Está en la página 1de 32

Los derechos humanos son todos aquellos principios elementales que compartimos todas

las personas por el solo hecho de pertenecer al género humano, independiente de nuestra
raza, edad, sexo, procedencia, nacionalidad, religión, ideología, pensamiento político,
entre otros asuntos.

Las características fundamentales de los Derechos Humanos fueron proclamadas en


la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la cual se aprobó en el seno de la
Organización de las Naciones Unidas en 1948 y cuyo objetivo fue establecer un recurso
jurídico que los contemplara a nivel universal. Dichas características son:

 Los derechos humanos son universales, lo que permite que todo ser humano sin
excepción alguna tenga acceso a ellos.
 Los derechos humanos son normas jurídicas que deben ser protegidas y
respetadas por los Estados. Y si los Estados no los reconocen, se les puede exigir
que lo hagan porque los derechos son innatos al individuo desde el momento de su
nacimiento.

 Los derechos humanos son indivisibles. Cada uno de ellos va unido al resto de tal
modo que negarse a reconocer uno o privarnos de él, pondría en peligro el
mantenimiento del resto de derechos humanos que nos corresponde.
 Los derechos humanos hacen iguales y libres a todo ser humano desde el
momento de su nacimiento.
 Los derechos humanos no se pueden violar:  ir contra ellos supone atacar la
dignidad humana.
 Son irrenunciables e inalienables, dado que ningún ser humano puede renunciar
a ellos ni transferirlos.

Para que no se queden solamente en buenas intenciones, es necesario que su


cumplimiento esté en manos de los países que tutelan y representan a cada
comunidad de individuos, de modo que son los gobiernos de los Estados  los
responsables de proteger, respetar y garantizar los derechos humanos.
por lo tanto, el gobierno no puede adoptar ninguna medida que vaya contra estos
derechos y, en cambio, debe promover aquellas otras medidas que sí vayan
encaminadas a garantizarlos.

. La Declaración Universal de Derechos Humanos En 1947, como parte del trabajo


que se le había encomendado, la Comisión de Derechos Humanos sometió a la
Asamblea General de la ONU un proyecto de Declaración Universal de Derechos
Humanos, el cual fue aprobado al año siguiente, el 10 de diciembre de 1948, como
el primero de los instrumentos que, en el diseño de la Comisión, conformarían la
Carta Internacional de Derechos Humanos. De los cincuenta y ocho Estados
miembros de la ONU en ese momento, cuarenta y ocho votaron a favor, ninguno
votó en contra, ocho se abstuvieron (Sudáfrica, Arabia Saudita, la URSS,
Checoslovaquia, Polonia, Ucrania, Bielorrusia, y Yugoslavia), y dos Estados
(Honduras y Yemen), por razones desconocidas para el autor de estas líneas, no
participaron en la votación. La Declaración Universal de Derechos Humanos
constituye un documento histórico, de trascendental importancia, que enuncia
una concepción común a todos los pueblos de los derechos inherentes a la
dignidad humana. Ella es el reflejo del consenso que existe en 169 Cfr. Resolución
de la Asamblea General Nº 2200 A (XXI), del 16 de diciembre de 1966. 170 Cfr.
Resolución de la Asamblea General Nº 44/128, del 15 de diciembre de 1989. 111
torno a valores universalmente compartidos. Pero la Declaración no es un
instrumento acabado y definitivo, ni es la culminación de un proceso ya concluido.
Ella es, sencillamente, el punto de partida que trazó un camino y definió unos
objetivos. Cuando están por cumplirse sesenta años de su adopción, aún no se ha
alcanzado la plena vigencia de los derechos humanos y, en el diseño de normas y
mecanismos de protección, todavía falta un largo trecho por recorrer. Al hacer
suyo el axioma de Protágoras, en el sentido de que el hombre es la medida de
todas las cosas, y al reivindicar el principio kantiano según el cual el hombre es
un fin en sí mismo y no un medio para otros fines, la Declaración Universal tiene
el mérito de haber cambiado el curso de la historia de las relaciones
internacionales, y de haber sustituido las viejas premisas del Derecho
Internacional por otras nuevas, en que el hombre sustituye al Estado como centro
de sus preocupaciones, y en que el respeto a los derechos humanos es el límite
que el Derecho Internacional le impone a los Estados en el ejercicio de sus
competencias. En las relaciones entre gobernantes y gobernados, la Declaración
Universal tiene el mérito de haber invertido los términos tradicionales del ejercicio
del poder, poniendo el énfasis en los derechos del individuo frente al Estado, y no
en las atribuciones de este último sobre el primero; en tal sentido, como una
reacción en contra de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y como una
advertencia en contra de los gobiernos que ignoran los derechos de sus
ciudadanos, en el preámbulo de la Declaración, en un pasaje que con frecuencia
se olvida, ésta señala que es “esencial que los derechos humanos sean protegidos
por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al
supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión.” Por ello, puede
afirmarse que la contribución de la Declaración Universal al desarrollo de la
conciencia ética de la humanidad es invalorable. a) El contenido de la Declaración.
En cuanto a su contenido, la Declaración consta de un preámbulo y 30 artículos
que enumeran aquellos derechos que, a juicio de la ONU y teniendo en cuenta su
importancia, merecen el calificativo de ‘humanos’. Aunque, durante su redacción,
uno de los miembros de la delegación de los Estados Unidos –J. P. Hendrick-
manifestó que el propósito de su país era “obtener una declaración que fuese la
copia en papel carbón de la Declaración norteamericana de independencia y de la
Declaración norteamericana de los derechos del hombre”,171 el contenido de la
Declaración Universal refleja no sólo los ideales de algunas potencias occidentales,
sino también las aspiraciones de los países del mundo subdesarrollado y de los
países socialistas de entonces. En efecto, mientras los primeros artículos se
refieren a los derechos tradicionales, que se caracterizan como derechos civiles o
políticos, los artículos 22 al 27 incorporan derechos sociales, absolutamente
ajenos a la tradición liberal e individualista. Además, el artículo 29 de la
Declaración señala que toda persona tiene deberes respecto a la comunidad,
aunque ellos no han sido precisamente definidos, puesto que el objeto central de
la Declaración es la protección de los derechos del individuo frente al Estado y no
de los deberes de los primeros; sin embargo, esta disposición sugiere 171 Citado
por Antonio Cassese, Los Derechos Humanos en el Mundo Contemporáneo, Ariel,
Barcelona, 199

Qué son los Derechos Humanos?

Los Derechos Humanos son derechos inherentes a todos los seres humanos, sin
distinción alguna de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico,
color, religión, lengua, o cualquier otra condición. Todos tenemos los mismos
Derechos Humanos, sin discriminación alguna (Naciones Unidas, 2018).
Asimismo, Humanium (2018) afirma: Los DD.HH son “el reconocimiento de la
dignidad inalienable de los seres humanos”. Libre de discriminación, desigualdad o
distinciones de cualquier índole, la dignidad humana es universal, igual e inalienable.
Arbour (2006) manifiesta que son garantías jurídicas universales que protegen a los
individuos y los grupos contra acciones y omisiones que interfieren con las libertades
y los derechos fundamentales y con la dignidad humana. A su vez, destaca una serie
de características de los Derechos Humanos, que son las siguientes:
 Son universales, derechos inalienables de todos los seres humanos.  Se centran
en la dignidad intrínseca y el valor igual de todos los seres humanos.
 Son iguales, indivisibles e interdependientes.
 No pueden ser suspendidos o retirados.
 Imponen obligaciones de acción y omisión, a los Estados y los agentes de los
Estados.
 Han sido garantizados por la comunidad internacional.
 Están protegidos por la ley.
4  Protegen a los individuos y a los grupos

1.2. Antecedentes históricos Los Derechos Humanos se hacen visibles desde la


Ilustración, en el Contrato Social de Rousseau, ya que éste buscaba una forma de
asociación dónde cada uno se obedeciera a sí mismo y permaneciera libre. A su vez, el
texto de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 se inspira en el texto
de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 (Humanium,
2018). Según Anello, Cortés, Hanashiro y Jerez (s.f) surgen a partir de los
acontecimientos que vivió la humanidad durante la primera mitad del siglo XX,
concretamente por el nazismo que afectó a personas de religión judía, gitanos,
librepensadores, comunistas, entre otros colectivos. Por este motivo, la comunidad
internacional de la época se dotó de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos (1948). La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) fue el
primer documento legal de protección de estos derechos, junto con el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales. Los tres instrumentos forman la llamada Carta
Internacional de los Derechos Humanos (Naciones Unidas, 2018). Finalmente, la
Declaración Universal de los Derechos Humanos se proclama por la tercera Asamblea
General de las Naciones Unidas, el 10 de diciembre de 1948 en París, por los sucesos
ocurridos antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial (Amnistía
Internacional, 2018). La Organización de las Naciones Unidas (ONU) defiende y tiene
como objetivo fundamental proteger y promocionar los Derechos Humanos. La
Organización de las Naciones Unidas nace, el 24 de octubre de 1945, formada por los
51 Miembros 5 (actualmente 192 países) que firmaron la "Carta de las Naciones
Unidas" en la Segunda Guerra Mundial. Se creó como un acuerdo de los países
aliados con la finalidad de mantener la paz y la seguridad de los estados miembros
(Naciones Unidas, 2018). A su vez, se han ido ampliando los Derechos Humanos para
incluir normas específicas relacionadas con las mujeres, los niños y personas con
diversidad funcional, ya que durante mucho tiempo han estado discriminados.
También, han definido derechos aceptados internacionalmente, entre los que se
encuentran derechos de carácter civil, cultural, económico, político y social. Además,
han establecido mecanismos para promover y proteger estos derechos y para ayudar
a los Estados a ejercer sus responsabilidades (Naciones Unidas, 2018). De esta
manera, se proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos como ideal
común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto
los individuos como las instituciones, promuevan mediante la enseñanza y la
educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas
progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación
universales y efectivos (Naciones Unidas, 2018). Por consiguiente, la Declaración de
los Derechos Humanos se constituye en 30 artículos, adoptados por la Organización
de las Naciones Unidas (ONU) para cumplir con la libertad, la justicia y la paz en el
mundo.

Según Arbour (2006), el enfoque basado en los Derechos Humanos es un marco


conceptual para el proceso de desarrollo humano que desde el punto de vista
normativo está basado en las normas internacionales de DD.HH y desde el punto de
vista operacional está orientado a la promoción y la protección de los Derechos
Humanos. Su propósito es 9 analizar las desigualdades que se encuentran en el
centro de los problemas de desarrollo y corregir las prácticas discriminatorias y el
injusto reparto del poder que obstaculizan el progreso en materia de desarrollo.
Los derechos humanos tienen un carácter ético porque salvaguardan la dignidad de
toda persona en cualquier tiempo y lugar. El respetar la dignidad de la persona es
un valor moral porque parte del sentido del bien de los seres humanos. El carácter ético
de los derechos humanos sienta sus principios en que todos los hombres y mujeres
somos fines y no medios. La dignidad de todo ser humano significa que los hombres y la
mujeres somos valiosos por el hecho de ser personas, pues la convicción acerca de
nuestras propia dignidad es la mejor garantía de la vigencia de nuestros derechos. A
través de la historia, la dignidad del hombre ha sido —y es en la actualidad— el punto de
referencia de todas las facultades que se dirigen al reconocimiento y afirmación de la
dimensión moral de la persona. Su importancia en la génesis de la teoría de los derechos
humanos fue indiscutible. Asimismo, es de recalcar que la interdependencia de los
valores de libertad, dignidad e igualdad con los derechos humanos determina que éstos
no constituyen axiologías cerradas y estáticas, sino que están abiertos a las continuas y
sucesivas necesidades que los hombres experimentan en el devenir de su historia.  La
dignidad humana, en cuanto se concreta en el libre desarrollo de la personalidad, no
puede ser ajena a la libertad. Ésta, a su vez, no sólo se halla vinculada a la dignidad, sino
que en sus dimensiones positiva y comunitaria implica la igualdad, porque difícilmente se
puede hablar de libertad para todos si todos no son iguales entre sí; al propio tiempo que
la igualdad, persigue y se orienta hacia la dignidad y libertad […]. Es, sin duda, un ideal
integrador de los valores en que se fundan los derechos humanos.

