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¿Qué Fue de La Izquierda Judía - Nueva Sociedad
¿Qué Fue de La Izquierda Judía - Nueva Sociedad
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OPINIÓN
JUNIO 2021
Facundo Milman
Aquí estoy habitando lo que queda del judaísmo y somos tan pocos, pero aquí
estamos. Jacques Derrida
Las relaciones entre los judaísmos y las izquierdas manifestaron una fuerte
intensidad desde el surgimiento mismo de las teorías socialistas. Asociados al
marxismo –heredero, en buena medida, de una tradición judía secular–, pero
también de otros espacios de reflexión y política socialista, los judíos europeos
pertenecientes al bloque compuesto por las «fuerzas de trabajadores» fueron
asumiendo una posición nítida: la defensa de su identidad judía y la búsqueda de la
transformación de aquellos Estados en los que se encontraban afincados. En tal
sentido, afirmaban que la «nación judía» podía reconocerse en los términos de la
«clase oprimida». Clase y nación se hermanaban. La integración de parte de la
población trabajadora judía afincada en Europa en organizaciones socialistas y
socialdemócratas tenía, además, otra razón de ser: estas fuerzas políticas
rechazaban –aunque muchos tenían sus contradicciones– el antisemitismo que
profesaban las derechas, particularmente las nacionalistas. En tal sentido, operaban
de cobijo para una población desperdigada por todo el continente.
Tras la Shoá, la fundación del Estado de Israel se convirtió, para buena parte del
judaísmo, en un imperativo ético y en una necesidad política. Ya no se trataba solo de
desarrollar un Estado basado en la idea de retorno a la tierra de origen, sino de
construir una patria en la que la población judía pudiese sentirse a salvo de un
antisemitismo que había tenido su huella indeleble en la Shoá. Tras el fin del
nazismo, David Ben-Gurión, líder sionista que presidía el Partido de los Trabajadores
de la Tierra de Israel (Mapai) –identificado con el socialismo democrático–, supo leer
de forma rápida los sucesos históricos. La salida de Gran Bretaña del hasta entonces
Protectorado de Palestina habilitó la creación del Estado de Israel, tras un acuerdo
entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
El Estado de Israel nacía con problemas irresueltos. Por un lado, había una destacada
presencia de ideas socialistas expresadas en la lógica de los kibutz, las comunas y las
empresas agrícolas. Pero esas políticas coexistían con el proceso de ocupación y con
un nacionalismo que, progresivamente, iba adoptando características cada vez más
excluyentes. Si una parte de la izquierda israelí apelaba a estrechar lazos y vínculos
de paz con la población árabe, no sucedía lo mismo con otra.
Durante los primeros años de construcción del Estado, los partidos de izquierda
israelíes con mayor caudal electoral eran el Mapai (socialistas democráticos) y el
Mapam (asociado al marxismo). El Mapai era, de hecho, el partido gobernante del
Estado dirigido por David Ben-Gurión. En 1949, el año de la fundación del Estado,
contaba con 46 representantes de los 120 que integraban la Knesset (el Parlamento
israelí) y manifestaba una vocación socialdemócrata tradicional, formando parte de
la Internacional Socialista. Su posición respecto del pueblo palestino era,
formalmente, la del apoyo a un Estado hermano en convivencia con el Estado de
Israel. Pese a ello, era también el Mapai el partido que creaba los asentamientos
palestinos –si bien sería la derecha la que luego instalaría allí la población–. El Mapai,
que en 1968 pasó a ser el Partido Laborista, fue el partido más potente del espacio
progresista y aquel que, durante años, supo adaptarse a las cambiantes condiciones
de la política israelí. Sin lugar a dudas, el Mapai logró convertirse en un movimiento y
un partido político que iba más allá de la clase trabajadora. Por su parte, el Mapam –
constituido tras la fusión de Ahdut Ha’avoda y Hashomer Hatzair– sostenía
posiciones diversas respecto al conflicto israelí-palestino. Mientras los miembros de
la organización marxista Hashomer Hatzair consideraban que debía avanzarse en la
creación de un Estado binacional palestino-israelí, los del socialdemócrata Ahdut
Ha’avoda favorecían el establecimiento de un Estado judío en toda Palestina (y
terminaron integrándose al Partido Laborista en 1968).
