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En el segundo film, Lucrecia Martel pone al sonido en el centro y lo vuelve incluso uno de los

protagonistas. Las articulaciones deudoras de la música concreta que estaban presentes en La


ciénaga ahora se vuelven más abruptas y evidentes. La apertura con una melodía religiosa y la
presencia extraña del theremin en las secuencias de la calle hacen que el sonido sea un elemento
protagónico y nos invita a pensar en él. Esto se suma al congreso de otorrinolaringólogos y al
padecimiento auditivo del personaje de Mercedes Morán, quien dice percibir acúfenos.

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