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ESTADO Y DERECHO
EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD
§ 002. EL ESTADO–ORDENAMIENTO
(033) S. S. León XIII, Encíclica Nobilísima Gallorum Gens: “Porque así como en la
tierra existen dos supremas sociedades, la una el Estado, cuyo fin próximo es proporcionar
al género humano los bienes temporales de esta vida, y la otra la Iglesia que tiene por
objeto conducir al hombre a la felicidad verdadera, celestial, y eterna, para la que hemos
nacido, así también existen dos poderes, sometidos ambos a la ley eterna y a la ley natural,
y consagrado cada uno a un fin propio en todo lo referente a la esfera jurídica de su propia
jurisdicción y competencia”. También, desde otra perspectiva, Concilio Vaticano II,
Constitución Pastoral Gaudium et Spes: “La Iglesia, que por razón de su misión y de su
competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a
sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguarda del carácter trascendente de la
persona humana. La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada
una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio
de la vocación personal y social del hombre (…). El hombre, en efecto, no se limita al solo
horizonte temporal, sino que sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su
vocación eterna” (N* 76).-
(034) Seguimos aquí lo ya expuesto en Barra, R. C., Fuentes del ordenamiento de la
integración, Ábaco, Bs. As., 1.998, págs. 17 y sgtes.; también Globalización y
regionalización, E. D., T. 195, pág. 939.-
(035) Este proceso fue advertido por Maritain, J., El hombre y el Estado, ya citada,
pág. 223: “Para Tomás de Aquino, así como para Aristóteles, la autosuficiencia (no digo
total, sino autosuficiencia relativa) es la propiedad esencial de la sociedad perfecta, que es a
su vez la meta hacia la cual tiende la evolución de las formas políticas humanas; y el primer
bien garantizado por una sociedad perfecta –un bien que se consubstancia con su vida y su
unidad– es la paz interna y externa. Como resultado, cuando una forma particular de
sociedad, como la ciudad, no puede lograr esa autosuficiencia, o sea bastarse a sí misma, ni
alcanzar la paz, ha dejado de ser una sociedad perfecta y pasó a serlo otra en su lugar, como
por ejemplo, el reino. Por tanto, estamos autorizados a concluir; siguiendo la misma línea
de razonamiento, que cuando los reinos, naciones o estados no pueden alcanzar la paz ni
bastarse a sí mismos, es que han dejado de ser sociedades perfectas, y es otra más amplia,
definida por su capacidad para alcanzar la paz y la autosuficiencia –por consiguiente, en
nuestra época histórica, la comunidad internacional políticamente organizada– la que se ha
convertido en una sociedad perfecta” (el destacado pertenece al texto original).-
(036) “El concepto de soberanía –explica Maritain, J., El Hombre …, pág. 52– tomó
forma definida en el momento en que la monarquía absoluta surgía en Europa. Ninguna
noción correspondiente ha sido utilizada en la Edad Media con respecto a la autoridad
política. Santo Tomás trató del príncipe, no del soberano. En las épocas feudales el rey no
era sino un señor de señores, cada uno de los cuales poseía sus propios derechos y poder.
Los juristas de los reyes medievales sólo prepararon, de una manera más o menos remota,
la noción moderna de soberanía, la cual se fue imponiendo desde los tiempos de Jean Bodin
en adelante a los juristas de la edad barroca”. Maritain explica (Cap. 2*) el carácter erróneo
y perjudicial del concepto de soberanía –“Los dos conceptos de soberanía y absolutismo
fueron forjados juntos sobre el mismo yunque. Los dos deben ser pulverizados juntos”
(pág. 68)– al que califica, con acierto, de “concepto hegeliano” que debe ser reemplazado
por el de “autonomía” (págs. 220 y 221). Es interesante destacar que ya a fines de la década
del ’40, cuando fue expuesta la serie de conferencias que se transformó en el libro citado
(ver su Cap. 7*), Maritain anticipaba la necesidad de un “gobierno mundial” como forma
de asegurar la paz, residiendo la “sociedad perfecta” en instituciones internacionales
(supranacionales), fenómeno que, lentamente, se va imponiendo sesenta años después.-
(037) Podemos intentar definir la globalización como la tendencia –todavía no
impuesta de manera definitiva– de ciertas actividades sociales a superar los límites, la
injerencia, el poder, en definitiva la soberanía, de los Estados nacionales. Esto ocurre muy
especialmente en el ámbito de las comunicaciones y, en general, de grandes sectores del
“mercado” económico. Cassese, Sabino, Gli statu nella rete internazionale dei potere
pubblici, “Riv. Trimestrale di Diritto Pubblico”, 1.999, N* 2, págs. 321 y sgtes., señala que
la presencia del “mercado” (globalizado) provoca “el vaciamiento de los Estados que ceden
sus poderes al mercado, reduciendo el ámbito de su accionar [de los Estados] y haciéndolos
retroceder (así, por ejemplo, para la garantía del valor de la moneda, las correcciones de los
ciclos económicos, la tutela de las fronteras, etc.)”; pág. 322; los agregados me pertenecen.
