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| | Tratado de Geografia Humana Segunda edicién Daniel Hiernaux Alicia Lind6én Directores 8 eer PN sai) DT METROPOLITANA pe cena) Escaneado con CamScanner v 9 GEOGRAFIA POLITICA Joan Universidad de Girona, Espatig Estado, nacion y lugar son y han sido temas fundamentales en la historia de la geografia poli. ca, aunque su peso ha variado en funcién de los diferentes contextos nacionales e hist6rioos. El presente capftulo analiza el papel que dichos temas —y otros que de ellos derivan, como el nacionalismo, el paisaje como elemento identi la alteridad o la dialéctica local/global— tienen en la geografia politica contempordnea, no sin antes rastrear sus orfgenes mas ‘inmedia tre para ello se ha divido el capftulo en cuatro subapartados: en el primero se esbora tn, pequefia historia de la geografia politica contempordnea; en el segundo se incide en la dimen- sion territorial de los nacionalismos y en la aportaci6n de la geografia politica al estudio de los nismos: en el terver subapartado se analiza la tensi6n dialéctica entre lo local y lo global desen- cadenada por los actuales procesos de globalizaciGn y en cémo el enfoque geogriice spars hovedosas interpretaciones del mismo; finalmente, en el cuarto y tiltimo subapartado se mentan las nuevas perspectivas en geografia politica a rafz de sus més recientes 4. Evolucién de la geografia politica Apesar de que ao largo del texto se concebiré la geografia politica de una manera mem ‘més amplia y rica, tradicionalmente ésta ha sido definida como el estudio de las relacione entre los factores geogréficos (fisicos y hurmanoé) y 16s fenémehos y las entdedee ais (Sanguin, 1981). La geografia politica convencional se ha interesado ‘siempre por la distiby cion y las consecuencias espaciales de los procesos y de los fenémenos politicos. La ster is y las ciencias politicas se interesan también por los procesos ¥ las €aliaaaaammnm pero lo que caracteriza a la geografia y la distingue de las demas ciencias soci ‘mente su perspectiva espacial, con todo lo que la‘adopcién de ésta conlleva. Hasta hace poco, la geografia politica se habfa centrado casi exclusivamen! 5 ‘a del Estado. Se trata de una lejana tradicién iniciada en el siglo pasado Por Ratzel, un gedgrafo considerado por lo general como el padre de la ge efecto, en su Geografia politica, Ratzel (1897) identifica la geografia politica conel es Ja estructura territorial del Estado. ‘La obra de Ratzel es indisociable de su contexto desde muchos puntos de vis® eg directos ~ gando por el entorno intelectual. En él influyen Humboldt y Rit y Ritter y sus mas tros Oskar Peschel y Ernst Haeckel (Capel, 1981; Raffestin, 1995), pers ‘aportan im 202 ‘narapo De GEOGRAFIAHOM Escaneado con CamScanner rae Geogratia politica jones de la relacion entre el territorio y el Estado y, princi ms e cr in cidade davis ois en end Lamarck 3 Spencer) Deesias influencias, ie Ratzel profundiza, resultan conceptos basicos de su geo- rafia politica ‘empezando por el Lebensraum (el espacio vital), que sera uno de sus principa- i legadlos. Estos referentes sitdan & Ratzel dentro del positivismo; de hecho, su obra es, jcamente un intento pee ae bese cientsfica —teorfs, lees, prevsbldad al come vento espacial de las sociedades y de los cuerpos politicos. én evidentes et Para nento razatian as inftencis de a ‘Slowofia semana, en copes dalsme de pet la interpretacion histérica del pueblo aleman de Herde Taobra de Ratzel se puede sinttizar ene trinomio Estado-posicindinémica, Toda la scons ratzaiana parte y desemboca en el Estado, un Estado sintsis y producto de la socie- iehede cardcter hegeliano, que trasciende sus aspectos meramente legales. Pero un Estado {netiene como componente fundamental el suelo 0, si se quiere, el espacio. Ello nos jamie pe espacial, sino también, y sobre todo, la relacién entre el espacio y la sociedad que alberga. Desde Ratzel y casi hasta la actualidad, el Estado ha constituido el principal objeto de estudio de la geografia politica. De hecho, el asunto no se ha agotaclo y todavia siguen apareciendo muchos tratados de geograffa politica algunos bastante innovadores—cen- trados directa o indirectamente en el Estado (Anderson, 1986; Bidart, 1991; Dommen y Hein, 1986; Foucher, 1988; Hoerner, 1996; Nogué y Vicente, 2001; Williams, 