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FRANCISCO DE QUEVEDO

Pañales y mortaja

“¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?


¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni a dónde


la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;


hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto


pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

COMENTARIO DEL POEMA

1.-Brevísima síntesis del contenido del poema y de las cuestiones que desarrolla y su
relación con los principales motivos y tópicos literarios propios del autor y de la época
(máximo 250 palabras).

Este poema perteneciente a Francisco de Quevedo, uno de los escritores más


prolíficos y representativos que tuvo el Barroco español durante le Edad de Oro de las
letras en el siglo XVII.
Años después de la muerte de Francisco de Quevedo (1648) se realiza la primera
impresión de sus poesías completas bajo el título de 'El Parnaso español' gracias a su
amigo Gonzalez de Salas. Estos poemas se agruparon en nueve partes dedicadas
cada una de ellas a una musa de la mitología griega.
El soneto que comienza con la llamada '¡Ah de la vida!' forma parte de la sección
correspondiente a la segunda musa, la llamada Polimnia.
El Barroco fue un movimiento artístico y literario de cuyos principales temas se puede
deducir todo el desengaño y el pesimismo fruto de las circunstancias sociales de
aquellos momentos. Dentro de este periodo Quevedo encabezó el estilo denominado
“Conceptismo”, el cual se basa en los juegos de palabras, los dobles significados o en
la contradicción (antítesis y paradoja). La originalidad y el ingenio es buscada a través
de las diversas construcciones que nos ofrece el lenguaje, no dudando en usar de
todo tipo de recursos tales como el símil o la hipérbole entre otros.
En este soneto Quevedo nos cuenta quien fue y quien es ahora, describiéndose como
una persona cansada, acorralado por el temor y las penalidades y sufrimientos que le
embargan. El tema principal es el paso del tiempo, tópico literario muy común de este
periodo es el “tempus fugit”. Aquí nos hace un profunda reflexión sobre los
sentimientos encontrados que le produce el tema de la muerte ahora que esta tan
próximo a ella: la muerte y la reflexión sobre la vida causados por el paso rápido del
tiempo en el tiempo que le ha tocado vivir todo ello impregnado de un tono de
pesimismo y desengaño.

Varios párrafos dedicados a analizar su estructura. Desde lo más general a lo más


particular (tipo de poema, estrofas, versos, medida, rima). Así como un estudio de los
principales recursos literarios o figuras retóricas (máximo 350 palabras)

Esta composición poética es un soneto (dos cuartetos y dos tercetos) cuya rima es consonante
y cada verso tiene 11 sílabas, es decir, endecasílabo. El esquema métrico que corresponde a
esta composición es ABBA ABBA CDC DCD.

Dividiremos este soneto en dos partes. En la primera parte, los cuartetos formarían una unidad
temática ya que el poeta nos explica que se ha hecho mayor sin darse cuenta, el tiempo ha
pasado y él está enfermo. La segunda parte estaría formada por los tercetos en las que la
reflexión existencial sobre el tiempo dominan estas estrofas y acaban de dar sentido al poema,
de marcado estilo pesimista. Solo hemos de fijarnos en los verbos: “fue”, “será”, “soy” para
insistir en la idea del paso inevitable del tiempo que nos lleva a la muerte.

En el primer verso encontramos la interrogación retórica “¿Nadie me responde?” que nos


indica la soledad del poeta agudizada por la enfermedad y los años. Además el paso del tiempo
lo podemos observar en los adverbios de los tercetos que insisten en esta idea: “Ayer”, “hoy” y
“mañana” que además son términos antitéticos, recurso este (la antítesis) muy característico
del barroco ya que muestran esa idea de contradicción y pesimismo.

La exlamación retórica ocupa el los dos primeros versos del segundo cuarteto insiste en la idea
de fugacidad, de cómo el tiempo ha pasado tan rápido que él ni tan siquiera de ha dado
cuenta. Este sentimiento de sorpresa se refuerza con el uso de la exclamación. Fijémonos
también en la personificación de “la salud” y “la edad”.

