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Sumario
Puede decirse, en efecto, que sólo a finales del siglo XVIII la filosofía se
libera académicamente de su condición de "sierva de la teología", a la vez que,
de un modo prácticamente simultáneo o consecutivo, experimenta los efectos
de la crítica kantiana, efectos éstos que son los que van determinar en
adelante, de un modo ya prácticamente irreversible, ese estado suyo de crisis
metafilosófica acentuada respecto de su validez, significado y alcance. Muy
esquemáticamente, puede decirse que la crítica kantiana tuvo el efecto de
introducir una fisura irremontable (al menos dentro del propio planteamiento
kantiano) entre el conocimiento que se reconoce como efectivamente posible -
esto es, el conocimiento científico en cuanto que conocimiento confinado a los
límites de la experiencia - y aquellas otras cuestiones que, no obstante su
carácter trascendente respecto de dicho efectivo conocimiento empíricamente
confinado, no podrán sin embargo dejar de ocupar "eternamente" la conciencia
humana -esto es, el juego antinómico de la razón respecto de las grandes
ideas ("Dios", "alma" y "mundo") que precisamente podrían ocupar a la filosofía
clásica precedente incluso en cuanto que liberada de la teología -, unas
cuestiones éstas que, a su vez, y según Kant, no dejarían de responder a las
dos preguntas "prácticas" que, junto con la pregunta "teórica" fundamental
("¿que puedo conocer?"), ocupan constitutivamente a la conciencia humana (o
sea, "¿qué debo hacer?" y "¿qué me es dado esperar?"). Inexorablemente,
semejante fisura situará, a partir de ahora, a la filosofía en una condición de
crisis respecto de sus propias pretensiones -clásicas y autónomas de la
teología - de ser, a la par, un saber teórico, de carácter general o totalizador y
último (o primero), y capaz a su vez de orientar, desde dicha condición suya de
saber teórico general y último, el sentido de la vida o de la acción humanas.
A su vez, sobre la crítica kantiana vino a actuar, durante el siglo XIX, lo que
podemos considerar como la crítica marxista de la filosofía, que percibió a ésta
desde el costado de su naturaleza y su función ideológicas, esto es, como una
forma de falsa conciencia encubridora a la vez que legitimadora de los
intereses sociales dominantes de una sociedad estructuralmente fracturada, y
ello sin dejar de apreciar nunca la validez cognoscitiva de los efectivos saberes
positivos, entendidos éstos como una forma de desarrollo del trabajo humano
especializado. Puede decirse, pues, que la crítica marxista de la filosofía como
ideología a la vez que su apreciación de la validez cognoscitiva de los saberes
positivos pudo confluir, al menos en ciertos respectos esenciales, con la crítica
kantiana que había establecido una fisura entre los saberes (teóricos) efectivos
en cuanto que empíricamente posibles y las cuestiones (prácticas) que, no
obstante su carácter extraempírico, constituirían necesariamente la conciencia
humana: pues la cuestión es, precisamente, que sería la pretensión de la
filosofía tradicional de ser un saber teórico general y último (o primero) capaz
de determinar la acción humana, o sea, ese saber que en sus pretensiones
teóricas había quedado invalidado por la crítica kantiana -no obstante haber
reconocido el carácter constitutivo o eterno de la conciencia humana (práctica)
de semejantes cuestiones teóricamente irresolubles -, aquel que justamente
venía a ser críticamente diagnosticado como ideológico (encubridor y
legitimador de intereses) por la crítica marxista. De este modo, ambas críticas,
la kantiana y la marxista, venían a confluir en ciertos respectos esenciales por
lo que toca a agudizar la crisis metafilosófica sobre la validez (teórico-
cognoscitiva) y el alcance (práctico: orientador de la acción humana) de la
filosofía tradicional autónoma de la teología.
En 1968 Manuel Sacristán publica un breve opúsculo (Sacristán, op. cit.) cuyo
trasfondo, alcance y significado eran notables. El trasfondo de la perspectiva de
Sacristán lo constituye sin duda la crítica kantiana que había confinado el
verdadero conocimiento posible a los límites de la experiencia a la vez que
había invalidado las pretensiones cognoscitivas (teóricas) de las cuestiones
que afectarían constitutivamente a la conciencia humana (práctica),
interpretando a su vez dicha crítica kantiana del conocimiento en una clave
decididamente analítico-positivista, lo cual supone decantarse por una
apreciación positiva de la filosofía pero sólo en cuanto que reducida a reflexión
(a la postre, metodológica) sobre los saberes positivos efectivos generada a
partir del efectivo desarrollo de dichos saberes, a la vez que implica un rechazo
radical de la filosofía entendida como una pretensión de conocimiento
sustantivo - esto es, con contenidos temáticos propios - que quisiera ir más allá
de dichos límites empíricos o positivos. Asimismo, a esta lectura analítico-
positivista de la crítica kantiana Sacristán adjuntará una interpretación de la
crítica marxista de la filosofía como ideología (que encubre a la vez que
legitima intereses sociales de una sociedad escindida) desde las mismas
claves analítico-positivistas mediante las que ha leído la crítica kantiana, lo cual
implicará, por un lado, que la crítica marxista no podrá dejar de ser vista sino
como resultado de un conocimiento él mismo positivo o científico, de tipo
histórico-sociológico, a la vez que, de otro lado, se identificará esa filosofía que
la crítica marxista percibe como ideología con aquellas cuestiones
especulativas de la razón (en último término práctica) cuya pretendida validez
cognosctiva (o teórica) ya Kant había invalidado como algo irresoluble.