1993; Wilson yDonnan, 1998). Estrechamente vinculados con el Estado encontramos los grandes temas que hasta have poco estructuraban la mayorfa de manuales de geografia politica y, tam- bién, la investigaci6n en este campo: la evolucién y modificacién del mapa politico del mundo, procesos de integracién y desintegracién, el papel de las fronteras estatales, la geografia de las relaciones internacionales, la estructura interna del Estado a partir de su organizaciOn en diferentes unidades politico-teritoriales, la dimension territorial de la administracién publica, politicas de planificacién territorial y de desarrollo regional y el amplio campo de la geografia electoral (los provesos electorales, factores espaciales que influyen en el comportamiento ‘electoral, andlisis espacial de los resultados electorales, delimitacién de las circunscripciones electorales y su efecto sobre los resultados). La geografia politica no ha abandonado, ni mucho menos, los anilisis de diferentes as- pectos de lasrelaclones internacionales contempordneas, basados atin en el Estado. El propio “eter Taylor (1994) titula explicitamente uno de sus principales libros Geografia politica. Eco- remtasmundo, Btadonacion 'ylocalidad, aunque en é1 se supera la limitacion de la centralidad del Estado hasta legar a una definicin de la disciplina mas amplia, cuyo objeto seria el estu- de ela division del espacio global por las instituciones» (Agnew y Corbridge, 1995: 4). aa ues, nadie puede negar que el Estado es uno de los espacios politicamente org: = més interesantes y més influyentes de los dos tiltimos siglos. Pero no es el tinico, ni P00 ¢s la tiniea expresion tervitorial de los fendmenos politicos. Consciente de ello, securalia politica de Ledoe ditimas décadas ha ensanchado considerablemente su radio de pode intereséndose no sélo por el Estado, sino también por toda organizacion dotada de a Tg Politico capaz de inseribirse en el espacio (Méndez, 1986). Se ha llegado, en definitiva, iyi Seoerafa pltica concebida como una geografia del poder (Claval, 1978; Sanchez, ceca nermesondmico, *deolbgico y politico capaz de organizar y de transforma él Ee ee sicls om fancion de unos intereses concretos y siguiendo unas Ne de actuacion dificiles a veces de entrever. Puesto que, tal como nos recuerda id esanobbia (1987), no hay teorfa politica que no parta, de forma directa o indirecta, de a del fenémeno del poder, tampoco hay una verdadera geografia politica que no dentate dicho fenémeno, Si la teorfa politica puede considerarse como parte de la teorfa Poder, la geografia politica, a su vez, puede integrarse en una geograffa del poder mas Tren TADO DE GEOGRAFIA HUMANA 203 — Escaneado con CamScanner Joan Nogué amplia. No hay que olvidar, por otro lado, que esta renovacién ha sido posible grag; integraciGn de gran parte de las innovaciones conceptuales y metodol6gicas queha wnt ® do la ciencia madre, la geografia, en los tiltimos decenios, concretamente en las daa los sesenta y setenta, procedentes sobre todo de los enfoques radical-marxista behaviors mismo, la geografia politica de los ochenta y delos noventa se a visto afectada pore mes propias de la época. Durante estos altos hemos asistido en g vi reconsideracién del papel de la cultura (Cosgrove, 1983, 1985; Mitchell, 2000; Thrift, 19832), una revalorizacién del papel del «lugar» (Agnew, 1987) —Ia aportacién principal Y ms trae cendental dela perspectiva humanfstica Tuan, 1977)— ya un renovado interés poruna mies gcografia regional que fuera capaz de conectar lo particular (los locality studies, por ejempla cono general (Cooke, 1990; Massey, 1984, 1994; Taylor, 1988). Incluso fuera dela geograin, ha ido destacando cada vez. mas el papel del espacio en la construccién de una teoria soca), Anthony Giddens (1979, 1981), entre otros socilogos, insiste en la urgente necesidad dereen. nocer que el espacio y el tiempo son basicos en la formulacién de la teorfa social. Desde ly historia —y no es la primera vez— se reconoce ahora con cierta insistencia la absoluta neces dad de contemplar seriamente la dimensién espacial del hecho hist6rico, con arreglo @ una metodologfa en la que son evidentes «los préstamos y las conexiones con la geografia (sensibi- lidad hacia el hecho geografico, localizacién espacial y analisis regional)» (Iradiel, 1989: 63) Se trata, segtin