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TEMA 1.

LA TRADICION LIBERAL

1. Orígenes y fundamentos de la tradición liberal


El término “liberalismo” encuentra sus primeros usos a principios del siglo XIX para definir una
posición ideopolítica cuyas ideas fundamentales aparecieron a mediados del XVII. Las cuatro
grandes revoluciones que marcan el advenimiento de la modernidad son los fenómenos más
relevantes en el proceso de construcción del liberalismo:
a. La revolución científica: ciencia basada en la razón, la observación y la
experimentación.
b. La reforma protestante: cuestionamiento del poder y la jurisdicción del papa.
c. La revolución económica: advenimiento del capitalismo, la propiedad privada y
expansión del comercio y las relaciones mercantiles.
d. Las revoluciones políticas inglesa, americana y francesa: con la instauración de nuevas
formas de poder social y colectivo, y el reconocimiento de los derechos y libertades
civiles y políticas de los ciudadanos.
A todo esto, habría que sumarle la Ilustración y su proyecto de alcanzar el progreso material,
social y moral.

De todas ellas se nutre el liberalismo, al tiempo que selectivamente las apoya y las adapta,
hasta configurar un modelo ideopolítico en el que la constante tensión entre la vindicación del
individuo y el reconocimiento de la necesidad de un poder tan común como artificial, por un
lado, y constitucionalmente limitado y dividido, por otro, se constituye en el núcleo ideológico
de un nuevo discurso y cultura políticas.
Si hubiese que datar la aparición del liberalismo como un movimiento político sería con los
“levellers”, pequeños propietarios y miembros del ejército de Cromwell, que en la Inglaterra
de mediados del XVII lograron plantear públicamente demandas de libertados y derechos
individuales con las que se enfrentaron a la iglesia católica y a la monarquía de Carlos I.
Desde sus comienzos el liberalismo muestra preocupación por el tema del individuo y su lugar
en la sociedad. La lucha contra el autoritarismo llevó al liberalismo a configurarse como una
fuerza crítica, revolucionaria y emancipadora basada en una nueva concepción del individuo:
es un ser que tiene vida independiente, que precede lógicamente a cualquier grupo o
asociación humana y cuya existencia nada debe a ellas.
El individuo se desarrolla a través de la acumulación de posesiones en plena competencia con
los otros; algo que solo puede realizar de forma ordenada y pacífica a través del
establecimiento de un espacio de libertad e iniciativa privada. El propietarismo se convierte en
el elemento básico de la concepción liberal clásica del individuo, pero también en punto de
partida para la defensa de un modelo de sociedad para el cual ésta es un simple ámbito en el
que individuos autosuficientes compiten entre sí en plena libertad.
Los individuos son libres e iguales, poseedores por sí mismos de un derecho natural o humano
a la libertad y a la igualdad que la sociedad y el Estado están obligados a respetar, proteger y
promover.
Los liberales clásicos apostaron por reducir la libertad en aras de otros valores y de la misma
libertad. Para ellos la libertad es estar libre de la violencia de los otros, en la ausencia de
coacción o interferencia por parte de los demás. La sociedad es obra de individuos que la crean
por conveniencia y para hacer posible la vida en común.

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La sociedad es un cuerpo ficticio, un ente formado por una pluralidad de individuos y/o grupos
que, dada su diversidad de intereses, están en constante competencia y conflicto entre sí.
Había tres problemas estrechamente relacionados y recurrentes a lo largo de la tradición
política liberal:
- Como alcanzar y preservar una sociedad pacífica y ordenada.
- Como construir la sociedad de manera que las libertades y derechos individuales estén
protegidos.
- Como organizar la sociedad de modo que los distintos intereses y fines individuales en
conflicto puedan influir en la toma de decisiones políticas.

Todos estos problemas fueron afrontados por el liberalismo clásico mediante diferentes
interpretaciones de la tolerancia y el pluralismo religioso, social y político. Se convencieron de
que la mejor solución era la constitución de un poder común al que los individuos únicamente
habían de ceder su derecho natural a castigar según los dictados de la serena razón y en grado
en que la ofensa lo merezca.
Temerosos de los peligros de la concentración de poder se esmeraron en alcanzar un precario
equilibrio entre el individuo y sus derechos y el Estado y sus poderes coactivos. Dichos
esfuerzos cristalizaron en una protección de la vida, la libertad y las posesiones individuales o
en la preservación de la seguridad interior y exterior.
El gobierno representativo fue para los clásicos a forma de gobierno más adecuada en defensa
de la monarquía constitucional. El verdadero sujeto político no era otro que el propietario.
El gobierno representativo es un mecanismo político necesario para la preservación de otros
fines superiores y de la propiedad privada y la iniciativa individual a desarrollar en el ámbito de
la economía y la sociedad de mercado. La libertad política sería únicamente una garantía de la
libertad individual, de aquella que a su juicio necesitan y reclaman los modernos. Algo cuya
consecuencia última sería la plena subordinación del ciudadano al individuo y de la política a la
economía.

