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Una mañana Clarisse sintió que un diente se le movía. Clarisse sabía desde hacía mucho tiempo que a su edad
se mudan los dientes. Y también había oído algo increíble: que un ratón venía a buscarlos. Estaba impaciente
porque el diente no se caía pronto. Y también un poco preocupada:
Si los gatos se comen a todos los ratones, ¿quién vendrá a buscar mi diente;
Un día, la mamá se lo arrancó amarrándolo con un hilo azul. Todo fue muy rápido. Clarisse no sintió ningún
dolor. Sólo un poco de sangre se asomó en la encía. Esa noche, al acostarse, Clarisse puso el diente bajo su
almohada y se durmió. Su sueño se llenó de imágenes.
Buenos días, señor ratón. ¿Qué hace usted con los dientes de los niños?
El ratón hablaba orgulloso con Clarisse, porque muy pocas veces los ratones hablan con los niños.
Con los dientes de los niños nos mandamos a hacer collares, brazaletes, zarcillos y sortijas. Los hace un viejo
ratón que sabe mucho.
Es natural respondió el ratón. Tú nunca has ido a una fiesta de ratones... A nosotros nos gustan mucho la
música y las fiestas. Las celebramos en un país lejano donde no hay gatos ni hombres que nos molesten. Y sólo
para las fiestas nos ponemos todas nuestras joyas. ¿Sabes? Los ratones somos muy coquetos.
Pero, entonces, ¿por qué vienen siempre aquí, donde los hombres y los gatos pueden hacerles daño?
Preguntó Clarisse.
Allá no tendríamos qué comer y, bueno, tampoco encontraríamos dientes para hacer nuestras joyas. Es por
eso que tenemos que venir adonde hay gatos y hombres... ¿Te das cuenta, niña? Nada es simple, suspiró el
ratón.
Tu diente es muy bello. Te lo compraré por una moneda y me haré un lindo collar para recordarte siempre.
Al día siguiente, cuando Clarisse despertó, buscó bajo su almohada, pero el diente no estaba. En su lugar,
había una moneda. Clarisse se sorprendió: