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TALLER DE LA PILOTO
RUBEN LOPEZ
Muchos de los que eran o fueron integrantes del taller habían ganado
concursos literarios. Pero él, que hizo parte del jurado de muchos de
ellos, era tan escéptico con tales concursos como ante un camino tan
trillado como el amor en la poesía. Opinaba que los concursos
literarios eran una lotería y no garantizaban la calidad del ganador.
Además podían hacer mucho daño pues el incienso se le subía a la
cabeza de muchos ganadores y eso los mareaba, mejor dicho, los
embobaba.
Una noche después del taller compartí con él unos tragos en Bolero
Bar, en compañía de otras personas. Me llamó la atención su silencio
permanente que nada tenía que ver con la indiferencia ante los
cantantes de tango que intervenían esa noche en el lugar. Y pensé
que efectivamente, como dice Sábato, los escritores deberían
practicar el idioma de las nubes: mantener un enigmático silencio y al
escribir tronar. La suya era, por cierto, una actitud contraria a la
tertulia de la tarde en el taller, en la que relataba anécdotas de su
vida familiar y personal, como su amistad con Miguel Ángel Asturias
cuando Manuel vivió en Guatemala.
Los trucos y técnicas literarias algunas veces los anunciaba en clave y
siempre a cuentagotas, o diríase que estratégicamente para quien los
agarrara al vuelo en el momento de dar su apreciación sobre el
escrito de un tallerista. Podía ser, y era lo más frecuente, que lo
presentado por el tallerista aún estuviera muy crudo y entonces él le
preguntaba a quiénes había leído y lo remitía a las fuentes
universales de los grandes escritores según el género de que se
tratase: novela, cuento, ensayo, relato, poesía.
Por otra parte, había que evitar el tono lastimero, melcochudo, que
confunde la ternura con la sensiblería, especialmente en el caso de
los diminutivos utilizados en cuentos para niños. Mejía Vallejo
recomendaba la naturalidad en la escritura, contrario como era a la
forma artificiosa, azucarada, forzada, que se le escucha hasta el
pujido, de quienes se mueven en el camino oscuro de lo no
vivenciado.
Sabía muy bien que para captar la realidad se requiere de una buena
imaginación, como lo decía Rulfo, a quien conoció personalmente en
Centroamérica. A menudo comenzaba el taller con la pregunta de si
teníamos una idea nueva y siendo consciente de lo difícil de ello: «El
que cree una idea nueva en literatura está salvado. Desarrollarla es
fácil».