Explora Libros electrónicos
Categorías
Explora Audiolibros
Categorías
Explora Revistas
Categorías
Explora Documentos
Categorías
ENSAYO
Por Aldo Mazzucchelli 1
Queden para otra ocasión; y hablemos solo del problema del tiempo.
1
Artículo publicado en Extramuros el 23/10/2020
profesionalización es la tendencia más fuerte dentro de una sociedad moderna y
capitalista, como es natural. A la vez que la educación profesional provee al sujeto
con saberes supuestamente aplicables en su ejercicio posterior, lo fundamental de
su organización es garantir la legitimidad del ejercicio de determinada profesión.
Cumplen una función legitimadora e integradora de los sujetos a sistemas de
sentido que no siempre tienen como centro la evaluación de la calidad ni de la
especificidad de la práctica profesional. Se puede uno “formar como” arquitecto o
como odontólogo, obtener el título, y fracasar completamente en el desempeño
siquiera mínimo de las funciones profesionales. Pese a ello, si soy un arquitecto
titulado, puedo por ese mero hecho aspirar a un aumento salarial significativo en mi
empleo público o privado. Esto último es importante en un sistema social como el
uruguayo y hay que tenerlo en cuenta en su verdadera dimensión. Ni la educación
técnica ni la profesional tienen, en principio, nada que ver con educar para un uso
libre del propio tiempo.
***
Así es que en todo el proceso que dio lugar al gran esquema institucional de nuestra
educación pública hay un hilo conductor que es el que separa (y opone, no solo
institucional sino ideológicamente) la educación artesanal y técnica (la ex “UTU”) a
la educación como preparación para una educación en profesiones (el Liceo-
Preparatorios). La educación desinteresada queda, en un tercer espacio, algo
inserta en ambas, pero siempre mal subordinada y opuesta, falsamente, tanto a la
educación técnica como a la educación en profesiones y ciencias aplicadas. O como
“elitismo” para la ideología técnica, o como superfluidad y adorno para la ideología
profesionalista. Entrambas obturan la comprensión del poder liberador de la
enseñanza desinteresada, que es enseñanza para la individualidad libre —es decir,
la que sabe qué hacer con su tiempo. La educación con más potencial
democratizador, porque es la que tiene más potencial liberador, es la educación
desinteresada. Por supuesto las profesiones, cuando se aprenden bien, tienen un
excedente de tiempo especulativo y creativo (la creatividad del arquitecto, del
abogado, etc.). Pero aun esa creatividad es sistematizada, bastante a la corta, por el
orden de las profesiones en régimen investigativo según los parámetros del
mercado académico, imbricado con el mercado a secas. El investigador debe lidiar
con sus papers, sus pedidos de fondos, y su supuesta libertad investigativa queda
seriamente comprometida.
Ahora bien. Según esta perspectiva, ¿qué podría ser el tiempo? Podría ser, entre
otras cosas, el modo como le llamamos a la diferencia que se percibe en la
autopercepción de nuestras elecciones, sean estas libres o no. Es decir, en el
tiempo hay tanto un factor cuantitativo (dependiente exclusivamente de una
capacidad neuronal de la especie y del individuo para diferenciar entre percepciones
distintas) como cualitativo (esa capacidad perceptual de diferenciar está informada
por mis diferencias internas; por ejemplo, si soy más culto —tengo más distinciones
incorporadas— y más observador, mi tiempo es de un modo; si soy más rutinario y
menos observador, mi tiempo es otro). Su traducción a número es uno de los
fenómenos esenciales de la modernidad, y quizá el que con más hondura la rige.
La entrega del sujeto a esta conversión del tiempo en número está en la base del
problema de la educación desinteresada, naturalmente.
***
Si me educo para entenderme, y gano tiempo, seré más proclive a no entregarme a
los ritos y ceremoniales de la conversión de la libertad en consumo y plusvalía,
esencia del capitalismo. ¿Me tengo que morir de hambre si me educo así? De
ninguna manera. Puedo todavía vender una parte de mi tiempo, puesto que he
aprendido a darle valor a eso y al resto. Pero si ese capitalismo se apropia además
no solo del borrado de las nociones más elementales de solidaridad y decencia (de
modo que puedo llegar a interpretar un prójimo mendigo que come de la basura
frente a mí como un subproducto de alguna ecuación económica y de su propia
“falta de iniciativa ”), sino también del escamoteo de mi noción de autovalor (puesto
que soy mi tiempo, y este no vale nada, dado que he aceptado que es un mero
número, y lo entrego a cambio de dinero que me alcanza apenas para poder seguir
vendiendo mi tiempo), entonces la educación desinteresada es, como ya lo supieron
bien los griegos, la clave de convertirse en un ser humano libre, aun dentro de un
régimen social imperfecto u opresivo.
