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EDITORIAL ~ o'iJTIi)Oo 6. A.
I
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¡ . ~
INTRODUCCION
He aqt,lí un muestrario de la fauna humana: Zoo
f~ 1l
cuarUt dimensión, en el cual grandes escritores
de América Latina -Arreola, Borges, Cortázar, Sa-
larrué, Qtliroga, Uslar Pietri, entre otros- nos cuen-
tan historias de animales que son hombres y de
hombres que son animales. En otras palabras, este
volumen enseña, bajo el pretexto de jirafas, rinoce-
rontes, cocodrilos y hasta un dinosaurio (paradóji-
camente el más pequeño de todos), etcétera, las
debilidades, grandezas, características, excepciona-
lidades, y muchas cosas más, de los seres humanos.,
NuestrOs miedos, nuestras fantasías, alguna que
otra apetencia oculta, instintos, sutilezas, crueldades,
dolores, gozos, irán apareciendo en estas páginas, a
veces en lID rinoceronte que no existe, en cuanto tal,
pero que muere; en un cocodrilo que llora, y es co-
codrilo solamente por eso; o en unas cucarachas
que maneja una Circe muy sui generis que hace
hombones·
Este libro es, pues, un ver dadero zoológico de la
rauna interior del hombre, pero con el ropaje de un
zoológico auténtico, con sus cangrejos, sus perros,
sus leoneS, sus gallos, sus toros, y hasta un cuervo
;munciador de la concepción de María, incuestiona-
ble personaje de una picaresca modernísima y vital.
Pero nO cabe adelantar más. Lo que no admite
duda es que Zoo en cuarta dimensión une a Marx
y a Freud - vano intento científico, hasta ahora
iITealizado-, a Dios y al Diablo - lo cual no es mé-
I'ito puesto que siempre andan juntos- y, en fin,
que' es un libro para gozarlo, para paladearlo, diria-
mas que para gourmets literarios.
Los Editores
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Juan José Arreala
~mexicano~
EL RINOCERONTE
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a vencer a los rinocerontes. J oshua McBride ataca Joshua a la mitad, raciona el tabaco de su pipa y
de frente, pero no puede volverse con rapidez. Cuan- restringe su whisky.
do alguien se coloca de pronto a su espalda, tiene Esto es lo que me cuentan. Me place imaginarlos
que girar en redondo para volver a atacar. Pamela a los dos solos, cenando en la mesa angosta y larga,
lo ha cogido de la cola, y no lo suelta, y lo zarandea.! bajo la luz fría de los candelabros. Vigilado por la
De tanto girar en redondo, el juez comienza a dar sabia Pamela, Joshua el glotón absorbe colérico sus
muestras de fatiga, cede y se ablanda. Se ha vuelto livianos manjares. Pero sobre todo, me gusta ima-
más lento y opaco en sus furores; sus prédicas pier- ginar al rinoceronte en pantuflas, con el gran cuerpo
den veracidad, como en labios de un actor descon- mrorme- bajo la bata, llamando en las altas horas
certado. Su cólera no sale ya a la superficie. Es de la noche, tímido y persistente, ante una puerta
como un volcán subterráneo, con Pamela sentada obstinada.
encima, sonriente. Con Joshua, yo naufragaba en el
mar; Pamela flota como un barquito de papel en (De Confabulario, FCE, 1952).
una palangana. Es hija de un Pastor prudente
y vegetariano que le enseñó la manera de lograr
que los tigres se vuelvan también vegetarianos y
prudentes.
Hace poco vi a J oshua en la iglesia, oyendo devo-
tamente los oficios dominicales. Está como enjuto
y comprimido. Tal parece que Pamela, con sus dos
manos frágiles, ha estado reduciendo su volumen y
le ha ido doblando el espinazo. Su palidez de vege-
tariano le da un suave aspecto de enfermo.
Las personas que visitan a los McBride me cuen-
tan cosas sorprendentes. Hablan de unas comidas
incomprensibles, de almuerzos y cenas sin rosbif;
me describen a Joshua devorando enormes fuentes
de ensalada. Naturalmente, de tales alimentos no
puede extraer las calorías que d~ban aug~ a sus
antiguas cóleras. Sus platos favorItos han SIdo me-
tódicamente alterados o suprimidos por implacables
y adustas cocineras! El patagrás y el gorgonzola
no envuelven ya el roble ahumado del comedor en
su untuosa pestilencia. Han sido reemplazados por
insípidas cremas y quesos inodoros que Joshua co-
me en silencio, como un niño castigado. Pamela,
siempre amable y sonriente, apaga el habano de
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Jorge Luis Borges
~argentino~
ANIMALES ESFERICOS
La esfera es el más uniforme de los cuerpos sóli-
dos, ya que todos los puntos de la superficie equi-
distan del centro. Por eso y por su facultad de girar
alrededor del eje sin cambiar de lugar y sin exceder
sus límites, Platón (Timeo, 33) aprobó la decisión
del Demiurgo, que dio forma esférica al mundo. Juz-
gó que el mundo es un ser vivo yen las Leyes (898)
afirmó que los planetas y las estrellas también lo son.
Dotó, así, de vastos animales esféricos a la zoolo-
gía fantástica y censuró a los torpes astrónomos que
no querían entender que el movimiento circular de
los cuerpos celestes era espontáneo y voluntario.
(Mas de quinientos años después, en Alejandría,
Orígenes enseñó que los bienaventurados resucita-
rían en forma de esferas y entrarían rodando en la
eternidad) .
En la época del Renacimiento, el concepto del cielo
como animal reapareció en Vanini; el neoplatónico
Marsilio Ficino habló de los pelos dientes y huesos
de la tierra, y Giordano Bruno sintió que los planetas
eran grandes animales tranquilos, de sangre caliente
y de hábitos regulares, dotados de razón. A princi-
pios del siglo XVII, Kepler discutió con el oculista
inglés Robert Fludd la prioridad de la concepción de
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la tierra ' como monstruo viviente, "cuya respiración
de ballena, correspondiente al sueño y a la vigilia,
produce el flujo y el reflujo del mar". La anatomía,
la alimentación, el color, la memoria y la fuerza ima-
ginativa y plástica del monstruo fueron estudiados
por Kepler.
En el siglo XIX, el psicólogo alemán Gustav
Theodor Fechner (hombre alabado por William Ja-
mes, en la obra A pluralistic wuverse) repensó con
una suerte de ingenioso candor las ideas anteriores. Julio Cortá zar
~a rge ntino~
Quienes no desdeñan la conjetura de que la tierra,
nuestra madre, es un organismo, un organismo su-
perior a la planta, al animal y al hombre, pueden C I R C E
examinar las piadosas páginas de su Zend-Avesta.
Ahí leerán, por ejemplo, que la figura esférica de la And one kiss 1 had of her mouth.
tierra es la del ojo humano, que es la parte más no- as 1 took the a pple from her hand.
ble de nuestro cuerpo. También "que si realmente el But while 1 bit it. my brain whirled
cielo es la casa de los ángeles, éstos sin duda son las and my foot stumbled ; and 1 feJt my
estrellas, porque no hay otros habitantes del cielo". crashing fall through the tangJed
bOllghs benea th her feet , and saw the
(De El libro de Jos seres imaginarios, Kiev, 1967) dead white faces tha t welcomed me
in the pito
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hay que verlas. Gruñen, enseñan los dientes y ti~a!l de mentiras y ofensas. Escribió algo así como que
grandes manotazos por entre los barrotes que div~ nuestro país parecía una propiedad, una hacienda
den la jaula, y entonces los hombres se hacen C~I de los Estados Unidos, y que mi papá era solamente
quitos en un rincón, tiemblan,. sin quita~le los .0Jos el mandador, el que administraba la hacienda . . . y
al animal. Algunos hasta se orman de mIedo, dIc~n. que el ejército del que mi papá es jefe sólo sirve
Pero por más que se encojan siempre sacan arana- para que no haya elecciones libres. ¡Mentira! Esta
zos en alguna parte del cuerpo. Tiene que ser así: la última vez mi papá fue elegido por el Congreso Na-
jaula está dividida en dos por un.a reja; en un lado cional, y el Congreso Nacional representa al pueblo.
está la fiera yen el otro un enemIgo, acurrucado: la Esto me lo enseñaron muy bien en el Union College.
jaula está hecha para el tamaño del animal. Claro Así que por qué hablan. Entonces sentí más fuerte
que no a todos los traen al zoológico, sólo a los más el olor, pero ya no tenía miedo. Me acordé que soy
culpables, o a los que no quieren confesar, porque coronel y le ordené al raso que calara bayoneta y
la reja que divide la jaula puede levantarse poco a la hundiera entre los barrotes. Quería ver al hombre
poco para hacerle ver al preso que si no habla se lo meterse en las garras del puma, a ver si así seguía
puede comer la fiera. Cuando hay que hacer esto pensando lo mismo. El guardia sonrió y se hizo el
dejan al animal sin comer todo un día. ¡Qué hambre! desentendido, creyendo que yo bromeaba, pero lo
Algunos de los presos dan asco, otros dan risa, y decía de veras. Le recordé que soy coronel. El sol-
otros dan cólera, porque a pesar de estar como es- dado se puso serio y sin dejar de verme caló baYo-
tán no se les bajan los humos y siguen diciendo neta. Cuando el enjaulado sintió el primer pinchazo
sus. .. sus cosas. N onsense, se dice en inglés. Así en la espalda, gritó diciéndome algo de mi mamá.
era el nuevo que encontré esta mañana, en la jaula ¡Jodido indio! Esto me hizo ver chispas, y puse la
del puma. A todos los demás 'ya los conocía porque mano en la culata para empujar el rifle. Mientras
los trajeron hace varios días, pero a éste acababan el preso se hacía el fuerte, Nerón se había alboro-
de enjaularlo la noche anterior; un hombre con cara tado y metía las garras, y los zarpazos eran más
de indio, y por los arañazos que tenía en un cachete rápidos. En una de esas la punta de la bayoneta le
se veía más feo. Estaba descalzo y con la ropa hecha cayó en el espinazo (bueno, lo que en inglés se llama
tiras, como si toda la noche hubiera peleado con la spinaJ coJumn). Lo ví arquearse y un momento des-
fiera. Me le acerqué y olía a algo rancío, o no sé
cómo llamarlo, porque nunca había sentido ese olor pués oímos que algo se desbarataba entre las zarpas.
que me dio miedo y cólera. Lo más extraño es que Trata mos de detener al puma con la misma bayo-
el olor parecía salirle de los ojos con que miraba neta, pero de seguro tenía mucha hambre y con
al animal y me miraba, como si yo hubiera sido todo 'y pinchazos siguió manoteando. Yo sólo quería
la cola del puma. El guardia también se acercó y allí que el hombre dejara de pensar lo que pensaba' nada
estuvímos platicando mientras el puma daba mano- más. Entonces llegó mi papá; me mandó qu~ vol-
tazos y el hombre sumía el pecho, tratando de ca- víera a mi cama, pero antes me miró como nunca
pearlos. Le pregunté al raso si sabía qué había hecho me había mirado. Yo creo que él tenía pensada otra
el hombre ese y no lo sabía muy bien, sólo de oídas. cosa para el periodista, y yo se la eché a perder.
Pero platicando nos dimos cuenta de que era un Ahora está ahí junto a otra de las jaulas. Si levanto
periodista, y que estaba ahí por escribir una sarta un poco más la vista puedo ver casi toda la ciudad.
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A esta hora de la tarde es bonita y me gus~a más
que Schenectady, tal vez porque sé que aqUl man-
do yo.
(De Los monos de San TeJmo, Casa de las Améri-
cas, 1963).
KRELKO
Estaba allí, recortado contra el mar y el cielo ape-
nas diferenciados por una tenue línea. Su perfil se
delineaba estilizado, debiendo admitir que su figura,
desconocida por cierto, era bella. Los cabellos, por
el fuerte viento que venía del océano, volaban ha-
cia atrás.
El ruido del mar era hondo. Sordo. Misterioso, aun-
que debía reconocer que la presencia de él le impri-
mía más misterio.
Krelko, por su parte, estaba estático. Sólo sus ojos
verticales observaban, sin pestañear pues carecía
de aquellos adminículos, la figura recortada contra
el mar.
La figura, cuyas frágiles caderas remataban en
dos casi equinas extremidades, largas y delicadas,
dio dos pasos.
Krelko dio también dos pasos, pero en sentido
contrario, hacia atrás.
A su lado estaban sus hermanos. Ellos también,
con el mismo temor, dieron dos acompasados pasos
hacia atrás, como si fuesen un cuerpo de gimnastas
rítmicos.
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La figura volvió a quedar estática. Miraba al mar
como si buscara en él una aguja perdida, igual que inundó. Después se acercó un poco más movido por
una profunda curiosidad. '
si hubiese estado así, mirándolo, durante siglos. Es
que el mar es un poco la eternidad. Sus hermanos, acompasando sus movimientos a
los de él, también se acercaron.
Krelko no pudo siquiera hablar con SU!? he~·!l1an~s.
Tenía la mente embotada, sin comumcaClOn, sm La figura tomó una posición horizontal sobre la
contacto. Todos estaban extasiados. La fi gura lle- arena. Como un militar, Krelko se detuvo. Sus her-
naba sus últimos rincones, aun la coraza rojiza que manos pararon sincronizadamente.
no los agobiaba como se podría suponer.
