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Sobre el autor Dai Sijie nacié en 1954 en la Repiblica Popular China, En 1976 ingresa en la universidad para cursar Historia del Arte y cuatro afios después en una escuela de cine, donde obtiene una beca para estudiar en el extranjero. Llegado a Francia en 1984, descubre el cine europeo y queda muy im= presionado con Bufiuel, de quien adquiere ese matiz su- rrealista que se respira en sus obras. Realizador de cinco Jargometrajes, su primera novela, Balzac y la joven costurera «bina (Salamandra, 2000), obtuvo un éxito internacional extraordinario. Llevada al cine por el propio Sie y rodada en China, a pelicula fue prohibida en ese pais. Su segun- da novela, El complejo de Di Salamandra, 2005), goz6 asi~ mismo de una excelente acogida y obtuvo el prestigioso Premio Femina. Una nache sin luna (Salamandra, 2008) con- sold su breve pero fecunda trayectoria literaria. Dai Sijie vive en Paris y eseribe en francés, ‘Titulos publicados Balzac y la joven costurera china El complejo de Di - Una noche sin luna Dai Sijie Balzac y la joven costurera china rg Bo pee ni ‘ri se ens Mol ah © Eos Gln, 2000 Copyright ete cate © Foes aman. 2001 any Eso Suan, $A. angen 56-7 Os Halo T5218 1199 ‘ewan ese a dees Qe samen ii, a trac ren de ues 6“Cpyrig as snes ‘Seca sls neds pio wal descr foe Spier mato os nt lamp Yami init. com ndsbse de empleo let pms ioe anomie 169 Dita SU 26 Pet, maya 2016 Pedi Spain rer y ena ODES Sn Nig Vilar Nava) Primera Parte Eljefe del pueblo, un hombre de cincuenta afios, estaba sentado con las piernas cruzadas en medio de laestancis, cerca del carbén que ardia en un hogar excavado en ly propia tierra; inspeccionaba mi violin. En el equipaje de los dos «mmuchachos de ciudad» que éramos para él Luoy ‘yo, era el tinico objeto del que parecia emanar cierto si~ bor extranjero, un olor a civilizacién capaz de despertar las sospechas de los aldeanos. Un campesino se acereé con una kimpara de petré- leo para facilitar la identificacién del objeto. El jefe le- vant6 verticalmente el violin y examiné las negras efes de la caja, como un aduanero minucioso que buscara droga. Adverti tres gotas de sangre en su ojo izquierdo, una grande y dos pequefias, todas del mismo color rojo vivo. Luego, alz6 el instrumento ala altura de sus ojos ylo sacudié con frenesi, como si aguardara que algo cayese del oscuro fondo de la caja de resonancia. Tuve la impre- sién de que las cuerdas iban a romperse de pronto y los entes, a saltar en pedazos. . m Casi toda la ioe alli, bajo el tejado de aque- Ia casa sobre pilotes perdida en la cima de la montafa. 9 Hombres, mujeres y nos rebullian en 0 interiog gg mses ie aretujaban ante a puerta, Sana aintanen cle “pron Co a toy lo lisqued un buen rato Varios pe- Feces oo son qu sbresalan dl ory jequierdo comencaron a temmblequeat Y segufan sin apa reser nuevos indi. “Hizo comer sus callosos dedos por una cuerda, luego, por ota. La resonancia de un sonido desconocido dejs petrifcada, de inmediato, a la multitud, como si aquella Uibracién la forzara a una actitud casi respetuosa. —Es un juguete —dijo el jefe con solemnidad. El veredicto nos dejé, a Luo y a mi, mudos. Inter ‘cambiamos una mirada furtiva, aunque inquieta. Me 1té cémo iba a acabar lo. Pr campesne fom el gueter de las manos del jefe, martlles con el puso el dorso de la caja y luego lo ‘pas6 a otro, Durante un rato, mi violin circulé entre la ‘multitud. Nadie se ocupaba de nosotros, los dos mucha- cchos de ciudad, fragiles, delgados, fatigados y ridicu- os. Habfamos caminado todo el dia por la montafia y nuestra opas, estos rostros nuestros cabells ext ban cubiertos de barro. Pareciamos dos soldaditos reac~ cionarios de una pelicula de propaganda, capturados por una horda de campesinos comunistas tras una bata- Ila perdida. —Un juguete de imbéciles —dijo una mujer con voz ronca, —No —rectificd el jefe—, un juguete burgués, lle- soda dela dude , arn le invadis el frio pese a la gran hoguera en el centro de la estancia, Escuche al jefe atadin —jHay que quemarlo! 