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XXII

ESTRIDENCIA
(JEAN-FRANÇOIS LYOTARD)

Estridente se dice de un sonido agudo, intenso, que suele ser breve: un sonido que nos
traspasa las orejas (Lyotard, 2001: 77).

El cuerpo, a través de los tímpanos, está expuesto.

No puede huir de los gritos que lo invaden, que a pesar de venir de afuera resuenan
adentro.

No puede distinguir en las vibraciones agudas e intensas entre el sonido metálico, el


chillido animal y la palabra humana.

El grito estridente […] se burla de la decencia de las ondas desterradas al silencio


(Lyotard, 2001: 77).

La estridencia no deja oír lo audible, fuerza a escuchar lo inaudible.

[…] la oreja sin párpados parece expuesta, indefensa, a las vibraciones que podrían
excederla (Lyotard, 2001: 77).

La única defensa es la sordera.

Su sordera la protege, circunscribe el rango de lo audible (Lyotard, 2001: 77).

Tratar de reducir la estridencia a algo ensordecedor, tratar vivir como si no se la


escuchara: sordo.

Sin embargo, como un relámpago, cuando menos se lo espera

lo inaudible se exhibe a la orilla de lo audible (Lyotard, 2001: 77).

Bajo el nombre de estridencia sólo cabe interpretar una metáfora de lo inaudible en el


registro de lo audible: una voz tocaría el límite de lo que puede vocear, en frecuencia y
en intensidad (Lyotard, 2001: 89).

La estridencia es el signo del exceso, de lo que excede la capacidad de dar sentido que
tienen los sentidos, de lo inconmensurable…

la estridencia no es conmensurable con la palabra (Lyotard, 2001: 89).

El acto de escritura o de arte no se autoriza en ninguna voz, no se dirige a ningún fin.


Soberana, sin atender a la ley ni al otro, la obra es (Lyotard, 2001: 33).

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El acto de escribir no se apoya en ninguna autoridad, en ninguna orden audible.

Solo se somete a un mandato pronunciado con una voz inaudible, que provoca espasmo.

El espasmo, forma de escritura arcaica, indica que algo inaudible se hizo oír.

Escribir es el acto violento de dar forma a una materia vibrante, que resiste la forma.

La escritura usa las palabras como marcas audibles para indicar lo inaudible.

Intenta librarlas, sin poder nunca terminar de librarlas, de sus cadenas.

Un escrito –texto, pintura, escultura, música, paso de danza- librado tanto como sea
posible de los encadenamientos, las significaciones, las transmisiones, sin propietarios
ni colindantes, sin mensaje, separado -tal debería ser un artefacto capaz de evocar la
presencia absoluta (Lyotard, 2001: 45).

¿Cómo dar expresión a la estridencia?

¿Cómo escribir ese rumor que asciende por la garganta sin violar su silencio, sin
vociferar?

Tal vez no sea cuestión de atención, concentración o intuición.

Tal vez sea cuestión de no pensar, no sentir, no hablar, no hacer.

Acaso se trate de escribir, après coup, como eso escribiría.

Abriendo huecos con un estilete.

Librando las palabras de las palabras.

Intentando evocar, après coup, la presencia absoluta.

Haciendo del escrito, de la obra, una caverna vacía.

Una exploración del lenguaje, de una caverna vacía.

La obra: una caja de resonancia para la estridencia.

Una máscara cóncava, a la espera de que lo inaudible se haga audible.

Emboscado por debajo de nuestros aparatos portavoces, un pequeño rapaz o un insecto


estridente velaría, clandestino en las bodegas de la fonación. En cada uno de nosotros
las orejas están sordas a la presencia del intruso. Éste se hace oír por un canal más

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directo: cuando hablo, cuando creo que hablo, el rumor que se eleva de mi garganta no
es la voz que los otros oyen (Lyotard, 2001: 83).

Hay algo en el cuerpo que no le pertenece a alguien ni es algo.

Vibra en el primer grito, en el último suspiro, en el chillido de dolor, en el gruñido de


goce.

Un rumor que no viene de nadie ni está dirigido a nadie, el rumor de un intruso anónimo.

Hay rumor como hay color, como singularidad pura, sin atributos.

Hay, sin sonido ni color, aunque puede presentarse como sonido, como color.

El rumor necesita un hueco, una garganta, una cámara sorda donde resonar.

“Oímos nuestra voz con la garganta y la de los otros con las orejas”. Ahora bien, pura
inconsecuencia, ese héroe de novela, ese otro que uno ama, si lo ama con amor, como a
un hermano, lo escucha con su garganta (Lyotard, 2001: 87).

Se oye la voz de los otros con los oídos.

Se oye la propia voz, si se la oye, con la garganta.

Oír con la garganta no es oír, es tocar. Más que tocar, antes que tocar, es ser tocado.

Sentir la estridencia anónima en la propia garganta provoca terror.

Horror de ese cuerpo extraño que para hacerse oír raspa el cuerpo propio cuerpo.

“Si escucháramos repentinamente otra voz que no sea la nuestra con la garganta,
estaríamos aterrorizados”. ¿Es acaso posible? Es la definición del amor (Lyotard,
2001: 93).

Hay una comunidad de singularidades que nada tienen en común, que no es una
comunidad.

Singularidades conmovidas por los ecos de un rumor primordial.

Un bajo continuo previo a la individuación, que los oídos del individuo se esfuerzan por
no escuchar.

No una comunidad: un injerto heteroplástico de garganta a garganta; el transplante y la


fusión entre bestias inmundas, que no se experimentan más que en la agonía (Lyotard,
2001: 95).

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El amor o la fraternidad, “un irracional de cavernas”. Apiñarse, apretujarse, una sola
garganta en muchos (Lyotard, 2001: 95).

El goce y el sufrimiento, el nacimiento y la muerte, el acontecen en el vacío de una


caverna primordial.

Sitio de encuentro, a través de los siglos, de seres que se descubren apretujados unos a
otros.

Una caverna donde se ama y se agoniza, se nace y se muere solo, pero no aislado.

Aunque tal vez, decir “solo” sea poco decir.

Fuera de la caverna, en el centro de la caverna, hay algo más.

Hay una casi nada que es más que todo: hay la noche primordial.

Solitario es poco decir. La noche cósmica está ahí, en lo más próximo, hecho enorme,
sin contrario, que no es noche de ningún día. Los soles por encima de ella, los
pueblos por debajo, pueden fomentar sus ciclos, relatar sus historias. Indiferente
ella es, sin diferir nada, ni de nada (Lyotard, 2001: 91).

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Referencias

Cámara sorda: la antiestética de Malraux (Lyotard, 2001) es una obra breve, de


unas 100 páginas en edición bilingüe. En ella, Jean-François Lyotard propone una serie
de reflexiones estéticas sobre la obra y la vida de André Malraux (1901-1976).
El texto tiene ecos de otros trabajos, especialmente los agrupados en Lo
inhumano (Lyotard, 1988a) y condensa los elementos esenciales de Firmado Malraux
(Lyotard, 1996), una biografía producida en un estilo de escritura singular y denso, con la
voz del biógrafo entrelazándose con la de Malraux hasta tornarse indistinguibles.
Material de consulta: La lección de separación (Sfez, 2000).

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