Podríamos comentar las metáforas: “pañales” y “mortaja” que hacen referencia precisamente
al principio de la vida, y al final de esta. Ambas etapas sintetizadas en el uso que hacemos de
los paños característicos de cada etapa vital.

El uso de la conjunción “y” en el verso:”soy un fue, y un será, y un es cansado” nos da la


sensación de lentitud, de recreación en el tiempo, de alargar algo que sabemos que es
inevitable, como es la muerte.
Relacionar el texto con cualquiera de los contenidos del tema(máximo 400 palabras).

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Emoción sincera

Es fácilmente demostrable que Francisco de Quevedo, como tantos poetas de su época, y aun
de siglos anteriores y posteriores, destinó numerosos textos a la admiración ajena. Uno los lee,
los aprueba, se maravilla con las geniales ocurrencias del artífice; pero al final no logra
desprenderse del incómodo convencimiento de haber sido espectador pasivo de un juego que
no le infiere el menor rasguño en la conciencia.

No siempre es así. Quevedo compuso asimismo textos cargados de emoción sincera que dan
cauce a sus dolores personales, y a nosotros, casi cuatro siglos después, nos resulta punto
menos que imposible no estremecernos con ellos. Este soneto, 'Ah de la vida', pertenece al
tipo de poemas que le pegan a uno fuerte. Quien habla en él es un hombre común como
nosotros. Un hombre, ya metido en años, que lamenta un destino adverso similar al nuestro o
al que nos espera. En estos versos de sonoridad oral no hay dioses mitológicos, héroes ni
gentes de alcurnia. Aquí profiere a solas su queja amarga un hombre envejecido y lúcido cuyas
palabras no podemos sino tomar como propias.

El poeta recurre a locuciones procedentes del habla popular. Las transforma a fin de darles,
con intención poética, un sentido nuevo. '¡Ah de la vida!' surge de fórmulas de llamada del tipo
'¡Ah de la casa!', '¡Ah de la nao!', con las que en viejos tiempos trataba uno de hacerse notar
desde fuera del sitio en el que deseaba ser recibido. Es como si el poeta, a su pesar, se hubiera
salido de la vida y, arrojado a la intemperie, diera voces a la desesperada para que le abran la
puerta. Nadie le responde y su llamada, desoída, resulta inútil. De manera similar invoca los
antaños, esto es, los tiempos idos, cuya presencia él reclama al modo como se solicitaba ayuda
en la batalla ('¡Aquí de los nuestros!') o, en situaciones comprometidas, a la gente de armas
responsable de velar por la ley ('¡Aquí de la justicia!').
La cruda realidad es que los años transcurrieron sin que se sepa «cómo ni adónde». La
Fortuna, diosa romana de la suerte, devoró el cupo de tiempo otorgado por la naturaleza al
hombre, destruyendo paulatinamente su salud, despojándolo de su lozanía, con la crueldad
añadida de mantenerle intacta la conciencia sobre la pérdida definitiva de lo vivido, sobre su
degradación física actual y el fin cercano. A este respecto, no puedo menos de acordarme de
unas palabras que me dijo el escritor y crítico literario Ángel Ortiz Alfau en el Café Iruña de
Bilbao poco tiempo antes de su fallecimiento: «Lo peor, Fernando, no es llegar a viejo; lo peor
es llegar y darse cuenta de ello.»

Conciencia trágica

Idéntica conciencia trágica sostiene de principio a fin el soneto de Quevedo, junto con la
pericia lingüística del poeta para expresar con indudable vigor poético lo que a todos concierne
y lo que ya otros poetas antes y después de Quevedo expresaron: que el tiempo pasa
arrastrándonos en su corriente. El poeta constata, pero también personaliza. Es él quien fue y
quien ahora es un ser cansado, asediado por el temor y las calamidades, y quien será a lo largo
de un futuro que se revela cada vez más corto.