Ahora bien, ninguna de las dos razones a las que Sacristán ha aludido para
entender la presencia de la Filosofía como especialidad académica - a saber,
"la persistencia de las eternas necesidades ideológicas y la tenacidad de las
instituciones burocráticas", o sea, la usurpación por parte de dicho gremio
burocráticamente tenaz de aquellas necesidades -serían suficientes, según el
propio Sacristán, para "justificar" la "persistencia" de dicha especialidad - de la
"filosofía licenciada"-. Puesto que, según argumenta Sacristán, por un lado, y
como una "cuestión de hecho", aquellas necesidades ideológico-especulativas
ya tendrían su cumplido curso por fuera del ámbito de la academia, de un modo
ambiental (o "mundano", podríamos decir siguiendo la expresión que luego
usará Bueno), de modo que no hay razón para que la satisfacción de dichas
necesidades deba quedar "monopolizada" por gremio académico alguno; pero
es que, además, y por otro lado, continúa el argumento de Sacristán, la
academia ya dispone, "después de doscientos años de crítica", de razones
críticas suficientes como para estar en condiciones de estimar, "en una región
intermedia entre el hecho y el derecho" - se nos dice -, que dichas
"necesidades ideológicas", siquiera en cuanto que cultura académica "han
caducado ya de derecho". Naturalmente, esta crítica a la que Sacristán apela
nos remite a la crítica de la validez cognoscitiva de dichas "necesidades
especulativo-ideológicas" , crítica de raíz kantiana leída en clave analítico-
positivista, así como a la crítica marxista del carácter ideológico de las mismas,
y lo que Sacristán quiere hacer valer apelando a dicha crítica es que ella nos
habría puesto ya, de un modo suficiente, en condiciones de poder desestimar,
al menos en el ámbito de la cultura académica, si quiera el derecho a que
semejantes "necesidades especulativo ideológicas" ocupen algún lugar
académico especializado. Sacristán no deja, desde luego, de reconocer que
semejante crítica académica no implica que dichas "necesidades" vayan a
dejar de seguir funcionando en el ámbito extra-académico (mundano), en el
ambiente social mismo, puesto que dicho funcionamiento va ligado a
condiciones sociales cuya transformación no se sigue desde luego
inmediatamente de aquella crítica académica, pero que lo pretende argumentar
es que si, por una lado, dichas necesidades ya siguen su curso social
ambiental al margen de la academia, y , por otro lado, ya hay razones
académicas críticas para desestimar el derecho a la presencia de dichas
"necesidades" en la propia academia, no se ve entonces la razón por la que
habría de persistir un gremio académico cuya persistencia no proviene sino de
explotar, en beneficio propio, o sea, de su pretendida especialidad académica,
aquellas necesidades.
Ahora bien, Sacristán no deja de preguntarse cuáles podrían ser las pérdidas,
acaso de algún interés, que dicha supresión pudiera acarrear, y se responde
apuntando a dos posibles. Una de ellas sería el saber historiográfico
endogremial del propio gremio filosófico, esto es, su propia tradición artesanal
de ideas, que sería, a la postre, según Sacristán, todo lo que al licenciado en
Filosofía se le enseña y lo que éste aprende en su licenciatura. Pero Sacristán,
en coherencia con su propio planteamiento, no puede otorgar valor
cognoscitivo propio ("valor sustantivo") a dicha tradición artesanal, sino que en
todo caso le reconocerá un valor derivado o mediato ("por razones adjetivas",
nos dirá), en cuanto que testimonio cultural ideológico que nos pone, a su
través, en presencia de "otras cosas" - se supone que en presencia de la vida
social que se expresaba a la par que se encubría y legitimaba mediante los
productos filosóficos de la tradición -. Sólo, pues, como producto cultural, y en
cuanto que testimonio ideológico de "otras cosas", de la vida social que a
través suyo ideológicamente se expresaba, podrá tener interés el estudio
histórico-crítico de semejantes productos. Pero hay otra posible pérdida, que
tiene que ver con la concepción de la filosofía que Sacristán sí aprecia
positivamente en cuanto que reflexión generada a partir de cada especialidad
positiva particular, y que consiste en el hecho de que al suprimirse las
licenciaturas en Filosofía pudiera acaso con ello perderse la posibilidad de que
exista algún "centro" universitario en el que pudiera tener lugar "la articulación
del filosofar de científicos, artistas o profesionales", esto es, la articulación de la
tarea de reflexión generada a partir de las efectivas especialidades particulares
que Sacristán extiende, además de a los científicos, a los profesionales o
tecnólogos, y a los artistas. Ahora bien, en coherencia con las posiciones de
nuestro autor, si dicha tarea articuladora puede tener lugar bajo la actual forma
académico-administrativa de los estudios de licenciatura en Filosofía, ello habrá
de ser de forma accidental o casual y nunca consistente - más bien como
resultado de valiosas iniciativas particulares que como efecto de la
organización administrativo-académica como tal . De aquí que el interés por
salvar de la pérdida tanto a los estudios histórico-críticos sobre los productos
culturales ideológico-filosóficos como a la tarea de semejante articulación del
genuino filosofar de los verdaderos especialistas, lejos de coincidir con la
permanencia de los estudios de Filosofía como licenciatura, sólo pueda quedar
garantizado precisamente mediante la propuesta positiva que Sacristán va
hacer acompañando indisociablemente a su propuesta abolicionista.
