la situación era otra que la de tres años antes, los partidos políticos burgueses ya
habían dado su visto bueno a la intervención militar, y esta derrota reveló su debilidad. Unos días más
tarde lanzaron un llamado “Al pueblo argentino” cuyo eje central era ofrecer un armisticio a cambio de
elecciones limpias y vuelta a la legalidad de las organizaciones guerrilleras; sin embargo, ningún otro sector
fue capaz de recoger la propuesta en función de defender la democracia. Para esa fecha, el PRT-ERP había
sido debilitado lo suficiente como para que los partidos burgueses pudieran rechazar su propuesta.

Crítica a la visión contrafáctica de Santucho y otrxs militantes tiempo después (militarismo y sectarismo los
alejo de una posibilidad de poder real): el Pacto Social y las leyes de la “primavera camporista” tendieron a
reforzar el poder de los sectores burgueses y a limitar los espacios democráticos. Fue la movilización
popular la que logró ensanchar estos espacios y no la virtud presidencial. Además, el PRT-ERP se planteaba
realizar una revolución social; al plantear abiertamente el problema del poder, se alineaban directamente
con los trabajadores y desafiaban a un conjunto de fuerzas poderosas. Comparativamente, la política frente
a la democracia electoral de la época era relativamente fácil para las organizaciones peronistas dado que su
planteo era la revolución mediante el retorno de Perón. El principal problema que tuvieron fue que,
teniendo que articular una política de poder, no tenían la experiencia y el tiempo para concretar esta
caracterización en medidas políticas. El resultado fueron oscilaciones permanentes entre propuestas como
el FAS o el MSB y respuestas que se limitaban a llevar a la práctica la consigna “la guerra y el socialismo”. La
realidad es que con la lucha armada lograron poner la discusión de la toma del poder y la revolución sobre
la mesa política.

Si junto a la movilización popular la guerrilla había aportado a la defensa de los espacios democráticos, sin
las masas la lucha armada caía en una lucha de aparatos generando miedo, aislándose y facilitando el
avance de la derecha. La realidad también es que el accionar armado del PRT-ERP contribuyó tanto a la
conformación del FAS como obligó a los distintos partidos a incluir a la organización y sus planteos en sus
cálculos políticos. La capacidad de movilización y el accionar armado del PRT-ERP era una clara
demostración de fuerza que no podía ser ignorada.

El PRT-ERP no fue democrático en el sentido de defender una democracia burguesa que, por otro lado, no
quería. Si tuvo un atisbo de comprensión del problema de la defensa de las libertades democráticas y una
incapacidad para articular políticas al respecto. Lo que tuvo mucho más claro fue la importancia de la
democracia obrera y popular e intentó desarrollar formas orgánicas que la expresara. Esto sí fue una
amenaza sentida tanto por la burguesía como por los partidos y las FFAA. De ahí que sus medios legales,
también fueran siendo cerrados.

Servetto: “Apertura política y transición electoral en una Argentina conflictiva: los escenarios provinciales,
1971- 1973
La reorganización partidaria

La HP fue el primer intento de regular la competencia partidaria y el primer paso hacia la creación de un
espacio político común que prometía dejar atrás la antinomia peronismo- antiperonismo. El mismo sentido
tuvo la creación del ENA. Si bien funcionó como una válvula de escape para encauzar institucionalmente la
conflictividad social, pero al mismo tiempo intensificó la discusión política.

La bifrontalidad del peronismo

Desde 1955, el PJ venía experimentando un doble efecto dentro del espacio partidario: no estaba sujeto a
la intervención directa de Perón, pero tampoco alcanzaba a consolidarse ni a adquirir una lógica autónoma.
Aunque Perón mantuvo la prerrogativa de tomar decisiones finales en asuntos electorales, varios líderes
sindicales y dirigentes peronistas, sobre todo políticos provinciales, fueron ampliando su esfera de acción
hasta alcanzar una autonomía significativa con capacidad de desarrollar su propia estrategia.

Individualidad y tradición en la estrategia política

Durante la R.A. el radicalismo se encontró frágil y debilitado. La división de la UCR en la UCR del Pueblo y la
UCR Intransigente confirmaba la situación de debilidad y contradicciones internas que dominaba la
dinámica partidaria. A su vez, la UCRI se dividió en dos: el Movimiento de Integración y Desarrollo,
impulsado por Frondizi, y el Partido Intransigente, a cargo de Oscar Alende. En la UCRP surgió la corriente
Renovación y Cambio, con la dirección de Raúl Alfonsín, quien desafió el liderazgo de Balbín y exigió que el
partido adoptara una línea más combativa contra la dictadura. El viejo Partido Radical priorizó la estabilidad
de la estructura de autoridad y adoptó un discurso más cercano al imaginario colectivo de la sociedad
argentina de los 70. Proponiéndose como el partido de los ciudadanos, el radicalismo se presentó como el
defensor de la democracia representativa y de la institucionalización.

Los escenarios políticos provinciales

Los procesos de reorganización partidaria en las provincias deben entenderse de acuerdo con esta lógica de
lucha por el control de los recursos de poder intrapartidario, que abarcaba desde la definición de los
candidatos (y con ello el perfil ideológico que tendría el partido) hasta la puesta en marcha de una
estrategia discursiva y propagandística destinada a atraer votantes y militantes.

Organización partidaria y lucha judicial en la definición de candidaturas en Formosa

El panorama electoral en vísperas de las elecciones de 1973 se caracterizó por las dificultades de las
agrupaciones en su proceso de reorganización interna. El PJ no logró concretar la alianza del FREJULI, y en
consecuencia fueron a las urnas con candidatos propios. El peronismo, sumido en luchas internas, inscribió
dos fórmulas gubernamentales: la justicia electoral tuvo que intervenir para dirimir, dificultando el inicio de
la campaña. En rigor, debido a la existencia de dos fracciones dentro del peronismo se llevaron a cabo dos
asambleas partidarias y cada uno proclamo su fórmula: Yacomy- García y Antenor Gauna- Ausberto Ortiz.

Entre la Revolución y la Renovación: los partidos políticos en la Córdoba combativa

Es posible advertir en el peronismo cordobés la confluencia de las distintas fuerzas que redefinieron el
escenario político partidario. Una primera vertiente puede identificarse con la línea del peronismo político,
en la que se ubicaban dirigentes de vieja data como Julio Antún, Raúl Bercovich Rodríguez y Ricardo
Obregón Cano. Entre estos dirigentes existían manifiestas diferencias. Mientras los dos primeros
representaban al peronismo ortodoxo, verticalista y nacionalista de derecha, Obregón Cano sostenía una
posición política centrista apoyada en la izquierda. A principios de 1970 el sindicalismo cordobés estaba
conformado por cuatro importantes bloques gremiales: los ortodoxos, los legalistas, los independientes y
los clasistas.
Las agrupaciones de la izquierda peronista fueron un factor central para la reorganización partidaria
provincial. Dentro de esta vertiente se encolumnan la JP, la Juventud Revolucionaria Peronista y el
Peronismo en Lucha, vinculados estrechamente con Montoneros.

Respecto al radicalismo, el triunfo de la nueva camada de dirigentes renovó el discurso del radicalismo
provincial, lo cual le permitió construir una imagen partidaria acorde con los valores e intereses dominantes
en la Córdoba de los años sesenta. El radicalismo se autodefinió como el partido de los ciudadanos,
defensor de la democracia representativa y las instituciones. La especificidad del perfil adoptado por el
radicalismo de Córdoba lo llevó a aliarse en el ámbito nacional con el líder del Movimiento de Renovación y
Cambio, Alfonsín.

Peronismo, neoperonismo y antiperonismo en la lucha política de Mendoza

En los años de proscripción del peronismo, los dirigentes partidarios de Mendoza intentaron organizar un
“peronismo sin Perón”, o partidos neoperonistas. Estos líderes políticos habían construido su poder sobre
las redes clientelares y las lealtades políticas locales. Tras el levantamiento de la proscripción, las divisiones
internas se realinearon en función de la nueva coyuntura electoral.

A principios de los 70, el neoperonismo mendocino estaba escindido en dos: el sector liderado por Serú
García, y la “línea doctrinaria” de Corvalán Nanclares. En el ámbito del peronismo ortodoxo y verticalista
también se habían formado dos grandes nucleamientos articulados con las divisiones del movimiento
obrero mendocino, que actuaban como contrapeso frente al neoperonismo. En el contexto de lucha
interna del peronismo, se produjo un fuerte enfrentamiento entre los distintos sectores del peronismo, que
se manifestó durante la nominación para los diferentes cargos electivos.

El radicalismo de Mendoza estaba controlado por el sector que respondía, en el ámbito nacional, a las filas
del balbinismo.

Entre el apoyo oficial y las divisiones internas: los partidos políticos en Santa Cruz

El panorama resultaba bastante incierto. Ningún partido tenía la fuerza ni la tradición suficientes para
arrogarse de antemano un triunfo seguro. Los indicadores de las últimas elecciones, realizadas en 1965,
relativizaron cualquier posible triunfo del peronismo. En esa oportunidad, la Unión Popular, partido que
representaba al PJ, había obtenido el 26,5 de los votos.

El PJ, por su parte, convocó a elecciones internas en junio de 1972 para escoger las autoridades del partido
y a los candidatos a los cargos electivos. Se presentaron dos listas. La fracción minoritaria en las elecciones
internas logró retener las candidaturas principales, excepto la de gobernador.

El peronismo como fuerza dominante en la apertura política de Salta

Salta padeció un conflictivo proceso interno que terminó con el alejamiento de varios dirigentes,
fundamentalmente del sector ortodoxo del peronismo, que emigraron al Movimiento Popular Salteño. Para
la elección de candidatos del Justicialismo se presentaron varias listas que respondían a las diferentes
agrupaciones. La Lista Azul y Blanca provenía de los sectores más conservadores del peronismo local; la
Lista Verde reunía dirigentes y militantes de la Resistencia peronista; el Grupo Reconquista y la Coalición
del Interior.

Resultados electorales y conformación del mapa político

La alianza electoral en la que participaba el PJ obtuvo un porcentaje superior al 60% de los votos en
Formosa y Salta, pero en el resto de las provincias se mantuvo por debajo de la mitad.

En un mercado electoral altamente fragmentado las fuerzas identificadas en el continuismo del gobierno
militar sufrieron una importante derrota, canalizando solo el 20% de los votos. El radicalismo obtuvo un
desolador 21%, frente a la coalición triunfante del FREJULI, que contó casi el 50%. Básicamente, el 80%
rechazó la R.A.

Cabe observar que el mapa electoral del peronismo no se había modificado sustancialmente desde 1955. Es
decir, se trataría de un voto esencialmente obrero en las zonas centrales del país, correspondiéndose con
las provincias más urbanizados con fuertes conexiones con los sindicatos, y un voto peronista más popular
y policlasista en las provincias menos industrializadas.

La débil legitimidad democrática

Escenario político post 1973:

1) mientras en el ámbito nacional la candidatura de Cámpora fue impuesta/aceptada por la lógica del
verticalismo, en el interior del país el peronismo sufrió un desgaste importante en la lucha por el control del
aparato partidario. En este contexto, el conflicto político y social de las provincias fue vertebrándose en
torno a la lucha interna del peronismo, en el cual diferentes sectores ambicionaban el control de los
estados provinciales para obtener beneficios políticos, económicos y sociales. En este sentido, los procesos
ocurridos en las provincias trabajadas durante el tercer gobierno peronista demostraban la tensión
existente entre las diferentes formas de legitimidad puestas en juego por los actores involucrados, ya que
la ofensiva de los sectores opositores reposaba en la concepción de que dichos mandatarios no cumplían
con el mandato popular.

2) este escenario se caracterizó por la consolidación de los jefes históricos y la organización de estructuras
piramidales fundamentadas en lealtades personales. La escasa renovación interna de los partidos no iba
con la dinámica de la sociedad civil, hipermovilizada y atravesada por la coyuntura política. De esta forma,
los viejos partidos políticos debieron adecuarse discursivamente a las nuevas demandas y valores societales
y competir con las nuevas formas de participación política.

3) este proceso electoral permitió observar que el componente más débil de la dinámica política argentina
era el institucional. Los partidos políticos primero y las instituciones gubernamentales después fueron
mecanismos de defensa o conquista de intereses aceptados o rechazados según la conveniencia de cada
cual. En este plano, se puede pensar en la distinción que propone Garretón entre los dos tipos de
legitimidad de las instituciones sociales y políticas de América Latina: la valórica, donde la democracia
constituye un valor en sí y no un medio para obtener otro fin, y la institucional, donde la institución o la
democracia son valoradas en la medida en que permiten cumplir un fin o satisfacer una demanda. En
Argentina, si existió legitimidad democrática, fue instrumental. Para algunos una fórmula de consenso y
garantías acordadas por los principales partidos, para otros, simplemente se trataba de conquistar el poder
para una transformación revolucionaria.

“’Perón mazorca, los zurdos a la horca’. La destitución de los gobernadores ‘montoneros’”

La política nacional y la ofensiva contra la izquierda: “al amigo, todo; el enemigo, ni justicia”

Si años atrás Perón había elogiado a las “formaciones especiales”, ahora estaba dispuesto a iniciar otra
etapa cuyo propósito era la armonía, la paz y la “reconstrucción” del país. Mientras estas ideas eran
recibidas por sus adversarios como promesas de un orden político estable, los seguidores desconfiaban de
su proclividad a la conciliación. Bajo esta lógica es que concretó el Pacto Social, pilar de la nueva
reorganización, que a su vez se basaba en su propuesta de lograr la “democracia integrada”.

Nada en este Pacto indicaba una orientación al socialismo nacional. Todo lo contrario. Si bien limitaba el
accionar de los líderes disidentes, la política de concertación resultaba también bastante contradictoria en
la práctica para la burocracia sindical. Si se firmó el Pacto fue porque Perón había jugado plenamente su
autoridad en favor de la política concertada y en consecuencia los presionó a sumarse a ella. Pero, en el
sistema de intercambios políticos que se organizó entre los sindicatos y el gobierno, aquéllos ofrecían
moderación reivindicativa y recibían a cambio reconocimiento de su influencia en el poder; es decir, se
produjo una inversión táctica de la CGT. Sin embargo, el proyecto de liderar una política de pacificación y
ordenamiento institucional se vio obstaculizado por la profundización del conflicto interno entre la
izquierda revolucionaria y la derecha político sindical. Hubo que realizar una “depuración ideológica” de
aquellos adscriptos a la tendencia, en pos de alcanzar la desmovilización política y el disciplinamiento de los
actores sociales, mediante, por ejemplo, la reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales (duplicó el
mandato a los dirigentes y el porcentaje de afiliados necesario para convocar a una asamblea, redujo el
número de asambleas ordinarias y congresos a uno cada dos años, impidió la participación directa de las
bases en las elecciones de las máximas conducciones), la sanción de la Ley de Prescindibilidad y la Reforma
del Código Penal (se aumentaron las penas por delitos vinculados a actividad guerrillera o que cuestionen
las directivas de los máximos dirigentes).

A partir de julio de 1973, los sectores de la derecha peronista consolidaron sus posiciones en el gobierno y
desplazaron a los funcionarios relacionados con la izquierda, entre ellos a gobernadores provinciales.
Asimismo, la CGT y las 62 se convirtieron en vigilantes y defensoras del orden peronista. Esto no solo
realzaba el papel de la central como factor de poder corporativo, sino que además provocaba un
debilitamiento creciente en la capacidad del Estado para procesar los múltiples conflictos.

El programa de reformas económicas ideado a partir del Pacto, tuvo un problema que radicaba en la
debilidad de las empresas nucleadas en la CGE para liderar el proceso productivo y reemplazar en esa
función a los grupos capitalistas concentrados transnacionales.

Luego de la muerte de Perón, la puja sectorial entre sindicalistas y empresarios, la violenta lucha interna del
peronismo por conquistar espacios de poder, el predominio de los sectores más fascistas alrededor de
Isabel y su progresivo aislamiento e incapacidad para gobernar, sumados a la escalada de violencia,
marcaron el rumbo del gobierno nacional.

El ataque a los gobernadores y los meses conflictivos

Varios gobernadores provinciales habían prestado su apoyo a la izquierda peronista y ésta, a su vez, había
sostenido a varios candidatos. Entre ellos destaca: Bidegain (Bs As), Gauna (Formosa), Obregón Cano
(Córdoba), Martínez Baca (Mendoza), Cepernic (Santa Cruz) y Ragone (Salta).

El resto de los gobernadores tuvo una relación ambigua y más bien táctica con el peronismo revolucionario,
producto de la necesidad mutua. La JP había logrado incluir en las administraciones provinciales a varios de
sus integrantes (los arriba mencionados). La ofensiva contra las administraciones provinciales se puso en
marcha apenas iniciada la gestión de los mandatarios. La oposición estuvo encabezada por los sectores del
peronismo desplazados de sus internas partidarias, sectores que demostraron sobradamente sus
aspiraciones a ocupar cargos y posiciones en los organismos públicos.

Las referencias a los conflictos provinciales deben leerse en el marco de la lucha ideológica donde se
enfrentaron dos representaciones diferentes del peronismo y del país: Patria Peronista vs. Patria Socialista.
Pero implicaron una lucha por los espacios de poder en el Estado. En esta disputa también se dirimía el
monopolio de la identidad peronista. Cada actor peronista creía tener derecho legítimo a ocupar la posición
que detentaba. Ni siquiera era un enfrentamiento por proyectos, ya que ninguno lo tenía, solo era por
cargos y espacios de poder.

A su vez, el Ejecutivo nacional tendió a endurecer más su política represiva hacia los sectores más
radicalizados, cada vez que las guerrillas ponían en jaque su autoridad con sus operaciones militares. Por
otra parte, los acontecimientos nacionales eran disparadores que activaban a los grupos de la oposición
intraperonista para impugnar la legitimidad de los gobernantes provinciales.
Octubre 1973: el Consejo Superior del Movimiento Nacional Justicialista elabora un documento donde
condena a los grupos marxistas y obliga a los gobernadores a “desprenderse de la infiltración marxista”. Se
interviene la provincia de Formosa y el gobernador de Mendoza debe modificar su gabinete.

Enero 1974: después del ataque del ERP al cuartel de Azul, Perón decide desplazar a todos los funcionarios
relacionados con la Tendencia. Bidegain, en Bs As, fue el primero.

Febrero 1974: el PJ reforma la Carta Orgánica, defendiendo la “pureza ideológica y programática”. A fines
de mes, se produce el Navarrazo en Córdoba, Perón avaló la intervención federal por parte del jefe de la
policía, el cual derrocó al gobernador Obregón Cano y al vicegobernador Atilio López (sobre todo por este,
que había sido dirigente gremial) y felicitó la “normalización” de la CGT cordobesa a través de un congreso
fraudulento.

La lógica de destitución de estos gobernadores está relacionada con la lógica que organizó, política y
simbólicamente, los enfrentamientos del período. La resolución de los conflictos tomó forma de guerra,
mediante acciones de ofensiva y contraofensiva libradas cual campo de batalla. La competencia entre
adversarios mutó en lucha entre enemigos antagónicos a quienes era necesario eliminar.

En este sentido, las intervenciones federales del tercer gobierno peronista no tuvieron como finalidad el
ejercicio de control y autoridad por parte del gobierno central sobre los poderes provinciales, sino que fue
uno de los instrumentos legales utilizados para dirimir en la contienda interna y liquidar los bastiones de
poder del peronismo revolucionario. Es decir que la racionalidad de su uso respondió a la racionalidad de
una guerra de posiciones donde se ganaban o perdían espacios de poder. Y en esta lucha todos los
métodos fueron válidos.

La impugnación a los gobernadores revelaba, por otra parte, la tensión por la legitimidad del origen de
éstos, que a su vez se acoplaba con la disputa por el monopolio de la identidad peronista, cuyo carácter
cobró particular significado en virtud de la definición movimientista que priorizó el peronismo.

¿Por qué cayeron? Una lectura a más de treinta años de la destitución

Cosas que piensan en común (F= entrevistas a los gobernadores o funcionarios cercanos años después)

1) Identificación de estos con el ala radicalizada del peronismo: si bien hubo una relación estratégica de
conveniencia, la mayoría niega la pertenencia de dichos gobernadores al peronismo revolucionario. Su
relación estaba ligada a la necesidad de contar con apoyo y movilización

2) lucha intraperonista como telón de fondo que enmarcó el proceso político que concluyó con las
intervenciones. El fracaso de las posturas conciliatorias de algunos gobernadores indica que no solo era
imposible llevar adelante políticas tendientes a la concertación, sino que además estas resultaban
insuficientes para contrarrestar las fuerzas centrífugas. De hecho, lo que debían hacer los sectores en
pugna era redefinir los términos de la lucha: el enemigo ya no estaba fuera, sino dentro del peronismo.

3) revelan que se trató de gobiernos desbordados por la conflictividad, poco eficaces y poco efectivos para
canalizar las demandas de una sociedad tan movilizada. La discrepancia entre la expectativa y la realidad
fue un factor de descontento, de quiebre de apoyo y de erosión de su legitimidad

La imagen de mandatarios “solos” es elocuente. Refiere a la precariedad de sus bases de apoyo, a la


fugacidad del poder de los votos y al ejercicio de un liderazgo “satélite” y subordinado a Perón, que les
restaba autoridad, capacidad y margen de maniobra política y, sobre todo, recursos para distribuir.
Inmersos en una disputa, frente a un enemigo que atacaba la identidad de la cual se consideraban
representantes legítimos, los gobernadores empezaron a perder credibilidad y legitimidad.

El peronismo revolucionario se había transformado, para Perón, en un factor antisistema, una fuerza
extraña al régimen que socavaba la estabilidad. Sin embargo, no estaba dispuesto a ceder el control
absoluto de los gobiernos provinciales, menos aún de algunas áreas del gobierno nacional, al sindicalismo
burocrático. En su concepción política, el movimiento obrero debía ser un factor de poder subordinado al
Estado, quien lo organizaba, disciplinaba y orientaba, invitándolos a participar del gobierno mediante
pactos institucionales. De allí que valga la pregunta: ¿quiénes fueron los excluidos: los gobernadores de
izquierda o los sindicalistas? Se trató de una doble exclusión: a la lucha contra la Tendencia se sumó la puja
entre el gobierno de Isabel y los sindicatos, que no estaban dispuestos a ceder ante quienes no los
representaban

Desde la perspectiva de Perón, las intervenciones federales fueron un remedio político para disciplinar al
partido y garantizar la verticalidad. Desde la perspectiva de Isabel, profundizaron una línea de
conducción política orientada a peronizar los órganos de gobierno convocando a sus fuentes más
ortodoxas y reaccionarias.

UNIDAD III. 1976- 1983. El Proceso de Reorganización Nacional


Rouquié: “Hegemonía militar, Estado y dominación social” (1982)

La modernidad social argentina es el telón de fondo de una crisis a la vez global y específica. Esta crisis
generalizada de la sociedad se manifiesta de manera espectacular en el campo político y presenta síntomas
recurrentes en lo económico. La inestabilidad política y la persistente hegemonía del poder militar desde
1930 forman las dos caras de la vida pública. Por otra parte, la hegemonía militar ha adoptado modalidades
muy variadas que no excluyen los gobiernos civiles y de apariencias legales. De 1930 a 1980 ningún
presidente fue libremente elegido sin condicionamiento ni veto militar dentro de un proceso normal de
sucesión.

A partir del 24 de marzo de 1976, Argentina se “latinoamericaniza”, y así se podrían aplicársele las seudo
explicaciones continentales o mundiales de moda para explicar la ola del “militarismo mercado” que asola
al cono sur en los 70. Pero las similitudes de orientaciones económicas y de estilo represivo no bastan. En la
Argentina se trata, al contrario, de un proceso reiterado y más o menos previsible dentro de una
ininterrumpida sucesión en el poder de civiles y militares: el nivel de violencia represiva y de cambio
socioeconómico difiere bastante de las experiencias anterior, pero se inscribe en el mismo contexto
institucional.

1976 no aparece como el cataclismo autoritario que sorprendió tres años antes a chilenos y uruguayos, sino
como una recaída, una nueva fase del ciclo sin fin con la retórica de siempre y las mismas aparentes
finalidades, no solo el “destino de grandeza” de los discursos sino los objetivos de la democracia fuerte y
estable y del aparato productivo eficiente y competitivo que permitirán superar definitivamente el
estancamiento y la alternancia cívico- militar.

Objetivo: ¿cuál es la relación entre el estancamiento cíclico y la crisis política? Aceptando de antemano el
carácter reversible de dicha relación.

Soberanía militar y eterno retorno

Hay dos variedades de regímenes militares: el provisional y el constituyente. Hay tres categorías de
gobiernos civiles: los que se apoyan sobre fuerzas afirmadas (ej. Perón 1951- 52); los que gobiernan
neutralizando el ejército por tener cierta legitimidad militar propia (Justo 1932-38); todos los demás cuyo
destino es ser derrocado por los militares.

Nunca en la historia argentina contemporánea un golpe de Estado ha tenido por objetivo derrocar a un
gobierno que amenazara directamente el statu quo y que tratara de realizar importantes transformaciones
estructurales. Argentina nunca tuvo un Allende. Sin embargo, todos los partidos sucesivamente desde que
están en la oposición complotan, creando así un clima de revancha, que es uno de los componentes del
continuismo militar más difícil de interpretar, pero es prueba de la relación entre civiles y militares por
fuera de las reglas del juego representativo.

Legitimidad militar y golpe de Estado permanente

Es verdad que la evolución de las modalidades de intervención militar parece ir en el sentido de una mayor
publicidad conforme la dominación militar se va institucionalizando. Por un lado, la proscripción de los
partidos populares mayoritarios con el recurso de la “democracia restringida”, y por el otro, las alianzas
político- militares impiden que los principios constitucionales liberales tengan relación con la naturaleza del
poder real y contribuyen acumulativamente a desacreditar el sistema político legal desestabilizándolo de
modo permanente.

Mientras los radicales son víctimas de las proscripciones o del fraude de 1930 a 1943, el peronismo,
también mayoritario en 1946 y 1951 en las elecciones presidenciales, resulta proscrito en 1955. La
democracia limitada y minoritaria entraña naturalmente la inestabilidad de los gobernantes legales pero
carentes de legitimidad popular; y los golpes sucesivos (1962 y 1966) tienen siempre entre sus causas
manifiestas la voluntad militar de cortar el camino del poder a “la chusma” justicialista.

Las FFAA se enfrentan sobre la actitud que se debe adoptar en relación al peronismo. Así se establecen
afinidades duraderas entre civiles y militares y el golpe pasa a ser el mecanismo normal de devolución del
poder. En nombre del pueblo y de la justicia social para unos, de las libertades y de la democracia para
otros, neopopulistas y ultraliberales agrupan todas las fuerzas disponibles para enfrentarse sin piedad y
fuera de toda legalidad constitucional.

La situación es casi simétrica en 1963 (comparándola con el golpe a Frondizi en 1962), cuando Arturo Illia es
elegido por una minoría de votantes, siendo el peronismo siempre proscrito. Ahora el sector militar
dominante es más desarrollista que gorila. Y así frondizistas y antiradicales (?) van a programar el golpe de
Estado menos violento y mejor planeado, que termina en 1966 con la presidencia de Illia.

La fragilidad del poder militar o una “victoriosa derrota”

“Revolución Argentina” y “Gran Acuerdo Nacional”

Para llevar adelante elecciones abiertas, las autoridades políticas de la RA rechazan lo que llaman un “salto
al vacío”, es decir, la vuelta a la normalidad institucional sin control ni tutela militar. Y por lo tanto, se
proponen subordinar la consulta electoral y el llamamiento a elecciones al GAN, que sería como la
aprobación civil del cumplimiento de su delicada misión.

Llama la atención en los resultados de las elecciones de 1973, la derrota de la opción militar, con sus
grandes designios y sus pequeñas maniobras. A pesar de una costosa campaña antiperonista que avasalló la
prensa nacional durante semanas y a pesar de siete años de propaganda oficial denunciando la incapacidad
congénita de los partidos tradicional, entre el FREJULI y la UCR se llevan el 70% de los votos.

Cuando Perón regresa al país, antes de acceder a la presidencia, exige que le sea devuelto el título de
Teniente General, y así fue en una visita histórica de los militares que señala la reconciliación del líder
justicialista con las FFAA. Llega así a la presidencia con el espaldarazo de sus pares.

Los gobiernos peronistas y la legitimidad militar (1973- 1976)

Las nuevas autoridades del ejército parecen si no querer participar de la “revolución justicialista”, por lo
menos que las instituciones militares no se alejen de la vida nacional. Así encontramos oficiales y jefes
participando con las juventudes peronistas de operaciones de emergencia, o a los Montoneros asistir al
lado del estado mayor militar a conmemoraciones político-patrióticas.

Pero, luego de la muerte de Perón, Isabel y sus consejeros se preocupan por obtener todo lo contrario: el
compromiso militar en el apoyo al régimen cada vez más huérfano de base social. La táctica de los militares
tendría a “La paciencia de los militares” y el “golpe de Estado a regañadientes" como parte de un plan de
acción psicológico y propagandístico sumamente eficaz. El estado mayor espera que el poder le caiga en las
manos como una fruta madura cuando la opinión pública resignada y amedrentada consienta a las FFAA un
nuevo crédito de confianza frente a la falta de cualquier otra alternativa visible.

Ademas, los planes golpistas nada improvisados que preveían una fuerte resistencia de las masas
peronistas y tenían elaborado un dispositivo represivo de inusitada violencia, se encuentran esta vez
también frente al vacío. Los sindicatos peronistas se muestran incapaces de movilizar sus tropas para
defender a “el gobierno” justicialista. Los partidos descalificados por su inercia se sienten al contrario
aliviados. Las instituciones militares exorcizadas en 1973 no habían sufrido tal derrota. Al fin y al cabo, el
plan Lanusse aparece retrospectivamente como una mera retirada estratégica y la forma más drástica de
desperonizar al país.

Algunas constantes del poder militar en la Argentina

Las FFAA se presentaron en la política, no como un grupo de presión o de interés corporativo, sino como el
eje de la vida nacional. Se podría decir que la politización permanente de las FFAA argentinas procede
simplemente de la poca consistencia institucional de las mismas, pero en realidad no es así, el ejército
modernizado y profesionalizado pertenece más al Estado que a la sociedad. La sociedad militar argentina
constituye una comunidad institucional relativamente cerrada y aislada aun cuando está íntimamente
mezclada a todas y cada una de las vicisitudes políticas desde 1930 y cumple funciones económicas
importantes en los sectores claves de la economía.

Las reglas del juego del desarrollo de la política nacional, diferentes al de sistemas constitucionales
estables, serían:

1) las FFAA constituyen un actor legítimo del sistema. Las violaciones por el ejército de la subordinación
constitucional no provocan nunca la unión sagrada de las fuerzas civiles para la defensa de las instituciones.
La amenaza militar, lejos de callar los conflictos, los agudiza, los torna incontrolables por la vía
parlamentaria

2) Todos los partidos buscan el oído de los militares para sus propios fines políticos. Nunca el ejército es
rechazado de plano como una amenaza para el libre juego de la vida política o como un simple instrumento
para las clases dominantes. Los militares están vistos como socios mayoritarios en un juego complejo en el
que nada se hace contra ellos o sin ellos. Si el antimilitarismo no aparece en los discursos públicos de
izquierda o derecha, es porque a las FFAA, a pesar de sus evidentes tendencias conservadoras, no están
consideradas por definición a ningún sector social definido y limitado.

3) El militarismo es universal. No corresponde a la realidad imaginar la vida pública nacional como una
batalla campal entre dos bandos, por un lado, los civiles heroicos defensores de las instituciones
republicanas y, por el otro, los oficiales antidemocráticos por naturaleza y codicia del poder. No sólo los
civiles rondan los cuarteles en busca de aliados uniformados, sino que las cabezas políticas de las FFAA
están siempre al acecho de apoyos partidarios sin contrapartida.

Así, se entiende que en esta situación de interdependencia que conduce a una militarización de la vida
política y a una politización aceptada de las instituciones militares, la estabilidad y regularidad institucional
están fuera de alcance.

Las raíces sociales de la inversión pretoriana

El patriotismo sectorial caracterizado por un comportamiento que algunos han llamado “tribal” desemboca
en un “sálvese quien pueda” del que nadie escapa, ¿de dónde procede esta dinámica perversa que poco
debe a las sucesivas y cambiantes coyunturas continentales? La determinación económica de las
intervenciones militares no parece muy clara. Aunque, cierto es que la inflación como medio de
redistribución conflictual de una renta inmóvil puede prolongarse en el plano de la política pretoriana. Todo
eso dejaría prever por consiguiente que existe una posible coincidencia entre los períodos de menor
expansión y por ende de más aguda pugna distributiva y las rupturas del orden constitucional.

Tampoco tienen mucho valor explicativo en el otro extremo teórico la interpretación del caso argentino
como “crisis de participación” según los enfoques neoinstitucionalistas. Según estos, la participación masiva
y temprana de los argentinos en la vida política a través entre otros de un nivel elevado de movilización
electoral, sería la mayor causa de inestabilidad. Dentro de esta perspectiva, se puede señalar la ausencia de
un partido conservador de masas bien organizado y apto para ganar las elecciones, que tuviera la confianza
de los grupos económicos y de las capas sociales dominantes. De ahí se puede pensar que los intereses
vinculados al statu quo, impotentes para asegurarse una influencia política en consonancia con su
importancia efectiva, prefieren actuar fuera del sistema representativo y en contra de él. Sin embargo, hay
que tener en cuenta que, primero, las intervenciones militares no resultan siempre de una presión o
llamado de las oligarquías; segundo, la ausencia de un partido conservador no significa que la derecha en
Argentina sea débil y la izquierda fuerte. Lo que llama la atención es la falta de movimientos de izquierda
poderosos y con raíces profundas.

Enfrentamientos sectoriales y dominación social

En 1976, las primeras medidas económicas consisten en mejorar los valores relativos a la producción
agropecuaria. Después de tres años de fuerte depresión agrícola los incentivos fiscales crean una bonanza
agrícola notable, aunque de corta duración. Por su parte la industria entra en una crisis sin precedentes. Es
preciso notar, además, que las transferencias sectoriales afectan fuertemente la distribución de ingresos
entre asalariados y no asalariados. El mejoramiento de la posición del sector agrícola, merced del alza de
precios relativos, frena la expansión industrial tanto como provoca la retracción del consumo popular

Los casos de 1943 y 1966 prueban que no se trata de ninguna relación mecánica sino más bien de
tendencias, y la política determina la economía y no lo contrario. Las dos intervenciones no directamente
favorables a los intereses agrarios se verifican en periodos de euforia financiera de saldo positivo en la
balanza de pagos, mientras las rupturas favorables a los intereses agrarios coinciden con situaciones de
crisis financieras.

El perfil de las clases dominantes argentinas es más complejo (YSÍ), pero dirá que la especificidad de la
sociedad argentina se debe ante todo a la existencia de un grupo dominante nacional relativamente
homogéneo que detenta el prestigio y domina el sector motor de la máquina económica. La Argentina
moderna conoce una élite única y “natural” que se reclama del grupo dominante que llevó el país a la
prosperidad y lo reveló al mundo. La riqueza se concentra en una élite dirigente, liberal y cosmopolita que,
desde 1880, ejerce una dominación ilustrada.

Así es como el sistema agroexportador, sacralizado inclusive por sus beneficiarios menos favorecidos, es
aceptado por todos. Hasta 1930, esta fórmula de justificación permite la estabilidad política: la eficacia del
sistema es la fuente principal de legitimidad.

Las clases medias, aun industriales, no tienen ninguna autonomía. Su posición subordinada es consentida y
no les permite quebrantar el modelo económico dominante sino adaptarse. Las capas medias en general y
las clases populares son aún menos proclives a defender el desarrollo industrial que la minoría dominante.

Si bien existe una pugna para la distribución del ingreso, las composiciones sectoriales no engendran
“efectos pertinentes” que permitan concluir sobre la existencia de un clivaje sociopolítico de tipo clásico.

Dominación sin hegemonía: una hipótesis

La hipótesis es que no importa mucho la identificación de los integrantes de esta fracción superior de la
gran burguesía. Lo que sí tiene fuerte gravitación a través del tiempo y permite ocupar un lugar más alto en
la cúspide de la pirámide socioeconómica es una pauta de acumulación, un comportamiento permanente
que tiende a la polivalencia sectorial merced a una gran ductilidad en el uso de las inversiones que hace
posible un acceso exclusivo al Estado. La crisis política permanente se da en la forma observada, porque
existe este grupo con su comportamiento caracterizado por una gran flexibilidad financiera unida al apoyo
estatal, y al mismo tiempo que este grupo se refuerza con esta crisis permanente. Controlan varios resortes
de la vida económica. Vinculados desde temprano a las industrias exportadoras, luego de la crisis de 1930,
la gran burguesía agroexportadora favoreció el proceso de la ISI funcional a sus intereses diversificados: los
integrantes de este grupo pueden pasar con suma rapidez de un sector al otro.

Por esto es que no puede haber de modo estructural enfrentamiento de sectores ya que la fracción
superior de cada ramo pertenece a ambos y no se siente comprometido con ninguno (Portantiero was
found dead). Además, al lado de este grupo multisectorial dominante los demás sectores agrarios e
industriales presentan un grado muy alto de heterogeneidad, lo que en el caso de la industria impide una
“expresión industrial permanente”.

La diversificación económica de la fracción superior de la gran burguesía tiene también su prolongación en


el plano político. Su movilidad sectorial se reproduce en el terreno de las alianzas que permiten su
permanente dominación. En esta implantación del grupo dominante tenemos una de las raíces de la
situación pretoriana: la guerra de todos contra todos es justamente el destino de esta flexible y
omnipresente oligarquía. Porque tiene contradicciones estructurales con todos los grupos
socioeconómicos: con los productores agrarios porque está más vinculada al comer internacional y la
determinación de precios; con los industriales no diversificados alrededor de la política monetaria, de la
asignación de recursos y del carácter de la industrialización. El recurso a la fuerza no es dictado por
imaginarias amenazas al orden, sino por la necesidad de, por un lado, tener las manos libres en la
utilización de los recursos, por el otro, de echar mano a la maquinaria estatal.

Argentina conoce así una dominación sin hegemonía, porque el grupo minoritario no permite la formación
de un partido policlasista o polisectorial que responda a sus intereses. Así una “dominación nacional de tipo
embudo” y la inconstancia económica de una minoría dominante versátil impidieron la formación de un
partido conservador. No es la ausencia del partido conservador lo que explica la inestabilidad política, sino
que las causas de esta ausencia aclaran las rupturas. Rechazando cualquier elemento de rigidez económico-
financiero, la fracción dominante tenía que pagar el precio de negarse a anudar alianzas con un mínimo de
reciprocidad: el recurso permanente a la fuerza a través de la rama más autónoma del Estado, el Ejército.
Otra paradoja: el grupo anti estatista por naturaleza va a fomentar en contra de su voluntad la expansión
del aparato estatal.

Hegemonía sustitutiva e inestabilidad funcional

En la medida en que no puede gobernar directamente dentro del marco constitucional porque no se dieron
los medios pertinentes en los que los militares basan su política es en no dejar gobernar a nadie y
subrayando la incapacidad de los gobernantes y la ineficacia del sistema que su grupo logró llevar a un
grado de prosperidad nunca más recuperado, la norma de ilegitimidad legitima su poder social. Cuanto
peor, mejor: no gobierna ni deja gobernar (algo así) descalifica lo político. Las FFAA toman a veces la
defensa del statu quo oponiéndose a sus propios beneficiarios.

Pero también las fuerzas armadas constituyen un terreno y un objetivo de la lucha entre sectores sociales y
fracciones de las capas propietarias. Frente a una sociedad fragmentada por rivalidades sectoriales, la
homogeneidad institucional y el arraigo nacional de las FFAA justifican sus intervenciones. Los militares se
sienten frente a las corporaciones o los partidos como una “clase universal” solo apta para resolver
conflictos internos de los grupos en pugna cuando parecen, según sus criterios, amenazar la existencia del
sistema global. Así es como los militares desempeñan en los períodos de crisis una hegemonía burocrática
de sustitución. Es decir, tratan de organizar en cuanto Estado e institución coercitiva legítima el
consentimiento de las capas subordinadas alrededor de algún tipo de proyecto nacional (por ej, entre las
experiencias límites de esta hegemonía militar no restauradora están los gobiernos post 1943 y 1966: en el
primer caso intentaron solucionar la contradicción entre el grupo minoritario dominante y el partido
mayoría con una dictadura nacionalista de integración socioeconómica; en el segundo, el ejército abrió un
proceso de modernización económica para superar la exclusión política de los sectores mayoritarios que
frenaban la expansión del capital industrial).

Favoreciendo alternativamente a cada sector social, las FFAA imponen un empate social que no sólo impide
superar la crisis hegemónica, sino que la reproduce y permite a la minoría dominante seguir cabalgando.
Así el poder militar tiende a imposibilitar la preponderancia de los intereses estrictamente sectoriales. O,
mejor dicho, se oponen a la dominación de algunos sectores sobre los demás que llevaría necesariamente a
transformaciones sociales de fondo. Pero al congelar los desequilibrios sociales, motor de la evolución,
estas intervenciones socialmente estabilizadoras prolongas la crisis global de la sociedad y reproducen la
inestabilidad política.

Militarismo de mercado y solución final

La disgregación del Estado populista y la pendiente de la guerra civil parecían ofrecer las condiciones
adecuadas para una vuelta al orden “natural” del liberalismo reclamado por la minoría agroexportadora.
Más que una restauración, se latinoamericanizaron las pautas de consumo popular reduciendo los costos
de la mano de obra, pero no a expensas del sector agrario y se eliminaron las empresas industriales que
producían a altos precios para un mercado sobreprotegido. Esta liberalización, que necesita una fuerte
dosis de coerción, debe permitir un reordenamiento del aparato productivo que corresponda una vez más
a los designios de los grupos agrarios diversificados más fuertes.

Desde el punto de vista político este proyecto, si corresponde bien a la realidad, tendría como resultado si
no terminar de una vez con los enfrentamientos entre campo e industria, por lo menos limitar su impacto.
La nueva industrialización selectiva dictada por el estado actual del mercado mundial y por los recursos más
ventajosos del país contribuiría a atenuar las divergencias intersectoriales en la medida en que toda la
industria sobreviviente estaría vinculada al campo o por lo menos produciendo sin necesitar enormes
transferencias sectoriales. Este modelo de crecimiento ligado a un proyecto político no carece de
precedentes. Onganía presidió también un intento de transformación social basado sobre un crecimiento
extrovertido.

Las circunstancias son por cierto distintas esta vez y el régimen mucho más institucionalizado, pero los
beneficiarios casi permanentes de la inestabilidad difícilmente podrán imponer una “democracia fuerte y
estable” prescindiendo de la sociedad avanzada y conflictiva en la que se establece.

Rouquié: “El poder militar en la Argentina de hoy: cambio y continuidad” (1983)

Objetivo: examinar los elementos de cambio que aparecieron después de esta última manifestación del
poder militar en la Argentina, tomando en cuenta una ya larga continuidad marcial.

Hegemonía militar e ilegitimidad

Desde 1930 a 1976, ningún presidente elegido en el marco de una sucesión normal ha terminado su
mandato constitucional. Solo dos presidentes elegidos han llevado su mandato a término, los dos eran
generales y probablemente no habrían llegado jamás a la presidencia sin que un oportuno golpe de Estado
les hubiera dado los medios políticos necesarios para acceder a ese cargo. Justo en 1932 y Perón en 1946,
ambos presidentes de las FF y como presidentes constitucionales.

Las falsas salidas y el eterno retorno del poder militar son las principales características durante medio siglo
de la relación de las FFAA con la vida pública. Los diversos intentos de institucionalización de un
movimiento de apoyo a “revoluciones militares” siempre han fracasado.
La característica del militarismo argentino sería entonces la alternancia de retiros y retornos. Resulta
paradójico constatar que el objetivo oficial de todas las dictaduras militares, por lo menos desde 1962, no
es otro que el establecimiento de un régimen democrático estable y fuerte que pondría punto final a la
interminable alternancia de gobiernos civiles elegidos y regímenes militares de excepción.

Se puede pensar que la fuerza de la sociedad civil, el vigor de la tradición liberal y la amplitud de las
instituciones partidarias, determinan en gran parte el carácter transitorio de los gobiernos militares que es
inherente a la preponderancia política de las FFAA. En un país en que los militares son el centro del poder
desde 1930, las fuerzas partidarias y los grupos sociales vuelven a determinar su rol en consecuencia,
transformándose en grupos de interés que presionan sobre la sociedad militar. Esta verdadera “inversión
pretoriana” es una de las constantes de la vida política argentina.

Las condiciones del pretorianismo: imágenes y reglas del juego

Conjunto de valores “militaristas” que conforman la vida política nacional:

1) las FFAA constituyen un actor legítimo del sistema político. Los vencidos electoralmente buscan su
revancha a través de ellas.

2) Todos los partidos buscan el apoyo de los militares para fines políticos.

3) El militarismo no deja de estar presente en ningún partido.

No solamente los civiles golpean las puertas de los cuarteles, sino que también los líderes políticos de las
FFAA están siempre buscando apoyo partidario.

La inversión pretoriana

A medida que la dominación militar se banaliza, las alianzas político militares se ven más claras, habiendo
perdido los principios constitucionales liberales de toda relación con la naturaleza del poder.

Instalado este juego, solo el primer paso cuesta caro en materia de disciplina militar y supremacía civil.
Tampoco es extraño ver como la UCR, defensor por doctrina de las instituciones democráticas, víctima del
golpe de 1930, celebra su revancha en junio de 1943.

Todos los partidos están divididos respecto al peronismo y al problema de la integración política de las
masas. Radicales, socialistas y conservadores se dividen. También las FFAA se dividen a propósito de la
actitud que se debe tomar respecto al peronismo y a los peronistas. Así se van estableciendo afinidades
permanentes entre civiles y militares y el golpe de Estado se convierte en el mecanismo normal de
devolución del poder. En nombre del pueblo o de las libertades democráticas, neopopulistas y ultraliberales
reúnen todas las fuerzas disponibles para el enfrentamiento donde la legalidad casi no existe. Este golpismo
sin piedad donde sucesivamente los vencidos partidarios del sufragio universal se vengan- ya que la CN no
es abolida y se hacen elecciones proscriptivas- es tanto más desestabilizadora cuanto que se acompaña de
un intercambio sin significado político- militar entre los que tienen provisoriamente el poder y los jefes de
las FFAA.

La posesión de importantes recursos políticos permite la utilización de estrategias indirectas. Mientras que
el golpismo directo recurre a los militares para derrocar al gobierno, el golpismo indirecto usa la
provocación, paraliza o debilita el gobierno para “incomodar” a las FFAA y forzarlas a intervenir en un juego
de alianzas “objetivas”.

En la medida en que, proscripto por los militares y por los partidos “democráticos”, Perón no puede
gobernar impide por todos los medios que la situación política se normalice sin él. Si bien hemos centrado
el análisis sobre los partidos políticos y las fuerzas políticas transformadas en grupos de presión, esto no
significa que los intereses sociales y económicos estén ausentes. Los verdaderos grupos de presión no se
mantienen neutros y expresan más o menos discretamente sus sentimientos golpistas.
Las presiones ejercidas sobre las FFAA por actores extranjeros: en contexto de GF, las presiones
norteamericanas de origen privado o público son varias.

La lógica del Estado pretoriano se ve claramente en esas constantes que hacen las veces de una
institucionalización de hecho, pero no de derecho ni organizada del actor militar.

Inmutable y cambiante: una dictadura militar post- populista

El régimen militar que reemplaza al gobierno constitucional de Isabel presenta esencialmente dos rasgos
distintivos, de los que resta saber si modifican o no la naturaleza del militarismo argentino: 1) instaura el
terror descentralizado como sistema de gobierno o, al menos, una represión política sin precedente por su
amplitud y sus técnicas; 2) por primera vez, sin revolución de palacio, organiza institucionalmente la
sucesión presidencial: el poder no vuelve a los civiles y no se recurre más a procesos electorales (bai
política). Como en el pasado, los responsables evocan etapas dentro de la “reorganización nacional” con
contornos muy borrosos, pero proclaman, como en 1966, que el régimen tiene objetivos, pero no plazos.

La continuidad de esta politiquería uniformada no disimula la novedad de la violencia represiva utilizada. El


autoritarismo más o menos benigno de las experiencias anteriores hizo lugar a lo que puede calificarse
como verdadero terrorismo de Estado. Nunca, bajo ningún gobierno precedente, los DDHH fueron tan larga
y sistemáticamente violados. El terrorismo llama al contraterrorismo y ambos ignoran el Estado de
derecho. Hay que advertir, sin embargo, que, cuando las FFAA toman el poder, la guerrilla desde el punto
de vista militar, ha dejado de progresar. La implantación del ERP en Tucumán marca el paso. En adelante,
tanto el ERP como Montoneros se limitan a atentados aislados contra instalaciones. ¿Cómo explicar
entonces la movilización de todo el aparato militar y policial, la suspensión de los derechos fundamentales
y el “desencadenamiento de una violencia represiva infinitamente más cruel que la de sus rivales?

El ejército no pertenece a nadie, pero constituye un campo de lucha decisivo. Los grupos dominantes en
conflicto tienen tanto más posibilidad de encontrar acogida favorable entre los oficiales cuanto que la
concepción de amenazas y las hipótesis de guerra de los Estados Mayores coinciden con su estrategia social
y económica. En este sentido, no hay cambio en los mecanismos del poder militar argentino antes y
después de 1976. La radicalización de las capas sociales intermedias y, sobre todo, de los estudiantes, que
marcan los diez últimos años anteriores al trauma de 1976, representa, según el Estado Mayor argentino,
un grave peligro para el orden establecido. Finalmente, la movilización de una clase obrera con alta
combatividad y se había desbordado los sindicatos oficiales burocratizados, completaba el cuadro de
amenazas a las cuales las FFAA creían enfrentarse.

Los aparatos ideológicos y organizativos que aseguraban la estabilidad relativa de una sociedad de masas
no funcionan más dentro de una sociedad con clases claramente delimitadas. Es por esto que la violencia
de la lucha antisubversiva va mucho más allá de lo declarado públicamente. Y ofrece una inesperada
oportunidad a todos los que de alguna manera querían retroceder el reloj de la historia. Los objetivos
comunes de dos proyectos (agrario o industrial), igualmente post- peronistas, son entonces la
“trivialización” o la “tercermundización” de la economía y sociedad argentinas. Los mecanismos político-
militares de 1976 no son diferentes a los anteriores y entran en el marco de la lógica del sistema
pretorianizado que conoce el país desde 1930. También las FFAA superan las divisiones y arbitran sus
divergencias con el fin de conservar el poder, por miedo de tener que rendir cuentas a la Nación.

Mientras persiste una lucha entre agraristas, desarrollistas pro industriales y grandes grupos financieros,
para saber qué orientación económica adoptar, da la impresión que las FFAA desempeñan una vez más la
función de inversores de las corrientes sociales y de las transferencias sectoriales.

Por un lado, los cambios políticos inducidos por los militares una vez más llevan hacia una importante
redistribución sectorial. Las tentativas de desestabilización provenientes de sectores económicos
favorecidos en tiempos de Videla y excluidos por su sucesor no desmienten tal aserción. Y, por otra parte,
el reciente episodio que parecía por su estilo y su contenido, atípico del militarismo argentino, subraya una
vez más que en la Argentina las FFAA no son ni el partido de las clases medias, ni los protectores de la
burguesía industrial ni de la agraria, ni el instrumento privilegiado de las multinacionales, pero, en tanto
que poderosos y decisivos actores del juego político, son el objeto de una lucha feroz entre sectores
socioeconómicos y grupos políticos rivales. Aliado permanente, las FFAA, al continuar con sus objetivos
estratégicos donde la defensa del Estado siempre está presente, ponen fin a los desequilibrios
intersectoriales cuya permanencia alteraría el conjunto del sistema.

