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DELIA FARÍAS DE BERBÍN

NOTAS
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I
NOTAS DE LA VIDA
Delia Farías de Berbín

2a Edición (corregida y aumentada)


© Fundación Illustratum
San Antonio de Los Altos, 2021
NOTAS DE LA VIDA - Delia Farías de Berbín
© Rafael Bervín Farías
Caracas, 1999
RECUERDOS DE MIS PADRES Y ABUELOS - Delia Farías de Berbín
© s/r.
Carrizal, 2010
Dibujos: Rafael Bervín Farías
Diagramación y diseño de portada: Centauro 212
Este tomo forma parte de la Colección

1. NOTAS DE LA VIDA
2. FAMILIA Y DEMOCRACIA EN VERSOS
3. POESÍAS: MI CORAZÓN REVELADO
4. EL PENSAMIENTO DE RAFAEL BERBÍN CARABALLO
Edición: Fundación Illustratum
Impresión: Miguel Ángel García e hijo impresores, C.A.
Impreso en Venezuela / Printed in Venezuela
A Verónica Bervín Farías,
promotora de estas Notas.
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ÍNDICE
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.................................. 7
NOTAS .......................... 11
I- ................................ 13
RETRATO DE DELIA FARÍAS DE BERBÍN ............ 15
II - .................... 22
III - ..................... 29
RETRATO DE RAFAEL BERBÍN CARABALLO .......... 31
IV - ....................... 37
V- ........................ 49
VI - ........................... 71
VII - ............................. 79
VIII - ...................... 81
IX - ......................... 82
X- .............. 89
ÁRBOL GENEALÓGICO BERBÍN FARÍAS ............. 115
.................... 117
NOTAS ........... 123
NOTAS . . . . . . . . . . . . . . . 127
.
7
PRÓLOGO
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..................... PróLOGO
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En ocasión del
y a veintiún meses de la partida de su amantísima esposa, nos sen-
timos orgullosos de editar los escritos de ambos en cuatro tomos: «No-
tas », «Familia y Democracia », «Poesías,
» y «EL PENSAMIENTO DE ». Ya en
1999 habían sido editados los dos primeros en un modesto formato de
pocos ejemplares; los cuales contenían los relatos de las vivencias de estos
dos grandes seres, y la antología poética de Rafael Berbín Caraballo,
respectivamente. Posteriormente (2003), los dos trabajos fueron com-
pilados en un solo tomo titulado «DOS VIDAS, ».
Para la presente edición, además de adicionar «Poesías,
», un tomo inédito contentivo de la compilación de las poe-
sías de Delia Farías de Berbín, y «EL PENSAMIENTO DE
», un ensayo sobre el razonamiento de nuestro homenajeado en
diferentes áreas del intelecto, se acometió la revisión y ampliación de los
dos publicados previamente. En el caso de estas Notas, se introduje-
ron las modificaciones con las que su propia autora enriqueció su con-
tenido poco antes de cumplir ochenta y cinco años de vida. Estas mo-
dificaciones consistieron en una descripción más detallada de algunos
hechos narrados, por una parte; y por otra, en la inserción de nuevos
episodios de su vida y en la inclusión de dos capítulos dedicados a sus
padres y a sus hermanos.
«Notas » describe fielmente lo que representaba para una
familia del oriente venezolano vivir en una dictadura (1948-1958) que
restringía sus libertades políticas, acorralando a los disidentes en situa-
ción de minusvalía social y económica; referencia vesánica para el ré-
gimen que ensombrece actualmente a Venezuela, el cual ha perfeccio-
nado los arcaicos aunque despiadados métodos de entonces para entro-
nizarse en el poder. Las historias contadas por Delia Severina mues-
tran, además, cómo Rafael Antonio no se resignó a padecer pasivamen-
te esta persecución, ni se sumó a los que optaban por una cómoda in-
diferencia; sino que quiso ser protagonista de su propio destino incur-
sionando en la política desde la más desventajosa trinchera: la de los
opositores a un régimen dictatorial.
No se circunscribe a esta lucha la narración que su autora hace de
esa época. Sus notas están llenas de anécdotas que abarcan desde la
cotidianidad en que se formó de niña hasta las circunstancias en las
que conoció al hombre que fue su pareja por más de cuarenta años.
Habla del acontecer diario que fue forjando un matrimonio y forman-
do una familia que hoy se extiende hasta sus orgullosos bisnietos. Y
habla también con admiración de la carrera política que llevó a su
esposo a convertirse en hombre de confianza del presidente Leoni; des-
pués de lo cual trocó todo el conocimiento adquirido en sus días de
galerón en la fina poesía que expone en su obra póstuma «Familia y
Democracia ».
«Notas » es una secuencia de episodios que marcaron la
vida de Delia Farías de Berbín. Sirvan estas para entender un pasado
.....................

que moldeó a la gran mujer que las escribe, quien nos revela que las
cosas grandes están en la simplicidad de la vida.

Rafael Bervín Farías


San Antonio de Los Altos, 14 de julio de 2021
DELIA FARÍAS DE BERBÍN
NOTAS

8
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..................... PróLOGO
NOTAS .....................

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DELIA FARÍAS DE BERBÍN
NotAS
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..................... PróLOGO
NOTAS .....................

12
DELIA FARÍAS DE BERBÍN
13
i-
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..................... I -
Un sábado seis de noviembre de 1926, El Muco, un modesto pue-
blo sucrense, comienza a ver el anochecer. Los destemplados gritos de
una nueva vida penetran la incipiente oscuridad. Una linda moza de
diecinueve años ve nacer a su primogénita.
Así comienza la fructífera vida de Delia Farías de Berbín, y esta es
su historia:
«Cuando apenas cuento tres años de edad una terrible enfermedad
asola a mi pueblo natal; la viruela hace estragos y mi mamá, Verónica,
que esperaba su segunda cría, cae enferma. Recordemos que en ese en-
tonces y por aquellos lares una enfermedad como esa mataba rápida-
mente.
Para protegerme del flagelo, mi papá me llevó a casa de sus padres
en Fuente de Lourdes, a doce horas de camino. Permanecí con mis abuelos
mientras papá buscaba a mi mamá; ella se había salvado, no así su hija
que a los diecinueve días de nacida había sucumbido a la viruela.
Ricardo vuelve con Verónica y, ante la necesidad de procurar el sus-
tento de su familia, inicia con muy poco una pequeña bodega y se hace
cargo de un tren de hacer papelón que tenía su papá.
.......
¿Un tren de hacer papelón?...
No muy lejos, hacia el fondo de la casa, se ve una casucha redonda
donde hay un trapiche impulsado por dos bueyes que tiran de la palanca
que lo hace girar. Dos peones deben meter la caña a través de tres palos
redondos, mientras un tercero arrea las bestias. La presión ejercida por
los palos superpuestos exprime la caña cuyo jugo, o guarapo, va cayen-
do en una canoa; luego lo pasan a dos grandes pailas donde lleva mucha
candela y se hace más espeso. De ahí va a unas bateas donde se bate
hasta que cuaja a punto, entonces es trasegado a unas hormas de barro
con la característica forma del papelón. Al enfriarse, se saca de los mol-
des y se empaca. Ya está listo para ser vendido en Carúpano. El trans-
porte se hace en burro.
.......
Con el tiempo, papá dejó el papelón por cuenta de sus hermanos y
se encargó de una hacienda de café que tenían a unos kilómetros de ahí,
en el camino real. Cortó unas cuantas matas para hacer un claro y cons-
truyó una pequeña casa en una orilla de la hacienda. Mudó la bodega y
compró una máquina para esjuyar café, que facilitaba a los vecinos por
un décimo del café esjuyado; ellos mismos debían hacer el trabajo.
Eso sí era trabajo. Yo ya tenía ocho años y un hermanito de cuatro,
Manuel; los dos y papá nos las arreglábamos para recoger unas dos ca-
jas de café. Mamá recogía hasta tres cajas ella sola; no había que buscar
a nadie más. Por la noche lo escogían y al otro día, a la máquina.
La máquina sacaba el grano por un lado y por el otro la concha. Pero
eso no era fácil, la máquina no tenía motor; había que darle vueltas, mu-
.....................

chas vueltas, a una rueda grande que tenía a un lado.


Mamá cosía, hacía hallacas, hacía de todo; le gustaba mucho bonchar,
no se perdía un baile de los que se acostumbraban a dar en el pueblo...
con tarjetas y demás. Siempre iba con papá, aunque tuvieran que andar
con sus muchachos a cuestas. Al llegar, los ponían a dormir y bailaban
toda la noche. También montaba a caballo, y lo hacía con tanta agilidad
que todo el mundo se quedaba admirado viéndola correr.
.......
Yo tenía unas cuantas amiguitas, no muchas; ya que las casas queda-
ban muy distantes unas de otras. Nos reuníamos a jugar con las muñecas
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

de trapo que nos hacían nuestras mamás. Una de mis amigas era Delia,
mi tocaya; era hija natural, por lo que su papá no siempre estaba; eso sí,
como él tenía mucho dinero, le compraba de todo. Nuestra vecindad,
NOTAS

como todo pequeño pueblo que se respete, tenía entre sus oficios el ha-
blar de los demás. Un día oí a alguien decir:
—¡Saben, el papá de Delia Bellorín le compró una muñeca grandota;
14 que se duerme y se despierta!
15

..................... I -
NOTAS .....................

16
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

DELIA FARÍAS DE BERBÍN


01 / RBF, 2020
Yo quería ir a ver la muñeca de mi amiga, pero no había podido. No 17
nos veíamos frecuentemente ya que su casa quedaba muy lejos. Un día
se apareció mi tocaya con su muñeca:
—Estaba esperando que fueras —me reclamó.
—Sí chica, yo estaba por ir. Me habían dicho que tu muñeca era

..................... I -
linda, pero se quedaron cortos. ¡Es bellísima!
—¿Te gusta?, pues es de las dos.
—¿Cómo que de las dos? —pregunté, con asombro.
—Sí, porque tú vas a ser su madrina; ¡claro, si tú quieres!
Por toda respuesta se la arranqué de las manos y salí corriendo.
—Mamá, mire la muñeca de la tocaya —grité— ¡Y dice que voy a
ser su madrina!
Volví al lado de Delia.
—Mamá dice que la vamos a bautizar, y le vamos a hacer una gran
fiesta.
¡Y así fue! Hicimos una señora fiesta. Mamá le hizo un traje bellísi-
mo a la muñeca; con sombrero, escarpín y demás.
Así vivía mi sencilla y tranquila niñez; todo era felicidad estando al
lado de mis padres. Pero un día, ya con nueve años de edad, sucedió
algo que alteró esa tranquilidad. Mamá y papá salían cada uno por su
lado; el mismo día recibieron sendas noticias: el papá de él y la mamá de
ella estaban graves. La abuelita, a un día de camino; el abuelito, a unos
kilómetros de ahí. Pasaron muchos días. Una muchacha nos cuidaba y
acompañaba mientras mis padres viajaban; papá venía de vez en cuando
a saber de nosotros, pero no podía quedarse, el abuelito seguía muy
mal. Al poco tiempo murió, dos días después la abuela también.
¡Qué dolor!, los abuelitos que tanto me querían y a quienes yo ado-
raba, se habían ido. Una gran tristeza, duelo y desolación se apoderaron
de la casa.
Los planes de ir a estudiar con la abuela en El Muco se habían ido
con ella. Verónica, sin embargo, no se rendía: habló con su hermana que
vivía allá y me mandó a la escuela.
.......
La tía Concha estaba casada con el señor Juan, que era comerciante,
por lo que vivían bien. Tenían muchos burros y caballos en un rancho,
casi pegado a su casa. Poco tiempo después de llegar a casa de mi tía ya
me habían asignado mis tareas complementarias: todos los días debía
pararme antes de las seis de la mañana para limpiar el rancho de los ani-
males, ayudada por dos hijas de ellos de mi misma edad; luego iba a la
escuela.
Al cabo de un tiempo, un sábado a las diez de la mañana, estábamos
limpiando el rancho. Al levantar la vista vi a mi papá acercarse en su ca-
ballo. Él siempre venía a traerme dinero o cualquier cosa que pudiera
necesitar. Solté pala y azadón, y salí corriendo. Mi tía, al verlo, se asustó
toda. Ese no era el trabajo para una niña, siempre lo hacían los hombres;
pero como los hijos varones de Juan estaban pequeños, y por no hacerlo
él, o por no pagar... bueno.
Ricardo, sin apearse por completo del caballo, saludó y me dijo:
—Delia, te vine a buscar. Tu mamá está un poco enferma, nada gra-
ve; pero quiere que te vayas a pasar unos días con ella.
A mí me extrañó mucho que papá no hubiera traído el burro que
.....................

siempre traía cuando me venía a buscar. Pero no dije nada. Salimos en-
seguida; papá no quiso aceptar la comida que le estaban ofreciendo, y
eso que eran como doce horas de camino. Me montó en el anca del ca-
ballo y él se montó en la silla.
Despuntando la noche habíamos recorrido un largo trecho, llegamos
al pie de un cerro. Papá se apeó y me cedió la silla, a la cual me amarró
con las riendas. Él siguió a pie detrás del caballo.
Ya con la noche cerrada, sin que supiéramos por qué, el caballo se
asustó, pegó un brinco y reventó la gurupera; esa correa que le ponen
debajo del rabo para mayor seguridad. La silla se deslizó y yo quedé
colgando de la barriga del caballo, con mi cabeza a unos centímetros del
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

suelo. El caballo, encabritado, corría cerro arriba. Papá se volvió como


loco, gritando y corriendo detrás del caballo. Cualquier pequeña piedra
o saliente del camino podía pegarme en la cabeza y ...
NOTAS

Alguien que oyó sus desesperados gritos pudo parar al animal. Más
allá del tremendo susto, nada me pasó. Papá agarró a su muchacha, la
montó con él en la silla y emprendió camino a casa. Llegamos a media-
18 noche.
Qué sorpresa para mamá al verme: 19
—¿Qué le pasa a Delia? —preguntó, alarmada—, ¿está enferma o es
que no hay clases?
Yo no entendía nada.
—A ella no le pasa nada —le respondió papá masticando las pala-

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bras—, pero la hija mía no va a limpiarle los cagajones a los caballos de
Juan Bravo. ¿Tú me has visto alguna vez mandarla a hacer algo de eso?
Sí no puede estudiar más... ¡que no lo haga!
Pero como ellos no lo pensaban mucho, al poco tiempo vendieron
todo lo que tenían allí y nos mudamos para El Muco. Yo pude seguir
estudiando, sin limpiar desechos de burros.
.......
Volví, entonces, a la escuela y a vivir con mis padres y hermanos;
pero añoraba realmente la tierra donde me había criado. Esos parajes tan
bellos: campos y montañas con tanto colorido; por donde quiera había
un camino que, por grande o pequeño que fuera, siempre iba a dar a un
riachuelo; o un gran río, porque también los había grandes. La vegeta-
ción y el ambiente eran frescos... Aquí en El Muco, por el contrario, todo
era tan caliente. No había ríos, sino pozos y lagunas; se veía uno que
otro árbol, lo demás era tuna y cardón.
Los terrenos eran muy resecos por lo que solo se cosechaba batatas
y patillas. Los patillales eran especialmente grandes; tanto, que era cos-
tumbre invitar a todos los vecinos a comer patillas los domingos. Se re-
unía mucha gente alrededor de un mesón colmado de patillas, ya pica-
das. Todo el mundo podía comer patilla hasta hartarse, en el patillal había
más.
.......
Papá también tenía su patillal y vendía algunas cargas. No muchas
ya que Manuel y yo, los más grandecitos, nos metíamos al corte de pati-
llas; aunque él nos regañara. Decía que si se hacía eso las patillas se pas-
maban y no crecían; pero nosotros no le parábamos. Hasta que un día
nos dijo:
—Hijos, voy a hacer una cosa: les voy a sembrar un patillal aparte,
para que ustedes hagan lo que les dé la gana. Ya saben que si se están
metiendo no les van a crecer, si es que dejan que nazcan.
Y así lo hizo. Nos sembró nuestro patillal poco antes de llegar al de
él. Y, como por aquellos lares a las patillas que no crecían y se madura-
ban chiquitas se les llamaba chócoras, papá, desde un principio, lo llamó
la chocorera.
Ahora sí podíamos entrar a nuestras anchas a la chocorera, por lo
que íbamos cada día, a pesar de que no era nada cerca; y, con mucho
cuidado, según nosotros, veíamos qué tanto habían crecido o madura-
do nuestras escuálidas patillas.
En nuestras diarias incursiones debíamos pasar frente a la casa y el
patillal del señor Benedo, esposo de Modesta López, una tía de mamá.
Al ver las enormes patillas del señor Benedo, un día decidimos abrir una
para verificar qué tan madura estaba. Verde. La dejamos en el mismo
sitio. Continuaron nuestras visitas a la chocorera, mismos resultados. A
los pocos días se nos metió el diablito de nuevo y entramos al patillal del
tío; pero cuando le pusimos la mano a una patilla nos vimos apuntados
por una escopeta.
—¡Con que... fueron ustedes!
.....................

Temblando de pies a cabeza, apenas balbuceamos:


—No nos mate, señor Benedo.
—No, pero voy a hablar con Ricardo.
¡Era peor!... salimos corriendo y lamentándonos:
—Nos salvamos del tío, pero papá sí nos va a matar.
Llegamos a la casa y en todo momento veíamos llegar al señor
Benedo, pero no aparecía. Pasaron varios días; no sabíamos si nuestras
chócoras se habían madurado... o secado.
Una semana más tarde vimos, con horror, que el señor Benedo llega-
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ba a la casa. Corrimos a escondernos en el fondo, temblando. Estuvo en


la casa como una hora que a nosotros nos pareció un siglo. Esperába-
mos ver venir a papá en cualquier momento, hecho una fiera. Cuando
NOTAS

vimos salir al señor Benedo el terror aumentó. Con el corazón que se nos
quería salir del pecho entramos, poco a poco, a afrontar lo que nos es-
peraba, ¡lo que fuera!
20 En la casa encontramos a papá de lo más sonreído, no lo podíamos
creer. El señor Benedo no había dicho nada. De hecho, ni siquiera se lo 21
dijo a su esposa, la tía de mamá. Papá y mamá se enteraron muchos
años depués, cuando nosotros se lo contamos.
El día siguiente volvimos a la chocorera. Claro, frente a la casa del
señor Benedo pasamos en carrera».
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Ii -
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«En El Muco vivía la señora Emelina Marcano, quien, además de ser
catequista, preparaba todos los años, por diciembre, a un grupo de mu-
chachas de diez a quince años que se dedicarían a decorar el nacimiento
de la capilla y a cantar los aguinaldos que ella misma componía. Yo siem-
pre estaba en la lista. La señora Emelina nos daba los versos para que
nos los aprendiéramos y el veinticuatro, desde temprano, nos íbamos a
ensayar a su casa.
A medianoche llegábamos a la capilla y le cantábamos al Niño toda
su historia. El veinticinco, acompañadas de bandolín, cuatro y maracas,
íbamos de casa en casa cantando los mismos versos. El veintiocho ya
eran diferentes; los nuevos versos, siempre compuestos por Emelina, se
.....................

dedicaban a los Santos Inocentes. Se recibía el año con la alegría carac-


terística de los pueblos pequeños, luego nos tomábamos un descanso
hasta el seis de enero cuando se terminaba con la historia de Santa Inés.
Ese día, como en diciembre, recorríamos el pueblo de largo a largo y
luego íbamos a los caseríos cercanos.
Pero no todo era fiesta, en la casa se trabajaba mucho. En Carúpano
había varios talleres que hacían alpargatas, y que entregaban el hilo para
que algunas mujeres realizaran parte del trabajo en su casa. Este se hacía
en una máquina de pedal con una aguja y una paleta, y consistía en tejer
las alpargatas. Se debía buscar el hilo en el taller, que no era nada cerca,
para fabricar los juegos de talones y capelladas —la parte que recubre el
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

empeine— en dos medidas, grandes y pequeños. Se les asignaba por kilo;


si las capelladas y talones eran grandes, salían cuatro docenas de cada
uno, de los pequeños, hasta seis docenas. El pago se hacía también por
NOTAS

kilo: dos bolívares por las grandes, y tres por las pequeñas; lo más que
podía hacer una persona eran dos kilos semanales.
Mamá y yo también hacíamos hallacas y dulces de todo tipo. Estos
22 se vendían en una bodeguita que, como siempre, tenía papá; las hallacas,
en una locha y el dulce, de lo que fuera, en un centavo. La bodega de
papá, que los domingos funcionaba también como gallera, no era dife-
23
rente a cualquier bodega de pueblo: se vendía de todo un poco, incluso
las patillas que él mismo cosechaba. Pero no podía sembrar más que
eso, porque no se daba, el terreno era muy árido. Consiguió, entonces,
un terreno en Rincón Frío que quedaba para adentro, en unas montañas
cercanas; ahí sembraba maíz, yuca y todo lo que sirviera para el consu-
mo de la casa. Todo el año podía recoger sus cosechas, con las que nos
ayudábamos enormemente. Pero llegó la sequía. Se perdieron dos cose-
chas seguidas.
.......
La hermana menor de papá, mi madrina Loña, siempre había intenta-

..................... II -
do convencerlo de mudarse a Blancolugar, donde ella vivía. Con la se-
quía que asoló al Muco, lo logró. Papá compró una casa con mucho te-
rreno, donde se daba todo lo que se sembraba; ya estaba en mis quince
años cuando llegamos al pueblo, un veintiuno de enero de 1942. Para mí
no era un lugar extraño, ya que mi tía-madrina, a quien yo quería muchí-
simo, muchas veces nos visitaba donde viviéramos y convencía a mis
padres para llevarme con ella a pasar unos días; por eso, cuando llega-
mos allí, no me fue difícil hacer amistades. Las primeras fueron las her-
manas Tineo: Josefina, Euqueria y Guillermina; y otras muchachas que
vivían en la misma zona.
Un día mis amigas me invitaron a ver la iglesia que estaban constru-
yendo al lado de la capilla. Había muchos trabajadores y un señor que
estaba a cargo de todo, a quien yo conocía de vista y que era como un
cacique; o, mejor dicho, el dueño del pueblo, prácticamente. No era muy
bien visto ahí, pero todo el mundo lo respetaba. Ante él me llevaron:
—Señor Liberato, le presentamos a una muchacha que vino con su
familia a vivir aquí.
—¡Muy linda la muchacha! ¿Viene a vivir por estos lados? uhm...
seguro que en unos días ya estará casada.
Sin moverse de su sitio llamó la atención de un muchacho que estaba
con un grupo cercano, diciéndole:
—Rafael, mira a la muchacha que vino a vivir acá... es muy bonita.
Yo le estoy diciendo que tiene que casarse pronto; y tú eres el indicado.
Haces muy buena pareja con ella.
Llena de vergüenza salí de allí, casi arrastrando a mis amigas; a ellas
les pareció gracioso, a mí, no.
A partir de entonces, ellas me bromeaban con el muchacho y yo me
molestaba; pero para mis adentros pensaba en lo buenmozo y elegante
que era el tal Rafael.
De vez en cuando lo veía, pero siempre en grupo. En Blancolugar
todo el mundo se conocía. Al poco tiempo fui invitada a una reunión en
la que se elegiría a la Junta Organizadora de las Fiestas Patronales que se
celebraban todos los años, yo fui nombrada Secretaria Juvenil del Comi-
té de Damas; porque quiero aclarar que no era nada más de jóvenes, ha-
bía muchas damas también. Para recoger fondos, se decidió viajar a los
pueblos cercanos; el primero de ellos iba a ser Río Casanay el fin de
semana siguiente, ya que era el más cercano y el más poblado. Se esco-
gió por votación y yo fui elegida; el viaje debía hacerse a caballo ya que
no había carros por aquellos lares.
Le conté a papá del viaje y le pedí que me prestara su caballo, quería
ir con una buena montura. Siempre me arreglaban con el macho ese que
tenía un anca más flaca que la otra.
.....................

—Hija —me respondió papá—, tú sabes que ese caballo tiene sus
mañas; tu mamá y yo se las conocemos. Mejor le pido prestado el caba-
llo a Marcelino, que es más manso.
Pero yo quería el de mi papá. Insistí tanto que accedió, aunque a
regañadientes. Eran tales sus dudas al respecto que el día del viaje, mien-
tras ensillaba el caballo, todavía me daba recomendaciones y más reco-
mendaciones.
La plaza era el punto de reunión para la salida. Llegué allí y me apeé
del caballo esperando por los demás, mi ansiedad me había adelantado
un buen rato. Finalmente, llegaron todos y nos disponíamos a salir; pero,
al intentar montarme en el caballo, este, mañoso, se encabrita y se para
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

en dos patas. Como último recurso, salto y logro caer parada. ¡Una ha-
zaña que ni yo me la esperaba! El tal Rafael, que estaría pendiente, fue el
primero en llegar a mi lado y me preguntó si estaba bien y cosas por el
NOTAS

estilo. No me había pasado nada. Luego, felicitándome por mi entereza,


cordialmente me ofreció intercambiar caballos. Yo no lo pensé dos ve-
ces porque, aunque no lo demostraba, ¡me asusté! Por ello acepté sin
24 muchas explicaciones, ya que yo no lo conocía, y salimos para Río Ca-
sanay. El viaje se hizo en dos grupos; no obstante, Rafael y yo “coincidi-
mos” en uno.
25
Comenzó a llover y el líder del grupo decidió que escampáramos en
una casa de grandes aleros que había en el camino; sus dueños, muy gen-
tilmente, nos invitaron a pasar y nos ofrecieron asiento. Vivía allí un ma-
trimonio con un niño recién nacido. Entre los viajeros iba una prima leja-
na de Rafael que era muy salida; le dijo a la muchacha que se lo prestara,
se fue directo hasta donde estaba yo sentada y me lo puso:
—Mija, ¡cómo te luce el muchachito! Dígame cuando tengas uno así
del primo Rafael.
Para mí fue como si me hubieran echado un baño de agua fría. No
hubo más comentarios. Cuando salimos yo no levantaba la cara, iba muerta

..................... II -
de vergüenza. Rafael, que se dio cuenta, en la primera oportunidad que
tuvo arrimó su caballo al mío y me dijo:
—No te encargues con los comentarios de la prima Josefina. Ella es
así, ya la irás conociendo.
Yo no contesté, pero para mis adentros pensaba: ¡cuántas casualida-
des!
.......
En Blancolugar los muchachos acostumbraban hacer fiestas sin ne-
cesidad de buscar un motivo. Ahí no había cine ni, mucho menos, televi-
sión; por lo que buscaban la manera de divertirse inventando unos bailes
casi todos los fines de semana. Los muchachos, aunque no fueran muy
vecinos, se ponían de acuerdo, hablaban con los músicos: bandolín, cua-
tro y maracas; se entendían en el monto a pagar, que no era mucho, y luego
buscaban una casa de familia que tuviera una sala grande. Luego habla-
ban con los padres de las muchachas y se hacía la fiesta; ahí todos se
conocían y había mucho respeto. Las casas donde más frecuentemente
se bailaba eran la nuestra, que tenía una sala grandota, y casa de los Tineo,
donde, además, estaban las tres muchachas que ya nombré. Después del
baile los muchachos siempre terminaban cantando.
En una ocasión se celebró una fiesta en mi casa y al terminar los bai-
les Rafael comenzó a cantar. A mamá, que también gustaba de cantar
cuando estaba sola, le gustó mucho una de sus canciones.
—Delia, ¿le pusiste atención a la última canción que cantó ese mu-
chacho? —me preguntó, y después me dijo—: Dile que te la copie.
Eso se acostumbraba mucho. La primera vez que lo vi, se lo dije; él
dijo que lo iba a hacer. Días después sentí un caballo al galope que se
detenía frente a la casa, era Rafael. En sus manos no traía la canción que
había ofrecido, sino una flor.
—Vengo de Caripe del Guácharo y de allá te traigo este botón de
oro —dijo, entregándomelo—. ¿Te gusta?
Me fascinaban los botones de oro y ese era enorme y bello. Rafael
siguió hablando:
—Desde que lo vi en la mata me acordé de ti y le pedí permiso a una
señora para cortarlo.
Nada más; siguió su camino montado en su caballo. Yo nunca había
visto un botón de oro más bello que ese. Lo mantuve mucho tiempo en
agua, después lo puse a secar y regué sus semillas en un matero.
Luego, caminando con Manuel de regreso del río de Las Tocanas, a
mitad del cerro que había que subir para llegar a Blancolugar, sentí el
galope de un caballo que nos alcanzó, era de nuevo Rafael; habían pasa-
.....................

do algunos días. Detuvo su caballo para decirme:


—Aquí te tengo la canción que me pediste.
Me entregó un sobre cerrado y se alejó. Llegué a la casa.
—Mamá, me encontré con Rafael y me entregó la canción —le co-
menté casualmente a mamá.
Fue entonces cuando abrí el sobre y, ante mi sorpresa, me di cuenta
de que no había canción alguna. Era una carta en la que se me declaraba.
Mamá leyó la carta, sonrió y se la enseñó a papá. Ahí sí sentí un poco de
miedo porque no sabía cómo iba a reaccionar él. Lo seguí con la vista y
con la cara gacha: después de leerla y sin decir palabra, la metió de nue-
vo en el sobre y la puso sobre la mesa. Yo me quedé tan nerviosa que no
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

sabía qué hacer; ¡ninguno de los dos me decía nada! Al rato le pregunté
a mamá qué había dicho papá.
NOTAS

—Bueno, que esperes a ver si vuelve a escribir —me dijo.


No demoró mucho; días más tarde, otra carta. Yo hice la misma ope-
ración: la entregué a mamá y ella a papá. Rafael pedía contestación y
26 permiso para visitarme. Papá me preguntó si quería responderle y le dije
que sí. Tomó un papel y me hizo un borrador para que yo lo copiara. En
él yo le daba permiso para hablar con mi papá; para visitarme, él tenía
27
que autorizarlo.
Hablaron y se hizo el compromiso. Él me podía visitar hasta las nue-
ve de la noche; ¿salir solos?, ni hablar... Con mis amigas, si era de día.
Por la noche, para fiestas, bailes o reuniones papá iba con nosotros. Rafael
me visitaba casi todas las noches. En esos días debió mudarse a Corozal
de las Tablas, que quedaba a varias horas de camino. Sin embargo, siempre
se presentaba con la misma puntualidad. A veces llegaba empapado por
la lluvia, otras, decía haber salido de madrugada para evitar la tormenta;
el camino entre Blancolugar y Corozal era montañoso y llovía demasia-
do.