10 La orden provooé de inmediato unaviva ocd oe rei mi mane «empujaba: cada cul intentaba apoderarse del jugueter, para tener el placer de arrojarlo al fuego con sus propias —Jefe, es un instrumento de misica—explics Luo conaie dermictow Mianigperuabaareiser bromeo. " EL jefe cogié el violin y to inspeccions de nuevo. LLuego me lo tendié: —Lo siento, jefe —dije molesto—, no toco muy bien, De pronto, via Luo guiftindome un ojo. Extrafado, tomé cl violin y comencé a afinarlo. —Escucharé usted una sonata de Mozart, jefe —anuncié Luo, tan tranguilo como antes Pasmado, crei que se habia vuelto loco: desde hacia ‘unos aos todas ls obras de Mozart o de cualquier otro ‘iisico occidental estaban prohibidas en nuestro pats. En los zapatos empapados, mis pies mojados estaban hrelados. Temblaba del frfo que me invadia de nuevo. —,Qué es una sonata? —pregunt6 el jefe, descon- fiado. —No sé —comencé a fufillar— Es algo occidental —Wna cancién? Mis 0 menos —respondi, evasive. Inmediatamente, una alarmada expresién de buen ccomunista reaparecié en la mirada de jefe, y su woe se volvi6 host: Como ve ama cancion? —Parece una cancién, pero es una sonata. —Te pregunto su nombre! —grit6, miréndome di- sectamente a os ojos. n Las ues gras de sangre de u ojo iaguerdo me de- yn miedo. on Mozart..—vicil — Mozart qué? Mozart piensa en el Lao en mi lugar "Que aaa Pro fe fea: come si hubs odo algo milagroso, el rosto amenazaor del jee se sav oP sus ops se fruncieron con wna amplia sonrsa de beatitud . ot Mozart siempre piensa en Mao —dijo. Si, siempre —confiemé Luo. Cuando tensé las crines de mi areo, unos cilidos aplausos resonaron de pronto 2 mi alrededor y casi me ihrimidaron. Mis dedos entumecidos comenzaron a re- correr las cuerdas, y las notas de Mozart volvieron a mi memoria, como amigas fieles. Los rostros de los campe~ ‘Snos, tan duros hacia un momento, se ablandaron mi- hnuto 4 minuto ante el mpido gozo de Mozart, como el suelo seco bajo la Iuvia; luego, ala luz danzarina de la limpara de petréeo, fueron borrindose poco a poco sus contornos. “Toque un buen rato mientras Luo encendia un cig rilloy fumaba tranquilamente, como un hombre. Fue nuestra primera jornada de reeducacién. Luo tenia dieciocho afios y yo, diecsiete presidente Mao —prosiguis ‘Dos palabras sobre la reeducacin: en la China roja,f- ‘ales del aio 1968, el Gran Timonel de la Revoluci6n, presidente Mao, lanz6 cierto dia una campatia que iba ® cambiar profundamente el pais: las universidades fue~ son cerradas y los «jévenes intelectualess, es deci, los vp aque habian terminado sus estudios secundaros, fu enviados al campo para ser seeducados porlos capes? tos pobrees. (Algunos aos mis tarde, es ide in pe ccedentes inspir6 a otro lider revolucionario asitico, un camboyano, que, mas ambicioso y radical ain, mandé a toda la poblacién de la capital, tanto a ancianos como a jévenes, «al campo».) La verdadera razén que impulss « Mao Zedong a tomar semejante decision sigue siendo oscura: zqueria acabar con los guardias rojos, que comenzaban a escapar de su control? ,O era la fantasia de un gran softador re- volucionario, deseoso de crear una nueva generacién? Nadie supo nunca responder a esta pregunta. Por aquel ‘entonces, Luo y yo lo discutfamos a menudo, a hurtadi- Ila, como dos conspiradores. Nuestra conclusion fue la siguiente: Mao odiaba a los intelectuales. ‘No éramos los primeros ni seriamos los ttimos cobayasutlizados en este gran experimento