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El Staff de TSC
Staff

Leona Cherry
Sabrina Residente
SleepPumpkim Lina Mi Lu
Conxa Moonwhix
Iyarimaxa
DESERTED
Shadow Beast Shifters 04
Jaymin Eve

Una historia independiente en el mundo de Shadow Beast


Shifters. Es mejor leerla después de "Reborn" para dar
continuidad a la historia.

Melalekin "Ángel" de Honor Meadows ha sido una guerrera toda


su vida. La batalla. La muerte. La pérdida. Eran sus compañeros
constantes hasta el día en que conoció a Mera Callahan. Una shifter
que acabó siendo mucho más. Una shifter que cambió su vida, y
ahora... ha renacido. Las cicatrices de su pasado han desaparecido.
Sus pérdidas se silencian bajo la nueva vida que planea vivir.
Sólo hay un ser que se interpone en su camino. Una deidad del
desierto que le guarda rencor y que ha hecho un arte de hacerle la
vida un infierno.
Reece, de las Tierras del Desierto, es un dios que no está
acostumbrado a que lo desafíen, y tiene una memoria muy larga
cuando se trata de aquellos que le han hecho daño. Ángel es la
culpable de la peor pérdida de su vida, y nunca dejará que lo olvide.
Su historia es trágica y sangrienta, y la pareja está dispuesta a
enfrentarse una vez más, especialmente cuando acaban atrapados
en el mismo lugar donde lo perdieron todo. Un encuentro de las
dinastías en el Delfora, las antiguas tierras del desierto, les obligará
a ir al lugar donde todo comenzó.
Ahí aprenderán que a veces el pasado define tu futuro. Y que hay
una fina línea entre el amor y el odio.
Esto está dedicado a esa vez que follar con tu ex
no fue una mala idea.
Prólogo

Tiempo atrás
Mi grito fue ronco mientras sostenía el cuerpo de mi hermana,
apretando mi agarre como si la pura voluntad la mantuviera en este
mundo conmigo.
Pero en el fondo de mi poder... de mi energía, sabía que era
demasiado tarde.
Había sido una guerrera toda mi vida, y ese entrenamiento me
decía que sus heridas no tenían arreglo. En algún punto, hubo
demasiado daño, incluso para los longevos y poderosos.
Su recipiente había luchado hasta que no le quedó nada que dar.
Su poder estaba volviendo a nuestro colectivo, y ya era hora de que
la liberara de mi control y bendijera su viaje a nuestra sagrada vida
después de la muerte.
Si tan sólo pudiera forzar mis dedos para que se abrieran.
—Mel —tosió, su piel morena perdía rápidamente el color
mientras su fuerza vital se desangraba en las tierras del desierto—.
Ahora tienes todo el poder. Puedes acabar con esto —Sus palabras
fueron susurradas y rotas, con un líquido dorado en sus labios
mientras balbuceaba su último consejo.
Mi cerebro rechazó inmediatamente la idea.
—No puedo —dije con voz ronca, inclinando mi cuerpo para estar
tumbada en las arenas negras con ella, una al lado de la otra, almas
gemelas por elección y no por nacimiento—. Si libero el poder, ya no
te sentiré conmigo —La sola idea me robó el aire de los pulmones y
casi no pude continuar. Las siguientes palabras se me
atragantaron—. ¿Y si no puedo seguirte a ti y a nuestra treasora en
la otra vida? La única forma en que puedo seguir viviendo esta vida
y luchando todas las batallas es sabiendo que todos ustedes me
estarán esperando al final.
El último miembro de mi familia estaba muriendo en mis brazos,
y por mucho que quisiera cumplir su último deseo... no podía. El
poder, como ella había dicho, era todo mío, y con eso venía mucha
responsabilidad. Usarlo todo ahora para terminar esta batalla en las
Tierras Sagradas del Desierto me quitaría todo lo que tenía,
dejándome sin conexión con mis ancestros.
—No puedo arriesgarme —susurré.
—Tú... tú nos encontrarás —respondió con fiereza—. Te
encontraremos. La muerte es el comienzo de nuestro próximo viaje.
Guerrera... —volvió a balbucear, y mi corazón se detuvo cuando sus
ojos se pusieron en blanco por un instante antes de encontrar
fuerzas—. Guerrera y corazón —susurró—, vientos rápidos y hojas
afiladas. Hasta que nuestras almas se encuentren de nuevo.
Esa fue nuestra despedida, y con eso sentí que se desvanecía. Mi
cuerpo tembló mientras la rodeaba, abrazándola por última vez.
Toda mi esencia lloró mientras murmuraba las últimas palabras
sagradas que la guiarían a casa.
—Vientos rápidos y hojas afiladas, mi Lekakin. Más allá de las
praderas, tu viaje ha terminado. Hasta que nuestras almas se
encuentren de nuevo.
Mi grito dejó de ser ronco cuando levanté la cabeza y liberé el
dolor de esta muerte. Cuando mis padres abandonaron esta
existencia hace años, había pensado que nunca volvería a
experimentar un dolor tan intenso, pero esto era peor. Sólo había
unos pocos seres en este mundo que me habían tocado a un nivel
visceral, y Leka era uno de ellos.
Ahora estaba sola.
Sola en un mundo que rebosaba de dolor, muerte y pérdida.
Su cuerpo se desvaneció ante mí mientras la energía que había
mantenido se asentaba en el pozo de poder que llenaba las arcas de
nuestra familia. La luz y la oscuridad, la destrucción y la creación,
luchaban en mi interior hasta que permití que se asentara y fluyera.
Yo controlaba nuestro poder y, como había dicho Leka, podía
utilizarlo para acabar con esto de una vez por todas.
Pero ese no iba a ser mi destino hoy.
Hoy dejaba este mundo olvidado de la mano de Dios que me había
quitado tanto: las Tierras Desiertas.
—¡Lale!
Oí su grito, pero no me volví. Reece de la dinastía Rohami era un
viejo amigo mío. Mi mejor amigo. Estaba aquí con su hermano,
metido hasta el cuello en esta batalla, en las orillas de su sagrada
Delfora.
Lucharon para evitar que el poder de esta tierra cayera en las
manos equivocadas, una dinastía enfrentada a otra. La única razón
por la que Leka y yo estábamos aquí era para honrar la larga
amistad de nuestras familias. Le debía lealtad a Reece, pero hoy
había terminado.
Ya había perdido bastante. Lo había sacrificado todo, y ya no tenía
nada que dar.
—Lale, ¿estás bien?
Unas manos ásperas se posaron en mis hombros y, cuando me
hizo girar, el azul intenso de sus ojos captó los míos. Esos ojos me
habían metido en muchos problemas en mi vida, e incluso cuando
recurrí a mi entrenamiento y me adormecí para evitar que el dolor
me destruyera, no pude detener los recuerdos de la noche anterior.
—Necesitamos tu ayuda —dijo, acercándome.
Mi cuerpo se estremeció y miré mis manos, cubiertas de la sangre
de mis enemigos... y de mi hermana.
—He terminado —dije con mi voz fría y plana.
La confusión se apoderó de su frente mientras examinaba mis
rasgos, y luego esa confusión se transformó en ira, sus ojos ardiendo
mientras los estrechaba hacia mí. Su agarre se intensificó, y volví a
recordar lo mucho más grande y fuerte que era. En un combate
cuerpo a cuerpo como éste, nunca le superaría. Por suerte, tenía
muchas otras armas a mi disposición.
Mi poder lo derribó, un ataque punzante que no había esperado.
Cayó de pie, un poderoso dios de este mundo, capaz de controlar las
arenas y la energía del desierto. Cuando regresó hacia mí,
claramente enfadado, yo ya había arrancado, corriendo hacia las
puertas de transporte que habían dejado para que los guerreros
regresaran a Rohami. Sólo desde aquí podría abrir un camino de
vuelta a mi mundo.
—Melalekin —gritó Reece por detrás de mí, y aunque me dije que
no mirara, tuve que arriesgarme a echar una mirada hacia atrás.
Nuestros ojos se encontraron y los suyos no contenían más que
furia por mi traición. Sacudí la cabeza y me llevé una mano a la boca
antes de atravesar el portal.
Había terminado.
1

Muchos siglos después...

El aire de la Biblioteca del Conocimiento parecía más fresco de lo


habitual cuando entré desde Honor Meadows. O tal vez fuera
simplemente que las praderas estaban atravesando sus meses de
transición cálidos, dirigiéndose hacia la estación húmeda. Mi mundo
natal no era como la Tierra, donde la estación húmeda consistía en
una lluvia literal durante días o meses. En las praderas, se trataba
del flujo de energía. Cuanto más calor hacía, menos energía libre se
distribuía, y cuando se enfriaba, todos recibíamos un impulso.
Hacía mucho tiempo que no tenía que preocuparme por esas
cosas, gracias a que era la última de una poderosa familia de
trascendentales, pero después de la batalla en el Reino de las
Sombras, donde había gastado una buena parte de mi energía en un
intento de ayudar a mi mejor amiga Mera Callahan a derrotar a la
Danamain, me vendría bien un descanso.
Unos días más frescos para reponer mi base serían bienvenidos
en este momento.
No me arrepiento de haber utilizado mi poder; había estado
dispuesta a lanzar todo lo que podía contra la Danamain, hasta el
punto de morir, para garantizar que mi nueva familia y el resto de
los mundos sobrevivieran. El hecho de haber renacido, sin que las
cicatrices del pasado me arrastraran, era una ventaja que no había
visto venir.
Ahora cada día era una nueva experiencia, especialmente con una
mejor amiga como Mera. Estaba dando un giro a nuestras vidas y
reuniéndonos en algunas de sus costumbres terrestres favoritas.
Hoy podía sentir su excitación, vibrando a través del vínculo que
teníamos. Era un vínculo bastante nuevo (tan nuevo que a estas
alturas apenas podíamos sentir a la otra) pero gracias a las
inusuales bases de poder de ambas, estábamos abriendo nuevos
caminos.
Incluso habíamos conseguido conectar mentalmente y hablar en
el reino, en el momento de mi muerte, cuando una tonelada de
poder se extendía entre nosotras. No habíamos sido capaces de
repetir eso de nuevo, pero sabía que con el tiempo lo haríamos.
Ahora teníamos todo el tiempo del mundo.
A medida que me adentraba en la gran biblioteca, mi habitual
sensación de asombro me invadía. Esta sala contenía todo el
conocimiento de los mundos, y como amante del conocimiento,
nunca me cansaba de este lugar. Había sido un consuelo para mi
alma durante la mayor parte de mi larga vida.
Probablemente por eso sentí casi la misma sensación de
propiedad sobre ella que Mera.
Hablando de eso, al pasar por los estantes de Faerie, llegué a lo
que solía ser una zona central de lectura, pero ahora era un campo
de nieve... De ahí el nuevo frío en el aire.
—¡Ángel! Ahí estás —espetó Mera, la diosa en cuestión, al
aparecer entre unas estanterías a unos seis metros de distancia.
Hacía unos días que no la veía y me tomé un segundo para
comprobar que tenía un aspecto decididamente festivo y un poco
enloquecido. Su pelo rojo estaba más desordenado que de
costumbre, amontonado en lo alto de la cabeza con oropel verde
enhebrado entre los mechones. También llevaba un vestido
navideño de color rojo brillante que se extendía sobre su
redondeado vientre. En la parte delantera estaba Papá Noel con las
palabras Ho Ho Ho... ¿Cómo mierda me llamaste? cosidas debajo.
Al mirar mi sencillo vestido de color canela, confeccionado con
una seda ligera de Faerie (perfecto para la estación cálida de
Meadows) estaba claro que no me había vestido lo suficientemente
bien para la ocasión. Oh, bueno, si fuera una trascendental
apostadora, apostaría a que Mera ya tenía un traje preparado para
mí, un pensamiento que se vio reforzado cuando Gaster, el goblin
que dirigía la biblioteca, pasó a toda prisa con un sombrero rojo
colocado alegremente en la cabeza.
Intentando no reírme, avancé para encontrarme con mi amiga,
que se precipitaba hacia mí. Era un misterio para todos nosotros
cómo se las arreglaba para moverse tan rápido para alguien en su
estado de embarazo, pero una cosa que había aprendido era a no
subestimar nunca a este ser en particular. Comenzó su vida como
una shifter antes de convertirse en una diosa. Una diosa que había
domesticado a uno de los “dioses” más formidables y temibles de
nuestros mundos: Shadow Beast.
A decir verdad, nadie podría domarlo de verdad, pero Mera había
suavizado definitivamente algunos de sus bordes más duros. La
bestia y yo siempre habíamos tenido una relación tenue, pero
gracias a Mera, ahora nos considerábamos más amigos que
enemigos. Ella también era la razón por la que utilizaba palabras
como “amigo de un amigo” y todas las palabrotas, porque ¿por qué
no? Los más longevos nos manteníamos en el tiempo o nos
retirábamos de los mundos. En un momento dado, yo había optado
por la retirada, pero ahora que había renacido, estaba abrazando
esta nueva faceta mía que no llevaba las cargas de los antiguos. Los
recuerdos permanecían, pero el dolor estaba silenciado.
—¡Hey! —Mera estaba en mi cara ahora—. Han pasado días. Te
he echado de menos. Además, ¿estás aquí para ayudarme a preparar
la Navidad o qué?
Me reí, negando con la cabeza; desde su embarazo, tenía más
energía.
—¿De verdad te estás poniendo más irritable? ¿Cuánto falta para
que nazca el bebé?
Mera suspiró y se hundió contra mí, con una estructura
demasiado frágil para alguien que era técnicamente indestructible.
—Que me jodan si lo sé. Shadow sigue diciéndome que es mejor
que no hablemos de cuánto tiempo y que simplemente disfrutemos
de la experiencia —Se desvió hacia una tonelada de maldiciones y
frases coloridas con respecto a Shadow es un bastardo, terminando
con—; Lo cual es fácil de decir para él ya que no es el que está
cultivando un engendro de bestia o experimentando estos antojos
locos. O… —su cara se arrugó en líneas más enojadas—, lidiando
con mi ridículo compañero. ¿Sabes que hoy es la primera vez en
meses que se va de mi lado? Sigue gruñendo a cualquiera que se
acerque a mí como la bestia cavernícola que es, pero hoy ha tenido
que ir al Reino de las Sombras porque no podía esperar. Y me ha
dejado con cinco putos guardaespaldas. ¡Cinco!
En el momento en que dijo “cinco”, me entraron ganas de girar en
el acto y correr a las praderas. No había mucho en los mundos que
me asustara, no después de todo lo que había visto y hecho, pero
uno de los cinco guardaespaldas de Mera era un hombre con el que
preferiría no estar en la misma habitación.
Reece de las Tierras del Desierto.
Lo conocía desde siempre, y una vez, hace mucho tiempo,
habíamos sido los mejores amigos. Ahora éramos enemigos
acérrimos, y por alguna razón, recientemente, ese rencor se había
vuelto casi incontrolable. Después de todos estos siglos, no estaba
segura de por qué había vuelto a comportarse como un auténtico
imbécil y no tenía energía ni ganas de explorar su nuevo odio hacia
mí. En realidad, sólo era cuestión de tiempo que no tuviéramos más
remedio que arreglar nuestras cosas a la antigua usanza: en una
batalla.
Puede que mi renacimiento haya cambiado mucho de lo que era,
pero mis habilidades de lucha eran tan fuertes como siempre. Le
vendría bien recordar a quién desafiaba constantemente.
—Vamos —dijo Mera, tirando de mi brazo mientras me guiaba
hacia el interior de la gran biblioteca, esquivando estanterías y
habitantes de otros mundos, todos los cuales se inclinaron
respetuosamente ante nosotros. Sin embargo, Mera apenas se dio
cuenta, concentrada en el país de las maravillas invernales que
estaba creando.
—Mi evento de Navidad es en dos días —dijo apurada—. Dos
malditos días. La primera Navidad de mi bebé. No estoy preparada.
—Tu bebé aún no ha nacido exactamente —dije con vacilación
porque su estado de ánimo era sumamente imprevisible en estos
momentos—. No creo que le importe si no es la Navidad perfecta.
Hizo una pausa y me preparé para los gritos. Pero en lugar de eso,
suspiró.
—Estoy siendo prepotente, ¿no? Shadow me dijo que lo era, pero
pensé que era su habitual personalidad de idiota aflorando a la
superficie.
Se frotó una mano sobre el vientre y, a pesar de que se quejaba
con frecuencia y en voz alta de las pruebas del embarazo, ya amaba
a su hijo con una ferocidad que debería advertir a cualquiera que
quisiera hacerle daño que se mantuviera alejado. Tampoco era la
única. Shadow daba mucho miedo estos días, y cuando este bebé
naciera, tenía la sensación de que podría convertirse en la bestia
literal a la que daba nombre.
Este niño sería el ser más protegido del Sistema Solaris, y yo sería
la primera en la fila si alguien viniera hacia nosotros con malas
intenciones. Por Mera, Shadow y el bebé, mi familia, lucharía contra
los mismísimos dioses... e incluso soportaría a un imbécil tejedor de
arena.
Un imbécil que tenía muy buen aspecto esta noche, su enorme
cuerpo de guerrero vestido con una camisa y unos pantalones
negros. Llevaba su habitual ceño fruncido al vernos acercar, pero
eso no le quitaba belleza. La piel de Reece brillaba en bronce oscuro
bajo las luces parpadeantes que rodeaban el árbol de Navidad
cubierto de nieve. El azul de sus ojos era abrasador, y el que antes
había sido mi color favorito era ahora el que menos me gustaba, por
muy bonitas que fueran aquellas pestañas oscuras que enmarcaban
los charcos de cobalto.
—Mera, se supone que no debes salir corriendo así —amonestó,
retirando su mirada de mí para mirarla a ella—. Meternos a colgar
las luces fue una terrible distracción, pero por suerte para ti, sabía
que no saldrías de la biblioteca.
Ella le sacó la lengua, poniendo suavemente la mano en la cintura.
Su relación era tan fácil y cariñosa, y no tenía ni idea de cómo lo
había conseguido con este imbécil. Pero esa era la forma de ser de
Mera, su súper poder. Domar las almas enfadadas.
Era un poder que yo no poseía, pero eso estaba bien. Suplía mi
falta de don de gentes con una habilidad excepcional con la espada,
y no tenía duda sobre cuáles eran más importantes. Sólo una
protegería a mi familia cuando llegara el momento. Y llegaría.
Siempre había algo maligno al acecho.
—Ángel, ven —llamó Mera, arrastrándome más hacia su país de
las maravillas invernal.
Había hecho todo lo posible para la primera Navidad de la
biblioteca. Un enorme abeto dominaba el espacio con sus
relucientes hojas de color verde oscuro y con forma de aguja,
generosamente cubiertas de nieve en las ramas más altas. No había
nada debajo, ya que teníamos una estricta política de no regalos
para este evento. Esta Navidad consistía en reunirse en familia y
celebrar el hecho de que todos seguíamos vivos y, por extraño que
parezca, incluso sentí algún revoloteo de expectación por vivir esta
fiesta de la Tierra.
Más o menos en el momento en que Mera empezó a repartir
“jersey feos de Navidad”, como los apodó, la energía de Shadow
entró en la biblioteca. Había regresado del Reino de las Sombras, el
mundo que se suponía que gobernaba, pero en su lugar estaba
entrenando y supervisando a los nuevos gobernantes. El reino había
estado corrompido durante miles de años, y aunque estaban en el
camino hacia un futuro mejor, sus problemas no podían arreglarse
de la noche a la mañana.
Se necesitarían décadas para reparar las cicatrices, pero el nuevo
Ser Supremo ya estaba trayendo vida y prosperidad a su pueblo.
Shadow había elegido bien a su sucesor... o debería decir que Mera
lo había hecho, ya que había sido su deseo nombrar a uno de los
líderes de la isla periférica de Samsan Grove como Ser Supremo. Y lo
que Mera quería, Shadow lo hacía realidad.
Tal era el poder de un verdadero vínculo de pareja y la naturaleza
obsesiva de su relación.
Un segundo después de sentir su energía, la cabeza de Mera giró
en dirección a su compañero. Cuando él apareció, su rostro se
iluminó y volvió a moverse a su velocidad demasiado rápida para
estar embarazada. Se unieron de una forma que fue difícil de ver, no
porque no me alegrara por ellos, sino porque su amor puro era el
mismo que habían compartido mis padres.
Honor Meadows eran famosas por sus guerreros, pero lo que
muchos no sabían era que también estaban construidas sobre la
base de vínculos de amor verdadero. Lazos de alma.
Un vínculo del que no sabía nada y que, después de tantos años,
dudaba que alguna vez conociera.
—No has tardado mucho —le dijo Mera a su compañero cuando
éste terminó de besarla sin sentido. Lo arrastró de nuevo hacia el
árbol cubierto de nieve—. ¿Dónde están Inky y Midnight?
—Todavía están en el reino, vigilando por nosotros y retozando
en la niebla —dijo Shadow, algo distraído mientras miraba a su
alrededor—. No estuve mucho tiempo fuera, y de alguna manera
encontraste el tiempo para redecorar completamente la biblioteca.
Mera le levantó una ceja. —¿No te gusta?
Los labios de Shadow se movieron. —Es perfecto, Sunshine.
Su rostro se iluminó y, cuando se inclinó para abrazarlo, se
detuvo. Inclinando la cabeza hacia atrás, empezó a olfatear y luego
gruñó.
—Dámelo —le espetó, y esta vez, Shadow se rio a carcajadas.
Ver a ese estoico bastardo inclinar la cabeza hacia atrás y
retumbar su alegría era súper inquietante. A veces me preguntaba si
Mera era la legendaria bruja del Sistema Solaris.
—Shadow —gruñó Mera—. No quieres joder con una mujer
embarazada.
—De verdad que no —dijo Len desde donde había encajado su
enorme cuerpo en un pequeño rincón para colgar más luces. Iba
vestido con su habitual ropa plateada, con chaqueta, y llevaba un
mechón de oropel rojo que Mera había ensartado claramente en su
cuello. Llevaba el pelo blanco corto y peinado estos días, el único
mechón largo le caía sobre la frente, y sus ojos plateados parecían
más salvajes que de costumbre—. ¿Puede alguien decirnos en serio
cuánto tiempo estará embarazada?
Mera, que estaba demasiado concentrada en su compañero como
para preocuparse por el fae, estaba casi forcejeando con Shadow en
un intento de registrar sus bolsillos. La bestia podría haberse
liberado, por supuesto, pero él estaba ocupado en mirarla fijamente
de una manera que resultaba peligrosa para cualquiera que
estuviera cerca. Finalmente, encontró lo que su nariz había
olfateado, sacando una bolsa de papel blanco del interior de su
chaqueta.
Sus manos temblaban mientras la abrazaba contra su pecho. —
Has encontrado uno —lloriqueó—. Aw, compañero, te amo.
Shadow la acercó mientras abría la bolsa y sacaba un extraño
palo... verde.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Reece con su habitual falta
de tacto.
—Pepinillo frito —dijo Mera, aún sonando llorosa—. Te juro que
se me han antojado desesperadamente, y nadie en el comedor tiene
ni idea de lo que estoy hablando.
Ella dio un mordisco y luego gimió, y cuando las llamas brotaron
en los ojos de Shadow, supe que mi amiga estaba a punto de
desaparecer de la habitación. Efectivamente, tras el segundo
mordisco y el segundo gemido de Mera, la energía de Shadow
atravesó el espacio y, cuando volví a parpadear, ya había
desaparecido, llevándose a su Sunshine con él.
—La única sorpresa —dijo Alistair, dejando escapar una cálida
carcajada antes de pasarse una mano por sus rizos azules y
verdes—, es que no quedó embarazada el día que se conocieron —
Sus ojos azules, que eran un tono más oscuros que su piel, se
suavizaron mientras miraba fijamente a sus amigos. Alistair era uno
de los únicos hasta el momento que se había puesto un jersey, y
había elegido uno verde con un árbol de lentejuelas y las palabras
Merry Treemas en él.
—Esas dos almas testarudas tenían mucha mierda que resolver
—dijo Len, moviéndose para hacer girar más luces por el árbol
usando energía fae—. Pero, maldita sea, me hace feliz verlos así.
Creo que Shadow nos está ablandando a todos.
Lucien, moviéndose a la velocidad de un vampiro, le dio un
puñetazo en el hombro a Len, con su mirada verde penetrante
mientras fruncía el ceño.
—Habla por ti. No hay nada blando en mí —dejó caer su jersey
dorado y se pasó una mano por el pelo rubio, haciendo que las
suaves hebras se despeinaran de forma atractiva. Iba vestido de
negro, como solía hacer, perpetuando la idea de los humanos de que
los vampiros eran criaturas de la noche. Su especie tenía algunas
similitudes, de ahí el origen del mito original, pero también tenían
toneladas de diferencias.
—Simone —tosió Len entre risas, sin molestarse lo más mínimo
por el golpe—. Debilucho.
Simone era la mejor amiga shifter de Mera, que actualmente
estaba en la Tierra. Había ocurrido algo entre Lucien y ella, pero
ninguno de nosotros conocía los detalles. Mera había preguntado,
por supuesto, pero Simone había dicho que la mayor parte se había
visto obligada a mantener el secreto, (un don que sólo los vampiros
más poderosos podían utilizar) y que el resto no merecía ser
mencionado.
A Mera no le había gustado demasiado el secretismo, pero por
ahora intentaba “respetar las decisiones estúpidas de la gente” y
había dejado de preguntar.
—Ya les he dicho que Simone estaba bajo mi protección, pero eso
es todo.
Lucien era el epítome de “protestar demasiado”, pero antes de
que Len pudiera presionarlo hasta que estallara la guerra, Reece
salió de las Sombras.
—Sé que estamos aquí para esta celebración —dijo, con cara de
desear estar en cualquier otro lugar—, pero también necesito
hablar con ustedes sobre... bueno, ni siquiera lo sé realmente, pero
creo que algo está pasando en las Tierras del Desierto.
—¿Qué es? —preguntó Galleli mientras bajaba de donde había
estado ensartando luces y oropel en lo alto y se colocaba las alas
doradas detrás de él. Galleli, que también había optado por no llevar
su jersey, era un trascendental de Honor Meadows. Pero, a
diferencia del resto, nunca hablaba en voz alta. No sabía la razón
exacta, pero se hablaba de que su voz había sido, en algún momento,
un arma a la que sucumbían los más débiles.
Reece sacudió la cabeza.
—Los desiertos están inquietos; sus arenas del tiempo se
desprenden de mi energía. Me llaman a las profundidades del
Delfora.
—¿Has hablado con las otras dinastías? —preguntó Lucien
poniéndose más serio.
Reece asintió, con una postura fuerte y segura aunque sus
palabras no lo fueran.
—Sí, pero ninguno ha notado nada, lo que no me sorprende.
Tengo la conexión más fuerte con las tierras sagradas, y si los
problemas están comenzando allí de nuevo, entonces sería el
primero en saberlo.
—¿Cuándo es la próxima reunión de las dinastías? —preguntó
Len, y yo agradecí que muchas de las preguntas que pasaban por mi
mente se hicieran sin que yo tuviera que decir una palabra. No
quería que pensara que me quedaba alguna preocupación por él.
—Es dentro de seis lunas nuevas —dijo brevemente—. Lo cual
también es extraño porque no debíamos llegar hasta dentro de unas
mil lunas. Alguien ha adelantado la línea de tiempo, y eso en sí
mismo es sospechoso.
La sala se quedó en silencio, aparte de otros dos o tres goblins con
gorros de Papá Noel que charlaban mientras pasaban a toda prisa.
—Las Tierras del Desierto es uno de los mundos más antiguos —
tuve que decir finalmente—. Hay muchos poderes allí que no
pueden ser perturbados, especialmente en el Delfora.
Lo sabía mejor que nadie; los poderes bajo esas arenas me habían
costado mi hermana. Reece no me miró, pero tampoco hizo una
mueca de desprecio, lo cual era una mejora.
—Sí, y con eso en mente —dijo con rigidez—, tengo que pedir un
favor. ¿Me acompañarán todos a esta reunión? Si mis sentidos son
correctos, esto podría ser un gran problema, y es mejor que lo
tratemos de inmediato. Debemos asegurarnos de que no haya otra
guerra de dinastías —Sus ojos, brasas azules de furia, se
encontraron brevemente con los míos—. La última casi nos
destruyó a todos.
—Por supuesto, ni siquiera tienes que pedirlo —dijo Len, dando
una palmada en el hombro de Reece—. Como dijo Mera, ahora
somos una manada, y los compañeros de manada se mantienen
unidos.
Reece soltó una breve carcajada. —Sí, usó ese chantaje emocional
para que colgáramos sus malditas luces de Navidad, pero lo
aceptaré. Sé que Shadow no querrá traerla estando embarazada,
pero con todos nosotros allí, estará a salvo. Hablaré con él mañana.
Eso me hizo erguirme un poco más.
La verdad es que sentía curiosidad por este encuentro de
dinastías, sobre todo si había problemas en su antigua y sagrada
Delfora. Pero la curiosidad no era suficiente para que pasara
voluntariamente tiempo con Reece en el mundo donde lo había
perdido todo...
A menos que Mera fuera a estar allí. Donde Mera fuera, yo
también iría.
Esta vez, cuando mis ojos se encontraron con los de Reece, hubo
un momento de entendimiento entre nosotros. En seis lunas nuevas
iría a las Tierras del Desierto, al lugar donde terminó nuestra
amistad. El lugar que guardaba nuestras heridas y pérdidas pasadas.
El lugar donde mi corazón permanecía enterrado por algo más que
la pérdida de Leka.
Tal vez, esta vez, exorcizaría los fantasmas del pasado,
desenterraría los fragmentos de mi corazón y dejaría por fin nuestra
disputa.
Para bien.
2

