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EL MISTERIO DEL HOLANDÉS ERRANTE estaba, pero el humo de su pipa aún flotaba en el aire. Subí la escalera y me asomé a
la terraza: allí, entre dos abedules de maceta, se rascaba la perilla y miraba el cielo.
Franco Vaccarini
-¿Qué hace, profesor? – Le pregunté.
Que descansen en paz, -Miro el cielo, joven- respondió, con su habitual tono cavernoso.
Si hay algún descanso en el universo. -¿Y por qué mira el cielo?-Insistí.
H.P. LOVECRAFT Porque hace bien. Nada más hace bien. ¿Puede dejar de fastidiarme con sus
preguntas? ¿Por qué no las reserva para sus entrevistados?
1. Cuentos de fantasmas Ignorando sus bravatas, le anuncié:
-¡Tengo su cuento de fantasmas, profesor!
Todo estaba cerca de salir bien,
Pero entonces algo salió mal.
Charles Murray
Periodista de Herald Express 2. La reunión de los jueves

_¡Fantasmas! ¡El público quiere fantasmas! Medio año atrás, yo me había presentado ante Sir Chesterfield para tomar el
Todavía hoy recuerdo aquel grito de mi editor, Sir Chesterfield, Siempre ocupado en puesto de redactor con estas palabras:
dar cuerda a las supersticiones de los lectores. Su aliento poblado de volutas de -Me llamo Charles Murray, tengo facilidad para escribir y le aseguro que nací
humo, sus dientes sudados, los labios temblorosos y el prodigioso abdomen para esto.
conformaban una presencia imponente y entusiasta. No pude menos que correr a Yo no era así, claro: yo no era el señor “faclidad para escribir”, yo no era el
descubrir fantasmas, como cualquier muchacho que quiere progresar en su trabajo de señor “le aseguro”; yo no era el señor “nací para esto”.
periodista. Yo era el señor “nadie” al borde de la desesperación y la miseria: necesitaba
En las mansiones de Londres no era difícil toparse con gente muerta que ese puesto y había ensayado cada palabra frente al espejo quebrado de mi cuarto.
vivía en la mente de sus criados, de sus parientes, de los vecinos. Se diría que la El hombre al que acababa de presentarme aspiró de su pipa y me respondió:
niebla de la ciudad está hecha de esos espíritus que no se van, fríos y viscosos, -Soy Sir Chesterfield, director de este periódico, pero le ruego que se dirija a
inofensivos. mi diciéndome profesor.
¿Cuánto me costaría encontrar mi historia? Nada, una pizca de nada. Esa De inmediato, bajó la voz y comenzó a tutearme compasivamente.
misma noche se llevaría a cabo la reunión semanal en la mansión de la condesa Muchacho…¿De veras quieres trabajar en mi diario? ¡Sólo un idiota nace
Byron; allí me hartaría de oír experiencias de ultratumba. para esto!
Y sí que me topé con varias historias buenas, pero una, sólo una –para qué Así era su humor: amargo y revulsivo como un té demasiado cargado.
más- era todo un fenómeno. -A idiota no me ganaron nunca- respondí, fuera de libreto.
Regresé a la redacción del Herald Express, augurándome la aprobación El profesor se rió, extendió su mano señalando la sala desprolija, cargada de
segura de Sir Chesterfield, su director fundador. El Herald era un periódico con una humo y nieblas, de ácaros hostiles; pero que olía a tinta, a la novedad de cada día. Mi
dotación minúscula: todas sus páginas las escribíamos entre Sir Chesterfield, yo y un pulso latía de segundo en segundo; yo estaba hecho para el eterno presente de una
par de colaboradores de medio tiempo. redacción; había crecido a la intemperie, expuesto al agua, al aire, a la tierra y al
La sala de redacción, más lúgubre que de costumbre, parecía una pajarera fuego. Un chico de las calles londinenses ya convertido en un hombre de veinticinco
vacía, con la luz de la tarde que se filtraba, casi gris, a través de las rejas de dos años, educado a los saltos y siempre atraído por las imprentas y los libros, el mundo
ventanales. Los escritorios conservaban un órden sin ninguna simetría, con una silla misterioso de las redacciones y editoriales.
por lado cada una y multitud de papeles, libros y periódicos encima. Chesterfield no
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El profesor me tomó de inmediato: tal vez influyó que no se hubieran -…¡señor imbécil!
presentado otros postulantes. El sueldo era acorde a mi tarea: paupérrimo. Tres Luego, con una luz de alegría en su rostro, se marchó.
meses después ya estaba harto de enriquecer la sección de obituarios al estilo: Si a una criatura de once años se la llama “señorito conde” y una caterva de
criados lo atiende…¿Qué otra cosa podemos extraer de él más que lo más
LAMENTAMOS EL SENSIBLE FALLECIMIENTO monstruoso de la condición humana?
DEL MARQUÉS DE CORNUALLES Hacia el anochecer disfrutaba de mi primera conversación con un par de
jóvenes agradables. La hora, calma y difusa, borroneaba los rasgos y los blasones.
¡Qué día singular ha de ser el día de la muerte! Pero hasta ese acontecimiento se Por ahí y por allá se encendían luces tímidas. La charla derivó a la existencia o no de
torna pueril en una ciudad como Londres, donde todo se brinda en abundancia: la ciertos monstruos marinos: el muy probable kraken, las improbables pero célebres
población, las riquezas, las pestes, el vivir y el morir. Un día, mi jefe me llamó a su sirenas y los temibles dragones de mar de la China. Mi condición de periodista
despacho. despertó curiosidad en los jóvenes y el grupo se fue ampliando entre tanto
-Estoy conforme contigo, hijo. ¡Prueba superada! Tendrás un aumento, un caminábamos por el parque hasta que “alguien” me hizo una zancadilla y caí sobre
traje nuevo y un ascenso: quiero que cubras las reuniones de los jueves de la condesa un estanque donde flotaban una tribu de especies vegetales acuáticas. Mientras
Byron. quitaba una flor de loto de mi cuello, vi el lomo escurridizo del pequeño Lewis
En poco tiempo pasé a ser conocido por muchos de los aristócratas. Si bien no ocultarse entre los arbustos. Humillado, salí del agua dispuesto a no volver jamás a
me respetaban de veras, al menos no eran desagradables. Los periódicos de entonces esa casa, y ya estaba junto a la verja cuando la mismísima condesa Byron se
eran pequeños y poco masivos, pero independientes. Cierta vez una investigación interpuso en mi camino. Dio órdenes precisas para que yo pudiera secarme y
dejó al desnudo los manejos sucios en los negocios de ultramar de un reputado vestirme con un traje de su marido fallecido, imbuida de una preocupación casi
duque. Cuestiones de contrabando, tráfico de mercadería que ninguna autoridad maternal.
registraba, en fin: el duque perdió la oportunidad de integrarse a la corte, donde Ese día conocí la doble fuerza que guiaría mi relación con esa familia: el hijo
soñaba con ser ministro del rey. me aborrecía y la madre, de un modo curioso, me protegía. Encontré una sola
Desde entonces más de un duque o marqués nos observaba- a los empleados explicación para eso: yo daba pena. La experiencia me inspiró para una máxima que
de los periódicos- con recelo, pero aún nadie se atrevía a despacharnos al otro anoté en mi cuaderno:
mundo.
Quien más cerca estuvo de hacer ese trabajo- el de asesinarme- fue un niño de Las personas que dan lástima provocan el odio de los niños y la compasión de las
once años llamado Lewis, huérfano de padre – también fui huérfano, pero de padre y mujeres.
madre-. Lewis, el hijo de la condesa Grace Byron y de su difunto marido Edward, era
un niño, ¿Cómo decir? Díscolo, arrogante, pendenciero…Por alguna razón no le caí Casi agrego a mi máxima: y la indiferencia de los hombres, pero esto no
en gracia el primer jueves. Aún no había anochecido y buscaba integrarme en algún estaba comprobado en la práctica.
grupo, sin éxito. Se diría que los invitados olfateaban mi presencia con sus altas Yo era un ser opaco entre nobles bien vestidos y mejor alimentados, que
narices y en cuanto asumían que no era uno de ellos, me ignoraban. Lewis, en podían charlar durante horas de una infinita variedad de temas, sorprendente por su
cambio, decidió divertirse conmigo: me arrojó en la camisa una porción de algo que falta de sustancia. Eran todos del mismo club y yo un sapo de otro pozo, esmirriado,
tenía toneladas de crema – y se quedó para mirar mi reacción con provocadora vestido con un traje de tercera categoría (y, sin embargo, el mejor traje que había
desfachatez-. Alguien, no era su madre, pues la condesa andaba repartiendo vestido jamás). Supongo que la condesa entendía todo esto y pensaba que así y todo,
adulaciones acá y allá a su ejército de invitados- le recriminó su actitud, y el salvaje yo tenía un pequeño farol en mi mano: era periodista.
sólo dijo: Quizás el más insignificante periodista del reino, pero aun así, uno de ellos.
-Lo siento, señor… Sin embargo, con el tiempo hube de admitir lo equivocado que estaba: las razones de
Y en un tono más bajo agregó: la condesa para acompañarme eran muy diferentes.
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-Bien muchacho. Todo esto es conmovedor, a qué negarlo. ¿Y qué hiciste al