 En la
explicación que ofrece TRUYOL Y SERRA
NOCIONES GENERALES SOBRE LOS DERECHOS HUMANOS

EL CONCEPTO DE DERECHOS HUMANOS[1][1] Pedro Nikken[2][2] La noción de


derechos humanos se corresponde con la afirmación de la dignidad de la persona
frente al Estado. El poder público debe ejercerse al servicio del ser humano: no puede
ser empleado lícitamente para ofender atributos inherentes a la persona y debe ser
vehículo para que ella pueda vivir en sociedad en condiciones cónsonas con la misma
dignidad que le es consustancial. La sociedad contemporánea reconoce que todo ser
humano, por el hecho de serlo, tiene derechos frente al Estado, derechos que este, o
bien tiene el deber de respetar y garantizar o bien está llamado a organizar su acción
a fin de satisfacer su plena realización. Estos derechos, atributos de toda persona e
inherentes a su dignidad, que el Estado está en el deber de respetar, garantizar o
satisfacer son los que hoy conocemos como derechos humanos. En esta noción
general, que sirve como primera aproximación al tema, pueden verse dos notas o
extremos, cuyo examen un poco más detenido ayudará a precisar el concepto. En
primer lugar, se trata de derechos inherentes a la persona humana; en segundo
lugar, son derechos que se afirman frente al poder público. Ambas cuestiones serán
examinadas sucesivamente en este capítulo. I. LOS DERECHOS HUMANOS SON
INHERENTES A LA PERSONA HUMANA Una de las características resaltantes del
mundo contemporáneo es el reconocimiento de que todo ser humano, por el hecho de
serlo, es titular de derechos fundamentales que la sociedad no puede arrebatarle
lícitamente. Estos derechos no dependen de su reconocimiento por el Estado ni son
concesiones suyas; tampoco dependen de la nacionalidad de la persona ni de la
cultura a la cual pertenezca. Son derechos universales que corresponden a todo
habitante de la tierra. La expresión más notoria de esta gran conquista es el artículo
1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: todos los seres humanos nacen
libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia,
deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. A. Bases de la inherencia El
fundamento de este aserto es controversial. Para las escuelas del derecho natural, los
derechos humanos son la consecuencia normal de que el orden jurídico tenga su
arraigo esencial en la naturaleza humana. Las bases de justicia natural que emergen
de dicha naturaleza deben ser expresadas en el derecho positivo, al cual, por lo
mismo, está vedado contradecir los imperativos del derecho natural. Sin embargo, el
iusnaturalismo no tiene la adhesión universal que caracteriza a los derechos
humanos, que otros justifican como el mero resultado de un proceso histórico. La
verdad es que en el presente la discusión no tiene mayor relevancia en la práctica.
Para el iusnaturalismo la garantía universal de los derechos de la persona es vista
como una comprobación histórica de su teoría. Para quienes no adhieren a esta
doctrina, las escuelas del derecho natural no han sido más que algunos de los
estímulos ideológicos para un proceso histórico cuyo origen y desarrollo dialéctico no
se agota en las ideologías aunque las abarca. Lo cierto es que la historia universal lo
ha sido más de la ignorancia que de protección de los derechos de los seres humanos
frente al ejercicio del poder. El reconocimiento universal de los derechos humanos
como inherentes a la persona es un fenómeno más bien reciente. En efecto, aunque
en las culturas griega y romana es posible encontrar manifestaciones que reconocen
derechos a la persona más allá de toda ley y aunque el pensamiento cristiano, por su
parte, expresa el reconocimiento de la dignidad radical del ser humano, considerado
como una creación a la imagen y semejanza de Dios, y de la igualdad entre todos los
hombres, derivada de la unidad de filiación del mismo padre, la verdad es que
ninguna de estas ideas puede vincularse con las instituciones políticas o el derecho
de la antigüedad o de la baja edad media. Dentro de la historia constitucional de
occidente, fue en Inglaterra donde emergió el primer documento significativo que
establece limitaciones de naturaleza jurídica al ejercicio del poder del Estado frente a
sus súbditos: la Carta Magna de 1215, la cual junto con el Hábeas Corpus de 1679 y
el Bill of Rights de 1689, pueden considerarse como precursores de las modernas
declaraciones de derechos. Estos documentos, sin embargo, no se fundan en
derechos inherentes a la persona sino en conquistas de la sociedad. En lugar de
proclamar derechos de cada persona, se enuncian más bien derechos del pueblo. Más
que el reconocimiento de derechos intangibles de la persona frente al Estado, lo que
establecen son deberes para el gobierno. Las primeras manifestaciones concretas de
declaraciones de derechos individuales, con fuerza legal, fundadas sobre el
reconocimiento de derechos inherentes al ser humano que el estado está en el deber
de respetar y proteger, las encontramos en las revoluciones de independencia
norteamericana e iberoamericana, así como en la revolución francesa. Por ejemplo, la
Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776 afirma que todos los hombres
han sido creados iguales, que han sido dotados por el Creador de ciertos derechos
innatos; que entre esos derechos debe colocarse en primer lugar la vida, la libertad y
la búsqueda de la felicidad; y que para garantizar el goce de esos derechos han
establecido entre ellos gobiernos cuya autoridad emana del consentimiento de los
gobernados. En el mismo sentido la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano del 26 de agosto de 1789, reconoce que los hombres nacen y permanecen
libres e iguales en derechos y que las distinciones sociales no pueden estar fundadas
sino en la utilidad común. Es de esta forma que el tema de los derechos humanos,
más específicamente el de los derechos individuales y las libertades públicas, ingresó
al derecho constitucional. Se trata, en verdad, de un capítulo fundamental del
derecho constitucional, puesto que el reconocimiento de la intangibilidad de tales
derechos implica limitaciones al alcance de las competencias del poder público. Desde
el momento que se reconoce y garantiza en la constitución que hay derechos del ser
humano inherentes a su misma condición en consecuencia, anteriores y superiores al
poder del Estado, se está limitando el ejercicio de este, al cual le está vedado afectar
el goce pleno de aquellos derechos. En el derecho constitucional, las manifestaciones
originales de las garantías a los derechos humanos se centró en lo que hoy se califica
como derechos civiles y políticos, que por esa razón son conocidos como “la primera
generación” de los derechos humanos. Su objeto es la tutela de la libertad, la
seguridad y la integridad física y moral de la persona, así como de su derecho a
participar en la vida pública. Sin embargo, todavía en el campo del derecho
constitucional, en el presente siglo se produjeron importantes desarrollos sobre el
contenido y la concepción de los derechos humanos, al aparecer la noción de los
derechos económicos, sociales y culturales, que se refieren a la existencia de
condiciones de vida y de acceso a los bienes materiales y culturales en términos
adecuados a la dignidad inherente a la familia humana. Esta es la que se ha llamado
“segunda generación” de los derechos humanos. Se volverá sobre el tema. Un capítulo
de singular trascendencia en el desarrollo de la protección de los derechos humanos
es su internacionalización. En efecto, si bien su garantía supraestatal debe
presentarse, racionalmente, como una consecuencia natural de que los mismos sean
inherentes a la persona y no una concesión de la sociedad, la protección internacional
tropezó con grandes obstáculos de orden público y no se abrió plenamente sino
después de largas luchas y de la conmoción histórica que provocaron los crímenes de
las eras nazi y stalinista. Tradicionalmente, y aún algunos gobiernos de nuestros
días, a la protección internacional se opusieron consideraciones de soberanía,
partiendo del hecho de que las relaciones del poder público frente a sus súbditos
están reservadas al dominio interno del Estado. Las primeras manifestaciones
tendientes a establecer un sistema jurídico general de protección a los seres humanos
no se presentaron en lo que hoy se conoce, en sentido estricto, como el derecho
internacional de los derechos humanos, sino en el denominado derecho internacional
humanitario. Es el derecho de los conflictos armados, que persigue contener los
imperativos militares para preservar la vida, la dignidad y la salud de las víctimas de
la guerra, el cual contiene el germen de la salvaguardia internacional de los derechos
fundamentales. Este es el caso de la Convención de La Haya de 1907 y su anexo, así
como, más recientemente, el de las cuatro convenciones de Ginebra de 1949 y sus
protocolos de 1977. Lo que en definitiva desencadenó la internacionalización de los
derechos humanos fue la conmoción histórica de la segunda guerra mundial y la
creación de las Naciones Unidas. La magnitud del genocidio puso en evidencia que el
ejercicio del poder público constituye una actividad peligrosa para la dignidad
humana, de modo que su control no debe dejarse a cargo, monopolísticamente, de las
instituciones domésticas, sino que deben constituirse instancias internacionales para
su protección. El preámbulo de la carta de las Naciones Unidas reafirma “la fe en los
derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana,
en la igualdad de derechos de hombres y mujeres”. El artículo 56 de la misma carta
dispone que “todos los miembros se comprometen a tomar medidas, conjunta o
separadamente en cooperación con la Organización, para la realización de los
propósitos consignados en el artículo 55”, entre los cuales está “el respeto universal
de los derechos humanos y de las libertades fundamentales de todos”. El 2 de mayo
de 1948 fue adoptada la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre y el 10 de diciembre del mismo año la Asamblea General de las Naciones
Unidas proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Estas
declaraciones, como todos los instrumentos de su género, son actos solemnes por
medio de los cuales quienes los emiten proclaman su apoyo a principios de gran
valor, juzgados como perdurables. Los efectos de las declaraciones en general, y
especialmente su carácter vinculante, no responden a un enunciado único y
dependen, entre otras cosas, de las circunstancias en que la declaración se haya
emitido y del valor que se haya reconocido al instrumento a la hora de invocar los
principios proclamados. Tanto la Declaración Universal como la Americana han
tenido gran autoridad. Sin embargo, aunque hay muy buenos argumentos para
considerar que han ganado fuerza obligatoria a través de su reiterada aplicación, la
verdad es que en su origen carecían de valor vinculante desde el punto de vista
jurídico. Una vez proclamadas las primeras declaraciones, el camino para avanzar en
el desarrollo de un régimen internacional de protección imponía la adopción y puesta
en vigor de tratados internacionales a través de los cuales las partes se obligaran a
respetar los derechos en ellos proclamados y que establecieran, al mismo tiempo,
medios internacionales para su tutela en caso de incumplimiento. En el ámbito
internacional, el desarrollo de los derechos humanos ha conocido nuevos horizontes.
Además de los mecanismos orientados a establecer sistemas generales de protección,
han aparecido otros destinados a proteger ciertas categorías de personas –mujeres,
niños, trabajadores, refugiados, discapacitados, etc.- o ciertas ofensas singularmente
graves contra los derechos humanos, como el genocidio, la discriminación racial, el
apartheid, la tortura o la trata de personas. Más aún, en el campo internacional se ha
gestado lo que ya se conoce como “tercera generación” de derechos humanos, que son
los llamados derechos colectivos de la humanidad entera, como el derecho al
desarrollo, el derecho a un medio ambiente sano y el derecho a la paz. Así, pues,
cualquiera sea el fundamento filosófico de la inherencia de los derechos humanos a la
persona, el reconocimiento de la misma por el poder y su plasmación en instrumentos
legales de protección en el ámbito doméstico y en el internacional, han sido el
producto de un sostenido desarrollo histórico, dentro del cual las ideas, el sufrimiento
de los pueblos, la movilización de la opinión pública y una determinación universal de
lucha por la dignidad humana, han ido forzando la voluntad política necesaria para
consolidar una gran conquista de la humanidad, como lo es el reconocimiento
universal de que toda persona tiene derechos por el mero hecho de serlo. B.
Consecuencias de la inherencia El reconocimiento de los derechos humanos como
atributos inherentes a la persona, que no son una concesión de la sociedad ni
dependen del reconocimiento de un gobierno, acarrea consecuencias que a
continuación se enuncian esquemáticamente. 1. El estado de derecho Como lo ha
afirmado la Corte Interamericana de Derechos Humanos, “en la protección de los
derechos humanos está necesariamente comprendida la restricción al ejercicio del
poder estatal” (Corte I.D.H., la expresión “leyes” en el artículo 30 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, Opinión Consultiva OC-6/86 del 9 de mayo de
1986. Serie A No.6, §22). En efecto, el poder no puede lícitamente ejercerse de
cualquier manera. Más concretamente, debe ejercerse a favor de los derechos de la
persona y no contra ellos. Esto supone que el ejercicio del poder debe sujetarse a
ciertas reglas, las cuales deben comprender mecanismos para la protección y garantía
de los derechos humanos. Ese conjunto de reglas que definen el ámbito del poder y lo
subordinan a los derechos y atributos inherentes a la dignidad humana es lo que
configura el estado de derecho. 2. Universalidad Por ser inherentes a la condición
humana todas las personas son titulares de los derechos humanos y no pueden
invocarse diferencias de regímenes políticos, sociales o culturales como pretexto para
ofenderlos o menoscabarlos. Últimamente se ha pretendido cuestionar la
universalidad de los derechos humanos, especialmente por ciertos gobiernos
fundamentalistas o de partido único, presentándolos como un mecanismo de
penetración política o cultural de los valores occidentales. Desde luego que siempre es