Después de unas horas, Mera regresó con Shadow y todos


escuchamos cómo Reece discutía sus planes. Le costó convencer a
Shadow, pero finalmente cedió ante la fuerza de la convicción de su
compañera de que este plan no podía seguir adelante sin ella.
—Sin embargo, deberíamos tener la Navidad hoy —añadió
Shadow—, ya que tenemos que prepararnos para este viaje y Reece
tiene que ir a casa para allanar el camino para cuando lleguemos
allí.
Mera tragó con fuerza pero no discutió. —De todos modos, está
básicamente preparado —dijo con una sonrisa forzada—. No hay
razón para no seguir adelante.
Intercambié una mirada con Len, que dejó escapar un suspiro y
buscó su jersey. Yo seguí su ejemplo y, uno a uno, nos los pusimos,
provocando una verdadera sonrisa en su rostro.
—Bien, esto es perfecto —suspiró.
Incluso Galleli, que generalmente no se cubría el pecho, se animó.
El suyo tenía agujeros en la espalda para las alas, ya que Mera pensó
en todo, y me recordó la comodidad que tenía ahora al poder
retraer y ocultar mis alas cuando no las estaba usando. Al principio
me había parecido una pérdida, pero ahora era una ventaja.
—Estoy muy agradecida por todos y cada uno de ustedes —dijo
Mera, levantando su copa de cristal, el agua brillando en las luces
bajas—. Shadow, Ángel, Galleli, Alistair, Reece, Len, Lucien, Gaster,
Inky y Midnight, que ojalá estuvieran aquí para esto... —Eso la
afectó por un momento, pero se recuperó y continuó, nombrando a
todos los goblins y a muchos de los otros habituales, y apenas
conseguí no reírme de las expresiones de los rostros de los demás:
la exasperación y el amor se mezclaban a la perfección.
Cuando terminamos, Mera nos sentó a todos alrededor de un
acogedor fuego (su especialidad), con ponche de huevo y chocolate
caliente. Incluso los seres de aquí que no disfrutaban de este tipo de
bebidas la complacieron, y si tuviera que adivinar, todos y cada uno
de nosotros nos sentimos más ligeros y felices por la experiencia.
Yo, desde luego, sí.
Incluso empezaron a sonar villancicos desde algún lugar,
dejándonos a todos con un poco más de alegría.
Ánimo que intuía que íbamos a necesitar durante el próximo
viaje.

Con la certeza de que tendría que volver a las tierras donde había
perdido el último trozo de mi corazón y de mi alma, me tomé unos
días para prepararme volviendo a las praderas y meditando en las
zonas más tranquilas de mi territorio.
Muchas de las capas de mi mundo habían sido diseñadas por
miembros de mi familia, y acudía a ellas para sentirme más cerca de
ellos. El de mi hermana era un desierto, extrañamente parecido al
Delfora, donde había expirado. A pesar del dolor que sentí por los
recuerdos, me detuve allí y me senté en la calidez, sintiendo su
esencia en lo más profundo de nuestro poder.
Esto era lo que había temido perder hace tantos años. Incluso
cuando había luchado contra la Danamain, no había usado todo el
poder. No había perdido a mi familia. Al final, mientras pudiera
mantenerlos conmigo, sobreviviría a todo lo que se me viniera
encima.
Tras dejar a mi hermana, me dirigí al estrato en el que sentía más
paz: mis bosques.
Mi renacimiento se había llevado gran parte del dolor de mi alma,
silenciando las penas pasadas hasta el punto de sentirme más ligera.
Liberada. Pero eso no significaba que fuera fácil volver a las Tierras
del Desierto. De hecho, podría ser lo más difícil que hiciera, porque
aquel día había defraudado a todo el mundo. Reece, mi familia, mi
honor. Los trascendentales éramos guerreros; no huíamos de la
batalla.
Reece tenía todo el derecho a enfadarse conmigo, pero en algún
momento ya era suficiente.
Por fin había adquirido la madurez necesaria para saber que ya
me habían castigado lo suficiente. Después de siglos de luchar más
duro y durante más tiempo que cualquier otro transcendental, de no
formar ningún vínculo y de castigarme a mí misma, había dejado de
ser el saco de boxeo de Reece. Había llegado el momento de aceptar
las dos caras de lo que era ahora: una transcendental y una fénix
nacida del Nexus.
Los poderes se habían fusionado perfectamente, una mezcla de
dos mundos, y necesitaba una bendición del Tholi, nuestro guía
espiritual, para cimentar realmente las nuevas facetas de mí. Con
eso en mente, después de un día de meditación, me encontré
viajando fuera de mi territorio y hacia la tierra del cielo.
Aquí se reunían nuestros más altos dirigentes, los más fuertes de
cada clan familiar, para gobernar el desequilibrio de los mundos por
los que luchábamos. Había muchos mundos, muchos más de los que
Shadow había unido en su Sistema Solaris. En un tiempo, los
trascendentales habían equilibrado cada uno de ellos, pero en la
actualidad nuestro número había disminuido, de modo que sólo
estábamos dispersos entre una docena.
Nuestro legado estaba cayendo, pero siempre lucharíamos. Hasta
el amargo final, cuando la oscuridad reclamara la luz.
Mis alas eran fuertes y seguras mientras batía, elevándome hacia
el falso cielo que ocultaba la tierra del cielo. Eran los mismos
apéndices emplumados con los que había nacido, sólo que ahora un
fuego iluminaba sus longitudes ambarinas. Había tenido algunos
mini-ataques en los días posteriores a mi cambio. Gran parte de mi
identidad... de mi valor, había estado ligada al hecho de parecerme a
mi hermana, y perder eso me había tomado por sorpresa. Pero
ahora lo estaba aceptando todo.
Mi segunda oportunidad.
A medida que ascendía, el paisaje que me rodeaba se volvía más
pálido y el rojo de mis alas se acentuaba hasta que parecía que
estaban en llamas, como si la luz de mi interior también se hubiera
apagado. Los trascendentes nacían de forma similar a los humanos;
la mayoría de los mundos habían evolucionado para compartir
medios reproductivos comparables debido a un dios original. Sin
embargo, para nosotros era necesario algo más que los procesos
habituales. Además de la fusión genética, también había que
compartir la luz y la energía. Esta luz heredada permanece en
nuestro interior, calentando nuestra esencia y alimentando
nuestros poderes. Con este renacimiento, mi lado luminoso y mi
lado oscuro podían formar uno solo. Una trascendental llena de los
fuegos del Nexus.
Cuando mis pies tocaron la nube plateada que era la entrada a la
tierra sagrada de arriba, escondí mis alas, ya no las necesitaba. Sin
duda, los ancianos estaban al tanto de mis cambios, ya que muy
poco se les escapaba. Habrían sentido mi poder en la batalla final,
sobre todo porque muchos de los líderes de los mundos habían
seguido nuestro viaje. Si hubiéramos perdido, no habría habido
mucha esperanza para nadie: habíamos sido la última resistencia
contra Dannie.
Mientras caminaba, me maravillaba la ilusión que me rodeaba.
Era como si caminara en medio de una nube de plata. La primera
vez que vi esta tierra del cielo, pasé las manos por su superficie,
esperando que fuera tan suave como parecía, pero descubrí que no
había nada sustancial. Muchos de nosotros habíamos aprendido por
las malas a no apoyarnos en las paredes de este lugar, a menos que
quisiéramos caer en picada hacia la superficie de la pradera.
Hoy el cielo estaba tranquilo. Durante las reuniones del consejo,
los ancianos, uno de cada una de las familias más poderosas de las
praderas, estarían presentes. Mi padre había sido un anciano, junto
con mi hermana, pero cuando ambos fallecieron, rechacé el papel.
No tenía ningún interés en gobernar este mundo, y la gran culpa que
arrastraba por la muerte de mi hermana y la forma en que me había
comportado después, nos había convencido a todos de que era
mejor que me mantuviera al margen de la política.
Aunque los ancianos no estuvieran aquí, nuestro guía espiritual,
el Tholi, nunca se fue. No eran trascendentes y no tenían raza ni
género. Era difícil describir su presencia con exactitud, excepto
como una niebla arremolinada que contenía todo el poder, el
conocimiento y la energía que formaban el corazón de este mundo.
Los doce ancianos existían junto a los Tholi, pero el poder final
siempre descansaba dentro de nuestros corazones, que era
exactamente la razón por la que la tierra celeste se movía
constantemente y, por lo general, sólo era accesible para aquellos
que eran fuertes, dignos de confianza y lo suficientemente
poderosos como para ser ancianos. Teníamos que proteger nuestro
corazón, porque todos sabíamos lo que ocurría cuando el corazón se
veía comprometido.
Cuando me acerqué al centro de la tierra del cielo, la nube se
curvó hasta formar una burbuja que me permitió entrar en ella. Un
hilo de energía recorrió mi piel y, como siempre, se instaló en lo más
profundo de mi pecho, abrazándome como a un viejo amigo.
El remolino de niebla plateada de Tholi era el mismo que
recordaba, y me recordaba a las versiones ligeras de Inky y
Midnight.
Bienvenida, Antigua.
Siempre me llamaba antigua, aunque yo era joven en
comparación con su edad estimada.
De rodillas, bajé la cabeza.
—Mis disculpas por llegar sin avisar, pero tengo una misión a la
que debo partir inmediatamente y creo que no debo ir sin su
bendición.
Cuando levanté la cabeza, la niebla formó una bola muy redonda y
su cálida presencia se acercó para bañarme. Me costó un gran
esfuerzo bajar mis barreras y permitirle buscar dentro de mí,
sintiendo la verdad de lo que había dicho. Pero no tenía sentido
estar aquí si luchaba contra la bendición.
La verdad es que la presencia no era invasiva, ya que rastreaba
mis recuerdos... mis emociones... la esencia destrozada de la ruptura
que había manchado mi alma una vez, pero que ahora había
desaparecido en su mayor parte.
Has cambiado.
Asentí y me puse de pie.
—Sí, renací en la última batalla. Al parecer, la muerte no me quiso
esta vez.
Eres importante para los mundos todavía. La muerte lo sabe, al
igual que yo.
La palabra “importante” revoloteó por un momento en mi
cerebro, y no porque me sorprendiera (todos los trascendentales
eran importantes) sino porque ahora tenía un significado diferente.
Yo era importante por más razones que las de mantener el
equilibrio y salvar mundos.
Volví a tener una familia, y me gustaba pensar que la razón por la
que la muerte había pasado de largo, era para darme una
oportunidad de vivir realmente mi vida. Tal vez pensaron que yo
merecía esta segunda oportunidad.
Tal vez yo también lo haya pensado.
3

