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Propósitos generales
Promover el uso de los equipos portátiles en el proceso de enseñanza y
aprendizaje.
la interpretación.
teatrales.
Objetivos pedagógicos
Actividad 1:
1) Leer los siguientes relatos:
TEXTO n.º 1: «Espiral», de Enrique Anderson Imbert
TEXTO n.º 2: «Tema del fin del mundo», de Adolfo Bioy Casares
Actividad 2:
1) Luego de leer los textos de la actividad anterior, formar grupos de 4 integrantes,
elegir uno de los relatos y buscar en Internet, o en otras fuentes, imágenes que puedan
acompañar al relato.
encontradas.
Actividad 3:
Se sugiere que lean junto a los estudiantes los siguientes fragmentos teatrales:
c) ¿Cómo están marcados los diálogos? ¿Por qué están marcados así?
Actividad 4:
Pueden proponerles a sus alumnos que, en grupos, representen alguno de los fragmentos
teatrales leídos.
Actividad 5:
1) Elegir alguno de los relatos leídos en la actividad 1, y a partir de él escribir un breve
texto teatral para ese cuento. Para ello, tener en cuenta las características propias
del texto teatral y cómo se presentan los diálogos en ese relato. Para realizar esta
Longseller, 2002.
Géneros literarios
idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera
caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna,
sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de
hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la
boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. “¿Quién sueña con quién?”, exclamó
uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos
en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos
Quizá el fin del mundo no es fácil de imaginar. Ramírez, que atiende el vestuario del club,
me dijo que su hija oyó por radio, en el programa de algún aceite comestible, a un
boliviano que pronosticó para el domingo 23 el fin del mundo. Mi consocio Johnny aseguró
que todo eso eran macanas. Ramírez convino en que no debíamos creer una palabra del tal
pronóstico y agregó que, por si acaso, el sábado a la noche no se privaría de nada, porque
él estaba dispuesto, eso sí, a darse una comilona. Hombre del momento, pasó a declarar
que esos anuncios debían estar terminantemente prohibidos “por causa de las criaturas”.
Recordó el caso de alguien que predijo, para no sé qué fecha, el fin del mundo y cuando
dieron las doce de la noche “se abocó al revólver y se mató. Mientras tuvo fuerzas apretó el
–¿Qué haría usted si supiera con seguridad que un día determinado acaba el mundo?
–No diría nada, por causa de las criaturas –respondió Ramírez–, pero dejaría anotado en un
papelito que en el día de la fecha era el fin del mundo, para que vieran que yo lo sabía.
GALÁN-SIRVIENTA
(La sirvienta lo mira un instante y luego resuelve seguir el juego de la comedia amorosa.)
farmacia y panadería.
(El Galán calla y retrocede; la sirvienta cierra los ojos y el Galán, acercándose de puntillas,
SIRVIENTA: (Con displicencia) No está del todo mal... Yo también, dueño mío.
SIRVIENTA: Allá... en Buenos Aires... Pero, hablando de todo un poco... ¿Así que usted me
ama?
SIRVIENTA: ¿Por qué no habla de otra manera? Si yo fuera hombre me declararía en otra
forma...
GALÁN: (Malhumorado.) ¿Puede decirme qué papel hago yo aquí? ¿Soy yo o es usted la
SIRVIENTA: ¡No se enoje, hombre!... Pero usted es bastante estúpido como galán. ¿A quién
se le ocurre decirle a una mujer: ¡Te amo! Eso se dice en el teatro; en la realidad se
procede de otra manera. En la realidad, cuando un hombre desea a una mujer, trata de
engañarla. Lo creía más inteligente. A nosotras las mujeres nos gustan los desfachatados...
mujeres no les gustan los prólogos en el amor. No, señor galán, convénzase usted.
(El Galán se sienta; la Sirvienta retrocede, luego se acerca inclinándose sobre él.)