Por lo demás, Sacristán no espera que sus dos propuestas combinadas vayan
a generar por sí mismas, y de un modo directo y positivo, un cambio
generalizado en la mentalidad del conjunto de la comunidad universitaria, en el
sentido de inducir positivamente a todos sus miembros una motivación por la
actividad filosófica reflexivo-crítica (tal y como él la entiende). Apelando a un
"ilustrado respeto por la gente", y en este caso por los universitarios, y
contando con que no es razonable esperar de todos ellos "la motivación
filosófica auténtica que acompaña a la práctica racional", concibe su propia
propuesta como queriendo y pudiendo tener tan sólo efectos negativos -
"emancipadores" o "liberatorios"- , por la mediación de los cuales, eso sí, cabe
esperar una libre tendencia a la expansión de la "motivación filosófica
auténtica" entre los especialistas universitarios. Se trata, como él dice, tan sólo
de "suprimir obstáculos", precisamente esos obstáculos que genera la
persistencia de la filosofía como especialidad licenciada, que son los
responsables de que se reproduzca o "sancione" esa característica "escisión"
de la conciencia que suele darse tanto en los filósofos tradicionales como en
los propios especialistas "entre el conocimiento real y la reflexión filosófica", o
sea, entre el conocimiento especializado efectivo y sin embargo acríticamente
ciego a sus posibilidades de autorreflexión y ese presunto saber superior e
independiente con respecto a dichos conocimientos efectivos. Suprimidos los
obstáculos que sancionan semejante escisión de la cultura y de la conciencia,
es de esperar que, de un modo mediato, no directo, dicha remoción vaya
facilitando el acceso de los verdaderos especialistas a la reflexión crítica sobre
sus propios saberes en que consiste la verdadera filosofía. Se trata, en
definitiva, una medida crítico-ilustrada de "higiene" cultural; de aquí que
Sacristán ni siquiera pretenda que por ley deban crearse en todas las
Universidades dichos Institutos, sino sólo que la ley permita que puedan
crearse por la iniciativa de cada Universidad que así lo pueda considerar
oportuno.
Por lo que toca a la crítica kantiana, ya dijimos que esta podía ser interpretada
al menos en dos direcciones significativamente opuestas: o bien poniendo el
énfasis en la confinación empírica o positiva del conocimiento posible,
relegando por tanto a un lugar secundario el hecho de que Kant reconociera
que las cuestiones especulativas de la razón, no obstante ser cognoscitiva o
teóricamente irresolubles, no dejarían nunca de ocupar a la conciencia humana
práctica, o bien resaltando el hecho de que, no obstante ser teóricamente
irresolubles dichas cuestiones, ellas responden precisamente a las exigencias
de la razón formuladas por las dos preguntas prácticas: "¿qué debo hacer? y
¿qué me es dado esperar". Sacristán se orienta decididamente por la primera
lectura, dadas sus claves analítico-positivistas, de aquí que solo pueda
entender a su vez la crítica marxista de la filosofía como ideología en clave
asimismo analítico-positivista, o sea, como crítica que resultaría de un
conocimiento asimismo meramente positivo y particular de tipo histórico-social.
Mas con ello Sacristán está privándose de alcanzar a comprender el significado
- crucial - que tiene el hecho de que esas funciones ideológicas (de expresión
encubierta y legitimadora de la sociedad escindida) detectadas por Marx en la
filosofía tienen lugar precisamente a través de la filosofía, o sea, y
precisamente, a través de la forma de esas kantianas cuestiones especulativas
de la razón que a su vez no dejan de afectar esencialmente a la acción
humana, es decir, bajo la forma de una totalización universal que implica,
comporta o afecta decisivamente a la acción humana. Según esto, el único
modo de remontar, a su vez, la fisura introducida por la crítica kantiana - entre
el carácter teóricamente irresoluble de las cuestiones especulativas de la razón
(en último término práctica) y el carácter empírico o positivo de los
conocimientos particulares -, es decir, de algún modo de resolver críticamente
dichas cuestiones en el sentido de realizar la crítica (filosófica) de su propio
carácter ideológico en cuanto que cuestiones filosóficas inesquivables, y ello
sin dejar de contar con la crítica kantiana, o sea, sin hacerlo de espaldas a los
conocimientos positivos particulares ya dados, sería entender a dicha
totalización universal no ya, como en Kant, de un modo abstracto especulativo,
sino como el proceso histórico-social mismo de la acción humana (o a la
recíproca: entender la práctica humana social como aquel proceso histórico
cuya forma de desenvolvimiento es precisamente la de una totalización
universal procesual), de modo que la crítica (filosófica) del carácter ideológico
que las cuestiones filosóficas inevitablemente comportan tendría lugar,
procesualmente, a través del desenvolvimiento mismo de las contradicciones -
pensadas por Kant como antinomias especulativas - mediante las que
semejante totalización universal se desenvuelve, y, en el límite, mediante la
superación o reconciliación de dichas contradicciones. En el límite, pues, la
"superación de la filosofía" - la superación de la filosofía como inevitable o
necesaria ideología - sólo podría tener lugar mediante su propia realización, es
decir, mediante la realización histórico-social de la superación de las
contradicciones a través de las que se desenvolvía semejante proceso de
totalización universal. Aquel límite, ciertamente, respecto del que podría llegar
a decirse, no sólo, retrospectivamente en cada "momento", que todo lo real ha
sido racional, sino también, y precisamente, que esto ha podido ser así sólo y
justamente en la medida en que todo lo racional ha podido llegar a ser real.