este autor, de «hablar no tanto de historia local como de historia territorial ode historia de los espacias —de historia espacial si el término no sonara tan extrateliirico—, entre los cuales cabe incluir naturalmente “el espacio vivido”, pero también el espacio material s- portado, vigilado, proyectado e incluso imaginado» (Iradiel, 1989: 64; la cursiva es del autor) Como decfamos, la geografia de los tiltimos afios ha entrado en un interesante proceso de reconsideraci6n y de revalorizaciGn del papel del «lugar» en la explicaci6n de los fenéme- nos sociales (Soja, 1980; Gregory, 1982; Massey, 1984; Smith, 1984; Entrikin, 1990; Hiemaux- Nicolas, 1999). El «lugar» como categoria de andllisis ha dejado de ser patrimonio exclusivo de la geografia humanistica. Hoy los gedgrafos de inspiracién marxista, estructuralista Y sobre todo posmodemista (Soja, 1989, 1996, 2000; Harvey, 2000; Short, 2000) se sirven tam bién de él. Todo ello esta originando una geografia politica mucho mas abierta y sugerent® que conduce ademas a una reconsideracién de la geografia regional, naturalmente desde una perspectiva muy alejada de la que le es propia a la geografia regional tradicional. Enest Iimea, Allan Pred (1984) parte del concepto de lugar entendido como «proceso histéricamet te contingente» y John Agnew (1987) muestra que fendmenos sociales engendrados # macroescala estan mediatizados por las condiciones locales, de manera similar a como hacen Harloe, Pickvance y Urry (1990). Nigel Thrift (19835), por su parte, expone, a articulo que tuvo amplia resonancia, la enorme importancia que posee el hecho de situa! prdctica humana en un espacio y en un tiempo concretos. Otro ejemplo muy interesamte a el de Sallie A. Marston (1988) quien, partiendo de la base de que la conducta politica hb geogréficamente arraigada, se propuso investigar cémo el contexto espacial influfa & constitucién de una identidad y una solidaridad politicas y de grupo. Marston tomé oo objeto de estudio la comunidad irlandesa de Lowell (Massachusetts) del siglo XIN €XP'* que, en esos momentos de rapida industrializacion y fuerte tensién social, la pertenensi®¢ una etnia conereta la irlandesa en este caso— se definta espacialmente, siendo ade elemento de identidad mas influyente, incluso més que la pertenencia a una clase oo Marston conclufa que «la estructura espacial de la comunidad inmigrante cone var la etnicidad més que la clase como medio para hacer frente a las relaciones ae sociales mas amplias» (Marston, 1988: 428). La misma autora ha examinado otro €as0| cido —centrado también en el ambito urbano decimonénico—, aunque ht la relacion entre este elemento y la conciencia politica (Marston, 1989). Jengua y de Allan Pred (1990 proyecto muy interesante que comparte ciertas afinidades con la obra 204 ‘TRATADO DE GEOGRAFIA| Escaneado con CamScanner Geogratia politica Estamos asistiendo, como se ve, a la configuracién de una geografia politica que de una concepcién: distinta de la nocién de espacio politico, cance aire te ced como una acci6n colectiva localizada en un lugar concreto, como tn conjunto de relaciones entre individuos, grupos familiares ¢ instituciones, las cuales constituyen una verdadera interaccién politica; un espacio politico concebido como un conjunto dindmico de relacio- nes fundadas en lejanas afinidades y traducidas en interacciones a corto plazo (Kirby, 1989; Lindén, 2000). Se trata, en definitiva, de llegar a concebir un mapa politico del mundo que no se centre exclusivamente en los Estados-nacién como si fueran las tinicas unidades poli- ticas posibles, sino que lo conciba como un gran abanico de espacios politicos que van desde las naciones sin Estado hasta los espacios mas difusos de caracter religioso, tribal o étnico, pasando por los diferentes barrios de una ciudad, los grandes espacios metropolitanos y las entidades regionales de caracter supraestatal. Es precisamente dentro de este marco de re- novacién tematica, tedrica y metodolégica donde hay que encuadrar el interés actual por el fenémeno nacionalista, como veremos en el préximo apartado. La heterogeneidad, el contraste y la simultaneidad de escalas, la alternancia entre unos espacios perfectamente delimitados sobre el territorio y otros de caracter més difuso y de limites imprecisos son los rasgos esenciales de la geografia politica