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plantea la escritura hipotética del Don Quijote de Cervantes por un escritor francés en el siglo XX.
Mediante este juego irónico, que por momentos parece rayar lo ridículo, Borges revisa y cuestiona
algunos tópicos de los estudios literarios, especialmente el estatuto del autor, el del lector y la
noción de intertextualidad, es decir, las marcas que aparecen en un texto y hacen referencia a otros
textos de la cultura. Lo más interesante es comprobar cómo Borges, escribiendo en 1940, se ha
adelantado a muchas de las teorías semióticas y literarias que comenzarían a desarrollarse en los
años 60.
Desde la teoría de la recepción, Roland Barthes ha afirmado la muerte del autor. Esto implica un
cambio en la forma de abordar la literatura: no es importante ya comprobar cómo la vida del autor
se ha volcado a tal o cual novela, sino que interesa mucho más indagar cómo un lector resignifica
una obra al abordarla en su propio contexto cultural y de vida. Así, esta idea de un Pierre Menard
escribiendo palabra a palabra el Quijote, pero dotándolo de otro sentido, puesto que él se encuentra
en otra época, tres siglos después de la publicación del Quijote, en verdad es el juego que hace
Borges al interpretar el Quijote en el siglo XX y cargarlo de sentidos que tienen que ver con su
época y no con la de Cervantes.
Por otra parte, la idea de “texto original” también es puesta en duda por este relato. El “robo” en
que incurriría Menard al hacer una cita textual del libro no le interesa a Borges. Lo que él quiere
destacar es esta forma que tiene Menard de “escribir su propia lectura” del Quijote, que es
totalmente distinta a la de Cervantes. Esto quiere decirle al lector una cosa: existen
tantos Quijotes como lectores del Quijote. Borges, que siempre se ha considerado más lector que
escritor, indica en este juego la superioridad que debería tener la figura del lector frente a la del
autor.
Existe otro juego propuesto por Borges en este relato: los capítulos que ha escrito Menard son el 9 y
el 38, no sin razón. En el capítulo 9 del Quijote, su narrador hace referencia al problema de la
autoría del texto. Cervantes, al escribir el Quijote, se propone como un autor que lee unos papeles
escritos por alguien más cuya historia se propone narrar. Así, el lector se transforma en autor en la
obra de Cervantes. Borges parodia en algún punto ese procedimiento al transformar a su lector,
Pierre Menard, en el autor del Quijote.
Con estos procedimientos, Borges cuestiona y rompe con la tradición cultural que otorga un peso
fundamental al autor y a la obra original, y prefigura, como se ha dicho al inicio, la muerte del
autor. Estas ideas que se han desarrollado en la segunda mitad del siglo XX y para las que Borges
fue un adelantado, han terminado por mostrarse ciertas y efectivas en el panorama cultural del siglo
XXI, donde la autoría no es el eje fundamental de una obra, y la escritura colaborativa o por grupos
de fans ha cobrado una relevancia insoslayable. En palabras de Beatriz Sarlo, crítica literaria y
cultural argentina,
Menard enriquece, por desplazamiento y anacronismo, los capítulos del Quijote de Cervantes. Los
hace menos previsibles, más originales y sorprendentes. Borges destruye, por un lado, la idea de
identidad fija de un texto; por el otro, la idea de autor; finalmente la de escritura original. Con el
método de Menard no existen las escrituras originales y queda afectado el principio de propiedad
sobre una obra. El sentido se construye en un espacio de frontera entre el tiempo de la escritura y
el del relato, entre el tiempo de la escritura y el de la lectura. La enunciación (Menard escribe en el
siglo XX) modifica el enunciado (sus frases idénticas a las de la novela de Cervantes). (pp. 78-79)
Finalmente, cabe señalar que, para la construcción del relato, Borges utiliza un procedimiento que
ha desarrollado en toda su obra literaria: el de la cita fraguada o inventada y la cita culta. El lector
puede confundirse ante la profusión de referencias que hace Borges a la cultura letrada. Muchas de
esas citas son reales y efectivas, pero muchas otras en verdad son una creación del escritor que
sumen al lector en su juego ficcional. Algo hay que comprender: en la narrativa de Borges ni una
sola palabra está librada al azar, y las citas y las referencias a otros autores y otros textos tampoco.