Frente a estas izquierdas, sin embargo, aparecieron otras. Algo que quedó claro
cuando el 22 de septiembre de 1967 –tras la Guerra de los Seis Días– en el diario
Haaretz fueron publicadas dos solicitadas que marcaban bien la división dentro del
Estado. Una, firmada por decenas de intelectuales que defendían la política adoptada
frente a los árabes y el pueblo palestino, decía: «La Tierra de Israel está ahora en
manos del pueblo judío, y así como no se nos permite renunciar al Estado de Israel,
también se nos ordena mantener lo que hemos recibido de él: la Tierra de Israel. Por
la presente estamos comprometidos fielmente con la totalidad de nuestra tierra, con
respecto al pasado del pueblo judío y a su futuro por igual, y ningún gobierno de
Israel renunciará jamás a esta totalidad». La otra solicitada estaba firmada por 12
intelectuales de izquierda, algunos de ellos vinculados al socialismo democrático,
otros al sionismo de izquierda y otros al Matzpen, una fuerza asociada a posiciones
trotskistas. Allí decían: «Nuestro derecho a defendernos contra la aniquilación no
nos otorga el derecho a oprimir a otros». «La ocupación trae consigo el dominio
extranjero. El dominio extranjero trae como consecuencia la resistencia. La
resistencia trae consigo la opresión. La opresión trae como consecuencia el
terrorismo y la lucha contra el terrorismo. Las víctimas del terrorismo suelen ser
personas inocentes. Aferrarnos a los territorios nos convertirá en una nación de
asesinos y víctimas de asesinatos. Dejemos ahora los territorios ocupados».
Sin dejar de considerar valiosa la existencia del Estado de Israel, esa izquierda
emergente se diferenciaba de las oficiales. Por un lado, defendía la
autodeterminación del pueblo judío y su derecho a defenderse de los ataques, pero
también reivindicaba la necesidad de retirarse de los territorios ocupados. A
diferencia de la vieja tradición bundista, esta tradición de izquierda reconocía el
Estado en vínculo con la patria, pero negaba o rechazaba el carácter de ocupante
que ese Estado había tomado.
El proceso político, sin embargo, avanzó por otros cauces. Las numerosas crisis de
las décadas de 1980 y 1990 llevaron a una vertiginosa derechización de Israel. El
asesinato del primer ministro Isaac Rabin en 1995 por parte de un extremista de
derecha contrario al proceso de paz con Palestina y a la creación de un Estado para
esa nación comenzó a minar el proceso de acercamiento impulsado por el laborismo.
Posteriormente, el abandono de la hoja de ruta marcada por los Acuerdos de Oslo
minó aún más el proceso de paz. La Cumbre de Camp David del año 2000 entre el
líder de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, y el entonces primer ministro
israelí, el laborista Ehud Barak, resultó un fracaso. Los palestinos consideraron
insuficiente la propuesta territorial israelí y Barak declaró: «Israel no tiene socios
para la paz del lado palestino». Esto ayudó a que la derecha israelí recompusiera su
terreno sobre la propia premisa planteada por Barak, asumiendo así que si la
centroizquierda consideraba que no había interlocutores válidos entre los palestinos,
Israel debía reforzarse en sus características de ocupación.
Con un Partido Laborista que, en parte por sus propios virajes, iba perdiendo
posiciones frente a la derecha, el espacio de la izquierda progresista «oficial»
empezaba a mermar. Grupos más pequeños intentaban, sin embargo, ocupar ese
espacio, sin conseguirlo por completo. La derechización de la sociedad y de la
política iba asentándose cada vez más. A los fallidos procesos mencionados
precedentemente se sumaba otra situación que abroquelaría al grueso de la sociedad
en posiciones contrarias al diálogo con Palestina: la de la violencia de la Segunda
Intifada, producida entre 2000 y 2005. El ascenso de líderes como Ariel Sharon y
Benjamin Netanyahu, que gobierna desde 2009 –y ya lo había hecho entre 1996 y
1999– expresaron ese crecimiento de las perspectivas derechistas de distinta índole.
El dato es claro: desde hace 20 años, ninguna fuerza progresista ha gobernado Israel.
Sin embargo, no todo está perdido. Luego de los trágicos sucesos del último mes, el
debilitamiento de Netanyahu parece cada vez mayor. Aunque no representa a una
fuerza de izquierda, el centrista Yair Lapid podría abrir paso a un nuevo marco
político que las izquierdas deberían aprovechar. No está claro si algo de eso
sucederá, pero las ya minoritarias fuerzas progresistas deberían aprovechar un
nuevo escenario e, incluso, intentar forzarlo.
Si bien las variables ecológicas están presentes en muchos artículos, no parecen estarlo en los
discursos políticos.
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