Jueves tras jueves encontraba material para mis notas en las reuniones. Los respecto?
aristócratas- nuestros aristócratas- no son gente de ahorrar en malicia. Se diría que Le dejé mi nota con una sonrisa triunfal, y me retiré con hormigas en los pies.
llevan esa malicia (ligera, casi amable) en la sangre y eso mismo hacía que las -¿A dónde vas?
charlas fueran deliciosas. En cada grupo de tres o cuatro personas abundaban el ¿Y a dónde iba? A algún lugar simplemente. A esperar que él leyera mi nota, me
chisme, la broma y los comentarios malintencionados acerca de terceros ausentes. felicitara y me diera un aumento. A ese lugar iba: al lugar de los aumentos y los
Cuando las conversaciones se volvían serias, era por os cosas: alguna guerra laureles de la gloria. Al lugar del prestigio. Pronto, la condesa Byron me propondría
(mi país siempre está en guerra con otro país, son los costos de sostener un imperio) matrimonio, de seguir así; después de todo era una viuda joven.
y los cuentos de fantasmas. -Espérame aquí- dijo con sequedad, y me indicó una silla con uno de sus dedos
Y yo tenía entre mis manos un grandísimo cuento espeluznante. de sostener pipas.
Me senté, y me concentré en las alturas: el cielo estaba plagado de nubarrones
descompuestos, de un amarillento parecido a la putrefacción de la carne. Quizá yo
3. Bitácora del príncipe estaba entrando en clima.
Pasaron unos minutos y…
-Hmmm…¿De veras tienes el cuento? ¿Es original? ¿Es muy bueno?- Interrogó el -¿Qué haces?- preguntó el profesor, doblando la hoja con mi nota.
profesor Chesterfield con su cara de incrédulo. -Miro el cielo, como algunos- respondí intentando que una sonrisa revelara sus
Sabía cómo someterme a una clara presión, claro que sí, pero yo estaba en mi dientes coloreados por el tabaco americano.
día feliz. El dejó la pipa sobre la mesa, se calzó las dos manos en los bolsillos del -Me refiero más bien a qué hiciste, no a qué hacés ahora. ¿Qué hiciste con esta
gabán y me estudió con interés. Luego atacó mientras acariciaba el abedul más noticia? ¡Nada! O, mejor dicho, sólo una nota aburrida, sin vuelo. Estas
próximo: desaprovechando lo mejor, mi amigo.
-Si es otra de esas fábulas en casonas decrépitas, puedes darte por despedido. Paternal y filósofo, destruyó mi confianza, mi fe en el futuro, todo…
Dos o tres cuervos de mar graznaron sobre mi cabeza, volando en círculos. ¡Estaba seguro de haber hecho muy bien mi trabajo y tenía un rezongo más!
Tal vez ya rondaban en mi terraza para lanzarme al país de las sombras, malditos -¿Y qué es lo mejor?- pregunté, decepcionado.
oportunistas. Pero yo no tenía un pálido cuento de oportunistas palaciegos. Tenía -Acá lo importante no es el príncipe, ni siquiera el buque, ni siquiera el Holandés.
algo grande. Acá lo mejor son las fuerzas en juego: el mar, las tempestades, las olas de treinta
--No es un palacio, profesor. Esto es diferente: un buque. metros barriendo las cubiertas, el remoto sur…
--No hagas más suspenso, Charles, vamos. Mi desencanto será menor. Mi boca se abrió y olvidé cerrarla por un tiempo. Al fin reaccioné:
-No se desencantará. ¿Alguna vez oyó hablar del Holandés Errante? -Puedo profundizar en la geografía de la región.
-¿Y quién no? Estamos a tres cuadras del puerto. Desde que Ulises salió de -Buen reflejo, si lo hubieras hecho antes. Charles, no me juzgues mal, no es que
paseo, no se habló tanto de otro pobre diablo en el mar. tu comentario esté algo soso, son que podría ser mucho más interesante.
Me alegro ver a mi editor interesado, por primera vez, sin poder simular El profesor Chesterfield se encogió de hombros y su voz de barítono me sacudió:
indiferencia. Así que me dispuse a darle el golpe final: -Quiero decirte que nada mejor que ir al lugar de los hechos. Eso necesita nuestro
--Fue avistado por el príncipe, el futuro rey de Inglaterra. Y lo dejó anotado en su periódico: una crónica audaz, vívida. ¡Muchas crónicas…! ¡Por entregas!
bitácora. -¿Y? ¿Y qué?
El profesor se paralizó, pero yo adiviné que había desatado rayos en su mente. Hubiera querido decirle: “¿Qué tiene eso que ver conmigo?”. Pero ya comenzaba
Seguro que le parecía una linda receta para hacerle un gran pastel al público: realeza a sospechar la respuesta…y no quería escucharla todavía.
y buque fantasma. -Déjame organizar algunas cosas y más tarde te contaré los planes que tengo.
¡Planes que te incluirán, claro que sí! Por ahora, puedes tomarte el resto del día libre.
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Recuerdo que volví a casa con el estómago revuelto y el ánimo demolido. A mí “Mira lo que ha dicho el vicealmirante Lawson, acerca del carácter de los
me hacía mal la idea de flotar sobre el agua, jamás aprendí a nadar, nunca fui un pueblos asiáticos… Parece que nos adoran de veras y por eso nos han enseñado a
trilobites aunque Sir Darwin opinase lo contrario en El origen de las especies; yo era beber té y a cultivarlo. ¿O quizás sólo nos temen?, ¿Tú que piensas Charly?”
un miserable eslabón perdido, un periodista bípedo que desconfiaba del mar. “Deberías contar, sin mencionar nombres, lo que me dijo el bufón de la corte, el
Pronto, mis peores presentimientos se materializarían. señor Tontorrón, que es muy inteligente. Afirma que el rey es tan haragán que habría
que decirle el rey Murciélago. Cuando le pregunté por qué, me contestó: - Porque no
pone el hombro ni para dormir.”
4. Enamorado de un sueño Cosas como estas me contaba la condesa.
Cierta noche lluviosa, antes de que yo caminase resignado por las calles a la
No sé si podría llamar casa a lo que aquel reducto húmedo, con las paredes intemperie, ella me tomó el hombro con firmeza:
habitadas por una fauna de sabandijas varias. La polilla más chica me planchaba las -¿A dónde vas, Charles? Es temprano aún y el tiempo está horrible.
camisas (luego de almorzar un trozo, se entiende). ¡Qué pobre era entonces! Me
calentaba con un caldero que había encontrado en la calle, abandonado y cubierto Sobreviví a semejante muestra de familiaridad de milagro. Que una condesa – que
con el tizne de cien mil inviernos. Allí echaba la leña que podía rescatar de las aceras una condesa joven y bella- pusiera sus delicados dedos sobre mi cuerpo hubiera
o le robaba una raíz, todavía verde, a un árbol sin hojas. Me calentaba las manos bastado como para postrarme de impresión un par de años antes; sin embargo,
sobre las llamas, mientras pensaba estrategias para abrirme camino en la vida. Mis gracias a la acidez del profesor Chesterfield, estaba preparado incluso para la
padres habían muerto y no tenía hermanos; era un hombre sólo, sin familia, en una amabilidad.
ciudad que olía mal, como el Támesis infectado por las fábricas que lo ahogaban a
ambas orillas. Estaba solo y desesperado, pero no vencido y menos triste. Mi sangre Nos sentamos en unos sillones de mimbre y juncos trenzados.
lo sabía: yo era uno de esos pobres diablos a los que el destino le echaría una mano, Ella me dijo, refiriéndose a mis apostillas sociales en el Herald:
más temprano que tarde. -Haces un trabajo correcto, admirable. Mantienes el equilibrio entre el buen gusto
Lo presentía, lo sabía, el optimismo bullía en mi sangre. Ya estaba de pie, y el chisme…¡esa es una frontera tan inestable!
trabajando en un periódico y moliéndome la espalda en los campos o en el puerto. Apabullado, me dejé elogiar hasta que el tiempo se puso mejor. Por primera vez
Con nada, había obtenido algo; con algo, obtendría mucho más. la condesa me ofreció su mano para besarla. Regresé a mi cuarto con el corazón
La noticia del príncipe y el holandés me fue dada como gran revelación por la dando brincos, pero pronto me estrellé contra la realidad: una nueva gotera se había
mismísima condesa de Byron, con sus ojos casi violetas, y los hombros desnudos: agregado a la colección, en el techo, y había mojado una de las esquinas de la cama.
hice milagros para escuchar su voz y entender lo que decía. Porque cuando estaba Corrí el mueble sin lamentarme, pero advirtiendo el dramático contraste entre los
con ella no hacía más que admirarla como un asno que ve una gacela en el bosque. Y brillos que acababa de visitar y mi penosa “residencia”, privada de toda comodidad;
no tengo nada contra los asnos, pero la condesa de Byron era un ejemplar único en su el único lugar que podía pagar con mi sueldo: el peor cuarto de todo Londres.
especie. Su voz cautivaba a cualquier auditorio, no tanto por lo que decía, que Prácticamente debía dormir bajo una escalera que conducía a un pequeño altillo
siempre era fino, impalpable, volátil, sino por su entonación. Sus palabras eran tal donde yo tenía algunos libros, periódicos y mapas, dos sillas y la mesa donde comía.
vez las mismas palabras que usaba yo en mi lenguaje corriente, pero en labios de la ¿Comía? ¡Quién sabe qué comía! Bizcochos duros como piedra, queso rancio, una
condesa, el idioma se convertía en música. ¡Me había enamorado! pinta de café y un trago de whisky, de una botella que debía durarme todo el
¡Me haía enamorado hasta la médula de un sueño imposible! invierno. Pero acaso lo peor era el olor que brotaba de los cuatro rincones del
La condesa de Byron era alta, inesperada, radiante a sus treinta y un años, tenía sucucho: olor a cadáveres de ratas, a cucarachas, a la humedad imperante, dueña y
decenas de amigos que la pretendían discretamente y contra los cuales yo no podía señora de cada metro cuadrado.
competir (ni en garbo, ni en dinero, ni en posición social, ni en nada). Allí recordaría, días después, uno de mis últimos encuentros con la condesa,
Solía sugerirme las pequeñas crónicas que surgían de las charlas. luego de que mi editor me reclamara fantasmas.
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5. El cuadro -Había una vez, hace doscientos años, un capitán holandés feo, pero carismático;
fuerte y malhumorado. Era considerado por todos el mejor navegante de su tiempo.
-Tendrá usted conocimiento de algún relato inquietante…sobrenatural? – le A él siempre los vientos le eran favorables y sus travesías eran tan rápidas que pronto
pregunté con pomposidad, mientras las losas de la sala inyectaban luz en sus ojos. dieron que hablar. ¿Me sigues, Charly?
La condesa me dijo que sí, que por favor la esperase, con un gesto encantador -Claro, Me gusta el cuento. Estoy impresionado.
que me hizo sentir el rey de Inglaterra; luego, anduvo de aquí para allá, feliz de - Te creo. El asunto era que el holandés podía ir y venir a cualquier lugar del
atender a sus invitados. Cuando se fue el último de ellos, avanzada la noche, recordó planeta en pocas semanas. Algunos tripulantes de su nave desertaron, asustados por
mi pedido y me invitó a visitar su colección de cuadros, en una galería amplia y cosas misteriosas que sucedían en la cabina del capitán. Lo oyeron hablar solo en
fresca. Me señaló una pintura de dos metros por dos, en el cual podía apreciarse a un varias ocasiones, al compás de una risa demoníaca. Esa gente no tardó en infundir en
viejo navío a vela en el cual se destacaba la presencia de su capitán, un hombre de otros marinos la sospecha de que el capitán andaba en tratos con el diablo.
aspecto taciturno, muy corpulento. - Yo hubiera sido el primero en bajarme de ese barco, por cierto – irrumpí, ya
-Tanto el hombre como el barco son la misma cosa – me informó la condesa. fascinado.
Le pedí una explicación adicional. -O tal vez no. Tal vez seas más intrépido de lo que piensas. Nuestro capitán, en
-Ambos son nombrados del mismo modo: el Holandés Errante. El capitán, según cambio, exageró con la intrepidez y ya verás por qué. Un día quiso cruzar el cabo de
quien cuente la historia, tiene nombres diferentes…¿No es una pena que un hombre Buena Esperanza. Como de costumbre, había tormenta.
tan atractivo esté condenado a ser un fantasma?- Dijo ella, en un tono lúgubre. Después de enmudecer unos segundos, continuó:
A la pintura no le faltaban méritos: el fondo en tonos crepusculares, el barco -Cualquier capitán hubiera fondeado la nave, pero no nuestro capitán. Su gente lo
degradado, el gesto entre fiero y melancólico del capitán le imponían una sugestiva escuchó discutir a los gritos con el diablo.
expresividad. -¿Lo vieron, acaso? Porque ver a un hombre discutir con el rey del infierno, tú
-¿Y por qué está condenado el capitán? – indagué. sabes…no es cosa común.
-Hizo un trato con el diablo y se sabe que esos tratos mejoran la vida, pero nos -No, y ahorrate tu sorna, ¿quieres? Pudieron escuchar los gritos del capitán
arruinan la eternidad – observó la condesa. negándose a tirar el ancla. Lo atraía aumentar su fama de gran navegante y para ello
-¿Quién hizo el cuadro? – quise saber. nada mejor que animarse al cabo más peligroso del mundo, el que más náufragos y
-Ah, también tiene su historia…Lo compro…mi marido…Edward, en Ciudad del huérfanos dejó.
Cabo… Oh, discúlpame, Charles, aún me conmueve hablar de él. Nuevamente Grace se estremeció, doblada por una pena secreta.
En cuanto se repuso, me aclaró: -¿Estás bien?- Le consulté.
-El cuadro lo pintó el mismísimo Satanás…¿No es maravilloso? Dicen que si el -Sí…, es que…perdona. El diablo le dijo que su alma no valía tanto para cruzar
Holandés logra quebrar la maldición y morir al fin, su retrato desaparecerá del esos peligros y el Holandés, rabioso, exclamó – ya en la cubierta y mirando a los
lienzo…¿qué opina? ¿No es increíble? cielos- que aunque se le opusieran todas las potencias infernales, el sería capaz de
-Es muy increíble- ratifiqué. atravesar esas borrascas por su maestría marinera. No fue una buena idea. El diablo
¿Y cómo no habría de serlo? Una pintura hecha por el diablo! maldijo al capitán por su insolencia y le prohibió elegir el rumbo y el acceso al
-¿Qué significa ese “muy increíble”? ¿Te burlas de mí? – Me despachó ofendida. timón.
- Sinceramente no, sólo que es algo…abrumador. -¿Cómo pudo hacerlo?
- De acuerdo, te daré otra oportunidad…, pero te estaré observando, Charly. -¿Y cómo te lo imaginás? Se supone que el diablo no maneja magias menores. Si
Empezaré por el principio… él te dice “no tocarás más este timón”, tú no lo podrás tocar y punto. No es cuestión
La condesa Grace Byron se dispuso a hacer lo que nadie había hecho jamás de obediencias, es cuestión de poder. El capitán se convirtió en su aliado, pero era
conmigo: contarme un cuento. una alianza muy dispareja.
-Mal negocio- bromeé.
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-Claro que es mal negocio. Es por eso que el Holandés merodea desde hace Una experiencia sobrenatural afecta la Corona. Naufraga el “inconstant” y el
siglos el cabo de Buena Esperanza, sin poder atracar en ningún puerto. príncipe George es rescatado de las aguas.
-Penoso- susurré.
-Y aún más penoso, Charly. El diablo le dejó una esperanza: cada cien años A fines del último invierno, el heredero al reino navegaba en el barco de Su majestad “Inconstant”,
podría poner pié en tierra por siete días. Si en esa semana conseguía el amor de una buque de más de cien metros de eslora, por las aguas indómitas del cabo de Buena Esperanza, en el
mujer que le demostrase fidelidad perpetua, se liberaba de la maldición. También extremo sur africano, cuando observó al más célebre barco fantasma de las leyendas marinas: el
podía visitar otros barcos en alta mar, cosa que al parecer hizo en varias ocasiones. “Holandés Errante”. El mismo apelativo se le da a su capitán, como si barco y persona fueran una misma
-¿Y cómo lo hacía? Quiero decir, ¿Pasa algún barco y él lo aborda sin más, o e impactante unidad orgánica del más allá.
qué? El príncipe George, de apenas 16 años, padecía un fuerte insomnio, con seguridad producido por la
-El diablo lo maldijo, pero también le transfirió algunos poderes. El Holandés ya agitación que embarga a los jóvenes ante los desafíos que imponen las tempestades marinas. Sin embargo,
era de por sí un hombre magnético y con un don de mando casi hipnótico. apenas la tormenta amainó y se insinuaba buen tiempo en el horizonte nocturno, un buque con velas color
Grace miró el cuadro y suspiró: sangre iluminado por luces de ninguna parte surgió a poca distancia del barco de Su Magestad y las otras
-¿Quién podría resistirse a un hombre así?- Afirmó alegremente. unidades de la flota, que venían a la popa.
Le pregunté qué le veía de hermoso. -¿Qué es eso?- preguntó el príncipe.
-Nada, no es hermoso. Charly, para decirlo con franqueza: es un hombre. Lo Nadie le contestó, porque los marineros entraron en pánico. Sólo las órdenes furiosas del almirante a
miro en el cuadro y siempre me digo lo mismo: he aquí un hombre. cargo les devolvieron la razón. Desde la cubierta del “Holandés”, sobre el castillo de proa, un hombre
-Ah…-dije, perplejo (o celoso). muy alto los observaba. Una niebla rojiza cubría como un velo na nave y el viento esparcía olores
No imaginaba entonces cuánta anticipación había entonces en estos comentarios. nauseabundos, como de gato muerto.
¿Pero qué lejos estaba el extremo sur, qué lejos aquel cabo siniestro! La El palo mayor se coronaba con una bandera estrozada, que parecía llamear a pesar de su estado: un
conversación reservada era mucho más de lo que yo había soñado. dibujo horrendo, de una especie de criatura nunca vista se presentaba en el sucio trapo.
Vamos a la sala y te contaré algo extra del Holandés Errante, tendrás tu nota Finalmente la nave fue engullida por el mar, de un solo bocado, y nada quedó en la superficie.
Charly, ya verás. Por un largo rato, la pleamar se detuvo, como si la misma luna hubiera dejado de orbitar el planeta.
Nos sentamos en los sillones de mimbre, frente a un hogar crepitante. Faltaba todavía una sorpresa: una nueva borrasca, súbitos vientos, olas rabiosas lanzaron al “Inconstant”
-La casualidad es un buen signo cuando es favorable, así que empieza a pensar hacia los roquedales de la costa. A pesar de las maniobras desesperadas de los oficiales de a bordo, el
que se vienen tiempos mejores para ti, mi pobre Charly. Hace semanas, regresó de su buque embarrancó y en un abrir y cerrar de ojos se partió en dos, Por fortuna, las naves a la popa del
viaje bautismal el príncipe George…y ¿Sabes lo que le ocurrió? “Inconstant” no sufrieron mayores consecuencias y pudieron rescatar a todos los hombres, incluyendo,
Por supuesto, yo no sabía nada…¡Qué podía saber de las andanzas del futuro rey
por supuesto, al príncipe, que supo manejarse con flema de lobo de mar ante el contratiempo.
de Inglaterra! Pero Grace, gracias a sus reuniones de los jueves se parecía a la Fama,
La insólita encadenación de acontecimientos tan dispares y anómalos dio lugar a especulaciones sin
ese monstruo de mil ojos y mil oídos, capaz de enterarse de todo lo que pasaba en
fin. El mismo capitán de la nave conjeturó junto al príncipe: “Hay una explicación, por supuesto. El
nuestro mundo…y más allá.
problema es que ella no es racional, no el lógica. Todo prueba que aquí obraron fuerzas desconocidas, de
Así fue como supe de primera mano una noticia sensacional y mi vida se trastocó
una potencia extraordinaria”.
para siempre.
Tormentas, buques fantasmas, olores a cementerio, luces en el medio del mar, y un barco que es
lanzado hacia su propio naufragio por una fuerza invisible…¿podrían tener estos elementos juntos una
explicación razonable? El capitán del “Inconstant” tiene razón: la explicación es irracional.
6. Los hechos
Al menos, podemos celebrar el milagroso rescate de los náufragos y la vigorosa leyenda del Holandés
Errante, que hace siglos alimenta de terror el Cabo de Buena Esperanza.
En pocas palabras, así pude reconstruir los hechos, en la nota que sir Chesterfield me
rechazara.
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A pesar de que lel aconsejaron silencio, el príncipe consideró su deber anunciar los extraños Me quedé apabullado, a la espera, desconfiando, sin reacción. Al fin, me atreví a
acontecimientos de aquella noche, para prevenir a los marinos de los peligros que les aguardan allá, al una ironía:
límite del encuentro entre dos océanos: el Indico y el Atlántico. -Excelente…¿y un aumento de sueldo, para que la posteridad se demore lo más
Loable actitud de nuestro futuro rey, que antepone la seguridad de sus compatriotas a cualquier otra posible? Creo que moriré de hambre un día de estos.
cosa. No e teme, como vemos, al ridículo; cualidad necesaria para soportar las decisiones que requiere el El profesor se mostró compungido, al instante:
desapasionado ejercicio del poder. -¿Es que…? ¿Cuánto estás cobrando, muchacho?
Sin más, mandó a bucear su mano derecha en el bolsillo del pantalón y luego de
¿Acaso era justo que el profesor Chesterfield rechazara esta nota? ¿No contenía pescar unos billetes, me los dio:
suficiente dramatismo? Sentí el horror del fracaso en mis entrañas, un deseo de -A cuenta, esto va a cuenta…Te confieso que has demostrado un gran estilo…
vomitar toda la pesadez de la vida, toda la energía perdida en la empresa de sentirme ¡Tu nota sobre el príncipe es un éxito!
algo más que una rata callejera, una rata sobreviviente de las cloacas de Londres. Entonces me mostró un ejemplar flamante del Herald Express: en la portada, un
título con tipografía enorme anunciaba:

