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Silvia Werner | Ilustraciones: Ménica Weiss _. Palada tras palada la tierra cafa ocultando el brillo | rojizo de la madera. Con sus brazos polvorientos apretaba el cajén en sus entrafias, lo asfixiaba, lo ahogaba; hasta que, una ultima Iluvia de terrones cenicientos los fundié para siempre. El cementerio es un lugar donde las l4grimas no piden. permiso para salir, simplemente, caen. El coraz6n siempre te ordena llorar, en cambio la cabeza... La cabeza hurga en cada rincén remo- viendo los recuerdos y haciéndolos explotar:como burbujas en la memoria. Y hasta en un entierro, podés esbozar una sonrisa o tararear una cancién en voz bajita. Aunque en mi caso no ref ni canté. Tampoco Iloré por mi abuelo. Recién habia comenzado la primavera. La tem- peratura era célida, sin embargo, entre las lapidas y los lantos de los familiares y amigos corrfa un aire helado. Por suerte habfa Ilevado un abrigo: un buzo azul decolorado por las lavadas. Al abuelo no le hubiera gustado que lo viniera a despedir justo con ese buzo; de todas maneras me zambulli en él, y esbocé una sonrisa. Me acerqué a mi abuela y la abracé. Parada como un obelisco, miraba el monticulo de tierra, mien- tras mamé conten{a a papa, que parecia deslizarse como las ldgrimas que le caian por la cara. Sentia 9 Cscdiledauy Vvil vam: compasién por él, huérfano y desprotegido a pesar de sus cincuenta afios. Con Ia vista clavada en la frazada de tierra que abrigaba al abuelo, quise recordar algtin momen. to compartido, pero sdlo me estremecf. Me estre- mect de la misma manera que lo hacfa cuando se acercaba. El abuelo nunca se enteré de que mas de una vez habfa mojado los pantalones ante su presencia. El conocta los detalles de mis vergiienzas y cobardias, y las'descubria sin escruipulo. —;No es de macho llorar! —me dijo un dia en voz altay'durante una cena sentenci4ndome con la mirada—. Este bobalicén derramé litros de lagri- mas por una noviecita —explicé a los invitados. El color de mi pelo siempre fue una de las gran- des turbaciones de mi vida: tema favorito del abuelo, se divertfa con él. Yo trataba de ocultarlo como fuera, pero él lo sefialaba sin piedad. Al prin- cipio me lo cortaba bien cortito, casi un terciope- lo rojo. Pero las cejas como cola de ardilla y las venek oeaE eo ‘ cuerpo me dejaban en evi- algodén, a ie as leo Por los Boiros: a aoe con visera, #yaS, ‘Isos, con pompén, sin pompédn; , Sin visera, oe escondés debajo de ese gorro? —vociferaba 0 sefal4ndole a la gente mi debilidad. abuelo me sacaba el gorro aunque no lo tuviera. 10 Csvaieauy cul cam: pretendfa que le gustara el rock o que comiera hamburguesas en Mc Donalds o estuviera de acuerdo con mi ropa. Entendfa a la perfeccién aquello de la diferencia generacional. Pero esto no era una cuestién de edades. El abue- lo siempre estuvo sentado en un trono de manda- tos y prejuicios, y miraba a su familia desde arriba, como un tirano que no comprende a su pueblo. Sélo el fitbol posefa el don de hacerlo parecer humano, al menos mientras durara el partido. Se lo veia refr, gritar y hasta insultar. Yo detestaba el futbol, preferia leer un libro o ver | § Siempre busqué alguna coincidencia con él. No | alguna pelfcula en casa::Amaba la soledad del fin de semana: encerrarme en el cuarto a meditar lar- gas horas, escribir frases sobre una tormenta, la luna, el amor, la tristeza. Pero una vez por mes, el abuelo venfa:con dos entradas para ver a Boca —era una salida de abuelo y nieto que no podia rehu- sar-. En el fondo me gustaba ir: unico punto de encuentro. Yo intentaba gritar cada gol y me esfor- | zaba por parecer euférico y compenetrado con el partido. —Mirdlo a Tévez! -gritaba palmedndome el hombro- ;Cémo eludié a esos dos! —jQué genio! intentaba exclamar sin saber siquiera si era jugador nuestro o del rival. ll Cscdiledauy vil vam: Recuerdo el gusto grasiento del choripaén que compraba, aunque cuando terminaba el Partido y me miraba, no dudaba en refunfufiar: —,Cudndo vas a aprender a comer sin man. charte? Tengo que hablar con tus padres, jQué educacién! Mi abuelo no pasaba inadvertido: vestia traje para ir a la cancha. Cuando era chico pensaba que lo tenfa pegado, porque ademés, siempre usaba uno gris con una corbata azul. Hasta que un dia, lo espié por la cerradura de la puerta del bafio yvi como se bajaba los pantalones. Debfa tener como veinte trajes y corbatas iguales. Papé no tenfa fuerza para estar de pie. Tuve que sostenerlo cuando se acercé. Sentia la flojedad de su cuerpo en mis brazos, y también sentia el secre- to que me ocultaba. Un sdbado hace unos dos afios, el abuelo llegé de improviso a casa. Vino a tratar un tema de trabajo con papd: un juicio de desalojo de unos clientes del estudio que no podian esperar hasta el lunes. —Cémo le permitfs aridar con esa facha? —dis- paré el abuelo cuando me vio salir con una colita en el pelo. Con un maricén es suficiente... —--Viejo! ~interrumpié papa. —iViejo son los trapos! Debi ocuparme perso- nalmente de la ¢ unos flojos. ducacién de Pablo, Ustedes son —Quién es un maricén? éLo dicen por mi? 12 csvateauu con Cam: —No tenés que salir? -me pregunté papa sin contestarme. Aquel dia comencé a sospechar que algo me ocultaban. Las conversaciones confusas se fueron apilando. Mamé agarré a papa que se estaba