Vezetti: “El Juicio a las Juntas y los ‘dos demonios’”

El Juicio a las Juntas se instituyo en un símbolo que condensaba la significación de la nueva etapa,
consumaba el derrocamiento simbólico de la última dictadura. En esa escena bisagra, inédita, se anudaba
un núcleo de significaciones que no sólo rearmaba la memoria completa de la dictadura, sino que
incorporaba e implantaba las bases de una nueva memoria de la democracia.

Cuando los jefes militares y sus seguidores proclamaban que la democracia estaba en deuda con su
accionar, habría que admitirles cierta cuota de verdad, pero por otras razones a las que exhibían: es más
bien por la degradación política y ética que impusieron su contribución a forjar una de las escenas
fundadoras de la democracia argentina, la que condensa el repudio al crimen en la gestión del Estado. Y si
en este nuevo origen la democracia se instituía como oposición y reparación de un régimen criminal, en esa
nueva significación residía a la vez su fuerza y su debilidad. Su fuerza quedó demostrada en el Juicio.

El derrumbe producido por la derrota en Malvinas se ampliaba y se reproducía en este escenario. Así el
discurso de “guerra contra la subversión” que había tenido consenso, quedaba cancelado por la temática
de la violación de los DDHH. Más aún, la dictadura que había nacido con un despliegue de sueños
grandiosos sobre la reorganización de la Nación y la refundación de la sociedad, quedaba irreversiblemente
marcada como una empresa de exterminio alineada a las peores masacres del siglo XX. El juicio a los
dictadores argentinos quedaba situado, más allá de las circunstancias locales, en el surco de la
rememoración y los debates sobre el genocidio nazi y la experiencia histórica de lo que Arendt llamó
“masacres administradas”.

La reconstrucción democrática, sostenida en el estado de derecho, ante todo venía a desactivar las figuras
de la guerra, en el terreno de la represión antiinsurgente como en el de los conflictos internos. A diferencia
de otras transiciones, en particular la de 1973, ésta estuvo dominada por la escena de la ley, como
consecuencia, puede pensarse que se produjo una relación estrecha, inherente y a la vez problemática
entre las representaciones de la fundación democrática y esa puesta en escena de la ley alcanzando a los
poderosos.

Nunca más

La relación inherente de este Informe con la acción de la justica y la promesa de una intervención de la ley
proporciona a las narraciones de la memoria testimonial un anclaje que producía una transformación
propiamente rectificatoria en el régimen de la memoria.

Esta formación de la memoria difícilmente pueda separarse de lo que el Nunca más produjo como
intervención en su carácter institucional y público. Si bien no desaparecen las formas de memoria política,
ligada a las identidades preformadas, no fue la memoria ideológica, ni las certezas de las luchas presentes y
futuras, lo que predominó. En verdad, a partir de la evidencia de ese fracaso nacional, dominó la
incertidumbre y la perplejidad.

Frente a la sociedad y desde un Estado que se proyectaba como un aparado recuperado en contra de la
barbarie estatal, la cuestión de las desapariciones y asesinatos quedaba instaurada como un tópico
fundamental. Pese a la interrupción del juicio abierto en la justicia desde el Juicio, el libro instauró una
significación ampliamente consensual no sólo acerca de lo sucedido, sino de lo que debía quedar atrás. La
decisión tomada en el comienzo del nuevo ciclo constitucional, la composición de la Comisión, la difusión
en los medios y la movilización popular que acompaño la presentación del Informe, contribuían a otorgarle
a esa investigación el carácter de un acto fundacional, una conmemoración ritual que era a la vez memoria
y proyecto.

En esa intervención se reunían dos operaciones sobre el pasado: 1) a partir del imperativo de verdad, se
hacía público el destino de los desaparecidos y se revelaba el funcionamiento sistemático de un aparato de
exterminio. 2) se impulsaba el rechazo a toda forma de violencia armada como metodología política
aceptable en la resolución de conflictos. Ese fundamento ético de legitimidad no se proponía como un
ajuste de cuentas, sino como la invención de un nuevo comienzo que exigía una revisión integral del pasado
y de las condiciones que habían hecho posible esa irrupción de la violencia ilegal, y se la repudiara.

Un componente central de esto es la significación de la figura del desaparecido. La categoría misma


acentuaba el carácter puro de la víctima lesionada en su condición humana, afectada por una impunidad
estatal que había transgredido todos los límites éticos, incluso los que la cultura ha establecido para regular
las acciones de guerra.

La lucha por la información finalmente se resolvía en los encuentros directos en todo el país con testigos
que, por el hecho de dirigirse a la Comisión, ya cumplían con el paso que comenzaba a dejar atrás el silencio
y la impunidad. Esto es un ejemplo de la memoria como práctica social.

El Informe, una vez publicado, era la recopilación de pruebas para la intervención judicial y una narración
que fijaba un marco de verdad. Ante todo, implantaba una significación global: esos crímenes formaban
parte de un plan sistemático. Esa narración adoptaba el punto de vista de las víctimas, el eje era el destino
de los desaparecidos, qué había pasado con ellos y cómo había pasado. Si los afectados tenían una extensa
presencia en esa reconstrucción, solo ingresaban como actores en esa historia a partir de la acción o el
operativo que los introdujo en ese espacio de las víctimas. En ese sentido, hay que resaltar el papel
cumplido por los sobrevivientes de los campos en calidad de testigos. La voz de ellos hizo posible una
verdadera recreación, ya que, por un lado, contribuían a la reconstrucción del debate público, y por otro,
por la implantación de sentido que nombraba a los desaparecidos y los constituía en una presencia
innegable. Puede decirse que se produce una verdadera transformación de las formas de representación
social del terrorismo de Estado que de allí en más girará en torno a los desaparecidos.

Dado el carácter de la investigación, era esperable que no incluyera referencias a las vidas previas de los
prisioneros, pero al excluir su filiación política y, en general, la militancia en organizaciones revolucionarias
entre los factores destacables del universo de las víctimas, se contribuía a despolitizar el cuadro sobre
quienes cayeron en la represión dictatorial. Las víctimas quedaban acentuadas en su carácter de tales.

Los objetivos de la CONADEP eran: investigar y describir un sistema, un plan organizado de acción que
comprometía al Estado. La voluntad de verdad estaba orientada a la acción de la Justicia. No estaba en los
objetivos fijados preguntarse cómo fue posible.

Los “dos demonios”

La representación de las dos formas intolerables de terrorismo enfrentados en la escena social no nace en
1983, ya estaba presente en la visión de muchos en las vísperas del golpe. Más aún, el discurso de orden
enunciado por las FFAA utilizaba esa figuración del enfrentamiento para justificar su intervención. Como es
sabido, la dictadura no persiguió de igual modo a la guerrilla y a la Triple A, ya que este era considerado
como una forma de defensa contra la verdadera subversión
Una versión de los “dos demonios” nace con la decisión de Alfonsín de someter a juicio a las cúpulas de las
FFAA y a los jefes sobrevivientes de Montoneros y el ERP, en un claro sentido de poner un corte a la
violencia política y acción clandestina. En rigor, el problema era político a la vez que jurídico.

Si se trataba de responder por lo sucedido y por los desaparecidos, claro que no había sido una situación
equiparable. Las FFAA controlaban el aparato del Estado y eligieron una vía clandestina que incluso
contradecía los propósitos de orden con los que habían justificado su irrupción. La acción de la guerrilla, por
definición, era irregular y clandestina, pero ni se hacía desde el Estado ni invocaba principios de legalidad y
continuidad jurídica e institucional. Pero admitiendo esto, ¿qué lugar queda para el papel cumplido por un
terrorismo guerrillero que sin duda contribuyó a crear condiciones favorables para esa empresa criminal?
Ningún ejercicio de memoria puede dejar de considerar el papel de los grupos radicalizados en el escenario
de violencia indiscriminada y caos institucional que proporcionó la mejor excusa a la irrupción de la
dictadura. A mayor audacia y activismo suicida, mayor desmovilización y aislamiento respecto de quienes
podrían haber sido convocados para resistir las peores consecuencias del golpe, pero no para tomar las
armas contra él. Incluso la solidaridad popular que podía nacer frente a los atropellos se veía interferida por
acciones que era un sello del terrorismo, solo producían horror.

La primera condición de los “dos demonios” residió en esa común exaltación de la violencia en las visiones
del terrorismo subversivo y el estatal, es decir, en la común reducción militarista de los conflictos sociales.
La idea de un enfrentamiento concebido como una guerra de religión y la creencia estrecha en la eficacia
final de la muerte, sostenían esa representación de dos aparatos armados arrastrados a una lucha sin
retrocesos posibles. Una primera condición de la figura de “demonios” dependió de lo que producía la
propia acción insurgente: una creciente representación de ajenidad que devolvía a la sociedad a un lugar de
inocencia y pasividad frente al curso represor.

Las representaciones de los “dos demonios” daban cuenta de varios ajustes en la recuperación del pasado.
La visión retrospectiva expurgada y pacificada de los guerrilleros, por el vacío que instaura respecto de una
memoria posible de la violencia política de izquierda, incluye algo de esa representación más amplia del
“demonio” aplicada al terrorismo insurgente

La escena de la ley

¿Cómo concebir un corte histórico? ¿Dónde se colocan sus signos fundamentales? Se puede marcar por un
lado la derrota de Malvinas que arrastra a Galtieri a la cúpula militar, de ahí surge un primer problema en
torno de la naturaleza misma de ese derrumbe que parecía como un fracaso militar, es decir, sometido a la
misma lógica de la guerra que había dominado la cosmovisión de la dictadura. Por otro lado, el Juicio a las
Juntas adquiere una significación política mayor, a modo de segunda derrota: la ley imponiendo y
reconstituyendo la trama social a partir de un nuevo origen. Ese imperio de la ley no es autofundante y la
implantación histórica de esta debe explicarse por representaciones que le otorgan un sentido histórico.

La dimensión reparatoria de la ley, como defensa frente al retorno posible del horror, resultó más duradera
que la representación política de la transición que quedó lesionada después de los episodios de Semana
Santa. Si se examina la escena del Juicio, cómo se implanta de un modo que corroe la serie de la guerra,
queda como una escena reactivable y a la vez amenazada por los nuevos humores de la sociedad: entre el
renacimiento de los fantasmas de la radicalización y el antagonismo y la marea de la indiferencia.

Las Madres de Plaza de Mayo partieron de un reclamo fundado en la sangre, pero cumplió un papel político
fundamental en el enfrentamiento al régimen y en la instauración del problema de los desaparecidos como
una cuestión básica e ineludible de la reconstrucción democrática. El primer mérito de las Madres fue
correr un velo sobre una realidad que por la enormidad de sus acciones resultaba casi inimaginable.

Vale la pena repasar la débil presencia institucional de la UCR en la decisión de enjuiciar a las Juntas, lo cual
iba en contra de las tradiciones de la figura de Balbín. La propia candidatura de Alfonsín tuvo como
condición la muerte de Balbín, además de que construyó su liderazgo con un discurso que lo situaba en
sintonía con las aspiraciones de cambio y rechazo a la dictadura. La decisión de enjuiciar a las Juntas se
inscribía en una línea de continuidad de la acción por los DDHH, él mismo miembro de la Asamblea
Permanente por los DDHH aparecía como la figura ideal para encabezar un cambio de régimen. Así, se
separó de la tradición radical.

No fue tan fácil instaurar el corte a partir del Juicio, se hace necesario tener en cuenta, por un lado, la
crónica de la acción de la justicia en los medios; por otro lado, la secuencia de las presiones y rumores, el
fantasma de la agitación en los cuarteles, los pronunciamientos públicos adversos de políticos. La propia
realización del juicio enfrentaba y el hecho que tuviera lugar significaba una lucha contra un pasado
siniestro. Y más importante aún, recordar que ese proceso pudo cumplirse es porque recibía respaldo
consensuado de la sociedad.

Memorias de la democracia

El Juicio constituyó la marca de un cambio histórico y el símbolo mayor de la transición. La dictadura que
había empezado con un proyecto desmesurado de reorganización, terminaba derrotada y la fuerza de las
armas subordinada a la autoridad civil. El Juicio recogía y construía un consenso en la sociedad; ésta estaba
impulsada por una aspiración maximalista respecto de los alcances de ese castigo. El Juicio le agregaba a lo
que el Nunca Más había dado a conocer el soporte material y práctico que no sólo recuperaba sino
propiamente rectificaba la significación de ese pasado. No revelaba algo desconocido, pero lo novedoso
residía en la dimensión de ceremonia pública, que los medios amplificaban. En ese terreno donde se
producía un lazo social, que buscaba construir un pasado común, los acontecimientos de la represión ya no
se referían a algo que le pasaba otros, pero para que se instalara esa identificación con las víctimas fue
importante la presentación de las mismas en su inocencia. Así, el Juicio vendría a enfrentar la doctrina de la
guerra sucia y sus métodos. Pero esa misma idea de guerra extendida era puesta de manifiesto por los
defensores, los voceros de las razones que habrían situado esa guerra más allá de los límites y las normas
jurídicas.

El Juicio promovía una deliberación pública, abría un espacio novedoso de participación, que no solo
expuso los agravios, sino que promovió una solidaridad pública que rescataba y reintegraba a las víctimas a
una comunidad tutelada por la ley. Además, operaba como un elemento disuasivo hacia el futuro. Aun
cuando el castigo no se haya cumplido tan acorde a las expectativas, después del mismo quedó claro que
después de este golpe cualquier nuevo intento enfrentaba un costo y un riesgo.

Desde el punto de vista del impacto institucional y político, lo que estaba siendo juzgado iba más allá de los
crímenes en la medida en que se refería a la destrucción de un orden jurídico, al proceso de criminalización
del Estado. Finalmente, las condiciones para la conquista de la paz se sintetizaban en la verdad y la justicia.

¿Qué memoria disponible podía conectarse con la escena de los jerarcas sometidos a la ley? No había
memoria previa, todas las transiciones anteriores se resolvieron en el plano de la negociación política. El
último cambio de régimen en 1973, la ilusión de un derrocamiento tumultuoso en el que la ley quedaba
relegada y reemplazada por una movilización popular que, en Devoto, soñaba con su propia Bastilla. Esa
misma escena exaltaba los fantasmas más temidos del bloque cívico- militar. Y esa derrota de las armas por
la política estuvo en la base de la determinación criminal y desmesurada del golpe.

Hacia el presente, el Juicio queda situado como un cruce de memorias en el que se relacionan y se
entrecruzan el pasado y el presente, y las memorias diversas de la dictadura no pueden separarse de la
construcción de una experiencia democrática: una recuperación de los sentidos de ese pasado ha quedado
ligado a las promesas y los resultados de la renovación política de 1983.

Por otro lado, no hay dudas que la “Obediencia debida” y el “Punto final” buscaron limitar y clausurar el
ciclo abierto por el Nunca Más.
A su vez, el Juicio establecía límites a la posibilidad de una indagación de lo sucedido en la medida en que
no se interrogaba sobre las condiciones que habían contribuido a favorecer y hasta admitir el golpe y la
masacre.

“Los campos de concentración argentinos”

La revelación pública de los Centros clandestinos de detención, tortura y asesinado (CCD) que se extendió
después de Malvinas, marcó de un modo irreversible el fin de la dictadura.

Una masacre administrada

No puede decirse que la barbarización haya borrado en general un código de conducta de las FFAA
involucrados en estas acciones aberrantes. De hecho, no afectaba otras relaciones y el fracasado intento de
ocupación y combates de Malvinas no se llevaron adelante con una modalidad siquiera parecida a la guerra
de exterminio. La pregunta por ese derrumbe civilizatorio debe orientarse en otras direcciones: por una
parte, en una perspectiva de larga duración, hay que contar con las características de un Estado débil,
incapaz de instalar un monopolio y una orientación normativa en el uso de la violencia; por otra, en las
condiciones que llevaban a construir ideológicamente a ese enemigo subversivo como un objeto sin
humanidad y condenado de antemano. Obvio no fueron todos asesinados, pero la norma es que todos
podían serlo.

Arendt elabora el término masacre administrada para enfrentar el prejuicio de que ejecuciones de esa
naturaleza (ella hablaba del Holocausto) solo se llevaban adelante contra otras nacionales. Una
representación según ese esquema tripartido (perpetradores perversos, víctimas inocentes y una sociedad
aún más inocente y espectadora) de la masacre argentina.

La maquinaria del terror

Es claro que las FFAA argentinas como organización del Estado mantuvieron durante décadas una voluntad
de autonomía respecto del poder político y operaron, con complicidad civil, como un poder separado.
Además, durante la dictadura controlaban el sistema de seguridad y los resortes básicos del aparato
estatal, operando con los medios propios de una organización burocrática disciplinada. El hecho de que en
muchos casos fueran los mismos hombres de la Triple A los que integraban los nuevos grupos de tareas
parece demostrar que las razones últimas del paso al terrorismo de Estado deben buscarse en la
organización estatal en la que se incluían.

Si es cierto que el sistema de los campos de concentración argentinos incorporó muchos de los rasgos
propios de una maquinaria impersonal, hay que recordar que la decisión sobre la metodología de
exterminio fue tomada en los niveles superiores de las FFAA.

Lo importante a destacar es que hubo algo distinto de un proceso burocrático y técnico y que intervino
como factor determinante la revancha corporativa. La maquinaria y la organización estaban dispuestas de
mucho antes, pero la decisión no nació simplemente del despliegue de una lógica técnica, sino de la
intervención de una voluntad y una visión políticas alimentadas por las responsabilidades de la guerra y por
el pasaje al acto de una venganza social. Además, en la práctica extendida de la tortura y el asesinato había
algo que excedía toda razón institucional o corporativa.

En principio hay que admitir que hubo un sistema de creencias que fue eficaz en la construcción ideológica
de un enemigo subversivo irrecuperable, sin humanidad y contra el cual todo vale. Esa figura primero fue
formada en la mentalidad de los represores, en ese sentido, no hay maquinaria que pueda prescindir de la
adhesión y de la moral capaces de asegurar el cumplimiento de una empresa de muerte que no era fácil de
soportar. El mesianismo y el sectarismo fueron condición de la barbarie e impulsó una visión redencional de
su labor. Pero sin elites autocráticas y cierta organización centralizada no hay derrumbe moral ni
generalización de comportamientos criminales en el aparato de seguridad.

¿Genocidio?

No se entiende el terrorismo de Estado y sus consecuencias a partir de las explicaciones llanas que se
remiten a procesos económicos o sociales y niegan toda autonomía a la construcción propiamente política
del programa dictatorial, que partía de una visión desquiciada de los conflictos sociales. Ante todo, porque
el riesgo de la trivialización que reduce la criminalización del Estado a una explicación simple y a una visión
que solo ve la continuidad de los procesos económicos se convierte en un obstáculo para advertir lo que ha
cambiado en la sociedad y el Estado.

En nuestro país las víctimas no formaban un grupo ni cultural ni políticamente homogéneo, aunque del lado
de los verdugos podían quedar unificados bajo la figura de subversivos. En principio, las víctimas fueron
mayormente las buscadas, y lo fueron por lo que hacían o pensaban o creían que habían hecho. Al mismo
tiempo, existía un plan premeditado y la racionalidad técnica de los medios instrumentales empleados son
característicos de las formas novedosas de los genocidios del siglo XX. Finalmente, las oscilaciones en el uso
de esa categoría dependen de que se ponga el acento en la administración planificada y la organización
tecnológica o bien en el carácter político de una masacre que no se descarga homogéneamente sobre un
grupo nacional o cultural.

Vezetti pensará que, dado que las víctimas fueron elegidas por razones políticas, es preferible hablar de
masacre o exterminio planificados. Con ello, querrá destacar la significación política de la tragedia de los
desaparecidos y evitar que con la figura del genocidio la suerte de las víctimas quede asimilada a la de un
grupo identitario situado al margen de la lucha política.

Entre el terror y la normalidad social

Si bien se conocía de antes la existencia de los CCD, la difusión del Nunca Más, en las condiciones de
movilización que acompañaron su presentación al Poder Ejecutivo, fue el hecho que marcó el
descubrimiento social de los mismos. En la elaboración colectiva de esa experiencia límite la implantación
de una memoria requería de una recuperación particular que a rescatar simbólicamente a las víctimas que
habían sufrido no solo el criminal despotismo del poder sino el abandono e indiferencia de la sociedad.

Al mismo tiempo, considerando los efectos en la sociedad, parecía evidente que esa revelación se instalaba
junto con una suerte de ajenidad, como si el exterminio hubiera tenido lugar en otro tiempo y espacio.

Si se trata de examinar la verdadera naturaleza de la maquinaria instalada, parece necesario despejar esas
imágenes cargadas de perversa maldad. Se trataría de enfrentar la disposición, más o menos espontánea,
que los medios en parte reforzaron y expandieron, a ver en el campo un lugar infernal, propiamente otro
respecto de las coordenadas de la vida social corriente. Calveiro ha buscado trastocar ese sentido común
que sanciona la radical ajenidad del campo cuando afirma “no hay campos de concentración en todas las
sociedades”. En ese sentido, el tópico del miedo en la sociedad no puede entender como la simple
amenaza externa. Hay un punto en el que el miedo se reúne con la conformidad social, incluso con una
sumisión tranquilizadora a un orden autoritario.

La dictadura se presentaba y era admitida como un remedio drástico pero necesario. En ese marco, la
fenomenología del miedo no se separa de la demanda de orden frente a un orden de fragmentación. De
modo que el miedo como mecanismo de disciplina social no debe confundirse con la imposición del terror y
la amenaza externa. De modo que la despolitización no debe entenderse como el efecto directo de una
maquinaria de terror, hubo otras formas de consentimiento no represivas que operaron.

Tampoco puede negarse que hubo silencios interesados y cómplices, y hubo discursos de apoyo a la
supuesta guerra antisubversiva.
No toda la vida social bajo la dictadura puede ser equipara al sistema de opresión implementado en los
CCD. El régimen mostraba una imagen de normalidad cotidiana. En verdad, la imagen de una sociedad
permanentemente aterrorizada frente a la violencia extendida es una construcción retrospectiva.

En la zona visible de la vida social e institucional, hubo quienes demostraron que había formas posibles de
resistencia y crítica (organismos de DDHH). Por su parte, en el caso del periodismo escrito de los grandes
medios, no hubo una disposición similar, ni siquiera por una ética periodística, pero ¿por qué habrían de
hacer algo al respecto si en general estuvieron de acuerdo con la intervención militar? Es cierto que
hubieran preferido una acción más prolija pero las grandes empresas periodísticas hicieron sus negocios
con el régimen.

Respecto a la Iglesia, la conformidad no implicaba adhesión personal al terrorismo de Estado, pero hay que
analizarla desde el ángulo de la normalidad de las relaciones institucionales que la dictadura mantenía con
las dirigencias nacionales (bueeeeno).

Si se vuelve sobre medios por los cuales la dictadura alcanzó a establecer y mantener su dominación se
hace necesario reconocer que no incluía solo el terror y que tuvo necesidad no solo de la complicidad de
muchos que adherían doctrinariamente a los objetivos de la revancha social contra la izquierda, sino de la
claudicación de muchos más que podían haber resistido y se acomodaron a la situación. Finalmente, no
sólo los dirigentes mostraron esa extendida conformidad que contribuyó a la apariencia de normalidad. Los
argentinos corrientes, quienes obvio tenían menos posibilidades de mostrar su resistencia, actuaron en ese
marco construido por las dirigencias, de mono análogo. La etapa de “plata dulce” muestra este
comportamiento social orientado a la búsqueda del propio beneficio en un presente de incertidumbres.

Los campos

Desde la perspectiva de las víctimas, obvio, es lógico que se destaque el carácter horroroso de esa
experiencia límite. Del lado de los perpetradores, las tareas habituales, descargadas sobre destinatarios
deshumanizados, pueden adquirir el carácter de una rutina sin importancia. Lo menos que se puede decir
es que el carácter rutinario de las tareas previamente organizadas y divididas no se contradice con la amplia
adhesión de colaboración de los ejecutores activos. En el centro del activismo del terror que se desplegaba
reinaba el poder de la patota antes que el de una burocracia técnica.

La organización general cancela la responsabilidad personal en el sistema de obediencia a una autoridad


presente o virtual. Pero en ese cuadro no había límites para los arranques brutales en la medida en que, en
el terreno de las relaciones en el campo, reinaba la impunidad y la seguridad de que casi ningún extremo de
violencia física contra los detenidos sería sancionado. En ese sentido, también en la posición de los
perpetradores operaba esa infantilización que ha sido señalada para el conjunto de la sociedad. En todo
caso, del lado de los verdugos y los guardas, en esa figura de niño hay lugar tanto para la subordinación
como para la perversión.

Como regla puede afirmarse que las matanzas organizadas en gran escala siempre requieren jefes y
liderazgos visibles. En esas condiciones, las inhibiciones morales contra las formas atroces de violencia
tienden a diluirse en la medida en que se cumplen tres condiciones: que la violencia sea autorizada por
órdenes muy reconocidas; que las prácticas violentas se conviertan en rutinarias y respondan a indicaciones
y roles precisos; que las víctimas sean previamente deshumanizadas por definiciones ideológicas y prácticas
de adoctrinamiento.

El campo argentino revelaba, del lado de los perpetradores, una combinación de obediencia y revancha,
una adhesión ideológica y oportunismo de facción, incluyendo la disposición a obtener los máximos
beneficios en condiciones de impunidad. Es la complejidad propia de ese sistema la que no puede ser
reducida ni a un simple aparato burocrático apto para cualquier tarea ni a la figura de una barbarie
desatada por los impulsos desviados.
Víctimas y victimarios

Fue necesaria la proyección pública y política de la cuestión de los DDHH como un componente
fundamental de la caída de la dictadura, para que los testimonios pudieran ser escuchados y las escenas de
los CCD pasaran a representar la significación más extendida, el patrimonio común de las representaciones
del terrorismo de Estado.

En el campo, la presencia tangible de los verdugos y ejecutores era mucho más fuerte que la interacción
entre las víctimas y el cuadro incluía muy centralmente el protagonismo virtual de la patota. En ese espacio
hay que insistir en una división que es la condición de los grises, un núcleo que lo organiza y lo sostiene: hay
victimarios y hay víctimas, algo que es particularmente destacable cuando el funcionamiento habitual se
organizaba en torno a la tortura sistemática de los prisioneros.

Calveiro plantea la cuestión de la eficacia: dados ciertos objetivos, que ciertamente iban mucho más allá de
las organizaciones guerrilleras, la tortura adquiría una siniestra racionalidad en orden a aquel fin. Por otra,
la tortura cumplía una función para el propio orden del campo como institución, un ritual de iniciación
brutal que establecía una drástica separación, la ruptura fundamental con la realidad del mundo anterior.

La lógica del exterminio nace cuando se alcanza a romper la identificación básica con cierta categoría de
personas y se instala un comportamiento rebajado al nivel de la sobrevivencia.

La primera fisura en la maquinaria del terror se produjo cuando algunos elegían saber, contar y hacer saber.
Este es el punto en el que una forma de resistencia nacía en el campo, en la posición de quienes se
preparaban anticipadamente como testigos y portavoces de los aplastados y silenciados. En verdad
lanzaban su decisión de ciudadanos virtuales a un futuro incierto, porque nadie podía asegurarse que viviría
para contarlo. Los que retornaban, encontraban una sociedad que prefería no enterarse, eran “portavoces
de terribles certezas”, o para algunos que empezaban a vislumbrar la terrible extensión de la matanza, se
convertían en víctimas “sospechosas” justamente por haber eludido la condena final que cayó sobre las
víctimas “integrales”, las que no sobrevivieron. Si miramos con atención la posición y comportamiento de
los sobrevivientes hay que advertir que no hubo una modalidad única en la evocación a la vida en el campo

Es la significación ética y política del testimonio la que queda resaltada cuando se trata de enfrentar, en el
espacio del CCD, la evidencia de una fractura esencial que vuelve como un interrogante sobre las
representaciones de la comunidad. Esa es la actualidad del testimonio, su valor como intervención en el
presente más que como fijación de los hechos del pasado: ante todo, la expresión de una voluntad de
sentido y de saber que nace como respuesta y oposición a la enormidad de un agravio, que no se limita al
sufrimiento personal de la víctima sobreviviente.

Belini- Korol: “Desindustrialización, hiperinflación, convertibilidad y crisis”

Estancamiento, recuperación y crisis

1976 marcó un quiebre en el modelo de desarrollo que, desde 1930, había caracterizado el
desenvolvimiento de la estructura productiva. El sector manufacturero dejó de ser el motor impulsor del
crecimiento y en medio de una apertura económica y atraso cambiario, sufrió una severa reestructuración
mediante la destrucción de un vasto sector del tejido industrial. En su reemplazo, las políticas económicas y
el entorno local e internacional alentaron la especulación financiera, los comportamientos cortoplacistas, la
volatilidad del contexto macroeconómico y la fuga de capitales.

Las políticas económicas

El Plan Martínez de Hoz (1976- 1981)


Sostenían que la crisis política tenía una buena parte de su origen en un modelo de economía semicerrada
y de fuerte intervención estatal. La falta de funcionamiento de las reglas del mercado había posibilitado
este comportamiento negativo de los actores económicos, acentuando el estancamiento y los conflictos
distributivos. Por lo que se requerían cambios en la estructura económica, que debilitaran los fundamentos
del poder negociador de las corporaciones empresarias y los sindicatos. Para resolver estos problemas,
Martínez de Hoz propuso una progresiva liberalización económica, con la reimplantación de los incentivos
del mercado, la apertura de la economía local, la racionalización del papel del Estado y la privatización de
empresas públicas.

La aplicación de la política económica tuvo dos fases diferenciadas: la primera (1976- 1977) se caracterizó
por su enfoque ortodoxo y la puesta en marcha de reformas graduales. La liberalización económica adoptó
la forma de eliminación de las retenciones, el recorte del gasto público y el levantamiento de los controles
de precios, los salarios y las jubilaciones fueron congelados y se anularon indefinidamente las
negociaciones paritarias, al tiempo que quedaban prohibidas las actividades sindicales. A mediados de 1977
se sanciona una reforma financiera que, por un lado, anula la nacionalización de los depósitos, y por el otro,
flexibiliza las condiciones para el funcionamiento de nuevas entidades financieras. Un aspecto clave la
liberalización de las tasas de interés.

Sin embargo, el cambio de la coyuntura no fue acompañado de la reducción de la inflación, uno de los
objetivos proclamados de la política económica. Otro fenómeno que anticipaba los rasgos que asumiría la
economía fue la marcada elevación de las tasas de interés, provocada por una emisión monetaria inferior a
la inflación y por la decisión oficial de obligar a las empresas públicas a concurrir al mercado local de
capitales para solventar su financiamiento. La elevación de esas tasas alentó el ingreso de capitales
extranjeros, el endeudamiento externo y la emisión monetaria.

Luego de un período de transición, se abandonó la ortodoxia. Alentó una orientación diferente, que se
conocería como “enfoque monetario de la balanza de pagos”, en el que la política monetaria era entendida
como determinante para el resultado del balance de pagos y el nivel de las reservas. La nueva estrategia
consistió en la fijación oficial de un tipo de cambio, pautado con devaluaciones programadas (“la tablita”),
una nueva reforma aduanera que reducía los aranceles para la introducción de artículos y la apertura al
ingreso de capitales extranjeros. Se sostenía que dicha apertura permitiría la convergencia de las tasas de
inflación interna con el nivel mundial. En tanto, debía mantenerse el control sobre el déficit público y sobre
el financiamiento interno por parte de los bancos.

El ingreso masivo de capitales también fue la causa de la expansión monetaria y el nuevo impulso
inflacionario. Para combatir estas presiones, Martínez de Hoz adelantó el programa de reducción
arancelaria. Los productores locales debieron hacer frente a una doble amenaza: el incremento de los
costos financieros internos y el recrudecimiento de la competencia externa, reforzado por el dólar barato y
la reducción de los aranceles. La producción industrial fue la principal afectada.

En esos años, las empresas públicas y el Estado contrajeron grandes deudas en el extranjero, que sirvieron
para engrosar las reservar monetarias y asegurar la continuidad del programa cambiario. Gran parte de ella
fue contraída por un número reducido de grupos económicos que tenían inversiones diversificadas en
producción y servicios. Estos fueron también los principales receptores de subsidios otorgados por la
política de promoción industrial y planes de obra pública. La fuerte concentración económica originada por
la apertura externa y el incremento de la tasa de interés los convirtió en protagonistas de los procesos
económicos.

A comienzos de 1980, la crisis financiera y cambiaria era inminente. La confianza en el mantenimiento del
tipo de cambio se había quebrado. El retiro de depósitos y la compra de dólares que se giraban al exterior
se acentuaron durante el resto del año. No obstante, el gabinete no tomó ninguna medida para frenar la
fuga de capitales.
Después de Martínez de Hoz

En marzo de 1981, asume Viola la presidencia y designa a Lorenzo Sigaut, opositor a Martínez de Hoz, como
ministro de economía. La iniciativa más trascendente de estos años fue la estatización de la deuda privada
(implementada por Cavallo, en ese momento presidente del BCRA). El fuerte peso del endeudamiento
externo e interno hacía presagiar una quiebra generalizada.

La pesada herencia del “Proceso”

Durante el primer año, la política económica del gobierno radical fue conducida por Bernardo Grinspun. Se
propuso revertir: la aguda caída del PBI, la reducción de los salarios reales y la caída del consumo. Así, puso
en marcha políticas monetarias y crediticias expansivas. Pero estas políticas ya no eran compatibles con las
restricciones impuestas por la pesada deuda externa, el fuerte desequilibrio de las cuentas públicas y el
ritmo de la inflación.

En ese marco, la deuda externa se convirtió en el condicionante más importante para el éxito de una
estrategia económica. El feroz endeudamiento, la elevación de las tasas de interés internacional y la
imposibilidad de obtener nuevo financiamiento luego del estallido de la crisis mexicana imponían
restricciones nuevas. Es probable que, en principio, hayan creído que la restauración democrática sería
acompañada con gestos favorables de los acreedores, pero, obvio, no fue así. El gran desequilibrio de las
cuentas públicas hacía imposible pensar en una corrección de corto plazo y permanente a todo esto.

Luego de la renuncia de Mucci (Mtro. De trabajo), Alfonsín debió negociar una nueva ley para normalizar
los sindicatos. Los sindicatos peronistas se vieron fortalecidos, y en septiembre de 1984 la CGT declaró el
primer paro general.

El Plan Austral, las restricciones políticas y el fracaso de Alfonsín

En febrero de 1985, Grinspun es reemplazado por Juan Vital Sourrouille. Con una economía al borde de la
hiperinflación, el equipo económico se lanzó a la aplicación de un ambicioso programa. El diagnóstico oficial
era que el incremento del ritmo inflacionario y la profundización de la recesión debían ser atacados por
medio de una política de shock que, combinando medidas ortodoxas y heterodoxas, lograra detener la
inflación, revertir las expectativas inflacionarias y crear las condiciones para el crecimiento. Entre las
medidas ortodoxas aplicadas se destacan el compromiso oficial de no emitir moneda para financiar el
déficit estatal. Entre las heterodoxas se encuentra el reemplazo del peso por el austral, que fue
acompañado de un mecanismo de desagio para anular las previsiones inflacionarias establecidas en los
contratos firmados en pesos. En segundo lugar, la aplicación de un control de precios sobre artículos de
consumo popular.

La creciente debilidad del oficialismo alimentó la profundización de la crisis económica. El persistente


deterioro de los términos de intercambio acentuó las dificultades. El superávit comercial se redujo
muchísimo en dos años, en esas condiciones, el pago de la deuda se hizo insostenible. En abril del 88,
Argentina entró en cesación de pagos. Cuatro meses más tarde, fue lanzado el Plan Primavera, que disponía
un acuerdo de precios y salarios, y establecía un aumento de las tarifas públicas con el objetivo de
recomponer los ingresos del Estado. En este plano, el gobierno eludió la creación de nuevos impuestos, y se
decidió por un desdoblamiento del mercado cambiario, lo cual implicaba imponer retenciones a las
exportaciones tradicionales. Si bien hubo una mejorar circunstancial en el sector externo, provocada por
una caída de la producción en países competidores, el gobierno no pudo corregir el déficit fiscal ni llevar a
cabo la reforma del Estado, que tropezó con la oposición del peronismo y sindicatos.

Las hiperinflaciones de 1989 y 1990

La gravedad de la situación convenció a Menem de que su gobierno solo podría subsistir si echaba por la
borda las concepciones económicas de su movimiento y las reemplazaba por un programa neoliberal. El
impacto negativo de la hiperinflación, que afectó los ingresos de amplios sectores de las clases populares y
clase media asalariada, y el estallido de conflictos sociales y saqueos en las grandes ciudades, tuvieron un
efecto disciplinador sobre los actores económicos y sociales, que el presidente no dejó de emplear a favor
de su reorientación.

Menem dejó el manejo de la economía a Bunge & Born. El gobierno logró la sanción de dos leyes
(Emergencia Económica y Reforma del Estado), las cuales cedían al Ejecutivo importantes atribuciones
legislativas en lo relacionado con la política fiscal, impositiva y en la privatización de empresas públicas.
Para convencer al establishment de la sinceridad de su giro ideológico, el gobierno convocó a Alsogaray y
seguidores, adversarios duros del peronismo, para colaborar con las privatizaciones.

El lento avance oficial en la reducción del déficit público y el fracaso en la contención de la inflación se
expresaron a fines de ese año en el estallido hiperinflacionario, la acentuación de los conflictos laborales y
el recrudecimiento de los saqueos.

El gobierno decidió retomar el control de la política económica designando a Antonio Erman González
como ministro. Aplicó medidas ortodoxas, como levantamiento de control de precios, la liberación del
mercado cambiario y la libre cotización de la moneda. Para reducir la oferta monetaria y eludir un posible
crack bancario, ponen en marcha el plan Bonex, que consistía en la conversión compulsiva de los depósitos
a plazo fijo en bonos de la deuda pública a un tipo de interés bajo con respecto a los pagados en el mercado
a otras inversiones. El combate contra la hiperinflación se concentró en la aplicación de medidas que
limitaron el gasto público, como la suspensión de los pagos del estado, los reembolsos a las exportaciones y
las transferencias aseguradas por las leyes de promoción industrial, un rígido control sobre las erogaciones
de las empresas públicas, el retiro o despido de empleados públicos, etc.

La segunda hiperinflación tuvo mayores disciplinadores sobre el cuerpo social. La nueva relación de fuerzas
le permitió al gobierno quebrar la resistencia de los gremios más afectados. Más importante aún, las
violentas transferencias de ingresos y la inestabilidad que experimentó la sociedad en 1989 y 1990
alentaron un nuevo clima que privilegiaba el mantenimiento de la estabilidad monetaria a cualquier costo.
Las viejas creencias sobre el papel central que el Estado debía cumplir en la economía se derrumbaron. La
anomia social y el recrudecimiento del individualismo permitieron un avance desordenado de los
programas de reformas neoliberales

El sueño de la convertibilidad

A comienzos de 1991 se produjo una nueva corrida cambiaria. González fue reemplazado por Domingo
Cavallo. En abril, anunció reformas más drásticas. Se sancionó la Ley de Convertibilidad. Para ello, la ley
establecía que el BCRA debía mantener las reservas en dólares por el 100% de las monedas en circulación.
La convertibilidad buscaba la estabilización de los precios a la paridad establecida en el tipo de cambio,
pero, al limitar el dinero circulante a las reservas del Banco, renunciaba al empleo de la política monetaria
como instrumento de la política económica.

Sin embargo, la paridad peso- dólar, y la inflación residual provocaron una sobrevaluación monetaria que,
en ausencia de incrementos de la productividad, perjudicaron al sector real de la economía. En efecto, los
costos internos de producción se mantuvieron muy altos, e impactaron en forma negativa sobre la
competitividad en el mercado mundial.

La política de estabilización fue acompañada de la reforma del estado, la desregulación de los mercados y la
apertura económica. El programa de privatizaciones avanzó a pasos agigantados. La venta de empresas se
realizó con gran celeridad, concediendo enormes ventajas financieras y garantizando a los concesionarios el
control monopólico de los mercados. Si bien se recibieron sumas significativas, no representaban el valor
real de los activos transferidos.
El gobierno también decidió impulsar una reforma laboral que comenzó a desmontar las regulaciones que
Perón había instaurado en los años cuarenta. La Ley de Empleo, elaborada junto con la UIA autorizó a los
empresarios a emplear en forma temporaria y redujo los costos laborales. Mientras la CGT aceptaba las
reformas, otros gremios crearon el Movimiento de Trabajadores Argentinos y así surgieron nuevas
corrientes que mostraron una oposición frontal a las políticas neoliberales.

Entre 1991 y 1992, creció el PBI a una tasa del 10% anual. La expansión de la producción continuó, con una
leve desaceleración en 1995. La expansión económica de esos años fue impulsada por el fuerte ingreso de
capitales extranjeros y las privatizaciones. El flujo de capitales extranjeros permitió elevar las
importaciones, y si bien las exportaciones crecieron en forma notable, no alcanzaron a compensar. A su
vez, esta expansión tuvo como contracara el incremento de la desocupación.

La crisis de fin de siglo (1998- 2001)

En diciembre de 1999 asume De la Rúa, y junto con su equipo asumen el diagnóstico propuesto por el FMI,
que consistía en atacar el déficit fiscal como el origen de los problemas económicos y financieros del país.
José Luis Machinea y Ricardo López Murphy orientaron sus políticas (Ley de Responsabilidad Fiscal y Ley de
Déficit Cero) a recrear la confianza externa mediante la ampliación de los impuestos y recortes de gastos,
que llegaron a incluir recortes de salarios y jubilaciones. A finales del 2000, se anunció el blindaje, un
programa de apoyo financiero con préstamos del FMI, los bancos locales y las AFJP para garantizar
vencimientos de deuda por 40 mil millones de dólares. En marzo de 2001, designa a Cavallo como ministro,
y éste, frente a la corrida cambiaria establece el “corralito”. Esta medida desató la gran crisis institucional.

Los sectores de la producción

La nueva faz del agro pampeano

El crecimiento del agro fue impulsado hasta fines de los 70 por un aumento de la productividad de la tierra.
Pero durante el primer lustro de los 80 se intensificó por la ampliación de la superficie cultivada. De todas
formas, durante la gestión de MdH fueron favorecidos por medio de la eliminación de retenciones y
políticas de crédito fiscal, aunque en 1978 el cierre del mercado europeo a las carnes nacionales deterioró
sus ingresos.

A partir de 1977, la ganadería retrocedió bastante. Y si bien se llevaron adelante emprendimientos


destinados a modernizar su tecnología e inversiones en infraestructura, estos progresos se vieron limitados
por la crisis sectorial. Como consecuencia de ello, la participación del país en el mercado mundial cayó
hasta un 7%.

La “agriculturización” de la pampa produjo cambios importantes en la especialización productiva de sus


subregiones. El norte de Bs As y sur de Sta. fe y Córdoba, que eran tradicionalmente especializadas en maíz,
acentuaron la expansión sojera. Otras áreas tradicionalmente ganaderas, se volvieron a la agricultura.

A mediados de 1980 se detuvo el crecimiento. La brusca reducción de precios mundiales, la acentuación del
proteccionismo en EEUU y Europa y un entorno macroeconómico local que castigaba la actividad
productiva y desalentaba las exportaciones provocaron una constante retracción. Si bien se puso en
marcha el Programa Nacional Agropecuario (PRONAGRO) y se redujeron las retenciones, no alcanzó.

En la década de 1990 las políticas de desregulación de los mercados y de apertura económica afectaron al
sector primario. Entre 1991 y 1993, se dispuso la liquidación de las juntas nacionales y demás organismos
públicos que habían participado en la regulación de los mercados de los productos, la fijación de los precios
sostén y la comercialización. El gobierno eliminó las retenciones y los aranceles para la importación de
maquinaria e insumos destinados al agro. Mayores ingresos y menores gastos alentaron a los productores a
iniciar una gran transformación productiva, aumentar las inversiones y el empleo de nuevas tecnologías.
El productor tradicional, que organizaba directamente la producción, empezó a ser reemplazado por grupos
heterogéneos de empresas, de orígenes diversos, con diversas formas jurídicas y cuya tarea principal
consiste en combinar la realización de la siembra y la cosecha y, complementariamente, el
almacenamiento. Pero a diferencia del chacarero o estanciero, el factor clave no es la propiedad de la
tierra, sino la función empresarial: coordinar y conocer la dimensión financiera y productiva del negocio.

Las economías del interior

En la segunda mitad de 190, las economías regionales sufrieron de forma homogénea las consecuencias de
la política económica de MdH. El atraso cambiario afectaba la rentabilidad, impidiendo la exportación de
productos como el algodón, el té o tabaco. El turismo interno también se resintió.

Los principales cultivos no pampeanos continuaron siendo la caña y la vid. Tradicionalmente ligados al
mercado interno y la industrialización, algunos de estos cultivos se reorientaron al mercado externo,
aunque los dos principales continuaron vinculados a la demanda local. Recién a finales de siglo, el
crecimiento agrícola se vería impulsado por la expansión de los cultivos pampeanos.

Retroceso y desarticulación del sector manufacturero

La última dictadura estableció un nuevo modelo de promoción industrial. Asimismo, sancionó nuevas leyes
sobre transferencia de tecnología e inversiones extranjeras, que levantaban las restricciones impuestas por
el gobierno peronista, proponiéndose alentar una mayor eficacia del sector.

A partir de 1978, la combinación de tasas de interés altas, el progresivo atraso cambiario y el


adelantamiento de un nuevo programa de reducción arancelaria configuraron un entorno muy
desfavorable que provocó una “desindustrialización”. Creció la concentración de empresas transnacionales,
que fortalecieron su posición en los mercados más concentrados, especializándose en la elaboración de
bienes intermedios. Los “capitanes de la industria” se convirtieron en los principales beneficiaros del
“Proceso”, en detrimento de las pymes. En los 80 y 90 se profundizó esto.

La consolidación en los 90 del proceso iniciado en 1976 trajo aparejada también transformaciones en el
tejido industrial: las empresas transnacionales contaron con grandes ventajas para refinanciar los procesos
de reconversión productiva, modernización tecnológica y operar en una economía abierta, en el marco de
una nueva etapa de la globalización; los grupos económicos locales, que se habían fortalecido en los 80, se
reorganizaron, especializándose en actividades de menor dinamismo mundial y baja complejidad
tecnológica; por último, las pymes fueron las más afectadas por la concentración y transnacionalización,
muchas de ellas optaron por abandonar la producción y comercializar productos importados.

El poder económico

Los principales sectores afectados por el abandono de la ISI fueron los menos concentrados y,
paradójicamente, las grandes empresas transnacionales que durante la etapa “compleja” de la ISI habían
liderado el proceso económico.

A partir de 1980, se fortaleció el poderío económico y el papel dirigente de una fracción concentrada del
empresariado: los grandes grupos económicos de capital nacional y extranjero. Su estrategia económica
residía en la diversificación de sus inversiones en diversos sectores productivos y financieros, lo que les
permitió eludir los riesgos propios de una etapa marcada por el abandono de la industrialización como eje
de desarrollo y obtener ventajas de la industrialización de la economía local al mercado financiero mundial

No obstante, desde 1990, las reformas económicas impuestas por el menemismo configuraron un nuevo
escenario que las obligó a reconsiderar sus estrategias. La nueva fase de apertura en el marco de la
convertibilidad y con tipo de cambio sobrevaluado expuso una vez más a varios sectores productivos a la
competencia internacional.
La privatización acelerada implicó un reordenamiento de los sectores económicos predominantes e impuso
importantes condicionamientos al funcionamiento de la economía, alentó la asociación entre grupos
económicos locales, la banca acreedora internacional y las empresas extranjeras, que lograron adjudicarse
la mayor parte de los activos transferidos al Estado. Como resultado, fortalecieron su poderío económico
por medio de la concentración de empresas y la diversificación de sus activos. La adquisición de las
empresas públicas industriales y de servicios mediante los bonos de deuda de baja cotización, la absorción
de la deuda y del personal excedente por parte del estado federal y los ingresos que implicaban las tarifas
resguardadas por el marco regulatorio impuesto permitieron una rápida recuperación de la inversión.

Asimismo, esto implicó la pérdida de importancia de la CGE y la UIA recobró su rol de principal entidad
representativa de los intereses industriales.

El nuevo rostro del comercio exterior

El incremento de las exportaciones desde mediados de los 70, no alivió el problema del desequilibrio
externo, ya que las importaciones crecieron con mayor rapidez, estimuladas por la apertura de la
economía, la desregulación de los mercados y las privatizaciones. Durante los años noventa, el saldo
comercial fue negativo, con la excepción de los años de crisis de 1995 y 2001.

La imagen de una Argentina exportadora de granos y carnes no es representativa de esta nueva realidad. La
diversificación del comercio exportador y la incorporación de la soja confirieron una mayor complejidad a
los intereses vinculados a las exportaciones, a las relaciones de los exportadores con el gobierno y de los
productores agrarios con el mercado interno.

La nueva sociedad. Polarización y marginación

A partir de la recuperación democrática, continuaron y se profundizaron las tendencias iniciadas a


mediados de la década de 1970 con el quiebre del modelo de desarrollo en relación con la distribución
regresiva del ingreso, el deterioro de los salarios reales, la profundización de la pobreza y la marginalidad.

Una de las transformaciones más importantes tuvo lugar en el mercado del trabajo, por el deterioro de los
ingresos reales, que empujó a un sector cada vez más amplio a buscar un ingreso adicional. Pero el
aumento de la oferta no acompañó esto. La desocupación estuvo acompañada de la subocupación, el
empleo informal y la precariedad laboral. Por un lado, al erosionar el papel negociador de los sindicatos, el
aumento de la desocupación ejerció un papel disciplinador entre los trabajadores. Por otro lado, las
reformas laborales de 1991, 95 y 99 permitieron a los empleados utilizar otras formas de empleo
temporario o reducir costos laborales. Como resultado, el mercado de trabajo quedó segmentado entre el
empleo formal y los trabajadores informales.

Peralta Ramos: “Explosión de la crisis de legitimidad: del cuestionamiento de las clases subalternas al
terrorismo de Estado”

Predominio de la gran burguesía industrial

A pesar de sus múltiples diferencias, los gobiernos que se sucedieron entre 1966 y 1976 tuvieron algo en
común: el estímulo proporcionado al modelo de desarrollo basado en el liderazgo de las ramas de capital
más intensivas de la industrial.

El modelo distribucionista tenía como principal mercado el consumo de los sectores asalariados. En cambio,
bajo el nuevo modelo de desarrollo, la producción se orientó a satisfacer la demanda de las propias
empresas y de los estratos de la población con mayores ingresos.
Al mismo tiempo, se mantuvo una fuerte protección arancelaria para los bienes producidos por estas
ramas, mientras que los insumos importados para su producción fueron progresivamente liberados del
pago de impuestos.

Asimismo, se instituyó un complejo sistema destinado a prefinanciar y financiar las exportaciones


industriales no tradicionales con créditos de orientación selectivas, a tasas de interés altamente
subsidiadas.

El crecimiento de las importaciones fue artificialmente impulsado por otro rasgo típico del período: la
tendencia a la sobrefacturación de las importaciones. Los factores que explican este fenómeno de la
dependencia tecnológica son las imposiciones de índole estructural como las características de ciertas
tecnologías necesarias para la producción de bienes, o las cláusulas de los contratos, los cuales hacen
posible que la sobrefacturación de los bienes importados estuviese a la orden del día.

El tercer gobierno peronista hizo algo típico del capitalismo argentino: la tendencia a sustituir la inversión
productiva por los subsidios, los cuales se transforman en el principal medio destinado a impulsar la
acumulación del capital, afectando desfavorablemente a las finanzas del Estado. Las consecuencias son
que, por un lado, al dar origen a un crecimiento sobredimensionado de importaciones indispensables para
el funcionamiento de los privilegiados de la industria, esta política reforzó la tendencia al desequilibrio de la
balanza comercial; por el otro, agudizó la puja por la apropiación de ingresos entre el sector agropecuario y
el industrial. De este modo, entre las periódicas devaluaciones, el desabastecimiento y el mercado negro de
ciertos productos industriales, las sistemáticas traslaciones de ingresos entre el sector agropecuario y el
industrial fueron constantes.