Juan Pablo II advierte acerca de la globalización en la Exhortación Apostólica Postsinodal
Ecclesia in America, del 22/01/99: “Una característica del mundo actual es la tendencia a la
globalización, fenómeno que, aun no siendo exclusivamente americano, es más perceptible
y tiene mayores repercusiones en América. Se trata de un proceso que se impone debido a
la mayor comunicación entre las diversas partes del mundo, llevando prácticamente a la
superación de las distancias, con efectos evidentes en campos muy diversos. Desde el punto
de vista ético, puede tenerse una valoración positiva o negativa. En realidad, hay una
globalización económica que atrae consigo ciertas consecuencias positivas, como el
fenómeno de la eficiencia y el incremento de la producción, y que, con el desarrollo de las
relaciones entre los diversos países en lo económico, puede fortalecer el proceso de la
unidad de los pueblos y realizar el mejor servicio a la familia humana. Sin embargo, si la
globalización se rige por las meras leyes del mercado aplicadas según las conveniencias de
los poderosos, lleva a consecuencias negativas. Tales son, por ejemplo, la atribución de un
valor absoluto a la economía, el desempleo, la disminución y el deterioro de ciertos
servicios públicos, la destrucción del ambiente y de la naturaleza, el aumento de las
diferencias entre ricos y pobres, y la competencia injusta que coloca a las naciones pobres
en una situación de inferioridad cada vez más acentuada (…). La Iglesia, aunque reconoce
los valores positivos que la globalización comporta, mira con inquietud los aspectos
negativos derivados de ella. ¿Y qué decir de la globalización cultural producida por la
fuerza de los medios de comunicación social?. Estos imponen nuevas escalas de valores por
doquier, a menudo arbitrarios y en el fondo materialistas, frente a los cuales es muy difícil
mantener viva la adhesión a los valores del Evangelio” (N* 20). Pero hay una aspiración
esperanzada: “El complejo fenómeno de la globalización, como he recordado más arriba, es
una de las características del mundo actual, perceptible especialmente en América. Dentro
de esta realidad polifacética, tiene gran importancia el aspecto económico. Con su doctrina
social, la Iglesia ofrece una valiosa contribución a la problemática que presenta la actual
economía globalizada. Su visión moral en esta materia ‘se apoya en las tres piedras
angulares fundamentales de la dignidad humana, la solidaridad y la subsidiariedad’ (…). La
economía globalizada debe ser analizada a la luz de los principios de la justicia social,
respetando la opción preferencial por los pobres, que han de ser capacitados para protegerse
en una economía globalizada y ante las exigencias del bien común internacional. En
realidad, ‘la doctrina social de la Iglesia es la visión moral que intenta asistir a los
gobiernos, a las instituciones y a las organizaciones privadas para que configuren un futuro
congruente con la dignidad de cada persona. A través de este prisma se pueden valorar las
cuestiones que se refieren a la deuda externa de las naciones, a la corrupción política
interna y a la discriminación dentro [de la propia Nación] y entre las naciones’. La Iglesia
en América está llamada no sólo a promover una mayor integración entre las naciones,
contribuyendo de este modo a crear una verdadera cultura globalizada de la solidaridad (…)
sino también a colaborar con los medios legítimos en la reducción de los efectos negativos
de la globalización, como son el dominio de los más fuertes sobre los más débiles,
especialmente en el campo económico, y la pérdida de los valores de las culturas locales a
favor de una mal entendida homogeneización” (N* 55). En la Carta Apostólica Nuovo
Millennio Ineunte, relativa a la misión apostólica de la Iglesia en el “inicio del milenio”,
luego de haber celebrado el Jubileo del año 2.000, el Papa señala que “la cuestión social se
ha convertido, ciertamente, en una cuestión planetaria” (N* 52).-
(038) Este centro de poder es la “sociedad perfecta” citada por Maritain (ver supra,
Nota (035); es el nuevo Estado que, quizás, podrá establecerse en una suerte de gobierno
supranacional. Como hemos señalado en nuestro trabajo Globalización y regionalización,