El mar estaba más azul que nunca.
taba contra el mar. Los orificios eran cada vez más. Una extraña
atracción movía al hombre hacia el sitio donde los
El hombre comenzó a sentir aburrimiento. Sobre pe9~eños huecos eran más tupidos. Una especie de
la playa había sólo conchas que pisaba . con cíerta mUSlCa lo llevaba hacia allá, un extraño zumbido,
fruición tratando de quebrarlas. Habría querido ma- una solemne voluntad. Algo así como la necesidad
tar algo, lo cual es -en cierto modo- vivir. de un encuentro.
Entonces se puso a patear pequeños troncos di- Sus cabellos, ahora contra el mar, se alborotaron
seminados sobre la playa. Todos tenían formas de hacia adelante cubriéndole parte del rostro.
seres vivientes, igual -que las nubes pero, al contrario
que éstas, sin movimiento, como si se tratase de un Sus flexibles caderas parecieron aún más flexi-
gran cementerio de animales embalsamados. bles. Había cierta fragilidad en él, como la de algo
que se va a derrumbar, a quebrarse.
y no se puede matar lo que está muerto.
El hombre no miró más al mar.
El hombre volvió a mirar hacia el mar. Sus ojos
tenían una extraña luz cuando hacia él miraban. * * *
El ruido del mar era sordo y solemne. ~os pasitos empezaron a sonar como un tun tun
agItado. Acompasado. Los ojos verticales a veces,
* * *
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otras horizontales. Unas veces sólo coraza. Otras
sus cuerpos completos. Pero los pasitos iban cre-
ciendo, multiplicándose como un mensaje.
. . '"
Krelko solamente miraba.
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1 ' de mi pareja se ha ido resque- Yo me senté en mi pupitre con una docilidad que
Como esa a egrla contrando tanto sen- nadie podía imaginar. Sacaba la lengua y me la
~rajando, ya {O .r~d l~~~t~~o e~e doy a recordar con pasaba por los labios para recoger las lágrimas y
tldo a m~ esc ?-VI ri~eros momentos en esta casa, entretanto seguía pensando cómo se iba a realizar
frecuJ~~~o~~~g~ban de la calle sonrientes, se dete- mi fuga. A las seis sonó el timbre y todos salimos
~y:~ frente a mí y se ponían a conversar, al patio para saludar la bandera. Luego ingresamos
en una larga fila que se dispersaba exactamente
_¿Recuerdas, querida? Ese fue el primer día que cuando los pies de los muchachos tocaban la calle.
estuvimos juntos. Entonces, lo que hasta ese momento había sido com-
-Claro que lo recuerdo. Por cie~to, no ~ay u~ postura y silencio, se convertía en correcorre y gri-
lugar más hermoso ~n la ti(rra. ¡Que palmeras, que tos a todo pulmón. Cuando pasé junto a don Ser-
vando, que vigilaba siempre con mirada severa nues-
arena, qué azul tan mtenso. . tra salida, me di cuenta que yo estaba destinado a
O me doy a recordar,. todavía mejor, todo el tlem- escuchar un nuevo sermón.
po anterior a mi esclavitud. -Psch . .. Es a usted, Lorenzo.
Mi desgracia me llegó, prec~~ament~, de tanto
amar la libertad. Yo era un nm? rublO y peco~<;> Antes de escuchar mi apellido alcé la vista hasta
que una tarde se cansó de ser rublO y peco.so .Y, deJO el maestro.
de ir a la escuela para no oír esa descnpClOn en -Diga usted, don Servando.
boca de los demás muchachos.
-Acuérdese, quiero verlo aquí mañana temprano.
-Eres blanco como una rana -me decian. Que no vuelva a ocurrir lo de hoy.
-Pareces un dulce de ajonjolí -me decían otr~s -Sí, señor -dije y eché a andar torpemente, ca-
aludiendo al enorme número de pecas que mostra a bizbajo, de nuevo mis mejillas mojadas por las
mi rostro. lágrimas.
Entonces mi madre me cogió por la o~'eja y, arrasi -Hoy la ranita está muy tranquila -escuché
trándome, me llevó hasta la es~uela s~n atender el decir a mi lado. Se me pareció a la voz de Agustín
reguero de lágrimas que yo Iba deJando por e o a la de Enrique. Pero ya no me interesaba saber
camino. quién lo decía. Al llegar a la calle Real, en lugar
-A usted se lo encomiendo, don Sery.ando -le de doblar a la izquierda para seguir hacia mi casa,
dijo mi madre al maestro-o Oblíguelo, deJelo en pe- doblé a la derecha. La calle, en esa dírección, con-
ducía a un pequeño puente de madera y más allá del
nitencia, haga usted lo que me~or l~_ parez~ab El .caso
"
puente empezaba el campo. Diez minutos después
es que estudie como los demas mnos de arrlO. estaba sobre el puentecito. Me acodé en la baranda,
-Pierda cuidado, señora -dijo don. Ser,:,ando a miré a un lado y al otro y dejé caer libros, lápices
tiempo que se aferraba él también a !lll ore}a y me y libretas al río. La rápida corriente del río los hizo
la retorcía hasta convertirla en un tlrabuzon. desaparecer en seguida de mi vista y tuve que vol-
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agrandados, que debían emítir fosforescentes seña-
verme hacia la baranda opuesta del puente para ver les en la no~he, volví a p.ensar en mi difícil situación,
todavía algunas libretas abiertas en dos, navegando solo, hambrIento y perdido en medio de la campiña.
sobre las aguas. Una de ellas se enredó a unos be-
jucos de la orilla y yo pensé que quizá sería la de -Hasta un perro lleva mejor vida que yo · -dije
matemáticas, asignatura que me era especialmente y me puse a desear la vida de un perro. «Preferiría
desagradable. an<:Iar en cuatro patas», quise agregar pero sólo me
I
Sin esperar a que esta última libreta se hundiera salIeron entrecortados ladridos. Traté de incorporar-
en el agua empecé a caminar. Ya anochecia y las me ~ de ec.har a correr, ganoso de escapar a mis
pequeñas casas campesinas que bordeaban el sende- propIOS somdos de perro. Ahora corría en efecto
ro por el que yo iba, envueltas en el crepúsculo, pa- pero apoya~do en la tierra los pies y' las manos:
recían figuras recortadas con tijeras en un papel
negro y pegadas en un cartón rojizo. Con las pri- ! c.on mI hOCICO rozando casi la hierba menuda y
fma, .empapada ~or el rocío de la madrugada. Cuan-
meras sombras fui llenándome de miedo y al cabo do vme a ver, SIempre corriendo, me encontré de-
de un rato sentí en el estómago la presencia del lante de una de las casas. La puerta estaba abierta
hambre. Tuve el instintivo deseo de entrar a una y .no me sentí capaz de detenerme y volver sobre
de esas casas Y solicitar comida y cama, pero en mIS pasos. Entré y me derrumbé debajo de una
seguida me dije que la gratitud conlleva siempre un mesa, el rabo enroscado en una de mis patas tra-
poco la pérdida de la libertad Y que era preferible
seguir adelante, confiando en que el azar proveyera. seras y la,lengua ~fuera, acezante. La familia ya es-
tab~ despIerta. MIentras la mujer colaba café en la
Dejé a mis espaldas las casitas que filtraban por cocma: el hombre, sentado en un taburete, se en-
mil grietas sus lucecitas de aceite y de kerosene. tretema .dándole vueltas entre las manos a un som-
Avancé por entre árboles cada vez más copudos, el brero alon 'y co~versando con un niño que no pasaba
oído atento a los cantos de las lechuzas, al aleteo de los nueve anos.
de yaguazas y codornices, a la veloz caída de los
mangos en sazón, que abandonaban las ramas más Durante un tiempo que no pude precisar -tan
altas para pintar inútilmente la tierra de amarillo. desconcertado me e?contraba- nadie se fijó en mí.
Extenuado, me dejé caer al pie de un árbol cuyas Pe:o ~uaydo la mUJer llegó de la cocina, el hombre
abultadas raíces me sirvieron de almohada. se melmo para tomar el café y nuestros ojos se en-
contraron.
A media noche desperté sobresaltado tras un raro
sueño en el que un perro me pasaba el hocico por -E. ¿Qué hace ese perro ahí? -preguntó.
todo el cuerpo. Pensé que mi sueño no debía ser
más que el resultado de una de esas frecuentes aso- La mujer y el niño también me miraron.
ciaciones durante las cuales la imaginación es un . -~unca lo he visto -dijo la mujer-o No es de
calco exacto de la realidad y que, lógicamente, un
perro debió haberme estado lamiendo mientras yo mngun vecino que yo conozca.
dormía. Sin embargo, ningún movimiento se apre- -Mira qué lengua. Tiene rabia -dijo el niño.
ciaba en la oscuridad a mi alrededor. Con los ojos
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El hombre se puso de pie y cq.minó alrededor de
la mesa, observándome con cuidado. avanzaba ~on mayor premura, mirando a un lado
y al otro SIn cesar.
-No, no está rabioso. Está cansado. Dale un po- Así fue como me puse a pensar que yo debía ser
co de agua, Toño, anda.
un animal más fuerte y más grande y más digno de
El niño hizo sonar el tinajero y después de algu- re~peto, ,:omo el toro por ejemplo, y en seguida con
nos gestos nerviosos me acercó un plato de peltre mIS pezunas estaba golpeando, enfurecido contra la
rebosante de agua. Comencé a amarlo como no ha- tierra donde la hierbaluisa y la pangola c;ecían casi
bía amado a nadie en la vida. Era un niño hermoso, h~sta la altura de mi pecho. Me daba cuenta que
rubio y blanco como yo lo había sido y llevaba un solo una semana atrás mi libertad había sido abso-
gracioso sombrero de guano echado hacia atrás, en luta, que caminaba todo eL potrero a mi antojo y que
la misma punta de la cabeza, como si un clavo en la • me paraba en dos patas y echaba sobre las vacas el
nuca mantuviera ese difícil equilibrio. peso de mi enorme cuerpo estremecido, pero que
ahora me veía obligado a andar en círculo alrededor
-El perro es para mí -dijo el niño. Entró en la de una estaca a la que estaba amarrado por una
habitación contigua y regresó con una soga. Rodeó gruesa soga.
mi pescuezo con ella. Luego tiró de la soga con el
propósito de que yo me parara y lo siguiera, pero No comprendí por qué ocurría aquello hasta que
en ese momento no me era posible el menor movi- dos hombres -mis dueños- se me acercaron. En-
miento. Traté de explicarle con la mirada que yo tonces los oí conversar. El gobierno, según comen-
hubiera deseado complacerlo y que segur amente taban, aconsejaba a los pequeños agricultores la cría
después de un buen descanso lo haría. Pero el mu- del ganado de carne en lugar del ganado lechero.
chacho estaba ganado por la impaciencia. Seguía ti- y yo -lo supe en ese momento- era un espléndido
rando de la soga hasta hacerme daño. Como yo no ejemplar Brown Swiss.
me incorporaba tomó en sus manos un palo y me
lo encajó repetidas veces en las costillas. Yo lancé" -Es una lástima tener que venderlo -dijo uno
de ellos.
un gruñido y mostré mis dientes en una simple ac-
titud defensiva. -No, hombre. ¿Para qué ? Nadie va a querer
- Está rabioso de verdad - dijo el hombre. Le p.agar ahora lo que vale. Y además en la finca nece-
SItamos un buey.
arrancó el palo de las manos al niño y comenzó a
golpearme con fur ia. Saqué fuerzas de donde no Y~ había deseado ser un toro, no un buey, y por
imaginaba. De un salto abandoné la casa pero el lo mIsmo me negaba a seguir el destino que se me
hombre seguía detrás de mí, propinándome nuevos ofre~ía. Para ~scapar a la crueldad que me esperaba
golpes. Al cabo lo per dí de vista. Seguí caminando des~e convertIrme en un zunzún, el pájaro más pe-
todavía lleno de temor, con el rabo entre las piernas queno de que yo tenía noticias. Sin embargo no
y las orejas gachas. Cuando escuchaba algún ruido pude . con~eguirIo pes~ a los esfuerzos que hací~, y
cercano lanzaba un quejido, esquivaba el cuerpo y me VI oblIgado a sentIr el desgarramiento entre mis
patas traseras y a aceptar mi triste condición de
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buey. Una tarde, cuando ya los dolores habían des- vía ~oñaba con el niño que había sido, mojaba las
aparecido, mientras rozaba con mis belfos la fresca pareJas <;le enamorados que caminaban por la arena
yerba del potrero, me convertí en zunzún. y d~spues se aventuraban hasta las piedras de mi
perfIl en busca de mayor soledad. Pero a las parejas
Fueron necesarias muchas experiencias como ésa de enamorados no les molestaban las salpicaduras
para comprender que podía cambiar de perro a toro de mis lágrimas.
o de zunzún a gato, no cuando avizoraba un nuevo
peligro sino justamente cuando ya concluía el su- . En el invierno yo no era realmente un paisaje fe-
frimiento que me reservaba cada encarnación esco- lIz. ~o venía casi nadie a visitarme, salvo algunos
gida. No era lo más deseable ciertamente, pero en- arqUItectos, acompañados de señoras gordas, que
tre todos los males resultaba el menor. h.ablaban de techos y paredes, de portales y habita-
CIOnes, que amenazaban con construir viviendas so-
Siempre hostigado por alguien o por algo fui su- bre mi brazo izquierdo, pero que nunca pasaban de
cesivamente conejo, caballo, grillo, araña y maripo- los proyectos. El último invierno que allí estuve sola-
sa hasta que un mediodía, volando sobre la playa en mente me visitó una pareja de enamorados.
forma de gaviota, me dije que estaba aburrido de
todas las formas animadas 'y que quizá la mejor ~lla era trigueña y tenía el pelo largo, y yo todo
manera de ser libre era convertirme en paisaje. el tIempo me lo pasé soplando y soplando para ver
su hermosa cabellera levantarse como el ala de un
La cabeza de un hombre está hecha de cosas que pájaro y caer después sobre su nuca. El hombre era
se mueven y de cosas que permanecen en su sitio: delgado y pálido y la miraba con unos ojos bri-
la mía, al menos, la formaban un trozo de mar que llantes como si tuviera fiebre. Ella contestó una pre-
cambiaba constantemente de colores y de olas, y las gunta que, seguramente, él venía haciendo desde
piedras porosas y puntiagudas que le servían de m,!cho tiempo atrás, y la contestó del modo que
barrera a ese mar. Unos arbustos -palmeras y uvas mas agradable resultaba al corazón del hombre por-
caletas- se afirmaban en la aridez de la roca y que de pronto él le tomó las manos y se las besó
crecían milagrosamente para poner al viento las ho- y luego la besó en la boca y finalmente, sin poder
jas y las pencas de mi cabellera. Mi cuerpo era una contener su nerviosismo, corrió hasta el automóvil
enorme franja de arena, blanca y fina, y mis piernas que estaba detenido en la calle cercana 'y se apare-
la hierba que crecía en los canteros próximos a la ció con una cámara fotográfica entre las· manos.
calle. Un largo muro de piedras blancas me cruzaba
el vientre como un cinturón. -Sonríe, anda -dijo.
