Está en la página 1de 1

¡ÁMATE!

Esta es una orden divina: ama a Dios, pero ámate también a ti. Si no te amas tú mismo, no podrás
amar a los demás. Pero, amarse a sí mismo con equilibrio resulta difícil, después de la entrada del
pecado en este mundo. ¡Necesitas sentirte digno de ser feliz y de realizarte como persona! Parece
fácil, pero no lo es: implica reconocerte en condiciones de ser querido tal como eres.
El pecado hace dos cosas terribles: o te lleva a creer que eres el centro del universo o hace que te
sientas sin ningún derecho de ser feliz. Existe mucha gente que, cuando se mira en un espejo, no
puede evitar compararse con los demás, y cree que no vale nada y que no sirve para nada. Eso es lo
que aprendió, desde niño, con la ayuda de padres exigentes que, a veces, le enseñaron a compararse
con los demás.
Lo triste de todo esto es que el cuerpo expresa constantemente lo poco que te quieres con malestares y
enfermedades. Los problemas de relación también son una evidencia de falta de autoestima, porque lo
que haces contigo mismo lo haces también con los demás. Gente querida, que vive a tu lado, termina
siendo víctima de tu frustración y tu descontento.
Si no te amas a ti mismo, ¿cómo estarás siempre conforme, disfrutando de la vida y valorizando a los
demás?
Tu vida se transformará en un calvario de calamidades y en una cadena de desencuentros, errores,
fracasos y accidentes, que te harán sentir miserable.
Todo lo que parece estar mal a tu alrededor es resultado de un proceso autodestructivo inconsciente,
de una forma de pensar negativa que solo crea problemas.
Pero, la buena noticia es que Jesús vino a este mundo no solo a morir por tus pecados, sino también a
devolverte el equilibrio de tu valor. Ama a Dios con todo tu corazón, y el resultado natural de esa
entrega será tu propia valorización.
Con este pensamiento en mente, sal para enfrentar las luchas de este nuevo día. Por donde vayas,
valoriza a las personas, reconóceles la dignidad, enséñales a crecer. Quiere decir, ámate a ti mismo y
proyecta, en los demás la gratitud que sientes en tu corazón porque Dios te amó primero. No te
olvides, ama a tu prójimo, pero como a ti mismo.

También podría gustarte