humano. ‘A-comienzos del aio 1971 llegamos aaquella casa sobre pilotes, perdida en lo mis hondo de la montafa, y toque clviolin para el jefe dea aldea. Tampoco éramos ios més desgraciados. Millones de jovenes nos habian precedido, Y millones iban a sucedernos. in embargo, ironias del ‘destino, ni Luo ni yo éramos bachilleres. Nunca habia- ‘mos tenido la suerte de sentarnos en un aula de instituto. ‘Simplemente, habiamos terminado nuestros tres afios de excucla cuando nos enviaron la montafa como si fuéramos «intelectuales». Era dificil considerarnos, sin delito ide impostura, dos intelectuales, tanto mas cuanto que Jos conoci- ‘mientos que habiamos adquirido en la escuela eran nu qos: entre los doce y Ios catorce aos esperamos 2 que Ia Revolucin se ealmara y nuesto colegio abriera de B or fin pudimos volver, todo fue revo, Pero cuando Pt Cy Sos de mateméticas fueron decepcion y amarBi"™ igs de fisica y quimica, pues los spies ee se limitarian, en adelante, a la ‘conocimientos doultra. En las cubiertas de los manua- ini bagel on am gory se ani Fae oe gneremo lr eee, Au lado se hllaba una mujer comumista dis- Pda de campesina con un paiuelo rojo en la cabeza {Gegimanchste ugar que por aquel entoncescirculaba ee alumnos, s habia envuelo Ia cabeza con su sri compre) Agullosmanuaesy El peguet libre ode Mao sigeeronsiendo, durante varios aos, nues- Terrinica fuente de conocimiento intelectual. Todos los, demés libros estaban prohibidos. "Nos negaron la entrada en el instituto y nos obliga ron a cargar con el papel de j6venes intelectuales a causa de nuestros padres, considerados entonces enemigos del pueblo, aunque la gravedad de los crimenes imputados 2 ‘unos y a otros no fuera exactamente la misma. Mis padres ejerefan la medicina. Mii padre era neu- ‘miélogo y mi madre, especialista en enfermedades para- sitarias. Ambos trabajaban en el hospital de ‘Chengdu, ‘una ciudad de cuatro millones de habitantes. Su crimen consistia en ser «hediondas autoridades sabias», que 87" ‘aban de una reputacién de modestas dimensiones Pro" vinciales. Chengdu era la capital de Sichuan, una provin~ blada por cien millones de habitantes, alejada ¢ Pequin gero muy cereana al Tibet sparado.con el mio, el padre de Luo era una ve” co cea tun gran dentista conocido en tod bin dich is antes dela Revolucin cultural Mi sus alumnos que habia arreglado la dent®™ i: dra de Mao Zedong, del sefora Mao y, también, de Jiang Jesh, el presidente de la repiblia antes de que Jos comunistas tomaran el poder. A decir verdad, afucrea de contemplar cada dia el retrto de Mao desde hacia afos algunos habian advertido ya que aquellos dientes estaban muy amarillo casi sucis, pero todos callaban. Y ahora resultaba que un eminente dentista sugeria asi,en pablico, que el Gran Timonel de la Revolucion llevaba dentadura postiza; aguello superaba todas las audacias, era un crimen insensato e imperdonable, peor {que la revelacién de un secreto de defensa nacional. Su condena, desafortunadamente, fe tanto més dura cuan~ toque se habia atrevido aponer los nombres de la pare~ ja Mao al mismo nivel que la mayor de las basuras: Jiang Jieshi Durante largo tiempo, la familia Luo vivié en el mismo rellano que a mia, nel trcery timo pio de un edificio de ladrillo. Luo era el quinto hijo de su padre, y cl nico de su madre. "Noes exagerado decir que fue el mejor amigo que he tenido en mi vida. Nos criamos juntos y pasamos toda clase de prucbas, a veces muy duras. Nos pelesbamos muy raramente. ‘Recordar siempre la nica vez que nos pegamos , més bien, que me pegé: fue durante el verano de 1968. El tenia unos quince ais yyo, apenas catoree. Eraporla tarde; una gran reunin politica se celebraba en el hospi- tal donde trabajaban nuestros padres, en una cancha de baloncesto al