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Ya no hablo tanto por medio de las teclas, he borrado las expresiones fúnebres solamente para mi

rostro.

Ha habido algo que me ha estado persiguiendo estos días, es la lentitud en la que progresa la luz,
¿Qué?, si, no has notado que cada vez que parpadeas no hay espacio para detener el segundo.

Bueno, me he detenido mucho.

Y con toda franqueza solo me he parado una vez más, para retomar como en los viejos hábitos, la
fortaleza de que estas letras juntas combinen conjugadas algo bueno para decir, ya sabes,
afectuosamente.

Cuando me observo al espejo casi y no noto cual es la persona que atraviesa ese cristal,
considerando que mas de una vez aquellos fragmentos han estado sonando constante; y no le
saco excusa no es problema del sentido no saber francamente como sentir.

Aveces siento que puede pasar, pero así como el agua adormece los cenizos humedales del
bosque, lo mismo yacen en mi depositados los temores lúgubres incrustados en mi cabeza.

Me siento a salvo, la salvedad de todo lo que pueda redimir, y si eso es en efecto un acto del todo
inminente en mis cortejos, ahora que te veo a lo lejos puedo darme cuenta del misterio que, en
tus cuerdas, tiemblo.

He pensado si puedo desgastar el último paso, melódico, culminante, ¿podría?, llevarme al menos
consigo una gota de lo que fue el más puro goce; una travesía de dos niños.

Has viajado lejos, y si has llegado hasta aquí, me permito impedirme dejarlo, ¿dejarte?

Cada que doy un paso se abren las sonatas grandes, en el rincón dos orquestas, cada columna que
retumba, y ahí como si fueras un misero condenado, te atreves, es donde te arrojas infame a
mirarme con desdén y con deseo; y soy casi poliforme, atrapado en la mitad de un viaje de
descortés finura, si me vieras, o por lo que me has visto, sabrías que lo único que hago es subir y
bajar el tono, procurando, casi estando lo más próximo, a convalecer cumbres arriba, bajas nieblas
escandalosas.

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