El Tholi no hizo más preguntas mientras permanecía en su


presencia durante lo que me parecieron horas, absorbiendo cada
onza del poder calmante y limpiador que recorría mi piel.
No me sentí físicamente más fuerte cuando terminé con mi
bendición, pero me sentí más en paz. Y si había aprendido algo en
mi larga vida, era que a menudo la paz triunfaba sobre el poder. El
poder puede ser robado, ganado y recompensado. Estaba en todas
partes para ser tomado.
Pero la paz... era mucho más difícil de conseguir.
Cuando volví a Honor Meadows, me sentí recargada y preparada
para lo que me esperaba.
Era el momento de volver a la Biblioteca del Conocimiento.
Sin embargo, primero, sabiendo lo difícil que podía ser atraer
energía a un mundo antiguo y poderoso como el de los desiertos,
decidí añadir unas cuantas capas extra de mi poder familiar en el
pozo que llevaba dentro, no tantas como las que había llevado al
Reino de las Sombras, pero sí las suficientes como para tener
reservas en caso de necesidad.
La batalla del reino me había costado alrededor de un tercio de
mi poder, pero aún conservaba miles de capas, lo que me dejaba
mucho que recorrer. Con suerte, no había nada de gran
preocupación en el Delfora, pues allí dormían los antiguos dioses y
ninguno de nosotros quería que despertaran. La conexión de Reece
con esa tierra era de por sí inusual, pero ni siquiera él podría
detener las mareas si los dioses volvían a la superficie.
Una vez que tomé algunas capas de poder, sentí que se hundían
en lo más profundo de mí, la luz de mi bendición se mezclaba con la
fuerza blanca que era la energía que controlaba. Hacía mucho
tiempo que no me sentía tan fuerte, libre e ingrávida. Un gran
comienzo para lo que sería mi nuevo futuro.
Mientras los fantasmas que descansaban en los desiertos me
dejaran en paz.
Una vez que terminé de tomar el poder, volví al nivel más alto de
las praderas y abrí un portal a la biblioteca. El portal arremolinado
evocaba ahora sentimientos de hogar y amor. La magia de Mera. Era
el tipo de magia que deseaba poder replicar en muchas especies y
mundos. Su boca podía ser atrevida, pero su corazón era puro y, lo
que es más importante, su alma era abierta, cariñosa y amable, y nos
atraía a todos los recipientes cansados a su calor.
Al entrar en la biblioteca, el aroma de la magia de Shadow me
envolvió junto con el pergamino y la tinta. Había utilizado este
espacio durante lo que parecía una vida, e incluso con su actual
decoración navideña, cada parte estaba llena de familiaridad y
calidez.
Las luces y el oropel se extendían ahora hacia las estanterías y
alrededor de las puertas. Mera había trabajado duro. Bueno, al
menos la población de goblins (encabezada por su intrépido líder
Gaster) se esforzaba por dar vida a la visión de Mera.
El olor a menta y abeto, junto con el fuego que aún ardía en su
chimenea improvisada, me pareció hogareño. Mientras caminaba,
pasaba las manos por la decoración, y me encantaba el oropel rojo y
dorado mezclado con las luces blancas parpadeantes.
Mera había cogido una habitación que ya era mágica por
naturaleza y la había aumentado un poco.
Utilizando nuestra conexión, seguí su energía hasta donde se
encontraba, recostada en una tumbona roja colocada cerca del
árbol. Nuestro vínculo, aún tan reciente, estaba algo apagado entre
los mundos, pero aquí latía en mi pecho como otra línea de poder.
Llegaría un momento en que podríamos encontrarnos la una con la
otra sin importar en qué lugar de los mundos estuviéramos, pero
por ahora, con sentir su presencia era suficiente.
—¡Ángel! —gritó, levantando la cabeza mientras me sonreía y se
comía la última bola de chocolate que había en la bolsa que
descansaba sobre su pecho. Mientras se ponía torpemente en pie,
me sorprendió que Shadow no estuviera rondando cerca por si
Mera se rompía una uña. Yo también era protectora, pero esos
machos pensaban que estar embarazada la convertía en una
muñeca de porcelana en lugar de la patea traseros que era. Mi mejor
amiga estaba haciendo crecer a todo un dios ahí dentro, y esa era la
mayor magia de todas.
—¿Dónde está tu séquito? —pregunté, mirando a mi alrededor
como si fueran a saltar de las estanterías en el momento en que me
acercara demasiado.
—¿Te creerías que han estado pegados a mi culo toda la mañana?
—dijo Mera con una sonrisa alegre—. Hasta que perdí la cabeza, y
ahora están merodeando cerca fingiendo que trabajan cuando sé
que me están “protegiendo” silenciosamente con sus formas
exageradas.
Hubo un sonido de bofetada detrás de nosotros y oí a Lucien
gruñir: —¡Te lo dije!
Len respondió con un gruñido: —Tú. Maldito. Idiota. Ahora sabe
con seguridad que estamos aquí.
Mera puso los ojos en blanco antes de sacudir la cabeza y levantar
la voz: —Esto se está volviendo realmente viejo. No me hagan
recordarles quién soy. Les freiré literalmente el culo y se lo daré a
Midnight como merienda.
Cambiando de postura, examiné los estantes más cercanos al
árbol de Navidad y encontré al fae y al vampiro unos segundos
después. No los había percibido, así que estaban enmascarando su
energía. Podría haberlos olfateado si hubiera aumentado mi poder,
pero no creí que fuera necesario.
Antes de que Mera pudiera decir nada más, Len y Lucien salieron
al pasillo, vestidos de forma informal con su atuendo habitual,
plateado y negro. El fae lanzó su sonrisa más brillante a Mera.
—Sabes que Shadow nos asesinará si no eres super...
—Lo que Len quiere decir… —interrumpió Lucien rápidamente—
, es que Shadow quiere que te protejamos mientras resuelve los
detalles más importantes de este viaje a las Tierras del Desierto.
Estamos aquí para mantenerte a ti y al bebé Shadow a salvo.
Mera los miró a los dos y se tomó su tiempo para fruncir el ceño
antes de soltar un suspiro exagerado.
—Sé que tiene buenas intenciones, pero esa bestia y yo estamos a
punto de tener una charla muy seria sobre los límites. Sobre todo el
hecho de que necesita algunos.
Esta vez el bufido se me escapó: —¿En serio? —dije mientras ella
dirigía su mirada hacia mí—. Estás igual de apegada a él. Apostaría
que la mitad de tu molestia ahora mismo es que Shadow no está
aquí.
Quería discutir conmigo, con la cara desencajada y el pelo rojo
volando por todas partes porque no estaba atado. Sólo que no había
forma de que me mintiera en la cara sin que lo descubriera.
—Se supone que eres mi mejor amiga —dijo finalmente, con una
sonrisa que luchaba por cruzar sus labios—. Espero que estés de mi
lado.
Ahora me tocaba a mí dar un paso adelante y rodearla con mis
brazos. Los abrazos eran algo relativamente nuevo en mi vida, pero
Mera nos había cambiado a todos hasta el punto de que hoy en día
nadie pestañeaba ante este tipo de contacto. Algunos de nosotros
podríamos incluso ser un poco adictos, aunque nunca lo
admitiríamos.
Incluso con la barriga entre nosotras, no había espacio en nuestro
abrazo, y ni siquiera me avergonzaba admitir que cerraba los ojos y
absorbía cada gramo del amor que ella nos brindaba tan libremente.
Mera era una anomalía en nuestro mundo, y siempre había sabido
que Shadow era un bastardo inteligente. Había visto el don que
había en ella desde el momento en que se la echó al hombro, y desde
entonces nunca miró atrás.
—Siempre voy a ser tu mejor amiga —dije mientras nos
separábamos—. Somos una familia. Treasora. Y ningún
trascendental lo dice a la ligera.
—Realmente no lo hacen.
La voz de Galleli sonó en nuestras cabezas mientras doblaba la
esquina, sus alas lo mantenían ligeramente en alto. Verlo me
recordó mi bendición, ya que era un anciano y había estado muchas
veces en la tierra del cielo para las reuniones del consejo. Era uno
de los más viejos de nuestra especie, con una energía
poderosamente brillante. Se decía que su voz era el sonido más
bello que jamás haya adornado las praderas. Era una voz que podía
hacer llorar a los humanos y enamorar a los sobrenaturales. Su voz
había ayudado a crear gran parte de la tradición humana de los
ángeles. Por otro lado, también era un arma, y aunque no conocía la
historia de por qué había dejado de hablar en voz alta, intuía que
alguien a quien debía proteger había sido herido por su poder.
Mera lo saludó calurosamente, ya no se sentía desanimada por su
forma de comunicarse. Lo abrazó de la misma manera que me había
abrazado a mí, mientras charlaba con normalidad. Se hizo el silencio
mientras Galleli sólo le hablaba a ella antes de volver a sintonizar
con el resto de nosotros.
—Shadow me ha enviado para decirles que ha tenido noticias de
Reece y que estamos preparados para partir hacia las Tierras del
Desierto pasado mañana. Ese par ha decidido que necesitamos una o
dos noches más para alimentar nuestra energía y discutir la
estrategia.
Mera asintió antes de bajar su mano y frotar su vientre. —De
ninguna manera voy a dejar que se vayan sin mí, y Shadow lo sabe.
De ahí que se comporte como un asno malhumorado.
Lucien soltó una carcajada. —El mero hecho de oír a una persona
hablar así de su culo gruñón y no quedar frito es toda una novedad.
No creo que se me pase la alegría.
—Realmente es un soplo de aire fresco —añadió Len, cruzando
los brazos y tensando la parte delantera de su intrincado abrigo
plateado.
—Si Shadow te ha enviado —dijo Mera, arrugando el ceño—.
¿Significa eso que no volverá en un tiempo?
—Todavía está en el reino —confirmó Galleli—. Como es posible
que nos hayamos ido y estemos fuera del alcance de las
comunicaciones, quería asegurarse de que Inky y Midnight estuvieran
al tanto de lo que hay que hacer para que ese mundo siga
funcionando.
El ceño de Mera se volvió pensativo. —Sí, eso tiene sentido. No
hay otros en los que podamos confiar, y no podemos dejar que el
Reino de las Sombras se arruine de nuevo. Esta es su última
oportunidad.
Nadie le discutió eso porque el reino, que había estado aislado del
resto durante años, era por fin libre para participar en el
intercambio global de energía y alianzas. Volver a ocupar su lugar
en el Sistema Solaris era un papel importante por muchas razones.
—Shadow lo envolverá todo —dijo Lucien con confianza—.
Siempre lo hace.
Mera asintió. —Tienes razón. Mientras tanto, ¿alguien puede
decirme qué esperar de los desiertos cuando lleguemos allí? Esta
reunión de las dinastías suena terriblemente política.
A pesar de mi habitual punzada cada vez que se mencionaban los
desiertos, definitivamente era necesario un repaso. —Será una
historia un poco larga —le advertí, indicándole que volviera a
sentarse en el sofá.
Me senté a su derecha y Len se colocó a su izquierda. Los otros
dos acabaron en unos regordetes sillones de tartán rojo y verde
frente a nosotros.
De alguna manera, un taburete acolchado apareció ante Mera,
llegando desde detrás del árbol, y mientras ella dejaba escapar un
suspiro y subía los pies en él, supe que incluso desde el reino,
Shadow estaba cuidando de su compañera. Su verdadero vínculo
era un espectáculo para la vista.
Cuando todos se acomodaron, comencé: —Las Tierras del
Desierto es uno de los mundos más antiguos, incluso entre los
antiguos. Antiguos y muy arraigados a sus costumbres. Hay ocho
dinastías principales, que actúan de forma similar a las familias
reales del mundo humano. El princeps, o líder, es un cargo
hereditario, y hay una jerarquía de poder que asegura que los más
fuertes reciban las mejores tierras y recursos.
—¿Es todo seco y polvoriento? ¿Dunas de arena y oasis? —
preguntó Mera, con los ojos brillantes porque amaba el
conocimiento tanto como yo.
—Su mundo es una mezcla de arenas —dijo Lucien con una risa
baja—. Reece es de Rohami, con sus arenas rojas. Las controla como
ningún otro en su mundo. Las otras dinastías son todas de varios
tonos de oro, marrón, naranja, etc., excepto Delfora, una tierra de la
noche más oscura.
Como amigo de Reece, Lucien habría explorado los desiertos
muchas veces, pero en general, no estaban abiertos para que
cualquier extraño los recorriera sin más.
—Entonces, esta Delfora, es una tierra sagrada —dijo Mera—.
¿Qué significa eso exactamente?
Esperé un momento para ver si alguien respondía, pero cuando
nadie lo hizo, hablé. Era importante que todos entendieran en qué
nos estábamos metiendo.
—Es donde duermen los antiguos, los dioses del pasado, que
fueron puestos a descansar para detener su camino de destrucción
que habría destruido los mundos. Delfora tiene muchas
protecciones para evitar que se levanten, y sólo por eso, nadie pisa
sus arenas.
—Creía que Reece era un dios —dijo Mera, arrugando el ceño—.
¿Estás diciendo que hay dioses más antiguos y poderosos que él?
—Un verdadero artífice de la palabra —dijo Len con una sonrisa
de satisfacción. Justo cuando la diosa embarazada y hormonal
alargó una mano para abofetearle, se apresuró a añadir—: Y nadie
sabe realmente por qué Reece es más poderoso que ningún otro en
los desiertos. Por alguna razón, tiene una conexión con los antiguos,
y con ello, el control sobre todas las arenas. Reece es el más fuerte
de su dinastía. Sería su líder si quisiera el papel.
—Lo que él enfáticamente no quiere —dijo Lucien, sacudiendo la
cabeza—. Desde que perdió a su hermano, Reece ha elegido una
vida nómada.
Mera dejó escapar un suspiro, con un sonido triste.
—Lleva sus pérdidas como un escudo, impidiendo que otros se
acerquen a él.
Aquel día en Delfora en el que había perdido a mi hermana fue
también el día en que su hermano, Rhett, fue herido en la batalla.
Una batalla que Reece pensó que podría haber evitado.
No era de extrañar que Reece siguiera odiando mis entrañas, pero
aun así, seguí siendo leal a él. Len había dicho que nadie sabía por
qué Reece era considerado un dios, pero eso no era estrictamente
cierto. Dos de nosotros lo sabíamos.
Era un secreto que me llevaría a la tumba.
4

Para cuando los chicos terminaron de poner a Mera al corriente de


la política de la tierra de Reece, Shadow había regresado y todos lo
seguimos al comedor. Reece aún no había vuelto, y no me molesté
en examinar la falta de alegría que sentí al ver su asiento vacío. Cada
parte de mí era demasiado consciente de él ahora.
Durante siglos había sido un robot, que empujaba todo mi dolor y
mi pérdida hacia abajo, fingiendo que no me importaba, pero la
verdad era que sí me importaba y siempre lo haría.
Cuando entramos en la sala iluminada, observé cómo la mirada de
Shadow seguía el exagerado movimiento de las caderas de Mera.
Todavía no se tambaleaba, pero estaba muy cerca. Sus ojos estaban
llenos de fuego, fuego sólo para su compañera, y escondí una
sonrisa cuando apuró su paso para subirla a su regazo antes de que
pudiera tomar asiento.
En el momento en que sus cuerpos se conectaron, su energía se
relajó, y se inclinó para respirar profundamente, necesitando
claramente este momento después de estar separado de ella en el
reino.
—No se preocupen por nosotros —dijo Lucien con sorna,
deslizándose en una de las sillas frente a la pareja de enamorados.
Len tomó la que estaba a su lado, Galleli otra en ese lado también, y
yo terminé al lado de la pareja en mi lugar habitual—. Sólo
estaremos aquí —continuó el vampiro—, bastardos celosos amando
y odiando secretamente su felicidad.
Los ojos de Mera eran cálidos, incluso comprensivos, cuando
finalmente apartó su atención de Shadow.
—Sabes, aún podrías contarme qué demonios ha pasado con
Simone, y tal vez juntos averigüemos cómo rectificarlo.
La chispa de burla que había en el rostro del vampiro se
desvaneció en la nada, una pizarra en blanco de pensamientos
ocultos.
—No hay nada que decir sobre eso —dijo con rigidez—. También
podríamos hablar de la posibilidad de una relación entre un
humano y un perro de compañía. No va a ocurrir, por mucho que se
busque en tus páginas de porno humano.
Mera arrugó la nariz y sacudió la cabeza un par de veces, como si
quisiera despejar esa imagen.
—En primer lugar, ¿qué mierda, Lucien? ¿Qué clase de porno
estás viendo? —Se estremeció—. Y en segundo lugar, será mejor
que no te refieras a Simone como el perro en ese escenario, porque
sabes que te destriparé. Te quiero, por supuesto, pero ella es mi
mejor amiga de toda la vida. Esta chica entrega todo por sus
mejores amigos.
Shadow se movió en su silla, enderezándose para poner a Mera y
su cuerpo en línea con Lucien, y creo que ese fue el momento en que
el vampiro se dio cuenta de que estaba en problemas. No es que
Mera necesitara una bestia de guardia (podía arreglárselas sola, sin
problemas) pero enfrentarse a los dos juntos no era para los débiles
de corazón.
Lucien levantó las dos manos, con una pequeña sonrisa en los
labios.
—No sé si estar aterrado o excitado ahora mismo. Creo que
ambas cosas —Mera gruñó, y el vampiro con deseos de morir se
rio—. Cálmate, chica embarazada. Nunca me referiría a Simone
como a un perro de compañía. Es una shifter preciosa, fuerte,
divertida y ardiente. Simplemente no es la shifter para mí. Ahora
deja esto en paz.
Con una mirada frustrada, Mera dejó escapar un suspiro y, por
una vez, no tentó a la suerte. Se acomodó en su compañero como si
fuera un cómodo sofá, a pesar de que no había nada blando en
Shadow. La bestia extendió la mano y la colocó sobre su vientre,
cuyo tamaño abarcaba casi todo el ancho. Cuando empezó a
masajear la zona hinchada, los ojos de Mera se cerraron, y esta vez
su gemido no fue de fastidio.
Inclinándome hacia delante, le di unas suaves palmaditas en la
mejilla y, cuando sus ojos color avellana aparecieron, le dije:
—Deja de hacer eso o Shadow te sacará de aquí. Y no tenemos
tiempo para eso todavía. Necesito saber cuál es el plan para las
Tierras del Desierto.
Me hizo un mohín exagerado.
—Awwww, no eres divertida, cara de Ángel.
Mi pecho se apretó mientras un calor recorría mi centro. Sus
apodos significaban más de lo que jamás le diría. Mera me había
convertido en una savia, y después de tantos años de endurecer mis
emociones más suaves, abrazarlas ahora era la sensación más
extraña.
—Reece ha allanado el camino para que estemos en la reunión de
las dinastías —dijo Shadow, entrando en materia, y todos se
callaron para escuchar—. Este era uno de mis requisitos si Mera iba
a formar parte de estos procedimientos. No quiero luchar contra las
dinastías ni contra lo que nos espera allí. Normalmente este tipo de
reuniones serían sólo para la gente del desierto, pero Reece, siendo
quien es, consiguió un permiso especial alegando que ésta no era
una de las reuniones regulares y sancionadas y que, por lo tanto, no
entraba en las mismas reglas.
—Entonces, ¿nos vamos pasado mañana? —preguntó Mera,
reiterando lo que Galleli había dicho antes.
Shadow asintió.
—Ese es el plan, pero no podemos hacer nada hasta que Reece
regrese. Es mejor estar preparados por si acaso —Sus manos se
habían ralentizado al acariciar su estómago.
Mera se levantó de donde se había desplomado completamente
hacia él.
—Primero tengo que visitar a Simone y a Sam. Ya sabes que las
visito cada pocas semanas. No puedo desaparecer en los desiertos
durante quién sabe cuánto tiempo y no hacerles saber lo que está
pasando.
Len se puso en pie de un salto, con los ojos plateados encendidos.
—¡Claro! Casi lo olvido. Te he hecho unos pergaminos nuevos
para que te comuniques. Espera ahí.
Se fue justo cuando Mera lanzó una sonrisa de pesar hacia su
vientre de bebé.
—No te preocupes, no me apresuraré a ninguna parte.
Las manos de Shadow subieron desde su estómago y pasaron por
encima de su pecho para apoyarse en los lados de su cuello y su
cara, sujetándola por detrás. Las pupilas de Mera se dilataron
porque, sin duda, esta posición le recordaba las muchas, muchas
maneras en que Shadow la había llevado a orgasmos gritones.
Todos lo habíamos oído. Todos estábamos celosos de ello. Su
química sexual y su amor por el voyerismo habían sido más difíciles
de soportar desde mi renacimiento porque, a medida que el robot se
desvanecía, los deseos y necesidades de mi cuerpo habían
empezado a hacerse oír con fuerza.
Una brasa ardía en mi centro y, por primera vez en... bueno, en
toda la vida, estaba dispuesta a experimentar con mi propia
sexualidad.
Mis vaporosos pensamientos fueron interrumpidos por Shadow.
—Si necesitas moverte rápido —respiró en el oído de Mera—, yo
te llevaré. A ti y a nuestro bebé.
La forma en que dijo “nuestro bebé” en su bajo y refunfuñante
acento me dio ganas de abanicarme.
—Y te llevaré a la Tierra para que veas cómo están tus
compañeras de manada antes de irnos —terminó—. Sam
especialmente, ya que sé que eres la que más se preocupa por ella.
Mera tragó con dificultad, con una voz comprensiblemente
entrecortada. —Sí, porque a pesar de que me asegura que está bien
y que su manada ya no le hace daño, intuyo que hay muchas cosas
que no me está contando.
Había ido con Mera unas cuantas veces a ver cómo estaba Sam, y
siempre que llegábamos a las tierras de su manada (la manada de la
que había trabajado durante años para escapar antes de volver a
correr hacia ellos) todo parecía perfecto. Al menos en la superficie.
Sam tenía una bonita casa, el pueblo estaba limpio y todos los
shifters parecían fuertes y sanos. Pero había un trasfondo en su
manada. Una sensación de oscuridad que se escondía debajo de la
luz.
Mera había presionado a Sam todo lo que pudo, asegurándole
que, fuera lo que fuera, podía ayudarla, pero su amiga había
insistido en que, por una vez, estaba lidiando con el espectáculo de
mierda de su vida y todo estaba bien.
—No anuncies tu llegada esta vez —dije—. Quizá los atrapas
desprevenidos.
—Nunca lo anuncio —dijo Mera, con los ojos brillantes al pensar
en su amiga—. Pero siempre visito primero a Torma. Uno de esos
bastardos probablemente avisa a la otra manada —Su expresión se
endureció mientras asentía—. Sí, tienes razón. Esta vez iré primero
a casa de Sam, y con un poco de suerte, su brillo mágico tendrá unos
cuantos puntos que podré escoger.
—Las manadas han estado trabajando duro para limpiarse —dijo
Lucien, continuando con la analogía sucia mientras se inclinaba
hacia atrás y juntaba los dedos sobre su frente—, desde que Shadow
decidió interesarse por ellas.
Shadow se burló, con los ojos entrecerrados.
—¿Quieres decir que desde que Mera me dijo que mis “chicos” se
estaban comportando como una banda de mierdecillas y que tenía
que ocuparme de ellos?
Mera se encogió de hombros.
—Dije lo que había que decirse. Cuando eres padre, no puedes
simplemente lanzarlos al mundo y dejar que sean imbéciles. Es tu
trabajo enseñarles todas las lecciones valiosas de la vida.
Los labios de Shadow se movieron, los ojos divertidos.
—No soy su padre. Si fuera su padre, tú y yo estaríamos en una
situación bastante precaria.
—Para —le cortó Mera con un chillido—. No. No. No, no, no. He
renacido y ya no tengo ningún vínculo con las manadas de shifters.
Somos una extraña y desordenada combinación de ADN que no está
relacionada de ninguna manera, y este tema no requiere más
discusión.
Todos se rieron excepto Galleli, pero la sonrisa de su rostro fue
tan buena como la risa para el estoico trascendental. Antes de que
continuáramos con cualquier otra broma sobre la diminuta
posibilidad de que Mera estuviera emparentada con Shadow, ya que
era una diosa nacida del mismo Nexus que la madre de Shadow, Len
reapareció, llamando nuestra atención.
—Tengo el pergamino —dijo mientras se dejaba caer de nuevo en
la silla que había dejado libre hacía unos minutos—. Podrás dar un
trozo a Sam y a Simone.
Agitó tres trozos de pergamino hacia ella, y noté las líneas
invisibles de poder que se extendían entre todos ellos. Se trataba de
magia de hadas procedente de gemas trituradas infundidas en el
propio papel. La conexión entre ellos permitiría a Mera y sus amigas
enviar mensajes entre los mundos.
Mera se lanzó sobre la mesa para abrazar al fae, y sólo se apartó
cuando su compañero gruñó.
—Muchas gracias —gritó, con la emoción desbordada—. Esto me
dará mucha tranquilidad. Todavía siento mucho haber perdido al
último.
Len la despidió con un gesto. —Todo está bien. Son bastante
fáciles de hacer.
Más de uno de los presentes en la mesa ocultó su expresión ante
aquella ligera exageración de la verdad. Estos pergaminos eran
raros y su creación requería una cantidad extraordinaria de magia,
habilidad y control. Sin embargo, para Mera, todos rehacíamos los
mundos, y eso era un hecho que nunca cambiaría. En comparación,
el pergamino era bastante fácil.
5

El resto de la velada continuó con los que habíamos pedido comida.