A veces mi situación era para sentirse alegre. Me !,ue lo último que dijo o lo último que yo oí. En-
complacía saber que, sin salirme del lugar que me tre entonces por un oscuro túnel, donde no veía mis
estaba destinado, podía entrar en comunicación di- propias manos ni podía encontrarme con mis pro-
recta con mucha gente, sobre todo en el verano. Me- pIOS pensamientos. Sentí tal confusión que no era
neaba un dedo 'y llenaba de arena el balde de un capaz de imaginar si saldría de ese túnel en forma
niño; estornudaba y volaban los sombreros de paja de niño, de perro, de gaviota o de paisaje. Pensé
de las mujeres; y si lloraba, porque a menudo toda- (de algún modo tengo que llamar a esa rara sensa-
54 55
•
ción que era algo más que un deseo y poco menos de ser libre. Intenté convertirme otra vez en niño.
que un pensamiento) que lo más importante era Pero como yo había sido alimentado por el amor de
abandonar aquella oscuridad que me aprisionaba y ellos dos y ya ese amor no existía, no pude reunir
enfrentarme con mi nueva realidad, cualquiera que mis partes.
ésta fuera.
Varios días después, chorreando olores químicos (De Después de la gaviota, Casa de las Américas,
1968).
por todos los bordes, me di cuenta que hasta ese
momento había sido un negativo fotográfico y que
ahora resucitaba en un papel Kodak número dos,
entre uñas manchadas por el revelador. Ahora era
un retrato: es decir, algo más que un paisaje: un
paisaje al que se había añadido el rostro de una
mujer.
Me colocaron en un marco dorado y me pusieron
en una repisa, en la sala de la casa. Ya conté al prin-
cipio que durante algún tiempo fui feliz pese a mi
esclavitud porque al menos mi presencia era motivo
de alegría para la pareja. Pero luego el hombre y
la mujer comenzaron a distanciarse hasta que un
día hablaron de la separación definitiva.
-Me iré a vivir con mi madre -dijo la mujer.
-Claro, como que esta casa es un infierno.
- La casa no, tú -agregó la mujer.
El hombre apretó los puños y miró hacia todos
lados, buscando algo en que pudiera descargar su
furia. Entonces corrió hacia mí, me tomó entre sus
manos y me lanzó contra el suelo.
-No quiero ver más este retrato -dijo.
Como el cristal estaba roto le fue muy fácil sacar-
me del marco. Me miró por un momento inexpresi-
vamente 'y empezó a hacerme pedazos. Tanta era su
furia que el mayor de mis pedazos no era nunca
mayor que las uñas de las manos que me estropea-
ban. En el suelo pensé que había llegado el momento
56 57
Juan Carlos Ghiano
~argentino~
LOS COBAYOS
Es difícil que concluya mi historia. Aunque los
días se prolonguen, la voluntad me ha ido abando-
nando hasta hacerme gravoso todo movimiento.
Hoy se encrespó el lecho seco del río y la arena
asaltó la casa. Me quedé quieto en un rincón, hasta
sentirme cubierto yo también. Ya no cierro las ven-
tanas; sería mejor que el viento borrara de una vez
la casa y sus muebles.
Me queda una sola satisfacción, las mañanas con
sol. Sin embargo, y es lo más humillante, recuerdo
días en que tuve muchos placeres fáciles. Cortar de
los árboles las grandes peras verdes y morderlas,
sintiendo la resistencia áspera de la pulpa y el cho-
que con los dientes, hasta que, poco a poco, la re-
sistencia se hace blanda en la boca. O levantarme
a mediodía, cuando ha llovido en la mañana, y bus-
car las frutillas en las cuales queda un regusto de
tierra. Y tantos hechos, que vuelven tenaces.
La tarea aquí era fácil: criar conejillos de Indias
para los laboratorios del Instituto Bacteriológico
Tod. Cuatro laboratorios, treinta cobayos por mes
para cada uno, un total de ciento veinte animali-
-
tos. Mil cuatrocientos cuarenta iban a salir al .año que vigilasen la puerta del criadero, para evitar la
de nuestro criadero, alimentados con las c~mI.das entrada de algún animal que devorase a los co-
que preparaba un biólogo diplomado en Tru~smn. bayitos.
Mil cuatrocientos cuarenta roedores que llegarIan a Después de dos semanas los conté : habían aumen-
los laboratorios, gordos e inquietos, para que les tado justamente sesenta. Era posible que también
inyectaran virus y sueros, los sometieran.a tempe- ese mes se multiplicaran en el número justo que
raturas y alimentos distintos, los fotografIaran con debía mandar a los laboratorios. El hecho me dis-
cámaras especiales. Mil y pico de conejitos, de los gustó y decidí vigilar continuamente a los animales.
cuales casi todos iban a morir violentamente. Nos- Fui a dormir al criadero.
otros, mientras tanto, criando más y m~s animales.
Sin duda una linda tarea, con los trabaJos de cada La primer noche que pasé entre las jaulas hubo
día organizados e iguales. un silencio engañoso. Me pareció estar solo, ilumi-
nado por la luz que atraviesa la claraboya y cae
La cría de los cobayos progresaba. En las jaulas sobre la mesa de piedra. Dormí confiado. Viví cua-
mayores teníamos las parejas procreadoras. El pri- tro noches en el mismo engaño. Al quinto día volví
mer mes nos sobraron cinco bichitos sobre la can- a contarlos: la proporción del crecimiento corres-
tidad que se debía mandar a los laboratorios, en pondía exactamente al número de días transcurri-
el segundo once, a los seis meses nos sobraban dos. Este hecho, tan regulado, me preocupó sin
treinta, siempre engordando. Yo dirigía la selecc!ón dejarme dormir. Poco después de la una sentí ruido
de los cobayos y vigilaba .los alimentos; aprend~ a en las jaulas, blando triturar de cuerpos cartila-
conocerlos, y me gustaba Jug~r con ellos; agarran- ginosos. Me levanté en silencio y acercándome a la
dolos de sus cabezas, los metIa en la manga corta jaula mayor la iluminé con mi linterna. Entonces lo
de mi camisa para que me corrieran sobre los bra- vi: los cuis mayores se estaban engullendo a los
zos, las pata~ erizando mi piel, el pelo caliente de recién nacidos, que las hembras retenían en sus
sus cuerpos en caricia leve. cuerpos durante el día. Continuaron su destrucción
El séptimo mes ocurrió un hecho extraño: había como si quisieran enterarme de su voluntad.
sólo ciento veinte conejos, fuera de las hembras se- No hablé con nadie del asunto, decidido a conti-
leccionadas que guardábamos en jaulas especiales. nuar yo solo la vigilancia. Por lo demás, al otro
Me asombró el hecho. Creí que sería una época de día los animales se portaron normalmente. Aquella
reducción de las crías y escribí al biólogo director noche la pasé levantado y con luz; nada sucedió. Así
explicándole lo sucedido. Me co?~estó que mi s,upo- hasta la décima noche, en que volvió a repetirse la
sición era falsa que a él tambwn lo sorprendIa el deglución de las crías que pasaban del número pro-
dato y que tratara de controlar la alimentación. porcional a los días transcurridos. A la mañana si-
La carta me preocupó y temí que pudieran qui- guiente los cobayos estaban tranquilos, como en los
tarme el puesto. Durante la s~mana sigu~ente ,reco- días anteriores.
mendé a los empleados que pUSIeran especIal cUIdado Cumplido otro mes, se despacharon las jaulas con
en la proporción de los alimentos y en la gradua- los ciento veinte conejillos que los laboratorios ne-
ción de la temperatura. Al mismo tiempo les ordené
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cesitaban. No quise comunicar la novedad a los jefes, había hecho con las jaulas, callando la historia de
ni tampoco a los empleados inmediatos. los cuis devoradores. Me escucharon en silencio.
Esa noche quedaban sólo las parejas procreado- Los animales comenzaban a apretarse contra las
ras. Abrí las jaulas y la puerta del criadero y me puertas de la casa y volví a oír la trituración de
fui a dormir a la casa. A la mañana siguiente nin- cuerpos cartilaginosos reconocida en el criadero.
gún animal había desaparecido. Repetí la experien-
cia tres días, con igual resultado. Al alba los empleados decidieron huir en la ca-
La cuarta noche, cuando el personal estaba dur- mioneta, abandonándome. Los escuché cuando lo
miendo, saqué la camioneta y cargué las seis jau- discutían, pero no hice nada por impedirlo. Salie-
las grandes. Fui hasta el río, bajé las jaulas y las ron temprano. Yo seguí acostado hasta mediodía.
puse en la arena. Los cobayos se apretaban en Cuando abrí la ventana, el patio estaba limpio.
los rincones. Pinchándolos con un alambre, los desa- Sin duda los conejitos se fueron detrás de los hom-
lojé. Volví al criadero y puse las jaulas en su sitio. bres. Claro que la camioneta corre más rápido y
los pobres animales deben haberse perdido en el
A la mañana siguiente, despierto antes que los camino.
empleados, abrí la ventana de mi cuarto. El jar-
dín y la huerta habían sido devorados, la tierra re- Todo aquel día esperé que volviesen: fue ' inútil.
vuelta menudamente; de los árboles sólo quedaba
el meollo pulposo, deshaciéndose en terrones. Fren- A la tarde comenzó el viento y el frío, juntos e
te a la puerta cerrada del criadero, apretados y incansables.
enardecidos, estaban los cobayos, gordos y movedi- Tengo alimento y bebida para varios días, quizá
zos. Desperté a los empleados y les mostré el es- mientras viva. Estoy solo y pienso en ellos.
pectáculo, ocultando lo sucedido durante la noche.
Creyeron peligroso salir al patio, con aquellos bi- Ayer descubrí que el criadero es menos frío que
chos que se multiplicaban vertiginosamente. Inten- la casa. A la tarde trasladé a él mi cama y las
tamos hablar por teléfono a la ciudad y fue imposi- mantas. Hice a un lado la mesa de piedra y me
ble. Deben haber devorado los postes del teléfono. acosté bajo la claraboya. A la noche, su luz de
estaño me abrigaba enteramente, tiré a los pies las
Desde la ventana del escritorio, la más cercana mantas. Me sentí tan confortado, que hubiese po-
al criadero, dispararon todas las balas de sus re- dido levantarme y tachar algo que escribí antes,
vólveres y escopetas, acertando pocas veces. Ha- sobre los placeres que no se olvidan y las mortifi-
brán muerto unos treinta animales. Después de caciones que ahora sufro.
mediodía ensayaron otro medio de combate. Los
regaron con una manguera cargada de nafta y tra- Resulta fácil engañarse y confirmarse en el en-
taron luego de quemarlos; pequeñas llamas azules gaño cuando se ha vivido tanto tiempo acompa-
se apagaban en la aglomeración movediza. ñado. Es como el juego de reconocerse las manos
bajo las sábanas calientes en las mañanas de in-
Llegada la noche conté a los empleados lo que vierno.
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Es poco más de media tarde. Me he lev~~tado
para continuar escribiendo estas notas. MIre las
jaulas deshabitadas, el patio y ~l vient?, la ca,sa
abierta. De pronto escuché un rUIdo haCIa los ter-
minas del campo, el multiplicado apretarse de ,cuer-
pos cartilaginosos que no he escuchado por dIas.
¿ Si fuesen ellos? Ahora mismo abriré la puer-
ta del criadero. y me echaré sobre la cama, a
esperarlos. Eduardo González Viaña
~per uano ~
ANTONIO ClSNEROS.
