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Secuencia didáctica Del relato al texto teatral

A partir del análisis de distintos textos, esta secuencia  didáctica


se propone identificar las diferencias entre relato y texto teatral.
La propuesta incluye construir en clase un texto teatral y
representarlo en grupo.

Del relato al texto teatral


Autores: Fernando Santana y Fernando LázaroResponsable
disciplinar: Pamela ArchancoÁrea
disciplinar: LenguaTemática: El relato y el texto
teatralNivel: Secundario, ciclo básicoSecuencia didáctica
elaborada por Educ.ar

Propósitos generales
Promover el uso de los equipos portátiles en el proceso de enseñanza y

aprendizaje.

Promover el trabajo en red y colaborativo, la discusión y el intercambio entre

pares, la realización en conjunto de la propuesta, la autonomía de los alumnos y el

rol del docente como orientador y facilitador del trabajo.

Estimular la búsqueda y selección crítica de información proveniente de diferentes

soportes, la evaluación y validación, el procesamiento, la jerarquización, la crítica y

la interpretación.

Introducción a las actividades


El relato. El texto teatral. La transposición: transformación de pequeños relatos en textos

teatrales.

Objetivo de las actividades


Reconocer las diferencias entre relato y texto teatral.

Objetivos pedagógicos
Actividad 1:
1) Leer los siguientes relatos:
TEXTO n.º 1: «Espiral», de Enrique Anderson Imbert

a) ¿Por qué el cuento se llama «Espiral»?

b) ¿Cómo son los personajes en este texto?

TEXTO n.º 2: «Tema del fin del mundo», de Adolfo Bioy Casares

c) ¿Qué particularidad presentan los diálogos en este relato?

d) ¿Cómo se sabe quién habla en cada momento?

Actividad 2:
1) Luego de leer los textos de la actividad anterior, formar grupos de 4 integrantes,

elegir uno de los relatos y buscar en Internet, o en otras fuentes, imágenes que puedan

acompañar al relato.

2) Armar una presentación de diapositivas con el texto elegido y las imágenes

encontradas.

Actividad 3:
Se sugiere que lean junto a los estudiantes los siguientes fragmentos teatrales:

TEXTO n.º 3: «300 millones», de Roberto Arlt

TEXTO n.º 4: «La cantante calva», de Eugène Ionesco

1) Luego de leer los fragmentos de obras de teatro, responder:

a) ¿Quiénes son los personajes de cada historia?

b) ¿Existen diálogos? ¿Por qué?

c) ¿Cómo están marcados los diálogos? ¿Por qué están marcados así?

Actividad 4:
Pueden proponerles a sus alumnos que, en grupos, representen alguno de los fragmentos

teatrales leídos.

Actividad 5:
1) Elegir alguno de los relatos leídos en la actividad 1, y a partir de él escribir un breve

texto teatral para ese cuento. Para ello, tener en cuenta las características propias
del texto teatral y cómo se presentan los diálogos en ese relato. Para realizar esta

actividad pueden utilizar el procesador de textos instalado en los equipos portátiles.

Enlaces de interés y utilidad para el trabajo


Griselda Gambaro y el teatro argentino, en educ.ar

¿Por qué es un clásico? La magia del teatro, en Canal Encuentro


http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8055/3995

Bibliografía/ Webgrafía recomendada


Garasa, D. L.  Los géneros literarios.  Buenos Aires, Nuevos Esquemas, 1971.

Todorov, T. Los géneros del discurso. Caracas, Monte Ávila, 1991.

Obertti, Liliana. Géneros Literarios, composición, estilo y contextos. Buenos Aires,

Longseller, 2002.

V.V.A.A. Batjín y la literatura. Madrid, Visor Libros, 1995.

Géneros literarios

“Espiral”, de Enrique Anderson Imbert

Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no

despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi


cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa

idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera

durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de

caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna,

sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de

hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la

boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. “¿Quién sueña con quién?”, exclamó

uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos

en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos

a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.