ya citado, el problema de la globalización es su manifestación en cierto sentido “anárquica”
que al quitarle al hombre el Estado lo deja inerme ante poderes no regulados, es decir,
ordenados al bien común, ahora, global. La ola global –el aluvión electrónico, los
“ultramercados”– deja “a un número siempre más amplio de personas la sensación que,
cualquiera sea la forma de democracia que tengan, cualquiera sea la elección que ejerciten
en los comicios locales o nacionales, en realidad los mercados y centros electrónicos
distantes, anónimos, pero más potentes que ellos, están determinando la vida política”
(Friedman, Thomas L., Le radice del futuro, Mondadori, Milano, 2.000, pág. 180). Este
fenómeno, claramente analizados por el editorialista económico del “New York Times” y
exhibido con agilidad a través de sus crónicas y experiencias internacionales, es
ciertamente una situación inestable. Su punto de estabilidad lo logrará mediante la
fortificación del papel de organizaciones supranacionales, como la Organización Mundial
del Comercio, o el nacimiento de otras, con una competencia efectiva de mayor naturaleza
política, que “recrearán” el Estado, en definitiva, un nuevo Estado global. Quizás ocurra
así; todavía no lo podemos saber. Lo cierto es que, mientras tanto ello no suceda, la
globalización se manifiesta en tendencias como hemos dicho anárquicas, lo que no supone
exactamente la ausencia de un centro de poder, sino la diseminación del poder en varios
centros, sin un orden que regule la relación de fuerzas y proteja eficazmente los derechos de
los más débiles. Esta situación alimenta a las ideologías antiglobalizadoras, generalmente
influidas por un anticapitalismo de nuevo cuño, que ven en la globalización un peligro para
los derechos de los trabajadores y para la democracia, como se ve en el artículo de
Cromsky, Noam, Un mercato poco libero, “La República”, del 26/1/01. Dice este
articulista: “Aquello que está emergiendo es un sistema de corporale mercantilism, en el
cual las decisiones sobre la vida social, económica y política se concentran siempre más en
las manos de grupos de poder privados, ausentes de cualquier responsabilidad social:
‘instrumentos del gobierno y sus tiranos’ según la memorable expresión de James Madison
que ya hace dos siglos atrás nos había puesto en guardia contra esta amenaza a la
democracia”. Sin embargo, la globalización es un hecho de la historia con relación a
cualquier otro acontecimiento social, político o económico. La ideología anti–globalista es
tan superficial como la ideología anti–industrialista, aparecida en los comienzos de la
primera revolución industrial, con la manifestación estéril y absurda de la destrucción de
máquinas e incendio de fábricas. No debemos oponernos al progreso, sino ordenarlo. Y
para este fin debe diseñarse el nuevo modelo de Estado global, como lo ha advertido el
Papa en los textos ya transcriptos. En definitiva, la globalización es un hecho; de nosotros
depende que sea para el bien o para el mal de la humanidad. Así lo señala Humberto Eco,
en un reportaje para el cotidiano “La República” del 07 de junio de 2.001: “Esta es mi
agenda americana Sharp, pero podría haber sido hecha en China, como mi chaqueta ‘made
in France’ podría provenir de Malasia. La globalización no es un valor ni un disvalor; es un
hecho. En un tiempo no se viajaba, ahora uno está entre Calcuta y las Maldivias, Chatwin y
Marco Polo, cuando volvían de sus viajes, tenían muchas historias para contar; ahora, en
cambio, quien regresa no tiene nada que decir; porque el hotel, la comida y los transportes
son iguales a aquellos de casa. El castillo de Milán está iluminado como el de
Disneyland”.-
(039) Afirma Olivi, Bino, L’Europo difficile, Il Mulino, Bologna, 1.998, pág. 475:
“No es seguro que el destino de los países europeos sea el de la dilución de la propia
identidad socioeconómica en el interior de una Europa a su vez sumergida en la indistinta
uniformidad de una economía mundial homogeneizada y homologante. En un tiempo como
el que estamos viviendo, donde la búsqueda de la identidad colectiva perdida o en peligro
es una parte importante de las acciones, incluso dramáticas, del mundo, la integración