EL COCODRILO
En una noche de otoño hacía calor húmedo y yo
fui a una cíudad que me era casi desconocida; la
poca luz de las calles estaba atenuada por la hu-
medad y por algunas hojas de los árboles. Entré a
un café que estaba cerca de una iglesia, me senté
a una mesa del fondo y pensé en mi vida. Yo sabía
aislar las horas de felicidad y encerrarme en ellas;
primero robaba con los ojos cualquier cosa descui-
dada de la calle o del interior de las casas y des-
pués la llevaba a mi soledad. Gozaba tanto al re-
'Jasarla que si la gente lo hubiera sabido me hubie-
'a odiado. Tal vez no me quedara mucho tiempo de
dicidad. Antes yo había cruzado por aquellas ciu-
ades dando conciertos de piano; las horas de dicha
:abían sido escasas, pues vivía en la angustia de
eunir gentes que quisieran aprobar la realización
de un concierto; tenía que coordinarlos, influirlos
mutuamente y tratar de encontrar algún hombre
que fuera activo. Casi siempre eso era como luchar
con borrachos lentos y distraídos: cuando lograba
t raer uno, el otro se me iba. Además yo tenía que
estudiar y escribirme artículos en los diarios.
Desde hacía algún tiempo ya no tenía esa preocu-
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Cuando los amigos me llevaron a mi hotel yo
pensaba en todo lo que había llorado en aquel país
y sentía un placer maligno en haberlos engañado;
me consideraba como un burgués de la angustia.
Pero cuando estuve solo en mi pieza, me ocurrió algo
inesperado: primero me miré en el espejo; tenía la ca-
ricatura en la mano y alternativamente miraba al
cocodrilo y a mi cara. De pronto y sin haberme pro-
puesto imitar al cocodrilo, mi cara, por su cuenta,
se echó a llorar . Yo la miraba como una hermana de Augusto Monterroso
quien ignoraba su desgracia. Tenía arrugas nuevas y ~ guatemalteco_
por entre ellas corrían las lágrimas. Apagué la luz
y me acosté. Mi cara seguía llorando; las lágrimas
resbalaban por la nariz y caían por la almohada. Y
así me dormí. Cuando me desperté sentí el escozor de EL DINOSAURIO
las lágrimas que se habían secado. Quise levantarme
y lavarme los ojos; pero tuve miedo que la cara se
pusiera a llorar de nuevo. Me quedé quieto y hacía
girar los ojos en la oscuridad, como aquel ciego que
tocaba el arpa.
(De Cuentos, Casa de las Américas, 1968).
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
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Artuco Uslar Pie tri
~venezolan o~
EL VENADO
Los cuatro hombres estaban en cuclillas junto a
la puerta Las cabezas gachas, las manos descolgadas
por entre las piernas jugueteando con yerbas y gui-
jarros. Los sombreros de cogollo sobre la nuca.
-¡Sale perro! ¡Sale Corneta!
El perro cazador de largas orejas y ojos lagrimo-
sos que se había acercado a husmear se alejó asus-
tado.
-Buen perro ése, Damián.
-¿ Cuál, Corneta? Muy bueno es.
-Como para echárselo al de las doce puntas por
esa costa de monte y cogerlo cansado.
Damián sonrió con la cabeza en el pecho.
-Ese es otro cantar. Ese venado se les ha ido a
todos.
-Le han salido los mejores perros y las mejores
escopetas y se les ha ido el condenado. ¿ Tú lo has
visto, Damián?
Las manos morenas, huesudas y largas de Da-
mián se alzaron hasta el sombrero. Lo empujó más
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hacia atrás y enderezó la cabeza. Los ojos negros y -Es por la Madre Vieja.
mortecinos pasaron por sobre las cabezas de los otros Se levantaron, dieron vuelta a la casa y se llega-
y vieron hacia el bosque tupido que rodeaba la casa ron a la parte posterior, donde el plano volvía a de-
y cubría en marejada toda la poderosa forma del rrumbarse en pendiente verde y boscosa hacia el
cerro. valle.
_ ¿ Yo? Yo no lo he visto. Si lo hubiera visto quién -Es allá abajo, allá en la Madre Vieja. Oigan.
sabe.
Damián se puso la mano ahuecada en el oído. Eran
De dentro de la casa salió un quejido despacioso. ladridos guturales, entrecortados, anhelosos.
- -No se le quita la puntada a Benita. -Han echado bastantes perros. Oigan el tronido.
Los hombres volvieron la cabeza hacia la torcida -Han debido levantar. Levantaron venado.
casa de bahareque y techo de paja. Se oía temblar la
queja. Se oían, junto con los ladridos, gritos lejanos que
azuzaban los perros.
-No se le quita. Ahí está tumbada desde hace
tres días con ese mal. Los hombres miraban hacia la cuesta cercana con
inquieta fijeza . Se oían más claros los ladridos y los
_¿ y no le has dado nada Damián? Hay un coci- gritos.
miento muy bueno para esa puntada.
- Cogieron la Quebrada de l~ Danta. Es buen lan-
- i Gua ! Como no. Si se le ha dado. Ahí e~t~ con ce. ¿Será el de las doce puntas ?
ella Domitila su hermana, y es mucho el cocImIento
y el emplasto' que la ha dado. Per?.n0 se alienta. Se. ha - Buen día.
ido poniendo peor. Hoy amaneclO en ese solo grIto. Se volvieron a la voz. Un indio viejo y flaco, con
Así como ustedes la oyen. Estará de Dios que se el sombrero oscuro metido hasta los ojos, había sa-
muera la mujer. lido al claro junto a la casa.
Damián se adelantó a encontrarlo.
Los otros parecieron doblarse más, con la cabeza
más metida en el pecho. -Buen día, José del Carmen.
Los otros se acercaron.
- ¿ y no ha venido a verla el curandero?
-;, Cómo que está enferma la mujer?
-¿José del Carmen? Lo llamé desde ayer, pero no
pudo venir. Le mandó un pañuelo y unas ~erbas -Tiene una puntada que la está matando.
para que se lo pusieran. Hoy debe vemr por ahl. - Ajá ¿Y cuando le empezó?
Al rato de silencio se oyeron unos ladridos lejanos. -Hace unos tres días.
Venían de abajo, del pie del monte. Los hombres
oyeron con ansiedad. - ¿De noche o de día?
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red. Podía oír las voces del curandero y de las mu-
-Fue por la madrugadita cuando me despertó con jeres, pero no parecia entenderlas.
el quejido. Se habían vuelto a oír los ladridos de la jauría y
-¿Había luna? los gritos de los perreros. Se alejaban faldeando. Se
-Una luna así de grande, como para velar dantas. oían ladridos y voces dispersas en varias direcciones.
-Perdieron el rastro del venado. Ese ladrido no
-Ajá. es de venado. De seguro que los perros levantaron
Los ladridos Y los gritos reaparecieron más claros algún zorro.
y más cerca. Todos callaron de nuevo.
Más lejos aún se oía una corneta llamando. Los
-Parece que están echando un lance de v;nad~ perreros gritaban los nombres de los perros.
por la quebrada para arriba, pero no se ha Oldo nI
un tiro. -¡To, to, too .. !
-Será el de las doce puntas y se les habrá ido. A Al rato todo volvió a quedar en silencio. Se oía a
ése no lo cogen tan fácil. veces algún ruido vago que volaba disfigurado desde
la distancia.
-Quién sabe -dijo Damián maquinalmente.
Damián dio la vuelta a la casa. Abrió una puerta
-Mejor así -dijo el curandero. pequeña que cerraba un candado. Entró sin hacer
-¿Mejor por qué, José del Carmen? ruido. Tomó la escopeta que colgaba de un clavo; el
cuerno de la pólvora, el zurrón de las municiones.
-Porque esos animales así no son como los otros
y traen desgracia. Mejor es que no lo encuentren. Al volver a salir apareció el perro Corneta movien-
do el rabo. Lo llamó en voz baja y lo ató con una
Al callar se dieron cuenta de que los ladridos Y soga de una estaca. El perro aulló mirándole ale-
los gritos se habían apagado nuevamente. jarse.
-Vamos a ver a la mujer. Tomó la vereda bosque arriba sin volverse a mi-
rar la casa.
-Nosotros nos vamos, Damián. Que se aliente
Benita. A poco de andar ya estaba solo entre árboles, en-
tre sombras de árboles, entre sonidos de árboles, en-
-Que se aliente Benita. tre profundidad de árboles. Altos guamas, cedros de
Damián llegó a la puerta con el curandero. hojas menudas y voladoras, bejucos colgados y enre-
dados, arbustos, tupidos helechos entre la tierra ne-
-Adiós, pues. gra y las yerbas. La vereda subía faldeando en
-Mejor es que entre usted s~l<?, José del Carmen. vueltas inesperadas perdiéndose entre matojos y tron-
Con ella está su hermana DomItIla. cos. Una vibración de hojas le hacia alzar la cabeza
hacia una rama alta por donde pasaba la mancha
Con las manos a la espaldas se arre costó a la pa-
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fugaz de una ardilla. En dos tonos de cansancio, ner hijos como todos los hombres. y yo no los voy
repetidos, como resuello fatigoso, como anunciio, el a tener. Ya llevamos muchos años juntos para sa-
canto de un pájaro lo acompañaba. b.erlo. Yo soy como una vaca horra, Damián. No
Damián se detuvo a quitarse las alpargatas. Se las SIrvo ~ara nad?-.. Las vac,as horras no sirven para
ató al cinturón. Los dedos de los pies desnudos apre- n~da. "Para que. sIrven? Callate, Benita, no digas eso.
taron la tierra húmeda y negruzca. Fresca estaba. Tú eres una mUJer muy buena y yo te quiero mucho.
El pie se hundía un poco con el ligero temblor de la Escupió. La boca le sabía amarga.
marcha.
'yo te quiero.. mucho, Benita. ¿ Qué me importa a
-¿Para dónde va? Si saliera ahora el venado de mI n? tener .hIJOS? Eso lo dispone Dios. Yo no te
las doce puntas. El que trae desgracia, José del Car- cambIO por lll!lguna. Por ninguna con todos los hijos
men. El año de la sequía habían matado un venado d~~ mund? Tú eres la que yo quiero. Si no tenemos
de doce puntas. Mejor es que no lo encuentren, dice hIJOS, no Importa.
José del Carmen. Pero ¿para dónde va? Ya está le-
jos del rancho. ¿ Qué le estará haciendo José del Se le iba haciendo la respiración fatigosa. Debía
Carmen a Benita? Está muy enferma Benita con esa llevar largo rato marchando. La escopeta empezaba
puntada en el costado. Se ha puesto vieja Benita. a molestarl~ en .la espalda. La tomó én la mano.
Todo pare~la qUIeto ":( silencioso. Cerca se oía el
Damián, mejor es que se vaya con su rochela para menudo latIdo de un hIlo de agua. Salía de entre los
otra parte. Entonces estaba muchacha. Y hacia una helech<;>s ~, cruzaba la vereda. Se arrodilló para to-
morisqueta muy graciosa con la boca. Y siempre te- mar. SmtIO el fresco del agua penetrarle por la gar-
nía el mechón de pelo sobre los ojos. Si ésta no es ganta reseca y por el pecho.
rochela. De verdadita verdadita es la cosa. Si no me
quieres, este hombre se va a malograr. Me voy a Así había sido cuando estuvo muriendo con la
malograr Benita, por culpa tuya. Quítate el pelo de calentura. Se tocaba la cabeza caliente como una
los ojos que no te veo la cara. pied~a de fogón. Todo lo veía oscuro. Eran lo mismo
el dla y la .noche ..Pero Benita no lo desamparaba.
Se detuvo. Unas huellas de animal cl'Uzaban la Cuando abna los oJos la veía al lado. Le daba miedo
vereda. Se puso en cuclillas para observarlas mejor. qued~rse dormido. Le daba miedo quedarse solo. Se
Eran recientes. Son de danta. Gorda la condenada. dorrnla con la mano de Benita agarrada y se des-
Iba para abajo, para la quebrada. Por entre las yer- p~r;aba ,dando un sal~o. Benita, Benita, ¿ dónde es-
bas y los helechos iba el rastro. Pero se puso de tas .. ¿'hl es~aba. Ahl le hablaba. Quédate quieto,
nuevo en pie y siguió subiendo. Darn~an. Quedate tranquilo. Tranquilo. No pasa na-
Venirse a enfermar Benita. Una mujer tan sana. da. Na.da. No pasa nada. Duerme, Damián. Duerme
Nunca se cansaba. Nunca se ponía triste. Siempre tranqUIlo. Tranquilo. Aquí estoy yo. Y se volvía a
estaba haciendo algo. Estaba pilando el maíz y can- despertar sofocado, caliente como una brasa, dando
taba. Sino una vez. Mejor es que yo me vaya, Da- n;anotazos en ~o oscuro. Benita. Benita, ¿ dónde es-
mián. Estás loca, mujer. No estoy loca. Yo sé que tú tas? Esta!e qUIeto, Damián. Estate quieto. ¿No me
quieres tener hijos. Yo te lo conozco. Tú quieres te- ves? AqUI estoy yo.
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- Iba caminando con más lentitud, con más pesadez. puntas. Diez, once y doce. Qué animal tan lindo.