Puede aventurarse que en el mundo narrativo de Borges no hay diferencia entre realidad y literatura,
y esto crea un terreno fértil para las interpretaciones y para el descubrimiento del propio lector.
La excusa que encuentra Borges para construir este relato son las “imperdonables omisiones y
adiciones perpetradas por Madame Henri Bachelier en un catálogo falaz que cierto diario cuya
tendencia protestante no es un secreto ha tenido la desconsideración de inferir a sus deplorables
lectores” (p. 41). Ese catálogo merece una rectificación, y por eso el narrador se propone enumerar
la obra visible de Menard, pero también la invisible, oculta e inconclusa, es decir, su proyecto de
escritura del Quijote. En esta enumeración se suceden los nombres y las obras de pensadores
famosos a quienes Borges leía con admiración, como Leibniz, John Wilkins o Quevedo, y entre
ellos también coloca a personajes de su propia invención, entre los que pueden mencionarse a
Carolus Hourcade, la condesa de Bagnoregio y Grabriele d’Annunzio. Así, las referencias cultas
que realiza Borges se entremezclan de forma orgánica con los personajes de su propia creación e
integran, en el conjunto, una estructura narrativa cohesiva y sólida que el lector debe desentrañar.
Así como le escritura de Pierre Menard produce un borramiento de fronteras en el relato al
cuestionar la categoría de autor, ese mismo borramiento se produce entre las fronteras de la realidad
y la ficción a partir del tratamiento que hace Borges de las citas cultas y las inventadas. Como él
mismo nos deja entrever en los párrafos finales de su cuento, la ambigüedad es una riqueza para la
literatura.
Un cierto día de septiembre de 1939 en Buenos Aires (Byrd estaba por comenzar su tercera
expedición antártica y las primeras cartas "vía aérea" desde Inglaterra acababan de llegar a las
costas porteñas), los pocos lectores suscriptos a la revista Sur leyeron un breve texto firmado por
Jorge Luis Borges en el que se alababa con fervor crítico la obra de un tal Pierre Menard.
Algunos amigos felicitaron a Borges con más lealtad que entusiasmo; un viejo colega, con ejemplar
pedantería, le dijo que sus comentarios sobre Menard, si bien justos, no decían nada sobre Menard
que no se hubiese dicho antes. Ni los distraídos lectores de Sur, ni los atentos amigos del autor, ni la
directora de la revista, la perspicaz Victoria Ocampo, tal vez ni siquiera el propio Borges, se dieron
cuenta de que aquella publicación marcaba una de las escasas fechas esenciales de la historia de la
literatura. Tal inatención no hubiera sorprendido a Borges quien trece años más tarde, en un artículo
llamado "El pudor de la historia" declararía: "Yo he sospechado que la historia, la verdadera
historia, es más pudorosa y que sus fechas esenciales pueden ser, asimismo, durante largo tiempo,
secretas".
"Pierre Menard, autor del Quijote" nació con voluntad de fracaso. Los hechos que lo engendraron
son harto conocidos. Durante la Navidad de 1938, Borges se hirió la frente con el borde de una
ventana abierta. La herida se infectó y durante varias semanas los médicos creyeron que moriría de
septicemia. Cuando empezó a reponerse, temió haber perdido sus capacidades mentales y dudó de si
podría volver a escribir. Hasta aquel momento había publicado poemas y reseñas literarias. Pensó
que si probaba escribir una reseña y no lo lograba, se sentiría incapacitado para siempre. Pero si
trataba de hacer algo nuevo, algo que no había intentado antes, y fallaba, no juzgaría la derrota tan
grave y quizás el hecho mismo lo prepararía para la severa revelación final. Decidió escribir un
cuento. El resultado fue "Pierre Menard".