desplomando sobre mi cuerpo. Lo sostuvo como si fuera un bebé que debja aprender a caminar solo por el mundo. Giré la cabeza aflojando el cuello, y a lo lejos vi una disonante sefiora como salida de un cuadro de Botero. Me hizo recordar a su pintura La Espafio- la; mientras caminaba hacfa bailotear sus rollos adentro de un vestido rojo. Se paré frente a mf, y sin presentarse me tomé del mentén y lo paseé de un lado a otro como si se tratara de un objeto de su posesién. —Es igual a Juan Carlos cuando era joven —dijo—. Los mismos ojos verdes, la misma expre- sién, hasta el lunar encima del labio —balanceé la cabeza con la intencién de zafarme cuanto antes de las garras color fuego de la sefiora (después me enteré que era una vieja conocida de la infancia del abuelo)—. Tal forcejeo desvié mi vista hacia unos arbustos: me parecié que un hombre nos observa- ba escondido detrds de las ramas. —Pablito, ayud4me! —grité la abuela tironedn- dome del brazo-. Al fin, después de tanto sufri- miento descansa en paz. Esvaiieauy cul vam: Nos quedamos mirando cémo la brisa moldeaba el monticulo de tierra, movia sus grumos como en un calidoscopio, cambiaba de apariencia descu- briendo flamantes relieves y oquedades. Mientras que en el interior, el abuelo yacia inflexible. Miré con disimulo hacia atrds: el hombre segufa alli, observandonos. Escaneado con Cam: Al dia siguiente del entierro, acompafié'a papé al _ estudio a ordenar la oficina del abuelo. De pronto le agarré apuro por ordenarla, a pesar de que se encontraba vacia hace mds de un afio, desde que le diagnosticaron el tumor en el intestino. 4 El estudio era un departamento de tres ambien- tes; cada habitacién funcionaba como un despa- j cho. El abuelo trabajaba en:el que\daba al frente la habia heredado de ‘su padre—,. mientras que _ papé tenfa su oficina en el cuarto que miraba hacia — atrds. Se habfa edificado un tercer escritorio en el — balcén trasero, que nunca fue ocupado por nadie. El comedor hacia de recepcién. Una mesa y una silla para la secretaria. Un sill6n de pana marrén, 4 donde los clientes se entretenfan. leyendo cientos de veces los diplomas de la Universidad de Buenos Aires colgados en la pared. Estos cuadros, enmat- 14 Escaneado con Cam: Lo que debas ser cados en finos bordes dorados, acreditaban la legi- timidad de la dinastfa Aragon como abogados. ‘Tres generaciones: bisabuelo, abuelo, padre y un espacio. Un escalofrfo me recorrié el cuerpo al per- cibir ese espacio vacio. —Traigo unas cajas y empezamos -dijo papa saliendo de su oficina. Entré al escritorio del abuelo. Habja estado allf decena de veces. Pero no sé porqué me resulté leja- no, como si no lo reconociera. Lo estudié con la vista, y luego me senté en el sillén de terciopelo con rueditas donde tantas veces paseé de chico haciendo de cuenta que manejaba un auto. Me sentia pequefio; atin mds pequefio que en aquel entonces. El respaldo me tragaba, los apoyabrazos de madera tallados con arabescos me sujetaban como garras. Me impulsé en el sillén con la cabeza apoyada en el respaldo y recorri las bibliotecas que ocupaban casi la totalidad de las paredes: —Cédigo Penal, Cédigo Civil, Derecho de Familia, Derecho Romano, La Ley —lef en voz alta hasta que mi garganta comenzé a anudarse. Aque- Ilos oscuros tomos me acercaban a mi realidad: la palabra abogado me taladraba la cabeza. ~ Llegué al escritorio de madera, y me detuve fren- Ete él. Encend{ el velador: el vidrio de un portarre- ‘trato destellé como si hubiera sido tocado por una varita ‘magica. La fotografia bailaba dentro del I ke | | | t | f 15 csvaiieauy cu vam: Silvia Werner, mo en un vestido grande. La imagen, bulosa por el humo de la pipa que fa con su boca, dejaba vislumbrar sy. marco CO! aunque nel abuelo sosten! porte impec ble: al a { " “Ese soy yo!” -y me ref al reconocerme en sus brazos con un mameluco de pantaldén corto-, “ qué joven esté papal! d Papé se parecta fisicamente al abuelo: aunque erg alto como él, inclusive mds flaco, no se lo vefa tan elegante. Se paraba encorvado (como yo) y los sacos le hacian arrugas en los hombros. Su nariz angulosa resaltaba por encima de unos labios fini- _ tos y paralelos entre si. Los ojos verdes eran el signo distintivo de todos los Aragén; eran grandes y rasgados. Me hubiera gustado tener el cabello oscuro como él; por desgracia yo heredé el color de mama. estarfa por entrar en cualquier momento. Comencé a vaciar los cajones del escritorio, y encontré papeles, carpetas y una agenda de cuero del tamafio de una caja de zapatos, aunque més baja. ws oblgaciones en tinta azul Henaban las. saad aa = semanas, los meses y el afio » Juicios, reuniones, tribunales. Y otra vez la Palabra abogado entrab fa de mit cabeza como atrapada en un: cial ‘a puerta giratoria. 16 Papd trajo varias cajas. En silencio, seguimos guardando las pertenencias del abuelo, y tirando lo que no servia. En uno de los cajones rodaba un bollo de papel. Lo tomé con la intencién de arro- jarlo a la basura, pero antes lo abri para no meter la pata y asegurarme de no tirar nada importante. La pelota de papel estaba doblada varias veces, compactada con safia y fuerza. Al desplegarla se veia ajada y borrosa, pero no cabfa duda de que se trataba de un fragmento de una foto. Sospeché que tal pedazo tendrfa alguna relacidn con la fotografia del portarretrato. Lo guardé. Luego lo verfa con mayor tranquilidad. —Estuve pensando que seria bueno que volvie- ras a trabajar al estudio —me dijo papa-. Ahora que estoy solo voy a necesitar una mano, y ademés, te va a venir muy bien. —Es que yo estaba pensando en... —mi mirada se cruzé con su desamparo-. Esta bien -es lo tinico que me atrev{ a decir en ese momento. 