europea (…) debe tener como principal objeto aquel de la preservación de la identidad
socioeconómica europea. Esto no quiere decir que se deban proteger los viejos arneses de la
ineficiencia y del despilfarro, que se quisieran eternos con el pretexto de una antigua
motivación solidarista. Tanto más aquello será posible, cuanto más la Unión alcance a darse
claridad de objetivos y eficiencia de estructuras”. Ciertamente las integraciones regionales
pueden jugar un gran papel en la conducción de la globalización a un sistema de “libertad
ordenada”. Este es otro desafío para nuestro Mercosur.-
(040) El rechazo a las teorías que pretenden explicar la existencia de la sociedad a
través de imaginarios pactos o contratos no es postura exclusiva del realismo aristotélico–
tomista. Así, Ortega Y Gasset, José, La rebelión de las masas, Espasa–Calpe, Madrid,
1.972, págs. 13 y 14: “Ahora bien, convivencia y sociedad son términos equivalentes.
Sociedad es lo que se produce automáticamente por el simple hecho de la convivencia. De
suyo, e ineluctablemente, segrega ésta costumbres, usos, lengua, derecho, poder público.
Uno de los más graves errores del pensamiento ‘moderno’, cuyas salpicaduras aún
padecemos, ha sido confundir la sociedad con la asociación, que es aproximadamente lo
contrario de aquella. Una sociedad no se constituye por acuerdo de las voluntades. Al revés:
todo acuerdo de voluntades presupone la existencia de una sociedad, de gente que convive,
y el acuerdo no puede consistir sino en precisar una u otra forma de esa convivencia, de esa
sociedad preexistente. La idea de la sociedad como reunión contractual, por lo tanto,
jurídica, es el más insensato ensayo que se ha realizado de poner la carreta delante de los
bueyes. Porque el derecho, la realidad ‘derecho’ –no de las ideas de él, del filósofo, jurista
o demagogo– es, si se me tolera la expresión barroca, secreción espontánea de la sociedad,
y no puede ser otra cosa. Querer que el derecho rija las relaciones entre seres que
previamente no viven en efectiva sociedad, me parece –y perdónenme la insolencia– tener
una idea bastante confusa y ridícula de lo que el derecho es”. De todas formas es aceptable
utilizar, figuradamente, la expresión “contrato social” para explicar, no ya el origen de la
sociedad, sino el consenso que fundamenta las relaciones de convivencia en una
determinada y concreta sociedad histórica. Es, simplemente, el conjunto de valores
compartidos que tiene su máxima expresión jurídica, como veremos más adelante, en la
Constitución.-
(041) Messner, Jlhannes, Ética social, política y económica a la luz del derecho
natural, Rialp, Madrid, 1.967, pág. 173: “El accidente lógico no entraña una relación
esencial con la naturaleza de una cosa y su vinculación con ella es algo casual; el color de
la piel, por ejemplo, no guarda una relación de carácter intrínseco con la naturaleza esencial
del hombre. El uso de la razón es un accidente ontológico pues el hombre sigue siendo
hombre sin él, a diferencia de la razón misma, la cual determina la naturaleza del hombre,
es decir, convierte al hombre en lo que es”.-
(042) Sigue diciendo Messner (ob. cit., págs. 172 y 173): “A nosotros nos parece que
si se da a las expresiones substancia y accidente el sentido que acabamos de indicar, la
sociedad no puede ser calificada solamente de accidente. En todo caso parece ser una
cuestión distinta la de saber, si con estos conceptos de substancia y accidente, contrapuestos
de este modo (como disyuntivos) se puede explicar también plenamente la propia realidad
supraindividual de la sociedad. Está claro que la sociedad no es substancia en el sentido de
substancia autónoma que posee, en sí y por sí misma, realidad con independencia de los
individuos”.-
“De ello no resulta, sin embargo, de ningún modo, que la sociedad no sea una
substancia en el sentido indicado ni que su ser en sentido ontológico y metafísico posea
solamente un carácter secundario frente al ser del individuo. En efecto, y volviendo al
ejemplo mencionado, la naturaleza social no se puede eliminar como el uso de la razón sin
que el hombre sea privado al mismo tiempo de su ser plenamente humano. La esencia