Pierre Menard es el lector ideal, el hombre que quiere rescatar un texto volviéndolo a crear tal como
fue concebido por su autor. Borges explica: "No quería componer otro Quijote -lo cual es fácil- sino
El Quijote". Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se
proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por
palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes. Que en última instancia la tarea sea
imposible, que el texto re-imaginado sea ahora (a pesar de la coincidencia formal entre los dos) obra
de Menard y ya no de Cervantes es la lección implacable que aguarda a cada lector. Nunca leemos
un arquetípico original: leemos una traducción de ese original vertido al idioma de nuestra propia
experiencia, de nuestra voz, de nuestro momento histórico y de nuestro lugar en el mundo. La
terrible conclusión de Pierre Menard es ésta: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de
Miguel de Cervantes Saavedra no existe y nada podrán contra este hecho irrefutable la amenaza de
celebraciones, institutos cervantinos, cursos de literatura española, sesudos estudios críticos y
ediciones de obsceno lujo. El Quijote original, si insistimos en creer en su existencia, desapareció
con el lector Cervantes. Sólo quedaron (lo cual no es poco) los cientos de millones de Quijotes
leídos desde que un primer Quijote entró en la imprenta de Juan de la Cuesta y salió despojado de
una parte de los capítulos XXIII y XXX. Desde entonces, los colegas de Pierre Menard han
invadido el mundo de las letras y nos han dado (y siguen dándonos) sus múltiples Quijotes: el torpe
Quijote de Lope, el divino Quijote de Dostoievski, el filosófico Quijote de Unamuno, el brutal
Quijote de Nabokov, el tedioso Quijote de Martin Amis, el desdoblado Quijote de Borges, el
Quijote de cada uno de nosotros, sus desocupados lectores.
Borges observaría, en un ensayo fundamental sobre Kafka, que "cada escritor crea a sus
precursores". Menard no es distinto y a partir de su propia existencia creó una vasta genealogía que
incluye, entre muchos otros, al Diderot de Esto no es un cuento, al Lawrence Sterne de Tristam
Shandy, al Italo Calvino de Si una noche de invierno un viajero... También, a Robinson Crusoe que
lee la Biblia como si fuese una crónica de sus propias desventuras, a Hamlet que lee "palabras,
palabras, palabras" y ve en una nube un camello, una comadreja o una ballena, a un tal William
Sefton Moorhouse que se convirtió a la fe cristiana al leer la Anatomía de la Melancolía de Burton
creyendo que se trataba de un manual teológico de Butler, a los censores militares que prohibieron
la entrada a la Argentina de El rojo y el negro de Stendhal, pensando que trataba de una apología
del comunismo. Acaso no había sugerido Borges, a propósito de Pierre Menard, que "atribuir a
Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de
esos tenues avisos espirituales?
A partir de Pierre Menard, nadie puede volver a leer un libro, cualquier libro, de la misma manera
que pensaban leerlo nuestros antepasados. Menard nos ha vuelto creadores o, más bien, nos ha
obligado a ser conscientes, como lectores, de nuestra responsabilidad creativa. Antes de aquel mes
de septiembre de 1939, podíamos creer que un libro insulso o maravilloso o altisonante o
transformador debía su calidad exclusivamente al ingenio de su autor. Después de aquella fecha, no
sin cierto orgullo y no sin cierto terror, sabemos que no es así.
La lógica de la figura del autor del mundo real se cuestiona en este mundo narrativo
posible: el autor no sólo será dueño del sentido de su obra, sino que se debate esa norma para
dar cuenta de un sentido donde cabe la apropiación del texto del otro en la creación literaria.
Para producir dicha lógica se da el efecto de borramiento de fronteras en el relato al
cuestionar por medio de la ambigüedad, en primer lugar, la categoría autor, así como una
serie de binarismos que regulan la comprensión de significados en el mundo real: autor/lector,
realidad/ficción, original/copia, entre otros.