La política de equilibrio de precios entre estos sectores del gobierno de Onganía fue reemplazada por un
mejoramiento de los precios relativos del sector agropecuario durante el gobierno de Lanusse.

Desde el punto de vista de la evolución del mercado de trabajo, la política económica aplicada en el período
reforzó ciertas tendencias existentes desde principios de la década de 1960. Entre 1966 y 1973, se registró
un sostenido congelamiento del salario industrial, asociado con un crecimiento significativo de la
productividad, o sea, se produjo una traslación de ingresos del asalariado al capital. Las ramas más
intensivas registraron crecimientos en la productividad, mientras que las productoras de bienes salarios
descendió o un crecimiento leve.

El impulso de este modelo que buscaba el desarrollo de los sectores de capital más intensivos, cancelaba
toda posibilidad de reeditar un modelo distribucionista.

Los principales conflictos sociales

Efectos de la política de precios y salarios sobre la lucha de clases

Poco tiempo después de firmado el Pacto Social, se verifica un fenómeno típico del período: el
desabastecimiento y el mercado negro de insumos industriales. En la práctica, el PS fue un mecanismo de
control de las demandas obreras. Una de las primeras medidas del nuevo gobierno peronista al asumir fue
aumentar los salarios, que rápidamente quedaron rezagados por la inflación. A su vez, la pérdida de
capacidad de negociación salarial por parte de los sindicatos, sugiere que el nivel de los salarios
efectivamente pagados pasó a depender de factores ajenos a ellos. La corta gestión del peronismo se
caracterizó por una creciente pérdida del control de las condiciones de venta de la fuerza de trabajo por
parte de la elite sindical.

La crisis política: prolegómenos del terrorismo de Estado

Durante el gobierno peronista uno de los hechos más significativos fue la creciente movilización obrera,
que cada vez iba teniendo tintes más violentos e incluso llegando a estar enfrentada con las conducciones
sindicales, reclamando elecciones libres en los sindicatos, reconocimiento de las comisiones o
reivindicaciones postergadas. La actitud del gobierno frente a esto fue usar el recurso de la coerción.

Pérdida del consenso empresario hacia la política oficial

En marzo de 1974, la Unión Comercial Argentina criticó duramente el favoritismo oficial hacia la industria y
cuestionaba la influencia de ciertos de sus sectores en la política oficial. Hacia mayo de ese año, la mayoría
de las organizaciones empresarias del campo y del comercio cuestionaban abiertamente una política
económica que parecía hecha solo para ciertos sectores de la industria. En una coyuntura política caldeada
por el recrudecimiento de la agitación empresaria, del desborde de la conflictividad obrera y del
enfrentamiento interno del peronismo, Perón amenazó con renunciar.

La política económica del “Proceso”: nuevas reglas de juego para el conflicto social

Esta nueva forma de organización represiva estuvo signada por el enfrentamiento faccioso entre las
distintas armas, que se repartieron minuciosamente las estructuras estatales. Esto crearía el marco propicio
para que la disputa por el control del poder entre estas contribuyese a erosionar las reformas estructurales
que se pretendieron imponer,

Objetivos de la política económica

Pretendieron modificar la relación de fuerzas vigente en la coyuntura a partir de un cambio drástico en las
reglas del juego económico imperantes. Encontraron su justificación en “el tremendo vacío de poder
reinante que colocó al país al borde de la disgregación social”. Las causas de este caos, para ellos, era
estructural, residían en la vigencia de un estilo de desarrollo que estimulaba la lucha por la apropiación de
los ingresos no sólo entre el capital y los trabajadores, sino también entre los sectores empresarios.

El gobierno se propuso modificar las reglas para lograr un cambio estructural, el cual solo se produciría a
partir de la modificación de la relación de fuerza entre clases y fracciones de clase que preexistía al golpe.
Los objetivos propuestos fueron:

1) reestructurar la relación entre el capital y el trabajo asalariado, incrementando la rentabilidad


empresaria al provocar una fuerte caída del salario real y un incremento en la productividad obrera.

2) armonizar el desarrollo entre campo e industria mediante la quita a esta última de los beneficios
adquiridos y de la restitución al primero de parte del poder político perdido.

3) reestructurar las relaciones empresariales dentro de la industria mediante una fuerte concentración de
los ingresos destinada a mejorar la eficiencia del sector.

4) fusionar a las cúpulas de las diferentes fracciones del capital provocando una gran concentración
económica y acrecentando el poder económico y político de un nuevo actor social: el capital financiero.

A pesar de la oposición del sector empresarial, el gobierno logró modificar sustancialmente la relación de
fuerzas vigente.

Las medidas implementadas

Cambios en la relación entre el capital y el trabajo asalariado

Una de las primeras medidas fue una fuerte caída del salario real, casi la mitad. Fue tan sustancial que el
mismo MdH reconoció que se habían eliminado a los salarios como factor de futura inflación (a costa del
terrorismo, obvio). Además de que la inflación siguió en escena, ya que se debe, según Peralta Ramos, a la
lucha entre sectores empresarios.

Búsqueda de armonía entre fracciones del capital


Suprimida la clase obrera del escenario político, el equipo económico centro el peso de la lucha
antiinflacionario sobre otro actor responsable de la misma: el empresariado industrial. En opinión del
gobierno, “el proteccionismo se transformó tanto en una protección para su desarrollo, como para el
mantenimiento de un poder de decisión sobre los precios”.

Dentro de su perspectiva, los subsidios fueron posibles gracias a los gravámenes impuestos al agro y
provocaron traslaciones de ingresos de uno a otro. Según MdH, había que impedir que el costo del
desarrollo industrial recayese sobre las espaldas del sector agropecuario. Para restituirle el poder perdido a
este último, una de las primeras medidas fue la eliminación del tipo de cambio diferencial, así quitó el
subsidio que por este concepto recibían las importaciones y exportaciones de ciertos sectores industriales.
Paralelamente, las retenciones a las exportaciones agropecuarias y el tipo de cambio especial fueron
eliminados. Además, se le liberaron los precios de sus productos.

La reforma arancelaria pretendió inundar el mercado interno de productos importados más baratos que los
conseguidos localmente, lo cual obligaba a las empresas industriales a disminuir precios y aumentar la
eficiencia. Esto implicó de hecho un aumento de la concentración del capital y la consiguiente eliminación
de la pyme que había prosperado amparada en la protección arancelaria.

La reforma financiera de 1977 consistió en la descentralización de los depósitos bancarios, la liberación de


las tasas de interés y la promulgación de una ley de entidades financieras. Con esto, buscaban, en el corto
plazo, que sirviera como mecanismo de control inflacionario al poner fin al crédito subsidiado,
obstaculizando la posibilidad de acumular stocks y de provocar un mercado negro de los principales
productos industriales. Es decir, intentaban controlar las prácticas especulativas del sector industrial.
Además, buscaba modificar las causas estructurales de la inflación reestructurando la relación de fuerza
entre fracciones del capital: al provocar una fuerte traslación de ingresos hacia el sector financiero y
aumentar el grado de concentración de la economía en su conjunto, esta medida pretendía incrementar el
poder económico y político del capital financiero. Sin embargo, hacia finales de 1978 todavía no habían
podido desarticular a ciertos sectores industriales, que se habían vuelto aún más concentradas y, por ende,
con aún más poder de determinación de precios.

En diciembre de ese año, el gobierno modificó su política cambiaria e introdujo “la tablita”: un sistema de
incrementos planificados de la tasa de cambios siempre por debajo de la inflación.

Los efectos de la política económica

Sector financiero: Al tiempo que el número de entidades financieras creció considerablemente, se verificó
una drástica concentración del capital en el sector financiero. Las condiciones en que desarrollaban sus
actividades permitieron que todos los segmentos obtuvieran sustanciales ganancias. Surgió así una división
muy clara: por un lado, los bancos y las entidades financieras con acceso a los mercados financieros
nacional e internacionales y, por el otro, los que sólo podían acceder al mercado local. Los clientes del
primer grupo fueron las grandes empresas con vínculos en el exterior. El segundo grupo dependía de los
recursos financieros obtenidos localmente y se especializó en empresas locales sin vínculos en el exterior.

Sector industrial: Las formas en que se aplicaron estas políticas acá (teniendo en cuenta la diferenciación
dentro de la misma) fueron: 1) un reducido núcleo de ramas productoras esencialmente de bienes
intermedios permaneció con una alta protección en este período; estas registraron crecimientos en la
producción, en la productividad y en las ganancias; a este sector pertenecían las grandes empresas con fácil
acceso al crédito externo. 2) un grupo constituido por la mayoría de las ramas industriales sometido se vio
cada vez más a la competencia de los productos importados; este grupo no tenía tan facil el acceso al
crédito externo y registraron caídas en la producción, inversiones y ventas.

Para muchas empresas que carecían de vínculos con el sector financiero, un recurso fue la asociación con
alguno de ellos; otro fue transformarse en importador y proveedor de bienes que antes se producían
localmente. Muchas compañías redujeron su actividad al mínimo a la espera que cambie la política, otras se
fusionaron. Obvio, las principales víctimas fueron las pymes.

Otra consecuencia de la reforma arancelaria fue el aumento del control oligopólico ejercido en estos
sectores de capital intensivos por determinadas empresas, la mayoría de las cuales tenían distintos vínculos
con el capital extranjero.

Básicamente, el elemento decisivo para comprender la evolución de los distintos sectores de la industria
fue su tipo de inserción en el sistema financiero local y su grado de acceso al mercado financiero
internacional. Se constituyeron así numerosos grupos en abierta competencia por la apropiación de los
recursos que llegaban al sector financiero. Dentro de estos se produjo una clara polarización: por un lado,
el sector financiero más poderoso, con acceso al crédito externo y vinculados a las grandes empresas que
controlaban las ramas de la industria que permanecían con alta protección arancelaria y recibían subsidios
fiscales; por el otro, los grupos económicos controlados por bancos nacionales. La capacidad de acceder al
crédito externo más barato sumado a la posibilidad de mantener la protección arancelaria y los distintos
tipos de subsidios fiscales existentes fueron los factores determinantes de la concentración del capital.

Sector agropecuario: pese a la mejora de los precios relativos durante el primer año de gobierno, las
consecuencias de la reforma financiera también lo afectarían, en particular, a la pyme rural sin conexión
con el sistema financiero.

La desestabilización del Proceso

El escenario estaba totalmente ocupado por grupos económicos confrontados. La sustitución de la


inversión productiva por la especulación financiera erosionaba peligrosamente la estabilidad política del
régimen. La especulación financiera, sumada al impacto de la política cambiaria sobre la producción para la
exportación, había alienado progresivamente el apoyo dado al gobierno por importantes sectores sociales
y, en particular, por el campo.

Por otra parte, la posibilidad de un inminente cambio político estimuló la especulación financiera, que dio
lugar a un crecimiento explosivo de la deuda externa e interna y a la fuga de capitales. Ante esta situación,
el gobierno recurrió a dos medidas extremas: el endeudamiento externo de las empresas públicas y una
activa intervención en el mercado financiero.

La deuda externa y la crisis del sistema financiero

El fuerte crecimiento del endeudamiento privado externo puso de manifiesto la integración del mercado
financiero local con el internacional como consecuencia de la política financiera y cambiaria vigente en el
período. A su vez, el gran endeudamiento del sector público reflejó la voluntad del gobierno de sustituir el
financiamiento interno de las empresas públicas por financiamiento exterior. Con esto se pretendía
disminuir la presión que sobre la tasa de interés interna ejercían las necesidades de financiación de las
mismas. Sin embargo, en la medida en que la crisis financiera de 1980 provocó una creciente fuga de
capitales, el endeudamiento cobró otro significado.

Socialización de la deuda privada

La nueva administración (Viola) intentó desarticular la política de MdH: optó por una sistemática
devaluación, restableció la dualidad del mercado cambiario, aumentó los gravámenes a las exportaciones
agropecuarias y creó una comisión especial destinada a reexaminar los efectos de la reforma arancelaria. El
período se caracterizó por una intensificación de la lucha entre grupos económicos y fracciones del capital a
fin de imponer sus respectivos intereses por encima del resto. Había, sin embargo, un común denominador
en los reclamos empresariales: la liquidación de la deuda privada. Respondiendo a estos, el gobierno
anunció un plan destinado a refinanciar el 50% de la deuda del sector industrial y 40% del agropecuario.
Pese a esto, el gobierno no logró que el sector privado saneara su situación e invirtiera productivamente.
Por el contrario, la especulación continuó en el mercado financiero y en el cambiario.

UNIDAD IV. 1983- 1989. La “transición a la democracia” y las “herencias” de la dictadura:


violaciones a los DDHH, la política y la economía
Peralta Ramos: “Los principales desafíos políticos durante la gestión del gobierno radical”

La promesa de un desarrollo económico basado en una distribución equitativa del ingreso fue un tema
importante durante la campaña electoral del radicalismo. Esta problemática, sin embargo, se mantuvo
subordinada a otras directamente vinculadas a la necesidad de restituir credibilidad al discurso de la
política y legitimidad a los valores e instituciones. En primera instancia se trataba de reafirmar los principios
y normas de convivencia establecidos por la Constitución De 1853 y de reestructurar el papel de las
instituciones democráticas. Era necesario volver al estado de derecho, castigar a los culpables de las
violaciones de los derechos humanos, establecer un límite al poder de las corporaciones y garantizar la
libertad de expresión y de participación ciudadana. El inesperado éxito de esto demostraría que la
propuesta respondía efectivamente a las necesidades de la mayoría.

Los sindicatos

En aquel momento, el peronismo sindical era controlado por los grupos del poder que habían prevalecido
en 1976, concretamente, el vandorismo, con Lorenzo Miguel a la cabeza.

De la confrontación inicial a la búsqueda de un consenso posible

La derrota electoral precipitó al peronismo a una aguda crisis política. Lorenzo miguel se vio obligado a
renunciar a la vicepresidencia del partido y perdió buena parte de su poder político. Por un lado, surgió una
tendencia renovadora que, enfrentándose a la ortodoxa, controlada por la extrema derecha, pretendía
democratizar la estructura política del peronismo. Por otro lado, proliferaron las facciones sindicales en
abierta pugna por el control del movimiento obrero organizado. Frente a esta situación, el gobierno radical
envió al Congreso un proyecto de ley de reordenamiento sindical. Este pretendía modificar los criterios y
métodos de selección de dirigentes que regían, poniendo en cuestión algunos de los factores que
sustentaban el poder de los jerarcas sindicales. La nueva ley proponía que la elección de los delegados de
base precediese a la de los otros niveles de conducción. A su vez, la rotación de las conducciones debía
realizarse en forma escalonada y hacia arriba, a modo de garantizar la capacidad de decisión de las bases;
se redujo el tiempo de mandato y establecía la obligatoriedad de la participación de la minoría en las
comisiones directas, voto secreto y obligatorio controlado por la Justicia electoral.

Era obvio que este proyecto iba a tener oposición y así fue. Por lo tanto, en marzo de 1984 afrontaba el
surgimiento de una incipiente conducción sindical unificada que pretendía recuperar credibilidad ante las
bases y del dirigente Saúl Ubaldini que había logrado destacarse y ganar espacios de maniobra política.

El peronismo carente de cohesión política y con la estructura sindical dividida y enfrentada, había
encontrado un camino para recuperar su identidad: la oposición frontal al gobierno. Y este había
equivocado su táctica: en lugar de proyectar alguna variante de concertación con el peronismo, eligió
entablar una batalla inmediata y frontal contra la derecha sindical, terreno donde la derrota era previsible.

En lugar de lograr la concertación con el peronismo o los sindicatos, el gobierno se encontró aislado y
enfrentado por una coalición inédita: desde los sectores más poderosos del campo y la industria hasta la
CGT enfrentaban la política económica.

El fraccionamiento sindical y político del peronismo


El nuevo equipo económico propugnó otra instancia de concertación con los sindicatos y los empresarios: la
Conferencia Económica y Social. A partir del impacto inicial del Plan Austral y de los resultados de las
elecciones parciales de noviembre de 1985, el gobierno recuperó la iniciativa política. Aunque, en efecto,
como el Plan Austral congeló una estructura de precios relativos claramente desfavorable para los
asalariados, muy pronto la coalición entre empresarios y sindicalismos empezó a deteriorarse.

Independiente de las razones de los resultados electorales, lo cierto es que los mismos habrían de
profundizar la división del peronismo. La confrontación se produjo básicamente entre la tendencia
“ortodoxa”, que respondía a la derecha sindical, y otra “renovadora”, que quería modernizar y volver más
democrático al peronismo eligiendo sus autoridades mediante el voto directo y secreto de los afiliados.

Después de las elecciones parlamentarias, y ante la evidencia de la caída del salario real, la CGT inició una
estrategia de confrontación sistemática. Ya había realizado su primer paro general en septiembre del año
anterior. Siguieron en aumento. En 1986 se realizó el Congreso Normalizador de la CGT, que designó a
Ubaldini como secretario general y consagró una estructura gremial dividida en, por lo menos, cuatro
grandes corrientes internas de peso equivalente.

Las razones de este fraccionamiento son:

1) la violenta represión desatada durante la última dictadura no solo barrió a la mayoría de los cuatros
medios, sino que tampoco perdonó a buena parte de la jerarquía sindical; es decir, desarticuló una
estructura gremial en la que prevalecía el vandorismo, facilitando la posterior emergencia de diversas
facciones sindicales.

2) Lo anterior, facilitó el desafío a la autoridad luego del fracaso electoral del peronismo en 1983. Esta
derrota precipitó la pérdida del control de la estructura sindical por parte de las 62.

3) la derrota de la derecha gremial, sumada al proceso de democratización sindical, iniciado por el gobierno
constitucional, posibilitó el crecimiento de numerosas tendencias internas y brindó un marco favorable
para el desarrollo del cuestionamiento de las bases obreras a las conducciones. Este corte al interior de sus
propios gremios, les dificultó el predominio a nivel nacional

4) la división del peronismo luego de la derrota electoral de 1983

A partir de 1988, con el triunfo de Menem en las elecciones internas, la tendencia renovadora fue víctima
de su incapacidad tanto para diferenciarse del gobierno como para desarrollar un mensaje atractivo para la
clientela electoral del peronismo.

La fragmentación sindical puso en evidencia la debilidad política del movimiento obrero. Asó como la clase
obrera no pudo ejercer un rol central en la caída del Proceso, tampoco contribuyó en forma determinante a
la desestabilización del gobierno radical. El colapso de la relación entre ambos se explica por la política
económica oficial. La contradicción entre lo que el radicalismo prometió en campaña y lo que
efectivamente hizo contribuyó a la pérdida de credibilidad. En estas condiciones, un acuerdo con los
sindicatos fue imposible.

Los militares

El procesamiento judicial de las FFAA acusados de haber cometido violaciones de los DDHH fue uno de los
compromisos asumidos por la UCR en la campaña. Esto, conjuntamente con el anunciado propósito de
recortarles el presupuesto y quitarles autonomía sometiéndolas a la autoridad del poder civil, habría de
hacer cundir la inquietud entre los distintos sectores militares una vez conocido el resultado electoral.

La estrategia radical para enjuiciar a los militares


El gobierno promulgó dos decretos que disponían someter a juicio sumario ante el Consejo Supremo de las
FFAA a los integrantes de las tres primeras juntas militares del Proceso y promover acción legal contra los
más altos dirigentes de las ex organizaciones guerrilleras Montoneros y ERP.

En los primeros meses de 1984, el gobierno enfrentó el problema del enjuiciamiento a partir de una política
basada en la necesidad de distinguir la responsabilidad individual de la institucional. De ahí, la intención
oficial era que los propios militares se auto depurasen, mediante una sanción ejemplar aplicada a los
principales responsables de la dictadura. Pero esta táctica quedaba encerrada en una paradoja: para
autodepurarse, los militares tenían que de alguna manera reconocer la ilegitimidad de lo actuado
institucionalmente. Esperar esto en esa época era una utopía.

Sucesivos fracasos de la política oficial

El primer revés a la política oficial provino del Congreso. Al aprobarse la Ley de Reforma del Código de
Justicia Miliar en 1984, la oposición parlamentaria logró introducir la frase “excepto cuando el delito en
cuestión consistiera en la comisión de hechos atroces y aberrantes”. A partir de ahí, el tema de la
responsabilidad de todos los niveles jerárquicos militares en la comisión de hechos violatorios se
transformó en el centro de la disputa y un elemento potencialmente desestabilizador del régimen
democrático.

Hacia fines de 1984, se produjo el pronunciamiento del Consejo Supremo de las FFAA avalando los
procedimientos empleados durante la “guerra antisubversiva”. Los primeros meses de 1985 se
caracterizaron por una tensión creciente que culminó con una crisis militar en abril, la cual se originó
cuando iniciaba el juicio oral y público.

El fallo de la Cámara Federal donde se desestimaba que hubiese una situación de guerra que justificase la
degradación de los valores fundamentales, intensificó el malestar en las FFAA. La creciente tensión derivó
en la sanción de la Ley de Punto Final. Se trataba de una amnistía encubierta, por cuanto que, a partir de la
extinción de la acción penal, los autores de delitos aberrantes jamás podrían ser juzgados o condenados
por terribles que hubiera sido.

Desenlace de la crisis militar

El alzamiento militar en Campo de Mayo en abril de 1987 sería impulsado por la negativa de un mayor del
Ejército a presentarse a declarar. Los sublevados, comandados por Aldo Rico, reclamaban el fin de los
juicios, el desplazamiento de la cúpula militar y aumentos de sueldo para todo el personal militar. Si bien
eran pocos oficiales, se transformó en una crisis de envergadura al negarse la cúpula militar de las tres
fuerzas a reprimirlo.

El punto culminante del conflicto sería en Pascuas de ese mismo año. Todos los intentos pacíficos de
solución habían fracasado y el presidente no había logrado que las FFAA lo reprimieran. Igual una cosa era
clara: por primera vez en la historia contemporánea, ante una amenaza de Golpe de Estado, el pueblo
entero expresaba su repudio a los sublevados y su apoyo a la democracia. El gobierno con el pueblo
movilizado tenía la posibilidad de imponer su propia agenda militar. El mismo domingo de Pascuas se
reunió con los altos mandos del Ejército, pero dijo que “no había negociado nada”. Sin embargo, pocos días
después envió al congreso el proyecto de la Ley de Obediencia Debida. Uno de los límites de esta es que
atentaba contra el principio de igualdad ante la ley, ya que los militares gozarían del beneficio de la
presunción de inocencia. Una vez aprobada la ley, no solo que, bajo la credibilidad en el gobierno, sino que
constituyó una victoria para los militares que, conscientes ahora de su poder, renovaron la presión sobre el
poder civil para lograr una amnistía general que incluyese a los ex comandantes ya sentenciados.

“La democracia al borde del abismo”


La desintegración del gobierno radical

La coyuntura económica

El Plan Primavera (agosto 1988), que estaba basado en la concertación de precios entre el gobierno y los
sectores más concentrados de la industria, recibió el respaldo del Banco Mundial. La licitación de dólares
por parte del BCRA a fin de mantener bajo control el valor del dólar en el mercado paralelo, otro
componente central del plan. Evitando la especulación con el tipo de cambio, podría mantener el valor de
la divisa en un valor aceptable. Esto se complementaba con las altas tasas de interés para atraer capitales al
mercado financiero. Sin embargo, la especulación volvería a florecer.

El objetivo era asegurar una tregua de precios que le permita llegar a las elecciones con una coyuntura
controlada. La continuidad de este plan dependía de la existencia de un flujo permanente de divisas
destinado a alimentar al mercado local y a mantener bajo el dólar. A comienzos de 1989, este esquema
comenzó a entrar en crisis. Para esta fecha, la economía dependía de las reservas del BCRA y la esperanza
del desembolso del crédito del BM. Si bien se había logrado reducir la inflación, la sobrevaluación
progresiva de la moneda local frente al dólar y el mantenimiento de altas tasas de interés, tuvo como
consecuencia un fuerte crecimiento de la deuda interna. El inminente agotamiento de las reservas y la
creciente desconfianza sobre el resultado electoral puso en jaque los planes oficiales.

En un principio, Sourrouille le quitó importancia a la corrida cambiaria. Ratificando la continuidad del plan,
sostuvo que la inflación estaba bajo control y restó importancia al “pequeño” mercado paralelo. A finales
de febrero, concluyen que la suba del dólar se debía a la falta de vendedores de divisas. La existencia de un
dólar bajo para las exportaciones frente a un dólar en estampida en el mercado libre, indujo a los
exportadores a no liquidar sus divisas. Para motivarlos, el gobierno permitió a todos los exportadores
liquidar el 20% de sus divisas en el mercado libre, manteniendo al mismo tiempo los otros dos mercados
para que liquidasen distintas proporciones de sus divisas.

En este contexto, el BM suspendió la entrega de los 550 millones de dólares “prometido” desde
septiembre, porque Argentina no había cumplido con otros compromisos.

El impacto de la devaluación y la estampida del dólar repercutieron sobre los precios de los productos de
alimentos exportables, pero el ministro insistía que la inflación estaba bajo control. En estas circunstancias,
la UIA anunció su abandono del acuerdo de precios por discrepar con la política cambiaria del gobierno. De
acá en más se iniciaría una puja despiadada entre grupos económicos y segmentos más poderosos del
capital a fin de ganar posiciones, tanto en lo económico como lo político. El circulo vicioso de la estampida
del dólar seguida de la vorágine de precios expresaba la lucha entre los principales grupos económicos por
incrementar su cuota de poder. Estos grupos presionaban al gobierno y a los partidos a fin de imponer
medidas económicas tendientes a satisfacer intereses sectoriales y dar un rumbo a la política económica
que les sea favorable. Ya no se trataba del “campo o industria” pre- plan primavera. Al igual que lo ocurrido
durante el fin de la gestión de MdH, se acrecentó la fragmentación y dispersión del sector empresario: por
un lado, los grupos vinculados al negocio de la exportación; por el otro, los grupos que dependían del
mercado interno y los subsidios.

Por encima de esto, comenzó a escuchar una voz que pretendía aglutinar a todos: el Grupo de los Ocho,
constituido por las ocho empresas más grandes del país, pertenecientes a la producción, comercio o
finanzas, aunque este último hegemonizaba. Propugnaban la vigencia de un mercado de cambios libre, la
eliminación de los reembolsos y subsidios para las empresas, la disminución de los niveles arancelarios, la
triplicación de los niveles de tarifas, el aumento de la presión impositiva, corrección salarial y subsidios para
las familias más necesitadas y un dólar libre, pero con retenciones para los exportadores (plan elaborado
por Krieger Vasena y Roberto Alemann).

La gestión de Pugliese
El nuevo ministro decidió inducir a los exportadores a liquidar sus divisas, a fin de atenuar otra corrida
sobre el dólar. Para ello repitió el esquema utilizado previamente, pero aumentando a 50% la proporción
de divisas que podían ser cambiadas en el mercado libre. A pesar de la magnitud de la devaluación, la
situación no se modificó. Cediendo finalmente a las presiones del Grupo de los Ocho y el sector exportador,
el 13 de abril unificó el mercado de cambios para la liquidación de las divisas provenientes de todas las
operaciones comerciales y financieras. Igual mantuvo las retenciones. Sumado a esto, para paliar el déficit,
aumentaron las tarifas e intentaron mejorar la recaudación impositiva. La situación de la propia población
se estaba tornando explosiva.

El nuevo plan dejaba entrever la existencia de fuertes presiones por parte de poderosos sectores
industriales. A pesar de tener por ese entonces un alto tipo de cambio real para exportaciones e
importaciones, el plan conservaba la protección arancelaria.

La situación económica en vísperas de las elecciones

El gobierno llegó a las elecciones del 14 de mayo con una situación económica muy comprometida. Se
registraba una de las mayores caídas del poder adquisitivo, siendo este menos de la mitad del salario real
de 1983. El sistema financiero estaba por colapsar, debido al aumento de las tasas de interés y la no
renovación de depósitos en australes. Se había producido una virtual eliminación del sistema de precios en
australes por la espiral inflacionaria, agravada por el desabastecimiento, la acumulación de stocks y el
cierre de empresas en distintos niveles de la cadena de producción. El sector exportador cosechaba el éxito
de la sistemática presión ejercida sobre el mercado de cambios a principio de año.

A esto, hay que sumar el déficit fiscal creciente, la virtual bancarrota del Estado por su incapacidad de
recaudar impuestos.

La coyuntura política

Los sindicatos

Desde fines de 1987, el Congreso apoyó a este sector con una serie de leyes que les permitirían recuperar
la base de poder perdida con la dictadura. La Ley Patrimonial de la CGT por la cual el Estado se hacía cargo
de las deudas contraídas por la central obrera; la Ley de Convenciones Colectivas de Trabajo en función de
la cual se devolvió a los gremios la posibilidad de negociar paritarias. En abril de 1989 se sancionó la Ley de
Asociaciones Profesionales que permitía a sus dirigentes ser reelectos y volvía a consolidar el sistema del
sindicato único por actividad a nivel nacional.

El avance de los sectores sindicales más próximos a Menem intentó ser contrarrestado por una alianza
entre el ubaldinismo y un sector ortodoxo liderado por Lorenzo Miguel. El grupo de los 20 pretendió
mantenerse equidistante de ambos sectores.

Iniciada la campaña electoral, las distintas tendencias del sindicalismo dejaron en un segundo plano sus
diferencias para unificar fuerzas para derrotar a la UCR. Asimismo, la CGT suspendió todo tipo de acción
directa de carácter reivindicativo. Consciente de la mala imagen que el sindicalismo tenía entre vastos
sectores de la clase media, la CGT pretendía así evitar la pérdida de votos que podría acarrear una situación
gremialmente conflictiva en vísperas de las elecciones.

Como consecuencia de las políticas económicas se produjo un acelerado empobrecimiento de la población,


sobre todo en zonas urbanas. Esta situación engendró una realidad nueva en el país: la existencia de
sectores marginales, que no estaban encuadrados en el sistema social y tampoco accedían a los beneficios
sociales. Estos sectores no se sentían representados ni por los sindicatos ni por los dirigentes políticos. Sin
embargo, constituyeron la principal base de apoyo de Menem en las internas del PJ.

Los militares
En diciembre, un levantamiento liderado por el coronel Seineldín, líder de los “carapintadas”, puso en jaque
al gobierno. Exigían el indulto a todos los militares, incluyendo a los sublevados al mando de Rico en
Semana Santa del 87. Esta crisis fue negociada en detrimento de la credibilidad del radicalismo, los
sublevados entregaron las armas a cambio de la promesa de que sus demandas serían tenidas en cuenta,
no se tomarían represalias en su contra y se desplazaría al jefe del Ejército, ya que le cuestionaban su
desempeño en Malvinas. Pocos días después se concretaba esto.

A finales de enero de 1989, un grupo de personas se apoderaron del Regimiento de Infantería Motorizada
de La Tablada. Esto fue contenido por los efectivos de la guarnición en una intensa lucha. El presidente
consideró necesario recurrir al Ejército, y luego de tres días de heridos, muertos y desaparecidos, se
contuvo la situación. Los atacantes se definieron como miembros del Movimiento Todos por la Patria y
dijeron que su acción fue motivada por la necesidad de alertar sobre un inminente golpe.

Los mandos del Ejército compartían el reclamo de inmunidad para los procesados por su actuación durante
la dictadura, pero pretendían sancionar a los sublevados del 87, 88 y 89.

El desenlace electoral

Luego del contundente triunfo electoral de Menem, la aspiración de Alfonsín fue llegar a la transición,
convirtiéndose en el protagonista del primer traspaso de un presidente civil a otro en los últimos 61 años.
Menem, por su parte, no tenía apuro y pretendía que el radicalismo resolviera la cuestión militar y
económica antes de la transmisión de mandos.

Por ese entonces, la espiral dólar-precios adquirió un nuevo ritmo y el país vivió acontecimientos inéditos:
saques de más de doscientos supermercados y negocios en las ciudades más importantes del país. Esto dio
cuenta del dramático empobrecimiento de la población.

El anuncio de la designación de Mor Roig como ministro de Economía fue seguido por el nombramiento de
un gabinete compuesto en su mayoría por empresarios o políticos extrapartidarios. Lo más significativo
sería la preeminencia de miembros de la derecha “liberal”, acérrimos adversarios del peronismo. Menem
justificaría estas decisiones en el “aggiornamiento de nuestra ideología y nuestros principios”.

Los sectores más concentrados de la industria se habían lanzado a remarcar precios para hacerse un
“colchón” que les permitiese absorber el impacto de la futura política económica del nuevo gobierno

Hacia un aggiornamiento del peronismo

El Plan Bunge y Born: un intento de hegemonía rápidamente cuestionado

Entre las primeras medidas, se anunció el mantenimiento del nivel de retenciones para todas las
exportaciones, la derogación de las restricciones existentes a la Ley de Inversiones Extranjeras,
estableciendo así la igualdad de tratamiento entre el capital nacional y el extranjero orientado a actividades
productivas; otra medida importante fue el anuncio de la privatización de empresas estatales productoras
de bienes y servicios.

El gobierno propuso a los empresarios un acuerdo de precios que duraría 90 días, que se basaría en el
compromiso de mantener durante la emergencia los precios vigentes al nivel que tenían en términos reales
en agosto de 1988. Asimismo, decretó precios máximos a algunos productos alimenticios.

El nuevo plan económico pretendía introducir reformas estructurales, destinadas a eliminar los subsidios y
la especulación financiera y cambiaria, y a privatizar. Por primera vez en muchos años, un ejecutivo de uno
de los grupos empresarios más poderoso buscaba desde el gobierno, imponer sacrificios al resto de sus
pares, y controlaba la política económica de un gobierno peronista llegado al poder en base a promesas
populistas. Este grupo económico contaba con el respaldo del sector exportador y en particular, las
multinacionales cereales.
La primera reacción a los anuncios oficiales fue positiva. Las tasas de interés descendieron. Sin embargo, el
descontrol inflacionario dejaba trascender la resistencia de ciertos sectores a la suspensión de subsidios y a
la cancelación de las prebendas obtenidas en los contratos con las empresas del Estado. En este contexto,
la hiperinflación de julio superó todo lo acontecido en esta materia en los meses anteriores.

A los seis días de asumir, fallece el ministro. Lo reemplaza Rapanelli. Una vez en funciones dejó en claro que
la política de precios se haría más flexible, contemplando las demandas de los distintos grupos
empresarios. Conservarían las tasas de interés en términos aceptables para ellos. estos Por su parte se
comprometían a no trasladar a los precios las mejoras salariales por aumentos de la productividad y
asegurar un abastecimiento normal para la totalidad de sus productos. Muy pronto algo quedaría en claro:
los empresarios industriales habían logrado imponer sus demandas de no retrotraer los precios al 3 de
julio, en su lugar se basaban en los precios existentes al momento de la firma del acuerdo.

Paralelamente y en un intento de neutralizar la posibilidad de nuevos saqueos de Comercio, el Gobierno


instituyó un “Bono nacional solidario de emergencia” para los sectores más pobres de la población.

En agosto, se aprobó la ley de emergencia económica, pero en lugar de suspender por tiempo indefinido
los subsidios industriales, solo se suspendió la mitad por tres meses. A su vez, la ley de reforma del Estado
concedió la preferencia de comprar las empresas públicas que se iban a privatizar a los proveedores de
esos mismos entes estatales.

A raíz de estos triunfos parciales, el acuerdo en materia de precios fue respetado y la inflación se redujo
drásticamente.

A pesar de las múltiples resistencias locales, el FMI no acepto modificar su proyecto de reforma impositiva.
en esas circunstancias el ministro de economía decidió poner bajo su directo control al organismo
destinado a la recaudación de impuestos: la Dirección General impositiva. para ello debió romper la
estructura de su Ministerio y sacar a esta dirección de la jurisdicción de la Secretaría de Hacienda a la cual
había pertenecido tradicionalmente. esta medida dejaba a la Secretaría sin ente recaudador, sin control
sobre los recursos del Estado ni sobre la aplicación de la futura reforma tributaria.

A fines de octubre contrariando la opinión del secretario de Agricultura y ganadería, Felipe Solá, el ministro
y el presidente del Banco Central anunciaron la suspensión de los avales dados a la Junta nacional de
granos para la compra anticipada de trigo.

La política monetaria frente al influjo de la lucha entre grupos económicos

El programa económico nació con reservas casi nulas y sin apoyo financiero externo. según la perspectiva
oficial, el drástico ajuste de las tarifas y los impuestos a los combustibles y al comercio exterior permitirían
un ajuste fiscal y la re monetización de la economía a fin de financiar las compras de las reservas
internacionales del Banco Central.

la gestión de Javier González Fraga, primer presidente del Banco Central del Gobierno de Menem, estuvo
marcada casi desde el inicio por un progresivo enfrentamiento con distintos sectores económicos y en
particular con el grupo Bunge y Born. Una de las primeras medidas adoptadas fue la suspensión de la
prefinanciación de exportaciones.

La decisión de vender cantidades ilimitadas de letras en dólares fue reforzada por la creación de una mesa
de dinero en el propio Banco Central destinada a operar con divisas. Se dio así la paradoja de que en forma
simultánea que se iniciara nuevamente la especulación con el tipo de cambio, el Banco Central ofrecía
cantidades ilimitadas de dólares baratos a través de la colocación de letras dolarizadas. Como consecuencia
de estas medidas a principios de noviembre se produjo un rebrote especulativo de dólares que en solo dos
días pasó de 655 a 850 australes por dólar.
Los anuncios de Rapanelli no calmaron la plaza cambiaria. la brecha entre el dólar libre y el oficial que hacia
finales de octubre era el 10%, a finales de noviembre llegaba al 56%. En estas circunstancias el Banco
Central decidió bajar las tasas de interés, precipitando con ello otra corrida sobre el dólar qué habría de
culminará con la renuncia del presidente del Banco Central por pedido del ministro de economía.

Nuevo plan económico: hacia una guerra de todos contra todos

Rapanelli fue reemplazo por Erman González. Una de sus primeras medidas fue la rectificación de las dos
políticas que rebalsaron la oposición al plan de Bunge y Born. Dejó sin efecto el aumento de las retenciones
a las exportaciones, y si bien mantuvo la reprogramación en dos años del pago de los bonos de la deuda
interna, estoy comprometido a cancelarlos a sus vencimientos originales si hubiese un superávit de las
finanzas del Estado. anunció el establecimiento de un mercado único de cambios, la eliminación de todas
las regulaciones a la compra y venta de divisas y la reimplantación del sistema de prefinanciación de
exportaciones. estas medidas fueron muy bien recibidas por el grupo de los ocho.

esta especulación en el mercado cambiario persistió. una de las consecuencias inmediatas de la liberación
de los mercados fue la fuerte caída de la tasa de interés y una inicial caída en la cotización del dólar. sin
embargo, la caída de las tazas sumada a la renuncia de los exportadores a liquidar sus divisas revirtió En
una nueva estampida sobre el dólar.

Al canjear de forma obligatoria los depósitos a plazos fijos por Bonex 89, el Gobierno efectivamente sacó de
circulación un volumen de austral es muy importante y transformó la deuda interna en deuda externa. un
efecto importante de esta medida fue la licuación de la deuda pública interna, la magnitud de la misma
dependería del valor de paridad de los Bonex. el principal efecto de esta política fue el agudizar la lucha
entre las grandes empresas industriales y los bancos. El objetivo de esta pugna sería precisamente la
transferencia de ingresos a favor de uno u otro sector empresario, al amparo del nuevo marco financiero
establecido por el canje obligatorio de los depósitos a plazo fijo por Bonex 89. los grandes grupos
industriales pretendían que el Gobierno les permitirse cancelar sus créditos pendientes con Bonex al 100%
de su paridad.

Asimismo, los bancos, que eran los principales poseedores de los títulos de la deuda interna, pretendían
canjearlos también por Bonex. Como sus títulos de la deuda se habían depreciado mucho en los últimos
meses, al canjearlos por bonos dolarizados mejorarían su posición deudora frente al gobierno, pues con
este canje podían duplicar el valor de mercado de sus títulos.

Para compensar los efectos de estas medidas, el gobierno concedió a los grandes grupos económicos la
posibilidad de abonar el total de los impuestos en mora con Bonex. Ello implicaba que estos grupos podían
comprar en el mercado a los pequeños ahorristas a 45 centavos de dólar y usarlos para pagar los impuestos
atrasados por un valor equivalente a 100. Era la concesión de otro subsidio. Esto reforzo el poder de
ciertos bancos. En lugar de terminar con la patria financiera, como había anunciado el ministro, permitió
reforzar el poder del sector bancario más poderoso.

A 6 meses de asumido el Gobierno, el programa económico se debatía en una crisis sin fin aparente. el
intento de imponer desde el Gobierno la hegemonía de un grupo económico sobre los demás y de impulsar
reformas estructurales orientadas a recordar los subsidios y prebendas del Estado había naufragado
estrepitosamente. durante el primer año, la lucha interempresaria fue incorporada al propio gabinete
nacional. los grupos más poderosos tenían sus representantes ahí dentro y este se transformó en una caja
de resonancia de presiones de otro tipo. la intensidad de la lucha política por la apropiación de ingresos
entre poderosos sectores económicos tuvo como telón de fondo la creciente frustración de las expectativas
de los sectores populares que habían votado al peronismo.

La coyuntura política
El triunfo electoral de Menem fortaleció a la mesa de enlace, principal vocero del menemismo sindical. en
búsqueda de una mayor cuota de poder en el próximo Gobierno, sectores desprendidos de otros
nucleamientos Se incorporaron. Muy pronto se hizo evidente que el futuro ministro de trabajo sería un
dirigente del grupo de los 15, el sector hegemónico dentro de la mesa de enlace. este grupo inició una
campaña para desplazar a ubaldini de la CGT.

Ajuicio de la CGT, el pacto firmado entre el Gobierno y los empresarios para mantener estables los precios
no hacía más que legalizar las ganancias extraordinarias acumuladas por las empresas desde que Menem
anunciará su gabinete. de este modo, desautorizaba al Gobierno, quién pretendía presentar al pacto como
un ejemplo de Justicia distributiva.

La división Del sindicalismo habría de profundizarse en los meses siguientes al estallar numerosos conflictos
obreros, motivados por la caída salarial y por las amenazas de despidos masivos ante la anunciada
privatización De las empresas estatales. la CGT de ubaldini habría de apoyar los paros y la CGT de andreoni
se opondría. El Gobierno declaró ilegal y amenaza con despedir a los obreros que no reiniciarse de
inmediato sus tareas. las amenazas del Gobierno no hicieron mella y bien pronto empezaron a proliferar los
conflictos gremiales especialmente en el área de servicios.

En este clima de tensiones, se realizó el acto por el día de la lealtad en el que Menem sería el único orador.
Presagiando lo que ocurriría, Lorenzo Miguel instó a su gremio metalúrgico a concurrir. el acto determinó
un fracaso para el Gobierno. No sólo la concurrencia fue muy poca, sino que además buena parte de los
asistentes se retiraron en forma ostensible al poco tiempo de iniciado el discurso del presidente.

El descontento popular con un Gobierno que traicionaba las promesas electorales y se demostraba incapaz
de revertir la situación económica afloraba también por otros espacios sociales. En la primera semana de
noviembre el peronismo perdía estrepitosamente en elecciones provinciales realizadas en su tradicional
baluarte, Tucumán, donde un partido de extrema derecha ganaba con más de la mitad de los votos.

Paralelamente al deterioro de la credibilidad de Menem, se acrecentó la presión militar para obtener el


indulto de todos los militares bajo proceso, incluidos los que habían participado en los motines contra el
Gobierno radical. Una vez llegó al Gobierno, Menem se preocupó por dejar en claro que el indulto era
simplemente una cuestión de tiempo. En septiembre, el Partido Justicialista dio a conocer un comunicado
donde apoyaba el indulto como contribución a la reconciliación de los argentinos siempre y cuando
“quienes utilizaron la violencia como medio de acción política o represión ilegal deben decirle a la sociedad
que se arrepienten de lo hecho”. Al mismo tiempo, la conducción del Ejército exigía al gobierno la
derogación de la Ley de Defensa, y poco tiempo después, se emitía un decreto donde los habilita a reprimir
en caso de conmoción interna, lo que la dejaba de hecho sin efecto.

Levitsky: “Entorno y fracaso partidario: 1983- 1985"

Objetivo: examinar los desafíos electorales y económicos que el PJ debió afrontar durante los 80, así como
las decisiones estratégicas que adoptaron los dirigentes partidarios como reacción ante ellos.

Partido y sindicatos en 1983

Después de la dictadura militar en 1983, el PJ emergió como un partido de base sindical de facto. los
sindicatos cumplieron un papel hegemónico en la conducción partidaria, dominaron la toma de decisiones
y los procesos de selección de dirigentes y candidatos. sin embargo, la influencia sindical no se canalizaba
mediante mecanismos institucionales, sino que fue el producto efectivo del poder de los sindicatos y de las
debilidades del ala política del partido. mientras estuvo con vida, Perón mantuvo bastante autoridad sobre
el movimiento sindical, pero luego de su muerte, se creó una enorme vacío en la conducción del PJ- el
partido carecía de una estructura territorial estable. Durante el periodo de la dictadura, se robusteció la
hegemonía sindical. la actividad partidaria estaba prohibida y muchos de los dirigentes periodistas
encarcelados o en el exilio; los sindicatos se convirtieron nuevamente en los centros de actividad del PJ.

durante la transición a la democracia, el PJ estaba dominado por el sindicalismo organizado. la fuente


principal de la hegemonía sindical era el control y los sindicatos ejercían sobre los recursos económicos y
organizativos. Gracias a este poder organizativo lograron una hegemonía casi total de la conducción del
partido. Los aspirantes a presidente (Buttler, Luder, Cafiero) competían entre sí por lograr el apoyo de las
62. La fórmula Lúder- Bittel fue escogida luego de una serie de reuniones privadas con esa organización.

El desafío del contexto

En la década de 1980, el PJ afrontó un desafío doble: por un lado, la desindustrialización debilitó el


movimiento sindical, y los cambios de estructura y preferencias del electorado perjudicaron los cimientos
de la base electoral tradicional del partido. Por otro lado, el nuevo contexto económico nacional e
internacional impuso nuevas limitaciones que redujeron la viabilidad del programa tradicional del PJ.

El desafío coalicional: desindustrialización y el declive de la clase obrera

El gobierno militar intentó destruir las bases del peronismo a través de la represión.

El declive de la clase trabajadora produjo una doble transformación en los sectores populares urbanos: por
un lado, el deterioro del sector de los trabajadores manuales estuvo acompañado de un crecimiento
vigoroso de los sectores de venta minorista y servicios. La desindustrialización aumentó la cantidad de
pobres en las zonas urbanas; así, los sectores populares urbanos se volvieron cada vez más heterogéneos y
fragmentados. Estos cambios en la estructura social pusieron en peligro las coaliciones básicas del PJ. En
primer lugar, erosionaron los vínculos sindicales del partido con su base de apoyo urbana. La
desindustrialización arrasó con los sindicatos que constituían el eje de la coalición peronista. Aunque los
sindicatos del sector servicios aumentaron, era improbable que pudieran actuar como lazos eficaces
respecto de las bases peronistas. La naturaleza descentralizada del trabajo en muchas actividades de venta
minorista y de servicios hizo que algunos sindicatos (ej, gastronómicos, empleados de comercio), tuvieran
escasa capacidad de movilización, se comprometieran poco con la acción colectiva y no tendieran a forjar
identidades sólidas.

Por otro lado, la desindustrialización puso en peligro la base electoral tradicional de PJ. Los votantes de los
sectores de servicios e informales, que eran cada vez más numerosos, tenían poco contacto con los
sindicatos industriales, por lo que era limitada la influencia que los partidos de base sindical podían ejercer
sobre ellos, ni en campaña ni en la socialización política. Por otra parte, estos nuevos votantes tenían
identidades e intereses diferentes de los votantes tradicionales de clase obrera. Mientras que los sindicatos
industriales habían logrado fusionar en gran medida la identidad peronista con la de la clase obrera, en el
contexto de un vínculo de base sindical dañado e identidades de clase debilitadas, resultaba muy
improbable que los pobres urbanos se mantuvieran ligados firmemente al peronismo.

La nueva clase media también difería del electorado tradicional del PJ. Los empleados pertenecientes a ella
solían estar sindicalizados, pero en cuanto a experiencias, no tenían mucho en común con los trabajadores
manuales. Este grupo emergente de jóvenes clase media independientes se convirtió en el “nuevo centro”
electoral argentino, constituyó un centro no en términos de derecha e izquierda, sino dentro de la división
entre el peronismo y el antiperonismo. La mayoría de estos nuevos votantes no se identificaban como
peronistas, pero muchos de ellos provenían de familias que sí lo eran, de ahí que este bloque constituyera
un nuevo ámbito de competencia.

El sistema partidario: incentivos para captar los votos del centro

Los partidos expuestos a un creciente desafío desde la izquierda adoptarán estrategias en favor de una
competencia en la que pueda derrocar a su contrincante en su propio flanco. Por el contrario, los partidos
que continúan monopolizando el voto dentro de su propio bloque electoral tendrán mayores incentivos
para captar el centro que funcione como pivote del sistema partidario.

En un contexto como este, una estrategia óptima para aumentar la cantidad de votos sería captar esos
votantes del centro. esta tendencia se vio reforzada por la ausencia de competencia interna en los bloques
de clase obrera y populares que componían el PJ. desde 1945 ninguna fuerza política había logrado desafiar
con eficacia la hegemonía electoral del peronismo en estos estratos.

Las decisiones estratégicas de los dirigentes peronistas

En el campo electoral, la reducción de la base de apoyo tradicional del peronismo y la expansión del
electorado independiente lo obligó a adaptarse en dos sentidos. en primer lugar, debía reformular sus
vínculos con la clase obrera y los sectores populares. en un contexto cada vez más desindustrializado, los
sindicatos constituían un medio poco eficaz para la movilización de los votantes urbanos, por lo que el
partido debía dejar de centrarse en los lazos corporativos y sindicales tradicionales y virar el foco hacia los
de base territorial. en segundo lugar, el PJ tendría que captar una porción del nuevo electorado
independiente. esto último implicaba dejar de lado las apelaciones clasistas y el lenguaje y los símbolos
peronistas tradicionales, así como reelaborar el perfil del partido con respecto a la democracia, los
derechos humanos y otros asuntos a los que era sensible la nueva clase media.

En el campo programático, tuvo que adaptarse a las limitaciones impuestas por la crisis económica y a una
política económica liberalizadora que requería que el PJ repensara su programa estatista tradicional. En el
escenario económico posterior a 1982, era limitada la capacidad del partido para llevar adelante sus
políticas estatistas redistributivas y sindicales tradicionales. De ahí que el peronismo se haya visto obligado
a afrontar los cambios del entorno electoral estando en gran medida cerrado a los cambios del entorno
económico hasta que asumió el Gobierno en 1989.

Como era previsible que los dirigentes sindicales habrían de oponerse a estos cambios estratégicos, la
adaptación exitosa del PJ dependía, en gran medida, de su capacidad para divorciarse de sus vínculos
sindicales. por supuesto esto implica un riesgo, ya que si perdía este apoyo, perdía su hegemonía electoral
entre la clase obrera y los sectores populares.