SIRVIENTA: Bueno, haga de cuenta que yo soy el hombre y usted la mujer. (Dice en voz
muy dulce.) Niña... me gustaría estar como un gatito en tu regazo. (Se inclina bien sobre el
GALÁN: ¿No se da cuenta que una persona decente no puede hacer eso?
certificado de buena conducta, sino de que proceda como a mí me gusta. Usted es... Yo
GALÁN: ¡Oh!¡Usted sabe que me llamo Adolfo! ¡Oh! ¡Usted pronunció mi nombre! ¡Oh!
SIRVIENTA: En efecto, nada se perdería si usted reventara... pero ¿por qué quiere morir
joven?
GALÁN: Mi vida se desenvuelve bajo un signo fatal. Me persigue el homicida amor de una
gitana...
mares...
GALÁN: No tengo dinero para casarme, además, un galán que se casa es ridículo y hace
Sirvienta: ¡Qué duro de entender que es usted! Observe que mares y montañas son una
mentira para darle un poquito de poesía a mi sueño. Aquí, la única que sueño, soy yo,
GALÁN: (Por su cuenta.) Yo miraba una mujer... miraba a otra y ninguna me gustaba. (La
Sirvienta lo mira y menea la cabeza consternada ante el latoso.) Y me decía: “¿por qué
ninguna doncella me ama? ¿Por qué ninguna jovencita corre a mi encuentro y me estrecha
contra su pecho?... ¿Por qué las ciudades no se derrumban cuando paso y los gobernadores
no me coronan de flores... y el cordero no come pasto junto al león, ni el león juega con el
GALÁN: (Pensativamente.) ¡Qué se cree que no sé pensar por mi cuenta! ¡Claro que he
estamos aquí con el mar al frente y todavía no nos hemos dado un beso sincero.
GALÁN: Sí, me gustaría quererla mucho, aunque usted no me quisiera, y humillarme ante
GALÁN: (Con repentina angustia en la voz.) No sé... pero hay mujeres que nos producen
ese efecto. Primero las tratamos irónicamente..., es como si tuviéramos la sensación que
podemos azotarlas... y de pronto esa sensación se nos rompe y en el corazón nos queda el
Interior burgués inglés, con sillones ingleses. Velada inglesa. El señor SMITH, inglés, en su sillón
y con sus zapatillas inglesas, fuma su pipa inglesa y lee un diario inglés, junto a una chimenea
inglesa. Tiene anteojos ingleses y un bigotito gris inglés. A su lado, en otro sillón inglés, la
señora SMITH, inglesa, remienda unos calcetines ingleses. Un largo momento de silencio
inglés. El reloj de chimenea inglés hace oír diecisiete toques ingleses.
SRA. SMITH: –¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino, y
ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos comido bien esta noche. Eso es
porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith.
SRA. SMITH: -Las patatas están muy bien con tocino, y el aceite de la ensalada no estaba
rancio. El aceite del almacenero de la esquina es de mucho mejor calidad que el aceite del
almacenero de enfrente, y también mejor que el aceite del almacenero del final de la cuesta.
Pero con ello no quiero decir que el aceite de aquéllos sea malo.
SRA. SMITH: -Sin embargo, el aceite del almacenero de la esquina sigue siendo el mejor.
SRA. SMITH: -Esta vez Mary ha cocido bien las patatas. La vez anterior no las había cocido bien.
A mí no me gustan sino cuando están bien cocidas.
SRA. SMITH: -El pescado era fresco. Me he chupado los dedos. Lo he repetido dos veces. No,
tres veces. Eso me hace ir al retrete. Tú también has comido tres raciones. Sin embargo, la
tercera vez has tomado menos que las dos primeras, en tanto que yo he tomado mucho más.
Esta noche he comido mejor que tú. ¿Cómo es eso? Ordinariamente eres tú quien come más.
No es el apetito lo que te falta.
SRA. SMITH: -No obstante, la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía más sal que
tú. ¡Ja, ja! Tenía también demasiados puerros y no las cebollas suficientes. Lamento no haberle
aconsejado a Mary que le añadiera un poco de anís estrellado. La próxima vez me ocuparé de
ello.