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A N I M A L E S D E S C O N O C I D O S R E L A T O S
A C A R O L Ó G I C O S

Autora: ANITA HOFFMANN

COMITÉ DE SELECCIÓN
EDICIONES
PRÓLOGO
I.¿QUÉ SON LOS ÁCAROS ?
II. EL FIEL COMPAÑERO DEL HOMBRE
III. NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA
IV. EL TRANSPORTE COLECTIVO
V. MÍRAME Y NO ME TOQUES
VI. LO QUE EL VIENTO TRAJO
VII. LOS QUESOS Y SU "BOUQUET"
VIII. UN MUNDO OCULTO
IX. CAMBIO DE VIDA
X. LAS BOMBAS SUCCIONADORAS DE SANGRE
XI. COSTUMBRES INSÓLITAS
XII. TESTIGOS DE CARGO
XIII. ESTRATEGIA INCREÍBLE
CONTRAPORTADA

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C O M I T É D E S E L E C C I Ó N

Dr. Antonio Alonso

Dr. Juan Ramón de la Fuente

Dr. Jorge Flores

Dr. Leopoldo García-Colín

Dr. Tomás Garza

Dr. Gonzalo Halffter

Dr. Guillermo Haro †

Dr. Jaime Martuscelli

Dr. Héctor Nava Jaimes

Dr. Manuel Peimbert

Dr. Juan José Rivaud

Dr. Emilio Rosenblueth †

Dr. José Sarukhán

Dr. Guillermo Soberón

Coordinadora Fundadora:

Física Alejandra Jaidar †

Coordinadora:

María del Carmen Farías

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E D I C I O N E S

Primera edición, 1988

Cuarta reimpresión, 1996

La Ciencia para todos es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura


Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se publica con
los auspicios de la Subsecretaría de Educación Superior e Investigación
Científica de la SEP y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.

D. R. © 1988, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, S. A. DE C. V.

D. R. © 1995, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Carretera Picacho-Ajusco 227; 14200 México, D.F.

ISBN 968-16-2860-8

Impreso en México

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P R Ó L O G O

Los ácaros son parientes de las arañas y los alacranes, generalmente


de 1 a 2 milímetros de longitud, siendo algunos microscópicos,
mientras otros, como las garrapatas, llegan a medir un poco más de
un centímetro; por esta razón son fácilmente pasados por alto; aunque
se encuentran en toda clase de ambientes, como los que viven en el
agua dulce, en la salada y en la salobre; en la tierra, en asociación con
otros organismos, en alimentos, etcétera.

Los científicos que estudian este interesante grupo de animales han


calculado que existe cerca de un millón de especies, que tienen
comportamientos muy diversos y se encuentran en los lugares más
insólitos. Se conoce poco de su biología, pero cada día los
investigadores descubren nuevos datos acerca de ellos, debido a que
no sólo son importantes desde el punto de vista biológico, sino
también desde el socioeconómico.

En México, la doctora Anita Hoffmann, profesora titular de tiempo


completo de la Facultad de Ciencias de la UNAM, brillante investigadora
de tenaz voluntad para el cumplimiento del deber, maestra auténtica y
persona de un carácter estricto y bondadoso que acompaña con gran
alegría, inició el estudio de este maravilloso grupo de animales al crear
en 1965 el Laboratorio de Acarología, en la Escuela Nacional de
Ciencias Biológicas, del Instituto Politécnico Nacional.

Posteriormente, en 1973, funda el Laboratorio de Acarología de la


Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México,
en donde forma un grupo de colaboradores de alto nivel académico,
que cada día, junto con ella, producen nuevos conocimientos sobre
estos animales. En este laboratorio se encuentra la mejor colección de
ácaros del país y de las primeras reconocidas en el mundo, así como la
bibliografía más completa sobre el tema.

Quién mejor que la doctora Hoffmann para contarnos las maravillas de


estos diminutos animales que, como podrá constatar el lector,
presentan las anécdotas más fascinantes. En este libro la doctora
Hoffmann, además de mostrar su profundo conocimiento, comunica de
una manera sencilla y muy entretenida las aventuras de estos
animalitos, con los que la especie humana tiene diario contacto, aun
sin saberlo.

JUAN LUIS CIFUENTES L.

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I . ¿ Q U É S O N L O S Á C A R O S ?

LOS ácaros forman parte del grupo más antiguo, diverso y numeroso
de animales que ha existido desde que apareció la vida en el planeta,
el de los artrópodos. Conviene por lo mismo señalar algunas de las
más importantes características de estos animales, antes de entrar al
tema concreto de los ácaros.

Los artrópodos, cuyo nombre significa "patas articuladas" (del


griego arthron=articular ypodos=pie), aparecieron en los mares del
Cámbrico hace más de 500 millones de años y desde entonces han
sido el grupo dominante sobre la Tierra, en cuanto al número de
especies se refiere. Fueron también los primeros animales que pasaron
del ambiente acuático al terrestre, incursionaron tierra adentro y se
adaptaron a todos los hábitats de este medio. Es imposible precisar el
número de especies y mucho menos el número de individuos que han
poblado y continúan poblando las aguas, el aire y el suelo, pero se
calcula que son alrededor de 10 millones de especies, gran parte de las
cuales aún no han sido descritas. De cualquier manera, su número es
muy superior al de todos los demás seres vivos juntos.

Los primeros artrópodos de los que se tiene noticia fueron los


trilobites, extinguidos hace mucho. Por los restos fósiles que se han
conservado y que son testimonio de su existencia, se sabe que durante
300 millones de años se propagaron en las aguas de los océanos, y
desaparecieron durante el periodo Pérmico; sin embargo, durante todo
este tiempo fueron evolucionando en otras formas, dando así origen a
todas las demás ramas de artrópodos que actualmente se conocen y
que se encuentran distribuidas en el mundo entero, adaptados a todos
los hábitats accesibles a la vida y asociados a todos los demás seres
vivos. Son especialmente importantes por su directa participación en la
vida del hombre y sus actividades diarias, sea en sus aspectos
económico, nutricional, agrícola, médico o veterinario.

El conjunto de todos ellos constituyen el phylum Arthropoda, que se


divide en tres grandes subphyla: a) el de los Trilobitomorpha, que
comprende a todas las formas fósiles de trilobites; b) el de los
Chelicerata, provistos de quelíceros y pedipalpos (sin antenas ni
mandíbulas), donde se agrupa a las cacerolitas, los arácnidos, los
ácaros y las arañas de mar y c) el de los Mandibulata, con antenas y
mandíbulas (sin quelíceros ni pedipalpos), que incluye a los crustáceos,
los miriápodos y los insectos.

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Clasificación general del phylum Arthropoda

Subphylum Clase Nombre común

Trilobites
Trilobitomorpha Trilobita
(extinguidos)

Trilobitida

Chelicerata Merostomata Cacerolitas

Alacranes, arañas,
Arachnida
vinagrillos,

arañas patonas,
solpugas,

etcétera

Ácaros y
Acarida
garrapatas

Pycnogonida Arañas de mar

Cangrejos,
Mandibulata Crustacea
camarones, jaibas,

langostas,
cochinillas, pulgas
de agua,

cíclopes, etcétera

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Chilopoda Ciempiés

Diplopoda Milpiés

Los miembros de
Pauropoda
estas cuatro

clases se conocen
Symphila
con el nombre

general de
miriápodos

Mariposas,
Insecta escarabajos,
abejas,

hormigas,
chapulines,
piojos,

moscas,
mosquitos,
pulgas, etcétera

El hombre conoce muy bien a los artrópodos y esto es por diferentes


motivos. Insectos como mariposas, escarabajos, chapulines, etc.,
llaman la atención por su relativamente gran tamaño, por sus vivos y
llamativos colores y porque son los únicos invertebrados capaces de
volar, gracias a que tienen uno o dos pares de alas. Otros insectos,
como los mosquitos, moscas, pulgas, piojos, chinches, etc., tienen que
ser soportados frecuentemente por el hombre y los animales
superiores como plagas muy molestas que, además, pueden ocasionar
daños más o menos serios a su salud, no sólo por las toxinas que les
inyectan al alimentarse de ellos, sino por los gérmenes patógenos que
suelen transmitirles y que son la causa de numerosas y graves
enfermedades. Otras especies están catalogadas como plagas muy

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perjudiciales y destructoras de una gran variedad de plantas, así como
de granos y otros productos almacenados. No todos son dañinos, hay
también muchos insectos benéficos, como las abejas productoras de
miel, que reditúan grandes ganancias; o el gusano de seda, que es la
larva de una mariposa, secretora de la delicada substancia con la que
se manufacturan las finas telas de gran valor comercial, y otros más.

Artrópodos como los crustáceos, que incluyen camarones, langostas,


cangrejos, jaibas, etc., constituyen un manjar exquisito para el paladar
del hombre, además de ser de alto valor nutritivo.

Existen también artrópodos que secretan venenos muy activos y de


cuya picadura o mordedura el hombre debe cuidarse; tal es el caso de
muchos arácnidos, como los alacranes y ciertas arañas; asimismo, las
forcípulas de miriápodos, como algunos ciempiés, pueden inyectar
substancias que originan grandes molestias locales. Los conocidos
como arañas de mar o picnogónidos son inofensivos.

Finalmente, existe el numeroso grupo de los ácaros, cuyas especies, a


pesar de ser tan frecuentes y numerosas como las de los insectos, son
prácticamente desconocidas por los humanos. Esto se debe a su
pequeño tamaño que las hace pasar inadvertidas, no obstante que se
encuentran en todas partes. Las formas más grandes, que se designan
con el nombre común de garrapatas, son las únicas que el hombre
conoce bien, no sólo por su tamaño sino porque siendo parásitas del
ganado y de otros animales domésticos, le originan costosas pérdidas
anuales.

Otras pocas especies que también reconoce son las que forman plagas
molestas o dañinas tanto para él y sus animales como para los campos
agrícolas que cultiva; entre estas últimas se encuentran todas las
fitófagas. Todas ellas han recibido diferentes nombres, algunos de los
cuales se usaban ya entre los antiguos mexicanos; así, a las
garrapatas se les designa en varios estados de la República como
''tialajes", "turicatas", "tostoneras", "plateadas", "conchudas",
"tullidoras", etc., y a sus larvas que son mucho más pequeñas,
"pinolillo", "mostacilla", "güinas", etc. Otros ácaros que producen
dermatitis o inflamaciones de la piel, muy molestas para el hombre, se
les conoce con el nombre de "tlalzahuates", "coloradillas", "aradores",
etc.; hay también los "corucos" de las gallinas, las "arañas rojas" de
las plantas, los "ácaros de la sarna", "ácaros de la roña" y algunos
más. Son, sin embargo, muy pocas, en contraste con los miles de
especies que hay y que el hombre común desconoce.

Cómo son los ácaros. Se trata de animales sumamente pequeños,


muchos de ellos microscópicos; algunas larvas miden menos de 100
micrones; las formas más grandes son las garrapatas que, cuando
están repletas por la sangre ingerida, llegan a alcanzar hasta 3 cm de
longitud. Una de las especies de mayores dimensiones en el mundo

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esAmblyomma longirostre Koch, que en México es parásita del puerco
espín. La mayor parte de los ácaros adultos miden entre medio y dos
milímetros.

La forma de su cuerpo es de lo más variada, contribuyendo a ello la


disposición y aspecto de sus patas y las ornamentaciones con vistosas
sedas o pelos, placas, proyecciones y estriaciones de la piel. Pueden
presentar un cuerpo angosto y alargado, o corto y ancho, o también
ovalado, globoso, cónico, piriforme o romboidal; a veces es
comprimido, otras veces deprimido; en ocasiones tiene aspecto
estrellado o bien presenta fuertes placas que cubren su cuerpo a
manera de barrilito. Su color también es muy variado, dependiendo de
la especie; los hay que son casi transparentes o ligeramente
blanquecinos; en varios de ellos puede distinguirse el color de los
órganos internos, que con frecuencia depende del alimento que
ingieren; así, los que se nutren de plantas tienen color verde o medio
café; los que chupan sangre, en cambio, ostentarán un color rojo
obscuro. Otros poseen capas de pigmento que reflejan tonalidades de
amarillo o café; los hay también azulosos, violáceos, verdosos,
anaranjados y rojizos. Algunas garrapatas presentan placas dorsales
con ornamentaciones nacaradas o plateadas. Los ácaros que muestran
los colores más variados y brillantes son probablemente los que viven
en el agua dulce.

Una de las características de los artrópodos, aparte de tener las patas


articuladas, es que el cuerpo se divide en segmentos o metámeros;
este carácter se ha ido perdiendo en los ácaros que, al ir reduciendo su
cuerpo en el curso de su evolución, fueron también perdiendo las
marcas de su segmentación.

Como en todos los artrópodos, su cuerpo está cubierto por una cutícula
quitinosa, muy resistente, que los protege de agentes físicos, químicos
y mecánicos. En algunas partes esta cutícula es más gruesa, y forma
placas que les dan mayor protección. Estas placas sirven asimismo
para la inserción de músculos y son características en determinados
grupos. Aunque esta cubierta les es sumamente benéfica para
proteger su vida, es al mismo tiempo tan rígida que les impide crecer;
por esta razón tienen que deshacerse periódicamente de esta coraza
mediante el proceso de la muda; éste es un momento crítico en la vida
del ácaro y está controlado por secreciones hormonales.

Los numerosos apéndices que en los primeros artrópodos


correspondían a dos por cada segmento (como se ve actualmente en
los ciempiés), se fueron modificando, transformándose los anteriores
en partes bucales, o sea, elementos que ayudan al animal a comer,
capturar y desgarrar su alimento. En los ácaros los apéndices están
representados por un par de quelíceros, un par de pedipalpos y cuatro
pares de patas locomotoras; los dos primeros corresponden a las
partes bucales y los últimos les sirven para desplazarse.

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La alimentación de los ácaros varía mucho entre las numerosas
especies; por eso los quelíceros se han ido modificando, adaptándose,
según el caso, para morder, cortar, raspar, enganchar, aserrar,
despedazar, triturar, picar o succionar.

También el segundo par de apéndices o pedipalpos han sufrido


cambios a lo largo de su evolución; en algunos casos son claramente
de función prensil, ayudando a la captura de las presas, a las cuales
sujetan firmemente; en otras especies actúan como estructuras
sensoriales, estando entonces provistos de numerosos órganos
receptores de estímulos externos y gracias a los cuales pueden percibir
los olores, las vibraciones, la humedad, el calor, etc. Estos órganos
sensoriales están representados por diversos tipos de sedas o pelos y
otras estructuras.

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Figura 1. Algunos ejemplos de ácaros. (a) Periglischrus vargasi Hofmann,
parásito de murciélagos.(b) Cunaxa capreolus (Berlese), vida libre en el
suelo, depredador. (c) Laminosioptes cysticola(Vizioli), parásito de gallinas.
(d) Caligonella sp., vida libre en el suelo depredador.(e) Tequisistlana
oxacensis Hofmann y Sánchez, parásito de las lagartijas.

Los cuatro pares de apéndices restantes son las patas locomotoras


propiamente, por medio de las cuales logran desplazarse, algunos
lenta y otros rápidamente; según su hábitat, las utilizan para andar,
correr, trepar, saltar, escarbar, excavar o nadar. El primer par a
menudo tiene función sensorial y lo llevan levantado hacia delante, a
manera de antenas, para poder detectar los estímulos a su alrededor;
en estos casos, las primeras patas están provistas de diversos órganos
sensoriales, característicos de las especies y que pueden ser sedas,
pelos, orificios o hundimientos de la piel, pequeñas protuberancias,
etc. Por medio de estas patas logran orientarse, encontrar su camino,
así como a sus compañeros sexuales, pudiendo también percibir a sus
enemigos y sus posibles presas. Con los otros tres pares de patas

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caminan y logran agarrarse o sujetarse a los diferentes sustratos; las
formas acuáticas los utilizan para nadar a manera de remos. Las patas
de algunos machos pueden estar modificadas para poder sujetar a la
hembra durante el apareamiento. Normalmente, las larvas tienen tan
sólo tres pares de patas; el último par aparece cuando la larva se
transforma en ninfa, por lo que ninfas y adultos tienen cuatro pares.
Sin embargo, algunos ácaros muy especializados y pequeños han
reducido sus patas a tan sólo dos pares y en ocasiones a uno, en
estado adulto.

Toda la superficie del cuerpo y las patas está cubierta de sedas de muy
variada forma y de función generalmente táctil, aunque muchas de
ellas son también sensibles a las vibraciones. Gran parte de las
especies son ciegas, pero las hay también con ojos muy sencillos,
llamados ocelos, que generalmente son uno o dos pares, situados en la
superficie dorsal y anterior del cuerpo. Es poco probable que estos
ocelos lleguen a formar imágenes; posiblemente su función se
concrete tan sólo a detectar los cambios en la intensidad de la luz.

En la cara ventral del cuerpo de los adultos pueden observarse,


además, dos aberturas, la genital en la parte anterior y la anal en la
posterior, aunque su posición exacta varía en los diferentes grupos.

Los ácaros respiran por orificios especiales, llamados estigmas, que se


continúan en tubos muy finos o tráqueas; las formas juveniles o las
especies muy pequeñas lo hacen a través de la piel.

La fecundación de los ácaros es siempre interna, pero la forma como


pasa el esperma del cuerpo del macho al de la hembra varía mucho en
las diferentes especies. Se pueden distinguir tres formas
fundamentales: 1) Por medio de un pene u órgano copulador, que
inyecta directamente los espermatozoides al cuerpo de la hembra, a
través de su abertura genital. 2) Con ayuda de los quelíceros provistos
de espermadáctilos, que funcionan como órganos copuladores y
ayudan a introducir el esperma, en este caso a orificios especiales
situados cerca de las patas. La aparente abertura genital de la hembra,
en estos casos, no funciona como vulva sino que a través de ella salen
los huevos. 3) Por medio de espermatóforos, es decir, pequeños
saquitos dentro de los cuales se conserva el esperma; hay de dos
tipos, sin pedicelo, pasando entonces directamente de la abertura
genital del macho al de la hembra, cuyos cuerpos están vientre con
vientre; o con pedicelo, en cuyo caso los machos depositan los
espermatóforos en el suelo, pegándolos al sustrato mediante un
pequeño tubérculo; las hembras, sexualmente maduras, que
encuentren estos espermatóforos, se encargarán de introducirlos ellas
mismas a su organismo, a través de la abertura genital.

La mayor parte de los ácaros ponen huevos, o sea, que son ovíparos;
otros son ovovivíparos, es decir, que ponen huevos, pero llevan

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adentro un embrión ya formado y próximo a nacer; por último, hay
especies vivíparas, que dan nacimiento directamente a organismos ya
formados.

Durante su desarrollo sufren una metamorfosis, o sea que cambian de


forma y durante su ciclo de vida pasan por cuatro estados principales:
huevo, larva, ninfa y adulto, pero algunos pueden presentar, en lugar
de uno, tres estadios ninfales, llamados protoninfa, deutoninfa y
tritoninfa. Dentro de este cuadro general, hay muchas modificaciones.

Dónde viven los ácaros. Se encuentran distribuidos por todo el mundo,


adaptados a vivir en todos los medios conocidos del planeta. Entre las
formas de vida libre hay una gran cantidad de especies terrestres y
una variedad también muy grande de especies acuáticas. Las primeras
pueden hallarse desde altitudes de 5 000 m sobre el nivel del mar,
extendiéndose hacia abajo por todas partes, hasta la costa de los
continentes, habiendo muchas formas en la zona de las mareas.
También las especies marinas pueden ser muy abundantes, viviendo a
diferentes profundidades que, hasta donde se sabe, pueden ser los 4
000 m. Asimismo, las corrientes de agua dulce, ríos, lagos y arroyos,
tienen su fauna de ácaros, habiendo algunos que prefieren las
corrientes fuertes y otros las aguas tranquilas; otros son
característicos de los charcos temporales que se forman en la época de
lluvias, o bien se entierran entre el lodo de las márgenes y el fondo de
cualquier depósito natural de agua dulce. Algunas especies están
adaptadas para vivir en manantiales y soportan muy bien el calor de
las aguas termales que se localizan en ciertas regiones volcánicas;
otras más viven en aguas salobres y pantanos o en aguas polares,
tolerando fríos muy intensos; son frecuentes también en cuevas y ríos
subterráneos y muchas de ellas pasan gran parte de su vida entre los
intersticios del suelo, enterrándose otras a diferentes profundidades
para protegerse de la nieve en el invierno. Abundan donde hay
vegetación, entre los desechos en descomposición y en asociación con
musgos y líquenes. Los sitios más ricos en ácaros son los musgos y la
hojarasca revuelta con tierra suelta de los bosques y las praderas,
donde llegan a constituir entre 70% y 90% del total de la población del
suelo.

Formando parte de los ácaros de vida libre, hay un grupo grande de


especies que se alimenta de granos y otros productos almacenados,
con un elevado contenido en proteínas, como queso, jamón, etc.
Muebles construidos con fibras vegetales pueden ser atacados por
estos artrópodos; de este tipo son aquellos que viven en el polvo de
las casas y que se alimentan, entre otras cosas, de los desechos de la
piel del hombre; estos ácaros son en la actualidad motivo de intensos
estudios, ya que se les ha relacionado con ciertos padecimientos de las
vías respiratorias, como el asma.

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Algunas especies tienen preferencia por alimentos azucarados, que por
acción bacteriana forman ácidos, como el acético, succínico o láctico;
por ello pueden encontrarse en la leche en polvo, vinos, dulces, col
agria, mermeladas, diversos postres y caramelos, etc. Cuando estos
alimentos son ingeridos por el hombre, y llevan consigo algunos ácaros
vivos, estos animales pueden llegar a colonizar en el intestino,
originando acariasis intestinales. Hay otras muchas acariasis que estos
ácaros de vida libre pueden producir tanto en el hombre como en
diversos animales y que recibirán distintos nombres de acuerdo con el
órgano que invadan.

Existen también numerosos ácaros fitófagos, o sea, que se alimentan


de plantas, que pueden ser desde bacterias hasta las grandes
fanerógamas. Entre ellos hay algunos que se consideran plagas muy
dañinas para la agricultura y que pueden atacar a un número muy
grande de plantas de cultivo que el hombre aprovecha como alimento,
forraje, ornato, etc., tales como maíz, jitomate, alfalfa, fresa, cítricos,
algodón, palma de coco, dalias, etcétera.

Finalmente, hay una variedad enorme de ácaros, asociados en alguna


forma a todos los demás grupos de animales; esta biorrelación puede
ser desde puramente ecológica, al formar parte de las diferentes y
numerosas comunidades terrestres y acuáticas; forética, al aprovechar
a otros animales corredores y voladores para ser transportados a
fuentes más ricas de alimento o nuevas localidades para su
reproducción y desarrollo; comensal, al instalarse en el cuerpo del
huésped, nutriéndose de sus secreciones o deyecciones, o
aprovechando los residuos alimenticios que el huésped no utiliza, pero
sin causarle ningún daño directo a éste; protocooperativa o mutualista,
al beneficiarse ambos integrantes en forma facultativa u obligada,
respectivamente; depredadora, al cazar el ácaro a su presa para
alimentarse; hasta parásita, al depender metabólicamente del huésped
y provocar casi siempre una reacción de defensa en este. Hay otros
muchos tipos de asociaciones biológicas en que participan los ácaros,
pero éstas son las principales.

Los ácaros parásitos son, desde luego, los más especializados, no sólo
por sus modificaciones morfológicas sino por los cambios que han
sufrido en sus ciclos de vida, su fisiología y su comportamiento. Son
los ectoparásitos más frecuentes, numerosos y variados; algunos de
ellos, a lo largo de su evolución, han llegado a invadir cavidades
internas, principalmente las vías respiratorias y muchos viven por un
tiempo bajo la piel. Sus huéspedes preferidos son los artrópodos,
sobre todo los insectos y todos los vertebrados terrestres. Los ácaros
más importantes en este sentido son las garrapatas, parásitos
obligados que se alimentan de la linfa o sangre de un huésped, en
todos los estadios de su ciclo de vida. Bajo estas condiciones, tienen la
oportunidad de actuar también como vectores de numerosos gérmenes

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patógenos, capaces a su vez de originar enfermedades y hasta la
muerte a muchos de sus huéspedes.

Cómo se agrupan y dividen los ácaros. Antiguamente los ácaros, se


incluían dentro de los arácnidos, sin embargo, son tan diferentes a
éstos no sólo en cuanto a su morfología, comportamiento, ciclos de
vida y sitios a los que se han adaptado a vivir que, en la actualidad, se
les agrupa en una clase separada, que se designa como clase Acarida.

Esta clase Acarida se divide en tres subclases:

1) Subclase Opilioacariformes, con un solo orden:

Orden Opilioacarida, donde se incluyen los ácaros más primitivos, que muestran todavía características de sus
antepasados.

2) Subclase Parasitiformes, que se divide en tres órdenes:

a) Orden Holothyrida, cuyos representantes se encuentran en Australia, Nueva Zelanda y otras islas de la
región, así como en la región neotropical del continente americano.

b) Orden Mesostigmata. Incluye una gran cantidad de especies, que se agrupan en 77 familias, casi todas con
representantes en México. Hay muchas formas libres que constituyen parte de la fauna del suelo; muchos
individuos son foréticos. Por lo que se refiere a sus hábitos alimentarios, hay una gran cantidad de
depredadores, otros se nutren de desechos orgánicos y hongos. Muchas especies viven como ectoparásitos de
reptiles, aves y mamíferos y otras han invadido el interior del cuerpo, viviendo como endoparásitos.

c) Orden Ixodida, donde se incluyen todas las garrapatas, ectoparásitos por excelencia de todos los vertebrados
terrestres, desde batracios hasta el hombre.

3) Subclase Acariformes, que también se divide en tres órdenes:

a) Orden Prostigmata. Es uno de los más grandes, con 127 familias y miles de especies, gran parte de las
cuales se encuentran en México. Muchas son depredadoras y viven en el suelo o sobre musgos, líquenes, etc.;
otras prefieren áreas desérticas o la zona de las mareas. Aquí se incluyen también todas las especies fitófagas
que constituyen plagas muy serias de diversos cultivos y de difícil control. Se incluyen asimismo, todas las
especies acuáticas, tanto marinas como de agua dulce. Hay también especies comensales y numerosas
parásitas, muchas de las cuales sólo viven en estas condiciones en su etapa larval, pero llegan a ser un grave
problema en la salud pública.

b) Orden Astigmata, con 65 familias, gran parte de las cuales existen en México. Aquí hay muchas especies de
vida libre que se alimentan de granos, de materia orgánica en descomposición, de hongos y de alimentos
almacenados o procesados. Gran número de especies se han adaptado a vivir entre las plumas de numerosas

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aves; otras son parásitas de insectos, crustáceos y de varias aves y mamíferos; a estos últimos les ocasionan
diversos tipos de sarna; hay también especies endoparásitas de ciertas aves y mamíferos, así como comensales.

c) Orden Oribatida, con 158 familias, gran parte de ellas en México. Son los ácaros más numerosos, frecuentes
e importantes del suelo, que desempeñan un papel esencial en los procesos de descomposición e integración al
suelo de la materia orgánica.

A continuación se presenta un cuadro sinóptico de estas grandes


divisiones de la clase Acárida:

Clase Acarida

Nombres
Subclases Órdenes
comunes

Àcaros
Opiliocariformes Opiliocarida
primitivos

Holothyrida

Parasitiformes Mesostigmata Corucos

Ixodida Garrapatas

Coloradillas,
Prostigmata
tlalzahuates,

arañas, rojas,
etcétera.

Acariformes Astigmata
Aradores, ácaros

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de la sarna,

del queso, etc.

Ácaros del
Oribatida
suelo.

Por lo que se refiere al comportamiento de todos estos animales, así


como a los numerosos fenómenos biológicos en los que se han
involucrado en el transcurso de su evolución y amplia radiación
adaptativa, constituyen el contenido principal de este libro,
estructurado bajo la forma de relatos sencillos, accesibles al público en
general.

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I I . E L F I E L C O M P A Ñ E R O D E L
H O M B R E

CUANDO alguien escucha esta frase de inmediato la relaciona con un


hermoso e inteligente animal, el perro, el que efectivamente tiene bien
ganada la fama de ser el mejor amigo del hombre. Pero casi nadie
sabe de la existencia de otro animal, de dimensiones muchísimo más
pequeñas, que ha estado asociado a la especie humana y sus
antepasados desde hace millones de años y en un contacto mucho más
íntimo. Nos referimos al ácaro que los científicos conocen con el
nombre de Demodex folliculorum (Simon). Este ácaro vive entre los
poros de la cara, se alimenta del material secretado por las glándulas
sebáceas, asociadas a los folículos pilosos. Ha acompañado al hombre
a lo largo de toda su evolución, mucho antes de que pudiera
considerarse como Homo sapiens. La convivencia de estas dos
especies ha durado tanto que, a pesar de comportarse
el Demodex como parásito, viviendo a expensas de su huésped, no
causa ya ninguna molestia a éste, salvo en casos especiales en que se
presenta una infección secundaria por bacterias, o cuando invade los
folículos de las pestañas. En este último caso, puede originar gran
irritación a los ojos, provocar la caída de las pestañas y constituir un
problema serio, de difícil tratamiento. Pero normalmente, los ácaros se
distribuyen en toda la cara, sobre todo en la nariz, pómulos, barba,
frente y párpados. Se encuentran en 20% de los adolescentes y en
100% de las personas adultas, cuyo cutis grasoso de poros abiertos y
puntos negros es característico. A pesar de esto, la mayor parte de los
humanos no saben y ni siquiera se dan cuenta que en su rostro
albergan cientos de estos microorganismos; ninguno de ellos muestra
síntomas de algún padecimiento; por el contrario, pueden verse sanos
y fuertes y dado que estos ácaros estimulan la actividad de las
glándulas sebáceas, esto lógicamente favorece la constitución grasosa
de la piel de las personas mayores, retardando la formación de
arrugas, de tan pronta aparición en las personas con cutis reseco y
que, por lo mismo, están libres de Demodex. Por esta razón, algunas
personas han llegado a considerar benéfica la presencia de este ácaro
en la cara de los humanos.

El acné, tan conocido entre la población de los jóvenes, es de


naturaleza completamente distinta y nada tiene que ver con
el Demodex, aunque ambos pueden coincidir en un mismo individuo;
sin embargo, en la especie humana, por lo menos, el ácaro prefiere
estar alejado de las supuraciones y se desarrolla mejor en individuos
con piel sana. En el caso de otros mamíferos, la situación es distinta,
como se verá más adelante.