Según Borges, “la ambigüedad es una riqueza” (47).1 Por su parte, Garrido señala que la
ambigüedad literaria supone un mérito (y no un defecto) que busca abrir “imprecisos nuevos
horizontes de verdad o belleza a la consideración del oyente o lector” (2009: 138). En ese
sentido, la ambigüedad literaria presenta “un carácter bifronte” (2009: 62) en el estilo del
lenguaje que al ser el material de la literatura puede adquirir otro significado diferente al de
la lengua de uso corriente por su organización en el texto literario. La ambigüedad propone
una polémica interna de sentidos (Bajtín, 2005: 295) y sitúa al lector en una posición de
incertidumbre respecto al significado del texto leído, porque su contenido es ambivalente.
La literatura es el arte de la palabra (Garrido, 2009: 11) en donde se pueden dar los juegos
del lenguaje que añaden valor estético a la lengua literaria. En estos juegos (ironía, quiasmo,
reversibilidad, entre otros) se encuentran, siguiendo nuestra hipótesis, los elementos que
proponen un nuevo significado para la construcción de otras consideraciones conceptuales en
la realidad literaria por su cualidad de ambiguos. Para explicar los artificios que construyen
el mundo narrativo posible en la obra que se examina, este artículo pone énfasis en el
señalamiento de los recursos que funcionan en la ficción como creadores de ambigüedad de
sentido.
El lector produce la figura del autor. Enrique Sacerio (1980: 469) concuerda con esta
postura al indicar que el autor es lo que hace el lector de él. Dentro del texto analizado, el
narrador-lector da cuenta de la grandeza de Menard, puesto que es su lectura la que dirige la
atención hacia la reapropiación del Quijote hecha por el fallecido simbolista de Nîmes. El
objetivo del narrador-lector es una vindicación y presentación de la obra de Menard, y las
propone debido a que faltó, desde su punto de vista, incluir la incomparable obra (que se
compone de los capítulos IX y XXXVIII de la primera parte del Don Quijote y de un
fragmento del capítulo XXII) que no se mencionó en el catálogo de madame Henri Bachelier,
la cual presupone un “dislate” (42) que pretende justificar. El narrador-lector trata de
exhortar a los lectores a que dirijan su atención a la idea que rompió un paradigma y
estableció otros en el universo literario de “Pierre Menard, autor del Quijote”. Con este texto,
Borges se adelanta a las teorías literarias posestructuralistas que plantearon esta ruptura
décadas después.2
Dentro de “Pierre Menard…” hay un productor de ideas que las transforma en una obra
literaria —autor como productor—. Sin embargo, el lector es también productor; los dos son
productores de sentido, por eso el binarismo autor/dueño de sentido de su obra se borra para
dar paso a esta consideración. Carlos Fuentes señala que la lectura transforma la realidad y,
por ende, los autores pueden ser lo que el lector imagine (1999: 310). La obra, a su vez, se
convierte en productora de sentidos y sugerencias para el lector, que, en efecto, será
productor de nuevos sentidos a partir de la obra literaria que lea y, como afirma Sarlo: “la
productividad estética e ideológica de la lectura hace imposible la repetición” (2007: 28), por
lo que no habrá lugar para interpretaciones iguales entre un lector y otro.
Autor, texto y lector se asimilan en la relación de producción de sentido (Bajtín, 2005: 65).
Eso es una consecuencia del borramiento de las fronteras en “Pierre Menard…”, ya que, de
haber resultado un escenario distinto, se podría pensar —como se llegó a hacerlo sobre el
autor en el pensamiento romanticista— que esa figura podía ser la única con autoridad para
producir algo literariamente aceptable, bello y digno de ser considerado literatura. En el
mundo narrativo posible del texto analizado se descarta la idea de que el autor tiene la
autonomía creativa en la literatura y se abre paso a la multiplicidad de significados que se
pueden interpretar en los textos literarios.
Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por
ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo):
... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo
de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo
de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir” (47-48).