posible manipular políticamente cualquier concepto, pero lo que nadie puede ocultar
es que las luchas contra las tiranías han sido, son y serán universales. A pesar de la
circunstancia señalada, y sin duda como el fruto de la persistencia de la opinión
pública internacional y de las organizaciones no gubernamentales, la Declaración
adoptada en Viena el 25 de junio de 1993 por la Conferencia Mundial de Derechos
Humanos, explícitamente afirma que el carácter universal de los derechos humanos y
las libertades fundamentales “no admite dudas” (párrafo 1). Señala asimismo que
“todos los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes entre
sí” y que, sin desconocer particularidades nacionales o regionales y los distintos
patrimonios culturales “los estados tienen el deber, sean cuales sean sus sistemas
políticos, económicos y culturales, de promover y proteger todos los derechos
humanos y las libertades fundamentales” (párrafo 3). 3. Transnacionalidad Ya se ha
comentado el desarrollo histórico de los derechos humanos hacia su
internacionalización. Si ellos son inherentes a la persona como tal, no dependen de la
nacionalidad de esta o del territorio donde se encuentre: los porta en sí misma. Si
ellos limitan el ejercicio del poder, no puede invocarse la actuación soberana del
gobierno para violarlos o impedir su protección soberana del gobierno para violarlos o
impedir su protección internacional. Los derechos humanos están por encima del
estado y su soberanía y no puede considerarse que se violenta el principio de no
intervención cuando se ponen en movimiento los mecanismos organizados por la
comunidad internacional para su promoción y protección. Ha sido vasta la actividad
creadora de normas jurídicas internacionales, tanto sustantivas como procesales.
Durante las últimas décadas se ha adoptado, entre tratados y declaraciones, cerca de
un centenar de instrumentos internacionales relativos a los derechos humanos. En el
caso de las convenciones se han reconocido derechos, se han pactado obligaciones y
se han establecido medios de protección que, en su conjunto, han transformado en
más de un aspecto al derecho internacional y le han dado nuevas dimensiones como
disciplina jurídica. Todo ello ha sido el fruto de una intensa y sostenida actividad
negociadora cumplida en el seno de las distintas organizaciones internacionales, la
cual, lejos de fenecer o decaer con la conclusión de tan numerosas convenciones, se
ha mantenido en todo momento bajo el estímulo de nuevas iniciativas que buscan
perfeccionar o desarrollar la protección internacional en alguno de sus aspectos.
También se ha multiplicado el número –más de cuarenta- y la actividad de las
instituciones y mecanismos internacionales de protección. En su mayor parte, han
sido creadas por convenciones internacionales, pero existe también, especialmente
alrededor del Centro de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, un creciente
número de mecanismos no convencionales de salvaguardia. En los tres últimos años
se ha comenzado a observar una innovación consistente en la inclusión de un
componente de derechos humanos en operaciones para el mantenimiento de la paz
dependientes del consejo de Seguridad (El Salvador, Cambodia, Haití). La labor de
todas estas entidades, aunque todavía de limitada eficacia, ha sido positivamente
creativa y ha servido para ensanchar el alcance del régimen. Han cumplido una
fecunda tarea en la interpretación y aplicación del derecho. Han ideado medios
procesales para abrir cauce a la iniciativa individual dentro de los procedimientos
internacionales relativos a los derechos humanos. Con frecuencia, en fin, han
definido su propia competencia a través de la interpretación más amplia posible de la
normativa que se las atribuye, y han cumplido actuaciones que difícilmente estaban
dentro de las previsiones o de la intención de quienes suscribieron las
correspondientes convenciones. 4. Irreversibilidad Una vez que un determinado
derecho ha sido formalmente reconocido como inherente a la persona humana queda
definitiva e irrevocablemente integrado a la categoría de aquellos derechos cuya
inviolabilidad debe ser respetada y garantizada. La dignidad humana no admite
relativismos, de modo que sería inconcebible que lo que hoy se reconoce como un
atributo inherente a la persona, mañana pudiera dejar de serlo por una decisión
gubernamental. Este carácter puede tener singular relevancia para determinar el
alcance de la denuncia de una convención internacional sobre derechos humanos
(hasta ahora prácticamente inexistentes). En efecto, la denuncia no debe tener efecto
sobre la calificación de los derechos que en él se han reconocido como inherentes a la
persona. El denunciante solo se libraría, a través de esa hipotética denuncia de los
mecanismos internacionales convencionales para reclamar el cumplimiento del
tratado, pero no de que su acción contra los derechos en él reconocidos sea calificada
como una violación de los derechos humanos. 5. Progresividad Como los derechos
humanos son inherentes a la persona y su existencia no depende del reconocimiento
de un Estado, siempre es posible extender el ámbito de la protección a derechos que
anteriormente no gozaban de la misma. Es así como han aparecido las sucesivas
“generaciones” de derechos humanos y como se han multiplicado los medios para su
protección. Una manifestación de esta particularidad la encontramos en una
disposición que, con matices, se repite en diversos ordenamientos constitucionales,
según la cual la enunciación de derechos contenida en la constitución no debe
entenderse como negación de otros que, siendo inherentes a la persona humana, no
figuren expresamente en ella1. De este género de disposiciones es posible colegir:
Primero: que la enumeración de los derechos constitucionales es enunciativa y no
taxativa. Segundo: que los derechos enunciados en la constitución no agotan los que
deben considerarse como “inherentes a la persona humana”. Tercero: que todos los
derechos enunciados en la constitución, empero, sí son considerados por esta como
“inherentes a la persona humana”. Cuarto: que todo derecho “inherente a la persona
humana” podría haber sido recogido expresamente por el texto constitucional.
Quinto: que una vez establecido que un derecho es “inherente a la persona humana”,
la circunstancia de no figurar expresamente en el texto constitucional no debe
entenderse en menoscabo de la protección que merece. En conclusión, lo
jurídicamente relevante es que un determinado derecho sea “inherente a la persona
humana”. Es por esa razón, y no por el hecho de figurar en el articulado de la
constitución, que esos derechos deben ser considerados como atributos inviolables
que, por fuerza de la dignidad humana, deben ser objeto de protección y garantía por
el Estado. En consecuencia, no cabe hacer distinciones en cuanto al tratamiento y
régimen jurídico de los derechos de la naturaleza apuntada con base en el solo
criterio de que figuren expresamente o no en la constitución. Para determinar si
estamos frente a un derecho que merezca la protección que la constitución acuerda
para los que expresamente enumera lo decisivo no es tanto que figure en tal
enunciado, sino que pueda ser considerado como “inherente a la persona humana”.
Esto abre extraordinarias perspectivas de integración del derecho internacional de los
derechos humanos al derecho interno, pues en los países cuyas constituciones
contienen una disposición como la comentada, la adhesión del Estado a la
proclamación internacional de un derecho como “inherente a la persona humana”
abre las puertas para la aplicación de dicha disposición. En tal supuesto, los
derechos humanos internacionalmente reconocidos deben tener la supremacía
jerárquica de los derechos constitucionales y estar bajo la cobertura de la justicia
constitucional. Hay otro elemento que muestra cómo la protección de los derechos
humanos se plasma en un régimen que es siempre susceptible de ampliación, mas no
de restricción y que también atañe a la integración de la regulación internacional
entre sí y con la nacional. La mayoría de los tratados sobre derechos humanos
incluyen una cláusula según la cual ninguna disposición convencional puede
menoscabar la protección más amplia que puedan brindar otras normas de derecho
interno o de derecho internacional. En esta dirección, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos ha señalado que, “si a una misma situación son aplicables la
Convención Americana y otro tratado internacional, debe prevalecer la norma más
favorable a la persona humana” (Corte I.D.H., La colegiación obligatoria de periodistas
–arts. 13 y 29 Convención Americana sobre Derechos Humanos-). Opinión Consultiva
OC-5/85 del 13 de noviembre de 1985, Serie A No. 5, §52). Este principio representa
lo que se ha llamado la “cláusula del individuo más favorecido”. Habiendo pasado
revista al significado de los derechos humanos como atributos inherentes a toda
persona, corresponde ahora ver como los mismos se afirman frente al Estado o, más
genéricamente, frente al poder público. II. LOS DERECHOS HUMANOS SE AFIRMAN
FRENTE AL PODER PUBLICO Los derechos humanos implican obligaciones a cargo
del gobierno. El es el responsable de respetarlos, garantizarlos o satisfacerlos y, por
otro lado, en sentido estricto, solo él puede violarlos. Las ofensas a la dignidad de la
persona pueden tener diversas fuentes, pero no todas configuran, técnicamente,
violaciones a los derechos humanos. Este es un punto conceptualmente capital para
comprender a cabalidad el tema de los derechos humanos. Como ya se ha dicho en el
breve recuento anterior, durante la mayor parte de la historia el poder podía ejercerse
con escasos límites frente a los gobernados y prácticas como la esclavitud y la tortura
eran admitidas y hasta fundamentadas en ideas religiosas. La lucha por lo que hoy
llamamos derechos humanos ha sido, precisamente, la de circunscribir el ejercicio del
poder a los imperativos que emanan de la dignidad humana. La nota característica de
las violaciones a los derechos humanos es que ellas se cometen desde el poder
público o gracias a los medios que este pone a disposición de quienes lo ejercen. No
todo abuso contra una persona ni toda forma de violencia social son técnicamente
atentados contra los derechos humanos. Pueden ser crímenes, incluso gravísimos,
pero si es la mera obra de particulares no será una violación de los derechos
humanos. Existen, desde luego, situaciones límites, especialmente en el ejercicio de la
violencia política. Los grupos insurgentes armados que controlan de una manera
estable áreas territoriales o, en términos generales, ejercen de hecho autoridad sobre
otras personas, poseen un germen de poder público que están obligados, lo mismo
que el gobierno regular, a mantener dentro de los límites impuestos por los derechos
humanos. De no hacerlo no solo estarían violando el orden jurídico del Estado contra
el que insurgen, sino también los derechos humanos. Puede incluso considerarse que
quienes se afirmen en posesión de tal control. Aún si no lo tienen, se están
autoimponiendo los mismos límites en su tratamiento a las personas sobre las que
mantienen autoridad. Por lo demás, aplicando principios extraídos de la teoría de la
responsabilidad internacional, si un grupo insurgente conquista el poder, son
imputables al Estado las violaciones a obligaciones internacionales –incluidas las
relativas a derechos humanos- cometidas por tales grupos antes de alcanzar el poder.
Lo que no es exacto es que diversas formas de violencia política, que pueden tipificar
incluso gravísimos delitos internacionales, sean violaciones de los derechos humanos.
La responsabilidad por la efectiva vigencia de los derechos humanos incumbe
exclusivamente al Estado, entre cuyas funciones primordiales está la prevención y la
punición de toda clase de delitos. El Estado no está en condiciones de igualdad con
personas o grupos que se encuentren fuera de la ley, cualquiera sea su propósito al
así obrar. El Estado existe para el bien común y su autoridad debe ejercerse con
apego a la dignidad humana, de conformidad con la ley. Este principio debe dominar
la actividad del poder público dirigida a afirmar el efectivo goce de los derechos
humanos (A) así como el alcance de las limitaciones que ese mismo poder puede
imponer lícitamente al ejercicio de tales derechos (B). A. El poder público y la tutela
de los derechos humanos El ejercicio del poder no debe menoscabar de manera
arbitraria el efectivo goce de los derechos humanos. Antes bien, el norte de tal
ejercicio, en una sociedad democrática, debe ser la preservación y satisfacción de los
derechos fundamentales de cada uno. Esto es válido tanto por lo que se refiere al
respeto y garantía debido a los derechos civiles y políticos (1), como por lo que toca a
la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales y de los derechos
colectivos (2). 1. El respeto y garantía de los derechos civiles y políticos Como antes
quedó dicho, los derechos civiles y políticos tienen por objeto la tutela de la libertad,
la seguridad y la integridad física y moral de la persona, así como de su derecho a
participar en la vida pública. Por lo mismo, ellos se oponen a que el Estado invada o
agreda ciertos atributos de la persona, relativos a su integridad, libertad y seguridad.
Su vigencia depende, en buena medida, de la existencia de un orden jurídico que los
reconozca y garantice. En principio, basta constatar un hecho que los viole y que sea
legalmente imputable al Estado para que este pueda ser considerado responsable de
la infracción. Se trata de derechos inmediatamente exigibles, cuyo respeto representa
para el Estado una obligación de resultado, susceptible de control jurisdiccional. En
su conjunto, tales derechos expresan una dimensión más bien individualista, cuyo
propósito es evitar que el Estado agreda ciertos atributos del ser humano. Se trata, en
esencia, de derechos que se ejercen frente –y aún contra- el Estado y proveen a su
titular de medios para defenderse frente al ejercicio abusivo del poder público. El
Estado, por su parte, está obligado no solo a respetar los derechos civiles y políticos
sino también a garantizarlos. El respeto a los derechos humanos implica que la
actuación de los órganos del Estado no puede traspasar los límites que le señalan los
derechos humanos, como atributos inherentes a la dignidad de la persona y