19
Estos ácaros son tan pequeños que no se ven a simple vista; pueden
medir desde 100 micrones en sus estados juveniles, hasta 400
micrones en su etapa adulta. Su cuerpo es alargado y estrecho, como
el de un pequeño gusano, cubierta su piel con finas estriaciones
transversales. Como todos los ácaros, las larvas poseen tan sólo tres
pares de patas, a diferencia de las ninfas y los adultos que presentan
cuatro pares de patas, sumamente cortas y anchas; sus artejos se ven
como arrugas, y cada pata termina en un par de uñas cortas. Sus
quelíceros son como pequeños estiletes o cuchillitos delgados, por
medio de los cuales cortan las membranas de las células epiteliales
que revisten los folículos, alimentándose de su contenido, así como del
de las glándulas sebáceas; ésto lo van desintegrando por medio de
enzimas digestivas contenidas en su saliva. La abertura genital de la
hembra se halla en el vientre, por detrás del cuarto par de patas; en
cambio, el macho presenta el órgano copulador o pene en posición
dorsal y dirigido hacia delante, de manera que cuando estos ácaros
copulan, el vientre de la hembra tiene que quedar sobre el dorso del
macho.

Su aspecto general, tan diferente al de los demás ácaros, es el


resultado de una adaptación a la vida prolongada en lugares muy
estrechos, como son los folículos. Su diminuto tamaño permite que en
cada folículo puedan habitar desde uno hasta varios individuos en sus
diferentes estadios; estos ácaros tienen generalmente la boca dirigida
hacia dentro de la piel. Los huevos, larvas y algunas hembras por regla
general se localizan en el conducto piloso-sebáceo o en las glándulas
sebáceas, mientras que las ninfas y los demás adultos se sitúan cerca
de la abertura del folículo. En estos sitios se alimentan, se reproducen
y llevan a cabo todas sus funciones, yendo de vez en cuando al
exterior, sobre todo la hembra ya fecundada; éstos son los momentos
propicios para infestar a nuevos huéspedes. Pasan de una persona a
otra, cuando éstas ponen en contacto la piel de sus caras; el beso en
la mejilla, tan frecuente en nuestros días entre familiares y amigos, es
el mejor mecanismo de infestación.

Hasta no hace mucho se suponía que en el hombre nada más existía


una sola especie, la mencionada Demodex folliculorum; sin embargo,
ahora se sabe que puede haber otra, laDemodex brevis Akbulatova,
con los mismos hábitos, aunque esta última parece preferir las
glándulas sebáceas más que los folículos pilosos.

Mientras este ácaro, característico del hombre, se ha vuelto


prácticamente inofensivo para su huésped que, por el largo tiempo
transcurrido ya no reacciona ante su presencia (inmunológicamente
hablando), las demás especies de Demodex que atacan a los diferentes
mamíferos domésticos y algunos silvestres, son sumamente dañinas y
en ocasiones de consecuencias fatales, sobre todo en el caso del perro.
En estos animales los ácaros provocan la caída del pelo, primero cerca

20
de los ojos, párpados y parte inferior de las patas anteriores. Pronto se
acentúa esta caída del pelo, la piel se enrojece y en la cara aparecen
pequeñas pápulas. Con el correr del tiempo, esto se generaliza por
todo el cuerpo, acompañándose de pus sanguinolenta. El número de
individuos es tan grande que pueden encontrarse hasta 200 ácaros en
cada folículo; con frecuencia llegan a atravesar la piel, e invaden
órganos internos y nódulos linfáticos; como el animal se rasca
desesperadamente, esto favorece la invasión de bacterias piógenas,
complicándose el cuadro con infecciones secundarias que pueden
provocar situaciones dramáticas de los animales. Esto es lo que se
conoce en medicina veterinaria como sarna demodécica o sarna
folicular. Las especies que la originan en los distintos animales son las
siguientes: D. caprae (Railliet) en la cabra, D. canis ovis (Railliet) en la
oveja, D. equi (Railliet) en el caballo, D. cuniculi Pfeiffer en el
conejo, D. bovis Stiles en el ganado bovino, D. catiMegnin en el
gato, D. phylloides Csokor en el cerdo, entre otras.

Figura 2. Ácaros parásitos de la piel del hombre. (a) Demodex


folliculorum Simon, de los poros de la cara. (b) Sarcoptes scabiei (L.) agente
causal de la sarna humana.

Por ironías del destino, la más grave de estas sarnas animales,


causada por D. canisLeydig, es la que se presenta en el perro, el otro
fiel compañero del hombre.

21
I I I . N O H A Y M A L Q U E P O R B I E N N O
V E N G A

EN EL capítulo anterior se vieron algunos aspectos relacionados con la


sarna demodécica, que no es más que una de las muchas sarnas o
roñas que se presentan entre los animales domésticos y silvestres,
cada una de las cuales es causada por especies diferentes de ácaros.

De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra


sarna es una voz española antigua citada por San Isidoro y que se
refiere a una "enfermedad contagiosa, común al hombre y a varios
animales domésticos, que consiste en multitud de vesículas y pústulas
diseminadas por el cuerpo, producidas por el ácaro o arador, las cuales
causan viva picazón, que el calor del lecho exacerba". El vocablo es tan
antiguo que de él han derivado varias expresiones comunes como
"mas viejo que la sarna", o "no faltar a uno sino sarna que rascar" o el
proverbio "sarna con gusto no pica" que, como se verá más adelante,
bien puede aplicarse a nuestro relato, al final de este capítulo.

El término sarna se empezó a aplicar al principio únicamente para


designar el padecimiento humano conocido con el nombre médico de
escabiasis, producido por el ácaro Sarcoptes scabiei, llamado así por el
prurito que origina; viene del latín scabere, que significa rascarse. Más
tarde se fue aplicando a otras dermatitis similares que se presentan en
aves y mamíferos y que son producidas todas por diversas especies de
ácaros.

La escabiasis es una enfermedad que el hombre ha padecido desde la


más remota antigüedad. Se conocía ya en tiempos de la Biblia y en la
Edad Media se señalaba como una de las enfermedades más
frecuentes. El ácaro, a pesar de su pequeño tamaño, fue conocido por
los antiguos griegos, romanos y chinos. Aristóteles pensaba que se
formaba de la piel, pero nunca lo relacionó con el padecimiento; no fue
sino hasta 1834 cuando Renucci, un estudiante de Córcega, descubrió
y demostró plenamente ante la comunidad científica de su época que
el ácaro era el agente causal de la sarna humana.

Mientras al hombre no le da más que un solo tipo de sarna, los


animales pueden ser susceptibles a varios de ellos. Se agrupan en
cuatro grupos fundamentales, tomando en consideración la especie de
ácaro involucrado, el comportamiento y hábitat de éste y el tipo de
lesión que produce.

En el primer grupo se consideran los ácaros que viven en los folículos


pilosos y en las glándulas sebáceas asociadas a ellos; son especies del

22
género Demodex y producen la sarna demodécica en los mamíferos,
sobre la cual se trató en el capítulo anterior.

El segundo grupo está formado por todas aquellas especies que


perforan galerías o túneles en la epidermis de su huésped, lo que
algunos autores llaman sarnas penetrantes. Estos ácaros pertenecen al
género Sarcoptes, que produce la sarna sarcóptica, y al
género Notoedres, que causa la sarna notoédrica. Los huéspedes de
ambos son también mamíferos.

En un tercer grupo se hallan los ácaros que originan descamaciónes de


la piel o la caída de las plumas de varias aves, razón por la cual
reciben el nombre de sarna descamadora la primera y sarna
desplumadora la segunda. En conjunto se denominan sarnas
nemidocópticas, debido a que todas son producidas por especies del
géneroKnemidocoptes.

Por último, en el cuarto grupo se incluyen todos aquellos ácaros que


causan sarnas superficiales en los mamíferos, pero sin que el parásito
penetre la piel de su huésped; las especies pertenecen a tres
géneros: Psoroptes, Otodectes y Chorioptes, que originan la sarna
psoróptica, la sarna otodéctica y la sarna corióptica, respectivamente.

Cualesquiera de los animales domésticos, así como varios silvestres


también sean aves o mamiferos, pueden llegar a tener algunas de
estas sarnas e incluso morir, cuando la infestación es muy intensa y no
se les atiende adecuadamente. Algunas sarnas son más graves que
otras; claro está que los daños dependerán también del grado de
susceptibilidad del huésped a determinado parásito; por ejemplo, la
sarna demodécica más grave se presenta en el perro y la sarcóptica
más severa en el caballo.

Cada una de estas sarnas tendrá también su sintomatología particular,


pero en términos generales se caracterizan por un intenso prurito que
hace que el animal se rasque desesperadamente y esté muy inquieto;
la situación se complica con la invasión de bacterias que producen
infecciones secundarias, resultando con frecuencia cuadros clínicos
muy graves. Se forman vesículas, pápulas o nódulos, que se van
extendiendo por el cuerpo, juntándose entre sí. Al rascarse el animal,
las vesículas se rompen, saliendo por ellas un líquido que, al secarse,
forma costras más o menos gruesas que aglomeran el pelaje. La piel
se endurece y se arruga, el pelo se cae y todo ello desprende un olor
nauseabundo, muy desagradable. El estado general de los animales
decae mucho por el mismo malestar.

Al hombre únicamente le da la sarna sarcóptica, pero el


comportamiento del ácaro que la provoca, el Sarcoptes scabiei, es
diferente al que presenta cuando ataca a los animales domésticos.

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Ante todo, habría que señalar que esta especie ha desarrollado, a lo
largo de su evolución, distintas variedades biológicas o inmunológicas,
las cuales se han vuelto muy específicas en la selección de sus
respectivos huéspedes. Así, la variedad hominis sólo parasita al
hombre, la variedad canis, tan sólo al perro, la
variedad suis, únicamente al cerdo, y de esta manera cada uno de los
mamíferos domésticos es parasitado por su correspondiente variedad.
Todas ellas son iguales en su morfología y ciclos de vida, ya que todas
pertenecen a una misma especie S. scabiei, en lo que difieren es en su
comportamiento y en las reacciones que provocan en los animales que
invaden. Si una de estas variedades infesta a otro huésped que no sea
el suyo, el mismo huésped la rechazará con defensas de su organismo
salvo en el caso de encontrarse enfermo o debilitado. El hombre, por
ejemplo, cuando sus defensas andan bajas por alguna enfermedad o
algún otro motivo, es susceptible de infestarse con dos de las
variedades animales, la del perro y la del caballo; sin embargo, esta
infestación es en general pasajera, tendiendo estos casos a curarse por
sí solos, sin medicamentos, pues el ácaro finalmente no logrará
establecerse en un huésped que no sea el suyo. Sólo en ciertos casos
serios, de intensa inmunodeficiencia, la infestación puede progresar,
pero con otras manifestaciones, transformándose en la llamada sarna
noruega, sobre la cual se hablará más adelante.

Los ácaros de la sarna humana son sumamente pequeños; los machos


miden de 200 a 240 micrones y las hembras, un poco más grandes, de
330 a 450 micrones. El cuerpo es de forma ovalada, con las patitas
muy cortas, separadas en dos grupos, dos pares dirigidos hacia
delante y dos pares hacia atrás; presentan además, largas sedas que
salen del borde posterior del cuerpo y de algunas patas, que a su vez
terminan en pequeñas ventosas, que sirven al animal para adherirse a
la piel de su huésped. Los dos sexos son diferentes en su morfología,
por lo que fácilmente pueden separarse bajo el microscopio.

En su ciclo de vida, que dura alrededor de dos semanas, la hembra


pasa por cinco estadios: huevo, larva, protoninfa, deutoninfa y adulto;
el macho, en cambio, pasa tan sólo por cuatro, ya que ha eliminado la
etapa de deutoninfa.

Poco después de salir los adultos de su cubierta ninfal, tiene lugar la


cópula de machos y hembras. En la mayor parte de los casos la
infestación de una nueva persona, porSarcoptes, la lleva a cabo la
hembra recién fecundada; por esta razón se le considera la etapa
infestante y es la que con mayor frecuencia suele encontrarse.

Esta hembra ovígera, en el mismo huésped o en uno diferente,


empezará a buscar un sitio adecuado de la piel para comenzar a
perforarla y hacer su túnel; se ha comprobado que tienen predilección
por ciertas partes del cuerpo; la mayor parte prefieren las manos y las
muñecas, pero también pueden encontrarse en los codos, los pies, los

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pezones, el pene y el escroto; son mucho menos frecuentes en glúteos
y axilas; sólo en los bebés y en los niños pequeños llegan a invadir la
cara, las palmas de las manos y las plantas de los pies.

La hembra empieza a hacer su túnel cortando las células de la


epidermis mediante sus quejíceros y un borde filoso, a manera de
cuchillito, que posee en cada una de las patas anteriores; pero, al
mismo tiempo, se sujeta firmemente de la superficie del surco que va
abriendo, mediante las ventosas de sus patas. Le toma
aproximadamente una hora llegar hasta la capa córnea de la piel, más
allá de la cual no pasa, sino que continúa su túnel en este nivel.
Durante todo este tiempo y a medida que avanza en la formación de la
galería, se va alimentado del contenido celular de la epidermis, para lo
cual vierte saliva, que contiene enzimas digestivas, sobre el tejido
lesionado, efectuando una desintegración parcial de él, para después
succionarlo y completar su digestión en el intestino medio.
Simultáneamente, va eliminando sus deyecciones en forma de
pequeñas esférulas negruzcas.

Poco después de haber empezado su túnel, la hembra comenzará


también a poner sus huevos, de dos a cuatro diarios, lo que se
prolonga de cuatro a seis semanas o un poco más; generalmente
permanece dentro del túnel por el resto de su vida, y muere al final de
él, después de haber ovipositado. Si se logra hacer un corte fino en la
piel, a lo largo del túnel y se ve bajo el microscopio, se podrá observar
a la hembra en el extremo interno de la galería con todos sus huevos y
deyecciones por detrás.

Tres o cuatro días después de haber puesto los huevos, las pequeñas
larvas empiezan a nacer, saliendo del túnel de la madre, para
continuar su desarrollo en otro lugar de la superficie; por regla general
buscan refugio en los folículos pilosos, donde se alimentan; al cabo de
dos o tres días mudan y se transforman en protoninfas, las que poco
después darán origen directamente a los machos, o bien estas
protoninfas se transforman en deutoninfas primero y luego en las
hembras. Desde que salen del huevo, hasta que llegan a su estado
adulto, pasa alrededor de una semana.

Los machos y las hembras vírgenes recién salidas perforan por


separado pequeñas cavidades, muy cortas, apenas de 1 mm de
longitud, donde se resguardan por uno o dos días, saliendo después a
la superficie para copular. Una vez fecundada, la hembra buscará un
sitio para iniciar su propio túnel, sea en el mismo o en otro huésped al
que se haya pasado.

Como puede verse, los ácaros están expuestos varias veces durante su
desarrollo; en estos momentos sin protección, muchos pierden la vida;
sin embargo, un número suficiente logra alcanzar la madurez,
manteniendo en esta forma tanto la estirpe como la infestación.

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En Inglaterra, Mellanby (1972) estudió pacientes con sarna que
voluntariamente aceptaron no ser tratados con medicamentos, para
poder estudiar el comportamiento de los ácaros. De esta manera pudo
comprobar que, al contrario de lo que se esperaba, la población de los
parásitos no crecía indefinidamente sino que, llegando a cierto
número, que variaba de 20 a 400 hembras, empezaba a descender o
se mantenía en ese nivel. Varios de estos pacientes se curaron
espontáneamente, otros llegaron a mantener una población baja de
individuos por largo tiempo y otros más mostraron altas y bajas
irregulares en las poblaciones.

Una de las diferencias entre la sarna animal y la sarna humana es que


en la primera intervienen miles de parásitos, mientras que en la
segunda el número de ácaros es muy reducido. En la mayor parte de
los casos de sarna humana existen entre 10 y 25 hembras, que es el
estado que se toma en consideración para sacar este porcentaje, ya
que es el que más fácilmente puede detectarse. Es muy raro encontrar
un número mayor de individuos, aunque sí hay ocasiones en que se
encuentran 400 o 500 ejemplares.

No deja de ser sorprendente que tan pocos ácaros puedan ocasionar


reacciones tan intensas. Es posible que la cantidad inicial de huevos
sea mucho mayor y que buen número de larvas primero, y de ninfas
después, se vaya eliminado durante su desarrollo, pues no hay que
olvidar que las etapas juveniles salen del túnel protector y pasan gran
parte de su existencia expuestas sobre la superficie de la piel, lo que
las hace muy vulnerables. Aun dentro del túnel, las uñas del paciente,
al rascarse, pueden sacar y matar a los ejemplares. De hecho, esto es
lo que sucede en la gran mayoría de los casos, pero hasta la segunda
etapa de la sarna, cuando el paciente se ha hecho sensible a la
presencia y a las manipulaciones de los ácaros. Sin embargo, ya para
entonces los ácaros se habrán multiplicado y distribuido en el cuerpo
del individuo, que no podrá eliminar a todos mediante este
mecanismo.

Cuando una persona se infesta de sarna por primera vez, no se da


cuenta de su padecimiento sino uno o dos meses después de la
infestación original. Durante todo este tiempo, los ácaros se
reproducen y se establecen perfectamente en el cuerpo del paciente
sin que éste lo note, ni tampoco presente los síntomas de la
enfermedad; sin embargo, si en esa etapa se examinara su piel,
podrían localizarse ya los túneles hechos por las hembras. Durante
este periodo de incubación del parásito, la persona, completamente
insensible al principio, comienza a desarrollar poco a poco un grado de
sensibilidad que va en aumento cada vez más, aunque esto puede
variar mucho en los diferentes individuos. Esta persona empezará a
sentir entonces, no sólo los movimientos de los ácaros, al ir abriendo
sus túneles, sino que su piel empezará a reaccionar ante la presencia

26
de substancias extrañas, como es la saliva y todos sus componentes,
las secreciones y las deyecciones de los parásitos. Es entonces cuando,
por el prurito, comenzará a rascarse, creando así el medio propicio
para la invasión de bacterias, presentándose con esto infecciones
secundarias, que son las que darán el cuadro típico de la sarna.
Realmente la escabiasis primaria no muestra ninguna manifestación
clínica; las características aparecen con las infecciones secundarias. Ya
para entonces, la persona sentirá un prurito insoportable, que
aumentará durante la noche, no dejándolo dormir; el cuerpo se cubrirá
con una erupción, acompañada de manchas rojizas y pequeñas
pápulas en ciertas regiones. Esta erupción generalizada es una
reacción del cuerpo ante las substancias irritantes de los ácaros; se
presentará en muchas partes donde no haya ácaros. En ocasiones se
llegan a formar vesículas que con el rascado se revientan, produciendo
todo esto aún mayor irritación e inflamación. En casos más serios, que
no son adecuadamente tratados, pueden presentarse infecciones aún
más graves, que requerirán hospitalización del enfermo.

Algunos individuos desarrollan infecciones secundarias más serias que


otros; a esto contribuyen ciertos factores como la limpieza, la dieta, la
salud y, en general, las condiciones sanitarias, económicas y sociales
de la persona.

Cuando los ácaros han sido finalmente eliminados del cuerpo del
paciente, las lesiones causadas por ellos pueden persistir durante
mucho tiempo; asimismo, la comezón y la irritación de la piel pueden
continuar durante semanas. En algunos de estos casos conviene tornar
en cuenta los factores psicológicos; hay ocasiones en que la persona
llega a sentir menos prurito cuando se le convence de que ha sido
completamente curada de la escabiasis.

Un individuo que ya ha tenido sarna ha adquirido mecanismos de


inmunidad o de defensa particulares, consistentes en una exagerada
sensibilidad hacia la presencia del ácaro. Si una de estas personas
sufre nueva infestación no sucederá como en el primer caso, sino que
ahora se dará cuenta inmediatamente de ello y en la mayoría de las
ocasiones ella misma eliminará el parásito, mediante las uñas, al
rascarse el lugar de la invasión. También puede suceder que el lugar
donde la hembra empiece a hacer su túnel reaccione en tal forma,
inflamándose, que el mismo ácaro sienta desfavorable el lugar para
seguir perforando, saliéndose él mismo para buscar otro sitio. Todos
estos mecanismos impiden que la población del ácaro progrese y se
establezca nuevamente en el cuerpo del individuo.

Todo esto podría explicar las altas y bajas en la incidencia de la sarna,


que siempre se han presentado en las poblaciones de la especie
humana a lo largo de toda su historia. La escabiasis se vuelve
epidemia cuando aparece en una población cuyos habitantes nunca
han tenido este padecimiento o lo sufrieron muchos años atrás; quiere

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decir que no se han hecho sensibles a él o que, por el tiempo
transcurrido, han perdido esta sensibilidad. En tal situación, la sarna se
extiende rápidamente y sólo empieza a decrecer su incidencia cuando
los individuos se hacen sensibles a la presencia del ácaro,
combatiéndolo entonces el organismo en forma natural. Estas
fluctuaciones del padecimiento se han presentado en épocas y lugares
donde no había otra forma de combatirlo, más que por la propia
naturaleza.

Como en todo hay excepciones a la regla, también aquí hay individuos


que, tratados o no, son capaces de mantener en su organismo una
población baja de Sarcoptes durante mucho tiempo; los ácaros
continuarán produciéndole ligero prurito, por lo cual seguirá
rascándose, pero con el tiempo la persona se acostumbrará a esta
sensación y hasta podrá sentir cierta satisfacción al rascarse. En inglés
existe la expresión seven years itchasociada a este padecimiento que
puede prolongarse por años.

Estos pocos individuos, que mantienen latente la infestación, serán los


más peligrosos portadores del parásito, ya que al llegar a una
población no sensibilizada pueden desencadenar el brote de una
epidemia. Desde luego que también tendrán una importancia
epidemiológica aquellas raras personas que alberguen una población
grande de ácaros.

Existe la creencia que la sarna la adquieren las personas sucias que no


se bañan. ¡Grave error! La sarna se da en las mejores familias y poco
importa al ácaro dentro de su túnel que la persona se bañe o no. Es
más, se ha comprobado que los ácaros penetran más fácil y
rápidamente en una piel limpia que en una sucia.

En realidad, la escabiasis se adquiere por el contacto prolongado de la


piel con una persona sarnosa. Es muy fácil que se propague entre los
niños, durante sus juegos en que se toman de las manos, o entre una
pareja de enamorados, o compartiendo dos o más personas una
misma cama, siendo una de ellas portadora del parásito, aunque no se
haya dado cuenta de ello por estar la enfermedad en su periodo de
incubación. El hacinamiento en que viven muchas personas de bajos
recursos en México, que comparten la misma habitación y lecho, sí
debe considerarse un factor epidemiológico importante para la
propagación de la sarna.

Esta enfermedad no debe considerarse venérea, como muchos


aseguran, pues no es un padecimiento que se adquiera estrictamente
por el contacto sexual; el contacto con la piel sarnosa puede causar la
infestación de la persona sana, pero nada más, y en muchas ocasiones
este contacto no es lo bastante prolongado para que la infestación se
realice.

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Tampoco es frecuente que el contagio se adquiera a través de objetos
como sábanas, toallas, ropa de vestir, etc., aunque ocasionalmente
puede suceder. Una buena lavada de todas estas prendas acabará con
cualquier ácaro que haya quedado entre ellas. Se trata de un animal
que, desde hace mucho, se ha adaptado a vivir en la piel humana y no
es capaz de sobrevivir por mucho tiempo lejos de ella pues en general
muere al cabo de dos o tres días. En condiciones adecuadas de
temperatura y humedad puede vivir experimentalmente hasta dos
semanas alejado de su huésped. Es muy sensible a las temperaturas
bajas, por lo que en un clima frío procura no alejarse mucho del
cuerpo que lo alberga.

Esta es la sarna que se encuentra en la mayor parte de los casos; pero


existe una variedad de esta escabiasis común del hombre, que se
conoce como sarna noruega debido a que por primera vez se estudió
en ese país europeo. Dicho padecimiento se llega a presentar
ocasionalmente en individuos que tienen bajas sus defensas, ya sea
por haber tenido antes una enfermedad grave o por tener algún tipo
de deficiencia en el sistema inmunológlico. En estos casos raros el
hombre es susceptible de contagiarse de la sarna del perro o del
caballo, pero entonces desarrolla una escabiasis con miles de
parásitos, igual que la de los animales; curiosamente, no presentará
prurito, pero en cambio las lesiones pueden ser mucho más
espectaculares y graves que las de la sarna común. En México pudo
estudiarse un caso de sarna noruega en un niño que, como se
comprobó, había adquirido la infestación por un perro sarnoso.

Para terminar, vamos a relatar el caso de un individuo enfermo de


escabiasis que, después de su aparente curación, presentó
manifestaciones muy curiosas en su comportamiento. A nuestro
laboratorio suelen llegar diversas personas en busca de información
sobre problemas de diversa índole relacionados con ácaros y
garrapatas. Un día se presentó un matrimonio de mediana edad
pidiendo ayuda contra una comezón muy molesta que tenía el esposo
y que, pensaban, se trataba de sarna. Efectivamente, se localizaron los
túneles característicos en las manos y los parásitos dentro de ellos, por
lo que el paciente acudió a un médico especialista para que le diera el
tratamiento adecuado. No volvimos a ver al señor, pero la señora
siguió estando en contacto con nosotros y por ella supimos que su
esposo aparentemente se había curado de la sarna, pero que seguía
con la comezón. Pasaron varias semanas y un día volvió a visitarnos la
señora para platicamos que su vida matrimonial, antes aburrida y
monótona, había sufrido un cambio increíble. Nos relató, llena de
entusiasmo, que desde que su marido se había curado de la escabiasis
la comezón se había transformado en una sensación estimulante para
él y que por las noches "... cuando le empezaba la comezoncita, se
ponía de un amoroso y tierno que la transportaba a sensaciones
insospechadas hasta entonces...", y que a partir de ese momento se

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consideraban la pareja más feliz del mundo. La señora se despidió con
frases de elogio y agradecimiento para con nosotros, como si fuéramos
la causa de su nueva felicidad. Nos quedamos callados por un rato
pensando sobre las vueltas que da la vida por una circunstancia
fortuita que nadie imaginaría; llegamos a la conclusión de que en más
de una ocasión las cosas no son tan negras como parecen y pueden
llegar a un feliz término, considerando, como la señora, que "no hay
mal que por bien no venga".

30
I V . E L T R A N S P O R T E C O L E C T I V O

SI ANIMALES tan pequeños como los ácaros, con patas cortas en


general, se pusieran a caminar sin parar, en línea recta
(hipotéticamente hablando), al cabo de un día no habrían recorrido
más que un pequeño tramo de terreno. Claro está que esto no sucede
en la naturaleza, pues la mayor parte de ellos, que tienen una corta
vida, gastan sus energías en llevar a cabo las funciones inherentes a
su vida, completando su desarrollo, buscando y capturando su
alimento y localizando a su compañero sexual, con cuya unión podrán
perpetuar la especie. Pero si estos animales nunca salieran de este
pequeño territorio y permanecieran en él, generación tras generación,
es probable que pronto agotarían los recursos naturales de su hábitat.

Sin embargo los ácaros, para suplir esta incapacidad de desplazarse


por sus propios medios a grandes distancias y distribuirse
ampliamente, a lo largo de su evolución han logrado desarrollar un
mecanismo especial de dispersión aprovechando a otros animales,
voladores o corredores, como vehículos para transportarse a otros
sitios; se suben y agarran de ellos, pasan de un biotopo a otro,
alcanzando nuevas fuentes de alimento y nuevas localidades para su
reproducción y desarrollo. Este fenómeno se conoce en biología con el
nombre de foresia, que puede definirse como sigue: foresia (del
griegophore = llevar) es la asociación temporal de un animal más o
menos pequeño (el foronte), que utiliza a otro más grande (el
huésped) como medio de transporte o de dispersión. En esta simbiosis
o asociación el único beneficiado es el foronte, pero el huésped
generalmente no sale perjudicado como en el parasitismo, sino que
permanece indiferente ante la presencia del pequeño animal que se le
ha subido. Sólo en casos extremos, en que el número de individuos
foréticos es muy grande y, por lo mismo, entorpecen los movimientos
o el desplazamiento del huésped, éste llega a sufrir daños.

Los ácaros aprovechan principalmente los insectos como medios de


transporte, pero también pueden utilizar crustáceos y otros
artrópodos, aves y muchos mamíferos, sobre todo roedores. Estos
huéspedes, a su vez, suelen transportar a diversas especies de
forontes simultáneamente.

En la foresia que llevan a cabo los ácaros se pueden distinguir varias


modalidades:

1) Existen los casos de foresia puramente accidental, cuando un ácaro


se topa en su camino con un insecto, por ejemplo, y se sube a él,
como lo hiciera con cualquier otro objeto; si en este momento el

31
insecto levanta el vuelo, transportará al ácaro consigo y ayudará a su
distribución, pero sin que el ácaro lo haya buscado.

2) En cambio, los ácaros foréticos ciento por ciento, generación tras


generación y en determinada etapa de su vida buscan a un huésped
que los transporte a otros sitios; estos ácaros generalmente
seleccionan lugares estratégicos en el cuerpo del huésped, donde no
sean molestados durante el recorrido. Aquí se distinguen dos tipos: a)
Los que no tienen preferencia por algún huésped en especial y se
suben al primero que se les presente, y b) los que han llegado a
asociarse más íntimamente con algún huésped determinado o con
algún grupo de huéspedes; éstos, casi siempre, tienen predilección por
algún sitio especial del cuerpo: cabeza, patas, abdomen, etc. Un
ejemplo notable de estos últimos se presenta en algunas especies de
avispas, en cuyo abdomen existe una concavidad o cámara dorsal que
los ácaros utilizan para resguardarse durante el viaje y que, por tal
motivo, se le ha puesto el nombre de acarinario.

3) Hay otros ácaros que, siendo depredadores, o sea, que cazan sus
presas para alimentarse, aprovechan su estancia en el huésped para
nutrirse, comiéndose los parásitos de éste, como pueden ser los piojos
y otros ácaros. En estos casos, se nota la preferencia por subirse a los
animales que lleven los parásitos adecuados a su dieta; este tipo de
ácaros es frecuente encontrarlo en diversas especies de roedores.

4) Existen otros que aprovechan el viaje para complementar su


alimentación con las secreciones de la piel o escamas de su huésped.