Por otro lado, si se analiza el propósito de Menard se observa que éste entabla una relación
entre la literatura y la filosofía: “Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir
literalmente su obra espontánea” (46). Consigue que su objetivo abarque la totalidad de
sentido para poder trascender en la historia de la literatura a través de un método del que no
dejó prueba alguna para corroborar: su empresa (reescribir el Quijote) la quiere llevar a cabo
sin ningún tipo de borrador y compara su creación (su “divulgada” novela) con una hazaña
metafísica o teológica. En efecto, el resultado de Menard (su obra) no se puede corroborar con
ninguna fuente anterior, puesto que ni siquiera la concluyó. De nuevo se percibe la ironía para
cuestionar la lógica del autor. Después de todo, el fuego hizo lo suyo y no quedó rastro al cual
se pueda acudir. No obstante, la interpretación de Menard hizo posible que el Quijote de
Cervantes y el suyo perduraran como muchas obras en la memoria de la humanidad.
I RONÍA
Las técnicas que Menard utilizó en el logro de su empresa están llenas de ironía. La ironía
supone una disyuntiva de significados que pueden convivir en la misma oración: puede ser
uno u otro sin que esto presuponga una jerarquía, sino un equilibrio de significado, un mismo
valor que sitúa al binarismo en una correspondencia de inclusión (Bravo, 1993;Grupo
Mu, 1987; Booth, 1986). La ironía es un elemento que produce una polémica entre dos voces,
al mismo tiempo que genera polifonía en el texto y que le dan significado adquieren un mismo
valor semántico porque no hay predominio de una sobre otra, sino equivalencias. Una visión
irónica contribuye al encubrimiento de sentido, así como a significados diferentes de lo
expresado que no se prevén fácilmente, puesto que, si se dice algo con tono irónico, lo que se
intenta decir puede estar en la frontera del sinsentido (Booth, 1986: 31). En palabras de Bravo
(1993: 3): “la visión irónica pone en evidencia inesperados pliegues y vertientes donde no es la
certeza sino la incertidumbre, no el reconocimiento sino el sinsentido lo que quiere brotar”.
De nuevo, se desprende que la lógica de la figura del autor se trata de borrar con ironía y
podemos afirmar que si el concepto de verdad es el que se pone en entredicho al subrayar que
la Historia es “madre de la verdad” (48), abarca al mundo narrativo posible construido en
“Pierre Menard…”. Se trata de “representar lo irrepresentable” en la literatura (Pérez y
Bacarlett, 2017: 13). Además, por medio de este recurso Borges se acerca a una conjetura de
la realidad.
No hay verdad absoluta, no se puede afirmar que los binarismos son la totalidad de las
ideas porque sabemos, con ayuda de este relato en particular, que hay muchísimos más
matices entre un concepto y otro o en la explicación de la literatura o la realidad (Pérez y
Bacarlett, 2017: 17-18). Tampoco se puede afirmar que el autor empírico sea la persona que
tenga toda la verdad de su obra literaria. Molloy apunta que la autoridad de un autor se
inclina hacia la impersonalidad, hay más importancia en el texto —aunque sea reapropiado—
que en el creador (1999: 94).
Q UIASMO
En la definición del Grupo Mu se observa que el quiasmo, pensado en sus orígenes para la
poesía, “designa tradicionalmente una simetría en cruz que puede valer o bien por el sentido,
o bien por la gramática” (1987: 143), mientras que en la narrativa indica un paralelismo entre
un pasaje del texto y otro, es decir, un juego de simetrías entre un significado que está
replicándose en otro pasaje del texto, creando así una ampliación de sentido.
Las características congénitas de las que habla —el tiempo, el contexto (46)— son factores
inherentes a la producción de las obras literarias, por eso la significación cambia si se publica
el Quijote en el siglo XVII o en el siglo XX bajo las condiciones subjetivas que se impongan
por parte del interpretante. Es decir, se insiste en que en el mundo narrativo posible de
“Pierre Menard…” no funciona el binarismo original/copia porque el Quijote de Cervantes y
el de Menard son dos obras originales. Después, conocemos sólo fragmentos de la obra de
Menard, por lo que no es una obra cerrada ni terminada: el narrador-lector dio por hecho
que Menard había escrito todo su Quijote a pesar de estar inacabado, obteniendo así una
interpretación con sólo un fragmento de la obra. El binarismo obra cerrada/obra abierta se
desdibuja para hacer a los lectores los dueños del sentido que le den al leerla.