“Tema del fin del mundo”, de Adolfo Bioy Casares

Quizá el fin del mundo no es fácil de imaginar. Ramírez, que atiende el vestuario del club,

me dijo que su hija oyó por radio, en el programa de algún aceite comestible, a un

boliviano que pronosticó para el domingo 23 el fin del mundo. Mi consocio Johnny aseguró
que todo eso eran macanas. Ramírez convino en que no debíamos creer una palabra del tal

pronóstico y agregó que, por si acaso, el sábado a la noche no se privaría de nada, porque

él estaba dispuesto, eso sí, a darse una comilona. Hombre del momento, pasó a declarar

que esos anuncios debían estar terminantemente prohibidos “por causa de las criaturas”.

Recordó el caso de alguien que predijo, para no sé qué fecha, el fin del mundo y cuando

dieron las doce de la noche “se abocó al revólver y se mató. Mientras tuvo fuerzas apretó el

gatillo. No era para menos”. Johnny le preguntó:

–¿Qué haría usted si supiera con seguridad que un día determinado acaba el mundo?

–No diría nada, por causa de las criaturas –respondió Ramírez–, pero dejaría anotado en un

papelito que en el día de la fecha era el fin del mundo, para que vieran que yo lo sabía.

“300 millones”, de Roberto Arlt

GALÁN-SIRVIENTA

(La sirvienta se mece en la hamaca.)

GALÁN: (De pie junto a la hamaca.) Señorita... señorita...

SIRVIENTA: ¡Ah! Es usted...

GALÁN: Si, soy yo... soy yo

(La sirvienta lo mira un instante y luego resuelve seguir el juego de la comedia amorosa.)

SIRVIENTA: ¡Ah!... es usted... es usted...

GALÁN: ¿Me permite decirle que la amo?

SIRVIENTA: (Con dulzura irónica.) ¿No podría decírmelo de otra manera?

GALÁN: ¿Por qué?

SIRVIENTA: Porque de esa manera se me han declarado varios dependientes de tienda,

farmacia y panadería.

GALÁN: ¡Oh, no me compare!... Usted desea que yo sea un escogido.

SIRVIENTA: Sí... un poco más expresivo.

GALÁN: ¿Quiere que me arrodille?

SIRVIENTA: ¡Oh!... No es viejo y, además, se le mancharían los pantalones.

GALÁN: ¿Entonces quiere que finja el Galán melancólico?


SIRVIENTA: ¡Hombre, qué duro de entender es usted! Si yo fuera hombre me vendría por

detrás de la hamaca y, besándola fuertemente a la muchacha que quiera, le diría despacito:

“te quiero mucho... mucho”.

GALÁN: ¡Oh! Entonces lo que usted pide es un procedimiento de novela alemana...

SIRVIENTA: (Terminante.) No he leído nunca novelas alemanas. He leído “Rocambole”, que

es bien largo... cuarenta tomos... y nada más.

(El Galán calla y retrocede; la sirvienta cierra los ojos y el Galán, acercándose de puntillas,

la toma por los maxilares y la besa en la boca.)

GALÁN: Te quiero mucho... mucho...

SIRVIENTA: (Con displicencia) No está del todo mal... Yo también, dueño mío.

(Se siente a la distancia el rugido del león arenero.)

SIRVIENTA: ¡El león!...

GALÁN: Ruge de amor...

SIRVIENTA: Igual que en el jardín zoológico.

GALÁN: ¿Dónde queda eso?

SIRVIENTA: Allá... en Buenos Aires... Pero, hablando de todo un poco... ¿Así que usted me

ama?

GALÁN: La amo desde que la vi en el comedor. Y me juré interiormente que si usted me

daba su mano la haría mi esposa ante Dios y los hombres.

SIRVIENTA: ¿Por qué no habla de otra manera? Si yo fuera hombre me declararía en otra

forma...

GALÁN: (Malhumorado.) ¿Puede decirme qué papel hago yo aquí? ¿Soy yo o es usted la

que se tiene que declarar?

SIRVIENTA: ¡No se enoje, hombre!... Pero usted es bastante estúpido como galán. ¿A quién

se le ocurre decirle a una mujer: ¡Te amo! Eso se dice en el teatro; en la realidad se

procede de otra manera. En la realidad, cuando un hombre desea a una mujer, trata de

engañarla. Lo creía más inteligente. A nosotras las mujeres nos gustan los desfachatados...

GALÁN: Hay que vivir para ver... y creer...