7. Una sorpresa en primera plana ¡INCREÍBLE!


Una Experiencia sobrenatural afecta a la Corona.
Al día siguiente estuve enfermo y pasé la mañana en mi cama. Ni siquiera intenté Naufraga el “Inconstant” y el príncipe es rescatado de las aguas.
encontrar un modo de avisar a Sir Chesterfield: la depresión me consumía y no podía ¡No se pierda esta nota de Charles Murray!
perdonarle su rechazo.
Por la tarde, apenas me sentí mejor quise salir- deseaba pensar en la condesa Un sudor repentino me corrió la frente y nuevamente quedé mudo, boyando
Byron en un ambiente menos irrespirable que mi “hogar”-. Algo me impulsó a dar un en el mar de la incredulidad. Luego, en un gesto que me reprocharé por el resto
paseo por el muelle y vi los buques en la bruma, animales dormidos, grises, de mis días, abracé a mi editor y dejé que las lá grimas se me resbalasen por las
resistiendo los embates del viento norte. mejillas.
Debo haber acariciado a más de una docena de gatos portuarios, de esos que los Sir Chesterfield se habrá sentido mi padre dos segundos, lo que demoró en
marineros miman y nunca alimentan, para que se conviertan en cazadores de ratas. echarme un par de palmadas en la espalda. Después, ya alejándome de su obesa
Un hombre alto surgió de detrás de un manojo de niebla y, si no hubiéramos humanidad, me estampó un:
chocado, quizá no me habría dado cuenta de su paso. Era muy delgado, de nariz -¡Rayos y centellas! ¡Un éxito, Charly! ¡Y lo que te espera!
prominente, afilada como la proa de un drakkar vikingo. -¿Qué me espera?- pregunté.
-Disculpe, de veras disculpe…-dije, sorprendido. -Nos falta encontrar el buque en el que embarcará s, pero ya lo
El hombre ni siquiera intentó un gesto, nada. De patanes así están atestados los encontraremos. Viajará s al cabo de Buena Esperanza y nos contará s muchas
puertos del mundo…entonces no tenía ninguna experiencia al respecto…,¡pero ya la cosas desde allí.
tendría!
-Jamá s. Lo lamento de veras. No lo haré- respondí en forma tajante, sin
Después, me olvidé del incidente y tomé la decisión de ir a mi escritorio. Fui por
preocuparme por su gusto o disgusto.
las calles de piedra, esquivando los charcos que se formaban en los desniveles,
Pensé que iba a dar por tierra con el asunto, cuando, apuntá ndome con su
disfrutando la progresiva desaparición de la bruma.
dedo má gico, el índice, sentenció :
Sir Chesterfield estaba eufórico y ni siquiera me preguntó por mi ausencia
-Pero es la fuente de ua gran historia. El pú blico adora las historias de
durante la mañana:
fantasmas. A no quedan castillos sin fantasmas en Inglaterra, Charly: es hora de
-¡Muchacho! ¡Serás una estrella de las crónicas! ¡Te aguarda la fama! ¡La
encontrarlos en los buques y só lo hay un soldado para esa misió n: ¡Tú !
posteridad hablará de ti por los siglos de los siglos!
Permanecí en un silencio incó modo.
8

-Me encargaré de que vayas en misió n de periodista en el pró ximo barco que Agitado por el cambio que imaginaba parea mi vida, contemplé cada fachada
zarpe hacia el Cabo de Buna Esperanza. del barrio, descascarados mascarones de proa, muestra de las humildes
-Pero yo…preferiría… condiciones de vida puertas adentro. El aire de la calle olía a centolla frita, a
-Charly, no está s casado, no tienes hijos; nada te impide unos meses de fruta podrida. Pero había algo familiar en aquellos olores, y aú n ahora conservo
vacaciones en un confortable barco. Te prohíbo quejarte. el tabú de no criticar el ambiente en que crecí en los viejos tiempos.
-Sucede que..los barcos a mi me… Finalmente, entré en mi cuarto y sentí su rémora de hogar, su mugre
-Recibirá s doble sueldo por cada día que estés a bordo. Y no gastará s en nada habitada por un milló n de insectos. Sin embargo, aquello era mi casa, mi cuarto,
mientras tanto: a tu regreso, te esperará una pequeñ a fortuna. mis paredes. Encendí el candil y la luz opacó mis malos sentimientos. Pensé que
La idea de una paga doble suavizó mis reparos. El dinero no me dejaba nada sería má s funesto que lo que ya me había tocado pasar, que cualquier
disfrutar de otros problemas, los problemas que tiene la gente con dinero. No, porvenir superaría mi presente. Iba a cantar algo, en busca de darme aliento,
yo estaba atascado: siempre tuve dificultades al respecto. Pero sospechaba en cuando golpearon la puerta con brusquedad:
mí escasas condiciones marineras. No me veía pasado los días rodeado a diestra -¡Ehhh! ¿Hay alguien en casa?
y a siniestra por agua salada. Abrí.
No sabía cuá l error sería má s grave, si aceptar la propuesta o rechazarla, con -¡De parte de la condesa Byron, para el señ or Charles!
el riesgo de ser despedido que tal decisió n implicaba. El mensajero era un jorobado de gestos gracioso, exagerados, con una cabeza
-Está bien- consentí, sin darme tiempo a arrepentirme. desproporcionada en la cual naufragaban dos ojos de rató n, vivos y traviesos.
Echó una ojeada al interior y me espetó :
-¡Charly, te has echado por un palacio encima! ¿Có mo te das estos lujos?
8. Invitación a cenar -Ya ves, trabajo duro- respondí, por seguirle la corriente.
El hombre se quedó quieto.
Regresé a casa con los puñ os crispados, sin poder entregarme a una emoció n -¿No tienes que irte, amigo?- le comenté.
en particular. A la alegría de que mi nombre figurara en la tapa del perió dico se El jorobado me señ aló el sobre:
añ adía la preocupació n por la propuesta del viaje; anque también me veía de -No sin antes recibir respuesta.
regreso, consagrado como un escritor exitoso y viajero que iría allá , donde Resoplé y abrí el sobre: pensaba encontrarme con alguna menció n
hubiera aventuras, aferrado a su pluma impecable y rodeado de alguna hermosa impersonal, alguna cosa que la condesa quisiera decirme para el perió dico, pero
mujer- tal vez una condesa viuda-. no: se trataba de una invitació n:
Pero enseguida pensaba en los maremotos, en los desafíos de semejante
travesía, en mi salud – en la segura pérdida de mi salud- y todas mis ilusiones se Querido Charly:
derrumbaban. Aú n no había conseguido nada y só lo me esperaba un viaje
Espero no te parezca impropia esta invitación, pero desearía que vinieras a cenar conmigo
fatigoso, pero una cosa era segura: el profesor Chesterfield me había prometido esta noche. ¡Por favor! Brad te traerá en su coche, si me concedes el honor de aceptar.
un aumento y no le permitiría incumplir con su maldita palabra. Estaba harto de Grace
ser pobre, má s que pobre; peor que un mendigo, que al menos cuenta con una
moneda segura, la moneda de la caridad. Sir Chesterfield era un ser Jamá s como entonces sentí semejante aceleració n en el pulso. Brad, el
anticaritativo por excelencia y mi paga, lo dije, era menos que una sombra. De jorobado, me guiñ ó un ojo como si supiera el contenido del mensaje:
veras, se pasaba hambre en aquellos viejos tiempos. Yo tenía veinticinco añ os y -Me dijeron que quizá deba cargarte hasta la mansió n de mi condesa…¿Qué
ningú n compromiso má s que mi abnegació n por ir de derrota en fracaso. hará s?
Moví mi cabeza de un lado al otro y le dije:
9

-Espera un momento. Iré contigo. casa. Para darme valor, me dije: “Que el crío se las aguante, aquí manda su
Cambié mis ropas por el traje que usaba para las reuniones de los jueves; madre y punto”.
só lo Dios y los santos sabían de mi padecimiento por no tener má s que ese traje A los once añ os, no era má s que un niñ o. Ni má s ni menos.
arrugado, con la ventaja de ser totalmente negro (y así atenuar algo del polvo De pronto, la condesa le indicó a Lewis que debía retirarse a dormir, y en
que acumularía con el uso). Mis zapatos de cuero resistían apenas. cuestió n de minutos, ella y yo nos quedamos solos.
Los cascos de los caballos que empujaban el carruaje y la conversació n -Me encanta có mo te mira Lewis: te aseguro que esa curiosidad só lo la siente
infatigable de Brad impidieron que pudiera adelantarme a los motivos de la contigo y con nadie má s.
condesa para requerirme con tanta urgencia –el hecho de que hubiera firmado Sonreí, seguro que amargamente, porque ella me increpó con dulzura:
el mensaje como “Grace”, a secas, me hizo ascender hasta las estrellas por unos -¿Por qué esa sonrisa tan fea, Charly? ¿No has pensado que tal vez te vea
segundos-. como a un modelo?
Poco a poco dejamos atrá s la oscuridad del barrio portuario para entrar de Me reí a carcajadas. ¡Un modelo! Al chico le sobraba de todo y a mí me faltaba
lleno en el centro de las grandes mansiones y castillos, mejor iluminados, con todo. ¿Qué modelo?
jardines que olían a tomillo fresco. -No debes olvidar que perdió a su padre a los tres añ os. No conserva de él
La condesa, lejana a todo protocolo, me esperaba en la puerta y me saludó má s que un recuerdo vago. Sufre por eso, pero quiere ser un marino como él…
con un corto abrazo. Pasamos a un saló n comedor que era diez veces má s ¡cosa que no permitiré, lo juro!
espacioso que mi cuarto. -¿Por qué?- Le pregunté.
-Charly, creo que nos hicimos amigos sin darnos cuenta…¿no lo crees? -Edward murió mientras navegaba en medio de…una tormenta. Un episodio
Grace me observaba con un interés vivo. confuso, por cierto. El pobre cayó al mar y…¡no soportaría que mi hijo…!
-Para ser sincero… Esperé a que pudiera desahogarse de sus angustias pasadas y de las que
Casi agrego “…me siento una cucaracha al lado tuyo”, pero hice una finta buscaba impedir en el futuro. Una ternura inmensa me impulsaba hacia ella,
mental y agregué: pero me contuve. Lo cierto es que el desgraciado fin de Edward convirtió a su
-…me hace feliz que digas eso…condesa. esposa en la viuda má s acosada de Inglaterra y a Lewis en el huérfano má s
-Si me vuelves a decir condesa cuando estemos a solas, te golpearé con mi consentido del universo.
puñ o cerrado – me dijo; y luego comenzó a reir. -Se lo que piensas, que él es caprichoso, pero te aseguro que es un chico
-De acuerdo. bueno, deseoso de cariñ o. Te lo dice su madre. Es de los que necesitan límites,
-Dime Grace, simplemente. Te autorizo. pero que luego saben marchar.
De pronto, una tromba entró al comedor: Acto seguido, como si nada, me felicitó por el artículo en el diario: ¡hacía dos
-Hola madre…¿qué hace él aquí? horas que estaba en la casa y aú n no habíamos tocado el tema má s importante
El dedo de Lewis me apuntó con sañ a, sus labios se estiraron de tal forma del día! Yo le hablé de mi futuro viaje al cabo de Buena Esperanza y…
que algo parecía darle asco. -¿Có mo que te vas? –dijo espontá neamente.
-Lewis, él es Charly, y es mi amigo. Compó rtate. -Así es. Mi editor, Sir Chesterfield, ha imaginado una veta: cró nicas de viaje y,
Lewis bajó los hombros y dijo: de ser posible, un encuentro con el Holandés Errante o el mismísimo Sataná s –
-Bah…está bien: buenas noches, señ or Charly. ironicé.
Me miró con sus ojos azules, helados. Al menos sus pecas lo hacían parecerse Grace miró algo remoto dentro de sí, si hasta parecía triste.
a un niñ o y no a un témpano malcriado. Esa noche hubiera sido perfecta de no -¿Qué te ocurre?-le pregunté, intrigado.
ser por ese pequeñ o insoportable. -Oh, nada. Es que los viajes por mar me traen buenos recuerdos, pero…hay
Comimos cerdo y verduras y una torta de crema maravillosa. Lewis me otra cosa que no te dije.
miraba curioso, supongo que se preguntaría qué hacía semejante ejemplar en su -¿Qué?
10

-Edward murió en el cabo de Buena Esperanza, Charly. 9. A bordo del Sirius


-Lo lamento. De veras. Qué coincidencia desafortunada.
Sin pensamiento, posé mi mano sobre su hombro desnudo. Durante los dos días siguientes, pensé que algo andaba mal con mi salud: una
El vestido debería tener diez metros de telas entreveradas, pero no cosa en mi pecho presionaba queriendo salir, y sufrí la desgracia de las tres
alcanzaba para cubrirle los hombros. ¡Y eran unos hombros perfectos! catá strofe: dolor de muelas, dolor de oídos, dolor de cabeza.
-No quiero que te vayas, Charly-susurró . Un médico carroñ ero del barrio me dio unos jarabes que olían a sauce. El
La frase me sonó fuera de contexto, fuera de la realidad, fuera de lugar. Yo hombre, barbado, con sombrero perpetuo, ojos acusadores y labios morados me
era una simple rata, ni siquiera una rata especial, grande o lustrosa. Era una regañ ó sin piedad:
simple rata de tinta, que tenía só lo un traje arratonado. Ella era la reina de los -¡La juventud de hoy viene floja! ¡Ya no soportan ni el frío ni el calor! ¡Todo
jueves en Londres. ¿Có mo podía lamentarse por mí, así me ahogara o me les hace dañ o!
perdiera para siempre en una isla en la Polinesia? ¿Qué cosa podía ella sentir Creo que por miedo a vérmelas con el médico, me curé esa misma noche,
por mí má s que pura lá stima? mientras dormía.
Pero el ser humano, incluso un ser humano como yo, siempre encuentra algo Por la mañ ana desperté y afuera había sol. Pude abrir la ventana del cuarto,
para decir. La lengua es una gran herramienta para comunicarnos, sin duda. Así pude subir hacia mi escritorio y no había siquiera una tela de arañ a
que le dije: disputá ndome un lugar. Me sentí bien, entero; un joven dispuesto a una
-Pe, pe…ppp…ro…¿Tú qqqqq…? aventura prodigiosa.
Los ojos de Grace brillaron, dos mundos oscuros y hú medos. ¿Por qué tan Convertido en un periodista con firma, Sir Chesterfield me cedió algunos
hermosa? ¿Có mo podría yo siquiera albergar una ilusió n con alguien así? privilegios: le pedí dinero para un nuevo traje, camisas, mudas de ropa interior,
Me abrazó en silencio fugazmente. Y me regaló la dicha: zapatos. Empecé a preocuparme má s por mi aspecto físico. Por entonces advertí
-Charly, tú …tienes sueñ os, tienes esa…incomodidad permanente contigo que mi ausencia se prolongaría por largos meses, entre idas y vueltas.
mismo. Vives disculpá ndote y yo…te encuentro fascinante. El buque que se encargaría de llevarme hacia el Á frica se llamaba Sirius, un
Y sin má s, me estampó un beso ligero en los labios. Una mariposa nocturna coloso de hierro propulsado a vapor. Era enorme, plomizo, un mastodonte que a
rozando mi piel, una gota de niebla tibia. once nudos por hora me llevaría en treinta y ocho días al cabo maldito. Luego,
No morí. Soy un hombre fuerte, a pesar de mí mismo. No soy de los que se seguiríamos hasta la bahía de Sidney, Australia, antes de volver a Londres.
voltean por cualquier cosa. E había besado la condesa Byron, la viuda má s Ese jueves fui a la reunió n y me despedí de Grace. El enano malvado, Lewis,
hermosa de Londres. por primera vez en su vida me miró con algo que, si bien no parecía respeto, al
Y no morí. menos no contenía desprecio.
Me llamó la atenció n su interés por el viaje, el nombre del barco, día y hora
El mismo jorobado de cabeza inmensa me esperaba en la puerta de la de partida. Los ojos del condesito fulguraban de inquietudes desconocidas para
mansió n para devolverme a mi “fantá stico” cuarto. El insolente me guiñ ó un ojo mí. ¡No sabía yo hasta qué punto!
mientras Grace agitaba su mano en el umbral. Los insectos, acaso murciélagos o Finalmente, un viernes pá lido de 1882, bajo una llovizna helada, sentí la
vampiros sedientos de sangre, zumbaban alrededor de los faroles. conmoció n de hacerme a la mar en un barco que pesaba miles de toneladas y
Yo era feliz esa noche y un instante después, una ola de augurios que, sin embargo, permanecía suspendido sobre las aguas como la pluma de un
desgraciados me aplastó . Así fue, es y será mi vida. La alegría es un pájaro albatros. El mismo capitá n recibía a los pasajeros con una sonrisa que parecía
tímido; el horror, una vez que lo experimentamos, se queda en algú n lugar de costarle un esfuerzo sobrehumano. Un hombró n pá lido, alto, con una nariz
nosotros para siempre y volverá cada vez que sienta amenazado su trono. descollante.
-¿Nos conocemos?-me preguntó .
11