..................... II -
Una noche llegó con cara muy preocupada. Pregunté qué le pasaba.
—Algo muy grave —respondió frunciendo el ceño—, pero no te lo
voy a decir; sé que no me vas a perdonar.
Insistí, entonces habló:
—Ya que lo quieres saber te lo voy a decir, de todas maneras, te vas
a enterar... ¡y pensar que eres la única que puedes sacarme de este lío!
—¿De qué lío? —pregunté asustada.
—Me pasó algo con una muchacha, está embarazada y la familia no
sabe nada. Es menor de edad. Cuando se enteren me van a obligar a
casarme. Lo único que podría evitarlo es que cuando esto se descubra
ya nosotros estemos casados.
Me opuse, pero consentí en que hablara con papá y mamá. Al otro
día llegó bien temprano, hablaron por un buen rato y cuando salieron y le
vi la cara a Rafael, ya sabía lo que había pasado. Él se los había metido
en un bolsillo por lo que, todo quedó arreglado. Rafael se puso a pintar
la casa, papá y mamá salían casi todos los días a comprar cosas. Mamá
me mandó a bordar unas dormilonas muy bellas y me compró una tela
muy bonita con la que mi madrina me hizo un traje precioso.
Un mes nos tomó hacer los arreglos y preparar los papeles. El vein-
tiocho de noviembre de 1942 nos estábamos casando en San José de
Areocuar, que era donde se realizaban los casamientos de todos los pue-
blos aledaños. Un matrimonio sin muchos lujos, pero muy bonito; no
nos casamos por la iglesia porque no había un cura por todo eso. Nos
prometimos nosotros mismos hacerlo en la primera ocasión. Manuel, mi
hermano de poco menos de doce años entonces, recuerda algunos por-
menores de mi matrimonio civil:
“Salieron de madrugada doce personas a caballo para San José: los
novios, los padres y otra gente importante. Cuando regresaron ya casa-
dos, se tenía preparada una fiesta a todo dar. Se mató un cochino y va-
rios pavos. El baile fue amenizado por el mejor conjunto de la zona: un
trío de bandolín, cuatro y maracas. Dicen que no hubo, ni antes ni des-
pués, una boda igual en la región”.
Las semillas de botón de oro ya habían germinado y las matas esta-
ban floreciendo. Yo acababa de cumplir dieciséis años, él tenía veintiu-
no... Ah, y la ocasión para el matrimonio por la iglesia se nos iba a pre-
sentar veinticinco años después. Lo hicimos en Caracas, en ocasión de
la celebración de nuestras Bodas de Plata; con la presencia de mis pa-
dres, de algunos de mis hermanos y de mis once hijos».

..
..
..
.....................

.
DELIA FARÍAS DE BERBÍN
NOTAS

28
29
IIi -
..
..
..
.
«Rafael Antonio Berbín Caraballo había nacido en Corozal de las
Tablas, estado Sucre, un jueves catorce de julio de 1921. Hijo de Rafael
Berbín Suniaga y Juana Caraballo Tineo. A los ocho años de edad perdió
a su mamá y, debido a que su papá no podía atenderlos, quedó a cargo

..................... III -
de sus tres hermanas. Sus abuelos maternos se los iban a llevar, pero Pa-
rico, como llamaban a su papá, se opuso. Los niños quedaron casi solos
y él, que era el mayorcito, tenía que cuidar de sus hermanitas; pasando
todo lo que unos niños de esa edad podían pasar en una hacienda como
esa.
En “La Gata”, que era una hacienda apartada de todo contacto hu-
mano, habían nacido y allí estuvieron hasta que Liona Tineo, abuela ma-
terna de Rafael, se llevó a las más pequeñas, Teodora y Ramona, para
Blancolugar.
Rafael y Carmela se fueron con María Martínez, la hija mayor de Pa-
rico; él había formado una familia antes de casarse y había tenido tres hijas:
María, Lucía y Benita. Esta medio-hermana, que quería mucho a Rafael,
vivía en Santafé, estaba casada... y sometida. Su esposo, que era, a la vez,
sobrino de Parico, se llamaba Emiliano Rodríguez y era un tirano.
Tenía ese señor un negocio donde puso a trabajar a Rafael. Debía
cargar cajas con las que casi no podía; buscar agua, leña, pasto para los
burros. Dormía con los animales en un rancho, lejos de la casa. Debía
cuidar los caballos y burros para que no se los robaran. Nueve añitos
tenía Rafael.
.......
A medida que fue creciendo aumentaron sus tareas. Todo el día de
trabajo forzado para, al ver acercarse la noche, enfrentar el terror de dor-
mir como un animal y solo. Parico también estaba viviendo con María,
pero no estaba muy al tanto de lo que pasaba con el hijo, ya que él se
había ido a vivir con una mujer de la que tuvo una hija, Mercedes. Cual-
quier día envió al muchacho a Blancolugar, a un día de camino, a saber
de sus hermanas. Ya Rafael contaba catorce años, no regresó; bien por-
que no quiso, bien porque su abuela no se lo permitió.
Sin embargo, Liona no dominaba la situación. Al morir su esposo, el
hijo mayor, Ramón Caraballo, tomó el control. En casa de Liona había
un trapiche de sacar papelón en el que inmediatamente Ramón puso a
trabajar a Rafael moliendo caña. Cuando el tío se despertaba temprano
se dirigía al trapiche donde dormía el muchacho y, si Rafael estaba dor-
mido, le echaba encima un tobo de agua fría. De nuevo trabajo forzado.
Toda la semana en el trapiche, los viernes por la noche debía dirigirse a
Saucedo para vender las cargas de papelón. Solo, toda la noche de viaje.
Debía hacerse así para llegar de madrugada y vender más fácilmente el
papelón. Al regresar con la plata producto de la venta debía entregarla al
tío, quien le daba algo “para la merienda”. Pero Rafael se las arreglaba.
Para los viajes a Saucedo contrataba otros burros cargados con pape-
lón; esta venta sí le dejaba una comisión, que no era mucho —el jornal
de un hombre eran dos bolívares—, pero ayudaba.
.......
.....................

Así se fue haciendo de su platica para comprar su ropa, ya que le


gustaba andar siempre bien vestido. En una tienda del pueblo vio un som-
brero pelo’e guama y se dispuso a reunir para comprarlo. No tenía don-
de depositar sus ahorros así que hizo un hueco en la pared del trapiche,
que era de bahareque. Montado en una silla socavó por arriba hasta ha-
cer espacio suficiente para colocar una media en la que metía las mone-
das que podía ahorrar; debía hacerlo sin que nadie lo viera. De vez en
cuando contaba y calculaba cuántas semanas le faltaban para lograr su
objetivo.
Un día pasó por la tienda y pidió que le bajaran el sombrero para
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

medírselo; faltaba poco para que fuera de él. Eso creía, pero cuando fue
a depositar su cuota semanal en el escondite ya no había nada. Alguien lo
había tomado. No podía ser nadie más, su tío seguramente lo había vigi-
NOTAS

lado. Al reclamárselo este le dijo que debido a un compromiso que se le


presentara lo había tomado prestado.
—Y, además —agregó con cinismo—, ¿qué es lo que iba a com-
30 prar, un sombrero?, la semana que viene se lo compro.
31

..................... III -
NOTAS .....................

32
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

RAFAEL BERBÍN CARABALLO


02 / RBF, 2021
Demasiado bien sabía él que ni esa semana, ni la próxima, ni nunca
su tío le compraría nada.
33
¿Por qué aguantaba tanto abuso?, ¿por qué no se iba de allí? Quizás
porque ahí estaban sus dos hermanas y su papá; quien, al ver que no
regresaba de aquel viaje, había venido a ver qué sucedía y se había que-
dado a vivir.
Rafael quería y respetaba mucho a su papá, que estaba ya casi cie-
go, y veneraba la imagen de su mamá, de quien guardaba vagos pero
gratos recuerdos. La recordaba enferma, estuvo mucho tiempo en cama,
pero siempre cariñosa. Ella le había enseñado sus primeras letras. Con-
valeciente y débil, le ponía planas y le decía:

..................... III -
—Mi hijo, tú vas a ser un hombre muy importante; vas a ser un gran
doctor.
Eso era la máxima aspiración de una madre. Era, sin embargo, el úni-
co incentivo que tenía para estudiar. Su papá le decía que lo mismo vivía
el que estudiaba que el que no lo hacía. Que él no sabía leer ni escribir y
¡mira todo lo que había vivido! Así era Parico, no le importaba que su
hijo no estudiara; ¿para qué? Pero, eso sí, no podía tenerle miedo a nada.
.......
Ramón no sacó más papelón. Rafael iba los fines de semana a Saucedo
a vender el de otros señores. Había entablado amistad con un muchacho
que hacía lo mismo y se iban juntos. Era un trayecto muy solitario; mon-
tañas, riachuelos. Ya varias veces los habían asustado, pero ellos no ha-
bían hecho mucho caso. Entonces se creía mucho en espantos y apare-
cidos. Despuntaba la noche cuando salieron con sus burros y cargamento,
como siempre hacían; pero esta vez, cuando se habían internado en la
montaña, se encontraron con un espanto “de verdad”. Serían las dos de
la mañana cuando algo los asustó, algo que los hizo aterrorizar. Llegaron
a Saucedo, regresaron de día y juraron no volver a pasar por aquel lugar
de noche.
Esa semana Rafael le dijo al señor José que no iba a poder viajar, a
su papá no se atrevió a contarle nada; le dijo que esa semana no había
cargas. Extrañado, Parico fue a casa del otro muchacho a ver si este iba
a viajar a Saucedo.
—¡Ni loco! —exclamó el muchacho—, ¿no le contó Rafael lo que
nos pasó la semana pasada?
Y se lo contó. Parico no hizo ningún comentario; salió directo a casa
del señor José y le pidió que preparara las cargas para esa noche. El se-
ñor José se sorprendió.
—Rafael me dijo que no podía ir hoy —comentó.
—¡Pero, sí va! —decretó tajante el malhumorado Parico.
Aunque llegó temprano a la casa, Parico no le dijo nada a Rafael,
hasta que lo vio colgando su chinchorro para acostarse a dormir.
—Epa... ¿qué estás haciendo?, si ya vas a salir para Saucedo a llevar
las cargas de José —le dijo con sarcasmo.
—No, él me dijo que no tenía cargas para hoy.
—¡No seas mentiroso! —replicó Parico en un alarido— tú no quie-
res ir porque tienes miedo. ¡Y esa vaina sí que no!
Ya no le daba tiempo de avisarle al compañero, por eso el papá no le
había dicho nada más temprano.
A las diez de la noche estaba en camino, sin más compañía que su
.....................

cuerda de burros. A veces se montaba en uno, pero le daba sueño, y


corría el riesgo de que si se dormía cualquier burro podía meterse para
el monte y perderse. A medida que se acercaba al lugar donde los habían
asustado una semana atrás, hacía más fuerte el silbido que servía para
ahuyentar el miedo. Pasadas las dos de la mañana casi llegaba; era un
recodo que bajaba hacia un riachuelo y que daba la vuelta casi en redon-
do. Silbando alto se concentró en arrear los burros para que no resbala-
ran; pero de pronto escuchó una voz infantil que salía como de la tierra:
—¡Amiiigo!
Rafael, sin dejar de silbar, comenzó a darle látigo a los animales para
que se apuraran. Pero por más ruido que hiciera la voz se seguía oyendo:
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

—¡Amiiigo!
Mientras más se acercaba al recodo más fuerte se oía. Con todo el
NOTAS

valor que pudo sacar de su aterrorizado espíritu se dirigió al lugar de


donde salía aquella voz.
Era un muchacho menor que él, casi un niño. Había salido tempra-
34 no, de día, pero el burro en que andaba se había atascado en el barro
con toda su carga y no lo había podido sacar. Ya no tenía fuerzas ni para 35
hablar, había estado ahí por más de doce horas. Rafael era el primero
que pasaba.
Agarró el burro con todo y carga y lo sacó de ahí, con el brío que le
daba su renovado ánimo. Lleno de barro hasta el pecho siguió su cami-
no, ahora acompañado de un nuevo amigo.
No es que a Rafael le faltara carácter, lo tenía y muy fuerte; pero
respetaba mucho a su papá. Y para Parico así se hacían los hombres,
como él se había formado. En su juventud había sido revolucionario en
Margarita. Juana, en cambio, siempre le dijo que había que estudiar mu-
cho, como ella misma había hecho; aunque sus padres no tenían mu-

..................... III -
chos recursos, la habían mandado a estudiar en Carúpano. La habían
escogido entre sus hermanos, otra hembra y dos varones, para que se
educara; además de aprender a tejer, coser... y se había convertido en
toda una señorita. Pero, así es el destino: se casó con Parico y fue a
parar a ese monte, tuvo a sus hijos en las peores condiciones y murió
joven.
.......
Pasaron algunos años y ya Rafael era más independiente, ya era todo
un hombre; seguía entre Santafé, donde estaban su papá y sus herma-
nas, y Blancolugar. Cuando lo conocí, recientemente se había radicado
en este último pueblo, al que poco después llegué yo. Vivía junto a su
abuela y su tío maternos, Liona y Ramón, frente a la capilla al lado de la
que estaban construyendo la iglesia; pero ahora, con él estaban su papá
y sus hermanas, se los había traído en su último viaje.
Los Tineo nunca habían aceptado a Parico, por lo que se mantenían
distanciados; especialmente el tío Ramón, que no lo quería para nada y,
según supe después, habían tenido muchos choques. La familia de Jua-
na nunca estuvo de acuerdo con ese matrimonio. Cuando se casaron, ella
tenía veinticuatro años y él cincuenta y cinco; decía que se había bus-
cado una mujer joven para que lo cuidara cuando fuera viejo. Por supues-
to que no hubo entendimiento entonces, y la convivencia ahora no fue di-
ferente.
Por esa razón, Rafael, que ya tenía veinte años, se llevó a sus herma-
nas y a su papá para Corozal de Las Tablas; yo lo supe cuando ya se
habían ido, y eso que él ya me estaba visitando. El caserío ya no era el
monte que había dejado atrás hacía años, aunque tampoco se le podía
llamar pueblo. Era un paraje muy apartado de cualquier parte, pero era
muy bonito. Tenía mucha vegetación, haciendas, montañas y una gran
laguna que abastecía de agua a toda la población.
Rafael viajaba religiosamente a Blancolugar a visitarme, eran unas cuan-
tas horas de camino a caballo. A veces llegaba empapado por la lluvia y,
muchas veces, salía de mi casa también bajo la lluvia y llegaba a la suya
por la madrugada. Quería casarse pronto pero no tenía nada. El que no
poseía una hacienda o un negocio de lo que fuera tenía que vivir de un
jornal, o comprando y vendiendo. Eso hacía Rafael. Logró reunir algún

..
dinero, no mucho, y nos casamos».

..
..
.
.....................
NOTAS
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

36
37
IV -
..
..
..
.
«Nos quedamos a vivir con mamá y papá. Poco tiempo después le
pregunté a Rafael acerca de aquella muchacha embarazada.

..................... IV -
—Discúlpame, Delia —me respondió apenado—, nada de eso fue
verdad. Lamento haberme aprovechado de tu ingenuidad, pero mis es-
peranzas de casarme contigo se iban perdiendo. Veía muy lejos el que
nos pudiéramos casar, porque yo no tenía nada. Y... se me ocurrió ese
cuento; creo que Dios me puso eso en la cabeza. Espero que me entien-
das. Lo único que te pido es que tu familia no se entere, porque pueden
pensar que me burlé de ellos; y eso nunca quiero que lo piensen, porque
no es así.
Ese era su razonamiento ¡Tenía veintiún años! Cuando mamá me hizo
la misma pregunta que yo le había hecho a él, le dije que la muchacha
había perdido al niño y que nadie se había enterado, eso era muy común
por allá. Y así quedó, no se habló más de eso.
Al poco tiempo nos fuimos a pasar unos días a Corozal de Las Ta-
blas, donde vivían su papá y sus hermanas... estuvimos cuatro meses; y
nos tuvimos que venir escondidos, porque sobre todo su papá no nos
dejaba venir. No sé si en ese viaje o antes, Rafael conoció a un señor que
tenía una hacienda de café por esa zona, aunque bastante distante de donde
vivía su papá. Él y mi papá hicieron un contrato con ese señor para reco-
gerle todo el café y procesarlo; ahí nos involucramos todos. Como era
tan lejos, ellos tenían que quedarse en la hacienda; ellos y los que los
apoyaban. Mamá, recogiendo café y haciéndoles la comida, y Manuel y
Ricardo, que eran grandecitos, ayudando en todo. Yo me quedaba con
los niños pequeños en Blancolugar.
A los quince días, nos cambiábamos; mamá para acá, y yo para allá.
En el día se cogía todo el café que se podía y en la noche, con una
lamparita de kerosén por toda luz, nos tocaba escogerlo y esjuyarlo en
una máquina; para, el otro día, sacarle la concha, lavarlo y terminar de
procesarlo. Esto se hizo a lo largo de la hacienda en tres tandas. Tenía-
mos que agarrar todo el café maduro que tuvieran las matas, por corte,
hasta que se llegara a la otra orilla; las dos primeras veces, solo el madu-
ro, la tercera, maduro y verde. A esta última se le sacaba el maduro y se
juntaba con el otro, el verde se secaba aparte; ese era el café en cagarru-
ta.
Bueno, yo no sé si ese negocio resultó mucho; pero sí sé que estu-
vimos bastante tiempo mientras se recogieron esas tres cosechas; tanto
que Rafael pudo sembrar y cosechar maíz y caraotas. Él vio que para abajo
había unos terrenos baldíos y, como por ahí eso era muy fresco, se puso
en ratos a cortar monte y a sembrar. Al poco tiempo estábamos comien-
do cachapas, y cuando nos vinimos se trajo unos sacos de mazorca y de
caraota; por eso sé que demoramos bastante. Cuando regresamos, Ra-
fael y yo nos mudamos a una casa que tenía mi abuela cerca de la casa
de papá.
Rafael hacía los negocios que podía para mantenernos. Compraba
gallinas, huevos y cochinos, y los vendía en Caripito. Él mismo benefi-
ciaba los cochinos. Compraba cuatro o cinco cada semana y los mataba
.....................

todos en una sola noche, conseguía un ayudante y amanecía trabajando.


Papá, junto con mis hermanos Manuel y Ricardo, también ayudaban.
A la salida del sol ya habían separado la grasa de la carne. Con la
grasa se hacía el chicharrón. Luego escalaban la carne, bien escaladita,
para luego salarla. Como la sal venía en granos había que pilarla, de eso
nos encargábamos mamá y yo; además de limpiar los mondongos, pre-
parar las morcillas, etcétera... un largo etcétera. Para el mediodía la carne
debía estar ya salada para ponerla a escurrir hasta la noche; entonces se
embalaba en guacales. Antes se habían preparado los huevos, también
embalados, y las gallinas, en jaulas. Las gallinas y los huevos habían sido
recolectados en el transcurso de esa semana. Rafael recorría cuanto ca-
serío existía, comprándolos. Muchas veces, los dueños querían vender
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

las gallinas, pero no podían agarrarlas porque eran muy ariscas. Enton-
ces Rafael ponía en acción a un perro que tenía y que siempre lo acom-
pañaba.
NOTAS

—No hay problema, señora —solía decir—, solamente vaya seña-


lándome las que quiera agarrar.
38 Rafael se las señalaba a Blackamán y este las correteaba hasta atra-
parlas poniéndoles dos patas encima. Así Rafael compraba las gallinas 39
que otros no podían.
Ya con todo preparado y embalado, a la mañana siguiente, de madru-
gada, salían para Caripito. El viaje lo hacía Rafael con Manuel, mi her-
mano, que estaba por cumplir catorce años; pero cuando él se enfermó
de paludismo, lo acompañó Ricardo, de once. Así lo recuerda él:
“El viaje se hacía en tres días. Salíamos en la mañana de Blancolu-
gar, pasábamos por Cangrejal para llegar al caño, donde nos embarcar-
nos en una lancha para hacer la travesía hasta Caño de Cruz, y de ahí una
camioneta nos llevaba hasta el mercado de Caripito, que no era cerca, don-

..................... IV -
de vendíamos lo que llevábamos. La mercancía podía ser huevos, po-
llos y gallinas vivos, carne de cochino salada y otras cosas. Cargábamos
con guacales y jaulas, todo debía ir bien empacado, sobre todo los hue-
vos, ya que no había, como hoy en día, los cartones y cajas. Una vez
vendida la mercancía, comprábamos algo que se pudiera vender al regresar
a Blancolugar, eso era al tercer día”.
.......
Transcurrido un tiempo, el dieciocho de agosto de 1944 nos llegó el
regalo más hermoso: Anselia Elena, nuestro primer retoño. Una bella niña
que vino a descubrir el significado de la palabra maternidad en esta ma-
dre primeriza; y que llenaría de dicha a su padre, quien había visto enra-
recerse el ambiente político en el que se desenvolvía. Rafael se iba in-
volucrando cada vez más en la política.
A mediados del año 1946 una nueva alegría, el dieciséis de julio nos
nace un segundo hijo, varón este, al que llamamos Carmelo Rafael. Por
ese tiempo surge Unión Republicana Democrática, un nuevo partido que
vino a retar la hegemonía de Acción Democrática, que desde 1941 se
hacía llamar el partido del pueblo. Aunque de ideología similar, sus líde-
res se enfrentaban abiertamente y radicalizaban su posición a medida que
se dividían sus partidarios. Rafael se había metido de cabeza en A.D.,
mientras el jefe local de U.R.D. era Liberato Moya, aquel cacique del
pueblo que una vez me había presentado a Rafael y que hasta había su-
gerido que debíamos casarnos.
Pocos meses después, Anselia Elena, que apenas tenía tres añitos,
se nos enfermó. La atención médica era muy deficiente y esa enferme-
dad, que no parecía grave, se la llevó. Si alguien intentara describir el
dolor de una madre que pierde a un hijo, tendría que utilizar palabras que
yo no conozco. Solamente que la mano de Dios está siempre para aliviar
nuestras penas cuando uno menos lo cree; y fue que, a los quince días,
el cuatro de noviembre de 1947 nos nació otra niñita linda y bella: Aracelis
Vidalina. El dolor no podía desaparecer, ¡imposible! Pero, ¿podía haber
otra cosa que lo medio mitigara siquiera? ¡Así es Dios!, se hace presente
en los momentos más difíciles.
.......
Rafael había sido nombrado Celador de la Renta de Licores y debía
inspeccionar los alambiques de los pueblos cercanos, por lo que viajaba
frecuentemente; sin embargo, había montado una bodeguita arriba, fren-
te a la capilla y, cuando estaba en el pueblo, nos íbamos todos los días
por la mañana y regresábamos en la noche. Eso le daba oportunidad de
conversar con mucha gente. Ahora se hablaba de elecciones presiden-
ciales y, a medida que avanzaba la campaña política, la situación se ha-
cía más difícil. Él, que no tenía huesos en la lengua y llevaba la voz can-
tante en las demandas que se hacían, se fue convirtiendo en líder de los
.....................

muchos adecos que había en el pueblo, y ganándose enemigos uerre-


distas.
Al pueblo iban los grandes líderes de U.R.D. y hacían grandísimas
fiestas; mientras los adecos eran los “alpargatudos”. Pero, en la tribuna
no llevaban mucha ventaja; sobre todo a Rafael, que era uno de los más
destacados, y cuando se subía a la tarima era a echarle candela. No tenía
miedo para decirle las verdades a quien fuera; en este caso, al líder del
partido contrario, Liberato Moya, que seguía haciendo en el pueblo lo
que le daba la gana y tenía muchísimos trapos sucios. Por eso, el joven
adeco era tan mal visto por los uerredistas.
Pero, además, a Liberato le molestaba el liderazgo que Rafael había
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

logrado; hasta tal punto, que parecía convertirse en una potencial vícti-
ma de los “encapotados”. Estos eran unos mercenarios que, con la cara
cubierta y envueltos en encerados o capotas, “eliminaban” los proble-
NOTAS

mas de las personas que los contrataban. Así se cometían muchos crí-
menes; algunos se descubrían, la mayoría quedaba en el olvido.
Y comenzó el hostigamiento. Por las noches, cuando sabían que
40 Rafael estaba, entraban al fondo de la casa, soltaban los animales y lan-
zaban piedras para que Rafael saliera. Él no caía en la trampa, pero per-
manecía alerta.
41
Los días siguientes fue advertido por varias personas. Una hermana
de Liberato que vivía casi frente a la casa y con quien yo tenía mucha
amistad, me dijo:
—Delia, escúchame: dile a Rafael que tenga muchísimo cuidado, lo
de los encapotados no es cuento; Pablo y yo los hemos visto rondar por
aquí.
En mi cara se notaba el nerviosismo.
—No quiero que le pase nada a Rafael —prosiguió—, lo conozco

..................... IV -
desde que nació y le tengo mucho cariño. Ojalá que ese hermano mío no
llegue a saber que te estoy diciendo esto, pero... yo sé lo que te digo. En
las reuniones del partido he visto cosas raras, cosas que no me gustan.
Por esos días fue cuando me encontré con el tío Ramón, quien a
pesar de que teníamos muchos años que no nos hablábamos, se acercó:
—Dile a Rafael que tenga mucho cuidado —me dijo con actitud dubi-
tativa—. Me he dado cuenta de que por ahí andan unos encapotados.
No siempre se meten por la misma parte; pero, lo que sí es seguro es que
vienen con una sola intención.
La solidaridad en momentos de adversidad tiene el valor de la verda-
dera amistad. Aunque Rafael no confiaba en casi nadie, siempre estaba
alerta y vigilante; pero desarmado no era mucho lo que podía hacer. Los
encapotados actuaban en las sombras, en gavilla y con alevosía.
En diciembre de 1947 se realizan las elecciones y gana Rómulo Ga-
llegos, el candidato del partido en el que había militado Rafael desde siem-
pre, el mismo del presidente Betancourt; y que ahora buscaría estabilizarse
en el poder en un ambiente más democrático. Pero aún faltaban dos lar-
gos meses. Por ello la amenaza no desapareció, por el contrario. Parecía
que sus opositores estaban ahora más decididos a liquidarlo.
En sus viajes, Rafael iba constantemente a Río Casanay, a la casa
regional del partido, con la intención de conseguir un arma que le permi-
tiera defenderse; pero los portes de arma no eran fáciles de tramitar. Al
regreso de una de esas reuniones en la Casa del Partido, ya entrada la
noche —las reuniones eran siempre de noche— y al acercarse a un para-
je solitario cercano a la casa de Liberato, divisó unas sombras a lo lejos.
Aunque era su costumbre andar al galope, últimamente Rafael era más
precavido y en sitios peligrosos aminoraba el paso. Esto le permitió ma-
niobrar el caballo, dar una violenta vuelta en redondo y devolverse. Lle-
gó a la casa de un compañero de partido quien al verlo llegar le recriminó
seriamente el que anduviera solo en esas noches de complots y amena-
zas. No le permitió retomar su camino y, prácticamente, lo obligó a pasar
ahí la noche. No era extraño que amaneciera fuera de la casa; de hecho,
siempre me decía que no sabía si volvía o no, quizás para no preocupar-
me innecesariamente.
Llegó a la casa muy temprano, parecía un león enjaulado. No había
comenzado a anochecer cuando salió de nuevo para Río Casanay.
Después de exponer el caso a sus compañeros les dijo que de ahí no
se iba sin un arma, ellos parecían no entender.
—Si no pueden apoyarme ahora —explicaba—, ¿cuándo lo van a
hacer? ... ¿después que me maten como a un perro, sin tener cómo de-
fenderme?
Y le entregaron un revólver con todas las recomendaciones del caso.
.....................

Por tratarse de una emergencia habían hecho una excepción, ya que no


tenía porte de arma.
El regreso a Blancolugar no lo hizo por donde acostumbraba, sino a
través de Punta Brava. Ya casi llegando a su destino, a la distancia, vio
que por el camino venía un grupo en sentido contrario. A pesar de que
era tarde, la noche estaba clara. La luna llena fue el aliado que le permitió
distinguir en el grupo a dos hijos de Liberato Moya y a algunos amigos
de este. Sin detenerse a pensarlo, desenfundó su revólver y disparó varias
veces al aire; quería que esos pendejos supieran que ya no estaba de-
sarmado. El grupo se disolvió y cada quien corrió por donde pudo. Ra-
fael llegó a la casa y, sin muchas explicaciones, dijo que le habían dado
el arma.
.......
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

Amaneció el penúltimo día del año cuarenta y siete. Nada de especial


NOTAS

mención hasta que a las dos de la tarde se presentó a nuestra puerta el


comisario del pueblo, que era amigo de Rafael. Nos mostró un oficio
que le ordenaba enviar a San José de Areocuar, en calidad de detenido, al
42 ciudadano Rafael Berbín Caraballo; a la brevedad posible. En San José
quedaba la prefectura más cercana, a unas nueve horas de camino. Alguien 43
del grupo al que había corrido la noche anterior lo había denunciado.
—¡Yo preso no voy! —sentenció Rafael.
—¿Cómo que no vas? —se alarmó el comisario—, acaso ¿no viste
el oficio?
—Yo no me estoy negando a ir; pero, ¡preso no!
La máxima autoridad del pueblo trató de convencerlo, pero no pudo
y se marchó. Volvió un poco más tarde.
—Berbín, entiendo que no quieras ir preso como un delincuente y

..................... IV -
sin garantías, así que hablé con Marcelino Lion; él dice que está dispues-
to a ir contigo.
Rafael no accedía.
—¡Yo preso no voy!, ni con Marcelino, ¡ni con nadie!
—Berbín, estás loco. Tengo que llevarte. Tú sabes que mi puesto
está en juego.
—¡No señor!, por lo que vale mi palabra te garantizo que no tendrás
problemas; ¿o es que no somos amigos?
—Sí...claro, pero...
—Pero nada. —interrumpió Rafael— Tú no me has visto, ¡y punto!
De nada sirvió que el comisario siguiera insistiendo. Ya Rafael había
ensillado el caballo, dentro de la casa; como siempre lo hacía. Para salir
abría sigilosamente la puerta y se lanzaba al galope, nunca antes de las
siete de la noche. A esa hora salió.
A la mañana siguiente mucha gente amiga desfiló por la casa, querían
saber del paradero de Rafael; aunque pocos dudaban que estuviera pre-
so. Portar un arma sin permiso era grave, ser denunciado por disparar-
la... peor.
.......
Liberato Moya vivía como a un kilómetro de la casa. Tenía un nego-
cio en el que se vendía desde ropa, hasta aguardiente. Ahí estaba él con
unos cuantos secuaces, celebrando desde muy temprano el fin de año...
y el arresto del guapetoncito.
—Ja... ¿cuánto le duró la pistola?
—¡Tres disparos! Ja, ja —se mofaba alguien.
—Y ahora, preso... ¡un adeco menos!
—Más bien será: un adeco más... preso, ¡y quién sabe hasta cuan-
do! —afirmó sarcásticamente Liberato.
Desde la casa se podía oír el alboroto. Todo el día de júbilo para esa
gente: aguardiente, música, cohetones; parecía más bien una fiesta patro-
nal.
.......
Rafael había llegado de madrugada a San José de Areocuar, pero no
se detuvo; siguió su camino a Carúpano, a dos horas largas de ahí. Lle-
gó temprano en la mañana y fue directo a la casa regional del Partido.
Buscaba apoyo en sus compañeros, con quienes había recorrido cien-
tos de pueblos en campaña; asistiendo a convenciones, mítines; hilva-
nando lo que se convertiría en el triunfo electoral de la causa que defen-
día.
.....................