Dificultad para la adaptación y crisis partidaria, 1983- 1985

Durante este periodo, el PJ no se adaptó ni en el campo coalicional ni en el programático. en lo tocante al


primero, viró hacia su interior y escogió dirigentes y candidatos de su vieja Guardia política y sindical. su
estrategia electoral en 1983 estuvo orientada hacia adentro y privilegio la captación de los votantes
peronistas tradicionales. en las cuestiones fundamentales relacionadas con la democracia, los derechos
humanos y la política exterior, el PJ adoptó una y otra vez posturas que le enajenaban la voluntad de los
votantes de la nueva clase media. por ejemplo, muchos dirigentes mantuvieron estrechos vínculos con los
jefes del régimen militar, lo cual llevó a Alfonsín a denunciar la existencia de un “pacto militar-sindical". E
incluso, los dirigentes peronistas más notorios se pusieron a la creación de la CONADEP.

, Por último, el PJ prácticamente no utilizó en su campaña los medios masivos de comunicación ni otro tipo
de tecnologías que le permitieran llegar a los votantes de clase media. la campaña partidaria, organizada
principalmente por los sindicatos, se centró casi por completo en actos dirigidos a los militantes,
concentraciones públicas de simpatizantes y un intenso trabajo en las bases. en un aspecto programático,
durante este periodo, el PJ mantuvo su plataforma tradicional estatista y populista. las 62 jugaron un papel
central en el desarrollo de la plataforma partidaria y la conducción justicialista consultaba a la CGT en lo
referido a los asuntos legislativos más importantes.

La estrategia del PJ orientada a su interior tuvo consecuencias electorales devastadoras: tanto en 1983
como en 1985 perdieron frente a la UCR.
Una de las causas más importantes de estas derrotas fue su dificultad para adaptarse a los cambios en el
electorado. mientras que la UCR prestaba directa atención al nuevo centro, al resaltar en su campaña
cuestiones que le interesarán Y asociando al peronismo con las mafias sindicales y el último régimen
militar, el PJ dirigió su mensaje a un grupo que había disminuido en tamaño.

Es preciso destacar que el programa económico estatista del PJ no fue el causante de las derrotas del
partido. De hecho, en el periodo 1983- 1985, la UCR también se definió como un partido de centro
izquierda y adoptó un programa socialdemócrata redistribución, que no difería demasiado del peronista.
Los fracasos electorales del peronismo sindicalista en 1984 y 1985 derivaron ciertamente de su incapacidad
para hacer una convocatoria multi clasista amplia, la falta de votos provenientes de la clase media no se
debió a la estrategia programática del partido. el PJ no logró captar a la gran mayoría de los votantes
nuevos y se dio ese terreno a la UERY otros partidos nuevos. la coalición electoral del PJ quedó confinada,
en gran medida, a su núcleo básico de clase obrera y sectores populares.

“La transformación de los vínculos partido- sindicatos en el peronismo argentino”

A partir de 1983, el PJ sufrió un notable cambio coalicional y, en menos de una década, se transformó de un
partido de base sindical de facto en un partido clientelista. en el orden nacional, los reformadores
removieron de sus cargos en la conducción partidaria a los sindicalistas de la vieja Guardia, desmantelaron
los mecanismos tradicionales de participación sindical y ampliaron la convocatoria del partido a fin de
atraer a votantes de clase media e independientes. en el nivel de las bases, los políticos justicialistas
utilizarán su acceso a cargos públicos para construir redes clientelistas de apoyo al margen de los
sindicatos, redes que, con el tiempo, reemplazaron a estos como vínculo primordial del PJ con la clase
obrera y sectores populares. esto le permitió a pelar a un nuevo electorado y, al mismo tiempo, mantener
al antiguo con una nueva táctica: el clientelismo

Surgimiento de la renovación y colapso de los vínculos tradicionales partido- sindicatos

Los dirigentes renovadores convergieron en torno a dos objetivos centrales que entrañaban un ataque a los
sindicatos. Primero, pretendían ampliar la convocatoria electoral del PJ. convencidos de que éste había
perdido las elecciones porque confundió el país de 1983 con el de 1946, advertían El peronismo no volvería
a ser mayoría si no se abría a otros sectores de la vida nacional. para ello, decían, Que debían aflojar sus
lazos con el sindicalismo, obtenerse de hacer hincapié en los símbolos y la retórica tradicionales del partido,
hacer un mejor uso de los medios técnicos de comunicación de masas y abandonar su imagen autoritaria y
conservadora en lo social en favor de una plataforma más progresista. Segundo, los renovadores
procuraron democratizar internamente al PJ y fortalecer su estructura territorial. Esto implicaba reemplazar
la estructura corporativista tradicional por una “pura organización territorial”. Esta “territorialización” del
peronismo permitía al partido diferenciarse institucionalmente del movimiento obrero y desarrollar un
proyecto global en el cual las demandas sindicales serían redefinidas aplicando la lógica partidaria.

Bases organizativas de la Renovación: cargos públicos, patronazgo y construcción informal del partido

Cuando los renovadores no pudieron asumir la conducción nacional en los congresos partidarios de 1984 y
1985, se vieron forzados a librar batalla por el poder provincial y local.

si bien en 1983 el PJ perdió la elección presidencial, ganó 12 gobernaciones, centenares de bancas


legislativas e intendencias, y miles de bancas en las legislaturas municipales. estos cargos brindaron un
acceso inmediato a recursos de patronazgo.

La construcción de estas redes clientelistas de apoyo fue mucho más sencilla para los gobernadores
recientemente elegidos, que tenían a su disposición los recursos de sus distritos. en los distritos
industriales, donde los sindicatos eran más fuertes, y el PJ no había ganado la Gobernación, La construcción
de estas organizaciones territoriales fue un proceso más lento y descentralizado. en esos distritos, la
renovación surgió como una amalgama de organizaciones más pequeñas compuestas por los concejales,
intendentes y legisladores provinciales y nacionales.

Junto con los gremios pertenecientes al sector de los 25, estas nuevas estructuras territoriales
proporcionaron a los dirigentes renovadores los recursos humanos y organizativos para competir con los
sectores ortodoxos respaldados por los sindicatos en los grandes distritos industriales.

Debilidad institucional de los mecanismos tradicionales de participación sindical

Las “62 Organizaciones”: de rama sindical a sector sindical

Entre 1983 y 1987, las 62 perdieron su estatus informal de rama sindical del PJ y pasaron a ser consideradas
como una entre varias corrientes sindicales. las 62 habían logrado conservar el monopolio del sindicalismo
en el orden nacional hasta 1983, a qué todas las principales facciones sindicales veían en ella la
organización obrera madre. al conservar intacto su control, los sindicatos ortodoxos consiguieron en el
Congreso partidario celebrado en julio de 1985, el monopolio de la representación sindical en el PJ.

las victorias de los renovadores en 1985 fueron El golpe de gracia de la hegemonía tradicional de las 62
organizaciones. los 25 declararon que las 62 ya estaban acabadas como brazo político del sindicalismo
peronista y crearon un comité asesor, lanzaron un periódico y establecieron entidades regionales en todo el
país.

Hacia 1987, las 62 habían dejado de funcionar como rama sindical, y como consecuencia, los sindicatos se
quedaron sin siquiera un órgano informal que los representará en la conducción del partido.

Desgaste del tercio sindical

El tercio sindical, cuyos orígenes fueron la noción corporativista de que los dirigentes sindicales tenían
derecho a un tercio de las candidaturas partidarias y puestos de conducción, Chavi ha sido cuestionado en
1983.

el desafío de la renovación acabó con los últimos vestigios de legitimidad que tenía el tercio, ya que los
renovadores veían en el sistema corporativista de las tres ramas un velado mecanismo para conservar la
hegemonía sindical y procuraron reemplazarlo por elecciones directas. De la misma manera, los 25
demandarán “que se ponga fin a los porcentajes en la distribución de candidaturas”, con el argumento de
que los sindicatos tendrían que lograr poder en el campo de lo político compitiendo en internas.

No obstante, los dirigentes locales ignoraron Estas amenazas e insistieron en que mantendrían el principio
del voto directo para todos los cargos partidarios. Así pues, los esfuerzos destinados a ratificar el tercio
fracasaron y, hacia 1987, virtualmente había sido dejada de lado la idea de que los sindicatos tenían un
derecho legítimo a nombrar sus propios candidatos.

Triunfo renovador y ruptura de los vínculos partido- sindicatos

Los renovadores obtuvieron el control de la conducción partidaria en noviembre de 1987 e inauguraron Un


breve periodo que podríamos denominar “socialdemocracia de facto”. pese a su oposición tanto a los
líderes de la vieja Guardia como a los mecanismos corporativistas de participación sindical, los renovadores
no pretendían la desindicalización del peronismo ni se empeñaron por lograrla. más bien querían que los
vínculos partido- sindicatos siguieran los lineamientos vigentes en la socialdemocracia europea, en la que
los sindicatos tenían un papel importante pero subordinado. sin embargo, al prescindir de las 62 y del
tercio sin crear ningún dispositivo institucional alternativo que los sustituyese, la renovación dejó al
sindicalismo sin mecanismo alguno, formal o informal, de participación.

Éxito electoral del peronismo renovador


Mecanismos de la estrategia para atraer nuevos votos:

1) aunque el PJ no rompió con los sindicatos, curso cierta distancia respecto de ellos y trato que pasaran a
un segundo plano

2) los renovadores abandonaron la orientación hacia adentro prevaleciente en el PJ, en favor de una
estrategia de campaña abierta a todo el mundo, lo cual implicó a moderar el lenguaje y el uso de símbolos
tradicionales y dirigirse expresamente al sector que querían atraer

3) el PJ adoptó un perfil políticamente liberal y socialmente progresista, asumiendo una clara posición en
defensa de la democracia y los derechos humanos.

sin embargo, la apelación de los renovadores a la clase media no fue acompañada de un cambio sustancial
es en su ubicación En el eje izquierda derecha. decían de sí mismos que eran de centro izquierda y
socialdemócratas y, las principales cuestiones socio económicas planteadas en 1987 y 1988, se alinearon
públicamente con el movimiento obrero organizado.

el peronismo se benefició de la aguda declinación de popularidad del Gobierno radical, pero, además, sus
victorias electorales fueron posibles gracias a su renovada capacidad de apelar a estos votantes de clase
media.

El legado de la Renovación

Entre 1985 y 1989, los renovadores lograron democratizar el PJY ampliar su base electoral. en gran medida,
estos éxitos se alcanzaron al precio de atenuar sus vínculos tradicionales con los sindicatos.
Paradójicamente, no intentaron suprimir el papel de los sindicalistas en el partido: ni lo desindicalizaron ni
hicieron un viraje radical en favor de un programa orientado al mercado.

un cambio de esta índole se produjo cuando Menem derrotó a Cafiero en las primarias de 1988. Menem no
necesitaba ni intento restaurar los antiguos mecanismos de participación sindical. en lugar de operar a
través de las 62, creó la mesa sindical Menem presidente, fundada en marzo de 1988 por el dirigente de los
gastronómicos Luis Barrionuevo. la aparición de esta mesa sindical primero y de la mesa de enlace sindical
después completó el proceso de desrutinización Iniciado con el surgimiento de los 25. Pese a sus reiterados
esfuerzos para su relanzamiento, las 62 nunca volvieron a contar con el grueso de los sindicatos peronistas.
El carecer de una rama sindical con derecho a nombrar candidatos y no poder actuar en forma conjunta
para sentarse en la mesa a la hora de conformar las listas, los sindicatos cedieron de hecho a los jefes
políticos la facultad de designar a los candidatos sindicales.

Si la renovación y los dirigentes sindicales hubiera llegado a un acuerdo sobre el nuevo papel que les
incumbía cumplir a los sindicalistas, tal vez habrían convertido este “momento socialdemócrata” en un
partido de base sindical rutinizado. Pero como ocurría en la estructura partidaria anterior, dominada por el
sindicalismo, la alianza entre el partido de los renovadores y los sindicatos era totalmente de facto. al
acabar con los últimos vestigios de los antiguos lazos partidos sindicatos sin reemplazarlos por nuevos
mecanismos, los renovadores crearon las condiciones para que la de sindicalización fuera, no sólo posible
sino probable. de ahí que, si bien ellos no pusieron en práctica la de sindicalización del PJ en el periodo
1987- 89, allanaron el camino para que esto sucediera en la década del 90.

La consolidación del partido clientelista en la década del noventa

El desgaste de la influencia sindical fue acompañado por la consolidación del clientelismo, al que puede
definirse como un patrón informal de organización política, en el cual los recursos del Estado, en especial
los empleos públicos, son la principal moneda en el intercambio político entre los actores partidarios de
mayor y menor nivel.
Este fortalecimiento del clientelismo se vio favorecido por dos legados de la Renovación: 1) un mecanismo
puramente electoral para la selección de dirigentes y candidatos, y 2) la fragmentación político-
organizativa del sindicalismo. Ante todo, al reemplazar el sistema de tercio para las internas y no generar
un procedimiento alternativo para la participación sindical o una burocracia partidaria eficaz, los
renovadores dejaron un vacío organizativo que fue llenado por el clientelismo. Si durante los 80 esas
organizaciones habían actuado como “partidos colaterales” ayudando a los miembros del PJ a
independizarse de los sindicatos, en los 90 fueron el único camino viable.

Un segundo legado de la Renovación que contribuyó a la consolidación del partido clientelista fue la
fragmentación político- organizativa de los trabajadores. Las facciones sindicales nacionales se
desintegraron y cada sindicato comenzó a “jugar su propio juego” en la arena política, ya sea estableciendo
alianzas individuales con los jefes del partido o creando sus propias agrupaciones políticas.

La ausencia de una organización obrera de alcance nacional limitó el margen de maniobras de los sindicatos
ante los jefes partidarios, lo cual les permitió a estos últimos promover el enfrentamiento entre los
sindicatos que rivalizaban por ocupar puestos en las listas. Los sindicalistas que pasaban a integrar listas lo
hacían cada vez más gracias a la buena voluntad de los políticos que tenían poder.

Tres casos de consolidación del clientelismo

Capital Federal: auge y decadencia del “sistema”

Grosso consolidó un aparato clientelista conocido como “el sistema”. Sus orígenes estaban en la coalición
renovadora que derrotó a las 62 en 1985, liderada por dos poderosas redes de punteros: Victoria Peronista
y Frente de Unidad Peronista. El Sistema comenzó a cobrar forma en 1987, cuando ocho integrantes del VO
fueron elegidos concejales. Estos nuevos miembros del Concejo Deliberante se convirtieron en
“profesionales del patronazgo” y crearon una red de partidarios mediante el sistema de la “militancia
paga”. La creciente disponibilidad de puestos clientelistas produjo una “explosión de unidades básicas” a
medida que los militantes iban confluyendo hacia las agrupaciones. A fines de los 80, los barrios, antes
controlados por los sindicatos, estaban dominados por los concejales

La Matanza: el “peronismo empresarial”

Durante los 90, el peronismo de La Matanza estuvo dominado por Alberto Pierri, presidente de la Cámara
de Diputados. Era un empresario que jamás se había dedicado a la política hasta que, en 1985, se sumó al
PJ. Introdujo en el distrito una forma totalmente nueva de hacer política. El estilo de gobierno de Russo se
fundaba en lealtades personales y redes de antiguas amistades, en tanto que Pierri trató al peronismo
como si fuera una empresa, pagando a los militantes regularmente y repartiendo puestos entre quienes
habían trabajado en los barrios. En las primarias para intendente de 1987, Russo derrotó a Pierri, peor éste
fue edificando una fuerte base de apoyo y, en 1989, se lo eligió presidente de la Cámara baja.

En la época de Pierri, la influencia de los sindicatos disminuyó considerablemente.

La provincia de Buenos Aires: el aparato duhaldista

Tras ganas la gobernación, Duhalde fue creando una amplia coalición fundada en una alianza entre la Liga
Federal, una red de dirigentes locales y sindicales, y algunos ex cafieristas que habían gestado la Liga
Peronista Bonaerense. A la primera se le dio el control del Ministerio de Obras Públicas y este puesto, junto
con la presidencia del Congreso (Pierri) sirvieron de base para la distribución de favores clientelistas por
parte de este sector. Además, Duhalde creó el Consejo de la Familia, puso al frente a su esposa y le asignó
como misión encargarse de la mayoría de los programas sociales de la provincia. El más importante de
estos, Plan de Vida, contaba con un presupuesto anual muy alto y recurrió a los servicios de diez mil
voluntarias, las “manzaneras”, para entregar leche, huevos y otros artículos de primera necesidad a más de
medio millón de personas.
Durante los 90, la influencia de los sindicatos en el peronismo de la provincia declinó en forma significativa.
En 1991, cuando Duhalde necesitó el apoyo sindical para su candidatura a la gobernación, cuatro
sindicalistas formaron parte de la lista de legisladores; en 1993, fueron tres y en 1991, solo uno.

Reacción de los sindicatos ante la política clientelista

1) la UOM y unos pocos sindicatos ortodoxos más mantuvieron su estrategia corporativista. No se


empeñaron en estables una política territorial y evitaron en lo posible competir en internas. En lugar de
ello, procuraron lograr influencia por vía de tratativas directas con los jefes partidarios, ofreciéndoles
recursos sindicales a cambio de candidaturas. Al finalizar la década, la fuerza de los aparatos políticos había
reducido mucho su poder de negociación.

2) utilizaron los recursos sindicales para financiar las agrupaciones territoriales. Esta táctica fue vastamente
desarrollada en los años noventa por los gremios que integraban los 25. Los límites de esta estrategia se
encuentran en que: si bien las agrupaciones territoriales cumplieron su cometido de llevar a los altos cargos
públicos a los dirigentes, como estas casi siempre se apoyaban en sindicatos aislados, tendían a estar muy
fragmentadas, lo que debilitaba el poder de negociación de conjunto de los sindicatos y permitía que los
jefes se opusieran entre sí. Otra limitación fue que, para confrontar las bases territoriales, los dirigentes se
vieron obligados a aplicar la misma lógica que sus pares no sindicales. Sus objetivos pasar a ser derrotar a
los punteros y negociar alianzas con los caudillos locales; cuando eran elegidos, su deuda con las bases
territoriales y con los caudillos era mayor que con sus sindicatos.

3) la creación de “mesas de enlace sindicales” destinadas a reducir la fragmentación y hacer que los
sindicalistas elegidos rindieran cuentas ante el movimiento obrero en su conjunto. Reunían a varios
sindicatos en un cuerpo único en apoyo de una facción o candidato. Esto les permitía a los sindicatos
negociar como bloque y evitar que los jefes partidarios los enfrentaran entre sí. El límite de esta se
encuentra en que no son entidades intersectoriales eficaces porque carecen de recursos indispensables
para imponer disciplina a los sindicatos que las conformas o exigirles su apoyo. Los dirigentes quedan en
libertad de otorgar prioridad a sus propios intereses o no a los de la mesa; como consecuencia, inician
tratativas individuales con los dirigentes partidarios y aquéllas se desintegran.

La pérdida de la influencia sindical

Debido a que los caudillos locales y provinciales del partido controlaban poderosas organizaciones
fundadas en el patronazgo, ya no necesitaban los recursos de los sindicalistas para las campañas y los
sindicalistas fueron excluidos cada vez más de los puestos de conducción del partido. Si a mediados de los
80, los sindicalistas constituían más de una cuarta parte del bloque legislativo, una década más tarde no
llegaban al 5%.

También se produjo un cambio cualitativo en la relación entre los trabajadores organizados y sus
representantes legislativos. La declinación de las 62 y la consolidación de los aparatos partidarios urbanos
hicieron que los sindicalistas elegidos para ocupar bancas se las debieran cada vez más a los jefes del
partido, y ya no a los trabajadores.

También se declinó la influencia sindical sobre la estrategia del partido. Aunque la CGT continuó apoyando
al PJ durante toda la década, su relación con el partido era más bien la de un grupo de presión leal, que la
de un socio. Cuando los sindicalistas podían gravitar en la política oficial, lo hacían mediante negociaciones
directas con el gobierno o bien en negociaciones tripartitas auspiciadas por este. Rara vez los sindicatos
pudieron canalizar sus demandas a través del partido.

El deterioro de su influencia generó en el movimiento obrero un debate inédito sobre la conveniencia de


mantener la alianza partido- sindicatos. Así, un puñado de “trabajadores de cuello blanco” crearon el
Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA), que rompió con el PJ y se mantuvo al margen de los
partidos.
¿Por qué continuaron participando activamente en la política peronista? 1) histórica participación, sumada
a la persistencia de fuertes lealtades partidarias e interpersonales; 2) pese a los magros resultados de su
participación, seguían creyendo que la pertenencia al partido tenía sentido.

Evaluación del cambio coalicional del PJ: ¿Puede ser la desindicalización un buen método para adaptarse?

Si en 1983 los sindicatos tenían una posición casi hegemónica en la conducción partidaria, en 1987 fueron
asociados menores de la Renovación, a principios de los 90 habían sido ya excluidos.

En qué benefició al PJ el paso de un partido sindical a uno clientelista:

1) favoreció su adaptación a un entorno electoral cada vez más “posindustrial” al permitirle apelar a un
nuevo electorado y encontrar nuevos fundamentos para retener al antiguo. Por un lado, la disminución de
la influencia sindical habilitó a los dirigentes justicialistas a ampliar el atractivo electoral.

2) el sistema de las agrupaciones territoriales generó nuevas instancias para que el PJ pudiera sustentar sus
vínculos con la clase obrera y los sectores populares urbanos. Los lazos clientelistas son mejores que los
sindicatos al momento de organizar a los estratos fragmentados y heterogéneos de los desocupados y
trabajadores informales. En las zonas urbanas con alto desempleo estructural, los sindicatos son
marginales.

3) favoreció el cambio programático emprendido por el gobierno de Menem, en tanto las organizaciones
basadas en el patronazgo suelen ser más pragmáticas que las clasistas. Ocupados primordialmente de las
necesidades partidarias locales, los partidos clientelistas son más proclives que los clasistas a acomodarse a
los intereses de las elites económicas.

Este tránsito del PJ facilitó el giro neoliberal en dos sentidos: 1) eliminó una parte importante fuente de
posible oposición intrapartidaria al programa de Menem. Los dirigentes sindicales peronistas fueron más
críticos de este programa que los dirigentes partidarios no sindicales. La desindicalización puede haber
hecho que menguara, por consiguiente, una fuente importante de posible oposición intrapartidaria al
programa menemista. 2) este pasaje contribuyó a amortiguar la oposición de los sectores populares al
neoliberalismo. En las zonas urbanas pobres, los que se identifican con el peronismo ya no son
“trabajadores” sino los “clientes”. Si bien la identidad peronista siempre fue ambigua y cuestionada, y el
“asistencialismo” y las “dádivas” siempre formaron parte de esta subcultura. Durante la década de 1990,
estos elementos pasaron a predominar, a todas luces, sobre la “cultura opositora” o “herética” que había
caracterizado antaño al peronismo urbano.

Si bien el gobierno de Menem se benefició de este deterioro del poder de los sindicatos dentro del partido,
hay que destacar que la desindicalización del PJ no fue producto del menemismo. Los cambios de políticas
asociados al neoliberalismo suelen estimular a los dirigentes de los partidos de base sindical, sueles
estimular a los dirigentes de los partidos de base sindicales a aflojar sus lazos con el movimiento obrero. No
obstante, en el caso peronista hay pocas pruebas de que Menem procurase activamente reducir la
influencia del movimiento obrero. Más bien, los cambios institucionales y organizativos que más
provocaron el desgaste de la influencia sindical (como el desmantelamiento de las 62 y del tercio y el auge
del clientelismo) fueron anteriores al acceso de Menem al poder. La desindicalización no fue, entonces, una
consecuencia del giro a la derecha del PJ, sino que precedió al giro neoliberal del partido, y casi con
seguridad lo favoreció.

Ortiz- Schorr: “La economía política del gobierno de Alfonsín: creciente subordinación al poder económico
durante la ‘década pérdida’”

Introducción
Herencias de la dictadura: inflación, déficit fiscal, deuda externa, estancamiento económico asociado a una
reestructuración del aparato industrial y distribución regresiva del ingreso. Los enfoques que llegaron. Las
acciones durante 1984. Procuraron reparar las nefastas consecuencias. De la política dictatorial. Sobre los
salarios, la ocupación y la distribución del ingreso. El Gobierno resolvió la crisis estableciendo acuerdos con
las fracciones sociales que habían emergido como las más exitosas durante la dictadura militar, lo que
implicó el reconocimiento por parte del Gobierno de una nueva alianza “entre la democracia y la
producción”. Así, el pacto con el nuevo poder económico y las organizaciones representativas de sus
intereses conllevó importantes cambios en la orientación y las prioridades de la economía política.
Redefinió los acuerdos y los enfrentamientos con otros grupos socio políticos y sentó las bases para que el
ajuste de la economía recayeron sobre los sectores populares, infracciones más débiles de la burguesía.

Objetivo del texto: analizar la evolución de las principales variables macroeconómicas intentando vincular
dicho comportamiento a las estrategias políticas y las alianzas sociales que dieron sustento a los diferentes
planes económicos instrumentados y las consecuencias de los mismos sobre los distintos actores.
Consideran que la adecuación de una política económica debe definirse y evaluarse a partir de los
resultados estructurales y no exclusivamente por su (in)consistencia macroeconómica. Es por ello que, Las
deficiencias en los enfoques predominantes se basan en la caracterización de una “década perdida”, de
errores que condicionaron las políticas públicas que sacaron a la economía de su “sendero esperado”. Esta
perspectiva no precisa cuáles son las fracciones económicos sociales involucradas, beneficiadas y
perjudicadas. El objetivo central es la identificación de los ganadores y los perdedores del primer Gobierno
democrático.

Los diagnósticos y las prioridades de la política económica

Durante los primeros meses de gestión. Se buscó acelerar la recuperación de la producción y los salarios
reales y al mismo tiempo inducir un proceso de desinflación gradual. Asimismo, aumentar los ingresos
tributarios y reorientar el gasto público disminuyendo los rubros militares. Y seguridad a favoritos sociales.
También se establecieron pautas de precios y salarios. Los objetivos principales fueron:

1) recuperar el nivel de los salarios

2) lograr la expansión del PBI y de los niveles de producción industrial perdidos en años previos

3) encarar la negociación con los acreedores externos

4) mantener en niveles manejables el déficit fiscal

5) controlar el nivel de inflación acordando con los formadores de precios

La estructura socioeconómica heredada de la dictadura militar, al fortalecer en forma significativa a las


fracciones dominantes y, fundamentalmente, al heterogeneizar a las fracciones sociales subordinadas,
complicó de modo ostensible las posibilidades de aplicar una política económica de sesgo progresista como
la impulsada por Grinspun. En cuanto a las estrategias, debe recordarse que los acuerdos políticos que
dieron sustento al Plan Austral, se facilitaron debido a las reuniones que otros ministros del gabinete y
Alfonsín habían comenzado a mantener con los Capitanes de la Industria. Ambos procesos restringieron las
posibilidades de ejercitar políticas redistribucionistas e independientes del nuevo poder económico.

Durante la gestión Sourrouille se comenzó a priorizar dos cuestiones que no aparecían en el centro de las
preocupaciones de la gestión económica anterior: la inflación y el déficit fiscal. El ministro reconocía que
uno de los principales escollos a resolver era la “brecha externa” derivada del endeudamiento abultado del
país con el exterior; sin embargo, su superación no pasaba fundamentalmente por la renegociación de la
deuda externa, sino por el despliegue de un modelo económico que pivoteara sobre las exportaciones y la
inversión.
Hacia 1987-88, en un contexto signado por la incapacidad gubernamental para asegurar el crecimiento
sostenido de la economía y para contener la inflación y el desequilibrio de las cuentas públicas, y por las
fuertes presiones de los distintos factores de poder, elaboraron un nuevo diagnóstico de las dificultades
económicas. Ahora la “solución” pasaba por asumir como válido el “recetario” que venían esgrimiendo los
organismos multilaterales de crédito, de corte neoliberal: reestructuración del Estado con eje en la
privatización de empresas estatales y en la desregulación del mercado laboral, y apertura de la economía
nacional a los flujos mundiales de mercancías y capitales.

En las postrimerías de Alfonsín, se intentó infructuosamente poner en práctica medidas de ese corte; no
obstante, dada la creciente debilidad del gobierno, los intentos resultaron truncos.

En las numerosas alteraciones de la lista de prioridades del gobierno en materia económica denotan una
suerte de “aprendizaje”: del intento redistribucionista de Grinspun a un pacto con los grandes capitalistas
locales, y finalmente se aceptó la inevitabilidad de reformas impulsadas por el neoconservadurismo.

Inflación y concentración económica

Una de las hipótesis sobre las causas de la inflación que fue originada por la demanda y déficit fiscal, pero
esta hace poco hincapié en la estructura de la oferta o en la configuración de las distintas actividades
productivas y los rasgos centrales de los empresarios del sector. Es importante señalar esto, porque la
política de precios concertados con las diferentes cámaras fue uno de los elementos centrales de los
intentos para mantenerlos bajo control. Pese a los diferentes mecanismos gubernamentales impulsados
(control de precios, regulación, concertación), la traba más importante para lograr que funcionen fue el
grado de concentración prevaleciente en las diferentes ramas industriales y el consecuente poder de
mercado que detentaban los actores líderes.

Es indudable que semejantes niveles de oligopolización industrial les otorgan a los actores económicos
líderes de las ramas más importantes del entramado manufacturero doméstico, una significativa capacidad
para determinar los precios de su sector y, por esa vía, incidir sobre los precios relativos del conjunto de la
economía local. Ello se ve potenciado por el hecho de que un número considerable de los principales
establecimientos fabriles del país lo controlaban grupos económicos que, por la inserción sector de sus
firmas, presentan un alto grado de diversificación e integración vertical y horizontal.

Durante el primer gobierno democrático ocurrió un proceso de afianzamiento estructural de los grupos
económicos más concentrados, diversificados e integrados vertical y horizontalmente, los que pasaron a
detentar un control determinante sobre núcleos decisivos de las diferentes cadenas productivas y, derivado
de ello, un ostensible poder sobre la determinación de precios. A esto se agrega también la propia decisión
de hacer más laxo el seguimiento de los precios en determinados momentos.

En 1989 el régimen de alta inflación que había distinguido al gobierno, derivó en un estallido
hiperinflacionario. Ello, en el marco de una corrida por casi todos los actores económicos, donde, obvio, no
todos salieron de la misma posición ni arribaron al mismo punto.

Las raíces estructurales del déficit fiscal

El gobierno de Alfonsín logró reducir el déficit fiscal heredado, gracias a, por un lado, una reducción en la
compra de bienes y servicios no personales y, por otro, a la aplicación de incrementos en las tarifas de los
servicios públicos y en ciertos impuestos indirectos.

Ahora bien, esta estrategia no tardó en enfrentarse con ciertas condiciones que habían permitido el
fortalecimiento estructural de los grandes grupos económicos de capital nacional y extranjero durante la
dictadura, y estos fueron los grandes beneficiarios de los múltiples subsidios estatales al gran capital.
Durante toda esta etapa se produjeron transferencias netas a los acreedores externos de casi el 4% del PBI
global y al capital concentrado interno de casi el 10%. Esto fue posible por la drástica contracción en la
participación de los asalariados en el ingreso nacional, eso que se transfirió fue lo que dejaron de percibir.

El déficit fiscal elevado que caracterizó al gobierno estuvo estrechamente ligado al proceso de
consolidación estructural de las fracciones empresarias predominantes durante esta etapa.

Todo esto evidencia una ostensible subordinación del funcionamiento del aparato estatal a la lógica de
acumulación y reproducción ampliada del capital de los sectores dominantes del país durante el primer
gobierno elegido democráticamente.

Endeudamiento estatal y poder económico

En el marco de las limitaciones por el contexto internacional, la notable redistribución del ingreso a favor
del capital concentrado interno que se desplegó durante la “década perdida” no dio lugar a una
reactivación de la inversión, básicamente, porque los recursos que perdieron los asalariados y el Estado se
remitieron al exterior y se destinaron a efectuar colocaciones financieras en el ámbito doméstico.

La fuga de capitales locales se registró en paralelo a un incremento en la deuda externa total, para 1989
llegó al 92%. Esto se debió a que las fracciones dominantes locales le transfirieron dominantes locales le
transfirieron al Estado gran parte de sus pasivos externos.

Debido a las características del escenario internacional, una parte considerable del excedente apropiado
por las fracciones dominantes locales no culminó en su fuga al exterior, sino que se canalizó hacia
colocaciones financieras internas en una etapa en la que la tasa de interés, debido al endeudamiento
público, superaba las rentabilidades exhibidas por las actividades económicas restantes.

Cita a Azpiazu: “al tiempo que recurrentemente se incrementaron los impuestos regresivos y las tarifas
públicas como formas de paliar el déficit, nada se hizo respecto de las sobredimensionadas transferencias
derivadas de los regímenes de promoción industrial, a los sobreprecios en bienes y servicios, a los subsidios
implícitos en los precios de servicios e insumos, etc. Todos los casos tenían por receptores a grupos
empresarios que continuaron consolidándose como los actores centrales del poder económico. Asimismo,
fueron también los principales beneficiados por los altísimos rendimientos financieros a los que se debió
recurrir para colocar títulos de deuda pública interna que permitieran financiar el déficit presupuestario.
Este “círculo vicioso” de transferencia de recursos fiscales no sólo no pudo ser revertido, sino que se vio
alentado por la propia gestión y su escaso poder de confrontación a estas corporaciones dominantes”.

Durante la gestión alfonsinista se continuó con el “esquema de valorización financiera”. El desequilibrio se


financió, en parte, con fondos aportados por los mismos capitalistas a tasas de interés elevadas; un parte
de las ganancias volvía a la “bicicleta financiera” y otra se derivó a la fuga de capitales; estas altas tasas
alimentaron la especulación, atentando contra las posibilidades de reactivar la economía.

La naturaleza desigual de la crisis económica

Los ganadores

El afianzamiento de los principales grupos económicos nacionales y extranjeros con actividad en el país
estuvo asociado a múltiples factores.

1) estas fracciones fueron destinatarias privilegiadas de la amplia gama de subsidios estatales al gran
capital que se instrumentaron. Esta política de “incentivos” trajo aparejado un importante proceso de
concentración económica y centralización del capital en numerosas ramas fabriles, sobre todo, en las de
bienes intermedios. También, esto les posibilitó a varios grupos económicos consolidar el poder de
mercado que ya tenían.

A pesar de estas transferencias, hacia el final de la administración de Alfonsín la inversión neta fue
negativa: se produjo un proceso de descapitalización de la economía. La trascendencia de esto radica en
que, por un lado, esa acentuada disminución de la formación de capital fue decisiva para determinar el
estancamiento y la aguda crisis económica social de esos años, así como, al reducir la demanda de mano de
obra fue clave en el aumento del desempleo, la caída de los salarios y la consolidación de una matriz
distributiva regresiva; por otro lado, se produjo una contracción en la inversión privada, pero también se
verificó un cambio importante en el perfil inversor, lo cual se asocia a una creciente concentración de la
formación de capital del período.

En cuanto a las medidas de fomento a las exportaciones fabriles se trataron de subsidios tendentes a
compensar la diferencia existente entre los precios internacionales de los bienes industriales y los vigentes
a nivel nacional. Ello trajo aparejados dos impactos: por un lado, reforzó aún más el poder de mercado de
los principales grupos económicos, y por otro, les permitió a estos sectores acrecentar su control sobre las
divisas tan necesario para la economía, reforzando su capacidad de veto y de fijación de precios.

2) el fortalecimiento es producto del intenso proceso de destrucción de capital resultado de la magnitud de


la crisis económica en general, y en particular, en la registrada en numerosos rubros productivos, que se
materializó, por ejemplo, en los cierres de establecimientos.

3) deriva de la compra y absorción de firmas ya instaladas.

4) su inserción estructural en la economía les permitía expandirse significativamente incluso en medio de


una crisis económica

Así, su poder de veto radicaba en que: 1) eran generadores y propietarios de divisas; 2) poder de fijación de
precios, derivado del control oligopólico de un cierto número de actividades; 3) eran destinatarios
privilegiados de las transferencias de recursos; 4) por asumir un rol protagónico en el financiamiento del
déficit fiscal. Estos son indicadores de su estratégico poder de coacción sobre las políticas económicas

Los perdedores

La contracara de la consolidación de los grupos empresarios fue el crecimiento de la desocupación y


subocupación. Los factores más relevantes son: la propia crisis económica, la naturaleza de la reconversión
económica en curso (desindustrialización, creciente financiarización), el perfil de la escasa formación de
capital y las características estructurales de las pocas actividades productivas dinámicas.

Se incrementó la heterogeneidad dentro de la clase obrera, se produjo una doble fractura: por un lado,
apareció un nuevo estrato de obreros fabriles constituido por operarios ocupados en las plantas
manufactureras radicadas en las regiones promocionadas, tienen un reducido grado de sindicalización y
salarios mucho más reducidos que de los centros tradicionales; por otro lado, estas políticas promocionales
tendieron a consolidar la desocupación en los lugares de origen porque se trasladaron las plantas
industriales, pero no los trabajadores que allí trabajaban. De este proceso, surgen los desocupados, un
“ejército de reserva” abultado y creciente, que trajo aparejado el deterioro del salario y una redistribución
regresiva del ingreso nacional de gran magnitud.

A pesar de las promesas de campaña, gran parte de las políticas puestas en práctica condujo a acentuar uno
de los principales legados de la última dictadura militar.

Esto invita a reflexionar sobre si la gestión económica del radicalismo fue un fracaso. En ese sentido, si la
evaluación se centra en el comportamiento de la macroeconomía durante esta etapa, pocas dudan quedan
acerca de que la gestión del radicalismo fue un fracaso; sin embargo, creemos que no ocurre lo mismo
cuando se indagan las principales resultantes estructurales de la mayoría de las políticas económicas
aplicadas: cuando se procura identificar a las fracciones ganadoras y perdedoras.

El principal “éxito” del gobierno elegido democráticamente fue, justamente, la consolidación del modelo de
valorización financiera y el bloque de poder económico que había emergido durante el régimen militar. Se
trató de un claro éxito para los sectores dominantes del país, no así para amplias capas de la sociedad para
las cuales efectivamente fue una “década perdida”. Este concepto aplicado al conjunto de la gestión
minimiza sobremanera las implicancias reales de la profunda regresividad del período.

Lo paradójico de esta etapa es que para “resolver” los males, en numerosas ocasiones y con distintos
mecanismos, se solicitó la colaboración de esos grandes capitalistas, a cambio de lo cual se les otorgaron
distintos tipos de concesiones que afianzaron aún más su poderío económico y su capacidad de coacción en
el sistema.

Azpiazu- Schorr: “La convertibilidad como fase superior de la política desindustrializadora de la dictadura”

El shock institucional se inició formalmente con la muy rápida sanción de la Ley de Reforma del Estado
(intervención de las empresas públicas, privatizaciones determinadas por el Ejecutivo) y la Ley de
Emergencia Económica (eliminación de subsidios, reintegros impositivos y transferencias cuyos
destinatarios eran los grandes grupos económicos locales). Se removieron también varios mecanismos
regulatorios, se liberalizó el mercado cambiario y los flujos de divisas internacionales; se promovió el
debilitamiento del poder del Estado, la apertura externa de la economía, el reconocimiento de las fuerzas
del mercado como asignadoras naturales de los recursos, y la llamada desregulación del mercado de
trabajo. Todo esto con la idea de que el libre funcionamiento de las fuerzas del mercado la economía
argentina ingresaría en un constante crecimiento y modernización, la eliminación de la intervención estatal
en las empresas locales las pondría en la necesidad de volverse más eficientes o verse sustituidas, luego de
un tiempo se “derramaría” sobre el conjunto de la sociedad.

Con este esquema, el peronismo pudo satisfacer su necesidad político- institucional y obtener la confianza
plena de la “comunidad de negocios” nacional e internacional.

Los beneficios de las transferencias de activos públicos al capital privado para los grupos económicos con
actividad en la industria local fueron:

1) por las modalidades de las privatizaciones, estos grupos lograron acceder a la propiedad de muchos de
los consorcios de las ex empresas públicas. Esto les permitió, por un lado, participar activamente en uno de
los negocios más rentables del período, y así, diversificar el “riesgo empresario”; por otro lado, les facilitó el
ingreso a actividades que por diferentes motivos resultaban clave para las respectivas dinámicas globales
de acumulación y reproducción ampliada de sus capitales. Además de que les dio muchos beneficios
patrimoniales.

2) considerable abaratamiento de las tarifas abonadas por los grandes consumidores industriales,
disminución en dos de los principales insumos empleados por estas fracciones: gas natural y electricidad.

3) la privatización de casi todas las compañías estatales que operaban en el sector manufacturero promovió
un importante proceso de concentración de la producción y centralización del capital en algunas industrias
de insumos básicos importantes. Ello favoreció a firmas vinculadas a importantes “generales de la
industria” con presencia en rubros como la petroquímica o la siderurgia.

En cuanto al proceso de liberalización comercial, cabe destacar que, en muchos aspectos, fue asimilable al
aplicado durante la última dictadura, ya que en ambos casos fue aplicado con cierto gradualismo y
exhibieron marcadas asimetrías entre sectores.

El proceso de desregulación de los mercados se inició en paralelo a la asunción anticipada de Menem, pero
tomo nuevo impulso con el Plan de Convertibilidad sancionado en 1991. Para el pensamiento
neoconservador hegemónico de los 90, las principales “fallas de mercado” radicaban esencialmente en el
excesivo intervencionismo estatal y la profusión de regulación que impedían el libre desenvolvimiento de
las fuerzas de mercado y la consiguiente “asignación optima” de recursos. Lejos de haber sido uniformes y
neutrales, las políticas nucleares que organizaron el programa neoliberal trazaron en el ámbito industrial un
claro “mapa” de ganadores y perdedores, replicando e intensificando lo sucedido en las fases anteriores del
“modelo financiero y de ajuste estructural”, en las que la orientación económica tuvo un papel central en
los procesos de acumulación de capital.

Una crisis sin precedentes

El hecho de que, en el último año de la convertibilidad, la estructura industrial tuviera un tamaño menor
que en las postrimerías del ISI y presentara un perfil signado por una importante “simplificación
productiva” sugiere la existencia, como tendencia a largo plazo, de un proceso de profunda involución que
no puede ser atribuido a una guerra o catástrofe, sino que es el resultado directo de la mayoría de las
políticas aplicadas en el país de 1976 en adelante.

La desindustrialización por modernización y profundización industriales registrada en gran parte de las


naciones más desarrolladas y en varias que se encuentran en un proceso de desarrollo contrasta con la
desindustrialización por crisis y reestructuración regresiva de Argentina. En tal sentido, el afianzamiento en
los 90 del proceso de desindustrialización estuvo directamente relacionado con las principales
características estructurales de las grandes firmas y los grupos económicos con actividad en el sector y de
las ramas de mayor dinamismo e incidencia en él.

El magro desempeño estructural en materia de generación de valor agregado puede ser explicado por la
significativa desintegración de la producción fabril local, consecuencia de la creciente importancia que, en
el marco de la asimétrica apertura comercial, asumió el ingreso en ámbito nacional de bienes finales
sustitutos de la producción local y la compra en el exterior de insumos, equipamiento o bienes
complementarios por parte de las empresas del sector.

Las interpretaciones exógenas del retroceso industrial no alcanzan para explicarlo, porque no señalan que
este período fue contemporáneo a la aplicación, durante la última etapa del gobierno justicialista y bajo la
gestión de la Alianza, de sucesivas políticas de neto corte fiscalista, tanto en el sector público nacional,
como provincial.

Una visión de largo plazo del perfil industrial a mediados de los noventa

El desplazamiento de alrededor de 200 fábricas, la desaparición de más de 300 establecimientos que


ocupaban a centenares de personas, no implicó necesariamente su cierre definitivo. En realidad, se asistió a
un difundido proceso de redimensionamiento industrial, signado, entre otras cosas, por la “racionalización”
de procesos productivos y planteos laborales, el desmantelamiento de algunas líneas de producción y la
externalización mediante diversos mecanismos de ciertas actividades que antes se realizaban en su
totalidad adentro de las fábricas.

Este reordenamiento del perfil industrial, en el marco de un contexto macroeconómico y sectorial distinto,
derivó, por un lado, en la reestructuración tecnoproductiva y el redimensionamiento de un número
considerable de las mayores plantas del país; por otro lado, en el cierre de algunos grandes
establecimientos que se vieron imposibilitados de hacer frente al nuevo marco operativo.

Características del período (1976- 1999, por si no fueron dichas suficientes cosas ya)

1) apenas tres divisiones industriales concentraban el 75% de la producción: alimentos, metalurgia y


productos químicos

2) significativa y persistente pérdida de participación relativa de las industrias textiles en la producción


agregada

3) un notable incremento en la significación estructural de las industrias papeleras

4) bajó la incidencia de las industrias metálicas básicas, pero los sectores metalmecánicos presentaron los
comportamientos opuestos
Las ramas competitivas, en las que la presencia de pequeñas unidades productivas resulta decisiva,
revelaban en 1993 una mayor recurrencia relativa al “factor trabajo” y una menor productividad que las
correspondientes a las industrias oligopólicas. Por su parte, los sectores de mediana concentración se
ubicaron en una situación intermedia, tanto en términos de la intensidad en el uso de los factores de la
producción como en lo correspondiente a la productividad laboral.

La forma de los mercados emerge como un factor decisivo en la explicación de las diferencias de
productividad y salarios medios entre las distintas ramas industriales y que, en ese marco, las primeras
adquirieron una mayor significación relativa en consonancia con el respectivo grado de oligopolización. Por
eso es que en los mercados altamente concentrados quedaron de manifiesto los mayores márgenes brutos
de rentabilidad o una ecuación distributiva más regresiva.

La fuerte gravitación de los mercados oligopólicos en la producción industrial a mediados de los 90 no


constituía una simple resultante matemática de la significación económica asumida por un número acotado
de actividades, sino que se trataba de un fenómeno difundido con diversa intensidad a gran parte de los
sectores que conforman el entramado fabril doméstico. Por otro lado, la creciente concentración
económica y la “simplificación productiva” son dos procesos estrechamente vinculados entre sí, dado que
el marcado repliegue de la estructura manufacturera del país hacia las ventajas comparativas se verificó de
modo paralelo a un cada vez más acentuado control de las ramas ligadas al procesamiento de tales
recursos por parte de algunos grupos económicos de capital nacional y extranjero

Servicios públicos privatizados vs. Industria manufacturera

El creciente retraso cambiario, a la apertura de la economía, a la dicotómica evolución de los precios de los
bienes en relación a los servicios, a la vigencia de tasas de interés reales positivas y al grado de
oligopolización de las industrias, son los aspectos que se repiten entre los setenta y los noventa.

Hasta el lanzamiento de la convertibilidad, los sucesivos y ortodoxos programas de estabilización


implementados durante el menemismo tuvieron resultados asimilables a los de los planes aplicados a partir
de la erosión del Austral: la hiperinflación. Con el 1 a 1, se quebró la dinámica inflacionaria y, como plan de
estabilización, se inscribió y articuló con las principales políticas de shock neoliberal. Este esquema
convertible fue, en más de un sentido, la fase superior del modelo financiero y de ajuste estructural. En
este patrón de acumulación se manifestaron marcadas disparidad en la dinámica de los precios de los
distintos bienes y servicios, lo cual derivó en importantes alteraciones en la estructura de precios relativos
de la economía. Una de las principales asimetrías en la evolución fue la que se verificó entre los productos
transables y los bienes y servicios no transables con el exterior y los transables protegidos de forma natural
o normativa.

Efectivamente, los precios industriales en general y particularmente aquellos más expuestos a la


competencia, se deterioraron con respecto a los servicios, en especial con los privatizados y los financieros.
Esto se explica, por la conjunción de dos procesos: por una parte, por el fuerte incremento que registraron
los precios de distintos servicios (en particular, los privatizados) y el elevado nivel interno de la tasa de
interés; por otra parte, por el leve aumento o disminución de los precios de productos fabriles.

En esta tercera fase el modelo financiero se reedita la vigencia de elevadas tasas de interés en el nivel
interno, que constituyó una interesante y lucrativa ventana de oportunidades para el capital más
concentrado y un serio escollo para gran parte de las pymes.

Por otro lado, la convergencia del deterioro del cambio real y la apertura importadora de la economía
alentó las importaciones sustitutivas de la producción local y atentó contra la posibilidad de recurrir a las
exportaciones como respuesta anticíclica. Ello afectó sobremanera a las pymes, obvio. Este fenómeno
impulso el proceso de concentración del capital y favoreció de manera indirecta a las grandes compañías
volcadas a la industrialización de recursos naturales.
El contraste entre la dinámica de los precios industriales y la de los servicios, sobre todo, públicos
transferidos a capital privado, ofrece una perspectiva que permite identificar ganadores y perdedores
sectoriales.

Es indudable que más allá de algunas grandes industrias, la combinación del incremento de costos
derivados de la evolución de las tarifas de la mayor parte de los servicios y la consecuente distorsión en la
estructura de precios relativos de la economía, así como el afianzamiento de un patrón aperturista de sesgo
importador, constituyeron las causas de la aguda crisis que atravesó el sector industrial durante la
convertibilidad.

Deterioro y precarización laboral de los obreros industriales

El volumen físico de la producción se vio acompañado por un significativo aumento de la productividad de


mano de obra del sector, pero considerando que se produjo una expulsión de mano de obra de casi el 20%,
esto se debió a una intensificación de los ritmos de producción.

Los factores de la expulsión fueron:

1) la reestructuración regresiva que se manifestó en la consolidación de ciertas ramas elaboradoras de


productos básicos industrial, o armado automotriz y el retroceso de manufacturas caracterizadas por una
relativamente importante demanda de trabajo

2) desverticalización de numerosos procesos productivos y la creciente reducción del coeficiente de


integración nacional como consecuencia de la liberalización comercial

3) tercerización y subcontratación

4) desaparición de muchas pymes con mano de obra intensivas y la puesta en práctica de estrategias de
supervivencia por parte de las que quedaron en pie

5) afianzamiento estructural, concentración y centralización del capital mediante, de aquellas empresas de


mayor tamaño y productividad, con una elevada densidad de capital por trabajador

Esto verifica nuevamente una significativa transferencia de ingresos de los asalariados a los capitalistas y,
por lo tanto, una creciente apropiación del excedente fabril por parte de estos últimos por la intensificación
de la explotación. De ahí que las “ganancias de competitividad” que presenta el ámbito manufacturero no
puedan catalogarse como virtuosas, dado que se asentaron sobre importantes caídas en la ocupación y los
salarios, a la creciente explotación para aumentar la productividad, antes que a un proceso de
modernización o complejización del proceso productivo.

Esto ya venía ocurriendo desde los años setenta y se consolida en los noventa. Al no transferirse esos
mayores umbrales de productividad vía aumentos de salario, viabilizaron una profundización de la
regresividad ya existente en materia de distribución del ingreso. Este incremento de la tasa bruta de
rentabilidad empresaria terminó canalizándose fundamentalmente hacia el sector financiero o hacia la fuga
de capitales. En ese sentido, la especulación financiera se convirtió en uno de los ejes estructuradores del
proceso de acumulación del capital de las grandes firmas y grupos económicos industriales.

La regresividad distributiva en la industria constituyó para las pymes “sobrevivientes” una forma (facilitada
por las políticas económicas) de morigerar los impactos negativos de la confluencia de la apertura
económica, el retraso cambiario y las altas tasas de interés. En contraposición, para las grandes empresas,
el fenómeno operó en favor de un proceso de reproducción ampliada de sus capitales que tuvo un
referente esencial en los circuitos financieros

La apertura importadora: impactos sobre el comercio exterior industrial


Pese a que, en 1992, por razones fiscales, se incrementó la tasa que debían tributar las importaciones, la
intensidad del proceso de apertura con solo considerar que entre que asumió Menem y ese año los
aranceles se redujeron más de la mitad.

En el ámbito fabril, el proceso de apertura, produjo una alteración radical en el contexto operativo de la
mayoría de las fábricas, que se vieron agravadas por el abaratamiento del tipo de cambio real de las
importaciones. Fue precisamente en la producción local de bienes de capital donde se evidenció la mayor
intensidad de desprotección comercial, agravada muchas veces por la recurrencia a la exención arancelaria
para su importación en el intento de inducir la formación de capital.