La nueva capacidad de disfrutar de la comida fue un verdadero
regalo en mi vida. Los trascendentales generalmente tomaban su
energía de la tierra, del poder del mundo y de su propia línea
familiar. No teníamos la necesidad de (ni el sistema digestivo para)
comer. Pero después de mi renacimiento, descubrí que podía
permitirme ambas cosas si lo deseaba, y realmente había
desarrollado el gusto por comer.
Todo era tan delicioso que se deslizaba por mis recién
evolucionadas papilas gustativas con facilidad. Después de años de
tocar y oler los alimentos para disfrutarlos, por fin pude
experimentar el sentido más importante: el gusto.
—Te dije que la tarta estaba para morirse —dijo Mera, casi
radiante, mientras me miraba comer otro plato.
—¿Cómo consiguen que la masa sea tan hojaldrada, mantecosa y
perfecta? —gemí, masticando cada deliciosa capa.
—Es mágico —me dijo Mera con seriedad—. Los portales
giratorios y la capacidad de caminar entre los mundos son geniales
y todo eso, pero la comida es la verdadera magia.
Ahora estaba en su propio asiento, con los ojos cerrados mientras
tomaba otro bocado. Shadow estaba a su lado, dando un sorbo a su
bebida y charlando con sus amigos, pero todo el tiempo, su mirada
posesiva permanecía en su compañera. Juro por las creaciones que
verla comer era un juego previo para ese bastardo.
Los celos eran otra experiencia nueva con la que tenía que lidiar,
y aunque nunca querría tomar la felicidad de Mera por la mía (ni en
un millón de vidas), una pequeña parte de mí ansiaba saber cómo se
sentía ese tipo de vínculo.
Amor incondicional.
Probablemente no estaba en las cartas para mí, y aunque sentía
cierta seguridad de que había un futuro pacífico ahí fuera, incluso
sin una pareja, sabía que llevaría tiempo. Tal vez lo que realmente
necesitaba era alguien que apagara ese fuego que me quemaba el
cuerpo, y una vez que eso ocurriera, podría volver a centrarme en lo
verdaderamente importante: la paz.
Sí, era un buen plan. Mi misión (después de la misión en las
Tierras Desiertas, por supuesto) era buscar una pareja sexual
adecuada y ver lo que me había estado perdiendo todos estos años.
Ya no renunciaría a mi cuerpo y, al hacerlo, me sentía segura de que
la paz llegaría.
Al fin y al cabo, no hay mayor sueño para un trascendental.
Cuando terminó la cena, los demás se fueron a descansar y a
recoger sus armas. Sin embargo, todos volverían pronto, junto con
Alistair, que regresaba mañana de Karn.
—¿Vendrás con nosotros por la mañana? —me preguntó Mera
mientras era arrastrada por Shadow.
—No tendremos mucho tiempo —le recordó Shadow—. Paradas
rápidas a Sam y luego a Simone. Nada de demorarse.
Mera no luchó contra él. Reece rara vez pedía ayuda, así que lo
que fuera que estuviera ocurriendo en las Tierras del Desierto era
algo importante y merecía toda nuestra atención.
—Si quieres que esté allí, estaré allí —le dije.
Mera me lanzó su expresión de “qué mierda”.
—Eres mi familia. Te quiero dondequiera que esté.
—Menos en la cama —refunfuñó Shadow, y entonces la cogió en
brazos, acunándola cerca de su cuerpo—. Te veremos por la
mañana, Melalekin.
Se me escapó una risita baja y tuve que sacudir la cabeza al ver
cómo sus anchos hombros desaparecían tan rápido que parecería
que estaba corriendo. Excepto que el presumido bastardo estaba
claramente en un paseo casual. Lo que Shadow hacía con su energía,
las formas en que la manipulaba, no podían ser replicadas por otro.
Excepto quizás por el único ser en el que no quería pensar.
Mis ojos volvieron a posarse en el asiento vacío de Reece, y me
obligué a levantarme y alejarme antes de pensar en su ausencia. Por
supuesto, ese fue un plan brillante hasta que salí del comedor y casi
choco con él.
El dolor de mi pasado, aquí para atormentarme.
Unas manos pesadas se posaron en mis hombros, y aunque
normalmente me habría balanceado ante este contacto no invitado,
me quedé helada cuando un olor a pino seco invadió mi nariz. Eso,
junto con ese olor a tierra, a desierto en verano, era todo de Reece.
No estaba claro si había sabido que era yo la que salía del
comedor, pero con sus sentidos no tardaría más que unos segundos
en darse cuenta. Cuando el contacto en mis hombros no cesó, se me
abrieron los ojos al inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la
cara. Soy alta, con un cuerpo construido para la batalla, pero cuando
estaba con este hombre, me hacía sentir pequeña.
Siempre había amado y odiado eso de él.
—¿Reece? —pregunté en voz baja, con la expresión fruncida
mientras intentaba averiguar por qué seguía abrazándome—. ¿Está
todo bien?
Su rostro era ilegible, no me decía nada aunque su agarre se
mantuviera firme. Me acercó más, nuestros cuerpos se tocaron a lo
largo de su longitud, y traté de ignorar su dureza contra mí. Yo no
era precisamente blanda, ya que había perfeccionado mi cuerpo
hasta convertirlo en un arma, pero, en comparación, Reece era de
piedra.
—Lale —suspiró, con sus iris arremolinados y atormentados, y
joder, se me paró el corazón. No me había llamado así desde... Había
sido una eternidad.
No podía apartar mi mirada de él, esos ojos que destruían mi
control e invadían mis sueños. Eran mi parte favorita del dios del
desierto, el azul un color inigualable en cualquiera de los universos
con las pestañas más oscuras y gruesas enmarcándolos. Y en lo más
hondo de esas profundidades, donde la mayoría no vería porque
había que estar muy cerca, había una galaxia de estrellas y magia.
Magia que delataba su conexión con Delfora.
Sólo unos pocos elegidos (la mayoría ya muertos) sabían que
Reece había sido concebido y nacido en Delfora, una tierra llena de
la energía de los antiguos. Fue un acto que debería haber matado a
sus padres y a cualquier niño, pero por alguna razón, se había
permitido. Un acto completamente prohibido, ahora un secreto
perdido en el tiempo.
Era la razón por la que existían galaxias de poder en sus ojos, y
era también, sin duda, la razón por la que lo llamaban a sus tierras.
Como no parecía querer soltarme pronto, me puse en modo de
defensa.
—¿Qué estás haciendo? —Me quejé. Si me quedaba así en sus
brazos un segundo más, iba a hacer algo realmente estúpido.
Mi tono sacó a Reece de lo que fuera que se estaba gestando entre
nosotros, y cuando me soltó, la sangre volvió a correr por mis
miembros, mis músculos palpitaron calientes y fríos durante un
instante. Antes de que pudiera decir otra palabra, pasó junto a mí
como si no hubiera pasado nada y entró en el comedor.
Desde el momento en que me había tocado, la adrenalina había
corrido por mi cuerpo, bombeando a toda velocidad. Ahora que se
había ido, la adrenalina disminuyó y me dejé caer sobre los estantes
más cercanos, sobre-estimulada y, de alguna manera, también
agotada.
—¡No! —Me reprendí con un fuerte movimiento de cabeza—.
Contrólate. Ahora.
Hacía tiempo que no necesitaba mi propia charla de ánimo
personal, pero con todo lo que había cambiado en los últimos
meses, el hecho de que Reece volviera a mi vida estaba siendo el
catalizador que lo convertía todo en una mierda.
Habíamos sido tan buenos en evitarnos el uno al otro.
Tan condenadamente buenos. Nadie conocía los verdaderos
detalles de nuestro pasado. Al menos yo nunca se lo había contado a
nadie, aparte de darle a Mera alguna información básica.
Conociendo a Reece, tampoco habría divulgado mucho, pero tenía la
sensación de que al final de esta pequeña aventura en las Tierras del
Desierto, la verdad saldría a la luz. Al fin y al cabo, lo que ocurre en
las arenas no siempre queda enterrado allí.
6

El encuentro fortuito con Reece me inquietó hasta el punto de que


no pude descansar esa noche, y para cuando aparecieron Mera y
Shadow, ambos vestidos con jeans negros, camisetas blancas lisas y
botas negras (con aspecto de pareja de ensueño y bien descansados,
los muy bastardos), estaba de pie en el centro de la biblioteca
sintiéndome como una mierda pero lista para llegar a la Tierra.
Incluso me había vestido con un atuendo lo más parecido al humano
que pude encontrar, con mis propios jeans, camisa roja a cuadros y
zapatillas. Llevaba el pelo recogido en una trenza y las alas
escondidas, así que me mezclaría con los lugareños.
Necesitaba que todo en la Tierra estuviera hecho para que lo de
las Tierras del Desierto pudiera terminarse. Una vez que todo esto
terminara, devolvería a Reece al pasado, donde pertenecía, y me
pondría a trabajar en mi futuro. Hablando de...
—¿Te encontró Reece anoche? —Le pregunté a Shadow, con voz
baja.
Hizo una pausa al oír mi tono, sus ojos llameantes se estrecharon
al captar mi expresión actual.
—Me hizo llegar un mensaje de que nos llevará a todos esta
noche, si volvemos de la Tierra a tiempo.
Shadow habló con su habitual actitud ruda, a la vez que miraba
fijamente a lo más profundo de mi psique. —No lo hagas —le
advertí, y como solíamos hacer, nuestra siguiente comunicación fue
silenciosa.
Su mirada decía: —Tú y Reece tienen que arreglar esta mierda
antes de que lleguemos a su mundo. Nadie tiene tiempo para ello.
Lo fulminé con fuerza. Escucha, imbécil. Esto no es cosa mía. Lo
ignoré como era de esperar, pero fue Reece quien volvió a convertirlo
en una guerra. Habla con tu amigo.
Antes de que pudiera fulminarme con nuevas “palabras”, Mera,
que claramente había captado el intercambio silencioso, se aclaró la
garganta.
—¿Qué demonios ha pasado? —dijo—. ¿Qué ha hecho Reece?
Mera conocía parte de nuestro pasado y pensaba que ambos
debíamos superarlo y seguir adelante. Décadas de rencor eran
demasiado para que alguien con tan pocos años a sus espaldas lo
entendiera.
—Nada —dije con una larga exhalación—. No ha pasado nada en
absoluto. Es sólo una situación tensa.
En realidad, no había pasado nada. Habíamos intercambiado unas
diez palabras y ninguna de ellas de importancia. Mi resentimiento
tenía más que ver con la forma en que sus malditos ojos me habían
robado el alma.
Robado y destrozado, especialmente cuando se volvieron helados.
Cambiar de tema se sentía como una muy buena idea en este
momento.
—¿Estamos listos para llegar a la Tierra?
—¡Sí! —dijo Mera, con una expresión más alegre. Su pelo rojo,
con ondas sueltas, rebotó alrededor de su cuerpo mientras se
contoneaba—. Estoy emocionada por dar a mis chicas este
pergamino mágico Fae. Será bonito intercambiar mensajes con
regularidad.
Shadow la rodeó con su brazo musculoso. —Sí, y con eso en
mente, debemos ponernos en marcha. Tenemos que estar de vuelta
aquí y de camino a las Tierras del Desierto para esta media luna.
Mera se aquietó y giró la cabeza para mirar hacia arriba con el
ceño fruncido. —¿Media luna?
—Caminemos y hablemos —dijo Shadow, guiándola por el
camino central de la biblioteca—. Las Tierras del Desierto tienen
una bola lunar en el cielo —explicó—. La llaman el yertin, que se
traduce aproximadamente como esfera. Las fases son la luna nueva
por la mañana, cuando es bastante roja y cálida, luego la luna media
al mediodía, la media luna al atardecer, cuando el rojo se desvanece
hasta convertirse en un ligero amarillo anaranjado, y termina con la
luna oscura, que es una franja de luz en tonos azules y grises.
Mera estaba pendiente de cada una de sus palabras, desesperada
por conocer los mundos. Si no estaba leyendo, amando a su
compañero o creando la Navidad, estaba interrogando a cada ser
que atravesaba las puertas, queriendo saber de sus vidas.
—Es muy emocionante. No puedo esperar a verlo —dijo
apurada—, y las arenas de diferentes colores. Realmente tenemos
que llegar a la Tierra y volver aquí.
A pesar de su enorme barriga, fue ella la que aceleró el paso,
sacándonos de la biblioteca y adentrándonos en el salón blanco. Su
sonrisa se mantuvo mientras charlaba, hasta que a mitad de camino
se detuvo. Se llevó las manos al estómago y Shadow y yo nos
pusimos a su lado en un santiamén.
—¿Está todo bien? —pregunté, con mi mano en el pecho para
sentir nuestro vínculo.
Antes de que pudiera explorarla en detalle, dejó escapar un
suspiro.
—Cada vez que este bebé me da una patada, mi corazón se
hincha. Es la sensación más extraña, pero desde que he superado
mis temores de que un alienígena invada mi cuerpo, no puedo
imaginarme no sentir estos aleteos y patadas diarios.
Su esencia ya se había abierto y conectado a la vida que había
creado con Shadow.
—Eres mi milagro personal —susurró la bestia mientras se
inclinaba y presionaba sus labios sobre su estómago.
—Ha vuelto a patear —exclamó Mera—. Justo cuando me besaste.
Te juro que esta pequeña ya conoce tu poder, Shadow.
El estruendo de Shadow era un sonido profundo y roto. Me dolía
en el pecho escucharlo porque sabía que su vida había sido similar a
la mía: dos almas que nunca pensaron que estarían completas. Y sin
embargo, aquí estaba con todo lo que había soñado. A pesar de
nuestras diferencias, me alegraba por él.
—Ven a sentir —dijo Mera, tendiéndome una mano. Extendí la
mano sin dudarlo, preguntándome si este sería el momento en que
el bebé daría una patada para mí. No importaba cuántas veces había
intentado captar sus movimientos, siempre que sentían mi poder, se
detenía.
Y hoy no fue una excepción. Mera agarró mi mano y la colocó en el
lugar donde había sentido las patadas, y en el momento en que mi
palma tocó su camisa, no se sintió ni un movimiento.
Todos bajamos la mirada. —El bebé no me quiere mucho —dije,
tratando de mantener mi voz ligera, aunque me sentía despreciada
por un feto.
La cálida palma de Mera presionó la mía. —No es cierto. El bebé
va a adorar a la tía Ángel. Tal vez tu poder sea un poco extraño para
él en este momento.
Era una posibilidad, pero como Mera y yo compartíamos una base
de poder similar, parecía poco probable. Los hijos del poder solían
ser impredecibles, y supongo que no descubriría lo que hacía que
este me rechazara hasta que naciera.
Volvimos a estar en silencio mientras caminábamos. Shadow
controló la salida del pasillo para que llegáramos a la manada de
Sam, Clarity, que se encontraba en el pequeño pueblo de Hrento, en
las montañas de Sierra Blanca de Nuevo México. Ya había estado
aquí un par de veces con Mera, y como esta vez nos habíamos
presentado sin que ellos hubieran sido avisados de nuestra
inminente llegada, ésta era nuestra mejor oportunidad para
encontrar su oscuridad.
Al entrar en la pequeña ciudad, todo estaba tranquilo y, como
siempre, nada gritaba peligro o inquietud. La Manada Clarity había
construido su base dentro de una hermosa y boscosa cordillera, lo
que daba a los shifters una buena parte de unos cuantos miles de
acres para vagar sin preocuparse de toparse con algún humano
desprevenido. Su municipio era más pequeño que Torma, donde
Mera había crecido, pero como la manada de Torma era una de las
más grandes de América, eso tenía sentido.
La manada Clarity estaba llena de lobos de tipo beta y sólo unos
pocos que podían llevar el manto de alfa, lo que significaba que
nunca iban a desafiar a Torma por el estatus de la manada superior,
pero en la jerarquía general de la manada, se mantuvieron.
A medida que nos adentrábamos en las sinuosas y estrechas
calles con casas de estilo cabaña de madera salpicadas entre los
árboles, los pocos shifters que merodeaban por allí se dispersaban
como ratones asustados, desapareciendo en sus casas. Esto en sí
mismo no era extraño, ya que Mera y Shadow ya se habían forjado
una buena reputación entre las manadas, pero normalmente alguien
era lo suficientemente valiente como para acercarse a saludarnos.
Seguimos adelante, adentrándonos en Hrento, un pueblo que
podría describirse como una casa en el árbol. Realmente habían
trabajado en armonía con su paisaje aquí, quitando lo menos
posible del hábitat natural. Era un lugar agradable, y por lo que
habíamos observado, esta manada parecía ser mucho menos brutal
y rígida con sus miembros en comparación con Torma. Sin embargo,
Sam había hecho todo lo posible para escapar de ellos.
Y luego volvía. Todo era confuso, y no culpaba a Mera por sentir la
necesidad de comprobar continuamente cómo estaba.
El rostro de Mera era sombrío mientras avanzaba, y yo sabía que
todos estábamos usando los sentidos adicionales que teníamos para
sondear las corrientes subterráneas de esta manada.
—Hoy se siente una gran calma —dije, sin sentir apenas una
ondulación en mi energía.
—Demasiada calma —dijo Shadow brevemente.
Mera dejó de caminar, con el rostro ensombrecido por los árboles
de arriba, mientras cerraba los ojos y respiraba profundamente.
—No hay nadie aquí —dijo finalmente, abriendo los ojos de
nuevo—. Aparte de los que se fueron cuando llegamos, no siento
ninguna otra energía.
Ahora era Shadow quien cerraba los ojos y enviaba su poder para
sondear a los shifters. Después de todo, eran su creación y ninguno
podía esconderse de él.
Dejé que hicieran lo suyo y me dirigí a la casa más cercana, una
con grandes macetas de lavanda a ambos lados de la puerta
principal. Al asomarme al interior, observé la oscuridad de la casa y
el olor ligeramente rancio que salía de la ventana.
No sólo no había nadie en casa, sino que parecía que hacía tiempo
que no venían.
—La ciudad está vacía —dijo Shadow, y me giré para
encontrarlos a ambos en el porche delantero conmigo.
Todos habíamos llegado a la misma conclusión, y ahora teníamos
que averiguar por qué.
7

