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EDITORIAL

PROFUNDIZAR
Guitton contaba que en uno de sus diálogos con Pablo VI éste le había
dicho que en vez de hablar tanto del «aggiomamento» de la liturgia -la puesta al
día-, hacía falta ahora insistir más en su «approffondimento», la profundización.
Lá revisión «objetiva». de la liturgia se ha realizado bien y ha propiciado
un nuevo lenguaje, una simplificación de ritos, un contenido a la vez más rico y
accesible, una estructuración más orgánica de la celebración. Podemos estar
satisfechos, aparte de actitudes radicales infundadas, de que en nuestra
generación se haya creado esta serie de libros litúrgicos con los que ahora la
Iglesia celebra más consciente y activamente el misterio salvador de su Señor.
La renovación «subjetiva», como se ha dicho repetidamente, no ha sido tan
cuidada ni se puede decir que sea motivo de tanto orgullo como conquista de
nuestra etapa postconciliar.

Una de las facetas que todavía no ha quedado suficientemente aclarada a Veces ni


siquiera en los planteamientos -mucho menos én el campo de la realización- es la
atención al misterio que celebramos, y a la pedagogía con la que conducir a la
comunidad, empezando desde el . presidente y -los ministros, a sintonizar con este
misterio celebrado. O
sea, la mistagogía. No los detalles concretos, sino la identidad global y
profunda de la celebración.
Por eso en estos últimos años se nos está recordando desde diversas
instancias, que lo más importante que sucede en liturgia no es lo visible, sino lo
invisible: «nada de lo que hacemos en la liturgia puede aparecer como más
importante de lo que invisible pero realmente Cristo hace por obra de su
Espíritu» (Juan Pablo II, Vicésimas Quintus Annus 10)1

Lo principal de la celebración no es obra de nuestra pedagogía; ni de las


leyes psicológicas o de la dinámica de grupos, con ser todas ellas necesarias.
No nos salvamos a nosotros mismos. La Palabra salvadora no brota de
nosotros. No celebramos nuestra vida ni nuestra fe: celebramos la salvación
pascual que Dios nos comunica y que, eso sí, nos alcanza de pleno en nuestra
vida. El protagonismo lo tienen -y así lo deberíamos poner de manifiesto en
todas nuestras catequesis, pedagogías y maneras de celebrar- Cristo y su
Espíritu, que nos quieren comunicar su Buena Noticia, su perdón, su fuerza, su
vida.
Tal vez nos falta en muchos ambientes comprender la diferencia que existe
entre la actuación pedagógica humana y la dinámica mistagógica propia de la
celebración sacramental cristiana. La pedagogía piensa primariamente en las
personas presentes y en cómo ayudarles a entrar en la celebración. La
mistagogía piensa en lo que sucede en profundidad: el encuentro entre estos
creyentes y la gracia salvadora de su Señor. La conjunción de las dos - del ex
opere operato y del ex opere operantis- es lo que hace falta para que la
celebración sea profunda, y no meramente psicología o- dinámica religiosa de
grupos. La liturgia -sobre todo los sacramentos- son la visibilización de la
gracia invisible por la mediación eclesial.

La celebración litúrgica no es ante todo algo que hacemos nosotros, sino


acción del Dios Trino, a la que nosotros somos invitados -eso sí, con toda la
pedagogía y adaptación necesaria- a incorporamos desde la fe. Y eso es
siempre misterio, encuentro en profundidad.
Si cuando hablamos de «creatividad» y «adaptación» lo que queremos
subrayar sobre todo es nuestra actuación y el cómo hacer la celebración más
entretenida o pedagógica, descuidamos el aspecto más importante: cómo
conseguir que todos los presentes entren en clima-de «celebración»,
conscientes del acontecimiento invisible que sucede en el
interior, como acción de Cristo, que apela a nuestra fe personal y comunitaria.