superiores al poder del Estado. El respeto a los derechos humanos impone la
adecuación del sistema jurídico para asegurar la efectividad del goce de dichos
derechos. El deber de respeto también comporta que haya de considerarse como
ilícita toda acción u omisión de un órgano o funcionario del Estado que, en ejercicio
de los atributos de los que está investido, lesione indebidamente los derechos
humanos. En tales supuestos, es irrelevante que el órgano o funcionario haya
procedido en violación de la ley o fuera del ámbito de su competencia. En efecto, lo
decisivo es que actúe aprovechándose de los medios o poderes de que dispone por su
carácter oficial como órgano o funcionario. La garantía de los derechos humanos es
una obligación aún más amplia que la anterior, pues impone al Estado el deber de
asegurar la efectividad de los derechos humanos con todos los medios a su alcance.
Ello comporta, en primer lugar, que todo ciudadano debe disponer de medios
judiciales sencillos y eficaces para la protección de sus derechos. Por obra del mismo
deber, las violaciones a los derechos en dichas convenciones deben ser reputadas
como ilícitas por el derecho interno. También está a cargo del Estado prevenir
razonablemente situaciones lesivas a los derechos humanos y, en el supuesto de que
estas se produzcan, a procurar, dentro de las circunstancias de cada caso, lo
requerido para el restablecimiento del derecho. La garantía implica, en fin, que
existan medios para asegurar la reparación de los daños causados, así como para
investigar seriamente los hechos cuando ello sea preciso para establecer la verdad,
identificar a los culpables y aplicarles las sanciones pertinentes. Estos deberes del
poder público frente a las personas no aparecen del mismo modo cuando se trata de
los derechos económicos, sociales y culturales y los derechos colectivos. 2. La
satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales y los derechos
colectivos Como también ha quedado dicho, los derechos económicos, sociales y
culturales, se refieren a la existencia de condiciones de vida y de acceso a los bienes
materiales y culturales en términos adecuados a la dignidad inherente a la familia
humana. La realización de los derechos económicos, sociales y culturales no depende,
en general, de la sola instauración de un orden jurídico ni de la mera decisión política
de los órganos gubernamentales, sino de la conquista de un orden social donde
impere la justa distribución de los bienes, lo cual solo puede alcanzarse
progresivamente. Su exigibilidad está condicionada a la existencia de recursos
apropiados para su satisfacción, de modo que las obligaciones que asumen los
estados respecto de ellos esta vez son de medio o de por comportamiento. El control
del cumplimiento de este tipo de obligaciones implica algún género de juicio sobre la
política económico-social de los estados, cosa que escapa, en muchos casos, a la
esfera judicial. De allí que la protección de tales derechos suela ser confiada a
instituciones más político-técnicas que jurisdiccionales, llamadas a emitir informes
periódicos sobre la situación social y económica de cada país. De allí la principal
diferencia de naturaleza que normalmente se reconoce entre los deberes del poder
público frente a los derechos económicos y sociales con respecto a los que le
incumben en el ámbito de los civiles y políticos. Estos últimos son derechos
inmediatamente exigibles y frente a ellos los estados están obligados a un resultado:
un orden jurídico-político que los respete y garantice. Los otros, en cambio son
exigibles en la medida en que el Estado disponga de los recursos parar satisfacerlos,
puesto que las obligaciones contraídas esta vez son de medio o de comportamiento, de
tal manera que, para establecer que un gobierno ha violado tales derechos no basta
con demostrar que no ha sido satisfecho, sino que el comportamiento del poder
público en orden a alcanzar ese fin no se ha adecuado a los standards técnicos o
políticos apropiados. Así, la violación del derecho a la salud o al empleo no dependen
de la sola privación de tales bienes como sí ocurre con el derecho a la vida o a la
integridad. Esta consideración, que en general es atinada, amerita, sin embargo,
ciertos matices. La primera proviene del hecho de que hay algunos derechos
económicos y sociales que son también libertades públicas, como la mayor parte de
los derechos sindicales o la libertad de enseñanza. En estos casos el deber de respeto
y garantía de los mismos por parte del poder público es idéntico al que existe respecto
de los derechos civiles y políticos. Por otra parte, aunque, en general, es cierto que la
sola no satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales no es
demostrativa, en sí misma, de que el Estado los ha violado, cabe plantearse si la
realidad de ciertas políticas configura la vulneración de los derechos económicos,
sociales y culturales de manera parecida a los derechos civiles y políticos, es decir, ya
no como consecuencia de su no realización, sino por efecto de la adopción de políticas
que están orientadas hacia la supresión de los mismos. Es un tema abierto a la
discusión. En cuanto a los derechos colectivos, la sujeción del poder público es mixta.
En un sentido positivo, es decir, en lo que toca a su satisfacción, puede hablarse de
obligaciones de comportamiento: la acción del Estado debe ordenarse de la manera
más apropiada para que tales derechos –medio ambiente sano, desarrollo, paz- sean
satisfechos. En un sentido negativo, esto es, en cuanto a su violación, más bien se
está ante obligaciones de resultado: no es lícita la actuación arbitraria del poder
público que se traduzca en el menoscabo de tales derechos. En todos estos casos,
claro está, la violación de los derechos humanos ocurrirá en la medida en que la
actuación del poder público desborde los límites que legítimamente pueden imponerse
a los mismo por imperativos del orden público o del bien común. B. Los límites
legítimos a los derechos humanos El derecho de los derechos humanos, tanto en el
plano doméstico como en el internacional, autoriza limitaciones a los derechos
protegidos en dos tipos de circunstancias distintas. En condiciones normales, cada
derecho puede ser objeto de ciertas restricciones fundadas sobre distintos conceptos
que pueden resumirse en la noción general de orden público. Por otra parte, en casos
de emergencia, los gobiernos están autorizados para suspender las garantías. 1.
Limitaciones ordinarias a los derechos humanos Los derechos humanos pueden ser
legítimamente restringidos. Sin embargo, en condiciones normales, tales restricciones
no pueden ir más allá de determinado alcance y deben expresarse dentro de ciertas
formalidades. a. Alcance La formulación legal de los derechos humanos contiene,
normalmente, una referencia a las razones que, legítimamente, puedan fundar
limitaciones a los mismos. En general, se evitan las cláusulas restrictivas generales.
Aplicables a todos los derechos humanos en su conjunto y se ha optado, en cambio,
por fórmulas particulares, aplicables respecto de cada uno de los derechos
reconocidos, lo que refleja el deseo de ceñir las limitaciones en la medida
estrictamente necesaria para asegurar el máximum de protección al individuo. Las
limitaciones están normalmente referidas a conceptos jurídicos indeterminados, como
lo son las nociones de “orden público” o de “orden”; de “bien común”, “bienestar
general” o “vida o bienestar de la comunidad” de “seguridad nacional”, “seguridad
pública” o “seguridad de todos”; de “moral” o “moral pública”; de “salud pública”, o de
“prevención del delito”. Todas estas nociones implican una importante medida de
relatividad. Deben interpretarse en estrecha relación con el derecho al que están
referidas y deben tener en cuenta las circunstancias del lugar y del tiempo en que son
invocadas e interpretadas. A propósito de ellas se ha destacado que, tratándose de
nociones en que está implicada la relación entre la autoridad del Estado y los
individuos sometidos a su jurisdicción, todas ellas podrían ser reducidas a un
concepto singular y universal, como es el de orden público. El orden público, aún
como concepto universal, no responde a un contenido estable ni plenamente objetivo.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos lo ha definido como el conjunto de
“las condiciones que aseguran el funcionamiento armónico y normal de instituciones
sobre la base de un sistema coherente de valores y principios” (Corte I.D.H.: La
colegiación obligatoria de periodistas, cit., §64). Ahora bien, de alguna manera, la
definición de esos “valores y principios” no puede desvincularse de los sentimientos
dominantes en una sociedad dada, de manera que si la noción de “orden público” no
se interpreta vinculándola estrechamente con los standards de una sociedad
democrática, puede representar una vía para privar de contenido real a los derechos
humanos internacionalmente protegidos. En nombre de un “orden público”,
denominado por principios antidemocráticos, cualquier restricción a los derechos
humanos podría ser legítima. Las limitaciones a los derechos humanos no pueden
afectar el contenido esencial del derecho tutelado. La misma Corte también ha dicho
que nociones como la de “orden público” y la de “bien común” no pueden invocarse
como “medios para suprimir un derecho garantizado por la Convención” y deben
interpretarse con arreglo a las justas exigencias de una sociedad democrática,
teniendo en cuenta “el equilibrio entre los distintos intereses en juego y la necesidad
de preservar el objeto y fin de la Convención” (Corte I.D.H.: La colegiación obligatoria
de periodistas, cit., §67). b. La forma En un estado de derecho, las limitaciones a los
derechos humanos solo pueden emanar de leyes, se trata de una materia sometida a
la llamada reserva legal, de modo que el poder ejecutivo no está facultado para aplicar
más limitaciones que las que previamente hayan sido recogidas en una ley del poder
legislativo. Este es un principio universal del ordenamiento constitucional
democrático, expresado, entre otros textos por el artículo 30 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, según el cual las restricciones que la
Convención autoriza para el goce de los derechos por ella reconocidos, solo podrán
emanar de “leyes que se dictaren por razones de interés general y con el propósito
para el cual han sido establecidas”. Respecto de este artículo, la Corte ha interpretado
“que la palabra leyes ... significa norma jurídica de carácter general, ceñida al bien
común, emanada de los órganos legislativos constitucionalmente previstos y
democráticamente elegidos, y elaborada según el procedimiento previsto en las
constituciones de los estados partes para la formación de las leyes” (Corte I.D.H., La
expresión “leyes” en el artículo 30 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, cit. §38). Solo en circunstancias excepcionales el gobierno se ve facultado
para decidir por sí solo la imposición de determinadas limitaciones extraordinarias a
algunos derechos humanos, pero para ello tiene previamente que suspender las
garantías de tales derechos. 2. Las limitaciones a los derechos humanos bajo estados
de excepción Los derechos garantizados pueden verse expuestos a limitaciones
excepcionales frente a ciertas emergencias que entrañen grave peligro público o
amenaza a la independencia o seguridad del Estado. En tales circunstancias el
gobierno puede suspender las garantías. A este respecto, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos ha enfatizado que, dentro del sistema de la Convención, se trata
de una medida enteramente excepcional, que se justifica porque “puede ser en
algunas hipótesis, el único medio para atender a situaciones de emergencia pública y
preservar los valores superiores de la sociedad democrática” (Corte I.D.H., El hábeas
corpus bajo suspensión de garantías (arts. 27.2 y 25.1 Convención Americana sobre
Derechos Humanos), Opinión Consultiva OC-8/87 del 30 de enero de 1987, §20). Sin
embargo, evocando quizás los abusos a que ha dado origen en el hemisferio, afirmó
que “la suspensión de garantías no puede desvincularse del ejercicio efectivo de la
democracia representativa a que alude el artículo 3 de la carta de la OEA” y que ella
no “comport(a) la suspensión temporal del estado de derecho (ni) autori(za) a los
gobernantes a apartar su conducta de la legalidad a la que en todo momento deben
ceñirse” (ibid.), pues el efecto de la suspensión se contrae a modificar, pero no a
suprimir “algunos de los límites legales de la actuación del poder público” (ibid. §24).
La suspensión de garantías está sujeta, además, a cierto número de condiciones,
entre las que cabe enunciar, también de modo esquemático, las siguientes: a. Estricta
necesidad. La suspensión de las garantías debe ser indispensable para atender a la
emergencia. b. Proporcionalidad, lo que implica que solo cabe suspender aquellas
garantías que guarden relación con las medidas excepcionales necesarias para
atender la emergencia. c. Temporalidad. Las garantías deben quedar suspendidas
solo por el tiempo estrictamente necesario para superar la emergencia. d. Respeto a la
esencia de los derechos humanos. Existe un núcleo esencial de derechos cuyas
garantías no pueden ser suspendidas bajo ninguna circunstancia. El enunciado de
los mismos varía en los diferentes ordenamientos constitucionales y en los distintos
tratados sobre el tema. La lista de garantías no suspendibles más amplia es,
probablemente, la contenida en el artículo 27 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, según el cual están fuera de ámbito de los estados de excepción
los siguientes derechos: el derecho a la vida; el derecho a la integridad personal; la
prohibición de esclavitud y servidumbre; la prohibición de la discriminación; el
derecho a la personalidad jurídica; el derecho a la nacionalidad; los derechos
políticos; el principio de legalidad y retroactividad; la libertad de conciencia y de
religión; la protección a la familia y los derechos del niño; así como las garantías
judiciales indispensables para la protección de tales derechos, entre las cuales deben
considerarse incluidos el amparo y el hábeas corpus. e. Publicidad. El acto de
suspensión de garantías debe publicarse por los medios oficiales del derecho interno
de cada país y comunicarse a la comunidad internacional, según lo pautan algunas
convenciones sobre derechos humanos.