are libre. Los dos sabfamos que el padre de Luo era el objeto de esta reunién y que le esperaba luna nueva denuncia pablica de sus crimenes. Hacia ls cinco, nadie habia regresado ain, y Luo me pidis que lo acompafara alli. 15 os alos que demuncian y pegan a ssi : aie Y nos vengaremos de ellos candy ame aloncesto, atestada, bullia de cat ‘a mucho calor El altavoz aullaba, El pa deede HH aril ene centro de una wy. ee gaa eat de cement, muy pesado, colgaba e 2a all pr mado de un alambre que se hundtay eg Spur ens piel En exte cartel habfan escrito, tpombreysucimen: REACCIONARIO. “cio trenta meteos de distancia, tuve la impre- sién de veren el suelo, bajo la cabeza de su padre, una ‘mancha negra formada por el sudor. ‘ pvazanenazadora de un hombre gité por la avo: —Reconoce que te has acostado con esta enfermeral El pace inclin la cabeza, cada vez més abajo, tan sbyjo que hubiera podido creerse que el cuello habia Sido aplastdo por elalambre del cartel de cemento, Ua hombse le cero un micréfono ala boca y se oy6 un > ‘uy debi cas tembloroso, escapando de ella —Cémo ocutrié? —aull6 el inquisidor por el at vor. La tocaste ti primero, o fue ella? Fuiyo. i ego? Sehizo un silencio dea dos. Después nul gid comoun solohombes WY egg ole hombre: Aue gt, ‘como un trueno bezas. repetido por dos mil personas, resom® 'YFevloteé por encima de nuestrs = s cpu adelante. — jo ee nian 6 Pero, cuando la toqué —eonfess el padre de Luo—; cai. entre nubesy niebla, Nos marchamos mientras os gritos de aquella mul titud de inquisidoresfaniticos volvian a desencadenarse. Por el camino, enti de pronto que las ligrimas corrfan por mi rostro y advert! euénto queria yo a aquel viejo ve- ino, el dentist. Entonces, Luo me abofeted sin decir palabra. El sole fie tan srpendente qu etre a punto dex viarme al suelo Enel ao 1971, el hijo de un neumélogo y su compafie~ 10, hijo de un gran enemigo del pueblo que habia tenido Ja suerte de tocar los dientes de Mao, eran sélo dos «= venes intelectuales» entre el centenar de muchachos y chicas enviados a aquela montafia, llamada «el Fénix del Cielo». Un nombre poético yun chusco modo de suger sa terible altura: los pobresgortiones y ls pijaros odi- narios del llano nunca podrian elevarse hasta cll slo podia alcangarla una especie vinculada con el cielo, po- tent, egendaria, profundamentesoltaria ‘Ninguna carretera accedia a ella, solo un estrecho sendero que iba elevndose entre las enormes masas de 0cas, los picos, montes crestas de todos los tama fios y formas. Para distinguir la slueta de un coche, oft tun bocinazo, signo de civlizacin, o para olfatear el ‘aroma de un restaurante era preciso caminar durante dos dias pot la montafa. Un centenar de kilémetros iis lejos, a orllas del rfo Ya, se extendia el pequefio. burgo de Yong Jing; era la ciudad més cercana. El ini~ co occidental que habia puesto los pies en ella era un misionero francés, el padre Michel, en los aos cua v7 at venva,cvando estaba buscando un nuevo paso paralle- ar al Tibet. 5 2 gistrto de Yong Jing no carece de interés pe- Galdente una de sos montafas la que laman c} Fix cathe —exeibi ese jsut en su cuaderno de via= je Una montaia conocida por su cobre amarillo, em~ Mado en a fabicacion de las antiguas mones Dicen vem siglo yun emperador de a dinasta Han ofr ee ge montaa a su amante, uno de lo jefes eunucos Geos palaco, Cuando posé mis ojos ens cos de ver~ fignoen altura qu se levantaban a mi alrededor, i un Caiecho sendero que ascendia por las sombrias fsuras Seis rocas en desplome y parecia volatilizarse en la bru- tna. Algunos cules, eargados como bestas de tio, con ties bultos de cobre sujetos ala espalda por correas Fe cuero,bajaban por aquelsendero. Pero me dijeron que {a produccion de este mineral estaba en declive