de nuestra época, Han empezado a reaparecer «tierras incdgnitas» en nuestros mapas, que poco o nada tienen que ver con aquellas terrae incognitae de los mapas medievales 0 con aquellos espacios en blanco en el mapa de Africa que tanto despertaron la imaginacién y el interés de las sociedades geograficas decimonénicas. Marlow, el principal protagonista de la novela El corazén de las tinieblas, escrita por Joseph Conrad entre 1898 y 1899, en pleno apogeo de la expansién colonial europea, afirma en un momento determinado de la obra: Cuando era pequefo tenia pasién por los mapas. Me pasaba horas y horas mirando ‘Sudamérica, o Africa, o Australia, y me perdia en todo el esplendor de la exploraci6n. En aquellos tiempos habfa muchos espacios en blanco en la Tierra, y cuando veia uno que parecfa particularmente tentador en el mapa (y cual no lo parece), ponfa mi dedo sobre é1 y decfa: «Cuando sea mayor in€ allf» (Conrad, 1986: 24). Un siglo mas tarde han aparecido de nuevo espacios en blanco en nuestros mapas. La geografia politica posmoderna se caracteriza por una cadtica coexistencia de espacios abso- lutamente controlados y de territorios planificados, al lado de nuevas tierras incégnitas que funcionan con una légica interna propia, al margen del sistema al que teéricamente pertene- cen, Estn apareciendo nuevos agentes sociales creadores de nuevas regiones, con unos limites imprecisos y cambiantes, dificiles de percibir y atin mas de cartografiar. Uno de estos agentes es el nacionalista. 2. Nacionalismo y geografia Hace unas cuantas décadas, las ciencias sociales en general estaban firmemente convenci- das de que la integracion mundial de la economfa (que, por aquellos afios, empezaba ya a ‘con nitidez) traeria consigo, al cabo de unos aiios (es decir, hoy dia), una progres vadisolucién de los fenémenos nacionalista y regionalista, Crefan (y se aventuraban a pro tizarlo) que la difusién a través de los medios de comunicaci6n de masas de elementos : a rales y socioestructurales de ambito mundial, lamodernizacién general de la economia y Xe la sociedad y el imparable desarrollo econémico comportarfan una ae Sade cultural, politica y econémica, que levarfa, a su vez, a una progresiva substitucion de | conflictos territortales de base cultural/identitaria por conflictos de base social y econémica, 205 TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Escaneado con CamScanner voan Nogué es decir, por conflicts entre clases sociales, en la terminologfa marxista del bien, aquellas previsiones sélo se han cumplido en parte, puesto que es verdad, caso, que se ha producido a lo largo de estos afios una pérdida de la di ‘Ahora bien, para sorpresa general de todo el colectivo académico, la realidad nea nos muestra una exuberante y prolifica manifestacién de nacionalismo subestatales, de regionalismos y localismos, precisamente en unos mo integracién mundial en todos los sentidos. Sin duda alguna, las identidade: caracterizaran en buena parte este inicio de siglo y de milenio. ‘Asf pues, la aportacién que la geograffa politica puede hacer al estudio d es crucial, Existen un sinfin de temas en los que es fundamental la perspectiva: ‘como, entre otros, el proceso de construccidn nacional del espacio social, la global, el nacionalismo y el desarrollo desigual en relacin con los recursos: problemas ecolégicos, la localizacién geopolitica en relacién con otros territ estudio de la trilogfa cultura/nacién/territorio y, en definitiva, todo lo que conll racién del territorio como base y recurso politico del proceso de construcci6n mundo constituido por Estados. Algunos de estos temas se apuntan ya en ¢i geogrdfica, concretamente —y slo a modo de ejemplo y por orden alfabético—er Agnew (1984, 1987), Anderson (1986), Blaut (1986), Boal y Douglas (1982), Dijkink (1986), Escobar (2001), Folch-Serra y Nogué (2001), Girodano (2000), John y Kofman (1988), Knight (1982, 1984), Lacoste (1997), McLaughlin (1986), Met ‘Mlinar (1992), Nogué (1998), Nogué y Vicente (2001), Orridge y Williams (1982), Williams (1982, 1985), Williams y Kofman (1989) y Zelinsky (1984, 1988). La geo ca contempordnea empieza, pues, a ofrecer interesantes lecturas del fenémeno Todas ellas tienden a poner el énfasis en su perspectiva territorial, una p contemplada en los andlisis realizados desde otras disciplinas. Es