La cara de Mera estaba pálida mientras tragaba bruscamente —Esto


es malo.
—Busquemos a los pocos que quedan —dijo Shadow, molestia
desbordando en sus palabras—. Deben saber algo. Tal vez haya una
reunión de la manada o un encuentro lejos de Hrento.
Un macho normal se habría limitado a ir puerta por puerta y
llamar para encontrar a los que quedaban, pero Shadow nunca iba a
ser “normal”. Liberó sus llamas, el lado bestia de él asomando la
cabeza, y mientras esa energía se derramaba por las montañas, diez
shifters se apresuraron a salir de sus casas para ponerse delante de
nosotros.
Dos de ellos (ambas hembras de pelo muy rubio y complexión
alta y atlética) levantaron la cabeza en un intento de encontrarse
con los ojos de Shadow. Pero en cuanto lo hicieron, su pecho
retumbó y bajaron sus miradas rápidamente.
Sólo había un alfa aquí.
Bueno, tal vez dos con Mera.
—¿Dónde está el resto de su manada? —espetó ella.
Uno de los machos (que estaba casi en el suelo, se mantenía muy
abajo) lloriqueó antes de ahogar algunas palabras. —Fuera por
asuntos de la manada.
—¿Qué asuntos? —presionó Mera, claramente frustrada por
tener que sacarles esa información a la fuerza.
Una de las dos mujeres que en un principio esperaba desafiar a
Shadow dejó escapar un resoplido.
—Hay una reunión de todas las manadas en Nueva Orleans este
fin de semana. Es uno de esos eventos anuales para ponerse al día
en los negocios, y este año nuestro alfa no se sentía seguro de ir sin
la mayoría de nuestros miembros —levantó un poco la cabeza—.
Fuimos elegidos para quedarnos atrás para mantener el pueblo en
funcionamiento y alimentar al ganado y demás, pero los demás
están todos allí. Volverán la semana que viene.
Mera, que claramente ya había tenido suficiente, dejó volar sus
llamas mientras se agachaba para tocar la cabeza de la shifter rubia.
Hubo una pausa de unos treinta segundos mientras Mera buscaba
en sus recuerdos.
—Bien, está diciendo la verdad —dijo finalmente con un
suspiro—. Y Sam parece estar a salvo en estos recuerdos. Parece
infeliz pero no está dañada, así que parece que lo que sea que la
retiene aquí continúa.
La shifter rubia sacudió la cabeza y soltó la mano de Mera. El
pecho de Shadow retumbó: su protección hacia Mera nunca había
sido mayor que desde que se quedó embarazada. Y teniendo en
cuenta lo alta que había sido antes...
—¿Tienes algo que quieras decirnos? —le gruñó a la rubia, y toda
su lucha murió mientras se encogió hacia adelante.
—Sam no es de tu incumbencia —se atragantó—. Está
cumpliendo con su deber para con la manada, al igual que el resto
de nosotros, y mientras cumpla con su parte del trato, todos
estaremos bien.
Ahora tenía la atención total de Mera.
—¿Qué trato? —gruñó, acercándose un paso más. A Shadow no le
gustó eso. Su expresión se ensombreció, pero sabía que esos seres
no eran una verdadera amenaza para su compañera, así que se
abstuvo de arrastrarla hacia atrás.
—¿Qué jodido trato? —Mera empujó con más fuerza—. Te lo
sacaremos de una forma u otra, así que mejor ahórrate la tortura.
Escondí mi sonrisa. Mera era tan diferente a otros seres
poderosos. En general, le molestaba usar su poder contra otros,
sobre todo contra los más débiles, pero si hacías daño a alguien que
a ella le importaba, más valía que empezaras a rezar a cualquier
dios que adoraras porque ibas a ir a la otra vida.
—Se queda para proteger a la manada —Otro shifter habló, un
hombre larguirucho de piel oscura que había permanecido en
silencio hasta ese momento—. Nuestro alfa prometió que si se
quedaba y se apareaba con su hijo, que aún no es mayor de edad,
todos estaríamos protegidos de cualquier otro castigo de la manada.
Levantó la cabeza por completo y, a diferencia de los demás, casi
consiguió encontrarse con los ojos de Mera. —Sam no nos debe
nada, pero se queda por nosotros a pesar de todo.
—¿Por qué la querría el alfa para su hijo? —La voz de Mera bajó
mientras negaba con la cabeza—. No tiene sentido ya que ella ya es
una compañera rechazada.
—Su hermano mayor fue el que la rechazó —dijo el hombre, con
el rostro desencajado—. El anterior futuro alfa, que fue asesinado
por su padre después de que Sam se fuera.
—¿Por qué? —Mera presionó.
—El alfa descubrió que la razón por la que se fue, era porque su
hijo la rechazó. Fue entonces cuando comenzó su obsesión.
La hembra rubia se rio sin humor. —Quiere el fuerte vínculo de
un verdadero alfa casado. Ahora está obsesionado con recrearlo con
su hijo menor.
—Y Sam es la elegida —dijo Mera en voz baja, aspirando un par
de veces antes de volverse para encontrar mi mirada. No estaba
segura de lo que estaba pensando exactamente, pero estaba claro
que teníamos mucho que discutir una vez que nos alejáramos de los
shifters curiosos.
—Necesito que le entreguen esto cuando vuelva —Les dijo
finalmente Mera, sacando un trozo de pergamino—. Ella puede
escribir en este papel y yo recibiré el mensaje. El alfa tampoco
puede saberlo —Su mirada se volvió más oscura—. Quiero que
todos juren que no arruinarán esta sencilla tarea. Ahora conozco su
energía y puedo rastrearlos sin sudar.
Técnicamente, Shadow podía, y a juzgar por la sonrisa que se
dibujaba en sus labios, disfrutaba que Mera lo utilizara como
amenaza.
—Lo prometemos —chilló uno de ellos—. Guardaremos este
pergamino con nuestras vidas y se lo daremos a Sam con sus
palabras tan pronto como regrese.
—Gracias —dijo Mera con una inclinación de cabeza—.
Agradezco la ayuda.
Su rostro estaba inexpresivo, pero los que la conocíamos bien
podíamos ver la preocupación que ardía en sus ojos. No dijo ni una
palabra hasta que nos dirigimos a las afueras del pueblo y Shadow
llamó una puerta, pero en cuanto estuvimos en el pasillo blanco, se
quebró.
—¿Qué mierda? —Su gruñido fue fuerte—. Sam y yo tenemos
pasados casi idénticos —Su respiración entraba y salía con fuerza—
. Ella nunca me dijo que su compañero era también el hijo de un alfa.
—¿Quieres ir a Nueva Orleans? —preguntó Shadow, con su
mirada preocupada fijada en su compañera, claramente estresada.
Mera ralentizó su respiración en un intento de calmarse. Casi
funcionó. —Por mucho que lo haga, he podido ver en sus recuerdos
que Sam está físicamente a salvo. También ha tenido más de un par
de oportunidades para permitirnos ayudar y se ha negado. Aparecer
allí no va a cambiar eso. Sin mencionar que probablemente soy la
última persona que ella quiere ver.
—¿Crees que te culpa? —pregunté, tratando de entender esa
afirmación.
Mera asintió. —Posiblemente. Lo que pasó con Torin y conmigo
les dio una pista a estos bastardos sobre el vínculo entre verdaderos
compañeros y lo que el rechazo puede quitarle a la manada. Yo logré
escapar, pero Sam tuvo que volver sin un compañero como Shadow
esperando para aliviar su dolor.
—Ella no te culpa —dijo directamente Shadow—. He percibido
sus emociones, y se preocupa mucho por ti. Creo que podría tener
un poco de mentalidad de salvadora.
Mera tragó con fuerza, con los ojos vidriosos. —Sí,
definitivamente lo hace. Yo era una completa desconocida cuando
arriesgó la ira de Torin para ayudarme —Se enjugó los ojos con
brusquedad antes de moquear un par de veces y recomponerse—.
Tenemos que ayudar a Reece ahora, pero en el momento en que
hayamos resuelto los problemas de la Tierra del Desierto, voy a
localizar a Sam y a hacerle algunas preguntas muy precisas. Ella
puede pensar que está haciendo lo correcto, pero realmente está
tirando su vida. Si es una simple cuestión de lidiar con un alfa
megalómano, bueno, ya hemos demostrado más de una vez que
somos capaces de hacerlo. Quiero que sepa que hay otra opción.
—No entiendo por qué no te lo dijo desde el principio —dije—. Es
un asunto sencillo que tiene una solución sencilla. No era necesario
el sufrimiento y el secretismo.
Shadow soltó una carcajada, apoyando el hombro contra la pared
blanca mientras esperaba.
—Los humanos no piensan como el resto de nosotros. Son
jóvenes e idealistas. Y si son mínimamente decentes, siempre
quieren martirizarse.
Mera lo fulminó con la mirada y le dio un codazo, sin moverlo ni
un centímetro. —En primer lugar, no es humana. Pero por lo
demás... probablemente tengas razón. Creo que Sam ha pasado toda
su vida sintiéndose perdida, como una paria en su manada, y ahora
por fin tiene una validación. Un lugar y un propósito. Aceptación.
Todo lo cual no quita el hecho de que muy pronto estaré rastreando
su trasero para tener una discusión bastante franca.
Shadow inclinó la cabeza y se enderezó de nuevo para elevarse
sobre nosotros. —¿Simone primero? —preguntó, y Mera asintió,
con un poco de humor.
—Sí, absolutamente. No creo que esté en la reunión de Nueva
Orleans, porque Torma no enviaría a todos sus shifters con miedo.
Han cambiado mucho desde que los reestructuramos, pero su
abrumadora arrogancia permanece.
La risa de Shadow resonó en el pasillo mientras volvía a abrazar a
su compañera. —Estas manadas habrían florecido contigo como
diosa.
Mera se puso de puntillas y le dio besos en cualquier parte de la
piel que pudiera alcanzar. —Florecieron contigo. Les diste alas y los
dejaste volar.
Shadow se encontró con mi mirada por encima de su masa de
pelo rojo, y su expresión... Me pregunté si alguien más fuera de
Mera, y ahora yo, lo había visto llevar una mirada de tanta devoción.
Esta no era la misma bestia a la que me había enfrentado durante
años.
Mera lo había cambiado.
Nos había cambiado a todos.
8

Las predicciones de Mera resultaron ser ciertas, ya que la mayor


parte de Torma estaba repleta de shifters que hacían su vida
cotidiana. Encontramos a Simone en su principal zona comercial,
que era una calle larga y ancha, bordeada a ambos lados por una
gran variedad de tiendas, desde artículos para el hogar hasta
cafeterías e incluso una gran ferretería.
—¡Santa mierda y jodido infierno! —chilló Mera cuando se
detuvo frente a una tienda de ladrillos rojos—. Ha reabierto la
librería.
Mera, como Shadow y yo, era una gran lectora. Antes de descubrir
su verdadero destino, había trabajado en la única librería de Torma,
que había sido propiedad de Dannie, quien había fingido en secreto
ser una shifter. Resultó que la madre de Shadow era la legendaria
Danamain del Reino de las Sombras, y cuando se le subió demasiado
el poder a la cabeza, intentó borrar todos nuestros recuerdos de su
época en Torma.
Esta tienda había sido uno de esos recuerdos, pero parecía que
ahora que nos habíamos deshecho de sus maquinaciones, Simone
había decidido darle una nueva vida a la tienda. La fachada había
cambiado, y el ladrillo rojo se veía realzado por un toldo verde
bosque que enmarcaba un gran escaparate repleto de libros de
fantasía y románticos, artísticamente expuestos en estanterías de
madera.
—Once Upon a Howling Good Time —dijo Mera con una carcajada,
leyendo el enorme cartel de la puerta principal—. Me encanta que
se esfuerce por hacer que la lectura vuelva a ser divertida. Torma
nunca ha sido conocida por su amor a las artes.
Shadow se aclaró la garganta. —Sí, probablemente sea culpa mía.
Diseñé a los shifters para que fueran depredadores sin tener en
cuenta que sin cultura y empatía también, las manadas nunca
evolucionarían más allá de las bestias de las que nacieron.
—No son tan malos —resopló Mera, poniendo los ojos en
blanco—. Pero sí, una pizca más de conocimiento de los libros no
habría estado de más.
—Lo recordaré —dijo Shadow con sorna—, para la próxima vez
que invente una raza entera de seres.
Mera le acarició el pecho. —Mira que lo haces —Luego, con un
guiño, contoneó su trasero hacia la librería.
Shadow se tomó un minuto entero para verla alejarse antes de
sacudir la cabeza y frotarse la cara con una mano enorme, como si
eso fuera a sacarlo del hechizo que Mera tenía sobre él. Nunca miró
hacia mí, y yo también centré mis ojos en el frente, ya que había una
regla tácita entre los amigos guerreros: Nos permitimos tener
nuestros momentos de debilidad y no los señalamos.
Una vez que entramos, encontramos a Mera y Simone abrazadas,
llorando y meciéndose de un lado a otro en el centro de la
habitación. A su derecha había estanterías y a la izquierda una gran
mesa de madera en bruto. La habitación estaba llena de olor a papel,
pergamino, tinta y... hogar. Siempre encontraría calidez y
comodidad en una habitación repleta de palabras y conocimientos.
—Tu vientre es tan grande ahora —dijo Simone mientras se
alejaba, sus ojos oscuros se iluminaron con lo que sólo podría
describirse como verdadera felicidad—. Será mejor que no tengas
este maldito bebé sin mí. Te juro que te joderé, Mera.
Shadow se colocó detrás de su compañera. —Por eso estamos
aquí —dijo—. Mera tiene que dejar la biblioteca durante unas
semanas, y quería ver cómo estabas y dejar más pergaminos para
que puedas estar en contacto mientras no estamos.
Simone hizo una pausa, y parte de su excitación desapareció
cuando sus manos en el estómago de Mera se calmaron. —¿Adónde
va? ¿Debería viajar en su estado?
Shadow abrió la boca, pero antes de que pudiera decir nada, Mera
gruñó. —Ella está aquí mismo, y no hay ninguna condición. Estoy
embarazada, no me estoy muriendo. El bebé no debería llegar hasta
por lo menos uno o dos meses más, y para entonces estaré de vuelta
en la biblioteca —Su mirada se dirigió hacia mí—. Apóyame, Ángel.
Quiero decir que las mujeres han estado trabajando en el campo
hasta que se agachan para dar a luz. Seguro que puedo dejar la
biblioteca durante unas semanas para ayudar a un amigo.
Shadow se mantuvo sabiamente en silencio; todos sabíamos que
habían discutido sobre las Tierras del Desierto más de una vez, y
como Mera había ganado, no tenía sentido volver a hablar de ello.
—Las mujeres han dado a luz en circunstancias excepcionales
durante milenios —confirmé—. Especialmente en la Tierra, donde a
menudo vivían de forma bastante primitiva, sin las comodidades
modernas que tienen hoy en día. A pesar de que el parto ha sido uno
de los mayores asesinos de mujeres durante siglos…
Corté cuando los ojos de Mera se abren dramáticamente. Mierda.
Algunos de esos hechos probablemente no eran apropiados con su
situación actual.
—Lo cual, por supuesto, no es relevante para ti en absoluto —me
apresuré a arreglar—, ya que eres una diosa. Nuestros bebés
pueden ser bastante poderosos, difíciles de dar a luz y ver crecer,
pero...
Su cara estaba súper pálida en este punto, y decidí cerrar la boca.
—Vas a estar bien —dijo Shadow mientras extendía una mano
por la parte baja de su espalda, tranquilizándola de la forma en que
sólo él podía hacerlo—. La parte más importante de lo que dijo
Ángel es que eres una diosa nacida del Nexus. Prácticamente
indestructible. Darás a luz a nuestro hijo con la misma facilidad con
la que te has hecho con un compañero poderoso.
Mera levantó la cabeza y lo fulminó con la mirada. —¿De verdad
me estás tomando el pelo ahora mismo? ¿Qué parte de todo lo que
pasamos para estar juntos fue fácil?
Shadow no pestañeó ante su repentina agresividad. Incluso antes
del embarazo, siempre había tenido una vena de no me jodas, que
estaba bastante segura de que le encantaba. —Cada parte fue fácil.
Comparativamente. Estamos destinados a estar juntos, pero te
habría elegido a ti y a todo lo que hemos pasado aunque no fuera
así. Amarte es lo más fácil que he hecho nunca.
El rostro de Mera se suavizó y dejó escapar un largo suspiro. —Es
una suerte que de vez en cuando digas lo correcto —Una pequeña
sonrisa cruzó sus labios—. Y con esa perspectiva, supongo que
quererte también es lo más fácil que he hecho nunca.
Los labios de Shadow se movieron, pero se abstuvo de decir más.
Mera también lo dejó pasar, volviendo a Simone al no tener mucho
tiempo. —Este es el pergamino —dijo, entregándoselo—. ¿Puedes
mantenerme al tanto de lo que ocurre en las manadas y si surge algo
de esta gran reunión?
Simone asintió, tomando el papel y moviéndose detrás de su
mostrador para deslizarlo en un cajón. —Por supuesto que sí.
Ahora, siéntate para hablar durante el tiempo que te queda aquí.
Cuéntame todo lo que ha pasado desde la última vez que nos
pusimos al día.
Cogidas del brazo, el par se dirigió al fondo de la tienda, donde
había unos cuantos sofás dispuestos en un pequeño espacio de
lectura. Eligieron un sillón y empezaron a hablar a la vez, y a pesar
de que las palabras salían de sus bocas a un ritmo que debería negar
la capacidad de escuchar y comprender lo que se decía, de alguna
manera lo consiguieron.
—Estoy preocupada por Sam —dijo Mera después de contarle lo
que habíamos sabido en Clarity—. Aunque está claro que no está en
peligro inmediato, definitivamente hay algo turbio en su manada.
Tan pronto como Sam esté lista para compartir con nosotros,
tenemos que ayudarla a pasar por esto.
Simone asintió, con sus serios ojos marrones clavados en el rostro
de Mera. —Sí, he estado preocupada por ella por las mismas
razones. Hay un trasfondo de oscuridad en su manada, similar al
que se sentía en Torma.
—Voy a poner a ese alfa en mi lista de asesinatos —murmuró
Mera—. Esos bastardos hambrientos de poder son la muerte de un
verdadero vínculo de manada.
El pecho de Shadow retumbó. —Eres sexy cuando estás tramando
un asesinato, compañera.
Mera se limitó a negar con la cabeza. —No eres de ayuda, amigo.
Deberías ser tú el que tramara el asesinato. Eres el maldito Shadow
Beast.
El estruendo en su pecho aumentó. —En primer lugar, no me
llames amigo. En segundo lugar, si quieres que asesine a alguien,
sólo tienes que pedirlo una vez y se haré —Su voz bajó—. Y en
tercer lugar, si necesitas que destruya todo el puto planeta, está
hecho.
La sonrisa de Mera era tan brillante que cegaba mientras sonreía
y parpadeaba para evitar las lágrimas. —Es lo más dulce que me
han dicho nunca.
Sólo esos dos podían convertir el asesinato en romance.
Shadow dio unos pasos para inclinarse detrás de su silla y besarla
bruscamente. Aunque sólo fue un beso, Simone y yo nos movimos
incómodas porque con estos dos, la química ardía tanto que ahora
mismo me sentía como si los hubiera encontrado en pleno acto
sexual.
Respirando con dificultad, me di la vuelta y salí de la tienda,
necesitando un momento para serenarme. Sin tener la culpa, Mera
me había hecho desear una vida que probablemente nunca sería
mía, un hecho que debía aceptar rápidamente.
9