Pedro Ponce y Pachico Aguilera eran dos de los dirigentes adecos


de mayor peso en la zona. Cuando lo vieron llegar la última mañana de
ese año, se sorprendieron.
—Berbín, ¿qué te pasa?
Rafael les refirió los últimos acontecimientos. De cómo había sido
acosado y del incidente de los disparos. Ahora tenía una orden de deten-
ción en su contra. ¿Podría ayudarlo el Partido? ¿Podía alguno de ellos
hacer algo?
—Hoy es un día malísimo, Berbín —arguyó Pachico— no creo que
sea fácil hacer algo ahora. ¡Pero, podemos intentarlo!
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

—¡Por supuesto! —aseguró Ponce— eso lo vamos a resolver de


una vez. ¿Vas a recibir tú el año preso?... ¡ni de vaina! Vámonos a San
José, y al jefe civil lo sacamos de donde esté.
NOTAS

Y lo sacaron de donde estaba. Llegaron los tres juntos a San José y,


avalando la defensa de Rafael, anularon la denuncia; ya no había nada en
su contra. Pero no se conformaron con eso; sabiendo que los ataques y
44 acusaciones por parte de los uerredistas no cesarían, buscaron la mane-
ra de neutralizarlos. Y, ¡vaya que lo lograron! 45
¿Cómo lo obtuvieron?, no lo sé. Lo que sí sé es que Rafael se con-
virtió a partir de entonces en Oficial de Policía ad honorem. En Blanco-
lugar solo había un comisario y un cabo de cita —una especie de man-
dadero— pero ahora habría también un policía rural, sin sueldo, pero
con su pistola y ¡la autoridad para utilizarla!
Ponce y Aguilera no regresaron a Carúpano. Por el contrario, insis-
tieron en acompañar a Rafael hasta Blancolugar.
Hicieron el largo trayecto a caballo y recibieron el año por el camino.
Eran las dos de la mañana cuando se asomaron al portal de Liberato Moya,

..................... IV -
donde llegaron directamente. La celebración estaba en pleno apogeo...
La sorpresa generalizada fue mayúscula cuando vieron aparecer a un
hombre que creían preso acompañado de dos personajes a quienes to-
dos conocían. Los tres se apearon de sus cansados caballos. Aguilera
tomó la palabra:
—Buenas noches, señores. Espero que la estén pasando bien. Apro-
vecho la ocasión para darles una buena noticia: todos ustedes conocen
al señor Rafael Berbín... bueno, a partir de hoy será el policía de esta
comunidad.
Entre murmuraciones y caras de asombro y desconcierto, Rafael
presentó sus credenciales. No esperó mucho para ejercer su autoridad;
ceremoniosamente solicitó a los presentes alinearse en el patio para una
requisa de rutina. Liberato y sus secuaces fueron los primeros.
.......
Desde que Rafael había salido para San José yo no tenía noticias de
él y mi preocupación aumentaba como pasaban las horas. Conociéndo-
lo, sabía que no se resignaría a ser hecho preso... era difícil saber qué
estaba dispuesto a hacer para evitarlo. Rafael no era de los hombres que
huían. Por eso, al oír el tropel de caballos que se detenían en nuestra
puerta, a las pocas horas de estrenarse el nuevo año, casi me muero del
susto. ¿Qué noticias podían traerme?
Al ver a Rafael acompañado de esos dos personajes, mi susto se
convirtió en asombro.
—¿Qué pasó? —atiné a preguntar.
—Ya te cuento —me dijo con una cara de regocijo que disipó todas
mis preocupaciones—. Primero déjame agarrar una gallina para que nos
prepares un sancocho.
Y comenzó su relato mientras los señores Aguilera y Ponce descan-
saban en dos chinchorros que Rafael había guindado para ellos. A medi-
da que me iba contando yo entendía menos. Mi esposo no solo estaba
libre de cargos, sino que ahora sería él uno de los responsables de admi-
nistrar justicia en el pueblo; permitiéndonos vivir tranquilos, sin el acoso
por el que habíamos pasado los últimos meses. Ahora tenía el respaldo
de la autoridad, su propia autoridad.
Mientras mamá y yo seguíamos preparando el sancocho de gallina
Rafael se fue a descansar un rato; antes me entregó para que guardara
varios cuchillos y puñales que, me dijo, había decomisado en el negocio
de Liberato.
El ambiente ahora era distinto. La situación fue tranquilizándose y
pocos días después fueron desfilando por la casa varias personas que
en actitud respetuosa y cordial planteaban la posibilidad de recuperar las
armas que les habían sido decomisadas. Rafael se las devolvió a todos,
.....................

o a casi todos, porque algunos todavía podían ser peligrosos. Un hijo


de Liberato fue a solicitar su puñal, Rafael se lo entregó.
.......
En febrero del cuarenta y ocho Rómulo Gallegos asume la presiden-
cia. Ahora se respiraba un ambiente de tranquilidad en nuestra comuni-
dad. Aracelis ya tenía tres meses, Carmelo no había cumplido los dos
añitos. Fue entonces que surgió la idea de mudarnos a Carúpano. Papá
le comentó a Rafael que ya Manuel estaba estudiando allá, que quería
que sus otros hijos lo siguieran haciendo y ahí no había oportunidad.
Por su parte, Rafael le dijo que estando Delia con esos niños pequeños y
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

él trabajando tan lejos, era lo más conveniente.


Papá quería vender ahí y comprar una casa, Rafael le propuso com-
prarla a medias; así, yo no me quedaría sola con los niños mientras él
NOTAS

viajaba. Así lo hicieron y nos mudamos todos a Carúpano. Después de


la mudanza, Rafael fue dos veces a la casa, luego desapareció. Pasaron
quince días, un mes... tres, cuatro meses, y no recalaba por la casa. Eso
46 sí, había girado instrucciones para que me fuera entregada una pensión
que yo retiraba mensualmente en la aduana. 47
Le escribí varias veces, le envié telegramas pidiendo explicaciones;
pero nunca obtuve respuesta.
En noviembre de ese mismo año cae el gobierno, un golpe militar
derroca al Presidente. De nuevo la incertidumbre política; Rafael quedó
entonces sin su empleo, yo me quedé sin pensión. Veintiséis meses sin
ver a mi esposo, eventualmente sabía de él y de lo que hacía. Por allá
todo se sabía.
Un día cualquiera, cuando iba llegando del hospital con Carmelo,
mamá me entregó un sobre.

..................... IV -
—Tienes una sorpresa —me dijo—, carta de tu marido.
Más de dos años esperando alguna señal que me indicara que le im-
portábamos... por fin había llegado. ¿Qué habrá escrito?, ¿qué me pue-
de decir después de tanto tiempo? Abrí la carta, como sin saber qué ha-
cía.
Un saludo como si se hubiera ido el día anterior, y luego: “...estoy en
Blancolugar, le compré el negocio a fulano; estoy solo y te necesito... a ti
y a mis hijos...”
Agarré un papel y comencé a garabatear mi respuesta, el dolor y la
rabia acumulados por tanto tiempo hablaban por sí mismos. Le contesté
que ni lo pensara; que no iba a volver con él después de tanto tiempo;
que, si antes me había dejado con dos muchachos, luego podría dejar-
me con cuatro, o más...
Al terminar de escribir la misiva la enseñé a mis padres.
—Hija —me dijo papá, calmadamente—, ni tú ni tus hijos nos hacen
peso, por eso no debes preocuparte. Pero eres tú la única que debe to-
mar la decisión.
La envié, pero no estaba segura de haber tomado una decisión co-
rrecta. Incluso escribí a Manuel, que estaba estudiando en Caracas; él
me dijo lo mismo: que la decisión debía ser mía. Bueno... ya la había
tomado, aunque con muchas dudas. ¿Me escribiría otra vez?, conocien-
do su carácter, lo más probable era que no.
No había transcurrido mucho tiempo cuando una camioneta se detu-
vo frente a la puerta de la casa; eso no pasaba muy frecuentemente. Cuan-
do oí que tocaban, un presentimiento cruzó por mi cabeza. Abrí la puer-
ta.
—¿La señora Berbín? —preguntó con calculado respeto. Al ver que
asentía con la cabeza, prosiguió:
—Aquí le manda su esposo, el señor Berbín.
Me entregó una nueva carta y se quedó parado frente a mí, como
esperando una respuesta. Comencé a leer: “Delia, el señor zutano te va a
buscar. Dile a qué hora te pasa recogiendo, trae solamente lo indispensa-
ble...” Al rato me ví empacando mis cosas. Cuando el chofer me vino a
buscar, ya estaba lista para irme junto con mis dos muchachos y con la
bendición de mis padres.
Así iniciamos nuestra nueva vida. Rafael tenía una bodega, una ga-
llera y una cuerda de gallos. Esa era una de sus pasiones, los gallos; la
otra, ya lo había dicho: la política. Eran tiempos de dictadura. Luego del
asesinato de Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar, Pérez Ji-
ménez buscaba entronizarse en el poder y la persecución contra los ene-
migos del régimen se hacía cada vez más fuerte.
.....................

Al año de mudarme a Blancolugar, el primero de junio de 1951, nos


nació otra linda y hermosa niña, a la que pusimos Delia Jesús. Vino a este
mundo en nuestra propia casa, como se acostumbraba entonces por aque-
llos pueblos; y como habían nacido nuestros tres primeros hijos. En las
labores de parto siempre ayudaba una comadrona; a mí me atendía ma-

..
má».

..
..
.
DELIA FARÍAS DE BERBÍN
NOTAS

48
49
V-
..
..
..
.
«Rafael había vivido meses de clandestinidad, luchando contra un
régimen que ya no aceptaba la más mínima oposición política. La disiden-

..................... V -
cia de los grupos democráticos era perseguida con saña; y la militancia de
Rafael era de primera línea; las misiones que le eran encomendadas por
los dirigentes del Partido implicaban grandes riesgos, que Rafael aceptaba
sin dudar. Permanentemente viajaba entre pueblos y caseríos; bien para
asistir a reuniones clandestinas donde se planeaban las acciones a seguir;
bien para llevar a cabo las acciones planeadas.
Nos mudamos a Canchunchú; yo ya sabía dónde quedaba, pegadito
de Carúpano. Al principio me alegré, porque allá vivían mis padres e íba-
mos a estar más cerca; pero después me di cuenta que era para estar más
cerca de la candela. Puedo decir que no hubo un lugar donde yo viviera
más agonías y sobresaltos que el tiempo que estuvimos ahí. Habíamos
llegado a las inmediaciones de una de las ciudades orientales donde la
actividad política era más intensa; y donde el acoso contra los enemigos
del gobierno era implacable.
Rafael asumía las tareas más difíciles, por peligrosas que fueran siem-
pre estaba dispuesto. Luchando mano a mano con personajes políticos
de renombre, sin esperar nada a cambio. Solo aspiraba apoyar la lucha
por la democracia; así lo decía, y así lo hacía.
Sus reuniones las llevaban a cabo en algunas montañas cercanas; de
noche. Cuando Rafael salía me decía que podía volver o no, podía per-
noctar en cualquier parte; nada era seguro. Muy raramente me confiaba
sus planes; sin embargo, un día de octubre del año cincuenta y uno me
dijo:
—Esta noche no regreso, Delia. Mañana a las seis de la mañana se va
a producir un golpe de Estado. No te asustes cuando veas aviones vo-
lando y escuches disparos. Todo debe controlarse rápidamente, si Dios
quiere.
Amaneció el 12 de octubre de 1951. Yo casi no había dormido espe-
rando un amanecer que se llevara mi incertidumbre y alimentara mis es-
peranzas. Sabía el riesgo que implicaba una acción de esa magnitud, aunque
también sabía que no había más alternativas. Pero, no pasaba nada: no
hubo aviones, ni disparos, ni explosiones... ¡nada! Solo rumores de que
en El Pilar y otros pocos sitios había habido alboroto y uno que otro
tiroteo. No sucedió lo que Rafael me había anunciado con tanta seguri-
dad.
Fracasaron, me dije; y recé porque no le hubiera pasado nada. Tenía
que volver de un momento a otro. No fue así. Anocheció, amaneció el
día siguiente y nada. Entonces me fui a Carúpano a hablar con la gente
que él me había dicho que contactara si algo pasaba. En su casa, Fran-
cisco Lion me dijo:
—Sergio está preso desde ayer; tú sabes que fracasaron. En este
momento voy a ver si puedo visitarlo. Si quieres, espera a ver si me dice
algo.
.....................

Se fue y volvió después de lo que a mí me pareció una eternidad.


—Mi hermano no sabe nada de Rafael —murmuró, viendo en todas
direcciones— me dijo que estaban en grupos diferentes. Lo que sí es
seguro es que no está preso; por lo menos, no aquí.
Desolada, regresé a la casa; tragándome mi dolor y mi preocupa-
ción. Al día siguiente, sin saber nada aún, volví a casa de la familia Lion.
—Francisco, ¿has sabido algo? —pregunté, implorando alguna res-
puesta.
—Bueno, Delia; no mucho. Lo que sí sabemos es que no está en la
lista de presos...ni en la de los muertos.
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

¡Como si eso fuera una garantía! Cuántos hubo que jamás llegaron a
aparecer en la lista de los muertos, pero tampoco en la de los vivos. Yo
no podía siquiera desahogarme, los niños estaban muy pequeños y no
NOTAS

entendían nada. Las instrucciones que tenía eran de no hablar con nadie
acerca de lo que pasaba; ni siquiera con mis padres. Cuando iba a su
casa y dejaba a los niños para salir, me preguntaban extrañados qué tanto
50 hacía yo por allá.
—Estoy haciendo unas diligencias para Rafael. 51
—y... ¿dónde está él? —había insistido mamá.
—Trabajando.
A ellos no era muy difícil engañarlos. No se interesaban por la políti-
ca, ni se enteraban de lo que pasaba.
Sin hacer demasiadas preguntas me ayudaron con los niños, mien-
tras yo procuraba información acerca del paradero de mi esposo. Sin
ellos, hubiera sido mucho más difícil.

..................... V -
Ya habían transcurrido tres días y yo no lograba sino respuestas va-
gas. En esta situación no había mucha gente dispuesta a arriesgarse; ade-
más, yo no sabía con quién debía hablar y con quién no.
Esa tarde cuando volvía a la casa vi acercarse a un vecino: Olivares,
que yo sabía estaba con la causa; y que había acompañado a Rafael aquel
doce de octubre. Sin atreverme a preguntarle nada, me quedé mirándolo
fijamente. Fue él quien habló sin levantar la voz:
—¿Dónde está Berbín?
La pregunta fue para mí el anuncio de algo trágico. Quien se suponía
que podía darme información, no sabía de su paradero.
—Pero...señor Olivares, ¿usted tampoco puede darme razón de Ra-
fael? —pregunté con la voz quebrada.
Se notaba el desconcierto en su rostro. Quizás movido por la deses-
peración que notó en mí, se animó a hablar. Entramos a la casa.
—Señora Delia, voy a contarle lo que sé; y lo primero es que no sé
qué pasó con Berbín, porque no estábamos juntos; el once por la noche
nos separamos. Mi misión era tomar la alcabala de La Chica, a la entrada
de Carúpano. Él debía tomar el aeropuerto —Olivares gesticulaba con
las manos mientras seguía su relato—. Cada uno había salido por su
lado con un grupo de hombres armados y con vestimentas oscuras para
evitar ser vistos.
No podía ocultar su nerviosismo a pesar de que nadie más que yo
podía oír lo que decía.
—Como a las seis de la mañana —prosiguió—, cuando ya iba lle-
gando a la alcabala, un hombre a caballo pasó junto a mí. Sin detenerse
dio la contraseña y dijo que debíamos abortar el plan, que habíamos fra-
casado.
Esos eran los “hombres mosca” que se encargaban de transmitir
mensajes y noticias cifradas. En ocasiones como esta, se convertían en
enlaces entre los centros de operaciones.
—Yo alerté a mis hombres con la señal acordada y nos dispersamos
—luego continuó, como justificándose—, Mi idea era ir a avisarle a Berbín,
pero no pude porque...
En ese momento se oyó un frenazo. Olivares se asomó por una ren-
dija de la puerta y, pálido como un apio, murmuró:
—¡La Guardia Nacional está en mi casa...!
Salió corriendo por el fondo de la casa y desapareció. Ahí quedé yo,
peor que antes. Ahora no solamente desconocía qué había sido de Ra-
fael, sino que me había enterado de la gravedad de los hechos con los
que se había comprometido... sin saber cuál había sido su destino. Ahí
quedé, tragándome las lágrimas, porque ni siquiera tenía la libertad de
llorar. No podía dejar que los demás se enteraran de la situación ni que
.....................

los niños sospecharan que algo pasaba. Solo por las noches, al acostar-
me, daba rienda suelta al llanto contenido. Así pasaron dos largos días
más.
Antes de amanecer el quinto día, oí un tropel de animales en el fon-
do de la casa, parecían ser pisadas de caballos. Nuevo sobresalto. Me
asomé y... era él. ¡Por fin!, gracias a Dios todopoderoso que había oído
mis súplicas. Ahí estaba, sano y salvo. Se apeó del caballo y me pidió
que me tranquilizara, que todo estaba controlado. Comenzó a descargar
uno de los burros y fue cuando me di cuenta de la carga que traían. Los
cuatro burros venían cargados con ocho barriles ¡de aguardiente! No
hay que decir que el contrabando de licor era castigado severamente por
la ley. Rafael me dijo que se llevaría seis barriles y que iba a dejar dos,
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

debajo de una mata de poncigué que estaba detrás del aljibe.


.......
NOTAS

Hacía tres meses que habíamos llegado a Canchunchú. La nuestra


era una casa grande, pero sin mucha seguridad. Tenía un portal y un gran
patio, con algunos árboles y muchas matas de poncigué. Al fondo había
52 un aljibe que en algún tiempo se había usado para sacar agua, pero debi-
do a que se había secado ahora lo estábamos cegando, llenándolo de
desperdicios para tapar el hueco.
53
Una vez, recién llegados, el bendito aljibe casi se traga a mi hermanita
de ocho años. Silvia estaba pasando unos días con nosotros y mientras
jugaba en el patio se acercó al borde y se resbaló; con suerte pudo aga-
rrarse de unas maticas y no cayó al fondo que estaba unos cuantos me-
tros más abajo. Cuando oí sus gritos salí corriendo y vi que estaba col-
gando; la halé y pude sacarla, pero, aun así, ella seguía gritando. Tenía
unas enormes hormigas pegadas en los pies, se las quité y cuando quise
llevarla a la casa me di cuenta de que no podía caminar: se había disloca-

..................... V -
do los dos deditos gordos de los pies tratando de escalar la pared del
aljibe. Al poco tiempo se mejoró.
Detrás de ese pozo, debajo de una mata de poncigué, había dejado
Rafael los dos barriles de aguardiente. A las seis de la mañana se había
llevado el último de los seis que ya tenía negociados y no volvió. Desde
hacía algún tiempo Rafael tenía que valerse de esto, ya que no podía
trabajar en otra cosa. Él conseguía el ron gracias a los contactos que
había logrado trabajando para la Renta de Licores, pero después de sa-
carlo del alambique no tenía apoyo alguno; la responsabilidad era exclu-
siva de él. El peligro al que se exponía era por partida doble: contraban-
do de licor y conspiración para derrocar al régimen.
La casa donde vivíamos era alquilada; Rosa, la dueña, vivía al lado.
En los alrededores no había muchos vecinos: una casa al frente; un poco
más allá, haciendo esquina, la casa de Olivares; frente a esta una casita
donde vivía una señora; las otras casas estaban más aisladas. No tenía-
mos amistad con los vecinos, solo un saludo de cortesía. Rafael tenía
confianza solamente con los compañeros de partido, yo no trataba a na-
die. Por eso me extrañó muchísimo cuando en la mañana de ese día oí
que tocaban la puerta. Era Ricarda, una señora joven que vivía en la casa
del frente.
—Mira, mija —me dijo— yo no sé en qué anda tu marido; pero mi
esposo trabaja en Malariología y tiene un carro asignado que ahora usan
para hacer redadas. Anoche unos guardias lo trajeron para llevarse el ca-
rro y dijeron que hoy iban a allanar esta casa. Aquiles me dijo que les
avisara; y si tienen algo por ahí, que lo desaparezcan. ¡Tú sabes que esa
gente no cree en nada ni en nadie!
Y se fue. Rosa, que había oído parte de la conversación, no me dio
tiempo a pensar y entró a la casa.
—Delia, yo te digo como te dijo Ricarda: no sé qué puedan tener
ustedes aquí, pero si esos guardias dijeron que iban a allanar es porque
sospechan. ¡Y si hay algo aquí, hay que desaparecerlo!
Ante las circunstancias no tenía muchas alternativas; así que decidí
confiar en ella.
—Sí hay alguito por ahí —le dije.
Cuando Rosa vio la cantidad de panfletos y propaganda que Rafael
tenía se quedó como paralizada, sin embargo, se repuso.
—Mujer... ¡eso es a lo que tú llamas alguito! Hay que botar todo eso,
pero ¿dónde?
—En el aljibe de atrás, Rosa —se me ocurrió—, donde echamos los
desperdicios.
—Bueno, ¡qué esperamos!
Y comenzamos a cargar los paquetes y cajas que le habían confiado
a Rafael. Más de dos horas nos llevó deshacernos de todo lo que había.
.....................

Al terminar, como a las diez de la mañana, todo estaba en el fondo del


pozo. El monte que le había crecido alrededor no permitía verlo desde la
casa.
Despedí a Rosa y me disponía a preparar el almuerzo cuando escu-
ché que un carro se detenía, no en la calle, sino en la propia puerta de mi
casa. Cinco o seis guardias entraron, sin anunciarse ni pedir permiso.
—¡Venimos a allanar esta casa!
—¿Esta casa?, ¿por qué? —pregunté tratando de mantener la calma.
—Órdenes superiores, señora.
Y sin más, comenzaron a registrar: colchones, cajas, maletas; todo
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

iba al suelo. Debajo de las camas, detrás de las puertas; cada rincón era
minuciosamente revisado. Las bayonetas de los fusiles les servían para
alcanzar los resquicios del techo. La silla del caballo que estaba colgada
NOTAS

en el botalón fue casi desarmada.


Todo era un caos. Las piernas me temblaban y estaba a punto de
desmayarme, pero no podía hacerlo; tenía que ser fuerte. La casa pare-
54 cía un campo de batalla; los guardias iban de un lugar a otro y yo no
sabía qué hacer, pero mantuve la calma. Rosa, que había vuelto a la casa 55
cuando llegó la guardia, me miraba de reojo.
Finalmente, se dieron por satisfechos. No habían encontrado nada.
Ya estaban por marcharse cuando uno de ellos se dirigió al que parecía
el jefe:
—¡Mire como hay poncigué allá atrás!, ¿nos llevamos algunos?
—¿Por qué no? —dijo éste, dirigiéndose a la mata que estaba junto
al aljibe, que era la más cargada.
Fue entonces cuando me acordé de los barriles de ron que no esta-

..................... V -
ban muy lejos. Si llegaban allá, no había forma de que no los vieran; o
notaran la existencia del aljibe y su contenido. Rosa y yo nos miramos
aterrorizadas. Sacando fuerzas, no sé de dónde, me les adelanté.
—Si ustedes quieren poncigué, deben probar estos que son los más
dulces —les dije, mientras señalaba la mata que estaba pegada de la casa.
Y comencé a agarrar algunos. No sé si por condescendencia o por
convicción los tomaron, arrancando algunos más de la misma mata.
Se montaron todos en la camioneta que Aquiles les había “presta-
do”; el chofer la encendió. En ese momento llegó corriendo un sobrino
de Rosa.
—Tía, ¡no vieron esto! —gritó, enseñando sus manos.
Los guardias no oyeron nada y se fueron. El niño traía seis balas de
revólver.
—Muchacho del carrizo, ¿dónde estaba eso? —lo interrogó Rosa,
agarrándolo por la camisa.
—Ahí, en el cuartico —respondió el muchacho, señalando nervio-
samente.
Entre la sala y la cocina, que quedaba hacia atrás, había una pared de
tablas; y en el medio, la puerta de un cuartico, hecha con las mismas
tablas. La puerta se aseguraba con un ganchito que casi no se veía. A
nosotras se nos pasó por alto, los guardias no lo vieron. Rafael había
dejado ahí el revólver que siempre tenía consigo. Lo había descargado,
colocando las balas en un rincón. Estaba escondido, aunque no muy di-
fícil de encontrar si se buscaba.
Rafael llegó un poco más tarde; tan pronto como se enteró de lo que
había pasado, más allá de su manifiesta calentura, se preocupó realmen-
te. Me abrazó y preguntó qué habían hecho los esbirros; le conté todo.
Su cara era de rabia y frustración. Agarró un maletín que colgaba en la
pared y comenzó a buscar algo.
—¿Qué buscas Rafael?, ya los guardias lo registraron más de una
vez.
—¡Seguro!... con esto que hubieran encontrado era más que sufi-
ciente —dijo, sacando de un falso fondo que tenía el maletín el carnet
del Partido.
.......
Pasaron varias semanas y la situación no cambió mucho. Rafael con-
tinuó en su lucha y yo atendiendo la casa y a mis tres muchachos. La
persecución contra los sospechosos de rebelión no cesaba y, por el con-
trario, se acentuaba cada vez más. No era fácil vivir así: Rafael, evitando
ser capturado y, a la vez, procurando el sustento para la familia; yo, apo-
yándolo y fingiendo que nada pasaba.
.....................

Un día Rafael recibió un mensaje de Francisco Lion donde le decía


que había sido denunciado; que ya no lo buscaban como sospechoso,
sino que tenían algo en su contra. Que no se le ocurriera dormir en su
casa, con la cantidad de soplones que tenía el gobierno, ¡nunca se sabía!
Antes de anochecer se apareció el mismo Francisco en su camione-
ta. Entró a la casa y al verlo le dijo:
—Rafael, la cosa es en serio. Vine porque sabía que no ibas a hacer
caso del mensaje que te mandé. Pero de aquí no me muevo hasta que te
vayas a dormir pa’l monte.
Rafael tenía más de treinta años y tomaba sus propias decisiones, no
solía consultar con nadie; pero respetaba mucho la opinión Francisco.
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

Los verdaderos amigos se conocen en estas circunstancias. Agarró su


chinchorro y su cobija y se fue monte adentro. Pero a medianoche vol-
vió.
NOTAS

—Yo no voy a seguir matando plagas en ese monte —gruñó con


determinación—. Si me quieren preso, que me vengan a buscar a mi casa.
56 .......
Yo iba eventualmente a Carúpano a visitar a mamá, ahí planchaba la 57
ropa. Debía ir y volver en carrito por puesto. Una tarde ya había termina-
do de planchar y me iba para la casa, pero no encontré carro en la plaza
Colón, donde siempre lo agarraba, así que tuve que regresarme a casa
de mamá. Me quedé a dormir esa noche allá, junto con mis hijos. Ya es-
taba por salir en la mañana cuando llegó Rafael y me dijo que esperara,
que él tenía que hacer una diligencia con unos amigos y que nos vería-
mos allá, en la casa, como a las seis de la tarde. Así lo hice. Llegando a
mi casa se me acercó una señora que vivía cerca y me dijo:
—Señora, ¿ustedes no se habían mudado?