3 Mientras vivia el abuelo, los viernes cendbamos en su casa. ;Qué cenas! Las habfa bautizado Las Cenas Sagradas; hasta Cristo observaba mi sufrimiento desde un enorme cuadro colgado en la cabecera ¢ la mesa. : Fy “Por esta unica vez —le rogaba mirdndolo a | ojos, te pido algun milagro: un pequefio terrem to que rompa la torre de platos de porcelana, 0 q se caiga la arafia de cristal sobre la mesa, 0 sop fuerte para hacer afiicos las copas. No sé, vos sabrds. Algo increfble para salir cortiendo de esta tortura’. ow Nunca hubo milagros. As{ que semana tras sema- na desde que nacf, mas atin, desde que mis padre se casaron, cendbamos allt. job Cada uno tenfa un lugar asignado: el abuelo en la cabecera, la abuela y yo a un lado, y mis padres enfrente. Y cuando todos nos encontrébamos sen- tados, la abuela tocaba una campanita de bronce, y casi de inmediato aparecfa Charo con un delan- tal blanco de broderf sosteniendo una fuente de plata. Me la imaginaba en la cocina escuchando a través de un vaso apoyado sobre la pared. Si no, no se explicarfa su instanténea aparicién. De las interminables cenas que padecf, una en Particular me clavé un recuerdo: la noche en que celebrdb amos el aniversario ntimero cincuenta y Cuatro o cincuenta TO exacto, aun aflo menos, abuelos, La 4 que son tantos, da lo mismo) d abuela no quis que un afio mds 0 un lel casamiento de los ‘0 celebrar una’ fies , 3 Cscdiieauy vt! Y cinco (no recuerdo el nuime-_ multitudinaria como era su costumbre, asi que la pasamos en familia. —jBrindo por nosotros! —dijo el abuelo levan- tando la copa de vino y chocdndola con Ia de la abuela. Me servi un poco de vino -sin esperar a que Charo lo hiciera— en la copa mds grande con la intencién de hacer chin chin. De pronto el grito del abuelo me sobresalté: —jNunca vas a aprender que el vaso més grande es para tomar agua! No podria explicar semejante confusién. Lo sabfa de memoria desde el mismo dfa en que el abuelo decidié que tenia edad suficiente para com- partir la mesa con ellos. — Dénde vamos a parar con estos jévenes? -continué el abuelo—. ;Educacién! Educacién era la de antes. Ahora los padres son muy blandos. Mucha psicologfa. —Mucha educacidn y poca felicidad —se atrevié a decir mamé. Nuestras miradas se cruzaron por encima de la mesa como estrellas fugaces nerviosas de chocar. —Y ademés -—agregs mamé-, quiero que sepa que Pablo no va a poder ir a trabajar al estudio como se lo ordené... —...yo no se lo ordené —interrumpié el abuelo-. Simplemente se lo sugeri. 19 csvaneauy con Cam: silvia Were. Bueno, da Jo mismo —dijo mamé con la entrecortada. Hasta recue do tomé un p: colibri suspen —Y por qu baja aie puede saber? i Va a tomar clases de pintura. Y hagase la idea de que posiblemente estudie Bellas Artes. Es un chico muy talentoso. La abuela me tomé la mano por debajo de la do cémo le temblaba la mano cuan- an de la panera, parecfa las alas de un, dido en el aire. wf é el joven no va a poder venir a tra- mesa. —;Qué es esa pavada de la pintura? —dijo el abue- lo sulfurado-. Tiene la suerte de acceder a uno de los estudios de abogacfa mas importantes del pais, y no, el joven va perder el tiempo pintando. Acostumbrada a no levantar la voz, sdlo a oft ya no hablar demasiado, la abuela agité la campanita con fuerza. El repiqueteo, nervioso y descontrola- do, acallé la discusién. La empleada se acercé con una bandeja, y como si fuera un tren que para en cada estacién, retird los platos. 7 Muy pronto tegresé con mds comida: unas pre- Lo que debas ser patas”, y me Ilené de més bronca al pensar que ellos sabfan perfectamente que a mi no me gusta- bala pata, y que ahora me la tenfa que tragar igual. El silencio aplasté el comedor. Aunque no era un silencio verdadero, en realidad, eran gritos compri- midos en un silencio. Papa pinchaba de a una arveja, la abuela luchaba con la presa de pollo para desnudarlo de su carne, el abuelo tomaba vino y mamé miraba su plato repleto. —Bueno -dijo mamd rompiendo la agitada calma-, ya veremos como solucionamos este asun- to. —Me parece bien que entres en raz6n —dijo el abuelo-. Yo ya no tengo nada que aprender. Estoy hecho. Pero Pablo... Es una ldstima que pierda esta oportunidad. Charo entré con una bandeja cargada de compo- teras que desbordaban de una crema amarilla. Otra vez el silencio discurrié por el comedor como lava volcdnica. Sdlo se escuchaba el ruido metélico de las cucharas golpeando el cristal. Deglutf el sambayén con la alegrfa que después me irfa a casa, pero la espera se estiré: debia que- darme quieto en mi lugar hasta que todos termina- ran; no me animaba a cruzar la vista con nadie en ese desierto de palabras. Mientras tanto, seguf con Ja mirada el recorrido de una gota de agua que bajaba por la jarra; lamen- 21 csvaieauu cun Cam: Me. ego a la mesa. De inmediato mia bald sobre unas miguitas de pan, muy bueno disefiando esculturas con ellas practicaba casi todos los viernes. Llegué a constryi; autos tridimensionales, y con mis