Desde los pañales del recién nacido hasta la mortaja del difunto, la vida (hoy, mañana y ayer)
se ha pasado en un soplo; una vida en la que uno, testigo de sus incesantes defunciones, es
tumba donde yacen sus anteriores edades. Quevedo enuncia este pensamiento en una célebre
carta de 1635 dirigida a Manuel Serrano del Castillo: «Hoy cuento yo cincuenta y dos años, y
en ellos cuento otros tantos entierros míos. Mi infancia murió irrevocablemente; murió mi
niñez, murió mi juventud, murió mi mocedad; ya también falleció mi edad varonil. Pues ¿cómo
llamo vida una vejez que es sepulcro donde yo propio soy entierro de cinco difuntos que he
vivido?»

Jorge Luis Borges equiparó la obra de Quevedo con una serie de «aventuras verbales». Y es
cierto que se advierte en cada página de este portentoso usuario del idioma una sucesión
incesante de agudezas. Con eso y todo, yo me atrevería a cuestionar que tal sea la razón única,
ni siquiera la principal, de la vigencia moderna de algunos de sus escritos. Hay algo en poemas
como el soneto '¡Ah de la vida!', más allá de las piruetas y hallazgos lingüísticos, que nos deja
mal cuerpo, nos desata un negro temblor. Llamémoslo, para salir del paso, poesía en el mayor
grado concebible.

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. ANÁLISIS

1) Resumen
Francisco de Quevedo (Madrid, 1580 – Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645) es el
máximo ejemplo del conceptismo barroco español. Este poema es un ejemplo de ello en sus
múltiples facetas, formales o del plano de la expresión, y de significación o del plano del
contenido. En otras palabras, nos sirve muy bien para entender la mentalidad y los
presupuestos estéticos barrocos.

El yo lírico llama a la vida, al llegar a un lugar (metafórico) desconocido, al igual que se llamaba
cuando un viajero alcanzaba un lugar, con el grito: “!Ah, de la casa!”, o “¡Ah, del castillo!”, etc.
La única respuesta es el silencio, lo que lo inquieta. En el segundo verso llama a sus iguales en
la batalla; cuando un soldado estaba en peligro, gritaba “¡Aquí de los míos!”. Ahora, el yo lírico
exclama “¡Aquí de los antaños que he vivido!” (v. 2). Siente que la vida se le va, de ahí que
apele a los sucesivos yos que ha vivido (el niño, el joven, el adulto; se entiende que él habla
desde la vejez). El tiempo de su vida ha huido de entre sus manos sin darse cuenta. La Fortuna,
el destino, ha roído, como un ratón sus tiempo, es decir, sus días, comiéndolas. Pero no tenía
un sentido de la realidad, había caído en la locura de creer que siempre sería joven y fuerte.
Esa locura ha escondido su realidad: ella roba las horas para no volver jamás.

El yo lírico no puede explicarse de qué modo sus días han pasado, ni a dónde han ido a parar;
lo que sí sabe bien es que se ha quedado viejo y achacoso. La evidencia le muestra que los días
que le quedan son pocos, y lo vivido y ya pasado pesa más que el presente o el futuro. Como
ya es anciano, las calamidades lo acechan, lo que lo abruma.

El presente prácticamente no existe, pues de sus cavilaciones comprende que “ayer” ya no


está y que el futuro todavía no ha llegado, de modo que es irreal. Cuando comprende qué es el
presente, lo percibe como un continuo pasar hacia el pasado. Eso le permite comprender que
“soy un fue, y un será, y un es cansado” (v. 11); los tres verbos conjugados en pasado, presente
y futuro le muestran metafóricamente que la vida es tan fugaz que todo se resume en la
brevedad de la vida, que deja cansancio existencial.

En la última estrofa se refiere a los tres espacios temporales a través de tres adverbios, como
antes o había hecho a través de tres verbos conjugados en los respectivos tiempos verbales. El
tiempo huye de tal modo que en un solo pensamiento puede unir vida y muerte, niñez y
ancianidad, a las que alude con dos metonimias: pañales y mortaja. La única abrumadora
conclusión posible es que su tiempo presente son “presentes sucesiones de difunto”, es decir,
pasos inapelables hacia la muerte.