SIRVIENTA: Sea positivo. Yo soy una mujer positiva como todas las mujeres. Y a las

mujeres no les gustan los prólogos en el amor. No, señor galán, convénzase usted.

(Imperativa.) Le voy a dar una lección. Siéntese en esa hamaca.

(El Galán se sienta; la Sirvienta retrocede, luego se acerca inclinándose sobre él.)

SIRVIENTA: Bueno, haga de cuenta que yo soy el hombre y usted la mujer. (Dice en voz

muy dulce.) Niña... me gustaría estar como un gatito en tu regazo. (Se inclina bien sobre el

hombre) Quisiera que me convirtieras en tu esclavo. Quisiera encallanarme por vos...

Bueno, ahora haga usted lo que quiera, pero compréndame.

(El Galán deja su asiento; lo ocupa la sirvienta.)

GALÁN: ¿No se da cuenta que una persona decente no puede hacer eso?

SIRVIENTA: Si seguimos en ese tren no terminamos más: Aquí no se trata de pedirle un

certificado de buena conducta, sino de que proceda como a mí me gusta. Usted es... Yo

tengo trescientos millones.

GALÁN: Es que yo nunca tropecé con una mujer como usted

Sirvienta: ¡Qué hombre éste!... ¡Qué Adolfo!...

GALÁN: ¡Oh!¡Usted sabe que me llamo Adolfo! ¡Oh! ¡Usted pronunció mi nombre! ¡Oh!

¡Puedo morir tranquilo!

SIRVIENTA: En efecto, nada se perdería si usted reventara... pero ¿por qué quiere morir

joven?

GALÁN: Mi vida se desenvuelve bajo un signo fatal. Me persigue el homicida amor de una

gitana...

SIRVIENTA: ¡Joróbese, por sonso!...

GALÁN: (Iracundo.) Esto es imposible... usted me echa a perder los efectos.

SIRVIENTA: Cálmese; le voy a seguir el juego (Haciendo gestos de primera actriz.)

¿Cómo... tú me eres infiel?

GALÁN: No le he correspondido nunca... pero ella me sigue a través de montañas y de

mares...

SIRVIENTA: (Cariñosa.) Chiquito, cuánta novelería...

GALÁN: Es una mujer fatal


SIRVIENTA: Chiquito..., las mujeres fatales solo se encuentran en el cine. Nosotros nos

casamos y sanseacabó la mujer fatal.

GALÁN: No tengo dinero para casarme, además, un galán que se casa es ridículo y hace

reír a las mujeres a quienes engañó y con quienes no se casó.

SIRVIENTA: Me gustas y te compro. Tengo trescientos millones.

GALÁN: (Rascándose la cabeza.) La suma es respetable ¡trescientos millones! ¿Pero qué

dirá ella, que atravesó montes y mares?...

Sirvienta: ¡Qué duro de entender que es usted! Observe que mares y montañas son una

mentira para darle un poquito de poesía a mi sueño. Aquí, la única que sueño, soy yo,

nadie más que yo.

GALÁN: Me arrodillo entonces...

SIRVIENTA: (Malhumorada.) Haga lo que quiera. (Aparte.) Este hombre es un perfecto

imbécil como todos los galanes...

GALÁN: (Declaratorio.) Recorrió los mares y las montañas.

SIRVIENTA: Y los bosques ¿dónde los deja?...

GALÁN: (Por su cuenta.) Yo miraba una mujer... miraba a otra y ninguna me gustaba. (La

Sirvienta lo mira y menea la cabeza consternada ante el latoso.) Y me decía: “¿por qué

ninguna doncella me ama? ¿Por qué ninguna jovencita corre a mi encuentro y me estrecha

contra su pecho?... ¿Por qué las ciudades no se derrumban cuando paso y los gobernadores

no me coronan de flores... y el cordero no come pasto junto al león, ni el león juega con el

cabrito, si mi corazón está repleto de amor?...”

SIRVIENTA: Eso es interesante.

GALÁN: (Pensativamente.) ¡Qué se cree que no sé pensar por mi cuenta! ¡Claro que he

pensado! El papel de galán es simultáneamente ridículo y dramático. Ya ve, usted y yo

estamos aquí con el mar al frente y todavía no nos hemos dado un beso sincero.