..................... V -
Al ver mi cara de asombro, continuó:
—Bueno, su esposo me dijo que se estaban mudando...
Rafael siempre decía lo mismo desde el día siguiente de haber llega-
do allá.
—... y como no vi a nadie ni ayer ni hoy, pensé que se habían ido.
Por eso, cuando llegaron esos guardias les dije que ustedes se habían
mudado.
—¿Unos guardias? —pregunté, sobresaltada.
—Sí, llegaron como a las tres. Estuvieron tocando la puerta y al ver
que nadie salía se metieron por detrás de la casa. Cuando me asomé y
me preguntaron por el señor que vivía en esta casa, les dije que no sabía
adonde se habían ido.
Al poco tiempo llegó Rafael acompañado de un compañero de par-
tido y le dije lo que había pasado. Su reacción fue violenta:
—¡Voy a ver qué quieren esos carajos!
Tanto Julio Miranda, que andaba con él, como yo intentamos con-
vencerlo de que no fuera; que era demasiado peligroso. Pero cuando Ra-
fael se decidía a hacer algo, lo hacía. Julio, que lo conocía, le dijo:
—Bueno, compañero, entonces yo voy contigo.
—No te metas en esto, Julio —lo atajó con determinación— este es
mi problema. De todas maneras, eso es aquí mismo en la alcabala; estoy
seguro que de ahí vinieron esos guardias.
Julio no cedía tampoco.
—Entonces, vamos a la alcabala, yo te acompaño.
—¡Qué vaina, Julio! —dudó—. Bueno, vamos hasta allá, pero no
entras. Te quedas afuera por si algo pasa.
Y salieron en sus bicicletas. Llegaron a la alcabala y Rafael entró solo.
Como habían acordado, Julio se quedó a prudencial distancia, pero atento.
Rafael se aproximó al oficial de guardia.
—Supe que estuvieron esta tarde por mi casa —comentó con fingi-
da cordialidad—. Vine a ver para qué me buscan, porque yo estoy a la
orden del gobierno para lo que sea necesario. ¿En qué puedo ser útil?
Los guardias se vieron entre sí, convencidos de que este hombre no
podía ser al que ellos estaban buscando. Por ello el oficial le dijo con
cierto desdén:
—Bien, señor; lo tomaremos en cuenta.
Rafael regresó por donde había llegado, pero ahora sí pensó que era
hora de irse del pueblo. Sabía que conociendo ya donde encontrarlo, en
cualquier momento podrían capturarlo.
.....................

Al día siguiente fue a hablar con papá. Le dijo que lo habían manda-
do a buscar de Monagas, que tenía un buen trabajo. Que iba a dejar la
familia unos días con ellos, mientras se establecía allá.
Solo yo sabía que eso no era así; sabía que se iba sin rumbo fijo,
quién sabe hasta cuándo. A solas, intentó tranquilizarme.
—No te preocupes, Delia —me dijo convencido, con una mirada
que reflejaba todo su cariño y comprensión—. Yo debo conseguir un
trabajo muy pronto. Espera noticias mías dentro de poco.
Me quedé con mis tres muchachos en la casa de mis padres. Ellos
tampoco tenían muchos recursos, y tuve que ponerme a hacer arepas,
majarete, arroz con coco, jalea de mango y todo lo que pudiera hacer y
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

que se vendiera. Fue un tiempo diferente. Duro también, pero, eso sí,
más tranquila; y con la ayuda y compañía de mi familia, que era un ali-
ciente para mí. Ellos me ayudaban en todo lo que podían.
NOTAS

A los pocos días recibí una carta donde me decía que estaba en
Caripito; que pronto estaría trabajando en una petrolera ya que tenía
muchos conocidos allá que eran de Sucre, pero que desde hacía varios
58 años trabajaban regularmente. Me informó, en cartas que llegaban se-
manalmente, que ellos le habían asegurado que dentro de poco él tam- 59
bién tendría un empleo fijo en una petrolera. Mientras tanto se había em-
pleado en una contrata, a destajo.
Cada vez que le era solicitado, Rafael llenaba religiosamente una pla-
nilla con todos sus datos... que era religiosamente rechazada.
Cuando Rafael salió de la Renta de Licores los nuevos funcionarios
le habían marcado la cédula con una raya roja. Eso significaba que había
sido empleado del gobierno anterior, por lo que no podía ejercer ningún
cargo oficial en el gobierno dictatorial. Eso lo sabía Rafael; pero lo que
no sabía es que las petroleras transnacionales, que no querían proble-

..................... V -
mas con quienes les daban las concesiones, tampoco contrataban a los
marginados del régimen. La única posibilidad de trabajo para estos eran
las contratas.
.......
A través del río San Juan, que baja de las montañas monaguenses y
desemboca en el Golfo de Paria, transitan barcos cargueros y petroleros
provenientes del Atlántico. Recalan en el puerto cercano a Caripito don-
de descargan su mercancía o reciben el crudo de los pozos petroleros,
para su transporte al exterior. En los muelles se emplea mucho personal
para la descarga de los buques y, eventualmente, para trabajos de pintura
y reparaciones menores. Este tipo de trabajo, que por ser a destajo no
ofrecía ninguna clase de estabilidad, era el que podía realizar Rafael. Así
pudo alquilar una casa y nos mandó a buscar.
Trabajar en una contrata tampoco era fácil, había mucho personal
desempleado. Rafael conseguía trabajo por dos o tres meses y luego
otro tanto sin trabajar. Pero siempre al lado de sus compañeros de parti-
do, metidos por esas montañas; exponiendo la vida en todo momento.
Tratando de conseguir una democracia que costó muchísimas vidas.
En noviembre del cincuenta y dos estaba Rafael trabajando en una
de esas contratas. Un viernes, antes de salir, el gringo encargado reunió a
todos los trabajadores y les dijo:
—Este domingo todos a votar. El que no votar no poder trabajando
en este compañía. El lunes venir con dedo mojado de tinta or... ¡don´t
come anymore!
Se celebraban las elecciones para elegir los miembros de la Asam-
blea Constituyente. Rafael llegó a la casa y malhumorado comentó con
resignación:
—¡Estoy despedido!
—¿Cómo es eso, Rafael? —pregunté, preocupada.
—El que no vote el domingo está botado, y yo estoy inscrito en
Carúpano —estalló—. ¡¿Cómo carajo quieren que vote allá?!
Esa noche casi no durmió. Salió muy temprano, no sé para dónde.
El domingo, cuando se instalaron las mesas de votación, Rafael es-
taba como miembro de una... ¡en representación del gobierno!
A.D. y el Partido Comunista habían sido ilegalizados, por lo que no
podían participar. La oposición decidió respaldar a U.R.D. para evitar
que el oficialista F.E.I. ganara las elecciones.
En un receso, al mediodía de ese domingo, Rafael salió del centro
de votación y se llevó una gran sorpresa: ahí estaba Olivares, a quien no
veía desde hacía más de un año.
—Olivares —intentó saludarlo Rafael—, ¡qué placer ...
.....................

—¿Cómo dice? —interrumpió—, me llamo Fulano de Tal —y bajó


la voz—, ¡con la cédula de este muerto he podido sobrevivir!
En ese momento Olivares vio el botón del F.E.I. que Rafael tenía en
la solapa del paltó... Aquel hombre, que era negro, se puso casi blanco.
Dio unos cuantos pasos para atrás y dijo, tartamudeando:
—Dios mío, ¡estoy hablando con un esbirro!
—¡Cállese la boca! —lo conminó Rafael—. Veamos dónde pode-
mos hablar.
Le explicó las circunstancias por las que se había convertido en re-
presentante del gobierno. Lo puso al tanto de las estrategias que estaban
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aplicando, y preguntó qué había sido de su vida. ¿En qué andaba meti-
do?... Una vez que Olivares terminó su relato, lleno de peligros y conspi-
raciones, Rafael quiso saber:
NOTAS

—¿Qué haces por aquí? ¿No vives en Punta de Mata?


—Sí, pero estoy cumpliendo una misión, compañero: tengo que me-
60 ter tarjetas nuestras en los sobres —respondió radiando emoción—. ¡Tan-
tas como pueda! 61
—Y, ¿qué crees tú que he estado haciendo yo? Ya hay unas cuantas
tarjetas adecas en esas urnas.
Era una forma de protestar la ilegalización de A.D. Lo hacían como
muestra de que no iba a ser fácil eliminarlos. Todos los miembros y sim-
patizantes del partido tenían instrucciones de votar por U.R.D., que era
la alternativa legal que les quedaba; dando por descontado que esa alter-
nativa iba a ganar. Pero no iban a dejar pasar la oportunidad de demos-
trar el peso que seguían teniendo. Por eso imprimieron sus propias tarje-
tas y buscaron la forma de introducirlas en las urnas.

..................... V -
Se despidieron Rafael y Olivares, ambos reflejaban optimismo. Pen-
saban que con una Asamblea Constituyente dominada por la oposición
los días del régimen estaban contados. No se imaginaban la magnitud del
fraude que se estaba gestando, desconociendo la contundente derrota
de los gobierneros.
Se emitieron unos resultados oficiales que nadie creía, pero que fue-
ron aceptados sin demasiados traumas.
Ahora el gobierno tenía el control absoluto. La persecución contra la
resistencia se hizo más encarnizada. Los miembros de una especie de
policía política, a la que llamaban Seguridad Nacional, se convirtieron en
perros de cacería del Dictador. Los sospechosos que eran capturados
tenían suerte si salían con vida. Los pocos que regresaban contaban los
horrores de las torturas más atroces. Rafael decía que a él no lo agarra-
rían vivo; que, si llegaban a atraparlo, él mismo iba a hacer que lo mata-
ran, ya que no se dejaría vejar. Pero no lo atrapaban. Además de la ayuda
de Dios, que siempre lo acompañaba, contaba con su astucia y su gran
sagacidad.
Para sus reuniones clandestinas ellos buscaban los matorrales más
espesos de las montañas cercanas; piedras salientes que pudieran ocul-
tarlos o alguna cueva que les sirviera de refugio. No construían chozas ni
dejaban rastro alguno; nunca se reunían dos veces en el mismo sitio. En
una de esas reuniones supo Rafael de una lista en la cual figuraba su nom-
bre, donde se especificaba la misión asignada a cada quien.
—¡Mi nombre lo borran de ahí, ahora mismo! —había solicitado
con firmeza.
—¿Quiere decir eso que no contamos contigo? —le preguntó alguien
con cierta malicia.
Rafael, que no era hombre que aceptara ver su valor puesto en entre-
dicho, miró a su interlocutor como si quisiera saltarle encima y le dijo:
—¡Eso quiere decir que me borren de la lista!, y si hay alguien aquí
que tenga tres bolas, que me acompañe; si no, voy solo, como siempre
—luego remató, un poco más calmado—. Yo actúo, señores, con la ca-
beza; les recomiendo que hagan lo mismo.
Esa lista fue encontrada poco después y muchos de los que allí apa-
recían fueron capturados y sometidos a interrogatorios y torturas. Algu-
nos, inclusive, fueron a parar a Guasina, la cárcel destinada a los enemi-
gos más peligrosos de la dictadura, y la más famosa por sus condiciones
infrahumanas. Los compañeros de Rafael decían que él parecía tener un
pacto con el diablo.
Viviendo bajo esas riesgosas y difíciles condiciones, el doce de sep-
tiembre de 1953 nos llegó un encargo que habíamos hecho nueve meses
antes: Elinor María, una linda muchachita. Ya podíamos decir que tenía-

.......
.....................

mos raíces en esta tierra.

A mediados de la década de los cincuenta, Caripito era una pequeña


ciudad en constante crecimiento, gracias a la explotación de los yaci-
mientos de petróleo. Existían campos petroleros donde los trabajadores
de las grandes compañías tenían sus viviendas, y todas sus comodida-
des. Tenían su propio hospital, un economato y hasta un campo de golf.
Nosotros vivíamos en La Sabana, no muy lejos de esos campos, pero
sin lujos ni ostentación. Nuestra casa era modesta, aunque amplia y bien
ubicada.
Mis obligaciones eran las propias de una joven madre de cuatro ni-
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

ños que no podía desatender la rutina diaria, a pesar de los álgidos tiem-
pos que vivíamos. Rafael continuaba su enconada lucha política, ade-
más de trabajar tanto como podía: cuando conseguía un trabajo, lo hacía
NOTAS

con más voluntad que cualquiera; muy bien, pero cuando se terminaba,
venían las penurias. Igualmente, como había hecho de muchacho, se-
guía cantando; pero ahora con mayor dedicación.
62 Era costumbre por aquellos lares cantar en los velorios de Cruz de
Mayo. Alguien levantaba un altar en su casa con una cruz adornada en el 63
centro e invitaba a los cantores. Desde temprano comenzaban a cantar
los aficionados, pero la verdadera emoción llegaba más tarde. Después
de medianoche se presentaban los cantadores de galerón que se picaban
en interminables contrapunteos. Era muy emocionante. También lo ha-
cían en otras fechas del año; le cantaban a San Antonio, a Santomocho,
a la Virgen del Valle, o a cualquier santo de devoción popular.
Rafael había asistido desde muy joven a esos velorios y a medida
que pasaba el tiempo se aficionaba más al canto. Él contaba con el apo-
yo de Apolinar Tineo, un primo reconocido como gran cantor y poeta,

..................... V -
que siempre le componía décimas y que una vez le había dicho:
—Primo, a ti te gusta mucho cantar y tienes buena voz, ¿por qué no
aprendes más? Yo estoy dispuesto a enseñarte.
—Gracias, primo —había respondido el soberbio joven—; pero, ya
me sé muchas décimas.
Rafael consideraba que ya sabía suficiente, no así Apolinar que in-
sistió:
—¡Qué ingenuo eres, muchacho! Con lo poco que sabes, cualquiera
te pone en ridículo en cualquier momento.
Rafael había sonreído sin decir nada. Con lo que sabía ya se había
lucido más de una vez. Siempre había ganado fácilmente en cada uno de
los compromisos que había afrontado.
.......
Ganar en canto de galerón es dejar al contrario sin respuestas ni ar-
gumentos. Se debe cantar en décimas, haciendo preguntas que van sien-
do contestadas, también en décimas. Se puede tratar cualquier tema: la
edad media, política, aritmética, geografía universal, el Antiguo Testa-
mento, temas de actualidad, el origen del hombre... no hay límites. Si
alguien hace una pregunta que no es contestada por el oponente, debe,
entonces, dar la respuesta adecuada para ser declarado ganador. En los
velorios, por lo general, son cuatro, cinco o más cantores. En esos ca-
sos se designan unos jueces que van eliminando a los que pierden; bien
por no contestar alguna pregunta, o porque su décima no estuvo bien
versada. Así van saliendo hasta que queda un ganador.
.......
Poco tiempo después de la conversación con Apolinar, Rafael fue
derrotado por un muchacho a quien él había vencido anteriormente.
Baudilio sí había aprendido más. Rafael se fue a casa de su primo y le
pidió ayuda, este le recriminó:
—Se lo dije, primo... le dije que cuando menos creyera lo iban a em-
bromar —terminó, riendo.
—¡Pero ahora no! —le respondió, también sonriendo— porque lo
voy a aprender todo.
—¿Todo?, nadie sabe “todo”. Pero si estás preparado, yo estoy
dispuesto a ayudarte.
Y desde entonces se dedicó a aprender y a prepararse para no ser
embromado de nuevo. Apolinar le había dicho que, así como se hacían
contrapunteos limpios y decentes, también los había mañosos; en los
cuales se aplicaba la magia negra. Por eso, además de muchísimas déci-
mas, también le enseñó la forma de contrarrestar esos versos que dejan
paralizado a quien van dirigidos. Y así, si llegara a presentarse la situa-
.....................

ción, estaría preparado para defenderse. Cuando se enfrentó de nuevo a


Baudilio, lo venció sin mucho esfuerzo.
Todo eso estaba muy bien, ya Rafael estaba mejor preparado y más
seguro para cantar donde fuera. Pero, ¿qué ganaba él con eso? Además
de su propia satisfacción, nada. Quizás, complacer a sus amigos; que lo
acompañaban a los velorios y comían y bebían gratis por el solo hecho
de andar con él. Pero eso era ya parte de su existencia... como la lucha
política en la cual se mantenía, siempre arriesgando su libertad y hasta la
vida. Yo no podía estar contenta con eso; porque, entre los velorios, que
eran casi todos los fines de semana, y las reuniones y misiones del parti-
do, no eran muchos los días que pasaba con su familia.
.......
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

Así como la dictadura perezjimenista se hacía más severa, nuestra


NOTAS

situación económica empeoraba. Rafael debió, inclusive, sembrar maíz,


ocumo chino o lo que fuera, para procurar el sustento de su familia. Mamá
y papá, que se habían mudado cerca de mi casa, nos ayudaban en lo que
64 podían. Igual que mi hermana Yeyita, que se había casado allá y tenía su
familia; fue un grandísimo apoyo para mí mientras Rafael no estaba tra- 65
bajando. Yo, por supuesto, hacía todo lo que podía hacer, y Carmelo,
como era el mayor y era varón, salía a venderlo. Me ayudaba también
con la máquina de coser que tenía; incluso tuve que lavar y planchar aje-
no. En ese tiempo no había cómo evitar los hijos, y uno recibía los que
Dios les mandara; así, el veinticuatro de marzo de 1955 nos bendijo con
otra dulce y preciosa criatura, a la que le pusimos por nombre Verónica
Almida.
En el marco de nuestra crítica situación, Rafael recibió la noticia de
que su papá se encontraba bastante enfermo. Tuvo que traérselo para la

..................... V -
casa. Ya estaba totalmente ciego y cada vez se ponía peor, hasta que
cogió cama. Lo llevaba al hospital, pero no le hacían nada. Ya estaba
muy mayor —tenía más de noventa años—, y un día murió; en los peo-
res días que pasamos. La muerte de un padre es muy dolorosa; pero,
cuando no se tiene ni para enterrarlo, el pesar toma visos de tragedia.
La bebé ya tenía seis meses, pero no podía estar en la casa porque
estaban velando al señor Parico. Se la llevé a mamá, y yo la iba a ama-
mantar regularmente.
Buscando fiado y prestado, Rafael pudo enterrar a su papá. El cor-
tejo salía como a las cuatro de la tarde, yo me fui a buscar a mi mucha-
cha un poco antes. Mamá me recibió en su casa con la noticia de que la
niña tenía fiebre y que le sonaba el pechito. Intenté amamantarla, pero no
quiso; en verdad estaba malita. Me la llevé para mi casa, no sabía qué
hacer; Rafael estaba para el cementerio y yo ni siquiera tenía el real nece-
sario para agarrar el carrito, así que comencé a caminar hacia el hospital,
que quedaba a unos cuantos kilómetros.
Yeyita, una de mis dos hermanas, que estaba por dar a luz, venía de
su casa, que no quedaba muy lejos. Al verme salir con Verónica en bra-
zos, comenzó a seguirme tratando de detenerme. Pero yo no oía nada,
solo quería llegar donde hubiera un médico. En la puerta del hospital fue
cuando pudo alcanzarme, traía en sus manos los tres bolívares que hu-
biesen servido para pagar un libre. Entramos al hospital y nos dijeron
que no había médico.
—¡No es posible! —sollocé—. ¿Cómo no va a haber un médico en
un hospital?... ¡acaso van a dejar morir a mi hija de mengua!
Una enfermera que me vio llorando y desesperada me dijo:
—Mire, señora; el que está de guardia es el doctor Rodríguez; pero
está en casa del doctor Martínez tomando los miaos del hijo que le acaba
de nacer.
“¿Qué puedo hacer, Dios mío?, la niña casi no puede respirar, cada
vez se ve peor” —pensaba—. Yeyita parecía leer mis pensamientos.
—Yo sé dónde vive un médico amigo de Pablo —me dijo—, estoy
segura de que te la va a atender; yo me arreglo con él para pagarle des-
pués.
Y nos fuimos, pero al llegar a la casa del doctor nos dijeron que esta-
ba para el cine. Recorrimos entonces los dos cines que había en Caripito
sin éxito, no encontramos al doctor. Ya eran las diez de la noche y está-
bamos muy lejos de la casa. No sabíamos qué más hacer, pero Dios no
abandona a los necesitados. Íbamos Yeyita y yo caminando sin rumbo
cuando pasó una camioneta. El chofer, que vio a una señora casi por dar
a luz y a otra llorando con una niña en sus brazos, se detuvo.
—¿Puedo ayudarlas, señoras? —preguntó.
—Señor —comenté tratando de contener las lágrimas—, mi hija se
.....................

me está muriendo y no he encontrado a un médico que la vea.


—¿Fue al hospital de la compañía? —me interrogó; y al escuchar mi
negativa, nos dijo—: Entonces móntense, yo las llevo.
También resultó infructuoso. Antes de que las monjas comenzaran a
administrar el hospital de la petrolera, allí se atendía cualquier caso de
emergencia, pero ahora era demasiado estricto. No logramos conmover
a los vigilantes. Tampoco encontramos a ninguno de los médicos que
vivían dentro del campo, el día siguiente era día de fiesta.
Ya no había más alternativas. Pero el bondadoso señor que tanto
nos había ayudado, y de quien no supe ni siquiera su nombre, planteó:
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

—Bueno, ya no podemos hacer nada más, señora; pero, aunque no


soy médico, creo que la niña tiene una infección. Póngale una inyección
de terramicina hasta que consiga quien se la vea.
NOTAS

Ya era más de medianoche cuando llegué a la casa, Rafael estaba


angustiadísimo. A esa hora salió y consiguió la terramicina en la bodega
de un amigo, quien se vino hasta la casa con él para inyectar a la niña. El
66 día siguiente, continuamos inyectándola. Yo estaba pendiente de llevarla
al hospital, pero ya se veía mejor; y si no la habían atendido el día ante- 67
rior, menos lo harían un Día de la Raza.
Verónica amaneció el segundo día con fiebre altísima. Me fui al hos-
pital, donde ahora sí había un doctor.
—Tiene mucha fiebre —le comenté mientras este la auscultaba.
El médico ordenó a la enfermera que le tomara la temperatura: cua-
renta y medio.
—Métala debajo del chorro —dijo a la enfermera con voz trepidan-
te; y luego se dirigió a mí, casi gritando—. ¡Ahora es cuando usted trae a

..................... V -
su hija, cuando ve que se está muriendo!
Yo quería hablar, pero él no lo permitía.
—¡Por eso es que se mueren tantos niños, señora —continuó rega-
ñándome—, por tener madres insensatas como usted!
No era fácil dominarse, pero intenté explicarle:
—Doctor, cuando le vi los primeros síntomas, la traje para el hospi-
tal, pero no había médico...
—¡Mentirosa! —me interrumpió, ahora sí, gritando a lo que daba su
voz—. Aquí nunca falta el médico de guardia.
En ese momento no pude contener mi rabia.
—¡Por supuesto!, pero cuando vine antier por la tarde, la enfermera
me dijo que el que estaba de guardia era el doctor Rodríguez; y que esta-
ba bebiéndole los miaos al doctor Martínez.
—¡Embustera! ¡Calumniadora...!
Dio un golpe tan fuerte en el escritorio que todo cayó al suelo. Se
abalanzó sobre mí.
—Debería cachetearla —amenazó, alzando su mano—. Mejor aga-
rre su muchacha y se me larga; antes de que sea capaz de cualquier cosa.
Ya la niña se veía un poco mejor, la habían inyectado y la fiebre co-
menzaba a ceder. Cuando iba saliendo el portero me detuvo.
—Señora, ¡usted sí es sortaria! —comentó—. Con todo lo que le
dijo al doctor... ¡y la deja ir así!
Yo no supe qué me quería decir. Pero después me enteré a qué se
refería. Ese doctor era el mismo Rodríguez que debía haber estado de
guardia y que, además, era el director del hospital. Que había cacheteado
o mandado presa a más de una mujer... por bastante menos que eso.
Las noches siguientes, después de las velaciones, Rafael salía con
un periódico debajo del brazo; nadie sabía para qué. Tampoco sabía-
mos que en el periódico llevaba un tubo con el cual pensaba cobrar las
ofensas del patán ese, al que esperaba cada noche en la puerta del hospi-
tal. Cuando sus compañeros de partido se dieron cuenta de lo que inten-
taba, le dijeron que estaba buscando su muerte, que no valía la pena; y lo
hicieron desistir. El doctor Rodríguez era agente de la Seguridad Nacio-
nal. Con la futura caída de la dictadura, ese infeliz médico deberá salir de
Caripito junto con sus secuaces, huyendo de un linchamiento por parte
de las víctimas de sus abusos y humillaciones.
.......
Los meses sucesivos no trajeron grandes cambios, aunque Rafael
trabajaba más regularmente y yo ayudaba haciendo hallacas, dulces o cual-
quier cosa que se pudiera vender. Carmelo y Aracelis ya iban a la escue-
.....................

la, Delia aprendía a sumar y a restar con papá; las otras estaban muy
pequeñitas. Ya yo tenía treinta años cuando la cigüeña nos visitó de nue-
vo. En el caluroso mes de marzo de 1957, el día trece exactamente, reci-
bimos con la misma emoción del primer hijo a la quinta niña seguida que
nos regalaba Dios: la preciosa Marilda del Valle se presentó puntual a su
cita. Pero unos meses más tarde tuvimos una pérdida muy grande, la muerte
de mi hermano Freddy, de doce años. Eso fue una gran tragedia; a mamá
y a papá se los llevaron para Caracas porque no resistieron el dolor de
quedarse ahí. Para mí, entonces, fue una doble pérdida: además de la de
mi hermanito, que era como mi hijo, ya no tenía a mis padres cerca. Bue-
no, el apoyo de Yeyita seguía ahí; ahí estaba ella, principalmente cuando
me enfermaba yo o alguno de mis hijos.
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Rafael repartía su tiempo entre los gallos, sus peligrosas misiones


políticas y el canto de galerón. Ya había alcanzado renombre como can-
tor de altos quilates. A tal punto, que por esos días se celebró un velorio
NOTAS

en el Club Social Bolívar donde iban a competir varios estados y Rafael


fue invitado en representación de Monagas. Cantaron toda la noche. A
las cinco de la mañana, Rafael fue sacado en hombros del Club. Había
68 derrotado a los mejores cantadores de galerón del país.
Él recibía invitaciones para cantar en los velorios de los pueblos cer- 69
canos casi todos los fines de semana y, aunque muchas veces decía no
aceptarlas, siempre terminaba asistiendo; sus amigos lo convencían. Así
podían ir a verlo cantar y ¡a beber y comer a sus expensas!
Una vez llegó hasta la casa un ganadero que estaba organizando un
velorio para el sábado siguiente, y dejó una invitación para Rafael. Cuan-
do volvió por la respuesta le dije:
—Mi esposo dejó dicho que no iba a poder ir.
Sus amigos le habían recomendado que no fuera ya que ese lugar era

..................... V -
muy peligroso; que todo el mundo andaba armado y que cuando se ha-
cían fiestas, siempre salía por lo menos uno cortado. El viernes siguiente
volvió el señor y esperó a que Rafael llegara. Habló con él y logró con-
vencerlo, no le fue nada difícil.
—Bueno, mañana vengo a buscarlo —había dicho al despedirse—.
Dígame cuántos van a venir con usted para saber qué carro traigo.
Rafael le respondió que no sabía, pero que estaba seguro que serían
unos cuantos.
Desde esa misma noche, Rafael comenzó a notificar a sus amigos
del velorio que habría el día siguiente, pero solo obtuvo negativas y ex-
cusas. Otros, más sinceros, le dijeron que ellos no irían y que le reco-
mendaban que él tampoco fuera.
—Ya yo di mi palabra —contestaba al que se lo planteara—; aunque
sea solo, ¡sí voy a ir!
Al llegar la ranchera que el señor había mandado, solo una persona
acompañaba a Rafael: el maestro Marsella, un señor muy mayor, casi un
anciano. Se fueron los dos sin más compañía a ese peligroso lugar don-
de se llevaría a cabo el velorio.
Rafael volvió a la casa el domingo al mediodía. Venía acompañado
por el señor Marsella y por el hacendado que lo traía en su propio carro.
Cuando se despidieron, me contó que le había ido de maravillas; que se
esmeraron en atenderlo; que había sido un canto amistoso, sin ganador
ni perdedor; que todo había estado muy bien organizado...
Pero yo conocía bien a Rafael, y sabía que detrás de todo ese entu-
siasmo había algo más. No le hice ningún comentario. Luego lo vi entrar
al cuarto y salir con una gran caja que contenía su “material de canto”,
como él lo llamaba. Se fue al fondo de la casa y ¡le pegó candela!
Ese material era un tesoro para Rafael; era parte de su vida. Lo había
recopilado a lo largo de los años; en buena parte, aportado por su maes-
tro Apolinar y el resto sacado de largas horas de investigación y estudio.
Regularmente clasificaba y ordenaba las décimas para facilitar su consul-
ta antes de los eventos en que iba a participar. Eventualmente, yo lo ayu-
daba a clasificar sus escritos y cuando se ponía a escribir sus décimas,
siempre me planteaba alguna duda acerca de una frase o algo por el esti-
lo, ya que a mí también me gustaba la poesía. Eso sí, no permitía que
nadie curioseara su material.
Yo no comprendía qué podía motivarlo a deshacerse de lo que apre-
ciaba tanto, pero tampoco me atreví a preguntarle. Poco después, con el
alma desencajada, estalló. En ese momento fue que me enteré de que sus
amigos no lo habían acompañado y el porqué. Rafael era amigo de los
amigos en cualquier circunstancia y no concebía que ellos lo hubieran
dejado a su suerte... “porque era peligroso”.
—Se acabó, Delia —me dijo entonces, con la determinación de quien
.....................

ha sufrido un grave desengaño—. Nada de velorios ni galerones. ¡Vamos


a ver con quien carajo van a beber aguardiente y a comer gratis ahora...!
A mí no me disgustaba el que se hubiera terminado, ya que con eso
lo que conseguía eran trasnochos y días de parranda... que le quitaba a
su familia. Pero ahora, al verlo tan dolido, no podía sino sentirlo por él; y
por mí, recordando el orgullo que me daba cada vez que me contaba de
sus triunfos o cuando se presentaba en un buen evento. Tiempo des-
pués, con el sentimiento de un hombre noble que no sabía de traiciones,
recordaba y repetía:
—¿Sabes quién me acompañó, Delia? ¡El viejito Marsella!».