III. CONCLUSIÓN El tema de los derechos humanos domina progresivamente la


relación de la persona con el poder en todos los confines de la tierra. Su
reconocimiento y protección universales representa una revalorización ética y
jurídica del ser humano como poblador del planeta más que como poblador del
Estado. Los atributos de la dignidad de la persona humana, donde quiera que
ella esté y por el hecho mismo de serlo prevalecen no solo en el plano moral
sino en el legal, sobre el poder del Estado, cualquiera sea el origen de ese poder
y la organización del gobierno. Es esa la conquista histórica de estos tiempos.

TEPORIA CRITICA DE LOS DH.

Las tesis que aquí se presentan se inscriben en el horizonte de una contribución a una
teoría crítica de los Derechos Humanos. Es un postulado autocrítico irrenunciable del
discurso crítico, el riguroso cuestionamiento de las propias posiciones filosóficas,
sociológicas y políticas, así como de las relaciones entre ellas; aquí se sostiene que el
proyecto y el discurso de los Derechos Humanos ha de someterse sistemáticamente a
tales prácticas auto-correctivas.

La adopción de un perspectiva modulada por la tradición de la teoría crítica supone


asumir dos premisas metodológicas fundamentales respecto del concepto "Derechos
Humanos". Por un lado, los Derechos Humanos son considerados como un movimiento
social, político e intelectual, así como (su) teoría propiamente dicha. Su determinación
básica, a lo largo de su historia, consiste en su carácter emancipatorio (resistencia al
abuso de poder, reivindicación de libertades, regulación garantista por parte del Estado);
su sustrato indeleble es la exigencia y afirmación de reconocimiento.

Son simultáneamente proyecto práctico y discurso teórico (lejos de ser sólo derechos). Su
consistencia es la de una multiplicidad de prácticas que se despliegan en múltiples
dimensiones y se configuran en variados repertorios estratégicos y tácticos; 1 su
intencionaldad o sentido busca la instauración de acontecimiento políticos, es decir, la
irrupción de exigencias de reconocimiento que modifican las correlaciones de fuerza y
dominio prevalecientes.

De otra parte, los Derechos Humanos son entendidos como un fenómeno histórico. En
tanto que conjunto multidimensional de prácticas y su correspondiente saber e ideología,
se encuentra especificado históricamente; los factores históricos y las condiciones
sociales, políticas y culturales conforman variables indispensables para comprender y
explicar su desarrollo previo y su caracterización actual.

El presente ensayo, construido mediante la formulación de "tesis" busca, amén de


acentuar su intencionalidad heurística, comulgar con las formas precursoras e iniciales –
fragmentos y no sistemas– de montaje o collage típicas de la teoría crítica. 2 Con estos
modos se pretende una reverberación del hecho de que, si bien ha habido importantes
intervenciones críticas en el trayecto histórico de los Derechos Humanos, no se ha
propuesto una reconsideración de ese proyecto humanístico bajo explícitas premisas
críticas y, mucho menos, articulada con presupuestos teóricos de una concepción
radicalmente disímil a la tradición de los Derechos Humanos (al menos de 1948 a la
fecha).

El debate contemporáneo de los Derechos Humanos

Los Derechos Humanos son controversiales y para nada autoevidentes. Así lo enuncia la
teoría crítica en clara contraposición a la afirmación que el discurso dominante juridicista
(naturalista y/o liberal) ha planteado, que los Derechos Humanos son universales y
obvios, existentes en los individuos por el hecho de ser personas humanas; derivados de
la razón, racionales en sentido fuerte y, por tanto, que no son ambiguos, ni objeto de
controversia. Estas pretensiones universalizantes y la generalidad relativamente sin
límites de sus contenidos posibles, convierte cualquier indagación o conversación acerca
de los Derechos Humanos en un conjunto práctico y discursivo inabarcable; lo que
origina, tanto en la experiencia práctica como teórica, una ausencia de acuerdo respecto
de lo que los Derechos Humanos son en realidad.

En la producción teórica y académica contemporánea se distinguen cuatro


conceptualizaciones principales (Dembour, 2006; Dembour, Cowan, Wilson, 2001) sobre
lo que son los Derechos Humanos en realidad, tales "escuelas" típico ideales serían:
naturalista (ortodoxia tradicional); deliberativa (nueva ortodoxia); protesta (de resistencia)
y discursiva-contestataria (disidente, nihilista).

De manera básica se explica que el modelo y/o tipo ideal de la escuela o tendencia
naturalista concibe los Derechos Humanos como "dados o inherentes"; la deliberativa
como "acordados o socialmente consensados"; la disidente como "resultado de las luchas
sociales y políticas"; en tanto, la contestataria como un "hecho de lenguaje, meros
discursos" referidos a los Derechos Humanos.

Conviene, aunque sea indicativamente, señalar algunos de los autores más


representativos del mapa de las diferentes tendencias que componen el universo del
debate contemporáneo acerca de los Derechos Humanos.

Para la escuela naturalista y su concepción de que los Derechos Humanos están basados
en la naturaleza misma o, eventualmente, en términos de un ser sobrenatural, los
Derechos Humanos son entendidos definitivamente como universales, en tanto que son
parte de la estructura del universo, si bien pueden ser traducidos prácticamente de
diversas formas. Entre los autores contemporáneos más representativos de la escuela
"naturalista", estarían Jack Donnelly (1994) (con fuerte acento consensual y
"sentimentalista"), Alan Gewirth (1996) y, en nuestro medio, destacaría la obra de
Mauricio Beuchot.

Por lo que toca a la escuela "deliberativa", el basamento de los Derechos Humanos


consiste en la construcción de consensos sobre cómo la política de la sociedad debe de ser
orientada; consecuentemente, la universalidad de los Derechos Humanos es potencial y
depende de la capacidad que se tenga para ampliar el consenso acerca de los mismos. La
figura más destacada de esta corriente deliberativa es, sin duda, Jürgen Habermas
(1998); en la misma línea destaca como referente John Rawls, así como Michael Ignattieff
(2001), Sally Engle Merry (2009) y, en el ambiente doméstico, Fernando Salmerón (1996)
y León Olivé (1993).
La escuela de protesta o de resistencia en el debate actual de los Derechos Humanos
encuentra en Ettienne Balibar (1991), Costas Douzinas (2000), Upendra Baxi (2008) y
Neil Stammers (2009) sus mejores representantes; en el medio local destacan los trabajos
de Luis Villoro (2007). Para la escuela de protesta, los Derechos Humanos están
arraigados a la tradición histórica de las luchas sociales, si bien mantienen un sentido de
apertura hacia valores de carácter trascendental (en contraposición al estricto laicismo de
la perspectiva deliberativa liberal). Por ello consideran universales a los Derechos
Humanos en cuanto a su fuente, toda vez que la condición de sufrimiento y la potencial
victimización de los sujetos tiene carácter universal.

Por último, la escuela discursiva o disidente sostiene que el fundamento mismo de los
Derechos Humanos no es otro que un hecho de lenguaje, la cuestión irrebatible de que en
los tiempos contemporáneos se habla constantemente acerca de ellos y que tienen un
carácter referencial; por supuesto no le atribuyen ningún carácter de universalidad, de
modo que son un elemento táctico sumamente aprovechable, puesto que los contenidos
se pueden establecer discrecionalmente en ellos. De esa escuela discursiva destacan
Alasdair MacIntyre (2001), Jacques Derrida (2001), Makau Mutua (2002), Wendy Brown
(2004), y Shannon Speed (2008); en el ambiente local ha reflexionado en términos
análogos, entre otros, Cesáreo Morales (2008).

Bajo ese marco esquemático general, las tesis aquí presentadas buscan inscribirse en el
horizonte de una contribución a una teoría crítica de los Derechos Humanos que, en las
condiciones contemporáneas, ha de entenderse como un proceso en construcción (work in
progress), una pretensión que habría de combinar elementos teóricos propiamente críticos
y orientaciones políticas de emancipación en correspondencia con las condiciones socio-
económicas, políticas y culturales del momento histórico para "ajustar cuentas" de modo
sistemático con la versión juridicista, de corte naturalista y raigambre liberal y cristiana
que conforma la perspectiva dominante del discurso contemporáneo de los Derechos
Humanos.

TESIS 1. Inadecuación entre teoría y práctica

La exigencia contemporánea de una aproximación crítica a los Derechos Humanos se


justifica, en primera instancia, por la no correspondencia entre el desarrollo discursivo y
normativo del proyecto de los Derechos Humanos y su situación práctica de crecientes
vulneración, irrespeto y manipulación de los mismos. Así como también, en segunda
instancia, en virtud de la percepción y el diagnóstico respecto de su situación de crisis
teórica, crisis conceptual y cultural presente en sus dimensiones tanto externa como
interna.

En lo exterior, expresada en la paradoja de ser –hoy por hoy– un discurso referencial


dominante, en términos valorativos y normativos y, al mismo tiempo, ser objeto de
instrumentalizaciones políticas, manipulaciones legitimatorias, así como de un uso banal
y un abuso vulgarizador del lenguaje de los Derechos Humanos, por un lado y, por otro
lado, en su dimensión interior propiamente discursiva, en cuanto a la radical
inadecuación de su composición conceptual y sus proposiciones teóricas respecto de las
efectivas condiciones sociales, políticas y culturales del momento histórico
contemporáneo. La consecuencia indeseada y/o perversa es la pérdida de sus
potencialidades emancipatorias.

El discurso actual dominante de los Derechos Humanos –su formulación hegemónica


juridicista– no es expresión teórica suficiente de las necesidades prácticas del proyecto-
movimiento de los Derechos Humanos en las condiciones actuales, tanto en sus medios e
instrumentos como en sus objetivos. Existe, desde hace décadas, la imposibilidad de
vincular directa y adecuadamente la práctica y la teoría de los Derechos Humanos a la
forma original renovada correspondiente a su refundación contemporánea.

La figura histórica de los Derechos Humanos, en su fase de reformulación y desarrollo,


surgió reactivamente luego del final de la Segunda Guerra Mundial. Ese discurso, matriz
normativa y teórica de toda la evolución posterior –su forma "clásica"– no fue expresión
adecuada respecto de las nuevas condiciones emergentes, ni contó con un diagnóstico,
acorde a sus propias finalidades, de las tensiones de la llamada Guerra Fría, que
caracterizaron a la segunda mitad del siglo XX, prácticamente hasta los años 90. Mucho
menos ha sido capaz de captar y representar de modo teóricamente pertinente y
prácticamente viable el desarrollo posterior al colapso del socialismo real, así como las
determinaciones del proceso de globalización con una interpretación de la matriz teórico-
conceptual derivada de ella. Resultado de esos déficits conceptuales y culturales, el
discurso y el movimiento de los Derechos Humanos vive una crisis práctica y teórica que
reclama un replanteamiento crítico y, consecuentemente, un argumento re-legitimador.

En rigor, los Derechos Humanos en su formulación actual dominante, no son sino el


resultado sintético de la situación dramática precedente, con la emergencia de la barbarie
absoluta en los campos de exterminio, aludida con el concepto "Auschwitz"; se trató de
una reacción ilustrada, de rescate de valores y principios éticos de matriz liberal-
cristiana. Sin embargo, el optimismo respecto de un posible regreso a valores de
convivencia civilizada, normada por el derecho, sobre la base de la dignidad humana, no
apreciaba en toda su radicalidad el golpe devastador infligido a toda pretensión teórica y
política del proyecto mismo de la Ilustración.

Lo anterior ayuda a entender, si bien parcialmente, porqué las propuestas teóricas de los
Derechos Humanos y sus traducciones jurídicas positivas resultan asequibles y útiles
(aún si en un plano de mera denuncia) en condiciones particulares de crisis humanitarias
y durante periodos delimitados, en ambientes represivos nugatorios de los derechos
civiles y políticos, propios de dictaduras y/o Estados autoritarios; pero resultan
inaplicables, inviables, en términos generales y en las condiciones mayoritariamente
predominantes en Estados con regímenes razonablemente democráticos.

Las potencialidades de un desarrollo vivo, creativo, del proyecto y el discurso de los


Derechos Humanos resultó obstaculizado por las modificadas condiciones históricas de
las sociedades y los Estados a través de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del
presente. Por ello es pertinente y adecuado un replanteamiento crítico que tome en
consideración los factores históricos y asuma con radicalidad las condiciones sociales,
políticas y culturales actuales para ensayar una reformulación (una re-legitimación)
contemporánea de los Derechos Humanos.

TESIS 2. De la globalización y su matriz teórica básica

La complejidad inherente al debate contemporáneo de los Derechos Humanos encuentra


ciertas claves de comprensión si se le relaciona con las condiciones de su especificación
histórica. Los grandes cambios sociales, políticos y económicos del siglo XX están
determinados por el proceso de globalización, la especificidad contemporánea encuentra su
configuración principal en la globalización. No obstante, la conexión entre el discurso de
los Derechos Humanos y el proceso globalizador aparece mediado por una matriz teórica
básica; dotada de principios constructivos y operacionales práctico-materiales y también
conceptuales-culturales, generados por las condiciones inherentes de la globalización, sus
tendencias determinantes y sus tensiones polarizantes.

Las condiciones actuales de la sociedad globalizada muestran, por un lado, una fuerte


tendencia hacia la homogeneización, posibilitada por pautas económicas y culturales –
estándares, hábitos y modas a partir del consumo– extendidas por todo el mundo; y, no
obstante, por el otro lado, el reforzamiento de una heterogeneidad cultural a partir de la
reivindicación de identidades étnicas, religiosas, culturales y hasta de modos de vida de
diverso tipo, que determinan que –en dichas condiciones sociales y culturales– unas y
otras cohabiten en el seno de una tensa paradoja.