diecistis afiog, habfa fabricado como diez modelos. Pero la ma ria prima que estaba al alcance dela mano mermg, Necesitaba urgente un nuevo divertimento_ par, intercambiarlo por el ataque incontrolable de b tezos. Entonces, canalicé la atencién en la llama la vela decorativa, los restos de sambayén ‘en i compotera, el arroz del salero, los pétalos cafd alrededor del jarrén, las manchas de salsa sobre e mantel -sobre todo de mi lado-, las arrugas de servilletas. Nada mantenfa mi concentracié tablemente Il rrimiento res! flotaba adentro de la copa! Y en eso se perforé.E agujero crecfa tan rdpido que después de pestaii me asombraba de su tamafio. “qPor qué empezard a derretirse por el medio? Era una duda que siempre habfa tenido. Y el hiel cesaparecié, y contemplé la copa; una copa g t e, muy grande, Ese dfa, mi abuelo me habfa recordado una g ie : ee de vida: que el agua se toma en copa gfa © y el vino en copa chica, | Jamds volvi a confundirlas. 22 Esvarieauyu cuir Cam: 4 DEES Al dia siguiente de la cena sagrada, en la cual mamié le revelé a todos que queria estudiar pintu- ra —secreto que mantuvimos guardado durante afios—, fui al Museo de Bellas Artes. No queria perderme la muestra surrealista, movi- miento que me apasionaba. Me gustaba enredarme en los fantasmas mds oscuros de sus artistas y encontrarle Idgica a sus delirios. Cuando voy al Museo de Bellas Artes, casi siem- pre cruzo a la Plaza Francia. Me entretengo miran- do las acuarelas de artistas no conocidos, que exhi- ben sus obras sobre una mesa y aguardan a que alguien se detenga a apreciar su arte. Yo mismo llevé varios de mis trabajos, y me senté a esperar. “Qué buenas pinturas!” “;Te felicito!” “Se nota mucho estudio” “Beatiful!” “;How much?”. Segui caminando entre los puestos de la feria arte- sanal que se levantan cada fin de semana: relojes de madera con engranajes a la vista, cucharas retorci- das dando vida a odontélogos, maestros y tenistas, jabones con rodajas de limones y mandarinas en su interior, velas pintadas, polleras y blusas en bat cinturones de soga. Y en un puesto, vasos. Vasos de todo tipo: de cerdmica, de pore metal, de vidrio, grandes, chicos, té uno, que a pesar de ser en ™ d naranja decia: AGUA. jEs Suvia Werner imaginar que existiera un vaso como ese que ape- nas cabfa el liquido contenido en dos o tres tapitas de una gaseosa. Yo tenfa aprendido que el agua se tomaba en copa grande y el vino en copa chica. El mintisculo objeto tiraba al tacho de basura aquella teoria. Quizas se trataba del eslabén perdido que necesitaba para demostrarle al abuelo, que en algu- na época, los vasos de agua fueron chicos y con el tiempo crecieron, y que yo, Pablo Aragon, lo habia hallado. El ignorante era mi abuelo. Lo compré, y desde entonces el jarrito de loza no falté a ninguna cena ~claro, en mi casa; en lo del ‘ abuelo, imposible-, y asi de chiquito como era con sus letras naranjas redondas y graciosas recordaba orgulloso que en él se tomaba agua. Era raro en su especie. Aunque inmévil y de apa- riencia pacifica, con sélo estar apoyado en la mesa despertaba en mis padres oscuros pensamientos. Era como si dispara dardos cargados de resenti- miento y pegaran justo en el blanco. La misma noche de la compra, el grandioso vasi- to desplegé su magia. Las infelices emociones, que noche tras noche entraban en escena en el comedor de casa, se acrecentaron cuando introduje el mefi- que en el asa y lo levanté en direccién a la boca. i La mirada de papd vislumbraba un rugido. Mama golpeteaba los dedos sobre la mesa, y le grité a Cata para que trajera cuanto antes la comida. ‘ va Escaneado con U Lo que debas ser Cuando se deslizaron las primeras gotas de agua por mi barbilla, estallé la tormenta. Los embrujos del vaso brillaron. —jSos un grandulén para este capricho! —vocife- r6 papa al verme maniobrando el vasito para que justo el agua me cayera adentro de la boca, y por si fuera poco, tratando de no tragdrmelo en algun descuido-. |Vos tenés la culpa! -esta vez grité diri- giéndose a mamé con las venas del cuello como viboras a punto de atacar-. ¢Cémo no va a hacer lo que se le antoja si le das todos los gustos? —iNo me hagas reir! —respondié mamé-. jAsi que todos los gustos en Ia familia Aragén? ;Dect- me qué gustos nos podemos dar sin que tu pap se meta en el medio? {Tu papé nos asfixia a todos: a mi, a Pablo y hasta a vos! El humo de los fideos de espinaca que habia ser- vido Cata en los platos borroneaba el otro lado de la mesa, aunque el filo de los alaridos perforaba el vapor y lo atravesaba. Antes de que el ambiente hirviera atin més, me sequé los caminos de agua en la remera y el charco que se habia formado a mis pies. Sin decir una palabra, giré el tenedor sobre la pasta mirando como las cintas verdes se trepaban. —Hasta tuve que abandonar mi vocacién —rematé mama. Silvia Werner — Tu vocacién? —repitié papa largando una car- cajada-. {Tu vocacién era cazar fortuna! ;Acaso no te casaste conmigo por plata? —Yo te querfa. Pero qué sabes de amor. ;Alguna vez fuiste sincero con vos mismo? ;Te preguntaste si realmente eras feliz con lo que hacfas? ;O. sim- plemente fuiste el deseo de tu papito? — iY vos seguis con esa porquerfa en la boca! —grité papa girando la cabeza hacia mi cuando me vio otra vez volcar el agua del vasito en mi boca—. jNo tenés derecho a quejarte! —dijo