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DELIA FARÍAS DE BERBÍN

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..
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NOTAS

70
71
VI -
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..................... VI -
«Rafael sufrió muchas desilusiones a lo largo de su vida. Concebía
la amistad como un algo casi sagrado, por lo que su solidaridad e incon-
dicionalidad eran proverbiales. Pero también contó con amigos de ver-
dad, hombres que arriesgaban el pellejo por él, de la misma forma que él
lo hacía por ellos. En esos tiempos de lucha la vida podía valer tanto
como la palabra de un compañero.
Nosotros, por nuestra parte, en esos últimos tiempos, teníamos dos
clases de vida: los meses en los que Rafael trabajaba, no solo contába-
mos con la quincena que nos garantizaba el sustento, sino que teníamos
seguro y podíamos ir a todas las clínicas de la compañía, que eran muy
eficientes en todo; pero, apenas se terminaba la contrata donde él traba-
jaba, se acababa todo eso. Ahí empezaba nuestro calvario, porque, ade-
más de la difícil procura del día a día, cuando se enfermaba uno o algu-
no de mis hijos, lo único que había era el hospital del gobierno, que era
de lo peor que podía existir; además, me quedaba a unos cuantos kiló-
metros de distancia. Mi intención no es la de ponerme de víctima, solo
que yo dije que iba a escribir gran parte de mi vida; y no voy poniendo ni
la cuarta parte de lo que viví.
Dura lucha. La nuestra, de Rafael y mía, que como padres nos es-
forzábamos en sobrellevar la carga de la familia; y la otra, la de Rafael y
sus compañeros intentando cambiar la suerte del país. Hombres de idea-
les y principios enfrentados a un poder que agobiaba, perseguía y mata-
ba. Diez largos años de sacrificios en pro de una causa que por momen-
tos parecía perdida. Pero la justicia siempre halla sus cauces, y así lo
haría con Venezuela.
El quince de diciembre de 1957 se celebró un plebiscito, para apro-
bar o no la permanencia de Pérez Jiménez en el poder por cinco años
más. Se debía depositar en las urnas una tarjeta azul para que el dictador
permaneciera al frente del gobierno, o una roja para llamar a nuevas eleccio-
nes. Rafael y los suyos habían puesto nuevas esperanzas en este acto.
Pero sabían que no iba a ser fácil y que tenían que prepararse. La oposi-
ción imprimió y repartió clandestinamente tarjetas rojas con el propósito
de evitar que la población pudiera ser presionada. Sabían que el día de
las elecciones los miembros de la Seguridad Nacional asignados a cada
mesa de votación “solicitarían”, como en efecto hicieron posteriormen-
te, que quienes salieran del centro de votación les mostraran la tarjeta que
no habían depositado. Se enseñaría, entonces, la roja recibida de la clandes-
tinidad, evitando las peligrosas consecuencias.
Nuevo fraude. El gobierno se atribuyó un triunfo que, todo el mundo
supo, nunca existió. El descontento era generalizado, la tensión iba en
aumento. Nos reuníamos a escuchar las noticias por radio, las emisoras
clandestinas radiaban los avances del movimiento. El primero de enero
estalló una sublevación militar en Maracay, que fue sofocada; pero que
aumentó el malestar en los cuarteles. Los días siguientes fueron de zozo-
bra y expectativa; los rumores de golpe militar se hacían cada vez más
frecuentes. Finalmente, la madrugada del veintitrés de enero de 1958, huyó
el dictador, y se inició una nueva era en la vida política venezolana.
.......
.....................

Con el nuevo gobierno democrático en manos de una Junta Cívico-


militar ya podíamos respirar tranquilos: no más persecuciones, no más
noches en vela; pero nuestra situación económica no cambiaba. Otra
decepción. Yo pensaba que con todo lo que había trabajado Rafael por
esa causa, sería uno de los primeros que sería tomado en cuenta; pero
no fue así. Lo que vino después fueron reuniones y más reuniones. Casi
todas las noches, cuando llegaba, me decía que ¡ahora sí...!, que ¡la se-
mana que viene...! Y así demoró casi un año, que se dice rapidito, pero
en la situación en que yo estaba no se pasaba tan rapidito; más bien los
días se hacían interminables. Mucho más, cuando uno había pasado tanto
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

tiempo esperando por una solución que ya había llegado. Lo que pasa es
que hay veces en que la misma situación no lo deja razonar a uno; por-
que había caído el gobierno, sí, pero el nuevo no se había estabilizado.
NOTAS

Así pasaron muchos meses.


Entrado el mes de noviembre, Rafael fue nombrado Comandante de
la Policía de Caripito. Pero como, para variar, estaba la cigüeña presente
72 siempre, el dos de diciembre de 1958 se presentó con un hermoso varón
al que estábamos esperando desde hacía mucho tiempo; porque el otro 73
varoncito, Carmelo, ya tenía doce años. A ese niñito le pusimos Rafael
Antonio; por primera vez fui asistida por una enfermera en las labores de
parto. Como verán, la familia crecía cada día más; pero ya eran otros
cantares: ya se podía contar con una quincena fija. Bueno, Rafael estuvo
un tiempo en la comandancia de policía de Caripito, casi un año; des-
pués fue nombrado Prefecto de Quiriquire, un pequeño pueblo al sur de
donde vivíamos.

..................... VI -
La vida transcurría plácida, en la conciencia de que el futuro de la
familia se veía más alentador. Ya había sido elegido por votación popular
el nuevo gobierno. Don Rómulo Betancourt era ahora el presidente de
todos los venezolanos; ese hombre a quien Rafael admiraba tanto y por
quien lo vi asomar lágrimas en el momento en que había vuelto del exilio.
Más de dos años estuvo Rafael en Quiriquire, tiempo durante el cual solo
nos reuníamos los fines de semana; en ese lapso, el treinta de junio de
1960, tuvo la oportunidad de acompañarme en el nacimiento de su tercer
hijo varón, Manuel Andrés. Esta vez fui asistida por una señora a quien
debí pagar cuatro bolívares.
.......
Tucupita es la capital del, para entonces, Territorio Federal Delta
Amacuro; allí fue enviado Rafael como Comandante de Policía. Solo
dos meses estuvo en el puesto, ya que nuevas obligaciones lo reclama-
ban; de nuevo como Prefecto, pero esta vez de un pueblo perdido en el
Delta del Orinoco llamado Pedernales. El progreso apenas tocaba a aque-
llas regiones de la mano de las compañías petroleras que explotaban los
yacimientos cercanos. Yo estaba muy feliz porque la familia se iba a vol-
ver a reunir, íbamos a estar todos juntos. Un día nos vimos en un avión
rumbo al aeropuerto —si se puede llamar así— de Capure. Allá llegamos
un dieciséis de diciembre del año sesenta y uno. Ahí mismo estaba el río
en el que había una cantidad de lanchas de todo tamaño; ese era el medio
de transporte que había ahí. Aunque no lo demostré, me sentí mal. Nun-
ca le había tenido confianza a ese tipo de transporte, y mucho menos
con ese poco de muchachos, eran ocho ya. Menos mal que ahí nos esta-
ba esperando la lancha de la jefatura, que era más grande y más segura.
Al otro lado, un gran muelle, muchos paisajes; no había carro, una
que otra bicicleta y muchos indios en sus canoas bajando la mercancía
que venían a vender. A pesar de todo, era muy bonito. Nos alojamos
primero en lo que había sido un hotel y que ahora era una mansión aban-
donada; en sus habitaciones se podían encontrar muebles deteriorados y
tétricos maniquíes cubiertos con sábanas. Pero no estuvimos allí por mu-
cho tiempo, ya que posteriormente nos fue “acondicionada” la estructu-
ra que había albergado el dispensario y que sería nuestro hogar por casi
tres años. Nos cayó buenísimo, porque en la isla había muchísimos zan-
cudos y este estaba forrado todo con tela metálica; menos en el área de
la cocina.
Ahí nos establecimos y nos organizamos. A Carmelo, de quince años,
lo enviamos a estudiar bachillerato en Puerto Cabello, con mi hermano
Ricardo; Aracelis también debía continuar sus estudios, por lo que la en-
viamos a Caracas, donde pudo hacerlo de la mano de mamá, que se ha-
bía mudado para la capital. Delia, Elinor y Verónica estudiaban en la es-
cuela local. No habían transcurrido dos años cuando aportamos nuestra
colaboración al incremento de la población de la isla; el nuevo habitante
era varón y se llamaba Rómulo Ascensión, nos llegó el treinta y uno de
mayo de 1962. A pesar de no haber las comodidades que había en otros
pueblos, vivíamos tranquilos. Ahí todo el mundo nos respetaba, no solo
.....................

por ser la familia del Jefe Civil; sino que eran gente muy buena.
.......
Pedernales era un pueblo de apenas seis cuadras, con una gran po-
blación de indios waraos. Se alumbraba con una planta eléctrica que se
encendía solamente pocas horas en la noche. Siendo una isla de regular
tamaño, solo estaba habitada en el extremo noreste, el resto era selva
tupida. Sus únicas vías de acceso eran a través del río o en avioneta, que
aterrizaba en la vecina isla de Capure. Vivir allí era aislarse.
En una ocasión, la planta eléctrica falló y estuvo sin funcionar por
seis meses. Debido a la total oscuridad de aquellas noches un tigre, pro-
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

veniente de las selvas que rodeaban al pueblo, comenzó a merodear. Azotó


los gallineros y posteriormente hasta intentó entrar a algunas casas. Ra-
fael recibía las quejas de vecinos que veían en peligro la vida de sus fa-
NOTAS

milias. Organizó a sus hombres y le montó cacería. Todas las noches lo


esperaban, bien armados, en los lugares donde antes había estado; pero
no volvió.
74 Cuando se creía que el animal había tomado otros rumbos, apareció
de nuevo; esta vez fue visto merodeando los alrededores de la misma 75
prefectura. Rafael ordenó a los dos policías que lo acompañaban que
mantuvieran prudencial distancia por si atacaba, ya que él lo iba a matar.
Hizo esto porque había tenido experiencias no muy positivas con
sus compañeros de caza. Una vez había salido de cacería con unos ami-
gos y cuando estos creyeron que una fiera los acechaba, todos corrie-
ron; todos menos Quellito, mi hermano que para entonces contaba ca-
torce años y que fue el único en respaldarlo en esa supuesta situación de

..................... VI -
peligro. Digo supuesta porque al llegar al sitio donde estaba la perra ca-
zadora que gemía y aullaba como si estuviera siendo atacada, verificaron
que era por unas espinas que se le habían clavado en una oreja.
Por eso ahora prefería ir solo. Podía confiar en su legendaria punte-
ría que le permitía disparar a cualquier blanco desde una lancha rápida
en movimiento, como solía hacer, y no fallar el tiro. Se enfrentó al tigre y,
de un certero disparo, lo mató. La hazaña fue publicada en el periódico
del Delta.
Quien no haya conocido a Rafael puede pensar que muchas de estas
narraciones son fábulas o exageraciones, pero cualquier cosa que se pueda
decir acerca de su coraje y arrojo se queda corto. Rafael no temía a nada.
.......
Así vivíamos, así transcurrieron los meses y así, el veinte de no-
viembre de 1963, nos llegó Anselia del Valle, que con su angelical sonrisa
vendría a recordarnos que la vida es para vivirla y disfrutarla. Y eso ha-
cíamos, dentro de las limitaciones propias de aquel ambiente; podíamos
admirar una buena película mexicana en el cine o disfrutar las celebracio-
nes de Cruz de Mayo o Carnaval. En Semana Santa asistíamos, sin falta,
a las misas del padre Basilio; y en diciembre: hallacas, Niño Jesús, es-
trenos...
Por supuesto, no todo era color de rosas. El panorama político era
aún tenso; el mismo presidente Betancourt había sufrido en Caracas un
atentado contra su vida. En esa apartada región también existían enfren-
tamientos; Rafael tenía sus enemigos y debía estar ojo avizor. Se mante-
nía alerta en situaciones sospechosas, por inofensivas que parecieran. Y,
aunque por ser la familia principal de la isla, éramos respetados y apre-
ciados, Rafael instruía a sus hijos para que supieran defenderse. Carmelo
y Aracelis, que siempre nos visitaban; y Delia, que estaba con nosotros,
ya podían disparar una escopeta.
En marzo de 1964 tomó posesión el presidente que habíamos elegi-
do en diciembre, el doctor Raúl Leoni. Poco después Rafael fue requeri-
do en Caracas por lo que se tuvo que ir, llevándose consigo al pequeño
Rafael; debía ejercer funciones de escolta presidencial. Al llegar allá acordó
con Yeyita y Pablo nuestra estadía conjunta en un amplísimo apartamen-
to. Cuatro meses después nos mudamos todos a esa gran ciudad, en la
cual yo había estado solo una vez, cuando tuve que recluir en el Hospital
de Niños a Rafaelito, que casi se me moría de difteria con menos de dos
añitos.
La vida era ahora completamente diferente. Agua corriente, electrici-
dad ¡todo el día! y hasta televisión. Todo era enorme y distante; el frío
nocturno calaba hasta los huesos, pero era preferible a los calurosos días
plagados de zancudos. No tardé mucho en habituarme a mi ciudad
adoptiva... en la cual recibí la noticia de mi embarazo y rubéola simultá-
neos.
Pedí al doctor José Gregorio Hernández y al Corazón de Jesús por
.....................

la salud y feliz alumbramiento del que sería mi último hijo. Al momento


del parto en el Hospital Clínico Universitario hubo muchas complicacio-
nes; tantas, que casi se me muere y casi me muero. Pero gracias a Dios,
el veinte de octubre de 1965 pude dar a luz a un bello bebé al que llama-
mos José Jesús.
Rafael se convirtió en hombre de confianza del Presidente, al punto
de que un día el doctor Leoni le preguntó:
—Caraballo —así lo llamaba el Presidente—, ¿cuántos hijos tienes
tú?
—Once, Presidente —había respondido con extrañeza.
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

—Pues ahora tienes cuatro más, que son los míos —le diría con la
cordialidad de quien se siente en familia—. ¡Y no les escatimes un buen
regaño cuando sea necesario!
NOTAS

Rafael estuvo con el Presidente los cinco años de su mandato. Lo


acompañaba a donde fuera; en sus recorridos por el interior del país, en
sus viajes al exterior o en sus frecuentes estadías en la hacienda familiar
76 de Puepa, en el estado Bolívar. En una ocasión se enfermó José Jesús
estando él allá, y doña Menca lo envió a Caracas en su avión particular. 77
1968 era año de elecciones y Rafael compartía sus responsabilida-
des para con el Presidente con la campaña presidencial del doctor Ba-
rrios. Su más rica producción poética surgió en esas fechas, y está reco-
gida en la obra póstuma «Familia y Democracia ». Aconteció
la división del partido con la consecuente derrota electoral. De nuevo en
la oposición, pero ahora democrática.
A partir de entonces se sucedieron triunfos y derrotas, alegrías y frus-

..................... VI -
traciones. Desengaños que llevaron a Rafael a distanciarse de la política,
pero esa es otra historia...».
.......
... Y mamá dio por terminado su relato; aunque bien pudo haberse
extendido en la narración de sus vivencias... y de las nuestras. Contan-
do lo maravilloso que fueron esos días de nuestra infancia y adolescen-
cia, en los cuales nunca dejamos de disfrutar la hermosísima experien-
cia de pertenecer a una familia numerosa.
Mamá, papá y once muchachos. Frecuentemente salíamos todos a
cualquier parte. Podíamos ir a la playa, a Macuto o a Los Caracas, con
su riíto; a El Junquito, a montar caballos y pasar un día de juegos y
esparcimiento; al Parque del Este, recién inaugurado, donde nos sen-
tíamos a nuestras anchas. Casi todos los fines de semana visitábamos a
mama-vieja en su casa de «La Unidad». Cada vez que podíamos íba-
mos a Puerto Cabello y luego a Borburata, cuando los abuelos se mu-
daron para allá.
Podría contar también del profundo amor y la incondicional solida-
ridad que se profesaban ella y papá. De los momentos vividos en la
traumática crianza de unos cuantos adolescentes con la cabeza calien-
te, como diría papá. De las que seguramente tuvieron que pasar para
que nunca nos faltara en diciembre nuestros estrenos y nuestro Niño
Jesús; no debió haber sido fácil.
Pero lo que su modestia no le permitió manifestar, por lo que nos
corresponde a nosotros hacerlo, fue del privilegio que significó haber
tenido una madre de lujo, que supo administrar su amor para que nun-
ca le faltara a cada uno de sus once hijos. Para que la tuviéramos, como
la tuvimos, a nuestro lado cada vez que la necesitamos, sin tener que
pedírselo. Una vez le preguntaron cómo hacía para compartir su amor
entre sus hijos, a lo que respondió que cada vez que le había nacido un
hijo, nacía un nuevo amor; no tenía por qué compartirlo.
Esa madre, que nunca escatimó sacrificios por el bienestar de su
familia, fue también la hija que adoró y honró a sus padres con fervor
religioso, y fue la hermana que a lo largo de su existencia jamás conoció
de diferencias o rencores; para quien la hermandad siempre fue unidad,
solidaridad y cariñosa armonía. Fue la abuela que no se conformó con
ver crecer a sus nietos, sino que estuvo presente en cada uno de los
partos de sus hijas y en muchos de sus nueras; amó a sus nietos como si
fueran sus hijos. Y fue la esposa que supo entregar todo su amor y com-
prensión al hombre que la ayudó a hacerse mujer; con quien vivió todas
las vicisitudes narradas en estas NOTAS, y a quien tuvo que despedir
una mala noche de noviembre de 1983.
Años después, mamá recuerda ese día:
.....................
NOTAS
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

78
79
VII -
..
..
..
.

..................... VII -
«Voy a empezar por referir que de un momento a otro yo comencé a
tener problemas con la tensión: se me bajaba, se me subía, y cada rato
estaba en el médico. Recomendaron que hubiera un tensiómetro en la
casa y así se hizo. Mis hijas me tomaban la tensión todos los días y tam-
bién se la tomaban a su papá; y él, al contrario de lo que pasaba conmi-
go, siempre la tenía en doce-ocho. Así fue por mucho tiempo. Para él
siempre era el mismo resultado; lo que llamaba la atención, porque a los
demás nos variaba, a él no. Lo único que le daba a veces era un cólico
que él mismo se curaba con unas goticas que solo él manejaba, y uno ni
sabía dónde las tenía. Quiero decir con esto que, a diferencia de mí, que
siempre me la pasaba enferma, él nunca se enfermaba.
.......
Un día en que a mí se me había roto la prótesis dental me dijo que
se la diera para llevársela a Carlos Cabrera, que vivía en La Pastora y que
fue quien me la hizo. Le preguntó a Delia Jesús si le prestaba el carro
para hacer una diligencia; y ella le dijo que por supuesto que sí. Sin em-
bargo, cuando se percató, la llave seguía en la mesita en la que la había
dejado; Rafael se había ido a pie. Nosotras estábamos un poco preocu-
padas porque había tardado mucho; ya había pasado la hora del almuer-
zo y él era muy puntual con la hora de la comida. Al llegar, le pregunta-
mos por qué no se había llevado el carro.
—Porque yo necesito hacer ejercicio; vean que ni el ascensor espe-
ré. ¡Ustedes no hacen eso!
Después nos echó el cuento de por qué se había demorado: Carlos
quería que dejara la prótesis y la fuera a buscar al día siguiente, porque
tenía mucho trabajo. Papá le dijo entonces:
—Empieza a trabajar, porque yo no me voy de aquí hasta que no
esté lista. ¡Yo no le voy a llegar a mi novia sin eso!
Luego almorzamos y nos sentamos todos a hablar. Ese día, cuatro
de noviembre, Aracelis estaba cumpliendo años y, ¡por supuesto que íba-
mos para allá! Pero cuando él notó que Delia estaba muy mal del pecho y
yo también tenía gripe, decidió:
—Hoy no vamos para Los Teques, con ese frío que está haciendo
allá arriba. ¡Lo siento por la hija mía!... Pero, eso sí, mañana, bien tem-
pranito, le llegamos a su casa.
Eso lo dijo en la tardecita. Después de cenar, ya estaba acostado en
el cuarto viendo por televisión y escuchando por radio un juego del Maga-
llanes. Yo estaba con él. Cuando iba a empezar la novela de las nueve,
me dijo:
—Si quieres te vas a verla con tus hijas en la sala, que yo voy a termi-
nar de ver el juego.
Así lo hice. Me puse a pelar una naranja y fui a llevarle media; al rato
salió con las conchas hasta la cocina y se paró en la sala:
.....................

—¡Acuérdense que bien temprano vamos para Los Teques!


Luego volvió al cuarto. Poco después, Marilda entró para pedirle la
bendición, pero lo vio dormido; yo entré enseguida y pensé lo mismo.
No quise prender la luz para no despertarlo y, con lo que alumbraba el
televisor, que estaba prendido sin volumen, me dispuse a cambiarme de
ropa sin hacer ruido. Pero algo me hizo voltear y me di cuenta de lo que
pasaba... el dolor que sentí en ese momento no lo puedo describir; pero
supe que mi mundo se derrumbaba».
.......
Transcurridos veinte años desde esa trágica noche, ya el dolor se
había asimilado, convirtiéndose en resignación. Transcurridos veinte
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

años, mi madre había adquirido la fortaleza emocional y la sabiduría


que solo alcanzan los seres de nobleza excepcional. Transcurridos vein-
te años, mamá quiso manifestar lo que sentía en esos días y le escribió
NOTAS

a papá:

80
81
VIII -
..
..
..
.
«Rafael, ¿acaso es verdad que tengo tanto tiempo sin verte?... no me
parece. Debe ser que, como te tengo todo el tiempo en mi pensamiento,
siento tu presencia.

..................... VIII -
Al poco tiempo de tu partida, tuve un sueño. No, no fue un sueño,
porque fue muy real; te vi, y, con desesperación, te dije: ¡Me quiero ir
contigo! Como respuesta, me diste un abrazo muy fuerte y me dijiste,
con voz más bien débil, pero firme: Todavía no... ¡todavía no!, me lo
recalcaste. En ese momento no entendí. ¡¿Cómo podía entender que tú
no quisieras que me fuera contigo?!
Pero, pasado el tiempo, fui comprendiéndolo. Lo que tú querías era
que yo disfrutara por más tiempo de ese grandioso tesoro que me dejas-
te: nuestros once hijos. Hoy debes estar muy satisfecho, porque, si eso
era lo que tú querías, y estoy segura de que lo era, los he disfrutado al
máximo; y me siento tan orgullosa de ellos que hoy día no me cambiaría
por ninguna madre del mundo.
Y cuando Dios lo tenga dispuesto, estaremos los dos juntos, velan-
do por ellos y protegiéndolos, al igual que a todos nuestros nietos, hasta

..
el fin de su existencia».

..
..
.
IX -
..
..
..
.
Cuando Delia Severina estaba por cumplir ochenta y cinco años de
vida, quiso dejar constancia de su agradecimiento a sus hermanos por
el apoyo que siempre le brindaron; y relató algunos episodios con sus
precisas y sencillas palabras:
«Así pienso yo cada vez que recuerdo cosas, de las tantas que he
vivido. Me voy a referir a mis hermanos. ¡Tengo tantas cosas bonitas
que recordar! Será porque yo nací primero y los vi nacer y crecer a to-
dos; además, vivimos muchos años juntos. Cuando me casé, yo era muy
joven y me quedé a vivir junto a mi esposo en la casa con mis padres y
hermanos; él se convirtió en otro hijo y hermano para ellos.
.....................

Yo tuve la suerte de tener a mis primeros hijos en la casa, y a mamá


como acompañante. Vivíamos en Blancolugar, y cuando ya tenía a Anse-
lia Elena y a Carmelo, como ya lo dije antes, mi hermano Manuel se fue a
estudiar para Carúpano, a la casa de unos hermanos de mamá. Varios
meses después, Carmelo se enfermó con una diarrea que no se le quitaba
con nada y resolví llevarlo a Carúpano para que lo viera un médico. Me
fui a la casa de mis tíos, donde estaba mi hermano, que desde que llegué
con el niño estaba pendiente de todo y, cuando podía, me acompañaba
al médico. Era él quien se encargaba de buscar las medicinas, así como
de ubicar a quien inyectara a Carmelo; hacía todo eso ¡y más! Era sola-
mente un muchacho, pero yo me sentía totalmente apoyada por él.
Pasaron los días y el niño no mejoraba nada; lo habían visto varios
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

médicos y nada, y resolví regresarme para la casa, en contra de la opinión


de todos. Me encomendé a Dios y me fui. Cuando Rafael recibió el
telegrama donde le avisaba, pidió permiso en su trabajo en Cangua, en la
NOTAS

Renta de Licores, y se vino esa misma tarde. Por cosas de Dios, que
siempre está con nosotros, entró a una casa de una señora que visitaba a
veces cuando viajaba por esos lares; al verlo, esta se sorprendió:
82 —¡Berbín, tú por aquí a esta hora!, ¿qué te pasa?
Cuando le contó, ella le dijo: 83
—Lo que tiene el niño es un empacho. Yo te voy a decir con qué se
le va a quitar...
Para preparar el remedio que le recomendó la señora, se necesitaba
leche de una cabra recién parida, leche de vaca, yerbabuena, unas hojas
de zen y tres guarataras. La leche de vaca se consiguió, al igual que las
hierbas y las piedras, pero cabra parida no había por ninguna parte; al
otro día, bien oscuro, salió Rafael en su caballo a recorrer todos esos
pueblos y caseríos, hasta que al final de la tarde se apareció con una

..................... IX -
cabra parida que había tenido que comprar. Gracias a Dios en pocos
días se vio el resultado y mi hijo se curó.
Pasados unos meses, se enfermó Anselia Elena; pero esta vez no dio
tiempo a nada, se nos fue. Mandaron una comisión a Carúpano a avisarle
a Manuel que había muerto mi hija; él dijo: “claro que no, si esa niña no
se enferma nunca, ¡ese fue Carmelo!”. Cuando llegó fue que se enteró. A
los quince días de haberse ido mi hija, nació Aracelis, mi tercera hija, y
yo quedé muy enferma; con una gran afección de las hemorroides. Cuando
llegó Rafael, que estaba trabajando en Cangua, me vio tan mal que se fue
a Carúpano a ver cómo me llevaban para allá, para que me viera un
médico; habló con mi tía Carmen, otra hermana de mamá, y me llevaron.
Dispusieron en la casa de que Yeyita se fuera conmigo. Eso fue para mí
una bendición, porque me iba enferma con una niña recién nacida y un
niño de año y medio; y Yeyita los había lidiado desde que nacieron.
Además, tenía la suerte de que a solo unas cuadras de donde yo iba a
estar, vivía Manuel; yo sabía que podía contar con él. Y así fue, a cualquier
hora que él pudiera, estaba pendiente.
Un día, me acuerdo, llegó diciéndome que como ya estaba mejor,
necesitaba otros aires, al igual que los niños; y me dijo:
—Mañana los voy a llevar al cine, así que, en la tarde, a tal hora, es-
tén listos que los vengo a buscar.
Nos fuimos al cine más cercano, todo bonito, alumbradito; pero
cuando apagaron las luces, Carmelo empezó a llorar y la gente a protestar.
Yeyita lo tenía cargado, y cuando se paraba con él, se callaba; pero em-
pezaba la gente:
—¡Siéntate muchacha, que no veo!
Al ratico, Manuel se paró disimuladamente:
—Vámonos a la plaza... Siéntense aquí en los bancos para que cojan
un poquito de aire.
¿Puedo yo olvidar estas cosas? Cómo no estar agradecida de por
vida a mis dos hermanos: Manuel y Yeyita, que tanta significación tuvieron
en ese episodio de mi vida.
.......
Así como no puedo olvidar lo que hicieron mi mamá, mi hermano
Ricardo, Teodosia y, de nuevo, mi hermana Yeyita.
Cuando mi hijo Rafael estaba pequeño, de poco más de un añito, le
empezó un ronquido en el pecho, que no me gustó nada. Lo llevé al
hospital, le mandaron un tratamiento; una y otra vez lo llevé, y era un
tratamiento después de otro; nadie daba con lo que era. Al fin lo llevé al
hospital de las monjas, donde lo dejaron hospitalizado por diecinueve
días. Lo dieron de alta porque estaba bien, más yo no lo vi así. Al llegar
a la casa mandé a buscar a Yeyita, que era mi paño de lágrimas; ella
.....................

también opinó lo mismo, que el niño no estaba bien. Le dije:


—¿Qué hago, mi hermana? ¡Ya no sé qué hacer!
—El doctor Sanabria, que es amigo de Pablo, es un gran especialis-
ta—me comentó—. Sabes que Freddy estaba con una neumonía y fue él
quien lo curó. ¡Pero su clínica está en Maturín! Si se puede ir, Delia, yo
te acompaño.
Mandé a buscar a Rafael que estaba trabajando lejos, y cuando vio al
niño, estuvo totalmente de acuerdo en que había que hacer algo; y que,
si la solución era ir a Maturín, se iba. Esa noche me trajo la plata y por la
mañana yo estaba saliendo para Maturín, con Yeyita. Cuando el doctor
vio al niño, se alarmó; después de examinarlo bien, nos dijo:
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

—A este niño hay que hacerle una exploración pulmonar; pero aquí
no lo hacen, sino en Caracas y en Puerto La Cruz.
NOTAS

—Doctor —contesté—, donde tengo familia es en Caracas; allí vive


un hermano mío.
Me dijo que Caracas era lo más recomendable; que de todas formas
84 él le iba a mandar un tratamiento de tres días, pero si no había cambio,
se debía proceder en seguida; que se lo llevara en tres días. Yeyita me 85
dijo que ella me acompañaba, y yo le dije que eso le podía traer problemas
con Pablo, a lo que ella me respondió que no me iba a dejar sola.
Nosotros vivíamos en la Sabana de Caripito, y Maturín quedaba
lejos; por eso me sentía tan reconfortada con ese gran apoyo que me
estaba dando mi hermana. Fuimos de nuevo al médico y él ratificó lo
indicado, había que salir a Caracas. Cuando dejamos el consultorio y ya
habíamos salido de la clínica, llegó la enfermera del doctor corriendo a
decirme que la recomendación del médico era que viajara por avión, ya

..................... IX -
que podía ser peligroso para el niño tantas horas en carro. Al día siguiente,
muy temprano, estaba saliendo en un vuelo para Maiquetía, mi hermano
Ricardo me fue a buscar y llegamos a su casa, donde mamá estaba pa-
sando unos días. Cuando ellos vieron al niño, comentaron en forma de
broma:
—¡Y este es el niño que estaba grave!
Lo decían porque Rafa estaba jugando de lo más tranquilo. Yo llegué
preparando todo para salir muy de mañana al Clínico, con el informe y
todas las recomendaciones del médico de Maturín. Esa noche, cuando
lo acosté en la cama para acomodarlo para dormir, se puso a llorar, y se
fue poniendo morado; se hizo pupú y pipí, y se quedó como muerto.
Comencé a gritar y salió Ricardo de su cuarto; al ver al niño, volvió
rápidamente a su cuarto y se puso un pantalón por encima de la pijama...
y salimos corriendo. Gracias a Dios, Ricardo tenía su carrito y el Periférico
de Catia quedaba cerquita.
Al llegar, cuando lo vieron, todos dijeron: “¡Aquí viene un niño muer-
to!”. Le hicieron los primeros auxilios e inmediatamente lo mandaron en
una ambulancia para el Hospital de Niños. Al llegar, le querían hacer una
traqueotomía en seguida, pero lo dejaron en suspenso. Ricardo se fue
porque tenía que trabajar muy temprano; mamá y yo nos quedamos toda
la madrugada, expiando por todas partes a ver si podíamos saber algo,
pero no lográbamos saber nada. Decidimos regresar a la casa, para cam-
biarnos y volver lo más pronto posible. Quedaba bastante lejos: desde
San Bernardino hasta El Cuartel, en Catia. Ricardo trabajaba en Mai-
quetía y estaba recién casado y Teodosia estaba embarazada, y no se
sentía muy bien. Gracias a Dios estaba mi mamá conmigo y me acom-
pañaba a la hora de visita, que era a las dos de la tarde; y hacíamos esas
grandes colas, nada más para llegar al piso y saber algo, porque no nos
dejaban verlo.
A los pocos días mi hermana Yeyita, en Caripito, se puso muy mal
de salud y mandó a buscar a mamá. Como ya mencioné Teodosia estaba
mal con el embarazo; cuando nos acompañó a mamá y a mí al hospital,
se mareó en el autobús y llegó al hospital con muchas nauseas; por eso,
tanto mamá como yo no la dejamos ir de nuevo. Pero desde el día que
mamá se fue a Caripito, ella no me dejó ir sola, por más que tratara yo de
convencerla de que no fuera, me decía:
—Si crees que te voy a dejar ir sola, así como estás, ¡te equivocas!
Después, se puso peor la cosa. La siguiente semana le hicieron la
exploración al niño y se puso muchísimo peor: le dio alergia y fiebres
altísimas que lo hacían convulsionar; y todo esto yo lo sabía por las
enfermeras, ya que no me permitían verlo. Eso me fue debilitando.
Un día llegó Ricardo de su trabajo, ya por la noche, y Teodosia le
comentó:
—Tu hermana no ha probado bocado ni antes, ni después que vino
del hospital.
.....................

