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Abstract
Este ensayo analiza dos modos ejemplares de la configuración histórica de las
relaciones entre arte y política en la formación cultural chilena de las últimas cuatro
décadas — el arte del compromiso que asume la tarea de representar los intereses de
clase del "pueblo" y el arte de vanguardia. Armando un contraste crítico entre el arte
asociado al proyecto de la Unidad Popular y la producción de la Escena de Avanzada
durante los años de la dictadura militar, el texto refleja sobre las actuales condiciones de
(im)posibilidad de estas dos estrategias representacionales y al mismo tiempo reafirma
el rol central del arte y la estética en la construcción de imaginarios críticos.
Dos son los modos ejemplares de configuración histórica de las relaciones entre arte y
política: el arte del compromiso y el arte de vanguardia.
Para la sociología del arte de esa época, una sociología de inspiración marxista, la obra
debía ser reflejo de la sociedad, vehículo del mensaje del artista que explicita su
compromiso social a través del arte concebido como un instrumento de agitación
cultural que debe serle funcional a la militancia política. La tradición teórica del
marxismo que informa el pensamiento sobre arte y sociedad de los años 60 se
caracteriza por una aproximación más bien “contenidista” a la obra: una obra cuyas
figuras—temáticas—debían subordinarse a una visión de mundo alineada con el pueblo
y la revolución como significados trascendentales. Para la retórica del arte
comprometido, la ideología—contenido y representación—precede a la obra como el
dato que ésta debe ilustrar:poner en imágenes. En los debates de los 70 que tuvieron
lugar en el Instituto de Arte Latinoamericano, 1 Aldo Pellegrini decía que “el arte debe
poner sus instrumentos al servicio de la sociedad para que el mensaje al alcance del
pueblo tenga la mayor claridad revolucionaria” (41). Explicitud referencial y eficacia
pedagógica son los criterios del didactismo revolucionario que le permitirá al artista
sacudir la conciencia crítica de la sociedad, empujando el arte y la realidad hacia una
utopía de cambio social pre-formulada desde la política.
"El primer gol del pueblo chileno." Brigada Ramona Parra con Roberto Matta, mural
realizado en la piscina municipal de la comuna de La Granja, Santiago de Chile, 1971.
El énfasis político-social del arte de los 60, empujado hacia la grandilocuencia verbal
por la ideología revolucionaria del “hombre nuevo”, descansaba en dos supuestos que le
daban organicidad a su representación colectiva: el artista como “intelectual
comprometido”, y Latinoamérica como una Totalidad. Que ambas figuras, el intelectual
y lo latinoamericano, hayan perdido su emblematicidad explica en parte porque la
retórica del arte del compromiso ha caído en tal desuso.
El paisaje artístico local se ve hoy sobrepoblado de obras que, gracias a los aportes del
Fondart,4 ya no necesitan vivir lo crítico-experimental ni como pasión ni como desafío.
La regularidad de los sistemas de fondos y la planificación de las mecánicas de
producción de acuerdo al verosímil burocrático-institucional del formato “proyecto” han
producido un efecto normalizador y domesticador sobre las obras que parecerían haber
eliminado de su horizonte tensional la cuestión del deseo (de la insatisfacción), del
riesgo (del gusto por lo no-garantizado) y del conflicto (la capacidad de generar
turbulencias de sentido llevando las fuerzas a su tensionalidad máxima). La
estandarización de toda una gramática de producción artística basada en una cultura de
catálogos internacionales ha convertido lo crítico-experimental en una retórica
academizante que reemplazó la aventura del arte por el formulismo de la cita previsible.
Desde ya, no es posible creer que una obra pueda ser política o crítica en sí misma
(como si se cumpliera en ella alguna programaticidad de método o comportamiento) ya
que lo político y lo crítico en el arte se definen siempre en acto y en situación,
siguiendo la coyunturalidad táctica de una operación localizada cuya eficacia depende
de la particular materialidad de los soportes de inscripción sociales que se propone
afectar. Lo político-crítico es asunto de contextualidad y emplazamientos, de marcos y
fronteras, de limitaciones y de cruces de los límites. Por lo mismo, lo que es político-
crítico en Nueva York o en Kassel puede no serlo en Santiago de Chile y viceversa. Los
horizontes de lo crítico y lo político dependen de la contingente trama de
relacionalidades en la que se ubica la obra para mover ciertas fronteras de restricción o
control, presionar contra ciertos marcos de vigilancia, hacer estallar ciertos sistemas de
prescripciones e imposiciones, descentrar los lugares comunes de lo oficialmente
consensuado.
En el primer caso, se establece una relación de exterioridad entre la serie “arte” (un
subconjunto de la esfera cultural) y “la política” como totalidad histórico-social; una
totalidad con la que el arte entra en comunicación, diálogo o conflicto. En el segundo
caso, “lo político en el arte” nombra una articulación interna a la obra que reflexiona
críticamente sobre su entorno desde sus propias organizaciones de significados, desde
su propia retórica de los medios. La relación entre “arte y política” tiende a ser
expresiva y referencial: busca una correspondencia entre “forma artística” y “contenido
social”, como si este último fuese un antecedente ya dispuesto y consignado que la obra
luego va a tematizar a través de un determinado registro de equivalencia y
transfiguración del sentido. Al contrario, “lo político en el arte” rechaza esta
correspondencia dada (ya compuesta y dispuesta) entre forma y contenido para
interrogar, más bien, las operaciones de signos y las técnicas de representación que
median entre lo artístico y lo social. “Lo político en el arte” nombraría una fuerza crítica
de interpelación y desacomodo de la imagen, de conflictuación ideológico-cultural de la
forma-mercancía de la globalización mediática: una globalización que busca seducirnos
con las pautas visuales del consumo como única escenografía de la mirada.
Notas
1
Estas exposiciones están referidas en la valiosa edición y publicación, guiada por
Gaspar Galaz, de un material de conversaciones y debates grabado en 1971, con motivo
de un encuentro de artistas y críticos de arte en el Instituto de Arte Latinoamericano,
dependiente de la facultad de Arte de la Universidad de Chile, bajo la dirección de
Miguel Rojas Mix. Este significativo documento fue publicado en la serie Cuadernos de
la Escuela de Arte, Universidad Católica, 1997.
2
Remito a la lectura que hace Hal Foster en el primer capítulo de El retorno de lo real,
La vanguardia a fines de siglo, Madrid: Akal. 2008.
3
“El mantenimiento del programa antagonista (de la vanguardia) se complejiza
enormemente cuando la propia durexa del “horizonte de contraste” decae. La rigidez
normativa de la Academia acaba por ceder y su conjunto de códigos, tanto formales
como “morales”, resulta muy pronto pulverizado, de tal forma que el artista de la
transgresión se queda muy pronto sin negatividad “contra” la que definirse”. José Luis
Brea. 2003. El tercer umbral: estatuto de las prácticas artísticas en la era del
capitalismo cultural. Madrid: CendeaC. p. 14.
4
Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes.
Obras citadas