SIRVIENTA: ¿Y a usted le gustaría besarme?

GALÁN: Me gustaría quererla, a pesar de su carácter endiablado.

SIRVIENTA: (Cavilosamente.) ¿Querer?...

GALÁN: Sí, me gustaría quererla mucho, aunque usted no me quisiera, y humillarme ante

usted como un perro.


SIRVIENTA: ¿Por qué humillarse?...

GALÁN: (Con repentina angustia en la voz.) No sé... pero hay mujeres que nos producen

ese efecto. Primero las tratamos irónicamente..., es como si tuviéramos la sensación que

podemos azotarlas... y de pronto esa sensación se nos rompe y en el corazón nos queda el

dulce deseo de ser humillados, por esa mujer, sufrir...

“La cantante calva”, de Eugène Ionesco

Interior burgués inglés, con sillones ingleses. Velada inglesa. El señor SMITH, inglés, en su sillón
y con sus zapatillas inglesas, fuma su pipa inglesa y lee un diario inglés, junto a una chimenea
inglesa. Tiene anteojos ingleses y un bigotito gris inglés. A su lado, en otro sillón inglés, la
señora SMITH, inglesa, remienda unos calcetines ingleses. Un largo momento de silencio
inglés. El reloj de chimenea inglés hace oír diecisiete toques ingleses.

SRA. SMITH: –¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino, y
ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos comido bien esta noche. Eso es
porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith.

SR. SMITH: (Continuando su lectura, chasquea la lengua.)

SRA. SMITH: -Las patatas están muy bien con tocino, y el aceite de la ensalada no estaba
rancio. El aceite del almacenero de la esquina es de mucho mejor calidad que el aceite del
almacenero de enfrente, y también mejor que el aceite del almacenero del final de la cuesta.
Pero con ello no quiero decir que el aceite de aquéllos sea malo.

SR. SMITH: (Continuando su lectura, chasquea la lengua.)

SRA. SMITH: -Sin embargo, el aceite del almacenero de la esquina sigue siendo el mejor.

SR. SMITH: (Continuando su lectura, chasquea la lengua.)

SRA. SMITH: -Esta vez Mary ha cocido bien las patatas. La vez anterior no las había cocido bien.
A mí no me gustan sino cuando están bien cocidas.

SR. SMITH: (Continuando su lectura, chasquea la lengua.)

SRA. SMITH: -El pescado era fresco. Me he chupado los dedos. Lo he repetido dos veces. No,
tres veces. Eso me hace ir al retrete. Tú también has comido tres raciones. Sin embargo, la
tercera vez has tomado menos que las dos primeras, en tanto que yo he tomado mucho más.
Esta noche he comido mejor que tú. ¿Cómo es eso? Ordinariamente eres tú quien come más.
No es el apetito lo que te falta.

SR. SMITH: (Continuando su lectura, chasquea la lengua.)

SRA. SMITH: -No obstante, la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía más sal que
tú. ¡Ja, ja! Tenía también demasiados puerros y no las cebollas suficientes. Lamento no haberle
aconsejado a Mary que le añadiera un poco de anís estrellado. La próxima vez me ocuparé de
ello.

SR. SMITH: (Continuando su lectura, chasquea la lengua.)


SRA. SMITH: -Nuestro rapazuelo habría querido beber cerveza, le gustaría beberla a grandes
tragos, pues se te parece. ¿Has visto cómo en la mesa tenía la vista fija en la botella? Pero yo
vertí en su vaso agua de la garrafa. Tenía sed y la bebió. Elena se parece a mí: es buena mujer
de su casa, económica, y toca el piano. Nunca pide de beber cerveza inglesa. Es como nuestra
hijita, que sólo bebe leche y no come más que gachas. Se ve que sólo tiene dos años. Se llama
Peggy. La tarta de membrillo y de fríjoles estaba formidable. Tal vez habría estado bien beber,
en el postre, un vasito de vino de Borgoña australiano, pero no he llevado el vino a la mesa
para no dar a los niños un mal ejemplo de gula. Hay que enseñarles a ser sobrios y mesurados
en la vida.

SR. SMITH: (Continuando su lectura, chasquea la lengua.)

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