Una vez en el exterior, tardé unos minutos en calmar mi corazón


acelerado.
Era muy frustrante volver a ser golpeada por emociones tan
fuertes, cuando había pasado siglos aprendiendo a controlar y
manejar cada aspecto de mi ser físico. Estaba fuera de control, y si
no conseguía controlarlo pronto, era probable que me
autodestruyera de una manera muy desagradable.
No podía dejar que eso pasara cerca de Reece. No le daría la
satisfacción.
—¡Ángel! —Simone me llamó por mi nombre al aparecer en la
calle—. ¿Estás bien?
Soltando una lenta respiración, me preparé para mentir, pero de
alguna manera la maldita verdad salió en su lugar.
—Estoy luchando.
Sus oscuras cejas se dispararon y casi chocaron con su igualmente
oscura cabellera.
—Oh, joder. Tengo que decir que eso es lo último que esperaba
que dijeras, y estoy un poco alucinada de que seas tan abierta
conmigo.
Simone y yo nunca habíamos pasado mucho tiempo juntas, ya que
nuestro mayor vínculo era nuestro amor por Mera. Pero aprecié su
respuesta directa y decidí continuar de la misma manera.
—Desde mi renacimiento, mis emociones se han despertado de
una manera que nunca había previsto. Quiero decir que soy vieja,
más vieja de lo que probablemente creas, y me ha costado mucho
tiempo aprender a controlar todos los aspectos de mi ser. Sin
embargo, aquí estoy, como una jovencita de nuevo, incapaz de lidiar
con ello.
Simone se acercó un paso más para dejar sólo unos centímetros
entre nosotras. No había shifters en la calle cercana, pero aun así
bajó la voz.
—¿De qué edad estamos hablando?
Algo de mi angustia murió, y no pude evitar mi sonrisa.
—Muy antigua. Confía en mí.
Se balanceó sobre sus talones. —Maldita sea, chica. ¿Mayor que
Shadow?
Esta vez mi mueca se convirtió en una sonrisa.
—Mucho mayor —La profunda voz de Shadow llegó desde la
puerta principal de la tienda mientras salía con Mera—. Ella era el
monstruo de las sombras antes que yo.
Le miré fijamente, esperando que se callara. —Esa fue una vida
anterior. Ahora sólo soy... Bueno, no tengo ni idea de quién soy, pero
espero tener la oportunidad de averiguarlo.
Mera no perdió tiempo en abrazarme, sabiendo a su manera que
estaba luchando, aunque no se lo había dicho con tantas palabras.
—Todo va a salir bien —susurró al separarse—. Veo un futuro
brillante para ti, Ángel. Hay una razón por la que has renacido, una
razón mayor que el hecho de que no creo que hubiera podido
sobrevivir sin ti. Sólo tenemos que ser pacientes, y la verdad se
revelará.
Simone alargó la mano y ella la cogió, uniéndonos a las tres. —El
embarazo te ha vuelto muy filosófica. Me gusta.
Mera apretó más a su mejor amiga. —Así es, y con eso en mente,
me pregunto si estás lista para contarme lo que pasó entre tú y
cierto vampiro. Realmente odio cuando mi mejor amiga me oculta
cosas y no me deja ayudar.
La alegría y el regocijo que había en el rostro de Simone se
desvanecieron tan rápido que fue como si alguien hubiera tomado
un paño y lo hubiera borrado de un manotazo.
—No puedo —se atragantó, con la voz rasposa como si se hubiera
hecho daño en la garganta—. La compulsión lo hace difícil, y hasta
que no descubra cómo romperla, el resto sería confuso.
Los labios de Mera se adelgazaron. —Tengo que matar a Lucien,
clavarle una estaca en el corazón al bastardo.
Simone tosió antes de sacudir la cabeza. —No, por favor. No fue
su culpa. Intentó ayudarme, pero en Valdor ocurrió una especie de
mierda. Ahora sólo tengo que seguir con mi vida, olvidar lo que
pasó.
A Mera seguía sin gustarle, pero tampoco volvió a discutir. Al
menos por hoy.
—Sí, supongo que puedo respetar eso. Es que odio verte herida
sin que haya forma de mejorarlo.
Simone la abrazó con fuerza, aferrándose a ella como si Mera
fuera su salvavidas.
—Sé que lo haces, y te amo por ello. Pero te prometo —se
apartó—, que estoy bien. Puede que incluso empiece a salir de
nuevo pronto, y espero que ese sea el paso adelante que necesito
para dejar atrás a Valdor.
—Salir de nuevo es bueno —Mera asintió—. Sería bueno saber
que alguien más está cuidando de ti ya que tus padres son humanos
viviendo sus vidas de mierda en el mundo real.
Simone soltó una carcajada apenada. —No es que estuvieran tan
interesados incluso cuando vivían aquí.
—Es cierto —respondió Mera con una sonrisa triste.
Shadow se aclaró la garganta, interrumpiéndolas. —Con respecto
a las citas, sugeriría que no se lo mencionáramos a Lucien. Tiene
mal genio cuando se trata de Simone, aunque no admita por qué.
Simone cruzó los brazos para protegerse.
—No tiene derecho a pensar en mí y mucho menos a enfadarse
por ello. Él tomó su decisión, y ahora yo tomo la mía. Dile lo que
quieras, pero asegúrate de mencionar que estoy bien. Tengo mi
propio negocio, y hay un shifter con el que estoy coqueteando y con
el que incluso podría tener una oportunidad. No necesito ni quiero a
ese vampiro en mi vida.
Shadow se limitó a asentir con la cabeza, con una expresión
neutra, pero le conocía lo suficiente como para saber que había
pensamientos profundos debajo de la máscara.
Simone, al terminar la conversación, se volvió hacia Mera.
—¿Cuánto tiempo puedes quedarte? ¿Cuánto tiempo hasta que te
vuelva a ver?
El tiempo se mueve de forma diferente entre la Tierra y los otros
reinos. Si estuviéramos en las Tierras Desiertas durante unas
semanas, podría traducirse fácilmente en dos meses en tiempo
terrestre.
—Tenemos unos minutos —dijo Mera rápidamente—.
¿Deberíamos comer algo? El bebé tiene hambre.
Eso hizo que su compañero se pusiera en marcha, e
inmediatamente nos metió en una cafetería cercana, que exhibía con
orgullo una pizarra de especialidades que ofrecía estofado de
ternera, cuadril de venado y un asado de conejo entero.
Los shifters no habían evolucionado mucho desde sus formas de
bestia, especialmente en sus hábitos alimenticios.
Por dentro era como cualquier otra cafetería que había visto en
este mundo: muchas cabinas, un tema de cuadros rojos y blancos, y
una larga barra que albergaba las bebidas, las salsas, los cubiertos y
unos cuantos shifters de aspecto aburrido. En cuanto se dieron
cuenta de nuestra llegada, tres de ellos se apresuraron a ayudarnos
a entrar en un reservado.
—¡Mera! —exclamó una de las hembras de pelo marrón dorado
claro y grandes ojos grises—. ¿Qué estás haciendo aquí?
La expresión de Mera no delataba mucho cuando dijo: —Hola,
Greta, ¿cómo van las cosas? Estoy visitando a Simone para ponerme
al día, y esperamos conseguir un poco de ese guiso mundialmente
famoso.
Greta tragó saliva, sus ojos se dirigieron a Shadow y luego
volvieron a Mera cuando no pudo sostener la mirada de la bestia
por más de un latido.
—¿Para todos? —chilló.
Mera me miró y yo negué con la cabeza.
—Sólo dos, por favor —dijo a la camarera—, y un poco de agua.
Greta se apresuró a salir entonces, un poco inestable sobre sus
pies.
—Esta mierda ocurre cada vez que Shadow se pasea entre los
shifters —resopló Simone—. Uno pensaría que es un dios o alguna
mierda así.
El pecho de Shadow se levantó al tiempo que se le escapaba su
habitual estruendo de fastidio.
—No te preocupes, compañero —dijo Mera mientras le acariciaba
el brazo—. Te protegeré de las damas.
Su ceño se frunció mientras estrechaba los ojos hacia ella, pero
antes de que pudiera comentar algo, Mera se dio la vuelta, ya
ocupada por su amiga.
—Jaxson está en NOLA en este momento —dijo Simone—. Y junto
con los otros tres alfas, están haciendo un trabajo realmente sólido
en la gestión de Torma.
—No creí que funcionara —respondió Mera, justo cuando llegó el
guiso. Greta colocó dos enormes platos de cerámica blanca sobre la
mesa, seguidos de vasos de agua—. Más de un alfa parece una receta
para el desastre, pero parece que en realidad ha creado un enfoque
más equilibrado, un consejo que vota las decisiones.
Simone, que ya había empezado a comer, se tomó un segundo
para tragar antes de contestar.
—Más o menos. Voto mayoritario, y también hay más votaciones
en manada. Desde que echaron a la familia Wolfe de la cúpula, esto
está tranquilo.
Mera, que ahora era la que se zampaba las cucharadas de sopa, se
limitó a asentir.
—¿Has sabido algo de Torin? —preguntó finalmente cuando dejo
de comer para tomar aire.
Ninguna de nosotras se sorprendió cuando Shadow murmuró: —
Debería haberle arrancado la puta cabeza.
—Ni una palabra —dijo Simone con los labios crispados—.
Probablemente esté muerto. El resfriado común mata a los
humanos aparentemente, y ese bastardo se contagiaría de la gripe
masculina seguro.
Shadow parecía complacido por esta verdad mientras se relajaba
en su rincón de la cabina, haciendo que la gran área pareciera
pequeña.
—Algún día le seguiré la pista —dijo Mera—. Tengo curiosidad
por ver qué ha decidido hacer con su segunda oportunidad, y si
Sisily ha decidido quedarse o no.
—Ella renunció a su loba por él —dijo Simone encogiéndose de
hombros—. Creo que va bastante en serio con él.
Mera soltó una carcajada. —Su loba se iba a ir sin importar lo que
decidiera, pero sí, tienes razón, estaba dispuesta a sacrificar su lado
shifter. No se me ocurre una pérdida mayor que esa. Tiene que ser
amor, ¿no?
Shadow se burló, y estaba claro que ya había hablado bastante del
shifter que había rechazado a Mera y desencadenado la cadena de
acontecimientos que la habían llevado hasta Shadow. En cierto
modo, ambos debían estar agradecidos de que Torin hubiera sido
un egoísta de mierda, de lo contrario el futuro de Mera podría haber
sido diferente, atrapada en Torma con ese imbécil para siempre. Yo
también tenía mucho que agradecer en ese sentido, y tal vez algún
día localizaría a Torin y le daría las gracias por ser un saco de
órganos sin carácter.
—Deberíamos irnos ya —dijo Shadow unos minutos después,
cuando las chicas habían terminado su guiso pero seguían
charlando sin parar—. Debemos prepararnos para ir a las Tierras
del Desierto.
Ya estaba de pie, lista para que esta próxima misión terminara y
se acabara. Mientras los fantasmas de mi pasado seguían rondando
por mi cabeza, me sentía inquieta y ansiosa, dos emociones con las
que no estaba bien que existieran dentro de mi energía.
Mera tardó más en ponerse en pie, y no sólo porque tuviera que
sacar el estómago de la cabina. Estaba claro que odiaba dejar a
Simone tan pronto después de llegar.
—Siempre es un adiós —dijo con lágrimas en los ojos.
—¿Quieres que venga con nosotros? —preguntó Shadow, con los
ojos entornados al ver la cara de llanto de su compañera.
El rostro de Mera se contrajo más. —Eso es taaaan dulce —
sollozó—. Pero no la pondré en peligro. Está construyendo una vida
aquí, y eso lo staneo al ciento cincuenta por ciento.
—No tengo ni puñetera idea de lo que significa stan —gruñó
Shadow—, pero sí sé que si no dejas de llorar, compañera, voy a
quemar esta puta ciudad hasta los cimientos.
Esto sólo hizo que Mera sollozara más fuerte mientras se
ahogaba: —Es una combinación de ser acosador y fan. Súper fan, si
quieres —En realidad empezó a calmarse aquí como si supiera que
estaba haciendo el ridículo—. Creo que ni siquiera lo he usado bien,
pero tengo que estar al día.
El pecho de Shadow retumbó mientras sacudía la cabeza. —
Sunshine, eres eterna. Palabras como stan —su cara se enroscó en
un simulacro de horror—, desaparecerán antes de que pestañees.
Mientras Mera seguía enumerando un montón de jerga con la que
había entrado en contacto recientemente, me encontré
intercambiando una mirada divertida con Simone.
—¿Siempre es así? —preguntó Simone con una risita.
—Su embarazo ha sido... interesante —respondí.
Esto provocó que Simone se riera y llenara el pequeño comedor,
lo que afortunadamente ayudó a que Mera dejara de llorar mientras
nos miraba.
—Deberían intentar cultivar un bebé del Shadow Beast,
imbéciles. Es difícil.
De eso no tenía ninguna duda.
—Todo va a salir bien —dijo Simone dándole un último abrazo—.
Nos volveremos a ver pronto, ya que será mejor que esté allí cuando
nazca el bebé. Y aunque me encantaría ir al desierto contigo —le
lanzó a Mera una falsa mirada de fastidio—, gracias por tomar esa
decisión sin siquiera consultarlo conmigo, por cierto. Pero si algo he
aprendido de Lucien es que no puedo jugar en tu mundo. No sin
salir herida. En estas situaciones de vida o muerte, soy un lastre. Y
realmente no necesitas eso en tu cond...
—Embarazo —interrumpió Mera con el ceño fruncido, pero al
menos no sonaba tan molesta—. Y tú nunca eres un lastre, pero me
moriría si te hicieran daño... o algo peor. Sólo, escríbeme, de
acuerdo. Estaremos en contacto.
—Lo mismo digo, amiga —dijo Simone en voz baja antes de soltar
un largo suspiro—. Por favor, mantente a salvo. Mantente a ti y a ese
bebé con vida.
—Nosotros estaremos allí —le recordé—. Shadow y yo no
dejaremos que le pase nada a Mera o al bebé.
Mera parecía estar intentando no sonreír. —El bebé y la tía Ángel
aún están resolviendo su relación, pero ten por seguro que ambos
sabemos que nos ama.
La palabra "amor" me incomodaba tanto como a Shadow, y
aunque Mera la lanzaba como confeti en una fiesta, nunca dudé de
que lo dijera en serio.
Y no se equivocaba. Sea lo que sea en lo que Reece les había
metido, yo estaría allí para asegurar que mi familia no pereciera en
las Tierras del Desierto.
Nunca más.
10

Mera estaba apagada cuando dejamos Torma, pero no duró mucho.


Simone y Sam eran las únicas partes de la Tierra que odiaba dejar
atrás, y tenía la sospecha de que muy pronto ambas acabarían en la
biblioteca, de una forma u otra.
Mera no aguantaría mucho tiempo estas despedidas, y Shadow no
aguantaría las lágrimas de Mera.
Una vez que salimos del pasillo y regresamos a la Biblioteca del
Conocimiento, la encontramos llena de más seres del Sistema
Solaris de los que había cuando nos fuimos. Era el mejor momento
para la investigación. Mientras pasábamos por las estanterías,
empecé a prepararme mentalmente para lo que vendría después.
Batallas... de nuevo.
Batallas en las Tierras del Desierto... de nuevo.
Reece... el maldito Reece.
La parte real para la que nunca estaría preparada.
—¡Gaster! —gritó Mera de repente, afortunadamente
distrayéndome. El pensamiento y la preocupación constantes se
estaban volviendo un poco abrumadores; no tenía ni idea de cómo
los seres hacían esto todo el tiempo.
—Vamos a estar fuera un tiempo —dijo Mera al goblin, que
miraba con expresión suave—. ¿Hay algo que necesites de nosotros
antes de que nos vayamos?
La sonrisa de Gaster era genuina y se extendía por su arrugado
rostro. Puede que sea el que más quiera a Mera.
—Cuídate y cuida a nuestra joven —dijo con brusquedad—. No
podemos perder a ninguno de los dos.
Shadow parecía complacido por estas palabras, y supe (porque yo
sentía lo mismo) que nunca envidiaría tener cerca a los que amaban
a Mera. Todos nosotros la manteníamos a salvo. Éramos su familia,
y el goblin, que era más poderoso de lo que la mayoría podría
conocer, era un aliado realmente fantástico para tener de su lado.
—Estaré con Shadow y Ángel, y los demás —le recordó Mera—.
Por no mencionar que yo también soy una especie de diosa, así que
creo que todo irá bien. Te mantendremos informado lo mejor que
podamos —giró la cabeza hacia Shadow—. Podemos hacerlo,
¿verdad?
Shadow asintió. —Puedo comunicarme con la biblioteca.
Eso satisfizo a Mera. —Perfecto. Me sentiré mejor sabiendo que si
hay algún problema aquí, seremos informados rápidamente.
Gaster inclinó la cabeza, con una sonrisa que nunca se borró. —
Mantendré tu biblioteca a salvo, Mera Callahan. No tienes que
preocuparte tanto. Concéntrate en las pruebas que te esperan, y
déjame el resto a mí.
Lo abrazó por última vez y luego volvimos a avanzar por el
camino hacia el comedor. Cuando nos acercamos, dos familiares
bocanadas de humo salieron de los estantes donde claramente
habían estado esperando el regreso de sus seres queridos. Inky y
Midnight se envolvieron alrededor de Shadow y Mera, que
desaparecieron entre las nubes negras.
Las nieblas eran la energía original del poder que cubría el Reino
de las Sombras. Era casi inaudito que una parte de esa energía se
separara del colectivo, y menos aún que se uniera a otra. Por
supuesto, Shadow y Mera hicieron un arte de demostrar que la
norma estaba equivocada, y fue agradable verlos a todos juntos de
nuevo.
—Midnight, te he echado mucho de menos —exclamó Mera,
reapareciendo mientras la nube oscura se elevaba—. Creía que te
habías quedado en el reino.
—Sólo han vuelto para despedirse —dijo Shadow, también
reapareciendo.
Después de eso, sus conversaciones se calmaron ya que todos
podían charlar mentalmente. Me alejé para permitirles este
momento juntos antes de irnos. Mi inquietud iba en aumento, junto
con mi ansiedad, y como nunca antes había sido propensa a ninguna
de esas emociones, era desconcertante.
En un esfuerzo por recuperar el equilibrio, solté mis nuevas alas,
maravillándome una vez más con las llamas que se deslizaban por
sus plumas. Después de toda una vida con mis anteriores alas y
apariencia, era extraño experimentar el cambio. Los longevos no
llevábamos muy bien los cambios, sobre todo cuando no se trataba
sólo de mis alas llenas de fuego, sino también de mi cuerpo.
Fuego y pasión.
Si hablaba con Mera de ello, sabía sin duda que me diría que tenía
que acostarme con alguien... y quizá tuviera razón. Esta energía
extra y el deseo tenían que ir a alguna parte.
El sexo no era una parte importante de mi vida; de hecho, sólo lo
había experimentado una vez antes de convertirme en un maldito
robot. Pero ya no era un robot, y con eso, era libre de explorar todos
los placeres de la vida.
Como si ese solo pensamiento arrastrara al Fae fuera de
dondequiera que se hubiera escondido, Len apareció ante mí tan
repentinamente que me vi obligada a detenerme. Mis ojos se
clavaron en los suyos mientras miraba fijamente sus rasgos
plateados.
—¿Qué demonios, Len? ¿Me estás retando a una pelea?
Acercarse a otro sobrenatural tan rápido y sin avisar era el
equivalente humano a lanzar palabras de pelea.
La sonrisa de Len fue lenta, barriendo los planos perfectos de su
cara hasta que era casi cegadora. Conocía esa sonrisa. No confiaba
en esa sonrisa.
—He sentido una vibración —dijo de repente—. Una fisura y
fuego en el aire, y... ¿hay alguna posibilidad de que necesites ayuda?
Ahhh, así que la lucha no era la palabra F1 que le había hecho
moverse tan rápidamente.
No sé cómo supo que estaba luchando contra mis impulsos
sexuales, ya que no soy de las que permiten que mis hormonas o
emociones se desahoguen físicamente, pero existía la posibilidad de
que esta vez se me escapara en mi agitación.
—¿Qué sugieres exactamente? —dije, cruzando los brazos,
nuestros cuerpos casi tocándose. No me apartaría del Fae, y él lo
sabía. Un hecho que utilizaría en su beneficio. Sin embargo, si era
inteligente, también se daría cuenta de que estar al alcance de mi
brazo podría ser perjudicial para su bienestar físico.
—Eres demasiado poderosa para molestarte con la mayoría de
los seres del Sistema Solaris —me dijo, con esos ojos de gato
devorándome con su intensidad—. Lucien está fuera, ya que está
mentalmente ocupado. Galleli no sale nunca, y Alistair tiene sus
propios gustos específicos. Lo que me deja a mí.
No se me escapó que había dejado a Reece fuera de la lista de
posibilidades. Era lo suficientemente inteligente como para saberlo.
También era lo suficientemente inteligente como para saber que no
había muchos fuera de la alegre banda de imbéciles de Shadow,
como los habían apodado, en los que confiara para ser vulnerable.
Aun así, yo no había pedido esta conversación y, a decir verdad, Len
se estaba extralimitando.