Una crítica ésta que, como decimos, tampoco deberá entenderse como ajena a
la crítica kantiana, es decir, como si pudiese proceder de espaldas a los
conocimientos positivos particulares efectivos, pero que en modo alguno
consiste o se reduce a la mera "suma abstracta" de todos ellos, puesto que
tiene precisamente lugar a través de todos ellos, bien entendido que dicho
"través" consiste justamente en las contradicciones (sociales) que, en cada
momento concreto del proceso, adoptan siempre la forma de aquella
totalización universal -procesual e internamente contradictoria -.
Pues bien: Lo que primero que acaso haya que decir es que Bueno no deja, de
entrada, de hacerse cargo de la singular dificultad que plantea el hecho de que
siendo la filosofía, en un sentido que él no deja de constatar, una tarea
dispersa en el medio ambiente social en general, en cuanto que actividad
"mundana" de filosofar - actividad que llegará a generarse por las razones
determinadas que luego se verán -, no por eso haya dejado de cristalizar
asimismo como un "oficio" u "ocupación profesional", "académico", que de
algún modo tendría su propio "campo especializado", con su propia "tradición
gremial", como "un aspecto más dentro del conjunto de la cultura".
Ésta es, en efecto, para Bueno, el tipo de sociedad que, por su estructura
lógica (material) misma, va a ser la fuente formal del despliegue de la reflexión
filosófica. Y ello será así porque se entiende que no hemos de asumir la
"hipótesis confortable" de la "armonía mutua", ni por lo que respecta a la
acumulación de los saberes positivos especializados en esta nueva sociedad,
ni por lo que respecta al "encuentro" entre las sociedades de las que brota la
sociedad universal, sino, antes al contrario, el reconocimiento del
enfrentamiento, del contraste o de las contradicciones mutuas, tanto entre
sociedades que dan lugar a la sociedad universal como, dentro de este marco,
entre los propios saberes positivos especializados de la sociedad resultante.
Una vez que Bueno ha demostrado de este modo la "posibilidad gnoseológica "
de la filosofía - en realidad, como él mismo dice, su "inevitabilidad"
gnoseológica, dado el tipo de sociedad que la genera -, lo primero que no
dejará de reconocer es su necesaria presencia como filosofía "mundana"
(traduciendo de este modo el concepto kantiano de "filosofía cósmica"): la
"sabiduría filosófica" no podrá, en efecto, dejar de extenderse de un modo
disperso por el tejido de la sociedad "universal", siquiera sea desde el momento
en que dicho tejido incluye continuamente las situaciones en las que unos
oficios o saberes particulares deberán reajustarse mutuamente con otros
oficios o saberes, así como que unas tradiciones, intereses o instituciones
sociales deberán asimismo reajustarse con otras en el proceso ilimitado de la
sociedad universal. Y Bueno reconoce que dicha "filosofía mundana" será
siempre a fin de cuentas "la legisladora de la razón". Pero no por ello, piensa
Bueno, cabe dejar de constatar o señalar - siguiendo un método, nos dice, a la
postre "denotativo" - la progresiva acumulación histórica de los "métodos"
(dialéctico-críticos) de la filosofía, reunidos institucionalmente de un modo
"académico", esto es, debiendo recurrir sistemáticamente a su "propia
disciplina" - una disciplina, se nos dice, "científica", aun cuando con ello no
quiera indicarse que ella quede reducida o confinada a ninguna ciencia efectiva
en particular, sino que más bien nos estamos refiriendo a la obligada
recurrencia sistemática a su propia disciplina metodológica crítico-dialéctica, y
ello sin dejar de reconocer que el desarrollo especializado de los saberes, y
entre ellos las ciencias, hace que dicha disciplina deba estar al tanto de la
complejidad de esos saberes entre los que inevitablemente
(trascendentalmente) ha de moverse -. Así pues, "académico", en Bueno
(expresión que resulta a su vez de traducir el concepto de filosofía "escolástica"
de Kant), quiere referirse, antes que a ninguna circunscripción institucional
determinada - por ejemplo, las universidades, medievales o modernas o
contemporáneas -, a esa obligada acumulación sistemática de los métodos
dialéctico-críticos que exigiría inevitablemente un trato cada vez más
crecientemente disciplinado de los mismos: razón por la cual podría
comprenderse la efectiva presencia de una tarea, la del "filósofo académico",
que, sin perjuicio de tratar con un "material sustantivo" de alcance universal-
trascendental, como son las "ideas" filosóficas, no dejaría sin embargo de verse
confinada a los límites de un oficio especializado, especialidad determinada
precisamente por ese obligado trato crecientemente disciplinado de dichas
ideas transcendentales. De este modo, y sin dejar de reconocer que la filosofía
"mundana" "legisla" siempre la razón filosófica - por tanto, también la propia
razón del filósofo académico -, el filósofo "académico" no obstante se generaría
como un "artesano" o "artista" de esa misma razón.