Otro campo que se presenta como similitud a los 70 es la pérdida de competitividad industrial asociada a la
creciente apreciación de la moneda local. En este caso, desde la perspectiva comercial, ya no se trata del
abaratamiento de los bienes importados sino también del encarecimiento relativo de la producción local
exportable, una situación perjudicial para las actividades no afincadas en las ventajas comparativas del país

1995 fue un año de ruptura asociado al “efecto tequila” y, también, a una primera manifestación visible de
las limitaciones de la convertibilidad: al quebrarse la expansión económica y del sector fabril, las demandas
reales de las importaciones cayeron ligeramente, mientras que las exportaciones se incrementaron
bastante, por efecto del precio internacional y por los mayores volúmenes puestos en el exterior como
conducta contracíclica. De acá en más se reconocen dos etapas: la primera (1997-98) tuvo un importante
crecimiento de las importaciones, mientras las exportaciones se estancaron; la segunda (1998-2001) es ya
la de la crisis final de la convertibilidad: decayeron un tercio las importaciones, mientras que las
exportaciones tuvieron un ligero aumento, inferior al esperable.

La incorporación al mercado doméstico de bienes de consumo abaratados por la apertura y el retraso


cambiario estuvo asociada, también, a las estrategias desplegadas por muchas empresas oligopólicas que
buscaron consolidar o profundizar sus posiciones en el mercado, dado que muchas de esas importaciones
fueron hechas por ellas aprovechando sus canales de comercialización y distribución.

A partir de 1991, se registró una creciente participación del equipamiento técnico en las importaciones
totales, que se mantuvo estable hasta los últimos años de la convertibilidad, cuando, en consonancia con el
escenario de caída significativa de las importaciones, las importaciones de bienes de capital estuvieron por
debajo de los bienes de consumo. Esto es indicativo de la dependencia tecnológica y del carácter trunco de
la estructura manufacturera que se consolidó en el país durante la hegemonía neoliberal.

Respecto a las exportaciones, circunscribiendo el análisis a las exportaciones industriales no tradicionales,


se puede ver que en los 90, en el marco de la implementación de políticas económicas que no promovían
un desarrollo industrial “sano”, el perfil de estas ventas continuó profundizando rasgos que se arrastraban
desde la dictadura: reprimarización, aprovechamiento de ventajas comparativas estáticas asociadas a la
dotación de recursos naturales, escaso desarrollo interno y limitada generación de puestos de trabajo.

Concentración, extranjerización y crisis de las pymes

Es innegable que la participación del sector industrial en la generación de ingresos fue en aumento y se
acentuó a partir de la fase final de la convertibilidad (1998), en un elevado nivel de concentración
productiva que, no obstante, hace abstracción de un fenómeno característico de la economía
postdictadura: el control de un número importante de las principales empresas del país por parte de
algunos grandes grupos económicos de capital nacional y extranjero.

Los factores que acompañaron este fortalecimiento son:

1) eran firmas líderes cuyos patrones de especialización e inserción en el mercado internacional trascendió
el mero comportamiento contracíclico frente a la crisis interna. El crecimiento de las exportaciones de este
reducido universo de grandes actores evidencia la competitividad internacional de buena parte de sus
productos

2) las asimetrías en las formas que adoptaron los procesos de apertura y “desregulación” (ej.: las que se
vinculan con el privilegiado régimen automotriz, las transferencias a los oligopolios agroindustriales, etc.)

3) las transferencias de capital que supusieron en la mayoría de las ocasiones el traspaso de firmas
nacionales a distintas compañías y conglomerados extranjeros

4) casi total ausencia de control oficial sobre la ola de fusiones y sobre las formas que adoptó la
concentración del capital

5) radicación o regreso al país de compañías extranjeras que por el elevado valor de sus ventas quedaron
en los primeros puestos de facturación

6) apropiación de porciones crecientes de excedente y su derivación a la participación activa en los “nichos”


debe beneficios que generaron o redireccionándolos a empresas del conglomerado que enfrenten
problemas de sustentación

Entre 1991 y 1995 la mayor gravitación de estos segmentos en la cúspide del poder económico fabril
devino del notable incremento en su facturación, que les posibilitó posicionarse estratégicamente en el
marco del crecimiento del sector y apropiarse de manera significativa de las nuevas porciones de mercado.
(concentración de la producción)

Desde 1995, se produjo una significativa disminución en el peso relativo que las asociaciones de capital y las
empresas de grupos económicos locales poseían en el total de las ventas de la cúpula, a la par de una
considerable expansión de ambos tipos de firmas extranjeras, situación que refleja la adquisición de
empresas nacionales por capitales foráneos. (centralización y desnacionalización).

Los elementos que “atrajeron” a las empresas extranjeras fueron: 1) la puesta en práctica de políticas de
tipo horizontal (liberalización comercial y financiera, desregulación de mercados, privatizaciones, tratados
bilaterales de inversión) 2) decisión gubernamental de consolidar al Mercosur; 3) vigencia de ciertos
incentivos institucionales (ej.: régimen especial para industria automotriz); 4) sobrevaluación de la moneda
doméstica por la convertibilidad.

Estrategias empresariales para hacer frente al proceso de transferencias de firmas locales a extranjeras:

1) en el plano productivo, afianzaron un proceso de acumulación y reproducción ampliada de capital


centrándose en un número reducido de actividades importantes por su aporte a las exportaciones totales
(ej.: agroindustria y siderurgia)

2) en el plano de la transnacionalización productiva, fortalecieron su proceso a partir de la adquisición o la


apertura de nuevas empresas en otros países

3) aunque no viabilizó un incremento en la acumulación de capital loca, una parte de los recursos
percibidos se convirtió en activo financiero en el exterior (fuga de capitales).

Factores que explican el crecimiento de las exportaciones de los principales oligopolios fabriles: 1) eran
compañías cuyo desarrollo tecnoproductivo excedía las dimensiones del mercado interno; 2) tuvieron
alternativas para usufructuar las ventajas comparativas derivadas de la dotación de recursos naturales del
país; 3) resultaron favorecidas por la matriz regresiva que, al comprimir la demanda interna, incrementó los
saldos exportables; 4) pudieron acceder a créditos a baja tasa de interés; 5) realizaron transacciones
comerciales con compañías asociadas en el exterior.
En materia de comercio exterior, tuvo lugar un proceso de “simplificación productiva” que se reflejó en que
muchas de las principales empresas oligopólicas del sector se volcaron hacia el armado o ensamblado de
partes, disminuyendo el grado de industrialización de su oferta al calor de la apertura económica.

La caída de las remuneraciones salariales y la concentración del ingreso fueron funcionales al patrón de
acumulación y reproducción del capital en dos sentidos; por un lado, inducían una mejora del tipo de
cambio real, y por otro, incrementaban saldos exportables disponibles y la rentabilidad.

El éxito o el fracaso de los distintos tipos de firmas industriales no dependió prioritariamente de las
decisiones microeconómicas asumidas, sino de los contextos macro en los que se desenvolvieron.

Parece discutible, así, la afirmación de que una de las características básicas de las reformas estructurales
instrumentadas fue su “uniformidad, no eligiendo ganadores o perdedores de antemano”. Resulta evidente
que las políticas de ajuste ortodoxo inspiradas en los principales postulados del “pensamiento único” no
fueron ni uniformes ni neutrales n términos de impacto sobre las empresas que conforman el espectro
industrial nacional.

La última dictadura militar y los gobiernos democráticos que se sucedieron hasta 2001 redefinieron
radicalmente la fisionomía y funcionamiento del capital nacional, con el trasfondo de revancha clasista
sobre la que se estructuró el proyecto original.

UNIDAD V. 1989- 2008. El peronismo polifacético: de Carlos Menem a Néstor Kirchner


1. 1989-2001. De las reformas neoliberales a la crisis
Palermo- Novaro: “Crisis terminal e hiperinflación: contexto de emergencia del menemismo” (1996)

Los múltiples indicios del agotamiento

Las cuentas fiscales y la deuda externa: pérdida de capacidad de financiamiento del sector público

En la medida en que la capacidad de presión de diferentes sectores sobre el gasto e ingresos públicos
desbordaba los intentos del Estado por cerrar la brecha, la inflación repercutía sobre un sistema impositivo
crónicamente afectado por la reducción por las exenciones y la evasión. Sobre la presión tributaria
actuaban dos fuerzas: una endógena (la persistencia de sus rasgos negativos) y una exógena (fracaso de
políticas estabilizadoras que eviten la inflación y mantengan niveles aceptables de actividad económica)

Luego del fracaso del Plan Austral, el círculo vicioso entre desequilibrio fiscal e inflación ganó velocidad y
amplitud: la extrema precariedad del financiamiento fiscal se constituyó en la causa principal de la
desestabilización de la política económica.

Los operadores financieros, un actor en expansión

Es natural que, en un contexto así, los sectores mejor dotados de información y recursos adquirieran mayor
capacidad para protegerse con comportamientos preventivos. El núcleo de estos sectores lo conforman los
tenedores de activos líquidos bien informados. Con el correr de los años tuvo lugar una ampliación gradual
de la conducta de tener divisar, bajando la monetización.

La dinámica de funcionamiento del universo financiero es así: el emisor de las señales que actúan como
disparadores de la acción colectiva, coordinando las decisiones de los operadores financieros líderes, es el
sector público. Si aquellos entienden que los problemas fiscales han creado las condiciones que imponen
variaciones en el tipo de cambio, estas ocurrirán indefectiblemente al arrastras tras de sí al conjunto,
desencadenando una corrida cambiaria. Así fue como, la cada vez más grave crisis fiscal, fue creando las
condiciones de acción colectiva que llevarían a la hiperinflación.
Esto se convierte en un círculo vicioso, porque, a medida que la desconfianza de los operadores aumenta,
el gobierno se ve obligado a endeudarse pagando tasas de interés más elevadas, a plazos cada vez
menores, lo que no hace más que alimentar aún más la desconfianza

La pérdida de legitimidad y eficacia del sector público

Gerchunoff y Vicens (ah sí claro) caracterizan la situación del sector público a fines del 80 como una
dilemática oscilación entre la pérdida de legitimidad producto de la desafección de sus compromisos, y la
pérdida de legitimidad producto de procurar asumirlos empujando la espiral inflacionaria. De este modo,
las actividades económicas del Estado no solo eran deficitarias, sino que fueron acusando una creciente
necesidad de inversión y modernización.

El problema tiende a autoreproducirse: la impugnación de que es objeto el Estado por distribuir los costos
sociales, conlleva una crisis de legitimidad que se presenta como un obstáculo a la creación de las
capacidades públicas imprescindibles para resolverlo. El efecto de esta pérdida de legitimidad se verifica en
dos planos: en el corto plazo, supone que eventuales medidas de reforma conllevarán precios políticos más
elevados que los beneficios esperables; en el largo plazo, una pérdida de respaldo social y político para un
posible intento de recuperación de capacidades institucionales enderezado a convertir al Estado en una
herramienta central del proceso de reforma y ajuste estructural.

Los factores coyunturales se conjugaron con los rasgos estructurales de largo plazo, completando el círculo
de colonización y fragmentación estatal, por un lado, y de pérdida de capacidad de control de las
principales variables que afectan a la actividad estatal, comenzando por la moneda, por otro. Este contexto,
aniquiló la gobernabilidad de un sector público que ya adolecía de una extrema dispersión de la autoridad
mediante una red de innumerables vínculos con la sociedad.

Crisis política

Problemas de gobernabilidad y desafección

La frustración de las promesas de un rápido crecimiento, la desafección de la sociedad respecto de las


instituciones democráticas o las dificultades para resolver el problema militar, si bien no afectarán el
consenso genérico en favor de la democracia, sí generarán desconfianza en la eficacia de los gobernantes,
los partidos y el parlamento para resolver problemas sociales básicos.

Si bien fue necesario que luego de la etapa “refundacional” de la transición, se produzca un


distanciamiento de los electores respecto de los políticos y los partidos, esto significó un costo en términos
de “desidentificación” o desilusión. Sin embargo, había motivos para temer que, ante la cada vez más
evidente incapacidad de las tradiciones políticas para dar cuenta de los problemas sociales, y el
agotamiento consecuente de la capacidad de convocatoria e identificación de los grandes partidos
nacionales, cundiera entre el electorado una aguda despolitización, que podría llevar al rechazo cínico de
las instituciones o la indiferencia ante ellas.

Del malestar colectivo a la disposición al cambio

Dado que el malestar colectivo no estaba homogéneamente presente en todos los grupos y dimensiones
sociales, hay que atender a la esfera de los dos “actores” más relevantes y donde mejor pueden verse los
efectos de la desafección:

Opinión pública: la incubación del malestar tiene lugar en el marco de un proceso de largo plazo de
ensanchamiento de su rol en la política nacional, lo que le confirió una relevancia inédita en otros períodos
democráticos previos. La amplitud de este espacio era la resultante de un amplio proceso de
modernización y de la atomización y la disgregación de actores y grupos generacionales. Esta amplitud
carcomió las clientelas de los partidos políticos tradicionales. Ello resultaba congruente con el visible
deterioro de sus estructuras organizativas, laborales y territoriales, como ámbito de socialización de los
sectores populares, en beneficio de instancias como los MMC, con incidencia en la formación de “agenda”.

El surgimiento de un heterogéneo estado de ánimo antiestatista reconoce, entre otras causas, el hecho de
que amplios sectores sufrían en carne propia la crisis del Estado, tendiendo a posicionarse más en un lugar
de usuarios que en función de sus identidades político- ideológicas. A partir de esto, con empuje de los
medios y actores movilizadores de opinión, la opinión pública se conformaría en un sujeto político propio.

Igualmente, la situación para el gobierno fue contradictoria, ya que, aunque la opinión pública “fuese”
antiestatista, no significaba una disposición favorable a que el gobierno encarase un nuevo plan de
reformar. Esto solo se daría después del empeoramiento de la crisis fiscal y la definitiva desilusión respecto
de la promesa de la restauración democrática. Con todo, a medida que el clima de ideas se fue tiñendo de
consignas privatistas, se fue motivando entre los políticos la reconsideración de algunas cuestiones que
hasta entonces se daban por descontado (ej.: el carácter de las orientaciones culturales de los diferentes
sectores y las valoraciones de los sectores populares respecto del papel del Estado en la economía).

El progresivo desplazamiento de la escena pública de los temas que inicialmente habían definido a la
“cuestión democrática” por otros centrados en los rendimientos económico- sociales de las gestiones
gubernamentales constituyó uno de los pasos decisivos en la concreción de este cambio de clima cultural.

Un rasgo fuerte de la opinión pública hacia el Estado fue su heterogeneidad, se identifican así tres
distinciones: 1) una franja bastante estrecha cuyas disposiciones provienes de convicciones ideológicas, o
vinculadas a una percepción más estructurada y menos coyuntural, o del sector social que integra; 2) una
franja más amplia, cuyo rasgo es el malestar frente al Estado y la predisposición a ensayar un intento de
cambio; 3) un amplio sector del electorado tradicionalmente “distribucionista” o “regulacionista” que sufre
el embate de esos principios y la intrusión en esta cosmovisión antiestatista.

Empresarios: hacia fines de la década, a pesar de sus vínculos con el Estado, siguen siendo el principal
instrumento de acumulación privada y tenían cierto malestar hacia el Estado también. En la medida que
empezaba a descomponerse el proyecto económico alfoncinista, comenzaban a abrigar disposiciones
favorables a las reformas de mercado, sin que ello supusiera una adhesión a los valores neoliberales.

En la cristalización de estas disposiciones actúan, en primer lugar, los cambios en la normativa impuesta por
los organismos internacionales en un contexto de aguda penuria de financiamiento, signado por la coerción
del endeudamiento y la dolarización de la economía. Se trata de la traducción y elaboración en términos
local del Consenso de Washington, el cual recomendaba mantener un rol gubernamental pasivo. Los
consultores financieros pudieron estructurar los términos del debate empresario.

La medida en que estos formadores de opinión compartían el contenido de ese programa, en términos de
la fijación de un “correcto grupo de incentivos” tuvo, en ese contexto, bastante relevancia. Se trata de un
grupo monolíticamente identificado con el neoliberalismo.

Lo que termina de organizar este consenso empresario de terminación (y la opinión pública privatista) fue
la experiencia del Plan Primavera. Este fue, en esencia, un plan antiinflacionario de corto plazo, para cuya
realización el gobierno procuró y obtuvo el respaldo empresario. Las motivaciones de este respaldo fueron
políticas (temían que el descontrol inflacionario sepultara las chances de un triunfo de Alfonsín ante
Menen, en quien veían el regreso del populismo) y económicas (el gobierno compró el apoyo a un precio
fiscal muy alto).

Si el Estado hubiese seguido siendo capaz de cobrar el impuesto inflacionario a toda la sociedad, y
compensar a los agentes económicos y financieros más fuertes, este consenso difícilmente se hubiera
establecido. La dolarización progresiva había erosionado dicha capacidad del sector público, pero los
mecanismos de “especulación garantizada” suponían aun jugosos beneficios que incentivaban
disposiciones en ciertos empresarios al mantenimiento del esquema.
El estallido y el aniquilamiento de la gobernabilidad

La hiperinflación fue, en rigor, consecuencia de una conjunción coyuntural de factores de corto plazo: entre
éstos importa considerar la evolución negativa del sector externo durante 1988, la labilidad del Plan
Primavera, la incertidumbre política generada por las perspectivas del regreso del peronismo, la medida en
que esto incentivó la presión de los grupos de interés a fin de dejar establecidas conquistas que actuaran
como reaseguro para el futuro, y por último la resignación de instrumentos de estabilización ante dichas
presiones. Pero esa conjunción no fue casual: se produjo en el marco de la extrema vulnerabilidad
estructural del sector público, que estaba al borde del colapso. Ella aniquiló al gobierno porque puso de
manifiesto, hasta qué punto éste había perdido recursos de gobernabilidad con los cuales siquiera
mantener el crítico cuadro macroeconómico dentro de ciertos límites. Y dejó, como saldo, firmemente
instalada la sospecha de que el gobierno entrante no enfrentaría un cuadro de circunstancia menos
desfavorable que el saliente.

El Estado que emerge de la hiperinflación es un Estado que ha perdido el control de los recursos
indispensables para la creación y la reproducción de capacidades de gobierno y que no puede intentar
recobrarlos por las vías con las que, cada vez más cerca del abismo, los había mantenido hasta entonces. La
recuperación del control de los recursos se convierte en una tarea absolutamente imperiosa.

El contexto de formulación de las reformas menemistas

Una crisis galopante

Consecuencias de los intentos de medidas reformistas: por un lado, cada fracaso erigió nuevos obstáculos a
la tarea de reorganización política del cambio: debilitó a los actores corporativos contrarios al mismo, pero
en mayor medida debilitó al centro político estatal, al potenciar las capacidades grupos para obtener rentar
y profundizar la fragmentación del sector público. El estado dejó de contar con recursos de gobierno, para
convertirse en la fuente de la ingobernabilidad. Por otro lado, se incubó un agudo malestar social y una
disposición creciente a evadirse de ese cuadro cada vez más insoportable.

La hiperinflación supuso, no tanto una ruptura, sino la culminación de este proceso y puede ser
interpretada con la misma clave: agravó los desequilibrios macroeconómicos y el deterioro de las
capacidades del Estado.

La función de la política se debilita, en parte, porque la tarea de interpretación de los hechos se torna
insustancial frente a su abrumadora evidencia. Esto significa que una vez que los líderes empleado el
extraordinario poder de decisión discrecional que disfrutan en el momento inicial, deciden su rumbo,
colocando “a todo el mundo en las arenas del desierto”, deberán emplear todos los recursos políticos
disponibles para sostenerlo, así como el respaldo popular al mismo. Esta crisis terminal abre el espacio
político necesario para agendar reformas globales. En la ora cara de la misma moneda encontramos la
ausencia de aquellos factores capaces de concurrir eficazmente en la ejecución de políticas y el
sostenimiento de los respaldos necesarios.

Paradojas de origen del menemismo

Los rasgos centrales de la crisis galopante, en tanto contexto de formulación de una estrategia de gobierno,
como las dos caras de la misma moneda, son la disponibilidad de espacio para maniobra política junto a la
estrechez de grados de libertad para definir el rumbo. El Estado no estaba en condiciones de ser parte de la
solución.

Existió una marcada simetría entre el gobierno de Alfonsín y los inicios del de Menem en cuanto al espacio
político y grados de libertad: el primero careció de espacio político para implementar reformas, pero tuvo a
la vez cierto grado de libertad para escoger fórmulas y cursos de acción alternativos; el segundo, por el
contrario, disfrutó de un espacio político de amplitud inédita en la historia, pero careció de grados de
libertad para elegir el rumbo. La opción por encarar reformas de corte neoliberal constituyó toda una
innovación en el gobierno radical, que solo tuvo lugar cuando se esfumaron las ilusiones del Plan Austral.
Las preocupaciones del gobierno se orientarían así en dos direcciones: al intento de hacer compatibles las
respuestas a las restricciones económicas y financieras, y a la estimación de las dificultades políticas para
definir la magnitud y abarcatividad de las innovaciones. Alfonsín priorizó la estabilidad democrática,
evitando riesgos derivados de las aspiraciones de grupos antagónicos.

En contraste, Menem pudo encarar las reformas porque estas fueron asumidas como un imperativo frente
a la crisis, lo cual no comportó un compromiso ideológico electivo por parte de las autoridades, en tanto
que los contenidos del programa se basaron en la convicción de que el potencial disolvente de la
gobernabilidad que reunía la crisis fiscal solo podría neutralizarse adoptando en plenitud un programa que
“generara confianza” entre inversionistas y empresarios internos y externos. Comprendieron rápidamente
que lo que estaba en juego era su capacidad de gobernar. La desgraciada pedagogía que le indicó al nuevo
gobierno justicialista le impuso los estrechos límites a ese derrotero: la reforma adquirió un contenido
conciso, terminar con aquellos desequilibrios. Fue la percepción gubernamental de la crisis como una crisis
de Estado, lo que condicionó decisivamente la organización de la respuesta a la misma.

Un primer factor que jugó a su favor fue la posibilidad de poder “elegir el libreto” con independencia de su
relación con el partido, ya que había construido un liderazgo fuertemente personal derrotando a antiguos
dirigentes del PJ en las internas.

En 1989, Menem se impuso en las elecciones encabezando un movimiento político que arrastraba quince
años de fragmentación y descomposición de su base social y una traumática, pero exitosa, recomposición
de su estructura organizativa, al mismo tiempo que había recompuesto la legitimidad del régimen político.
Esto tuvo una importancia decisiva para que pudiera gobernar sobre la base de esa legitimidad recuperada,
sin necesidad de compartir el poder, con un partido movilizado, y que pudiera presentar sus decisiones
como legítima expresión de su autoridad, aun cuando su contenido estuviera condicionado por la fuerza de
las circunstancias.

“La constitución de la ‘respuesta’ menemista ante la crisis. Primeros pasos hacia las reformas”

La definición de una estrategia desde el gobierno

Las condiciones y los motivos de una decisión

La única similitud entre el gobierno de Alfonsín y el de Menem es que al inicio de la gestión de ninguno
estaba en los planes ejecutar medidas de corte neoliberal, sino que fue fruto de las circunstancias (mmm
weno), lo cual supuso un proceso de adaptación complejo, tanto del diagnóstico como ideológico y
programático. Pero Alfonsín las ejecutó de forma gradual, mientras el Menem desde un comienzo
manifestó la voluntad de llevar a cabo las reformas estructurales necesarias.

Probablemente, haya visto en el fin de la gestión radical el destino de su propio gobierno si no alteraba el
curso de los acontecimientos. Así, la decisión maduro rápida y esquemáticaticamente. Consistía en asociar
la gestión del gobierno con un programa de reformas que parecía proveer los recursos necesarios para
paliar la crisis fiscal: concitar el apoyo del mundo de los negocios, ser el camino más apropiado hacia un
entendimiento con los organismos internacionales de crédito y los acreedores, y dar una respuesta al
difuso “consenso de terminación”. El futuro gobierno se fue convenciendo desde antes de la hiperinflación
y ésta terminó de persuadirlo de que su capacidad para implementar políticas sin contar con la anuencia de
los actores económicos era casi nula.

La relación con los empresarios también fue diferente entre ambos gobiernos: Alfonsín fue siempre
cauteloso, dialogaba con los “capitanes”, lo cual lograba que ciertas políticas fuesen negociadas o
obtuvieran cierto respaldo explícito, pero eran coincidencias circunstanciales, en realidad ambos se
miraban con desconfianza. En cambio, Menem no vaciló en abrazarse al mundo empresario. Esa decisión
fue el núcleo de su estrategia de creación de capacidades de gobierno para dar cuenta de la crisis del
Estado: se apuntó a la conformación de una coalición entre un gobierno con fuerte respaldo popular y
quienes se supone que controlaban las variables económicas.

El problema de la legitimidad fue otra diferencia: Alfonsín, con el cuidado de no afectar los derechos
adquiridos, ni provocar conflictos con grupos de interés se asociaba a la sospecha de que un conflicto podía
poner en duda el régimen democrático, aunque en 1989 se vio que los problemas de legitimidad no
pasaban por ahí, sino por la política y los partidos. En cambio, Menem enfrentaba una amenaza de
aniquilamiento de capacidades de gobierno y tenía ante sí una sociedad que esperaba que las autoridades
reestablezcan el orden. Debía demostrar a toda costa que podía gobernar, imponer decisiones, puesto que
la unidad y eficacia misma del Estado estaba en cuestión.

Reformas neoliberales, una decisión muy peronista

Los dos componentes constitutivos de la identidad peronista (“ser” el pueblo, lo cual no supondría ningún
pacto CON el pueblo puesto que ya lo son, y ser escuela del más vigoroso pragmatismo, “la única verdad es
la realidad”) permitieron a Menem sentirse libre de toda atadura a la hora de decidir un curso de acción
completamente inesperado para sus seguidores y para la mayoría de sus votantes. Menem es un hombre
de esa escuela pragmática.

Los sucesivos éxitos logrados a través del constante reacomodamiento sugieren, por un lado, el estado de
disponibilidad en que se encontraban las bases sociales y electorales y la dirigencia intermedia y sindical del
peronismo. Por otro, la paulatina acumulación de experiencias respecto de lo que se podía hacer, y de las
ventajas y limitaciones que las condiciones y características del propio liderazgo, y de las fuerzas de sus
oponentes, suponían para el desarrollo de una estrategia de poder.

La implementación del programa de reformas en la primera etapa

¿Dar el poder a quienes ya lo tienen?

La forma inicial en que pretendió formar la coalición gobierno con apoyo popular+ grandes grupos
económicos fue también muy peronista: el apoyo le permitiría ensamblar una coalición de gobierno
corporizada en un gabinete expresivo de los intereses presentes en la sociedad, lo que implicaba que el
poder político debía otorgar a los empresarios, dueños de la riqueza, la conducción de los asuntos
económicos. En concreto, a expresiones de los grupos económicos que se encontraban en mejores
condiciones de relanzar la acumulación capitalista.

Brecha de credibilidad

Menem intentó, durante su campaña, no ahuyentar al mundo empresarial, diluyendo su tono populista en
el terreno económico y relativizando las invocaciones de reparación inmediata en sus discursos; pero,
globalmente, fracasó en esto. En parte ello se debió a que dicho esfuerzo resultaba incompatible con el
interés por “acelerar la crisis” y profundizar el deterioro del gobierno de Alfonsín.

Las restricciones propias de un contexto de crisis galopante se complejizaron al sobreimprimirse una brecha
de credibilidad de raíces específicamente políticas, que habría de incidir en la marcha general de las
reformas y en su diseño.

La confianza de los operadores financieros resultaba imprescindible para superar la emergencia.


Difícilmente habrían de actuar en consonancia con las promesas del nuevo gobierno a menos que creyeran
que éstas eran firmes y se sostendrían. Pero, paradójicamente, para los operadores, un partido unido era
aún más sospechoso de mantener sus orientaciones históricas y de convertirse en el ámbito en que se
aglutinarían las previsibles resistencias sociales a las reformas, proyectándolas al gobierno y a todo el
aparato estatal. Había, desde su óptica, buenos motivos para el escepticismo: la representatividad social
del PJ había sido siempre fuerte, y en su seno se desenvolvían los actores sociales destinados a ser las
víctimas de las reformas. No sólo los sindicatos, sino también sectores empresarios locales.

De todos modos, saltaba a la vista que ni los sindicatos ni el sector popular pondrían condicionar al
gobierno, lo que se temía era un gobierno imprevisible, sometido a presiones contradictorias de
corporaciones y sectores ideológicos enfrentados, que se reactivara la tensión peronismo- antiperonismo.
¿Por qué confiar en el nuevo compromiso de Menem y su constancia? ¿por qué creer que, en el caso de
proponerse la conversión, Menem estaría en condiciones de doblegar las previsibles resistencias que sus
seguidores opondrían al giro impuesto a la política?

A la cabeza de un partido cuyo prestigio no derivaba, precisamente, de su capacidad de procesamiento


institucional de sus conflictos internos, era previsible que Menem, tras optar por un programa de riguroso
ajuste y de reforma estructural, lo desestimara luego frente a la emergencia de las complicaciones
insalvables que aflorarían en su frente interno. Era natural que surgiera una profunda “brecha de
credibilidad” respecto de la constancia y efectividad de su iniciativa reformista.

Menem contaba a su favor que estaba iniciando su gestión, que disfrutaba de un gran respaldo electoral y
de la opinión pública. Pero no era suficiente, si los inversores y los organismos de crédito no creían que las
reformas se llevarían a cabo ni que se sostendrían en el tiempo, los efectos macro de esa falta de confianza
harían vulnerable la política de reformas.

Al enfrentar esto, el gobierno deberá ir más allá de donde hubiese ido en ausencia de esta brecha: se vería
obligado a sobreactuar, ofreciendo amplios beneficios y garantías a quienes deseaba convencer.

De la necesidad a la virtud

Una de las razones por las que los empresarios no le creían al gobierno, es que las reformas serían
impuestas por la necesidad y no por la convicción. En consecuencia, tuvo que hacer “de la necesidad,
virtud”: para reducir la brecha intentará mostrar cuán profunda y auténticamente convencido está de sus
nuevas ideas y de cuánta capacidad de control dispone. Esta conversión se efectuó en dos planos: el
comunicativo y en el de la gestión política.

En el primero, enunció las claves de su nueva política en lo que dio a llamar “la economía popular de
mercado”, consistente en una retórica de exaltación de principios impugnados por el sentido común de la
tradición peronista: el fin del intervencionismo, la privatización de empresas públicas, ajuste fiscal,
liberalización comercial, reemplazo de los valores de producción. En este plano, Menem se manejará con
una dosis tenue de ambigüedad, no dudando en confrontar con las resistencias dentro del PJ; pero
evitando crearse un innecesario flanco por provocar que se mantenían en la pasividad o en un apoyo tibio.
Así tendera a efectuarse una redefinición de las valoraciones colectivas en torno al peronismo, como una
forma de hacer tajante la ruptura con el pasado, sin perder el anclaje en la propia tradición.

En el plano de la gestión, puso especial énfasis en ratificar su talante reformista, a través de la elección de
las empresas por privatizar en lo inmediato.

Economía de capacidades institucionales

La retórica de la nueva “virtud” es la fe en el mercado. El núcleo conceptual en el que se sustenta este giro
es la crisis fiscal y la pérdida extrema de capacidades estatales, por lo tanto, el mercado aparece como
único coordinador imaginable de las decisiones de los agentes económicos. El gobierno actúa con la certeza
de que, dado el nivel de deterioro de las capacidades del sector público, es mejor renunciar a que él cumpla
cualquier rol de coordinación, transfiriéndolos al mercado. La opción es, por ende, por una economía de
capacidades institucionales. Siendo estas un recurso escaso, opta por concentrar su esfuerzo en aquellas
funciones intransferibles al mercado. Opera aquí una suerte de racionalización pragmática: la receta
neoliberal es la única opción.

Los gobiernos reformistas promercado debían limitarse a establecer un medio ambiente económico
general favorable a la inversión absteniéndose de intervenir con incentivos ajenos al propio mercado,
siguiendo los lineamientos de los organismos multilaterales de crédito, alineados en el Consenso de
Washington. Así, bajo su prescripción y con la crisis galopante, el gobierno eligió el camino al mercado de
menor complejidad. Su necesidad de financiamiento era potenciada por la presión de los acreedores
externos y las sospechas de los operadores

Concentración de autoridad en el seno del Ejecutivo

La crisis hizo posible una súbita respuesta política que neutralizó, por un lado, la definición de un rumbo
general, y por otro, la capacidad de bloqueo por parte de actores sociales.

¿Qué tipo de poder tuvo Menem al inicio de su gestión y de qué derivaba? 1) el poder consistía en la
debilidad de todos los demás actores políticos e incluso buena parte de los actores sociales, a resultas de la
crisis, y en su condición de líder que aún no había tenido oportunidad de desencantar a sus votantes. Su
poder residía, más que en recursos concretos, en las posibilidades que tenía para actuar, reordenar el
campo político e iniciar una estrategia de cambio. 2) en su potencial fugacidad: se trataba de una capacidad
circunstancial, en tanto que, así como una conjunción de hechos lo creó, otros hechos podían disiparlo.
Derivaba de factores cuya exposición al desgaste era mucho mayor que la que afecta a sólidas instituciones
estatales. 3) de su superficialidad.

Era un poder perecedero y carente de bases institucionales sólidas, que debería procurárselas, explotando
la potencialidad creada por las circunstancias, y lo intentará con la implementación de las reformas. Para
ello, el gobierno tenía por delante una tarea de múltiples facetas: crear un basamento de la autoridad
estatal al mismo tiempo que profundizaba su presencia

El mundo empresario ante la estrategia de reformas

Para resolver la relación entre el empresariado y el gobierno había que reformular la alianza de interés en
la que el peronismo fundaba su representatividad y su propia identidad. Para contener el peso de los
sindicatos era necesario incorporar a los grandes empresarios a las fuerzas propias, pero ellos desconfiaban
del peronismo justamente por la presencia protagónica de aquellos. Para suerte de Menem los tiempos
habían cambiado. El primer paso dado por el gobierno para atraerlos fue la incorporación a cargos públicos,
por ejemplo

Morfología heterogénea y respaldo difuso

La respuesta empresaria fue compleja: por un lado, se avaló la orientación general del plan; y por otro, se
presentaron reacciones y resistencias ante cada disposición que afectara intereses creados. En cuanto al
apoyo difuso, sesgado por la identificación ideológica del discurso gubernamental con las propuestas
tradicionales de las organizaciones empresarias, fue dominante. Pero al mismo tiempo existieron
dificultades para encontrar actores organizados decididos a apoyar el gobierno, que pudieran compensar
las resistencias que se organizaban por los empresarios afectados.

En 1989, los temores que había tenido Alfonsín en cuanto a la emergencia de un fuerte contingente de
empresarios opuestos a un programa de reformas ya no se justificaban. Junto a un núcleo activo
ideológicamente promecardo, la diversificación económica y financiera de los sectores concentrados, el
quiebre de las corporaciones que representaban a la burguesía local y el malestar generalizado por la
inflación, generaron una situación desfavorable para la conformación de un bloque empresario opositor

¿Qué pasó con los grupos económicos más poderosos? El gobierno, con su decisión reformista inicial, logró
traducir el consenso de terminación en un apoyo político, general y difuso del mundo de los negocios. A
trazos gruesos, ese apoyo no se estructuró centralmente a partir de los sectores cuyos intereses eran
tradicionalmente promercado, sino en las claves generales del consenso de terminación, de huida la
inflación y la crisis fiscal. De todos modos, aunque el apoyo fue tangible, no fue pleno, sino que estuvo
plagado de tensiones y actitudes oscilantes.

Credibilidad y presiones empresarias

La creación de las condiciones favorables que el comportamiento colectivo del sector empresario se ajustó
a lo esperado por el gobierno suponía reconfigurar su relación, ¿cómo lo haría? ¿quiénes conformaban el
núcleo de referencia estratégico del mundo empresario?

Menem elige a los hombres (ysí) de la producción; esta elección se basa en el supuesto de que el
ensanchamiento de poder de los grandes grupos económicos a lo largo de la dictadura y del gobierno de
Alfonsín, los había convertido en agentes privilegiados de la acumulación capitalista y eran, por tanto,
capaces de organizar la acción colectiva de los empresarios. Sin embargo, lo que los define principalmente,
es ser tenedores de activos líquidos, cuya administración en opciones de corto plazo adquirió prevalencia
en sus decisiones. Los empresarios han devenido, también, en operadores financieros.

La instalación de un grupo empresario al frente de la conducción económica no hizo más que exacerbar el
potente mecanismo que articulaba en torno a los consultores al conjunto de los agentes económicos. El
esquema inicial adoptado dotó de credibilidad y respaldo, pero de modo muy fugaz, debido a que
internalizó en él y su equipo un juego por el cual los agentes económicos, particularmente sensibles a toda
información al actuar como operadores, conocían de antemano las respuestas del gobierno a sus presiones.
El ensanchamiento de la brecha que derivó de la “alianza estratégica” demostró la imposibilidad de crear
un juego cooperativo privados-Estado, si éste no contaba con un nivel mínimo de autonomía y capacidad
de coerción.

La reaparición de presiones en el mercado de cambios condujo a un shock devaluatorio acompañado de un


importante ajuste en las tarifas públicas, lo que desembocó en la segunda hiperinflación. Con esto, la
fórmula reformista inicial quedaría sellada.

Problemas de coordinación de la acción colectiva

El problema de asignar los costos

La reforma trae costos que caen sobre los presuntos beneficiarios y no sólo sobre los potenciales
damnificados. El gobierno se encuentra complicado. Estima necesaria la concurrencia de los agentes
económicos y pone sus esperanzas en movilizarlos, pero éstos son renuentes a seguirlo sin la presencia
constante de incentivos, pero recursos para ello es lo que menos tiene el gobierno; por el contrario,
necesita descargar los costos de la estabilización y la reforma en los sectores que esperaban beneficiarse
con las medidas. Dos dimensiones del problema: por un lado, una fuerte puja entre virtuales beneficiarios;
por otro, poderosas resistencias y oposiciones de los beneficiarios a las injustas e “incongruentes” medidas
que el gobierno va a tomar.

Las reformas exigían, además, distribuir los costos permanentes, intrínsecos, al nuevo modelo, también
sobre los beneficiados (por ej.: cargar parte de la recuperación de la capacidad extractiva del Estado). Este
es un problema más elemental, puesto que obvio estos sectores quieren que se estabilice el escenario
político- económico, pero no quieren cargar con la distribución de costos que implica tal estabilización.

Los objetivos de la gestión económica se vieron así jaqueados por los potenciales “ganadores” que no
querían que la política económica tuviera un sesgo antiexportador, estrangulaban las posibilidades de
financiamiento público. La anulación de las retenciones, por ej., serían suplidas por nuevos gravámenes.
Pero la oposición a la reforma tributaria propuesta para tal fin por parte de los sectores industriales y
agropecuarios más dinámicos también cercaba el margen de operación del gobierno.
La ortodoxia fiscal como instrumento político

El reemplazo de Rapanelli por Erman González expresa el esfuerzo de poner distancia entre el gobierno y
los intereses empresariales como requisito para organizar la cooperación de los empresarios con la
estrategia reformista; componiendo una distribución consistente de los costos de la reforma, como
condición intrínseca para organizar su comportamiento en tanto operadores financieros. Enfrentado a la
ardua tarea de neutralizar las presiones de los agentes y de doblegar las resistencias a la asignación de
costos, el gobierno logrará el respaldo de los organismos multilaterales de crédito y la aproximación al
centro de las decisiones de Álvaro Alsogaray, un representante del liberalismo argentino.

En diciembre de 1989 se introdujo un tipo de cambio flotante, gracias al cual el BCRA se libera del
compromiso de comprar moneda extranjera y se introduce el Plan Bonex.

A lo largo de un año, en que seguirán las dificultades para alcanzar el superávit fiscal y evitar el atraso
cambiario, las empresas no cederán en su cuestionamiento a la presión impositiva. El paquete fiscal
instrumentado en septiembre de 1990 (aumento de tarifas, incremento y generalización del IVA) tampoco
contó con su apoyo. Se sumó el corte de servicios a los grandes usuarios con deudas e investigaciones
sobre incumplimientos impositivos.

Fue en este contexto de “soledad gubernamental” que tuvo lugar, además, el ingreso de un equipo de
técnicos tributaristas experimentados a la Secretaría de Ingresos Públicos, dotados de plenos poderes para
reorganizarla y a la DGI también. Se recuperan las capacidades extractivas.

El gobierno obtenía apoyos circunstancialmente y por fracciones reducidas del empresariado.

Construyendo puentes de plata

El respaldo pleno o la oposición de los grupos económicos dependía de las garantías que les diera el
gobierno, las cuales se negociaban entre el mismo gobierno y los grupos afectados. El gobierno sabía que,
frente a la incertidumbre reinante, las empresas podían o apoyar la transformación exigiendo garantías u
optar por opciones conservadoras, entonces, para convertirlos en aliados efectivos de su política, el
gobierno resolvió que era preciso ofrecerles incentivos especiales, que los hicieran proclives a pagar parte
de los costos de ese desmantelamiento y a renunciar a la asistencia de la que se habían beneficiado hasta
entonces. Así fueron, por ej., beneficiarios potenciales de las privatizaciones, de las nuevas tarifas o
contratos con sobreprecios.

“El menemismo como horizonte neoperonista”

Cada vez se hizo más evidente que Menem estaba realizando una profunda reforma, no solo en el Estado y
la economía, sino en el campo político, que le permitiría paradójicamente mantener bastante indemne al
propio partido y la coalición peronista

La adaptación del peronismo a los nuevos tiempos

Bajo la presión de la crisis y con el respaldo del mandato electoral, pudo imponer a sus propias huestes el
encuadre general del proceso de reforma y el modelo de gestión política para su formulación e
implementación, al tiempo que envolvía a sus partidarios en una innovadora coalición. Si en líneas
generales puede hablarse de una baja disposición inicial de los mismos a acompañar las reformas, de todos
modos, las tensiones que hubo no llegaron a aflojar las relaciones entre ambos al punto de hacer pensar al
presidente que el empeño en el curso de acción fijado podría llevarlo a la crisis. ¿cómo logró Menem
ponerle las riendas al partido y conservarlas a lo largo de su gestión?

Sin embargo, pese al giro discursivo y programático de Menem para reducir la brecha de credibilidad, los
conflictos cuya exacerbación necesariamente facilita un conflicto de reformas, fueron controlados gracias a
la inclusividad peronista. Cabe destacar un par de paradojas: el peronismo cumplió cuando menos fue
creído; y en su inclusividad social que se consideraba una amenaza insalvable para toda política de ajuste
estructural, radicó en la condición de éxito de los cambios.

Menem y los peronistas

Las credenciales de Menem ante los sectores populares estaban bien establecidas. Y en la medida en que
se basaban en identificaciones ideológicas y político- culturales de larga data y no en intercambios
momentáneos, el presidente disponía de un capital político considerable para invertir en la legitimación de
sus nuevas opciones, sin correr riesgos de perder apoyo popular en el corto plazo.

El triunfo de Menem no significó un regreso al estilo tradicional: con él se consagró una variante
heterodoxa de caudillismo complementada con el respeto de reglas partidarias en funcionamiento,
selección de dirigentes y resolución de conflictos. Reuniendo la mística de un líder carismático, con la
legitimidad democrática, Menem obtuvo un control sobre el partido mucho más efectivo que el de todos
los herederos de Perón previos. La unidad que el peronismo no era, por otro lado, una restauración de su
unidad original en torno a Perón. era la unidad de un partido, no la de un movimiento.

Por otro lado, la lealtad de los dirigentes del partido (mayoritariamente renovadores) al presidente estaba
lejos de ser segura, pero al mismo tiempo que Menem se había fortalecido, éstos se habían debilitado.

De todos menos, la situación fue bastante precaria hasta 1991. Fue recién a partir de los éxitos del Plan de
Convertibilidad (reducción de la inflación, equilibrio fiscal, reactivación económica, recomposición parcial
de las jubilaciones y atención de la deuda previsional) que ella comenzó a cambiar.

En las legislativas de 1991, Menem aparecía como el artífice de un milagro político: la inesperada retención
del voto peronista en casi todos los distritos fue atribuida a su gestión y al liderazgo en virtud de que
durante el último tramo de la campaña el presidente, junto a su ministro Cavallo, recorrieran las provincias
donde los candidatos peronistas le eran afines, centrando sus discursos en la defensa de la política
nacional.

La hegemonía creciente del menemismo se reflejó, también, en el clima de ideas y discusiones que tenían
lugar al interior del partido. Hasta entonces había existido una implícita tolerancia hacia quienes
manifestaban sus dudas o críticas al curso del gobierno. Desde principios de 1991 todo esto cambió.
Menem convocó a un Congreso de Actualización Doctrinaria en marzo de ese año, en el que por primera
vez se puso en claro, por boca del presidente, la profundidad de los cambios en curso. La crisis en medio de
la que asumió el gobierno había determinado que “no hubiera tiempo” para un gran debate doctrinario,
“debí actuar ante la urgencia de los hechos” se justificaba (ybue).

A partir de entonces el gobierno se manejó con un margen de maniobras considerablemente mayor al que
disfrutara en los dos años iniciales.

Tres campos sindicales

Se pueden diferenciar tres tácticas y reacciones diferentes:

1) el campo de la colaboración, que reclutó a aquellos gremios y sectores de gremios que se allanaban al
programa reformista e intentaban obtener el mayor beneficio posible de él. Esto no significa que
secundaran de modo completamente pasivo al gobierno. Por el contrario, defenderían con uñas y dientes
el legado de privilegios propios de las viejas reglas de juego, y cobrarían un alto precio de cada intercambio,
ofreciendo a los demás actores su disposición al cambio y capacidad para llevar por esta senda a los
trabajadores organizados para mejorar su situación en la nueva coalición. Pero el gobierno podría obrar en
estas negociaciones con el presupuesto de que, por más exigencias que tengas, no abandonarían el barco.
Dado que la prenda de negociación que este sector ofrecía al gobierno y los empresarios era el abandono
de la modalidad de producción corporativa propia de la estructura económica protectiva y su capacidad
para restringir las demandas salariales y controlar la contestación interna frente al programa de reformas,
pero la eficacia y la aceptación social de estos recursos estaban sumamente devaluadas, a raíz de la
desarticulación de aquel modelo, por la combinación de conflictividad, estancamiento y alta inflación, se
entiende que solo pudieran aspirar a tener un rol subordinado en la coalición.

La posición de este sector, al igual que el de un amplio espectro de votantes peronistas, no dependerá
tanto de los lineamientos de la política de gobierno, como de quien la ejecute.

2) el de la negociación dura. Estaban lejos de compartir la visión de las cosas que infundía el espíritu
reformista de Menem. Tenía buenas razones para figurarse que de los planes anunciado provendrían para
sí más costos que beneficios. Pero, sobre todo, no tenía ningún entusiasmo por enlazarse con gobierno
alguno, menos con uno que tomaba ese rumbo. Continuaba al estilo “vandorista” (?) de toma de distancia
del poder oficial como para estar siempre en condiciones de “golpear y negociar”. Por una parte, adoptó la
tradicional postura de arrogarse el derecho de evaluar el carácter peronista de la gestión. Por la otra, no se
pronunciaron de modo general ni a favor ni en contra del giro que suponía la política menemista.
Procuraron mantener a su disposición un rango amplio de posibles reacciones.

3) el de la oposición frontal a las reformas, intentando su interrupción o fracaso. Asumieron una actitud de
resistencia abierta, prescindiendo de calcular consecuencias, puesto que sus líderes concebían su rol en
términos de la voluntad de sus bases. Otros, al parecer, estimaron disponer de muy poco margen (frente a
oposiciones internas duras) para una tesitura más flexible. En común, adoptaron una posición confrontativa
que, a diferencia del grupo 2) les permitía golpear, pero no negociar.

En el caso de algunas privatizaciones, por ej., la resistencia gremial alcanzó a principios de 1990 una gran
intensidad. Pero a nivel nacional la convergencia de sectores opositores en torno a la CGT Azopardo no se
concretó. Las conducciones nacionales de los gremios de empresas a privatizar se inclinaron por la
negociación o directamente la colaboración en el proceso de licitación, de modo que las seccionales
rebeldes fueron aislada y desarticuladas sus dirigencias.

La convivencia de este espacio (CGT Ubaldinista) de partidos opositores que intentaban capitalizar el
descontento social, con sectores peronistas que buscaban reivindicar el ideario traicionado, no dio por
resultado una confluencia paulatina en propuestas programáticas, sino que circunscribió su política al
rechazo de las iniciativas gubernamentales. Al mismo tiempo, en virtud de los riesgos que implicaba la
confrontación para el futuro del peronismo, una buena parte de los sindicatos afectados directamente por
las reformas tendió a sustraerse de este campo, para integrarse a los dos restantes.

Con el paso del tiempo, Lorenzo Miguel se constituyó en el principal sostenedor de Ubaldini, por la razón
de que, sin la existencia de esta ala rebelde, su propio sector perdería fuerza ante el gobierno. El rol del
sector de negociación dura fue, en lo que respecta a la marcha del plan de reformas, favorable para el
gobierno, al limitar sistemáticamente las posibilidades de que los principales sindicatos confrontativos
cobraran total autonomía para actuar como articuladores del disperso campo opositor.

Menem se ocupó de profundizar las divisiones en el sindicalismo. Y, en relación a los confrontativos, no


dudó en responder de modo fulminante a las primeras protestas, más aún cuando estas consistían en un
rechazo a las iniciativas identificadas como casos testigo de las reformas.

Mientras los sindicalistas de negociación dura y los dirigentes renovadores, no perdieron nunca de vista los
límites que no debían traspones, Menem actuó como si estos no existieran, con el pálpito de que
preferirían bajar el nivel de conflicto que exponer al peronismo a una ruptura.

Corrupción y pragmatismo: instrumentos de un peronismo secularizado


En una dinámica de coaliciones en recomposición como la del período, puede entenderse que la compra de
voluntades esté enderezada más que a aquellos que se procura incorporar, a aquellos componentes de la
vieja coalición que no se desea perder. A su vez, dado que en este gobierno predomina una exaltación del
mercado, el éxito personal y el abandono de las ataduras a la tradición, la corrupción es, en cierto sentido,
una forma de incorporarse al nuevo orden.

Pero sus raíces no son delictivas, sino sociológicas (o sea...): Menem expresaba, dentro del peronismo, las
relaciones sociales arcaicas características de las provincias del noroeste argentino, donde las redes clánicas
y pautas de patronazgo están presentes en la política.

El problema de la corrupción política no es tanto el juicio moral que los opositores o la opinión pública
pueden realizar, como la amenaza a la autoridad que de ella puede derivarse cuando el origen o la
extensión de estas prácticas obedece a la necesidad de un gobierno de obtener el acatamiento de sus
decisiones por parte de los funcionarios o seguidores.

Una identidad sin coalición

La apuesta política por las reformas era arriesgada, pero los peligros de dilapidar el capital político que
tenía se vieron aminorados por:

1) la fortaleza del liderazgo de Menem en un partido cuya legitimidad y cohesión y capacidad de procesar
institucionalmente sus conflictos habían crecido perceptiblemente a lo largo del proceso de
democratización interna y al redefinir la relación entre los dirigentes partidarios y los sindicales

2) la vulnerable posición de los enemigos potenciales del presidente en la cúpula del partido

3) la fragmentación del campo sindical, en el que contó con una vertiente dispuesta a embarcarse en el
proyecto del gobierno, y otra que se autoimpuso límites en su acción contestaria

4) la capacidad de utilizar mecanismos estatales de distribución de alicientes para persuadir a los reticentes

Menem conocía a los actores (tanto a las organizaciones como a la base) y ello expandía su capacidad de
sopesar las reacciones provenientes de su propio campo. Sobre todo, “sabía” tres cosas: que replicar con
dureza los intentos de trabar las políticas en curso no emblocaría a sus opositores; que mostrando su
disposición a llevar el conflicto hasta las últimas consecuencias sus adversarios en el partido y entre los
sindicatos duros desistirían antes de que los efectos fueran irreversibles; y que podía valerse de los
mecanismos de asignación de premios y castigos para suscitar adhesiones y neutralizar contendientes. Por
todo esto, mientras que Alfonsín creía que tenía ante sí un frente opositor compacto (o que él se podía
constituir), Menem sabía que tendría que enfrentar solo bolsones de resistencia.