5) Asimismo, suelen encontrarse ácaros que combinan su asociación


forética con un parasitismo ocasional, o sea, que se alimentan ya
directamente de los tejidos del huésped, no siendo éste su hábito
natural. Con el tiempo pueden evolucionar en verdaderos parásitos.

No todos los ácaros son foréticos; algunas formas pequeñas, como


muchas especies de eriófidos, son esparcidas por el viento; otras,
como las acuáticas, se dispersan por las corrientes de agua y las
parásitas, por los propios huéspedes.

Tampoco se presenta la foresia en todas las etapas del ciclo de vida,


sino que está limitada a dos, la hembra por un lado y el segundo
estadio ninfal o deutoninfa, por el otro. Los demás estadios, larva,
primera y tercera ninfas y macho, nunca son foréticos. En el caso de la
hembra, ésta ya ha sido fecundada generalmente cuando se sube a su
huésped, y en esta forma tiene la oportunidad de depositar sus huevos
en un sitio completamente diferente, que podrá ser colonizado por su
prole. Así, una especie puede alcanzar una amplia distribución, pero
siempre en lugares que le sean favorables para sobrevivir; su área de
distribución coincide en numerosas ocasiones con la del huésped.

32
Algunos ácaros esperan que su animal-transporte se pare cerca de
ellos para subírsele; otros, se suben a las plantas y apoyándose en sus
patas posteriores y sosteniéndose con el cuerpo, levantan la parte
anterior de éste, extendiendo sus patas anteriores, para sujetarse al
primer insecto que pase volando cerca de ellos, agarrándose
firmemente a él, mediante sus quelíceros, pedipalpos o patas. Otras
especies que viven en los nidos de sus huéspedes, cazando a otros
habitantes nidícolas, simplemente se suben al cuerpo del huésped, que
los transportará a otras madrigueras.

Por lo que se refiere a cambios en su morfología, hay numerosas


deutoninfas que se han ido modificando al adaptarse a la vida forética.
Algunos autores han señalado que pueden existir también ciertas
especies con hembras heteromórficas, o sea que hay dos tipos de
hembras, unas normales, parecidas en su aspecto al macho, que no
son foréticas, y otras en cambio que sí son foréticas, siendo tan
diferentes en su morfología que se confunden con otras especies. Estos
casos no son muy frecuentes.

Hablando de las especies foréticas en general, tanto las hembras como


algunas deutoninfas, que llevan a cabo este mecanismo de transporte,
se sujetan a su huésped mediante los quelíceros, los pedipalpos o las
uñas de las patas o con todos ellos; pueden ser más robustas estas
estructuras, pero sin presentar ninguna otra modificación notable en
su anatomía. Hay, sin embargo, otras deutoninfas que sí han sufrido
cambios notables en su morfología a lo largo de su evolución, como
una adaptación a la vida forética; éstos son de dos tipos:

1) Un pedicelo anal, que sólo se presenta en los miembros de la familia


Uropodidae; en estos casos, las deutoninfas aplican su abertura anal,
ligeramente agrandada, en contra de la superficie lisa del cuerpo o
patas de su huésped, al mismo tiempo que expulsan una secreción
líquida, de material pegajoso, que se endurece al contacto con el aire,
quedando en esta forma pegadas al insecto mediante este pedicelo
anal. En México se han encontrado muchos casos de éstos en diversos
insectos, ciempiés, arácnidos y hasta en algunos ácaros grandes. Son
notables ciertos casos por la gran cantidad de uropódidos que llegan a
invadir al insecto, produciéndole seguramente grandes trastornos y
hasta la muerte, por el impedimento de poder moverse.

2) La máxima especialidad para la vida forética se observa en las


deutoninfas de numerosas especies del orden Astigmata. Aquí, el
segundo estadio ninfal cambia completamente su morfología,
transformándose en lo que los especialistas llaman un hipopodio
(pocas patas); recibe este nombre porque algunas de las patas se ven
muy reducidas, tanto en su tamaño como en su grosor. El hipopodio es
tan diferente a los otros estadios de la especie que por mucho tiempo
se pensó que se trataba de entidades taxonómicas diferentes. Hay que

33
señalar que no todos los hipopodios son foréticos. Se distinguen dos
tipos fundamentales:

a) El hipopodio inerte o inactivo, que queda cubierto por la muda del


estadio ninfal anterior o protoninfa; probablemente se trata de formas
de resistencia para sobrevivir cuando las condiciones del medio son
desfavorables. La mayor parte no son foréticos y su distribución
depende de las corrientes de aire; no presentan ninguna de las
estructuras para sujetarse, características del otro tipo de hipopodios.
Algunos suelen introducirse en la piel y los folículos de varias aves y
mamíferos mientras dura esta etapa de su vida.

Figura 3. Modificaciones morfológicas de ácaros foréticos. (a) Deutoninfa de


uropódido con su pedicelo anal. (b) Hipopodio (deutoninfa) de un astigmado
con su placa de ventosas adherentes y partes bucales reducidas.

b) El hipopodio activo, por el contrario, es forético y aparentemente su


principal función está en relación con la dispersión de la especie;
presenta una placa ventral posterior, provista con numerosos discos
adherentes, que le permiten fijarse temporalmente a la superficie lisa
de su huésped; sus partes bucales están reducidas y por lo menos
algunas especies no se alimentan durante este estadio.

En principio, mediante este mecanismo de la foresia las diferentes


especies de ácaros, que no son parásitos, pueden encontrar nuevas
fuentes de su alimento particular que, según el caso, puede consistir
de bacterias, algas, hongos, polen, esporas, fibras, semillas y otros
elementos vegetales, así como de protozoarios, nemátodos, otros
artrópodos, moluscos y demás animales pequeños, o bien de
substancias en descomposición o productos elaborados por el hombre,

34
como quesos, jamón, leche en polvo, dulces, mermeladas, vinos,
etcétera.

Un ejemplo interesante de estos ácaros oportunistas es el que se


presenta en los colibríes o chupamirtos, que son pequeñas aves, muy
delicadas, pero con una importante función en la naturaleza, ya que
polinizan muchas plantas al alimentarse del néctar de sus flores. Este
hábito es aprovechado por algunas especies de ácaros del
género Rhinoseius,para transportarse foréticamente por estos pájaros
a las distintas flores, donde permanecen la mayor parte de su vida; allí
se alimentan del néctar y en ocasiones de ciertas substancias del
polen. El ciclo de vida de estos ácaros dura alrededor de ocho días. El
apareamiento tiene lugar en la flor y la hembra ovígera, que es la
principal etapa de dispersión, se sube a un colibrí, que la transportará
foréticamente a otra flor; durante su recorrido, se aloja por un tiempo
en las fosas nasales del ave, pero sin causarle daño; en algunas
ocasiones permanece también en el pico. Estos ácaros tienen gran
especificidad por las flores que habitan y fácilmente pueden
reconocerlas por el olor que desprenden; de manera que, aunque el
colibrí albergue dos o más especies de ácaros, los ejemplares tan sólo
se bajarán de su huésped cuando éste llegue a alimentarse de la flor
apropiada. Nunca coexisten dos especies diferentes de ácaros en la
misma flor; sin embargo, cada especie de ácaro puede alimentarse de
una o dos especies de plantas. Son unos de los ácaros más veloces
que existen, de manera que cuando el colibrí llega a la flor específica,
rápidamente se bajan de él. Una vez en su medio propicio, la hembra
deposita un pequeño grupo de huevecillos en la base del tubo de la
corola, cerca del nectario; en numerosas ocasiones los huevos quedan
embebidos en el néctar de la flor. Pronto nacen de ellos las pequeñas
larvas, que posteriormente se transforman en protoninfas, éstas a su
vez en deutoninfas, las que al cabo de cierto tiempo dan origen a los
adultos, empezando de nuevo el ciclo. Los machos, por su parte,
defienden agresivamente su territorio en la flor cuando algún intruso
osa acercarse.

Otros ácaros foréticos, que se alimentan de polen, pueden ser


distribuidos entre las flores por varias especies de abejorros.

Por otra parte, el fenómeno de la foresia ha sido de gran utilidad a la


vida de los ácaros, pues gracias a él han logrado relacionarse con otros
muchos individuos, estableciéndose simbiosis de diferente naturaleza
entre los dos asociados, muchas de ellas benéficas para ambos
participantes, tanto para el foronte como para el huésped. Todas ellas
son muy interesantes y nos permiten entender algunos de los
numerosos fenómenos biológicos que se presentan en la naturaleza y
que en conjunto contribuyen a mantener el equilibrio ecológico de las
comunidades. A continuación se señalan algunos de ellos:

35
—La especie Cheyletiella parasitivorax (Megnin), de amplia
distribución, es un ácaro forético de campo; es de hábitos
depredadores y aprovecha la foresia para alimentarse de los
ectoparásitos de su huésped durante el recorrido. Con esto se
establece una relación mutualista (que favorece a ambos) entre el
ratón y el ácaro; el primero favorece al segundo, transportándolo y
proporcionándole alimento, aunque indirectamente; por su parte, el
ácaro beneficia al roedor al liberarlo de sus ectoparásitos.

—Otro caso de foresia con implicaciones mutualistas es el que se


presenta entre el ácaroPoecilochirus necrophori Vitzthum y especies de
escarabajos del género Nicrophorus(¡sic!), que se alimentan de
cadáveres. Este insecto transportará a los ácaros foréticamente hasta
el cadáver sobre el cual va a depositar sus huevos, para que cuando
las larvas nazcan puedan alimentarse de esta carroña. Pero habrá
también muchas moscas que, atraídas por el olor de la carne podrida,
vendrán a depositar sus huevos a este lugar; cuando las larvas de la
mosca nazcan, competirán a su vez con las del coleóptero por el
alimento; sin embargo, los ácaros foréticos, pero de hábitos
depredadores, que ha traído consigo la hembra del escarabajo, se
dedicarán a comerse los huevos y las larvas recién nacidas de las
moscas, ayudando con esto a las crías del coleóptero.

—Otro ejemplo semejante de ayuda mutua se observa entre los


escarabajos peloteros y los ácaros del género Macrocheles; aquí, el
alimento en disputa no es un cadáver, sino trozos de estiércol, en
donde tanto el escarabajo como las moscas van a depositar sus
huevecillos. Igual que en el caso anterior, los ácaros foréticos traídos
por el escarabajo beneficiarán a las larvas de éste al comerse los
huevos y las crías de las moscas.

En ambos casos, los ácaros también pondrán sus huevos en el nido del
insecto, llevándose a cabo su ciclo de vida en forma sincrónica con el
del escarabajo, de manera que cuando la nueva generación de éste
llegue a su estado adulto, emigrará volando a otro lugar, llevando
consigo a la nueva generación también de ácaros foréticos, que serán
hembras ya fecundadas y listas para depositar sus huevos en el nuevo
sitio por colonizar.

Por experimentos realizados en el laboratorio se ha podido comprobar


que en estos dos casos, cuando los ácaros foréticos no están
presentes, las poblaciones de los escarabajos sufren grandes
desequilibrios al no llegar a desarrollarse un porcentaje adecuado de
estos organismos. Esto a su vez tendrá grandes repercusiones en la
ecología del lugar, pues el importante y benéfico papel de estos
escarabajos es distribuir y enterrar la materia orgánica en el campo.

En los dos casos, se observa además otro fenómeno biológico, que es


el de la parafagia, es decir, el hecho de compartir un mismo alimento

36
animales pertenecientes a diversas especies, como lo son los
escarabajos por un lado y las moscas por el otro.

Hay ocasiones en que los ácaros foréticos reciben un beneficio


adicional y más directo por parte del huésped, como es el caso de
ciertas especies que se suben a la cabeza de algunas hormigas;
mientras son transportados, esperan pacientemente a que la hormiga
regurgite una gota de comida para alimentar a sus compañeras, acto
característico y muy frecuente entre estos insectos; en ese momento
el ácaro se baja rápidamente y se roba un poco de este alimento para
su propio consumo. Otras especies de ácaros no son tan pacientes y se
bajan a frotar la boca de la hormiga, estimulándola a regurgitar.

Otras veces el foronte lesiona, no al huésped directamente, pero sí a


su cría, de la cual se alimenta. Tal es el caso de algunos ácaros que
viven en las galerías construidas por los descortezadores de la madera,
que son coleópteros de la familia Scolytidae, que causan graves daños
a muchos árboles de bosques, parques y huertas. Estos ácaros, en su
etapa de hembras ovígeras, son distribuidos foréticamente entre los
árboles por los coleópteros adultos; viven y se reproducen dentro de
las galerías construidas por sus huéspedes, y se alimentan de los
huevecillos y primeros estadios larvales de los mismos. Como se ve, se
trata de un enemigo natural de los escolítidos, que ellos mismos
esparcen y que muy bien podría tomarse en consideración en los
programas de control biológico de esta destructora plaga forestal.

En este sentido, hay otra especie de ácaro forético, el de las


moscas, Macrocheles muscaedomesticae, que de igual manera se
alimenta vorazmente de las crías de este díptero y que, de hecho, ya
se ha empleado en este tipo de programas, logrando controlar con
mucha efectividad las poblaciones de las moscas, pero sin acabarlas,
como sucede siempre en la naturaleza, en que las poblaciones tan sólo
se logran mantener en un nivel adecuado, que no afecte a las
poblaciones de otras especies; éste es el principio del equilibrio
ecológico.

Existe, asimismo, el caso raro de ácaros foréticos que han llegado a


afectar la salud del hombre. Nos referimos a un caso particular,
estudiado por nosotros en México, que es como sigue:

Un campesino de 34 años que laboraba en Estados Unidos y que


acababa de regresar a México, presentaba desde hacía cuatro años
prurito en ambos oídos y fetidez del conducto auditivo externo en
ambos lados. Al realizarse la exploración física de los dos oídos, se
encontraron los conductos auditivos externos enrojecidos, con huellas
de rascado crónico, escasez de cerumen y presencia de "burbujas", al
parecer de material purulento, las cuales se desplazaban de un lado a
otro del conducto auditivo externo. Revisando el cerumen bajo el
microscopio, se encontraron gran cantidad de ácaros de la familia

37
Anoetidae y del género Histiostoma; había representantes de todos los
estadios, desde larvas hasta adultos, machos y hembras. Como se
trataba de ácaros de vida libre, saprófagos, o sea, que se alimentan de
materia orgánica en descomposición y bien conocidos por sus hábitos
foréticos, después de una serie de preguntas al paciente se llegó a la
conclusión de que probablemente algunos de estos ácaros habían
llegado al oído de la persona transportados foréticamente por moscas,
lo cual es muy común, y que, al haber encontrado un medio favorable
para su desarrollo, con bastante alimento disponible (el cerumen) se
habían reproducido abundantemente, colonizando los dos oídos. Al no
tratarse de parásitos, las molestias que sentía el individuo se debían a
reacciones alérgicas, originadas por las deyecciones y secreciones de
los ácaros.

Este hallazgo fue muy interesante, pues era la primera vez que se
encontraban estos ácaros de vida libre bajo tales condiciones,
produciendo otitis en el hombre.

Finalmente, se han podido comprobar también casos de foresia


múltiple entre los ácaros de México; así, deutoninfas de uropódidos
con frecuencia se encuentran asociadas foréticamente y pegadas por
un pedicelo anal a un ácaro grande de la especieMegisthanus
floridanus Banks, el cual a su vez es un foronte de un escarabajo.
Asimismo, muchos hipopodios foréticos son transportados por gran
cantidad de ácaros mesostigmados, forontes a su vez de diversos
insectos, principalmente coleópteros.

Éstos no son más que algunos de los muchos aspectos interesantes


que existen en la naturaleza, en relación con este sorprendente
fenómeno del transporte colectivo de los ácaros.

38
V . M Í R A M E Y N O M E T O Q U E S

POR la física sabemos que una estructura o substancia tiene color


porque refleja alguno(s) de los rayos o colores (absorbiendo los
demás) componentes de la luz blanca y que forman parte del espectro
visible para el hombre. La banda continua de colores, rojo, anaranjado,
amarillo, verde, verde-azul, azul y violeta, que constituyen dicho
espectro, comprenden longitudes de onda que van desde los 8 000
angstroms (rojo), con menor refracción, hasta los 3 800 angstroms
(violeta) con mayor refracción. Sin embargo, esto no es más que una
pequeña parte del total del espectro electromagnético, que se continúa
a uno y otro lado, con radiaciones de longitud de onda más larga,
como las infrarrojas, las de radio, etc., y de longitud de onda más
corta, como las ultravioletas, las cósmicas, etc., ninguna de las cuales
es ya visible para el ojo humano.

Pero en los animales la situación puede ser diferente con respecto a


sus propiedades visuales. En términos generales, puede decirse que
los animales que ostentan colores fuertes y brillantes, en algunas o
todas las estructuras de su cuerpo, como muchas aves, reptiles, peces,
insectos y algunas arañas, son capaces de distinguir los colores,
habiendo desde luego excepciones, como se verá más adelante. En
cambio, animales cuyo cuerpo muestra colores opacos, obscuros y
poco llamativos, generalmente no poseen visión en color; tal es el caso
de la mayor parte de los mamíferos que, con excepción del hombre,
tienen tan sólo una visión muy limitada de los colores o no los ven. La
creencia difundida de que el toro se enfurece con el rojo del capote no
es verdad; lo que le llama la atención es el movimiento del mismo. El
hombre, por su parte, a cambio de no tener tan bien desarrollados
algunos órganos de los sentidos (oído, olfato) como la mayor parte de
los animales superiores, es capaz de distinguir toda una serie de
colores cromáticos. Sus propios colores son igualmente opacos y poco
llamativos como en la mayoría de los demás mamíferos, pero esta falta
de brillo la han suplido fácilmente utilizando colores más vivos para
vestirse y para maquillarse.

Por lo que se refiere a los artrópodos, existen numerosos estudios


relacionados con el tema; son clásicos, por ejemplo los experimentos
llevados a cabo en 1914 por el investigador alemán Karl von Frisch,
para demostrar que ciertos insectos son capaces de distinguir los
colores; para estos ensayos utilizó como sujetos de experimentación a
las abejas principalmente. Dicho autor pudo comprobar que estos
insectos tienen un sentido de color especialmente desarrollado, siendo
capaces de diferenciar tres colores complementarios entre varias
intensidades de gris: el amarillo, el verde-azul y el azul. Por lo tanto, el
espectro visible para las abejas, comparado con el del hombre, tiende

39
hacia las radiaciones de longitud de onda corta; el rojo no pueden
verlo y fácilmente lo confunden con el negro; en cambio, el
ultravioleta, que el hombre no es capaz de distinguir, ellas lo ven como
un color. Son mucho menos sensibles en el área de los amarillos, pero
después de entrenarlas durante tres o cuatro horas pueden llegar a
diferenciar el amarillo, el anaranjado y el verde.

Algunas personas se preguntan por qué las abejas visitan las flores
rojas si son ciegas a este color. La explicación de esto es que casi
nunca se presenta sólo el color rojo en las flores; las amapolas, por
ejemplo, que atraen de manera especial a estos insectos, tienen
también algo de azul en su composición, pero lo más importante es
que reflejan los rayos ultravioleta, perfectamente visibles para las
abejas; en este caso, es probable que dichas radiaciones constituyan el
principal elemento de atracción para ellas.

Estas características visuales no pueden generalizarse para todos los


artrópodos, ni siquiera para todos los insectos, pues existen muchas
variantes; algunas mariposas, por ejemplo, sí son capaces de
distinguir el rojo; otras, en cambio, son ciegas a los colores. Una
particularidad muy importante de muchos de estos animales, y que
también fue comprobada por el doctor Von Frisch, es que son sensibles
a la luz polarizada; gracias a esto, son capaces de orientarse
perfectamente, aun en los días nublados, con poca luz.

Actualmente se sabe con certeza que no todos los animales tienen la


capacidad de poder distinguir los colores; hay muchos que poseen una
magnífica visión, pero todo lo ven en blanco y negro o en tonos de
gris; hay otros que tan sólo distinguen el bulto de los objetos; otros
más, únicamente pueden percibir los cambios de intensidad de la luz, y
por último, los que son totalmente ciegos. Todos ellos, sin embargo,
han logrado superar estas deficiencias durante su evolución
desarrollando mejor otros órganos de los sentidos, como oído, olfato y
tacto, lo que les permite no sólo defenderse de sus enemigos naturales
sino también encontrar su camino, su alimento y sus compañeros
sexuales, logrando adaptarse a las condiciones y cambios de su medio
sin mayores dificultades. La mejor prueba de todo ello es que han
logrado sobrevivir a través de millones de años, hasta nuestros días.

Ahora bien ¿qué provecho han sacado los animales que tienen la
capacidad de distinguir los colores? Esta habilidad puede tener un
importante significado biológico, íntimamente ligado a muchas de sus
actividades diarias; pero todo esto dependerá, a su vez, de la especie
involucrada, del medio en que se encuentre, de las necesidades y
comportamiento de los individuos, etc. En términos generales, esta
habilidad puede estar relacionada con:

40
1) La alimentación. Tal es el caso antes señalado de las abejas y otros
insectos que se nutren del néctar y polen de las flores, a las cuales son
atraídos principalmente por el color.

Asimismo, muchas especies depredadoras pueden localizar sus presas


por sus colores, como sucede con muchas mariposas, mayates y otros
insectos, que son cazados por diversas aves y reptiles.

Una situación diferente, aunque el objetivo es el mismo, es la que


sucede con ciertas arañas de la familia Thomisidae, que tienen la
propiedad de poder cambiar de color y adoptar la misma coloración de
las flores, donde comúnmente se encuentran; en esta forma críptica
disimulan su presencia allí, confundiéndose con la flor; así permanecen
quietas, sin moverse en lo mínimo, esperando la llegada de un insecto
consumidor de polen o néctar para atraparlo y comérselo.

2) El atractivo sexual. Son bien conocidos los hermosos colores que


ornamentan las plumas de muchas aves, las escamas de las alas de
numerosas mariposas y una enorme variedad de otras estructuras de
una gran cantidad de animales; esto es sobre todo notable en los
machos de varias especies que, durante la época de la reproducción,
hacen gala de estos colores frente a las hembras, con el fin de
atraerlas y excitarlas sexualmente. El pavo real, por ejemplo, es
famoso por la marcada ostentación que hace de su larga y fina cola
adornada de brillantes colores, que sacude y abre como abanico para
llamar la atención de la hembra, que a su vez es bastante
insignificante y de matices más opacos. El cortejo, por parte de los
machos, varía en las diferentes especies animales, pero los que
presentan colores llamativos aprovechan esta cualidad para hacerse
notar por el sexo contrario.

3) La defensa o protección del organismo. El mismo fenómeno


biológico de poder cambiar de color, imitando la coloración y aspecto
del medio, puede tener otra finalidad que la de la alimentación, como
en el caso antes señalado de las arañas; puede también ser utilizado
como protección, para pasar inadvertidos frente a sus enemigos
naturales, como sucede con ciertos crustáceos que adoptan la
coloración del fondo, confundiéndose con él pasando inadvertidos por
sus depredadores. A este fenómeno se le conoce con el nombre de
mimetismo (de mimo o imitador), tratándose en este caso de un
mimetismo críptico (que se oculta).

Otra forma de protección, ya no del individuo sino de la población, es


el que se presenta en algunas especies de artrópodos, principalmente
insectos y algunos ácaros. En estos casos, los animales han llegado a
desarrollar medios propios de defensa muy efectivos, como puede ser
la secreción de una substancia tóxica o de sabor repugnante para sus
depredadores. Este mal sabor o toxicidad de las presas pueden
también adquirirlo a través de la alimentación, al ingerir ciertas plantas

41
que contienen alcaloides o compuestos de sabor desagradable para los
depredadores, pero no para ellos. Cuando un depredador trata de
comerse a alguno de estos ejemplares, generalmente lo escupe de
inmediato al percibir el mal sabor; si llega a ingerirlo, puede suceder
que pase por una serie de malestares tales que difícilmente olvide esta
desagradable experiencia; en esta forma aprende a reconocer a dichos
organismos nada apetitosos, respetándolos en el futuro.

En numerosas ocasiones sucede que estas especies de mal sabor


poseen colores llamativos, que los hacen fácilmente visibles, pero cuya
notoriedad en estos casos funciona como llamada o señal de atención
para los depredadores que, después de haber aprendido la lección, los
evitan en lo posible. En esta forma, el sacrificio de unos cuantos
individuos salva a la mayoría o al resto de la población.

Esta circunstancia ha sido aprovechada por especies completamente


distintas a las anteriores, pero que tienen los mismos depredadores,
desarrollando un mecanismo de defensa consistente en imitar no sólo
la coloración sino también la forma y el comportamiento de la especie
de sabor desagradable; de esta manera, la especie que sí es
comestible se encubre con la otra, protegiéndose de sus depredadores
comunes, que no son capaces de distinguirlas. A este fenómeno, que
es sobre todo frecuente entre las mariposas, se le llama mimetismo
batesiano, en honor a su descubridor, el investigador inglés Henry W.
Bates. Los científicos señalan a la especie de mal sabor como el
modelo, y a la especie comestible como la imitadora o mimética.

Con esto se ha tratado de relatar en forma breve uno de los más


interesantes fenómenos biológicos que existen en la naturaleza y que
era necesario explicar someramente para poder entender lo que
sucede con los ácaros. Debe, sin embargo, aclararse que, aparte de
éste, existen otros muchos tipos de mimetismo, camuflaje y
mecanismos de defensa y protección, que los seres vivos han
desarrollado durante su evolución.

Por lo que respecta a los ácaros, el sentido de la visión en general es


muy deficiente. Gran parte de ellos son completamente ciegos, sin
ojos; no obstante esto, muchos responden a los cambios de intensidad
luminosa gracias a ciertas áreas delgadas y transparentes que se
encuentran en la superficie dorsal de su cuerpo. Otros reaccionan de
igual manera mediante manchas oculares pigmentadas. Finalmente,
hay un buen número de especies con ojos, pero éstos son pequeños y
sencillos, con unas cuantas células retineanas; pueden tener hasta seis
ojos, tres de cada lado en la parte antero-dorsal de su cuerpo, pero la
mayor parte poseen de dos a cuatro. Los mejor desarrollados se
encuentran en el grupo de los prostigmados superiores, tanto
terrestres como acuáticos; estos últimos suelen tener además un ojo
medio dorsal, imperfecto, que se considera reminiscencia de sus
antepasados. Es probable que sólo algunos de estos ojos lleguen a

42
formar imágenes y a ver ciertos colores en forma deficiente; la mayor
parte se concreta a detectar los grados de intensidad de la luz.

En lo referente al color del cuerpo de los ácaros, en general es poco o


nada llamativo; muchos son ligeramente blanquecinos o transparentes,
y los órganos internos se pueden distinguir a través del tegumento;
así, los que se nutren de plantas verdes adquieren este color por el
alimento ingerido, y los ácaros parásitos, que chupan sangre, tendrán
un color rojizo. Otros reflejan diferentes tonalidades de amarillo o café,
lo que dependerá del grosor de la capa de pigmento que exista en el
interior de su cutícula. Los más primitivos, que pertenecen a la familia
de los opiliocáridos, muestran tonalidades de amarillo con manchas
violáceas. Las garrapatas, por su parte, tienen en general un color que
varía del café al ocre rojizo, pero algunas especies poseen
ornamentaciones notables, nacaradas o plateadas, en las placas
dorsales que protegen su cuerpo. Casualmente, los que presentan los
colores más llamativos son los ácaros que tienen mejor desarrollados
los órganos de la vista, como son los prostigmados superiores
terrestres, que muestran coloraciones en anaranjado o rojo intenso, y
los ácaros dulceacuícolas, en rojo, amarillo, verde y azul.

Un caso particular lo forman algunas especies de la familia


Trombidiidae, que no sólo tienen un aspecto aterciopelado de color
rojo intenso, sino que, además, son de un tamaño exageradamente
grande (1 cm o un poco más) para ácaros que no sean garrapatas.
Una de estas especies es Dinothrombium dugesi (Trouessart), muy
común en ciertas regiones secas y cálidas del Oeste de México;
frecuentemente se le encuentra caminando sobre el suelo o las rocas,
en los días claros y soleados. Estos ejemplares son tan notorios por su
vivo color y su gran tamaño que se les consideraría fácil presa para
sus depredadores; sin embargo, si a estos ácaros se les mantiene en
observación durante largo rato, se podrá comprobar que rara vez son
atacados por sus enemigos naturales, como pueden ser algunas
especies de aves y de reptiles; cuando esto llega a suceder, en la
mayor parte de los casos son expulsados de nuevo y violentamente
por su depredador. Se nota con claridad que se trata de una especie
de sabor repulsivo y el significado biológico de su aspecto llamativo se
interpreta como una señal de advertencia para sus posibles
depredadores. La experiencia de probarlos o de ingerirlos es tan
desagradable que sus enemigos pronto aprenden a mirarlos pero a no
tocarlos. Es posible que en el mismo hábitat existan especies
imitadoras de este modelo con el fin de protegerse de sus
depredadores comunes, pero hasta el momento esto no ha podido
comprobarse.

43
V I . L O Q U E E L V I E N T O T R A J O

CORRÍA la década de 1930 cuando en varias poblaciones costeras del


estado de Guerrero los campesinos y los ricos hacendados, dueños de
extensos campos cocoteros y relacionados con la industria de la copra,
comenzaron a experimentar pérdidas considerables en su negocio por
la súbita baja en la producción de coco. Inexplicablemente, muchos de
los frutos no alcanzaban su completo desarrollo; al llegar tan sólo a un
cuarto, un tercio o a la mitad de su crecimiento, se desprendían de la
palma, cayendo al suelo en una etapa de inmadurez, en que no se les
podía aprovechar para nada; presentaban, además, manchas cafés
características.

Pasaron muchos años antes de que se llegara a saber lo que causaba


este deterioro de los frutos. No fue sino hasta 1962 cuando varios
técnicos del Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas fueron a
estudiar el problema. Al analizar los pequeños cocos desprendidos
prematuramente y levantar las brácteas florales que cubren su parte
basal, encontraron miles de organismos en extremo pequeños, con
aspecto de gusanitos, que fueron enviados al Departamento de
Agricultura de los Estados Unidos para su identificación. El doctor H. H.
Keifer los identificó en 1965 como una especie nueva de ácaros
pertenecientes a la familia Eriophyidae, que llamó Aceria
guerreronis; más tarde, al revisar la taxonomía del grupo, se le cambió
el nombre por el de Eriophyes guerreronis,que es como se le conoce
hoy día.