individual y social de la naturaleza humana tiene metafísica y ontológicamente el mismo
carácter originario. Como hemos puesto de manifiesto, el hombre por naturaleza necesita
un complemento para llegar a alcanzar un ser plenamente humano, es decir, para
convertirse en el ser cultural a que por naturaleza está destinado. En virtud de esta
necesidad y capacidad de complemento social de los individuos que la naturaleza
condiciona, surge, por medio de la cooperación social, la nueva realidad y, a su vez, la
participación en esta realidad constituye para el individuo el presupuesto para alcanzar el
ser plenamente humano”.-
(043) Messner, J., ob. cit., págs. 173 y 174: “No se puede atribuir a la sociedad un ser
primario y al hombre individual solamente un ser secundario; igualmente falso sería
conferir al individuo un ser primario y a la sociedad un ser meramente secundario. Pues en
ese caso no se podría explicar el hecho de que el hombre sólo llegue a alcanzar un ser
verdaderamente humano mediante su participación en el ser social, en lo que la sociedad
tiene de duradero”.-
(044) Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes, N* 25.-
(045) Maritain, Jacques, Humanismo integral, Loblé, Buenos Aires, 1.969, pág. 18.
“Por ello la justa concepción del régimen temporal tiene un segundo carácter (el primero es
su naturaleza de comunitario): es personalista, entendiendo por tal que es esencial al bien
común temporal el respetar y servir los fines supra temporales de la persona humana” (ibíd,
pág. 105). “La persona humana, miembro de la sociedad es parte de ésta como de un todo
mayor, más no según toda ella ni según todo lo que le pertenece. El foco de su vida de
persona le atrae por encima de la ciudad temporal, de la cual sin embargo, tiene necesidad”
(pág. 107). El personalismo es una corriente de pensamiento cristiano que tuvo como uno
de sus principales mentores a Emmanuel Mounier, sin perjuicio de los importantes aportes
de su contemporáneo Maritain, aunque este nunca se identificara expresamente como tal.
Sin embargo, el pensamiento de estos dos grandes filósofos puede considerarse
complementario, y ambos tuvieron su fruto en el Concilio Vaticano II, especialmente en la
inspiración filosófica y teológica de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes. Mounier,
que dio testimonio de su apostolado personalista, sufriendo prisión durante la ocupación
nazi en Francia, desarrolló los puntos básicos de su filosofía en El personalismo, publicada
en la Argentina por Eudeba, 1.968. Sobre el personalismo ver Vento, Salvatore, y otros,
Emmanuel Mounier: Attualità del personalismo comunitario, Diabasis, Regio Emilia,
2.000, especialmente “Personalismo comunitario e política”, págs. 15 a 49. se destaca la
distinción entre individuo y persona, distinción que –afirma Vento– “se encuentra aclarada
por Maritain cuando distingue entre una filosofía social centrada en el primado de la
persona de una filosofía social centrada en el primado del individuo y del bien privado”
(pág. 18). La clave de la postura personalista es la relación persona–comunidad, el
desarrollo de un “personalismo comunitario”. Se trata del hombre en el mundo, en su
actuación cotidiana, que también Maritain explicó, desde una perspectiva exquisitamente
teológica, en El campesino del Garona. Desclé de Brounwer, Bilbao, 1.967, especialmente
los parágrafos titulados “Los santos y el mundo” y “El loco error”, págs. 94 a 100. Las
exigencias personalistas tienen una indudable dimensión apostólica –con trascendentes
efectos sobre la que podemos denominar “cultura” política y social– y mucho de ello puede
encontrarse en el pensamiento de Escrivá De Balaguer, Josemaría, entre otros textos, en
Amigos de Dios, Rialp, Madrid, 1.985, especialmente el capítulo “La grandeza de la vida
corriente”, págs. 29 a 53, y también de Giussani, Luigi, entre otros, El rostro del hombre,
Encuentro, Madrid, 1.996, fundadores del Opus Dei y de Comunión y Liberación,
respectivamente, movimientos eclesiales de gran vigor apostólico. Es de destacar también,
como un ejemplo de la aplicación de esta corriente filosófica en el supuesto concreto de la
relación “persona–trabajo” y la trascendencia social y económica de ello, la Encíclica de S.