(De este modo, por cierto, Bueno se está pudiendo ganar últimamente - a
nuestro juicio de un modo objetivamente sofístico - la aquiescencia de muchos
de aquellos que, sin haber dejado de estudiar filosofía en la universidad, y
habiendo sido desplazados, por diversas razones, bien del trabajo universitario
a la enseñanza secundaria, o bien de cualquier trabajo docente, universitario o
secundario, al mundo laboral no docente - o al paro -, puede que tiendan a ver
en estas últimas posiciones de Bueno una "valiente" denuncia de los muchos
males y carencias que sin duda afectan a la actual enseñanza universitaria de
la filosofía, o también a la actual enseñanza secundaria. Pero lo que
convendría es no confundir lo que puede ser una análisis sociológico correcto
del actual estado de la enseñanza universitaria, o también secundaria, de la
filosofía - relativo a las miserias múltiples de dicha enseñanza, unas miserias
que ciertamente implican que suelan ser, por lo general, precisamente los
mejores los que queden expulsados de dicha enseñanza -, con lo que sin
embargo ya sería un reduccionismo sociologista del problema (meta)filosófico
en cuestión, si es que no se es capaz en efecto de advertir el desnivel o
desajuste que las últimas posiciones de Bueno implican respecto de las
primeras: pues mientras Bueno, en efecto, no nos explicite en qué otros lugares
distintos de los universitarios puede estar actualmente funcionando la dialéctica
entre la crítica dialéctica de la metafísica y esta propia metafísica, en cuanto
que dicho funcionamiento constituye la sustancia misma de la propia tradición
académica, Bueno está, como decíamos, objetivamente dislocando sus propias
posiciones iniciales, en cuanto que está "borrando", del ámbito académico que
sin embargo pretende seguir defendiendo, las fuentes metafísicas que, en
cuanto que coagulaciones de la dialéctica, deberían alimentar, asimismo
académicamente, dicha crítica dialéctica académica, y de este modo está
arrojando directamente dichas fuentes metafísicas de alimentación de la crítica
dialéctica académica al ámbito de la filosofía mundana misma).
Esto es, pues, y esto es exactamente, lo que está detrás de las últimas críticas
de Bueno al carácter académicamente irrelevante de la actual filosofía
universitaria: su defensa de la Hispanidad como sociedad universal, la cual
defensa es la que justamente ha quedado al parecer desnuda de toda clase de
arropo académico (dogmático) - al menos mencionado -. Extremo éste que
conviene advertir, siquiera sea para que aquellos que puedan tomar partido por
sus actuales posiciones sobre la filosofía universitaria y la filosofía académica
sepan cuál es el partido que están tomando.
Por lo demás, es preciso señalar que la actual defensa de Bueno del carácter
universal de la sociedad hispana no es, de ningún modo, al menos como
cuestión de principio, frente a lo que acaso ingenuamente se pudiera creer,
incoherente con la defensa que en su momento hizo del carácter universal de
la Unión Soviética. Pues Bueno defiende el carácter universal de la actual
sociedad hispana en cuanto que está concibiendo a dicha sociedad como
heredera de lo que a su vez siempre habría concebido como la "traslación de
Imperios universales" cuya cadena, comenzando con el Imperio
grecomacedónico, hubiera continuado en el Imperio romano, y a su vez en la
Iglesia católica romana y por fin en el Imperio españolo católico (medieval y
moderno) del cual precisamente sería heredera la actual sociedad hispana. En
este sentido, es fundamental advertir que su compromiso con la Unión
Soviética no tuvo otro sentido sino el del compromiso con una ramificación muy
determinada (a saber, el Moscú de la Rusia Imperial como la "tercera Roma")
de dicha cadena de Imperios Universales en la que Bueno siempre reconoció el
curso de la sociedad (y de la historia) universal - de aquí su compromiso
(crítico), precisa y específicamente, con el estalinismo, al cual pudo percibir, en
muy buena medida porque así fue como el propio estalinismo se autoconcibió
sobre todo a raíz de la segunda guerra mundial, como el heredero de la Rusia
imperial histórica -. Para Bueno, entonces, hubiera sido acompasada con dicha
cadena de Imperios Universales como se hubiera ido desarrollando la vida
misma dialéctica de la filosofía académica (como crítica dialéctica de sus
momentos metafísico-dogmáticos), como un medio necesario, como decíamos,
para mantener erguido el proyecto universal de dicho proceso, una tradición
académica ésta que Bueno entiende que estaría en la actualidad mantenida y
proseguida por su propia filosofía en cuanto que precisamente comprometida
con el carácter universal de la sociedad hispana.
La idea central que nos parece preciso hacer valer es ésta: que la propia
concepción imperial de la sociedad (o la historia) universal, mediante la
cual Bueno ha pretendido asumir y desarrollar la metodología dialéctico-
crítica de la tradición hegeliano-marxista en una dirección infinitista -
buscando desactivar de este modo la resolución finalista metafísica que
obraría aún en dicha tradición-, lejos de hacer posible dicho desarrollo
infinista, precisamente bloquea lógicamente dicho desarrollo, el cual sin
embargo sólo sería lógicamente posible recuperando, de cierto modo, la
concepción marxista de la sociedad y de la historia universales en
términos de "contradicciones sociales de producción".