desde este nuevo contexto académico e intelectual que se i ‘mos como una forma territorial de ideologia. Las naciones reivindicadas p ‘no sélo estan «localizadas» en el espacio y hasta cierto punto influidas p geografica —rasgos comunes, por otra parte, a toda organizacién social— cia de otros fendmenos sociales, los nacionalismos reclaman tervitorios que pasan a formar parte de la propia identidad y cuya excepcionalidad e historicidad enfatizan. Uno de los rasgos mas y del movimiento nacionalista es su habilidad para redefinir el espacio, -dolo como un territorio histérico y distintivo. Los movimientos naci¢ pian del espacio, del lugar y del tiempo, a partir de los cuales alternativas. En este sentido, la noci6n de eterritorio na -nacionalismo y de ahi que la autodenominacién de muchos plicita esta enorme carga de ideologia territorial. En n sus reivindicaciones en términos tervitoriales. “ territoriales, los nacionalismos poseen o de que definen y clasifican a la gente i ‘un territorio, a una cultura (a una «nacién»), t La estrategia de los movimientos nacional: aipeison Escaneado con CamScanner Geografia politica yente el Ambito en el que identidad, territorio y politica se funden de una mane- amis clara es el nacionalista. En efecto, los nacionalismos son una suerte de movimientos {ociales y politicos muy arraigados en el territorio, en el lugar, en el espacio; son, en gran medida, una forma territorial de ideologia o, si se quiere, una ideologfa territorial. Los nacio- halismos se muestran hoy dfa como una de las respuestas ideolgicas mejor adaptadas al de fragmentacién territorial generado por la globalizacién. Es por todo ello por lo que la perspectiva geografica reviste un enorme interés a la hora geentender los nacionalismos, porque éstos estan estructurados por el contexto, el medio y Gllugar. Es en el elugar» donde se materializan las grandes categorfas sociales (sexo, clase, Sad), donde tienen lugar las interacciones sociales que provocarén una respuesta u otra a sXe fenémeno social. El papel desempefiado por el lugar es esencial en la estructuracién de jn expresi6n nacionalista, porque la fuerza y la capacidad de atraccién del nacionalismo, en tanto que una forma de practica politica, varfa precisamente en funci6n de su capacidad de respuesta a las necesidades del lugar: En este sentido, los nacionalismos podrian llegar a interpretarse como una respuesta politica condicionada por el entorno local El paisaje ilustra como pocos conceptos geograficos esta dimensién territorial de los nacionalismos. Elpaisaje, un concepto de larga tradicion en geografia (Cosgrove, 1985; Olwig, 1996), podria definirse simplemente como el aspecto visible y perceptible del espacio geo- grafico. Sin embargo, considerando que vivimos en un mundo extremadamente humaniza- do, deberfa concebirse como el resultado final y perceptivo de la combinacién dinémica de elementos abisticos (substrato geolégico), bisticos (flora y fauna) y antr6picos (accién hu- mana), combinacin que convierte al conjunto en una entidad singular en continua evolu- ciGn. Elpaisaje es el resultado de una transformacién colectiva de la naturaleza, un producto cultural, la proyecci6n cultural de una sociedad en un espacio determinado. Esta definicién no se refiere sdlo a la dimensién material del paisaje, sino también a sus dimensiones espiritual, ideol6gica y simbélica (Turri, 1998). Las sociedades humanas han transformado a lo largo de la historia los originales paisajes naturales en paisajes culturales, caracterizados no s6lo por una determinada materialidad (formas de construccién, tipos de cultivos), sino también por los valores y sentimientos plasmados en el mismo. En este senti- do los paisajes estn llenos de lugares que encarnan la experiencia y las aspiraciones de los seres humanos. Estos lugares se transforman en centros de significados y en simbolos que expresan pensamientos, ideas y emociones de muy diversos tipos. El paisaje no s6lo nos ‘muestra cémo es el mundo, sino que es también una construccién, una composici6n de este mundo, una forma de verlo. Los paisajes evocan un marcado sentido de pertenencia a un espacio cultural determinado (Clifford y King, 1993; Hakli, 1999; Williams, 1999) ycrean, en efecto, una suerte de identidad territorial (Agnew, 1998). ‘As{ pues, el paisaje es un concepto