Afirmaba pesadamente los pies y los arrastraba un
poco. Llevaba la escopeta por el cañón, y la culata Con mucho sigilo se arrodilló sin ruido. El animal
también arrastrada por la tierra. El zurrón le gol- parecía inquieto. 'fendió la escopeta cargada. La cu-
peaba en la espalda. Ya hacía rato que no se oía lata cubierta de barro fresco le tocó la mejilla. Por
ni el canto de un pájaro. Tan sólo la raya verde de la mira le veía la paleta delantera junto al costillar.
una culebra cruzó la vereda ondulando. Pero él si- El animal y él se habían quedado en una quietud
guió sin detenerse. maravillosa. Reventó el trueno del disparo sacudien-
do el aire. El venado dio un gran salto y cayó en
Ya debía ir lejos. Iban clareando los helechos. Los tierra. Quedó medio oculto entre las yerbas que
árboles eran menos altos. En los pies sentía la tierra cubrían el claro.
más seca. Llevaba mucho tiempo caminando. Esta-
ba lejos del rancho. Allá estaría Benita con Domi- Damián se puso de pie. Había matado el venado.
tila y con José del Carmen el curandero. Y con esa Aquella mancha marrón entre la yerba era el ve-
puntada metida como una lanza. Y él caminando nado de las doce puntas. Todo estaba quieto, pero el
por el monte arriba. Tan lejos. ¿ Y qué iba a hacer disparo seguía resonando en las lejanías y en los
en el rancho? ¿ Qué hace un hombre en el rancho? ecos. Eran como otros disparos más pequeños, más
¿Para qué sirve? Oía el quejido de Benita. Lo mismo lejanos, más sordos. Ya parecía que se apagaba uno y
que cuando degüellan un becerro. Yo sé que me voy venía resonando otro, de otra quiebra, de otra loma,
a morir, Damián. Está de Dios. Y es lo mejor. No de otra cuesta. Damián movía la cabeza alelada al son
hables tanta zoquetada, Benita. Es lo mejor, Damián. de los ecos que se iban sucediendo y respondiendo en
Es lo mejor. No digas tanta zoquetada, Benita. Cá- la distan cía. Todo resonaba con el eco del disparo.
llate. Yo sé que me voy a morir, Damián y es lo me- Santo Dios, que tiro para sonar. Oyelo, por allá vuel-
jor. Benita, por Dios, cállate. Tú puedes encontrar ve otra vez. En todo el monte estaba. Saltaba de un
otra mujer. Benita, no digas eso que el Señor te va lado a otro por sobre la cabeza de Damián. Damián
a castigar. Puedes encontrar otra mujer mejor que
yo. Una mujer buena que te dé hijos. Cállate, Be- movía la cabeza asustado y sobrecogido. Allá, lejí-
nita, que pareces una condenada. Una mujer que te simo, sonaba todavía un eco.
dé hijos, Damián, para que cuando se muera no te Era muy poco lo que se distinguía del venado
vayas a quedar solo. No hables más de eso, Benita, muerto entre la yerba. Pero Damián no daba un paso
por Dios. Tú no te vas a morir. Tú no te vas a morir. para acercarse. Tenía la boca abierta descolgada y
Tú te vas a alentar. Tú verás que te vas a alentar. la repiracíón corta y silbosa como de perro. Maté
No hables más de eso. Mira que eso es malo. al de las doce puntas. Lo que son las cosas. Muerto,
Se paró en seco. Estaba en el borde de una cu- muertico de un solo tiro. Sin buscarlo. Todos lo bus-
chilla. Cerca, en una explanada, se abría un claro caban y va Damián y lo encuentra. Para él estaba.
estrecho. En medio estaba el venado de las doce Lo estaba esperando en aquella loma. Sería para avi-
puntas. Era él. Grande, oscuro, viejo. Había alzado sarle. No ha debido matarlo. Traen desgracía esos
la cabeza y parecía ventear. La enmarañada corna- animales raros. Como lo dijo José del Carmen. Allá
menta se deplegaba abierta. Damián le contó las estaría Benita con su puntada. Ave María Purísima.
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No. Mejor es no tocarlo. Mejor es dejarlo. Mejor es
irme. Esto trae desgracia.
Tomó el camino del regreso apresuradamente.
Sentía prisa por llegar a la casa. Ahora regresando
ligero se daba cuenta de lo lejos que había ido.
Caminaba y caminaba. No se veía ni el techo del
rancho. Había que pasar la cuchilla y caer en la
otra quebrada. Tú no te vas a morir, Benita. Mejor
es no hablar de eso. No. No. No digas tantas zoque-
tadas. Tú te vas a alentar. Aquí estoy yo. Aquí estoy
yo, Benita. Casi iba corriendo. Una vez pasada la R enato Prada
~boliviano~
cuchilla abandonó la vereda y se lanzó cuesta abajo
en línea recta por lo espeso del monte. Así llegaría
más pronto. La escopeta se la enredaba en los be- EL COMBATE
jucos y en los troncos. Pero él empujaba con el
pecho y braceaba abriéndose camino. A Antonio Terán, poeta.
Hasta que salió de los últimos matorrales sobre El viejo se i~corporó lentamente. Sus ojos lagri-
la loma de la casa. Allí estaban los hombres que mearon ante el Impacto de la luz directa. "Algún día
habían vuelto. Cruzados de brazos y en fila recosta- tend~:emos q';1e c~mprar una cortina para la ven-
dos a la pared. Y se oía el grito de Domitila y el tan~ , s~ dIJO. mIentras restregaba sus párpados.
llanto de varias mujeres adentro. Se le cortó la prisa. Sac? la J?Ierna Izq~ierda de la cama. Su pie desnudo
Poco a poco se fue acercando. Los hombres lo veían to~o el pISO de ladnllos gastados. Se movía con sumo
sin hablarle con unas caras serias. CUIdado para no despertar a su mujer que dormía al
lad? derecho; pero los rayos del sol también habían
-¿Se murió? fatIgado el rostro de la enferma.
-Se murió Benita, hace rato. -~ o se pue~e dormir cuando sale el sol -dijo
Dejó caer la escopeta, el zurrón y el cuerno al la an.cI.ana mOVIendo la cara a un lado para evitar el
suelo. Entró a la habitación. Sobre la cama estaba sol hIrIente.
Benita ya amortajada. Parecia muy tranquila. Jun- -~s sólo en esta época, despUés el sol cambia .. .
to a la cama Domitila y otras mujeres lloraban a cambIa su .. : -dijo el anciano sin poder recordar la
gritos. Venía humo del fogón. Estaban cocinando gua- palab:a precI.sa. Esto le dio una sensación incómoda
rapo. Damián se apretó los dientes sobre el labio y se de veJez sentIda, pesada, en todos sus nervios.
torció con fuerza los dedos. Al rato se quitó el som-
brero y se persignó. En los dedos sintió la frente ba- Se paró estirando su cuerpo alto y delgado frente
ñada de sudor. a ~a ven~ana y tratando de ver, a través de los vi-
drIOS SUCIOS, el patio.
(De Obras Selectas, EDIME, 1953) --No cantó el gallo en la madrugada.
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- Desde que está ciego, sólo canta cuando calcula luz que no veía, exaltaban más aún su gallardía.
la proximidad del día -dijo el viejo.
El viejo le contempló por un largo minuto. Estaba
El enceguecedor brillo del día no dejaba ver nada orgulloso de su gallo. Todo iba bien con él, salvo
afuera. su ceguera. "Eso no importará nada esta tarde",
--Dormiste bien anoche. se dijo el ancíano para darse ánimos.
- Un poco mejor que de costumbre. Me debo estar -Pasea, Noche. Ya vuelvo - dijo el viejo y entró
curando -dijo la mujer con una sonrisa. "En rea- en el único cuarto que ocupaba con su mujer.
lidad no dormí nada. Permanecí inmóvil todo el La mujer se había incorporado un poco en la cama.
tiempo, con los ojos cerrados", se dijo. Su cuerpo se reclinaba sobre la almohada doblada.
El hombre tomó un pantalón arrugado y se lo Las manos huesudas, manchadas de granitos grises
puso. Se calzó luego. Como dormía siempre con la por obra del tiempo, arreglaban su cabello ralo.
camiseta puesta, salió de la pieza hacia el patio. Al
fondo, en un gallinero hecho de maderas talladas por -Hago el desayuno - dijo el hombre.
él mismo, estaba el gallo negro. Con la cabeza baja -Yo no tengo apetito -dijo la anciana.
parecía meditar oscuros sueños, amenazas eminen-
tes. El vieio tomó un poco de gasolina y llenó el depó-
sito del quemador del anafre. Buscó los fósforos por
-¡Noche, qué tal, amigo! - le dijo el viejo. toda la mesa sin poder dar con ellos.
El gallo se sobresaltó. Movió la cabeza, la sacudió -Si buscas los fósforos: anoche los pusiste debajo
con sorpresa. Estiró su pescuezo, agitó las alas y de la almohada.
lanzó un canto agudo.
-Así está mejor, Noche - dijo el vIeJo son- -Es verdad -dijo el viejo--. Olvido las cosas
riendo-o En verdad que estás fuerte hoy día -aña- con más frecuencia - añadió con tristeza.
dió siempre con la sonrisa en los labio hasta que fue hacia la cama y se agachó para palpar de-
recordó el sueño que le había atormentado la noche baJo de la almohada, buscando la cajetilla de fósforos.
anterior; se puso serio. Las arrugas de su frente
agrietaron más su piel, dándole una apariencia de -Te quedarás solo, Griseldo.
granito arañado por el tiempo. Las arrugas parecían
penetrar a oscuros corredores. El hombre se detuvo en su búsqueda. Miró a su
mujer. Sus ojos se humedecieron. La imagen de su
El viejo abrió la jaula y sacó el gallo. Lo puso en mujer era una mancha borrosa, de bruma. "Solo",
el suelo. El ave dio algunos pasos lentos, nerviosos. repitió mentalmente. Desde que enfermó Clelia era
Sus plumas negras refulgían como carbones pulidos; una amenaza diaria, una suave y molestosa tela afel-
sombra, de tanto ser negra, tornada en pozo brillan- pada que le oprimía cada vez con más dureza el
te. Tenía el porte esbelto. Sus pasos inseguros y cor- corazón. La soledad: anticipo ya recorriendo sus
tados, y la cabeza vuelta hacia el cielo, picoteando la venas.
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El hombre se sentó al lado de su esposa. Le tomó ·bia al mismo tiempo. Del pico del gallo blanco caían
de la mano. todavía gotas de sangre de mi Noche.
-Ahora estás mejor que ayer. 'Iü misma lo di- El viejo se calló. Su mujer extendió la mano y le
jiste -dijo. acarició la nuca.
La mujer no habló inmediatamente. Apretó sua- -Tu gallo ganará esta tarde -dijo.
vemente los dedos de la mano de su esposo. -Tiene que ganar, Clelia -dijo el viejo-o To-
-Anoche sentí que te agitabas en sueños -le dos apostarán contra él y yo ganaré lo suficiente
dijo. como para llevarte a la ciudad para que te vea un
buen médico. Noche tiene que ayudarnos.
El viejo inclinó la cabeza. Las arrugas de su ros-
tro m arcaron con más profundidad sus surcos. La El gallo cantó en el patio. Los dos andanos se
derrota no podía elegir mejor diseño para manifes- miraron. La mujer reprimió un grito de dolor por lo
tarse. que le hurgaba, con despiadada brutalidad, en sus
-Soñé algo que me parece de mal augurio -di- entrañas.
jo-o Noche peleaba con un gallo blanco, mucho más Griseldo se para frente a su esposa que dormita
enorme que él, y perdía. Noche no estaba ciego, pero en la cama. Tiene el gallo en la mano izquierda. La
no podía hacer nada contra el otro animal, más fuer- mujer abre los ojos y sonríe al mirar a Noche.
te y ágil que él. Todo el pueblo apoyaba, además, al
gallo blanco. Yo estaba desolado. Por más que le --Ya tengo que ir.
alertaba, Noche entregaba su cuerpo sin poder evi-
tarlo, al t remendo garfio del espolón de su contrin- - Está bien, pues.
cante. La sangre que salía de las innumerables heridas -Aquí está Noche, ¿quieres echarle una bendi-
de Noche salpicaba a toda la gente hasta teñirla de ción? -dice Griseldo alargando el gallo hacia la mu-
rojo. Las graderías de la cancha eran también una jer. El gallo yergue la cabeza y se pone a hurgar el
masa roja. Sólo a mí no me llegaban las salpicaduréls aire con su pico.
de toda la llu.via de sangre de mi pobre gallo. El
gallo blanco se mantenía extrañamente inmaculado. -Es todo un campeón - dice la mujer haciendo
Nadie podía creer que fuese él el que estaba cas- la señal de la cruz sobre el animal-o Hoy ganará,
tigando en esa forma a Noche. Cuando ya no pude GriseJdo -añade.
más grité "¡Basta!". Se hizo el silencio. La mancha
roja se fue retirando hasta que no quedó nadie ni El anciano aprieta el animal contra su pecho. Le
nada en la cancha. En medio de un campo desnudo acaricia el cuello.
estaba el cuerpo yaciente de Noche. Quise acercarme - Está fuerte - dice.
a recogerlo, pero el gallo blanco apareció a mis es-
paldas y se puso a amenazarme con su enorme pico. Mira el rostro sudoroso de la anciana. Pequeñas
Era francamente aterrador, pues había adquirido la gotitas perlan su piel. Sus canas se han pegado a la
proporción enorme de un cóndor. Tuve miedo y ra- frente.
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-No almorzaste -dice viendo el plato frío, in- Las calles están silenciosas. Sólo algunos tran-
tacto, en un cajón cerca de la cabecera de la cama. seúntes se dirigen a la cancha de gallos. Al verlo con
- No tengo apetito. el gallo en el brazo se detienen y le saludan. Se le
van uniendo en el trayecto.