desde ‘ratia mucho tiempo, principalmente a causa de Ia falta de medios de transporte. Hoy, la particular geografia de sta montafa ha llevado a sus habitantes a cultivar opi. Por otra parte, me han aconsejado que no pongs los pies tenella: todos los que cultivan opio estan armados. Tras {a cosecha, pasan el tiempo asaltando a los transedntes. ‘Me limite, pues, mirar de lejos aquel lugar salvaje y ais lado, oseurecido por la exuberancia de gigantescos dr~ poles, plantas trepadoras y vegetacin Iujuriante, que parecia el lgar ideal para que un bandido brotase de las sombrasy sltara sobre los vijcros.» El Fénix del Cielo comprendia unas veinte aldeas dispersas por los meandros del tnico sendero, u ocultas en los sombrios valles. Normalmente, cada aldea acogia ‘cinco o seis j6venes procedentes de la ciudad, pero la ‘nuestra, encaramada en la cima y la ms pobre de todas, 18. sélo podia encargarse de dos: Luo y yo. Nos instalaron precisamente en la casa sobre pilotes donde el jefe del poblado habia inspeccionado mi violin. El edificio, que peteneca a In aldea, no habia sido ‘concebido como vivienda. Debajo de la cas levantada del suelo por unas columnas de madera, estaba la poclga ‘donde viva una gran cerda, también patrimonio comin, {La casa propiamente dicha era de madera vieja en bruto, sin pintura, y servia de almaccn para el maiz el arroz y Is herramientas estropeadas; era también un lugar ideal para las citas secretas de los adlteros. ‘Durante varios afios, nuestra rsidencia de reeduca~ i6n no tuvo muebles, ni siquiera una mesa o un sila, fan e6lo dos camas improvisadas,colocadas contra una pared en una pequefa habitacin sin ventanss. ‘Sin embargo, aquella casa se convirté répidamente cenel centro dela aldea: todo el mundo acudia, incluso el Jefe, con su ojo inquierdo manchado siempre por tes go tas de sangre. ‘Y todo ello gracias a otro «fénie, muy pequefi, casi rmindsculo y mas bien terenal, cuyo duefio era mi amigo Luo. En realidad, no era un verdadero fénix sino wn gallo ongulloso con plumas de pavo real, de color verdoso #- ftiado con rayas de azul oscuro. Bajo el cristal algo mux tiento, baja rapidamente la cabezs,y su pico punts frudo de ébano golpeaba un suelo invisible mientras fe {Guia de los segundos giraba lentamente por In esfera Tego levantaba la cabeza, con el pico abiert,y saeu- dia a plume, vsiblementesaifecho,sacado de ba, fer pigoeado unos imaginaios granos de arom {Qué w a lespertador de Luo, con su gallo mo~ eendose a cada segundo! Gracias a su tamalio, sin ‘dada, habia podido escapar a la inspecci6n del jefe del poblado, cuando legamos, Era apenas como la palma una mano, pero con un timbre muy bonito, leno de dulzura. “Antes de nuestra Hegada, en Ia aldea nunca habia hhabido un despertador, ni un reloj de pulsera, ni de pa~ red. La gente habia vivido siempre segin la salida y la puesta del sol ‘Nos sorprendi6 comprobar el poder, casi sagrado, que el despertadoreercia sobre los campesinos. Todo el ‘mundo venia a consultarlo, como si nuestra casa sobre pilotes fuera un templo. Cada maftana el mismo ritual jefe iba de un lado a otro, nuestro alrededor, Furman do su pipa de bambi, larga como un vijofusil. No apar- taba los ojos de nuestro despertador. Y a Jas nueve en punto, aba un largo yensordecedor silbido, para que to- dos los aldeanos fueran alos campos. Ya es hora! :Me ois? —gritaba ritualmente hacia [as casas que elevantaban por todas partes—. Es la hora de i al taj, pandilla de holguzanes! Pero ga que estiis ‘esperando?, jretofios de los cojones de un buey!. Nia Luo njaminos gustaba demasiado ir a trabajar ‘en aguella montasa de senderos abruptos y estrechos {que subfan y subian hasta desaparecer en las nubes, en~

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