2. Interludio: la crisis y los rostros del liberalismo


Camino del siglo XX se acentúa de manera especial la intensa actividad reguladora del estado
con el doble propósito de organizar el funcionamiento de la economía capitalista y mejorar las
condiciones de vida y de trabajo de la población.
La tradición liberal se vio sometida a una larga crisis al surgir la necesidad de unir las anteriores
ideas de libertad con la demanda creciente de organización social. Después de la PGM, el
rechazo al liberalismo se había vuelto abiertamente explícito.
Para muchos liberales, el declive económico iniciado a mediados del XIX y el deterioro de las
condiciones de vida ponían en evidencia la creencia liberal de que el desarrollo económico
solucionaría por sí mismo estos problemas sociales. Por ello defendieron un amplio programa
de reformas sociales. Contribuyeron a perfilar un nuevo liberalismo social, caracterizado por su
interés en distanciarse de buena parte de los presupuestos, instrumentos y objetivos del
liberalismo clásico. Estos nuevos liberales mostraron una mayor sensibilidad hacia las enormes
desigualdades e injusticias que el desarrollo capitalista había generado. Se caracterizaron por
recuperar el individualismo posesivo y los principios básicos de mercado.

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3. El liberalismo social: la revuelta contra la libertad negativa
Se hace necesario un nuevo liberalismo: la revuelta contra la doctrina de la libertad negativa.
Según el liberalismo clásico, las energías y esfuerzos de unos se verían complementadas con
las de otros y todos promoverían sin proponérselo la armonía social y el bienestar general.
A finales del siglo XIX era más que evidente que dicho individualismo estaba fundado en
principios y presupuestos metafísicos carentes de fundamento. Debía ser sustituido por un
nuevo individualismo para el cual el individuo es un ser social y autónomo, además de racional.
Aboga por un nuevo tipo de individualismo que se opone a aquella concepción abstracta y
ahistórica del individuo: el individualismo social se sostiene en la idea de un sujeto que debe
ser forjado en la práctica y en íntima conexión con los cambios en las relaciones sociales; la
individualidad de cada cual se forja histórica y socialmente, y el pleno desarrollo de esta es
imposible sin la existencia de ciertas condiciones que han de ser garantizadas por la sociedad y
el Estado.
El nuevo liberalismo social la percibe como una condición necesaria para el ejercicio de la
libertad por parte de todos y no solo de algunos pocos. La libertad no solo es ausencia de
coacción externa. Alude también a la libertad positiva, a aquella facultad o capacidad positiva
de hacer o disfrutar que exige sin duda la presencia de las mencionadas condiciones.
La libertad es un término que crece. Para los primeros liberales fue un símbolo de
enfrentamiento con el viejo orden y de negación de los privilegios. La experiencia y
maduración condujo a reconocer la libertad positiva. La apuesta por complementar la “libertad
de” con la “libertad para”, la negativa con la positiva constituye uno de sus rasgos distintivos
que lo diferencian del liberalismo clásico y del conservador.
Los nuevos liberales creían también que la libertad debía de ser restringida, especialmente en
el caso del derecho de propiedad.
La libertad en sentido positivo está profundamente vinculada con la igualdad, así como con la
justicia social y la redistribución, ya que las desigualdades son en buena medida producto de
las diferentes circunstancias sociales y personales de los individuos. Es por eso que insiste en ir
más allá de la necesaria eliminación de las discriminaciones injustificadas y de la igualdad ante
la ley para abogar por la igualdad de oportunidades. Se hace preciso un plan de reformas
sociales: salud, trabajo, educación, vivienda, transporte…
El Estado debe ofrecer a los individuos ciertos recursos, bienes o medios sin los cuales no les
sería posible aquel ejercicio de la libertad positiva. Especialmente relevante es el acceso al
conocimiento, a la cultura y a la educación. La igualdad de oportunidades es la condición
básica para asegurar una auténtica igualdad de opciones en la competencia social por los
recursos. Ésta constituyó la justificación del modelo de Estado que a principios del siglo XX se
llamó Estado social.
El Estado como un instrumento para la organización y dirección de la propia economía
capitalista. Se pretende usar al estado para ofrecer a los individuos algunas condiciones de
vida mínimas a partir de las cuales sean éstos los que establezcan sus propios objetivos y se
responsabilicen personalmente por el éxito o fracaso de sus iniciativas. El liberalismo social
pretende corregir la influencia que sobre las oportunidades vitales ejercen las circunstancias
sociales y personales que escapan al control del individuo, pero, al mismo tiempo, admite la
presencia de importantes desigualdades de recursos y riqueza en el interior de lo que para
ellos sería todavía una sociedad justa.