-Ahora sí-le respondí, aturdido por el ascenso al barco. Dicho esto, esbozó otra sonrisa macabra y me dejó hablando conmigo mismo.
Excitado, me moví por las galerías hasta dar con mi camarote…¡Por Dios, qué Má s tarde descansaba en mi camarote, cuando alguien golpeó la puerta. Un
sensació n de locura! Comparado con mi cuartucho londinense, el camarote era marinero ceñ udo me dijo:
un lujo asiá tico. ¡Y no tenía que pedirles permiso a las cucarachas para pasar! -¿Señ or Murray? ¿Podría acompañ arme hasta la cabina del capitá n?
Lucía limpio, ordenado, con una litera, una mesa. Asombrado, lo seguí.
El primer almuerzo a bordo me terminó de hacer un pasajero feliz. El capitá n me aguardaba con los nervios destrozados, fuera de sí, junto al
Comida, un buen lugar para dormir, gente que lo atendía a uno…¡Y todo eso pequeñ o Lewis, el condesito.
mientras estaba trabajando!
En ningú n momento hasta entonces cruzó por mi mente la idea de que iba a
encontrarme con un buque fantasma. En realidad, yo no creía ni medio penique
10. El polizón
en las historias del Holandés Errante. Pero gracias a esa fantasía, viajaba en un
sueñ o de barco, manejado por una dotació n de primera. Al menos, sus informes Hasta el día de hoy, cien o mil añ os después, me dura la sorpresa, sobre un
estaban limpios, planchados y les resultaba fá cil ser amables, salvo al capitá n: silló n de tela pú rpura, la mirada clavada en las tablas del piso, un trajecito de
tenía una piel tan pá lida que parecía en la antesala del cementerio y si me causó niñ o rico y las manos sobre las rodillas estaba Lewis. El capitá n Mildford gruñ ía
alguna impresió n fue, justamente, que ya estaba medio muerto. Me acerqué a él a su lado, de pié, con la voz cargada de roncos venenos:
horas después de haber zarpado. -¿Cuá l es la explicació n a esta presencia, señ or Murray?
-¿De veras no nos conocemos?-insistió . Lewis ni siquiera me miró .
Y se rió casi alegre. -¡Señ or Murray, ha mencionado su nombre apenas lo encontramos
-¡Ya hemos chocado hace unos días! husmeando en las provisiones de la cocina! ¿Có mo es posible que un niñ o se nos
Entonces recordé el encontronazo en el puerto, la niebla, la impresió n por las haya filtrado como polizó n?
dimensiones de su nariz. Só lo atiné a replicar:
-¡Por cierto, ahora lo recuerdo, capitá n! -Eso mismo, capitán…¿Có mo es posible?
De inmediato me presenté como periodista. Luego miré a Lewis.
-¿Periodista?-dijo. Y su sonrisa nauseabunda se estiró hasta las orejas. -¿Y tú ? ¿Có mo lo hiciste…? Quiero decir… ¿Por qué? ¡Tu madre estará
Agregué: desesperada!
-En verdad tengo una misió n, capitá n. Observar en detalle el cabo de Buena Lewis elevó dos milímetros los ojos y me respondió :
Esperanza, sus tormentas, su… -Le dejé una nota, le expliqué todo.
-Ah, por cierto! Ahora recuerdo. A usted lo envía Sir Chesterfield, del Herald, Horas después, tuve que aceptar que Lewis era un mocoso con agallas. Con
claro que sí. Bien, joven, tó mese la travesía con calma. Disfrute. once añ os, no le resultó difícil subir al barco y pasar desapercibido entre los
-¿Su nombre, capitá n? pasajeros, para luego ocultarse entre los botes. Lo descubrieron cuando
-¿No lo sabe? intentaba colarse en la despensa de la cocina en busca de comida; de todas
-Ciertamente, no. maneras, ya estaba a bordo y no se podían deshacer de él.
-Muy bien, soy Mildford, señ or… El capitá n Mildford conocía de nombre a la condesa Byron y su gesto se
-…Charles Murray ablandó lentamente. ¡Al fin y al cabo, el polizó n era un sujeto importante! Pero
-Muy bien, Charles. el cambio total llegó cuando se enteró la historia del padre de Lewis. Como buen
El capitá n tenía las patillas grises, los hombros vencidos. hombre de mar, apreció al niñ o desde el momento que supo que era el hijo de
-Por cierto, quizá tenga buena suerte; quizá no lo vea al Holandés. otro marino, y má s aú n, que había perecido en un naufragio.
12

No había má s remedio que enviar un correo en el puerto má s cercano para Pero lejos estuvo de causar el efecto deseado y má s bien quedé escaldado
que alguien le informara a su madre que el pequeñ o estaba a salvo, mientras se con la respuesta de Lewis:
decidía su destino. De momento, no se podía arrojarlo al agua y ya. Mildford -No lo creo. A mi padre lo mató el Holandés.
sugirió combinar con algú n buque mercante, pero la situació n era, como
mínimo, un verdadero dolor de cabeza para él. El dañ o estaba hecho.
El culpable quedó a mi cargo. Aparentemente, este era el curso de las
acciones preferido por Lewis: seguir viaje. 11. La muerte del padre
Cuando estuvimos a solas, conversando en el bar, mi primera reacció n fue
quedarme mudo. Só lo tenía reproches para hacerle y sin duda era un chico
inteligente…,pero no pude controlarme:
Lewis hablaba mordiendo las palabras, despacio, lo hacía para no llorar,
-¡Tu madre, por Dios, lo que debe estar sufriendo!
pero qué bien lo hacía. Le pregunté por qué razó n acusaba a un fantasma de la
-Oh, ya…está s enamorado de mi madre, no me hartes, Charly.
muerte de su padre.
Comencé a increparlo, pero el tartamudeo me ganó . Cuando me asusto, me
-¿No te parece ló gico? Razonó .
asombro o tengo miedo, suele manifestarse esa especie de temblor en mi
Y luego, con má s rabia todavía:
personalidad.
-¡Y si no es el Holandés, será el diablo! Cualquiera de los dos estará en el
Entonces, Lewis dijo aquello:
cabo, Charly. ¡Y me las pagará n!
-Charly…déjame ser el niñ o a mí, ¿sabes? ¿Por qué no hablamos de algo serio,
por ejemplo, del Holandés Errante?
Yo no podía concebir que un chico deseara convertirse en el vengador de su
Eso me rebasó . Llegué a tironearlo de su saquito de niñ o consentido, lo
padre contra enemigos tan poderosamente irreales como un fantasma o el
zamarreé como para que tomara nota de quién era yo y lo espeté:
diablo.
Escucha, mocoso sin educació n. No me compadeceré de ti por ser un tonto
-Lewis, lamento de veras lo de tu padre, pero el cabo es infernal de por sí. Por
huérfano, yo también lo fui ¿sabes? Y ni siquiera conocí a mis padres; los dos
lo que sé, no necesita de ayudas sobrenaturales para provocar accidentes, te lo
murieron a manos de unos bandidos cuando yo era un bebé. Crecí en la calle, en
aseguro.
hogares de paso y en los orfanatos, no sé qué cosa es peor.
Pensé que iba a estallar en una rabieta; sin embargo, me aseguró que le
Lo solté.
resultaba genial estar allí conmigo; por fin me confesó su mayo y mejor
Tenía un nudo en la garganta, los ojos rabiosos, Lewis se había asustado de
guardado secreto:
veras. Aun así, me respondió :
-Me caes bien, Charly.
-Yo tuve sarampió n a los cuatro añ os.
¿Yo le caía bien? Dios mío…¡qué no le haría a la gente que le caía mal!
-Y yo, escorbuto a los seis. Basta, en la calle te pescas todas las enfermedades.
Recordé las palabras de Grace, acerca de que el chico sentía una especial
No podrá s competir conmigo.
curiosidad hacia mí. Al fin y al cabo, éramos dos huérfanos…y nada má s que esa
Sonrió .
circunstancia en comú n nos acercaba. Sin embargo, comencé a sentir por Lewis
-Yo sabía que no eras un fiasco, Charly. ¿Me disculpas?
un sentimiento de protecció n. Tal vez yo era má s que una rata que iba a
Lewis me extendió su mano, me resistí porque el niñ o planeaba ponerse en
encargarse de sudar tinta el resto de su vida. Tal vez yo no era otra cosa que un
un plano de igualdad con un adulto, que era yo. Pero acepté mano y disculpa,
hombre corriente, con algunos problemas de dinero y ningú n capital. Pero era
porque nunca vi un caradura mayor en mi vida. Noble o no, era un polizó n a
un hombre de pie.
bordo, así que apelé a una frase que creí inapelable:
Y Lewis era un niñ o.
-Si tu padre estuviese aquí, te castigaría.
13

Nada má s y nada menos que un niñ o que había dedicado parte de su corta -¿De veras? – Respondí.
vida a investigar cosas sobre la regió n que los ojos de su padre había visto por La imagen de un hombre maldecido de tal modo que hasta el paso del tiempo
ú ltima vez. Y entre las menciones a las tormentas y a las olas gigantes del cabo, no lo afecta me maravilló . Una especie de fó rmula de la eterna juventud, a un
se encontró con la historia del buque fantasma. precio muy alto: la soledad definitiva.
-Necesito ver dó nde murió mi papá , Charly. Ese día anoté en mi cuaderno:

El capitá n Mildford no era un mal hombre y pronto se unió a las El Holandés no puede amarra en ningún puerto: no está anclado en la
especulaciones de Lewis. Se podría decir que en esas horas, Mildford era el vida. Y la muerte no lo conoce.
abuelo de Lewis y yo pasé a ser una especie de padre o hermano mayor.
Así fue como terminamos formando un trío muy particular. Todas las noches, Yo había comenzado a disfrutar de la travesía: tenía buen apetito y la cocina
antes de la cena, nos juntá bamos en la cubierta. Yo era el ú nico que no creía en del barco era excelente. Ni una sola gota de lluvia nos fastidió durante las
la existencia del barco espectral; y me daba una mezcla de ternura y piedad ver primeras semanas y mi organismo parecía haberse fortalecido por la rutina de
que un hombre duro como el capitá n Mildford creyera en tales historias, pero la comida y la poca actividad.
era encantador, sencillamente, hablar del asunto. Los fantasmas producen , Una mañ ana, el oleaje era má s fuerte de lo acostumbrado. Lewis dormía
charlas muy estimulantes y a mí me serían de mucha utilidad para las cró nicas como un bendito y salí para desayunar. El comedor estaba atestado de
de viaje. pasajeros, los mismos que yo trataba de mantener a distancia prudente. Me di
cuenta de que algunos eran conversadores infatigables, locuaces, y mas que
Por esos días afirmé mis conocimientos sobre la leyenda del Holandés Errante: nada, insoportables. Había dos, un viejo recaudador de impuestos y un dentista
era, en esencia, la de un barco que no podía arribar a ningú n puerto y que atraía jubilado, que se la pasaban de broma en broma.
la desgracia de quienes lo observaran. No había una historia “oficial” y la Lo peor era que algunos de sus chistes, que yo escuchaba desde una mesa
imaginació n de los hombres ni siquiera se había puesto de acuerdo con el cercana, me movían a la risa de tan tontos que eran.
nombre del capitán, por lo que finalmente todos se referían a él como el
Holandés Errante. -¿En qué se diferencian una cocina y el mar? – preguntó el recaudador.
-Un hombre osado y un excelente marino, con un socio muy peligroso – -Ni idea – le siguió el juego el dentista.
Afirmó Mildford. -En la cocina hay “cacerolas” y en el mar no hay “que hacer olas”, ya está n
-¿Cuá l socio?-pregunté. hechas.
-Sataná s.
Como un maestro que dicta una clase de historia, totalmente seguro de sus Entonces, para devolver favores, el dentista dijo:
conocimientos, Mildford me ilustró sobre la terrible sensibilidad del diablo. -¿Cuá l es el mar preferido de las mujeres?
Cuando se enojó con el Holandés por lo que creyó un desafío, lo maldijo, y luego: -No lo sé, dime – Respondió el recaudador.
-El malvado dejó que los tripulantes se fueran, para que pudieran alimentar -El mar-ido.
la leyenda, contar lo que pasó a otros hombres. Sin embargo, tres desgraciados
compartieron la maldició n con el Holandés, con una diferencia: envejecerían sin En esa y en otras ocasiones, debí contenerme para no tentarme y soltar una
morir, entretanto sus cuerpos se degradaban y corrompían. carcajada. Sus risas exageradas eran contagiosas. Los dos eran charlistas
-¿Y el Holandés? – Preguntó Lewis espantado de curiosidad. consumados, y ya habían captado a otros pasajeros para tener pú blico cautivo,
-El Holandés no muere, no vive, no crece, no envejece. Es el errante, el que no pero me mantenía a distancia de ellos. Supongo que para algunos pasajeros yo
puede detenerse en ningú n puerto, el hombre que está tan só lo que hasta el era demasiado parco y aislado, y sin embargo, con los días, trabé cierta relació n
tiempo lo abandona y no pasa por él.
14

con unos cuantos, los má s discretos. En un viaje no hay peor cosa que tener La condesa Byron, la añ orada Grace, mojada, agitada, cansada, medio
compañ eros indeseables que no le permiten a uno la soledad. ahogada, iracunda…¡estaba allí!
En cierta ocasió n me di cuenta de una agitació n nerviosa en los pasillos, el -¿Dó nde está mi hijo?
paso de tripulantes inquietos…, supuse que se debía a los nubarrones Habló y comenzó a toser, escupió agua, volvió a preguntar entre una serie de
intimidantes que cubrían el cielo, pero no. El griterío en la popa me guió : corrí imprecaciones que hubiera envidiado má s de un marinero. Se quitó la capucha y
hasta allí y vi al capitá n Mildford discutiendo con dos oficiales. Finalmente, la tiró sobre las tablas:
avisté un barco pequeñ o a escasa distancia. Demasiado cerca, tanto que pude -¿Usted es el capitá n? ¿Capitá n Mildford? ¡Tamañ o irresponsable había sido!
ver su nombre: Warrior. -Señ ora, ¿Quién es usted?
-¡Es muy peligroso que maniobre tan cerca! ¡Demasiado oleaje! – Bramó -¡Señ ora nada! Hasta que no vea a Lewis sano y salvo no hablaré con nadie…
Mildford. ¡y menos con usted! ¿A qué clase de capitá n se le mete un niñ o de polizó n?
Algo extrañ o sucedía, pero no entendía la naturaleza del asunto. El capitá n Yo había recibido algunas sorpresas en la vida, pero ninguna como aquella;
me observó con furia, aunque ablandó la mirada un par de segundos después. Grace se me antojó una ninfa salvaje, una deidad marina dispuesta a todo. ¡Y
-Problemas, muchacho… Desconozco lo que pretenden los de esa chalupa, bien que dispuesta a todo!
pero está n corriendo riesgo y haciéndonos correr riesgo a nosotros. -¡Espero no decepcionarme también contigo, Charles Murray!
En eso, mediante unas cuerdas, un bote salvavidas descendió desde la nave… Gravísimo: me nombro con el apellido incluído. Mi cabeza corría peligro.
¡al mar! ¿Qué sugería? ¿Qué yo había hecho un acuerdo con Lewis para que resultara mi
-¿Qué hacen estos?- se asombró el capitá n. compañ ero de viaje?
La lluvia- helada, heladísima- y los truenos, má s el viento y la espuma de las Un Mildford con las mejillas enrojecidas, un capitá n con el control de un viaje
olas rebotando contra el casco, desataron el terror a las fuerzas elementales, ese en jaque me dedico una mirada cargada de reproches; al fin y al cabo, si yo no
temor tan comprensible (ahora para mí) de los marinos a las borrascas. ¿Qué hubiera estado ahí, no estarían ni el niñ o ni su madre.
clase de locos podían elegir un momento así para descender un bote y abordar -¡Lewis, hijo. ¿Dó nde está s?
nuestro barco? La ridícula embarcació n ascendía y descendía en el sube y baja -Señ ora, su hijo está bien…pero su proceder excede todo sentido comú n…
de la corriente, y una sola persona intentaba darle direcció n con un par de -¡Usted no ha hecho má s que demostrar su incompetencia!
remos…¿quién podía ser?, ¿para qué? El capitá n Mildford, resignado, detuvo las -Le aseguro que eso es ofensivo y no me lo merezco.
má quinas para subir al desconocido. Los truenos y los relá mpagos dominaban el -¡Me importa un cuernos qué diablos lo ofende y cuá les son sus
cielo y…de pronto el bote se esfumó . El capitá n arrojó una cuerda hacia un merecimientos, señ or “vista gorda”!
pequeñ o bulto que aparecía y desaparecía…un se humano. La escena en
cubierta era tan caó tica como caó ticas estaban las aguas, el sufrimiento de los No pude decir siquiera una palabra, tampoco me hubiera atrevido en ese
marinos era genuino, real; aquel desconocido había puesta la vida en sus manos momento frenético. Pero sí me adelanté y entré al camarote: Lewis dormía
y no importaba si era un loco. ¡Había que salvarlo! Así es la ley del mar. como un ángel en su litera. Sonreía. La condesa entró detrá s de mí y se detuvo,
Al fin, las manos del ná ufrago se aferraron a la cuerda y en minutos, es seco. Todo su cuerpo se irguió al ver al hijo, su cara recobró una dulzura
esforzadamente, estaba en la cubierta, envuelto en una capucha amarilla. inesperada, las manos crispadas se relajaron, la espalda se enderezó . Mojada, en
un segundo ahogó su có lera para ser, de nuevo, la madre de Lewis. Y lo que
rodaba por sus mejillas eran lá grimas, y los temblores que estremecieron su
12. La condesa iracunda pecho hú medo no fueron estremecimientos de frío.
-Ya ve, señ ora, que su hijo está bien. Ahora usted necesita ropas secas,
-¿Dó nde está mi hijo? veremos qué hacer. ¿Le molesta usar pantalones?
15