S. Juán Pablo II, Laborem Exercens (16/09/81). Sobre esta última, ver el estudio de
Bottiglione, Rocco, El hombre y el trabajo, Encuentro, Madrid, 1.984.. La centralidad de la
persona fue destacada por la Corte Suprema de Justicia (voto de Fayt y Barra) en
“Bahamondez, Marcelo”, Fallos: 316:479: “De ahí que el eje central del sistema jurídico
sea la persona en cuanto tal, desde antes de nacer hasta después de su muerte”.-
(046) Dice Juan Pablo II en la Encíclica Centesimus Annus, N* 13: “la socializad del
hombre no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios,
comenzando por la familia y siguiendo por los grupos económicos, sociales, políticos y
culturales, los cuales, como provienen de la misma naturaleza humana, tienen su propia
autonomía sin salirse del ámbito del bien común. Es a esto a lo que he llamado
‘subjetividad de la sociedad’ la cual junto con la subjetividad del individuo, ha sido anulada
por el socialismo real”. En el pensamiento de Juan Pablo II, la subjetividad de la sociedad –
concepto inescindible de la subjetividad de la persona humana– significa otorgarle a aquella
la calidad de sujeto, y no de objeto, de la acción de los poderes públicos. “Objetivizar” la
sociedad, es decir, transformarla en objeto de la acción del Estado, es la característica
propia de los totalitarismos; así surge de su Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, N* 15. En el
mismo sentido, el Papa afirma: “Una auténtica democracia es posible solamente en un
Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere
que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas,
mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la
‘subjetividad’ de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de
corresponsabilidad” (Centesimus Annus, N* 46).-
(047) Catecismo de la Iglesia Católica, N* 1.880: “Una sociedad es un conjunto de
personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de
ellas”. El principio de unidad es esencial, incluso, para el adecuado desarrollo de la
personalidad individual. El hombre vive necesariamente en el conjunto, sin el cual,
figuradamente, es un vacío o peor aún, una nada imposible de imaginar, como es imposible
de imaginar la mera supervivencia de un “Robinson” absoluto (el Robinson literario no era
absoluto sino relativo: traía consigo los frutos de su sociabilidad anterior al naufragio y
hasta fue necesario agregarle una compañía humana). Esto hace recordar una frase de
Humberto Ecco: “Una puerta no es una puerta si no tiene un edificio alrededor, de otra
manera sería solamente un agujero; qué digo, ni siguiera eso, porque un vació sin un lleno
que lo circunde no es ni siquiera un vacío” (Baudolino, Milano, 2.000, pág. 118).-
(048) El “ajuste de las conductas” es lo propio de la virtud de la justicia. Cuando la
realización del acto justo o del ajuste adecuado es garantizado por el derecho, que el Estado
realiza en tanto que ordenamiento jurídico, nos encontramos frente a la cuestión de la
relación del Estado con la persona. Como lo señala Sotto Kloss, Eduardo, Derecho
administrativo, Jurídica de Chile, Santiago, 1.996, T. I, págs. 28 y 29, el derecho “es un
medio para que las personas convivan de modo ordenado y pacífico, pero para que ello
ocurra es necesario que impere el Derecho, a saber esa armónica relación de igualdad en el
intercambio de bienes (res esteriores) entre los sujetos de una comunidad (…). De este
modo se comprende mejor la finalidad intrínseca del Estado, que no es un fin para sí, sino
para otros, un instrumento (órgano) para el bien de los miembros de la comunidad, y un
medio de promoción humana, y no para el exclusivo bienestar de la ‘nomenklatura’ de
turno y de los partidos gobernantes. Al centrar estos derechos en la persona se coloca en su
exacto lugar al Estado, que no es un ente substancial, sino accidental; que es posterior a la
persona y no anterior a ella; que es de entidad puramente natural, al paso que la persona
posee un destino trascendente; que es, en fin, una entidad al servicio de la persona y no al
revés.-