Quedó demostrado que, en efecto, esta especie es sumamente dañina


para la palma del coco, que ataca tanto sus flores como sus frutos. En
estos últimos los ácaros viven en colonias debajo de las brácteas
florales, y sus poblaciones llegan a alcanzar sus máximas dimensiones
cuando los cocos tienen unos 6 cm de diámetro. Al alimentarse de los
tejidos del fruto, producen manchas cafés en éste, que comienzan en
las brácteas florales, y se extienden después por la superficie del coco;
las manchas se vuelven gangrenosas y duras, se agrietan y deforman
su aspecto. Infestaciones severas de este ácaro pueden causar graves
daños en 50% a 100% de los cocos.

Ya desde entonces se trató de combatir las poblaciones de esta especie


mediante diversos acaricidas, aplicados por varios métodos. Los
sistémicos, o sea, los que se introducen directamente al tronco, para
que la substancia tóxica llegue por vía interna a los tejidos de los
cuales se están alimentando los ácaros se aplicaron haciendo huecos
inclinados, a diferentes alturas del tronco. Los productos se usaron
bajo la forma de concentrados emulsificables. También se asperjaron
las emulsiones acaricidas sobre los frutos y el follaje. Por último, se

44
llevó a cabo la inmersión de los frutos removidos de las plantas en
emulsiones concentradas de acaricidas. Sin embargo, como los ácaros
son tan pequeños y están perfectamente resguardados bajo las
brácteas florales, es muy difícil que los acaricidas les lleguen por
cualquiera de los métodos empleados. El caso es que todos los
mecanismos hasta hoy utilizados para acabar con esta plaga han
fallado y el problema ha persistido hasta nuestros días. Se ha logrado
disminuir un poco las poblaciones del ácaro mediante la quema de las
palmas y frutos afectados. Se ha visto también que algunas palmas
toleran más que otras la presencia del parásito, o sea, que tienen
cierta resistencia y, por lo mismo, los daños son menores. Pero el
problema sigue en pie.

Ahora bien ¿cómo y de dónde vino esta plaga? De dónde vino, nadie lo
sabe, pero cómo llegó, sí se tiene una respuesta. Actualmente se sabe
que el principal mecanismo de dispersión de estos ácaros es el viento.
Gracias a su muy pequeño tamaño, los individuos solos o formando
cadenas de varios de ellos sujetos entre sí, pueden quedar
suspendidos en el aire por algunos momentos y ser transportados por
las corrientes del mismo. Se ha podido observar cómo levantan y
extienden al vacío su delgado y diminuto cuerpo, se sujetan a la planta
con los lóbulos que poseen en la parte posterior, dan la cara al viento y
facilitan en esta forma el que sean llevados con las ráfagas de aire.

Seguramente que un porcentaje elevado de ellos ha de perder la vida


durante estos recorridos venturosos, ya que el viento no siempre los
transportará a la planta-huésped adecuada y de la cual son
específicos, al no poder subsistir en una planta diferente. No obstante
esto, la realidad ha demostrado cómo las poblaciones logran
sostenerse con todo éxito. Es posible que por lo azaroso de su viaje
prefieran vivir en plantas perennes más que en plantas anuales, o en
estas últimas siempre y cuando estén cerca de otra perenne adecuada
y de la cual puedan también alimentarse.

Otro mecanismo que también aprovechan para su dispersión es el


transporte forético por medio de aves o de insectos, sobre todo de
aquellos que visitan las mismas plantas que ellos para su nutrición.

Sin embargo, el viento constituye el más efectivo mecanismo de


dispersión; gracias a él han logrado extenderse por toda la costa Oeste
de México y hacia Sudamérica, y se encuentran ya en Venezuela y
Brasil; existen también en Dahomey, en el África occidental.

Pero ésta no es más que una de tantas especies de eriófidos que


existen en México, pues hay otras muchas, todas importantes desde el
punto de vista agrícola, ya que atacan a un sinnúmero de plantas de
utilidad para el hombre.

45
La verdad es que los eriófidos se encuentran distribuidos por todo el
mundo; existen tanto en los trópicos como en las regiones templadas y
frías; todos son fitófagos, alimentándose de los jugos y tejidos
jóvenes, incluyendo frutos, de las plantas superiores.

Se cree que estos ácaros son muy antiguos, su evolución se remonta


por lo menos 50 millones de años atrás; por un fósil que se conoce, se
sabe que su aspecto ha cambiado poco desde entonces. Hasta el
momento se han reconocido como unas 1 250 especies.

Los eriófidos, solos o agrupados, generalmente se refugian en lugares


pequeños, donde puedan comer y reproducirse con tranquilidad; por
eso se les encuentra en la base de los peciolos, o debajo de las
escamas de botones y en pequeñas grietas del tallo de su planta
huésped. Muchos provocan en la planta la formación de agallas, sobre
las cuales se hablará más adelante. Otros, caminan libremente sobre
las hojas por lo menos en una parte de su ciclo estacional, buscando
refugio en los huecos de hojas o pelos, cuando las condiciones del
medio desmejoran.

Todos son de tamaño microscópico (alrededor de 200 micrones), muy


difíciles de ver a simple vista. Son tan pequeños que algunos
naturalistas de la Antigüedad los consideraban hongos. La reducción
del cuerpo ha traído consigo también la reducción de varias estructuras
corporales, características de otros ácaros. Así, por ejemplo, poseen
tan sólo dos pares de patas en todas las etapas posembrionarias de su
ciclo de vida al haber desaparecido los dos pares posteriores; también
se han perdido casi todas las sedas del cuerpo; éste se ha alargado y
en su superficie se observan pequeñísimos tubérculos, lobulitos,
estrías, etc. La parte posterior del cuerpo termina en un par de
lóbulos, con un par de sedas caudales, que les sirven para brincar o
voltearse. Las partes bucales están modificadas en finos estiletes y
adaptadas para la succión de líquidos. Las patas no terminan en
verdaderas uñas, sino en estructuras con diversas ramificaciones. No
poseen ojos, pero en cambio tienen áreas sensibles a la luz, que
reaccionan a los cambios de intensidades luminosas; tampoco tienen
estigmas ni tráqueas, por lo que la respiración se lleva a cabo a través
de la piel.

Se reproducen por medio de espermatóforos, es decir, pequeños


saquitos dentro de los cuales va el esperma; estos espermatóforos los
va depositando el macho sobre el sustrato de la planta, en sitios que
son frecuentados por las hembras, las cuales, al encontrar uno, se
sitúan sobre él, lo exprimen con su cuerpo e introducen su contenido
por la abertura genital. Ya dentro del cuerpo de la hembra, los
espermatozoides se almacenan en un órgano especial llamado
espermateca, donde permanecen viables por varios días o meses,
según el tipo de hembra de que se trate. A medida que los óvulos
maduran, son fecundados por estos espermatozoides. Los machos

46
empiezan a poner espermatóforos después de un día de haberse
transformado en adultos. Ya fuera del cuerpo del ácaro, el semen se
mantiene viable por aproximadamente dos días. Cada macho pone de
20 a 30 espermatóforos al día; mientras dura su vida de adulto, que
será de 20 a 40 días, continuará poniendo espermatóforos, que
pueden llegar a ser más de 600 en total.

Poco después de la fecundación, la hembra empieza a poner sus


huevecillos, aproximadamente de 1 a 5 por día y sigue ovipositando
durante muchos días, alrededor de un mes, llegando a poner un total
de unos 80 huevos.

Como en los sitios donde viven los eriófidos nunca se han encontrado
restos de materias fecales u otro tipo de excreciones, se piensa que los
productos de desecho, los aprovechan como componentes del corion, o
sea, la cubierta externa que protege al huevo.

Según parece, los machos nacen de huevos que no han sido


fertilizados y, por lo mismo, son haploides, es decir, que tienen la
mitad de los cromosomas; en cambio, las hembras provienen de
óvulos fecundados y tendrán el número completo de cromosomas.

Los eriófidos han eliminado el estado de larva de su ciclo de vida, de


manera que de los huevecillos nacen directamente las ninfas, que
pasan por dos estadios; las segundas ninfas darán lugar a los adultos.

Muchos eriófidos tienen un desarrollo directo, con un solo tipo de


hembras; estos ácaros viven en plantas perenífolias, en climas cálidos,
y se protegen dentro de yemas o brotes o en la base de los peciolos,
se alimentan de las escamas, debajo de las cuales machos y hembras
pasan el invierno. Pero hay otras especies características de plantas
caducifolias, que presentan una alternancia de generaciones, habiendo
entonces dos tipos diferentes de hembras; las primeras o protogineas,
se parecen a los machos en su morfología general, salvo las aberturas
genitales que son diferentes; estas protogíneas aprovechan las épocas
favorables del año para reproducirse activa y rápidamente; viven unas
cuatro o cinco semanas. Pero cuando el tiempo empieza a cambiar y
por lo mismo el alimento se hace también más escaso, comienza a
aparecer el segundo tipo de hembras, que son capaces de resistir las
condiciones desfavorables del medio, estivando o invernando o ambas
cosas en esta forma. Estas segundas hembras, o deutogíneas, son
bastante diferentes del macho y apenas presienten los cambios
climáticos se alejan de las hojas, se refugian en hendeduras y grietas
secas de la corteza, y preservan así la especie cuando falta el
alimento. Al hecho de que en una misma especie se presenten dos
tipos diferentes de hembras se le llama deuterogínea, y puede ocurrir
tanto en especies errantes como en las que hacen que la planta forme
agallas. Llegada la primavera, las deutogíneas emergen de su refugio
de invierno y se dirigen a las hojas embrionarias de los capullos que se

47
están abriendo para alimentarse de ellas; poco después ponen los
primeros huevos. Esta nueva generación desarrollará otra vez hembras
de tipo normal.

Figura 4. Ejemplo de un ácaro eriófido, parásito de plantas. (a) Eriophyes sp.


(b) Malformaciones de las hojas (agallas) ocasionadas por eriófidos.

Hay una gran cantidad de plantas que son atacadas por plagas de
eriófidos; las reacciones de estos vegetales a la presencia de los
ácaros pueden variar, según la especie; hay desde una marcada
tolerancia a estos parásitos hasta alteraciones de varios tipos; algunas
de ellas pueden ser tan severas que ocasionen la muerte del vegetal.

Ante todo, los eriófidos prefieren alimentarse del jugo vegetal de


plantas jugosas o suculentas; algunas especies viven sobre el haz,
otras sobre el envés de las hojas, y otras más sobre ambos; también
pueden estar distribuidas por toda la hoja o restringidas a sitios entre
las venas foliares. Pocas suelen atacar varias especies de plantas, pues
generalmente son bastante específicas en la selección de su planta
huésped. Cuando la planta muestra resistencia no causan ninguna
alteración notable en ella, pero lo más frencuente es que los vegetales
reaccionen de manera diferente ante el ataque de los ácaros,
dependiendo esto de las especies involucradas. Estas reacciones se
deben principalmente a ciertas substancias contenidas en la saliva de
los ácaros, que inyectan a la planta durante el acto de su alimentación,
lo que causa diversos tipos de alteraciones o deformaciones, entre las
que se cuentan: decoloración de las hojas, aparición de manchas
amarillas en las hojas de primavera, cambios en el patrón de
crecimiento de las células, apeñuscamiento, arrugamiento o
enroscamiento longitudinal de las hojas, enrollamiento de los bordes
de éstas, dentro del cual los ácaros se protegen y desarrollan; otras
veces, estos elementos foliares se ven plateados, como enmohecidos,
el tejido no se deforma, pero las hojas se marchitan. Hay especies

48
también que retrasan la maduración del fruto; a los granos del maíz
pueden producirles un rayado en rojo; suelen, asimismo, causar la
destrucción de los brotes, al iniciar éstos su crecimiento en primavera.
Otros eriófidos originan proliferaciones anormales de las yemas,
agrandamientos de los brotes, porque las partes internas de los
capullos se hinchan por la alimentación de los ácaros, y mueren
después de que éstos se alejan. Casi ningún eriófido penetra en los
tejidos de las plantas, excepto los que levantan ampollas en el envés
de las hojas embrionarias plegadas, dañándolas severamente. Pueden
también propiciar el alargamiento de las ramas y la proliferación de los
brotes, sin que haya hojas o éstas sean cortas y poco desarrolladas, lo
que da el aspecto de escoba; estas malformaciones son muy comunes
en los árboles de mango que crecen en México; es lo que muchos
agricultores denominan "escobas de bruja", más frecuentes en los
árboles jóvenes; en estos casos está también involucrada una especie
de hongo. Asimismo aquí han fallado todos los métodos utilizados para
controlar o erradicar esta plaga.

Algunas especies pueden también provocar la formación de pelos en la


planta, formando manchas, que es lo que recibe el nombre de erineo.
La presencia de un erineo no es más que el resultado de la acción de
muchas especies de eriófidos. Los pelos pueden ser uni o
multicelulares, su densidad y color varían, así como su aspecto, ya que
pueden tener forma de clava, de finas papilas, capitados, etc. Los
erineos se disponen de manera aislada, o cubren gran parte de la
superficie de una hoja o de un peciolo, o bien en oquedades o
cubriendo un abultamiento del peciolo, pueden estar también por fuera
o por dentro de las agallas. Los ácaros encuentran refugio entre la
masa de pelos.

Finalmente, una gran cantidad de plantas forman agallas inducidas por


estos ácaros. Las agallas, conocidas también como "cecidias", se
consideran crecimientos anormales en los tejidos de un vegetal, que se
forman como reacción defensiva de éste a la introducción de
substancias extrañas, derivadas de organismos fitófagos o parásitos,
en este caso los eriófidos. Las agallas, aparte de los ácaros, pueden
también ser provocadas por bacterias, hongos, nematodos e insectos.
Por lo mismo, pueden presentarse en cualquier lugar de la planta; sin
embargo, son más frecuentes en las ramas jóvenes, en las yemas
laterales y terminales y en los peciolos; con menor frecuencia se
forman en raíces, flores y frutos.

Las agallas inducidas por ácaros se caracterizan por su pequeño


tamaño y por el gran número que se distribuye sobre la superficie de
las hojas, aunque también pueden abarcar el amento, las yemas, los
peciolos y las flores. Todas tienen por debajo un orificio de escape, por
donde los ácaros entran y salen; a veces se bloquea un poco esta
abertura, pero nunca se llega a cerrar completamente.

49
No se conoce a ciencia cierta la naturaleza bioquímica de los
compuestos salivales de los eriófidos, que provocan la formación de
agallas en las plantas, como tampoco su mecanismo de acción; sin
embargo, cada especie tiene su propio componente químico, capaz de
provocar en una planta determinada una agalla particular. Varios
autores opinan que una de estas substancias puede ser el ácido
indolacético, que altera el crecimiento de las células epidérmicas; al
recibir el estímulo, estas células comienzan a formar prolongaciones
fibrilares unicelulares (erineo), mientras las células adyacentes
empiezan a agrandarse, formando la agalla.

Es muy grande la variedad de formas de las agallas; las hay alargadas,


redondeadas, semiesféricas, en forma de maza, de cuenta, de clavo,
de bolsa, de ámpula, de cápsula, de hoyuelo, etcétera.

Los ácaros y sus crias encuentran resguardo y protección dentro de las


agallas, además de alimento que toman de las prolongaciones
papilares; les proporcionan, además, un microclima estable, muy
favorable para el desarrollo de su ciclo de vida.

La importancia económica de los eriófidos se acrecienta cuando se


considera otro aspecto de gran importancia. Aunque los eriófidos no
son los únicos ácaros que se alimentan punzando las células y
succionando los jugos vegetales, sí son los únicos que se conocen
como transmisores de virus patógenos a diversas especies de plantas,
lo cual es desde luego propiciado por este tipo de alimentación. En
efecto, ha quedado plenamente demostrado su papel como vectores de
varias especies de virus, como el del mosaico rayado del trigo, o el del
mosaico manchado del mismo cereal, los del mosaico del centeno,
higo, durazno, etc. Cada uno es transmitido generalmente por una
especie determinada de ácaro.

En México hay una gran cantidad de plantas que son atacadas por
diferentes especies de eriófidos, a los que la gente llama "aradores";
ejemplos de ello los tenemos en muchos árboles como nogales,
sauces, juníperos, pinos, etc.; entre los frutales, a los cítricos
principalmente, causando daños al follaje y a los frutos y se pierde la
vitalidad de los ejemplares. Los árboles de mango, higo, durazno, etc.,
pueden también sufrir daños serios, lo mismo que la ya señalada
palma de coco. En varias especies de solanáceas, como el jitomate,
producen la llamada "canelilla" o "chocolate"; causan daños también a
muchas gramíneas comestibles o silvestres, lo mismo que a diversas
malváceas, rosáceas, liláceas, amarilidáceas, a muchas plantas de
ornato y sobre todo suculentas.

¡Y pensar que todas estas especies de ácaros, causa de tantos daños


agrícolas, han sido traídas y dispersadas por el viento!

50
V I I . L O S Q U E S O S Y S U " B O U Q U E T "

LA VIDA parásita de los ácaros y las consecuencias que este


parasitismo ha traído consigo son temas sobre los cuales se conoce
bastante en la actualidad. Hay, sin embargo, un aspecto poco conocido
y poco difundido entre los científicos, referente al papel económico que
muchos ácaros de vida libre desempeñan en la existencia del hombre,
afectando indirectamente su salud.

Nadie pensaría que ácaros no parásitos, que forman parte de la fauna


del suelo y que al parecer están tan alejados de nosotros, podrían
intervenir en alguna forma en nuestras actividades diarias. Esto, sin
embargo, sucede con mucho más frecuencia de lo que se podría
suponer. Hay numerosas especies que de manera directa en algunos
casos, o indirecta en otros, pueden ser la causa de trastornos a la
salud humana, que varían desde ligeras molestias sin mayores
consecuencias hasta padecimientos graves que pueden conducir a
complicaciones más serias, dependiendo esto de diversos factores.
Este tipo de padecimientos se designan con el nombre general de
acariasis, y se pueden distinguir varias clases, según el lugar que
infesten: intestinal, pulmonar, vesical, genital, dérmica, ocular, del
oído y otras más.

Los ácaros que viven en el suelo son de una variedad enorme. Desde
el punto de vista taxonómico, pertenecen a muchas familias de cuatro
órdenes principales: Mesostigmata, Prostigmata, Astigmata y
Oribatida. Sus hábitos alimentarios pueden ser muy diversos; una gran
cantidad conserva el hábito primitivo de la depredación, pero muchos
otros son saprófagos, que se alimentan de restos orgánicos vegetales
o animales; gran parte son también fitófagos; se distinguen entre ellos
los que se alimentan de algas, hongos, líquenes, musgos, etc., así
como de granos, fibras, esporas y polen; hay también los que se
nutren de materia fecal y detritos. Una vez más se comprueba la gran
radiación adaptativa que este grupo de animales ha logrado durante su
curso evolutivo.

En el aspecto ecológico, forman parte importante, junto con otros


muchos organismos, del mecanismo regulador de ciertos ecosistemas
y biocenosis, donde desempeñan un papel fundamental en las cadenas
tróficas; en ciertos casos pueden actuar como descomponedores, en
un sentido más bien físico que químico, o sea, como trituradores; en
otros casos participan como consumidores primarios (los fitófagos), o
como consumidores secundarios (los depredadores). Su papel, por lo
tanto, puede considerarse benéfico en algunos casos, o dañino en
otros, según el aspecto desde el cual se les quiera estudiar.

51
En este capítulo vamos a referirnos a uno de estos aspectos, que es
perjudicial para el hombre y que involucra a muchas especies del
orden Astigmata.

Figura 5. Tyrophagus sp., ácaro astigmado que infesta numerosos alimentos y


productos almacenados.

Por su tamaño tan pequeño, las personas no se dan cuenta de la


frecuencia con que estos animales invaden ciertos productos
almacenados, o que se guardan temporalmente. Los ácaros tienen
especial preferencia por todos aquellos alimentos que poseen un alto
contenido de proteínas y grasas, como son los cereales: trigo, centeno,
cebada, avena, arroz, etc., o sus respectivas harinas; son también
comunes en semillas de linaza, cacahuates, copra, plátanos y frutas
secas, hongos comestibles, tabaco, heno y otras pasturas; pueden
también ser muy abundantes en los quesos y otros productos
animales, como jamón, cuando han estado guardados durante algún
tiempo en un medio húmedo. Otras especies tienen predilección por
alimentos dulces que contengan algunos de los ácidos: acético, láctico
o succínico, y pueden encontrarse en grandes cantidades en cualquier
tipo de dulces, como caramelos, frutas secas y en conserva,
mermeladas, jugos de fruta, panales de miel, etc., o bien, en
substancias que han comenzado a fermentar; en el vino, con
frecuencia se les halla flotando como nata o se mantienen sujetos a
pedazos de corcho. En ocasiones se reproducen en tan grandes
cantidades que cuando el hombre maneja alguno de estos alimentos
infestados, los ácaros invaden su cuerpo y generalmente le originan
irritaciones en la piel. Estas molestias se deben en gran parte a las
secreciones y excreciones de los ácaros, que al hacer contacto con la
piel humana le provocan reacciones de tipo alérgico; es posible que
alguna vez estos animales lleguen a "pellizcar" la piel con sus
quelíceros o a rasparla ligeramente con las uñas de las patas, pero

52
esto no es la causa principal de la irritación que provocan. Este tipo de
dermatitis por ácaros o acariasis dérmica es muy conocida entre los
campesinos y granjeros que suelen manejar las semillas almacenadas
en los graneros, las pasturas o cualquier otro producto vegetal que se
suele guardar en las granjas. Casos como éstos son muy comunes en
México, y se han determinado ya diversas especies relacionadas con
estos problemas.

Por otro lado, no es raro que, habiendo esta invasión masiva de ácaros
en los alimentos, algunos de ellos sean ingeridos inadvertidamente por
el hombre; en realidad, son bastantes frecuentes los hallazgos de
estos animales, sea como huevos, larvas, ninfas o adultos en las
materias fecales de los humanos; es más, la ingestión de ácaros con
los alimentos debe ser mucho más frecuente de lo que cualquiera
pudiera sospechar; es posible también que, en la mayoría de los casos
su trayectoria a través del intestino pase inadvertida, ya que no
originan daños aparentes, y así como entraron salgan sin mayores
consecuencias. Sin embargo, en ocasiones su presencia está asociada
a trastornos intestinales como dolor, diarrea, disentería, etc., como los
casos de niños y adultos estudiados por nosotros en Acayucan,
Coatzacoalcos y Minatitlán, todos en el estado de Veracruz, y en los
que se pudo comprobar que el agente causal de estos trastornos era la
especie Suidasia medanensis Oudemans. En algunos de estos casos se
logró confirmar también que la ingestión de los ácaros había sido por
medio de cereales precocidos de harinas de arroz y avena
contaminados. El más notable de ellos fue el de una niña de ocho
meses que, por la persistencia de los ácaros en las heces, la presencia
de todas las fases evolutivas, desde huevos hasta adultos, su
abundancia y el hecho de encontrarse siempre vivos después de
evacuados, sugirió que los ácaros habían colonizado el intestino de la
pequeña, es decir, que se habían adaptado a vivir en este medio, al
parecer favorable para ellos, donde se reproducían y alimentaban
normalmente. Su alimento debe de haber consistido, igual que en el
exterior, de materia orgánica en descomposición contenida en el
intestino, pero no de los tejidos vivos del huésped. Por esta razón, no
deben ser considerados parásitos, sino simplemente comensales
ocasionales. Los síntomas clínicos que provocaron fueron también de
tipo alérgico, como manifestación de intolerancia por parte del
individuo a las secreciones y excreciones de estos animales.

Casos como éstos ya no son tan raros en la actualidad; en la


bibliografía se encuentran ejemplos de diversas especies de ácaros de
vida libre, que se han adaptado a vivir en diferentes partes del cuerpo
humano; una de ellas, por ejemplo, se encontró perfectamente
establecida en el epiplón de un africano; otra colonia de ácaros se halló
viviendo y en reproducción en forma normal, en un carcinoma maxilar;
también el aparato urogenital ha albergado colonias de estos animales;
su presencia en la orina es bastante común y con frecuencia provocan

53
irritación del tracto urinario; se han citado igualmente casos de vulvo-
vaginitis. El caso humano más extraordinario es quizá el citado por
Trouessart (1902), quien encontró alrededor de 800 ácaros de la
especieHistiogaster spermaticus, en todas las etapas de su ciclo de
vida, viviendo dentro de un quiste del escroto, que se originaba en el
epidídimo.

En la naturaleza se encuentran también casos de otitis o acariasis


ótica, originados por este tipo de ácaros. En México se tuvo la
oportunidad de estudiar el caso de un campesino de edad mediana,
que desde hacía cuatro años padecía prurito en los dos oídos y fetidez
del conducto auditivo externo en ambos lados. Cuando se analizó el
cerumen bajo el microscopio, se encontró gran cantidad de ácaros de
la familia Anoetidae y del género Histiostoma, con representantes de
todos los estadios, desde huevos hasta adultos. En este caso, y por la
plática tenida con el paciente, se supone que alguna mosca haya
transportado foréticamente una o varias hembras ovígeras de estos
ácaros de vida libre y que al posarse cerca de los oídos se hayan
desprendido del cuerpo del díptero, cayendo en el cerumen o cerca de
él, donde encontraron un medio propicio para vivir y reproducirse,
alimentándose de este rico material orgánico. Una vez más, estos
animales vivieron como comensales y no como parásitos y las
irritaciones que produjeron se debieron a sus productos de secreción y
excreción.

En casi todas las regiones del mundo, pero principalmente en las


tropicales y subtropicales, es frecuente encontrar ácaros de vida libre
en el esputo y exudados nasal y faríngeo de personas con
padecimientos bronquiales y asmáticos, asociados con marcada
eosinofilia. Esto ha hecho que especialistas de todo el mundo estudien
intensamente el papel que los ácaros del polvo casero tienen en los
padecimientos respiratorios de tipo alérgico. En este caso, no sólo
están involucrados los ácaros vivos, sino también fragmentos de los
muertos, que pueden llegar por las vías respiratorias a la garganta,
bronquios y pulmón del hombre y otros mamíferos, causando diversos
trastornos. Los más frecuentes y conocidos son los casos de asma
originados por varias especies de ácaros, de las cuales la más
importante es Dermatophagoides pteronyssinus, que tiene amplia
distribución en la República Mexicana. Prácticamente, en todos los
estados del país se la ha encontrado en el polvo colectado de
habitaciones humanas. Este es un problema que ha despertado gran
interés en los médicos mexicanos, sobre todo en los alergólogos.
Desde luego que estos ácaros no deben confundirse con los que son
verdaderos parásitos, que viven permanentemente en los pulmones,
fosas nasales y otros sitios de las vías respiratorias de diversos
mamíferos y aves.

54
El hombre, sin darse cuenta por ser una cosa natural, desecha
constantemente una gran variedad de productos de su cuerpo, como
son los de la descamación de la piel, los de la secreción nasal, el
cerumen de los oídos, etc., todos los cuales caen al suelo de las
habitaciones donde vive. Como en la naturaleza todo se aprovecha y
se transforma, gracias a lo cual los elementos pueden circular y ser
aprovechados nuevamente por otros seres vivos, dichos productos de
desecho sirven de alimento a los organismos que viven en el polvo de
las casas, como las especies de Dermatophagoides y otros ácaros;
éstos a su vez son comidos por los depredadores que conviven con
ellos. Algunas especies se alimentan de otros detritos, como las fibras
vegetales; de este tipo son los ácaros que suelen atacar muebles
hechos de junco o alguna otra fibra natural; en un clima húmedo
pueden también alimentarse del moho que crece en estas fibras. Se
establece por lo tanto una verdadera biocenosis o comunidad de
organismos en estos sitios aparentemente inhabitados y de cuya
existencia el hombre común jamás sospecha.

Los ácaros que infestan los productos elaborados por el hombre pasan
también inadvertidos en la mayor parte de los casos; hay, sin
embargo, sus excepciones, pues ciertas personas desde hace mucho
no sólo se han dado cuenta de la existencia de estos animales, sino
que les han sacado tal provecho que les han proporcionado cuantiosas
ganancias. Efectivamente, en algunos países de Europa la infestación
de los quesos por los ácaros no sólo es bien recibida, sino hasta
provocada deliberadamente por el ser humano. Cierto día se descubrió
que dicho alimento adquiría un sabor y un aroma determinados,
después de haber estado infestado durante un tiempo con estos
animales y que este bouquet característico lo hacía apetecible a ciertos
individuos. Fue así como comenzó la manufactura en masa de este tipo
de quesos, que la gente denomina "apestosos", pero que son muy
solicitados por los grandes gourmets.

Los ácaros que infestan quesos lo hacen, unos porque se alimentan de ellos, y
otros, micófagos, porque lo que los atrae son los hongos que generalmente se
desarrollan también en estos productos de la leche y que, de igual manera,
contribuyen a dar al queso su sabor característico. Después de mantener
durante varias semanas o varios meses la infestación del queso por el
conjunto de todos estos organismos, finalmente los eliminan mediante
cambios en la temperatura, y el queso queda limpio de ellos, pero saturado
de sus productos. Esto, según los grandes conocedores, hace del queso un
manjar exquisito. Sin embargo, investigadores que han tenido la oportunidad
de estudiar de cerca el asunto aseguran que las personas que por primera vez
prueban este queso, deben hacerlo en muy pequeñas cantidades, para evitar
trastornos intestinales y que aun quienes, acostumbrados a comerlo,
adquieren en ocasiones cierta sensibilidad con manifestaciones alérgicas.

No cabe duda que la gran mayoría de las personas que llegan a ingerir estos
productos ignoran la procedencia y la causa de su aroma; sería interesante

55
analizar su reacción cuando conocieran el origen y la naturaleza real
del bouquet de dichos quesos.

V I I I . U N M U N D O O C U L T O

LOS millones y millones de formas de vida que pueblan el planeta están


ampliamente distribuidas en todos los hábitats de los dos grandes
medios que lo constituyen, el acuático y el terrestre. En este artículo y
en el que sigue se señalará de manera breve cómo el grupo de los
ácaros, objeto de nuestro estudio, ha logrado establecerse, adaptarse
y aprovechar estos dos ambientes. Como estos animales son de origen
terrestre, nos referiremos primeramente al conjunto de especies que
forman parte de la fauna del suelo y al importante papel que allí
desempeñan. Ya en el capítulo anterior se indicó algo referente a
algunos de ellos, concretamente a los que invaden las habitaciones
humanas, que viven en el polvo de las casas o en los graneros, donde
se almacenan semillas y otros elementos vegetales, así como en otros
sitios donde se guardan productos alimenticios elaborados por el
hombre. En esta ocasión, se tratará sobre las grandes poblaciones de
ácaros que viven libremente en espacios abiertos como el campo,
praderas, matorrales, bosques, selvas y en sitios con mucho menos
humedad como los desiertos.