R EVERSIBILIDAD
Para Jitrik, el libro es el elemento que causa la reversibilidad, puesto que ahí se construyó
un mundo en la irrealidad que genera nuevas maneras de irrealidad (1982: 35). Es decir,
el Quijote propicia que se puedan considerar tantos autores como sea posible. Este libro
permitió que el narrador-lector de “Pierre Menard…” nos adentrara en el descubrimiento de
relaciones literarias. Por esto, no podemos dejar de pensar que los conceptos de autor, texto y
lector están íntimamente relacionados en la producción de significados y sentidos, lo que
indica que la literatura no se rige por leyes absolutas. En cambio, el mundo narrativo posible
permite la colaboración de los participantes del acto literario.
Se comprueba que el lector es tan creador como el autor y como el texto mismo. Las
jerarquías desaparecen para que podamos concebir esta idea del mundo narrativo posible de
la literatura. El lugar del autor y del lector son de inclusión, como la cinta de Moebius, los dos
tienen un papel esencial en la creación de significado. Se pudo llegar a esta aseveración por el
juego entre el narrador-lector, Menard y Cervantes, y el Quijote.
M ETALEPSIS
Para que este recurso funcione no es necesario que el autor se encuentre en el centro de la
historia como en una autobiografía, sino que puede ser sólo una silueta; lo importante es que
se encuentra en un rincón de su obra y su presencia se refleja como si fuera un espejo.
Basándose en un reflejo del autor o de un libro dentro del libro, esta orientación de la
fabulación del ser no existe sin recordar la metáfora del espejo. Se puede agregar el
término especular que se usa para designar la postura reflejante del autor en la obra
(Colonna, 2004: 119).
Otro ejemplo que resulta interesante destacar es que Borges y Menard comparten la
publicación doble de un texto, pero el segundo publicado con modificaciones: “a) Un soneto
simbolista que apareció dos veces (con variaciones) en la revista La Conque” (40). Recordemos
que Borges modificaba el número de ficciones incluidas en sus libros: “Tres cuentos he
agregado a la serie” (Borges (1984b: 99) y ampliaba el abanico de interpretaciones con alguna
sugerencia del cambio, como sucedió en el prólogo de Ficciones:
Aunque de ejecución menos torpe, las piezas de este libro no difieren del anterior. Dos,
acaso, permiten una mención detenida: “La muerte y la brújula” […] ya redactada esa
ficción, he pensado en la conveniencia de amplificar el tiempo y el espacio que abarca
(Borges, 1984b: 99).
Con estos ejemplos se puede apreciar que la intrusión de Borges empírico en el autor
ficcional Menard hace que se desdibujen los límites precisos entre estas dos entidades,
contribuyendo a la ambigüedad de sentidos del texto y a replantear la figura del autor: Borges
es todos, como lo señala Fuentes (1999: 305), Borges puede ser personaje, autor o lector
porque en su obra promovió el intercambio de estos papeles. En el mundo narrativo posible
de “Pierre Menard…”, personajes y autores pueden ser los canales de creación de
significados, esa suerte de ramificaciones que surgen al leer literatura. Por esta razón, se
aprecia la autoficción cuando notamos que los personajes pueden representar a los autores,
por ejemplo, Edmond Teste a Valéry, Pierre Menard a Borges, Cervantes mismo como
personaje en el Quijote. Dicho de otro modo, los autores pueden ser personajes ficcionales en
sus obras literarias para proponer un modo de lectura que se desprenda de esta capacidad
creativa en la ficción (Colonna, 2004: 55). Así, se puede desdibujar la frontera entre la figura
de autoridad que se tiende a asociar con el autor. No obstante, el personaje de un autor
empírico no es él y nunca lo será, sino que se ficcionaliza para hacerse pasar por una entidad
que puede crear reglas y hacer que se perciba en la ficción, aunque no se acople a los
estándares de la verdad.