-Claro que no, capitá n. Tengo dos piernas, igual que sus marineros- declaró Intuí una revelació n, así que pregunté:
Grace con una gracia natural. -¿A qué se refiere?...¿Acaso usted…?
¡Mi querida Grace! Amigo periodista don Charles Murray: acaso yo…sí. Yo ví al Holandés. Yo no
Cuando Lewis despertó , lo invité a desayunar. Estaba excitado por la he dejado de ver al Holandés cada vez que cruzo este cabo. ¿Y qué?
tormenta y me dijo: -No comprendo… ¿Es de veras un barco fantasma?
-¡Charly el capitá n me dijo que en tres días estaríamos en el cabo! -Es de veras lo que es: un barco de velas, amigo mío, una ruina de barco muy
Al principio no reconoció que aquel marinero delgado, con pantalones azules pero muy extrañ a…
y chaqueta pá lida era una mujer…¡su madre! Pero…¿es hostil?
Ella le dijo: -Ver algo de otro mundo es siempre hostil…¿no le parece?
-Buen día, renacuajo. Interrumpimos la conversació n porque madre e hijo habían terminado de
Lewis quedó duro, como si una roca le hubiera caído en la nuca. abrazarse y hacerse mutuos reproches – a juzgar por algunos gritos - ; el
-Só lo abrá zame, bendito seas – le ordenó Grace. impacto del dramá tico encuentro se estaba atenuando y Grace volvió a ser
El capitá n Mildford carraspeó y ambos nos retiramos discretamente. cá lida conmigo:
Mirando la cubierta a través de los vidrios hú medos, me comentó : -¡Charly, ven, por favor…!
-¿Hay má s gente en esta familia? Sus ojos vidriosos volvían a mirar las cosas del mundo. Grace me abrazó , me
-No, capitá n, ella es viuda, como ya sabe, y Lewis no tiene hermanos. pasó la mano por el pelo, me acarició las mejillas. Por un momento pensé que
-¡Por dios, cuá nto me alegro! ¡Otro pariente y ya no me dará n un barco de me tomaba como otro hijo perdido, pero ella lo aclaró , despacio, al oído:
por vida! -También te extrañ é a ti, tonto.
La lluvia caía a baldes detrá s del vidrio, sobre la cubierta y el océano. El Y luego en voz alta:
capitá n Mildford recuperó su aire macabro, su larga nariz husmeaba problemas. -Lamento si dije cosas desagradables. No podía respirar pensando que Lewis
-¿Sabe algo Charles? Pocas cosas me ponen los pelos de punta. No se ría, estaba lejos de mí, en peligro. Convencí al capitán del Warrior, el señ or Pitt, para
hablo en serio. Ahora le tengo miedo a otra cosa. que me alojara en su barco. Al ser má s veloz que el Sirius y cumplir un derrotero
No me río, capitá n. Dígame. similar, supe que los alcanzaríamos.
Les tengo miedo a estas presencias: la viuda de un marino y su hijo. ¿Qué
diablos está n haciendo aquí? Mildford lo interrumpió :
No respondí y el continuó : -¡Buen capitá n puede dejar que una mujer se tome un bote en medio de la
-Lo ú nico que espero es que la fuerza que los trajo venga del cielo y no del tempestad!
averno. Pero si de algo estoy seguro es de que no han llegado aquí por Grace me guiñ ó un ojo, divertida:
casualidad. -Pobre, no es el culpable. El capitá n Pitt es inocente de mi locura. Sucede que
Impulsado por sus palabras, comenté: tomé el bote y me lancé al mar sin su debida autorizació n.
-Pero capitá n…¿de veras puede creer en fuerzas sobrenaturales que…? Mildford carraspeó y enseguida sentenció :
Me interrumpió . -¡De tal hijo, tal madre! ¡Astillas del mismo palo! ¿Es que suben a los barcos
-No me hable con esos aires, amigo periodista. Usted no está en Londres, sino para destruir carreras?
en un terreno desconocido, donde rigen otras leyes. La condesa le suplicó disculpas, no podía ocultar su alivio y la felicidad de
No me di por vencido. estar con Lewis, y creo que le importaba nada la carrera del capitá n Mildford;
Mire que hice esfuerzo, pero ni siquiera en las mansiones má s antiguas de así y todo lo tranquilizó :
Londres hay fantasmas, segú n mi criterio.
-Me alegro por usted y su criterio. No puedo decir lo mismo.
16

-Capitá n, si de veras tiene problemas, recuerde que a mi casa la visita mucha -Yo pienso…señor Murray, que los cuerdos se lo merecen. Todo cuerdo se
gente importante. Pero al fin y al cabo, só lo se ha dedicado a salvar a una dama merece una temporada en el hospicio.
de morir ahogada y padeció la travesura de un niñ o. La señora Rose concluyó su frase con una carcajada de gallina que me erizó la
Lo dicho por Grace era tan razonable que hasta ella se lo creyó . piel; y en adelante intenté evitar su mesa en las comidas.
Las cartas estaban echadas y el viaje no se podía interrumpir. Por mi parte,
veía todo con ojos nuevos: Grace y Lewis habían transformado cada segundo de Tomé nota del cortejo suave de los pasajeros después de unos días; yo no
mi travesía marítima. estaba acostumbrado a ser el centro de atenció n. Me dediqué con gran placer a
Yo estaba contento y eso, de algú n modo, me hizo bajar la guardia. paladear estos detalles de mi vida cotidiana a bordo. Acaso me estaba
convirtiendo en un Charles Murray diferente, o quizá s en un Charles Murray que
no se juzgaba obligado a actuar como un perro apaleado. Mis añ os en las calles
13. África miserables, comiendo sobras y basura, disputando con los mendigos un trozo de
pan duro; mis añ os en los orfanatos aborrecibles, fá bricas de maltrato y abusos;
Como cronista en viaje era un desastre de disciplina: nunca llevé diarios, no mis añ os de joven en bú squeda de un oficio para el sustento sin caer en las
me importaba gran cosa los avatares de la tripulació n, apenas si apuntaba orillas del crimen (por falta de temperamento y, quizá , porque la desesperació n
algunas notas para ayudar a la memoria. En realidad, yo no paraba de agradecer no siempre lo convierte a uno en alguien sin escrú pulos); mis añ os malos, en fin;
en silencio a Sir Chesterfield su propuesta de convertirme en un cronista los queridos y viejos añ os malos se diluían repentinamente en el pasado.
viajero. Desde que subí al Sirius me sentí un hombre con destino, con un oficio; Toda la desconfianza insensata que yo tenía en el porvenir –insensata
al que todos respetaban, incluso en su parquedad y aislamiento voluntario. Yo porque no tenía educació n ni posició n como para pedirle grandes cosas al
era el periodista del Sirius y eso parecía ser una cosa singular. Quien má s, quien futuro – comenzó a realizarse en las aguas del Atlá ntico, mecido por las olas que
menos, llegué a notar un esfuerzo de los otros pasajeros y de los mismos acunaban el Sirius.
tripulantes por contarme algo; algo que a ellos les parecía digno de figurar en
mis cró nicas. Má s de uno creyó que Lewis sería la mascota del barco…¡un niñ o ¿Có mo podía yo inquietarme por la leyenda de un buque fantasma? Todo lo
huérfano, un ná ufrago! Pero el señ orito conde les mostró sus garras y su bueno de la vida que no encontraba en Londres lo estaba viviendo lejos, en los
cará cter enseguida, y ya no lo molestaron. lindes del Africa; y mi corazó n se atrevía a soñ ar con los favores de una condesa
La señ ora Rose, por ejemplo, solía hacerme confidencias sobre lo que ella rica y viuda.
llamaba sus “asuntos familiares”. Anoté en mi cuaderno lo esencial. Grace, apoyada en la barandilla de la proa, me confesó :
-Ahora que todo está bien, ahora puedo decirte que nunca sentí esta libertad.
Los dos hermanos No hago má s que estar contigo y con mi hijo.
Yo mismo, con un trapo en la garganta, con los nervios rotos, me dejé ir por
La señora Rose tiene dos hermanos gemelos. Uno es loco y el otro cuerdo. El sus palabras, por mis sentimientos; me abandoné a la insensatez también en el
loco es un genio que se desenvuelve muy bien en el negocio familiar, un hospicio amor.
para gente de buen nivel económico. Lo lleva adelante con plena autoridad. Cuando Lewis dormía, buscábamos el frío, la intemperie, la visió n de las
-¿Y el cuerdo?- pregunté no sin interés. aguas negras en un círculo imponente de oscuridad quebrado por las estrellas y
-Está internado en el hospicio, pobre. la luna menguante, pá lida y frá gil, en la niebla del cielo. Admiré la fortaleza de
Escuché la historia varias veces de parte de la señora Rose, y nunca quiso su linaje de bondad y de amor; porque Grace era una mujer de aquellas que
contarme los detalles de por qué el cuerdo está internado en el hospicio, entretanto su andan por la vida impulsadas por lo bueno y despreciando lo malo. Por su hijo
hermano loco lo dirige. Hasta que la urgí a que me diera alguna explicación extra: podía desafiar hasta al mismo Poseidó n, y nada má s le importaba.
17

Pensé, compadecido, en sus ú ltimas angustias; había perdido a un esposo y Má s tarde, luego de la cena, me sentí descompuesto: acaso me había excedido
no se podía permitir má s ausencias. con las cebollas fritas y el jamó n. Tenía la necesidad de dormir, junto a la
sensació n de que algo me estrangularía antes de llegar al camarote. Un
El capitá n Mildford nos informó que llegaríamos al temible cabo de Buena cataclismo anímico me tumbó , pero Lewis revoloteaba alrededor, repleto de
Esperanza al amanecer del día siguiente, ante la excitació n incomparable de energía.
Lewis. El cielo era de un azul tan puro y el clima tan agradable que nada hacía Desde que su madre pisó el Sirius, le dediqué la mitad de mi tiempo, de todas
sospechar una tormenta. ¡Esto era Á frica! ¡El extremo sur de un mundo maneras él no parecía preocupado por el “abandono”. Sencillamente, Lewis era
misterioso y aú n no descubierto del todo para el hombre europeo! Comencé a feliz de vernos juntos, pero…
sentir un cosquilleo en los dedos…sí, ya comenzaba a pensar en mis cró nicas… -Yo sé que a papá lo mató el Holandés – insistía.
Intenté quitarle esa idea de la cabeza.
Los dramáticos acantilados caen sobre el mar y las aguas están calmas. Nada hace Mientras tanto, miles de estrellas alumbraban el cielo de la noche. A pesar de
suponer que aquí naveguen viejos veleros. Auroras boreales, fuegos de San Telmo, la visió n serena, de la claridad lunar, sentí el deseo de un día soleado, libre de
resplandores lunares y brumas; todo eso, junto o separado, puede crear un buen navío misterios y sombras.
espectral.
No podía dormir.
Mientras tomaba esas notas, yo era dichoso con mi amada Grace; ya podía Lewis sí, descansaba con una respiració n nerviosa, entrecortada. Grace
aceptar que éramos una pareja…¡al menos allí, en el Sirius, no parecían existir dormiría en su camarote individual, tranquila de estar junto a su hijo, sin
las diferencias sociales que me abrumaban en Londres! Una sensació n de importarle otra cosa; nada la obligaba a regresar a Londres. “Donde esté Lewis,
beatitud me mantenía aferrado a la alegría, sentía que vivía en dos círculos que está mi hogar”, me dijo antes. Y fatal juguetona, agregó :
ahora se habían unido en una gran esfera; mi mente disparaba una idea tras -Y donde estés tú .
otra, en un esplendor creativo ú nico. Sin embargo, puestas sobre el papel, esas Salí a caminar.
grandes ideas perdían todo su brillo…todo se derretía ante la cintura Me tropecé con un bulto en la cubierta, insomne. Ví a lo lejos los fuegos de un
cimbreante de Grace, y no había acto creativo ni noticia má s apabullante y relá mpago; allí se preparaba la tormenta. Aspiré y sentí la pizca de algo fétido,
hermosa que su presencia en mi vida. ¿Hay algo mejor que estar enamorado? como peces arrojados a una playa.
Me desviaba de mis notas “profesionales” para má s íntimas y, lo admito, algo El oleaje era suave todavía y la tormenta pró xima quebraba el cielo, sonidos
melodramá ticas. ultramarinos una mú sica rota, truenos de fondo.
De pronto ví algo que hubiera creído parte de un sueñ o- pero yo estaba de
Oh, Grace, ya acorté las distancias que nos separaban, las que yo mismo me había pié, despierto-: un relá mpago cayó y flotó sobre las aguas; una forma entre
impuesto; porque tú siempre, amor mío, te sentiste mi par. ¿Qué más puedo pedir llamas y resplandores, que se movía a una velocidad imposible. El fuego venía
que tu amor? ¡Siempre te las arreglaste para que no me sintiera abandonado ni por un hacia el Sirius, hacia mí… y entonces vi un barco, las velas destrozadas,
segundo! ¡Conocías la fragilidad de mi corazón dañado! miserables; los tres palos y un guardia en el puente iluminado por la luz de la
luna, y por el propio resplandor mortecino de la nave. Un olor inclasificable lo
Estas cosas dominaban mi espíritu y no había temor. invadía todo; comprendí que debía alertar a la tripulació n, al capitá n Mildford,
Fue un estado breve. Porque bien pronto Grace me apartaría de sí, sin ¡a las calderas del Sirius!, para que impulsaran al buque lejos de esa aparició n.
piedad. Como una rá faga, pasó por mi mente aquella frase de bitá cora: “Hoy ví al
Holandés Errante…”¿Cuá ntos marineros llevarían ese secreto en sus recuerdos?
14. Parte de la leyenda Hoy yo era parte del secreto, hoy yo mismo, desde mi humilde lugar, entraba
también en la leyenda del Holandés.
18