A pesar de la intensidad de reformas y del giro que representaron, el tono general de las relaciones entre el
gobierno y el partido no fueron muy conflictivas. Frente a la gestión, partido y parlamentarios absorbieron
gran parte de las decisiones y medidas, pero se destacó una disposición justificatoria que, a juzgar por la
escasez de reacciones internas, no careció de eficacia.

El gobierno negoció dentro de las pautas fijadas para concretar los objetivos (alicientes y
constreñimientos), pero no consintió en alterar su agenda: había que privatizar y se privatizó; había que
desmantelar las protecciones arancelarias a sectores industriales cuyos sindicatos veían por ello aún más
menguada su capacidad de negociación colectiva, y así se hizo.

Sin embargo, si se observan otras esferas, hay señales, por acción u omisión gubernamental, de una
cuidadosa atención prestada a mantener los componentes socio electorales tradicionales del peronismo en
el marco de la recomposición de la coalición de apoyo.
De todas formas, se advierte que los votantes peronistas estaban divididos entre la decepción y una
adhesión tibia y los que pensaban que se habían “traicionado” las banderas históricas eran muchos.
Quienes opinaban que no había otro camino, tendrían compromisos ideológicos firmes.

La identidad peronista aún seguía en pie, pero la coalición “estatista-productivista” entre empresarios y
sindicatos estaba destruida. La “disponibilidad estructural” del peronismo, globalmente considerado, para
un nuevo rumbo era, apenas, la mitad de la solución. La otra mitad dependía de la política: de la capacidad
para cerrar la brecha entre identidad y proyecto político, y en lo posible, hacerlo con un proyecto viable. La
fuerte identidad política peronista, además, no había permanecido inmutable. Disfrutaba de atributos
nuevos: mayor cohesión institucional, un formato partidario, menor dependencia de estructuras sindicales
y, con Menem, un liderazgo carismático que proporcionaba una primera respuesta al interrogante en torno
a la sucesión abierta con la muerte de Perón.

La redefinición del estilo de gestión

En un contexto de gran fragmentación de la autoridad, curiosamente, la reconstruye junto con el poder


estatal sobre la base de estrategias de formas promercado, que implican el retiro del Estado de una
cantidad de actividades y cuestiones. Es así que, luego de intentar una primera fórmula puramente
expresiva de los intereses dominantes, inicia un proceso de autonomización estatal que lo lleva a
distanciarse de estos grupos, y que le permitirá al mismo tiempo que concretar medidas de reforma cada
vez más audaces, reconstruir en alguna medida las capacidades administrativas y los recursos de autoridad
pública.

En lugar de un empresario a cargo de un proyecto estatal (Miranda), o de un pacto (Gelbard), ubica a los
poderes empresarios sin mediación al frente de la gestión económica. El paso siguiente fue la adopción de
la ortodoxia monetarista como fórmula ideológica que diera cohesión al equipo gobernante y que
permitiera marcar la separación con los grupos de interés. Esta etapa, que duró hasta 1990, significó el
ingreso de equipos técnicos, la adopción de las primeras medidas concretas en dirección a la reforma
estructural y el “disciplinamiento” de la burocracia y el partido detrás de este curso de acción. Debió darse
un salto cualitativo para consolidar este proceso en el Estado y en el partido. Este se logró en 1991, cuando
se conformó definitivamente el equipo reformista, ya no en torno a un principio ideológico, sino en torno a
uno político. Se completó así el proceso de politización de la gestión y de estatalización del poder político
menemista, inicialmente parainstitucional.

La “nueva política” del gobierno menemista

Durante los primeros gobiernos peronistas, el sistema de gestión implicaba múltiples y difuminadas
instancias de concertación y heterogéneos mecanismos de intercambio entre caudillos y corporaciones,
que reflejaban la profunda interpenetración en el movimiento, el gobierno y los grupos de interés.

Pero a fines de los 80, el Estado resultante estaba quebrado en términos financieros y administrativos, y su
legitimidad se deterioraba día a día bajo el peso de las demandas que ya no podía satisfacer, por lo que se
iba tornando a un tiempo cada vez más inútil como mecanismo de gobierno y prolífico como foco de
conflictos.

Las políticas de reforma del aparato estatal significaron el despido de miles de empleados y la eliminación
de incontables reparticiones, agencias y empresas públicas. Simultáneamente, condujeron a centralizar y
tecnificar la gestión. La tecnificación de la administración, que afectó al personal, los criterios de
legitimación de las decisiones y las formas de implementar las políticas, no significa en términos estrictos su
despolitización.

La centralización, por su parte, supuso un reordenamiento general de la división del trabajo y de las
funciones de decisión y representación dentro del gobierno. Menem logró de este modo una colosal
concentración del poder de decisión, anteriormente distribuido entre una multitud de caudillos que
controlaban en forma relativamente autónoma distintos órganos estatales, encabezaban redes clientelares
y negociaban entre sí y las corporaciones cada decisión de gobierno. No por nada las debilito y tendió a
subordinarlas o reemplazarlas por otras nuevas, en las que el único “patrón” es el Ejecutivo.

Por otro lado, el Estado adopta ahora una forma de “caja negra”, donde actores poderosos, incondicionales
y amigos actúan como más como operadores de intereses personales, que, como representantes de
corporaciones, negociando favores fuera de la visibilidad pública. El menemismo se muestra renuente a
institucionalizar ámbitos de concertación, no solo con los sindicatos, sino con las corporaciones y grupos de
interés en general, prefiere implementar sus políticas sin negociarlas en público y cuando se ve obligado a
buscar acuerdos, lo hace tras bambalinas y segmentadamente.

Cambios en la identidad peronista, del movimiento al partido

Desde la asunción de Menem, el PJ ha visto reducirse su plantel de militantes y dirigentes voluntarios,


destiñéndose aún más los rasgos característicos del movimiento de masas, pero tendió a adquirir otros,
propios de un aparato profesional- electoral integrado por operadores, empresarios de la política que
administran recursos, trafican influencias y movilizan opiniones y voluntades según las necesidades del líder
de cada momento. Nunca antes el PJ había logrado conformar una estructura territorial de alcance
nacional, y de ganar elecciones independientemente de los sindicatos.

La estrategia menemista abunda en interpelaciones hacia sus seguidores y la sociedad, su historia, valores y
metas colectivas, fundamentales para mantener al PJ unido e identificado con el programa de reformas,
pero ¿acaso no implicó también esto transformar la misma identidad peronista en algo totalmente distinto
de lo que solía ser?

La desactivación de la alteridad populista

Recién podría completar esto, al redefinir la propia identidad en una clave no antagónica con los sectores
neoliberales, los intereses de los empresarios y de los operadores financieros locales e internacionales, y
traducir a la competencia electoral las oposiciones entre peronistas y no peronistas. En términos más
amplios, la democracia formal y la real se concilian en su gobierno, al desactivarse la tensión entre la
representación institucional de una voluntad mayoritaria, la legitimidad democrática y la satisfacción de los
intereses del pueblo, la legitimidad populista.

¿Cómo es que logró reformular la identidad peronista, en suma, reabsorbiendo el antagonismo político-
social que le había sido tan característico? La clave reside en que en realidad ese antagonismo fue el
resultado no querido de un proyecto político fracasado en sus objetivos iniciales, y convertido
pragmáticamente.

Solo a partir de que los intereses y las demandas perdieron ese carácter políticamente conflictivo, es decir,
que se desactivó el antagonismo pueblo- oligarquía y con él la legitimidad populista-revolucionaria, podría
recuperarse el consenso en torno a procedimientos, la legitimidad democrática. Y con ella, la
institucionalización de los conflictos políticos y de intereses. En otros términos, desactivar ese antagonismo
implicaba terminar con la idea de una revolución justicialista. Ello no significaba, específicamente, ni hacer
la revolución, ni la contrarrevolución en el peronismo, mostrar a la sociedad que nada esencial en él
alimentaba el rechazo que despertaba entre sectores medios y altos de la sociedad. Implicaba reparar las
consecuencias no deseadas de las “tácticas de conducción” de Perón.

Es justamente la reparación de este equívoco lo que se propuso concretar Menem a través de su estrategia,
que involucra, por un lado, interpelaciones que dirige a la sociedad y especialmente a sus bases peronistas,
en las que se redefine la historia del movimiento y el contenido de las promesas que daban sentido a su
identidad; y por otro, las políticas de reforma que fueron calibradas y formuladas, en buena medida, en
función de la creación de confianza y la superación de la brecha de credibilidad que se abría entre el
gobierno y los sectores económicos predominantes.
Menem logró conciliar la unidad de los peronistas con un gobierno peronista medianamente estable. Si
tuvo éxito allí donde Perón fracasó no fue simplemente porque rindió mayores tributos a los sectores cuya
confianza necesitaba ganarse, sino que el obstáculo que había encontrado su inspirador, el antagonismo
político- social fundante de la identidad peronista, ya estaba en descomposición al llegar él al gobierno y su
definitiva disolución exigía declarar el fin de la tragedia histórica encarnada por el peronismo para hacer
posible su promesa primigenia.

El nuevo formato de la identidad peronista

El menemismo modificó el formato mismo de la identidad: durante el largo período de populismo clásico, la
identidad peronista fue una “identidad por alteridad”, mientras que en el menemismo fue convertida en
una “identidad por escenificación”. En aquella, la identidad era un principio activo en sí mismo, operaba
frente a Otro de forma bastante “natural”. En cambio, el nuevo formato de identidad, unificaba lo
heterogéneo de una sociedad “polimorfa”, desarticulada y dispersa, refiriéndola a una escena de
simbolización y a un actor que personifica algo común a todos los individuos, para que ellos puedan
reconciliarse con una imagen colectiva de sí mismos. Obviamente esta escenificación se basa en la
movilización de recursos simbólicos que le preexisten, pero lo importante es que ahora las identidades se
construyen a través de la representación, que actúa como principio activo y lógica fundante.

Los efectos de esto radican en que ahora en la identidad nueva esa contigüidad de lo político y lo social se
debilitó, porque es mucho más distante la relación que puede establecerse entre los obreros, en tanto
clase, y los vínculos de pertenencia de sus miembros a determinado movimiento político. Sus relaciones e
identificaciones políticas se han distanciado de su espacio social, territorial y laboral cotidiano. En
consecuencia, podrán votar como electores peronistas, pero no tanto como obreros peronistas. Y sus
lealtades sindicales, pueden o no seguir mediadas por el peronismo, y difícilmente determinen su
comportamiento electoral. Desde entonces, se ven cambios en la actitud de los votantes según su opinión,
más que por vínculos de pertenencia a los partidos.

Otra notable consecuencia ha sido la desactivación de las polaridades sobre las que se asentaba la
competencia política en el país. El menemismo absorbió el discurso político y económico y dirigentes del
liberalismo, y descalificó a sus oponentes, ya no por antiperonistas, sino por “antiguos” o fracasados. En
esta nueva identidad, las líneas de conflicto se entrecruzan y son móviles, por lo que las oposiciones son
más moderadas.

La legitimidad, en la nueva identidad, aparece cuestionada y tiende a ser reemplazada por dos elementos:
la eficacia gubernamental y el respaldo electoral, asentado en la confiabilidad del líder, que debe ser
renovado periódicamente (a diferencia de antes).

Dado que ya no existe el antagonismo fundante de la identidad peronista, fue inevitable que este se
ubicara dentro de la legitimad democrática a buscar su propia visibilidad. El reemplazo de la idea orgánica
de movimiento por un esquema partidario permitió que Menem se proclame estar fundando una nueva
Argentina, apelar a la discursividad revolucionaria del peronismo de antaño, pero readaptarlos a la
competencia democrática, gobernar y competir por el apoyo de la opinión pública.

Pucciarelli: “Menemismo. La construcción política del peronismo neoliberal”

La agonía del último tramo. Del golpe de mercado a la cesión adelantada del poder presidencial

Despojado de su capacidad técnica, imaginación y voluntad política para diseñar otros instrumentos de
intervención, se ensimismó y permitió por omisión que la crisis siguiera su propio curso, de acuerdo al
ritmo que le marcaban las confrontaciones por el predominio empresarial en el mercado y las luchas entre
los beneficiados y los perjudicados. Transformó por su propia impotencia, el terrorismo empresario y el
“golpe inflacionario” en una monumental crisis de Estado, que sólo comenzó a revertirse precaria y
circunstancialmente después que el gobierno de Menem lograra dominar la hiperinflación y el estallido
social de julio.

Pese a hallarse (Alfonsín y UCR) ubicados obligatoriamente en el centro de la escena política, volvían a
ceder los espacios principales a las corporaciones y a desplazarse hacia los márgenes del escenario político,
repitiendo la misma conducta que habían desarrollado durante el periodo en que “los regímenes de
democracia condicionada” trataban de controlar penosa e infructuosamente la exacerbación y politización
de la pugna distributiva y la manifestación de la lucha política.

Cuando lo central que envolvió la cuestión del traspaso adelantado del poder puso fin al gobierno de
Alfonsín, la dirigencia política de los grandes partidos podía exhibir ante la sociedad la preservación de la
continuidad institucional, pero no podía ocultar el alto precio que estaba pagando por eso: aceptar la
expansión y consolidación de una nueva categoría profesional, la formada por un tipo de funcionario
político devenido en núcleo esencial de una burocracia político-institucional que para cumplir esa función,
sobrevivir y reproducirse puso en marcha un proceso aparentemente indetenible de degradación de la
práctica política de la democracia. Los primeros análisis críticos de esta situación salieron antes de que la
conducta de los partidos frente al estallido de julio los ponga en evidencia. Allí aparecen ya identificados
casi todos los rasgos de la crisis de representación, de la decadencia de los partidos políticos y del
vaciamiento ideológico, político y operativo de los sistemas de mediación política que fueron
desarrollándose especialmente durante la gestión del menemismo.

Gobierno sin partido de gobierno. Auge, caída, resurrección y recomposición política de Menem y el
menemismo

En términos políticos, la tarea que tuvo no es ejercer el poder del Estado, sino reconstruirlo desde sus
raíces, porque lo que recibió fue tierra arrasada. Ante este desafío, el principal instrumento con el que
cuenta Menem es tener conciencia de la fragilidad de su poder. De hecho, ha comprendido lo fundamental:
que las urnas no otorgan poder suficiente para conducir a una Argentina en crisis, lo contrario exactamente
del razonamiento geométrico de que con el 52% de los votos se puede desatar conflictos en todos los
frentes.

Una situación de emergencia en la cual el objetivo inmediato –atenuar los efectos de la crisis mediante la
concentración del poder personal y ejecutivo del presidente- prevalecía sobre la necesidad de preservar los
principios de un esquema republicano y representativo tradicional, un “republicanismo de las formas” que
en el mejor de los casos aparecía como impotente para sortear el embate de los poderes fácticos, y en el
peor de los caos, como responsable directo del desorden y extinción del poder del Estado. Para otros, ese
intento de fuga hacia adelante fue la respuesta circunstancial adaptada a la emergencia del “pánico
inflacionario”, un fenómeno mucho más amplio que modifico sustancialmente la conciencia colectiva de las
clases populares, y que fue utilizado por el menemismo para convertir su proyecto de revolución
conservadora en un consistente modelo hegemónico de dominación social.

Asimismo, mientras el presidente navegaba ese mar de imposibilidades, algunos políticos neoliberales le
sugirieron prescindir del apoyo de las burocracias partidarias y ampliar la base política del gobierno,
incorporando nuevas figuras relevantes, independientes u opositores. Así, Menem eligió a Eduardo
Angeloz, gobernador radical adversario, líder de una importante fracción interna que había propuesto un
programa similar de reformas neoliberales durante la campaña presidencial.

Consciente de la soledad política y el aislamiento social a que había sido sometido, el menemismo trató de
retomar la iniciativa política combatiendo en ambos frentes. Durante la primera semana de marzo, dedicó
enfrentar más enérgicamente la escalada inflacionaria por medio de un severo plan de ajuste fiscal, que no
cumplió con ninguno de sus objetivos inmediatos, sino que acentuó aún más la crisis. Paralelamente,
intentó reconstruir su deteriorado poder político con actitudes conciliadoras pero distantes de las
propuestas de concertación que le venían reclamando la oposición, el propio partido y distintos sectores de
la sociedad.

En el ámbito partidario, el enemigo más visible seguía siendo Cafiero, el presidente del partido. Mientras el
principal político neoliberal y asesor Álvaro Alsogaray se quejaba por la soledad en que había quedado el
presidente ante la sociedad y su propio partido, el gobernador Cafiero emprendía una nueva ofensiva de
carácter doctrinario, elevando el tono de las críticas, pero sin renunciar a seguir desempeñando el rol de
principal componedor.

Para superar la grave coyuntura producida por el agravamiento de los conflictos de un modelo económico y
político en estado de descomposición, no había más remedio que usar como último recurso y con entera
decisión las intervenciones “sin anestesia”, dolorosas pero ineludibles, pero requería el cumplimiento de
los originales objetivos gubernamentales. Pero para obtener el resultado buscado había que resolver
previamente algo más trascendental: la restitución del orden social y su consolidación durante el periodo
de duración del estado de emergencia.

La iniciativa de conformar un acto de apoyo al gobierno para reconstruir su liderazgo y consenso fue dada a
conocer por Luis Barrionuevo, dirigente gremial menemismo, lo cual daba la idea de que esta surgía del
núcleo central del elenco menemista. Sin embargo, la idea misma de confrontar con otras armas a la
dirigencia política tradicional y las características distintivas que fue adquiriendo la convocatoria durante su
preparación fueron generadas en otro ámbito y concebidas por un nuevo protagonista: el operador político
del menemismo neoliberal inserto en los grandes MMC.

El inesperado éxito de la ofensiva político- mediática obligó, también, a la reticente Dirección Nacional de
PJ a abandonar su posición neutral y sumarse a la convocatoria a último momento. Para no despertar
confusiones con respecto a la paternidad de la iniciativa y a las características de esa nueva forma de
comunicación política, cuando el presidente recibió en persona la adhesión de su partido, les pidió a los
dirigentes que se hicieran presentes como “parte de la gente”, sin banderas o consignas que pusieran en
evidencia su identidad partidaria.

De ese modo, el 6 de abril de 1990 tuvo lugar el masivo acto de la “Plaza del SÍ”. Según las crónicas
posteriores se pueden identificar tres vertientes: 1) los adherentes y militantes del peronismo de GBA,
movilizados por intendencias; 2) los espontáneos, mayormente clase media; 3) los liberales, convocados
por la Unión de Centro Democrático.

Todo esto comenzaba a demostrar que la estrategia de confrontación que había delineado el menemismo
era correcta y se enriquecía, además, abriendo un nuevo horizonte. Para salir de la crisis y recuperar la
capacidad de gobernar, parecía innecesario someterse a las exigencias de rectificación planteadas por los
líderes de la protesta social y las burocracias políticas y sindicales tradicionales. El mismo objetivo, la
recuperación de la gobernabilidad, que se había pensado por el camino de la profundización de las políticas
adoptadas y defender a los propios hasta pasar la etapa más aguda de la crisis, podría lograrse en menos
tiempo, con menos esfuerzo y más consistencia, tratando de capitalizar en favor del gobierno el enorme
consenso potencial que estaba dispuesta a brindar una porción significativa, aunque aún indeterminada, de
“opinión independiente” influenciada tanto por los discursos neoliberales del menemismo y las fuerzas
conservadoras, como por los operadores políticos de los MMC.

La construcción política del menemismo

“A un año de haber asumido, Menem tiene al sindicalismo dividido, a la dirigencia empresarial neutralizada,
al partido oficialista en virtual estado de parálisis y al radicalismo, la principal oposición, atontado por el
traumático final de la gestión de Alfonsín” (Kirchbaum, periodista “independiente”). Conscientes de esto,
los sectores políticos del menemismo trataron de profundizar el cambio que habían logrado imponer en la
correlación de fuerzas políticas ampliando, por un lado, la confrontación con los opositores dentro del
peronismo, y por otro, armando una nueva coalición social capaz de dar sustento a una nueva alianza
política y a una renovada convergencia electoral.

Las estrategias que desarrolló para ampliar su acumulación de poder político fueron:

1) buscaba profundizar las contracciones dentro del peronismo para someterlo, neutralizarlo o fracturarlo y
quedarse con el control y el uso exclusivo de la “marca histórica”. Lo busco combinando el debate
doctrinario con la confrontación interna y la cooptación de cuadros y dirigentes rebeldes.

2) buscaba establecer formas amplias de cooperación política e institucional con las diferentes expresiones
de la derecha liberal, ideológica, política y empresarios. Para ello, trató de mimetizarse con esas fuerzas
modificando sustancialmente sus discursos, por ejemplo.

3) trataba de consolidar los vínculos ya establecidos con la población independiente mediante la


profundización de las actuaciones, los mensajes, las formas de apelación y las estrategias de seducción
personal. Esta fue ensayada desde el principio y la Plaza del SÍ la fortaleció.

La resurrección del menemismo cambió la correlación de fuerzas y comenzó a reducir los márgenes de la
oposición antigubernamental también dentro del peronismo. Una de las primeras manifestaciones fue la
contraofensiva partidaria contra el Grupo de los Ocho, un pequeño núcleo de diputados, acompañado por
dirigentes sindicales y partidarios abiertamente opuestos a la ideología neoliberal, el plan de
privatizaciones y la estrategia gubernamental de profundizar la “revolución conservadora”

Cafiero trataba de sostener una ambigua línea independiente, apoyando a veces abiertamente los planes
de ajuste y criticando otras veces sus convicciones neoliberales, contrarias a la tradición peronista.

En un extremo de este diagrama de poder, encabezado por el presidente, estaban los representantes más
prestigiosos de lo que podría denominarse “menemismo histórico” (Barrionuevo, Cardozo, Kohan)
nucleados en la agrupación Rojo Punzó. Desde ese lugar intentaron frenar durante mucho tiempo las
propuestas políticas y las iniciativas estrategias generadas en el sector opuesto que no se refirieran al
programa económico ni a la reforma del Estado en sí mismos sino a su posibilidad, al modo de construir
poder político y capacidad de gobernar. Para ellos, los partidos políticos tradicionales habían sido disueltos
por la crisis y el sistema bipartidario había colapsado.

En el extremo opuesto, la “Agrupación Celeste” fue aglutinando a la mayoría de los dirigentes-funcionarios


que, antes de convertirse al menemismo, habían formado parte de la Renovación. Reconocía una dirección
informal, el grupo de Menem, Duhalde y Bauza (“Los tres Eduardos” ajksaskj real). Creían que el único
modo de recuperar la capacidad de gobernar y el poder del Estado pasaba por reconstruir y relegitimar el
desprestigiado régimen representativo, revitalizando un esquema político basado en el predominio
institucional y electoral de los dos grandes partidos tradicionales. Desde el comienzo de la gestión se
transformarían en el sector dialoguista, negociador y menos confrontativo con el radicalismo y demás
sectores opositores al menemismo.

La alianza sorpresiva entre el cafierismo y menemismo (en pos de lograr apoyo del gobierno en la campaña
por el plebiscito por la constitucional de la provincia de Bs As) produjo un desplazamiento de las restantes
fracciones menemistas y puso de manifiesto la situación de desconcierto y zigzagueante tacticismo que se
iba apoderando, en medio del retroceso, de la dirigencia renovadora. Poco tiempo después en la Cumbre
del PJ en Mar del Plata se aprobaba sin objeciones la transformación de la identidad peronista en un
programa neoliberal ubicado en las antípodas de su ideario histórico. Cafiero trató de frenar la embestida
del menemismo en la provincia, poniendo en juego su prestigio y declinante liderazgo en la convocatoria al
plebiscito elaborado en alianza con la UCR.

Alfonsín fue el primero en percibir el cambio de opinión en el electorado e identificó sus causas, aunque
desplazó el eje de la cuestión para exculpar a los verdaderos responsables. Para no desentonar, Cafiero, su
socio, se apresuró a denunciar el armado de una alianza liberal-marxista que, para debilitar a los partidos,
se oponía la reforma constitucional.

El rechazo masivo al plebiscito no solo cuestionaba las políticas nacionales, la inoperancia del gobierno
provincial y la insensibilidad de la dirigencia, sino a los partidos en sí mismos, a la aceptación de un
confinamiento al ámbito electoral, al abandono de sus roles tradicionales como articuladores políticos e
institucionales de la relación entre la sociedad y el Estado. Era un mensaje de alerta que se producía en el
momento culminante de un proceso de descomposición y deslegitimación de la “política de partidos”. La
multiplicación de los problemas sociales que producían los programas de ajuste fiscal, las privatizaciones y
la agudización de la crisis inflacionaria en curso puso aún más en evidencia su desorientación, aislamiento e
inoperancia, y ensancho el abismo que lo separaba no solo de los sectores populares sino de la inmensa
mayoría de la sociedad.

Después de consolidar el poder real mediante un complejo entramado de nuevas alianzas internas, el
comando político del menemismo avanzó sobre el otro objetivo estratégico: el relanzamiento público del
nuevo peronismo neoliberal, aggiornado, menemizado y subordinado casi incondicionalmente a los nuevos
liderazgos políticos y a las estructuras de poder gubernamental.

En el contexto del Congreso de Actualización Doctrinaria (1991), la reivindicación de la economía social de


mercado marchó junto a la reafirmación de la dinámica movimientista del peronismo, y la recuperación del
movimientismo no reinstaló su ya clásica condena de los partidos. Criticó las estructuras obsoletas del
Estado agotado, débil, impotente y desarticulado, pero se ubicó al margen de la polémica entre privatistas
y estatistas.

La audacia de la estrategia presidencial terminó por transformar el acto en el inicio de una nueva etapa del
justicialismo, donde quedarán atrás tanto la idea de que la ortodoxia es la suma de las frases rituales de su
época fundacional como los planes para que el menemismo suplante como fuerza política al peronismo.

Una nueva hegemonía

El intento de articular dentro de una misma forma política movimientismo y neoliberalismo, dos rasgos
claramente contradictorios, no fue muy exitoso en el mediano plazo, pero su enunciación parece haber
logrado gran influencia en la construcción durante los meses siguientes de uno de los más resonantes,
decisivos e inexplicables éxitos político- institucional del menemismo en su historia: las elecciones
legislativas de 1991, donde sus candidatos defendiendo abiertamente el programa neoliberal, las cuales
abrieron una etapa definitiva de consolidación del proceso de construcción de la “revolución
conservadora”.

A diferencia de los planes anteriores, el Plan de Convertibilidad permitió modificar los términos del círculo
vicioso durante los meses siguientes: contuvo la desvalorización de la moneda, freno la inflación, comenzó
a estabilizar el funcionamiento de la economía, recupero la capacidad de gestión institucional, reconquisto
con todos esos elementos el capital político del equipo de gobierno y reconstruyó la imagen personal del
líder-presidente.

Visto desde esta perspectiva, el Plan de Estabilidad tenía un objetivo central: establecer un novedoso y
perdurable régimen monetario y cambiario, que garantizara la estabilidad monetaria. Por sus propias
características, por su forma de implementación y por sus efectos posteriores se convirtió en un elemento
central, estructural, del nuevo patrón de acumulación del capital, basado en la valorización de los activos
financieros que estaban generando las privatizaciones, la política fiscal, la apertura comercial, la
transformación de las formas de intervención estatal en la actividad económica. Y también, permitió
construir los fundamentos económicos de una coalición social de orden político y de convergencia
electoral, que funcionó durante cierto tiempo como soporte del bloque de fuerzas sociales y políticas en el
poder.
Resulta claramente visible el pronunciamiento masivo de distintos sectores de la clase trabajadora,
ocupada y desocupada, informales o asalariados, identificada tradicionalmente con el peronismo, que se
avino a votar esta versión antiobrera del menemismo respondiendo tanto a la prédica personal del líder-
presidente como a la necesidad de reafirmar en las urnas su historia lealtad al Movimiento Peronista.

En el extremo opuesto de la pirámide social, en la clase alta y media alta se generó un voto diferente,
lucido y calificado (?), que concluyó por primera vez en la historia reciente con el pronunciamiento de la
mayoría de los sectores populares. Abandonó a las viejas corrientes de la derecha liberal atraído por la
propuesta electoral del menemismo porque en ella vislumbro la posibilidad de legitimar con el voto de los
sectores populares tanto sus planteos doctrinarios como sus reivindicaciones y defensa de sus intereses
inmediatos.

Entre ambos se destaca el voto masivo, en los grandes conglomerados urbanos, de diversos sectores de
clase media tradicionalmente antiperonista, políticamente independiente, ligada históricamente a la UCR o
partidos menores, que nunca habían aceptado al peronismo, pero aparecían capturados ideológicamente
por el clima de época y la predica antiestatista, anti política, privatizadora y pro mercado. Por su forma de
adscripción a esas modalidades de comunicación política encubiertas bajo la forma engañosa de libertad de
elección que los independizaba de sus vínculos arcaicos con las agotadas identidades y lealtades
partidarias, constituyen un núcleo central de la denominada “opinión publica independiente”, punto de
partida de un estilo de vinculación directa entre la ciudadanía, los electores y sus “líderes de opinión”. Para
muchos analistas de las “nuevas formas de la política”, constituyen la vanguardia del complejo proceso de
disolución de la vieja “democracia de partidos” y su sustitución por el reciente régimen político electoral, la
“democracia de opinión”.

Con ese apoyo electoral, el desarrollo del Plan de Convertibilidad se propone resolver tres problemas
endémicos a la vez: 1) genera un nuevo patrón de acumulación de capital basado en la transformación de la
deuda externa en endeudamiento permanente y en la creciente preeminencia del capital financiero sobre
las otras modalidades de acumulación de capital, y de los organismos multilaterales de crédito sobre las
instituciones económicas del Estado. 2) favorece al crecimiento, primero y, después, la preeminencia de esa
fracción de la clase dominante y elimina definitivamente la situación de empate permanente que
caracterizó a la confrontación irresuelta entre las fracciones tradicionales, industrial y agropecuaria. 3)
aprovecha el impulso ideológico y político que le brinda la situación internacional y la emergencia del
menemismo para imponer su propia concepción estrictamente neoliberal de la marcha de la economía, la
reorganización social, la subordinación y el vaciamiento de la política y la refuncionalización del Estado.

Bonnet: “Escorzos animales: violencia hiperinflacionaria y hegemonía menemista”

Objetivo: analizar la profunda modificación de las relaciones sociales de fuerza, impuesta a través de los
procedimientos hiperinflacionarios de 1989 y 1990, que sentó las condiciones de posibilidad para la
constitución de esta hegemonía menemista.

Coerción y consenso: primera aproximación

¿Qué modificación en las relaciones económicas y sociales de fuerzas preexistentes sentó las condiciones
de posibilidad para la constitución de la hegemonía política menemista? La respuesta remite a la violencia
inherente de las hiperinflaciones de 1989 y 1990.

Así como la forma asumida por la producción es determinante respecto de la forma asumida por la
distribución, las formas asumidas por el antagonismo inherente a la primera son determinantes respecto de
las formas asumidas por el antagonismo inherente a la segunda. (Unos autores) acuerdan cuando dicen “la
ventaja de darle identidad política a la relación distribuida de salarios y ganancias se paga muy cara, ya que
la magnitud del salario no solo recibe el influjo de la distribución y del poder político adquirido en la esfera
de la distribución, sino que también es una resultan de las condiciones de producción”.

Bonnet partirá de la idea de que, dado un descenso de la rentabilidad, el Estado capitalista podía intervenir
relajando la disciplina del dólar para convalidar aumentos de precios que apuntalaran esa menguada
rentabilidad. Un aumento de impuestos o un deterioro de los términos de intercambio pueden inducir un
aumento de la inflación, pero vía una intensificación del conflicto distributivo que provoca el recorte de ese
ingreso disponible. La inflación no anticipada, ya sea derivada de la intensa lucha salarial o de una agresiva
política de precios de las patronales, que aspiran a apropiarse de una porción mayor que la acordada en las
negociaciones, deviene entonces en instrumento de redistribución de ingresos entre trabajadores y
capitalistas en el terreno de los precios relativos. La magnitud de dicha brecha entre las participaciones en
el ingreso aspirada y negociada y la magnitud de la tasa de inflación no anticipada, dependen del poder de
mercado de esos trabajadores y esos capitalistas y de su disposición a emplearlo. Y ese poder de mercado
depende, a su vez, de los niveles de organización sindical en el mercado de trabajo y de la oligopolización
en los mercados de bienes. (o sea, sería la relación entre inflación y lucha de clases la explicación hacia el
cambio en las relaciones de fuerza que dan lugar a la hegemonía menemista)

1974-1975: inflación, lucha de clases y violencia armada

Durante el primer año y medio del nuevo gobierno peronista, como resultado de la tregua electoral y del
pacto social, reinó una relativa paz social: los sindicatos, si bien siguieron reclamando, no encararon
grandes luchas salariales, y los capitalistas tampoco encararon una agresiva política de precios. Pero el
poder de mercado de ambos era enorme.

Siendo la creación de dinero de crédito extra, por parte de los bancos privados, decisivo para la generación
de la brecha entre precios de producción y cantidad de dinero abierta por la inflación, la nacionalización de
los depósitos bancarios imponía una severa restricción a esta inflación por dinero extra. Finalmente, el
gasto público y los términos de intercambio, dos variables decisivas en las visiones monetaristas y
estructuralista de la inflación. Estas dos variables entran en juego a través de su efecto sobre el ingreso
disponible a ser distribuido y, por ende, inciden sobre la intensidad del conflicto distributivo. Un
empeoramiento de la situación externa, un deterioro de la relación entre precios de importación y de
exportación derivada de una crisis, o de la relación entre las cantidad importables y exportables, dificulta el
acceso a equipos e insumos intermedios de producción, en gran medida importados en nuestro país. Esto
puede intensificar el conflicto distributivo de varias maneras: reduciendo el ingreso disponible a ser
distribuido, pero también impidiendo una modernización del aparato productivo que incremente ese
ingreso disponible a distribuir. Las consecuencias que acarrean para la inflación las presiones provenientes
del sector externo parecen menos ambiguas que las del sector público.

Se produce un valor equivalente al valor de la fuerza de trabajo consumida y un plusvalor, ambas cosas en
la esfera de la producción. y si suponemos que esos valores resultan insuficientes respectos de los salarios
o ganancias que aspiran a apropiarse los trabajadores o capitalistas, vale preguntarse por qué esta
discrepancia no puede resolverse en esa esfera de la producción y deviene conflicto en la esfera de la
distribución. ¿por qué los capitalistas no reestructuraron en profundidad los procesos de producción, para
recomponer sus niveles de explotación de los trabajadores, y optaron por agresivas políticas de precios en
la distribución? La respuesta se encuentra en la oleada de luchas sociales que erosionaron la acumulación y
la dominación capitalistas en su conjunto desde fines de los sesenta (o sea, el Cordobazo).

La redistribución del plusvalor mediante cambios en los precios relativos es permanente en una economía
capitalista. La especificidad de un proceso inflacionario no radica, entonces, en que implique
desplazamientos respecto de una supuesta estructura de precios relativos de equilibrio, sino en la
intensidad con la que oscilan esos precios relativos. Las relaciones entre precios y salarios son entonces un
elemento importante para entender, sino las causas, al menos la dinámica de un proceso inflacionario.
1986-87: inflación, lucha de clases y violencia dineraria

Los procesos inflacionarios de 1986 y 1987 aparecen efectivamente como una suerte de reiteración de los
de 1974-75, en los cuales los conflictos distributivos entre capitalistas y trabajadores alimentaron la espiral
inflacionaria. El modo inflacionario de desenvolvimiento de la lucha de clases, característico del capitalismo
argentino de posguerra, parecía sobrevivir así a la crisis de dicho capitalismo de posguerra. Los éxitos del
Plan Austral en su primera fase impondrían, sin embargo, un retroceso a las luchas de los trabajadores
durante la segunda mitad de 1986. Pero los aumentos de precios, especialmente de alimentos,
desbarataron la estructura de precios relativos de esa primera fase y renovaron la puja distributiva. La
inflación se aceleró significativamente y el gobierno, después de la huelga general de octubre de 1986,
estrenó su sistema de pautas periódicas de precios y salarios de la tercera de fase del Plan Austral para
contenerla. El resultante recrudecimiento de la puja distributiva, particularmente a raíz de los aumentos de
la carne, incluyó la nueva huelga general lanzada por la CGT en enero y las numerosas negociaciones
sectoriales encaradas por sindicatos grandes, como la UOM. La respuesta del gobierno consistió en la
restauración del congelamiento que signa la cuarta fase del Plan, sostenido solamente dos meses, y en un
nuevo intento de concertación que resultó en un retroceso del gobierno ante los sindicatos.

Los procesos inflacionarios de 1986-87 aparecen así a primera vista como una reiteración, diez años más
tarde del 75-75, en la medida en que ambos respondieron a las pujas distributivas entre trabajadores y
capitalistas. Pero también puede apreciarse a simple vista que sus efectos distributivos resultaron inversos
en ambos casos. Esta diferencia remite a que ni los trabajadores ni los capitalistas, ni las relaciones de
fuerza entre ambos ni las condiciones económicas y sociales, eran las mismas en ambas coyunturas.

La capacidad de presión de los capitalistas, en cambio, se había incrementado en la misma medida en que,
durante la dictadura, se había intensificado su concentración y centralización en la producción y se había
incrementado su inserción en las financias. Las organizaciones de capitalistas agropecuarios, encabezadas
en la SRA, resistieron al Plan Austral durante sus primeras fases debido a la presión ejercida por un
deterioro de los términos del intercambio (85-86), pero dicha resistencia cedería más adelante (87-88). El
acuerdo con los Capitanes de la Industria en que descansaba el Plan Primavera, volvería a arrojarlas a la
oposición.

Diferencias en las características y la magnitud de las restricciones externas que presionaban sobre el
ingreso disponible en los procesos inflacionarios de 1974 y 1986: en ambos casos hay restricciones externas
provenientes de la presión de deterioros coyunturales de los términos de intercambio sobre el comercio
exterior, pero en el último se sumó la restricción representada por la presión del endeudamiento heredado
de la dictadura sobre el financiamiento externo. Los nuevos préstamos externos comenzaron a destinarse a
financiar el servicio de la deuda preexistente y se incrementó la deuda interna en títulos públicos y la deuda
privada en empresas.

Asimismo, se diferenciarán en sus cierres: mientras la violencia armada de la dictadura clausuró el primero,
la violencia dineraria de la hiperinflación canceló el segundo.

La diferencia clave entre ambas coyunturas radicaba en que, en el caso de los 80, las relaciones de fuerza
entre clases permitían que, si no la deteriorada administración alfonsinista de transición, una
administración menemista emergente de un estallido hiperinflacionario encarara una reestructuración que
resolviera ese atolladero.

La puja distributiva continuaba, pero la explosividad de la situación reinante hacia fines de 1988 ya no se
originaba tanto en esta conocida puja entre capitalistas y trabajadores, que desemboca en las conocidas
espirales inflacionarias precios-salarios, sino en la aún desconocida expropiación extraordinaria de ingresos
de la sociedad entrera por un puñado de grandes capitalistas que se estaba gestando y se desenvolvería en
las corridas especulativas hiperinflacionarias. Aunque ambas cosas remiten en definitiva a la lucha de
clases, son muy diferentes.
Inflación y violencia hiperinflacionaria

La incertidumbre acerca de las decisiones de precio en los procesos hiperinflacionarios no se debe ya a las
expectativas acerca de la inflación futura, sino por la propia información acerca de los precios es incierta.
Los riesgos que envuelven las decisiones de precio en condiciones como esta, particularmente el riesgo de
subestimar los precios futuros de los insumos, son enormes. Pero, en una economía capitalista, si los
precios pierden su capacidad de operar como variable de decisiones de las empresas, no hay variable que
pueda reemplazarlos. La hiperinflación suprime los requisitos más elementales para la fijación de precios,
para la estimación de costos y beneficios, para la inversión y, por consiguiente, para la acumulación
capitalista en su conjunto. La expropiación ordinaria, la explotación de los trabajadores inherente a la
acumulación capitalista, cede su puesto a una vorágine de expropiación extraordinaria. La hiperinflación es,
pues, extraordinaria en el sentido de que, a diferencia de la inflación moderada y constante, deviene
incompatible con esa acumulación capitalista ordinaria.

La hiperinflación suprime los requisitos más elementales para la acumulación capitalista. Es, en el más
riguroso sentido de la palabra, ese caos que puede operar como contracara de un orden hegemónico. Es
caos en el sentido estricto de una desarticulación de las relaciones sociales mismas y puede operar como
contracara en el sentido de una rearticulación de esas mismas relaciones sociales.

La respuesta del gobierno fue decretar el estado de sitio, reprimir violentamente a los saqueadores y
acusando y persiguiendo a activistas de izquierda. Pero los saqueos eran, en realidad, una respuesta
inédita, desesperada y desorganizada de los trabajadores ante una expropiación masiva de sus ingresos que
amenazaba su supervivencia. Los trabajadores se encontraban sumidos en una completa pasividad durante
la hiperinflación de 1989; este estallido constituyó una feroz ofensiva capitalista que acarreó esa profunda
modificación de las relaciones económicas y sociales de fuerza en desmedro de los trabajadores, que
impuso las condiciones de posibilidad de hegemonía menemista. Los conflictos internos de la burguesía
desempeñaron un papel importante en la dinámica de la hiperinflación. La implantación del Plan
Primavera, visto desde su perspectiva, significó un viraje que benefició a aquellas fracciones orientadas al
mercado mundial. La coexistencia “pacífica” de las distintas fracciones, encabezadas por los Capitanes de la
industria, las empresas transnacionales, acreedores de deuda externa, la banca y los grandes propietarios
agropecuarios, comenzó a disgregarse. Estas fracciones contaban de antemano con un acceso privilegiado a
ciertos mecanismos de presión sobre los mercados financieros, como las corridas cambiarias, la retención
de divisas de las exportaciones o maniobras de sub o sobrefacturación de exportaciones o importaciones.
La propia restricción del crédito externo y las exigencias de pago de intereses potenciaron de manera
decisiva esos mecanismos de presión. Las fracciones opuestas contaban, en cambio, con un acceso
privilegiado a mecanismos de presión como los aumentos de precios y el desabastecimiento del mercado
interno que resultaban meramente defensivos en semejante coyuntura. La balanza se inclinaría a favor de
las primeras.

La diferencia entre la inflación y la hiperinflación radica en que, aunque cualquier proceso inflacionario
relaja la mediación dineraria de las relaciones sociales, los procesos hiperinflacionarios desintegran sin más
dicha mediación, “es la muerte del dinero”.

Violencia hiperinflacionaria y relaciones sociales

La acumulación primitiva es una acumulación reproducida constantemente, sea en términos de la renovada


separación de nuevas poblaciones de los medios de producción, sea en términos de la reproducción de la
relación salarial en las relaciones capitalistas ya establecidas. Bonefeld plantea que la permanente
centralidad de esa separación como presupuesto de la acumulación capitalista y la permanente necesidad
de mantenerla, a menudo violentamente, es la condición de continuidad de esa acumulación.

Los procesos de recomposición de una acumulación capitalista que resulta cuestionada en la lucha de
clases y los procesos de acumulación originaria tienen importantes similitudes, pero también diferencias no
menos importantes. Ambos son procesos de expropiación extraordinaria, aunque no necesariamente de
expropiación de los medios de producción. Ambos son procesos violentos, aunque no necesariamente en el
sentido de la violencia armada que monopoliza el Estado. Ambos son, a fin de cuentas, procesos de
intensificación de la lucha de clases, aunque esa lucha se desenvuelva de manera distinta en ambos casos.

Definición de Hegemonía menemista según Bonnet: el chantaje que impondrá la subordinación a cambio
de que esa expropiación hiperinflacionaria no vuelva a desencadenarse.

Peralta Ramos: “Hacia un aggiornamiento del capitalismo argentino”

La convertibilidad

El nuevo modelo económico

Para terminar con el poder de ciertos grupos económicos locales, era necesario abrir la economía del país a
los flujos comerciales y financieros y regularizar la situación de los intereses adeudados a los acreedores
externos. Sostenía (González Fraga, presidente del BCRA) que con el tipo de cambio flotante “el sector
privado financiero tiene malhumor porque a 90 días de un plan de estabilización no hay ganancia, ahora no
hay plata dulce, esto es quebrarle el espinazo a la patria financiera y hacer eso es la base de la revolución
productiva. Mal podemos en este país pretender que la gente se ponga a trabajar cuando es más fácil ganar
dinero vendiéndole dólares al BCRA después de una maxidevaluación y colocándolos a 90 días”

El nuevo plan económico sería la varita mágica que operaría el milagro de atenuar el conflicto entre grupos
económicos. De ahí en más, “los mercados” reemplazarían a los golpes militares como mecanismo de
disciplinamiento social.

En un contexto convulsionado, Cavallo asumió el Ministerio de Economía e inició una nueva y decisiva
etapa. La decisión oficial de obligar a las grandes empresas a entenderse con la banca privada, sumado al
anuncio de la desregulación y privatización en el área financiera, incentivó la presión sobre el gobierno por
parte de los diversos grupos económicos. Se trataba de resistir la pérdida de beneficios y subsidios
financieros, que tradicionalmente habían controlado, y de posicionarse mejor ante la posibilidad de
fusiones y adquisiciones en el sector financiero y de servicios.

Al situar al conjunto de la economía en total dependencia de los flujos financieros internacionales y de los
avatares de la coyuntura financiera internacional, el espejismo de una “patria” financiera se esfumaría tras
la hegemonía del capital financiero a secas. En la perspectiva de Cavallo, “la Argentina debe estar integrada
y no aislada como permaneció durante seis décadas, queremos ser socios de los ganadores del mundo,
necesitamos capitales y por eso tenemos que acercarnos a los capitales extranjeros, y el dinero que viene
del exterior es tan bueno como el que surge del propio país”. Muy poco tiempo después, reconocería que
con la convertibilidad el país “había quemado las naves”.

Consecuencias del nuevo modelo económico

A fin de resolver el problema de la deuda externa, el gobierno ingresó en 1992 al Plan Brady. La deuda de la
banca comercial fue renegociada a treinta años de plazo y parte de la misma quedó respaldada por bonos
del Tesoro de los EEUU. Se estipuló además una dura condicionalidad en el cumplimiento de los plazos de
pagos e intereses. Sin embargo, no significó una reducción de la deuda porque solo se renegoció un
pequeño descuento.

Los fondos obtenidos con las privatizaciones se destinaron a cancelar una importante porción de la deuda
externas. Sin embargo, lejos de presentar una solución al problema de la deuda, constituyeron un poderoso
mecanismo de transferencia de ingresos, de capital y de futuro excedente económico hacia los sectores
más concentrados de la economía y hacia el capital extranjero. En la práctica, estas privatizaciones
impulsaron una gigantesca transferencia de capital público -y, por lo tanto, de la riqueza acumulada del país
en su conjunto- hacia el sector privado, y en particular hacia los grupos económicos locales y de capital
extranjero que participaron en las mismas. La convertibilidad, su impacto sobre las exportaciones, y la
apertura de la economía a las importaciones, a las inversiones extranjeras directas y a los flujos financieros
habrían de asegurar que este mecanismo funcionaría a la perfección. En los primeros años de las
privatizaciones, se registró un ingreso de capitales destinados a la compra de activos estatales. Sin
embargo, hacia 1993 esta tendencia se revirtió y se inició una progresiva fuga de capitales.

Otra consecuencia de la convertibilidad fue el creciente deterioro de la balanza comercial y la rápida


desindustrialización del país. La sobrevaluación del tipo de cambio, sumada a la apertura comercial, tuvo
como efecto la inundación del mercado de interno de bienes importados de menor costo. A ello hay que
agregar el impacto devastador que sobre estos sectores tuvieron las altas tasas de interés locales y la falta
de crédito. La consecuencia de estos procesos habrían de hacerse evidentes a partir de la crisis del Tequila
a fines de 1994 y principios de 1995. Por otra parte, si bien se incrementó la participación del comercio
exterior en el PBI, la sobrevaluación del tipo de cambio afectó la competitividad de las exportaciones y el
déficit comercial pasó a ser una variable determinante de la vulnerabilidad económica del país.

Por otra parte, la inversión productiva destinada a mejorar la competitividad económica fue desde un inicio
relegada a un segundo lugar. La sobrevaluación del tipo de cambio, junto con las altas tasas de interés
domésticas y la garantía cambiaria que implicaba la convertibilidad hicieron de la especulación financiera el
principal negocio del país. Tanto los capitales locales como los extranjeros se zambulleron en este nuevo
ciclo de bonanza especulativa que dominó toda la década. La contracara de esto fue el enorme crecimiento
de la desocupación, especialmente en el sector industrial.

Algunos de los diversos factores que explican el crecimiento de la desocupación son: la desindustrialización,
las cesantías provocadas por las privatizaciones, la eliminación de aranceles a la importación de bienes de
capital que derivó en un considerable abaratamiento de los mismos e impulsó la sustitución de mano de
obra por bienes de capital, y el aumento de la composición orgánica del capital social, producido por la
enorme concentración y centralización de capitales que hubo en los 90. Esta desocupación creciente, por
otro lado, puso un serio freno a la capacidad de negociaciones salariales de los sindicatos.

Impacto del modelo económico sobre la concentración y centralización de capitales

Este creciente control de la economía por parte del capital extranjero se dio conjuntamente con una activa
participación de ciertos grupos económicos locales en los procesos de privatizaciones. Sin embargo, aunque
la presencia de estos últimos en los consorcios adquirientes fue muy significativa, en gran parte de los
casos, los pliegos de privatizaciones o concesión de actividades establecieron con carácter obligatorio la
participación de operadores extranjeros en los consorcios adjudicatorios de las empresas. Es decir, desde el
Estado se impulsó activamente la participación de capitales extranjeros en el proceso privatizador.

Aprovechando la coyuntura financiera internacional, una parte significativa de las inversiones realizadas por
los capitales extranjeros en el país se financió mediante el endeudamiento externo, básicamente a través
de la colocación de obligaciones negociables y otros instrumentos financieros en los mercados
internacionales de capitales.

La década se caracterizó por un aumento de la concentración y centralización del capital a partir de


fusiones y adquisiciones de empresas, en los distintos sectores de la economía, impulsadas por el capital
extranjero, sobre todo en el sector petrolero, manufacturero y servicios públicos privatizados. La presencia
del capital extranjero se incrementó notoriamente en el sector industrial y hacia fines de siglo dominaba
cerca de la mitad del mismo. Su control sobre la economía era, sin embargo, mayor de lo que implica esa
proporción, pues dominaba sectores de importancia estratégica para la determinación de precios y de los
costos internos.
Por otra parte, la convertibilidad y la apertura de la economía también dieron fuerte impulso al aumento de
la concentración del capital en el sector bancario.

Impacto de la convertibilidad sobre el comportamiento de los distintos sectores sociales

La solución a los problemas de los sectores productivos residía en la fusión del capital bancario y el
industrial, y en la asociación con el capital extranjero. La vía al negocio financiero para los empresarios con
dificultad de acceso al crédito internacional o a los grandes bancos nacionales pasaba por la presión sobre
los gobiernos de las provincias, a fin de obtener la privatización de los bancos provinciales. Cavallo
anunciaba así la era de la hegemonía del capital financiero en el país.