fuertemente impregnado de connotaciones cultura- les ¢, incluso, ideolégicas (Peet, 1996). Fl paisaje puede ser interpretado como un dinamico 6digo de sfmbolos que nos habla de la cultura de su pasado, de su presente y tal vez también de su futuro (Cosgrove, 1989; McDowell, 1994). La legibilidad semistica de un paisaje, esto , el grado de decodificacién de sus simbolos, puede tener mayor o menor dificultad, pero st4 siempre unida a la cultura que los produce (Duncan y Duncan, 1988). Los nacionalismos se sirven de un gran ntimero de simbolos, entre ellos los paisajisticos, para conseguir que la poblacin se identifique a si misma como pueblo, como comunidad. La mitologfa nacionalista ha creado una amplia gama de lugares de identificaci6n colectiva, entendiendo por lugar un Area limitada, una porcién espectfica de la superficie terrestre llena de sfmbolos que actiia como centro transmisor de mensajes culturales. Podemos ha- blar, sin duda, de la existencia de un paisaje simbdlico nacionalista (Gruffudd, 1995). Estos Paisajes, estos lugares de identificacién colectiva de cardcter nacionalista no son ni inmanentes ni inmutables. Aparecen y desaparecen, como las naciones y los nacionalismos, y varfan en cl tiempo y en el espacio (Hobsbawm y Ranger, 1983). TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA ba Escaneado con CamScanner Joan Nogué ‘Tenemos, pues, que determinados paisajes —o elementos de los mis ten en verdaderos simbolos de una ideologia nacionalista que evoca un pasado n ‘© menos lejano. El sentimiento nacionalista se expresa a menudo a través de de este pasado, un pasado impregnado en el paisaje. Para el nacionalismo, cualquier otro fenémeno social, el paisaje es un receptaculo del pasado i (effernan, 1995; Nogué, 1998). Este hecho, i idad para saber mirar el paisaje estableciendo de forma inmediata con el pasado. He ahi el paisaje nacional entendido como un paisaje 0 que representa ¢ identifica los valores y la esencia de la nacién en eli ahi, en definitiva, el paisaje entendido como «almay del territorio, c consciencia colectiva (Branch, 1999). 3, De lo global a lo local Escaneado con CamScanner Geogratia politica (Guibernau, 1996: 146). Mas atin: el lugar actiaamodo de vinculo, de punto de contacto einteraccién entre los fendmenos mundialesy In experiencia individual. En efecto, «glocal» se ha convertido en un neologismo de moda, E sorprendente, pero lo cierto es que, en vez de disminuir el papel del territoric, In interacionalizacién y la integracién mundial han aumentado su peso especifico; no este me han eclipsado al territorio, sino que han aumentado su importancia. Estamos, pues, ante una revalorizacién econémica del lugar, sin duda, econdmica. Este reaparece también en sus dimensiones culturales, la crisis del Estado-nacién y los procesos de homogeneizacién cultural, las lenguas y las culturas minoritarias reafirman su identidad y reinventan el tervitorio, puesto que es innega. ble que una cultura con base territorial resiste mucho mejor los embates de la cultura de ‘masas mundializada. Por otra parte, muchos movimientos sociales de nuevo y viejo cuiio se organizan —y en algunos casos se definen— territorialmente. Los grupos ecologistas, por ejemplo, no sélo se organizan localmente, sino que su propia filosoffa es descentralizadora y territorializada, en elsentido de que actian en primera instancia para resolver los problemas mas inmediatos y mis locales de degradacién ambiental, sin dejar por ello de preocuparse, obviamente, por temas de émbito mundial, como el cambio climatico o la disminucién de la biodiversidad. Otro ejemplo seria el de las denominadas tribus urbanas, complejo fendmeno social de gran rascendencia y enormemente territorializado. En efecto, de nuevo nos encontramos aqui ante una suerte de paradoja espacial. El lugar (lo propio, lo cercano) se ve invadido por lo externo, por lo universal, por la globalizacién, en definitiva, y, por lo tanto, se convierte en un espacio abstracto, neutro, homogéneo. Asf pues, aparentemente, estos jévenes habitantes urbanos son cada vez, menos de un lugar concreto, puesto que éste, como la cultura, la politica 0 la economfa, se ha globalizado. Sin embargo, «lo que se intenta arrojar por la Puerta, entra por la ventana. El debilitamiento de la identidad tradicional fundada en el espacio propio