Un discurso renovado de los Derechos Humanos podría afirmarse como un territorio


discursivo de mediación –y no sólo referencial normativo– entre la afirmación de los
universales, con su cuota correspondiente de violencia (universales impuros), de matriz
occidental y el cuestionamiento radical de los relativismos culturales y los particularismos
nacionales, étnicos, religiosos y lingüísticos (el desafío multicultural a Occidente).

Paradoja de bipolaridad persistente, que no tiende a resolverse a favor de uno de los polos
en tensión –homogeneización o heterogeneidad– sino que, más bien, genera un campo de
fuerzas de complejas tensiones, pues a medida que las relaciones sociales se amplían, se
produce también una intensificación de las diferencias, lo que indica que los procesos
globalizadores carecen de esa unidad de efectos que generalmente se da por sentada al
hablar de globalización.

Así, el término "globalización" se suele relacionar con la aprehensión de su carácter


irresuelto, sus tensiones contradictorias y sus efectos indeseados: de la "sociedad de
riesgo" (Beck, 2008) o "sociedad líquida" (Bauman, 2007), con espacios que fluyen
(Castells, 2002), (en) un "mundo turbulento" (Rousenau, 2002) y "desbocado" (Giddens,
1999), susceptible al "choque de civilizaciones" (Huntington) fundamentado a partir del
surgimiento de un "sistema mundial capitalista" (Wallerstein, 1998) y que produce, como
efecto de su carácter paradojal, procesos de "individualización" (Beck y Gernsheim, 2003),
"retribalización" (Maffesoli, 2004), "transculturalización" y "reterritorialización" (García
Canclini, 1999).

Así, escuetamente entendido, podemos señalar que la globalización es un fenómeno social


emergente, un proceso en construcción, una dialéctica dotada con sentidos
contrapuestos, opciones de valor ineludibles, con carga ideológico-política y de matriz
económico-tecnológica. La globalización, bajo la determinación de su fuerte variable
económica, forma parte del viejo proceso –siempre creciente– de mundialización del
sistema capitalista, teorizado de modo canónico por Marx (1977: v. I, pp.179-214). Se
trata de una fase de peculiar intensidad del sentido expansivo de la valorización del
capital, desdibujando las distinciones clásicas entre mercado local y mundial, ciudad y
campo y entre trabajo manual e intelectual (trabajo productivo e improductivo). Esta fase
está cargada de implicaciones sociales y culturales condicionadas desde una novedosa y
revolucionaria base informática y cibernética, características de la época contemporánea,
que problematizan los códigos de la producción de verdades y que realizan rotundamente
la tendencia de que las fuerzas productivas principales, las que más y mejor valorizan
valor, sean la ciencia y la técnica.

TESIS 3. Imperativo multicultural


La globalización también ha alterado el significado contemporáneo de la soberanía política
y jurídica y, con ello, se ha agudizado un debilitamiento de las estructuras estatales frente
al escenario global. El desplazamiento de la centralidad del Estado (y su soberanía) se
contraponen y colisionan, determinando espacios y tiempos de incertidumbre, agravados
por nuevos tipos de violencia (algunos extremos como la violencia del terrorismo y el
narcotráfico en algunos países) donde, con la participación del Estado, los Derechos
Humanos quedan situados en una tensa ambigüedad crítica.

Con el fin del bipolarismo global, un conjunto de fuerzas, reacciones, viejas


reivindicaciones y aspiraciones encontraron en la afirmación de la heterogeneidad un
punto focal; se constituyó, así, en el motor del principio de autonomía y en el potencial
constructo de las identidades individuales y colectivas. El poderoso imperativo
multicultural –especie de gran paraguas teórico y cultural de las diferencias– se convierte
en un desafío e impele a un diálogo con las culturas periféricas, pero también en el seno
mismo de las sociedades democráticas de Occidente, respecto a las reivindicaciones
valorativas de diferencia y reconocimiento culturales.

Esta irrupción del pluralismo y la heterogeneidad en disputa con el universalismo y la


homogeneidad, todavía dominantes –aunque erosionados–, se encuentra indisolublemente
asociada a la figura del Estado. La tensión entre Derechos Humanos (cuyo horizonte
intelectual y derechos positivizados se ubican tradicionalmente en un plano de
adscripción universal y bajo un principio de igualdad general) y el multiculturalismo
(como reconocimiento a las diferencias de pertenencia cultural e identidad particulares),
surge cuando las demandas de grupos culturalmente diferenciados (reticentes a la
aceptación del significado universalmente válido de los valores y las finalidades
paradigmáticamente expresados en la forma democrática y en los Derechos Humanos),
resultan imposibles de reivindicar –inasimilables– sin desprenderse de su interrelación
con el Estado, ese espacio político –de supuesta igualdad universal– integrado a partir de
conceptos universales y presuntas condiciones de homogeneidad.

No obstante, lo que prevalece es la confrontación práctica e intelectual y el carácter


inescapable del conflicto de valores implícito en el impulso históricamente dominante de
la perspectiva Occidental y sus formas político culturales (Derechos Humanos incluidos).
Así, las contradicciones se precipitan al territorio dirimente de la política y la lucha por el
reconocimiento como condición básica de la construcción y entendimiento de los
Derechos Humanos.

En esa discusión, la temática de los Derechos Humanos ha ocupado un lugar central,


tanto como objeto de crítica valorativa, toda vez que su construcción y fundamentación se
han realizado en clave monocultural (occidental), así como por el desarrollo de un debate
de revaloración, redefinición y relegitimación del discurso y la teoría de los Derechos
Humanos de cara a las modificadas condiciones de nuestras sociedades globales.

TESIS 4. Imperativo multidisciplinario

Derivada de la matriz teórica básica generada por la globalización, sus consecuencias y


determinaciones, en particular, el debilitamiento crítico del Estado nacional y de la noción
dura de soberanía operan condicionantemente en el plano del movimiento y la teoría de
los Derechos Humanos, se ha inducido una mutación en el discurso juiridicista dominante.
Un desajuste crítico que tiende a desplazar al derecho del centro dominante en el
discurso de los Derechos Humanos y que propicia la irrupción del conjunto de las
ciencias sociales y la filosofía en su interior.
El impacto de este desarrollo crítico de la teoría de los Derechos Humanos no ha sido
referencia exclusiva del ámbito jurídico, sino que se ha extendido al de las ciencias
sociales en su conjunto; ha inducido una relativización de sus respectivos campos de
conocimiento y a una interrelación más intensa entre las distintas disciplinas; asimismo,
en ciertos territorios, como la filosofía del derecho y la filosofía política, a un radical y
complementario intercambio conceptual. De lo que se ha desprendido un imperativo
multidisciplinario al discurso de los Derechos Humanos; exigencia que interpela toda
pretensión crítica y de adecuación a las circunstancias reales de una teoría actualizada
de los Derechos Humanos. La complejización, extensión y debilitamiento del derecho como
la modalidad hegemónica en la descripción, constitución y legitimación teorética de los
Derechos Humanos ha conducido a la necesidad de una aproximación multidisciplinaria.

El movimiento y el discurso de los Derechos Humanos son tema relevante y esencial,


referente obligado tanto política como jurídica y socialmente, en el debate contemporáneo.
La complejidad y riqueza que engloba el concepto Derechos Humanos nos impele a
trasladar su estudio –migración cultural– hacia una perspectiva más amplia que la
generada por la especialización actual de las disciplinas del conocimiento humano. Si
bien es cierto que el estudio del tema nos ha remitido, tradicionalmente, al terreno
jurídico, también es cierto que el debate y la investigación están lejos de agotarse en ese
ámbito. El otrora discurso dominante del derecho se ha visto impelido a un
replanteamiento radical respecto de los Derechos Humanos y a enfrentar inéditos
problemas conceptuales, así como numerosos desafíos teóricos y metodológicos en ese
ámbito.

TESIS 5. Imperativo de género

El feminismo y los estudios de género tuvieron un desenvolvimiento intelectual y un


arraigo material inusitado y exitoso a lo largo del siglo pasado. Si alguna revolución
cultural contemporánea se mantiene invicta ésa es la del feminismo contemporáneo (con
todo y sus contradicciones, divisiones y diásporas). Al igual que otros movimientos
sociales radicales que reivindican reconocimiento, insertan la cuestión propia de las
diferencias dentro del lenguaje universalista de los Derechos Humanos. Propiamente, el
discurso feminista es uno que emplaza el debate sobre los Derechos Humanos a partir de
la subversión de la distinción entre universalidad y diferencia.

La coincidencia epocal en el surgimiento tanto del pensamiento político liberal de


la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano como del pensamiento
feminista emergente, ambos a finales del siglo XVIII, ha inducido a disociar, al menos, dos
principios definitorios de la disociación entre feminismo y Derechos Humanos; por un
lado, el universalismo de las Declaraciones canónicas y, por otro lado, los presupuestos
implícitos en la perspectiva del concepto de género, la noción de diferencia y de los
recursos conceptuales y políticos, presentes en la tradición feminista.

"Género" es un (relativamente) nuevo concepto, que además de su inherente ánimo


crítico, contiene pretensiones políticas reivindicativas radicales. Con esto, no se trata sólo
de situar la noción de género en la perspectiva interpretativa que lo tiene como matriz,
esto es, con los movimientos feministas, sino la de enfatizar un carácter esencialmente
político.

El concepto de género es simbolización de la diferencia sexual; aquí lo propiamente


simbólico consiste en la institución de códigos culturales que, mediante prescripciones
fundamentales –como es el caso de las de género– reglamentan el conjunto de la
existencia humana en sociedades y periodos históricos específicos (Lamas, 1996). Esta
simbolización cultural de la diferencia anatómica-sexual toma forma en un conglomerado
de prácticas, ideas, discursos y representaciones sociales que influyen y condicionan la
conducta objetiva y subjetiva de las personas en función de su sexo.

La noción de género ofrece la posibilidad de pensar el carácter de constructo cultural de


las diferencias sexuales, el género es una producción social y cultural históricamente
especificada, más allá de la propia estructuración biológica de los sexos, de las
identidades de género, de su función y relevancia en las organizaciones sociales. Desde
luego, es relevante el papel innegable y paradigmático que opera en la estructuración de
la igualdad y la desigualdad.

Asimismo, detrás de los movimientos reivindicatorios, y en particular del movimiento


feminista, existe una "semiotización de lo social" (Gutiérrez, 1997: p.57); esto es, que la
fuerza inventiva del movimiento feminista, su contribución, no sólo pasa por las
posibilidades heurísticas del concepto y la perspectiva de género sino también por todo lo
que deriva de su potencial crítico y deconstructor de ciertos paradigmas teóricos, pero
también prácticos (Gutiérrez, 1997: pp.60ss). Con ello, tal semiotización de lo social debe
entenderse como el sello del horizonte epistemológico contemporáneo y como resultado de
las estrategias teóricas más diversas, desde la recuperación de la dimensión del sentido
de historicistas y hermeneutas, hasta el giro lingüístico de estructuralistas, post-
estructuralistas y filósofos del lenguaje, lo que explica el arribo conclusivo a tesis
establecidas como la de que "toda relación social se estructura simbólicamente y todo
orden simbólico se estructura discursivamente".

Los afanes teóricos del feminismo no son fácilmente deslindables de la política. Con su
práctica política, las feministas contribuyeron a cimbrar ciertos paradigmas de la derecha
y de la izquierda acerca de cómo pensar y hacer política. La posición teórica feminista
emplazó, a través de la idea de género, la desarticulación de ciertos paradigmas de la
Modernidad y de la lógica esencialista en que se sustentan.

Dos de los principales dispositivos teóricos criticados, en su momento, por la teoría


feminista, el cuestionamiento del paradigma liberal y sus ejes fundamentales el
racionalismo y el humanismo, inciden directamente en el corpus conceptual de la
configuración clásica dominante del discurso de los Derechos Humanos. La hostilidad
histórico-emblemática (...la condena a la guillotina de la "girondina" Olympe de Gouges,
opuesta a la ejecución del rey y autora de la malhadada Declaración de los derechos de la
mujer y de la ciudadana...) del feminismo respecto de las teorías embrionarias de
Derechos Humanos, encontró respaldo teórico y conceptual sólido (aunque tardío),
mediante la problematización con perspectiva de género, a la desigualdad y
discriminación de las mujeres en las concepciones, textos y prácticas originarios del
movimiento y el discurso de los Derechos Humanos.

El arraigo de las teorías feministas en los modos culturales y de pensamiento


contemporáneos, su distancia crítica respecto al proyecto y discurso de los Derechos
Humanos, ha mostrado deconstructivamente las inconsistencias de su matriz
universalista; asimismo, ha cuestionado el prejuicio radical de la izquierda, especialmente
la de corte marxista, que no permitía incorporar y reconocer un sus organizaciones y en
su discurso la especificidad de la problemática de género, de su origen y carácter
propiamente cultural y que –con ello– negaba e invisibilizaba la marginación, el
menosprecio y la subordinación de las mujeres en el universo político cultural de la
izquierda.