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No asumirían la redistribución de la riqueza a costa de restricciones de las libertades
fundamentales. El nuevo liberalismo habría de ser democrático e igualitarista. También se
establece la necesidad de extender los derechos políticos, sufragio universal, derechos de la
mujer, etc.
Defendieron una democracia representativa basada en una ciudadanía activa y participativa, la
conformación de la voluntad colectiva a través de la discusión pública a través de organismos
intermedios y descentralizar la toma de decisiones a través de medios de control y
participación directa de la ciudadanía, incidiendo en el fomento del asociacionismo ciudadano.

4. El liberalismo conservador: la reacción contra la libertad positiva


Los nuevos liberales clásicos hacen una valoración crítica de la realidad sociopolítica en la que
se vieron inmersos. Esta crítica venía determinada por la sobre legislación, una enorme e
injustificada proliferación de regulaciones que no hacía más que ampliar el alcance y los fines
de la acción del Estado. El triunfo de los estados de bienestar fue y es una realidad indudable.
Es la aversión hacia el reformismo social, la hostilidad sistémica contra las exigencias de la
libertad positiva lo que le da su rasgo más característico.
Todo ello no es más que el fruto de lo que medio siglo después fue la fatal arrogancia, la osadía
intelectual racionalista de creer que es posible planificar y controlar el desarrollo de la vida
social y económica. La primera y decisiva consecuencia es el fomento de la pasividad de los
individuos y anular su iniciativa.
El llamado triángulo de hierro (ciudadanía, políticos y burocracia) es un modelo de actuación
gubernamental que acostumbra a los ciudadanos a pedir cada día más, obligando por tanto a
ampliar la burocracia y su poder, convirtiendo a los políticos en sujetos omnipotentes al
tiempo que sometidos a la presión de los ciudadanos en demanda de ayudas y prestaciones.

¿Qué puede y qué no puede hacer el gobierno o el Estado?


El liberalismo conservador recupera el individualismo radical: los individuos son vidas
separadas cuyos derechos son prepolíticos o presociales y de tan largo alcance que convierten
en ilegítima toda actividad del Estado más allá de sus funciones protectoras. La propiedad
privada es el primer y más importante derecho, absoluto e ilimitado. Para los ultraliberales no
admite restricción alguna, siendo los impuestos un robo. El derecho a la apropiación se
convierte en un fin en sí mismo. Concepción de sociedad como un orden espontáneo alentado
por una suerte de darwinismo social que cobra realidad a través de la libre competencia entre
individuos por la supervivencia y los recursos. La libertad no consiste en la posibilidad de que
cada cual haga lo que quiera. Consiste única y exclusivamente en la posibilidad de decidir y
actuar dentro de un ámbito en el que la coacción o interferencia externa queda reducida al
mínimo.
La desigualdad es un mal necesario, el precio a pagar por su función social en el desarrollo del
capitalismo.
Las instituciones de la sociedad tan solo deben ocuparse de fijar los procedimientos para
regular limpiamente la competencia y los intercambios necesarios para realizar esos deseos y
aptitudes individualmente diversos.
Está excluida la justicia social o redistribución de la riqueza: todo eso implica una intervención
política constante que trataría de corregir el resultado del mercado. Conducirían al
paternalismo y la omnipotencia estatales. De ahí que el liberalismo conservador considere

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necesario prescindir hasta del concepto de justicia social y remitir la solución de los problemas
que ella pretende afrontar a la caridad privada.
Para los ultraliberales es preciso vender el estado en pequeñas piezas y devolver todas las
tareas y funciones al mercado. Las funciones deben ser mínimas y protectoras. La posición
liberal conservadora más representativa es la de Hayek y Buchanan, que creen que además de
las funciones de protección, el estado debe realizar otras funciones de producción: el control
de la propiedad privada, la eliminación de los monopolios, la inversión en investigación y
desarrollo o el establecimiento de una educación básica gratuita.

5. Las tensiones del liberalismo


Goza hoy de excelente salud teórica. Su hegemonía se debe a que ha logrado contaminar al
resto de tradiciones políticas.
Nuevo liberalismo social en defensa de:
- El individualismo social
- La revuelta contra la exclusividad de la libertad negativa.
- El establecimiento de límites a la propiedad.
- La promoción de la igualdad ante la ley y de oportunidades.
- Una mayor y mejor redistribución de la riqueza a través de la justicia social
- Un amplio grado de intervencionismo estatal.
- La democracia representativa y la potenciación de la participación ciudadana.

Nuevo liberalismo clásico en defensa de:


- Individualismo posesivo.
- La propiedad privada como derecho cuasi absoluto.
- Libertad negativa.
- La reducción de la igualdad a igualdad ante la ley.
- El rechazo a la redistribución.
- Reducción al mínimo de las tareas del estado
- Democracia protectora y elitista.

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