provoca una sensacién de vacio psicol6gico que propicia un movimiento de reacci6n, de vuelta atrés: perdida la seguridad que ofrecian las antiguas fronteras, se buscan, entonces, nuevas barreras, nuevas divisiones...» (Pere-Oriol Costa, José Manuel Pérez. Torne- roy Fabio Tropea, 1996: 29-30). En los movimientos neotribales urbanos tipicos de las socie- dades postindustriales se observa con sorpresa que, cuanto més cosmopolita es una ciudad, més deseos de enraizamiento localista se detectan. Se produce asf una especie de apropia- ién y delimitaci6n del territorio guiada por un fuerte sentimiento de pertenencia al mismo. Finalmente, en lo referente a la dimensién politica, hay que reconocer que el territo- rio tiene un peso espectfico cada vez mayor en el ambito politico, no s6lo porque la polf- tica absorbe problematicas sociales de cardcter territorial, como las ambientales, sino Porque las propias organizaciones politicas, incluidos los partidos, no tienen més reme- dio que descentralizarse para acercarse ms y mejor al ciudadano. Lo més curioso del aso es que algunas experiencias politicas supraestatales, fundadas y constituidas freak ‘mente por Estados-nacién, han desarrollado intensas politicas regionales ¢ incluso loca- 'es. El ejemplo més ilustrativo es sin duda el de la Unin Europea, un complicado ee mado de foros y de iniciativas polfticas en el que los Estados-nacién tienen sin duda Primacta, pero de una forma cada vez mas difusa y condicionada por las sti etes ei nales y locales, El resultado de todo ello es «un complejo orden politico en el cu: ie Politica europea se regionaliza, la politica regional se europetza y la politica nacional se curopetza a la vez que se regionaliza» (Keating, 1996: 68). Pero no sélo sociales y politicas. Ante 209 TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA Escaneado con CamScanner DO a ee ete cea sel ia te ecient eh Escaneado con CamScanner Geogratia politica espaciosabstractos, incluyendo también en esta categorfa alas grandes metr6poliscontem- ‘Sraneas: En las megal6pois,segin estas versiones, la ciudad tradicional ha dejado de exis- otha explotado en mil fragmentos, se ha baleanizado y descontextualizado, ha perdido sus ‘su cohesi6n y su estructura ya no es comprensible; en definitiva, ha dejado de corhumana, ha perdido su identidad. Contra todo ello se alzaria el redescubrimiento del Feuar y de la dimensidn local. Las comunidades locales serfan la base fundamental de la Inefa movilizaciOn social, al canalizar las reivindicaciones por conseguir una mayor des- contralizacin del poder y de la toma de decisiones. A ‘Como ocurre a menudo, es probable que las dos interpretaciones tengan algo de razén, por que cabria pensar en la posibilidad de una tercera via que profundizara en aquellos PRmentos no incompatibles de las mismas. Sea como fuere, lo cierto es que estamos asis- Sando a una revalorizaciOn del papel del «lugar» y a un renovado interés por una nueva forma de entender el territorio que sea capaz de conectar lo particular com lo general, uno de Jos rasgos esenciales de la nueva geografia politica. 4, Nuevas perspectivas en geografia politica Como vetamos al principio de este capitulo, la geograffa politica esta experimentando en afos recientes una notable vivificacién, hasta el punto de que ha llegado a considerarse como una de las especialidades més dinamicas de la geografia contemporanea (Garcia Ba- Tlesteros, Bosque Sendra, 1985; Pacione, 1985; Lévy, 1988). La publicaci6n de libros y de manuales sobre el tema es continua y existen varias revistas especializadas como Hérodote y Political Geography. En otras revistas de temas mas variados, como Documents d’Andlisi Geogrifica, Society and Space, Gender, Place and Culture o Antipode, también se observa una atencién especial al estudio de la dimensi6n espacial de los fenémenos politicos. "Acllo ha contribuido la reintroducci6n de la dimensin espacial en las preocupaciones propias dela teorfa social, lo que ha resituado el papel de la geografia como saber clave para interpretar la cambiante realidad social de nuestro mundo. A su ve7, la cultura ha dejado de ser una categoria residual, una variaciGn superficial no explicada por los andlisis econémi- cos: la cultura es ahora vista como el medio a través del cual las transformaciones se experi- mentan, contestan y