 
TESIS 6. Del sufrimiento y la noción de víctima

Una de las cuestiones trascendentes que el discurso crítico de los Derechos Humanos no
puede soslayar es la pregunta sobre si la teoría social y filosófica del siglo XXI será capaz
de encontrar significado al sufrimiento humano socialmente generado. La validez y
autenticidad del empeño crítico del discurso de los Derechos Humanos ante el
sufrimiento de las víctimas, sólo podrá ser reivindicado y sustentado si mantiene la
consciencia alertada respecto del reconocimiento de la fragilidad de las pretensiones de la
teoría crítica, así como de la condición malamente existente de los Derechos Humanos en
la actualidad.

El discurso crítico de los Derechos Humanos, en tanto que saber práctico alimentado de
prácticas de resistencia, tiene que ser parte activa en esta deconstrucción de los relatos
de integración y consuelo del sufrimiento. Su militancia al lado de las víctimas y el
compromiso de su teoría con el desentrañamiento crítico de lo que provoca el sufrimiento,
la violencia y la vulneración de la dignidad de las personas, impone nuevas tareas a la
agenda de los Derechos Humanos.

La meditación acerca del sufrimiento resulta inexcusable, en tanto que aparece como la
vía material que comunica tanto con la noción de víctima como con el concepto de
dignidad. Para la teoría contemporánea de los Derechos Humanos, la relación entre
violencia y dignidad vulnerada no es directa. Está mediada por la (noción) de víctima.
Tanto la violencia como la dignidad humana (vulnerada) son perceptibles a partir de la
vida dañada en las víctimas, cuyo registro radica en las narrativas del sufrimiento.

Una perspectiva crítica de la idea de víctima propicia la apertura a una doble dimensión


epistemológica, tanto propiamente cognoscitiva como en su función heurística: a)
la víctima es punto de partida metodológico, plausible para una investigación crítica del
núcleo básico ético de una teoría de los Derechos Humanos, a partir del estudio de la
violencia; b) la víctima es la mediación necesaria con la dignidad dañada o vulnerada que
se implica en ella, toda vez que la aproximación o el asedio conceptual a la idea de
dignidad humana sólo ocurre idóneamente por vía negativa, esto es, a través de las
múltiples formas de daño y de vulneración de la dignidad de las personas.

La revisión crítica de la noción de víctima, de alta complejidad y riqueza de


determinaciones supone asumirla como la mediación plausible entre las nuevas
determinaciones y modalidades de la violencia estatal y societal contemporánea y la
dimensión de la dignidad humana.

Apelar a las violaciones de la dignidad humana en el siglo XX, con el involucramiento del
discurso de los Derechos Humanos en ello, posibilitó el descubrimiento de la función
heurística de la noción de víctima y, con ello, el concepto de dignidad humana pudo
cumplimentar con su tarea como fuente de ampliación de nuevos derechos.

Asimismo, resulta pertinente deconstruir críticamente la noción de la dignidad humana,


asumida como vacío de contenidos conceptuales y/o como derivada de alguna
fundamentación axiomática particular (de imposibles consensos); apelar a un uso del
concepto de dignidad como postulado de la razón práctica contemporánea, como referente
de potencialidad normativa para la convivencia social. La dignidad humana vulnerada por
la violencia tiende a convertirse, entonces, en la vía que constata y confirma, en clave de
Derechos Humanos, la condición de víctimas, en el criterio que pondera y reconoce su
sufrimiento y el horizonte proyectivo de su emancipación.
La revisión crítica de la noción de víctima, con la mira en la pretensión de contribuir a
una fundamentación ética de los Derechos Humanos, supone asumirla como la mediación
plausible entre las nuevas determinaciones y modalidades de la violencia estatal y societal
contemporáneas y la dimensión de la dignidad humana (Arias, 2012). Su estudio resulta
un asunto crucial para el discurso social, filosófico y jurídico de los Derechos Humanos,
así como resulta clave para el análisis y reinterpretación de la ecuación discursiva señera
de ellos, el clásico nudo fundamental –históricamente siempre repensado– de la relación
violencia-víctima-dignidad. Como se sabe, la relación entre violencia y dignidad vulnerada
no es directa, se encuentra mediada por la noción de víctima, de ahí su importancia
teórica y metodológica. Así, la problemática generada por el tratamiento crítico de esos
temas constituye actualmente –como desde su origen– la columna vertebral de los
Derechos Humanos (Arias, 2012: pp.16ss.).

TESIS 7. De la construcción de una noción crítica de víctima

La perspectiva crítica de la idea de víctima –como vimos en las tesis anterior– propicia la
apertura a una doble dimensión epistemológica, tanto propiamente cognoscitiva como en
su función heurística:
a) la víctima es punto de partida metodológico, plausible para una investigación crítica del
núcleo básico ético de una teoría de los Derechos Humanos, a partir del estudio de la
violencia; b) la víctima es la mediación necesaria con la dignidad dañada o vulnerada que
se implica en ella, toda vez que la aproximación o el asedio conceptual a la idea de
dignidad humana sólo ocurre idóneamente por vía negativa, esto es, a través de las
múltiples formas de daño y de vulneración de la dignidad de las personas, expresadas en
las narrativas del sufrimiento.

Ahora bien, la noción de víctima, en la evolución y cristalizaciones de sus contenidos


semánticos, es una noción vaga, cargada de polivalencia semántica y de polisemia
cultural, donde los significados sacrificiales resultan dominantes. De entrada, estimula
aproximaciones intuitivas y favorece los prejuicios, fuentes principales de los obstáculos
epistemológicos al conocimiento. El modo de trabajo o procesamiento racional sobre el
concepto de víctima ha tenido tradicionalmente la deriva dominante del derecho, de
manera que la noción de víctima con mayor y mejor carga intelectual resulta ser
predominante y unidimensionalmente jurídica. La parafernalia técnico-administrativa
relativa al interés pragmático, propio del saber jurídico, ha resultado ser velo y
complemento de los significados de sacrificio y resignación inherentes a la idea de
víctima, contenidos arcaizantes y de corte teológico.

La crítica reflexiva y práctica respecto al concepto de víctima lleva a un replanteamiento


respecto de ideas y prácticas asociadas con ella. Indefensión, sometimiento, debilidad,
reconocimiento negativo como meras víctimas, al final, predominio de variadas formas de
menosprecio, redundan en un bajo potencial de protesta, una restricción de sus alcances
organizativos, convocatorias de solidaridad compasiva, manipulaciones políticas y
facilidades al chantaje de las víctimas indirectas: la noción convencional de víctima se
limita al umbral de la queja victimante y no alcanza la proclama de la protesta, ni logra
acceder a la conformación de un discurso teórico y práctico crítico y transformador de su
condición yaciente, adolorida y subordinada.

Amén de todos esos elementos, que son intrínsecos, inmanentes, al concepto de víctima,
hay que considerar los factores extrínsecos, trascendentes, tales como: el exceso de
violencia y su correlativo plus de sufrimiento socialmente producido, así como la
consecuencia de una multiplicación de potenciales víctimas en las actuales
circunstancias sociedades de riesgo contemporáneas. Estos factores extrínsecos, que
configuran el entorno o contexto que induce (potencia o estimula) un exceso de
sufrimiento social inasimilable, inducen perentoriamente la necesidad de procurar un
concepto de víctima complejo, amplio, dinámico y funcional para lidiar mejor (procesar
adecuadamente) esa sobrecarga de violencia sobre la sociedad.

TESIS 8. De los Derechos Humanos y la lucha por el reconocimiento

Es cierto que se hace y se puede hacer política con los Derechos Humanos, se les puede
instrumentalizar y utilizar para objetivos ajenos, políticamente aceptables o condenables,
al servicio de los de arriba o los de abajo, por la perpetuación del statu quo o su
alteración, justicieros (igualitarios) o injustos (para agudizar las desigualdades). No
obstante, esas instrumentalizaciones políticas no eliminan el sustrato político inmanente
propio de los Derechos Humanos.

Ese sustrato, lo intrínsecamente político del proyecto y el discurso de los Derechos


Humanos, radica en que lo específico y común de esas múltiples prácticas de resistencia,
reclamo, imposición y emplazamiento de actos, hechos o acontecimientos de tensión de la
correlación de fuerzas conlleva e implica exigencias de reconocimiento. Es el carácter de
emplazar relaciones de poder en términos de reconocimiento, de lucha por el
reconocimiento, instaurar acontecimientos políticos, lo que define lo esencialmente
político de los Derechos Humanos.

Al decir: "¡no!, ¡basta!, ¡así no!, ¡no más!" Los individuos y grupos se oponen, resisten al
abuso de poder, pero también reivindican, emplazan, estatuyen una exigencia de
reconocimiento respecto del otro; el que violenta, abusa, explota...¿Reconocimiento de
qué? "De la dignidad", responde el discurso de los Derechos Humanos, de la alteridad en
pie de igualdad en virtud de ser sujetos libres. Reivindican emancipación, libertades –
derechos–, regulaciones, garantías (de cara al Estado); se plantan libremente, en pie de
igualdad; con dignidad, se dice. Dignidad que sólo es discernible, constatable y afirmable
sólo por vía negativa: ante su denegación, el abuso y las violencias que vulneran la
dignidad; esto es, ante la negación de las libertades y la desigualación de los iguales (la
materialización de los procesos de exclusión, estudiados ejemplarmente por Foucault y el
proceso de la desigualdad, modélicamente analizado por Marx) (Arias, 2008).

Desde esa radicalidad, relativa al carácter político intrínseco de los Derechos Humanos,
resulta adecuado suponer que estarían en condiciones de posibilidad de sobreponerse al
politicismo inherente en la calificación de la autodesignación de las víctimas y –asimismo–
coadyuvar al diseño e instrumentación de una política, entendida como disciplina ante
las consecuencias del acontecimiento victimológico en clave de Derechos Humanos.

La noción crítica de víctima, en tanto que elemento apto para coadyuvar a una
fundamentación ética de los Derechos Humanos, asume un papel trascendente en la
lucha de sujetos que reivindican aspectos no reconocidos de su identidad –por la vía de la
conciencia de haber sufrido una injusticia. Es a partir de este momento que la víctima, al
igual que los maltratados, excluidos o despreciados, diversos grupos victimizados que han
experimentado formas de negación del reconocimiento, no sólo sufren a partir del
menosprecio de su condición, sino que pueden descubrir que el menosprecio en sí mismo
puede generar sentimientos, emociones y el impulso moral que motivan e impelen
comportamientos y acciones (prácticas) para devenir en sujetos activos de luchas por
reconocimiento.
Situar el concepto de reconocimiento, con su potencial carácter crítico, en la construcción
de un concepto crítico de víctima (complejo, abierto, dinámico, funcional), significa
asumir la centralidad del conflicto bajo una función positiva (creativa) de integración
social, a condición de que se le deje de ver de un modo limitado y negativo, como ha sido
el caso desde la perspectiva teórica dominante. Las luchas de reconocimiento,
históricamente, han generado la institucionalización de ciertas prácticas sociales que
evidencian el pasaje de un estadio moral a otro más avanzado; un aumento de la
sensibilidad moral, señala Honneth (2010: p.37). La lucha de los grupos sociales por
alcanzar formas cada vez más amplias de reconocimiento social se convierte, muta, en
una fuerza estructurante del desarrollo moral de la sociedad. Esa ha sido el
sentido humanista del movimiento y la teoría de los Derechos Humanos; toca a su
reformulación crítica insistir en la articulación de la noción –yaciente– de víctima con un
proyecto –enhiesto– de resistencia y emancipación.

Así, en dicha perspectiva, la lucha social no puede explicarse sólo como resultado de una
lucha entre intereses materiales en oposición sino también como consecuencia de los
sentimientos morales de injusticia; una gramática moral de los conflictos sociales
(Honnet, 1995). La víctima, cuya visibilidad es a través del sufrimiento, se constituye
primordialmente en esa imagen inicial de injusticia; no debiera permanecer en la queja
sino levantarse para la proclama.

