varias concepciones actuales del saber docente, de la actividad docente y de la formación
del profesorado se apoyan en un modelo del actor al que atribuyen una racionalidad definida como un repertorio de competencias y de cometidos pensados. el actor-modelo o el profesor ideal parece concebirse en gran medida, si no estrictamente como un “sujeto epistémico” Las investigaciones actuales están poderosamente centradas en un modelo de actor, contemplado como un sujeto epistémico, cuyo pensamiento y cuya acción están regidos por el saber. El problema no consiste en afirmar la existencia de saberes informales, cotidianos, experienciales, tácitos, etc., sino en designar esos distintos saberes por medio de una idea imprecisa, indefinida. esa idea de las exigencias de racionalidad no es normativa: no determina contenidos racionales, sino que se limita a poner de manifiesto una capacidad formal. podemos decir que las exigencias de racionalidad que guían las acciones y los discursos de las personas no se derivan de una razón que vaya más allá del lenguaje y de la praxis, sino que dependen de las razones de los actores y de los hablantes. una de las principales estrategias de la investigación relacionada con esa visión del saber consista en observar a los actores o hablar con ellos, pero haciéndoles preguntas sobre sus razones de actuar o de discurrir, una actitud así, que implica una participación activa de nuestras actividades lingüísticas e intelectuales, nos incomoda y consume. la idea de racionalidad se refiere también a un saber en relación con el cual nos entendemos y que sirve de base para nuestros argumentos. Se refiere también a una “capacidad” esencial de los actores comprometidos en la acción, a saber elaborar razones, dar motivos para justificar y orientar sus acciones. . En este sentido, al hablar como estamos haciendo de las exigencias de racionalidad, no hacemos más que referirnos a una competencia esencial de los actores sociales, cuyas acciones, en su mayoría, obedecen a ciertas exigencias de racionalidad.