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LA TRADICION LIBERAL
De todas ellas se nutre el liberalismo, al tiempo que selectivamente las apoya y las adapta,
hasta configurar un modelo ideopolítico en el que la constante tensión entre la vindicación del
individuo y el reconocimiento de la necesidad de un poder tan común como artificial, por un
lado, y constitucionalmente limitado y dividido, por otro, se constituye en el núcleo ideológico
de un nuevo discurso y cultura políticas.
Si hubiese que datar la aparición del liberalismo como un movimiento político sería con los
“levellers”, pequeños propietarios y miembros del ejército de Cromwell, que en la Inglaterra
de mediados del XVII lograron plantear públicamente demandas de libertados y derechos
individuales con las que se enfrentaron a la iglesia católica y a la monarquía de Carlos I.
Desde sus comienzos el liberalismo muestra preocupación por el tema del individuo y su lugar
en la sociedad. La lucha contra el autoritarismo llevó al liberalismo a configurarse como una
fuerza crítica, revolucionaria y emancipadora basada en una nueva concepción del individuo:
es un ser que tiene vida independiente, que precede lógicamente a cualquier grupo o
asociación humana y cuya existencia nada debe a ellas.
El individuo se desarrolla a través de la acumulación de posesiones en plena competencia con
los otros; algo que solo puede realizar de forma ordenada y pacífica a través del
establecimiento de un espacio de libertad e iniciativa privada. El propietarismo se convierte en
el elemento básico de la concepción liberal clásica del individuo, pero también en punto de
partida para la defensa de un modelo de sociedad para el cual ésta es un simple ámbito en el
que individuos autosuficientes compiten entre sí en plena libertad.
Los individuos son libres e iguales, poseedores por sí mismos de un derecho natural o humano
a la libertad y a la igualdad que la sociedad y el Estado están obligados a respetar, proteger y
promover.
Los liberales clásicos apostaron por reducir la libertad en aras de otros valores y de la misma
libertad. Para ellos la libertad es estar libre de la violencia de los otros, en la ausencia de
coacción o interferencia por parte de los demás. La sociedad es obra de individuos que la crean
por conveniencia y para hacer posible la vida en común.
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La sociedad es un cuerpo ficticio, un ente formado por una pluralidad de individuos y/o grupos
que, dada su diversidad de intereses, están en constante competencia y conflicto entre sí.
Había tres problemas estrechamente relacionados y recurrentes a lo largo de la tradición
política liberal:
- Como alcanzar y preservar una sociedad pacífica y ordenada.
- Como construir la sociedad de manera que las libertades y derechos individuales estén
protegidos.
- Como organizar la sociedad de modo que los distintos intereses y fines individuales en
conflicto puedan influir en la toma de decisiones políticas.
Todos estos problemas fueron afrontados por el liberalismo clásico mediante diferentes
interpretaciones de la tolerancia y el pluralismo religioso, social y político. Se convencieron de
que la mejor solución era la constitución de un poder común al que los individuos únicamente
habían de ceder su derecho natural a castigar según los dictados de la serena razón y en grado
en que la ofensa lo merezca.
Temerosos de los peligros de la concentración de poder se esmeraron en alcanzar un precario
equilibrio entre el individuo y sus derechos y el Estado y sus poderes coactivos. Dichos
esfuerzos cristalizaron en una protección de la vida, la libertad y las posesiones individuales o
en la preservación de la seguridad interior y exterior.
El gobierno representativo fue para los clásicos a forma de gobierno más adecuada en defensa
de la monarquía constitucional. El verdadero sujeto político no era otro que el propietario.
El gobierno representativo es un mecanismo político necesario para la preservación de otros
fines superiores y de la propiedad privada y la iniciativa individual a desarrollar en el ámbito de
la economía y la sociedad de mercado. La libertad política sería únicamente una garantía de la
libertad individual, de aquella que a su juicio necesitan y reclaman los modernos. Algo cuya
consecuencia última sería la plena subordinación del ciudadano al individuo y de la política a la
economía.
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3. El liberalismo social: la revuelta contra la libertad negativa
Se hace necesario un nuevo liberalismo: la revuelta contra la doctrina de la libertad negativa.
Según el liberalismo clásico, las energías y esfuerzos de unos se verían complementadas con
las de otros y todos promoverían sin proponérselo la armonía social y el bienestar general.