- Pero así te debilitarás más aún. Cuando llega a la cancha de gallos, el séquito que
-Ya pasará . . . le acompaña es de más de cuatro personas.
-El doctor, en la ciudad , dirá 10 que hay que -¿Cómo está don Griseldo? -le dice el can-
hacer - di ce el hombre. chero. Es un hombre gordo, de piel lustrosa. Su
rostro lampiño brilla aceitosamente. Unos cuantos
- Claro - dice la anciana. pelos enormes en su quijada le dan un aspecto de
Griseldo le da un beso en la frente. Sus labios negligencia.
sienten la humedad de la piel de la enferma. Los pasa -Aquí está Noche -dice Griseldo y le entrega
con la lengua: el gusto salobre le trae un recuerdo de
su infancia. Le gustaba hacer eso siempre que besa- el ave.
ba el rostro de una tía que estuvo toda su vida en- -¿Noche? -pregunta el canchero.
ferma. Entraba a su cuarto y le daba un beso en la
frente. La tía sonreía sin decir nada. El niño tam- -Sí, le cambié el nombre desde que quedó ciego
poco hablaba. Se quedaba unos segundos con la en- -explica Griseldo.
ferma sin decir una sola palabra. La enferma ce- El hombre palpa el cuerpo del animal y lo sopesa
rraba Jos ojos yel niño dejaba el cuarto gustando en con las manos.
la lengua la enfermedad suave y salobre que retenía
a su tía en cama desde siempre. El hombre se yer- -Bien cuidado el bicho -dice mientras lo coloca
gue. La vejez es una carga en todo su cuerpo, una en la "romana" para pesarlo.
ca rga acumulada grano a gnmo cada día su naci-
miento. El anciano ayuda con las pesas.
- Iré - dice Griseldo. -Cuatro, siete -dice el hombre gordo.
-Bien - responde la mujer. Sus labios tiemb1an, En el cuarto hay otro hombre con un gallo bajo
sus párpados caen. el brazo. Griseldo repara en su presencia. Lo mira y
saluda con una inclinación de cabeza.
El hombre se para todavía frente a la puerta.
Vuelve la cabeza. Suspira al ver a su esposa que ha -Es el contricante de Noche -dice el patrón
cerrado los ojos. El gallo sigue tranquilo en su ma- señalando al gallo alterado ya por la presencia de
no. El hombre abre la puerta . Con un pie ya afuera Noche.
se detiene y quiere decir algo a su esposa. Teme des- -¿Noche? -dice el gallero.
pertarla. Deja la pieza. Cruza el patio y sale de la
casa. -Está ciego -dice el patrón.
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-No será el primer gallo que pelee estando ciego siente el primer espolonazo en su cuerpo. Se apresta
-comenta el gallero. a luchar a su vez. Extiende la cabeza en busca de un
contacto con su atacante. El gallo giro vuelve a darse
Griseldo saca a Noche de la "romana". Se calla. impulso, salta y castiga a Noche.
Mete su mano libre al bolsillo.
-¡Cien mil al giro! -grita alguien.
-Vaya apostar este dinero - dice mostrándole un
fajo de billetes. -Es un crimen- comenta un hombre picado de
viruelas.
- Parece mucha plata -dice el canchero.
Ante el impacto del golpe cae Noche. Se para de
El otro hombre se encoge de hombros como que- un brinco y da un espolonazo que esquiva el con-
riendo significar que eso le tiene sin cuidado. trincante. El gallo giro da otro golpe de espolón que
-El otro es un gallo excelente también -dice el acierta en la cabeza de Noche.
patrón en voz baja para que escuche sólo Griseldo. -¡Cincuenta mil al giro! -grita el hombre picado
de viruelas.
-Estoy decidido -dice Griseldo.
- Pesa un poco más que el tuyo: cuatro, diez. Griseldo 10 mira con ira.
Tres onzas son tres onzas -dice el canchero, como -Pago -dice sin pensar.
queriendo librarse de un peso de conciencia.
El rostro del hombre se contrae; los puntitos ro-
-Está bien -dice Griseldo. jos de su cara empalidecen hasta perderse.
El otr o hombre simula no atender a la charla. Su Noche sigue tanteando el ataque del otro gallo.
mano pasa y repasa, tranq~ilizad<?ramente, 120r el ~o "Ha resistido por diez minutos. Ahora ya sabe cómo
mo brillante de su gallo rOJo, matIzado por fmas pm- ataca el otro", se dice Griseldo.
celadas amarillas.
Griseldo empieza a recordar la lucha de las dos
Salta el gallo giro al redondel. Se pasea por la are- mariposas; lucha que no puede decir con seguridad
na húmeda, en círculos. Se detiene y canta agitando que la haya visto realmente en su infancia o si sólo
las alas frenéticamente. Griseldo toma la "romana" la imaginó en una de sus tantas fiebres de niño.
y pesa el gallo. Un testigo dice el peso de Noche al Siempre que peleaba su gallo, la lucha venía a su me-
Juez de la pelea. Algunas personas lanzan sus apues- moria con mayor o menor intensidad. Una de las
tas apoyando al otro. Nadie contesta. Griseldo entre- mariposa es diurna, de color rojo brillante; la otra,
ga el dinero de su apuesta al Juez qu~ lo cuenta y nocturna, de un negro cenizo, sucio. La roja es ágil
lo deposita en la mesa de control. GrIseldo pone el en su vuelo; mientras la otra, torpe y pesada. El
gallo en el piso de arena rociadl;l de agua. Noc~e .da gallo giro brinca y clava un espolón en el ojo muerto
algunos pasos nerviosos, desorIentados. El publIco de Noche. La mariposa negra descansa sobre una
murmura su descontento al ver el andar desequili- hoja amplia en una parte húmeda y umbrosa del
brado de Noche. El gallo giro lo mira, encrespa su bosque. La roja parece haberla visto desde el aire y
cuello, alarga la cabeza y se lanza al ataque. Noche se lanza en veloz caída. La negra sacude su salas, S01'-
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prendida, intentando liberarse de los garfios que la dos cuerpos exammes de los gallos. Griseldo quiere
aprisionan con furia. Noche da un picotazo certero levanta~se y recoger el cuerpo de su pobre gallo.
en la nuca del gallo giro. No suelta el pellejo y se Se contIene. El gallo giro aletea en el suelo; estira
da un impulso para brincar. La mariposa roja parece sus pata~ temblonas y se queda quieto, muerto. No-
una rosa pesada, caída sobre un pequeño trapo gris. .che empIez~ a moverse. Se para. Camina con las
La mariposa nocturna logra zafarse pero su huída alas exten~;hdas, tocando el piso. Sus heridas brillan
es tan torpe que tropieza en toda rama u hoja pues- como agUjeros dorados.
ta en su trayecto, choca con los troncos. Noche apli- . -qanó el ciego - dice el Juez y toca la campa-
CR su espolón en el cuello de su contricante. Ambos mlla fmal.
caen en la arena. Del cuello herido del gallo empieza
a salir sangre a borbotones. Noche sigue caminando hasta que tropieza con
el cuerpo del gallo giro y cae sobre él.
-iCien mil al ciego! -grita alguien.
. El. viej~ r~c<?ge su .gallo del suelo. El otro queda
Todos se callan. La mariposa roja persigue impla- tendIdo. El VIeJO empIeza a caminar hacia la puerta
cablemente a la otra. Ambas van saliendo de la d.~ la cancha. Algunos hombres le dan palmaditas ca-
sombra del bosque a la luz plena. El niño quiere nnosas en la espalda, le dicen frases de admiración
salvar a la mariposa nocturna. El gallo giro se para. por No~he. Grisel~o quiere ganar rápidamente la
Noche lo va buscando, al otro lado del redondel, con ~alle. TIene necesIdad de estar con su esposa. El
su cabeza extendida. El niño corre tras las maripo- Juez de la pelea se le acerca a grandes zancadas por
sas. Vuelan tan alto que no es posible alcanzarlas. la espalda y lo detiene cogiéndole del brazo.
Salen del bosque. El gallo giro se tambalea, sigue :-Se h?- olvidado esto -le dice tendiéndole un
perdiendo sangre. Las dos aves parecen extraños equi- faJo de dmero-. Cuéntelo. El dinero se ha hecho
libristas que se movieran en cada extremo de una para eso: para contarlo solamente -agrega.
línea giratoria, invisible. La mariposa nocturna ya no
puede más ante la luz solar y los ataques de la ma- El viejo toma maquinalmente el dinero y se lo
riposa diurna; se precipita al r10. Los dos gallos se van mete ~~ bo.lsillo. "Mañana viajaremos con Clelia, en-
tonces , pIensa. Cerca del portón de la cancha le
acercando, acortando el cordel invisible que parecía espera el hombre picado de viruelas. Griseldo simula
sostenerlos. Noche siente la proximidad de su con- no verlo. Le da lástima cobrarle su apuesta. El otro
trincante; salta y da un espolonazo con un esfuerzo se rasca la nuca en un gesto de agradecimiento.
supremo. El espolón se hinca en la base de la nuca
del gallo giro. El niño ve todavía, desde la orilla, La calle se estira p.olvorienta y calcinada por los
el extraño cuerpo oscuro que es llevado velozmente rayos del sol. La alegrIa no puede transitar por tanto
por el agua. Los dos gallos caen al suelo. polvo y tanto gris de pesadilla.
-¡Tablas! -grita alguien. El viejo c:amina con pasos lentos. Levantando
apen~s sus pIes del suelo. "Es curioso. No tengo el
El silencío es total. Todos los ojos están clavados e~tusIasmo que hubiera querido tener ahora" se
en el centro del redondel donde están tirados los dIce. "Ella se alegrará por el triunfo", piensa. Ca~ina
108 109
en la sombra, que da el alero de las casas, para pro-
tegerse del calor. Mira su gallo. Tiene el cuello ten-
dido hacia el suelo. La sangre le sale en contadas
gotas que caen al polvo y se hunden como en un
pantano plomizo. "Le bañaré con agua salada", se
dice. "Noche, irás con nosotros a la ciudad", dice en
voz baja.
Griseldo llega hasta la puerta de calle de su casa.
Está abierta. Esto le produce un sacudón de sor-
presa, pues está seguro de haberla dejado cerrada. Horado Quiroga
Tiene miedo asomar la cabeza hacia adentro. Se ~uruguayo~
para indeciso. Mira su gallo que permanece inmóvil,
agonizando. "Creo que se va a morir mi pobre No-
che", se dice. La sangre se ha secado en sus manos, EL ALMOHADON DE PLUMAS
le estira la piel suavemente. "Alguien ha venido a
visitarnos. Eso es todo", se dice al pensar nuevamen- Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia
te en la puerta abierta. "Tengo que lavarlo al pobre",
l'
I angelical y tímida, el carácter de su marido heló su~
piensa viendo su gallo extenuado. La sangre coagu- soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin
lada en sus plumas negras le da un tinte exaltado a embargo, aunque a veces con un ligero estremeci-
la brillantez sombría. El viejo se sobresalta al escu- miento cuando volviendo de noche juntos por la ca-
char un gemido de queja que viene desde el interior lle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de
de la casa. "Dios mío", se dice pero no consigue Jordán, mudo desde hacía una hora. El, por su parte,
ordenar a sus pies que lo lleven adentro. Sigue cla- la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
vado, con obstinación de piedra, en el vano mismo
de la puerta. El gemido de lamentación se eleva más Durante tres meses -se habían casado en abril-,
aún. Al comienzo las palabras emitidas por el do- vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella
liente son ininteligibles. Griseldo siente que el vér- de~eado me~os se,:eridad en ese rígido cielo de amor;
tigo empieza en su cerebro, un vértigo que va impul- mas expanslva e mcauta ternura; pero el impasible
sándose poco a poco por su misma inercia, que sigue semblante la contenía siempre.