mirando de nuevo a mamé-. ;Si vivfs como una reina! — Vivir como una reina? Claro, vivir como una reina es ir a tus malditas reuniones, pieles, ropa cara, alhajas para lucirlas frente a las esposas de otros abogados. —;Acaso no buscabas eso? —Jamés —los ojos de mama se Ilenaron de ldgri- mas-. Cuando te conocf en la cola de aquel banco... —su voz perdié fuerza. i Papd qued6 en silencio, Su cefio comenzé a dis- tenderse y la comisura del labio se le deslizé hacia arriba. Me resulté rara su expresién: como... feliz. Aunque no podfa ser que estuviera feliz en medio de la discusién. —Vos estabas con un vestido floreado... —dijo pap4 de pronto. so ge MRE TS CRN Tate ty nme ee ee 26 Escanead Scar Lo que debas ser fe acordds de mi vestido? -mamé rid entre sollozos-. Estoy segura de que te enamoraste de mi... Aunque nunca me lo voy a perdonar... —;Qué cosa no te vas a perdonar? —pregunté papa mientras se servia vino en la copa. —No haber aclarado nunca aquella confusién. Sabia de memoria cémo iba a continuar la discu- sién. Mamé dirfa: “Yo debi gritarles a tus padres que yo era Nora Cardozo con zeta, de la familia de los plomeros, y no era la hija del famoso empresa- rio Cardoso con ese, como ellos crefan. Pero vos, inventabas un pretexto tras otro. Te daba vergiien- za que fuera cajera de un supermercado. Hasta nos casamos en secreto con la excusa de que era més romantico. Pero ahora es tarde, mis padres no estan. Sé que lo hiciste para ocultar a mi familia” —No gritaste la verdad —continudé papa. Otra vez se le habia fruncido el cefio— porque no te con- venia. —No, por miedo. Después pasé el tiempo y cuando nacié Pablo preferf callar. Tenfa miedo de que tu papa me alejara de él. Antecedentes tiene. me lo vas a negar? Comencé a toser salpicando la mesa de fideos tri- turados. Nunca habia escuchado semejante cosa. Juro que me asusté. El abuelo era rigido, pero de ah{ a alejarme de mama... Yo no recuerdo que lo haya hecho alguna vez, ;o era muy chico? 27 Escaneado co! 2 re amScar Silvia Werner —Pero aquello fue inaceptable —dijo papé como si yo no estuviera, irritado— Pero volviendo a noso- tros, deberfas darme las gracias. 3Encima te tengo que agradecer? ;A ver, por qué? —Me acuerdo lo rebelde que eras cuando te conoci. jFijate ahora! Te convertiste en una hermo- sa y refinada mujer. —Y también triste -mamd tomé un sorbo de vino-. Triste y cobarde. No puedo creer en qué me convertf. Cuando era joven me jugaba hasta por una misera hormiga, y hoy, no puedo hacerlo ni siquiera por mi hijo. ;Me siento un monstruo! Mami se levanté de la mesa sin probar bocado. Yo la segui. —jLo que uno acepta por amor! —grité mamé desde el pasillo. Papa se veia tan abstrafdo por la madeja de talla- tines que circulaban entre su boca y el plato, que no se dio cuenta de que se quedé solo. § A partir de la discusién de mamé con el abuelo durante la Cena Sagrada, esperaba un cambio. Pero mi vida siguié tan inmutable como antes. Ni siquiera podfa pintar en mi propia casa. 28 Escaneado con Vamscar a Mama fue mi primera maestra de pintura. Recuerdo que cuando tenia tres 0 cuatro afios, des- pués de la siesta, llegaba la hora en que bailaban los colores —como ella la llamaba—. Preparaba una mesita en la cocina con un mantel de plistico a cuadros blancos y celestes, y mientras volcaba las temperas en una huevera, repetia una y otra vez: —Este es el amarillo. Como el sol, la banana y el pato que te acompafia a dormir. Y este es el azul. ¢Dénde ves azul? Yo buscaba entre los tarros de café, fideos, hari- na, entre las frutas del centro de mesa, abria la ala- cena y husmeaba las ollas, sartenes y asaderas. Hasta que por fin encontraba un jarrito de leche de color azul —clegia siempre el mismo objeto para cada color-, y mama exclamaba como si nunca lo hubiera visto: —jTe felicito! -y seguia con la leccién—. Y si mezclamos el amarillo con el azul, se va a formar el verde, como los caramelos de menta. Después empecé a reconocer algunos pintores. Miraba durante horas los libros de arte que mam me ensefiaba y explicaba con pasién. —jiGo! ;Go! -empecé a gritar un dia, al ver en una revista un aviso publicitario de un hombre manejando una computadora en el cuarto de Arlés de Van Gogh. Y otro dia, caminando por la calle junto a papa ~creo que ese dia comenzé a sospechar que yo ESC Silvia Werner sabfa demasiado con sélo cinco afios—, lo tironeé hasta llegar a un gigantesco afiche de la Mona Lisa luciendo anteojos y jeans. —jLa Mona de Vinchi! jLa Mona de Vinchi! Papa no supo de mis aptitudes artisticas hasta los once afios. Un dia llegé més temprano del trabajo y entré a mi habitacién. La sorpresa fue tal, que cuando me vio pintando frente al caballete —que diariamente guardaba en el placard apenas termi- naba~ se quedé mudo por un par de minutos. —;Desde cuando pintas asi? —dijo finalmente. —No sé. Hace un montén. — iY quién te ensefid? —Mama. —Y decime... —quedé con los ojos fijos en el papel-. Ademds de tu mamé jalguien més te ense- fia? —Por ahora no. Pero ella dice que tendrfa que ir a un profesor. Que llevo la pintura en el alma como ella. Estas enojado? le pregunté al verlo con una expresidn en la cara que no distingufa si era de enojo, de preocupacién o de miedo. El abuelo murié sin conocer ninguno de mis cuadros, y menos atin, imaginé la fuerza que ten- drfa la pintura en mi vida. Papé acepté mi vocacién eludiendo al abuelo. Lo aceptaba siempre y cuando estudiara leyes y no defraudara a la familia, 2A la familia? 