2) Tema

El tema del poema se puede enunciar así: una reflexión amarga sobre el implacable paso del
tiempo, que nos acerca a la muerte sin pausa y con rapidez. En otras palabras, es una análisis
pesimista sobre la fugacidad del tiempo y la brevedad de la vida, cuya final, la muerte, está
más próximo de lo que creemos.

3)Apartados temáticos

Como es de esperar por la estructura estrófica empleada, el soneto, se distinguen muy bien
dos secciones de contenido, aunque no en su distribución habitual:

– Las dos primeras estrofas (vv. 1-8) forman la primera sección temática: se expone, declara o
enuncia realidades objetivas observables: ante la soledad del yo lírico, llama a la vida, sus yos
previos que ha vivido, pero nadie viene ni le acompaña. De modo genérico enuncia que le falta
la vida y solo tiene a su lado el pasado.

– Las dos últimas estrofas (vv. 9-14) conforman la segunda sección temática: poseen un
carácter conclusivo y causal-consecutivo: el tiempo es tan fugaz que se puede decir que todo
es pasado o un tránsito hacia él. Y ello considerado tanto a nivel general, como particular del
yo lírico, pues el verbo en primera persona, “junto”, ya indica que es de su propia persona de
quien habla. La única certeza aplastante e inapelable es que la muerte lo aguarda ahí mismo, a
la vuelta de la esquina.

4) Análisis métrico y de la rima

Quevedo ha elegido el soneto como forma estrófica (ABBA, ABBA, CDC, DCD). Lógicamente, los
versos son endecasílabos, la rima consonante y las estrofas se distribuyen en dos cuartetos y
dos tercetos; estos tienen una rima encadenada; el segundo verso de la primera estrofa
coincide en rima con la del primero y tercero de la segunda. Es una opción típica de Quevedo,
al fin y al cabo deudor de la tradición garcilasiana y petrarquista.

5) Comentario estilístico

Este bellísimo y estremecedor poema presenta una forma perfecta, ingeniosa, sorprendente e
inimitable. El yo lirico comienza apelando a la vida, a quien se dirige como si acabara de llegar
a su casa. Es una desconocida y desea saber quién y cómo es. Se trata de una metáfora que
transmite la idea de que la vida entera es una incógnita; y es igual que la llamemos, porque no
responde; no está, o no puede contestar; cada uno ha de buscar sus respuestas; esto lo
transmite en la interrogación retórica “¿Nadie me responde?” (v. 1).

La segunda imagen de la primera estrofa es de carácter bélico. Como un guerrero en peligro


llama a los suyos para que lo socorran con el grito de !Aquí de los míos!, el yo lírico llama a la
desesperada a sus “antaños”, es decir a su niñez, juventud y adultez; se entiende que él está
situado en la senectud. Constata que la Fortuna y la locura (con mayúscula la primera,
personificada e individualizada) ha mordido (como un perro rabioso; obsérvese la metáfora)
sus tiempos (metonimia de los años de su vida); la segunda ha escondido sus horas; él las
busca, pero no las encuentra porque ya no están; es de locos buscar el tiempo pasado.

En el segundo cuarteto aparece una exclamación atenuada en la que reconoce que, con el
paso del tiempo, se han ido los años y la salud, pues ahora se siente achacoso. En los dos
versos finales del segundo cuarteto, constata el yo lírico, con oraciones breves y paralelas, que
la vida escasea y solo hay constancia de lo pasado; y lo que sí ronda son las enfermedades y
desgracias.

Los tercetos poseen un carácter consecutivo y conclusivo. A través de una paradoja, enunciada
con un paralelismo, manifiesta que el tiempo huye rápidamente: “Ayer se fue; mañana no ha
llegado” (v. 9). Emplea los tres adverbios de tiempo como sujeto de tres oraciones que aluden,
con verbos de movimiento, a la marcha rápida del tiempo. Eso le permite afirmar: “soy un fue,
y un será, y un es cansado” (v. 11). Este verso es de gran hondura y originalidad; emplea los
verbos conjugados en tiempo pasado, futuro y presente, como los atributos de tres oraciones
copulativas, en construcción paralela y con el polisíndeton reforzador de la acumulación de
todo en un punto; el adjetivo final (“cansado”) advierte de la falta de fuerzas para continuar
adelante. La expresividad y belleza de este verso son inigualables.