—Bueno, Delia —me dijo Ricardo—, vamos a hacer una cosa: Mien-
tras yo me baño, Teodosia va a servir la comida; tú vas a comer conmigo
y luego vamos a ir al hospital, para que sepas de tu hijo antes de acostarte.
Me parecía un abuso de mi parte aceptarlo, ya que mi hermano salía
tan temprano, trabajaba todo el día, y luego... tener que subir desde Mai-
quetía, llegando a la casa de noche. Yo pensaba: “no es justo, yo fui en la
tarde”; pero, ¡a quien le amarga un dulce! Y no fue ese día nada más.
Cada día llegaba informándose de todo y, por más que yo trataba de
disimular, él se figuraba lo malito que estaba mi hijo. Días después todo
empeoró, cuando llegué por la mañana para saber del niño, supe que en
la noche se había puesto muy mal; tanto así, que a las doce de esa noche
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

le habían tenido que hacer una traqueotomía; y lo habían amarrado de


pies y manos en la cuna. ¡Yo me iba a morir! De no haber sido por el
apoyo de estos dos hermanos que tenía allí, no imagino qué hubiera sido
NOTAS

de mí.
Esa semana, gracias a Dios, llegó mamá; pero también me llegó un
telegrama donde me decían que tenía que regresar a Caripito, porque
86 mis otros hijos habían quedado solos, ya que la persona que los cuidaba
se había tenido que ir; y Rafael trabajaba muy lejos de la casa. Yo no 87
sabía qué hacer; pero cuando vi que mi hijo estaba mejorcito, tuve que
irme. Quedaron mamá, Teodosia y Ricardo encargados de él; y se acordó
que cuando lo dieran de alta, mamá lo llevaría a Caripito.
.......
Cuando mi hijo salió del hospital, se pegó tanto con mamá que no
había forma de despegarlo de ella; tanto es así, que mamá tenía que
hacerlo todo con el niño cargado; dormir, comer, ir al baño, y hasta ba-

..................... IX -
ñarse. Tenía que hacerlo todo con él encima. Se lavaba del lado que no
estaba el niño, se secaba, y luego lo pasaba de lado para poder lavarse
ese lado. Rafa era un niño que apenas pasaba del año de edad cuando
fue hospitalizado y pasó tres meses sin verme, ni ver a ninguno de su fa-
milia; por eso se aferró a la persona que lo sacó del hospital. Mi mamá
tuvo esa paciencia y pudo entender lo que le pasaba a mi hijo.
Por fin llegó el día en que vi llegar a mi mamá con Rafaelito a mi ca-
sa. Y verlo tan sano y repuesto es algo que no se puede describir con pa-
labras; como tampoco se puede describir el agradecimiento que tengo y
tendré toda mi vida con mi mamá, con mi hermano Ricardo y con Teo-
dosia; al igual que con mi hermana Yeyita y mi hermano Manuel. Ellos
fueron ángeles que me acompañaron en unos momentos muy difíciles en
mi vida.
.......
¡Gracias, hermanos! ¡Gracias, Dios, por mi familia!
Cuando yo era una adolescente, veía a mucha gente que no tenía
familia; y si la tenían, no sabían dónde, ni tenían ningún contacto con
ellos. Padres, hijos, hermanos que no se trataban; y yo decía: ¡así no es!
Yo quiero tener una familia muy grande y unida. Y, como la vida me ha
bendecido en tantas cosas, yo no solamente siento el calor de mi familia,
sino de muchos allegados que veo que me aprecian; y, ni ¡hablar de mis
hermanos! Nosotros somos siete, y siempre estamos pendientes el uno
del otro; aunque no vivimos cerca, es como si así fuera. Cuando vivían
nuestros padres, teníamos más posibilidad de vernos y, claro, lo hacíamos
con más frecuencia; pero ya ellos hace tiempo que se fueron, y nosotros
no hemos perdido ese contacto de hermanos. Y sé que así será hasta
que Dios vaya disponiendo de nosotros.
Por ejemplo, a mí apenas me faltan dos semanas para cumplir ochenta
y cinco años, me la paso enferma; cuando no es una cosa, es otra. A
veces se juntan todos los achaques. Pero, el que sabe cuándo es que nos
vamos a ir es el que está allá arriba; y, mientras tanto, tenemos que estar
dándole gracias por estar con nosotros todos los días, y que no nos

..
abandone nunca».

..
..
.
.....................
NOTAS
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

88
89
X-
..
..
..
.
Así como narraba las historias de sus hermanos, mamá también rela-
taba vivencias de sus padres, a quienes siempre mantuvo como una ejem-
plarizante referencia. Evocaba frecuentemente numerosos episodios y
anécdotas que atesoraba en su excelente memoria, desempolvando sus
reminiscencias. Animada por Delia Jesús, en 2010 escribió, con su muy
particular y ameno estilo, y con detalles que hablan de lo vívido de sus
recuerdos, parte de la vida de sus ancestros; derramando en cada palabra

..................... X -
la amorosa deferencia y admiración que despertaban en ella. Esta serie
de relatos complementan y explican en mucho, parte de la historia que
ya nos había contado; y fueron escritos, según sus propias palabras,
«para que toda su familia sepa algo de la vida de ellos y puedan respetar,
como ellos merecen, su memoria». Helos aquí:
«Voy a empezar a contar esta historia hablando de mi abuelo materno,
Gerónimo Márquez, quien provenía de una familia muy importante; era
hijo del general Juan Bautista Márquez, a quien todos conocían como
Don Juancho Márquez. Juan Bautista se había casado con Engracia, y
había tenido cuatro hijos: Belén, Cleotilde, Corinta y Gerónimo; este último
era mi abuelo, no sé si era el menor, pero sí sé que salió muy joven de su
casa.
Aunque mi abuelo Gerónimo mantuvo durante mucho tiempo fama
de ser muy mujeriego, cuando conoció a mi abuelita Águeda se enamoró
de ella; pero su mamá, que se llamaba Joaquina, se opuso rotundamente
a esos amores. Mi abuelo fue tan insistente que la abuela aceptó; eso sí,
le puso sus condiciones para poder aspirar a casarse con ella: “nada de
salidas solos” y, por supuesto, nunca faltó la compañía de una chaperona.
Otra importante condición fue que se verían tan solo una vez a la semana,
y así fue hasta el día de la boda.
Mis abuelos Gerónimo y Águeda se casaron en un pueblecito cercano
a Carúpano llamado El Muco, y tuvieron seis hijos: Carmen, Concha,
Verónica —mi mamá—, Federico, Gerónimo y Armando. Nunca supe
qué clase de vida llevaron mis abuelos, pero cuando mi tía Carmen, la
mayor de sus hijas, tenía trece años, y el menor, mi tío Armando, apenas
tres meses de nacido, a mi abuelo se le ocurrió la brillante idea de irse a
buscar fortuna; así le decían a las personas que se iban a trabajar a otra
parte. Muchas personas lo hacían, pero cuando lograban tener ese dinerito,
regresaban a su casa a ver qué podían hacer con eso.
Mi abuelo no lo hizo así; él se fue y regresó mucho tiempo después.
Mi abuelita contaba que habiendo pasado muchos días de la partida de
mi abuelo, alguien llegó a su casa tocando la puerta con un loro en la
mano, diciendo que era un regalo del abuelo Gerónimo para su hija Carmen.
Cuando tía Carmen cumplió quince años, mi abuelo le envió un aro de
oro —así se le decía en ese entonces a un anillo sin piedra—. Cuando
menos se creía llegaba alguien con una bolsita con alguna verdurita de
parte de mi abuelo, ¡pero jamás un bolívar! Y no es que eso ocurriera
muy seguido que digamos.
.......
Pasó el tiempo y tía Carmen tenía novio y se quería casar; entonces
.....................

mi abuelita, cumpliendo con su deber de madre, le mandó a avisar a su


esposo. Mi abuelo, al preguntar con quién y recibir respuesta —en ese
pueblo todo el mundo se conocía—, puso el grito en el cielo y dijo que
su hija no se iba a casar con ese Fulano... pero ella se casó. Le llegó el
día a tía Concha, pues tenía novio, y mi abuelita hizo lo mismo: le informó
al abuelo que Concha se iba a casar con Fulano de Tal. Y su actitud fue
la misma... pero ella también se casó.
Cuando le llegó el turno a mi mamá, mi abuelita hizo lo mismo por
tercera vez, mandado a avisarle a mi abuelo que Verónica se iba a casar.
Y, ¿con quién?... Esta vez su reacción fue muy distinta; mi abuelo dijo
que no solo estaba de acuerdo, sino que asistiría a la boda. Y asistió.
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

Fue cuando ya estaban en la iglesia casándose, que mi mamá vio a su


padre después de diez años. Llegó sin una flor en la mano ni un centavo
en el bolsillo, pero sí con la disposición de quedarse en su casa a vivir.
NOTAS

Mi abuelita le dijo:
—Esta es tu casa y yo no te puedo botar, y como tu esposa tengo la
obligación de cocinarte, lavarte y plancharte la ropa; ¡pero como mujer,
90 no me volverás a tocar jamás! Tú me abandonaste con seis muchachos,
o para que me muriera de hambre con ellos o para que me buscara otro; 91
y ya ves, hasta mis tres hijas las casé. Supongo que es una responsabilidad
menos para ti... y los otros tres ya están grandecitos, así que puedes
hacer con tu vida como hasta ahora, lo que te dé tu realísima gana.
Esto es lo que recuerdo de lo que me contaron mi mamá y mi tía
Carmen sobre sus padres.
.......
Ahora voy a empezar a contar algo de la vida de mis padres, Ricardo
Casto Farías Hernández, hijo de Manuel Farías y Natividad Hernández de
Farías, quien nació en Fuente de Lourdes, Estado Sucre, el veintidós de
mayo de 1899; y Verónica Cirila Márquez López, hija de Gerónimo Márquez
y Águeda López de Márquez, quien nació el nueve de julio de 1908 en El
Muco. En ese mismo pueblo contrajeron matrimonio el diez de octubre de
1925; y allí mismo, el seis de noviembre de 1926, les nació su primera hija,

..................... X -
que soy yo.
Al poco tiempo, nació Silvia Pastora. Por mala suerte, para esa época
vino una peste de viruela que mató a mucha gente, a mi mamá le dio muy
benigna. Ella contaba que apenas le salieron dos pepitas; ella estaba
embarazada y cuando nació la niña, por más precauciones que tuvieron,
se contagió. A los diecinueve días murió. Cuando llegó la peste, ellos me
sacaron de ahí y papá me llevó a la casa de sus padres que vivían a un
día de camino.
Bueno, cuando todo pasó y ya ellos estaban restablecidos, fueron a
buscarme a mí, pero tanto mis abuelos como mi tío Pablo, que todavía
estaba en la casa con ellos, entusiasmaron a papá y a mamá para que se
quedaran... y ellos se dejaron entusiasmar.
Ellos eran cinco hermanos: Tunica, Ricardo, Loña, Ramón y Pablo.
Mis abuelos tenían un tren de sacar papelón y un cañaveral, y a su llegada
papá y mamá se dispusieron a trabajar; y mientras tanto papá estaba
haciendo una casa cerquita de la de sus padres, y cuando estuvo lista
nos mudamos para allá. Papá montó una bodega y en esa casa nació
Manuel, su primer hijo varón. Yo ya tenía cuatro años.
Ahí pasamos un tiempo y, entonces, mi abuelo habló con papá y le
dijo que esa hacienda de café que él tenía en el mismo pueblo, pero mucho
más arriba, estaba muy abandonada, y que ya él no se sentía bien de
salud, y que por qué no se hacía cargo de ella. Que esa hacienda era muy
productiva si tenía quien la trabajara bien, y ¡quién más que él para hacer
eso! Mi papá lo analizó y le dijo que sí, que contara con él. Y así lo hizo.
Pero, como la hacienda estaba a unos cuantos kilómetros de allá papá
buscó una casa cerca de la hacienda, y allá nos mudamos mientras él
construía una casa, que la hizo tumbando una parte de la hacienda de
café, por donde hacía esquina con el camino real. Y ahí hizo una casa
bien grande y, sobre todo, un buen local para poner su bodega.
La casa donde nos mudamos quedaba al otro lado de un río cercano
a la hacienda, a ese caserío lo llamaban el Otro Lado; ahí nació mi her-
mano Ricardo. Después, a él le echaban broma y le decían que él era “del
otro lado”. Papá terminó su casa con ayuda de algunos peones; y, a pro-
pósito de los peones: por ahí había mucha gente con haciendas o algo
que buscaba peones, y siempre se quejaban porque no conseguían quien
trabajara; en cambio, en la casa, era lo contrario, porque siempre se estaban
ofreciendo para trabajar. Era habitual que los peones cobraran un bolívar
diario, que almorzaran y que en la tarde le dieran, como decían, “la ra-
ción”.
.....................

Mis padres hacían lo mismo, pero no sabían la razón de esa prefe-


rencia, hasta que un día supieron de un comentario que hizo alguien, que
dijo:
—En esa casa sí da gusto trabajar, no solo te pagan el bolívar, sino
que lo tratan a uno bien, se almuerza completo y en la tarde, con la ración
que la señora le da a uno, yo ceno con mis hijos y mi mujer.
¡Son tantas las cosas que se unen a comentarios buenos hacia nuestros
padres, que uno se llena de orgullo!
.......
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

Habíamos quedado que ya nos mudamos para nuestra nueva casa y,


a medida que pasaban los días, papá iba comprando cosas para la bodega;
tenía la ventaja de que pasaban vendiendo de todo por ahí. Y lo que no,
NOTAS

lo iba a comprar a un pueblo cercano llamado Nueva Colombia.


Él vendía ahí todo lo que se vende en una bodega de pueblo, mas
como en ese caserío había muchas haciendas, grandes o pequeñas, y
92 todas las mujeres que iban a coger café tenían que llevar un mapire grande
o pequeño —una especie de bolso hecho con bejuco—, papá los tenía 93
de todos los tamaños, porque él los compraba por docena. Igual los som-
breros de cogollo, alpargatas; y tenía la ventaja, también, de que le iban
dejando todas esas cosas, y él lo iba pagando poco a poco; y así iba
surtiendo su bodega.
Tanto papá como mamá trabajaban todo el día, todos los días; pero
eso no impedía que se fueran a bailar los fines de semana. Ahí, en ese
pueblo, por ejemplo, había la costumbre de que en las casas de familia
hacían una fiesta de toda la noche, con tarjeta y todo. Ellos cargaban con
los dos niños más pequeños que tuvieran y a la casa que iban ya tenían
las camas preparadas. Ellos acostaban a sus niños, y... a bailar toda la
noche.
Por otro lado, a mi mamá le encantaba montar a caballo, y como por
ahí el único medio de transporte era los caballos, ella se ponía de acuerdo
con las muchachas y señoras del pueblo para hacer carreras de caballo;

..................... X -
y ella siempre se las llevaba por delante. Mis papás tenían un caballo de
los mejores del pueblo. Cuando papá lo montaba lo hacía con su apero
normal: su silla y sobrecincha de cuero; pero cuando lo montaba mamá,
le colocaba una manta muy bella, tejida por ella, y una sobrecincha a colores,
no sé de qué material, pero le bordaba unas rosas en relieve, que yo todavía
recuerdo.
Quién conoció a mamá tiempo después no se puede imaginar lo
coqueta que fue. A papá le encantaba que mamá estuviera bien vestida y
siempre le estaba llevando adornos para que se los pusiera: zarcillos,
collares, peinetas y ganchos de pelo para que siempre luciera bien. Si él
llegaba a la casa y ella no tenía una flor en la cabeza le preguntaba ¿Y las
matas de rosas no florecieron hoy? Y así por el estilo.
Por allá pasaban los turcos vendiendo cortes de tela para vestido;
mamá se compraba los más bonitos y ella misma se hacía sus trajes.
Papá era tan complaciente con ella, que cuando mamá decía “yo tengo
tiempo que no voy a El Muco a ver a mi mamá” o algo por el estilo; al
otro día ya estaba ensillándole el caballo; mamá se iba y regresaba al día
siguiente.
.......
Ya la hacienda estaba empezando a producir. Este año que había
pasado fue para limpiarla y acomodarla, y ahora que ya empezaba a parir,
no se daban abasto para recoger y arreglar todo ese café. Al principio se
esjuyaba —se le sacaba la concha— en una maquinita de moler maíz;
pero cuando vieron que ya no les servía, compraron una máquina de
esjuyar café. Era una máquina grande con un envase donde se ponía el
café maduro, por supuesto que ya había sido escogido.
La máquina tenía una rueda grande donde se le daba vueltas e iba
saliendo por un lado el café esjuyado, y por el otro la concha. Eso no
servía solo para el café que se cosechaba en la casa, sino que iban de la
calle también y pagaban terrajo, que era una medida para la casa y nueve
para el dueño del café. Después, papá iba reuniendo el café y lo iba
poniendo a curtir en un envase grande por tres días.
El siguiente paso era llevar el café en unas cestas a una quebrada, se
lavaba, luego se ponía a escurrir para después ponerlo a secar. Para eso,
papá hizo un vagón rústico —un cajón grande y llano—. Echaba ese café
ahí, lo ponía en el sol varios días y lo iba moviendo con un rastrillo.
Cuando ese café estaba seco, lo ensacaba —lo colocaba en sacos— y
lo vendía en la puerta de la casa, a la misma gente que pasaba vendiendo
cosas. Lo que no sé, es como les alcanzaba el tiempo para tantas cosas.
.....................

Porque no era solamente todas las cosas que he escrito hasta ahora,
hay mucho más. Papá vendía carne de res que iba a comprar bien de
mañanita los fines de semana en Nueva Colombia; cuando él llegaba, ya
lo estaban esperando, porque como a la bodega llega tanta gente, papá
siempre les avisaba cuando iba a traer carne. Y esa carne volaba, ya que
era la única forma de obtenerla, porque por ahí, más nadie la vendía, y
donde mataban las reses no solamente era muy lejos, sino que no vendían
al detal. Lo que sí mataban algunos por ahí eran cochinos.
Papá también, a veces, mataba su cochino y eso era muy gracioso;
porque él era el único que no pagaba derecho, ya que era el comisario, y
era él quien daba los permisos. Se pagaban dos bolívares por cada
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

cochino. Por ahí casi nunca había policías ni ningún agente del gobierno,
pero si por casualidad oían un cochino chillando, que eso se oía de
lejísimo, allá iban; y si estaban matando uno y no tenían permiso oficial,
NOTAS

lo multaban, y duro. Por eso nadie se atrevía a matar un cochino si no


tenía el permiso.
Por otra parte, mamá tenía la tarea, casi sola, de recoger el café maduro
94 de las matas. Ella era capaz y lo hacía, de recoger hasta tres cajas en un
día; la tarifa para una persona era una caja diaria. Nosotros los muchachos 95
nada más ayudábamos con una caja, si acaso, entre todos... pero ahí
nadie estaba sin hacer nada.
.......
Quiero hacer una aclaratoria. Otras veces he escrito algo parecido,
pero esta vez lo hago más que todo a petición de algunos de mis hijos,
pero principalmente por Delia Jesús, quien me insistió mucho, porque no
quiere que las vivencias de sus abuelos queden en el olvido; y como a mí
me encanta hablar de ellos, no es ningún sacrificio. Eso sí, como yo no
soy escritora, no sé inventar ni adornar las cosas, solo voy escribiendo
lo que voy recordando; y lo de antes, lo sé por boca de quienes lo vivie-
ron. Solo digo que de esto no invento nada, más bien muchísimas cosas
se me quedaron cortas.
.......

..................... X -
Desde que yo era pequeña oí nombrar a ese pueblo donde vivíamos
como Fuente de Lourdes, y le venía bien porque al entrar al pueblo nos
conseguíamos con una iglesia muy bonita que tenía una preciosa Virgen
de Lourdes, y en la puerta había una gruta con la misma Virgen; pero con
el tiempo oí que también lo llamaban Corozal de las Cañas —con ese
nombre había sido fundado, por eso lo mencionaban por los dos nom-
bres—. Era un pueblo muy grande y siempre estaba limpiecito, sobre
todo los caminos, y de eso se encargaba mi papá, que era el Comisario del
pueblo. Él se ocupaba de mandar semanalmente a un cabo de cita, así le
decían; iban de casa en casa citando para la fajina del sábado y todos
asistían puntualmente. Uno pasaba los sábados y los caminos estaban
llenos de gente limpiando; ahí nadie cobraba, porque, ¡ni el comisario!,
todos lo hacían por obligación —eso era cuando Gómez—.
Nosotros vivíamos tranquilos, hablo de nosotros los muchachos;
ayudando en lo que podíamos, como ir a la quebrada que quedaba bien
cerquita a llenar los taparos para llevar agua a la casa, buscar chamizas
de leña para ayudar a cocinar, ayudar a papá a vender en la bodega, hacer
los mandados. Pero había una cosa que no se nos olvidaba, y era que mi
papá, al cerrar la bodega en la nochecita agarraba un chinchorro y lo
guindaba en la sala, cargaba al más pequeño y lo ponía con él, y los
otros ya teníamos nuestros turitos, que eran unas sillas muy especiales, y
que él mismo nos hacía de acuerdo al tamaño de cada uno, nos ponía en
frente y era a contarnos cuentos, chistes, o lo que uno le pidiera. Eso sí,
a la hora de dormir, todo el mundo a dormir.
Todos éramos muy felices. Yeyita nació en esa casa, pero cuando
mamá tenía cinco meses de embarazo para tenerla a ella, le llegó la noticia
de que su mamá estaba grave en El Muco; ella se fue y nosotros nos
quedamos con papá y con Georgina, una muchacha que a mamá se la
dieron cuando tenía once años, yo tenía nueve. Ella no tenía mucho tiempo
en la casa, pero era muy eficaz.
No sabíamos nada de mi abuelita, ya que para saber algo debía ir
una comisión, y en esos diítas se agravó el papá de papá también. A la
semana de mamá irse, vinieron a avisar que mi abuelita había muerto.
Papá no quiso mandarle a decir a mamá que su papá también estaba
gravísimo por no darle otra mala noticia. Y a los días, murió mi abuelo,
así que ninguno de los dos pudo estar con el otro. Esa fue una tragedia
demasiado fuerte.
Ya en la casa no volvió a reinar la alegría. A mi abuela Natividad, la
mamá de mi papá, se la llevó su hija Loña para Blancolugar.
.....................

Antes de pasar esto, ya mis padres estaban hablando de la posible


idea de irse de ahí, porque no había escuela cerca. Yo ya había ido un
tiempo a estudiar a El Muco, pero me había tenido que venir. Aunque mi
papá nos estaba enseñando, que no era poco, porque él había sido maestro
de escuela. Cuando papá era joven, llegó a ese pueblo un maestro y puso
una escuela nocturna. Él asistió no sé cuánto tiempo pagando él mismo
su escuela —dos bolívares semanales, que era bastante dinero—, y cuando
el maestro se fue del pueblo lo nombró a él de maestro... ¡por algo sería!
No sé por cuanto tiempo estuvo papá dando clases, porque en uno
de los viajes que hacía para El Muco, donde tenía unos familiares, conoció
a mamá, se casó y ya ven lo que pasó. Así que después de la muerte de
mis abuelos ellos se afincaron más en irse y, cuando menos lo esperába-
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

mos, nos estábamos mudando.


Papá tenía una casa en El Muco que había adquirido cuando se habían
NOTAS

casado; después de que se fueron para Corozal, casi todo el tiempo estaba
sola. Mi abuelita Águeda vivió un tiempo ahí, pero ya ella no estaba; y
para allá nos fuimos nosotros.
96 .......
Esa casa era de tejas, muy grande, y, sobre todo, tenía mucho terreno. 97
Mi papá sembraba ahí de todo, hasta patillales que después vendía por
cargas —un burro con dos sacos llenos—; y todo lo que se consumía
en la casa lo cosechaba en ese terreno. Lo que a él nunca le gustó es que
no era un buen punto para bodega. Nosotros vivíamos en Muco Abajo,
y en Muco Arriba quedaba la capilla y por ahí pasaba un río que crecía
cuando llovía mucho; y al otro lado de ese río fue papá, hizo una casita
y ahí montó su bodeguita mientras conseguía algo mejor, ya que ese era
su hobby. Al poco tiempo, papá buscó una casa más arriba, nos mudamos
y puso su bodega, la que él quería.
La casa de tejas quedó sola y para allá iba papá todos los días a
darle vuelta a sus matas. Nosotros, después que llegábamos de la escuela,
nos íbamos a ayudar a papá en alguna cosa, pero sobre todo a echar
varilla.
A la casa donde vivíamos le decíamos “la casa del maco”, porque

..................... X -
tenía al ladito una gran mata de maco —lo que conocemos hoy como
mamón—. Esta casa era lo contrario de la otra, ya que el fondo era un
peladero, así que papá sembraba todo lo que tenía que sembrar en la
casa de tejas. Pero un día le dieron unas semillas de auyama que “y que
eran muy grandes”... y entonces las sembró. Se hizo un auyamal en todo
el fondo y era verdad que eran grandes, porque muy pronto estaba todo
el fondo lleno de unas enormes auyamas que se veían desde la calle, porque
crecieron por encima de las hojas. Cuando estuvieron jechas, mamá cocinó
una auyama y se dio cuenta que no eran de las buenas; eran muy bonitas,
pero muy flojas. Claro, eso se sabía después de cocinarlas y probarlas.
Un día se paró en la puerta de la casa un camión y preguntaron si
esas auyamas las vendían, y papá le dijo que sí. Ellos dijeron que pasaron
frente a la casa y las vieron, pero que si les habían llamado la atención
desde fuera, cuando las tuvieron cerca se enamoraron más. Las pesaron,
hicieron negocio y en seguida estaban en el camión; las pagaron y se
fueron. Pero al irse, papá nos dijo:
—Yo no voy a disponer de esta plata hasta no estar seguro que esta
gente no devuelva esas auyamas; así que... en este sobre voy a meter la
plata, y aquí la pongo. Si ellos vienen y yo no estoy, nada más les entregan
este sobre y que dejen ahí las auyamas.
No sé cuántos días pasaron hasta que, al fin, mi papá decidió:
—Ya esa gente no viene, ahora sí podemos disponer de esto.
¡Como si él se las hubiera encontrado! La única forma de que esa
gente volviera, era que hubieran quedado más auyamas y vinieran a comprar
más. Quién sabe a qué precio se las vendió; quién sabe a qué precio las
vendieron ellos. Hago esta mención, como pudiera hacer otras, para des-
tacar lo rectos que eran mis padres para todo.
.......
En la casa de tejas habíamos nacido sus dos primeras hijas; yo primero
y después Silvia Pastora, que, como ya sabemos, nos dejó muy pronto.
Después nacieron tres en Corozal, en Fuente de Lourdes: Manuel, Ricardo
y Yeyita, en tres casas distintas. Y ahora nació Quellito en la misma casa
de tejas. Papá siempre estaba trabajando en una cosa o en otra; él escribía
mucho, haciendo documentos de propiedades que vendían o compraban.
Siempre le oía decir:
—Tráigame papel sellado y estampillas.
Y después venían a buscar sus documentos, que, por supuesto, esta-
ban escritos a mano.
.....................