¡Qué artificial se ve el mundo cuando vemos má s! Allí estaba el Holandés, y ¿Podría contarle mi secreto al capitá n Mildford?
mucho de mí se desplomaba, mi flamante orgullo de periodista se demolía…pero No todavía. ¡Yo me había reído con malicia de sus supersticiones! Aunque
entonces no lo sabía, no lo podía pensar…; como un autó mata, fui testigo de que estaba impresionado, me quedaban humos. Quizá s fuera un defecto general en
una voluntad ajena a este mundo inmovilizaba el velero y el Holandés Errante mi patria; pretendemos ser iró nicos y hasta indiferentes, pero tenemos el
me señ aló con su brazo, montado al castillo de proa. orgullo tan grande como la Muralla China.
Hubiera querido dejar la graciosa compañ ía del capitá n y compartir esos
No pude distinguir sus rasgos, pero era un hombre muy alto y ancho; un omentos con Lewis y su madre, pero los sentí distantes, ajenos a mí. Me di
gigante. Y no hubo má s tiempo porque el buque desapareció ; simplemente ya no cuenta de que no debía acercarme a ellos, que estaban recordando al ausente, al
estuvo má s ahí. ahogado, al difunto Edward; por él se mantenían subyugados y melancó licos,
Miré alrededor, no había nadie, ningú n testigo con quien compartir la con la mirada retraída de los que quieren remontar la marea de la muerte, o al
experiencia. Comprendí que no me atrevería a contarlo. menos entenderla. Acepté que tenían má s razones que yo mismo para conocer
el cabo; razones de familia, de amor y no meramente laborales.
Mi mal humor, en parte debido a mi insomnio, en parte debido al maldito
15. Problemas en el Warrior Holandés, en parte debido a las burlas de Mildford y a esa especie de
indiferencia (¿celos del muerto?) que percibí tan sú bitamente en Grace y Lewis,
“Muchos marinos dicen que se atreve a anunciaban un mal día.
Visitar barcos que pasan”
Louis Vichy, francés, constructor de Cuando ya podíamos aspirar el olor de las flores silvestres que crecían sobre
Barcos, siglo XVIII los acantilados, advertimos un barco que venía hacia nuestra posició n…¡era el
Warrior!
Muy temprano por la mañ ana, el capitá n Mildford y yo – que no había -¡Nos avisan que hay problemas!- sentenció el capitán, señ alando una
dormido en toda la noche- vimos esa punta de tierra intrusa en el mar. El cabo bandera izada en el má stil.
de Buena Esperanza comenzaba a ser visible. -¡Piden comunicarse con nosotros!- continuó .
El cielo velado por los nubarrones y el mar inquieto prometían otra En pocos minutos, un pequeñ o bote se acercaba al Sirius. Con dificultad, el
tormenta. capitá n del Warrior y alguien a quien presentó como su primer oficial – un
-¡Será una linda borrasca! – anunció el capitá n. Luego, al oído, me preguntó : hombre alto, cuya presencia emanaba una poderosa autoridad – estaban en la
-¿Le sucedió algo por la noche? ¿O esa cara tan desastrosa se debe a que la cubierta, con un hermoso baú l. Sin saber nada de costumbres de navegació n, lo
condesa no quiso acompañ arlo a mirar la luna? que estaba sucediendo me parecía por lo menos, extrañ o…
Las mejillas del capitán enrojecieron por las carcajadas que su propio El capitá n Pitt, a cargo del Warrior, era un hombre bajo, de hombros
comentario le causó : al menos había sangre en su cuerpo, porque, a todas luces, hundidos, que parecía ignora que en la vida existieran ne la vida cosas tales
Mildford solía recordarme al envase de un muerto. Hombre astuto, no había como la felicidad, la sonrisa, el buen á nimo. Señ aló el baú l:
tardado en advertir la singular relació n con la condesa. No só lo él, sospecho que -Son las pertenencias de la señ ora condesa, que abandonó nuestro barco de
otros pasajeros se divertían con esto; yo los ignoraba, siempre concentrado en una manera algo brusca.
mi pequeñ o mundo, en mis cosas. Grace había permanecido retirada de las visitas, pero ante una señ al del
El avistaje nocturno del Holandés Errante agudizó mi insomnio y ahora tenía capitá n Mildford, se acercó :
mucho, pero mucho sueñ o. A corta distancia se veía la porció n de tierra -Buenos días, capitá n Pitt.
abriéndose paso al mar, los roquedales que lo custodiaban y las olas que Buen día, condesa, ¿Sigue viajando en bote en medio de las tempestades? – la
bramaban llenas de furia al chocar contra el casco del Sirius. saludó sin reverencia y con resentida ironía el capitá n Pitt.
19

-Le ruego me disculpe, capitá n Pitt. Abandoné su barco porque ya no podía Fokke bajó la vista dolido. Me dio pena, pero lo grave fu que Grace se
estar má s tiempo sin ver a mi hijo. compadeció de él.
-Ya no importa, le presento a mi primer oficial, el señ or Fokke. Bernard -Está bien, señ or. Con gusto aceptaré una visita y usted podrá mostrarme sus
Fokke. baú les…
Grace sonrió espontá neamente al ver al hombre alto. -Pero…¡se está por desatar una tempestad! –Bramé, inú tilmente.
-Me extrañ a no recordarlo en el barco…-dijo Grace (y admito que ese En pocos instantes, Grace se me escapaba de las manos, encantada con ir a
comentario me fastidió ). revisar cofres ajenos. ¿Qué necesidad tenía ella?
Fokke, sin responderle, le acercó el baú l. -¿A dó nde vas, mamá ? – se sorprendió Lewis.
-No-dijo Grace. -Enseguida vuelvo, querido – le respondió Grace, dejá ndole un beso ligero en
-¿No, qué?-preguntó Fokke (y fueron sus primeras palabras: una voz la mejilla.
cavernosa que envidié de inmediato). ¡Qué terrible comprobació n sentí entonces! Mientras está bamos aislados del
-No es mío. Lo lamento. Es verdad que dejé un cofre en el barco, pero no este, mundo ella podía estar conmigo y parecía que no necesitaba otra cosa; pero en
por cierto. cuanto un desconocido la galanteaba, me ponía en ú ltimo lugar. A mí ¡y a su
Fokke murmuró algo para sí. Era un hombre extrañ o, pero de una dignidad propio hijo! Sentí una furia indecible que só lo logré explicar con una respuesta:
superior. Parecía de má s edad que el capitá n Pitt. estaba celoso. Enfermo de celos. ¡Y con razones justas!
- Á bralo de todas maneras, se lo ruego- le sugirió Fokke. Porque Grace, se le notaba, quedó fascinada con Bernard Fokke. Lo vi en sus
Grace, o debería decir aquí: la condesa Byron, porque en un segundo ela se ojos, lo sentí de pleno en mi pecho. ¿Qué podía hacer contra eso? Salvo desear,
comportó como la gran dama que recibía invitados en su mansió n, se inclinó como un animal salvaje, lo peor para el intruso. Entonces tomé una decisió n
hacia el baú l y lo abrió , divertida. providencial:
Había allí unos preciosos vestidos. -¡Iré con ustedes!
-¿Qué es esto?- murmuró Grace. -¡Yo también!- dijo Lewis.
-Vestidos y algunas joyas. Lo que le pertenece – insistió el desconocido. La tormenta aú n no había comenzado cuando llegamos hasta el casco del
Miré al capitá n Pitt: estaba ausente, apartado, casi indiferente a lo que Warrior, donde nos esperaban con una escalerilla.
ocurría. Grace ni siquiera se veía fastidiada conmigo: sencillamente me ignoraba.
Grace sonrió , intrigada…y só lo dijo: Creo que el pobre Lewis sentía lo mismo que yo.
-Es usted muy gentil, pero no comprendo. Hubo un solo momento en que pude estar a solas con Grace y apreveché para
-La entiendo, tenemos varios de estos baú les en el barco; a nosotros también preguntarle:
nos cuesta comprender – dijo enigmá ticamente Bernard Fokke. ¿A quién diablos -¿Có mo es que viajaste días en este barco y no conociste a este oficial?
se refería? Grace iba a decirme algo, peo el propio Fokke – debía tener la capacidad de
Por mi parte, la sonrisa de Grace y el modo en que le brillaban los ojos ya era leer los labios o algo así, porque yo estaba hablando en un tono de voz casi
harto suficiente. Decidí intervenir: inaudible – me respondió .
-Quizá s no entiende usted bien, caballero. La condesa no necesita regalos. -Estimado señ or, tuve que guardar cama todo el tiempo. Un poco de fiebre,
Fokke me respondió , amable: un poco de falta de apetito. No quise arriesgar a los demá s, ¿Sabe? ¡Me impuse
-Caballero, sé lo que ha sufrido la condesa, de veras. Pero aú n le aguarda un una especie de cuarentena!
largo viaje y el regreso…, apuesto a que estos vestidos le será n ú tiles. Grace me miró desafiante y dijo:
-¡Pero qué propone usted! ¿Un baile de disfraces? ¡Son ropas antiguas, señ or! -¿Ves? Ahí tienes tu respuesta. Y sin embargo…
– exclamé sin contener mi mal humor. -¿Qué?
-…lo siento tan familiar. Como si lo hubiera visto antes.
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Dicho esto, me dio vuelta la cara y le sonrió …¡le sonrió a Fokke! grande y nadie intentaba hacer algo por controlar el Warrior; el capitán Pitt me
Lewis me codeó el brazo tan indignado como yo. chocó y por un momento quedamos cara a cara, vi su rostro marcado por la
sombra y la bruma, su expresió n de pesadilla. ¡Pobre infeliz! Só lo me dijo:
El Warrior era ridículamente chico comparado con las dimensiones del -É l está con nosotros…él nos abordó …él…
Sirius; tanto el capitán como los escasos tripulantes parecían tristes, má s bien -¿De quién habla, capitá n?
lentos. Pero no tuve tiempo de contemplarlos mejor: el cielo se volvió una -El…Holandés…el diablo del mar… ¡Bernard Fokke!
mancha, un campo de oscuras batallas. Los colores iban del marró n oscuro al Un escalofrío recorrió mi espalda. El capitá n Pitt parecía despertar
negro mortífero y todo parecía chocar contra todo; las nubes se hacían y lentamente de un sueñ o hipnó tico y recobraba sus emociones de a poco. Y sus
deshacían como montañ as de polvo. Aquel era el cielo del Juicio Final, emociones eran el terror puro. Gritó :
apocalíptico. ¡Vértigo en mi corazó n!...,busqué a Lewis y le ordené: -¿Qué está pasando, qué nos va a pasar, por todos los santos?
-Pase lo que pase, no te separes de mí, ni un milímetro. Tenía miedo, mucho miedo.
Luego le rogué a Grace: El barco dio unos giros, se inclinó y una tonelada de agua cayó sobre mi
-No te separes de mí. Ni un momento. cabeza. Tuve la certeza de que ya no podíamos estar ahí, y sentí que el Sirius
¡Qué absurda pretensió n la mía! Me miró burlona, como si yo fuera una hubiera sido un nido má s seguro en semejante vendaval. Todo se volvía
hormiga que clamara por un grano de azú car. Si hasta dudé de que me fosforescente y al fondo un teló n de negrura só lida se tragaba las luces; volvían
reconociera y temí por su cordura, má s pronto abandoné esa idea. Fatalmente, los relá mpagos y morían otra vez.
la realidad me había alcanzado: quién era yo, quién era ella. ¡Dos mundos, dos Perdí y encontré a Lewis una docena de veces mientras intentá bamos que
orígenes! Yo me había criado en ambientes donde sobraba la miseria. A ella todo nada nos arrastrara hasta esas fauces hambrientas, ciegas, líquidas, que nos
le sobraba, hasta la belleza. querían engullir.
Y sin embargo… ¡todos esos pensamientos, todas esas dudas nacían de la Escapá ndose por la popa vi la vaga figura de Bernard Fokke, que tenía de la
equivocació n! ¡Qué ceguera la mía! Mi falta de confianza (en mí, en Grace) tuvo mano a Grace, a mi condesa perdida. ¿Por qué no buscaba mi protecció n? ¿Por
un precio alto, demasiado alto. qué no confiaba en mí si horas antes nos besá bamos bajo la má s pura luna
Las personas inseguras pensamos que los demá s nos rechazan, nos africana?
aborrecen en cuanto nos tratan de un modo diferente. -¡Mamá , mamá ! – gritó Lewis.
Ella giró su cabeza, y en el pró ximo relá mpago, ya no estaba.
Un trueno, mil relá mpagos, la lluvia.
A lo lejos, el Sirius Ya se había vuelto invisible. El Warrior se agitó por el
oleaje, al principio suave y de pronto, bruscamente, se inclinó : rodé junto a 16. El puente del fantasma
Lewis. El capitá n daba ó rdenes que nadie cumplía; la oscuridad cayó del cielo,
brutal. Olor a cenizas, el barco que rolaba, sacudido; la sensació n de que flotaba Hubo un respiro, un instante sin viento y relá mpagos inmó viles: entonces la
y caía otra vez al mar, las olas barriendo la cubierta. Buscamos protecció n en la vi, vi a Grace sobre un puente que unía al Warrior con un velero de lienzos
cabina, en cá maras, en galerías estrechas, pero nada má s inú til: no había lugar destrozados y fulgurantes, que yo conocía. Sobre el puente, el capitá n Fokke. El
seguro. Lewis…¡al fin asustado el pequeñ o valiente!, se aferraba a mi antebrazo holandés maldecido, la llevaba en brazos hacia su mundo de agonías sin fin. A
y gritaba: los horrores del mar con sus colosales fuerzas desatadas, se agregaba el horror
-¡Charly!... ¿Dó nde está mamá ? de su lucidez, de haber comprendido que Grace había sido elegida, Grace había
¿Có mo saber dó nde hay alguien cuando no se sabe siquiera dó nde está uno sido robada de este mundo, Grace era la candidata del Holandés para liberarse
mismo? ¿Dó nde estaba yo? ¿Montado arriba de una litera? ¿A caballo del de su maldició n.
bauprés, afilado como una lanza? ¿En el fondo del océano? La confusió n era
21

¿Por qué no pude unir antes las piezas, cuando aú n estábamos en la escapó de la muerte, Lewis estaba conmigo, sin poder contener ninguna lá grima,
protecció n del Sirius? ¿Có mo permití que ella y Lewis se expusieran a ese casi asombrado de estar vivo.
peligro atroz? Sin embargo, apenas pudo normalizar su respiració n y hablar dijo lo ú nico
Ahora no había má s remedio que echar a correr…pero… ¡Lewis! que quería decir:
-¿Te diste cuenta, Charly? -¿Y mamá ? ¿La viste?
Me gritaba el condesito. ¿Qué podría haber visto? ¡Aú n no había visto nada!
-¡Quiere usar a mamá !
Y luego, con espanto:
-¡Quiere usar a mamá para liberarse de la maldició n! ¡Está hipnotizada! De modo que allí está bamos: en los dominios del Holandés Errante. Y si había
En el camino, nos tropezamos con tripulantes soná mbulos, que comenzaban algo que yo no tenía, eso era confianza. ¡Había tantas maneras de morir! Ante el
a despertar de una pesadilla colectiva. ¡El poder de Fokke los había mantenido poder de las fuerzas en juego, mi voluntad…¿Qué podía significar mi voluntad?
bajo control! Dimos un salto y pudimos subirnos al puente y correr hacia el Sin embargo, aun así, aferré a Lewis de la mano y le dije:
velero, detrá s de Fokke, azotados por el viento, pisando viejas maderas -Buscaremos a tu madre, hijo. La buscaremos y todos volveremos a casa. Así
pú tridas; primero yo y detrá s Lewis. En cuanto Fokke cruzó todo el puente, éste será .
comenzó a disolverse, a convertirse en nada. Dí un salto instintivo y caí dentro
del buque, espantado.
Pero Lewis no, Lewis no estaba conmigo. 17. En los dominios del Holandés
-¡Lewis!
¿Es que…? ¡No! ¡No podía ser que el destino le reservara el mismo final que
Volveremos, hijo. Sentirme responsable de Lewis impidió la pará lisis de
su padre! ¿Para eso había llegado hasta aquí? ¿Eran las oscuras parcas quienes
pá nico. Algo cá lido se deslizaba en mi frente, pasé mis dedos y quedaron
lo incitaron a venir a estas aguas para cumplir un destino familiar? Sin embargo,
impregnados de rojo sangre. Intenté tapar la herida con la palma de la mano,
una esperanza se abrió : un quejido, un pedido, un grito mezclado con los ruidos
luego corté un trapo que vi sobre el cabrestante y lo usé de emplasto. Siempre
y las formas pavorosas que las luces producían en los cielos y en el mar
junto a Lewis, siempre casi a ciegas, buscamos un reparo para guiarnos hacia los
demencial. Me apuré a inclinarme por la barandilla y… ¡allí estaba, su cabeza
interiores del barco. Miré las velas y comprobé que irradiaban un resplandor
sobre el agua, sus manos hacia arriba!
rojizo; los remolinos las envolvían, estrujaban; las rompían y agitaban.
-¡Charly!
Comprendí que el pañ o que yo apretaba en mi herida era un trozo del velamen,
Me incliné cuanto pude, pero no llegué a tomarlo…, el embudo de un
lo retiré un momento: ya no sangraba.
remolino lo absorbió , Lewis desapareció de mi vista y la nave se meció
violentamente hacia estribor. Sin pensar, porque ya entonces só lo actuaba, ya
Una galería sombría, cavernosa, surgió entre nosotros. A ambos lados había
entonces no era otra cosa que una má quina de nervios, tuve que esperar una
puertas. Y se veía dentro de las recá maras un halo de luces mortecinas. Elegí
nueva sacudida. Lewis podría estar bajo las aguas, podría haber sido golpeado
una puerta, pero Lewis, con los dientes temblorosos por el frío, me detuvo:
por el casco del velero o del mismo Warrior, que aú n se mantenía a flote,
Lewis no me dejaba entrar a la recá mara y yo no podía captar del todo lo que
virando como un trompo. Sé que recibí golpes, que las olas me cortaron en dos,
intentaba decirme.
en tres, que volví a ser uno, que el agua lavó la sangre que me nublaba los ojos,
É l se dio cuenta y por eso insistió :
que Lewis luchaba rodeado de espuma, con la boca abierta en busca de aire.
-El diablo le dijo al Holandés que sería un no muerto, un maldito que nunca
Acaso una graciosa deidad marina decidió apiadarse de él, de mí, porque el
podría amarrar en ningú n puerto. Salvo que una mujer se enamorara de él y le
velero volvió a inclinarse, los dos estiramos nuestros brazos y lo calcé de la
fuera fiel… entonces sería libre otra vez.
muñ eca…di un tiró n con una fuerza que jamá s creí capaz de tener y Lewis
22