su curso acelerado de remolino, alimentado en su
vuelo por ciertas palabras que van más allá del mero La casa en que vivían influía no poco en sus es-
entender; en este torbellino que es su mente hay tremecimientos. La blancura del patio silencioso
entidades terribles que agitan sus alas y le desgarran -friso, columnas y estatuas de mármol- producía
el alma: "Muerta", "Pobre Clelia", "Clelia ha muer- una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro,
to". Sus manos abandonan el cuerpo del gallo que el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño
cae inerme al polvo. Noche se queda allí sin mover en las altas paredes, afirmaba aquella sensacíón de
ni una pluma, sin una gota de sangre en su cuerpo. desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los
pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo
(De Al borde del silencio, Alfa, 1969). abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
110 !Lll
Alfredo Rivas Castillo
~ecuatoriano~
PAJARRACO
a Alfred Hitchcock
El mismo hombre ha hecho de rey en una obra
clásica, y posteriormente en una playa de güiros y
conchilla molida pasó la hora del crepúsculo aga-
rrando a puñetazos la arena. Desde la ventana del
cuarto, se aprecia el siguiente detalle: cada vez que
el hombre golpea en la arena sale disparado de allí
mismo un pájaro, que la vuela y la vuela, y no ter-
mina de volar cuando ya otro lo persigue mordis-
queándole la cola emplumada, y luego viene otro
pájaro con la cabeza aguda contra el cielo, hace pe-
dazos al sol en la pirueta, quiebra nubes, y desnuca
el trasero de otra ave, es decir, otro pájaro, falto de
aire, con el buche sofocado, indigesto de plumas,
vuela a reculadas, da una pena, pero se pierde de
vista porque viene un pájaro más o menos grande,
como un águila pero no tanto, que azota su pico
curvo, la nariz prodigiosa que le ha dado esa madre
suya, contra el plumaje del pájaro enfermo que va
echando saliva; y el que sigue se viene desangrando,
r de nacimiento le habían entrado una bala, una mu-
I nición en los espermatozoos del padre -dense cuen-
ta- y va tiñendo al paso las nubes, como en una de
Gregory Peck en Texas que se le ha acabado el agua
122 1 123
y un coyote -feazo el carajo- le sigue la pista, le dijéramos, con, un paisaje lindísimo (en aquel mo-
viene lamiendo una larga cosa sanguinolienta que se mento que estas en la matineé lo hubieras tolerado
le asoma del estómago, una tripa digamos (ahora en u~~ de Terry Moore y Rober Wagner, o en "April
intervienes tú a esta altura del relato: la situación !--?,,:e con Pat Boone), lo que le llaman un paisaje
es formidable, porque es la última vez que vas a la ldI~ICO, el descueve, bueno, aquí estaba este pájaro
matinée del teatro de barrio, te indigestó la anilina felIz con su tutula méale que méale debajo del duraz-
del chupete helado, ese cierto momento crucial en no cuando se}e aparece volando un pájaro mucho más
que no distingues entre el de fresa, el de piña, el de g.rande que el, pero menos encachado, algo flojo de
guinda marroquina, y te sale la escena esa después cmtur~, y co~ una chasquilla canosa sobre los ojos
de la serial de Tarzán , y te aprietas en el asiento (te peq';len<?s;. tema las plumas arrugadas y un ne sais
hundes en el asiento se dice) y aquí se fusionan los qUOI mls~ICO en el modo de pararse en el viento,
planos, aparece otro pájaro, un bicho difícilmente P?~que ~Icho y hecho, ~e puso a levitar delante del
descifrable, ponle un halcón bendito, o el cuervo paJaro sm mover las aJas, y este pájaro había oído
Harry Haley, que aprendió a cantar baladas isa- h.ablar de cosa~ semejantes, lo había oído en histo-
belinas durante la quiebra del Bailey and Barney, n as que le hablan contado los gitanos o García Már-
bueno, ésta era un ave muy sui géneris, le habían en- qlf~z en la farmaci!'l. d~ ~ercedes, porque cualquier
cargado una misión difícilísima , -algo indescriptible, paJaro en su sano JUICIO SI se ponía a volar sin mo-
como para una serie de televisión en el mejor hora- ver las alas se sacaba la cresta, perdonando la pala-
rio, domingo a las ocho de la tarde después de "Mi ~ra, y de rep~nte e~ pajarraco como un kagón cohete
marciano favorito" , imagínense que a este pajarraco mter:planetano. se mflama de debajo de las patas y
le encargan la "Misión Imposible" , algo como para empIeza a deJar la tendalada imagínense que le
Greg Morris y Bárbara Bain y Martín Landau, o brotan .fuegos ,artificiales de d¿nde quiera, qué por
para Diana Rigg, en "Los vengadores", pero ni eso, las oreJas, que por el s.obaco, qué por el hoyo del
a este pajarito compañero le han encargado un far- poto, es ~na voladera Impactante, si uno hubiera
do, de a oídas brillante, es decir si a uno se lo pro- estado alh se quedaba con la boca abierta, el pájaro
pusieran haría lo mismo que el páiaro, es decir, se q~edo con e~ marrueco abierto, era como entrar
aceptaría sin vacilar por 10 exótíco del ar gumento, al Lldo de Pans por una puerta falsa y agarrar el
por el caché internacional que- daría la hazaña, algo mome~to en que se empelota la estrella, era de
como para escribirlo en un libro bueno, algo como aplaudIrlo, pal?-~ra de . honor que el numerito se
"Sinuhé, el Egipcio" de Mika Waltari. algo así, enor- kagaba a Hou~ml (no pIerdan el hilo del relato por-
me, trascendente, en fin , como una de Spil1ane, que esto despues se conecta con el resto), imagínense
bueno este pájaro se entusiasmó de buenas a prime- que en un momen!o dado el pájaro este espianta, se
ras, sin pensarlo dos veces, venía medio carambo- hace humo campanero, y después vuelve a aparecer,
leado con un cognac búlgaro que bebió en un matri- per? doble, tal como suena, es decir el pájaro que
monio rural, algo mareado con los violines y las ~abla antes y o!ro igual al primero, un tour de force,
bordonas de la guitarra, había salido a dar una vuel- 1 ealI?:ente convmcente, de no estar tan concentrado
ta por ahí con el buche emplumado, lleno de tabaco el paJaro .e n cuestión lo habría aplaudido y lo más
el paladar, algo clueco de alas, se puso a orinar bajo gran.d~ VIene a continuación, el pájaro' doble se
un árbol, de lo más conscientemente, a vejiga suelta, r eumfICa, como quien dice, echando un olor a azu-
124 125
•
fre propio del mismo diablo, o carraspea, se acar~cia El viejo carraspeó y se colgó de una rama. Allí
la barba, una especie de pluma de papagayo, y dICe: se puso a balancearse.
-¿Qué te parecería un trabajito para hacerte de -Es un asunto delicado -dijo, mirando para
unos pesos? todas partes. Enseguida sacó un aro, una especie de
hula-hula, y se puso a meneallo alrededor de la cin-
Piense que un pájaro es como cualquiera de nos- tura.
otros; sabe que con plata se compran huevos, avena,
alpiste, gusanillos frescos, y otras cosas sabrosas. -Mira la cuestión que inventé -dijo-o Te lo
pones en la cabeza, y quedas más santo que la cresta.
-¿De qué se trata? -pregunta sacudiéndoselo.
-¿Cómo así? -preguntó el pajarete.
El pájaro se da su tiempo.
El viejo hizo bailar el aro en una pata, lo resbaló
-Necesito que me eches una mano. delicadamente por el pulgar, y duplicando el sol en
-¿Ah, sí? -dijo el pájaro-o ¿Y qué ha escrito las volteretas se lo puso en la cabeza del pájaro. El
usted si puede saberse? avecita, con lo caramboleada que estaba, se sintió
. el descueve .
El pájaro viejo se limpió los dientes con una
ramita de olivo y lo quedó mirando. -¿ You speak english? -dijo el viejo.
-Un best-seller, muchacho. Una vez me cuadru- El pájaro había aprendido el abecedario y con-
pliqué y dicté "El Evangelio". taba one, two, three y gracias. Pero llevado por un
irrefrenable impulso, dijo:
El pájaro chasqueó la lengua de lo más interesado,
pero no quiso pasar por ignorante. -Oh, yeso
-He oído hablar -dijo. -¿Parlez-vous Francais?
-También lo llevaron al cine -dijo el pájaro El pájaro había visto una con Jean Seberg y Mau-
viejo y canoso-o Lo filmó en Hollywood Cecil B. de rice Ronet dirigida por Gary que se llamaba "Los
Mille. pájaros van a morir al Perú" (ad-hoc) y había leído
los textos muralleros de "La imaginación al poder".
-Ah, ya -dijo el pájaro guardándoselo-o Ese Eso era todo, exceptuando alguna vieja y desabrida
está casado con la Taylor. balada de Ives Montand. Sin embargo ha replicado.
-Justamente. Con Mike Toad, será. -Ah,oui.
-Claro. En el pasado. -¿Are you ready? -le preguntó el pájaro viejo.
-Claro. El pájaro se veía de lo más cuma, con la aureola,
_¿ y en qué puedo servirlo? -preguntó el pá- que le llamaban.
jaro. - Yes, yes, yes ---cantó.
126 127
El viejo se sentó en una rama, y desprendiendo un -Yes, yes, yes -cantó el pájaro.
damasco se puso a chuparlo, todo desdentado. -Atención -dijo el pájaro-o José dirá "Aserrín,
-Vas a irte a esta dirección (le extendi? una hoja Aserrín".
de cuaderno Torre Caligrafía) Y me haras un ser- El pajarete, medio caramboleado, se pasó de listo.
vicio.
-Aserrán, aserrán -replicó.
-Got it.
-Tais-toi, imbecile -a dít le vieillard-. Alors
-Te vas a este pueblo y preguntas por un tal tu lui dis: Je suis l'Esprit. The Holy Ghost, ¿got it?
José.
-Ouí.
-José. Go on.
- Eso es todo. El te explicará el resto.
-Vas a verlo, y le presentas esta tarjeta.
El pájaro se ahuachó contra el tronco, y lo miró
-Oh, oui -dijo el pájaro. de reojo.
-Es una carta de recomendación -~ijo. el vie-
¡
-¿ Qué te pasa ahora? -preguntó el viejo.
jo-o Personal e intransferible. Nada de Jugartelo a
los dados, couchon. -¿Cambien? -preguntó el pájaro.
-¿Cómo se le ocurre? Never mind. Don't worry. -Ten dollars, gastos aparte.
Relaxez-vous. Se arrancó las uñas, y echándoles escupito las
-Le dices que vienes de parte mía. transformó en monedas americanas.
-De parte suyo. -Aquí tienes el viático. No te lo juegues en la
taberna.
-Le dices que tú vienes a engendrar a María.
-Yo no juego -dijo el pájaro.
-A engendrar a María. Bien d'accord.
--Tais-toi -a dit le vieillard--. On m'appell'Om-
-Le dices que todo está en orden. Según lo con- niscient. Alors, allez.
venido. El pájaro emprendió vuelo. Voluptuosamente le
-Todo está en orden. mostraba las costillas al sol, y cuando sentía el pe-
llejo tibio, se daba vuelta de campana en el aire para
-Según lo convenido. calentarse la cola. Muy confiado, se puso a tararear
-Según lo convenido. "Bye, bye, black bird" sin advertir a un cazador
norteamericano que le había tomado ojeriza y lo
El viejo lo agarró de una ala. apuntaba con la escopeta.
-Fíjate en el santo y seña. ¿Are you ready? Cualquier espectador se habría percatado que la
128 12!)
bala que le entrara al ave era suficiente para hacerlo -Tú muy clever. Ser muy inteligente y ahorra-
picadillo de los sesos. Pero si sería milagroso el pá- tivo de tus huevas poudridas. Ser un halcón más
jaro, que asimiló la bala. La digirió, como quien económico que un canario, además.
dice, y quiso Dios que kagara la cabeza al cazador
que le había enviado aquel plúmbeo mensaje de fi- En tanto, el pajarito, ignorante de lo que se tra-
nalidad mortal. El norteamer icano fue preso de ira maba, había llegado a la Tierra de José, y bajó en
y de hondo desencanto porque tenía la medalla picada a la barraca. Detrás le vino ese infame hal-
P.S.I.C.O.D.E.L. con una inscripción en oro de con- cón: el gerifalte sacrílego; el mismo que iba a gestar
cha kilate que decía "John Foster: donde pone el el santicidio, sosteniendo a Foster en el lomo.
ojo pone la bala". Así que fue una experiencía trau- El pájaro bajó sobre el barbudo, y pió como pollo:
mática, y siguiendo la huella del ave, valiéndose de
un gerifalte orteguiano (Ref :) le puso galope y -Aserrin, aserrán.
galope y emigró a la Tierra Santa. Este halcón del José abrió dos dedos de la izquierda:
norteamericano era modelo especíal hecho para él
con una placa con su nombre: "John Foster: five -Venceremos.
thousand dollars; regalo de un amigo Nelson", y te-
nía buen pique, bujías nuevas, et vingt chevaux. Dio un revoloteo más.
Además tiraba por el hoyo del poto bombas de co- -Contraseña --mandó.
balto, napal, y huevos putrefactos, que al fundirse
con el aire procreaban aves de rapiña con torvos José se limpió el aserrín de las pestañas.
picos asesinos para abrir a picotazos las tripas de -Aserrín, aserrán.
los rivales.
-Espíritu Santo -dijo el pajarito-o Deus dixit.
Cuando John Foster se puso a la altura del ave Vengo a verte por lo convenido.
bendita, y se disponía a mandarle un cuervo que le
picotease su masa encefálica, el halcón ha levantado José descolgó su delantal y lo puso sobre la silla.
un brazo y con gesto solemne ha atrancado su agu-
jero, de modo qeu no se le escapa ni un simple aire, -Follow me.
et il parlé. 11 a dit: Sobre la arena dibujó un pez grande y tuerto:
- Tú ser inteligente, gringo. No desperdiciar "Ictus", dijo. Luego adelantó dos dedos de la iz-
mías huevas poudridas, con pájarro this. Dejar hue- quierda.
vas poudridas para más adelante. Esperar que pá- -Venceremos.
jaro santo pierda la aureola, y entonces tú ir a me-
terle balo en la aneja. Después aturdirlo con baton . ~aría e~~aba en la pensión oyendo radio, y el
de nobles y ahorcarlo hasta morir un pouco con gan- paJaro le dIJO,9ue se a,costara. Le pasó la aureola, y
cho de finanzas. ¿Digmi Niels Holgerson? entonces le dIJO: "Estas engendrada de Cristo. Ale-
luya". Y se mandó a cambiar para gastarse los
El norteamericano se mascó pensativamente la dollars en una taberna del camino. Al mirarse en el
lengua y dijo: espejo del vestíbulo, advirtió aterrado que tenía una
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...
cruz de ceniza sobre la frenLe. Por mucho que re- encargado una misión dificilísima, algo indecripti-
volviera las plumas, le echara escupo o se la tapase, ble, como para una serie de televisión en el mejor
temblaba como un anuncio de neón. A la salida, horario, domingo a las ocho después de "Mi mar-
John Foster acechaba con un colt 45, y le metió una ciano favorito" y este hombre que ha hecho de
bala doublegum, dos en una, en la encrucijada de la rey en una obra clásica con el caballo en fuego ante
cruz frontal. el etupor del público, se entrega a la otra pantalla
recuerda su infancia, y se le borra la película com~
A consecuencia de este a c:lo de violencia, el pájaro quien dice. '
cayó muerto sin más preámbulo. Foster se descolgó
del halcón (Ref:), y agarró al ave del cogote, mien- (De Desnudo en el tejado, Casa de las Américas,
tras echaba un último aleteo, como de ánima. 1969) .