Para Cavallo la oposición de los sectores pequeños y medianos de la industria y del agro era irrelevante.
Según su concepción, “los empresarios que realmente tienen poder apoyan el programa económico. Los
que se desviven por criticar son los que menor poder tienen, si tienen poder real votarán en contra a través
de los mercados” (pero que hijo de puuu). Se iniciaba así una nueva era económica: de ahora en más, los
“mercados” serían el árbitro de la política económica del país. La apertura económica y la convertibilidad
crearían el contexto necesario para que el capital financiero domesticase el conflicto local.

El control de la inflación puso en evidencia que la convertibilidad había logrado imponer una
reestructuración de la relación de fuerzas a nivel de las clases dominantes. Un nuevo actor: el capital
extranjero pasó a dominar la coyuntura. Estuviese o no asociado a grupos locales, el capital extranjero se
constituyó en la fuerza dominante en la industria, las finanzas, el comercio exterior y los servicios. Esto trajo
aparejado un proceso de fusiones y adquisiciones de empresas que derivó en un aumento de la
concentración y centralización del capital social. Algunos grandes grupos locales aceptaron las nuevas
reglas de juego y se aliaron con este, a fin de aprovechar el proceso privatizador y diversificar sus activos
invirtiendo en nuevos sectores de la economía local. Otros grandes grupos locales se transnacionalizaron e
incluso consolidaron su posición a nivel internacional, integrándose con éxito. Pero el principal negocio fue
la especulación financiera y cambiaria.

Sin embargo, hacia finales de 1994, la crisis del Tequila y su consecuente fuga de capitales puso en
evidencia la fragilidad de la economía. El pesado endeudamiento externo del país, el déficit comercial, el
impacto sobre las finanzas del Estado y la convertibilidad incrementaron enormemente la vulnerabilidad
económica frente a los movimientos de capitales. Esta crisis inició la desarticulación del modelo basado en
la convertibilidad.

El nuevo modelo económico buscó desde un inicio desarticular el poder gremial a partir de la regulación del
derecho de huelga, la desregulación de la negociación salarial y el control de los fondos de las obras
sociales. Hacia febrero de 1992, el gobierno presentaba tres nuevos proyectos de ley que pretendían una
atomización y disgregación del movimiento obrero y una drástica reducción del poder sindical. Con la Ley
de Asociaciones Profesionales, el gobierno buscaba la eliminación de la CGT única y del sindicato único por
actividad a nivel nacional; la Ley de Convenciones Colectivas de Trabajo eliminaba no sólo la negociación
salarial a nivel nacional, sino que además centralizaba la negociación de las condiciones de trabajo y
establecía un sistema según el cual algunos aspectos se negociarían a nivel nacional, otros por rama o
sector y lo más relevante quedaría a nivel de la empresa; la Ley de Obras Sociales quitaría al sindicalismo el
control de los fondos y regularía el sistema, ya que cada trabajador podría elegir en que obra social
depositar su aporte.

La integración de sectores de la dirigencia sindical al sistema no era un fenómeno nuevo. Tal vez lo
novedoso ahora haya sido la desfachatez de la relación empresario-sindical, y las cifras millonarias de los
negociados económicos en los cuales se vio involucrada la dirigencia sindical menemista. Los dos primeros
años de gobierno fueron muy agitados y registraron muchos conflictos. A partir de la convertibilidad,
fueron disminuyendo drásticamente, y si bien la crisis del Tequila generó algunas movilizaciones, los
últimos tres años del menemismo registró conflictos sindicales mínimos.
Por otra parte, la mayoría de las movilizaciones fueron de empleados estatales y de servicios. A pesar de
estas movilizaciones de obreros, docentes, empleados públicos y jubilados contra las privatizaciones y los
recortes presupuestarios, lo verdaderamente nuevo del período fue la progresiva movilización espontánea.
Primero, los sectores marginados y desesperados, aquellos sin trabajo ni encuadre sindical o político donde
hacer oír sus reclamos. La convertibilidad puso fin a la hiperinflación y terminó con los saqueos, pero no
eliminó las causas más profundas de esos estallidos sociales: un desempleo muy superior a las necesidades
medias de acumulación de capital y vastas masas de población crecientemente marginadas del trabajo, del
consumo y del más elemental derecho a la posibilidad de reproducir su existencia. Las políticas
asistencialistas y la contención del desborde social no pudieron ocultar un elemento de primera
importancia: la vulnerabilidad de una democracia basada en una estructura del ingreso cada vez más
regresiva, una democracia minada por la falta de representatividad de los partidos políticos, sindicatos y
dirigentes tradicionales y por la corrupción enquistada en el sistema político y judicial.

El fenómeno piquetero nació en 1997 con la realización de cortes de rutas en reclamo de ayuda social,
llevados a cabo por los desempleados de las localidades de Cutral Có y Tartagal, entre otras. En ambos
casos, el origen del conflicto radicó en la privatización de YPF y el consiguiente cierre de plantas. Los cierres
provocaron una tasa de desempleo en las poblaciones que se habían desarrollado muy superior al
promedio nacional. La entrega de planes Trabajar de 200 pesos mensuales a los desempleados fue el
mecanismo utilizado durante el gobierno de Menem para controlar este tipo de conflictos. Los cortes de
ruta fueron la protesta de los sectores que estaban fuera de los sindicatos por haber quedado
desempleados. Ya no se trataba de la lucha sindical por el salario, ni del saqueo determinado por la
imposibilidad de acceder a los alimentos por parte de los sectores de menores ingresos, sino de la demanda
de ayuda, de subsidios para capear el efecto devastador del desempleo en determinadas localidades.

Esta inorganicidad inicial fue dando lugar progresivamente a nuevas formas de organización basadas en la
democracia directa. El desconocimiento de los dirigentes políticos y sindicales tradicionales, la toma de
decisiones en asambleas, la elección de dirigentes representativos y su control por las bases serían rasgos
fundamentales de la expresión de la protesta social en este período.

La convertibilidad a la luz del conflicto social

La puja por la transferencia del excedente entre los grandes grupos económicos no desapareció, sino que
con la convertibilidad adoptó otra forma, donde el capital extranjero tenía el protagonismo. A partir de este
plan, no hubo corridas cambiarias ni hiperinflación, no fueron necesarias porque los más poderosos
estaban de acuerdo con la especulación financiera y el seguro de cambio provisto por la convertibilidad. Las
tarifas dolarizadas, la subasta de empresas públicas, los intereses de la deuda, la remesa de utilidades, la
fuga de capitales fueron algunos de los canales utilizados para la transferencia hacia los países centrales del
excedente y de la riqueza.

Si la convertibilidad fue la varita mágica que posibilitó el disciplinamiento de la lucha entre grupos
económicos y fracciones del capital, imponiendo la hegemonía del capital financiero, la contracara fue el
crecimiento desmesurado de la deuda externa y una injerencia cada vez mayor del capital financiero
internacional sobre la política económica del país. Paradójicamente, este crecimiento de la deuda socavó
las bases mismas de la convertibilidad, al hacer imposible el mantenimiento del pago de los intereses de la
propia deuda externa. Esta se convirtió así en un fenómeno no sustentable. El modelo de convertibilidad
hizo posible también otro fenómeno tanto o más importante pero menos visible: la participación cada vez
mayor de un puñado de empresas trasnacionales integradas en forma compleja en los recursos naturales y
sectores productores de bienes transables.

La contrapartida de estos procesos a nivel social, ha sido un enorme empobrecimiento de la población y un


crecimiento constante de la desocupación estructural, ya no dependía del ciclo económico local, sino que
parece enquistada para siempre en la estructura productiva del país. Finalmente, el empresariado logró las
condiciones estructurales que le garantizaron una reducción del costo laboral.
La Alianza en el gobierno

Este contexto de hegemonía del pensamiento liberal se tradujo en la aceptación generalizada del modelo
vigente por parte de todos los partidos políticos. Las secuelas de la dictadura, sumadas al disciplinamiento
impuesto por la hiperinflación hicieron que la gobernabilidad democrática sea el objetivo prioritario de
todos y la convertibilidad, la magia que la hacía posible.

La firma del Pacto de Olivos en 1994 abrió paso a la reforma constitucional y a la nueva postulación de
Menem a la presidencia ese año. El pacto por el cual el radicalismo se aseguró una posición en la Corte
Suprema y Menem la posibilidad de ser reelecto dividió al Partido Radical, y contribuyó a que sus sectores
disidentes y progresistas, aliados con la centroizquierda y sectores del peronismo renovador, pasaran a
conformar el Frente Grande. La Alianza habría de constituirse en el vehículo de expresión de la oposición
democrática a un régimen cada día más jaqueado por escandalosas denuncias de corrupción al más alto
nivel, un régimen que se debatía en una crisis económica que ya llevaba cuatro años. En 1999, la alianza del
FREPASO y el radicalismo habría de derrotar al peronismo en nuevas elecciones presidenciales.

Primera etapa de gobierno: del impuestazo al ajuste fiscal

La campaña electoral se centró en la necesidad de dar transparencia a las decisiones, de eliminar la


corrupción, de reactivar la economía y de mejorar el nivel de vida del pueblo, pero nunca se explicitó la
necesidad de cambiar el modelo de acumulación vigente.

La persistente recesión, el crecimiento de la deuda externa y sus intereses, la caída de las exportaciones, el
aumento del déficit fiscal, la creciente fuga de capitales y la apreciación del dólar ponían en evidencia que
el modelo no era sustentable. Es decir, el capital financiero internacional empezaba a dudar de la capacidad
que tenía el país de hacer frente a sus deudas en el corto plazo. Por otro lado, Wall Street desconfiaba de la
capacidad de gestión económica y política de la Alianza y temía que la presión de las demandas
postergadas terminara empujando al sector más progresista de esta coalición a imponer un cambio de
modelo económico. El futuro de la convertibilidad era incierto y la probabilidad de un default de la deuda
externa aparecía en el horizonte.

Bien pronto se haría evidente que el incremento de los impuestos indirectos internos, la generalización del
IVA y la disminución del mínimo no imponible habrían de gravar especialmente a los asalariados en general,
y en particular a la población con menores recursos y sectores medios que los habían votado.

A poco tiempo de asumir, De La Rúa enfrentó el primer estallido social en Corrientes: el Estado provincial
adeudaba varios meses de sueldo a los 50 mil empleados públicos; una huelga y movilización terminó con
la muerte de dos manifestantes y la intervención federal de la provincia. De ahí en más se producirían una
sucesión de conflictos agravados por la inacción oficial y los sucesivos ajustes del gasto público y los
salarios.

A dos meses de asumir enfrentaba un paro de la CTA, la CGT disidente de Moyano y el miguelismo contra el
proyecto de reforma laboral. Luego de arduas negociaciones, el gobierno logró hacer aprobar el proyecto
en el Senado de la Nación. Lograron llegar a un acuerdo con la CGT y que el proyecto reciba media sanción
en Diputados y finalmente fue aprobado en senadores el 26 de mayo del 2000. El proyecto concretaba la
vieja aspiración empresaria de flexibilización laboral, bajando los costos laborales, rebajando los aportes
patronales y estipulando la descentralización de las negociaciones salariales. Muy poco tiempo después, se
denunciaba que el gobierno había sobornado a senadores radicales y peronistas a fin de lograr su
aprobación. A raíz de esta denuncia, en octubre renuncia Chacho Álvarez a la vicepresidencia de la Nación
sumiendo al país en una crisis política e institucional que habría de repercutir severamente a nivel
económico. La renuncia puso en evidencia que a un año de gobierno se rompía la alianza entre la UCR y el
FREPASO. Caía además la bandera de la transparencia en los actos de gobierno y de lucha contra la
corrupción, ante la evidencia de que el gobierno había pactado con el diablo con tal de conseguir la ley.
Ante el riesgo de default frente a la incapacidad de la Argentina de hacer frente a sus obligaciones
financieras, la activa participación del FMI dio por resultado la concreción de un salvataje financiero
externo, el “blindaje”, por un monto cercano a los 40 millones de dólares, para hacer frente a los
problemas de liquidez y calmar a los mercados poniendo fin a la fuga de capitales. El anuncio de esto trajo
un poco de calma a los mercados, aunque estaba destinada a durar poco. En efecto, tiempo después se
activaba la investigación sobre Pedro Pou, presidente del BCRA, por lavado de dinero y autorización de
redescuentos a bancos que se encontraban en estado crítico y fueron liquidados poco tiempo después con
grandes pérdidas para el BCRA. Todo este contexto, hizo renunciar al ministro de Economía, Machinea, en
marzo del 2001. Fue reemplazado por Ricardo López Murphy. Su primera medida fue el anuncio de un
drástico recorte del déficit fiscal a partir de una disminución del gasto de casi 900 millones de pesos y un
aumento de la recaudación impositiva. La disminución del gasto se basó en una reducción de las
transferencias a las provincias y del presupuesto educativo. El plan preveía eliminar partidas anuales de 660
millones de dólares que la nacion enviaba a las provincias para el fondo de incentivo docente, por ejemplo.

Del ajuste al caos social

El nombramiento de Cavallo fue una consecuencia del impacto de la crisis política en las finanzas del país.
Desde la renuncia de Machinea hasta la de López Murphy el 19 del mismo mes, se perdieron millones de
dólares en depósitos totales y el 5% de las reservas internacionales. Con el nombramiento de Cavallo, De la
Rúa echaba mano a lo que parecía ser la última oportunidad para salvar su gobierno del colapso.

Cavallo obtendría las facultades extraordinarias reclamadas a partir de la aprobación de la Ley de


Delegación de Funciones del Congreso en el Ejecutivo (Ley de Competitividad). Esta ley se aprobó con el
apoyo no solo del radicalismo, sino también del peronismo y de muchos votos frepasistas.

Las necesidades de financiamiento resultarían sustancialmente mayores. La situación se agravaba por la


caída en la recaudación tributaria, a pesar de los fuertes impuestazos del pasado y por el hecho de que los
desembolsos del blindaje no alcanzaban para cubrir las obligaciones del país. Todo esto generaba temores
de un default inminente de la deuda. Con el mercado financiero internacional cerrado a los requerimientos
argentinos luego del otorgamiento del blindaje y los incumplimientos del gobierno con las metas pautadas
en ese momento por el FMI, el gobierno tuvo que recurrir al mercado financiero interno.

Si en la primera época de la convertibilidad convocaba a “los mercados” a arbitrar la política económica del
país, ahora parecía enfrentarlos. Esta primera confrontación se originó en el marco de un enfrentamiento
abierto con Pou, que desde el BCRA se negaba a bajar los altos encajes que impulsaban la suba de las tasas
de interés y la especulación. Tras este enfrentamiento por el control de la política monetaria, se agitaba el
fantasma de la pérdida de autonomía del BCRA y, con ello, el miedo del capital financiero a perder el
control de la política financiera, su principal reducto durante todo el gobierno de Menem y de De la Rúa.
Esto ocurría en circunstancias en que por primera vez el menemismo se veía amenazado por la justicia al
reactivarse la causa por venta ilegal de armas.

La pelea entre el ministro y los “mercados” no solo tenía como trasfondo la confrontación por preservar la
autonomía del BCRA y, con ella, el control de la política financiera por parte del capital financiero. Escondía,
además, una puja de intereses en torno al tipo de cambio que habría de dominar el escenario durante los
meses siguientes, culminando en la crisis de la convertibilidad. Más allá de las implicancias para el resto de
la sociedad, una posible devaluación significaba la posibilidad de grandes pérdidas para las empresas
privatizadas y los bancos, en la medida que afectaría a las tarifas dolarizadas, devaluaría los activos físicos
de las empresas privadas y los activos líquidos de los bancos e incrementaría las deudas contraídas en
dólares por estos. Por otra parte, el sector financiero apoyaba la dolarización de la economía y resistía la
canasta de monedas, porque el dólar era la principal moneda de los intercambios financieros. En cambio,
los sectores vinculados a la exportación de bienes se interesaban por una canasta de monedas, debido a la
importancia creciente del mercado europeo en el intercambio comercial argentino.
Cavallo intentó calmar a los principales bancos privados del país prometiéndoles que se garantizaría el pago
de la deuda argentina con la recaudación tributaria y les dijo que los mercados “están jugando al default”.
Expresó también su disconformidad por el alto costo del dinero que estaba obteniendo el gobierno y su
rechazo a convalidar cualquier tasa de interés. Acto seguido, suspendió la licitación de letras del Tesoro
para no convalidar las tasas de 13% anual que consideraba que serían ruinosas. Esta acción agitó aún más al
capital financiero internacional, pues puso en evidencia las dificultades crecientes que el gobierno
enfrentaba para obtener financiación interna, e hizo más patente la posibilidad de default a corto plazo.

Cavallo tenía dinero en el colchón como para cubrir vencimientos de la deuda externa de abril y mayo, nada
más. Por esa razón los mercados apuestan a una eventual cesación de pagos de duda en el corto plazo, aun
cuando se contaba con el blindaje, bonos de 4 mil millones de pesos y un nuevo impuesto a las
transacciones bancarias, se estaba en una corrida bancaria. Para que no ocurriera, Cavallo debía admitir
que se había equivocado en su diagnóstico: el problema era fiscal, no monetario y no podía seguir
succionando fondos del sistema financiero local hasta que pueda salir al exterior con tasas razonables.

Ante este cúmulo de presiones, al poco tiempo, emergió un nuevo Cavallo anunciando otro impuestazo y
una serie de medidas que él mismo no logró hacer aprobar al Congreso, durante su gestión con Menem.
Anunció también un inminente canje de deuda, destinado a despejar las dudas sobre la cesación de pagos
en el corto plazo, y un compromiso con el FMI para recortar aún más los gastos públicos. El nuevo canje de
deuda o “megacanje” permitió alargar los plazos de vencimiento de la deuda pública desconcentrando
vencimientos en los primeros cuatro años y recargándolos a futuro. El FMI respaldó los anuncios y perdonó
el incumplimiento de los pagos en que había incurrido el país desde el otorgamiento del blindaje, a la vez
que autorizó un nuevo desembolso. Cavallo, mientras, admitía públicamente que el desajuste de las
cuentas públicas era bastante mayor que el que él preveía al asumir como ministro.

En el mes de junio, dio a conocer un paquete de medidas que incluía cambios en la política cambiaria con la
promulgación de la Ley de Convertibilidad Ampliada y del Factor de Convergencia. Las medidas tenían por
objetivo atenuar la reevaluación del dólar frente al euro, ocurrida en los últimos tiempos, y la devaluación
del real respecto de las principales monedas. En esencia, los cambios consistían en la introducción de un
sistema cambiario dual, con un tipo de cambio comercial en base a una canasta dólar-euro, más una
política de aranceles y reintegros destinados a mejorar la rentabilidad del sector productor de bienes
exportables y de los exportadores, y un tipo de cambio financiero fijo en 1 a 1 frente al dólar. Asimismo, el
paquete incluía medidas destinadas a reactivar la demanda interna a partir de la reactivación de la
construcción y otras medidas destinadas a mejorar la recaudación impositiva y reducir la evasión.

Hacia el mes de agosto, la fuga de capitales y el crecimiento de los servicios de la deuda habían tornado
cada vez más difícil la obtención en el mercado interno de financiamiento para el sector público. La
preocupación del capital financiero internacional frente al inminente default argentino y a las posibilidades
de contagio que esto podría producir en varios países del mundo hizo posible un nuevo acuerdo. La
contrapartida fue el compromiso argentino de mantener “déficit cero”, que obligaría al gobierno a
equilibrar sus cuentas inmediatamente, de modo que los gastos se adapten a los ingresos corrientes.
Paralelamente, De la Rúa había enfrentado otros siete paros generales; la enorme tensión social habría de
explicitarse en nuevos canales, como lo fue el movimiento piquetero. El objetivo de origen de estos había
cambiado, ahora representaban a los desempleados que querían trabajo y el restablecimiento de los planes
Trabajar cortados por el ajuste del gasto público impuesto por De la Rúa. Por ese entonces, el movimiento
piquetero ya empezó a adquirir encuadramiento social y político. El 31 de julio de 2001 se produjo el primer
corte nacional de rutas. El gobierno decidió entonces negociar con los piqueteros y no reprimirlos, siempre
que no se utilizaran armas ni se cortaran los accesos a Capital. Así, en vísperas de las elecciones el gobierno
enfrentaba un movimiento piquetero que ya se perfilaba para organización nacional.

El resultado de las legislativas le dio al peronismo la mayoría en ambas cámaras. Este triunfo se basó en la
desintegración de la Alianza, pero no significó un aumento del caudal histórico de votos peronistas
capitalizando el voto castigo, como lo fue en el 87 y 89 con Alfonsín. Más importante aún, la conjunción de
votos en blanco y nulos alcanzó niveles inéditos, llegando a representar más del 20% de los votos emitidos,
lo cual da cuenta de una masiva repulsa a los dirigentes y partidos tradicionales.

Hacia finales de agosto, tres cuartos de la deuda del sector público nacional era deuda colocada en los
mercados voluntarios internos y externos, y el cuarto restante era de deudas con organismos
internacionales. Los poseedores institucionales locales más importantes eran los bancos y las AFJP, con las
cuales se iniciaría ahora el proceso de reestructuración “voluntaria” de la deuda, basado en el
otorgamiento de préstamos con menores tasas de interés, pero garantizadas por la recaudación impositiva.
Esto colocó a los mayores poseedores locales de bonos (bancos y AFJP) entre la opción de aceptar
compulsivamente una renegociación de títulos por préstamos con tres años de gracia y un interés del 7%
anual o la posibilidad de no cobrar nunca.

Como resultado de la recesión, el peso de los intereses de sus respectivas deudas, el ajuste fiscal y la
eliminación de importantes transferencias de recursos federales a las provincias, a éstas les fue imposible
pagar a sus empleados públicos y, en la mayoría de los casos, estuvieron al borde de la ruptura de pagos.
Un indicador de ello fue el florecimiento de las cuasi monedas.

Estallido de la crisis

Desde un inicio, el gobierno había adolecido de una enorme debilidad. Con la oposición controlando buena
parte de los resortes del poder, el gobierno era el producto de una coalición de fuerzas sin liderazgo
homogéneo. Una vez constituido, la Alianza sufrió un vertiginoso desgaste de su legitimidad de origen, ya
que antes de cumplir un año en el poder se encontraba en crisis por las denuncias de sobornos en el
Senado y la renuncia del vicepresidente de la nación. Muy pronto, la eclosión del conflicto social, la
estampida del riesgo país y la fuga de capitales pusieron al gobierno al borde del colapso.

Entre octubre y noviembre fue tan grande la fuga de capitales, que el 1ro de diciembre estalló una crisis.
Cavallo anunciaba mediante un DNU el “corralito”, con el cual el gobierno restringía el retiro de fondos e
impuso el control de cambios y de capitales, dejando prisionero al ahorro local. Con la excepción del pago
de importaciones, toda transferencia al exterior debía ser autorizada por el BCRA. Se obligó además a los
exportadores a liquidar sus divisas en el sistema financiero local y a los bancos a repatriar fondos que
tenían en el exterior.

La reconversión de la deuda había planteado un nuevo escenario de conflicto financiero. No podían tocarse
los bonos ni reducirse en casi un tercio las tasas de interés de las deudas sin que hubiese un combate. Pero
también ocurrió otro fenómeno: la existencia de distintas fracciones del capital financiero con diferente
poder de presión sobre el gobierno y con diverso grado de vulnerabilidad frente a una posible corrida
cambiaria.

Una consecuencia del corralito consistió en la intensificación de la lucha entre aquellos que querían
dolarizar la economía y los que pretendían una devaluación. Por otra parte, el público se volcó hacia el
dólar, lo que produjo un traslado masivo de dinero desde los depósitos a plazo fijo hacia las cuentas
corrientes y cajas de ahorro. Se verificó además un traspaso de depósitos desde los bancos percibidos
como más débiles hacia los considerados más sólidos. Esto profundizo el problema de liquidez de algunas
entidades y el BCRA salió a asistirlas. Se calcula que más de la mitad de la economía de ese entonces
funcionaba ilegalmente, e inevitablemente, los más perjudicados fueron los desempleados y los
subempleados sin bancarizar ni de tener efectivo. A esto se suma, el rápido empobrecimiento de la clase
media y sectores de bajos ingresos, afectados por la captura de sus ahorros bancarios por el corralito.

El 18 de diciembre se repiten los saqueos en el AMBA. Acuciados por el hambre y hartos de una dirigencia
política seriamente cuestionada, vastos sectores sociales se volcaron a la calle exigiendo la renuncia de
Cavallo y De la Rúa. Ya no era simplemente el cambio de modelo económico, sino que se repudiaba al
sistema político y judicial en su conjunto. A su vez, los empresarios se desgarraban las vestiduras frente al
caos social y la inacción de los políticos y trataban de posicionarse con respecto al inminente cambio
político. La pelea despiadada entre los más poderosos por transferir los costos de la devaluación y de la
licuación de las deudas de un sector al otro y al resto de la sociedad habría de ocupar el primer plano de la
escena política en los meses siguientes.

De acuerdo con la Ley de Acefalía, luego de la renuncia de De la Rúa el 21 de diciembre, asume el


presidente del Senado, Ramón Puerta. Se abrían acá dos posibilidades: aplicar la Ley de Acefalia vigente,
con lo cual el Congreso elegiría un funcionario electivo para que finalizase el mandato de De la Rúa, o bien
modificar esa ley para convocar a elecciones en 90 días. Un sector del peronismo integrado por los
gobernadores con aspiraciones (Ruckauf, De la Sota, Kirchner) a presidencia buscaba que Puerta convocara
inmediatamente a elecciones. Otro sector, encabezado por Duhalde proponía designar a otro y esperar. En
la Asamblea Legislativa, Puerta postuló a Adolfo Rodríguez Saá.

La pelea que por años enfrentó a Menem y Duhalde, conjuntamente con la pérdida de poder económico de
la provincia de Buenos Aires, había alentado desde tiempo atrás el creciente poder de los gobernadores y
senadores del interior. El peronismo, que había sido controlado hegemónicamente durante toda la
presidencia de Menem, aparecía ahora como un conglomerado de feudos que anarquizaba frente a la
repartija por el poder.

Al poco tiempo de asumir (creo que HORAS), Rodríguez Saá sufrió su primer cacerolazo. Si pensó que solo a
partir de anuncios y un gabinete de figuras cuestionadas y extraídas de su propio partido podía acallar la
crisis social más grave de la historia argentina, su equivocación fue tan grande como su rápida caída del
poder. Antes de cumplir una semana de gestión, la clase media porteña se movilizaba espontáneamente a
Plaza de Mayo batiendo las cacerolas contra los políticos y exigiendo la salida del gobierno de los
funcionarios cuestionados. Por otro lado, Puerta renunciaba a la presidencia del Senado. Al renunciar a su
cargo, hacia posible que Eduardo Camaño asumiera la presidencia interina y prepara el camino en la
Asamblea Legislativa para que Duhalde accediese a la presidencia.

Años de recesión continua, ruptura de la cadena de pagos, default de la deuda, bloqueo de los depósitos,
un contexto político marcado por el voto castigo a los partidos y a sus dirigentes, el recambio de cinco
presidentes en doce días, dos de ellos dejando su cargo por los estallidos sociales enormes que hubo.

Duhalde llegaba al poder tras arduas maniobras iniciadas meses atrás y con el aval del peronismo y de la
dirigencia sindical bonaerenses. Lo hacía con el consenso de los partidos políticos, pero en un contexto
caracterizado por una total falta de representatividad y legitimidad de estos, y en el marco de una crisis
económica de magnitud inédita. Duhalde no fue el candidato de la sociedad.

Svampa: “Hacia el nuevo orden neoliberal”

Los momentos de la mutación económica

Las consecuencias económicas y sociales de la puesta en marcha del nuevo modelo de acumulación
financiera implicaron, por un lado, la interrupción de la ISI y el aliento al endeudamiento externo de los
sectores públicos y privados; por otro lado, apuntó a liquidar las posibilidades de una coalición nacional-
popular, sentando las bases de un sistema de dominación centrado en los grandes grupos económicos.

El proceso de desindustrialización iniciado por la dictadura produjo importantes cambios en la estructura


social, anticipando su “latinoamericanización”, a través de la expulsión de mano de obra del sector
industrial al sector terciario y cuentapropista, y la constitución de una incipiente mano de obra marginal.
Este cuadro puso rápidamente de manifiesto el aumento de las desigualdades visibles en el incremento de
la “pobreza estructural” y la aparición de una “nueva pobreza” de sectores medios y medios-bajos.
Así, la Argentina de principios de los 90 era una sociedad empobrecida y atravesada por nuevas
desigualdades, que ya había experimentado una primera gran desilusión respecto de las promesas
sustantivas de la democracia. El país asistió a la crisis estructural del modelo nacional-popular, sin por ello
descubrir la fórmula, a la vez económica y política, que permitiera reencontrar las claves perdidas de la
integración social.

1989: El final de un ciclo político y económico

¿Por qué la hiperinflación constituye un punto de inflexión en la historia política nacional?

1) desde el punto de vista económico, para la gran mayoría de la población trajo consigo una mayor caída
del salario real, la contracción de la actividad económica, la suspensión de la cadena de pagos y el
reemplazo de la moneda local por el dólar.

2) esta crisis hiperinflacionaria desembocó en el acuerdo entre diferentes actores sociales sobre ciertos
puntos básicos, referidos sobre todo al agotamiento de la vía nacional-popular, esto eso, del modelo de
integración social que el peronismo impuso en 1945. La hiperinflación terminó por afianzar aquellas
posturas que afirmaban la necesidad de una apertura del mercado y un achicamiento radical del Estado.

3) confrontó a los individuos con la pérdida súbita de los marcos que rigen los intercambios económicos,
mediante la desvalorización y desaparición vertiginosa de la moneda nacional.

4) la experiencia traumática habría de asestar un rudo golpe al imaginario integracionista que, desde los
orígenes de la república, había alimentado las prácticas y representaciones de vastos sectores sociales.
Extenuada y empobrecida, la sociedad argentina asistía al final de un modelo de integración social que, más
allá de las recurrentes crisis, había asegurado canales importantes de movilidad ascendente.

Respecto a la cuestión militar, La Tablada aceleró el proceso de quiebre ideológico de lo que quedaba de la
izquierda populista revolucionaria, lo cual se tradujo en el ocaso de un tipo de militancia social y política. En
octubre de 1989, el nuevo gobierno de Menem firmó el primero de los dos decretos de amnistía a la cúpula
militar, anteriormente condenada por crímenes de lesa humanidad, así como a los altos dirigentes de
Montoneros, lo cual vendría a convalidar la tesis de los “dos demonios”.

La época que se abría revelaría una concepción diferente respecto de la relación entre lo social y lo político,
en el marco de un nuevo modelo, marcado por el desdibujamiento de los antagonismos políticos y el
aumento de la polarización social.

El nuevo orden neoliberal

A nadie escapa que la institucionalización creciente del sistema partidario desde 1983 contrasta con el largo
proceso de inestabilidad institucional y polarización política que lo caracterizó desde 1955. Ahora bien,
dicha institucionalización debe interpretarse en el marco de las especificidades nacionales,
tradicionalmente caracterizado por un sistema político débil, y por una fuerte articulación entre el sistema
político, los actores sociales y l Estado. Asimismo, esta situación expresaba una suerte de anomalía: cuanto
más fuertes eran los grupos sociales, menor parecía su expresión orgánica mediante los partidos. Esto se
debía, por un lado, a que los sectores conservadores nunca pudieron consolidar un partido de derecha
fuerte, entonces recurrían a la intervención militar; por otro lado, los sectores populares lograron su
representación por medio de partidos-movimientos, en los cuales el rol y la autonomía del partido político
propiamente dicho aparecía como particularmente débil en relación al conductor carismático.

Desde el punto de vista de los sectores dominantes, la apertura democrática trajo consigo un cambio
importante de perspectiva política, a partir del abandono de las posiciones golpistas y la aceptación de las
nuevas reglas de juego. Esto tenía como trasfondo la convicción de que la corporación militar había dejado
de ser el canal más apropiado de sus intereses económicos, también daba cuenta de una suerte de
mandato “democrático” que recorría América Latina, avalado por EEUU y los organismos internacionales.
Frente a las crecientes dificultades económicas y la crisis de los mecanismos tradicionales de cohesión
social, así como la destrucción de las solidaridades sociales, el llamado al populismo emergía como una
tentativa de “restitución” del progreso a las mayorías. Esta demanda se acompañaba de una no menos
fuerte exigencia de eficacia y ejecutividad necesaria para enfrentar la crisis e imponerse por sobre los
intereses de los diferentes sectores en pugna.

Aunque su campaña se fundó en el llamado populista, Menem terminó construyendo una alianza político-
económica que le permitió dar cauce a la demanda de ejecutividad, mediante una estrategia liberal,
orientada a la deslegitimación y desmantelamiento completo del modelo nacional- popular.

Una transformación tan radical del proyecto económico exigió un cambio en las alianzas del PJ, que dejó de
apoyarse sobre el sector corporativo sindical, como era tradición, para vincularse a los sectores dominantes
representados por los grandes grupos económicos. La convertibilidad, no solo lo ayudó a estabilizar la
economía, sino que contribuyó a recuperar credibilidad ante los mercados internacionales, pero, como
contracara económica, hizo a la economía estructuralmente dependiente del mercado internacional y sus
sobresaltos coyunturales.

El nuevo orden impuso un modelo de “modernización excluyente”, impulsando la dualización de la


economía y la sociedad. La pauta general fue el incremento de la productividad, con escasa o nula
generación de empleo y deterioro creciente de las condiciones laborales.

La “reestructuración” del Estado

Las reformas conllevaron una severa reformulación del rol del Estado en cuanto a la economía y la
sociedad, lo cual trajo como correlato la consolidación de una nueva matriz social caracterizada por una
fuerte dinámica de polarización y por la multiplicación de las desigualdades. Por otro lado, la desregulación
de los mercados, acompañada de la introducción de nuevas formas de organización del trabajo, produjo la
entrada a la flexibilización, la precariedad laboral y una alta tasa de desempleo.

La dinámica de consolidación de una nueva matriz estatal se apoyó en tres dimensiones:

1) el patrimonialismo. Esto se vincula con la total pérdida de la autonomía relativa del Estado, a través del
carácter que adoptaron las privatizaciones. Este proceso de privatización implicó la destrucción de las
capacidades estatales, así como la constitución de mercados monopólicos, favorecidos por la propia acción
estatal, que terminaron de asegurar la obtención de una “rentabilidad diferencial”. También durante este
proceso, el Estado generó nuevas normas jurídicas, que alentaron la implantación de capitales extranjeros.

2) en la medida en que las políticas en curso implicaron una redistribución regresiva del poder social, el
Estado se vio obligado a reforzar las estrategias de contención de la pobreza, por la vía de la distribución de
planes sociales y asistencia alimentaria. El pasaje de la fábrica al barrio fue consolidándose a partir de la
articulación entre políticas sociales focalizadas y organizaciones comunitarias. Del 95 en adelante aprox., en
ausencia de estrategias de creación masiva de ocupación formal, los gobiernos se abocaron cada vez más a
implementar de forma más sistemática una serie de programas de emergencia ocupacional, destinados a
contener, parcialmente, a los excluidos del mercado de trabajo, que se movilizaban a través de las
incipientes organizaciones de desocupados.

3) el Estado se encaminó hacia el reforzamiento del sistema represivo institucional, apuntando al control de
las poblaciones pobres, y a la represión y criminalización del conflicto social. Así, frente a la pérdida de
desintegración de las sociedades y el creciente aumento de las desigualdades, el Estado aumentó su poder
de policía, lo cual tuvo como consecuencia un progresivo deslizamiento hacia un “Estado de seguridad”

El impacto progresivo de las privatizaciones

La segunda fase de privatizaciones tuvo menos conflictos sindicales que la primera, entre otras cosas
debido a que el Estado prometió la distribución de acciones a los trabajadores, garantizando, en ciertos
casos, una participación de los sindicatos en el proceso de privatización. Además, de que la convertibilidad
había detenido la inflación y las expectativas eran otras.

El impacto social del desguace del Estado sobre el empleo fue devastador. Por lo general, los despidos
masivos se combinaron con planes de retiro compulsivos, implementados en un lapso muy breve de
tiempo, durante el período previo a la privatización, cuando las empresas eran declaradas “sujetas a
privatizar”. El caso de YPF refleja bien lo ocurrido cuando se privatiza, en tanto las comunidades donde la
vinculación laboral y social con la empresa era alta, los niveles de inflación llegaron al 30%; en 2001, los
primeros piquetes surgen como respuesta a este desmantelamiento.

Las consecuencias de este proceso se hicieron visibles en el aumento de la proporción de empleo precario y
en negro. Aquí también la ausencia de una planificación y una estrategia de reconversión económica hizo
que parte de las indemnizaciones desembocara en emprendimientos comerciales individuales o fuera
destinado al consumo y adquisición de bienes.

En 1991, la nueva Ley de Empleo, reconocía la emergencia laboral al tiempo que planteaba una doble
estrategia: por un lado, la flexibilización del contrato de trabajo formal y la creación de “nuevas
modalidades de contratación”, destinadas a facilitar la entrada y salida del mercado de trabajo; por el otro,
el desarrollo de políticas sociales compensatorias. Las reformas incluyeron también un decreto que
incentivaba la descentralización de la negociación colectiva y otro que implementó el aumento por
productividad.

Estas transformaciones, operadas en un marco de ajuste público y desindustrialización, aceleraron el


proceso de quiebre del poder sindical, reorientando sus fines y limitando su peso específico dentro de la
sociedad, y acentuaron el proceso de territorialización de las clases populares, visible en el
empobrecimiento y la tendencia a la segregación socio- espacial.

Modernización excluyente y asimetrías regionales

Todas estas políticas traducían una manera diferente de concebir el espacio geográfico nacional:
desplazaba la idea de un modelo global de territorio subsidiado desde el Estado nacional, a la de “territorio
eficiente”. Por lo que la viabilidad o no de las economías regionales paso a medirse en función de su tasa de
rentabilidad. Dicha política mantuvo las asimetrías regionales preexistentes, al tiempo que conllevó la crisis
y desaparición de actores sociales vinculados al anterior modelo y, en muchos casos, condujo a una
reprimarización de la economía, mediante la expansión de enclaves de exportación.

Durante los primeros años de la década del 90, el discurso oficial se centró en dos ejes: la modernización,
con la incorporación de nuevas tecnologías, y la competitividad, con la producción a gran escala. Por otro
lado, el proceso de apertura económica posibilitó la introducción de nuevas tecnologías, que modificaron el
modelo local de organización de la producción, orientada al mercado externo. Finalmente, en los últimos
años, se registró la expansión de la frontera agropecuaria y minera.

Durante los 90, se asiste al fin de la “excepcionalidad argentina”. Esta consistía en la presencia de una lógica
igualitaria de la matriz social, que iba adquiriendo diferentes registros de significación e inclusión a lo largo
del tiempo. Esta “excepcionalidad” fue incluyendo referencias a un modelo de integración, favorecido por
la existencia de un Estado Social, que más allá de sus imperfecciones, implicaba a las clases medias como
“agente integrador” y al sector popular. Las transformaciones de esta década desembocarían en un inédito
proceso de descolectivización.

La modernización excluyente fue adoptando formas territoriales cada vez más radicales, ilustradas
emblemáticamente por el proceso de autosegregación de las clases medias-altas a las urbanizaciones
privadas, así como por la segregación obligada de un amplio contingente de excluidos del modelo, reflejada
en la multiplicación de las villas de emergencia y los asentamientos.
2. 2001-2008. La crisis y los intentos de resolución
Aspiazu- Schorr: “La industria en la posconvertibilidad: ¿nuevo modelo de acumulación o etapa de
recuperación?”

A principios de 2002, la puja se daba entre dos fracciones del poder económico (quienes proponían la
dolarización y quienes querían una devaluación) que en los 90 habían resultado ampliamente favorecidas
por la liberalización comercial y financiera, el desmantelamiento del Estado, la desindustrialización y la
reprimarización. Y que, frente al agotamiento del “modelo financiero y de ajuste estructural” y la
imposibilidad de transferir la totalidad de los costos de la crisis sobre los sectores populares, procuraban
que fuera la otra fracción la que asumiera los costes. Así, la magnitud de la crisis impedía la conformación
de una nueva “comunidad de negocios” que aglutinara política, ideológica y económicamente a los
distintos sectores del gran capital local. Lo que estaba en discusión era si la forma en que saldría el régimen
de convertibilidad derivaría en el mantenimiento o no del mapa de ganadores y perdedores. No obstante,
la agudeza del conflicto, las propuestas de ambos bandos tenían algo en común: cualquiera fuera la
solución, la caída de los ingresos de los trabajadores y de los sectores populares en general, debía
constituirse en el factor preponderante.

Una de las principales características de la posconvertibilidad es que la principal “política” hacia el sector
manufacturero fue el sostenimiento de una moneda nacional devaluada, por lo que puede afirmarse que
desde el 2002 no existió en el país una estrategia de desarrollo productivo industrial. Para los defensores
del esquema de “dólar alto” constituye una condición necesaria y suficiente para avanzar en la
reindustrialización y la reversión de muchos de los legados críticos de la etapa 1976-2001.

Las profundas transformaciones en la estructura de precios relativos de la economía que resultaron de las
modalidades resolutivas de la crisis de convertibilidad han afectado el posicionamiento del conjunto de las
actividades económicas y manufactureras; en la posconvertibilidad se viene asistiendo a un deterioro de los
precios industriales respecto del nivel general de los mayoristas. Contra la opinión generalizada que
considera a la industria como una de las actividades “ganadoras” desde el 2001, ello no se reflejó en
materia de precios agregados, aunque sí en marcadas diferencias en el interior del sector.

El encarecimiento de insumos importados de difícil sustitución local, las modificaciones en las funciones de
producción, la traslación a los precios internos de sus “equivalentes” a escala internacional, ponderan de
distinta manera e intensidad en el conjunto de las manufacturas. Aquellas actividades en las que prevalece
cierta atomización de la oferta local, con el margen de protección durante el “dólar alto” o “competitivo” y
una considerable presencia de pymes, revelaron tasa de incremento de precios relativamente bajas.

Afianzamiento de la estructura productiva

Una vez superado el 2002, hasta 2007, la economía en general y la industria en particular revelaron un
acelerado y sostenido ritmo de crecimiento que permitió revertir el prolongado proceso de
desindustrialización desencadenado desde el 76. Para dimensional tal crecimiento, recién en 2005 se
superaron los registros de 1998. Ese mismo año (2005), el crecimiento de la industria se ubicó por debajo
del agregado, con la consiguiente reducción en el aporte relativo del sector. Por último, si bien el período
2002-2007 emerge como una fase de crecimiento de la economía y la industria, el sector manufacturero no
parece ser, como antes, el eje propulsor y dinamizador de la economía.

Mientras en la primera expansión (64-74) la expansión manufacturera se vio sustentada por la irrupción y el
acelerado ritmo de crecimiento de la metalurgia, químicas y petroquímicas, con transformaciones
estructurales, durante la posconvertibilidad no se produjeron alteraciones importantes en la composición
industrial ni en los respectivos liderazgos empresarios.
El “dólar alto” como rasgo preponderante de la “política industrial” contribuyó a profundizar algunos de los
rasgos de una estructura de especialización de escaso dinamismo a escala mundial (agroindustrias y
commodities fabriles), con acotados efectos locales en términos de empleo y encadenamientos virtuosos
hacia crecientes estadios en materia de productividad agregada. Se trata, en su mayoría, de manufacturas
que se caracterizan por poseer estructuras de oferta oligopólica y en las que los salarios desempeñan un
papel más asociado a su condición de costo empresario que de factor dinamizador de la demanda interna.
La industrialización de recursos naturales, la química, la siderurgia, metalurgia y automotriz fueron los
rubros centrales del sector industrial.

A la escasa diversificación del tejido industrial se suma su limitada capacidad difusora de eslabonamientos
productivos virtuosos. Otra característica es el grado de ociosidad de la capacidad instalada en la industria:
durante la fase recesiva, esta variable sobrepasaba holgadamente los requerimientos de la contraída
demanda interna y las posibilidades exportadoras (disminuidas por efecto de la apreciación cambiaria bajo
la convertibilidad y la vigencia de un escenario internacional que se encontraba atravesando una fase
contractiva). La importante recuperación de las actividades manufactureras guardó relación directa con un
mayor grado de utilización de la capacidad instalada. De allí que la posible continuidad de tal expansión
este cada vez más supeditada a la dinámica que asuma la formación de capital en el sector y su orientación,
dimensiones que están condicionadas por el carácter del empresariado nacional y el contexto mundial.

Aunque la reindustrialización fue acotada cuanti y cualitativamente, esta existió. Sin embargo, el “dólar
alto” no introdujo un cambio estructural en la industria local.

Reactivación y destino de la producción industrial

¿Fue la paulatina mejora del alicaído mercado interno y/o el mejor posicionamiento a escala mundial lo que
suscitó la reversión del proceso de desindustrialización de larga data y el alto ritmo de crecimiento de la
industria local?

Entre 2001 y 2007 las ventas externas de manufacturas se duplicaron, al tiempo que el valor de la
producción local. De ello se sigue que la recuperación del nivel de actividad fabril orientada a atender las
demandas locales asumió un papel secundario frente a las exportaciones. En la posconvertibilidad,
favorecidas por el “dólar alto” y el auspicioso escenario internacional existente hasta la irrupción de la crisis
internacional para el patrón sectorial de las exportaciones industriales del país, las ventas al exterior fueron
consolidándose como una de los factores dinamizadores del sector.

El fenómeno más relevante en términos del perfil de especialización industrial en relación con el niel del
tipo de cambio es el hecho de que tres cuartos del aumento verificado en el valor de la producción medido
en dólares se destinaron a la atención de la demanda externa, a pesar de tratarse, en general, de bienes
asociados a la demanda interna, especialmente de los sectores populares, para los que el gasto en
alimentos suele absorber la mayoría de sus ingresos. En consecuencia, ya no se trataría de simples saldos
exportables o de exportaciones en un sentido anticíclico, sino de una creciente especialización en
actividades asociadas al aprovechamiento de las ventajas comparativas derivadas de la dotación de
recursos naturales. Esto refuerza la idea de que los salarios cumplieron aquí un rol más de costo
empresario, que de dinamizador de la demanda interna.

Tal patrón de especialización en producciones sujetas a la volatibilidad de los mercados internacionales


genera fuertes incertidumbres en torno a sus potenciales difusoras locales. Más aún cuando, el grado de
transformación manufacturera de las materias primas se ubica muy por debajo de sus potencialidades
reales, quedándose en las primeras fases de elaboración, con poco valor agregado. Similares
consideraciones pueden hacerse a la agroindustria.

Es indudable que uno de los factores que permiten explicar los motivos por los cuales la reactivación de la
economía y la industria local estos años no se tradujo en una mejora significativa en materia de distribución
del ingreso fue el señalado sesgo “pro-externo” de la dinámica fabril. Por otro lado, se asocia a los
interrogantes que se derivan de la drástica reversión ocurrida en el escenario mundial, al calor de la crisis,
para este patrón sectorial y sus importantes implicancias recesivas tanto para los países centrales como
periféricos.

El desempeño industrial desde la perspectiva del comercio exterior

Uno de los principales argumentos utilizados por diversos sectores para justificar la necesidad de una
“salida devaluatoria” fue que la vigencia de un “dólar alto” constituiría un estímulo decisivo para el
crecimiento industrial, asociado a un incremento de las exportaciones y a la sustitución de importaciones
por producción local. Según esta perspectiva, no solo esto era un aliciente necesario para propiciar la
expansión de la actividad fabril, sino además para avanzar en la modificación del perfil de especialización
industrial y de inserción internacional del país en las corrientes mundiales de comercio de mercancías. Por
lo tanto, no se necesitarían políticas activas ni un plan de desarrollo industrial, sino garantizar un tipo de
cambio estable y competitivo para vehiculizar la reindustrialización. Sin embargo, a pesar de la vigencia de
un “dólar alto” y un mercado mundial en expansión, el balance comercial positivo tendió a decrecer hasta
tornarse negativo en 2007.

Luego de experimentar una fuerte contracción en el primer año de posconvertibilidad, la relación entre las
importaciones y el consumo aparente subió de forma pronunciada y sostenida. Esto se trata de tendencias
esperables dada la ausencia de una política industrial que trascendiera el “dólar alto” y, más ampliamente,
una estrategia nacional de desarrollo. Esto alude a: 1) el escaso dinamismo relativo de las exportaciones
manufactureras en términos del mercado mundial; 2) los límites estructurales a la sustitución de
importaciones que se derivan del desmantelamiento del tejido manufacturero verificado en las últimas
décadas y de la debilidad de un número considerable de empresarios nacionales en relación a otros países;
3) el hecho de que en ausencia de una redefinición del grado de apertura de la economía, de la estructura
arancelaria y del perfil exportador, así como de una política activa de reconstrucción de encadenamientos
productivos.

La recuperación de la demanda interna indicaría, por un lado, que el perfil del consumo,
fundamentalmente de los estratos de mayores ingresos, tendió a replicar pautas asimilables a las vigentes
en los países centrales, y por otro, que el proceso sustitutivo que cabría esperar con un “dólar alto” no tuvo
la intensidad o calidad suficiente para reemplazar a los bienes de consumo importados.

Características de la oferta exportadora de la industria local: El perfil exportador heredado de los 90 no se


modificó mucho. En 2007 apenas cinco sectores fabriles dieron cuenta de casi el total de las ventas
externas: la agroindustria, el automotor, la petroquímica, la química y la metalurgia.

Así surgen ciertos cuestionamientos a dos argumentos en relación a este perfil exportador: 1) que este
perfil de especialización productivo exportador es condición necesaria y suficiente para que el país ingrese
en un camino de desarrollo e inclusión económico social; 2) que la vigencia del dólar alto como eje
ordenador y prácticamente excluyente de la política industrial posibilita una modificación positiva para la
inserción nacional en los flujos mundiales de intercambio manufacturero. Puede afirmarse que durante la
posconvertibilidad se asistió a un afianzamiento de la “dualidad estructural” del sector manufacturero
gestada al calor de las políticas desindustrializadoras entre 1976 y 2001. Este fenómeno es puesto en
evidencia en la medida en que un puñado de rubros productivos ligados al procesamiento de recursos
básico presento una balanza comercial positiva, y el resto deficitaria.

Características del modelo de “dualidad estructural”:

1) dos de las actividades que conforman el núcleo exportador de la industria argentina son fuertemente
deficitarias en sus operaciones comerciales externas: la automotriz y la química.
2) en lo que respecta al comercio internacional, los pocos sectores y actores generadores de divisas asumen
una centralidad decisiva en la dinámica sectorial y, por esa vía, en la del conjunto de la economía nacional.
En consecuencia, detentan un significativo poder de veto sobre la orientación de las políticas públicas e
incluso sobre el funcionamiento del aparato estatal, que tiende a acrecentarse en escenarios de escaso o
nulo acceso a financiamiento externo.

El incremento que experimentó en los últimos años el coeficiente exportador de las firmas líderes de la
industria conduce a dos conclusiones relevantes: 1) es que estas grandes empresas se consolidaron como
sólidas plataformas productivas orientadas preferentemente hacia los mercados del exterior debido a la
vigencia de bajos costos salariales a escala mundial; 2) el papel decisivo que le correspondió al
desenvolvimiento de las exportaciones de las compañías de la cúpula en la aceleración del proceso de
concentración económica experimentado desde el abandono de régimen convertible.

(básicamente, se afianzó el perfil de comercio exterior arrastrado desde la última dictadura, falta una
política industrial consistente)

Ganancias extraordinarias de los capitales oligopólicos

¿Cómo evolucionó la industria posconvertibilidad?

Luego de la fuerte contracción entre el 98 y el 2002, la producción generada en el ámbito manufacturero


local se expandió muy fuertemente y de manera sostenida, lo cual impactó en la creación de puestos
laborales.