Se advierte que la imaginación es la que hace que un autor pueda entrar en una ficción y
crear significados que se piensen como parte del mundo real, pero que no forman parte más
que de ese plano ficcional. Un personaje de autor fabulado y la imagen ampliada de un
escritor son dos entidades igualmente ficticias, debido a la facultad de imaginar dos entidades
que no existen, sino nada más por su capacidad de producir emociones y sueños porque se
equiparan a los personajes que hacen que los lectores evoquen nuestro afecto (Colonna, 2004:
78).
P UESTA EN ABISMO
Éste es un fenómeno muy cercano a la metalepsis. Más que reflejar la existencia del autor
en el texto, consiste en “inscribir un texto dentro del texto: la misma obra se puede duplicar a
la en potencia para dar una ilusión de un reflejo al infinito” (Colonna, 2004: 131). Puede ser el
caso de que la primera obra se inserta en una obra diferente, pero emparentándola para
producir un efecto de eco llamativo. En palabras del Grupo Mu, la puesta en abismo “se
afirma como un microcosmos del relato […], cuando los elementos que expone son un reflejo
de los propios elementos de la acción” (1987: 299). Estos reflejos sirven de guía para aportar
nuevos significados en el mundo narrativo posible de la literatura que se enmarca en la ficción
borgeana.
Otro recurso aludido en ambas obras es la puesta en abismo en la que una obra se
encuentra haciendo eco a otra obra (Colonna, 2004: 131). Sin duda, esta especulación nos
lleva a nombrar a la transtextualidad (Genette, 1989: 9-10) como un elemento presente en
cada obra literaria. En la puesta en abismo se incluye un texto dentro de un texto y mientras
que “Pierre Menard…” está incluyendo al Quijote, éste a su vez incluye el manuscrito árabe.
¿Qué sentido se puede sacar de esta inclusión sobre la inclusión? Una vez más el borramiento
de correspondencia de un concepto como si fuera la verdad absoluta. Se erosiona la
consideración de que un autor no se pueda pensar como autor de una obra ya escrita, es decir,
un autor no puede ser autor si escribe algo ya escrito. La lectura de la obra de Menard hecha
por el narrador-lector desmiente este argumento: un autor puede escribir algo ya escrito y
contribuir con una obra novedosa. Lo anterior es un eslabón más en la cadena de
construcción del mundo narrativo posible que se deriva de esta interpretación: la ficción
refleja que la realidad es tan compleja como lo que logró Menard.
C ONCLUSIONES
“Pierre Menard, autor del Quijote” entraña un mundo narrativo posible en el que la
mirada gira de una posición simplificadora de la figura del autor a una ruptura para observar
una disyuntiva del mundo real. La idea del autor como dueño de sentido de su obra no es
aceptada aquí, sino una donde la reapropiación de la obra literaria hecha por el lector
considera más posibilidades, como la nueva obra de Menard. Un autor puede escribir algo ya
escrito y aportar algo nuevo a la literatura, ya que ésta no se rige por leyes absolutas que
gobiernan la producción, interpretación o cualquier proceso involucrado en ella. La lógica del
autor se ve afectada para dar paso a otras consideraciones.
El lector es el que produce al autor y esa idea es la que está tratando de dar cuenta Borges
en este relato: él fue primero lector y engrandecía a los autores de su preferencia. El elemento
esencial para producir significados en las obras literarias es un lector capaz de interpretarlas,
de escucharlas y darles un sentido. La figura del autor está sujeta a la interpretación que le dé
el lector.
En ese sentido, como aclaró Borges en una conferencia, Menard no es un plagiario, sino un
“bienhechor” (Borges, 1980) que dejó una enseñanza que se ha practicado por siglos: que los
libros y sus interpretaciones pueden tomar tantas formas como hombres hay en el mundo. En
esa idea tan pequeña se encuentra un macrocosmos de significado: tanto el tiempo como el
lector, la escritura y la literatura pueden tomar mil y una formas, infinitas formas que
seguirán llenando este mundo con nuevas bifurcaciones.