Y nos parece, en efecto, que es dicho "rodaje" (de los usos dialéctico-
críticos recurrentes), en cuanto que susceptible de funcionar
objetivamente al servicio de cada (nueva) ideología dominante, en lo que
justamente va a consistir, en principio, la generación de lo que podemos
considerar como la "filosofía académica". Pues esta última - como en
efecto ha percibido Bueno desde sus coordenadas - va resultando sin
duda de la progresiva acumulación tradicional de los usos dialécticos, y
por consiguiente con el progresivo trato experto de los mismos que va
derivándose de dicha acumulación, así como con el mantenimiento
intencional de dicha tradición. Ahora bien, lo que aquí se propone es que
son precisamente dicha acumulación o rodaje y dicho trato experto de
los métodos dialécticos (resultantes, en principio, de la crítica dialéctica
entre las ideologías) aquellos que precisamente van haciendo posible la
trasmutación del uso o de la función objetivos de la dialéctica en el
sentido de ser ésta usada al servicio de la legitimación ideológica de las
hegemonías establecidas. En otras palabras: que desde el momento en
que los Estados se ven envueltos por el rodaje de la dialéctica incesante
entre la crítica dialéctica de las ideologías y la reapropiación por dichas
ideologías de aquella crítica, son las propias hegemonías las que
comenzarán a poder disponer, y en esta medida de hecho a utilizar, los
usos progresivamente expertos de la dialéctica al servicio ideológico de
la preservación de sus propios intereses, en el cual uso experto de la
dialéctica ideológicamente interesado comienza a consistir en principio
la propia filosofía "académica" (con independencia de sus diversas
formas positivas de institucionalización). Serán, pues, las propias
hegemonías en cada momento establecidas aquellas que deberán
comenzar a promover el cuidado y el uso experto de la dialéctica en
cuanto que ideológicamente interesada como un medio imprescindible
de la preservación de su propia dominación (de la legitimación de su
dominio) y por tanto a promover alguna forma de institucionalización de
dicho uso experto como mediación necesaria de sus actos de gobierno.
En este sentido, será la propia filosofía mundana, en cuanto que
necesitada siempre directamente por la actividad política, la que a su
vez comenzará a verse necesaria e inexorablemente auxiliada, y por
tanto moldeada, por aquella filosofía académica, y ello sin perjuicio de
que sea la práctica política la que una y otra vez actué como fuente
renovada de nuevas experiencias filosófico-mundanas que a su vez
serán eventualmente incorporadas al acerbo de la filosofía académica.
Pues, en efecto, el carácter finito del territorio hará que dichas civilizaciones,
cada una de ellas en expansión según la dinámica indicada, acaben antes o
después encontrándose, y de nuevo enfrentándose mutuamente,
reproduciéndose una vez más, a una nueva escala ampliada, la misma
dinámica histórico-política según la cual las formas y la dinámica de los
conflictos internos de cada bloque socio-político, a su escala, se realimentan o
conjugan con la potencia expansiva de cada bloque en su pugna con otros
bloques por extender su dominio sobre "terceros". De este modo, podrán
formarse sin duda nuevas alianzas entre civilizaciones inicialmente
enfrentadas, dando lugar a bloques (supra)civilizatorios más amplios y
complejos en la medida en que se mantengan en principio disponibles nuevos
"terceros" escalones socio-territoriales que dominar comunes a dichos nuevos
bloques.
Pues bien: va a ser bajo la presión de semejante estado de cosas como las
civilizaciones van a incorporar un mecanismo ideológico completamente
característico, como es precisamente el de autoconcebirse y proyectarse como
Imperios. Pues la idea de Imperio supone, en efecto, desarrollar la idea del
proyecto universal que cada una de estas civilizaciones ya albergaba, pero
ahora en el sentido de incorporar el carácter de "unicidad" a dicho proyecto de
universalidad frente a cualesquiera otros posibles, o sea, supone tomar el
propio proyecto de universalidad en curso como universalmente ampliable, sin
limitación alguna posible, frente a cualesquiera otros posibles proyectos de
universalidad de cualesquiera otras civilizaciones.
Con todo, y ésta es la cuestión, la fuerza y la figura que dicha crítica dialéctica
(asimismo académica) pueda tomar, en cuanto que necesariamente
acompasada con las propias transformaciones que puedan ir adoptando, para
cada sociedad de referencia, las relaciones conjugadas entre los conflictos intra
e intercivilizatorios, no alcanzará una dimensión y una plenitud mínimas (y por
tanto una genuina conciencia crítica retrospectiva mínimamente fraguada del
carácter metafísico-ideológico del formato básico de toda la filosofía académica
anterior) hasta que dichos conflictos mutuamente conjugados no hayan
quedado resituados a una escala ya definitivamente universal, cosa ésta que
sólo comenzará a poder ocurrir, como ya apuntábamos, justamente a partir de
la forma industrial contemporánea de producción. Se nos podrá entonces
comenzar a hacer comprensible el sentido y el alcance de esa crisis
metafilosófica permanente que hemos visto que viene experimentando la
filosofía académica precisamente a partir y durante los dos últimos siglos en los
cuales ha tenido lugar la irreversible extensión universal en cuanto que
planetaria de esa forma a su vez universal de producción que es la producción
industrial. Pues dicha crisis, en efecto, no puede sino ser vista como la
creciente conciencia crítica del carácter prioritaria e inevitablemente metafísico
e ideológico de la totalidad de las variedades o modulaciones históricas de la
filosofía académica tradicional, una conciencia crítica precisamente posibilitada
por las nuevas condiciones históricas abiertas por la irreversible extensión
universal o planetaria de la nueva forma universal de producción industrial. En
este sentido, y sin perjuicio de la importancia, a este mismo respecto crítico, de
otras corrientes filosóficas críticas contemporáneas que obran una dirección en
cierto modo afín - en general, todas aquellas que inscriben en la órbita de la
crítica de la "falsa conciencia"-, se hace inevitable destacar el alcance decisivo
de la crítica marxista de la filosofía, en cuanto que no podemos dejar de ver en
dicha crítica el acceso más consistente a la mencionada conciencia crítica, ella
misma filosófica, del carácter prioritaria e inevitablemente metafísico-ideológico
de todas las variedades históricas de la filosofía académica tradicional.