Cualquiera que haya vivido bajo una dictadura sabe esto en los huesos. El problema
es siempre el mismo, y es en buena medida de solución individual —algo que es
tabú para la ideología sindicalizada. Si elijo cruzar o no la calle, esto insume un
tiempo. Quizá mínimo. Si esta elección ha sido predeterminada por mi necesidad de
llegar a tiempo a un trabajo cualquiera que desempeño no libremente, sino porque
no tengo más remedio, esto implica que ese cruzar la calle no ha sido mi elección:
tiempo mío del que no he dispuesto. Lo he perdido. ¿Cuánto tiempo mío tengo en,
digamos, un día de 24 horas? Depende de cómo haga consciente mi libertad de
elegir. Esto, a su vez, depende de cuánto conozca de ella. Solo aprendiendo a hacer
uso del tiempo libre es que alguien se convierte en persona, y que se vuelve capaz
de tomar decisiones respecto de sí. Es decir, respecto de la trama de su tiempo.
“Actualmente, en efecto, la mayoría la cultiva por placer [a la música], pero los que
en un principio la incluyeron en la educación lo hicieron, como muchas veces se ha
dicho, porque la misma naturaleza busca no solo el trabajar correctamente, sino
también el poder servirse noblemente del ocio, ya que, por repetirlo una vez más,
éste es el principio de todas las cosas. En efecto, si ambos son necesarios, pero el
ocio es preferible al trabajo, y su fin, hemos de investigar a qué debemos dedicar
nuestro ocio. No, ciertamente, a entretenernos, porque entonces el entretenimiento
sería necesariamente para nosotros la finalidad de la vida.”
Es lógico que los gremios pidan casi exclusivamente por presupuesto, dado que el
resto del esquema no resulta ya comprensible ni comunicable. El resultado es un
cínico desánimo: cobremos más, y hagamos “lo que podamos ”. Cada vez hay más
razones para resentirse cuando uno se sabe miembro de una maquinaria demencial
que no hace lo que proclama, que no proclama lo que hace, y que no sabe hacer
otra cosa que preparar mal a la mayoría para el ritual profesional, que para muchos
será la continuación del desánimo bajo formas más aparatosas y graves.
***
El Uruguay, un país educado así masivamente en una forma light generalista, con
escaso o nulo componente de educación práctica artesanal, y un componente final
dominante en el formateo masivo en lo profesional, es un país secretamente amante
del ocio. Su sombra, que busca afanosamente a cada intersticio, es ociosa, mientras
que su apariencia externa es el trabajo en roles altamente ceremoniales, y a veces
incluso carentes casi por completo de sentido y finalidad. He ahí la ritualidad
aparatosa de la función pública, que ocupa un porcentaje elevadísimo del total del
“trabajo ” nacional, pero que precisamente por su improductividad y su escasa
controlabilidad es el pasaporte uruguayo por excelencia a un rescate, aunque sea
parcial, de cierto ocio propio.
En el contexto de uso del tiempo descrito, ¿cómo podría funcionar una educación
pensada para formar individuos más libres y conscientes en el uso de su tiempo,
más resistentes al mero entretenimiento? El problema no es el neoliberalismo; el
problema es el nadar en la sopa global y hacerse la ilusión de que uno no lo está
haciendo. El capitalismo ha hecho, hasta ahora, más y menos por la libertad que
ningún otro régimen. No interesa aquí la imposible evaluación de esa paradoja. Lo
que es posible, y acaso importe, es darse cuenta de que la libertad existió antes del
capitalismo, y es superior a éste. El capitalismo parece, a lo sumo, la forma,
imperfecta a veces, horrible otras (como en China), pero históricamente contingente,
en la que podríamos aprender por ahora a usar nuestra libertad, y proponernos
educar a otros para que aprendan a usar la de ellos.