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Cuento de moraleja: Como se hizo la lluvia

Cuentan que hace mucho, muchísimo tiempo, una gota de agua se cansó de estar
en el mismo lugar, y quiso navegar por los aires como los pájaros, para conocer el
mundo y visitar otras tierras.
Tanto fue el deseo de la gótica de agua, que un día le pidió al Sol que le ayudara:
“Astro rey, ayúdame a elevarme hasta el cielo para conocer mejor el mundo”. Y así
lo hizo el Sol. Calentó la gótica con sus rayos, hasta que poco a poco, se fue
convirtiendo en un vapor de agua. Cuando se quedó como un gas, la gótica de
agua se elevó al cielo lentamente.
Desde arriba, pudo ver el lugar donde vivía, incluso más allá, puedo ver otros
rincones del mundo, otros mares y otras montañas. Anduvo un tiempo la gótica de
agua allá en lo alto. Visitó lugares desconocidos, hizo amistades con los pájaros y
de vez en cuando algún viento la ponía a danzar por todo el cielo azul.
Sin embargo, a los pocos días, la gótica comenzó a sentirse sola. A pesar de contar
con la compañía de los pájaros, y la belleza de la tierra vista desde lo alto, nuestra
amiga quiso que otras góticas de agua le acompañaran en su aventura, así que
decidió bajar a buscarlas y compartir con ellas todo lo que había vivido.
“Viento, ayúdame a bajar del cielo para ir a buscar a mis amigas” Y el viento así lo
hizo. Sopló y sopló un aire frío que congeló la gótica hasta volverse más pesada
que el aire, tan pesada, que pronto comenzó a descender desde las alturas.
Al aterrizar en la tierra, lo hizo sobre un campo de trigo, donde había muchas
góticas que recién despertaban hechas rocío mañanero. “Queridas amigas,
acompáñenme hasta el cielo” gritó la gótica y todas estuvieron de acuerdo.
Entonces, el Sol las elevó hasta lo alto donde se convirtieron en una hermosa
nube, pero al pasar el tiempo, las góticas quisieron bajar nuevamente a contarles
a otras góticas sobre lo que habían visto.
Y desde entonces, siempre que llueve, significa que cada gota de agua ha venido a
buscar a su amiga para jugar y bailar en el cielo.

Cuento para pensar: El cuento de los amigos

Esta es la historia de dos amigos, Pedro y Ramón, que se querían como hermanos
a pesar de no tener vínculo familiar alguno.
Tenían una amistad tan grande, que para todos los moradores del pueblo eran
como inseparables hermanos o gemelos sin mucho parecido físico, ya que uno era
más alto y el otro más grueso, uno rubio y otro trigueño.
Su vínculo surgió desde que eran niños. Vivían cerca uno del otro y desde
pequeños se adaptaron a jugar juntos y desempeñar todas las tareas en conjunto.
Podía vérseles lo mismo jugando a las escondidas que correteando de aquí para
allá o dándose un chapuzón en la laguna, o jugando con animales, en fin, todo lo
que un niño hace para hacer sus días divertidos.
De igual forma, los dos ayudaban mucho en sus casas y compartían las tareas del
cole, por lo que los padres de cada uno querían al otro como un hijo más.
Así, Pedro y Ramón fueron creciendo, y también lo hicieron su amistad y las
labores que hacían juntos.
Por supuesto, a medida que maduraban no hacían lo mismo que antes, pero igual
se les podía ver juntos haciendo cualquier tarea típica de hombres de pueblo de
leñadores como talando árboles, llevando madera al aserradero, vendiéndola o
contribuyendo con su fuerza a la ejecución de las obras del vecindario.
Asimismo, compartían partidas de ajedrez y naipe, asados, horas de bares y
muchas cosas más.
Tan inseparables eran que incluso cuando se casaron y tuvieron que construir su
casa y su familia, lo hicieron uno al lado del otro, para que sus familias fuesen
partícipes también del bello lazo de amistad que los unía.
Son muchos los ejemplos y las historias que reafirman que pocas veces se ha visto
una amistad como la que unía a estos leñadores. Sin embargo hay una que resulta
excepcional.
Resulta que un día estaba Pedro profundamente dormido en su hogar, junto a su
esposa e hijo pequeño. Había tenido una jornada bastante tranquila en el trabajo
y no había sucedido nada que se saliese de su rutina habitual.
Sin embargo, de repente despertó sobresaltado, como quien tuviese una gran
preocupación o tormento en su cabeza.
Sin dar explicación a su cónyuge, extremadamente intrigada por la agitación de su
marido, tomó una farola y fue rápido a casa de su vecino y amigo Ramón, al que
tocó la puerta con una dureza típica de una persona apurada.
En unos segundos, también asustado, Ramón abrió su puerta y al ver a su amigo
tan pálido le preguntó:
-¿Pasa algo Pedro? ¿Por qué me tocas a la puerta tan tarde en la noche y con ese
sobresalto?
El interpelado no pudo responder de pronto, pues su nerviosismo y agitación no le
dejaban aún recuperar el aliento e hilvanar las ideas para narrar lo sucedido.
Ante este silencio Ramón volvió a intervenir.
-En serio, dime –le pidió. –Me tienes preocupado. ¿Pasa algo en tu casa?
¿Intentaron robarte? ¿Están bien tu esposa e hijo? ¿Te sucede algo a ti, te sientes
enfermo acaso?
Ante tanta insistencia, y un poco más recuperado, Pedro pudo responder a
Ramón.
-Amigo, no pasa nada. Sucede que dormía profundamente y de repente me vi en
un extraño sueño, donde corrías un grave peligro. Disculpa mi agitación y mis
formas, pero tenía que asegurarme de que tanto tú como tu familia estaban en
perfectas condiciones.
Agradecido y feliz, Ramón contestó:
-¡Qué disculpas ni ocho cuartos! ¿Cómo vas a pedir mi perdón por algo que
debería agradecer yo? Tener un amigo que preocupe así por uno es de lo más
grande que se puede desear en la vida. Ahora te digo, ten por seguro que yo haría
lo mismo por ti, sin importar la hora que fuese.
Y así ambos amigos se fundieron en un abrazo y fueron a jugar una partida de
naipes y a beber una cerveza hasta que a Pedro se le calmase su sobresalto.
Su amistad después de ese día siguió siendo igual de fuerte, tal vez un poco más,
lo que demostró a todos los que lo conocían, y a nosotros que nos enteramos
ahora de sus peripecias, que amistad como la de ellos hay realmente pocas y que
los verdaderos amigos son aquellos que siempre están ahí el uno para el otro,
tanto en las buenas como en las malas.
En sus familias la historia se repitió con sus hijos, luego con sus nietos, bisnietos y
así indefinidamente, aunque por supuesto, ya esas serían otras historias y otros
sueños para narrar.

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