1 Se refiere a que lucha (fight) y follar (fuck) empiezan por la misma letra en inglés.
—Mi inquietud no se va a calmar necesariamente con el sexo —
dije sin rodeos, sin ánimo de juegos—. Es un proceso natural por el
que tengo que pasar después de mi renacimiento. El sexo sería una
distracción menor.
Len arqueó una ceja plateada. —Te prometo, Ángel, que no habría
nada menor en ello, y tal vez el sexo regular es exactamente lo que
necesitas para trabajar este nuevo —se aclaró la garganta—, fuego
que se ha apoderado de ti. Ahora vemos más de Mera en ti. Está
creciendo en tus ojos... tu poder. Aunque todavía no estés preparada
para admitirlo, no puedes contener las llamas del cambio durante
mucho tiempo.
Mi mano derecha se levantó mientras apuntaba a lo alto,
agarrando el cuello de su chaqueta tan rápido que le cogí por
sorpresa. Todo se volvió blanco en mi mente mientras mi sangre
hervía y se congelaba.
—No me conoces, Len. No presumas que puedes percibir una
debilidad para manipular, porque no existe. Afrontaré este cambio
de la misma manera que he afrontado todos los retos de mi vida, sin
miedo ni freno.
No se resistió a mi abrazo, y cuando la sorpresa en su expresión
se desvaneció, fue reemplazada por remolinos de lujuria en sus ojos
claros.
—Eres realmente espectacular —murmuró, y hubo una mezcla de
poder gélido entre nosotros: un momento de atracción,
posiblemente, hasta que ambos recuperamos el sentido común.
Lo solté tan rápido como lo había agarrado, y cuando sus botas
tocaron el suelo, me di cuenta de que lo había levantado en mi furia.
Era más alto y pesado que yo, pero no me había dado cuenta.
Len se enderezó el cuello de la camisa, sin dejar de esbozar
aquella sonrisa enloquecedora.
—Realmente espectacular —repitió—. Todos lo sabemos y
hemos querido acercarnos a lo largo de las décadas, pero Reece
nunca nos permitió mirar más de una vez. Si nos descubría una
segunda vez... Créeme, hacía que Shadow pareciera un cachorro
amistoso.
Todo dentro de mí se aquietó.
—¿Qué acabas de decir?
Ese fue el momento en que Len se dio cuenta de que había metido
la pata, y sus pálidas facciones se volvieron más heladas.
—¿Te advirtió que no te acercaras demasiado a mí? —Me ahogué,
con la rabia y la desesperación luchando por la supremacía dentro
de mí—. Durante siglos me ignoraron, incluso cuando estábamos en
las mismas batallas. Supuse que era por mi propia vergüenza
personal. Lo acepté y viví con las consecuencias de mis acciones,
mientras trabajaba para enmendarlas. ¿Pero ahora me dices que la
razón por la que siempre me he sentido rechazada, incluso entre
aquellos a los que nunca he hecho daño, era por Reece?
Shadow y sus amigos habían sido tratados como los seres
supremos de este Sistema Solaris durante mucho tiempo. Todo el
mundo los miraba con envidia, miedo y temor. Si la vida hubiera
sido diferente, podría haberme unido a ellos (una idea que había
tenido más de una vez), pero había sido rechazada repetidamente
de su círculo hasta que finalmente dejé de intentarlo. Luego,
durante muchas décadas, nos ignoramos mutuamente hasta que me
volví invisible.
El castigo de Reece fue demasiado lejos: era nuestra disputa, de
nadie más. El dios bronceado de los desiertos apareció entonces,
como si mi rabia lo hubiera llamado. Al girar, vi a Len agitando
frenéticamente las manos en el aire, intentando advertir a Reece de
que mi ira se dirigía hacia él, pero era demasiado tarde.
Reece me había manipulado, y por eso, íbamos a tener una
pequeña charla.
Nunca más me controlaría.
11

Antes de que diera dos pasos hacia mí, ya sabía que estaba furiosa.
No había derramado ninguna energía, pero mis alas estaban
inclinadas en un ángulo superior que indicaba que estaba dispuesta
a luchar. La paz que había encontrado gracias a mi bendición en los
prados, se había esfumado ante mi más antiguo amigo convertido en
enemigo. Reece, como siempre, alteró cada parte de mi equilibrio.
—Es hora de que nos dirijamos a las Tierras Desiertas —dijo
dirigiéndose a los demás, aunque sus ojos no se apartaron de los
míos. El azul se clavó en mí, intentando desnudarme, pero yo estaba
demasiado lejos para que me afectara esa mirada.
—¿Cómo te atreves? —dije, con la voz erizada por las corrientes
subterráneas de mi ira, aunque las palabras no pasaran de un
susurro—. No tenías derecho a dictar quién podía o no podía
entablar una amistad conmigo.
La piel alrededor de sus ojos se tensó minuciosamente. Estaba
confundido, pero eso duraría sólo dos segundos antes de que se
diera cuenta. Por desgracia para todos, este bastardo era poderoso,
atractivo e inteligente. El paquete completo si, por supuesto, no te
importaba su lado arrogante, controlador y pedazo de mierda que
formaba parte del trato.
La mirada de Reece se desvió hacia arriba y por encima de mi
hombro hacia Len, y desde mi periferia vi que el Fae se encogía de
hombros como si dijera Lo siento, se me escapó.
Volviendo a prestarme atención, la expresión de Reece no
delataba nada.
—Te merecías lo que te pasó.
Golpeé con mi energía, atravesando la capa protectora de arena
que siempre le rodeaba. La mayoría no podía verla, la barrera
invisible de arena roja de Rohami que formaba parte de sus
defensas naturales, pero yo sabía exactamente dónde golpear para
burlar ese sistema de seguridad.
Dio un paso atrás, sacudiendo la cabeza como si le hubiera dado
un puñetazo.
—Acepté mi castigo —gruñí, acercándome, con mi poder
filtrándose por primera vez, arremolinándose hasta formar lanzas—
. Yo también perdí ese día. Lo perdí todo, y aun así has seguido
odiándome durante tantos años que casi he olvidado lo que era ser
tu amiga.
Su gruñido fue molestamente más impresionante que el mío, y
entonces se dirigió hacia mí rápidamente. Mis proyectiles de
energía se liberaron, y aunque él barrió la mayoría como si fueran
moscas, unos pocos le cortaron el cuerpo, dejándole heridas que se
curaron casi al instante. Haría falta mucho más de lo que le estaba
lanzando para herir de verdad al dios, y yo no estaba tan lejos como
para llegar a eso.
Todavía.
—¿Has olvidado cómo era? —gruñó de nuevo, con el pecho
hinchado mientras se acercaba furioso. No se detuvo mientras me
levantaba en sus poderosos brazos y me golpeaba contra una
estantería cercana. Toda la estructura tembló, los libros cayeron a
nuestro alrededor y, a pesar de los gritos de los goblins
horrorizados, ninguno de los dos apartó la vista y nadie se acercó a
nosotros.
—Lo he olvidado todo —mentí, inclinando la cabeza y llamando a
más poder a mis manos, la energía lista y esperando para rechazar
su agarre—. Fue mucho más fácil de lo que esperaba. Estoy segura
de que puedes decir lo mismo, ya que me has ignorado durante mil
años más de lo que te importaba —Me obligué a sostenerle la
mirada, aunque quería apartar la vista.
Se quedó quieto, como un depredador, y después de que las
galaxias destellaran en sus irises, el hielo siguió, helándome hasta
los huesos.
—Nunca he olvidado nada de ti —soltó, inclinándose para que
nuestros labios casi se tocaran—. Tu sabor. Tu aroma. La daga
ardiente de tu traición.
Mis ojos se cerraron porque ya no podía hacerlo... mirar fijamente
esas hermosas profundidades azules.
—Lale —me dijo, y no pude ignorarle cuando usó ese nombre.
Por mucho que deseara hacerlo. Cuando volví a abrir los ojos, el rojo
llenaba mi visión; su arena nos rodeaba por todos lados, impidiendo
que los demás nos vieran o intervinieran para separarnos.
—Me quitaste a todos —dije, con un molesto temblor de dolor en
la voz. Maldita sea, estas nuevas emociones eran un dolor de
cabeza—. He estado sola. Sin familia. Sin amigos. Sin maldita
esperanza. Tu hermano fue herido en esa batalla; lo entiendo y sé
que nunca fue el mismo hasta que murió. Entiendo por qué no me
has perdonado, pero trata de entender... yo lo perdí todo.
No respondió, pero estaba claramente confundido por la
naturaleza apasionada de mi discurso. Mis recién renacidas
emociones no se habían expuesto ante él hasta ahora, y sin duda no
tenía ni idea de cómo manejarlas.
Reece me soltó de repente y, cuando retrocedió, resistí el impulso
de frotarme la piel donde había tocado. Su poder seguía
quemándome, pero me negué a mostrarle lo afectada que estaba.
—Has cambiado —dijo, sin dejar de mirarme como si yo fuera un
misterio que tuviera que desentrañar—. Justo cuando necesitaba a
la guerrera robótica, vuelves a ser... —Sus palabras se
interrumpieron mientras sacudía la cabeza.
—¿Vuelvo a ser qué? —insistí, ya sin la mayor parte de mi furia.
Enterarme de la verdad por parte de Len me había desconcertado,
pero ya estaba en un lugar de aceptación. No debería haber
esperado menos de Reece.
Decidiendo que su respuesta ni siquiera importaba, simplemente
reuní cada gramo de mi equilibrio y empujé a través de su poder,
saliendo de la barrera de arena para encontrar a una furiosa Mera al
otro lado. Shadow la retenía y gritaba: —Si le pasa algo, te romperé
legítimamente en diez putos pedazos —Sus ojos escupían fuego
mientras las lágrimas trazaban sus mejillas—. Es tóxico para ella, lo
sabes tan bien como yo, y esto no está bien.
Su vena protectora era tan grande como el propio Sistema Solaris,
y me recordaba que ahora me querían. Ya no existiría sola,
atravesando el día sin sentir nada. Por muy duros que fueran estos
cambios, eran lo mejor que me había pasado.
—Reece no es su criptonita, Sunshine —dijo Shadow, sus ojos se
encontraron con los míos por encima de su furiosa compañera—.
No es tóxico para ella. Y esos dos tienen que arreglar sus mierdas, o
eso afectará al resto de nosotros y a nuestra capacidad de lidiar con
lo que sea que esté sucediendo en las Tierras del Desierto.
Mera sollozó un par de veces, pero ya no luchaba contra él. —Ella
siempre me protege, y sé que está luchando. Me mata no poder
protegerla de la misma manera.
Me dolió el corazón cuando escuché eso.
—Hey —dije en voz baja. La cabeza de Mera se movió en mi
dirección y, al soltar a Shadow, corrió hacia mí, esquivando libros
caídos y goblins que se escabullían.
Mis alas habían desaparecido cuando ella llegó a mí, así que sólo
había una barriga redonda que se interponía en nuestro abrazo.
—¿Estás bien? —preguntó sin aliento—. Pude sentir los picos de
energía, pero la arena era demasiado gruesa para atravesarla.
Shadow pensó que debíamos darles un momento.
A mis espaldas, sentí que el poder de Reece se extinguía, que las
arenas volvían a su barrera invisible a su alrededor. Extrañamente,
se acercó a mí y casi pude saborear el calor seco de su poder en mi
lengua. Cuando se acercó aún más, quedé prácticamente atrapada
entre él y Mera.
—Ángel y yo estamos bien —Meers dijo con voz
tranquilizadora—. No te estreses. Tenemos que resolver algunos
asuntos pendientes, y es mejor que lo hagamos antes de
enfrentarnos a esta nueva situación. Una vez que estemos en las
Tierras del Desierto, voy a necesitar que presentemos un frente
unido. La gente del desierto puede percibir las debilidades con
bastante facilidad, y no tenemos tiempo para lidiar con las
manipulaciones que podrían surgir de eso.
Mera se apartó para mirarle. —¿Y lo solucionaron? —Su tono era
corto, y me alegré de que siguiera estando firmemente en mi equipo
en lo que respecta a esta situación. Me giré también para descubrir
que Reece llevaba su habitual fachada estoica, el rostro vacío de
cualquier emoción verdadera.
—Estamos más cerca —dijo él finalmente.
Más cerca de asesinarnos.
El pensamiento, afortunadamente, no se reflejó en mi cara, y
pudimos tranquilizar a Mera lo suficiente como para poder pasar a
planificar nuestros próximos pasos. Cuando el ambiente se calmó,
todos los demás se adelantaron, incluidos Alistair, Galleli, Lucien y
Len. Todos iban ataviados para el viaje a las Tierras Desérticas,
excepto yo con mis ropas humanas, pero como podía llamar a mi
armadura cuando fuera necesario, no había preocupación.
Reece, que seguía de pie demasiado cerca de mí, fue directo al
grano. —Todo será proporcionado por las dinastías, así que no hay
necesidad de suministros fuera de las armas y las piedras de energía
—miró a su alrededor, captando nuestras miradas—. No debería
haber ningún peligro inmediato en esta primera parte de nuestro
viaje mientras nos dirigimos al Ostealon y asistimos a esta
improvisada reunión de las dinastías. A partir de aquí, quiero que
empecemos a investigar los disturbios y a averiguar quién está
implicado. Una vez que sepamos eso, podremos interrogarlos sobre
lo que está sucediendo y, con suerte, llegar al fondo del verdadero
problema aquí.
—La cuestión de quién o qué está perturbando las tierras
sagradas —añadió Shadow.
Reece asintió. —Exactamente.
Al mismo tiempo, Mera preguntó: —¿Qué es un Ostealon?
—Es nuestro terreno neutral —le dijo Reece—. Un poderoso
pedazo de tierra que no es propiedad de nadie y es un punto central
de reunión rodeado de ríos de arena, nuestros principales canales
de transporte.
El ceño de Mera se frunció, y hubo un aleteo de confusión entre
nuestro vínculo.
—Lo entenderás mejor cuando estés allí —le dije—. Es bastante
espectacular.
Esto provocó una sonrisa en sus labios. —A pesar de los peligros,
estoy muy emocionada con esto.
—Lo sabemos —dijeron a la vez Len, Lucien y Alistair.
Las carcajadas masculinas llenaron esta sección de la biblioteca,
pero no me uní a ellas, demasiado estresada para encontrar nada
divertido. Volver a ese mundo siempre iba a ser una lucha para mí.
Un tormento que debía soportar.
Algo me decía que después de esta misión, la vida tal y como la
conocía no volvería a ser la misma.
12

La puerta de las Tierras del Desierto no era una ante la que me


hubiera parado en años. Por suerte, hoy no fui la primera en pasar,
ya que Reece tuvo ese honor para poder dirigir al resto de nosotros
al lugar más seguro para llegar. Cuando los demás se adentraron en
el portal arremolinado, Galleli y yo fuimos los últimos. Cuando llegó
mi turno, me estremecí ante la sensación de alteridad que siempre
surgía cuando mi energía se mezclaba con la de un mundo extraño.
—¿Estás bien? —Galleli envió calor con sus palabras, y fue
reconfortante.
—Estoy bi....
El final de la mentira murió en mi lengua, ya que una vez más fui
incapaz de contener mis emociones. Con el ánimo de avanzar y
madurar, decidí ser sincera con él.
—Estoy luchando con esta nueva realidad. Luchando con mi nueva
energía, mi nueva aura, y todas las emociones que vuelven a rebotar
dentro de mí sin ningún lugar al que ir. No sé cómo volver al
equilibrio en el que solía existir.
Hubo un momento de silencio mientras avanzábamos hacia la
puerta, el olor a desierto y poder llenando nuestros sentidos. No
parecía que fuera a responder hasta que sentí su toque en mi
hombro.
—No quieres volver, Melalekin. No hay nada ahí atrás para ti. No
hay esperanza. No hay felicidad. No hay amor. Este regalo que se te ha
dado... abrázalo. Cae en él. Deja de luchar contra lo inevitable porque,
al final, sólo te estás costando una segunda oportunidad de tener una
vida real —El dolor en mi pecho era agudo—. Tu futuro es brillante.
Su toque me levantó y tuve que forzar mis piernas temblorosas
para volver a avanzar. No había nada en este mundo que pudiera
golpearme como lo habían hecho esas pocas palabras.
—¿Ves realmente un futuro brillante?
Esta vez no dudó. —Sólo si puedes luchar contra la oscuridad que
te retiene. Depende de ti y de lo que descubras en estas tierras. Los
antiguos no sólo llaman a Reece.
Con esa portentosa declaración, me empujó suavemente hacia el
portal.
Mis pensamientos eran un lío mientras cruzaba, y aunque nunca
había habido pruebas de que Galleli fuera un verdadero profeta,
había aprendido a no desestimar sus palabras y sentimientos a lo
largo de los años. Puede que los acontecimientos que se produjeran
después no acabaran siendo una traducción literal de sus
predicciones, pero miré entre líneas. Galleli no era alguien a quien
se pudiera desestimar, pero me dejó más confundida que nunca.
¿Por qué me llamarían los antiguos?
Los remolinos de las Tierras Desiertas me rodearon por
completo, recordándome una vez más lo verdaderamente
ingeniosas que eran las conexiones del Sistema Solaris. Cuando la
niebla finalmente se despejó, respiré profundamente, dejando que
los olores familiares llenaran mis sentidos.
No debería parecer que fue ayer cuando anduve por este mundo,
pero por supuesto, mi mente nunca me dejaría olvidar.
—¡Ángel! —Mera me llamó por mi nombre y abrí los ojos para
asimilarlo todo.
—Ostealon —exhalé, mirando a través del eje central de las
Tierras del Desierto. El terreno neutral de Ostealon era un plano
muy abierto, con arenas de un ocre intenso. Normalmente estaba
desocupado, pero hoy estaba cubierto por una masa de tiendas,
todas con colores que representaban a sus dinastías.
Recordé de una de las otras reuniones en las que había estado
que la gran carpa blanca, visible en la distancia mientras brillaba
suavemente contra el cielo dorado bajo la luz de la media luna, era
donde tendrían lugar todas las reuniones y festividades.
—¿Has estado aquí antes? —preguntó Mera, tratando de ver todo
a la vez hasta el punto de que me preocupaba que su cabeza fuera a
salirse del cuello.
Asentí. —Sí. Como dijo Reece, esta zona es una tierra neutral con
grandes entradas a los ríos de arena y casi sin dunas, lo que les
permite albergar a miles de habitantes del desierto durante estas
reuniones.
Reece se acercó unos pasos, llevando a los demás con él.
—Correcto, y les explicaré la distribución tan pronto como nos
hayamos dirigido a nuestras tiendas. Ya estamos llamando la
atención, y me gustaría tener todo listo antes de lidiar con los
lugareños —A veces la forma en que se refería a los "lugareños" de
su mundo era casi como si él no fuera uno de ellos.
En el momento en que nos condujo al brillante bullicio de este
mundo, mis recuerdos volvieron con fuerza. Todas las dinastías
estaban vestidas con los colores de sus arenas: dorados y rojos y
negros, según su territorio. Ninguna de las tierras de las dinastías se
tocaba entre sí, y todo aquí era a gran escala, con sólo los ríos de
arena y la gran profundidad para conectarlos a todos.
Era un rito de paso hacer tu primer barco, barcaza o nave para
viajar. Reece tenía dos o tres en Rohami. O al menos los tenía
cuando lo conocí.
—¿Qué tan grande es este lugar? —Oí a Mera preguntar a
Shadow.
—Es enorme —dijo—. El Ostealon es la mayor masa de tierra de
los desiertos, pero eso no significa que cualquiera de las otras
tierras se considere pequeña.
—¿Tienen un consejo? —preguntó Mera, con los ojos puestos en
la multitud de tiendas de campaña de colores que eran hogares
temporales durante esta reunión.
—Hay ocho dinastías —le dijo Shadow—, y cada una está
gobernada por un princeps que ostenta un liderazgo de tipo
monárquico. En su mayor parte, se ciñen a sus propias tierras, pero
en ocasiones se reúnen y hablan de asuntos que afectan al colectivo.
Mera asintió, con los ojos todavía ávidos de todo aquello.
Estábamos llamando la atención, como había señalado antes Reece,
pero cuando vieron que estábamos con el dios del desierto, nos
dejaron en paz.
—Son todos tan bonitos —dijo Mera, con una sonrisa brillante
que le separaba los labios—. Me encantan los colores terrosos,
rojos, dorados y marrones. Me recuerdan al Nexus, y el pueblo del
desierto brilla con este telón de fondo.
No se equivocaba con respecto a los lugareños, cuyos tonos de
piel van desde el bronce profundo (como el de Reece) hasta los
marrones más oscuros de los más cercanos a Delfora. Las dinastías
orientales tenían los tonos de piel más claros, ya que estaban
bañadas principalmente por la luz de la media luna. Sin embargo,
sea cual sea su territorio, Mera tenía razón en una cosa: eran una
raza inusualmente bella, casi sin excepción.
Cuando atravesamos muchas de las carpas de color negro,
dorado, oliva y terracota, llegamos por fin al rojo. La zona de
Rohami era un faro ardiente en las amplias arenas ocres del
Ostealon, que me recordaba una vez más aquella época tan lejana en
la que participé en una reunión. No sólo las tiendas me trajeron de
vuelta, sino también el aroma del aire: seco y terroso con ricas
especias y la flor del tomillo. Esta flor tenía pequeños capullos
púrpura que se extendían por las arenas de forma tan densa que
creaban la ilusión de una tierra púrpura. Era una de las pocas floras
que sobrevivían en este clima seco, y su aroma floral era uno que
nunca había encontrado igual.
Antes de que pudiera caer más en el pasado, Reece gritó que
había encontrado su tienda, y yo le seguí junto a todos, haciendo lo
posible por quedarme aquí. En el ahora.
Rohami era una dinastía fuerte, con su relativa proximidad a
Delfora y una extraña habilidad para producir descendencia que
tenía un poco de... extra. Cuando nos acercamos a la tienda de Reece,
no me sorprendió ver que tenía el doble de tamaño que la mayoría
de las que habíamos visto, con la gran imagen de un jackan en la
parte superior. El jackan era una bestia que sólo existía en este
mundo, y lo más parecido a él era un híbrido con la cabeza de un
gran zorro y el cuerpo de un canguro. Sus poderosas patas traseras
le permitían rebotar por las gruesas arenas y también excavar bajo
ellas si era necesario. Era una especie depredadora, y una que
Rohami había reclamado como su mascota. Después de todo, los
guerreros más grandes y fuertes siempre procedían de esta dinastía,
como había demostrado la historia.
—Aquí estamos —dijo Reece, colocando su mano en los picos de
un panel justo cerca de las solapas de la tienda firmemente cerradas
de la entrada. Se trataba de un sistema de seguridad que sólo
permitía entrar a aquellos con energía aprobada, y como Reece era
el último de su línea directa, esta tienda era segura.
Las tecnologías de esta tierra eran más sutiles que otras, y se
basaban principalmente en la energía que fluye bajo las arenas y los
ríos. Utilizaban este poder para convertir las arenas en muchos
objetos útiles, como edificios, vidrio, armas y barcos.
Sin embargo, la mayor parte de los habitantes de las Tierras del
Desierto llevaban una vida sencilla, sin preocuparse por el poder.
Y ninguno tenía las habilidades de Reece.
Su conexión con las arenas hizo que éstas respondieran a su
llamada. Aunque los detalles de su nacimiento eran secretos, todo el
mundo lo veneraba y respetaba. En este mundo se le consideraba un
segundo al mando cercano a los antiguos dioses.
Con suerte, sólo esa reputación nos ayudaría a expulsar la
oscuridad. Ahora que había llegado a las Tierras Desiertas, Reece no
era el único que sentía el desequilibrio.
Alguien aquí había olvidado su historia y lo que ocurría cuando
uno molestaba al Delfora. Un olvido que podría hacer que nos
mataran a todos.
13