El último terceto vuelve a jugar con los tres adverbios de tiempo, pero los cambia de orden y
de función, pues ahora son complementos circunstanciales en una oración con una metonimia
muy expresiva: todo se junta en un único concepto de la vida como algo efímero y breve. Los
“pañales y mortaja” (v. 13) son figuras que nos hacen comprender que todo es poco más que
un suspiro. La última oración del poema es lapidaria y epigramática. El yo lírico se ha
convertido en un muerto viviente, como se manifiesta en la metáfora hiperbólica “presentes
sucesiones de difuntos”, v. 14), tal es la velocidad con la que transcurre la vida y se acerca la
muerte.

Para montar este constructo filosófico-existencial, Quevedo ha utilizado una serie de tópicos
literarios de raíz clásica: tempus fugit, vita brevis y vita lacrimarum valle. El conjunto es de una
deslumbrante belleza y eficacia expresiva.

6) Contextualización

Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1570 – Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645)
es uno de los más grandes escritores de la literatura española y universal. Su versatilidad es
asombrosa, junto con enorme capacidad expresiva sobre temas y formas muy distintas entre
sí. Es el ejemplo más firme de la literatura conceptista barroca: expresión reconcentrada,
anfibología o doble sentido en los enunciados,densidad significativa, juegos verbales y
mentales que exigen un notable esfuerzo del lector para descubrir el ingenio del escritor, etc.

La producción poética es de gran envergadura y calidad. Se calcula que compus sobre 875
poemas, bajo el molde de casi todos los subgéneros de su época: poesía satírico-burlesca,
amorosa, moral e inmoral, religiosos (donde se incluyen sus célebres Salmos) y fúnebres. Se
incluyen poemas metafísicos y filosóficos de carácter neoestoico. En vida circularon de forma
manuscrita muchos poemas. En forma impresa se recogieron póstumamente en dos obras: El
Parnaso español (1648, al cuidado de sus amigo José Antonio González de Salas) y Las Tres
Musas Últimas Castellanas (1670, al cuidado de su sobrino Pedro Alderete).

Sus obras en prosa también son muy abundantes. Según su contenido, se clasifican en varios
grupos. Primero, veremos las obras literarias.

Entre las obras satírico-morales, sobresale Sueños y discursos, donde critica oficios, personajes
y tipos sociales de su época; su estilo es mordaz, casi cínico, satírico y un punto escéptico.
Toma el modelo de escritor griego Luciano de Samósata.

Escribió dos «fantasías morales», el Discurso de todos los diablos y de La hora de todos. Ambas
son también sátiras lucianescas de característico tono tragicómico; alcanza gran elegancia y
virtuosismo. La diosa Fortuna da a cada uno lo que merece; el desbarajuste es tal que es mejor
volver al desorden previo. Su novela picaresca Historia de la vida del Buscón llamado don
Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, apareció impresa en Zaragoza en 1626.
Alcanzó fama en su época por su estilo expresionista y su homor negro, esperpéntico y
corrosivo; la hipérbolización, cosificación y animalización de los inmorales personajes es el
procedimiento continuo de degradación de la realidad.
Premática y aranceles, hechas por el fiel de las putas, Consejos para guardar la mosca y gastar
la prosa, Premática del tiempo, Capitulaciones matrimoniales y Capitulaciones de la vida de la
Corte son sátiras burlescas de los géneros burocráticos-administrativos habituales en las
secretarías del gobierno.

En Cartas del caballero de la Tenaza (1625), en forma epistolar, cuenta las argucias y pretextos
de un hidalgo tacaño que evita que su enamorada le extraiga dinero.

El Libro de todas las cosas y otras muchas más. Compuesto por el docto y experimentado en
todas materias. El único maestro malsabidillo. Dirigido a la curiosidad de los entremetidos, a la
turbamulta de los habladores, y a la sonsaca de las viejecitas.