(049) Suma Teológica, I, q. 39, a. 3, cit. por Lachance, L., ob. cit., págs. 279 a 289, a
quien seguimos en este particular.-
(050) Lachance, L., ob. cit., pág. 285: “en todas partes donde hay un orden, es
menester que haya un principio. Pues el orden supone la prioridad y la posterioridad, a una
disposición desde un punto de mira”.-
(051) Messineo, J., ob. cit., pág. 164: “La confusión de conceptos puede tener
consecuencias especialmente graves en una época en que el Estado, impulsado por
tendencias colectivistas, trata de extender la esfera de su competencia. Máxime si se tiene
en cuenta que la concepción mecanicista del Estado, que es la dominante, entiende al
Estado como una mera asociación de fin, cuyos objetivos y formas de ordenación quedan
completamente abandonados a la voluntad del pueblo, como ‘voluntad arbitraria’, en el
sentido propugnado por la teoría de la soberanía popular absoluta y por la teoría de la
democracia, que se apoya en ella”. Corresponde recordar que el “Estado de derecho”
armoniza el sistema representativo democrático, basado sobre el principio mayoritario, con
las garantías y respeto por los derechos de las minorías. En el “Estado de derecho” pueden
encontrarse las bases justas de la distinción entre Estado y sociedad, teniendo en cuenta que
a la sociedad, también integrada por las minorías, le corresponden competencias propias
que el Estado no puede –no debe– traspasar.-
(052) Messineo, J., ob. cit., pág. 164.-
(053) Ibidem. Como es evidente, esta concepción de la filosofía social realista o
tomista permite salvar tanto el error disolvente del individualismo como el fatalismo
aniquilante del totalitarismo.-
(054) Messineo, J. ob. cit., pág. 336, explica el significado etimológico de la palabra,
que es lo suficientemente gráfico para entender sin dificultad el tema: “Por lo que toca a la
palabra latina subsidiaria, es cierto que se deriva de subsidium, pero su significado
principal, que pertenece al lenguaje militar, no es de ningún modo el de ‘ayuda en sentido
propio’, sino el de ‘servir como reserva’, es decir, ayuda en caso de que fallen las
formaciones que son en primer lugar responsables y competentes (…) se usa especialmente
en la expresión ‘subsidiaria cohortes’, ‘cohortes de reserva’, que entran en acción cuando
las formaciones principales no pueden cumplir con las obligaciones que en primer lugar les
corresponden con sus propios medios”.-
(055) S. S. Pío CI, Encíclica Quadragesimo Anno: “queda en la filosofía social fijo y
permanente aquel principio, que ni puede ser suprimido ni alterado: como es ilícito quitar a
los particulares lo que con su propia iniciativa y propia industria pueden realizar, para
entregarlo a una comunidad, así también es injusto y al mismo tiempo de grave perjuicio y
perturbación del recto orden social, confiar a una sola sociedad mayor y más elevada lo que
pueden hacer y procurar comunidades menores e inferiores. Toda intervención de la
sociedad debe por su naturaleza prestar auxilio a los miembros del cuerpo social, nunca
absorberlos y destruirlos. Conviene que la autoridad pública suprema deje a las
asociaciones inferiores tratar por sí mismas los cuidados y negocios de menor importancia,
pues de otro modo le serán de grandísimo impedimento para cumplir con mayor libertad,
firmeza y eficacia lo que a ella sola corresponde, y que sólo ella puede realizar, a saber:
dirigir, vigilar, urgir, castigar, según los casos y la necesidad lo exijan. Por tanto, tengan
bien entendido esto los que gobiernan: cuando más vigorosamente reine el orden jerárquico
entre las diversas asociaciones, quedando en pie este principio de la función supletiva del
Estado, tanto más firme será la autoridad y el poder social, y tanto más próspera y feliz la
condición del Estado”.-
El principio de subsidiariedad es una nota distintiva de la tradición cultural de
Occidente, encontrando diversas manifestaciones en nuestra historia, como es el caso de la
estructura piramidal del imperio cristiano en el período feudal, los fueros locales españoles,
las corporaciones gremiales de los Siglos XII y XIII, por citar sólo algunos ejemplos.