Lo que nunca olvidaba papá era su agricultura. En El Muco había


mucha sequía y hubo un año en que se secó casi todo lo que había
sembrado; hasta un patillal que estaba a punto de cosechar se le secó.
Ya teníamos cuatro años en El Muco y papá aprovechó que mi
madrina Loña, su hermana, hacía tiempo que los estaba entusiasmando
para que se fueran a vivir para Blancolugar, donde ella vivía hacía muchos
años. Y como ellos no lo pensaban mucho, muy pronto estábamos
viviendo ahí. Por supuesto que papá llegó comprando una casa bien grande
con bastante terreno; eso era lo que a él le gustaba.
.......
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

Dicen que todo comienzo es duro, y yo me daba cuenta cada vez


más que era verdad. Lo que no me explico es por qué pasaba, si mis
padres no tenían descanso; donde llegaban era a trabajar. Cuando llegamos
NOTAS

a Blancolugar papá puso su bodeguita; eso era como un soporte para


empezar, e iban poco a poco surtiéndola. Papá y mamá se hacían una
tarea de fabricar cien tabacos diarios, y los vendían a los otros negocios.
98 Mi papá hacía la armazón con cualquier tabaco, luego compraban las
hojas para ponerles la capa; eso lo hacía mi mamá, y los iban empacando 99
por docenas para mandarlos a vender.
Mientras tanto, papá iba sembrando maíz, frijoles, caraotas, verduras,
lo que se diera más rápido; eso era para el consumo de la casa. A los
varios meses la cosa iba cambiando. Ya papá podía comprar maíz a la
cosecha, eso era: los señores que iban a hacer sus conucos, tomando en
cuenta sus posibilidades de gastos y, no teniendo plata para hacerlo,
vendían antes la cosecha, de acuerdo a la cantidad de maíz que iban a
sembrar. Ellos vendían tantas fanegas como creyeran que iban a cosechar
—más o menos ciento treinta kilos por fanega—. Era un riesgo porque la
cosecha que no se daba era dinero perdido. Gracias a Dios, ese nunca
fue el caso para papá.
Papá compraba lo que él podía; daba una parte en mercadito de la
bodega y el resto en efectivo. Ahí se arreglaban en precio y cuando se
daba la cosecha y el maíz estaba seco, el comprador iba a los conucos a

..................... X -
buscarlo en mazorca; luego lo echaban en una troja y le ponían humo
para que no se picara. A los meses, cuando ese maíz estaba bien seco, lo
iban sacando, desgranando, y lo iban a vender. Como ven, las cosas se
iban arreglando; pero no por obra y gracia, sino echándole pichón.
En esa casa vivimos más tiempo; tanto, que ahí nacieron Silvia y
Freddy; Manuel y Ricardo ya eran grandes y estaban estudiando. Pero
un día llegó la maestra a hablar con papá y mamá, y les dijo que ya ella
no tenía más nada que enseñarles a sus hijos y que era una maldad porque
estaban muy adelantados y, sobre todo, que ellos eran muy inteligentes,
así que urgían de una escuela superior.
Ya ellos lo habían pensado. Incluso, mamá tenía unos hermanos en
Carúpano donde los podían mandar tranquilos a estudiar. Pero en la casa
había mucho que hacer; había animales; caballos y burros, a los que había
que cortarles pasto todos los días, buscar leña para cocinar y para ponerle
a la troja, buscar agua, que era lejos. Entonces decidieron mandar a Manuel
primero porque era el mayor. Y así lo hicieron.
Pero hubo uno que quedó con toda la carga de lo que hacían los dos,
Ricardo, quien además de que no pudo ir a estudiar, tuvo que quedarse
haciendo todo lo que hacían Manuel y él. Yo recuerdo que esos eran los
días en que había que buscar el maíz a los conucos —de ese maíz que les
hablé que papá compraba a la cosecha—, y cuando avisaban que el maíz
estaba en el conuco, había que irlo a buscar enseguida. En la casa había
dos burros, y ellos cargaban una fanega; pero, cuando había que buscar
más de una fanega, como ese día que recuerdo que eran dos fanegas,
había que buscar burros prestados o alquilados, y no se consiguieron por
ahí cerca. Y Ricardo tuvo que ir a buscar dos, bien lejos.
Con todo esto —de ir a buscar los burros tan lejos, y después el
maíz—, se le hizo de noche; y papá, que estaba con él buscando el maíz,
lo mandó solo. No era solamente lo lejos, sino que había que pasar por
una quebrada y un pozo, y todo eso era oscuro. Donde él fue esa noche
lo llamaban Cerro ‘el Burro; y después debía regresar solito y a pie. Pero,
así eran las cosas, y ¡al que le tocaba, le tocaba!
Y a Ricardo le tocó bastante fuerte, porque no era eso nada más;
había muchas cosas por hacer. Ese tiempo se hizo largo ya que las miras
estaban puestas en Carúpano, donde Manuel estaba estudiando, y la
intención era vender todo acá y comprar allá; y no era fácil hacer todo
eso en tan corto tiempo.
A mis padres se les hacía un poco difícil las cosas, más no imposible,
y no demoraron mucho en lograrlo. Papá compró una casa en la calle
.....................

Santa Ana, no era muy grande; pero, aunque no quedaba en toda la esquina
de la calle, tenía un solar, y ahí aprovechó para mandarle a hacer todo lo
que pudo. Le hicieron dos cuartos más, otro baño, le ampliaron la cocina,
le hicieron un tanque. En otras palabras... ¡la puso a valer!, porque se le
construyeron todas las comodidades que le faltaban.
.......
Como dije antes, todo comienzo es duro... y ahí no fue diferente. Al
poco tiempo de mudarnos, Manuel se fue a estudiar en la Escuela Naval
en Catia la Mar; le asignaron un mínimo sueldo para sus gastos personales,
y de eso le mandaba la mitad a mamá. Pero mamá vio que la cosa estaba
dura y habló con los vecinos para hacerles arepas; y se las hacía todos
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

los días.
No sé por qué razón Manuel demoró para hacer la primera visita a
NOTAS

Carúpano; no sé bien, pero creo que no le daban permiso antes de los


seis meses. Fue entonces cuando se enteró de que mamá estaba haciendo
arepas para vender y le preguntó:
100 —Mamá, la verdad ¿esas arepas que usted vende son indispensables
para el gasto de la casa? 101
—Mijo —le respondió ella—, lo que pasa es que yo lo empecé a
hacer y ellos se entusiasmaron tanto que cada día me encarga más gente,
y a mí me da pena decirles que no se las voy a seguir haciendo.
Manuel no le contestó nada y dejó que en la noche mamá cocinara su
maíz, que se levantara en la mañanita y llamara a Ricardo para que fuera
en la bicicleta a molerlo en la máquina más cercana. Bien tempranito, Manuel
se paró en la puerta de la cocina por donde la gente entraba a buscar las
arepas y cada vez que veía a alguien por la acera con una cestica o algo
parecido, lo paraba y le preguntaba qué iba a buscar. Arepas.
—No hay; mi mamá está enferma y ya no hay más arepas.
Cuando mamá vio que tenía ese montón de arepas cocidas y no las
venían a buscar, salió de la cocina y dijo:
—¡Dios, y qué pasa con esta gente que no ha venido a buscar sus

..................... X -
arepas!
Fue cuando vio a Manuel, como un botalón, en la puerta:
—No señora, no han venido, ni van a venir; ya aquí no hay más arepas.
—Y, ¿qué voy a hacer con ese montón de arepas? —preguntó mamá.
—Comérnoslas. A mí me encantan las arepas recalentadas... y así
descansa de cocinar arepas todos estos días.
Y, ¿qué le iba a decir? Nada. Mamá había comprado un carrito para
vender raspados. Ella compraba el azúcar y en la noche la cocinaba; quiero
decir, hacía el sirope, y llenaba unas botellas hasta los hombros. Después,
hacía un almíbar con más dulce, con frambuesa, tamarindo, níspero, coco,
guanábana, piña o cualquier otra fruta; terminaba de llenar las botellas y
las metía en los huecos que ya traía el carrito, que también tenía el espacito
para un molde —bloque— de hielo. Ricardo se encargaba de ir a comprar
en la bicicleta el hielo y un paquete de vasos; y cuando llegaba Gerardo,
el muchacho que tenían contratado para salir a venderlos, ya ese carrito
estaba equipadito. Salía a mediodía y venía en la noche a entregar cuentas.
Ricardo también, cuando tenía tiempo, sacaba un carro de helados y los
vendía por la noche en las plazas, en las puertas de los cines o donde
hubiera público.
Cuando Manuel se fue para la Escuela Naval, se fueron junto con él
varios amigos; entre ellos había uno que vivía muy cerca de la casa.
Después de que ellos se fueron, el señor Braulio, que así se llamaba el
papá, venía mucho a la casa a saber si Manuel había escrito; porque,
parece que al hijo no le gustaba escribir mucho. Un día mamá le dijo que
Manuel le mandaba “algo” quincenal; él se sorprendió y dijo:
—¡Cómo que les manda!, será que ustedes le mandan a él.
Entonces ella le explicó que era de algo que le daban a él para sus
gastos y él lo compartía.
—¡No puede ser! Si Vallito, cuando nos escribe, es para pedirnos;
porque allá le dan una miseria que no le alcanza ni para la mitad de sus
gastos.
Bueno, cada uno no piensa igual.
.......
Algo muy importante se me había olvidado decir, y fue que un poco
antes de Manuel irse a estudiar, nos nació nuestro último hermanito, Ramón;
por supuesto, en esa casa de Carúpano. Y así fue pasando el tiempo sin
.....................

uno darse mucha cuenta...


Entre las vivencias que estoy escribiendo de mis padres, hay muchas
por recordar; y, entre ellas, voy a mencionar algo importante: Mi abuela
Águeda, la mamá de mi mamá, era una partera muy reconocida y muy
querida en su pueblo. Mamá decía que había tenido la suerte de haber
sido atendida por ella en sus primeros cuatro partos, hasta que murió,
estando mamá en su quinto embarazo. De ahí en adelante no aceptó
parteras, todos sus demás hijos los tuvo sola, nada más con la compañía
de papá. No me puedo imaginar cómo una mujer con los dolores de parto
—que solo quien ha parido sabe lo que eso significa—, podía tener la
fuerza y la valentía para atenderse ella misma en esos momentos tan
difíciles.
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

Al momento del alumbramiento, mi papá la sostenía por debajo de


los brazos y mamá recibía a su muchacho con sus propias manos; y
luego llamaba a alguien para que le cortara el ombligo al niño o a la niña.
NOTAS

Eso era lo único que, según las creencias de la época, no debía hacer ella
misma; pero antes de que le cortaran al niño su ombligo ella misma lo
bañaba con agua hervida preparada con anticipación y con jabón; lo que,
102 por cierto, no era costumbre del lugar, si no solo de ella.
Como había aprendido de su mamá, pudo atender otros partos, no 103
muchos, porque a papá no le gustaba por nada del mundo; decía que la
iban a llamar Verónica “la partera”. Las mujeres que se dedicaban a ese
oficio cobraban cinco bolívares si era varón y cuatro si era hembra; mamá,
por supuesto, jamás llegó a cobrar por sus servicios, se contentaba con
el agradecimiento y el cariño de todos. Solo atendía a las mujeres más alle-
gadas; entre ellas, hubo dos a quienes les salvó la vida. Una partera que
estaba atendiendo a una parturienta, y que ya había sido apoyada por ma-
má en otras ocasiones, cuando vio que el caso se complicaba solicitó:
—¡Manden a buscar a la señora Verónica...!
Pero este caso era mucho peor que los otros; la mujer tenía preclam-
sia, a lo que por allá se le decía “frenesí”. Ya estaba con fuertes convul-
siones y completamente trabada; en lo que mamá la vio supo lo que tenía,
y también sabía que la cura era una que le había enseñado mi abuelita: un
huevo tibio con azufre. Pero lo peor era que al estar trabada, con los dientes

..................... X -
fuertemente apretados, no tenía forma de suministrarle el remedio. En su
afán por salvarla, mamá descubrió que le faltaba un diente y por ahí se lo
fue dando con una cucharita; pero la mujer no se sostenía en la cama por
las convulsiones.
En esa casa había mucha gente esperando el desenlace. Mamá hizo
entrar a cuatro hombres para que sostuvieran a la mujer en el aire y así
pudo hacer su trabajo de parto; salvando tanto al niño como a la madre.
Hubo otro caso del que no conozco los detalles, pero fue parecido y
mamá también pudo salvar a la madre y a la criatura.
.......
Cuando yo esperaba a mi primera hija, el esposo de una mujer que
estaba embarazada y que vivía cerquita le dijo a mamá:
—Señora Verónica, yo sé que usted no se está ocupando de eso,
pero también he sabido que sabe hacerlo y le vengo a pedir a ver si puede
atender a Pilar.
—Mira Zoilo —le contestó mamá—, yo con muchísimo gusto lo
haría ya que somos amigos, pero resulta que Delia espera para esos
mismos días; las dos son primerizas y en esos casos no se sabe cuándo
paren, así que no me puedo comprometer; de no ser así, con mucho
gusto lo haría.
Un día por la madrugada tocaron la puerta y cuando mamá abrió,
vio a Zoilo muy pálido que le dijo:
—Señora Verónica, ¡se muere Pilar!... La partera dice que no puede
hacer nada.
Pero ella, como ella misma decía, con su gran fe en Dios que siempre
la acompañaba, pudo salvar a la madre y al hijo. Zoilo siempre decía que
la vida de ambos se la debía a mamá.
Antes de yo tener hijos, siendo la mayor y habiendo sido la primera en
parir, mamá decía algo que supe mucho tiempo después: “No sé si ten-
dría el valor de acompañar en el parto a una de mis hijas”. Gracias a Dios,
tuve la suerte de tener siete hijos con ella; no solamente me acompañaba
en el parto, sino también en la cuarentena y siempre que la necesitara.
Yeyita también tuvo la suerte de tener sus primeros hijos con ella, así
como sus atenciones. A Silvia no la pudo acompañar en los partos porque
fueron en Caracas, en un hospital; pero, por supuesto, que contó con toda
su atención.
.......
.....................

Yo ya tenía varios años de casada y había tenido tres hijos. Vivía


para entonces en La Sabana de Caripito con mi esposo, Rafael Berbín, y
mis hijos; mis padres todavía vivían en Carúpano y nos escribíamos.
Cuando un día recibí una carta, no fue tanta la sorpresa porque ya los
conocía... fue, más bien, una grandísima alegría: ¡Mis padres se muda-
ban para Caripito! Al poco tiempo, ya estaban alquilando una casa en la
calle Benítez, ahí mismo en La Sabana, y poco después compraron una
casa en la calle Las Palmas; en todo el frente de donde nosotros vivíamos.
La casa que papá compró era de bahareque; pero, como era bien grande,
así se mudaron. Y, a los pocos días, ya estaba fabricando la otra casa
por encima de esa; es decir, iba tumbándola y fabricando encima, pero
con bloques.
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

Y, así, poco a poco, fue fabricando su casa, que vino siendo una
“señora casa”; además, con la ventaja de que tenía mucho terreno y que
NOTAS

siempre conseguía quien le trabajara bien. Ahora, él mismo podía trabajar


en la casa, que era lo que él quería, ya que sus hijos, Manuel y Ricardo,
estaban trabajando y los dos le mandaban dinero. Mis padres estaban
104 viviendo más holgados, gracias a Dios.
....... 105
Bueno, voy a contarles algo que no tiene nada que ver con lo que
estoy escribiendo, pero me pareció interesante. Rafael, mi esposo, tenía
por costumbre irse casi todos los fines de semana a cazar a la montaña,
con dos amigos y una perra cazadora que tenía uno de ellos. Quellito,
que entonces tenía catorce años, desde que supo eso, empezó a pedirle
a Rafael que lo llevara, que él quería conocer esas montañas. Rafael le
decía que no, que eso era muy peligroso, que cuando él fuera un hombre
y supiera manejar un arma, si le seguía gustando, él lo llevaba.
Pero Quellito seguía insistiendo, tanto, que un día Rafael le dijo:
—Bueno, yo voy a hablar con tu papá, si él me da permiso, te llevo.
—Él no va a dar ningún permiso—se quejó Quellito—; yo he ha-
blado con él y con mi mamá, y se ponen bravísimos.

..................... X -
De todas maneras, Rafael habló con mi papá, quien le respondió:
—¡Tú sabes muy bien de lo que me estás hablando, y todo el peligro
que hay en esas montañas!; pero también sabes la gran confianza que yo
tengo en ti; déjame hablar con su mamá que está más renuente que yo.
Bueno, el resultado fue que lo dejaron ir y, después de tantas reco-
mendaciones y bendiciones, salieron al anochecer. Al llegar a la montaña
donde tenían su campamento, comenzaron a arreglar las cosas que traían;
pero no se habían dado cuenta de que la perra no estaba con ellos; al
momento se oyeron unos aullidos que venían de la maleza. Rafael agarró
su escopeta y salió corriendo, ya que los gritos de todos al mismo tiempo
fueron:
—¡El tigre se está comiendo a la perra!
Y no era por decirlo solamente, ya habían visto mucho por ahí las
huellas del tigre. Cuando Rafael llegó, como pudo, casi donde estaba la
perra, pudo ver que no había tigre, sino que una gran espina le había
atravesado la oreja y, en los intentos de esta por zafarse, se la estaba
desgarrando. Entonces, cuando fue volteando poco a poco para celebrar
con sus amigos lo que había pasado, cuál no sería su sorpresa cuando
vio que el único que estaba a unos pasitos de él era Quellito... ¡No vio a
nadie más! Después de auxiliar a la perra, se devolvieron al campamento
donde encontraron a sus valientes amigos; de ahí no se habían movido.
Sinceramente no sé qué les dijo Rafael a ellos, solo se volteó, agarró
sus cosas y a su muchacho, y sin más comentarios se fue. Ya Quellito
tenía su experiencia, porque él había presenciado todo, ya que no se
había alejado de Rafael ni un poquito. Rafael, por su parte, testificó la
consecuente valentía de Quellito y la evidente cobardía de sus amigos.

.......
Papá seguía haciendo su casa, la hizo como quería, ya que tenía
bastante terreno y todavía le quedó espacio con muchos árboles frutales.
Pero, como a él le gustaba tanto la agricultura, buscó un terreno por San
Pablito donde sembraba maíz y todas las verduras que cosechaba para
la casa. Pero no crean que por ello se le quitaron las ganas de fabricar;
consiguió un solar como a una cuadra de la casa y se puso a fabricar
otra.
Manuel vivía en Caracas. Una de las veces que fue a visitarlos a
Caripito le compró a papá una maquinita de hacer bloques; así que esa
última casa, que no era muy grande, la hizo casi toda con bloques hechos
por él mismo. Ya para entonces vivían tranquilos, cada uno haciendo sus
.....................

cosas, sin mayores preocupaciones. Pero esta vez fue el destino el que
les dio un terrible golpe; el más grande que se le puede dar a unos padres:
mi hermano Freddy, que tenía doce años y que estaba estudiando primer
año de bachillerato, tuvo un pequeño accidente, le dio tétano y no lo
aguantó. Parecía que esos padres tampoco iban a aguantar ese dolor…
Manuel y Ricardo ya estaban casados y vivían en Caracas; los demás,
menos Yeyita y yo, estaban estudiando en Caracas: Silvia y Ramón vivían
con Manuel, y Quellito estudiaba interno en el Liceo Gran Mariscal de
Ayacucho. Por esos días, ellos estaban ahí en la casa por el duelo; pero
a la semana, cuando tenían que irse, se llevaron a mamá y papá se quedó
conmigo. Todos creíamos que por ser el hombre era más fuerte, pero
nos dimos cuenta que no era así. Y todos estuvimos de acuerdo en que
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

lo fueran a buscar para que estuvieran los dos juntos. Y ahora, sí lo veíamos
salir, quizás para siempre.
NOTAS

Ahí quedamos, Yeyita, que vivía más arriba con su esposo y sus
hijos, y yo con mi familia. Con el tiempo, tanto Yeyita como yo, ella primero
y yo después, con nuestras familias por supuesto, nos mudamos para
106 Caracas. Ya estábamos todos de nuevo cerca.
....... 107
Cuando llegué a Caracas, papá tenía un pequeño abasto, en contra
de la voluntad de sus hijos; ellos no querían que él siguiera trabajando,
¡hasta que, al fin, lo convencieron! Vendieron el negocio y compraron
una casa. Ya Silvia se había casado y ellos se mudaron con Quellito y
Ramón. Pero, en lo que papá llegó a esa casa se puso a trabajar hasta
que la modificó. En ese tiempo transfirieron a Manuel para la Base Naval
de Puerto Cabello, y un poco más tarde se mudó para allá. Ricardo se
fue poco después, los dos compraron casa y se establecieron.
Ricardo y Manuel se pusieron de acuerdo y compraron un terreno
en Borburata, un pueblo cercano a Puerto Cabello ubicado en la montaña.
Los viejos estaban en Caracas y cuando los fueron a buscar para que
vieran el terreno, papá, al llegar, dijo que él no se iba más para Caracas,
que él se quería quedar ahí; y les puedo decir con franqueza que eso sí

..................... X -
que era “monte y culebra”. Bueno, pero así era él. Y entonces, mis
hermanos mandaron a hacer primero una “casa de campo”, amplia y
cómoda, en toda la esquina del terreno, donde papá tenía todo el terreno
que quisiera para sembrar. Y ahí vivieron un tiempo solos hasta que
decidieron traer de Guayana a Carmen Elena, una sobrina de mamá, para
que los acompañara. Para ese entonces, ella tenía doce años y vivió con
ellos tanto tiempo que estuvo hasta que se casó; para mamá fue una hija
más. Ricardo y Manuel se la pasaban ahí siempre, y los que vivíamos en
Caracas, íbamos casi todos los fines de semana.
No solo nosotros. Sus hijos recordamos siempre a nuestros padres...
y sus nietos también: yo me lleno tanto de orgullo cuando oigo a mis hijos
hablar con ese amor de sus abuelos. Es que ellos llegaban allá y papá salía
para el fondo a cortarles caña, se las pelaba, se las picaba y hasta se las
ponía en gajitos. Otras veces los llevaba para el trapiche a sacar guarapo
de caña, jugaba con ellos cartas, lotería, bingo. Y mamá, por su parte, los
consentía, les cocinaba y les enseñaba juegos de mesa.
Todavía, que ya son unos “viejos”, ellos los recuerdan con tanto
amor. Cuando ellos estaban pequeños papá les enseñó a leer, a escribir y
las cuatro reglas —como él decía—; y ¡Dios libre que los sorprendiera
contando con los dedos! Mis primeros hijos fueron directo al segundo
grado, por todo lo que ya les había enseñado. Las hembras dicen que
mamá les enseñó no sé cuántas oraciones... que a mí me enseñó a plan-
char, o a cualquier cosa; y aunque haya sido con un regaño, ellos lo celebran
con un chiste. Bueno, a mí todas esas cosas me llenan el corazón.
.......
Mientras mis padres estaban viviendo en esa casa de la esquina; a una
cuadra, Manuel y Ricardo les mandaron a hacer otra casa mucho más
grande, que debía estar lista para cuando cumplieran sus cincuenta años
de casados. Y así fue, “Bodas de Oro” se llama la casa. Ahí le celebramos
una fiesta bien bonita, como ellos se lo merecían, y ahí se quedaron viviendo
desde ese día.
Papá estaba duro todavía. Se le subía mucho la tensión y siempre
estaba en tratamiento con el cardiólogo; pero, cuando se sentía mejor,
nadie le podía prohibir que se metiera en su conuco a sembrar sus matas;
y se sentía tan feliz cuando esas matas le daban frutos. Así pasó un tiempo,
siempre en tratamiento, hasta que llegó el día que se sintió peor, de verdad,
y hubo que hospitalizarlo; y de ahí en adelante pasaba un tiempo en la casa
y, lo demás, hospitalizado. Menos mal que era en el Hospital Militar de
Caracas, que para ese entonces era una maravilla, y él estaba muy bien
.....................

atendido.
Los médicos, las enfermeras y todo el personal lo querían mucho.
La mayor parte del tiempo estaba en Gastro, y lo atendían dos médicos.
Él se encariñó con el doctor Farchet y no le gustaba que otro lo viera.
Una noche estuvo muy mal y fueron a buscar al médico, no estaba Farchet
y trajeron al otro especialista, y en lo que papá lo vio dijo:
—¡¿Y este babieca fue quien vino?!
No sé si el doctor lo oyó, pero manifestaba tal admiración por papá
al extremo que él decía: “Lo único que le pido a Dios es que cuando yo
tenga la edad del señor Farías mis hijos se preocupen y me atiendan como
lo hacen los hijos de este señor”.
.......
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

Y, a propósito, hay muchas anécdotas. Voy a narrar una que recuerdo:


NOTAS

Un día le trajeron el almuerzo, yo estaba con él y no sé por qué dijo:


—¿Tú sabes qué quisiera comer?, mapuey sancochado.
108 No le dije nada; pero en lo que terminó de comer, bajé las escaleras
hasta donde había un teléfono y llamé a Puerto Cabello, allá estaban Ma- 109
nuel y Ricardo, y cuando supieron para qué era la llamada, inmediatamente
salieron a buscar esos mapueyes hasta que los consiguieron. Todo esto
ocurrió en el transcurso de la tarde. En cuanto los tuvieron, salieron para
Caracas, se lo llevaron a Silvia para que lo cocinara y esa misma noche
papá estaba cenando con mapueyes sancochados.
.......
Nosotros somos, gracias a Dios, siete hermanos muy unidos: Ramón,
Silvia, Yeyita y yo vivíamos en Caracas; y Manuel, Ricardo y Quellito en
Puerto Cabello. Como papá pasaba mucho tiempo hospitalizado, tratá-
bamos de estar el mayor tiempo posible con él; pero cuando terminaba la
visita en la noche se tenía que quedar uno solo a acompañarlo, y siempre
se quedaba el que le tocaba la noche. Éramos siete y cada quien tenía un
día de la semana con papá, ninguno se dejaba quitar su noche. Todo lo
que estaba a nuestro alcance hacer por esos viejos, que tanto hicieron por

..................... X -
nosotros, nos parecía poco.
Hasta que llegó el día en que lo mandaron para la casa; le habían
detectado una enfermedad terrible y ya no había nada que hacer. Lo lleva-
ron a su casa de Borburata. El médico lo visitaba y le mandó a preparar
una cama clínica, le llevaron oxígeno, una máquina para succionarlo y
todo lo que le fuera útil; en el estado en que él estaba, ya no podíamos
hacer más. Hasta que un día, así lo quiso Dios, se nos fue ese gran hom-
bre, ese gran esposo, ese gran padre, ese gran abuelo y ese gran amigo;
dejándonos tristes y desolados, pero no desamparados, ya que nos dejó
con nuestra madre; esa mujer que tanto luchó con él para levantar esa
familia a la que hoy dejaba.
Ahí estábamos todos sus hijos, nietos y esa familia entera que tanto
lo quería; quedamos con nuestra madre, gracias a Dios, por varios años.
Ella pasaba unos días en su casa, otros, la buscaba alguno de nosotros
para llevarla unos días a nuestra casa; pero, con quien siempre pasaba
más tiempo era con Silvia, que vivía en Caracas, y ya sus hijos se habían
casado. Un tiempo después, Silvia enviudó y se quiso ir a vivir a Borbu-
rata, y entonces mamá se quedó a vivir definitivamente con ella.
Mamá tenía, aparte de sus hijos, muchos nietos que la adoraban. Su
nieto mayor, Carmelo, que es mi hijo, su esposa y sus tres hijas tuvieron
la suerte de compartir con ella sus últimos tiempos; y, por supuesto, estaban
muy pendientes de que ella estuviera bien, al igual que todos los demás.
Y, ¡cómo no!, si a ella todo el mundo la quería.
.......
Llegó el momento en que mamá fue cambiando de carácter a con-
secuencia del Alzheimer que comenzó a padecer; pasaba el tiempo y ella,
algunas veces recordaba las cosas y otras veces no, pero siempre estaba
tranquila, siempre nos recibía con una sonrisa. Cuando ella recordaba
algo, lo que fuera, todos lo celebrábamos con ella, y así se mantuvo un
tiempo. Hasta que llegó el momento en que tuvo que quedarse en cama.
Por suerte, tanto para ella como para nosotros, un médico estuvo
todo el tiempo pendiente de su tratamiento, y la visitaba hasta dos veces
al día por mucho tiempo; eso nos tranquilizó mucho. Y el día que Dios lo
dispuso, se la llevó como un angelito más de los que tiene Él en el cielo,
porque eso era en lo que ella se había convertido: en un angelito.
Y... así termina este pequeño relato de las pocas cosas que recuer-
do de las tantísimas que mis padres vivieron. Y así como doy gracias a
Dios por habernos dado unos padres maravillosos como ellos, le pido
.....................

que no solo sus hijos y sus nietos, sino todas las generaciones que vayan
llegando, sepan respetar la memoria de Ricardo Farías y Verónica Márquez
de Farías. Y ese es el motivo por el cual esta hermosa historia ha sido
relatada».
.......
De esta forma, mamá dio por terminada la narración con la que
quiso honrar la memoria de sus padres y abuelos; aunque, como ella
misma dijo, «muchísimas cosas se me quedaron cortas». Y no solo en lo
relativo a la vida de Verónica y Ricardo, de Águeda y Gerónimo, de
Natividad y Manuel; sino con respecto a sus propias vivencias, de ella
y de papá, descritas en las NOTAS con las que también nos dejó em-
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

palagados, con ganas de seguir leyendo. Porque quienes tuvimos el


privilegio de escuchar sus relatos e historias, sabemos que había mucho
más por decir.
NOTAS

Pero lo dicho es suficiente para valorar la ejemplar vida de los pro-


tagonistas de estas narraciones, de todos, sin excepción; es suficiente
para encomiar sus valores, su honestidad y su respeto por la vida que les
110 fue concedida en gracia por el Altísimo. ¿Que no fue cómoda?; no, así
queda en evidencia. ¿Que no fue fácil?... No, no lo fue. Pero fue vivida 111
honradamente, siguiendo los preceptos dictados por el Señor, prodigan-
do amor a sus semejantes y regidos por unos ejemplares códigos de
conducta que deben ser la referencia para todos sus descendientes. Nos
queda su enseñanza.
Mamá comenzó a escribir luego de la muerte de papá. Primero, con
poesías que le sirvieron de catarsis para tan traumática e inesperada
pérdida; luego, con más poesías, dedicadas a todos sus seres queridos:
a sus hijos, nietos, padres, hermanos, tíos, sobrinos... a todos. Esta pro-
ducción fue compilada en «Poesías, », que forma
parte de esta colección. Pero también comenzó a plasmar en papel sus
recuerdos, lo que les permitió a mis hermanas entusiasmarla a continuar
«para que no quedaran en el olvido». Así lo hizo por varios años, llenó
cuadernos completos con su propia letra, esmerándose en el verbo y la
escritura.