constituyen. Hoy en dfa lo cultural se halla inscrito en todos los espacios (también los politicos y los econémicos) y en todos los ambitos de Ia sociedad, de manera que este énfasis en lo cultural —en los procesos culturales—conlleva el replanteamiento de los principios y los objetivos de la propia geogralfa. En esta nueva geografia politica de elevado componente critico las conexiones con la ecograffa social y cultural son evidentes y se establecen en buena medida a través de un Concepto clave, el de identidad, que a partir de ahora ya no sera concebido como algo monolitico, sino mas bien como un fenémeno miiltiple, heterogéneo, multifactal y hasta cierto punto imprevisible que problematiza y recompone tradiciones. La identidad es algo ue, en gran medida, se construye. i Eltema de las identidades cultarales colectivas es fundamental en el contexto de la global- zaci6n, La creulacion de las personas, bien de forma voluntaria (viajes de turismo y oci), bien Por necesidad (mmigraciones por motivoslaborales o éxodos debidos a conflictos armades), con. fronta alautéctone, al eludacano que no se ha trasladado, con su propia identidad, Al ontem- plary convivireon otras Wdentidades cultural, este cludadano se ve inevitablemente abocado s plantearse su propia identidad, a compararla con la de los demas. Es entonces cuando surge el confito, que puede resolverse satisfactoriamente —0 no—en funcion de miles y diversas variables, porque hay que reconocer que la diversidad identitariaen Ia quenos moveros no est cxenta de tensiones y contradicciones, no solo de grupo, sino también individuales, TRATADO DE GEOGRAFIA HUMANA a Escaneado con CamScanner Escaneado con CamScanner Geogratia politica i : » (Fontana, 1994: 130). Bl esquema de Said es especialmente sugerente para la geogratia en seneret y para la seografia politica en particular porque, en la construccién de la alteridad, la espacralida't tiene un papel muy importante. El Otro es concebido como una entidad externa contra la que nosotros y nuestra identidad se moviliza, reacciona; ademés, en el encuentro colonial (no serfa exactamente lo mismo en las sociedades occidentales contempordneas que han recibido una fuerte inmigracin procedente de las antiguas colonias), el Otro vive mas alla, enotro lugar suficientemente lejano: contiene, por tanto, una dimensi6n espacial inherente De alguna forma, estamos ante construcciones sociales de demarcaciones espaciales. Los espacios coloniales, en tanto que unidades territoriales, son productos histéricos, no sélo por su estricta materialidad hist6rica, sino también por su significacion sociocultural. En este sentido, la idea de espacializacién social es sin duda importante, pero también lo es la idea de socializaci6n espacial, esto es, el proceso a través del cual, por una parte, colectivida- desy actores individuales son socializados como miembros de especificas entidades espacia- les delimitadas territorialmente y, por otra, se internalizan més 0 menos activamente las identidades territoriales colectivas y las tradiciones compartidas. Se trata, en definitiva, de legara ofrecer una vision de la cultura y de la sociedad, en todas sus vertientes, no sometida (al menos tesricamente) a ningiin discurso oficial ni a los dogmas de los grandes paradigmas. La nueva geografia politica aspira a analizar criticamente estas cstructuras aparentemente sdlidas e indiscutibles con el fin de ofrecer perspectivas alternati- vas yde desenmascarar los mecanismos discursivos del poder establecido. En un primer mo- mento fue el estructuralismo quien aport6 las bases a esta critica; posteriormente, una vez que el marxismo cayé en el naufragio de las metanarrativas, han sido el posmodernismo 0 las visiones neoestructuralistas. El resultado ha sido la geograffa politica critica que, como meto- dologia, implica un andlisis de los fenémenos y hechos geopoliticos hasta cierto punto heterodoxa enrelacién con otras perspectivas. Heterodoxa en sus contenidos, puesto que amplia el interés hacia temas tradicionalmente alejados —como el medio ambiente, la cultura o el género—, y n sus formas, al renunciar a las rigideces paradigmaticas. Ambos aspectos permiten unas visiones mas complejas de la realidad, y por lo tanto «més reales», y més criticas respecto a los

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