Realmente, cuando alguien atraviesa cualquiera de estos lugares


puede admirar los diversos tipos de vegetación y de fauna asociada,
característicos ambos de cada uno de los ecosistemas. Sin embargo,
nadie o casi nadie se pone a pensar en el otro mundo, inmensamente
poblado, que se encuentra debajo de nuestros pies, entre la hojarasca
y la tierra por la que nos vamos desplazando, constituido por
organismos tan pequeñísimos la mayoría, que nuestras pisadas no les
afectan en nada. Malo cuando, además de nuestras pisadas,
impregnamos esta superficie con insecticidas, fertilizantes y demás
substancias químicas, que alteran completamente el funcionamiento
natural de los ecosistemas edáficos (del suelo); el uso, sin planeación
racional de todas estas substancias, ha modificado con frecuencia y en
forma irreversible las condiciones ecológicas generales y el equilibrio
biológico de todas estas comunidades de organismos.
Desgraciadamente, todo esto es consecuencia de la idea que prevalece
en muchas personas de considerar al suelo tan sólo como la
acumulación de diversos materiales que constituyen un sustrato, del
cual las plantas obtienen sus nutrimentos. La verdad es que el suelo,
tanto en su composición como en las interacciones que se establecen
entre los numerosos seres vivos que aloja en su seno, es algo mucho
más complicado de definir que este simple concepto.

56
En términos generales, los suelos están formados básicamente de un
sustrato mineral, que se origina al irse fragmentando las rocas que
constituyen la corteza terrestre; este rompimiento provocado por
diversos factores físicos, químicos y biológicos da como resultado
partículas cada vez más pequeñas que, de acuerdo con su tamaño, se
clasifican en diversas categorías, como grava, arena gruesa, arena
fina, limo, arcilla, etc. Los diversos tipos de suelos y sus propiedades
particulares dependerán también de la cantidad de agua y de aire que
contenga este sustrato. Todos éstos pueden considerarse como los
componentes abióticos (sin vida) del suelo. Pero hay otro sumamente
importante, que es el referente a la materia orgánica, cuya
complejidad es extraordinaria. Burges señaló en 1971: "Casi todas las
substancias orgánicas naturales, más pronto o más tarde, van a parar
al suelo." Esto es cierto, ya que toda esta materia de la que están
formados los seres vivos queda incorporada al suelo cuando éstos
mueren. Parte de ella desaparece con relativa rapidez al ser
descompuesta por los microorganismos; otra, que es más resistente,
puede mantenerse en el suelo durante varios años. Al conjunto de
materia orgánica amorfa, o sea, aquella en la cual no se distingue ya
ninguna estructura definida, se le conoce con el nombre de humus,
llamado así porque está compuesto fundamentalmente por las
substancias orgánicas más importantes del suelo que son los ácidos
húmicos. Se llega a este estado mediante los procesos de
humificación, que son muy complejos y en los cuales participan una
gran cantidad de macro y microorganismos edáficos. Vemos pues que,
además de todos los restos vegetales y animales muertos, también
forman parte del suelo una infinidad de organismos vivos, muchos de
ellos microscópicos, que pululan entre los intersticios, poros y
cavidades del mismo. A grandes rasgos se puede decir que la biomasa
del suelo está constituida por un sinnúmero de especies vegetales,
como bacterias, algas y hongos, y de especies animales como
protozoarios, turbelarios, nemertinos, nemátodos, gastrótricos,
rotíferos, anélidos, tardígrados, artrópodos y moluscos.

Durante el proceso de formación de suelo se diferencian capas u


horizontes del mismo, con características físicas, químicas y biológicas
particulares, que en conjunto constituyen el llamado perfil edáfico. Son
varios los horizontes que conforman este perfil, pero hay tres
principales, designados comunmente como A, B y C.

Hasta arriba, cubriendo todo, se encuentra generalmente una capa de


hojarasca, que todavía no se descompone. Abajo de ella se encuentra
el horizonte A, rico en materia orgánica, que da tonalidad más obscura
a la tierra; aquí es donde los restos vegetales son rápidamente
desintegrados y mezclados con la fracción mineral, y se puede
encontrar la materia orgánica en diversos grados de descomposición.
Es un sitio de gran actividad biológica y en donde tiene lugar el
crecimiento de las raíces.

57
Sigue después el horizonte B, generalmente de color obscuro, por el
material acumulado consistente en óxidos de fierro, arcilla y humus,
que se deslava del horizonte A.

Hasta abajo se encuentra el horizonte C, constituido por la roca madre


y parte del material inicial proveniente de ella.

Es claro que las propiedades de los diferentes suelos pueden ser muy
distintas no sólo de un lugar a otro, sino a diversas profundidades y su
evolución estará también íntimamente relacionada con el tipo de
vegetación que sostengan, el clima, la fisiografía, etc. A su vez, la
fauna del suelo participa en una serie de actividades importantes que
ayudan a mantener la fertilidad de los suelos. Existen, además, una
serie de factores que determinan no sólo las características del suelo,
sino también la existencia y distribución de los organismos edáficos,
como porosidad, humedad, volumen de aire, temperatura, pH, textura,
cantidad y calidad de la materia orgánica, salinidad, etc.

El conocimiento de los organismos que constituyen la flora y la fauna


edáficas data de la segunda mitad del siglo pasado. Debido al interés
económico inmediato de las bacterias del suelo, fueron éstas las
primeras que se estudiaron. Posteriormente, con el descubrimiento de
los antibióticos, surgió en gran escala el interés por los hongos. Las
algas y todos los animales se han estudiado ya más seriamente en las
últimas décadas; sin embargo, falta mucho por conocer; hay grupos
animales que de hecho no se han tocado.

Con respecto a los artrópodos que concretamente forman parte de la


fauna del suelo, existen crustáceos como las cochinillas, diversas
clases de ciempiés y milpiés y representantes de todos los apterigotos,
o sea, insectos que no tienen alas; dentro de los insectos alados, se
conocen como 38 familias de larvas o adultos de escarabajos o
coleópteros o de ambos, 38 familias de dípteros o moscas y mosquitos,
y en mucho menor proporción chinches o hemípteros, pscópteros,
tisanópteros y a veces larvas de tricópteros. Existen también arácnidos
de todos los órdenes y el grupo más abundante y variado, el de los
ácaros.

Tanto la fauna como la microflora del suelo tienen un papel muy


importante en la descomposición de los restos vegetales en bosques,
matorrales, praderas, etcétera.

De acuerdo con Edwards (1974), los animales edáficos pueden ayudar


a la desintegración de la materia orgánica vegetal de varias maneras:

1) Al desintegrar los tejidos en forma física (triturando y


fragmentando), con lo cual aumenta la superficie sobre la que pueden
actuar bacterias y hongos.

58
2) Descomponiendo en forma selectiva materiales como azúcar,
celulosa y hasta lignina.

3) Cuando transforman restos vegetales en materiales húmicos.

4) Al mezclar la materia orgánica descompuesta con la capa superior


del suelo.

5) Formando agregados más o menos complejos entre la materia


orgánica y la fracción mineral del suelo.

Los animales habitantes del suelo son tan numerosos y variados que,
aparte del ordenamiento taxonómico, ha sido necesario hacer
agrupaciones ecológicas de ellos, tomando en consideración otros
aspectos, como su situación en el suelo, por un lado, y el tiempo de su
permanencia en él, por el otro.

Respecto a su situación, hay tres tipos diferentes de organismos,


tomando como base las tres zonas ecológicas del suelo:

1) Los epiedafones son los que habitan en la superficie del suelo y que
corresponde a la zona epigea.

2) Los hemiedafones son los que se encuentran en la primera capa del


suelo, abundante en materia orgánica, llamada zona hemiedáfica.

3) Los enedafones, por último, son los que existen en una capa más
profunda en que predomina el suelo mineral, conocida también como
zona euedáfica.

En cuanto al segundo aspecto, se distinguen dos categorías


principales: a) Los geobiontes, que pasan todo su ciclo de vida en el
suelo, como las lombrices, muchos ácaros, colémbolos, etc., y b) Los
geofilos que, por el contrario, tan sólo pasan una parte de su vida en el
suelo, como algunos insectos y otras especies de ácaros.

No todos los organismos del suelo tienen el mismo valor


bioedafológico; son sumamente variables en cuanto a tamaño,
abundancia, régimen alimentario, permanencia y exclusividad. La
mayor densidad se encuentra por lo general en los suelos de bosques.
Según McCormick (1960), el número de organismos que vive hasta
una profundidad de 7 cm en 30 cm2 de suelo puede llegar a ser mayor
de 1 000 millones; los actinomicetos forman aproximadamente 50%
de esta masa; las bacterias, 40%; los protozoarios y las algas, 5%, y
los hongos verdaderos, 1%; el otro 4% está representado por los
animales invertebrados, entre los cuales los más abundantes son los
artrópodos. A pesar de este bajo porcentaje del total, los artrópodos se
pueden encontrar en densidades tan altas como de 300 millones de
individuos por 4 047 m2, de acuerdo con las características del suelo y
de la vegetación. Los artrópodos más frecuentes y abundantes en la

59
mayor parte de los suelos son los ácaros en primer lugar, y los
colémbolos en segundo.

Los ácaros edáficos se encuentran en todo el mundo, desde altitudes


de 5 000 m sobre el nivel del mar, hasta las orillas de los lagos y las
costas de los océanos. Junto con los colémbolos, pueden ser los
primeros habitantes de los suelos parcialmente formados en las
montañas. Muchas especies se han adaptado a vivir entre los
intersticios del suelo, incluyendo dunas de arena muy fina, donde
pasan toda o gran parte de su vida; como en otros casos de ácaros
que viven en lugares estrechos, éstos también han modificado el
aspecto de su cuerpo durante el curso de su evolución, llegando a
adquirir una forma desde poco hasta muy alargada, y han adoptado
además movimientos como los de los nemátodos, con los cuales se
identifican tanto que han llegado a confundir al hombre. Esto es lo que
en biología se llama fenómeno de convergencia, o sea que, a lo largo
del tiempo por presiones similares (selectivas) del medio, los
organismos de muy diferentes grupos pueden llegar a parecerse entre
sí, no sólo en su morfología sino también en su comportamiento.

Numerosas especies tienen también la capacidad de poderse enterrar,


a veces hasta profundidades de 4 o 5 metros; esto lo hacen de manera
normal en zonas templadas y calientes; en las regiones muy frías,
donde suele nevar, se entierran a mayor profundidad para huir del frío
excesivo.

Ya se mencionó en el primer capítulo que uno de los sitios donde más


abundan los ácaros es entre la hojarasca y la tierra suelta de los
bosques, donde constituyen 85% o más del total de la población del
suelo. Muchos de ellos se han adaptado a vivir en los líquenes, los
musgos, las bromelias, etc., y suelen invadir fácilmente los troncos
podridos. Asimismo, pueden ser muy numerosos en los lugares
pantanosos con un alto contenido de humus. Pueden constituir hasta
95% de las especies de artrópodos que se encuentran en suelos
cubiertos por matorrales. Son principalmente hemiedáficos, pero la
distribución vertical de algunas especies puede extenderse a las zonas
epigea y euedáfica.

En el suelo existen representantes de todos los órdenes de ácaros,


pero sin duda alguna los oribátidos son los más abundantes y también
los más sedentarios, aunque ciertas especies pueden llegar a ser muy
activas. Los prostigmados y los mesostigmados son más numerosos en
suelos como los de las zonas desérticas; la mayoría son activos
depredadores; en bosques y matorrales se mueven libremente entre la
hojarasca. Los astigmados no son elementos importantes en la fauna
de muchos suelos, pues, como se vio en el capítulo anterior, prefieren
lugares más secos, como el polvo de las casas, los graneros, etc. Sin
embargo, hay ocasiones en que pueden ser localmente abundantes en
pastos y suelos arables.

60
Los ácaros, según la especie de que se trate, pueden nutrirse de
prácticamente todo lo que sea de origen orgánico. Tomando en cuenta
su tipo de alimentación, pueden agruparse en tres grandes divisiones
que son: los fitófagos, los saprófagos y los zoófagos.

Dentro de los fitófagos, pueden distinguirse los microfitófagos, cuyas


diferentes especies se alimentan de bacterias, algas, hongos,
levaduras, musgos, hepáticas y líquenes, es decir, de la microflora; y
los macrofitófagos, que se nutren de los tejidos de las plantas
superiores o macroflora; aquí quedan incluidos también los que comen
diversos productos vegetales como néctar, polen, granos y frutos en
general, fibras y madera.

Los ácaros saprófagos son los que se alimentan de materia orgánica en


descomposición, tanto de origen vegetal como animal; aquí quedan los
que se nutren de detritos, cadáveres y materias fecales.

Dentro de los zoófagos, o sea los que se alimentan de animales, hay


una variedad infinita de formas. Una buena parte ha conservado el
hábito primitivo de la depredación, pero otros, poco a poco se han
asociado con otros animales, surgiendo biorrelaciones de distinta
naturaleza, como comensalismo, parasitismo, etc., temas sobre los
cuales se trata en otros capítulos.

La mayor parte de los ácaros del suelo no se alimentan en forma


exclusiva de una sola cosa, sino que pueden tener una alimentación
mixta, hasta ciertos límites. Por ejemplo, son pocas las especies que
se nutren únicamente de bacterias; las hay, sin embargo, teniendo
entonces sus partes bucales adaptadas para filtrar los
microorganismos de los sustratos líquidos; en el suelo se les puede
encontrar moviéndose entre la película húmeda de la materia orgánica
en descomposición. En cambio, casi todos los que se alimentan de
algas, como algunos prostigmados y muchos oribátidos, incluyen
también los hongos en su dieta. Estos últimos constituyen uno de los
alimentos preferidos por gran número de especies edáficas; algunas de
ellas tienen sus quelíceros modificados, gracias a lo cual pueden raspar
y alimentarse de los tejidos internos de los esporóforos; muchos
comen también levaduras.

61
Figura 6. Algunos oribátidos de la fauna del suelo. (a) Galumna sp. Vista
ventral. (b) Galumna sp. Vista dorsal. (c) Nothrus sp. (d) Oplophorella sp.

En los musgos, la población de ácaros es muy grande, pero son pocos


los que los ingieren; la mayor parte son depredadores que encuentran
en estas plantas el resguardo y protección necesarios, además de las
presas adecuadas para su dieta.

Respecto a los otros grupos que se alimentan de la macroflora o de los


diversos animales y de la substancia orgánica en descomposición, se
han tratado ya sus diferentes aspectos en los otros incisos de este
libro.

Ahora, desearíamos señalar algunos aspectos pertinentes del grupo


edáfico más importante, el de los oribátidos. Estos ácaros se

62
encuentran en casi todos los suelos del mundo, aunque ciertas
especies están restringidas a regiones particulares y otras requieren
condiciones de humedad próximas a la saturación. Algunos oribátidos
asociados a biotopos húmedos o a biotopos secos, pueden utilizarse
como indicadores de estas condiciones ambientales especiales.

El cuerpo de la mayor parte de las especies está cubierto de una fuerte


coraza que lo protege en contra de varios agentes ambientales.

Desde el punto de vista del hombre, determinadas especies pueden


considerarse dañinas para ciertas plantas y para algunos animales; sin
embargo, la mayor parte desempeña un importante papel benéfico en
los ecosistemas edáficos. Vamos a referirnos brevemente a estos dos
aspectos.

Respecto al daño que pueden ocasionar a algunos vegetales está el de


ciertas especies que mediante sus heces infectadas con hongos
contaminan los bulbos de ciertas plantas; estos hongos causan la
descomposición y deterioro de los tejidos en el tronco basal, raíces y
tubérculos del vegetal, mismos que van a servir de alimento al ácaro
más tarde. Lo mismo sucede con las especies que viven en los
graneros, donde distribuyen esporas de hongos que acarrean tanto
interna como externamente en su cuerpo; estas esporas contaminan
los granos sanos y cuando éstos quedan deteriorados por el hongo los
ácaros se los comen, con ayuda de sus fuertes quelíceros dentados.
Esta actividad es compartida con otros ácaros astigmados.

Algunos oribátidos tienen importancia veterinaria, ya que actúan como


huéspedes intermediarios de ciertos cestodos o solitarias, que
parasitan a varios mamíferos, como ungulados, roedores y lagomorfos.
Un caso muy común es el de la Moniezia expansa,cestodo que pasa su
estado adulto en el intestino delgado de ovinos, caprinos, bovinos y
otros rumiantes en muchos países. La gran cantidad de huevecillos que
se desprenden de los proglótidos maduros salen con los excrementos.
Ya en el suelo, son frecuentemente ingeridos por especies grandes de
oribátidos, en cuyo intestino los huevecillos se rompen, y dan
nacimiento a las formas juveniles o cisticercoides, que atraviesan la
pared de este órgano para continuar su desarrollo en la cavidad del
cuerpo del ácaro. Gran parte de estos oribátidos se suben a las plantas
o andan entre las hierbas y con frecuencia son ingeridos por las ovejas
o los bovinos junto con el pasto del cual se alimentan. Una vez dentro
del cuerpo del rumiante, los cisticercos abandonan el cuerpo del ácaro
que actuó como huésped intermediario, se fijan al intestino y se
convierten en adultos.

Por lo que se refiere a los aspectos benéficos, el más importante


probablemente es su activa participación en los procesos de
humificación y otras actividades que en alguna forma favorecen el
equilibrio ecológico de las comunidades edáficas. Algunos de ellos, por

63
ejemplo, junto con otros animales del suelo, eliminan las raíces
muertas, y proporcionan en esta forma conductos de aeración, drenaje
y transferencia de restos orgánicos.

Casi ningún artrópodo se alimenta de las hojas recién caídas; sin


embargo, un grupo grande de oribátidos si lo hacen, como se ha
podido comprobar en las hojas mojadas recién caídas de varios
encinos. Otros ácaros, en cambio, necesitan que la hoja esté ya algo
descompuesta para poder ingerir sus tejidos.

Los ácaros empiezan a comerse una hoja por la superficie axial,


separan los tejidos no lignificados de las principales nervaduras, y se
alimentan entonces de los tejidos mesófilos y epidérmicos inferiores, lo
que da a la hoja un aspecto característico. Algunas de las formas más
robustas llegan a perforar las hojas de los encinos y las higueras, y
alcanzan a consumir algunas de las nervaduras más finas. Muchos
oribátidos juveniles se alimentan de los peciolos y de las agujas de las
coníferas, así como de tallos de gramíneas.

Los más importantes son los oribátidos xilófagos, o sea que se


alimentan de la madera; para ello se introducen en la madera de las
ramas caídas en los bosques. Al analizar las heces de estos animales
se ha comprobado que consisten de restos de madera; se ha
demostrado también que pueden producir varias carbohidrasas como
la celulasa, acompañada a veces de una xilenasa y una pectinasa. Los
quelíceros de todos estos ácaros son grandes y fuertes, capaces de
masticar las fibras de madera antes de ser ingeridas. Una cosa muy
interesante es que ninguna de estas especies produce enzimas capaces
de digerir la trehalosa, que es un carbohidrato importante de los
hongos de la madera; así que, cuando estos hongos son ingeridos
junto con el alimento, el ácaro no los digiere, sino que acaba por
excretarlos como formas viables, junto con las heces, y de esta
manera ayudan a su distribución. Estos desechos de la madera
excretados representan un producto de más fácil biodegradación, que
será terminada por las bacterias del suelo. Esta diseminación de los
hongos es algo que también favorece a los oribátidos, pues el material
vegetal que consumen pueden digerirlo con mayor facilidad si
previamente está expuesto a la acción de los hongos. En esta forma se
establecen relaciones mutualistas que favorecen tanto al hongo como
al ácaro. En este caso particular, la cadena de individuos que se
suceden para lograr la desintegración de la madera son los hongos
primero, los ácaros después, y finalmente las bacterias.

Una cosa importante de los ácaros oribátidos es que poseen una


enzima capaz de desdoblar el oxalato de calcio, compuesto en general
muy difícil de desdoblar. De esta manera, aprovechan el calcio y
cuando mueren éste queda otra vez a disposición de las plantas.

64
Otros muchos oribátidos xilófagos carecen de enzimas específicas para
digerir la celulosa y demás substancias vegetales, pero en cambio
tienen simbiontes intestinales que se encargan mutualísticamente de
esta función.

Todos estos organismos forman parte del fluido de energía de los


ecosistemas edáficos. Gran cantidad de la materia orgánica es
procesada por ellos, es decir, transformada física o químicamente
como resultado de su ingestión. Parte de este material sale como
materia fecal no digerida y el resto es asimilado y metabolizado. La
energía asociada a esto está representada en la producción, o sea
crecimiento y reproducción, y en la respiración, lo que en conjunto
constituye el metabolismo de mantenimiento (Harding y Stuttard,
1974). En muchos casos, la desintegración completa de los detritos
dependerá de la utilización subsecuente de la materia fecal, ya que se
ha comprobado plenamente que el material en descomposición es más
susceptible a la actividad microbiana tras haber pasado por el intestino
de los ácaros (Ghilarov, 1963; Kühnelt, 1963).

Para saber la cantidad de materia ingerida, asimilada y defecada por


estos microartrópodos, se han empleado diversos métodos, como
rastreadores radiactivos (levaduras marcadas con glicina C14 como
alimento) (Engelmann, 1961). También los cocientes respiratorios
pueden emplearse como índice fiel de la actividad metabólica
(Wallwork, 1971). Asimismo, se pueden sacar medidas del área
consumida cuando las hojas se encuentran perforadas, y estos valores
convertirlos en volumen o peso.

Concretando, los cambios físicos que los ácaros realizan en la


desintegración de la materia orgánica son obvios; los restos vegetales
son triturados por las partes bucales en fragmentos de pocos
micrones, que salen del cuerpo como bolitas fecales y que constituyen
focos de muy ricos nutrimentos para otros microorganismos
coprófagos.

Por lo que se refiere a los cambios químicos, necesita conocerse mejor todavía
el potencial enzimático de los ácaros, pero existen ya pruebas de que su papel
como descomponedores primarios es mucho mayor del que se pensaba. "La
abrumadora importancia de los descomponedores en algunas situaciones ha
sido demostrada por Macfadyen (1963), quien calculó que este grupo acapara
mucho más cantidad del flujo energético que la cadena alimentaria
herbívoros/carnívoros en un suelo de pradera." (Wallwork, 1971).

En conclusión, se puede afirmar sin lugar a dudas que las actividades de los
ácaros en las comunidades edáficas favorecen, entre otras cosas, la aeración
del suelo, la distribución vertical de la materia orgánica, el reciclaje de los
elementos, ya que constituyen eslabones fundamentales de las cadenas de
alimentación y, lo más importante, participan activamente en los procesos de
descomposición e integración al suelo de la materia orgánica. Todo ello ocurre
bajo nuestros pies, en este mundo oculto.

65
I X . C A M B I O D E V I D A

LOS ácaros son, sin duda alguna, animales terrestres, igual que los
arácnidos; sin embargo, dentro de la amplia radiación adaptativa que
han sufrido en el curso de su larga evolución, han ido incursionando en
todos los hábitats accesibles a la vida del planeta; en esta forma y
como una adaptación secundaria, han invadido también el agua, no
sólo la dulce, sino también la marina, con tal éxito que actualmente se
cuentan por miles las especies acuáticas.

Gran cantidad de ácaros de los órdenes Mesostigmata, Prostigmata,


Astigmata y Oribatida, se han acostumbrado a vivir en lugares muy
húmedos, como son los pantanos, las zonas de mareas y semejantes,
pero los que se consideran verdaderamente acuáticos pertenecen
todos al orden Prostigmata y se dividen en dos grandes grupos: a) los
de agua dulce, pertenecientes a 46 familias, y b) los de agua salada
que se agrupan en una sola familia; cada uno tiene preferencia por el
hábitat señalado, pero no de una manera muy rígida, pues hay
especies dulceacuícolas, que llegan a penetrar en aguas bastante
saladas y especies marinas que, a su vez, se mezclan entre las aguas
dulces. Vamos a ver a grandes rasgos las características generales de
los dos.

Entre los ácaros dulceacuícolas hay especies adaptadas a vivir entres


las fuertes corrientes de los ríos y las cascadas; otros prefieren la
circulación menos rápida de los arroyos o el oleaje de los grandes
lagos, así como las caídas de agua más ligeras. De igual manera, las
aguas tranquilas de lagos, estanques, pozas y hasta de los charcos
temporales albergan infinidad de formas. La mayor parte tiene
predilección por las aguas sombreadas y están también presentes en
los ríos subterráneos. Hay especies que se han adaptado a vivir en
aguas sumamente frías; en cambio, otras lo han hecho en manantiales
de aguas termales, a temperaturas bastante elevadas, así como en
aguas sulfurosas o de drenaje. Muchos de estos ácaros son capaces de
vivir activamente cerca de la superficie, pero un buen número suele
enterrarse entre el lodo de los bordes o del fondo, a veces a grandes
profundidades, otros más prefieren los intersticios de las orillas. Gran
cantidad de ellos se refugian entre los musgos y las plantas
subacuáticas. Varios también se han ido adaptando a las aguas
salobres y abundan en la zona litoral de aguas marinas. Su distribución
puede decirse que es mundial, pues prácticamente existen en todas las
grandes y pequeñas masas de agua dulce.

No deja de ser interesante el hecho de ver cómo animales adaptados


completamente a la vida terrestre han ido adquiriendo los elementos
necesarios (por selección natural) que les permite vivir en el medio

66
acuático y esto no sólo por lo que respecta a su morfología, sino
también a su comportamiento en general.

Por los estudios que sobre ellos se han hecho, se ha podido comprobar
que estas formas dulceacuícolas derivaron de formas terrestres; como
se verá más adelante, muchos de ellos en su estado larval continúan
actuando como si estuvieran sobre la tierra.

Los cambios más notables se presentan en las formas natatorias; el


tener que desplazarse en un medio mucho más denso que el aire
requiere de mucho mayor fuerza, lo que ha originado un mayor
desarrollo del sistema muscular; a su vez, al fortalecerse los músculos
han tenido forzosamente que desarrollarse estructuras de soporte y
puntos de inserción mucho más resistentes, lo que se consiguió al
formarse las grandes placas que cubren el exterior del cuerpo y que se
continúan por dentro en fuertes apodemas, donde dichos músculos
quedan insertados. Lo primero que llama la atención cuando se
observa a algunos de estos ácaros acuáticos bajo el microscopio es,
precisamente, la presencia de estas placas que recubren gran parte del
cuerpo; uno de los sitios donde recae más el esfuerzo que se hace al
nadar es en las coxas de las patas; se ve entonces que el contorno
original de estas coxas se ha expandido tanto que ahora se observan
como grandes placas coxales, fusionadas entre sí.

Figura 7. Ejemplos de ácaros acuáticos. (a) Unionicola granadosi Hofmann y


Cramer, parásito de moluscos de agua dulce. (b) Atúrido adulto depredador
de vida libre.

Otro complemento que se ha formado simultáneamente con las otras


estructuras y que ha facilitado mucho el desplazamiento en el medio
líquido es el conjunto de sedas natatorias, que se han desarrollado en

67
forma exuberante en los últimos artejos libres de las patas; sedas y
patas actúan en conjunto como remos, agilitando de manera muy
eficaz la natación de estos animales.

Un atractivo que los ácaros acuáticos tienen para nosotros es su color.


La gran variedad de tonalidades que estos diminutos animales pueden
presentar es realmente increíble; por desgracia esto no se alcanza a
distinguir a simple vista; pero vistos en vivo bajo el microscopio,
ofrecen un cuadro de hermosas combinaciones en rojo, verde, azul,
anaranjado y amarillo. Son los ácaros de mayores coloridos. Por esta
razón, cualquiera pensaría que son fácil presa de sus depredadores;
sin embargo, esto no es así; aquí se repite el fenómeno descrito en el
capítulo III, sólo que en este caso se trata de especies acuáticas.
Efectivamente, sus posibles depredadores, que son gran cantidad de
insectos y otros animales del agua, los evitan por su desagradable
sabor; cuando alguno de ellos llega a ingerirlos, de inmediato los
escupe y jamás vuelve a intentar atraparlos. Algunos autores piensan
que esto está relacionado con la presencia de numerosas glándulas
cutáneas, que se encuentran repartidas por todo el cuerpo y que se
abren al exterior a través de orificios especiales, bien notables en la
superficie dorsal y ventral del animal; dichas estructuras con
frecuencia están asociadas con sedas, con plaquitas dorsales o con
ambas; es posible que su secreción externa que baña todo el cuerpo
sea la causa de su repugnante sabor. Otros investigadores piensan que
dicha substancia pueda también tener una función impermeabilizante,
que los protege en el medio acuático. Igualmente, se ha pensado que
algunas de ellas secreten feromonas, gracias a las cuales pueden
encontrarse, reconocerse y atraerse los sexos. Lo cierto es que estas
glándulas son características de los ácaros acuáticos.

Existen otros muchos rasgos de las formas de agua dulce, como es el


hecho de ser los únicos ácaros que poseen un ojo medio (aparte de los
laterales), que algunos autores llaman órgano frontal; este ojo central
no está muy bien desarrollado y generalmente se encuentra sobre una
protuberancia de la cutícula; se cree que es reminiscencia del complejo
aboral que aparece en algunos trilobites y que se desarrolla en el par
de ojos centrales de algunos arácnidos, como los alacranes.

La mayor parte de los autores está de acuerdo que estos animales


provienen de antepasados terrestres, semejantes a los (rombidoideos
y eritreoideos actuales, ya que tanto sus costumbres como sus ciclos
de vida son muy semejantes a los de aquéllos. En todas las especies
(menos algunas de la familia Unionicolidae, que se tratarán después)
las ninfas y los adultos viven nadando libremente en el agua, y
depredan una gran cantidad de huevecillos o artrópodos y moluscos
pequeños; en cambio, las larvas, igual que las especies terrestres
(véase el capítulo XII), necesitan alimentarse de un huésped; en esta
etapa pueden parasitar gran cantidad de insectos acuáticos, como

68
muchos escarabajos y chinches, e insectos semiacuáticos, como
numerosas especies de mosquitos, libélulas, mosquitas de un día,
etcétera.