-Entiendo, Lewis. Quiere usar a Grace, a tu madre… y por cierto que ella Había otra puerta y avanzamos. Lewis no recordaba qué cosa quería
parecía bastante enamorada- admití, con pena, acaso con un tinte de recordar y yo só lo pensaba en Grace. Por dios, no deseaba encontrarme con
resentimiento. ningú n tripulante, anciano, joven, lo que fuera. Ahora que la lluvia y el viento no
-Debemos obligarla a escapar de aquí – dijo Lewis. me castigaban en la cara, supuse que todo era cuestió n de encontrar un bote y
Tenía razó n. El problema es que está bamos varados en un barco fantasma, en llegar al Sirius, pero todo eso era… casi cien por ciento imposible. ¿Sobrevivir al
medio de una tormenta pensada para el día del Juicio Final. ¿Có mo Holandés y a su tripulació n? ¿Sobrevivir a semejante oleaje? Imposible. Perdido.
escaparíamos? ¿Simplemente arrojá ndonos al agua? Sin considerar que la Estaba perdido.
persona a la que debíamos rescatar no parecía tener muchas ganas de ser Pero saber que todas las cartas estaban en mi contra me produjo un alivio,
rescatada. aunque inconfesable porque no podía decirle a Lewis: “Tranquilo, ya no
Entonces comprendí algo, lo sentí en un clamor que venía de mis huesos, de tenemos nada que perder, ellos son má s fuertes y aú n si los venciéramos, el mar
lo má s profundo en mí: ése era el día de mi vida, el día que sería má s grande, nos tragaría”.
má s decisivo que el resto de mis días. Supe que no iba a morir, que no íbamos a Eso no sonaba muy paternal ni protector.
morir: supe que yo era fuerte, que yo, el escuá lido periodista Charles Murray, ¡Pobre chico!
era una fortaleza andante.
Quería decírselo a Lewis, deseaba transmitirle mi confianza renovada…, pero
entonces algo me tomó del cuello y me arrojó al suelo, unos tres o cuatro 18. El tesoro
metros. Al intentar ver quién me había arrojado, me encontré con tres ancianos
pá lidos, de largas barbas blancas, que cotilleaban entre ellos y se decían:
Uno había tomado a Lewis y lo sostenía en el aire; hasta qure lo lanzó cerca Un anciano pasó junto a nosotros, yo agité la vara de hierro en la mano y
de mí. estaba por usarla, pero el hombre ni siquiera nos miró : pasó por delante de
¿Era justo sentirme fuerte y ser vapuleado por un anciano al instante nosotros, estirando sus manos para tocar los obstá culos… ¡un ciego! ¿Có mo era
siguiente? ¿Era justo que luego golpearan a Lewis y que yo no supiera có mo posible? Ancianos ciegos y sin embargo capaces de lanzar a otro hombre por el
defenderlo? Perdido por perdido, me puse de pié y los señ alé con el índice: aire. Ancianos fuertes, ciegos…
-¡Malditos! – grité. Si de verdad tenían trescientos añ os, como dijo Lewis, era razonable que su
-¡Malditos somos! – confirmó uno de ellos. vista se viera degradada.
Y una risa triste, sin dientes, se escapó de sus bocas y se perdió entre los Caminamos en silencio, soportando los extrañ os perfumes que impregnaban
ruidos de la tormenta. cada cuarto, de puerta en puerta; todo olía a matadero, a una fetidez profunda,
-¡No molestará n al capitá n! – chilló otro viejo maldito. insana.
Lewis, en cuatro patas pero repuesto del porrazo, me señ aló : Al fin llegamos a lo que sería el gabinete del capitá n. Aspiré un falso aroma a
-Son los tripulantes, mira… ¡han de tener trescientos añ os! ¡Así debería verse rosas, un aire de lavanda y primaveras imposibles. Sobre una silla, con una
el capitá n Fokke! Sin embargo se lo ve tan joven que… sonrisa que no le pertenecía, porque esa mujer no era, no podía ser Grace, la
-…que a tu madre le gusta mucho – dije con renovado despecho. condesa Byron, la esposa que soñ aba para mí, si yo no fuera quien soy. ¿Hay
El barco dio unos brincos, y choqué con algo duro; era una vara de hierro, un algo má s delicioso que la mujer amada? ¿Puede haber simpleza y lujo mayor que
arma de ataque. el amor?
La tomé y corrí hacia los ancianos… pero ¿qué ancianos? Ya no estaban. -¡Grace!
Al fin, atravesamos una puerta y entramos a un cuarto asfixiante, chico, pero Mi grito no produjo en ella má s que una ínfima reacció n, una leve torsió n del
seco. Nuestras ropas chorreaban litros de agua. Lewis murmuraba: cuello. Sus ojos hú medos me miraron con una tristeza sin par.
-Hay algo, algo que quiero recordar…
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-¿Dó nde está él? – exclamé. -No diga nada má s. Ella sabe quién soy… ¿verdad, querida condesa?
Al fin ella abrió la boca para decirme algo. Algo para mí. -Claro que sí – respondió Grace, con un gesto automá tico.
-É l me necesita. Me necesita de un modo que tú nunca jamá s podrías -Le he revelado mi…condició n. No hay engañ o, señ or.
necesitarme. ¡Miente, miente, miente! – señ alé - ¡La hechizó , ella apenas lo conoce!
¡Al menos recordaba que yo existía! Sin embargo, no podía aceptar la El hombre torció la boca, en un gesto cruel y soberbio.
insensatez de sus palabras, así que le grité: -Es posible…, pero sabe quién soy. ¿Sabe ella quién es usted?
-¡No hables de mí! ¡Piensa en Lewis, en tu hijo! ¿Acaso alguien puede necesitarte -¡Claro que lo sabe!
má s que él? -Y bien…, lo sabe y ya eligió . ¿Por qué se quedaría con lo pequeñ o, cuando
Grace inclinó su cabeza hacia su propio pecho, como si las palabras le hay una eternidad a sus pies? Caballero, usted no podrá negar mi generosidad.
hubieran golpeado. Sé que mis hombres han sido… descorteses y eso no lo permitiré. ¡Salminén,
-Pero…¿No pueden entender? Tengo una misió n aquí. É l tiene derecho, por trae los regalos!
dios, tiene derecho a liberarse. Tú , Lewis, todos seremos libres un día… De pronto, uno de los poderosos y ciegos ancianos apareció en la sala
¡Insensata! ¿A qué poder obedecía, quién le dictaba esas palabras? No le creí, portando un cofre, lo dejó en el suelo:
no quise creerle. Alguien que no era Grace estaba en Grace. Debería expulsarlo, -¡Á brelo, Salminén! – le ordenó el Holandés.
debería hacer algo. Allí había joyas, piedras preciosas, oro; objetos que brillaban con un
-¡Está s loca! ¿Qué… qué pretendes? ¿Salvar a los condenados? ¿Te esplendor pú rpura. El sueñ o de un pirata estaba a mis pies…, el precio del
sacrificará s por un sujeto que pactó con el demonio? ¿A eso te refieres? maldito por cortejar a mi amada. ¡Como si el amor pudiera medirse en oro! Iba a
¡Despierta! mandarlo al infierno, cuando Grace me dijo:
Tomé una silla y de pura impotencia la arrojé sobre un ventanuco, una de las -Llévalo, Charly, llévalo por Lewis. Por favor…
patas rompió el cristal y se produjo un estrépito agudo y breve; de inmediato un Me paralicé: esa sí que era ella, su tono de voz, su preocupació n por el hijo…
soplo de aire helado entró por el hueco. ¡Había regresado! O quizá s nunca se había ido…quizá s las fuerzas demoníacas
-¿Este es tu destino, condenarte también? ¿Qué otra cosa harías ademá s de que habían maldecido al Holandés confundían también su espíritu, con
morir? espasmos de lucidez y pesadilla que se alternaban.
Y sin má s fui hacia ella y la obligué a levantarse de la silla, pero Grace se -Puede usted llevarse estos tesoros y lo dejaremos a salvo, en su barco. No
deshizo de mí con un empujó n, mientras decía entre gemidos piadosos: podrá sobrevivir de otro modo – me dijo con calma, pero muy contundente, el
-Vete, ya no quiero verte, ya no voy a pensar en ti, un alto deber me llama, no tratante del diablo.
me agobies. Miré alrededor: ¿dó nde estaba Lewis?

No, no era ella, no era la joven viuda que me robó el corazó n en Londres, no
era la dulce amante con la que yo miraba las estrellas en las noches anteriores. 19. Abismos
Algo había sucedido, alguien había echado un veneno en su alma y le había
impuesto extrañ as obediencias. “Si yo fuera rico…”
Miré atrá s, buscando a Lewis: no estaba en la cabina. Al abismo anterior de mi vida miserable se abría este abismo que me ofrecía
¡Sí que las cosas siempre podían empeorar otro poco! El Holandés maldito se el errante. ¡Yo supe lo que era anhelar el poder del dinero! ¡Ser rico! Ay, cuá ntos
dejó ver, al fin: estaba en un rincó n, sombra entre la sombra. hombres que luchan afanosamente por salir de su humildad y sus labores
-Puede usted retirarse, las cartas está n echadas- dijo, con una voz susurran en su lecho antes de dormir, molidos por el cansancio: “Si yo fuera
impaciente. rico”…
- Usted…
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Allí tenía todo lo que yo podía codiciar: un cofre que guardaba una riqueza -Debes traer aquí a mamá , es el ú nico lugar del barco donde ellos no podrá n
incalculable, que podía saciar al má s avaro de los hombres, sin embargo… mi atacarnos, por favor, Charly.
conciencia sería incapaz de sobrevivir a esa otra miseria que me proponía el ¡El chico se estaba convirtiendo en mi héroe! Apreté la vara de hierro con mis
espectro: ser un indigente moral, un espíritu corrupto. Abandonarlo todo… dedos hechos un ovillo y sin má s, me lancé por los corredores dispuesto a ser
¡Condenarme al remordimiento eterno! despedazado por los espectros. Pude percibir que el viento se había detenido,
Simplemente di media vuelta, abrí la puerta y corrí sin mira por los que la lluvia cesaba, que las olas ya no sacudían el barco sin control. Busqué en
pasadizos del barco. No había forma de escapar, no había forma de salvar a los cá maras vacías, esquivé la pú trida sentina, los ancianos tripulantes que
condenados – empezando por mí-. En el trayecto me crucé con otro anciano estiraban sus manos vigorosas para detenerme y al fin llegué a la cabina donde
huesudo, de una vejez sobrehumana. Debajo de un sombrero de fieltro plagado Grace y el Holandés parecían mantener una discusió n. Me detuve, agitado.
de agujeros sobresalía algo del cabello ralo y sucio… Desesperado, el hombre -¡No puedo seguir con esto! Le has jurado a Charles tu amor y no tengo
gritaba: derecho a liberar mi espíritu y condenar al tuyo – exclamaba él.
-¡Ha tomado el timó n! ¡El niñ o…! -¡No le he jurado mi amor a nadie! – protestó ella.
¡Lewis! ¡El valiente Lewis! Lo encontré a cara descubierta, los ojos -Sin embargo, está marcado en tu corazó n. ¡Puedo sentirlo, voto a los
semicerrados por el viento y los dientes apretando sus labios morados por el tentá culos del Kraken!
frío… ¡pero el calor de su coraje lo abrigaba! -¡No me importa Charles, por dios! ¡No me importa condenarme por ti! – dijo
-¿Qué haces? – le pregunté. ella.
-¡Este barco necesita un timonel, Charly!
Aferrado al timó n con una decisió n absoluta, Lewis hizo virar el barco. Ay, Grace, no me ahorraste ninguna prueba, ningú n desprecio. ¿A quién
Estaba eufó rico. ¿Có mo podía estarlo en medio de las tinieblas? Pero el chico quería salvar yo?
parecía en su salsa, alcanzado por una sú bita revelació n. Lo intentaría por Lewis, por el pequeñ o niñ o audaz que no se resignaba a la
-¡Conozco un modo de salvarnos, Charly! locura de su madre.
La proa del velero comenzó a pivotar sobre las aguas, y el viento hizo crujir Entré y decidido a todo dije:
maderas. Los trapos sobre los má stiles negros se inflaron hacia babor, y yo -¡Vendrá s conmigo! ¿Qué te pasa? – y la señ alé con el índice, resoplando por
miraba todo aquello sin entender lo que se proponía Lewis, que movía el timó n la carrera, pero firme.
enloquecido, frenético, pero el barco no iba a ningú n lado. -No me preguntes nada. No puedo explicarlo, no entenderías – me respondió
-¿Puedes explicarme, por favor, cuá l es tu plan? – le rogué. ella, sin donarme siquiera una mirada.
-Mi plan es… ¡romper el plan! ¡El timó n Charly, ellos no pueden tomar el ¿Có mo seguir adelante? ¡Por Lewis! El capitá n, con un gesto espantoso, le
timó n, pero nosotros no estamos malditos! ordenó :
Lo escuché con un asombro ú nico. -Debes irte con él. No tengo derechos sobre ti.
-¡La maldició n no funciona para nosotros! Sin esperar má s, la tomé de un brazo, ella se resistió , rasguñ ó mi cara, me dio
La inspiració n de Lewis fue genial: había puesto un palo en la rueda de patadas y codazos; salimos a la cubierta, logró desprenderse, escapó mientras
aquella potencia infernal que esclavizaba al Holandés y a su gente. El capitá n anunciaba:
Bernard Fokke no podía elegir el rumbo de su barco, porque toda su existencia -¡Conozco un modo de serte fiel para toda la eternidad!
(o inexistencia) estaba controlada por el diablo: el timó n era tabú para él y los Entregada al impulso suicida, estaba a un segundo de saltar al mar para
tripulantes, el timó n vedado era el destino perdido… la libertad perdida. dejarse morir cuando el barco tembló como una gran bestia enferma. Grace no
De pronto, Lewis fue el capitá n del Holandés Errante, el dueñ o de varios pudo mantenerse en pie, y un providencial golpe en la nuca la confundió ,
destinos… y yo me rendí a sus ó rdenes. dejá ndola débil sobre el piso. Así pude tomarla en brazos sin que opusiera
resistencia y fui a la cabina sin techo y sin paredes del timonel, junto a Lewis.
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Enseguida, sucedió lo inesperado. -Déjalo. Tenemos muchas cosas que contarte y… - algunos listones de
A una velocidad inaudita las nubes dejaron paso al sol, el viento amainó , el madera estallaron y nuevas esquirlas llegaron a nosotros. ¡Ninguna tormenta
mar se convirtió en una pacífica manta, el aire olía a bá lsamo. puede hacernos dañ o! ¡Timonel!
Los ancianos se quejaban sin tocarnos ni buscarnos: la luz del día parecía Lewis ni se inmutó . El extrañ o coro seguía con sus oraciones:
dañ arlos. -¡De escollos y tormentas nos reímos, Sataná s nos hizo invulnerables! Las
Un viento propicio movió el velero mar adentro. Deposité a Grace sobre el velas podrá n rasgarse, má s nunca dejará n los má stiles. ¡Sataná s las hizo fuertes!
suelo luego de confirmarle a Lewis que ella respiraba y que estaría bien. Y por fin exclamaron:
Durante un cuarto de hora me dediqué a buscar señ ales del Sirius. Todo estaba -Muchacha hermosa, sele fiel. ¡Capitá n, capitá n, no tiene suerte en el amor!
cerca de salir bien, pero entonces algo salió mal. Timonel… ¡deja la guardia! ¡Muchacha, vuelve con el capitá n!