A finales del siglo XIX era más que evidente que dicho individualismo estaba fundado en
principios y presupuestos metafísicos carentes de fundamento. Debía ser sustituido por un
nuevo individualismo para el cual el individuo es un ser social y autónomo, además de racional.
Aboga por un nuevo tipo de individualismo que se opone a aquella concepción abstracta y
ahistórica del individuo: el individualismo social se sostiene en la idea de un sujeto que debe
ser forjado en la práctica y en íntima conexión con los cambios en las relaciones sociales; la
individualidad de cada cual se forja histórica y socialmente, y el pleno desarrollo de esta es
imposible sin la existencia de ciertas condiciones que han de ser garantizadas por la sociedad y
el Estado.
El nuevo liberalismo social la percibe como una condición necesaria para el ejercicio de la
libertad por parte de todos y no solo de algunos pocos. La libertad no solo es ausencia de
coacción externa. Alude también a la libertad positiva, a aquella facultad o capacidad positiva
de hacer o disfrutar que exige sin duda la presencia de las mencionadas condiciones.
La libertad es un término que crece. Para los primeros liberales fue un símbolo de
enfrentamiento con el viejo orden y de negación de los privilegios. La experiencia y
maduración condujo a reconocer la libertad positiva. La apuesta por complementar la “libertad
de” con la “libertad para”, la negativa con la positiva constituye uno de sus rasgos distintivos
que lo diferencian del liberalismo clásico y del conservador.
Los nuevos liberales creían también que la libertad debía de ser restringida, especialmente en
el caso del derecho de propiedad.
La libertad en sentido positivo está profundamente vinculada con la igualdad, así como con la
justicia social y la redistribución, ya que las desigualdades son en buena medida producto de
las diferentes circunstancias sociales y personales de los individuos. Es por eso que insiste en ir
más allá de la necesaria eliminación de las discriminaciones injustificadas y de la igualdad ante
la ley para abogar por la igualdad de oportunidades. Se hace preciso un plan de reformas
sociales: salud, trabajo, educación, vivienda, transporte…
El Estado debe ofrecer a los individuos ciertos recursos, bienes o medios sin los cuales no les
sería posible aquel ejercicio de la libertad positiva. Especialmente relevante es el acceso al
conocimiento, a la cultura y a la educación. La igualdad de oportunidades es la condición
básica para asegurar una auténtica igualdad de opciones en la competencia social por los
recursos. Ésta constituyó la justificación del modelo de Estado que a principios del siglo XX se
llamó Estado social.
El Estado como un instrumento para la organización y dirección de la propia economía
capitalista. Se pretende usar al estado para ofrecer a los individuos algunas condiciones de
vida mínimas a partir de las cuales sean éstos los que establezcan sus propios objetivos y se
responsabilicen personalmente por el éxito o fracaso de sus iniciativas. El liberalismo social
pretende corregir la influencia que sobre las oportunidades vitales ejercen las circunstancias
sociales y personales que escapan al control del individuo, pero, al mismo tiempo, admite la
presencia de importantes desigualdades de recursos y riqueza en el interior de lo que para
ellos sería todavía una sociedad justa.
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No asumirían la redistribución de la riqueza a costa de restricciones de las libertades
fundamentales. El nuevo liberalismo habría de ser democrático e igualitarista. También se
establece la necesidad de extender los derechos políticos, sufragio universal, derechos de la
mujer, etc.
Defendieron una democracia representativa basada en una ciudadanía activa y participativa, la
conformación de la voluntad colectiva a través de la discusión pública a través de organismos
intermedios y descentralizar la toma de decisiones a través de medios de control y
participación directa de la ciudadanía, incidiendo en el fomento del asociacionismo ciudadano.
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necesario prescindir hasta del concepto de justicia social y remitir la solución de los problemas
que ella pretende afrontar a la caridad privada.
Para los ultraliberales es preciso vender el estado en pequeñas piezas y devolver todas las
tareas y funciones al mercado. Las funciones deben ser mínimas y protectoras. La posición
liberal conservadora más representativa es la de Hayek y Buchanan, que creen que además de
las funciones de protección, el estado debe realizar otras funciones de producción: el control
de la propiedad privada, la eliminación de los monopolios, la inversión en investigación y
desarrollo o el establecimiento de una educación básica gratuita.