Foster mandó a embalsamar el pájaro, y se lo
llevó en un avión de la Army a su ciudad natal de
Idaho, donde después de cena, se lo muestra orgu-
lloso a sus amigos.
Ahora bien, esto le pasa al hombre que cuando
niño fue por última vez a la matinée del teatro de
barrio saboreando hasta la indigestion helados de
gustos discernibles, mientras ve una de Gregory Peck
que se le ha acabado el agua y un coyote acarajado
-feazo- le va mordisqueando un cordel que le
mana del estómago. El hombre se aprieta en el
asiento (se hunde se dice) y mete los dedos bajo el
cuello de la camisa para limpiarse la transpiración
que le va diseñando el cuello. En aquel momento se
acuerda de la historia de Harry Haley, que apren-
diera a cantar baladas isabelinas, y que era cuervo.
Fue finalmente rematado en pública subasta en una
de las tantas quiebras de los hermanos Bailey y
Barney. Su destino no podría ser más ignominioso:
se lo saboreó a avanzada edad el gato de la esquina.
Con sus plumas, los chicos de la escuela escriben
composiciones caligráficas y pornografías en los bol-
sones de sus compañeros. Sólo una moción se ha
presentado para elevarle una placa recordatoria en
el local de la Organización Pro-Música Isabelina en
América. Le encuentra entonces cierto parecido con
un ave muy sui géneris, un pájaro al que le habían
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Luisa Valen zuela
~argentina~
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ir hacia atrás, hacia 10 oscuro, Y no hacia esa luz Sobre la repisa de la chimenea las velas verdes
fría que era maléfica. de la invocación a Alirka estaban apagada~ y las
-Pare. Pare. Usted es la muerte, no quiero se).!Uir moscas muertas para las arañas parecían a la expec-
andando -gritaba Leda, y los myos le contestaban tativa. Pero debían olvidar conjuros y juegos de
en el horizonte Y en el llano el croar de las ranas Y brujas. Las furias estaban desatadas y ellas CJuerían
de vez en cuando un lúgubre m.ugido d~ esos to!'os pedir perdón, arrodillarse, rezar. No podian. lJn acto
que parecían de piedra. Los ammales v,!vos no 1m- de contrición para que eso cesara, para que llegara
portan; son los ani.mal~s ml~ertos, carrona, osamen- un día claro como los otros con olor a hierb~s aro-
tas, los que se deJan mvadIr por el mal y.lo res- máticas, lejos de las carcajadas del diablo, de Jas ful-
guardan. Blancos huesos con cuernos que brll~an en gurantes sonrisas de los rayos.
la noche, del otro lado de la tumba, para que Juegue
el demonio. -Basta, no quiero seguir adelante. Yo te con-
juro, muerte. Pará el motor, no quiero oír el rugido
-¡No quiero morir! de los caños de escape. Vade retro, SataIl,ás. El
El hombre se dio vuelta, entonces, y un ~e!ámpa~o viento se me mete adentro, el pelo se me vuelq como
le iluminó la cara como un fogonazo. Br.a p~hdo y ~m si fueran moscas. . . ¡La puta que lo parió, deténgase!
ojos, igual a la calavera que llevaba dIbuJada en la
espalda. -¡Qué tantas supersticiones, cábalas y mon!i:;truos!
¿Qué nos da por creer en estas cosas, ahora? ¿No
-Ya vamos a llegar -aclaró con una voz sin tim- somos normales, acaso? Vamos a acostarnos, no te-
bre. El viento le desfiguró la frase y Leda supo que nemos por qué tener miedo .. . Total, es uIl,a tor-
el infierno estaba cerca. menta como cualquier otra.
Josefina, Antonia. María Carmela. Las tres ovi1la- Pero las tres estaban temblando.
das sobre el sofá de la sala, pe~adas unas contra
otras como esas ranas Que necesitan con"ervar la -No tenemos por qué creer en supercheriéts. So-
humedad a toda costa. Sentían por dentro el. dolor mos mujeres grandes, cultas, civilizadas.
del miedo y querían retener ese poco de cor~)e que
les quedaba. No se habían animado a sal.lr napa y se lo repetían varias veces para poder eD)pezar
cerrar las persianas y en los ventanales brIllaba el a creerlo:
cielo de plomo que cada tanto se degarraba e~ luces -Cultas y civilizadas. Queríamos un talismá,n, era
coloradas como para dejar paso al demomo. No
un juego divertidísimo. Un talismán que nos diera
llovía. todo el poder, es ridículo. Pero no nos vamos a dejar
-Lo quisimos -se lamentó Antonia-. Nos 10 llevar por estas bromas ...
buscamos ...
-Ha llegado la hora de reaccionar, de acabqr con
Hubiera querido decir, 10 provocamos. Provoca- las idioteces.
ron la tormenta, la ira de los elemento, el desencade-
namiento de las fuerzas del mal. -Suprimámoslo todo. Las velas, el espejo. Todo.
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Empezando por ese estúpido amuleto que cuelga -Contanos, Leda. Era fuerte, ¿no?, y a la vez
de la viga del techo. . . Pamplinas. manso y tierno.
- Tirémoslo por la ventana. Total, nosotras no -No sé.
creemos.
-Entonces no podés decir que es tuyo. . . Lo ma-
El viejo ermitaño les había dicho que servía para taron los caballos de Alirka. Tiene la marca de un
detener a los caballos salvajes, para mantenerlos casco en la frente.
junto a la orilla del lago. Esa herradura impedía que
se lanzaran al galope, con el semental negro a la --y a los caballos de Alirka los desbocamos naso
cabeza, en busca de un hombre para aplastarlo con tras. Ellos lo mataron para nosotras. Es nuestro. -
sus cascos. Sin amuleto los caballos, al galope, exi-
gían una muerte. Pero ellas estaban dispuestas a no Esa misma mañana habían encontrado a Leda y
creer en toscas leyendas de serranos. ~l muer!o en el prado frente a la casa, bajo el alga-
rrobo .. Ella estaba llorando, cara a cara contra el
-¡Qué frío es el frío que me trepa por las piernas. <;>tro, sm poder contener los espasmos. Por eso ob-
Húmedo como el escuerzo, y pegajoso. Jetaba:
Leda ya no sabe gritar .Viaje frío y sin fin abra- ,- No. lo abandoné en toda la noche, mientras el
zada a la muerte. bu ha cnstaba desde un árbol. No lo voy a abandonar
ahora. "
Hubo un compás de espera. Habían tirado el amu-
leto y sin saber bien por qué, esperaban. Sobre la , Pero María Carmela y Josefina y Antonia lo que-
chimenea, las agujas del gran reloj se encontraron nan ~ara ellas porque era lo único que tenían en
a las doce y las tres mujeres creyeron oír campa- matena de hombres y más les valía muerto v sin
nadas que no existían. Estaban por suspirar de ali- poder de herirlas: •
vio cuando de golpe un profundo temblor sacudió
las paredes y se oyó a lo lejos el retumbar de los ·.-Fuimos nosotras las que desatamos las furias de
Ahrka.
cascos. Después, nada. O quizás un grito de mujer
anunciando el silencio. - Nosotras, que tiramos la herradura por la ven-
tana.
Las tres se miraron angustiadas, pero en cuanto
pudieron hablar le echaron la culpa a la imaginación . --:::Noso~ras, que sabemos de conjuros y maleficios.
y decidieron irse a dormir. La tormenta se estaba ¡No",otras.
calmando y una por una fueron apareciendo la,:;
estrellas. Cuando por fin brilló la luna ellas no Por. primera vez Leda miró a sus antiguas amigas.
pudieron verla: dormían acurrucadas sobre el sofá Las VlQ negras, desgreñadas, envejecidas. Brujas.
de la sala, bien tapadas con un poncho colorado.
¡Yáyanse!.Las tres como aves de rapiña. Váyanse.
-Es hermoso. ¿ Tenía los ojos grises, no es cierto, ~e]en de baIlar alrededor de mi muerto. Tienen los
y el pelo en remolino? ~]O~ saltones como lechuzas, se le van a salir de las
-No sé. orbItas. Ustedes lo que quieren es saber qué tiene
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Es humano, ahora, aunque se pudra.
adentro. Quieren destriparlQ y reventarlo 'j hurga r.
Pero no las voy a dejar, este muerto es mIO. -¿Y los caballos? -le gritaron las otras. - ¿ Có-
mo explicás lo de los caballos y el signo de la:
Váyanse, perros husmeadores, asq~erosos: Pája~?s herradura?
negros, de rapiña, Este cuerpo es mIO, a mI t(~.mbI€n
se me desencaja la boca y se me saltan los OJos. Yo -Los caballos vinieron depués, atraídos por el
también quiero destriparlo y ver. qué tiene ,ade~tro; olor de la agonía, por el alma que se iba. Pero a este
es mejor que sorberles el alma mIentras estan VI~OS, hombre lo ahorqué yo, con mi propio pañuelo. ¡Es
es mejor que tratar de quebrarles. l~ voluntad. MIen- mío!
tras están vivos sólo se puede adIvmar, no se puede
ver ni palpar. Sólo herir con palabra~, romper cap~s Las otras tres mujeres retrocedieron: estaban
de afuera. . . Pero ahora lo tengo aSI, muerto a mIS frente a una muerte que había sido deliberada, la
pies, rendido. Puedo abrirlo con un cuchillo y tener magia ya no entraba en juego. Había habido asesi-
por fin un hombre, la profundidad de un ,hombre .al nato, y un asesinato colmaba todas las medidas. De
alcance de mi mano. Quiero tantear sus VIsceras VIS- golpe volvieron a recordar la ciudad, las leyes, los
cosas, cálidas, huidizas; sólo para mí. Que ella,s nt o lo castigos. Pensaron sobre todo en ese hombre que
miren no lo toquen. Podría dejarlo como esta, am- debió ser hermoso en vida, y fuerte, y tierno.
bién ~l sol durante días para que se hinche, se hinche
y re~ente y saque a relucir sus preciosos colores .Y -¡Asesina! -le gritaron. Y quisieron insultarla.
las moscas tornasoladas se lo traguen y su propIo Ya no existía Alirka. Sólo Leda, que debía asumir
olor caliente lo acompañe como una presencia. Pero
las otras están aquí, lo quieren para ellas, se lo comen su castigo, pagar por su crimen. La justicia debía to-
con los ojos, se les hace agua la boca. marla en sus manos y cobrarle esa muerte como era
debido. Es extraño cómo se vuelve a la realidad en
-Es nuestro -gritaban-o Lo mató Alirka para medio de los grandes conflictos: habría que llevarla
nosotras, es nuestro ... hasta el pueblo más cercano, dar parte a la policía,
Leda se dio cuenta de que debía confesar para entregarla. Entre las tres podrían dominarla sin es-
fuerzo.
recuperarlo:
-No es de ustedes, es mío. Yo lo maté y nadie va Cuchicheaban sus planes mientras Leda, absorta
a poder quitármelo: lo ahorqué con mi largo pa~ frente al muerto, no las escuchaba. Cuchichearon
ñuelo de muselina. Se lo pasé por el cuello y aprete hasta que un extraño brillo apareció en los ojos de
fuerte hasta que no pude más y él no supo defenderse. Antonia, que murmuró:
Era la muerte, por eso lo maté. Paró la moto allí, en
la oscuridad, y me dijo que habíamos llegado. Todo -Dice que lo ha ahorcado ...
era negro y quieto y rumoroso. Había olor a azu~re, Josefina siguió la frase:
Me había llevado al infierno, quería acabar conmIgo,
y yo no quería morir. Vivo era la. muerte, les ase- - y a los pies del ahorcado crece siempre la raíz
guro, con su campera negra y sus oJos co~o cuer:cas en forma de hombre, que chilla cuando la arran-
vacías que no podían ver. Ahora lo devolvl a la VIda.
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can, que encierra en sí toda la magia.
y María Carmela:
-Es la mandrágora. Es el talismán que nos
manda Alirka ...
-Está bajo el algarrobo ...
-¡Vamos a buscarlo!
(De Los heréticos, Paidós, 1967)
In d e e
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El venado, por Arturo Uslar Pietri . . . . . . . . . 89
Alirka, la de los caballos, por Luisa Valenzuela 135 Zoo en cuarta dimensión, primera edición de 3,000
ejemplares más sobrantes para reposición, se
terminó de imprimir ellO de abril de 1973,
en los talleres de Impresora de Industria
y Comercio, S. A., Lucas Alamán
138, México 8, D. F.
Portada de Leticia Galaviz y José Serrato.
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