A raíz de los patrones de desenvolvimiento de la producción y la ocupación, en el transcurso de esta etapa


se asistió a un considerable incremento en la productividad de la mano de obra. Puede concluirse que el
sector manufacturero fue un importante generador de puestos de trabajo, a diferencia del largo período en
que fue un expulsor neto de mano de obra. Pero no puede soslayarse que su desempeño en la
posconvertibilidad pivoteó una vez más sobre una fenomenal transferencia de ingresos de los trabajadores
a los empresarios. El carácter regresivo de la dinámica industrial es una de las principales líneas de
continuidad con el modelo financiero y de ajuste estructural.

En la posconvertibilidad, el mayor excedente apropiado por los capitalistas por efecto de la depreciación
salarial y la creciente productividad tendió a mantenerse dentro de la esfera fabril y, en ese marco, a
concentrarse en torno de los actores predominantes en términos estructurales.

La salida devaluatoria condujo a una profunda caída de la actividad económica e industrial locales. Sin
embargo, en el ámbito de las grandes firmas fabriles, ello no se vio reflejado en los balances corporativos,
por lo que no resulta sorprendente que el crítico 2002 la rentabilidad media sobre ventas fabriles haya sido
la más alta desde 1995. Consolidado el reordenamiento local de los precios relativos, en un contexto de
sostenida recuperación del mercado interno, con una considerable baja en los costos salariales y precios
internacionales en alza para los principales rubros de exportaciones, a partir de 2003 queda en evidencia la
internalización de márgenes de utilidad sobre ventas que se ubicaron por encima de los registros de los 90.

Si bien es cierto que bajó el desempleo, no puede afirmarse que en una proporción considerable esto sea
resultado de la incorporación de mano de obra con un costo netamente inferior al promedio (en negro) y
cuyo costo de expulsión es prácticamente nulo. Todo esto fue posible por la concurrencia de los siguientes
elementos: 1) la vigencia de un corpus normativo heredado de los 90 que convalida la precarización; 2) un
ostensible déficit en materia de regulación estatal sobre el mercado de trabajo local; 3) la existencia de un
ejército industrial de reserva; 4) el déficit de representatividad de muchos sindicatos asociado tanto a
cuestiones de índole interna como a la señalada fragmentación del mundo laboral.

Concentración económica y extranjerización del capital


Más allá del fenomenal incremento verificado en el grado de concentración industrial global en plena crisis
por el abandono del régimen convertible, en los años posteriores, de notable reactivación fabril, este
indicador tendió a estabilizarse, pero en un estadio superior al que predominó en los 90.

Los factores que generaron esto son: 1) la importante y creciente inserción exportadora de la mayoría de
los oligopolios líderes de la actividad; 2) su integración a unidades económicas complejas que cuentan con
un amplio abanico de opciones en materia productiva, tecnológica, comercial y financiera; 3) las variadas
posibilidades que tienen estas grandes corporaciones para captar excedentes de manera diferencial a partir
del poder de mercado que detentan en ámbitos manufactureros críticos para el funcionamiento del
conjunto de la economía; 4) los sesgos manifiestos en el nivel normativo-institucional en lo referido al
control sobre la relación entre grandes empresas y pymes; 5) la considerable centralización de capitales
desencadenada a partir de la crisis que marcó el fin de la convertibilidad.

La profundización del proceso de transnacionalización de una elite empresaria sectorial reconoce varias
formas no excluyentes, aunque de distinta intensidad en términos de sus impactos generales: desde
compañías extranjeras que incrementaron sustancialmente sus ventas a partir de la fusión de algunas
firmas que controlaban, hasta la compra de las tenencias accionarias de algunas grandes empresas con
importante presencia exportadora o posicionamientos oligopólicos en el mercado local.

La selección local de compañías que contaban con mayores potencialidades de crecimiento,


particularmente en el escenario internacional, pero también en el local, denota la presencia de estrategias
transnacionales que encontraron en el nuevo contexto macro la posibilidad de consolidarse como la
principal fracción del capital en el ámbito local son, a la vez, una creciente inserción en los mercados
externos.

El “dólar alto”, con bajos salarios a escala mundial, los equilibrios macroeconómicos, el superávit fiscal y
comercial y la recuperación del mercado interno configuraron condiciones necesarias, aunque no
suficientes, para garantizar un desarrollo industrial que conllevara una paulatina transformación del propio
perfil productivo sectorial inscripta en una redefinición de las modalidades de inserción en la división
internacional del trabajo. Las escasas políticas instrumentadas para las pymes dan cuenta de esto. Cuando
las hubo, eran políticas de bajo presupuesto, con limitada articulación entre sí. Las consecuencias de esto
fueron, por un lado, la profundización de la segmentación productivo-regional del tejido pyme, que se
manifestó en que un número sumamente acotado de firmas de este estrato pudo captar el grueso de los
recursos públicos disponibles; por otro, en la agudización de las profundas inequidades existentes entre las
distintas fracciones empresarias en relación a la apropiación del excedente, que sentó las bases para el
afianzamiento de las tendencias a la centralización.

Esta aproximación a los principales proyectos promocionados permite inferir que se trató, en general, del
desarrollo de emprendimientos que ya contaban con suficientes incentivos de mercado, interno o externo,
para justificar la decisión empresaria de invertir, con o sin beneficios fiscales. Se trató de grandes firmas con
un poder decisivo en la fijación de los precios domésticos en un marco de acelerado y sostenido
crecimiento en el mercado interno. Si bien en su mayoría son tomadores de precios en el contexto
internacional, debe considerarse que poco tiempo atrás, las condiciones para vender en el exterior eran
excepcionales, sobre todo para sus rubros de producción.

La pronunciada concentración de los incentivos fiscales en un núcleo sumamente acotado de proyectos se


conjugó con el carácter superfluo de los beneficios otorgados en el plano impositivo. A la vez, resultó
plenamente funcional a la concentración económica, así como a la persistente recurrencia, por parte de las
grandes empresas, a los nichos de privilegio ofrecidos por las políticas públicas de “promoción” a la
formación de capital.

La industria argentina en la posconvertibilidad: un balance preliminar


La expansión reciente del sector manufacturero derivó, a pesar del ostensible y favorable cambio acaecido
en los contextos macro y mesoeconómico, en la consolidación de dos de los principales legados críticos del
modelo financiero y de ajuste estructural: 1) una estructura fabril desarticulada y trunca, orientada hacia
las primeras etapas de la transformación manufacturera y con marcadas heterogeneidades estructurales y
desacoples en los niveles inter e intraindustriales; 2) una fuerte redistribución de ingresos en detrimento de
los trabajadores y en favor de las fracciones más concentradas y transnacionalizadas del capital.

Katz: “El giro de la economía argentina” (2007)

El curso neo-desarrollista

El neodesarrollismo es un proyecto actualmente compartido por todas las clases dominantes. Pero su
comando recae sobre las grandes empresas argentinas que han internacionalizado su actividad.

Neo- desarrollismo industrial

La revitalización industrial es auspiciada por el gobierno a través de subsidios a los industriales. Para
financiar promociones, desgravaciones y rebajas de cargas patronales, el fisco autorizará este año (2007)
exenciones por el 10% de la recaudación. Algunos partidarios del gobierno argumentan que el
engrosamiento del superávit fiscal y la acumulación de reservas permiten al gobierno confrontar con el
establishment. Señalan que la solidez de la caja es indispensable para neutralizar el poder de fuego de los
grupos dominantes.

El manejo de la deuda

La finalidad neodesarrollista ha guiado también el canje de la deuda y el pago anticipado al FMI. Ambas
medidas incrementaron la autonomía de clase dominante frente a acreedores, para permitir a los
capitalistas locales manejar la política cambiaria sin presiones externas. Hay vía libre para despotricar
contra el FMI, pero están bloqueadas todas las denuncias a los grupos nacionales que lucraron con la estafa
de la deuda.

La regulación de las privatizaciones

La estrategia neodesarrollista oficial alienta la regulación de los servicios privatizados, que es reivindicada
por muchos como un gran mérito del gobierno. Kirchner optó en este campo por un curso alejado del
servilismo menemista y de la re-estatización. Ha evitado la reimplantación de la propiedad pública porque
aspira a transferir una porción de este negocio a los capitalistas industriales.

La política de los servicios públicos sigue un lineamiento empírico basado en renegociar los contratos, para
abaratar los costos de los industriales sin deteriorar la rentabilidad de las compañías privatizadas. Se ha
preservado la división neoliberal del trabajo, pero se ajustó este principio a la prioridad de subsidiar la
acumulación industrial. Esta política incluye muchos favoritismos en el otorgamiento de licencias
monopólicas, salvatajes de concesiones, rescates de balances y autorizaciones de mayores tarifas sin
contrapartidas en inversión.

Todas las acciones apuntan a reducir costos empresarios y abaratar gastos salariales.

La dinámica regresiva

Las cifras de productividad son contundentes y se ubican en un tope de los últimos 15 años. Actualmente se
fabrican más productos con menos trabajadores, porque los costos han caído entre un 15 y 30% por debajo
del 2001. La política económica obstaculiza la recuperación de los sueldos mediante distintos techos a esta
recomposición. Mejora a cuentagotas los salarios estatales y pacta con la burocracia de la CGT estrictos
límites en las negociaciones colectivas.
Informalidad, explotación y desempleo

El esquema regresivo de los salarios afecta más duramente a los trabajadores informales. La brecha entre el
ingreso medio de los precarizados y los formalizados es de casi el triple de diferencia. En el primer
segmento se ubica el 44% de la fuerza laboral, y de estos un tercio está en la indigencia.

El empleo en negro no es una actividad marginal. La preservación de esta dualización del mercado de
trabajo es una tendencia del capitalismo contemporáneo que alienta el nuevo modelo, porque esta
segmentación disuade el aumento de los salarios. Esta gravitación obedece también a la magnitud del
desempleo, que presiona a trabajar a cambio de ingresos de subsistencia. Estrujar la fuerza de trabajo es
una necesidad competitiva del capitalismo neodesarrollista.

El cimiento de la desigualdad

Es cierto que el consumo ha resucitado y se ha convertido en un motor de la reactivación, pero se


desenvuelve en forma segmentada y favorece a los sectores de mayores ingresos en desmedro de los
necesitados.

El gobierno socorre a los desprotegidos para evitar el colapso potencial que ha legado la privatización de las
jubilaciones. Kirchner mantiene el sistema de las AFJP, aunque abrió el corralito que impedía los traspasos
del sector privado al estatal.

El esquema privado es una comprobada estafa de comisiones y malversaciones que el gobierno acotó por
varias razones. En primer lugar, el sistema deja en la vía a los afiliados que no aportan lo suficiente,
obligando al estado a una situación asistencial. En segundo lugar, el régimen conspira contra las cuentas
fiscales. Por último, el modelo neodesarrollista exige una gran corriente de subsidios estatales a la
industria.

Impuestos regresivos

(Básicamente acá se enoja por el impuesto a las ganancias). Bajo el sistema actual un rentista no paga
impuestos por sus ingresos financieros, pero un trabajador que gana 3500 pesos mensuales debe tributar.
Tampoco los jueces o fundaciones afrontan obligaciones impositivas, pero la clase media esta penalizada
por un gravamen a los bienes personales que mantiene el bajísimo piso anterior a la crisis.

Agro-capitalismo para pocos

El esquema neodesarrollista apuntala a los capitalistas industriales a costa de la mayoría popular. Este
modelo incluye además un estratégico cimiento en el sector agrario que rememora el esquema
agroexportador. Pero existe una diferencia sustancial con ese período: la época dorada de Argentina en el
comercio mundial ha concluido y las ventajas naturales de la Pampa Húmeda ya no le otorgan al país un
lugar privilegiado en la división internacional del trabajo. Por eso el agro persiste como un pilar básico de la
economía, pero sin las glorias del pasado.

Los 15 años seguidos de crecimiento consolida un esquema basado en la preeminencia de la soja, la


destrucción de los cultivos regionales, el desplazamiento de los campesinos y la concentración de la tierra.
Profundiza la modernización capitalista que generó un gran salto de producción, con ganancias para pocos
y tecnologías que amenazan la fertilidad de la tierra.

Esta modalidad del agro-negocio estimula el monocultivo y alienta la expulsión de mano de obra del
campo. Impuso, además, la destrucción de las estructuras agroindustriales del interior (azucareras,
vitivinícolas, yerbateras) e impulsa la expropiación de los pequeños productores. También quedó afectada
la ganadería que mantiene el mismo plantel de animales que hace 50 años, con bajos niveles de
rendimiento por hectárea.
El gobierno apuntala específicamente a los grandes grupos, agrupados en la SRA, CONINAGRO, CRA, en
desmedro de los pequeños productores (FA). Regula precios para favorecer a los pulpos frigoríficos o
cerealeros y descarta las iniciativas progresistas de reforma impositiva o refinanciación de deudas.

“Las contradicciones del esquema actual”

Los motores de la inflación

Un punto particularmente crítico del modelo es la carestía. El impacto social de esto tiende a ser
temporalmente variable. Hasta abril del 2006 la canasta básica de indigencia subió por encima de los
precios minoristas y golpeó a los sectores más empobrecidos. En la segunda mitad del año esta incidencia
fue mayor sobre los consumos de la clase media.

El trasfondo del problema es la tendencia de la inflación a desbocarse como consecuencia de tres procesos
combinados: la devaluación, el oligopolio y la baja inversión. Cuando uno de los tres motores se atenúa, los
restantes operan con mayor intensidad. El impacto de la devaluación persiste por la continuada apreciación
internacional de las materias primas, mientras los oligopolios acentúan la brecha entre precios mayoristas y
minoristas y la insuficiencia de la inversión empuja los costos hacia arriba.

El gobierno intenta atenuar esta presión inflacionaria con mecanismos de regulación. Bajo el capitalismo los
controles de precios están necesariamente acotados por la competencia, que impone cierto equilibrio de
ganancias entre todos los concurrentes. Como el sistema funciona sin reglas de planificación, no puede
operar en el mediano plazo con digitaciones estatales de los precios.

Un bache de largo plazo

El problema no es solo en el monto de la inversión, sino también el perfil de la misma. Esta variable se
encuentra muy concentrada en la oferta exportable y en la construcción.

La ortodoxia derechista resalta la limitación de que las inversiones se centren en la exportación que
generan poco valor agregado y convoca a incrementar las concesiones a los poderosos para incitarlos a
invertir. El gobierno evita este discurso, pero trabaja en la misma dirección. Necesita hacer buena letra con
el establishment porque el esquema neodesarrollista depende de los aportes capitalistas.

El nubarrón energético

Otra amenaza que afronta la reactivación es un freno impuesto por las carencias energéticas. La demanda
de electricidad ha subido al compás del repunte productivo, agotando las fuentes de aprovisionamiento.

El gobierno elude el problema y mantiene intacto el esquema irracional de provisión segmentada que
impuso la privatización. Niega la crisis y negocia los ajustes que reclaman las empresas, pero elude tarifazos
masivos que encarecerían los costos industriales.

Los costos de la deuda

La deuda es el principal destino del superávit fiscal e impone una gran acumulación de reservas
improductivas como garantía de pago. El grueso del excedente logrado por la Tesorería fue derivado a
cumplir con los acreedores.

También persiste el lucrativo negocio de los banqueros, que en diez meses de especulación con títulos
argentinos logran ganancias equivalentes a lo obtenido con la administración de bonos estadounidenses
durante 7 u 8 años.

Los bancos y el crédito


Una tasa de crecimiento del 8% anual no puede sostenerse sin préstamos. El volumen del crédito que
alcanzó el 24% del PBI en la década pasada se ha reducido en la actualidad a un poco menos de la mitad.

Este crecimiento explica también porque los préstamos se están incrementando a un ritmo de casi el 40%
anual, en un contexto de bajas tasas y ampliación de los plazos. Como el volumen del crédito es aún
pequeño, la recomposición integral del sistema financiero es todavía incierta, en un país con bajo nivel de
bancarización de la población.

Pero lo más problemático no es la herencia de la crisis, sino la forma en que se reconstruyen las finanzas. se
observa una nueva concentración de la estructura bancaria en torno a 11 entidades que absorben casi tres
cuartos de los préstamos y casi el total de los depósitos.

Las flaquezas del comercio exterior

El gobierno exhibe el aumento de las exportaciones como su gran logro productivo, disimulando que este
avance ha sido solventado por la mega-devaluación que padeció la población. Las limitaciones del sector
externo se verifican también en el aumento de las importaciones que bordean los 26 mil millones y crecen
más rápido que las ventas externas, con una composición más desfavorable. Mientras que el 70% de las
exportaciones son bienes primarios, el 85% de las importaciones están conformadas por productos de alto
valor agregado.

Argentina ha quedado situada en una compleja situación intermedia en la competitividad global. Cuenta
con un mercado interno estrecho y de bajos ingresos promedio, no puede rivalizar con las grandes
potencias y tampoco se encuentra en condiciones de disputar terrenos con los países que detentan un gran
reservorio de mano de obra barato. Esta limitación obstaculiza la implementación de una estratega
“neodesarrollista hacia afuera” (exportador industrial) y “neodesarrollista hacia adentro” (industrializar
apuntalando el comercio doméstico).

“Cómo evaluar el modelo”

El ensayo neodesarrollista es un intento de recomponer la acumulación que retoma la centralidad agrícola


del modelo agroexportador. Pero en el período actual ya no se verifican las condiciones favorables de esa
etapa. Al cabo de una década de neoliberalismo menemista, tampoco es factible reproducir el
endeudamiento descontrolado que predominó a principios del siglo XX.

El ensayo neodesarrollista preserva la regresividad social de su precedente neoliberal. Pero le ha quitado


protagonismo a la especulación financiera, que signó la dinámica económica desde MdH hasta Cavallo.

Problemas de las clases dominantes

Los grandes industriales son el segmento privilegiado por la política oficial. Es cierto que estos actúan como
los burgueses de cualquier país y no cargan con mayores defectos intrínsecos que sus colegas de otras
regiones. Pero surgieron asociados a una matriz latifundista que bloqueó el desarrollo agrícola y conforman
la clase dominante de un país periférico y dependiente.

Nadie sabe en la actualidad que significa apuntalar “una presencia más activa del capitalismo nacional”. el
modelo actual favorece a una burguesía local, que ya no es nacional en la vieja acepción del término. La
reconfiguración neodesarrollista se procesa en un escenario de gran mutación de la propiedad del capital
signado por el avance de dos sectores: compañías locales internacionalizadas y las grandes empresas
foráneas.

El alcance de la desnacionalización
La venta de empresas a propietarios foráneos no es una rémora de la convertibilidad, sino un efecto directo
de la devaluación que abarató los activos y acentúo las dificultades de las compañías endeudadas en
dólares.

El peso de las corporaciones foráneas limita el ensayo neodesarrollista, en la medida que los capitales
transnacionalizados distribuyen sus inversiones entre un amplio número de países. Esta restricción es
omitida por los teóricos industrialistas, que suponen que la mixtura de capitales extranjeros y nacionales no
obstruye el afianzamiento del modelo, ni recrea los viejos conflictos entre ambos grupos.

Vulnerabilidad latinoamericana

Más de la mitad del total de las principales empresas latinoamericanas y más de la mitad de sus ventas se
encuentran en el extranjero. El marco regional es muy semejante al contexto local en muchos aspectos. En
los dos escenarios se procesa una reactivación sostenida en altos precios de las materias primas
exportadas, es decir en un cuadro de evolución futura muy incierta.

Ilusiones intervencionistas

El ensayo neodesarrollista es promovido con insistentes convocatorias a incrementar la “regulación”, el


“control” y la “intervención” del estado, como si esto repercutiera de igual forma en todos los miembros de
la sociedad. Los destinatarios de este curso no han sido las mayorías populares, sino los grupos empresarios
dominantes que emergieron victoriosos de la crisis. Pero el conjunto de los capitalistas está satisfecho con
el rumbo elegido. Algunos desconfían del estilo político de Kirchner, pero todos elogian la recomposición
del funcionamiento del estado. Los dueños de la Argentina exhiben optimismo.

Actitudes de los economistas

El gobierno apuesta a deshacerse paulatinamente estas limitaciones. Pero su gradualismo choca con la
necesidad capitalista de remontar aceleradamente varias décadas de regresión y ubicar a la economía en
algún nicho del mercado mundial.

Estiman que un buen timón estatal alcanzará para impulsar un círculo virtuoso de beneficios empresarios y
avances sociales, como si el sistema pudiera sustraerse de golpear a los trabajadores. Otros
neodesarrollistas de mayor peso saben que el modelo depende del techo salarial y de la limitación de los
gastos sociales. Este realismo es plenamente compartido por sus adversarios neoliberales. Entre ellos
disienten en la forma de contener la inflación o manejar el tipo de cambio, pero no en los objetivos
prioritarios de la clase capitalista. Existe una tercera corriente de economistas alineados con el
distribucionismo, que cuestionan el carácter regresivo del modelo.

Katz: “Los nuevos desequilibrios de la economía argentina” (2010)

Rupturas y continuidades

El modelo actual se ha distanciado de todas las vertientes usuales del neoliberalismo. No promueve la
apertura comercial, la desregulación laboral y las privatizaciones. Tampoco se basa en atropellos sociales
sistemáticos o en medidas continuadas de ofensiva del capital sobre el trabajo. Este alejamiento del
neoliberalismo también es visible en comparación a la convertibilidad y al rumbo seguido por otros países
latinoamericanos.

Objetivos y conflictos

La intención industrialista intenta atenuar la preeminencia de la actividad agroexportadora. Pero la meta


industrialista es tan solo “neo” desarrollista. Ya no busca erigir un aparato fabril con el auxilio de las
estatizaciones o el proteccionismo frente a un sector agrario estancado. Solo pretende reconstituir el
debilitado tejido industrial, en coexistencia con una estructura agro capitalista renovada y tecnificada. El
viejo desarrollismo ha sido sustituido por esta variante agroindustrial.

Pero este estado de gracia se disipó durante el choque con los agrosojeros. Este conflicto terminó en una
derrota política del gobierno, y transparentó el poder de los capitalistas agrarios. Con su demostración de
fuerza, estos sectores paralizaron cualquier intento gubernamental de avanzar hacia las metras
industrialistas, capturando mayores porciones de la renta sojera. Tampoco la derrota electoral de 2009
supuso un cambio de rumbo.

Orfandad industrial

La recuperación se explica por la altísima capacidad ociosa que dejó la crisis. No se produjo ningún cambio
significativo en las tendencias precedentes a la extranjerización, concentración y escasa competitividad
fabril. El tibio avance exportador ha sido consecuencia de la devaluación y de incrementos en la inversión.

El continuado peso de la extranjerización socava el intento de reconstituir la vieja burguesía nacional. El


gobierno no introdujo restricciones legales a los traspasos, que las empresas trasnacionales negocian desde
una posición de fuerza.

Se verifica la ausencia de una clase capitalista dispuesta a asumir el riesgo de la inversión fabril. El sujeto
social de un proceso reindustrializador no aparece en el escenario económico. Para contrapesar esta
carencia se requeriría una decisión oficial más audaz de sustitución de esos empresarios por compañías
estatales, en un marco de nacionalizaciones y mayor absorción de la renta agraria.

Obstrucción agraria y financiera

El viejo esquema de latifundistas, arrendatarios y chacarero ha sido reemplazado por nuevas modalidades
de contratistas tecnificados, que siembran y cosechan en estrecha asociación con los grandes exportadores
y las firmas proveedoras de agroquímicos. La principal fuente de lucro proviene de la renta diferencial que
genera la fertilidad de la tierra. Pero ese viejo atributo ha sido potenciado por inversiones que incorporaron
nuevos componentes de ganancia.

Esta nueva obstrucción incluye un novedoso componente de supremacía de la soja. La especialización de


este insumo (en sustitución del trigo y la carne) instaura un monocultivo muy regresivo. Por un lado,
generaliza un producto genéticamente modificado que deteriora el suelo por falta de rotación y acentúa la
erosión. La expansión extra pampeana de esta especialidad tiene consecuencias más dramáticas. Desplaza
población nativa, arrasa el monte, deforesta y expropia tierras de las comunidades. La supremacía de la
soja también obstaculiza el empleo genuino.

En realidad, la tecnificación de la siembra y cosecha de la soja reduce también la demanda de mano de


obra en el campo. Todos los elogios a ese producto simplemente repiten las leyendas del liberalismo:
suponen que Argentina carga con el inexorable destino de proveer alimentos al resto del mundo y que ese
designio desembocará en un derrame de empleo e ingresos.

La depredación del subsuelo comenzó en los 90, pero ha sido intensamente continuada por el gobierno.
Argentina nunca fue exportador de minerales o petróleo, pero ahora tiene el régimen de minería más
neoliberal del planeta y con la exención de impuestos se facilita una descarada contaminación. En el campo
del petróleo se está llegando a un punto crítico por la caída de las reservas y la ausencia de nuevos pozos.

El gobierno tejió una alianza con los banqueros locales, que han sostenido a los Kirchner en todos los
momentos de adversidad. Pero la estructura financiera vigente no suministra el crédito de inversión que
requeriría un proceso de reindustrialización. Hay alta liquidez, pero pocos préstamos para los riesgosos
emprendimientos de largo plazo.
El intento industrializador carece de un sujeto social que motorice la acumulación, enfrenta fuertes
obstáculos en el agro y no tiene el sostén en la banca. Este cúmulo de obstrucciones se verifica en los
desequilibrios del modelo.

Contradicciones específicas

En 2007 comenzaron los problemas. Se frenó el intenso crecimiento, se moderó la recaudación y


reapareció la carestía. Además, resurgió la preocupación por la deuda y se acentuó la desaparición del
superávit fiscal.

Estas limitaciones no provienen solo de contradicciones genéricas del capitalismo que afectan a todas las
economías. Tampoco obedecen únicamente a los desequilibrios tradicionales de una estructura
agroexportadora. Son desajustes del propio modelo, que se verifican en comparación a lo observado en
otros países durante el mismo período.

La inflación es el principal foco de estas tensiones. Nadie conoce su magnitud real por la deformación de las
estadísticas que introdujo el gobierno. Esa distorsión amplificó un hábito de varios administradores
anteriores, que también buscaron ocultar la realidad con ficciones numéricas. La carestía golpea
especialmente a los más pobres, ya que incide directamente sobre el consumo de los alimentos y licua la
asignación por hijo.

Otro bache del mismo tipo se verifica en la fuga de capitales, ya que el dinero es expatriado es sustraído de
la inversión industrial. La recuperación productiva y las elevadas tasas de rentabilidad local no han
disuadido el retorno de los capitales, ni atenuado su ritmo de salida. Pero la principal restricción que
enfrenta el modelo es la falta de inversión. El mayor problema radica, además, en el destino de
colocaciones. El nuevo capital se concentra en sectores de exportación o construcción y no en las áreas
claves de la reproducción industrial.

El modelo actual no ha modificado el patrón de conducta clásico del empresariado argentino. La costumbre
de buscar altos beneficios con baja inversión se mantiene invariable y por esta razón el agotamiento de la
capacidad ociosa ha conducido a exigir nuevos reajustes del tipo de cambio.

En vez de propiciar avances en la producción por cuenta propia, los capitalistas pretenden renovar sus
lucros con devaluaciones que costea toda la población.

Las viejas subvenciones a la promoción industrial han sido ampliadas con transferencias sistemáticas para
abaratar los costos de la energía, el transporte y los insumos básicos. Aunque es cierto que estos subsidios
garantizan tarifas bajas para el resto de la población.

Comparaciones con los vecinos

Se afianza el lugar intermedio de Argentina, como país integrado al G20, mantiene clientes diversificados y
actúa como agroexportador de peso. Es una economía dependiente pero no comparte el escalón inferior
ocupado por las empobrecidas naciones andinas o centroamericanas. El país tampoco integra las BRICs, ni
maneja fondos soberanos, ni cuenta con multinacionales emergentes o algún liderazgo de exportaciones
industriales.

La clase dominante argentina no disputa hegemonía regional con Brasil. Pierde peso a medida que las
empresas del vecino compran firmas locales sin ninguna contrapartida inversa. La sociedad entre ambos
países igual se afianza por cuestión de peso en las negociaciones geopolíticas.

Algunas explicaciones de esta brecha ponen el acento en la mayor obstrucción que impone el lobby agrario
argentino al desarrollo industrial. Otras, remarcan el comportamiento rentista de la burguesía local, que ha
sido muy proclive a concentrar negocios en la especulación financiera. Otros enfoques estiman que estos
condicionamientos han sido menores, en comparación a la ausencia de estabilidad política que caracteriza
al país. Esta fragilidad anuló las estrategias oficiales de más largo plazo que se observan en Brasil y que
generaron una burocracia estatal más cohesionada y articulada con la clase capitalista.

Escenarios cambiantes

El impacto atenuado de la crisis global tiene fuertes repercusiones políticas e ideológicas. El gobierno
aprovecha la reaparición de argumentos ortodoxos para ponderar las virtudes del modelo argentino,
omitiendo que este esquema surgió de la misma crisis capitalista que ahora (2009/10) padecen los
europeos.

¿Dos modelos?

Los economistas de la derecha consideran que el crecimiento ha sido un producto rezagado de la


privatización de los 90. Pero omiten que la regresión social y el colapso financiero provocó la transferencia
gratuita de los bienes públicos a los grupos capitalistas. Los ortodoxos también afirman que el gobierno fue
tocado por la suerte de las coyunturas internacionales favorables, sin recordar la nefasta gestión que ellos
tuvieron de circunstancias semejantes.

Las diferencias de prioridades económicas entre el gobierno y la oposición derechista no siguen una línea
nítida. El grueso de agro negocio se alineó con la oposición, pero muchos exportadores y aceiteros se
ubicaron en el capo oficial. La mayoría de los industriales toma partido por el gobierno, pero otros sectores
son críticos. Los banqueros se han repartido entre los dos grupos.

Contemporización social

El modelo actual es una construcción político- económica. Es un resultado directo de la relación social de
fuerzas creadas por la rebelión del 2001 y de la acción de un gobierno que disipó ese levantamiento.

Esta política es distinta a la implementada por los gobiernos derechistas, que recurren a la represión para
impedir cualquier reforma social significativa. Los Kirchner han debido gobernar con un ojo puesto siempre
en los oprimidos; el movimiento social ha mantenido un alto nivel de movilización, que obliga a tomar en
cuenta sus demandas.

Ciertamente la insurgencia de 2001 se desactivó y la autoridad estatal fue reconstituida. Pero persiste la
inestabilidad, la erosión de los viejos partidos y un significativo bloqueo a la gesta de un proyecto
conservador. El gobierno se recuesta nuevamente en el PJ, la burocracia sindical, los caudillos provinciales y
los barones del conurbano. Abandonó el proyecto transversal y no reconstituye el lazo popular duradero
que forjó el viejo peronismo. Pero mantiene una política de contemporización de los oprimidos. No elude
confrontar, pero implementa políticas tendientes a evitar el agravamiento del deterioro social.

Agresiones y concesiones

El primer curso se verifica en la política de aceptación de tolerancia a la inflación y en la negativa a aplicar


controles de precios. Los aumentos de salarios que en las negociaciones colectivas parecen importantes, en
la práctica sufren la poda de la carestía. La estrategia subyacente es aguardar una distensión de los precios
o avanzar hacia algún pacto social con los empresarios y los sindicatos.

El modelo reafirmó el trabajo en negro. El segmento informal aglutina a la mitad de la población laboral. El
esquema económico recompuso todos los índices sociales frente a las dramáticas magnitudes del 2001,
pero no restituyo los niveles de pobreza, salario o empleo predominantes en los ciclos de mayor
normalidad.

La política económica actual ha incluido importantes concesiones sociales, que presentan conquistas para
el movimiento popular. El gobierno avala una política salarial permisiva, que reinstalo la negociación
colectiva en el centro a la vida laboral. El salario mínimo fue aumentado y los gremios estatales que
protagonizaban prolongados conflictos lograron ciertas mejoras.
El gobierno reunificó la estructura previsional mediante la nacionalización de las AFJP, con la intención de
reasegurar fondos para la deuda y prevenir el colapso de un régimen previsional vaciado. Maneja el dinero
del sistema sin ningún control, recurre a sospechosas operaciones con títulos públicos y otorga explícitos
subsidios a las grandes empresas. Con esta nacionalización se crearon también mejores condiciones para
luchar por los aumentos para los jubilados.

Programa y estrategia

Cualquier mejora en el nivel de vida popular necesita mecanismos de control de precios, para impedir que
la inflación neutralice esos avances. Pero la estabilidad de precios también requiere que las finanzas
públicas se equilibren sin mayor endeudamiento.

Basualdo: “La pugna social para definir el tipo de hegemonía y un nuevo patrón de acumulación de capital
(de 2002 a 2010)”

Introducción

El período que se abre en 2002 se trata de uno en que se conjuga una acentuada lucha política y social
encaminada a definir un nuevo patrón de acumulación de capital, con un acentuado crecimiento
económico que permitió superar el impacto de una profunda crisis internacional, y la irrupción de políticas
que operaron como un parteaguas entre las organizaciones populares, e incluso dentro de ellas, al
alinearse a favor o en contra de las mismas.

La herencia recibida de la valorización financiera en término de hegemonía política y las fracciones del
capital predominantes

En 1995 se registra un acontecimiento inédito: los grupos económicos alcanzan el momento culminante de
su poder porque al ejercicio de la hegemonía, le suman el predominio estructural en la economía real- en
tanto constituyen la fracción del capital dominante con mayor incidencia en la cúpula empresarial- y al
mismo tiempo mantienen su centralidad en el proceso de endeudamiento externo y la fuga de capitales al
exterior, es decir, en el núcleo central de la valorización financiera.

En términos de evolución de los acontecimientos, se puede afirmar que los acreedores tienen la fuerza para
imponerle a la fracción hegemónica una modificación relevante en el funcionamiento económico y social,
pero esta última sigue conduciendo la implementación de esas modificaciones, dándoles en este nuevo
contexto un sesgo que potencia su propio proceso de acumulación de capital.

Esta profunda retracción en la incidencia de la cúpula empresarial, no se origina en el menor dinamismo de


los mercados que actúan sus firmas versus el de las subsidiarias del capital extranjero, sino en una
disminución sistemática de la cantidad de empresas vinculadas y de aquellas que controla su capital social.

Para aprehender las razones de esta gran venta masiva de firmas por parte de los grupos económicos, es
vital comprender que durante la etapa analizada, la transferencia de un activo fijo es asimilable a una
operación para obtener un tipo de renta financiera y no a una reestructuración de la propiedad en la
economía real que expresa la expulsión de ciertos capitalistas que enfrentan graves inconvenientes
económicos- financieros o, simplemente, su desplazamiento hacia otras actividades de la propia economía
real que otorgan un mejor o más estable nivel de rentabilidad. Como el objetivo es realizar esas ganancias
patrimoniales, y no invertir productivamente, la manera de conservarlas en las monedas de los países
centrales es remitirlas al exterior para independizarlas de los vaivenes de los precios relativos internos.

La debacle de los grupos económicos en términos de la economía real a raíz de las transferencias de capital
a los inversores extranjeros, impulsa a su vez otro proceso de singular importancia histórica y actual: un
acelerado retroceso en la importancia que asume la fracción hegemónica en el comercio exterior,
específicamente en las exportaciones.

La valorización financiera culmina con una fracción del capital que disminuye su predominio económico de
una manera contundente y concentrándose en la producción de bienes que exhiben ventajas naturales,
especialmente relacionados con la producción agropecuaria. Así como pierde el predominio económico,
conserva su hegemonía política, lo cual le permite conducir la salida de ese patrón de acumulación, y
específicamente de la convertibilidad, preservando sus intereses específicos.

La crisis final de la valorización financiera y el planteo inicial de la alianza devaluacionista en el poder

Es indiscutible que la crisis terminal de la valorización financiera implicó un impacto negativo en las
condiciones de vida de los sectores populares, tanto por sus efectos en términos de transferencias de
riqueza como sobre la participación de los asalariados en el ingreso. La disolución de ese patrón de
acumulación trajo aparejado un colapso social sin precedentes y el acentuamiento de la desocupación, la
pobreza y la indigencia.

Tanto la cesación de pagos como la inédita devaluación del tipo de cambio real, ponen de manifiesto de
una manera contundente el triunfo de la alianza devaluacionista, que encabeza la fracción del capital que
ya no ejerce el predominio económico, pero conserva la hegemonía que había detentado a lo largo de la
valorización financiera: los grupos económicos locales.

Es incuestionable que la alianza devaluacionista ante el agotamiento de la valorización finacicera logró


imponer su propuesta alternativa, aunque la fracción del capital que la sustenta, los grupos económicos
locales, habían perdido anteriormente su predominio económico al haber vendido sus activos fijos con
elevada rentabilidad para obtener ganancias patrimoniales y fugarlas al exterior. Los enemigos
fundamentales pasaron a ser ahora quienes poco tiempo antes eran sus financiadores y socios, el capital
extranjero (acreedores externos y empresas extranjeras que controlaban el capital de las empresas
privatizadas).

Para poder aprehender la naturaleza del proceso hay que recordar que la alianza devaluacionista es la
portadora del transformismo argentino, y que su modus operandi consistía en distorsionar
deliberadamente una serie de aspiraciones de los sectores populares al ponerlas en función de sus
necesidades para ejercer la dominación social y potenciar el poder económico de las fracciones del capital
que constituyen su sustento. Esto es lo que ocurre durante la crisis, porque la disputa con los acreedores
externos y las firmas extranjeras prestadoras de servicios públicos está en función de los intereses de la
fracción hegemónica y de las necesidades para asegurar la dominación mediante la permanencia del
transformismo.

La expansión económica y la crisis política como elementos clave para posibilitar la coexistencia de dos
planteos diferentes de hegemonía

El nuevo gobierno de Néstor Kirchner reafirma y profundiza el planteo de la administración anterior y, en


consecuencia, convalida el liderazgo de la fracción del capital que ejercía la hegemonía política. Así, desde
el comienzo se profundiza el enfrentamiento con el FMI y con las empresas privatizadas, al repudiar las
recomendaciones de este organismo.

Las líneas de acción de su gobierno fueron: 1) (corte económico) la decisión inclaudicable de lograr el
mayor crecimiento anual posible, sobre la base de la expansión de la economía real, es decir, de la
producción de bienes y servicios, buscando superar la inédita crisis, pero también disminuir la
desocupación, mejorando de esa manera la distribución del ingreso; 2) (corte político) la búsqueda por
lograr la hegemonía política en su forma clásica, es decir a través de otorgarle beneficios a los diversos
sectores sociales subalternos.
Las circunstancias que rodean a esta gestión potencian la importancia que asume el intento de restaurar la
vigencia de una hegemonía clásica, por el contraste que eso implica respecto a los gobiernos previos.
Asimismo, esa búsqueda es la que les permite a los dos gobiernos kirchneristas, detectar los escollos de
tipo político, económico y social que deben superar. En consecuencia, la dirección y el ritmo de las
transformaciones en ambas administraciones están definidas por la búsqueda de esa hegemonía, en tanto
buscan plasmar una creciente inclusión política y social de los sectores subalternos.

En el contexto macroeconómico en que inicia su gobierno, hay que resaltar que impulsa la reconstitución
de la burguesía nacional. Históricamente, esa fracción del capital nacional ha sido uno de los integrantes
emblemáticos del peronismo a partir de su inserción en la producción industrial de bienes de capital o
bienes salarios no exportables cuya demanda estaba ligada, directamente o no, a la suerte económica de
los asalariados.

Todas las modificaciones en la propiedad de las firmas que se ubican en diversos niveles de ventas, indican
que los grupos económicos tienen una activa participación, al igual que las oligarquías o los integrantes más
consolidados de las burguesías nacionales. La presencia difundida de grupos económicos expresa una
primera y relevante diferencia respecto a la burguesía nacional promovida por los primeros gobiernos
peronistas, ya que estos impulsaban la expansión de pymes; durante el kirchnerismo los capitales locales
avanzan en la propiedad de los servicios públicos y no sobre la base de establecimientos o empresas.

Los argumentos esgrimidos para adoptar la política de enfrentamiento con el FMI y los organismos
internacionales de crédito se fundamentan en que estos eran los responsables fundamentales de la política
de destrucción nacional implementada en las décadas previas. Aun cuando esto sea cierto, se omite señalar
la participación central que tienen los grupos económicos locales en el desarrollo de la valorización
financiera, en tanto miembros de la burguesía nacional, obviando el hecho de que fueron la fracción del
capital que ejerció la hegemonía durante las décadas previas.

Si bien el incremento salarial tiene durante esta etapa un papel más modesto en la recomposición de la
participación de los trabajadores en el ingreso, fue relevante inicialmente la política de impulsar aumentos
significativos del salario mínimo. No menos importante para los trabajadores fue el retorno a las
negociaciones salariales mediante paritarias.

Un aporte significativo para la distribución del ingreso más equitativa fue, por ejemplo, la recomposición
del sistema previsional en 2004 con la Ley de Prestación Provisional Anticipada.

Las medidas específicas para la clase trabajadora, en realidad, forman parte de una política mucho más
amplia de respuesta a reivindicaciones populares de neto corte político y social, tales como la anulación de
los indultos a los represores, la reestructuración de la Corte Suprema, etc.; pero también se llevará a cabo
la intervención del INDEC, que tendrá consecuencias en la credibilidad de las cifras oficiales.

El relevo del Ministro de Economía, luego del 2005, no implicó eliminar la dicotomía de un gobierno que
oscilaba entre dos formas de hegemonía alternativas, que solo podían coexistir debido al notable
crecimiento económico, sino definir que el peronismo sería el espacio para la construcción política futura y
que su conducción efectiva estaba en manos del gobierno.

Este periodo se caracteriza por una notable expansión económica impulsada por el conjunto de las
variables que componen la demanda agregada, dentro de las cuales se destaca el aporte realizado por el
consumo privado y la inversión, pero acompañados por la contribución de las exportaciones en una etapa
en que se revierten los términos del intercambio, asegurándose un superávit fiscal y una sólida
disponibilidad de reservas. El notable crecimiento permite, asimismo, que los sectores predominantes de la
estructura económica obtengan una elevada tasa de rentabilidad y, al mismo tiempo, los trabajadores
mejores sus condiciones de vida por el incremento de la ocupación, aun cuando la recomposición del
ingreso es modesta respecto al crecimiento económico.
Sin embargo, todo parece indicar que este logro económico no es el resultado de la hegemonía de un
bloque social que está definiendo un nuevo patrón de acumulación, sino de una pugna entre dos tipos de
hegemonía diferente: una de ellas impulsada por los grupos económicos locales intenta subordinar al
sistema político y utilizar al Estado como medio para reposicionarse en la economía real, luego de haber
vendido sus activos al capital extranjero y haber fugado parte mayoritaria de su capital; la otra, busca
plasmar un proyecto de expansión económica alineado con las expresiones populares históricas.

Si bien el triunfo electoral con la fuerza política propia sobre el peronismo conducido por Duhalde y la
posterior readecuación del gabinete, habilita al gobierno para emprender la consolidación de un partido
político propio y dirimir la contradicción entre ambos tipos de hegemonía, el rumbo adoptado fue otro. A
partir de 2006 se sacrifica la construcción de la fuerza propia para establecer negociaciones y asumir el
control del PJ, lo cual implica un giro copernicano en las alianzas políticas y sociales del gobierno.

La ardua constitución de un gobierno popular

La causa por la cual la fracción que ejerció la hegemonía durante la valorización financiera forzó la situación
imperante radica en su imperiosa necesidad de retomar un control totalizador del Estado, de manera de
poder avanzar en un nuevo patrón de acumulación que estuviera bajo su conducción y subordinara a sus
intereses al resto de las fracciones dominantes de capital y a los sectores subalternos. El planteo de los
sectores dominantes no parece sustentarse como en el pasado en el derrocamiento del gobierno, sino más
bien en disciplinarlo, logrando que abandone todo vestigio de política distribucionista.

La propia oligarquía pampeana se volvió más homogénea en sus intereses y visiones acerca del proceso de
acumulación porque en términos de su inserción en la economía real, los integrantes que habían
diversificado sus inversiones hacia otras actividades, volvían a estar relativamente más recostados en la
producción agraria. El conflicto inédito por la Resolución n° 125 (retenciones móviles a la exportación
sojera) no solo por su duración sino también por su amplitud geográfica. Característica esta última que se
relaciona directamente con la significativa expansión de la frontera agropecuaria para los productos
pampeanos por predominio sojero, debido tanto a las propiedades de la semilla genéticamente modificada,
como por la rentabilidad de la producción sojera, que provoca la relocalización de la ganadería hacia las
zonas más marginales de la región. A partir de este conflicto también se materializa el enfrentamiento
entre el gobierno y Clarín, es decir, se explicita el conflicto con los grupos económicos que controlan los
MMC, y se generaliza a toda la fracción hegemónica durante la valorización financiera.

La derrota legislativa señala el fin de una disputa específica acerca del sistema de retenciones, pero al
mismo tiempo, abre una contradicción profunda e insuperable entre una parte significativa del
establishment local (los grupos económicos y grandes propietarios rurales) y el gobierno. No se trata ya de
un conflicto con el capital extranjero que controla los servicios públicos y la producción industrial, sino con
el conjunto de las fracciones del capital que conforman la oligarquía argentina.

Esta ofensiva del establishment al gobierno no se origina en que esas fracciones enfrentan una situación
crítica en términos económicos, ya que, por el contrario, todas las evidencias disponibles indican que
transitan circunstancias favorables. Su contenido es eminentemente político y, en última instancia, supera
incluso la intención de imprimirle una orientación determinada y permanente a la acción de gobierno,
porque lo que se pone en marcha es la disputa por recuperar su hegemonía y definir un nuevo patrón de
acumulación de capital que reconozca a esas fracciones del capital como su núcleo central.

A partir de la derrota electoral en las legislativas de 2009, el gobierno busca decididamente su


consolidación social y política a través de la hegemonía clásica, en general, de un gobierno nacional y
popular, en particular. En esto último, el kirchnerismo redefine su postura inicial: las fracciones de capital
que debe enfrentar no son únicamente los acreedores externos y el capital extranjero en las empresas de
servicios públicos, sino que se suma a estos los grupos económicos locales.
De acá en adelante, el gobierno intensifica su tutelaje sobre los sectores populares y redobla sus esfuerzos
para disciplinar a las diferentes fracciones del capital dominante que formaban parte del bloque de poder
desde la valorización financiera. Para estos, la salida del conflicto cierra el largo periplo que se inicia en el
76, cuando accede a la hegemonía política que mantiene y perfeccioniza en los 90. Primero pierde el
predominio económico, en manos del capital extranjero, y luego pierda la hegemonía política, al romperse
la ambigua relación inicial con el kirchnerismo.

Apuntes acerca de los movimientos populares y nacionales

El kirchnerismo se ubica en las antípodas del menemismo ya que enfrenta al bloque de poder que
sustentaba a los gobiernos en los 90. Sin embargo, al igual que el peronismo original, el kirchnerismo, al
impulsar la reindustrialización, promueve a la fracción dominante en la misma que es el capital extranjero
industrial. Ambas características (esto y la autonomía estatal) indican que el propósito de los movimientos
nacionales y populares es desarticular un bloque de poder determinado y conformar un tipo de Estado
específico.

O’Donnell sobre esto: “Lo popular es una mediación menos digerible para el Estado capitalista, y para la
dominación que esta imbricado, que la ciudadanía y la nación. Lo popular no es la mediación abstracta de la
ciudadanía ni la mediación concreta pero indiferenciada de la nación. Sus contenidos son más concretos
que los de esta, ya que el arco que cubre al pueblo es más estrecho que el de la nación. Pero, los
contenidos de lo popular son más genéricos que los derivados de la posición de clase”

Emilio de Ipola sobre lo mismo: “ideológica y políticamente no hay continuidad sino ruptura entre
populismo y socialismo” es decir, sostiene que los populismos reemplazan el cuestionamiento a toda forma
de dominación por la impugnación de solo una forma de dominación y, en consecuencia, reafirman la
existencia del Estado capitalista.

Las manifiestas diferencias que tienen los regímenes populares se vinculan a su naturaleza. Al tratarse de
alianzas policlasistas, en algunos casos la hegemonía la ejercen los trabajadores y en otros alguna fracción
de la burguesía. Potencialmente pueden darse tres situaciones diferentes: 1) que la alianza nacional
popular sea conducida por intelectuales orgánicos de la clase trabajadora; 2) que sea conducido por la
fracción de la burguesía que integra la alianza; 3) que la conducción quede en manos de una fracción del
capital dominante que coopta a los intelectuales orgánicos de los sectores populares, por lo que terminé
cambiando su naturaleza.

La crisis mundial y la política económico-social de la segunda etapa del kirchnerismo

Ante la crisis mundial, el gobierno busca asegurarse los recursos necesarios mediante una de las medidas
de carácter estructural más relevantes del ciclo kirchnerista: la reestatización del sistema previsional. El
proceso de recomposición del sistema jubilatorio iniciado anteriormente converge con la línea de la
estatización de las empresas que prestan servicios públicos que había comenzado durante la gestión de
Néstor Kirchner.

El impacto sobre la distribución del ingreso

Desde el 2003 en adelante se registra una acentuada recomposición de la participación de los asalariados,
en la cual predominó el incremento del empleo y luego el aumento de los salarios. Es durante esta última
etapa que los sectores dominantes impulsan un proceso inflacionario que erosiona su crecimiento,
intentando fijar un techo de alrededor del 40%, es decir, alejada del mítico 50% del ingreso que instalaron
como meta los gobiernos peronistas.

Limitantes al proceso de redistribución del ingreso

Hasta 2001 la tendencia de la relación entre el valor bruto de la producción como de las ventas de las
empresas industriales crece sostenidamente. También, en el punto culminante de la crisis de valorización
financiera la incidencia de las ventas en los respectivos valores brutos de producción se eleva
abruptamente, lo cual indica la capacidad de la cúpula empresarial para resguardarse de los efectos de la
crisis. (Limites: concentración, centralización del capital; alcances: casi triplicación de las exportaciones y
baja de las importaciones)

Las nuevas exigencias de la industrialización

La reactivación industrial, después de décadas de desindustrializacón, fue el resultado de varios procesos


que tienen una importancia disímil pero complementaria:

1) reapertura de un conjunto de plantas industriales de diferente tamaño, entre las que se encuentras las
pymes

2) la instalación de nuevas plantas industriales en actividades que habían sido diezmadas por los productos
importados

3) la ampliación del espectro productivo de las firmas oligopólicas que habían permanecido en los 90

4) la expansión de la producción por parte de las empresas que estaban en pleno funcionamiento ante un
incremento de su demanda interna y externa

La política económica que inaugura la transición de un patrón de acumulación a otro, reconocía el elevado
tipo de cambio real como una pieza clave para lograr el crecimiento económico, ya que impulsaba las
exportaciones, ayudado por una modificación favorable en los términos de intercambio, y de la producción
interna, al erigirse como una barrera a las importaciones y volver competitivas una amplia gama de
producciones que habían dejado de serlo durante la convertibilidad.

Las producciones que tienen un alto coeficiente de empleo/producto, se expanden abasteciendo al


mercado interno gracias a ese tipo de cambio elevado, y van desapareciendo expulsadas nuevamente por
la competencia externa, porque para esas producciones el tipo de cambio no opera como incentivo para
exportar, sino como una barrera a las importaciones. En el marco de esto, la política económica queda
atrapada en un dilema: si devalúa, incentiva la inflación, pero si no lo hace, desprotege nuevas actividades
que surgieron protegidas por el dólar alto.

La extranjerización como un impedimento estructural para la conformación de un proyecto popular

El 2008, año en que comienza la última crisis mundial, constituye la excepción a la regla ya que se desploma
la participación relativa de las firmas extranjeras en todas las variables, lo cual permite afirmar que dichas
empresas, tienden a garantizar demanda e ingresos a los países de origen, reduciendo con mayor
intensidad las exportaciones y manteniendo sus importaciones, lo cual trae aparejado una significativa
disminución de su saldo comercial. Por otra parte, reducen de manera apreciable sus ventas relativas para
minimizar el capital de trabajo y la inversión en la economía local, girando a la casa matriz esos recursos
disponibles.

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