Otro título chocante es Gracias y desgracias del ojo del culo. Se trata de una obra breve en el
que describe detalladamente, con humor negro, corrosivo y escatológico, las vicisitudes
alegres y tristes relacionadas con el ano y sus aledaños.

Quevedo también escribió teatro. No existe un catálogo definitivo de sus obras, pero destacan
Cómo ha de ser el privado y un conjunto de entremeses, como La polilla de Madrid, El marido
pantasma, El marión, El caballero de la Tenaza, El niño y Peralvillo de Madrid, La ropavejera y
Los refranes del viejo celoso.

Entre las obras no literarias, algunas son de naturaleza política. Destaca España defendida…
Argumenta a favor de la calidad y virtudes de las letras españolas y de su cultura humanista,
además de la historia hispana, ya por entonces atacada a través de la “leyenda negra”. En
Política de Dios, gobierno de Cristo defiende un gobierno regido por los principios cristianos.
Defiende la aparición del Apóstol y su patronazgo de España en Memorial por el patronato de
Santiago. Su defensa, agresiva y fuerte, de la política económica del valido Conde-Duque de
Olivares en El chitón de las tarabillas (1630) es tan mordaz que se retiró al poco de publicarse.
Su antijudaísmo lo vertió por escrito en Execración contra los judíos (1633); ahí desliza críticas
al Conde-Duque, lo que luego pagaría con su encarcelamiento en San Marcos de León. Critica
la revuelta catalana de 1640 en La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero.
La Vida de Marco Bruto, recrea la vida del hijo y homicida de Julio César.

También compuso obras de contenido religioso y de consejos de una vida cristiana. Son sus
obras ascéticas, como Vida de Santo Tomás de Villanueva, Providencia de Dios (es un tratado
contra los ateos, compuesto bajo el principio de un cristianismo estoico), Vida de San Pablo y
La constancia y paciencia del santo Job.

Entre las obras filosóficas sobresale por su densidad, su estilo limpio y su estoicismo un tanto
escéptico La cuna y la sepultura para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas.

Escribió varios volúmenes de crítica literaria, dirigidos a vituperar el estilo culterano y al propio
Luis de Góngora, por quien sentía mucha antipatía. El título más célebre es La aguja de navegar
cultos con la receta para hacer Soledades en un día. La culta latiniparla es un libro burlesco y
satírico, con “consejos” para dominar el estilo gongorino.

Asimismo, dejó un jugoso epistolario y muchas traducciones del latín (Propercio y Séneca, a
quienes admiraba) y del griego (criticadas por flojas).

7) Interpretación y valoración
El poema “”¡Ah de la vida!…” es de contenido existencial y filosófico. Se trata de una reflexión,
de carácter existencialista, sobre la fugacidad de la vida y la proximidad de la muerte. El tono
es agónico, angustiado, como si el yo lírico estuviera sometido a una fuerte presión personal,
cerca de lo insoportable. Pide ayuda, pero no la recibe. A cambio, describe minuciosamente su
estado de pesimismo existencial porque adivina la muerte cercana.

La construcción del soneto es bellísima. El juego con los tiempos verbales y los tres adverbios
de tiempo es prodigioso y magistral. Transmiten una idea certera de cómo la vida es
demasiado breve y cómo el tiempo huye de entre nuestras manos sin darnos cuenta. La
metáfora hiperbólica final es muy eficaz porque recoge todos los razonamientos anteriores; el
lector queda abrumado por tanta evidencia.

El conjunto del soneto resulta de una asombrosa belleza, a pesar de su triste mensaje. La
paradoja surge en que, siendo la vida breve, su mejor empleo es crear un poema en que se
reconoce esta terrible realidad y se crea un artefacto poético que sí burla al tiempo fugaz y a la
muerte tenebrosa que nos aguarda, como al yo lírico. Qué duda cabe, estamos ante uno de los
sonetos existenciales y morales de más honda belleza de la poesía española.

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