Ésta idea tiene una factura que quiere alimentarse ciertamente de la idea
mediante la cual Lenin y Trotsky pudieron en su momento pensar al
"imperialismo" como la "fase superior del capitalismo" que debería conducir a
una revolución socialista mundial, si bien ahora ya desprendida, en nuestro
análisis, del concepto (de formato lógico monótono) de la clase universal
mediante la cual aquellos marxistas pudieron concebir como necesaria la
resolución socialista mundial de dicha fase superior del capitalismo. De este
modo, al despojar dicha idea de semejante formato (monótono) nos vemos
conducidos sin duda a retirar el supuesto del carácter monótono de una
resolución socialista universal del proceso histórico-universal que aquella idea
pretendía pensar. Lo que no quiere decir, sin embargo, que por ello debamos
quedar huérfanos de todo criterio filosófico-político marxista para el análisis y
para la crítica, en cada momento, del "estado planetario de cosas" del
presente, y que asimismo no sea posible comprender retrospectivamente, en
clave marxista, el sentido del fracaso de aquella concepción y de aquel
proyecto monótonos en cuanto que generados por unas condiciones históricas
del desarrollo de la forma y la extensión universales de la sociedad capitalista
industrial todavía insuficientes por lo que respecta al despliegue de todas las
"desigualdades" e "irregularidades" contenidas en dicha universalización.
Ahora bien, una vez que hemos retirado el supuesto de "una clase" de
"configuración" (monótonamente) "universal" que pudiera conducir a una
"resolución universal (monótonamente) socialista" de dichos tipos de conflictos
conjugados, hemos de reconocer que, de acuerdo con las morfologías
irregulares de cada uno de los conflictos entre clases y entre bloques, los
recurrentes reajustes de cada uno de los tipos de conflictos mutuamente
conjugados deberán adoptar morfologías positivas asimismo sumamente
"irregulares" entre sí - y no monótonas -: mutuamente "irregulares" deberán ser
en efecto las formas de reajuste de cada uno de los conflictos socio-políticos
internos a cada bloque - sin embargo dependientes de los conflictos
geopolíticos entre los bloques -, así como mutuamente "irregulares" serán los
diversos reajustes (desplazamientos, reconfiguraciones) que puedan ir
adquiriendo las morfologías de cada bloque según el curso de sus conflictos
con los demás bloques - asimismo dependientes con sus conflictos socio-
políticos internos -. Mas no por ello, como decíamos, hemos de quedar
despojados de todo criterio "partidista" y crítico, si es que somos capaces
mantener la perspectiva trascendental-universal del desarrollo desigual y
conjugado entre aquellos reajustes de conflictos dados en unos planos (socio-
políticos y geopolíticos) de morfologías histórico-culturales sin duda muy
irregulares.
Y es, por tanto, esta idea, o este criterio, el que puede, y debe, salir adelante -
el que podemos y debemos hacer salir adelante - como crítica de las ideologías
que inevitablemente tenderán a bloquear el propio proceso contemplado por
dicha idea, en cuanto que ideologías acompasadas con las hegemonías socio-
políticas y geopolíticas en cada momento interesadas en bloquear dicho
proceso, unas ideologías éstas cuyo formato metafísico (académico) ya no
dejará por lo demás y en todo caso de estar, como decíamos, precisamente a
partir de la sociedad contemporánea industrial, sometido a la atmósfera de una
sospecha crítica permanente.
3.2. Esbozo de una crítica de las principales ideologías políticas del presente
sobre la sociedad universal desde una perspectiva marxista. -Por esbozar, para
terminar, los perfiles más básicos de dichas ideologías del presente, frente a la
cuales debe proseguir la crítica de las mismas en cuanto que precisamente
alimentada por los desajustes mutuos entre dichas ideologías. Ante todo, es
preciso apuntar a las diversas ideologías de factura imperialista que tenderán a
defender y promover la victoria del bloque propio frente a los demás bloques -
aun si el carácter de dicha victoria quiere pensarse de un modo negativamente
infinito -, sobre el supuesto de la capacidad del propio bloque para contener y
subordinar sus conflictos sociales internos a aquella victoria sobre los otros
bloques. Se trata, sin duda, de las diversas ideologías que en la más reciente
actualidad promueven la idea y el programa del "choque entre civilizaciones".