Demuestra que hace al fondo común de nuestra cultura el encontrarlo expresado en la
programática de distintas corrientes políticas, que incluso no guardan una relación directa
con aquella concepción de la filosofía social y se proclaman herederas de la Revolución
Francesa. Por ejemplo, Giscard D’Estaing, Valery, Democracia francesa, Buenos Aires,
1.976, págs. 153 y 154. “Una sociedad cuyos poderes están separados y cuyos individuos
son responsables es lo contrario de una sociedad burocratizada.-
”Evidentemente, no se puede pensar en encerrar el estado en sus solas funciones
regaliazas de otrora: defensa, justicia y moneda. Todas las grandes tareas sociales,
educación, salud, manera de vivir, desarrollo industrial y agrícola, piden bajo una u otra
forma, cierta intervención o participación del Estado. Como consecuencia resulta vano
definir por adelantado todas las funciones del Estado o querer trazar de manera intangible el
límite de sus intervenciones.-
”Pero debe entenderse que un Estado no burocrático busca ayudar a la sociedad
pluralista a hacer frente a sus responsabilidades y no sustituirse a ella.-
”Sólo interviene cuando los resortes de la acción privada, lucrativa o desinteresada,
demuestran ser impotentes para cumplir una tarea social o económica juzgada
indispensable.-
”Del mismo modo, prefiere la intervención temporal, que restablece una situación o
compone un mecanismo, a la intervención indirecta por la vía de convenciones, contratos,
recomendaciones e incitaciones.-
”Porque el Estado pluralista no se hace panadero con el pretexto de que hace falta
pan, ni médico por el motivo que quiere ciudadanos que gocen de buena salud.-
”Respeta la legitimidad de las instituciones privadas. Quiere servir a la sociedad de
los hombres y no mantenerse en acecho para devorarla”.-
(056) Catecismo de la Iglesia Católica, N* 1.865.-
(057) Barra, R. C., Fuentes …, págs. 61 a 68, § 13. El citado art. 3B del Tratado de la
Unión Europea (Maastricht) establece: “La Comunidad actuará dentro de los límites de las
competencias que le atribuye el presente Tratado y de los objetivos que este le asigna. En
los ámbitos que no sean de su competencia exclusiva, la Comunidad intervendrá conforme
al principio de subsidiariedad, sólo en la medida en que los objetivos de la acción
pretendida no puedan ser alcanzados de manera suficiente por los Estados miembros y, por
consiguiente, puedan lograrse mejor debido a la dimensión o a los efectos de la acción
contemplada, a nivel comunitario. Ninguna acción de la Comunidad excederá de lo
necesario para alcanzar los objetivos del presente Tratado”.-
(058). Messineo, J., ob. cit. pág. 336.-
(059). Ibídem.-
(060). S. S. Juan XXIII, Encíclica Pacem in Terris: “En toda humana convivencia
bien organizada y fecunda hay que colocar como fundamento el principio de que todo ser
humano es persona, es decir, una naturaleza dotada de inteligencia y de voluntad libre, ya
que por lo tanto, de esa misma naturaleza directamente nacen al mismo tiempo derechos y
deberes que, al ser universales e inviolables, son también absolutamente inalienables”.-