..................... X -
Sus últimos años los pasó en Carrizal, con la frecuente visita y pre-
ocupada atención de todos sus hijos, y bajo el solícito cuidado de Delia
Jesús y Marilda, quienes asumieron tal responsabilidad de forma en-
comiable. Años de tranquilidad, de sosiego; solo alterados por recurren-
tes padecimientos físicos, aunque con una memoria lúcida y vivaz. Ya no
escribió; pero, además de continuar relatando sus vivencias a sus hijos
y nietos, expresaba su preocupación por la maltrecha situación socio-
política del país, sobre la cual ya se había manifestado desde que los
infiltrados de la democracia aparecieron en escena:
Todos fuimos ingratamente sorprendidos / cuando este veintisiete, muy
por la mañana, / unos «bolivarianos» locos, corrompidos, / interrumpie-
ron nuestra paz venezolana. / La incertidumbre, el horror y la amargura /
nos hacían paralizar el corazón / al pensar que una nueva dictadura / se
apoderaba de nuestra gran nación.
Y, de forma más contundente, cuando estos finalmente secuestraron
el poder y acabaron con las libertades políticas que habíamos conquis-
tado; llevando a mamá a rememorar la dictadura perezjimenista:
Fueron unos cuantos años, / hoy vienen a mi memoria, / nos hicieron
mucho daño / ¡pero eso pasó a la historia! / Hoy estamos en lo mismo; /
casi, se puede decir. / Creo, con gran optimismo, / con bien vamos a salir.
/ Pero, no hablemos de esto, / que da mucha calentera...
Lamentablemente, no pudo atestiguar la todavía pendiente recupe-
ración de nuestra democracia; esa que ella misma, acompañando a pa-
pá, contribuyó a construir, y que se perdió en manos de un militar au-
daz, déspota y arbitrario al que cándida e irresponsablemente se la en-
tregamos. Fue esa, quizás, la única nube que ensombreció sus días
postreros.
Y así se agotó el hilo de la vida de Delia Severina, envuelta en un
halo de paz y quietud generado por una conciencia tranquila; la de un
alma limpia que supo vivir la vida sin apartarse de sus propios cánones
y valores, guiada siempre por su respeto a los mandamientos de Dios, a
cuya voluntad se encomendaba. Así partió una triste noche de octubre
de 2019, con la misma nobleza con la que vivió; dejándonos un vacío
en el alma que semeja a un abismo, pero con el corazón repleto del amor
que nos prodigó por tantos años.
¡Gracias, mamá!
.....................
NOTAS
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

112
APÉNDICE

..................... CRONOLOGÍA
113
NOTAS .....................

114
DELIA FARÍAS DE BERBÍN
115

..................... ÁRBOL GENEALÓGICO


Engracia
de MÁRQUEZ
Juan Bautista
MÁRQUEZ Bervín Farías Liona
TINEO
Policarpio
CARABALLO

Genealogía de la familia Berbín / Bervín / Bervíns - Farías


Joaquina
de LÓPEZ
Belén Clotilde Corinta Leopoldo Ramón
Margarita
Josefa Prudencia Francisco

Natividad Manuel
José Juana HERNÁNDEZ FARÍAS
Águeda Gerónimo Juana Rafael Antonio
Modesta LÓPEZ MÁRQUEZ CARABALLO TINEO BERBÍN SUNIAGA
c.1896-1929 c.1865-1955
Saturnina Celedonia Ramón

Pablo
Carmen Federico Armando
Verónica Cirila Ricardo Casto
Concepción Gerónimo MÁRQUEZ LÓPEZ FARÍAS HERNÁNDEZ Matrimonio
- Carmen Ramona Margarita
1908-2004 1899-1979 28 de noviembre de 1942 1923-2014 1928-2006
en
San José de Aerocuar,
estado Sucre.
Teodora Justina
1924-2014
Ascendencia directa

Manuel Andrés Rita Desideria Silvia Edesia Carmen Ramón BERBÍN


1930 1936 1943 1948 Delia Severina Rafael Antonio FARÍAS
CARABALLO

Silvia Pastora
FARÍAS MÁRQUEZ BERBÍN CARABALLO MÁRQUEZ
Ricardo Secundino Jesús Euquerio Freddy Oswaldo SUNIAGA
1929
1933-2021 1940 1945-1957 1926-2019 1921-1983 HERNÁNDEZ
TINEO
LÓPEZ

Carmelo Rafael Delia Jesús Verónica Almida Rafael Antonio Rómulo Ascensión José Jesús
1946 1951 1955 1958 1962 1965

Anselia Elena Aracelis Vidalina Elinor María Marilda del Valle Manuel Andrés Anselia del Valle
1944-1947 1947 1953 1957 1960 1963

Descendencia Directa
Delhielsy Karel Bárbara Alejandra Erika Karina Catherine Dayana Rafael Ricardo Rafael Antonio Rafael Manuel Guillermo Rafael Victoria Andrea Isabella Andrea
LÓPEZ
BERBÍN LÓPEZ CARRERO BERVÍNS MELGAREJO BERVÍN LICCIONI BERVÍN BERVÍN FARÍAS BERVÍN VIRGÜEZ BERVÍN RODRÍGUEZ BERVÍNS FONSECA PEDROZA BERVÍNS BERVÍNS YÉPEZ
MUÑOZ
CARRERO 1975 1977 1975 1977 1982 1983 1984 1985 2006 2011
MELGAREJO
LICCIONI
VIRGÜEZ
RODRÍGUEZ Nairín del Carmen Brenda Verónica Eira Carolina Jaqueline Tatiana Andrés Rafael Verónica Andreina Jeandely del Valle
FONSECA BERBÍN MUÑOZ CARRERO BERVÍN MELGAREJO BERVÍN LICCIONI BERVÍN BERVÍN VIRGÜEZ BERVÍN RODRÍGUEZ BERVÍNS FONSECA
PEDROZA 1982 1986 1977 1978 1984 1986 1990
YÉPEZ

Rosdely del Carmen Mirih del Carmen Héctor Rafael Eunice Griselia Yahirí del Valle Yanireth del Valle
BERBÍN MUÑOZ BERBÍN MUÑOZ LICCIONI BERVÍN “La Familia es un tesoro en BERVÍN RODRÍGUEZ BERVÍNS FONSECA BERVÍNS FONSECA
1988 1983 1981 que todos los de ella tienen 1993 1992 1995
interés”
EL LIBERTADOR A SU HERMANA MARÍA ANTONIA
LIMA, ABRIL 1825
ÁRBOL GENEALÓGICO BERBÍN FARÍAS
03 / CENTAURO 212, 2021
.....................
NOTAS
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

116
117
CRONOLOGÍA
..

..................... CRONOLOGÍA
..
..
.
c. . Nace en Margarita, Nueva Esparta, Rafael Antonio Berbín Su-

.
niaga (Parico), p. 35 y FDV, p. 13.
c. Nace en Blancolugar, Sucre, Juana Caraballo Tineo, p. 35 y FDV,

.
p. 13.
Nace en Fuente de Lourdes, Sucre, Ricardo Casto Farías Her-

.
nández, p. 91.

.
Nace en El Muco, Sucre, Verónica Cirila Márquez López, p. 91.

.
c. Matrimonio de Juana Caraballo y Rafael Berbín Suniaga, p. 35.
Nace en Corozal de Las Tablas, Sucre, Rafael Antonio Berbín

.
Caraballo, P. 29 y FDV, p. 13.
Nace en Corozal de Las Tablas Carmen Berbín Caraballo (Car-

.
mela), FDV, p. 13.
Nace en Corozal de Las Tablas Teodora Justina Berbín Caraba-

.
llo, FDV, p. 13.
Matrimonio de Verónica Márquez y Ricardo Farías Hernández,

.
celebrado en El Muco, p. 91.

.
Nace en El Muco Delia Severina Farías Márquez, pp. 13 y 91.
Nace en Corozal de Las Tablas Ramona Margarita Berbín Cara-

.
ballo, FDV, p. 13.
Nace en El Muco Silvia Pastora Farías Márquez, quien muere a

.
los diecinueve días de nacida, p. 91.
Muere en Corozal de Las Tablas Juana Caraballo de Berbín, p.

.
29.
Rafael Berbín se va a vivir con su media-hermana paterna, María

.
Martínez, en Santafé, Sucre, p. 29.
Nace en Fuente de Lourdes Manuel Andrés Farías Márquez, pp.
91 y 98.
c. . Delia Farías Márquez pasa algunas temporadas en Blancolugar

.
con su tía-madrina, Loña, p. 23.
Nace en Fuente de Lourdes Ricardo Secundino Farías Márquez,

.
pp. 92 y 98.
Mueren Águeda López de Márquez, en El Muco; y Manuel

.
Farías, en Fuente de Lourdes, p. 17.
Rafael Berbín se va a vivir con su abuela materna en Blancolu-

.
gar, p. 30.
Nace en Fuente de Lourdes Rita Desideria Farías Márquez (Ye-

.
yita), pp. 96 y 98.

.
c. La familia Farías Márquez se muda a El Muco, p. 89.
Nace en El Muco Jesús Euquerio Farías Márquez (Quellito), p.

.
98.
Rafael Berbín se trae a su papá y a sus hermanas de Santafé a

.
Blancolugar, p. 35.
La familia Farías Márquez se muda de El Muco a Blancolugar,

.
pp. 23 y 98.
.....................

.
Se conocen en Blancolugar Delia Farías y Rafael Berbín, p. 23.
Rafael Berbín se muda junto a su papá y sus hermanas de Blan-

.
colugar a Corozal de Las Tablas, p. 35.
Matrimonio civil de Delia Farías Márquez y Rafael Berbín Ca-
raballo, celebrado en San José de Areocuar, Sucre. Se radican en

.
Blancolugar, pp. 27, 28, 36 y 37.

.
Nace en Blancolugar Silvia Edesia Farías Márquez, p. 99.
Rafael Berbín comienza a participar de manera activa en la po-

.
lítica como militante de Acción Democrática, pp. 39-41 y tp.

.
Nace en Blancolugar Anselia Elena Berbín Farías, p. 39.
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

.
Nace en Blancolugar Freddy Oswaldo Farías Márquez, p. 99.

.
Nace en Blancolugar Carmelo Rafael Berbín Farías, p. 39.
NOTAS

Rafael Berbín es nombrado Celador de la Renta Municipal de

.
Licores, pp. 40 y 82.

.
Muere en Blancolugar Anselia Elena Berbín Farías, pp. 40 y 83.
118 Nace en Blancolugar Aracelis Vidalina Bervín Farías, p. 40.
. La familia Berbín Farías se muda a Carúpano, Sucre, junto a la 119
.
familia Farías Márquez, p. 46.

..................... CRONOLOGÍA
.
Nace en Carúpano Ramón Farías Márquez, p. 102.
Con la caída del gobierno de Gallegos, Rafael Berbín es despe-

.
dido de la Renta de Licores, p. 47.
Rafael Berbín inicia la lucha clandestina contra la dictadura mi-

.
litar, pp. 46-50.
La familia Berbín Farías se reencuentra y se muda a Blancolu-

.
gar, p. 46.

.
Nace en Blancolugar Delia Jesús Berbín Farías, p. 48.

.
La familia Berbín Farías se muda a Canchunchú, Sucre, p. 49.
Rafael Berbín participa en un frustrado intento de golpe de Estado

.
contra la Junta Militar de Gobierno, pp. 49-52.
Allanamiento de la casa de la familia Berbín en Canchunchú por

.
parte de la Guardia Nacional, pp. 54-56.

.
Rafael Berbín es denunciado por espías del Gobierno, p. 56.
Traslado de Rafael Berbín a Caripito, Monagas, en busca de
trabajo. Delia de Berbín se muda con sus padres a Carúpano, p.

.
58.

.
La familia Berbín Farías se muda a Caripito, p. 59.
Rafael Berbín participa en las actividades organizadas por Acción
Democrática contra la elección de una Asamblea Constituyente;
se involucra en la conspiración directa contra la dictadura, pp.

.
60-62.

.
Nace en Caripito Elinor María Bervín Farías, p. 62.

.
Nace en Caripito Verónica Almida Bervín Farías, p. 65.

.
Muere en Caripito Rafael Berbín Suniaga (Parico), p. 65.

.
Nace en Caripito Marilda del Valle Bervín Farías, p. 68.

.
Muere en Caripito Freddy Farías Márquez, p. 68.
En un encuentro nacional de galeronistas celebrado en Caripito
en el que representaba al estado Monagas, Rafael Berbín resulta

.
ganador y es paseado en hombros por el pueblo, p. 68 y tp.
Rafael Berbín participa en las actividades organizadas por Acción
Democrática contra el plebiscito que pretendía extender el man-
.
dato de Pérez Jiménez, pp. 71-72.
Tras la caída del régimen perezjimenista, Rafael Berbín es nom-

.
brado Comandante de la Policía de Caripito, p. 72.

.
Nace en Caripito Rafael Antonio Bervín Farías, p. 73.

.
Rafael Berbín es nombrado Prefecto de Quiriquire, p. 73.

.
Nace en Caripito Manuel Andrés Bervín Farías, p. 73.
Rafael Berbín es nombrado Comandante de Policía de Tucupita,

.
Delta Amacuro, p. 73.
Rafael Berbín es nombrado Jefe Civil de Pedernales, Delta Ama-

.
curo, p. 73.

.
La familia Berbín Farías se muda a Pedernales, p. 73.

.
Nace en Pedernales Rómulo Ascensión Bervíns Farías, p. 74.

.
Nace en Pedernales Anselia del Valle Bervíns Farías, p. 75.
Rafael Berbín es designado como parte del cuerpo de seguridad
del presidente Leoni y es asignado a la Escolta Civil en Caracas,

.
p. 76.
.....................

.
La familia Berbín Farías se muda a Caracas, p. 76.

.
Nace en Caracas José Jesús Bervíns Farías, p. 76.
Matrimonio eclesiástico de Delia Farías Márquez y Rafael Ber-

.
bín Caraballo, celebrado en Caracas, p. 28.
Con el cambio de gobierno, Rafael Berbín renuncia a la Escolta

.
Civil de la Presidencia, p. 77 y tp.
El Matrimonio Farías Márquez se muda para Borburata, Cara-

.
bobo, p. 107.

.
La familia Berbín Farías se muda a Puerto Cabello, FDV, p. 14.

.
La familia Berbín Farías vuelve a Caracas, FDV, p. 14.
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

.
Nace en Caracas Delhielsy Karel Berbín López, tp.

.
Nace en Caracas Erika Karina Melgarejo Bervín, tp.
NOTAS

.
Nace en Caracas Eira Carolina Melgarejo Bervín, tp.
Nace en Valencia, Carabobo, Catherine Dayana Liccioni Ber-

.
vín, tp.
120 Nace en Caracas Bárbara Alejandra Carrero Bervíns, tp.
.
.
Nace en Valencia Jaqueline Tatiana Liccioni Bervín, tp. 121
Muere en Borburata Ricardo Farías Hernández, p. 109 y PMCR,

..................... CRONOLOGÍA
.
pp. 17-18.

.
Nace en Valencia Héctor Rafael Liccioni Bervín, tp.

.
Nace en Caracas Rafael Ricardo Bervín Farías, tp.
Nace en Ciudad Guayana, Bolívar, Nairín del Carmen Berbín

.
Muñoz, tp.
Nace en San Felipe, Yaracuy, Rafael Antonio Bervín Virgüez,

.
tp.
Muere en Caracas Rafael Berbín Caraballo, pp. 78-80 y PMCR,

.
pp. 33-34.

.
Nace en Ciudad Guayana Mirih del Carmen Berbín Muñoz, tp.
Delia Farías de Berbín comienza a escribir sus poesías, PMCR,

.
p. 18.

.
Nace en San Felipe Andrés Rafael Bervín Virgüez, tp.

.
Nace en Ciudad Guayana Rafael Manuel Bervín Rodríguez, tp.
Nace en Barquisimeto, Lara, Guillermo Rafael Bervíns Fonse-

.
ca, tp.
Nace en Los Teques, Miranda, Brenda Verónica Carrero Bervín,

.
tp.
Nace en Ciudad Guayana Verónica Andreína Bervín Rodríguez,

.
tp.

.
Nace en Puerto Cabello Rosdely del Carmen Berbín Muñoz, tp.

.
Nace en Barquisimeto Jeandely del Valle Bervíns Fonseca, tp.

.
Nace en Barquisimeto Yahirí del Valle Bervíns Fonseca, tp.
Delia Farías de Berbín se muda a Carrizal, en los Altos Miran-
dinos, en compañía de tres de sus hijas: Delia, Marilda y Anselia,

.
PMCR, p. 18 y tp.

.
Nace en Ciudad Guayana Eunice Griselia Bervín Rodríguez, tp.

.
Nace en Barquisimeto Yanireth del Valle Bervíns Fonseca, tp.
c. Motivada principalmente por su hija Verónica, Delia Farías de
Berbín comienza a escribir sus «Notas de la vida», PMCR, p. 18
y tp.
. Se publican por primera vez «Familia y Democracia en versos»

.
y «Notas de la Vida», p. 7.
Se publica «Dos vidas, una historia» para conmemorar los veinte

.
años de la muerte de Rafael Berbín Caraballo, p. 7.
Muere en Borburata Verónica Márquez de Farías, p. 110 y PMCR,

.
p. 18.

.
Nace en Los Teques Victoria Andrea Pedroza Bervíns, tp.

.
Muere en Caracas Ramona Berbín Caraballo, tp.
Motivada principalmente por su hija Delia Jesús, Delia Farías
de Berbín realiza la revisión y ampliación de sus «Notas de la

.
vida», p. 89 y tp.

.
Nace en Barquisimeto Isabella Andrea Bervíns Yépez, tp.

.
Muere en Caracas Carmen Berbín Caraballo (Carmela), tp.

.
Muere en Caracas Teodora Berbín Caraballo, tp.

.
Muere en Carrizal Delia Farías de Berbín, p. 112.

.
Muere en Puerto Cabello Ricardo Farías Márquez, tp.
.....................

Se publica la «Colección Centenario Rafael Berbín Caraballo».


DELIA FARÍAS DE BERBÍN
NOTAS

122
123
NOTAS
..

..................... ÍNDICE ONOMÁSTICO


..
..
.
AGUILERA, Pachico, 44, 45, 46 BERBÍN MUÑOZ, Rosdely, 121
BARRIOS, Gonzalo, 77 BERBÍN SUNIAGA, Rafael (Parico), 29,
Baudilio, 64 33, 34, 35, 37, 65, 117, 119

BELLORÍN, Delia, 14, 17 BERVÍN FARÍAS, Aracelis, 38, 44, 56,


66, 72, 74, 78, 81, 116
BERBÍN CARABALLO, Carmen (Car-
mela), 29, 37, 117, 122 BERVÍN FARÍAS, Elinor, 62, 74, 119

BERBÍN CARABALLO, Rafael, 7, 8, 23, BERVÍN FARÍAS, Manuel, 73, 120


24, 25, 26, 27, 29, 30, 29, 30, 33, 34, 35, BERVÍN FARÍAS, Marilda, 68, 80, 111,
36, 37, 38, 39, 40, 41, 42, 43, 44, 45, 46, 119, 121
47, 48, 49, 50, 51, 52, 53, 54, 55, 56, 57, BERVÍN FARÍAS, Rafael, 8, 73, 76, 84,
58, 59, 60, 61, 62, 63, 64, 66, 67, 68, 69, 85, 87, 120
70, 71, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 79, 80, 81,
82, 83, 84, 87, 104, 105, 106, 110, 111, BERVÍN FARÍAS, Rafael Ricardo, 121
112, 117, 118, 119, 120, 121, 122 BERVÍN FARÍAS, Verónica, 3, 65, 67, 74,
BERBÍN CARABALLO, Ramona, 29, 37, 119, 121
117, 122 BERVÍN RODRÍGUEZ, Eunice, 121
BERBÍN CARABALLO, Teodora, 29, 37, BERVÍN RODRÍGUEZ, Rafael, 121
117, 122 BERVÍN RODRÍGUEZ, Verónica, 121
BERBÍN FARÍAS, Anselia Elena, 39, 82, BERVÍN VIRGÜEZ, Andrés, 121
83, 118
BERVÍN VIRGÜEZ, Rafael, 121
BERBÍN FARÍAS, Carmelo, 39, 46, 47, 58,
65, 68, 73, 74, 75, 82, 83, 109, 118 BERVÍNS FARÍAS, Anselia, 75, 120, 121

BERBÍN FARÍAS, Delia, 48, 58, 68, 74, BERVÍNS FARÍAS, José Jesús, 76, 120
76, 79, 80, 88, 94, 111, 119, 121, 122 BERVÍNS FARÍAS, Rómulo, 74, 120
BERBÍN LÓPEZ, Delhielsy, 120 BERVÍNS FONSECA, Guillermo, 121
BERBÍN MUÑOZ, Mirih, 121 BERVÍNS FONSECA, Jeandely, 121
BERBÍN MUÑOZ, Nairín, 121 BERVÍNS FONSECA, Yahirí, 121
BERVÍNS FONSECA, Yanireth, 121 FARÍAS HERNÁNDEZ, Tunica, 90
BERVÍNS YÉPEZ, Isabella, 122 FARÍAS MÁRQUEZ, Freddy, 68, 99, 106,
BETANCOURT, Rómulo, 41, 73, 75 118, 119

BRAVO, Juan, 18, 19 FARÍAS MÁRQUEZ, Jesús (Quellito),


75, 98, 105, 106, 107, 109, 118
CABRERA, Carlos, 79
FARÍAS MÁRQUEZ, Manuel, 14, 19, 26,
CARABALLO, Ramón, 30, 33, 35, 41 28, 37, 38, 39, 46, 47, 82, 83, 84, 87, 91,
CARABALLO DE BERBÍN, Juana, 29, 98, 99, 100, 101, 102, 104, 106, 107,
33, 35, 117 108, 109, 117
Carmen Elena, 107 FARÍAS MÁRQUEZ, Ramón, 102, 106,
CARRERO BERVÍN, Brenda, 121 107, 109, 119

CARRERO BERVÍNS, Bárbara, 120 FARÍAS MÁRQUEZ, Ricardo, 37, 38, 39,
74, 84, 85, 86, 87, 92, 98, 99, 100, 101,
DELGADO CHALBAUD, Carlos, 48
104, 106, 107, 108, 109, 118, 122
Doctor FARCHET, 108
FARÍAS MÁRQUEZ, Rita (Yeyita), 64,
Doctor MARTÍNEZ, 66, 67 65, 66, 68, 76, 83, 84, 85, 86, 87, 96,
Doctor RODRÍGUEZ, 66, 67, 68 98, 104, 106, 109, 118
.....................

Doctor SANABRIA, 84 FARÍAS MÁRQUEZ, Silvia, 53, 99, 104,


106, 107, 109, 118
FARÍAS, Manuel, 17, 84, 90, 110, 118
FARÍAS MÁRQUEZ, Silvia Pastora, 91,
FARÍAS DE BERBÍN, Delia, 7, 8, 11, 13,
98, 117
15, 16, 18, 19, 22, 24, 25, 27, 36, 37, 38,
39, 41, 45, 46, 47, 48, 49, 50, 51, 52, 53, GALLEGOS, Rómulo, 41, 46, 117
54, 57, 58, 60, 62, 65, 69, 70, 71, 73, 74, Georgina, 96
76, 77, 78, 79, 80, 81, 82, 84, 86, 91, 95,
Gerardo, 101
96, 97, 98, 103, 104, 106, 108, 109, 110,
111, 112, 117, 118, 119, 120, 121, 122 GÓMEZ, Juan Vicente, 95
FARÍAS HERNÁNDEZ, Celedonia (Lo- HERNÁNDEZ, José Gregorio, 76
ña), 91, 96, 98, 118 HERNÁNDEZ DE FARÍAS, Natividad,
91, 96, 110
DELIA FARÍAS DE BERBÍN

FARÍAS HERNÁNDEZ, Pablo, 91


FARÍAS HERNÁNDEZ, Ramón, 91 LEONI, Menca de, 77
FARÍAS HERNÁNDEZ, Ricardo, 13, 14, LEONI, Raúl, 8, 76, 120
NOTAS

17, 18, 19, 20, 21, 23, 24, 26, 27, 37, 38, LICCIONI BERVÍN, Catherine, 120
46, 47, 49, 50, 58, 64, 68, 91, 92, 93, 94,
95, 96, 97, 98, 99, 100, 101, 103, 104, LICCIONI BERVÍN, Héctor, 121
124 105, 106, 107, 108, 109, 110, 117, 121 LICCIONI BERVÍN, Jaqueline, 121
LION, Francisco, 50, 56 MARTÍNEZ, María, 29, 116 125
LION, Marcelino, 24, 43 MELGAREJO BERVÍN, Eira, 120

..................... ÍNDICE ONOMÁSTICO


LION, Sergio, 50 MELGAREJO BERVÍN, Erika, 120
LÓPEZ, Joaquina de, 89 Mercedes, 30
LÓPEZ, Modesta, 20, 21 MIRANDA, Julio, 57, 58
LÓPEZ, Pablo, 66, 76, 84, 85 MOYA, Liberato, 23, 39, 40, 41, 42, 43,
LÓPEZ DE MÁRQUEZ, Águeda, 17, 38, 44, 45, 46
89, 90, 91, 96, 102, 103, 110, 118 OLIVARES, 51, 52, 53, 60, 61
LÓPEZ FARÍAS, Freddy, 84 Padre Basilio, 75
Maestro MARSELLA, 69, 70 PEDROZA BERVÍNS, Victoria, 122
MARCANO, Emelina, 22 PÉREZ JIMÉNEZ, Marcos, 48, 71, 120
MÁRQUEZ, Belén, 89 Pilar, 103, 104
MÁRQUEZ, Cleotilde, 89 PONCE, Pedro, 44, 45, 46
MÁRQUEZ, Corinta, 89 Ricarda, 53, 54
MÁRQUEZ, Engracia de, 89 RODRÍGUEZ, Emiliano, 29
MÁRQUEZ, Gerónimo, 89, 90, 91, 110 Señor Aquiles, 53, 55
MÁRQUEZ, Juan Bautista (Juancho), 89 Señor Benedo, 20, 21
MÁRQUEZ DE FARÍAS, Verónica, 13,
Señor Braulio, 96
14, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 25, 26, 27, 36,
38, 46, 47, 49, 50, 51, 57, 58, 64, 65, 74, Señor José, 34
82, 83, 86, 87, 90, 91, 92, 93, 94, 96, 97, Señor Pablo, 41
98, 99, 100, 101, 102, 103, 104, 105,
Señora Rosa, 53, 54, 55
107, 109, 110, 117, 122
TINEO, Apolinar, 63, 64, 70
MÁRQUEZ LÓPEZ, Armando, 90
TINEO, Euqueria, 23
MÁRQUEZ LÓPEZ, Carmen, 83, 89, 90,
91 TINEO, Guillermina, 23
MÁRQUEZ LÓPEZ, Concepción (Con- TINEO, Josefina, 23, 25
cha), 18, 23, 89, 90 TINEO, Liona, 29, 30, 35
MÁRQUEZ LÓPEZ, Federico, 90 Vallito, 96
MÁRQUEZ LÓPEZ, Gerónimo, 90 YÁNEZ DE FARÍAS, Teodosia, 85, 86,
MARTÍNEZ, Benita, 29 87
MARTÍNEZ, Lucía, 29 Zoilo, 103, 104
NOTAS .....................

126
DELIA FARÍAS DE BERBÍN
1. Barquisimeto, 121, 122
2. Blancolugar, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 29, NUEVA NOTAS
30, 35, 36, 37, 39, 42, 45, 47, 48, 82, 94, ESPARTA
98, 117, 118, 119
3. Borburata, 77, 107, 109, 120, 121, 122 27 14 24
4. Canchunchú, 49, 52, 119 3 25
17 22
5. Cangrejal, 39
6. Cangua, 82 31
13 4
7. 41 6 39 21
Caño de Cruz, 39 32
16 18 20 19
8. Capure, 73, 74 37 2 36 38
9. Caracas, 28, 47, 68, 74, 75, 76, 77, 84, Cumaná 33 29
85, 104, 106, 107, 108, 109, 120, 121, 122 5 SUCRE 1
40
10. Caripe del Guácharo, 26 7 43
11. 10 9
Caripito, 38, 39, 58, 59, 62, 66, 68, 72, 11
73, 85, 86, 87, 104, 106, 119, 122 35 26
23
12. Carrizal, 111, 121, 122
12
Maturín
13. Carúpano, 14, 22, 35, 44, 45, 46, 49, 50, 51, 57, 60, 82, 83, 30 8
34 28
89, 99, 100, 102, 104, 119 15
14. Catia La Mar, 100
15. Ciudad Guayana, (Puerto Ordaz-San Félix), 107, 121 MONAGAS VENEZUELA
16. Corozal de las Tablas, 27, 31, 35, 37, 117, 118
17. El Junquito, 77
Tucupita
18. El Muco, 13, 17, 19, 22, 23, 88, 91, 93, 96, 97, 98, 117, 118
42
19. El Pilar, 50
20. Fuente de Lourdes (Corozal de las Cañas), 13, 91, 95, DELTA
96, 98, 117, 118 AMACURO 21
21. Guasina, 62 33. Punta Brava, 42
22. Los Caracas, 77 34. Punta de Mata, 60
23. Los Teques, 80, 121, 122 35. Quiriquire, 73, 120
24. Macuto, 77 36. Rincón Frío, 23
25. Maiquetía, 85, 86 37. Río Casanay, 24, 25, 41, 42
26. Maracay, 72 38. San Felipe, 121
27. Margarita, 35, 117 39. San José de Areocuar, 27, 28,
28. Maturín, 84, 85 42, 44, 45, 118
29. Nueva Colombia, 92, 94 40. Santafé, 29, 35, 117, 118
30. Pedernales, 73, 74, 120 41. Saucedo, 33
31.
32.
Puerto Cabello, 74, 77, 107, 109, 120, 121, 122
Puerto La Cruz, 84
42. Tucupita, 73, 120
43. Valencia, 120, 121 ................... ÍNDICE TOPONÍMICO 127
Notas

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