El ciclo de vida de los ácaros acuáticos, igual que el de las formas


terrestres con las que están emparentados, consta de siete etapas:
huevo, prelarva, larva, protoninfa, deutoninfa, tritoninfa y adulto; la
protoninfa y la tritoninfa son estados quiescentes, de reposo aparente,
pues dentro de la cubierta externa están sufriendo una metamorfisis,
para pasar a sus siguientes estadios.

La fecundación se lleva acabo a través de espermatóforos con


pedicelo, que el macho deposita y pega en el sustrato. Seguramente
habrá muchas formas en que este esperma llegue al cuerpo de la
hembra, pero tan sólo se han logrado observar unas pocas; la más
frecuente es cuando el macho, al encontrarse a una hembra
sexualmente madura, pega el cuerpo de ésta al extremo posterior de
su cuerpo mediante un cemento especial que secreta; en esta forma la
lleva arrastrando consigo durante un rato, hasta que al encontrar un
sitio adecuado deposita un espermatóforo en el suelo, jala después a la
hembra, de manera que su abertura genital quede justamente por
encima del saco con esperma; al tocarlo la hembra, abrirá de
inmediato sus valvas genitales, succionando el contenido del saco
mediante contracciones del cuerpo. Una vez logrado esto, el macho
separará el cuerpo de la hembra empujándola con sus patas
posteriores, después de lo cual cada uno seguirá su camino.

La hembra pone sus huevos en el agua, en sitios protegidos del


sustrato, ya sea en el fondo o en las orillas de arroyos y lagos; con
frecuencia los introduce entre los tejidos vegetales, dentro de los tallos
de las plantas acuáticas; esto lo efectúa mediante un ovipositor que se
proyecta de su cuerpo en el momento de la oviposición. Más tarde, el
corion o cáscara del huevo se rompe, pero la prelarva, que todavía no
ha completado su desarrollo, queda envuelta por una membrana
resistente y elástica que le permite estirarse y moverse dentro de ella
mientras termina la formación de sus estructuras. Llegado el
momento, la envoltura se rompe, surge la larva hexápoda, muy activa,
que mostrará un comportamiento diferente, según la especie de que se
trate.

Desde el punto de vista evolutivo, las larvas son más conservadoras de


sus características ancestrales que las ninfas y los adultos; por esta
razón son mejores como indicadoras de la filogenia del grupo. Es
posible también que en forma semejante a lo que sucede con los
insectos holometábolos las larvas hayan evolucionado
independientemente de los otros estados, adquiriendo dos
personalidades diferentes por completo, las larvas por un lado y las
ninfas y los adultos por el otro. Lo cierto es que, en lo referente a los
ácaros dulceacuícolas, las ninfas y los adultos se comportan en forma

69
parecida, pero en cambio las larvas actúan de manera muy diferente,
de acuerdo con su nivel evolutivo. Hay larvas que no han logrado
adaptarse todavía al medio acuático y se comportan como si
continuaran viviendo sobre el suelo. Así, a pesar de nacer de huevos
que están sumergidos apenas salen de éste, nadan rápidamente hacia
la superficie, donde en forma normal se ponen a caminar sobre la
película de agua, como si fuera la tierra, en busca de su posible
huésped. Estas larvas continúan teniendo respiración aérea; su cuerpo,
de consistencia blanda, no presenta placas muy esclerosadas. Las
ninfas y los adultos de estas especies son muy malos nadadores y
todavía muestran características primitivas. Dichas larvas utilizan
como huéspedes a los adultos aéreos de insectos semiacuáticos, como
muchos mosquitos, chinches, etc., sobre los cuales se suben al ras de
la superficie del agua, cuando éstos abandonan el medio acuático.
Otras de estas larvas pueden atacar a especies totalmente acuáticas,
como ciertos coleópteros y otro tipo de chinches, subiéndose a ellos en
el momento que los insectos salen a la superficie del agua, pero en
estos casos invaden el espacio aéreo que queda por debajo de las alas
anteriores de sus huéspedes; rodeados de esta bolsa de aire
permanecen todo el tiempo que dura su alimentación de manera que
aunque estén sujetos a animales acuáticos continúan viviendo en un
hábitat aéreo.

Por último, hay las especies más evolucionadas, cuyas larvas se han
adaptado a vivir bajo el agua; su aspecto es aplanado dorso-
ventralmente y su cuerpo está cubierto por placas esclerosadas; son
activas nadadoras. Estas larvas localizarán a sus huéspedes en el
fondo del arroyo y entre la masa de agua y se sujetarán a ellos, pero
sin alimentarse, pues estos insectos semiacuáticos se encontrarán en
ese momento en la etapa de ninfa o pupa, como es el caso de las
libélulas, las efímeras y muchos mosquitos. Cuando de estos estados
inmaduros emerjan los adultos, las larvas de los ácaros se pasarán y
sujetarán a ellos, siendo transportados en esta forma al medio aéreo y
terrestre; no será sino hasta entonces cuando los ácaros actuarán
como parásitos; buscarán un sitio adecuado del huésped para
introducir sus quelíceros y empezar a alimentarse de su hemolinfa.
Todo el tiempo que el insecto semiacuático permanezca en el ambiente
terrestre, con objeto de alimentarse o aparearse, o ambas cosas, los
ácaros continuarán sujetos a él. Más tarde o más temprano los
insectos adultos regresarán al agua, sobre todo las hembras que
deberán ovipositar en ella. Es el momento que las larvas de los ácaros
aprovechan para desprenderse del huésped y caer al agua,
continuando allí su ciclo de vida. Buscarán un sustrato adecuado, que
puede ser alguna de las plantas acuáticas, al cual se fijarán con sus
quelíceros para tranformarse en la protoninfa quiescente y de la cual
emergerá poco después la deutoninfa.

70
Hay insectos acuáticos que cuando se seca el charco en el que viven
son capaces de salir por el tiempo que sea necesario (dentro de ciertos
límites) para buscar otro depósito de agua donde puedan continuar su
ciclo de vida. En varias de estas especies las larvas de ácaros parásitos
prolongan su periodo de fijación al huésped y allí mismo se
transforman primero en proto y luego en deutoninfa, dentro de la
cubierta larval; finalmente, esta cubierta se rompe y sale de ella la
deutoninfa activa, que inmediatamente comienza a nadar y a buscar
su alimento como depredadora; la exuvia o exoesqueleto de la larva
permanecerá unido al cuerpo del huésped, aunque ya no tenga nada
adentro. En caso de que alguno de estos insectos tenga que emigrar a
otro depósito de agua, las deutoninfas, dentro de la cubierta larval, no
saldrán sino hasta que el insecto regrese al agua.

Hay otros casos en que la larva sale del huevo y sin alimentarse se
transformará inmediatamente en protoninfa quiescente, de la cual
emergerá a su debido tiempo la deutoninfa.

Las deutoninfas son muy activas y voraces y depredan todo lo que


pueden; una vez llenas se transformarán en tritoninfas también
quiescentes, que darán finalmente origen a los adultos; éstos también
depredarán gran cantidad de presas y llegado el momento llevarán a
cabo el apareamiento, repitiéndose el ciclo.

Una modalidad a este cuadro general se presenta en algunas especies


de la familia Unionicolidae, donde las ninfas y los adultos no llevan una
vida libre como todas las demás, sino que parasitan varias especies de
moluscos y esponjas. Su forma de alimentación no es como la de las
larvas en general, que se alimentan una sola vez y en un solo punto de
fijación, hasta llenarse; en este caso suelen atacar a sus huéspedes en
repetidas ocasiones y en diversos sitios. Algunas larvas de estos
organismos no son parásitas y lo único que hacen es nadar
activamente, y ayudan con esto a la dispersión de la especie dentro del
lago; otras viven como parásitas de mosquitos quironómidos.

Por lo que se refiere a los ácaros marinos, ya se mencionó que se


agrupan en una sola familia Halacaridae, que abarca alrededor de 400
especies.

Los halacáridos están distribuidos en todos los mares del mundo,


encontrándose a diferentes latitudes y profundidades. Aparte del mar,
pueden vivir también en aguas salobres y dulceacuícolas. La mayor
parte se localiza en la zona de mareas y en las acumulaciones de algas
marinas; hay, sin embargo, especies que se han colectado a grandes
profundidades; en estas zonas abisales se han hallado a más de 4 000
m de profundidad. Pueden encontrarse también en ciertas cuevas y
lugares muy alejados de las costas, a los cuales han llegado mediante
las corrientes subterráneas.

71
Al contrario de los dulceacuícolas, los ácaros marinos no son buenos
nadadores, sino que se arrastran por el fondo o se sujetan firmemente
de algún sustrato marino, como pueden ser corales, esponjas, erizos
de mar, diversas conchas de moluscos, etc. Esto lo pueden realizar
gracias a las poderosas uñas con que están provistas sus patas. Esto
hace que las técnicas para colectarlos sean muy diferentes a las
empleadas para la captura de otros ácaros. Si por ejemplo, se les
busca sobre un trozo de coral, será muy difícil localizarlos a simple
vista, pues son tan pequeños y están afianzados con tal firmeza al
sustrato que fácilmente pasan inadvertidos. Para obtenerlos, deberá
ponerse el trozo de coral dentro de una cubeta llena de agua de mar y
agregarse un poco de cloroformo o éter, para adormecerlos. Deberá
esperarse de veinte minutos a media hora, para después sacudir
fuertemente el coral dentro de la cubeta con el fin de que los ácaros
adormecidos se desprendan; este líquido finalmente se filtrará por un
cedazo. El filtrado se observará bajo el microscopio, donde por último
aparecerán los ácaros. Para conservarlos se agregará un poco de
alcohol de 70°.

Un buen número de halacáridos tienen hábitos depredadores y se


alimentan de numerosos invertebrados pequeños, tanto en las zonas
litorales como en las abisales; otros son fitófagos, que se nutren sobre
todo de algas; otros más son saprófagos y algunas especies viven
como parásitos internos o externos de animales marinos,
principalmente de mamíferos.

Por la gran cantidad de especies acuáticas que en la actualidad se


conocen, cuyo número sigue aumentando día con día, nos damos
cuenta del enorme éxito que los ácaros han tenido en este medio
secundario adoptado por ellos. Con todo esto se puede confirmar
también la gran plasticidad del grupo y su increíble poder de
adaptación a cualquier tipo de hábitat. Por lo visto, están
potencialmente capacitados para salir adelante en cualquier cambio de
vida que emprendan.

72
X . L A S B O M B A S S U C C I O N A D O R A S D E
S A N G R E

LOS ácaros más importantes desde el punto de vista médico y


veterinario son, sin duda alguna, las garrapatas, no sólo por su
condición de parásitos obligados, sino por las graves consecuencias
que este parasitismo acarrea consigo.

Los daños más notorios y graves son desde luego los que originan en
el ganado de muchos países. En México, desde hace años, lesionan
severamente la economía del país, calculándose las pérdidas en unos
300 millones de dólares anuales; tan sólo en 1983, se dejaron de
producir más de 54 000 toneladas de carne. El problema ha sido tan
grave que, en 1975, se creó el Fideicomiso Campaña Nacional contra
la Garrapata, con el fin de abatir y de ser posible exterminar sus
poblaciones. Sin embargo, la campaña se hizo a base de productos
químicos y a pesar de que los 13 131 baños garrapaticidas que
existían en 1975 aumentaron a 35 360 en 1983, año en que se disolvió
dicho fideicomiso, el problema de las garrapatas siguió y continúa
vigente.

Lo irónico del asunto es que este grave problema, de tan difícil


solución, ha sido propiciado por el propio hombre, aunque sin tener
conciencia de lo que hacía; esto, desde luego, no es ninguna
excepción, pues como en el caso de cualquiera otra plaga, ésta
también apareció como resultado de una producción masiva del
recurso.

Las principales garrapatas que atacan al ganado pertenecen al


género Boophilus, con seis especies en todo el mundo, dos de ellas en
México. Existe otro género muy cercan o, elMargaropus, con tan sólo
tres especies. Por las características tan parecidas que comparten
estos dos géneros, se piensa que deben de haber tenido un origen
común y que ambos deben de haber estado igual y ampliamente
representados por sus respectivas especies. Además, en los dos se ha
llegado a conformar a lo largo de su evolución el ciclo de un solo
huésped (en lugar de tres, que es lo más común entre las demás
especies), que es el más conveniente y el menos riesgoso para una
garrapata. No obstante esto, mientras Boophilus tiene una amplia
distribución y está perfectamente establecido en muchos
países, Margaropus se encuentra en vías de extinción, en tan sólo
ciertas regiones del continente africano. La probable explicación a esto,
sugerida por el doctor H. Hoogstraal, conocido investigador que ha
estudiado este problema de cerca, puede ser la siguiente: dos de las
especies de Margaropus son parásitas en la sabana de las tierras bajas
de África y sólo ocasionalmente se ha encontrado a una de ellas sobre

73
cebras y antílopes, sin haber logrado adaptarse a ningún animal
doméstico. La tercera especie ha logrado sobrevivir gracias a que pudo
adaptarse a los caballos introducidos por el hombre, cuando éste mató
a sus huéspedes originales, las cebras de las montañas, ahora casi
extinguidas; sin embargo, siendo esta especie de costumbres
invernales, está limitada a vivir en las montañas frías del sur de África.
Las especies de Boophilus, en cambio, lograron adaptarse con gran
éxito a los animales domésticos, cuyo progreso y desarrollo ha sido
ampliamente fomentado por el hombre, ayudando con esto de manera
automática al progreso de sus ectoparásitos. Esto, con el tiempo, ha
resultado en el grave problema al cual tiene que enfrentarse hoy día
sin tener muchas esperanzas de poder resolverlo.

Se han invertido millones de dólares en campañas contra estos


animales, se han aplicado infinidad de garrapaticidas y otros
mecanismos de control y el problema sigue en pie; continuamente
aparecen formas resistentes a las diferentes substancias químicas y su
tasa de crecimiento es tan grande que, a pesar del alto grado de
mortalidad que presentan aquéllas, siempre logra sobrevivir un
porcentaje lo bastante alto para mantener la especie. La gran vitalidad
de los pocos ejemplares que llegan a sobrevivir, después de una
campaña intensa, permite que nuevamente crezcan y se reproduzcan,
recuperándose en poco tiempo la población de individuos.

De acuerdo con las características adaptativas que poseen, el


ectoparasitismo de las garrapatas debe remontarse a muchos millones
de años atrás. Se piensa que su adaptación a esta forma de vida pudo
muy bien haberse iniciado hace aproximadamente 200 millones de
años, a fines del Paleozoico y principios del Mesozoico, pudiendo haber
tenido como primeros huéspedes los numerosos reptiles de esa época.
Muchos de estos grandes vertebrados tuvieron la piel suave y
seguramente representaban una rica y accesible fuente de alimento
para las garrapatas; todavía ahora diversas especies parasitan muchos
reptiles.

Millones de años después, a principios del Terciario (hace 60 millones


de años), las líneas primitivas de las aves y los mamíferos
experimentaron de pronto un desarrollo exuberante, viniendo a
sustituir a los reptiles como los vertebrados terrestres dominantes.
Todos estos nuevos animales, provistos ya de sangre caliente,
elemento que había aparecido ya en algunos reptiles, favorecieron de
manera notable la adaptación al parasitismo de numerosas especies de
artrópodos y, desde luego, de las garrapatas. La transformación de las
escamas reptilianas en pelos y plumas les proporcionaron un
microhábitat ideal para la vida parásita, ya que constituía un lugar
para refugiarse y protegerse, con temperatura más o menos constante
y alimento siempre disponible. Otras especies aprovecharon
igualmente las madrigueras, los nidos y refugios en general de todos

74
estos vertebrados, lugares muy adecuados para resguardarse y
reproducirse, teniendo a la mano al huésped, del cual se alimentarían
durante su descanso o sueño. Esta situación ha prevalecido hasta
nuestros días.

Como se indicó en el primer capítulo, las garrapatas son los ácaros de


mayores dimensiones; estando bien llenas, por la sangre ingerida y
por el desarrollo de sus huevos, algunas hembras llegan a medir hasta
3 cm de longitud; los machos siempre son más pequeños. Aparte de
sus quelíceros que se encuentran volteados hacia afuera, provistos de
dientes curvos y de los pedipalpos sin uñas, presentan un órgano de
penetración muy poderoso que es el hipostoma, armado con
numerosos dientecillos; por medio de él y de sus quelíceros se fijan
firmemente a la piel de su huésped, sellan además el lugar de la
perforación con un cemento especial; la picadura no la siente la
víctima debido a una substancia anestésica que inyectan junto con la
saliva. Para desprender una garrapata, nunca se debe arrancar con
fuerza, pues las partes bucales están tan bien sujetas al huésped que
con el tirón no se logra más que romperlas, quedándose entonces
dentro de la piel, lo cual suele proporcionar un medio favorable para la
invasión de bacterias piógenas, que provocarán una infección
secundaria de más serias consecuencias. Lo que debe hacerse es
cubrir la garrapata durante un buen rato con un algodón mojado con
alcohol, para que, al no poder respirar, ella misma afloje los
dientecillos de sus quelíceros e hipostoma y salga por sí sola. No se
recomienda seguir la costumbre de quemar la garrapata con un cigarro
prendido, pues con frecuencia la piel sale dañada.

Las garrapatas son parásitos obligados que, según la especie, pueden


atacar a cualquier vertebrado terrestre, incluso al hombre. Se
encuentran distribuidas por todo el mundo, pero son más abundantes
en las regiones tropicales y subtropicales. Las más primitivas son las
que pertenecen a la familia Argasidae, también conocidas como
garrapatas blandas, por no tener escudos que cubran su cuerpo,
siendo éste de consistencia coriácea. Los antiguos mexicanos las
designaban con el nombre náhuatl de tlalaxin que, con la llegada de
los españoles, se transformó en tlalaje o talaje. Los tarascos en
Michoacán las llamaban turicata. Estos dos nombres pasaron después
a formar parte de la nomenclatura científica, designándose a las dos
especies más comunes de México como Ornithodoros talaje y O.
turicata.

Los argásidos son esencialmente nidícolas, parásitos temporales que


se alimentan de su huésped cuando éste llega a dormir o a descansar
a su nido o madriguera. Los adultos pueden picar y alimentarse varias
veces con intervalos variables. Su ciclo de vida consta de huevo, larva,
uno a varios estadios ninfales y adulto; son los únicos ácaros que
llegan a tener más de tres estadios ninfales; algunas especies pasan

75
hasta por ocho de estos estadios; además, después de haber
alcanzado el estado adulto, pueden seguir mudando. La hembra pone
huevos durante meses, con interrupciones de variada duración; en
total llega a depositar entre 300 y 500 huevecillos, los cuales quedan
sueltos o forman pequeños grupos de dos o tres.

La otra familia Ixodidae comprende garrapatas más evolucionadas y


especializadas que, por tener una placa dorsal muy resistente, se les
llama garrapatas duras. En México se les han dado diversos nombres
comunes, como conchudas, plateadas, tostoneras, bermejas, chatillas,
etc. A las larvas de algunas de estas especies, que abundan en los
campos y que constituyen plagas muy molestas para el hombre y los
animales, se les conoce como pinolillo o mostacilla.

Figura 8. Ejemplos de garrapatas. (a) Antricola mexicanus Hofmann, de la


Familia de Argasidae. (b)Amblyomma scutatum Neumann, de la Familia
Ixodidae.

Los ixódidos son fundamentalmente hospedícolas, o sea que viven la


mayor parte del tiempo sobre el cuerpo del huésped y, a diferencia de
los argásidos, pican y se alimentan una sola vez, hasta llenarse, en
cada etapa de su ciclo de vida después del embrionario. Los estados de
desarrollo comprenden el huevo, la larva, un solo estadio ninfal y el
adulto. La mayor parte de las especies necesitan de tres huéspedes
para completar su ciclo, que transcurre como sigue: la hembra es
fecundada sobre el huésped y una vez repleta por la sangre ingerida y
por los huevos en desarrollo, se desprende, cae al suelo y allí, en
forma muy torpe y lenta por el abultamiento de su cuerpo, se entierra,
para poco después empezar a poner sus huevos; la oviposición es
continua, sin interrupciones, muriendo la hembra al final de ella. De
acuerdo con la especie, pueden depositar entre 500 y 15 000 o más

76
huevecillos, que quedan aglutinados en masas compactas. Poco tiempo
después, nacen las pequeñas larvas hexápodas, que permanecen
quietas durante algún tiempo y consumen el vitelo que todavía
conservan en su interior. Posteriormente, si algún huésped en potencia
anda por los alrededores, las larvas lo percibirán por el CO2que exhala
con la respiración; de inmediato se subirán a las plantas cercanas y
agarrándose con las patas posteriores, levantarán las anteriores a
manera de antenas para orientarse respecto a la situación del animal
que se aproxima; si éste llega a rozar dichas plantas, las larvas se
agarrarán de él con habilidad asombrosa. Una vez sobre el huésped,
escogerán un lugar adecuado para fijarse y comenzar a succionar linfa,
pues las larvas todavía no son hematófagas. Después de llenarse,
caerán nuevamente al suelo para mudar y transformarse en ninfas, ya
octópodas, que a su vez buscarán otro huésped para nutrirse; de
nuevo, las ninfas repletas caerán al suelo, mudarán y se transformarán
en adultos, los que se subirán al tercer huésped, sobre el cual tendrá
lugar el apareamiento, para repetirse el ciclo.

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Figura 9. Ciclos de vida de garrapatas ixódidos. A. Con un solo huésped.
Ejemplo: Boophilus sp. B. Con tres huéspedes. Ejemplo: Amblyomma sp. A. a)
Larvas en la punta de las hierbas, dispuestas a agarrarse al huésped que
pace. b) larvas sobre el huésped; después de alimentarse se transforman en
c) ninfas, las que después de alimentarse se transforman en d) machos y e)
hembras; f) hembra fecundada y alimentada, se desprende del huésped y g)
cae al suelo donde oviposita; h) al cabo de algún tiempo eclosionan las larvas.
B. a) Larvas en la punta de la maleza; b) larvas sobre el primer huésped (rana
u otro vertebrado terrestre), del que se alimentan y c) caen al suelo y se
transforman en ninfas; d) ninfas sobre el segundo huésped (ratón u otro
vertebrado terrestre), del que se alimentan y e) caen al suelo para
transformarse en machos y hembras; f) estos adultos se suben a un tercer
huésped (vaca u otro vertebrado terrestre), donde se alimentan, se aparean y
g) la hembra fecundada y alimentada cae al suelo, h) donde oviposita; i)
después de algún tiempo las larvas eclosionan.

Este modelo de tres huéspedes ha sido modificado por algunas


especies, que suprimen a uno de ellos: pasan las etapas de larva y
ninfa sobre un huésped y de adulto sobre otro. Finalmente, hay otras
pocas que se han concretado a un solo huésped, al cual se suben en
estado de larva y se alejan de él como adultos, después de alimentarse
y de haber tenido lugar el apareamiento. Para llevar a cabo este acto,
el macho se acerca a la hembra, se coloca en posición de vientre con
vientre; la agarra firmemente con sus patas, empieza a introducir y
sacar repetidas veces las partes bucales en el orificio genital de la
hembra, con lo cual la excita y comienza a dilatar esta abertura; a
continuación, el orificio genital del macho, que esta frente al de la
hembra, expulsa un espermatóforo, que pega a la vulva de la hembra
y con sus partes bucales procura introducirlo al orificio femenino; la
hembra entonces succiona todo el contenido del saquito y desecha la
cubierta, que queda en el exterior. Después de esto, el macho la suelta

78
y se aleja; la hembra efectúa todavía una serie de contracciones del
cuerpo y continúa finalmente su camino.

El acto de la oviposición es también muy particular en las garrapatas


ixódidos. Llegado el momento, la hembra ovígera que se encuentra en
el suelo empieza a poner sus huevecillos uno por uno mediante un
pequeño ovipositor, pero con cada huevecillo que aparece, de la parte
anterior y dorsal del cuerpo, sale una estructura membranosa con
proyecciones como dedos, que se extiende hasta el orificio genital,
toma el huevecillo, lo envuelve con una substancia protectora en
contra de la desecación y lo coloca en la parte dorsal y anterior del
cuerpo de la hembra. El huevo que no se impregna bien de esta
substancia se seca y no se desarrolla. Esto se repite con cada uno de
los huevos; al final, quedará la hembra muerta, con una gran masa de
huevecillos por delante de ella. La estructura membranosa, que se
conoce con el nombre de órgano de Gené, se contrae y desaparece en
cada ocasión que suelta un huevo.

El parasitismo de las garrapatas ha tenido graves repercusiones en la


salud del hombre y los animales. Entre las consecuencias provocadas
por sus picaduras hay que considerar:

1) Los efectos directos sobre la sangre, la piel o el organismo del


huésped, tales como dermatosis, anemia, parálisis, toxicosis y
otoacariasis. 2) La transmisión de microorganismos patógenos al
hombre y animales.

Es bien conocida la reacción de ciertos individuos frente al ataque de


las garrapatas, sea en su etapa larval o en sus estados de ninfas o
adultos. Las dermatosis que se originan por los alergenos que hay en
su saliva pueden ser desde leves hasta muy intensas, según el grado
de sensibilidad del sujeto y del de parasitación.

Cuando grandes cantidades de garrapatas parasitan un solo huésped,


por si solas pueden ocasionarle serios trastornos, tanto por la muy
considerable pérdida de sangre como por las irritaciones de la piel. En
México es frecuente que gallinas atacadas por numerosas garrapatas
del género Argas se debiliten a tal grado que muchas de ellas mueran;
también especies de Ornithodoros pueden ocasionar daños muy serios
a cerdos, carneros, etc., lo mismo que las especies
de Boophilus y Amblyomma al ganado bovino y equino; una vaca con
fuerte infestación puede perder muchos litros de sangre en una
temporada, bajando intensamente la producción de leche y de carne,
además de sufrir el deterioro de la piel. Casos de anemia como estos
son, desgraciadamente, muy frecuentes en el país.

Estos síntomas de debilitamiento general por pérdida de sangre se


agravan aún más por los efectos tóxicos de la secreción salival, que
varían según la especie de que se trate; con frecuencia se nota

79
disminución de los glóbulos rojos, que puede llegar a ser hasta de
10%; las lesiones locales suelen presentarse como pápulas
pruriginosas muy dolorosas, que pueden ulcerarse.

Por lo que se refiere al hombre, parece ser que las picaduras de los
argásidos provocan reacciones más intensas que las de los ixódidos.
En gran cantidad de casos, estas toxicosis son producidas por formas
juveniles además de los adultos. Se ha comprobado que especies
de Argas, cuyos huéspedes normales son las aves de corral, cuando
ocasionalmente llegan a atacar al hombre suelen causarle reacciones
graves, con pérdida del conocimiento, aparte del intenso dolor e
inflamación en el lugar de la picadura. Lo mismo se ha dicho de varias
especies de Ornithodoros, que han llegado provocar la muerte de
personas; especialmente temida es la picadura de O. coriaceus, que
ocasiona dolor insoportable y fuerte inflamación local.

El prurito que se manifiesta después de la picadura de una garrapata


generalmente es pasajero, pero en ocasiones llega a prolongarse por
meses y años; esto depende también de la toxicidad de la especie y de
la susceptibilidad del individuo.

Las numerosas heridas en los animales, agrandadas por raspaduras,


rascados y frotamientos, ofrecen además un campo favorable para
infecciones secundarias por múltiples bacterias, produciéndose con
frecuencia inflamaciones locales muy serias con abscesos. Asimismo,
estas lesiones son la atracción de numerosas moscas, algunas de las
cuales ponen ahí sus huevos y ocasionan padecimientos que se
designan como miasis. Uno de los más frecuentes y que ocaciona
grandes daños a la ganadería del país es el originado por el llamado
gusano barrenador.

El cuadro más grave que puede presentarse por la picadura de una


garrapata es el de la parálisis, que es originada esencialmente por
especies de ixódidos. Son susceptibles a este padecimiento el hombre,
sobre todo los niños, los mamíferos domésticos y algunos silvestres
como la zorra azul, el búfalo, ciertos roedores y algunas aves como las
gallinas; experimentalmente se ha visto que son susceptibles también
algunos animales de laboratorio como cuyos y hámsteres. El primer
caso humano en México fue encontrado y estudiado por nosotros en
1969; también se ha podido comprobar en algunos animales. Aunque
no es un padecimiento muy común, hay más casos en el país de lo que
se podría sospechar; desgraciadamente, la mayor parte de ellos son
mal diagnosticados y confundidos con otras enfermedades.

La parálisis, que es progresiva, la pueden causar una o varias


garrapatas de determinadas especies, sin importar edad, peso o
tamaño del individuo atacado; tampoco importa la parte del cuerpo
humano a la que se fije la garrapata para alimentarse, aunque las
manifestaciones son más graves cuando se implanta en la base del

80
cerebro o de la médula espinal o cerca de ellas. Parece ser que estos
cuadros sólo los originan las hembras.

Los síntomas clínicos en el hombre son los de toxemia generalizada,


que puede manifestarse en el curso de las primeras 24 horas o
después de varios días de fijación de la o las garrapatas; se presenta
una parálisis motora progresiva, que se prolonga por un periodo
aproximado de 2 a 10 días, frecuentemente con elevación de
temperatura, dificultad para respirar y tragar alimentos, desaparición
de reflejos, todo lo cual puede conducir al estado de coma y muerte
del individuo. La recuperación del paciente dependerá de la prontitud
con que se localicen y desprendan la o las garrapatas que lo estén
atacando, así como del grado de parálisis que haya alcanzado. Los
trastornos musculares suelen desaparecer pronto, aunque hay casos
en que la debilidad muscular puede persistir durante varias semanas.

En los animales afectados por este padecimiento se pueden presentar


ligeras variantes, pero en general los síntomas que se manifiestan son
semejantes a los del hombre.

Finalmente, existen garrapatas que se han adaptado a vivir en las


orejas de sus huéspedes, como el argásido Otobius megnini y el
ixódido Anocentor nitens. La primera especie tiene una amplia
distribución en el mundo y en algunos países representa un serio
problema, ya que es posible que cause la muerte de sus huéspedes,
que pueden ser prácticamente todos los mamíferos domésticos y
varios silvestres. No es raro que invada también el oído del hombre y
cause otoacariasis bastante molestas.