7A quién defraudarfa realmente? 30 SH AA tscaneado con vamScar Lo que debas ser En ese momento no entend{a papa. Ahora com- prendo su preocupacién. Sobretodo porque mi alma me obligaba a pintar, a viajar en el lienzo por caminos de colores, a emborracharme de placer como sélo los artistas conocen. Y con cada pincelada me alejaba atin mas de él; y él lo sospeché desde aquel dia. 6 Durante la época en la que trabajé en el estudio del abuelo, los dfas transcurrfan idénticos como calcos aburridos y sin color. A la mafiana cursaba cuarto afio de un bachiller con orientacién en Adminis- tracién de Empresas —el abuelo era de la opinién de que todos deberfan saber manejar un negocio, y que hasta una familia constitufa una pequefia empresa-, y a la tarde, me tomaba el subte para ir al estudio a descubrir los secretos legales que teni- an guardados para mf. Dormia poco: inventaba tiempo para pintar, Mis compafieros me habfan nombrado, por unanimi- dad, encargado de la escenografia de una obra de teatro que realizarjamos para recaudar fondos para el viaje de egresados, En el colegio funcionaba un taller de actuacién donde muchos participaban, asi que, los actores, el libreto y el director estaban 31 Escaneaa imScar Silvia Werner garantizados. La eleccién de la obra no fue tarea facil. Nos llevé varios dias de discusiones: que Romeo y Julieta, que La Vida es Suefio, que Bodas de Sangre. Finalmente optamos por La Importan- cia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde. No bien Ilegaba al estudio, me sentaba junto al abuelo, y comenzaba a escuchar infinidad de casos que no podfa retener ni imaginar su resolucién: el de Fonseca que estafé a su mejor amigo, o el de Gorosito que eché a la empleada sabiendo que tenia Sida, o el de José Cano que se infarté cuando entré a su departamento después de unos afios en el exterior, y encontré a una familia que dormia en su cama, comia en su mesa y se bafiaba en su bafio. Siempre miraba fijo al abuelo y asentia con la cabeza. Por suerte nunca se le ocurrié preguntarme sobre el caso en cuestidn. Yo no hubiera sabido qué responderle: la abogacia me resultaba demasiado compleja. En general defendia a la otra parte, nunca pude entender porqué se justificaba a ese tal Fonseca si se habfa quedado con plata de un amigo, o a Gorosito sabiendo que dejaba en la calle a la pobre mujer. Dos meses habjan transcurrido, cuando mi cuer- po se declaré en huelga. Un esfuerzo sobrehuma- no debja realizar para transportarlo al estudio. Las piernas como estacas clavadas en la tierra, no aca- taban la orden del cerebro. Los érganos, en corto- circuito, funcionaban al igual que una orquesta 32 ESC Scar Lo que debas ser desafinada. El estémago se me encogié a tal punto que la comida se atascaba a mitad de camino y el aire no penetraba con fluidez, respiraba como expandiendo el latex de un globo nuevo. Mi destino era inevitable. Pero cuando parecia no haber salida, mi vida de aprendiz de leyes se desvanecidé por prescripcién médica. Una noche, cuando volvi a casa, noté a mis padres un poco nerviosos. No hablaron ni una sola palabra durante la cena. Y de pronto mamé dijo: —Majiana viene Manuel. No me atrevi a preguntar si vendrfa Manuel Viblos, un médico de confianza, primo de papa, a quien consultabamos desde una ufia encarnada a un dolor de estémago. ;Vendria por mi? ;Me habran notado pdlido? ;Tal vez mas flaco? ;O se habran dado cuenta de que mi cuerpo no me obedecta? Al dia siguiente, cuando Manuel llegé, me man- daron a mirar televisi6n —claramente yenfa por mi-. Pero la intriga no me permitié encerrarme en un cuarto a mirar tele. Entorné la puerta que comunicaba con la cocina, y me quedé atras, espiando. — De qué querias hablarnos? —pregunté pap4. —De Juan Carlos —dijo Viblos, y sacé de un sobre color madera unas radiograffas y unos papeles. “Es por el abuelo, no por mf”. Scar Silvia Werner —; Qué le pasa? —pregunté mama, mientras papa encendia un cigarrillo. —No quiero alarmarlos pero... -Manuel levan- t6 una foto y colocé el dedo en una zona mds oscu- ra que el resto-. jF{jense! Desde el escondite, agudicé la vista: no habfa que ser erudito en la materia para darse cuenta de que aquella mancha que parecfa una medusa se trataba de un ente destructivo. La foto lo mostraba con” total crudeza. Peor atin, cuando el primo de pap: explicé que nos encontrébamos frente al interic del intestino de mi abuelo, y que aquellas ondu ciones violéceas que se retorcian constitufan tumor de cinco centimetros de didmetro. —,Un tumor? -gritaron a coro papa y m: me mordi la lengua. —Juan Carlos me trajo estos estudios la sem pasada para que los vea, y cref que ustedes deb an estar al tanto de su enfermedad. —jLo sabfal —grité papa-. jLo sabia! Lo pesq en el estudio mas de una vez doblado de dolo Le insistia con hacerse un chequeo. —;Hace cuanto de eso? ~pregunté Manuel, veia preocupacién en su cara, —No sé exactamente. Creo que hace como afio, tal vez un aio y medio. {Qué testarudo! Papa tiré en el cenicero la segunda colilla d que hab{fa comenzado la reunién, y encendi nuevo cigarrillo, 34 —,Cudles son los pasos a seguir? —pregunté mama. —Cirugia y cuanto antes. Yo soy partidario de