Y detrá s de ellos el hombre de la cara rocosa, el temible capitá n Bernard


20. El timonel Fokke los azuzó :
-¡Vamos, olviden todo! ¡Ella podría burlar al diablo, porque es un á ngel! ¡Pero
-¡Allá ! – exclamé, feliz como nunca en mi vida. no permitiré que se condene!
El Sirius se asomaba al horizonte como un enorme animal plateado, elegante. Los tres ancianos, como decepcionados, cantaron:
Pero la alegría duró menos que un soplo. -¡Ha, ha! ¡Ho, ho! ¡Esta historia ya pasó ! ¡Ha, ha, ho, ho!
El velero se sacudió dando estertores, todas sus tablas crujieron,
comenzaron a hincharse, algunos reventaron con un estruendo breve que La melancolía del Holandés era desoladora. Por un instante entendí a Grace:
despidió esquirlas y gusanos. ¡Nos hundiríamos sin remedio! Tuve la sensació n daban ganas de ayudarlo. ¿Acaso no era injusto que por un error o un desafío
de que el barco respiraba, que sufría una agonía indecible. Mi mente se pobló de soberbio a las fuerzas de la naturaleza o a algú n demonio marino debiera pagar
imá genes ajenas a mis recuerdos, a mis experiencias; vi profundos lechos por toda a eternidad? Pero…¿Qué podía hacer yo má s que cuidar a Lewis,
marinos, palacios de piedra hundidos en la negrura abismal y una forma de vida rescatar a Grace, atender a los míos?
capaz de adoptar cualquier apariencia. Aspiré con repugnancia olores Entonces vi al diablo.
nauseabundos y oí un susurro de maderas en una intraducible conversació n
vegetal. Grace abrió apenas los ojos y me miró lá nguidamente, llena de pena.
-¿Qué pasó ? ¿Qué pasó , Charly?
Sentí alivio por confirmar que estaba otra vez en dominio de sí, pero no tenía 21. El diablo
buenas noticias para darle.
-Tranquila, mi amor – ensayé una voz de “todo está bien” muy poco creíble. Todavía hoy me pegunto có mo supe que el diablo era el diablo; tal vez
-¿Dó nde está Lewis? porque no era un monstruo marino, un pulpo descomunal con ocho tentá culos;
-Aquí…- le indiqué. no era una deidad bicéfala con cuernos en la frente; no tenía pezuñ as ni cola, no
Grace dirigió la vista a su izquierda, y vio a Lewis haciendo piruetas con el llevaba tridente; no se había disfrazado de humano.
timó n. El diablo era el barco.
-¡Hola madre! – saludó el chico, contento de verla despierta. Y allí, cada esquirla de las maderas, cada tabla que se quebraba, era el diablo
-¡Qué diablos haces con ese timó n! ¡Suéltalo ya, obedece a tu madre! – ordenó que comenzaba a sentirse herido. El diablo no era una criatura, eso es lo que
Grace. supe. Podía ser muchas cosas a la vez, podía ser el buque del Holandés, podía
ser la maldició n y los tripulantes, la tempestad, el viento huracanado. Podía
26

incrustarse en el alma de Grace, impulsá ndola al suicidio. El diablo, en ese a Grace a no obedecerle lo redimía, lo devolvía a su pasado humano. Le mostré
momento, tenía la forma del mundo. algunas notas que escribí:
Sé que así suena extrañ o, casi imposible. No podría decírselo a un hombre
como el profesor Chesterfield, no lo comprendería. Tampoco se lo podría contar Alguna vez me contaron la historia de un rabino judío, quien para proteger a su
a los lectores del Herald Express. Lo que estaba viendo no era material para la comunidad creó al Golem, un gigante hecho de barro, la magia y las buenas
realidad, sino para las pesadillas. intenciones.
Grité: Infinitamente más egoísta, el capitán Bernard Fokke quiso ser el mejor marino de
-¡Bernard! ¡Abandona este barco! su tiempo y fue desbordado por otro tipo de magia con la que estableció contacto y
Y les grité a los ancianos: cuyas raíces crecen en os cráteres profundos de nuestros espíritus. La sombra de
-¡Dejen el barco y e irá n en paz! Fokke no era su sombra humana, sino la criatura que él alimentó con su orgullo y su
Y ellos: soberbia, para encumbrarlo a límites que superaban la frontera de lo humano. Acaso
-¡Ha, ha! ¡Ho, ho! ¡Esta historia ya pasó ! ¡Ha, ha! ¡Ho, ho! estemos hablando del demonio que mora latente en cada uno de nosotros.
Y yo era sincero, porque a ningú n hombre se le niega la paz de las estrellas
en reposo, las estrellas que colapsan y se dispersan en el gran vacío. No puedo decir que Grace se consoló cuando le leí estas frases pomposas,
A nadie se le niega la muerte. pero al menos la distraje de sí misma. Pobre, se castigaba con la obstinació n de
la que só lo son capaces las madres cuando se culpan de haber sido “malas
Registré borrosamente el rescate, el transbordo, los pasajeros desencajados madres”.
del Sirius, el capitá n que nos aisló amablemente para que nadie nos molestara, -¿Te das cuenta, Charly? Perdió a su padre y yo casi lo dejo solo…¿Por qué?
una entrada postrera en la bahía de Sidney, el lento volver a casa. No supimos
nada má s del Holandés Errante. Grace, hasta hoy estábamos cerrados a la orilla desconocida del mundo…, a los
Tenía la certeza de la alegría de Lewis, de las paces que había hecho con a dominios abiertos, al gran espacio donde soplan los vientos helados y los dientes
vida. No había podido evitar la muerte de su padre, con todo su componente de castañetean de terror.
misterio; porque así es como se padecen las ausencias de quien muere lejos de El verdadero mundo tiene un problema: su realidad es insoportable.
sus seres queridos; pero Lewis estaba orgulloso, consciente de que había hecho Busqué la simpleza mayor: aceptar, incluso, lo inaceptable, lo terrible, el temor a
algo enorme, una inspiració n que salvó a su madre al tomar el mando del buque perder el control de nuestras acciones.
y quebrar la maldició n. Veía a Lewis pasar las horas luminosamente, pleno y en
calma. Durante muchos días, no hice má s que rezar, y rezar para mí era pensar con
Grace, en cambio, estaba devastada. el corazó n. Rezaba por el capitá n Fokke y sus viejos marineros… “Deja que la
-¿Qué te ocurre? ¿Acaso no estamos de pie, acaso…? muerte te toque, deja de obedecer a tu diablo…libérate”.
-Charly, no entiendes… ¿Có mo pasó ? ¿Cuá nto faltó para que yo abandonara a Poco quedaba de mí de aquel Charles Murray que había partido de Londres.
mi hijo? ¿Có mo pude…? Para decirlo francamente, yo era menos estú pido. Me prometí no quejarme
Una y otra vez quise suavizar su angustia, el horror al que estuvo a punto de nunca má s de mi pasado; tenía mucho que agradecer por estar vivo.
entregarse. Le hablé del influjo hipnó tico, del poder infernal del que Fokke era
víctima y acaso alguna vez beneficiario. Llegamos al estuario del Tá mesis con los ojos molidos en sal. Las torres de
Hablé de la conciencia de Fokke de estar fuera de lo humano, del dolor de las catedrales londinenses estaban cubiertas por la niebla. Lewis seguía
estar solo en el universo. ¿Cuá nta locura es capaz de atraer alguien así? Pero radiante, Grace aú n tambaleaba frente a los espejos que la acusaban de no haber
Fokke ya estaba má s allá, incluso, de la impiedad: su gesto de grandeza instando sido ella mima. ¡Malditos espejos! Y yo me sentía mejor, ya fatigado por la
27

melancolía, con ganas de escribir y darles forma a mis anotaciones (obviando


ciertos detalles demasiado “fantá sticos” para no parecer un fabulador). Un día, Brad vino por mí, por segunda vez… ¡ya casi lo había olvidado! El
Cuando pisamos los viejos muelles y respiramos aquel aire familiar, no jorobado con ojos de rató n y cabeza de ogro llegó a mi flamante nueva morada –
sabíamos que el viaje aú n no había terminado. un departamento de tres ambientes cedido en alquiler por Sir Chesterfield – con
un carruaje tirado por dos caballos blancos.
-Charly… ¡nos vamos para arriba! Esto ya es mejor que tu antiguo “palacio” –
22. La muerte al fin ironizó el muy gracioso.
-Si fuera mío…¿A qué vienes? – le pregunté con curiosidad.
El profesor Chesterfield demandó que mis notas de viaje se transformasen
en jugosas cró nicas aptas para un pú blico á vido de misterio y aventuras, a un Minutos después, ambos partíamos para la casa de la grandísima condesa.
ritmo de tres entregas por semana. El Herald Express vivió sus días de gloria. ¿Có mo negarme? Un pase de magia de Grace y volvía a sentirme importante.
Los lectores estaban trémulos, fascinados. La serie se titulaba, de manera Hacia la mitad de la tarde compartíamos un té en los jardines. Grace y
general: Lewis… mis camaradas de viaje. Algo familiar y chispeante, lo mejor de aquellos
días feroces flotaba en la atmó sfera del reencuentro. Sin embargo, yo mantenía
algunas reservas, no terminaba de entender mi rol… El niñ o me mostró algunos
En los mares del Holandés Errante. ¡Contacto! dibujos en memoria de la travesía. Allí vi nuevamente el buque fantasma
Por Charles Murray abriendo las aguas con sus velas iluminadas por un esplendor de otro mundo;
también al Sirius, zarandeado por las olas.
-¿Te gustan los dibujos de Lewis? ¿Le ves condiciones? ¡Dice que quiere ser
El capitá n Mildford se convirtió en un nombre conocido y, luego de muchas pintor! – me informó Grace.
vacilaciones, debí suprimir las menciones a Lewis y a Grace, para no exponerlos - Tiene talento, tiene talento…
a ninguna habladuría, buena o mala. Sin embargo, los incluyo aquí, donde nada -¿Es lo que sientes de verdad? Nos importa mucho tu opinió n- exclamó Grace
me limita. Yo mismo me convertí en una leve celebridad de la prensa con orgullo.
independiente de Londres. -Ese chico es oro en polvo, ni lo pienses- y Lewis aceptó el elogio con una
Todo llegó como el amor, de repente; pude dejar la pocilga y las reuniones de gran sonrisa.
los jueves en la mansió n de Grace, ya que había saltado un escaló n o dos por Pero yo tenía una intriga.
encima de los cotilleos de la aristocracia. -¿Es por los dibujos que estoy aquí, o hay algo má s?
Por un tiempo, permanecí distante de Grace, sumido en mi trabajo y Grace se turbó :
aguardando una señ al amistosa. Porque nunca dejé de pensar en ella. -Lewis te extrañ aba…
Las noches estrelladas en los mares del sur, las dulces promesas de entonces -Lewis…
parecieron desvanecerse en esas horas frenéticas. -Sí, Lewis…, y yo.
Había conocido a Grace de muchas maneras y pensé que ahora me enfrentaba Me pareció una frase de puro compromiso. El pequeñ o diablillo pidió por mí
a la verdadera: la que me ignoraría hasta el fin de mis días. y la madre, resignada, le concedió su deseo. Yo era algo así como un tío
Ya nada nos unía: ni las reuniones de los jueves. Al fin era la mujer inevitable. Pero Grace agregó algo:
indiferente que siempre presentí. -En verdad me cuesta decirte la razó n má s honda por la que requerí tu
Destrozado por mis augurios torcidos, trabajé como un autó mata ante la presencia. Pero ya la sabrá s…¿Me acompañ as a la galería? Quiero que veas el
euforia del profesor Chesterfield y los lectores del Herald. retrato del Holandés.
-¿Por qué? – pregunté, intrigado.
28

-¡Sígueme, es asombroso! – afirmó Grace. Ahora que han pasado los añ os - ¡veinte añ os! - , ahora que Lewis es un joven
Minutos después ella, Lewis y yo mirá bamos el cuadro del Holandés Errante. bien parecido y un talentoso pintor – capaz de competir con el mismo diablo, al
El capitá n Bernard Fokke, es decir, su retrato, había desaparecido de la tela. Una que ya le había dado una muestra de su coraje-; ahora que Grace y yo nos hemos
mancha difuminada ocupaba el espacio de su silueta inconfundible. retirado a una quinta en las afueras de Londres, una encantadora casona con
Entonces comprendí. ¡Lo comprendí todo! Confieso que me cayeron lá grimas establo y bosque propio, ahora puedo decir, con toda honestidad que sí, que
cuando abracé a Lewis. ¡É l lo había hecho! É l no só lo nos había salvado a aquella declaració n de Grace fue suficiente. Que el amor siempre es suficiente y
nosotros: también lo había salvado al Holandés. Al tomar el timó n prohibido, el puede quebrar todos los obstá culos má s allá de la muerte y má s allá , incluso, del
capitá n Bernard Fokke recuperó su libre albedrío, su rumbo. En algú n momento nacimiento que nos toca a cada uno.
de lucidez, Fokke irrumpió en la cabina del timonel y puso proa a la libertad. Vivo contento, con los ojos pies en la tierra.
Claro que para el Holandés, la libertad era volver al tiempo, regresar a las leyes Y aunque tuve que subirme a muchos barcos por mi trabajo, nunca má s me
que rigen la vida humana. topé con un fantasma; sin embargo Fokke y sus tripulantes suelen visitarme por
Al cruzar la zona maldita, Fokke se habría convertido en cenizas. Ya no era las noches, en mitad de mi descanso y me piden morir. Pero ahora es Grace
un esclavo. quien me calma y me dice que nada malo pasará, que ellos ya está n muertos,
Ahora, muerto decentemente, había desaparecido del cuadro y yo tenía una que sus estrellas al fin se han apagado y que descansan en paz.
teoría de su liberació n. Para siempre.
Grace, confusa, me preguntó : Ya nadie oirá cantar a los marineros má s ancianos del mundo:
-Pero, entonces…¿quién pintó este cuadro? ¿De verdad lo pintó el…? -¡Ha, ha! ¡Ho, ho! ¡Esta historia ya pasó ! ¡Ha, ha, ho ho!
-Ah, el cuadro…- comencé a responder. Y no pude seguir. Porque yo tenía una
explicació n para Fokke; pero del diablo… ¿qué podría decir? Tenía una
explicació n racional para lo racional. Lo demá s era parte del resto, de la materia
oscura del universo: no es humano comprender lo inhumano. Só lo podemos
darnos una idea de ello antes de enloquecer o morir. Fin
-Está bien, Charly, bendito sea el Holandés. Ahora, escú chame… ¿me
escuchas por favor?
Yo seguía inmó vil ante el cuadro vacío. Absorto. Pero le respondí:
-Te escucho, Grace.

23. Algo más

- Estoy atento – la animé.


¿Qué me pedirá ahora?
-Charly, de veras te extrañ amos. Lewis necesita un padre y yo te necesito a
ti…quiero decirte que te amo ¿Es suficiente?

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