DERECHOS DE LA SEGURIDAD CIUDADANA

II.           MARCO CONCEPTUAL: LA SEGURIDAD CIUDADANA


 
18.         Para los propósitos de este informe, resulta pertinente definir un
concepto preciso de seguridad ciudadana en atención a que esto constituye un requisito
previo esencial para la determinación del alcance de las obligaciones de los Estados
Miembros conforme a los instrumentos del Derecho Internacional de los Derechos
Humanos aplicables.  En esta dirección, la Comisión destaca que en el orden jurídico
internacional de los Derechos Humanos no se encuentra consagrado expresamente el
derecho a la seguridad frente al delito o a la violencia interpersonal o social [12].  Sin
embargo, puede entenderse que ese derecho surge de la obligación del Estado de
garantizar la seguridad de la persona, en los términos del artículo 3 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad
y a la seguridad de su persona”; del artículo 1 de la Declaración Americana de los
Derechos y Deberes del Hombre: “Todo ser humano tiene derecho a la vida, a la libertad y
a la seguridad de su persona”; del artículo 7 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos: “Toda persona tiene el derecho a la libertad y a la seguridad personales”; y del
artículo 9 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos: “Todo individuo tiene
derecho a la libertad y a la seguridad personales”.  No obstante, la Comisión considera
que la base de las obligaciones exigibles al Estado se encuentra en un plexo normativo
que exige la garantía de derechos particularmente afectados por conductas violentas o
delictivas, cuya prevención y control es el objetivo de las políticas sobre seguridad
ciudadana. Concretamente, este cúmulo de derechos está integrado por el derecho a la
vida; el derecho a la integridad física; el derecho a la libertad; el derecho a las garantías
procesales y el derecho al uso pacífico de los bienes, sin perjuicio de otros derechos que
serán objeto de análisis específico en el cuerpo de este informe.
 
19.         En las reuniones de expertos y en las sesiones de trabajo desarrolladas
durante el proceso de consultas sub-regionales que integran el proceso de preparación de
este informe, se trató reiteradamente el punto relativo a la utilización en las Américas de
conceptos diferentes para referirse al mismo objeto de estudio –la protección y garantía de
los derechos humanos frente al delito y la violencia-, tanto en ámbitos políticos como
académicos[13].  En algunos casos se maneja una definición muy amplia, que incorpora
medidas de garantía de otros derechos humanos (como el derecho a la educación; el
derecho a la salud; el derecho a la seguridad social; o el derecho al trabajo, entre otros),
mientras que en otros casos se reduce esa definición a las intervenciones de las fuerzas
policiales y, eventualmente, del sistema judicial.  Del mismo modo, se manejan
indistintamente conceptos diferentes, como los de “seguridad pública”; “seguridad
humana”; o “seguridad democrática”, lo cual genera un marco impreciso desde el punto
de vista técnico para definir los estándares de derechos humanos comprometidos.
 
20.         Uno de los puntos de partida para esta definición conceptual ha sido ya
recogido por la Comisión en anteriores oportunidades. Así, ha sostenido que
 
La seguridad ha sido desde siempre una de las funciones principales de los
Estados. Indudablemente, con la evolución de los Estados autoritarios
hacia los Estados democráticos ha ido evolucionando también el concepto
de seguridad.  El concepto de seguridad que se manejaba antes se
preocupaba únicamente por garantizar el orden como una expresión de la
fuerza y supremacía del poder del Estado.  Hoy en día, los Estados
democráticos promueven modelos policiales acordes con la participación de
los habitantes, bajo el entendimiento de que la protección de los
ciudadanos por parte de los agentes del orden debe darse en un marco de
respeto de la institución, las leyes y los derechos fundamentales.  Así,
desde la perspectiva de los derechos humanos, cuando en la actualidad
hablamos de seguridad no podemos limitarnos a la lucha contra la
delincuencia, sino que estamos hablando de cómo crear un ambiente
propicio y adecuado para la convivencia pacífica de las personas. Por ello,
el concepto de seguridad debe poner mayor énfasis en el desarrollo de las
labores de prevención y control de los factores que generan violencia e
inseguridad, que en tareas meramente represivas o reactivas ante hechos
consumados[14].
 

Esta vinculación permanente entre seguridad de las personas y convivencia democrática


se hace presente en el desarrollo de este informe.  La comisión de delitos es solamente
una de las tantas formas de violencia que en la actualidad afectan a las personas que
viven en la región (en concreto, el delito hace referencia solamente a las formas de
violencia tipificadas en los ordenamientos jurídicos-penales), lo que obliga a un abordaje
integral de la problemática en estudio, de la que se deriven acciones de prevención y
control de diferente naturaleza, y que involucren, en su ejecución, también a diferentes
actores del sector público y de la sociedad civil.
 
21.         A los efectos de este informe, el concepto de seguridad ciudadana es el
más adecuado para el abordaje de los problemas de criminalidad y violencia desde una
perspectiva de derechos humanos, en lugar de los conceptos de “seguridad pública”,
“seguridad humana”, “seguridad interior” u “orden público”.  Éste deriva pacíficamente
hacia un enfoque centrado en la construcción de mayores niveles de ciudadanía
democrática, con la persona humana como objetivo central de las políticas a diferencia de
la seguridad del Estado o el de determinado orden político.  En este orden de ideas, la
Comisión entiende pertinente recordar que la expresión seguridad ciudadana surgió,
fundamentalmente, como un concepto en América Latina en el curso de las transiciones a
la democracia, como medio para diferenciar la naturaleza de la seguridad en democracia
frente a la seguridad en los regímenes autoritarios.  En estos últimos, el concepto de
seguridad está asociado a los conceptos de “seguridad nacional”, “seguridad interior” o
“seguridad pública”, los que se utilizan en referencia específica a la seguridad del Estado. 
En los regímenes democráticos, el concepto de seguridad frente a la amenaza de
situaciones delictivas o violentas, se asocia a la “seguridad ciudadana” y se utiliza en
referencia a la seguridad primordial de las personas y grupos sociales.  Del mismo modo,
contrariamente a los conceptos también utilizados en la región de “seguridad urbana” o
“ciudad segura”, la seguridad ciudadana se refiere a la seguridad de todas las personas y
grupos, tanto en las zonas urbanas como rurales.  Sin perjuicio de lo señalado
anteriormente, es importante destacar que el concepto de “seguridad pública”, se utiliza
ampliamente en los Estados Unidos y Canadá, para hacer referencia también a la
seguridad de las personas y grupos que componen la sociedad. Por el contrario, como se
ha señalado en los párrafos anteriores, la misma expresión “seguridad pública”, en
América Latina hace referencia a un concepto diferente que alude a la seguridad
construida desde el Estado o, en ocasiones, a la misma seguridad del Estado.
 
22.         En los últimos años, los aportes de la academia y de los organismos
internacionales especializados han permitido un acercamiento más certero al concepto de
seguridad ciudadana, diferenciándolo también del concepto de “seguridad humana”,
construido en los últimos quince años a partir, fundamentalmente, de las elaboraciones
realizadas en el ámbito del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [15].  Este
último se refiere específicamente a “uno de los medios o condiciones para el desarrollo
humano, el que a su vez se define como el proceso que permite ampliar las opciones de
los individuos...[que] van desde el disfrute de una vida prolongada y saludable, el acceso
al conocimiento y a los recursos necesarios para lograr un nivel de vida decente, hasta el
goce de las libertades políticas, económicas y sociales” [16] .  En este cuadro, la seguridad
ciudadana aparece estrictamente sólo como una de las dimensiones de la seguridad
humana, pues se la concibe
 
como la situación social en la que todas las personas pueden gozar
libremente de sus derechos fundamentales, a la vez que las instituciones
públicas tienen la suficiente capacidad, en el marco de un Estado de
Derecho, para garantizar su ejercicio y para responder con eficacia cuando
éstos son vulnerados (...) De este modo, es la ciudadanía el principal objeto
de la protección estatal.  En suma, la seguridad ciudadana deviene una
condición necesaria –aunque no suficiente- de la seguridad humana que,
finalmente, es la última garantía del desarrollo humano.  Por consiguiente,
las intervenciones institucionales destinadas a prevenir y controlar el
fenómeno del delito y la violencia (políticas de seguridad ciudadana)
pueden considerarse una oportunidad indirecta pero significativa para, por
un lado, apuntalar el desarrollo económico sostenible y, por otro, fortalecer
la gobernabilidad democrática y la vigencia de los derechos humanos[17].
 
23.         En los últimos años se ha logrado una mejor aproximación conceptual a
la seguridad ciudadana desde la perspectiva de los derechos humanos.  Efectivamente, en
el ámbito de la seguridad ciudadana se encuentran aquellos derechos de los que son
titulares todos los miembros de una sociedad, de forma tal que puedan desenvolver su
vida cotidiana con el menor nivel posible de amenazas a su integridad personal, sus
derechos cívicos y el goce de sus bienes, a la vez que los problemas de seguridad
ciudadana, se refieren a la generalización de una situación en la cual el Estado no
cumple, total o parcialmente, con su función de brindar protección ante el crimen y la
violencia social, lo que significa una grave interrupción de la relación básica entre
gobernantes y gobernados[18].
 
24.         Por otro lado, la actividad de la fuerza pública legítimamente orientada a
la protección de la seguridad ciudadana es esencial en la consecución del bien común en
una sociedad democrática.  Al mismo tiempo, el abuso de autoridad policial en el ámbito
urbano se ha constituido en uno de los factores de riesgo para la seguridad individual. 
Los derechos humanos como límites al ejercicio arbitrario de la autoridad constituyen un
resguardo esencial para la seguridad ciudadana al impedir que las herramientas legales
con las que los agentes del Estado cuentan para defender la seguridad de todos, sean
utilizadas para avasallar derechos.  Por lo tanto el respeto y la adecuada interpretación y
aplicación de las garantías establecidas en la Convención Americana deben servir a los
Estados miembros como guía para encauzar la actividad de la fuerza pública en el respeto
de los derechos humanos[19].  A la luz de estos elementos corresponde avanzar en la
identificación de las obligaciones de los Estados miembros en materia de derechos
humanos y en su vinculación específica con las medidas que éstos deben implementar
para prevenir conductas que afectan la seguridad ciudadana.
 
[ ÍNDICE | ANTERIOR | PRÓXIMO ] 
 

[12]
 Esta afirmación general no desconoce que, en el caso específico de las normas
regionales que integran el marco de protección y garantía de los derechos humanos de las
mujeres, se encuentra expresamente consagrado el derecho a vivir libre de violencia en el
artículo 3 de la Convención de Belém do Pará, que, concretamente dispone: "Toda mujer
tiene derecho a una vida libre de violencia,  tanto en el ámbito público como privado".
[13]
 En el caso de la 2da. Reunión de Expertos, realizada en Santafé de Bogotá,
Colombia el 18 de septiembre de 2008, se planteó "(...) la necesidad de definir si existe un
derecho humano específico a la seguridad frente a la violencia y el delito, o si la fuente de
derecho debe buscarse en un cúmulo de derechos que pueden ser vulnerados en
situaciones de inseguridad ciudadana".
[14]
 Presentación del Secretario Ejecutivo de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, ante el Grupo Especial de Trabajo para Preparar la Primera Reunión
de Ministros en Materia de Seguridad Pública de las Américas, Washington DC, 20 de
junio de 2008.
[15]
 En su Informe sobre Desarrollo Humano de 1994, el PNUD define el alcance del
concepto de seguridad humana, en términos de "ausencia de temor y  ausencia de
carencias".  La seguridad humana, en este sentido, se caracteriza como aquella
dimensión de la seguridad "frente a amenazas crónicas, tales como el hambre, la
enfermedad y la represión, al igual que la protección contra interrupciones súbitas y
dañinas en los patrones de la vida diaria, sean éstas en los hogares, en el trabajo o en las
comunidades". Los cuatro elementos que definen la seguridad humana, según este
informe, se caracterizan por ser: (i) universales; (ii) interdependientes en sus
componentes; (iii) centrados en las personas; (iv) y garantizados, especialmente mediante
acciones de prevención.  Disponible
en http://hdr.undp.org/es/informes/mundial/idh1994/capitulos/espanol.
[16]
 Ver "Guía de Evaluación de la Seguridad Ciudadana en América Latina y El
Caribe". Centro Regional de conocimientos y servicios para América Latina y el Caribe del
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 2006.
[17]
 PNUD, Informe sobre Desarrollo Humano 1994. Disponible
en http://hdr.undp.org/es/informes/mundial/idh1994/capitulos/espanol. 
El Informe sobre Desarrollo Humano para América Central 2009-2010 señala que
"sin negar la importancia de otras dimensiones de la seguridad humana, vale destacar
cinco características de la seguridad ciudadana que le dan una centralidad, una urgencia
y un cariz muy especiales. En primer lugar puede decirse que la seguridad ciudadana
está en la base de la seguridad humana(...) En segundo lugar que la seguridad ciudadana
es la forma principal de la seguridad humana (…) En consecuencia, y en tercer lugar, la
seguridad ciudadana garantiza derechos humanos fundamentales. En cuarto lugar (…) la
seguridad respecto del crimen es una componente esencial de la ciudadanía (…).  Por
último, pero de singular importancia, la seguridad ciudadana atañe inmediatamente a la
libertad que es la esencia del desarrollo humano(…). 
Ver http://hdr.undp.org/es/informes/regionalreports/americalatinacaribe/
name,19660,es.html.
[18]
 Aguilera, Javier, "Sobre seguridad ciudadana y democracia" en Buscando la
seguridad. Seguridad ciudadana y democracia en Guatemala, Facultad Latinoamericana
de Ciencias Sociales (FLACSO) - Programa Guatemala, Guatemala, 1996.

También podría gustarte