comenzar con los andlisis Prequirtirgicos mafiana mismo, y operar en quince dfas. Su médico lo est4 llevando muy bien. —:Y mamé ya lo sabe? Manuel negé con la cabeza. —No sé como voy a decirselo abatido. —No te preocupes —dijo mamé abrazandolo-, yo me voy a encargar. —Susurré papa, Escaneado con CamScar 7 Aunque el médico dijo que la operacién hab{a sido un éxito, el abuelo nunca volvié a trabajar al estu- dio. Dirigia y ordenaba desde su cuarto: hab{an colocado una linea de teléfono y una computado- ra portatil. Para pap estar solo en la oficina (y en la vida) era un gran desaffo. Se encontraba tan ocu- pado por los clientes y preocupado por el abuelo, que no se dio cuenta de que comencé a faltar a mi obligacién de aprendiz de leyes; primero un dfa, luego dos, y tres, y cuatro, y cinco... Y no se hablé més del tema. a2 Escaneado con CamScar Silvia Werner i fueron los astros alineados caprichosa- la ristra de ajo colgada en la coci- na que propagé todo su poder, o la pata de conejo (lista para ira la olla pero pata de conejo al fin) que hizo lo suyo en la heladera; no importa si el moti- vo fue cientifico, astrolégico 0 azaroso, pero la a partir de la enfermedad del No sé si mente en el cielo, cuestién, es que abuelo mi vida se alivis. Por supuesto que no querfa que el . lo pienso constantemente, a este cambio de planes abuelo enfer- mara. Pero.. y no se me ocurre otra opcién par: inimaginable hace apenas unos meses. Por esos dias, numerosos indicios de que se ave- cinaba una nueva vida, me lo demostraban a cada paso. Miraba el cielo, y las nubes dibujaban para mi pinceles y cuadros; el vecino de enfrente me saludé palmedndome la espalda y diciéndome, sin « _ dichosos estos jévenes que eligen lo motivo: *..- no como en nuestra época...” El que quieren ser, destino me cacheteaba para que despertar: mis lejos, tengo un chichén en la cabeza por tal motivo. Una noche, antes de dormir, abri un libro de Cortdzar, mas 0 menos por el medio, y comencé a nto: Las Ménades. No tenia ni la més remota idea del significado del titulo. Estaba por preguntar a los gritos, cuando recordé las palabras de papa cada vez que formulaba una pregunta similar: “And4 al mataburros que no muerde”. Jeer un cue 36 Escaneado con Val | | | | Lo que debas ser Con rapidez me dirigs a la biblioteca. El dicciona- rio se hallaba en el tiltimo estante: me paré en pun- tas de pie y traté de arrimarlo al borde con peque- fios movimientos, y cuando practicamente lo tuve entre mis manos, algo cayé sobre mf; del susto solté el terrible tomo de la Real Academia Espafio- la que me pegé sobre la cabeza. Al recuperarme, encontré una revista tirada en el piso. Estaba doblada justo en la hoja del hordésco- po, y me lancé sobre ella en busca de Sagitario. La negrura de las letras sobre la hoja sobresaltaba mi destino. Y en sorpresas, debajo de salud y arriba de amor, decfa: VIVIRA UN MOMENTO CON MUCHA ADRENALINA QUE LE CAMBIARA LA VIDA. Mi escuela se encontraba en el centro de la ciu- dad; a un lado del Teatro Coldn, Tribunales enfrente y por atrés el Obelisco. Cuando salia, a la una de la tarde, la calle se llenaba de gente que se dirigia a almorzar a las pizzerias, cantinas y bares de la avenida Corrientes. El olor a pizza, a frituras Y a tuco se escapaba por las rendijas de las puertas embebiendo a la ciudad con un aire aceitoso, ee caliente y denso. Apurados por regresar a sus traba- "jos, los empleados y secretarias caminaban forman- do una pared de carne arrastrando al que osaba cambiar de sentido o de direccién. i de pararme frente a una mesa, un negocio ido de CD, juegos para computadoras y 37 Escaneado con VamScar Silvia Werner videos que solfa estar en la esquina de Corrientes y Talcahuano. Con frecuencia lo hacfa. Encontraba las ultimas versiones de juegos para la Play Station a un precio muy bajo. Pero los automaticos cami- nantes al encontrarme como un obstdculo, se aglo- meraron a mis espaldas y me esquivaron a los empujones; y entre los empujones senté un tirén en la campera. De inmediato me palpé, y en mi bolsillo hallé una mano, y en la mano mi billetera. —jUn ladrén! jUn ladrén! EI tipo salié corriendo queriendo romper el muro de personas. Lo seguf a los gritos: —jAtrdpenlo! {Qué no se escape! EI delincuente, vestido con una chomba de piqué azul y un pantalén de gabardina al tono, pelo prolijo como recién cortado, se perdia entre la gente. La pared humana se frené por un instante, y las cabezas giraron de un lado a otro en busca del mal- viviente. —jAca est4! —grité de pronto un hombre del montén. Sus ojos parecfan destellar la bronca acu- mulada por todos los robos de la humanidad. Era muy dificil individualizar al ladrén: se mimetizaba con los ciudadanos buenos, sélo se lo descubria por el olor a miedo que perfumaba su piel y la respiracién jadeante de perro. La masa de gente lo atrapé en una red de patadas y codazos hasta que trastabillé y cayé al piso. 38 Escaneaao con VamScar Lo que debas ser — Qué esta pasando aqu{? —dijo un policfa acer- cAndose al tumulto. —jAqui tiene! —coreé el gentio lanzando al carte- rista hacia el uniformado. —Hey, pibe —me grité el duefio del puesto de CD-. ;Andas Buscando esto? ~y me mostré mi billetera-. jHoy estas de suerte! Tras la persecucién habfa quedado a un par de metros de la mesa, y remando contracorriente de la gente, llegué. —Pibe, esto también se te cayé —y me-entregé un papel. f —45432234 Francisco Centurién —lef—. Esto no es mio. —Si, este papel sobresalfa de tu billetera cuando la encontré en el piso. Parece que los gritos y la gente hicieron que el muy basura tirara el botin. Lo lei nuevamente: —Francisco Centurién. No lo conozco. ;Quién es este tipo? Sentado en el escalén de un edificio de oficinas me senté a esperar que la adrenalina se tranquilizara. “GY por qué, no?” Me levanté de inmediato y busqué un teléfono publico. —cCuatro, cinco, cuatro —lef en voz alta mientras marcaba cada uno de los ntimeros escritos en el papel— tres, doble dos, tres, cuatro —esperé con impaciencia—. Parece que no hay nadie. 