Por lo que se refiere al importante papel que las garrapatas


desempeñan como vectores de numerosos microorganismos
patógenos, dicha transmisión la pueden llevar a cabo de tres maneras
diferentes: a) Durante la picadura por la saliva secretada por las
glándulas salivales. b) Por los productos de desecho excretados a
través del uroporo. c) Por el líquido excretado por las glándulas coxales
(ésto sólo en Argasidos).

Los gérmenes patógenos que pueden transmitir son los siguientes:

1) Arbovirus. De acuerdo con Hoogstraal (1966), de 60 especies de


ixódidos y 20 de argásidos se han identificado 68 tipos distintos de
arbovirus, de los cuales 21 afectan al hombre en diversos países. La
transmisión de estos virus a los vertebrados es por medio de la saliva.
Dentro del cuerpo de las garrapatas pasan de un estadio al otro, y
también hay transmisión sexual y transovular.

2) Bacterias. En primer lugar, está el importante grupo de las


espiroquetas, que son causa de la fiebre recurrente y que son
transmitidas principalmente por argásidos del

81
género Ornithodoros. Ésta es una enfermedad del hombre y roedores,
con amplia distribución en el mundo; se encuentra en países de África,
Asia, Europa y América. En México el agente causal es la Borrelia
turicata, transmitida por Ornithodoros turicata. En estos casos, las
garrapatas actúan también como reservorios naturales del germen,
que puede pasar transovularmente de una generación a otra. La
infección tiene lugar por la picadura de una garrapata, pero el líquido
de las glándulas coxales desempeña un esencial papel, ya que va
saturado de espiroquetas que pueden penetrar por el orificio de la
picadura o también a través de la piel.

En varios países del Viejo Mundo y en Brasil, otra especie, agente


causal de la espiroquetosis aviar, causa grandes bajas entre las aves
domésticas y es transmitida por especies de Argas.

Otra enfermedad, la tularemia, que ataca fundamentalmente a los


conejos y al hombre, existe también en México, así como en otros
muchos países de América y del Viejo Mundo. El agente etiológico es
otra bacteria y sus vectores principales son ixódidos.

3) Rickettsias. Este grupo de gérmenes es sumamente importante en


México; grandes personalidades científicas como Ricketts, Mooser, y
otros más han venido a estudiarlas a nuestro país. La más importante
rickettsiosis transmitida por garrapatas es, desde luego, la llamada
fiebre de las Montañas Rocosas, ampliamente diseminada en América y
cuyo agente causal es la especie Rickettsia rickettsi. En México es
transmitida por dos especies de ixódidos de los
géneros Rhipicephalus y Amblyomma.

Otras muchas rickettsias son transmitidas por garrapatas en varios


países. Una de las más diseminadas y que causa grandes bajas entre
el ganado bovino principalmente es la especie Anaplasma
marginale, origen de la anaplasmosis; los agentes vectores en México
son dos especies de ixódidos del género Boophilus, aparte de algunos
dípteros.

4) Protozoarios. Unas de las especies que más interesan al médico


veterinario son las pertenecientes al género Babesia, que
ocasionalmente atacan al hombre, sobre todo las de roedores. En
México, la Babesia bigernina, que origina la piroplasmosis o babesiasis
bovina vulgarmente llamada "ranilla", es transmitida también por las
dos especies deBoophilus.

5) Filarias. Ciertas especies de estos parásitos pueden ser transmitidas


tanto por argásidos, como por ixódidos a diversos animales.

6) Hongos. Algunas micosis que afectan tanto al hombre como a los


animales domésticos y silvestres, son transmitidas por especies de
ixódidos.

82
Muchas cosas más se podrían decir sobre este importante grupo de
parásitos, pero el objetivo de este libro es señalar tan sólo lo
fundamental de cada entidad. Creemos haberlo logrado en lo referente
a estos pequeños pero dañinos animales, que bien pueden
considerarse entre las más efectivas bombas succionadoras de sangre.

X I . C O S T U M B R E S I N S Ó L I T A S

DENTRO del orden Prostigmata se incluyen varias familias de ácaros


asociadas a un gran número de insectos, de los cuales se alimentan
pero en forma diferente, según el caso, unos como depredadores,
otros como parásitos y otros también como parasitoides.

Ácaros depredadores abundan en la fauna del suelo, en las galerías


hechas por los escarabajos descortezadores y en otros muchos sitios,
donde se alimentan de infinidad de insectos pequeños como
colémbolos, o de huevecillos y estados inmaduros de otros más
grandes. Sobre la actuación e importancia de todos estos ácaros se
trata detalladamente en otro capítulo de esta obra. Su papel como
parásitos se maneja igualmente en varios de los temas tratados en
este libro, por lo que en esta ocasión desearíamos señalar algo
respecto a su actuación como parasitoides; pero para que se entienda
bien la naturaleza de estas diferentes situaciones, antes de seguir
adelante, convendría aclarar cada uno de estos términos que, de
manera muy general, se refieren a la relación que se establece entre
dos individuos (o en su caso, dos poblaciones) de diferentes especies,
en la cual uno de los dos sale beneficiado y el otro dañado; para el que
sale favorecido, la relación es obligatoria, pues si no la realiza, muere.

En el caso de la depredación, uno de los dos individuos es el


depredador y el otro la presa. El depredador es un macrófago, siempre
externo a su presa; puede haber un individuo depredador que se
alimente de una población de su presa, a la cual daña y causa
generalmente muerte violenta de individuos.

En el parasitismo, uno de los individuos es el parásito y el otro el


huésped. El parásito es un micrófago, interno o externo a su huésped;
en este caso es al contrario, una población de parásitos puede
alimentarse de un individuo huésped. El parásito se alimenta del
huésped mientras éste vive, provocando su muerte sólo en casos
extremos.

Tanto el depredador como el parásito dependen en lo metabólico de la


presa o del huésped respectivamente; sin embargo, en el segundo
caso hay además la presencia de substancias antigénicas por parte del
parásito y en respuesta a estos antígenos el huésped generalmente

83
sintetiza anticuerpos. En los vertebrados que poseen inmunoglobulinas
se habla de una respuesta inmunológica; en los invertebrados que no
tienen inmunoglobulinas, hay una respuesta de defensa, consistente
en fagocitosis, encapsulamiento, melanización y ciertas respuesta
humorales en el caso de los artrópodos o de otra naturaleza en los
diferentes invertebrados, como la nacarización en los moluscos.

Por lo que se refiere al parasitoidismo, es una forma intermedia entre


depredación y parasitismo y con frecuencia se confunde con alguno de
estos dos conceptos. Pero en este caso hay generalmente paralización
previa o simultánea a la alimentación por parte de la hembra de la
especie parasitoide, en que puede haber variantes, sea que se trate de
insectos o de ácaros.

El ejemplo clásico del primero es el de la avispa y la tarántula. El


himenóptero hembra, mediante cierta cantidad de toxina que inyecta
con su aguijón, paraliza al arácnido; a continuación deposita un huevo
en la tarántula; nace poco después una pequeña larva que se
introduce en el cuerpo de su huésped, donde comienza a alimentarse
de sus tejidos vivos. La tarántula permanece con vida, pero paralizada,
y continúa nutriendo a la larva durante todo su desarrollo hasta que
ésta, después de varias mudas, se transforma en pupa para llevar a
cabo el proceso de la metamorfosis; todo esto sucede dentro del
cuerpo de la tarántula, de la que, al final, no queda más que su
cubierta exterior o exoesqueleto. Por último, emerge la avispa adulta,
alada, que emprende el vuelo para buscar a su compañero sexual y
llevar a cabo el apareamiento. La hembra ya fecundada vuelve a
buscar una nueva tarántula, y se repite el ciclo.

Por regla general, un solo parasitoide se come todo el interior de la


tarántula y no es él el que la paraliza, sino su madre, que es el estado
adulto libre.

En los ácaros la situación es diferente; el mejor ejemplo se encuentra


en algunas especies del género Pyemotes, que viven como parasitoides
de muchas clases de insectos; atacan y con frecuencia matan a los
estados inmaduros de homópteros (pulgones, chicharras, escamas,
periquitos, etc.), coleópteros (escarabajos, mayates, frailecillos, etc.),
dípteros (moscas, tábanos, etc.), himenópteros (avispas, abejas,
abejorros, etc.), lepidópteros (mariposas y palomillas) y otros más. En
este caso, es la hembra fecundada del ácaro la que llega a un huésped
para alimentarse de él y durante este proceso le inyecta una toxina
con la saliva, que paraliza al insecto y finalmente lo mata. El ácaro
parasitoide no se introduce en el cuerpo de su huésped pero
permanece fijado a él, y se alimenta hasta que sus hijos alcanzan su
completo desarrollo, naciendo como adultos; después del
apareamiento, la hembra busca un nuevo huésped para reiniciar el
proceso.

84
A diferencia de los insectos, aquí pueden atacar no sólo uno, sino
múltiples parasitoides a un huésped y son las hembras directamente
las que actúan como tales.

Muchos de los ácaros que viven como parásitos o parasitoides de los


insectos han sufrido grandes modificaciones en su biología durante el
curso de su evolución y adaptación a esta forma de vida; empiezan por
las estrategias que las diferentes especies han tenido que desarrollar
para poder localizar a sus respectivos huéspedes y lograr, asimismo,
permanecer sobre ellos o cerca de ellos; conjuntamente con esto, han
tenido que modificar también sus ciclos de vida, reduciendo o
suprimiendo varios de sus estadios, sobre todo aquellos que en un
momento dado pueden encontrarse desprotegidos o expuestos a algún
peligro; esto ha traído consigo cambios en el mecanismo para dar
nacimiento a su prole. Muchas de las especies ya no son ovíparas (que
ponen huevos), que era su condición inicial, sino que se han vuelto
ovovivíparas (que ponen huevos, pero con un embrión ya formado
adentro, próximo a nacer) y sobre todo vivíparas (que dan nacimentos
a organismos ya formados); pueden encontrarse en estado de larva,
de ninfa o hasta de adulto en el momento de nacer.

Volviendo a las especies de piemótidos antes mencionadas, aparte de


su parasitoidismo, son interesantes también por las alteraciones que
muestran en su comportamiento. La hembra virgen, recién nacida, es
sumamente pequeña, mide alrededor de 200 a 300 micrones; su
cuerpo, poco esclerosado, tiene una forma más o menos romboidal,
con el extremo posterior adelgazándose hacia atrás, que termina
redondeado; algunas de sus membranas intersegmentales en la mitad
posterior del cuerpo se encuentran plegadas, lo que permite la
distensión. Apenas nace, la hembra es fecundada por el macho que
generalmente es más pequeño y más ancho, con patas robustas, que
le permiten sujetar a la hembra durante el acto sexual. Si cuando nace
la hembra no encuentra a ningún macho, se queda esperando sobre el
cuerpo de su madre a que aparezca alguno; en caso de no aparecer,
esta hembra virgen podrá reproducirse partenogenéticamente, dando
nacimiento a puros machos; esto en caso de que logre sobrevivir
algunos días. Por su parte, las hembras que han sido fecundadas se
disponen a buscar nuevos insectos para continuar su ciclo.

En las especies que viven en las galerías hechas por los


descortezadores y que se alimentan de los huevos y las larvas de estos
escarabajos, las hembras de los piemótidos aprovechan los insectos
adultos para ser transportadas foréticamente a otras galerías. Según
algunos autores, el aspecto de estas hembras foréticas es diferente al
de las normales. En una u otra forma, la hembra se fija finalmente a
su insecto huésped y empieza a alimentarse de él; al cabo de pocos
minutos o de algunas horas, el insecto queda paralizado y después de
algunos días, muere. Debido al alimento ingerido y al desarrollo

85
simultáneo de los huevos, la parte posterior del cuerpo del ácaro
empieza a abultarse cada vez más, desdoblándose con ello los pliegues
intersegmentales; al cabo de unos 10 días se ve como una bolita
blanquecina, de tamaño completamente desproporcionado al cuerpo, y
llega a alcanzar hasta 2 mm de diámetro. A la capacidad de distender
esta parte de su organismo se le llama fisogastria. En este caso, los
estados de larva y ninfa han sido suprimidos, dando nacimiento
directamente a los adultos. De una hembra pueden emerger desde
unos cuantos hasta cerca de 300 individuos. Esto muchas veces
depende del número de ácaros que estén atacando al huésped, pues
cuando son muchos el número de descendiente será menor. Los
primeros en nacer suelen ser los machos, que siempre son en mucho
menor número que las hembras; mientras éstas aparecen, los machos
caminan sobre el cuerpo distendido de su madre, picando y
succionando substancias de la bolita de vez en cuando, por lo que por
un tiempo viven como ectoparásitos de su progenitora. A medida que
las hembras nacen, van siendo inmediatamente fecundadas por sus
hermanos, que ansiosos por hacerlo las ayudan a salir del cuerpo de la
madre; tanto ésta como los machos mueren poco después y las
hembras se dedican a buscar un nuevo huésped. Hay ocasiones en que
la madre muere antes de que su prole acabe de nacer; sin embargo,
cabe hacer notar que los nacimientos se continúan normalmente.

Algunas especies de piemótidos son muy abundantes en los graneros,


donde atacan a muy diversos insectos, pero de preferencia a especies
de mariposas; cuando son muy numerosos, pueden infestar en masa
100 o 200 individuos una sola oruga. En este sentido, se les puede
considerar benéficos, puesto que ayudan a controlar estas plagas; pero
por otro lado, cuando los granjeros manejan los granos y meten las
manos entre ellos, son infestados por estos ácaros que, al inyectarle
sus toxinas (en este caso sí atacan al hombre), les producen graves
lesiones en la piel, con intenso prurito y gran irritación; en personas
sensibles a esta toxina la dermatitis se acompaña de asma, fiebre,
náusea, fuerte dolor de cabeza y otros síntomas. Pueden presentarse
también infecciones bacterianas secundarias que complican más el
cuadro clínico. Este padecimiento es conocido en muchos países como
la "comezón del granjero". Pero no es exclusivo del hombre; otros
mamíferos, sobre todo los domésticos, pueden sufrir también graves
molestias por causa de estos ácaros. Las aves que llegan a ingerir
ácaros, junto con los granos contaminados tienen a menudo
consecuencias fatales.

Los insectos no necesitan ser atacados en masa para morir; un solo


ácaro hembra puede matar a su insecto huésped. Como se
mencionaba antes, tienen especial preferencia por las orugas de
mariposa; se conocen hasta la fecha más de 30 especies de
lepidópteros que han sido atacadas por estos ácaros.

86
Con frecuencia, investigadores interesados en programas de control
biológico mantienen cultivos de lepidópteros en sus laboratorios, con
fines de experimentación. Cuando en alguno de estos cultivos llegan a
presentarse piemótidos, la infestación crece rápidamente y acaba en
poco tiempo con todos los organismos. La única forma segura de
acabar con esta plaga es quemando todo el cultivo, pues de hecho no
existe ningún acaricida que no afecte en alguna forma también a los
insectos huéspedes.

Como se ve, los piemótidos pueden ser sumamente dañinos o rendir


grandes beneficios, según como se les maneje; por ejemplo, han
resultado muy efectivos para acabar con las poblaciones de hormigas
agresivas, incluyendo su reina.

La costumbre de aparearse entre hermanos al hombre común le


resulta extraño e inconcebible; esto es, sin embargo, muy frecuente en
el reino animal y, desde luego, está muy generalizado entre ciertos
ácaros, que en ocasiones llegan a extremos en verdad insólitos. Tal es
el caso, por ejemplo, de una especie de Adactylidium; este animal es
tan extremadamente pequeño que el contenido de un huevo de
tisanóptero (insecto también pequeño) va a servir de alimento a la
hembra durante toda su vida, permitiendo el desarrollo de sus huevos
hasta el estado adulto de los organismos; la prole casi siempre
consiste de ocho hembras y un solo macho. Apenas emergen del
cuerpo de su madre, las hembras buscan inmediatamente un nuevo
huevo de tisanóptero, y el único macho muere poco después, sin
haberse alimentado ni cruzado con alguna hembra. La razón de su
existencia no aparenta estar justificada, ya que el papel fundamental
de los machos entre los seres vivos, y hablando en términos generales,
es ayudar a mantener la especie mediante la aportación de la mitad de
los cromosomas necesarios para que se realice la recombinación
genética. Ciertas especies suelen alejarse temporalmente de la
sexualidad (si ése fuera el caso, la presencia del macho sale
sobrando); otras lo hacen en forma definitiva, exponiéndose a
desaparecer con algún cambio del medio, aunque por su particular
genotipo del momento logren sostenerse durante un tiempo más o
menos largo, reproduciéndose partenogenéticamente o mediante otra
forma asexual. Éste, sin embargo no es el caso del
ácaro Adactylidium, pues aunque al parecer no ha sucedido nada a la
vista del investigador, el macho, antes de nacer, ya habrá fecundado a
todas sus hermanas dentro del cuerpo de su madre. Habiendo
cumplido su misión en tan corta vida, todavía le quedan fuerzas para
nacer, y muere poco después.

87
Figura 10. Ácaros parásitos deinsectos. (a) Acarophemax sp.
(b) Pyemotes sp. (c) Hembra dePyemotes sp. con la parte posterior del
cuerpo muy abultada por el desarrollo interno de su prole.

No sucede lo mismo con especies de otro género


cercano, Acarophenax, pues en este caso el único macho copula con
sus 15 o más hermanas dentro del cuerpo de la madre, pero aquí ya
no le da tiempo de nacer, muriendo en el interior. El Acarophenax se
considera benéfico por algunos autores, ya que ataca a varias especies
de coleópteros graminívoros.

Dentro de este especial comportamiento hay muchas variantes; una de


ellas se encuentra en especies del género Siteroptes; estos ácaros
están implicados en daños causados a diversas gramíneas y sus
granos; se conocen, asimismo, como los agentes diseminadores de un
hongo patógeno para algunas plantas. Aquí también la parte posterior
del cuerpo de la hembra se distiende muchísimo por la alimentación y
por el desarrollo interno de sus hijos hasta la etapa adulta. En
ocasiones, de esta esfera materna llegan a salirse antes de tiempo
alguna larva, alguna ninfa y hasta algún macho; pero llegado el
momento, hay un nacimiento en masa al reventarse el cuerpo de la
madre. Por regla general hay muy pocos machos, pero por lo menos
uno; cuando son varios, pueden ser heteromórficos, o sea de aspecto
diferente. El apareamiento tiene lugar dentro del cuerpo de la hembra
antes de nacer, o fuera, después de reventar la esfera. Sin embargo,
son tantas las hembras que no todas alcanzan a ser fecundadas, a
pesar de que los machos tienen una vitalidad enorme en este sentido,
y puede llegar a copular cada uno de ellos hasta con más de 50 de sus
hermanas. Algunas de las que permanecen vírgenes logran
reproducirse partenogenéticamente, dando origen a puros machos.

88
Éstos son algunos de los ejemplos más conocidos y mejor estudiados
por diversos investigadores; sin embargo, el lector se asombraría de la
gran variedad de casos diferentes y modalidades que existen en la
naturaleza. Realmente, en el campo de los seres vivos, no pueden
establecerse estereotipos definidos en cuanto a forma, función y
comportamiento, pues la materia viva es tan dúctil y flexible que, por
la casualidad o por la necesidad, es capaz de moldearse y comportarse
de la manera más increíble e insospechable durante el largo curso de
su evolución.

89
X I I . T E S T I G O S D E C A R G O

EN VARIAS regiones de la República Mexicana y en ciertas épocas del


año los habitantes sufren dermatosis muy severas, causadas por el
ataque de ácaros sumamente pequeños, difíciles de distinguir a simple
vista y que son diferentes al conocido pinolillo o larvas de garrapatas
que con frecuencia invaden los campos y los potreros. En este caso se
trata de un grupo completamente distinto de ácaros pertenecientes a
la familia Trombiculidae, notables por vivir como parásitos obligados,
sólo en su estado larval. Las otras etapas de su ciclo de vida, ninfa y
adulto, son libres y de hábitos depredadores. En esa primera etapa de
su desarrollo pueden parasitar cualquier clase de vertebrado terrestre,
incluso al hombre. La consecuencia de ese parasitismo se traduce en
dermatitis más o menos serias, con intenso prurito y grandes
molestias para los huéspedes.

La importancia de estas larvas y su interés por conocerlas aumentó


grandemente cuando se comprobó que en algunas regiones de la
Tierra, como en el sureste de Asia, norte de Australia y las islas que
quedan entre ellas, desempeñaban el papel de vectores de gérmenes,
causa de una muy grave rickettsiasis o especie de tifo, que se conoce
con el nombre de "enfermedad del tsutsugamushi", "scrub typhus" o
"fiebre fluvial del Japón". Desde entonces, numerosos investigadores
de muchos países, pero sobre todo de Japón, Estados Unidos, Australia
e Inglaterra, abordaron el problema de su estudio.

Los trombicúlidos están ampliamente distribuidos en todas las regiones


del planeta, pero aunque en la actualidad se conoce una gran cantidad
de especies diferentes, hasta cierto punto son pocas las que
constituyen plagas molestas para el hombre; éstas, sin embargo,
dondequiera que se encuentren, son lo suficientemente notables por
los trastornos que originan como para haber sido designadas con
nombres especiales. Tal es el caso de los antiguos pobladores de estas
tierras (de México), que las conocían bien, refiriéndose a ellas con el
nombre náhuatl de tlalzáhuatl, derivado de tlalli = tierra, yzáhuatl =
sarna, o sea sarna que viene de la tierra; con el vocablo záhuatl, que
combinaban con otras muchas palabras, indicaban las afecciones
cutáneas que les producían intenso prurito, erupción e inflamación,
acompañadas de pápulas, ronchas, vesículas o pústulas; por esta
razón, los médicos españoles relacionaron esta palabra con la voz
española de sarna, aunque en éste, como en otros muchos casos, no
se trate de la verdadera sarna o escabiasis, clínicamente hablando.

El nombre de tlalzahuate ha llegado hasta nuestros días y se sigue


empleando en numerosas poblaciones del país, sobre todo en el estado
de Puebla. Se les conoce también con otras denominaciones comunes

90
como aradores y coloradillas, no sólo en México sino en varios países
de Latinoamérica. Existen también designaciones locales
como baiburín en Sonora, chek'ech en Yucatán, güinas en Nayarit,
etcétera.

Estos ácaros son sobre todo interesantes por las peculiaridades tan
notables y complejas que muestran en su comportamiento y biología,
algunas de las cuales son realmente únicas en el reino animal.

Aunque se encuentran en todos los continentes, las diferentes especies


se comportan de manera distinta en cada uno de ellos; así, en
Sudáfrica no se conoce que ataquen al hombre; en cambio, en Europa
y en América pueden parasitarlo y causarle dermatitis más o menos
serias; por último, en la región oriental y austromalaya no sólo lo
infestan y pueden causarle dermatitis, sino que además pueden
transmitirle los agentes causales de una grave rickettsiasis.

Existe también una variación en cuanto al comportamiento en el nivel


de especie, pues las hay que ni pican al hombre ni son capaces de
portar el germen patógeno; otras, pueden parasitarlo, pero no llevan
los gérmenes; otras más, actúan como vectoras de los
microorganismos, pero no atacan al hombre y, finalmente, aquellas
que no sólo lo pican sino que le transmiten las rickettsias.

Figura 11. Ejemplos de coloradillas (familia tromboculidae).


(a) whartonacarus nativitatisHoffmann. (b) Eutrombicula
alfreddugesi (oudemans), el "tlalzahuate".

La forma de transmitir estos microorganismos difiere también de la de


otros artrópodos debido al particular ciclo de vida de estos animales
que, como ya se indicó, presentan una etapa de parasitismo obligado

91
transitorio, que es la larval, pasan luego a los estados de vida libre que
son el ninfal y el adulto. Durante toda su vida la larva no toma más
que una sola alimentación, de un solo huésped, que es cuando puede
infectarse de éste; después, para que la transmisión de las rickettsias
a otro huésped pueda ser efectiva, la larva infectada necesitará
completar su ciclo biológico, pasando por los estados libres de ninfa y
adulto, llevar a cabo la fecundación, luego la oviposición y producir una
nueva generación de larvas, para que éstas, sólo entonces, puedan
transmitir los gérmenes a otros huéspedes vertebrados. Se ha
demostrado plenamente que las rickettsias pasan de la larva a la ninfa,
de ésta al adulto, y luego de la hembra adulta a los hijos, a través de
los óvulos, es decir, se trata de una infección tanto transestadial como
transovular.

En México, afortunadamente, los trombicúlidos no transmiten este tipo


de gérmenes patógenos, hasta donde se sabe; sin embargo, tres de
las poco más de 200 especies que se conocen en el país pueden
ocasionar serias dermatitis a los humanos. La sintomatología de este
padecimiento puede variar mucho, de acuerdo con el grado de
sensibilidad del individuo atacado y de la especie de coloradilla
involucrada; algunas personas, que aparentemente son la minoría, no
presentan reacción alguna por la picadura de estos ácaros; otras, en
cambio, son poco, mediana o sumamente susceptibles a su presencia;
la reacción fundamental es de tipo alérgico. En la ciudad de México se
han presentado en diversas ocasiones casos de extrema sensibilidad a
la especie Euschoengastia nunezi (Hoffmann), que en condiciones
normales infesta al pavo silvestre. Las lesiones que este ácaro provoca
son mucho más intensas que las de las otras dos especies que en este
país atacan al hombre. La más común es la Eutrombicula
alfreddugesi (Oudemans), el verdadero tlalzahuate que invade los
campos y forma plagas muy molestas; su presencia es más o menos
constante durante todo el año en ciertas regiones del país,
principalmente en los estados de Puebla y Oaxaca; sin embargo, es
mucho más abundante durante la época de lluvias y decrece en
número en la época seca, sobre todo durante el invierno, aunque no
llega a desaparecer completamente. Esta especie tiene un amplio
rango de huéspedes, pero muestran especial preferencia por las
lagartijas. Mucho menos frecuente es la especie Eutrombicula
batatas (Linneo), que también parasita muchos animales, pero
preferentemente ciertas aves. Estas dos especies
de Eutrombicula ocasionan también serias dermatosis en el hombre,
aunque de menor intensidad que la primera señalada.

Una de las causas del malestar local que estos ácaros originan es una
estructura de aspecto tubular, sumamente pequeña, llamada
estilostoma, que aparece en los tejidos del huésped justo en el sitio
donde la larva se fija a la piel por medio de sus quelíceros para poder
nutrirse y que durante mucho tiempo tuvo intrigados a numerosos

92
investigadores. Después de varias interpretaciones pudo finalmente
comprobarse que el estilostoma es un producto del parásito cuya
función, más que química, es de tipo mecánico, facilitando la ingestión
de los componentes celulares durante el proceso de la alimentación. Se
va formando por la inyección de una secreción de rápido
endurecimiento, transformándose gradualmente en un tubo
alimentador, a través del cual el ácaro vierte la saliva con enzimas de
acción histolítica, para después efectuar la succión del líquido tisular y
de los elementos celulares de los tejidos, todo parcialmente digerido.
Esta materia que se ingiere pasa primero a la cavidad bucal del ácaro y
más tarde al tracto digestivo, donde se completa la digestión del
alimento. Otra función del estilostoma es asegurar la fijación del ácaro
a la piel del huésped al sellar la abertura en el lugar de penetración, lo
que facilita también la fluidez del líquido nutritivo que se va
succionando.

Cuando las pequeñas larvas invaden a una persona, ésta por lo pronto
no se da cuenta y tampoco siente sus picaduras debido al líquido
anestésico que los ácaros inyectan con la saliva. Después de dos a 20
horas de haber introducido sus quelíceros en la piel de la víctima,
empiezan a aparecer pequeñas vesículas, sumamente rojas,
acompañadas de intenso prurito. Tanto la comezón como el
enrojecimiento de la piel pueden persistir por varias semanas,
dependiendo esto de la sensibilidad del individuo y del tratamiento que
se siga. En personas muy susceptibles es frecuente que se presente
fiebre. Pueden aparecer complicaciones más graves debidas a
infecciones secundarias, que se originan cuando se rasca la lesión con
manos sucias. El tiempo que la larva tarda en llenarse varía de tres a
10 horas en el hombre, después de lo cual se desprende, cayendo al
suelo. Para fijarse, seleccionan las partes más blandas del cuerpo, o
donde la piel es delgada y arrugada; tienen especial predilección por la
cintura, donde el cinturón hace presión sobre la piel; de igual manera,
se les suele encontrar en el pubis, en las ingles y en las axilas; cuando
son muy numerosas, pueden invadir todo el cuerpo.

Las especies que ocasionan este tipo de dermatitis son generalmente


las mismas que forman grandes plagas en los campos y que no son
muy específicas en la selección de sus huéspedes; el hombre, sin
embargo, no debe considerarse más que huésped ocasional o
accidental, al cual se fijan cuando no tienen oportunidad de encontrar
a alguno de sus huéspedes habituales; a éstos, curiosamente, casi
nunca les ocasionan dermatitis, sobre todo si se trata de reptiles, los
que al parecer ni siquiera notan la presencia de los ácaros.

El ciclo de vida de los trombicúlidos se compone de siete etapas


diferentes: huevo, prelarva, larva, protoninfa, deutoninfa, tritoninfa y
adulto. Las fases de prelarva, protoninfa y tritoninfa son estados
quiescentes, en que el ácaro permanece inmóvil mientras sufre

93
grandes cambios histoanatómicos en su interior; estas etapas las pasa
siempre en el suelo. Las otras fases de larva, deutoninfa y adulto, son
en cambio estados activos, durante los cuales el animal se dedica a
buscar su alimento, que ingiere con gran voracidad, sea como parásito
en su estado larval, sea como depredador en sus etapas de deutoninfa
y adulto. En este último periodo de su vida se lleva a cabo la
fecundación y poco después la hembra efectúa la oviposición.

Los huevos suelen ser depositados en sitios favorables para su


desenvolvimiento posembrionario, cerca de corrientes o depósitos de
agua, ya que la humedad es fundamental para su desarrollo. Como los
factores favorables para su vida están generalmente limitados a ciertas
regiones, que bien pueden ser estrechas, en estos lugares aparecen
las larvas en cantidades enormes, al grado que pueden dar un aspecto
rojizo al medio. Estas agrupaciones en masa de las formas juveniles se
desbaratan tarde o temprano, ya que las larvas se encaminan a su
vida parásita y se fijan al primer huésped que tengan oportunidad de
alcanzar. Pero, antes de que esto suceda, pueden reconocerse dos
fases en el comportamiento de las larvas en ayunas:

1) El estado tranquilo o de reposo, que es cuando el huésped se


encuentra ausente.