Pero cabe desvelar y cifrar el carácter ideológico de semejantes programas
imperialistas en la abstracción que éstos efectúan de las relaciones
desigualmente conjugadas entre sus desajustes socio-políticos internos y sus
conflictos con otros bloques, razón por la cual pueden presentar
(representarse) "en abstracto" aquella presunta capacidad de contener y
subordinar dichos desajustes a sus enfrentamientos con otros bloques. De aquí
que sea preciso distinguir, dentro de estas ideologías de corte imperialista,
entre dos tipos principales suyos: aquellas promovidas por bloques cuya
comparativa mayor capacidad de pujanza sobre otros bloques les permite
incorporar una mayor cantidad de sectores sociales internos a sus propias
hegemonías socio-políticas, y por ello organizar sus Estados de forma que
dichos diversos sectores sociales tengan comparativamente una mayor
capacidad de participación en la propia gestión de su hegemonía, y aquellas
otras promovidas por bloques cuya menor capacidad comparativa de pujanza
sobre otros bloques les fuerce a ejercer una mayor presión social interna, y por
tanto a organizar sus Estados bajo formas de encuadramiento más intenso de
sus propios sectores sociales dominados. En el primer caso estaremos ante
ideologías imperialistas que se permiten ir asociadas a formas de defensa de
"la democracia" en el seno de sus propios recintos socio-políticos, mientras que
en el segundo estaremos en presencia de ideologías asimismo imperialistas
que sin embargo deberán ir asociadas a la defensa de formas más restrictivas
y tensas de mantener la propia hegemonía interna - y en este sentido el
prototipo clásico de semejantes imperialismos creemos que precisamente lo
siguen ofreciendo los "fascismos" históricos o clásicos de las primeras décadas
del recién terminado siglo -. No es difícil, por ejemplo, identificar en el presente
como prototipo del primer tipo de ideologías a aquellas que, en la línea de la
concepción de Huntington del "choque entre civilizaciones", toman partido por
la civilización "occidental" en cuanto que "democrática", mientras que serían sin
duda representativas del segundo tipo las ideologías que puedan estar en la
línea de las posiciones de Bin Laden - o también, de la manera como Gustavo
Bueno defendió en su momento a la Unión Soviética y en la actualidad
defiende a la comunidad de naciones hispanas -. Pero debe observarse que en
ambos casos se trata, como decíamos, de abstraer o silenciar el carácter
desigual de la relación conjugada entre los conflictos con otros bloques y los
propios conflictos internos, si bien ejecutando dicha abstracción de diversos
modos: en un caso en la dirección de abstraer el hecho de que la mayor
capacidad efectiva de asimilación socio-política interna depende de la mayor
capacidad de presión sobre otros bloques, y en otro caso en la dirección de
abstraer el hecho de que la deseada o promovida mayor capacidad de pujanza
sobre otros bloques depende inexorablemente del ejercicio de la mayor presión
socio-política interna.
Y, por último, también habría que considerar a aquella ideología que, frente a
todas las anteriores, que en todo caso propugnan alguna determinada idea o
versión de la sociedad universal, optan por retirar la idea misma de sociedad
universal (y con ello la idea misma de universalidad, o de realidad universal).
Se trata, sin duda, de las ideologías de factura postmoderna asociadas siempre
a alguna forma de "relativismo histórico" - y por ello, a la postre, noetológico,
ontológico y político-moral -. Se comprende, en cualquier caso, que, ante el
carácter extraordinariamente complejo e irregular del caleidoscopio formado
por la desigual conjugación universal saturada entre los conflictos "interiores" y
"exteriores" planetarios, pueda generarse una ideología que tiende a retirar la
idea misma de universalidad. Seguramente se trata de ante todo de una
ideología más bien gremial, asociada a diversos sectores académicos, que
tiende sobre todo a defender sus propios intereses de supervivencia
académica, en cuanto que dichos sectores comienzan a sentirse cada vez más
perplejos o incapaces para pensar alguna idea de universalidad -como la que
precisamente aquí estamos promoviendo - que pueda actuar como réplica
crítica a las ideas de universalidad promovidas tanto por las diversas ideologías
imperialistas agresivas - democráticas o fascistas -, como por la ingenua y
progresista ideología de la extensión universal de la democracia. Y ello sin
perjuicio de que dichas ideologías postmodernas puedan no dejar de
alimentarse mundanamente de aquellas ideologías y movimientos que, ante la
actual "globalización", o sea, ante la actual pujanza victoriosa del bloque
geopolítico capitalista denominado "occidental" sobre otros bloques
geopolíticos, no menos capitalistas si bien irregularmente más débiles con
respecto al primero, parecen no tener otra alternativa más que la promover la
vuelta o la retirada a espacios sociales geo-históricos "locales" o "regionales" -
susceptibles de entenderse a su vez a diversas escalas: desde las "patrias
segmentarias" de los Estados nacionales constituidos, hasta el terruño o el
huerto -. Pero semejante complicidad, tan postmoderna, con dicho pretendido
regreso o retirada a espacios sociales geohistóricos "locales" no puede sino
obrar de una manera puramente retórica, en cuanto que se ve obligada a un
defensa o compromiso con dichos espacios locales meramente relativista, y por
ello absolutamente abstracto-indiferenciada, o sea, debiendo hacer
absolutamente abstracción del hecho de que no hay ya lugar social "local" en
este planeta que no éste enteramente envuelto, movilizado y concernido por la
universal conjugación desigual entre los conflictos sociopolíticos y geopolíticos
que lo atraviesan irrevocable y por ello incesantemente.