39 Escaneado con VamScar Silvia Werner Estaba por cortar cuando se activé un contesta- dor automitico: —Usted se comunicé con el contestador auto- matico del taller de arte de Francisco Centurién, por favor deje su nombre y su ntimero de teléfono que a la breve...” Corté de inmediato. —iEs un taller de arte! ;De dénde habré salido? Después de un rato recordé. Lo debia tener en la billetera hace un afio. Cémo olvidar la insistencia del profesor de plastica del colegio, hasta pidié hablar con mama: —Sefiora Aragén —le dijo cuando cursaba primer aiio-, su hijo deberia estudiar pintura. — (Asi que eso cree? —contesté mamé-. No por- que sea la mamé, pero Pablito es brillante. Ya me lo habfan dicho en otras ocasiones. —Le puedo recomendar un buen profesor. —A Pablo le encantaria. Pero... lo veo dificil este afio. El préximo, seguro. En segundo afo volvié a llamar a mama. —Sefiora Aragén, no desperdicie el talento de su F EN, lo que pasa es que ... Vio, problemas miliares. Mas adelante va a ir. n tercer afo, gané el primer premio de un con- de manchas, y el mismo profesor de plastica ntregé el diploma, y no sélo eso, fue el encar- Escaneado con VamScar Lo que debas ser gado de notificarme que mi trabajo habia sido seleccionado para competir en un certamen inter- nacional. El profesor no se daba por vencido, en aquella oportunidad aproveché una vez més para repetirme: —Deberias estudiar pintura ~y anoté un nom- bre, una direccién y un ntimero de teléfono en un trozo de papel y me lo entregé. En ese momento no entendfa la actitud evasiva de mama. Se contraponia con el amor que ella sen- tia por el arte, y que me inculcé desde muy peque- fo. Aunque después de un par de afios, cuando presencié aquella discusién, la que disparé mi insignificante vasito, supe que habia algo que le daba miedo. Volvi a marcar el ntimero de teléfono de Francis- co Centurién, y esperé que se conectara el contes- tador para dejarle un mensaje. Pero una voz grave, pausada y un poco ronca me sorprendié: —jHola! ;Quién es? Silencio. ... Pablo Aragén, a... Quisiera tomar clases. para eso? lo vuelvo a llamar en otro Escaneaao con VamScar —Si, sf. ' _Entonces :qué le parece si el miércoles tene- mos una entrevista en el taller y me muestra sus trabajos? ;A las quince le viene bien? —Creo que... si. Sf, est perfecto. 8 Era el mes de noviembre. En el colegio, nuestras conversaciones parecfan rfos que desembocaban siempre en el mismo mar: la obra de teatro y el viaje de egresados, el viaje de egresados y la obra de teatro. Nuestro primer objetivo era recaudar, al menos, el dinero para comprar los pasajes de los acompa- fantes. ;Qué tema el de los acompafiantes! Los padres se empecinaron en que uno de ellos debia viajar con nosotros. ¢Control? ;En nuestro viaje de egresados? La situacién se convirtid casi en una guerra entre hijos y padres. Hasta los amenazamos con no via- jar si alguno de ellos se atrevfa a ir. Y qué contes- taron? “Bueno, no vayan”. Con esas malditas pala- bras entendimos que hablaban en serio, y propusi- mos un mal menor: los profesores. Siempre existe alguno con el que se puede hablar de otro tema que no sea su materia o que podés confiarle un 42 Escaneaao con VamScar Sore ce Lo que debas ser problema. Enseguida surgieron los nombres de los profesores de Gimnasia y de Biologia, y por fin, Iegamos a un acuerdo con los padres. A medida que nos acercdbamos a diciembre, quinto afio y la despedida aparecfan una y otra vez, dejandonos con una sensacién de angustia que se proyectaba hacia el futuro. jEI futuro! Fantaseamos con atraparlo y conquis- tarlo, pero huimos despavoridos si alguien lo reve- la. No podemos desviarnos de su camino; nos con- duce a descubrir los misterios que inevitablemente se hallan siempre un paso més lejos. Es como una enorme bolsa donde guardamos los suefios, los deseos y las esperanzas. Su fondo se ve inalcanza- ble, oscuro y borroso, lleno de sorpresas. Y hablando de sorpresas... Las mujeres son una eterna sorpresa. Después de estar cuchicheando y hablando mal unas de otras durante afios, que fijate lo ridfcula que est4 Natalia con esa tintura platinada en la cabeza, o la mosquita muerta de Pato que le sacé el novio a Mariela, o la imbécil de Soledad que anda diciendo por ah{ que la prima habja visto a Roxa- na con una minifalda que le quedaba horrible, y después se lo conté a Rocio, y Rocio a Josefina, y después... De pronto las veinte mujeres de la clase se volvie- ron amigas. Nadie hablaba mal de nadie, simple- mente se besaban, se abrazaban y lloraban todas 43 Escaneado con vamScar

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