2) El estado agitado, que se produce al percibir el acercamiento de un


posible huésped.

En la primera fase permanecen quietas en las cercanías del suelo por


un tiempo más o menos largo, que puede prolongarse por meses. En
esta etapa tienden a formar agrupaciones, para lo cual las sedas del
cuerpo parecen tener un importante papel; así, se amontonan en la
superficie sombreada de algunos objetos pequeños, o en agujeros de
la tierra, o debajo de hojas caídas, en donde el medio es más húmedo,
huyendo de la luz directa; en esta forma se protegen de la desecación
y no consumen energía. Esta agrupación formada por larvas en ayunas
es sumamente estable y no se rompe con nada, a menos que los
ácaros se exciten con un estímulo efectivo, como es la presencia de un
huésped, cuyo acercamiento tienen la capacidad de poder reconocer
gracias al CO2que exhala durante la respiración.

Cuando un huésped aparece en los alrededores se inicia la segunda


fase; las larvas empiezan a moverse repentinamente y a subir con
gran agilidad a la punta de todos los objetos cercanos, con el fin de no
perder la ocasión de agarrarse al huésped, en caso de que éste pase
rozando las plantas donde se encuentran. De esta manera, aparecen
de pronto manchas rojizas o anaranjadas sobre rocas, hojas, ramas o
tallos de plantas, césped, etc., formadas por multitud de ácaros que se
mueven rápidamente.

94
Una vez que el huésped se retira, las larvas que no lograron sujetarse
a él permanecen todavía activas durante unos 20 o 30 minutos más,
regresando después a su inactividad anterior.

Las larvas que logran subirse a un animal inician su etapa de parásitos.


Las diferentes especies de trombicúlidos que se conocen y que son
alrededor de 3 500 en el mundo, son capaces de parasitar a
prácticamente todos los vertebrados terrestres; sin embargo, casi
todas son específicas en la selección de su huésped, o sea que son
estenoxenas; son relativamente pocas las enrixenas, es decir, las que
incluyen una variedad grande de huéspedes para alimentarse; pero
aun estas muestran siempre preferencia por algún grupo. Muchas son
exclusivamente parásitas de grupos de vertebrados como murciélagos,
roedores, lagomorfos, etc., o ranas y sapos, lagartijas y ciertas aves.
Ya se dijo que en el caso del hombre se trata de un parasitismo
accidental, ya que tan sólo sucede en ausencia de sus huéspedes
habituales.

Un hecho extraordinario es que estos ácaros son capaces de


seleccionar un determinado sitio del cuerpo para fijarse, que puede
variar de acuerdo con el huésped de que se trate; así, ciertas especies
se van a encontrar siempre en las orejas, otras en las alas, otras
debajo de escamas, otras en la cola, cerca del ano, etcétera.

La larva puede permanecer alimentándose de su huésped, desde unas


cuatro horas más o menos hasta varios meses; sin embargo, es raro
que la alimentación dure menos de un día o más de un mes, salvo
casos especiales como en el género Hannemania. Por lo regular, las
larvas se repletan entre los 3 y los 10 días, si sus huéspedes son
mamíferos o aves, y entre 20 y 50 días si son reptiles; en el caso de
los batracios, tardan generalmente un poco más. Todo esto depende
de varios factores como la temperatura, la especie de ácaro, la especie
de huésped, etcétera.

La mayor parte de las larvas de trombicúlidos viven como


ectoparásitos, es decir, introducen sus quelíceros dentro de la piel de
su huésped para poder alimentarse, pero todo el resto de su cuerpo
permanece afuera. Hay, sin embargo, algunos géneros y especies que
han avanzado un grado más en el parasitismo y viven como
endoparásitos. En términos generales, se conocen dos tipos diferentes
de endoparasitismo:

1) El dérmico, en cuyo caso las larvas se introducen debajo de la piel


en diversas regiones del cuerpo de su huésped. Un caso muy frecuente
en México es el del géneroHannemania, cuyas numerosas especies se
introducen por debajo de la piel de gran cantidad de sapos y ranas;
por fuera se ven como pequeñas excrecencias de 1 mm de diámetro.
En estos casos, el tiempo de alimentación de las larvas suele
prolongarse durante mucho tiempo; algunas especies han tardado

95
hasta seis meses en salir de su excavación, para continuar después
normalmente su ciclo de vida en el exterior.

2) El intranasal, constituido por aquellas especies que viven en las


fosas nasales de diversos animales, como murciélagos, roedores, aves,
etcétera.

Cuando el huésped muere, las larvas se desprenden y abandonan su


cuerpo y continúan en forma normal su ciclo de vida; pero no lo
abandonan con la rapidez con que lo hacen otros ectoparásitos, como
pulgas y otras especies de ácaros, sino que esto dependerá de la
cantidad de alimento que hayan ingerido, pues si las larvas no están
completamente llenas en el momento de morir su huésped continuarán
succionando los jugos y elementos celulares hasta repletarse y no será
sino hasta entonces cuando se desprendan. En algunas ocasiones se
han llegado a encontrar todavía fijas, después de tres días de haber
muerto su huésped.

Una vez que la larva ha terminado de alimentarse y se ha desprendido,


cae al suelo y comienza su etapa posparásita. Durante algún tiempo,
esta larva repleta, que por lo mismo ha aumentado mucho de tamaño,
queda inerte, y sus movimientos son bastante lentos y pesados; así
permanece durante uno o varios días, que pueden ser 15 o más, sobre
la superficie del suelo. Por último, se entierra, se vuelve quiescente y
comienza su metamorfosis para transformarse en ninfa.

Ya se indicó que tanto las ninfas como los adultos son de vida libre y
de hábitos depredadores. Se alimentan de gran variedad de
huevecillos y estados inmaduros de otros artrópodos, principalmente
insectos; uno de sus manjares favoritos son los colémbolos, que
siempre conviven con ellos. Cuando el alimento es escaso o no lo hay,
se vuelven de hábitos caníbales, y se comen entre sí o devoran los
propios huevecillos y estados larvales. Son sumamente voraces.

Gran parte de su vida la pasan enterrados, pero cuando salen se les


puede encontrar en el suelo de campos abiertos y praderas, en la
tierra húmeda, debajo de hojas caídas o en huecos, grietas o aberturas
del suelo o en la base del césped denso y corto u otra vegetación
herbácea, donde encuentran la humedad necesaria para vivir; a veces
se les localiza en nidos de pequeños mamíferos o entre la madera
podrida. En las mañanas y tardes, cuando la luz del Sol no es directa,
las ninfas y los adultos suelen caminar cerca del pasto, sin protección
alguna. En la noche permanecen quietos y forman frecuentemente
grupos de cinco o seis ejemplares, que se esconden en los huecos
protectores del suelo.

La reproducción de los trombicúlidos se efectúa por medio de


espermatóforos o saquitos llenos de esperma y su comportamiento
sexual es por demás interesante. Cuando el macho va a depositar un

96
espermatóforo deja de caminar, baja su cuerpo hasta que las placas
genitales quedan en contacto con el suelo, dejando salir una pequeña
masa dúctil que queda pegada al sustrato y que consiste de un
filamento central alargado, flexible y otros dos laterales, en cuyos
ápices se encuentra el saco espermático, de forma esférica; ambos son
translúcidos y blanquecinos. Todo esto sucede en unos cuantos
segundos, pudiendo repetirse a intervalos de dos a tres minutos.
Lipovsky, Byers y Kardos (1957), que son los investigadores que
estudiaron con detalle todo este proceso, citan el caso extraordinario
de un macho que depositó 520 espermatóforos en 34 días; sin
embargo, esto es una excepción, pues normalmente depositan de 1 a
10 en 24 horas.

Cuando una hembra virgen encuentra uno de estos espermatóforos, lo


examina primero con los tarsos de las patas anteriores, y a veces con
las partes bucales, durante unos segundos. Si está en condiciones de
recibirlo, eleva su cuerpo, sitúa su abertura genital con las placas
genitales bien separadas, por encima del espermatóforo; enseguida
baja su cuerpo, hasta tocar el saco del esperma, al cual succiona,
cerrándose después las placas genitales y el saco queda adentro y el
filamento afuera. Todo esto pasa también en unos cuantos segundos.
La hembra se normaliza en su posición, sufre durante corto tiempo
expansiones y contracciones de su cuerpo, al cabo de las cuales
continúa tranquilamente su camino. Puede aceptar varios
espermatóforos, con intervalos de algunos minutos. Es curioso el
hecho de que la presencia del macho no sea necesaria para la
inseminación de la hembra, y viceversa, la hembra no necesita estar
presente para que el macho deposite los espermatóforos en el suelo. El
reconocimiento de éstos por las hembras seguramente es a través de
ciertas substancias químicas, llamadas feromonas que, como en todos
los animales, son secretadas por glándulas de secreción exocrina.

En las especies que se han estudiado se ha visto que la oviposición


tiene lugar desde 7 hasta 30 días después de emerger el adulto,
cuando las condiciones del medio son favorables. Las hembras
continúan poniendo huevos durante varios meses, podría decirse que
todo el tiempo que dura su vida, la que se calcula en un año
aproximadamente; claro está que todo esto dependerá, entre otras
cosas, de los factores climáticos, como temperatura, humedad, etc. La
cantidad de huevos que una hembra pone al día varía desde uno hasta
20, habiendo mayor producción en las primeras semanas. Entre una y
otra oviposición, las hembras dejan intervalos de uno a varios días. La
mayor parte de las especies depositan sus huevos aisladamente y a
medida que la hembra los pone los va escondiendo también en
hendeduras o huecos que encuentra a su paso; durante la noche
suelen también transportarlos a escondites más seguros.

97
En el boletín Vector Ecology Newsletter, de septiembre de 1983, se
publicó un artículo por demás curioso sobre un grupo de científicos del
estado de California, EUA, que participaron en la investigación forense
de un homicidio perpetuado en el condado de Ventura; estos ácaros
tuvieron un papel preponderante en la resolución del caso.

Detectives del departamento del alguacil del condado de Ventura, con


ayuda de 20 miembros del grupo de rescate, habían localizado en el
campo el cuerpo de un hombre asesinado y habían, asimismo,
aprehendido a un sospechoso. Como cosa notable, todas las personas
que habían participado en la búsqueda de la víctima, así como el
sospechoso, presentaban lesiones cutáneas de aspecto característico;
uno de los sargentos que formaba parte de la comisión y que había
sufrido lesiones semejantes en el pasado, sugirió que se podía tratar
de picaduras hechas por larvas de trombicúlidos, aunque esto parecía
raro, pues en California son poco frecuentes los casos de infestaciones
humanas por este tipo de ácaros. Para poder dilucidar el problema, se
solicitó la ayuda de los servicios de salud pública, quienes mandaron a
un grupo de especialistas que, bajo la dirección del doctor James P.
Webb, conocido acarólogo, investigaron durante dos días el área en
cuestión, pudiendo comprobar que justo en el sitio donde había tenido
lugar el crimen abundaban larvas de trombicúlidos en ayunas y ávidas
por alimentarse de un huésped. Lagartijas y roedores capturados en
esa zona también estaban invadidos por estos ácaros. Ya en el
laboratorio y bajo el microscopio, se pudo determinar que pertenecían
a la especie Eutrombicula belkini Gould, bien conocida en varios sitios
de los Estados Unidos por sus ataques al hombre.

Se comprobó, además, que estas larvas recién nacidas estaban


concentradas en una zona relativamente angosta, delimitada por un
campo agrícola, por un lado, y por la vegetación de una comunidad de
plantas del lugar, por el otro. En los ecotonos semejantes o diferentes
de los alrededores, por fuera de la zona de alta infestación, sólo se
encontró a estas larvas parasitando lagartijas.

Profundizando en la investigación, quedó demostrado que los focos de


grandes poblaciones de coloradillas eran muy raros en esta área y que
cuando ocasionalmente dichos focos se presentaban, eran siempre
pequeños; además, hábitats como el que nos ocupa eran muy escasos
en los contornos de la zona. De manera que la probabilidad de existir
larvas en ayunas en cantidades suficientemente grandes para infligir
múltiples lesiones cutáneas a un grupo de más de 20 individuos al
mismo tiempo era bastante remota, a menos que todos hubiesen
penetrado al único foco de actividad de las coloradillas y durante el
corto periodo de tiempo que éste dura. Por obra de la casualidad, justo
en este sitio se había cometido el crimen, poco antes de llevarse a
cabo la investigación, razón por la cual el asesino presentaba las
mismas lesiones causadas por estos ácaros.

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Las evidencias recopiladas por el equipo de investigación, junto con
fotografías mostrando el aspecto y el tipo de lesiones cutáneas tanto
del sospechoso como de los investigadores, fueron prueba suficiente
para encontrar al procesado culpable de asesinato en primer grado,
siendo sentenciado a cadena perpetua, sin posibilidades de libertad
condicional.

El criminal nunca pudo imaginarse, ni remotamente, que estos


pequeños animales pudiesen actuar, aunque indirectamente, como
testigos de cargo de su deplorable acto.

99
X I I I . E S T R A T E G I A I N C R E Í B L E

EN EL mundo de los seres vivos se presentan fenómenos tan variados


y extraordinarios que el hombre común difícilmente puede imaginar.
Tan sólo el ir descubriendo la gran cantidad de estrategias que han
desarrollado para protegerse de los elementos meteorológicos, para
defenderse de sus enemigos naturales, para encontrar su alimento y
su compañero sexual, etc., constituye uno de los más apasionantes
objetivos de investigación en el campo de la biología. Todo este
comportamiento representa la lucha por la existencia, la lucha por
sobrevivir en un medio que puede llegar a ser muy hostil y peligroso
en determinado momento, si no se poseen los elementos necesarios y
se ejercen los mecanismos adecuados para superarlo. De manera que,
de acuerdo con las características propias de cada especie, junto con
las facultades potenciales con que la naturaleza los ha dotado a lo
largo de su evolución, los organismos buscan y se adaptan a los sitios
que reúnen las condiciones más adecuadas para su existencia. Estos
requisitos pueden variar mucho, pues un lugar que sea favorable para
algunos no lo será por fuerza para otros, de acuerdo con el tipo de
alimento, los factores ambientales, la variedad y la cantidad de
enemigos naturales, etc. Pero en una forma u otra, todos los hábitats y
nichos ecológicos accesibles a la vida del planeta han sido ocupados
por los millones de especies vegetales y animales que lo pueblan; con
el tiempo y al irse adaptando a ellos, se han ido originando
simultáneamente una serie de relaciones interespecíficas que, en
conjunto, representan los mecanismos de regulación de las
poblaciones, gracias a los cuales se logra establecer el equilibrio
ecológico de las biocenosis y ecosistemas.

En el presente relato, que es un ejemplo más de la lucha por la


sobrevivencía, intervienen tres tipos distintos de organismos, cuya
posición taxonómica es completamente diferente. Se trata, por un
lado, de murciélagos, o sea mamíferos del orden Chiroptera y, por el
otro, de dos artrópodos pertenecientes a entidades distintas:
mariposas nocturnas que se conocen con el nombre común de
palomillas, insectos del orden Lepidóptera, que sirven de alimento a
muchos murciélagos y ácaros del orden Mesostigmata, que a su vez
viven como parásitos de las palomillas. Las condiciones vitales y
necesidades particulares de cada uno de estos tres grupos han hecho
que, durante su evolución, se hayan establecido biorrelaciones muy
interesantes entre ellos, como se verá a continuación.

Los murciélagos aparecieron hace unos 60 millones de años y desde


hace mucho lograron adaptarse a vivir en la obscuridad; son,
definitivamente, animales nocturnos, que durante el día permanecen
durmiendo en sus refugios y durante la noche salen a buscar su

100
alimento, consistente, según la especie, de insectos, polen o frutos; la
minoría es hematófaga. Los sitios más adecuados para su particular
existencia son las cuevas, cavernas, grutas, túneles, sótanos,
desvanes y buhardillas de casas viejas, conventos, monasterios y
demás lugares ocultos y obscuros, donde poco o nada llega a penetrar
la luz del Sol; aquí es donde estos pobres animales, tan repudiados por
el hombre y sobre los cuales circulan las más horripilantes historias y
leyendas, han podido encontrar el refugio apropiado para poder
sobrevivir. Pero lo cierto es que la mayor parte de los murciélagos,
más que dañar, brindan diversos beneficios al hombre, aparte de ser
componentes importantes de los ecosistemas externos; gracias a ellos
se evitan las grandes concentraciones de plagas en los cultivos
agrícolas, salvándose muchas cosechas, debido a la gran cantidad de
insectos que depredan durante la noche; otros, los polinívoros, al
recoger el polen que les servirá de alimento, polinizan una gran
variedad de plantas, que no podrían ser fecundadas en otra forma;
finalmente, los frugívoros, a través de sus heces, ayudan a la
diseminación de las semillas de muchos vegetales. Otro beneficio
importante que se obtiene de los murciélagos es el guano o
murcielaguina, que tiene gran demanda entre los agricultores como
fertilizante, muy rico en nutrimentos.

De la única especie que el hombre debe cuidarse es del


vampiro, Desmodus rotundus murinus, hematófago, capaz de
transmitir con su mordedura el virus de la rabia, sobre todo al ganado
vacuno y ocasionalmente al hombre. Esta epizootia, conocida en
México como "derriengue" o "mal de caderas", ha originado grandes
bajas en la economía del país debido a la muerte de muchos millares
de cabezas de ganado.

El aislamiento y obscuridad en que han vivido durante tanto tiempo


han tenido como resultado la reducción de los ojos en la mayor parte
de ellos; por eso, su sentido de la vista es muy deficiente; son muy
pocas las especies que presentan ojos con visión normal. Bajo estas
condiciones, es difícil poder entender cómo logran encontrar y capturar
su alimento, así como librar los obstáculos durante el vuelo en la
obscuridad de la noche. Sin embargo, se ha descubierto que los
murciélagos han desarrollado un mecanismo maravilloso con lo cual
estos problemas han sido solventados. La mayor parte se orienta por
el oído y casi nada por la vista, mediante un mecanismo, que algunos
denominan "radar", consistente en ultrasonidos de muy alta frecuencia
que emiten por la laringe, a través de la boca o de los orificios nasales;
muchos de ellos están provistos de una membrana nasal, que actúa
como antena para dirigir estas ondas sonoras, pudiendo también variar
la calidad de la emisión. El hombre no es capaz de percibir estos
sonidos, cuya alta frecuencia alcanza hasta 8 000 ciclos por segundo.
Cuando las ondas de estos sonidos chocan con algún objeto, los
murciélagos tienen la capacidad de percibir la distancia y la dirección

101
de donde proviene el eco, localizando en esta forma los insectos
voladores, no sólo los de grandes dimensiones, sino también los
sumamente pequeños, que les sirven de alimento y que atrapan al
vuelo con una facilidad asombrosa; en esta forma evitan también
chocar con cualquier objeto que se les atraviese en su camino. El eco
de estos sonidos es percibido por el trago del oído, que es la porción
externa del cartílago del conducto auditivo externo.

Uno de los alimentos preferidos de los murciélagos insectívoros es la


gran variedad de mariposas que también acostumbran volar durante la
noche. Algunas de estas palomillas producen sonidos de estridulación
muy finos, con lo cual se comunican entre sí, encontrándose en esta
forma los sexos; pero, por desgracia para ellas, los murciélagos
también son capaces de detectar estos sonidos, aprovechando esta
circunstancia para localizar y capturar fácilmente sus presas. Por su
parte, muchas de estas mariposas no tienen forma de percatarse de la
presencia de sus depredadores, que las atrapan sin mayor problema;
en cambio, otras, como especies de las familias Noctuidae,
Geometridae y Arctiidae, están provistas de órganos auditivos muy
sensibles, que actúan como receptores de ultrasonidos muy finos, tales
como los emitidos por los murciélagos, gracias a lo cual logran
evadirlos con bastante frecuencia.

El par de oídos de las mariposas, conocidos como los órganos


timpánicos, se encuentran uno a cada lado de la parte posterior del
tórax o en la base del abdomen. Cada oído se ve como una pequeña
cavidad, cubierta en parte por un pliegue del tegumento. En la
abertura se observa una fina membrana cuticular, que es el tímpano,
asociado a sacos aéreos; otra membrana contratimpánica actúa como
resonador; existen tan sólo dos células acústicas, cuyas fibras, junto
con otra proveniente de una tercera célula no auditiva, forman el
nervio timpánico, que va a comunicar con el sistema nervioso central.

Tan pronto como las mariposas perciben los sonidos emitidos por los
murciélagos, cambian rápidamente el curso de su vuelo, zigzaguean o
vuelan en espiral, o simplemente se dejan caer al suelo, mediante el
plegamiento de sus alas; en esta forma logran salirse de las sondas de
ultrasonido o área de caza del murciélago, y escapan de ser
devoradas. Esto lo logran cuando el murciélago se encuentra bastante
retirado de ellas, pues si está muy cerca la escapatoria se dificulta
mucho más y no siempre la consiguen. De cualquier manera, no deja
de ser extraordinario que la vida de la mariposa dependa de tan sólo
dos células auditivas en cada oído. Esta situación se complica aún más
en ciertas ocasiones, cuando la palomilla queda sorda de uno de los
oídos y, sin embargo, sigue reaccionando favorablemente en su
escapatoria del quiróptero.

Los órganos timpánicos de las mariposas con frecuencia son invadidos


externamente por diversos ácaros parásitos, comensales o foréticos,

102
pero sólo las especies del géneroDicrocheles son capaces de penetrar a
la cámara interna del oído, y destruir con ello todas las estructuras del
órgano, incluso las células auditivas. Esto, desde luego, es muy
desfavorable tanto para la vida de la mariposa como para la de sus
simbiontes, pues al quedar sorda la primera no es capaz de detectar a
sus depredadores y, por lo tanto, será capturada por alguno de ellos
con facilidad. Seguramente que esta situación ha causado una fuerte
presión de selección, favoreciendo la unilateralidad de los ácaros en el
cuerpo del lepidóptero. En efecto, en la naturaleza es sumamente raro
encontrar la invasión de los ácaros en los dos oídos; en la inmensa
mayoría de los casos, sólo uno de los dos ha sido parasitado por estos
animales; pero además, se ha demostrado plenamente que, aunque
uno de estos órganos esté destruido por completo, con el oído sano las
mariposas son capaces de detectar y evadir a sus depredadores, y en
esta forma salvan tanto su vida como la de sus parásitos. Para poder
haber llegado a este estado de cosas, el comportamiento de los ácaros
por fuerza debe haber sufrido alguna modificación a lo largo de su
evolución. Este tema, por demás interesante, ha sido ampliamente
estudiado por Treat, investigador estadounidense, que ha dedicado
gran parte de su vida a observar el comportamiento de estos ácaros,
sobre todo el de la especie Dicrocheles phalaenodectes V.M., que vive
como parásito en el oído de más de 70 especies de mariposas
noctuidas. Sus observaciones las ha publicado en numerosos trabajos
entre 1957 y 1975. El relato a continuación es un resumen de ellos.

D. phalaenodectes se encuentra únicamente en América; por lo que


respecta a México, hasta ahora sólo se ha colectado en la península de
Baja California y en algunos estados del Norte.

Cuando una hembra ovígera, que es la etapa infestante, llega a una


mariposa libre de ácaros, lo primero que hace es empezar a explorar a
su huésped en toda la zona que queda alrededor de los órganos
auditivos, decidiéndose finalmente por uno de los dos oídos, a veces el
derecho, a veces el izquierdo, para esto no hay regla; pero una vez
escogido uno de ellos, regresa varias veces hasta el punto que queda
en medio de los dos oídos, como si señalara el camino que deba seguir
el siguiente ácaro que llegue a esta mariposa. Treat considera que la
huella que deja está marcada por una feromona. Sea como fuere, la
realidad es que todos los ácaros que llegan posteriormente seguirán el
mismo curso, para llegar al mismo oído y no al del lado opuesto, que
permanecerá libre de parásitos y conservará sus funciones auditivas
normales.

Al cabo de algunas horas, la hembra fundadora de la colonia se habrá


llenado de hemolinfa, destruyendo tanto la membrana timpánica como
la contratimpánica, así como las dos células auditivas; la palomilla
queda sorda de ese oído.

103
Una vez alimentada, la hembra iniciará la oviposición; los huevos los
pone uno detrás de otro dentro del saco aéreo timpánico, macera un
poco con sus quelíceros el lugar donde los va a depositar, con
intervalos de 2 o 3 horas; en total pondrá unos ocho huevos de
aspecto redondeado, blanquecinos, ligeramente transparentes y
brillantes. Las larvas hexápodas eclosionan al cabo de dos días más o
menos, teniendo las mismas tonalidades de los huevos; después de
alimentarse se transformarán en protoninfas y éstas, llegado el
momento, en deutoninfas, que a su vez darán lugar a las hembras
adultas. En el caso de los machos, que tan sólo constituyen 7% de la
población, se suprime el estadio de deutoninfa, pasando sólo por las
etapas de larva y protoninfa, las que directamente darán origen a los
adultos. Los machos permanecen la mayor parte del tiempo en la
sección más interna del oído; son ovalados y más pequeños que las
hembras; pueden fecundar varias hembras, que en ocasiones son las
mismas hermanas. Con frecuencia son atraídos por las deutoninfas, a
las cuales abrazan, y permanecen así hasta que se transforman en
hembras, ayudándolas incluso a desprenderse de su cubierta ninfal,
después de lo cual las fecundan.

La colonia puede ser mono o politélica, o sea que puede ser fundada
por una o varias hembras. Pronto la descendencia forma una población
de muchos individuos nuevos; pero a pesar de esta explosión del
número de parásitos, no invaden el otro oído; lo que si llegan a hacer
cuando la población es muy numerosa, es emigrar a otros sitios del
tórax, del cuello o de la cabeza de la palomilla, donde también pueden
alimentarse; es éste un momento propicio para buscar nuevos
huéspedes.

Gran parte de la población sigue, sin embargo, residiendo en el oído. El


cúmulo de materias fecales y exuvias o mudas de los diferentes
individuos no afecta a dicha población, ya que este material de
desecho se deposita en sitios donde no estorbe, como pueden ser las
sedas de la periferia o en la parte interna de la cavidad
contratimpánica; el conjunto forma una masa café anaranjada, que a
veces llega a cubrir la cavidad, y puede hincharse con la humedad del
medio, o contraerse y endurecerse en lugares secos. A veces se
desarrollan hongos sobre esta masa; pueden entonces dañar a los
ácaros, cuya población disminuye.

Cuando la colonia está ya perfectamente establecida en el oído, las


hembras nuevas que lleguen encontrarán fuerte resistencia por parte
de sus habitantes, y finalmente serán rechazadas o aceptadas,
después de una o dos horas de defensa del territorio, declinando
entonces esta resistencia. En ocasiones, estas hembras nuevas logran
penetrar por la retaguardia, o sea, por el orificio externo de la cavidad
contratimpánica.

104
Durante el vuelo de la palomilla en la noche los ácaros suelen bajarse
por el cuello y la cabeza, hasta la proboscis y palpos de la mariposa,
separándose de ella, para quedar en el pasto u otras plantas, sobre
todo flores odoríferas; estos ácaros son fuertemente atraídos por el
olor de ciertas flores y frutos; en estos sitios es donde efectúan el
intercambio de huéspedes; esperan con paciencia la llegada de una
nueva mariposa que visite la flor para abordarla y continuar
normalmente su vida.

No cabe duda que la naturaleza todavía guarda muchos secretos jamás


imaginados por el hombre; muchos se han ido descubriendo poco a
poco, confirmando cada vez más lo perfecto e insuperable de los
modelos naturales. Los ejemplos presentados verifican nuevamente las
capacidades potenciales de las especies por el afán de sobrevivir,
desarrollando estrategias increíbles a nuestros ojos, como las que aquí
se han relatado.

105
C O N T R A P O R T A D A

Verdaderos animales desconocidos son los ácaros, que forman parte del grupo
más antiguo y numeroso, los artrópodos, que ha existido desde que apareció
la vida sobre la Tierra. Se les califica de desconocidos porque, aunque, los
científicos han calculado que existe más de un millón de especies, que tienen
comportamientos muy diversos y habitan en los lugares más insólitos, es poco
lo que se sabe sobre su biología. Esto se debe seguramente a su tamaño:
muchos de ellos son microscópicos y las formas más grandes son las
garrapatas que, repletas de la sangre ingerida de los animales que parasitan,
llegan a medir 3 cm de longitud.

El promedio de los ácaros mide entre .5 y 2 mm. Los más conocidos son, en
consecuencia, los que se han constituido en plagas para el hombre y sus
animales domésticos y que en México reciben el nombre de "pinolillo",
"corucos", "conchudas" y "turicatas", denominación ésta última que ganó ya
relieve literario, pues aparece en uno de los pasajes más complejos —y
bellos— de la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo.

Dotados de una capacidad infinita de adaptación, los ácaros se encuentran


distribuidos por todo el mundo y en todos los medios conocidos. Así, hay
especies terrestres y acuáticas; las hay que habitan a más de 5 000 m de
altura o en los abismos marinos; otras resisten las altas temperaturas de los
manantiales termales o las heladas aguas de los mares árticos. Sin embargo,
los sitios más poblados de ácaros son las zonas cubiertas de musgo y la
hojarasca revuelta con tierra suelta de bosques y praderas, donde constituyen
del 70 al 90% de la población del suelo. Se ha mencionado ya también a las
capacitadas para vivir como parásitos del hombre y los animales e incluso de
los insectos.

"En México —apunta el doctor Juan Luis Cifuentes en el Prólogo—, la doctora


Anita Hoffmann, profesora titular de tiempo completo de la Facultad de
Ciencias de la UNAM,investigadora brillante de tenaz voluntad, maestra
auténtica y persona de carácter estricto pero bondadoso, inició el estudio de
este maravilloso grupo de animales al crear, en 1965, el Laboratorio de
Acarología de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto
Politécnico Nacional. Posteriormente, en 1973, fundó el Laboratorio de
Acarología de la Facultad de Ciencias de la UNAM, en donde ha formado un
grupo de colaboradores de alto nivel académico."

Quién mejor, entonces, que la doctora Hoffmann para contar las maravillas de
estos diminutos animales. Además de mostrar su profundo conocimiento del
tema, la autora comunica sus conocimientos, de manera muy clara, y a la vez
entretenida sobre estos "animales desconocidos" con los que el hombre tiene
contacto diario aun sin saberlo.

Diseño: Carlos Haces

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