Profundizar en esta dirección no significa necesariamente un gran esfuerzo


de formación teológica. Muchas veces es cuestión de actitudes internas y de
esfuerzo mistagógico, o sea, de conducción al misterio que sucede.-Por
ejemplo, las lecturas bíblicas deben proclamarse con los mejores medios de
megafonía y de comunicación: pero todavía más importante es despertar la
actitud personal de escucha, de respeto a la Palabra, de-'obediencia al programa
de vida que Dios nos está comunicando a través de esas lecturas. Y que el modo
de realizar los varios ministerios en tomo a esa Palabra ayude a dirigir
continuamente la atención hacia esa dimensión mistérica e interna. Ni el equipo
animador, ni el lector, ni el predicador, son dueños de la Palabra. La Palabra
nos viene dada, es algo transcendente. La creatividad en tomo a ella consiste en
respetarla y ayudar a que el Dios de la Palabra se haga oir en concreto hoy y
aquí, y todos entren en su dinámica con actitud de obediencia gozosa.
La liturgia es acontecimiento a) que ante todo viene de lo alto; b) que
quiere encontrarse con nuestra actitud de fe; c) y que supone unas mediaciones
eclesiales y ministeriales que requieren, eso sí, pedagogía, preparación y
adaptación! Unas mediaciones que se llaman mistagógicas, porque se les pide
que sean buenas conductoras al misterio.

Profundizar en sensibilidad litúrgica no quiere decir multiplicar gestos,


palabras y símbolos, sino dar contenido y vida a lo que hacemos, conduciendo
gradualmente a las personas hasta el nivel de . acontecimiento salvador interior.
Significa personalizar las actitudes que son la base fundamental de. la liturgia:
escucha, adoración, oración, agradecimiento gozoso, intercesión por el mundo,
ofrenda de nuestra propia vida, unión al Cristo presente en todo momento.
Significa interiorizar, y no sólo realizar ritos exteriores o pronunciar y cantar
palabras.
Significa atender ante todo al «qué» es lo que celebramos, y luego cuidar el
«cómo» lo hacemos, para que el «cómo» no nos distraiga, sino que nos
conduzca mejor al «qué».
El teólogo catalán Rovira Belloso, en una conferencia tenida en el
Congreso de Liturgia de Montserrat, y que apareció en Phase hace tres años,
llamaba la atención sobre esta prioridad de lo invisible en la liturgia y sobre el
protagonismo activo de Cristo. «Por parte de la gracia, hay que decir que está
siempre y que actúa siempre, mientras los hombres la dejemos actuar. De aquí
la versión más justa del ex opere operato. Dios Padre y Cristo Glorioso actúan
siempre (Jn 5,17) y su acción nos desborda de gracia. De tal manera que la
palabra de orden sería: dejadle actuar. El redimirá nuestras celebraciones del
frío, de la •• apatía y el aburrimiento, con su palabra y con su presencia unidas
a la fe de los celebrantes. No os esforcéis en intentos subjetivos para animar el
personal. Dejadle actuar y, en todo caso, preparad la Pascua, como dice una y
otra vez la introducción a la Pasión del Señor (Le 22,8.99.12.13). Preparar la
comunidad, colaborar con el .Señor... es la tarea de todos y cada uno de los
miembros de la comunidad incipiente e imperfecta, comenzando por sus
ministros ordenados» (Phase 1990, 302).

La Pascua la quiere protagonizar Cristo Glorioso, en cada una de nuestras


celebraciones. Los ministros lo que tienen que hacer es preparar esta Pascua y
dejar que suceda en lo más profundo de todos los presentes. A esto es a lo que
deben contribuir los ritos, los gestos, las normas concretas de la celebración,
las lecturas y cantos, y los ministerios en ayuda de la comunidad. Un cantor se
debe sentir mistagogo, porque conduce a la actitud oportuna de alabanza o
súplica. Un lector debe sentirse mistagogo, porque hace de portavoz nada
menos que de la Palabra de Dios. Un presidente debe sentirse mistagogo,
porque representa sacramentalmente a Cristo y hacia El debe conducir a los
demás. Todos ellos se encuentran en terreno sagrado, que no les pertenece. Son
servidores del misterio, del encuentro de la comunidad con el Dios Trino que
la quiere llenar de su vida.

J. ALDAZABAL

leer, releer, orar y difundir

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