En el interior de la tienda, el verdadero tamaño y la opulencia de la


misma se hicieron evidentes.
—Aquí no hacen nada a medias, ¿verdad? —dijo Len, girando
para contemplar la enorme extensión del espacio.
—Esta es la principal zona de estar y descanso —explicó Reece,
agitando la mano sobre la zona redonda de al menos dos metros de
diámetro. La arena estaba cubierta de grandes alfombras
acolchadas tejidas con hojas de pamolsa, una de las únicas plantas
arbóreas que crecían en las Tierras del Desierto. Se trata de un
producto altamente comercializable que, junto con las arenas,
puede convertirse en muchos productos sorprendentes.
Sobre las alfombras había gruesos cojines tejidos con hebras de
las hojas verde oliva de la pamolsa. En su interior había un relleno
en forma de nube, hilado mediante la manipulación de las arenas de
las tierras del este. Había tantos cojines que, al pasar, tuvimos que
apartarlos para poder cruzar la sala de estar.
—Todo el mundo tiene una zona de dormir designada aquí atrás
—dijo Reece, señalándola. Cada una de las zonas para dormir tenía
su propia puerta cerrada, lo que proporcionaba toda la intimidad
posible en una tienda de campaña.
—La ropa de repuesto y algunas armas deberían estar ahí
también.
Por lo general, no llevaba mudas de ropa, ya que podía utilizar mi
energía para limpiar la mía y, sobre todo, llamar a mi armadura si
era necesario. Pero para los demás, esto sería muy útil.
Mientras cada uno elegía una habitación, entré en una y no me
sorprendió ver en el suelo una enorme versión de los cojines de
fuera. La ropa de cama de aquí no se parecía en nada a la que había
sentido en otros mundos, y aunque puede que no durmiera tanto
antes de mi renacimiento, cuando había estado aquí, siempre me
había encontrado meditando en posición supina.
—Cada una de las habitaciones —nos dijo Reece—, tiene una
githna adjunta... una zona de lavado. Deberían saber cómo acceder
al líquido, y no necesitarán ningún jabón porque nuestros acuíferos
subterráneos están imbuidos de limpieza natural.
Todos salimos de las habitaciones para reunirnos con él cerca de
su entrada.
—¿Cómo funciona el agua aquí? —preguntó Mera—. Ya sé que
probablemente no la llamen agua, pero ya saben a qué me refiero.
Deben tener algún tipo de líquido para beber que hidrate, ¿no?
—Sí —confirmó Reece—, pero sólo existe en las profundidades
de nuestras arenas. Nunca encontrarás liforina arriba ni la verás
caer de nuestro cielo.
Antes de que Mera pudiera hacer otra de la docena de preguntas
que sin duda rondaban su mente, Shadow habló:
—Vamos a instalarnos en la zona de descanso y luego Reece
puede sacar sus mapas. Una lección de geografía sobre los desiertos
debería calmar parte de la curiosidad que ronda —su mirada
inexpresiva se dirigió a Mera—, los cerebros de todos.
Mera sonrió ampliamente antes de dar una palmada de emoción.
A través de nuestro vínculo, sentí un pico de adrenalina en ella ante
la posibilidad de nuevos descubrimientos.
—Primero necesito rehidratarme rápidamente —dijo Alistair—.
La sequedad de esta tierra y su aire ya está pasando factura.
Alistair había nacido en las aguas de Karn, y su piel era sensible al
calor y la temperatura. En la mayoría de los mundos había suficiente
humedad en el aire para mantenerlo en funcionamiento, pero los
desiertos no eran lo mismo. Tendríamos que vigilarlo porque si su
cuerpo se secaba demasiado, podría morir.
—Hay mucha agua en tu habitación —dijo Reece, recurriendo al
término más general de liforina—. Toma toda la que necesites.
Alistair le dio una palmada a su amigo en el brazo antes de
pasarse una mano por sus rizos verdeazulados, sacudiéndolos como
si eso fuera a aliviar su malestar. Cuando desapareció, los demás
volvimos a la zona de descanso para sentarnos entre los cojines.
Decidí sentarme lejos de Reece, ya que el incidente de la
biblioteca seguía sin resolverse, por no mencionar que el hecho de
estar aquí estaba interfiriendo en mis recuerdos y en mi capacidad
de compartimentarlos. Por supuesto, no importaba lo lejos que me
sentara, no podía escapar de su pesada mirada. Al menos estaba
distraído mientras tenía que explicar la disposición básica de este
mundo. Sus arenas le trajeron un gran mapa que había sido
enrollado en una cesta cerca de la puerta principal.
—Estas son las Tierras del Desierto —dijo, desenrollándolo con
facilidad, sus arenas sosteniéndolo más alto para que todos
pudiéramos ver su gloria a todo color—. La gran masa de tierra en
el centro con las arenas ocres es el territorio neutral de Ostealon —
Sus dedos trazaron desde allí, siguiendo las líneas onduladas—.
Como pueden ver, el Ostealon está rodeado por un círculo completo
de los ríos de arena para que todo pueda fluir hacia y desde aquí
según sea necesario. Por esa razón, gran parte de nuestro comercio
tiene lugar aquí.
Mera se inclinó hacia delante en su cojín, acunando su vientre
entre ambas manos mientras examinaba el mapa.
—¿Así que esas ocho grandes tierras que la rodean no están
conectadas por agua, sino por ríos de arena?
Estaba claro que no podía asimilar ese concepto.
Reece asintió. —Sí, no tenemos ríos ni océanos como los que se
pueden reconocer en la Tierra. Imagínate una arena sin profundidad
por la que no puedes caminar. Tiene mareas y un flujo de energía, y
está llena de muchas criaturas que “nadan” a través de las capas.
—Como las arenas movedizas, pero con corriente —dijo Mera con
un movimiento de cabeza.
Reece sonrió, disfrutando del enfoque de su mundo. —Bastante
cerca.
—Los ríos son sus enlaces de transporte —añadió Shadow—. Se
mueven rápidamente, las arenas barren en una dirección a la
izquierda, y en la opuesta a la derecha. Sólo las embarcaciones
especialmente diseñadas pueden viajar por ellos, y si usas cualquier
otra cosa, corres el riesgo de ser aplastado por las corrientes y caer
en las profundidades, para no volver a ser encontrado.
Mera tragó con fuerza. —Eso suena... aterrador.
La sonrisa de Reece se desvaneció en una mirada seria. —No hay
nada de qué preocuparse. Tengo muchas naves seguras para que las
utilicemos si necesitamos viajar. Por supuesto, están en Rohami,
pero si es necesario, haré que traigan una aquí.
Parecía que seguía teniendo una fascinación por los barcos... era
bueno saber que algunas cosas no habían cambiado.
—Entonces, ¿las arenas rojas son Rohami? —preguntó Mera, con
los ojos puestos en el mapa.
Reece señaló la esquina noreste. —Sí, el rojo es la dinastía
Rohami —Su dedo se movió entonces por las otras tierras,
trabajando en sentido contrario a las agujas del reloj—. Ésta es la de
los Guardianes, que es la más cercana a Delfora; ambas tienen
arenas negras —Su dedo se movió de nuevo—. Esta es Shale, con
arenas marrones oscuras; Fret, al oeste, con terracota; Holinfra, con
gris oscuro. Wanders es de las arenas violetas llenas de las flores de
thyreme. Crani, arenas de oro, y Yemin, la tierra más pequeña con
sus arenas de color naranja claro.
—Ocho dinastías —dijo Shadow mientras mirábamos el mapa—.
Todas controlan vastos desiertos y poderes.
—Salvo Delfora —dijo Reece, señalando la parte más
septentrional del mapa—. Nadie la controla.
—Maldita sea —soltó Mera—. Parece que es más grande que todo
el resto de las tierras juntas.
En ese momento, Alistair regresó con un aspecto renovado, con el
pelo y la piel húmedos y vistiendo sólo unos pantalones cortos
amarillos, dejando el resto de su ágil cuerpo al descubierto. Se
acomodó en un cojín cerca de mí, trayendo consigo el aroma salado
de los océanos.
—Delfora es enorme —confirmó Reece—. Y ningún desértico vive
allí. Fuera de la primera sección plana, el resto está completamente
prohibido de pisar. Hay capas de seguridad para impedir que nadie
se pasee por allí. De aquellos que se han atrevido a intentarlo sin
una invitación, por lo general no se vuelve a saber.
—¿Quién te invita? —preguntó Lucien, con auténtica curiosidad
en su voz. Si algo tenían en común todos estos tipos era que les
gustaba el poder. Y Delfora era una fuente enormemente
desaprovechada.
Reece se encogió de hombros, levantando los anchos hombros
bajo la gruesa tela de su camisa negra.
—Es sobre todo un mito, ya que nunca he conocido a nadie que se
adentrara en las tierras.
Fuera de sus padres, por supuesto, pero no quería contar esa
historia.
—Creen que son los antiguos dioses —dije, sorteando la verdad.
Dejemos que ese bastardo sude que yo pueda revelar sus secretos—
. Los que dan las invitaciones. Puede que estén enterrados y
durmiendo, pero su poder todavía se filtra por la tierra.
Reece me lanzó una mirada y me callé. —El desequilibrio que
siento no se originó con los dioses —dijo con evidente reticencia—.
Pero no se puede negar que Delfora se siente diferente. Una
oscuridad persiste allí.
Eso tenía toda mi atención. —¿Qué más reside allí excepto los
antiguos?
Su mirada me clavó en el sitio. —Se dice que los antiguos dioses,
custodiados por el valle de los muertos, son también los guardianes
de un ser más oscuro.
Un inquietante silencio se apoderó de la sala mientras
esperábamos sus siguientes palabras.
—En lo más profundo —continuó—, mucho más allá de cualquier
exploración, se encuentra el homónimo de las tierras antiguas:
Delfora, que significa la propia Muerte.
Mi grito ahogado resonó en la tienda y, con la espalda erguida
mientras me arrodillaba, negué con la cabeza.
—Si eso es cierto —logré decir—, podríamos estar ante otro
evento de nivel de extinción. Como el de Dannie.
Los antiguos dioses eran una cosa, pero la propia Muerte...
Reece y yo habíamos vivido mucho tiempo, y habíamos librado
muchas batallas juntos, hasta la que nos separó. Sólo nosotros
sabíamos las verdaderas implicaciones de lo que estaba diciendo
ahora, no sólo para este mundo, sino para todos.
—¿Cómo es posible? —retumbó Shadow—. Sé que tu tierra es
original, una de las primeras de las que evolucionaron muchas
otras, pero ¿me estás diciendo que la Muerte, el mismo ser que
acuñó la frase, se originó en tu Delfora?
Reece parecía más sombrío que de costumbre. —No tengo
pruebas, pero he visto y sentido nuevos zarcillos de una energía
antigua y creo que es mejor advertirles ahora de lo que podríamos
estar tratando aquí —Sus ojos estaban bajos mientras dejaba
escapar una profunda respiración—. La llamada es más fuerte que
nunca desde Delfora, y ahora que estamos aquí, siento que una vez
más alguien está trabajando para elevar a los dioses".
—Cada varios miles de años ocurre esto —dije con rotundidad—.
A un número selecto de desérticos se les mete en la cabeza que
pueden controlar a los antiguos. Ya hemos tenido que luchar por
ello antes, y perdimos demasiados la última vez. Pero la Muerte... es
un reto totalmente nuevo que no vi venir.
—Siempre fue una posibilidad —dijo Reece, con la mirada fija,
como si estuviera hablando conmigo—. Si la Muerte reside en
Delfora, entonces levantar a los antiguos dioses llevaría casi
inevitablemente a levantarla también. Sólo que la mayoría no
conoce, o no cree en ese mito. Yo no creía en ello hasta estos últimos
días, pero ahora... puedo sentir que hay más esperando ahí fuera.
El pecho de Shadow retumbó mientras acercaba a Mera, con sus
manos acunando protectoramente a ella y a su hijo no nacido. Tenía
mucho que perder, mucho más que el resto de nosotros en estos
días, y sabía que haría lo que fuera necesario para mantener los
mundos a salvo. Para mantener a Mera a salvo.
No era el único. —Tenemos que averiguar quién es y evitar que
ponga esto en marcha —dije, mi energía se disparó al igual que mi
adrenalina—. ¿Por qué estamos perdiendo el tiempo en esta tienda?
¿O aquí? ¿No deberíamos estar en Delfora?
La voz de Reece era tan gélida como la mía. —Porque múltiples
dinastías convocaron esta reunión al azar, reuniendo todo su poder.
Los miembros de esas dinastías podrían estar usando esto como un
catalizador para formar suficiente energía para romper los hechizos
que retienen a los antiguos —Su expresión no era la única sombría
en este momento.
—Entonces, quienquiera que busquemos está aquí —reflexioné,
comprendiendo por fin su plan.
Shadow se puso en pie en ese mismo instante, con Mera agarrada
entre sus enormes manos; en su furia parecía haber olvidado que la
tenía en sus manos.
—Mera tiene que volver a la biblioteca —La mirada que dirigió a
Reece habría hecho llorar a un hombre normal—. Deberías
habernos dicho lo grave que era la situación.
Reece y Shadow no se peleaban mucho, pero cuando lo hacían, el
mundo lo notaba.
—No lo sabía con seguridad —dijo Reece, casi sonando
cansado—. Y, sinceramente, necesito tu ayuda. Ni siquiera yo puedo
enfrentarme a esto solo. Sabía que Mera nunca se quedaría atrás, y
si esto llega a suceder y los antiguos se alzan, los mundos serán
absorbidos por su codicia. Y si la Muerte es realmente una
posibilidad... Ningún lugar es seguro.
—Todos se enfurecerán —dije en voz baja.
Reece asintió. —Sí. He sentido su furia por estar atrapados
durante toda mi existencia. No sólo su furia, sino también la forma
en que no ven ninguna razón o lógica. Nada les impedirá consumirlo
todo.
Sus palabras pesaban en la tienda, y aunque la expresión de
descontento de Shadow no había desaparecido, no protestó por la
presencia de Mera aquí de nuevo.
Todos entendimos lo que decía Reece: no había lugar seguro. No
cuando se trataba de dioses antiguos que podían recorrer todos los
mundos.
Nuestra única oportunidad era trabajar juntos y evitar que esto
empezara.
Porque en este caso, el principio bien podría ser el final.
14

Los hombres se marcharon después de esto, acompañando a Reece


para reunirse oficialmente con el princeps y, con suerte, hacer
algunas averiguaciones preliminares. Mera, de forma poco habitual,
no discutió la petición de Shadow de quedarse en la tienda y
descansar un poco. Yo también me quedé, ya que sólo había venido
a este viaje para mantenerla con vida.
—No sueles hacer lo que te dicen —dije, poniéndome sobre una
almohada más cerca de ella. Se había tumbado hacia atrás, con los
pies apoyados mientras cruzaba las manos sobre el estómago.
—Shadow ya ha dado todo lo que es capaz de dar —dijo con una
media sonrisa triste—. Reconozco los límites de mi compañero, y en
este caso, no valía la pena luchar contra él cuando esta visita es para
estrechar manos y hablar de política. Mejor que se centre en eso y
no se preocupe por mí, sobre todo cuando esperan descubrir en
quién deberíamos centrar nuestras sospechas.
—Una vez que la reunión real se ponga en marcha, estaremos
fuera de esta tienda durante la mayor parte de los ciclos lunares —
dije—. Es mejor descansar ahora.
Mera asintió mientras se agachaba para coger el vaso de arena
que Shadow había dejado para ella, lleno del agua ligeramente
turbia de estas tierras. Bebió un trago, arrugando la nariz.
—Tiene un sabor extraño, pero también me recuerda a algo —
dijo antes de dar otro sorbo.
—Por lo que sé, es muy parecida al agua de coco con minerales y
electrolitos adicionales.
Volvió a dar un sorbo, asintiendo un par de veces. —Sí, eso es
exactamente lo que me recuerda —Después de su siguiente trago,
sus ojos se encontraron con los míos por encima del borde de su
vaso—. Ahora que los chicos se han ido, ¿vamos a hablar de lo que
pasó en la biblioteca?
Me había preguntado cuánto tiempo pasaría antes de que ella
sacara a relucir ese incidente.
—Reece y yo tenemos una historia muy larga, ya lo sabes —dije
con un suspiro—. Len me dijo que la razón por la que había sido
marginada de algo más que la vida de Reece era porque ese
bastardo obligó a todos a rehuir de mí. Yo sólo... Maldita sea, Meers.
Hay demasiada traición y rabia por ambas partes.
Sus ojos se abrieron de par en par, frunciendo las cejas mientras
reflexionaba sobre esto antes de negar con la cabeza. —Puede ser
tan imbécil a veces. ¿Por qué no puede superar su rencor? Me has
contado algunas cosas, así que entiendo por qué se enfadó al
principio. Pero han pasado siglos. Estoy segura de que has
compensado con creces lo que pasó.
—Él no lo ve así —murmuré, mirando hacia la pared de la tienda.
—Ángel —dijo suavemente, y una vez más le di mi atención—.
Soy tu mejor amiga y tu familia vinculada. Creo que es hora de que
me cuentes toda la mierda que ha pasado entre ustedes dos. La
última vez sólo dijiste que la familia había muerto y que habías
abandonado una pelea cuando debías quedarte, pero sé que hay
algo más.
Por mucho que odiara revivir el pasado, no había forma de
evitarlo mientras estuviéramos aquí. Quizá era hora de que Mera lo
supiera todo.
—Reece y yo nos conocimos cuando ambos éramos jóvenes —
dije con una larga exhalación—, cuando los mundos también eran
mucho más jóvenes. Nuestras familias eran viejas amigas, seres
poderosos, y todos disfrutamos de nuestra amistad durante muchas
décadas antes de que nuestros padres murieran en la misma batalla
—Tuve que tragar saliva varias veces para encontrar mis siguientes
palabras—. Después de eso, todo lo que teníamos era el uno al otro
y un hermano cada uno.
El ardor en mi pecho aumentaba, trayendo consigo la
desesperación que tanto había intentado reprimir.
—Muchos años después de la muerte de nuestros padres, hubo
una guerra en Delfora, la última vez que alguien intentó levantar a
los antiguos dioses —No me di cuenta de que me temblaban las
manos hasta que ella alargó una y la tomó con fuerza. Su firme
presión me ayudó a mantener la calma.
—Mi hermana y yo vinimos a luchar, junto con muchos otros de
Honor Meadows. Esta fue una batalla apocalíptica, no la primera y
obviamente no la última, pero quizás la que más se me quedó
grabada.
—¿Hermana? —Mera susurró, con los ojos brillantes.
—Ella murió —Esas dos palabras se clavaron en mí—. Ella murió
en mis brazos, y yo estaba sola. Mi línea familiar casi se había
borrado.
Los ojos de Mera se abrieron de par en par y brillaron mientras se
llevaba la mano libre al pecho. —Es un mundo muy diferente,
¿verdad? Cuando te das cuenta de que lo recorres realmente sola
por primera vez.
Joven o no, acaba de dar en el clavo. —Sí. Lo cambió todo. Una
parte de mí también murió ese día en el campo de batalla, en el
mismo momento en que mi hermana cerró los ojos y no volvió a
abrirlos.
—¡Seguro que Reece puede entender por qué te fuiste después de
eso! —exigió Mera, dejando de lado su tristeza en favor de la
molestia.
—Tienes que entender —le dije—, que cuando mi hermana
murió, heredé el manto del poder de mi familia. Tenía tanto bajo mi
control que existía la posibilidad de haber acabado con todo allí
donde estábamos. Reece me pidió que me quedara, que luchara con
él, y yo huí. Su hermano fue herido unos días después, y supe que
nunca fue el mismo hasta que murió unos años después de la
batalla. Así que, sí, la batalla se ganó, pero no sin muchas pérdidas
antes.
—Ángel —susurró Mera—. Estabas rota y afligida. Sé que dentro
de tu poder sientes a tu familia, así que usarlo todo entonces habría
sido como perderlos de nuevo.
Enterré la cara entre las manos, intentando comprender su
ilimitada empatía y comprensión. Si tan sólo hubiera podido ser tan
amable conmigo misma.
—Debería haber sido más fuerte —dije, levantando de nuevo la
cabeza.
—Sí, debiste serlo.
Las dos levantamos la cabeza hacia la puerta y nos encontramos
con Reece abarrotando el espacio, con un rostro duro e ilegible. Me
puse en pie en un instante, con la furia y el dolor luchando en mi
interior mientras deseaba desesperadamente tener el poder de
hacerlo desaparecer. Para siempre.
—Vete a la mierda, Reece —retumbé, la vibración de mi energía
acompañando cada palabra—. Mi poder se habría perdido, mi línea
familiar habría desaparecido, y no podía... No podía liberarlos. No
cuando sabía que si seguían luchando, podrían vencerlos de todas
formas.
Había calculado las probabilidades de que ganaran y me guié por
mi instinto.
Reece parecía casi aturdido mientras permanecía allí, bloqueando
completamente la puerta para evitar que entrara cualquier otro.
—Estabas adivinando —dijo finalmente—. Cuando te fuiste, la
batalla podría haber ido en cualquier dirección.
—No —negué con la cabeza—. No te habría dejado si hubiera
pensado que estabas realmente en peligro de muerte. A pesar de
todo, puedes confiar en mí en eso. Pero la verdad es que me pediste
demasiado en mi dolor. Me presionaste cuando estaba frágil y rota;
no te sorprendas de que me haya hecho añicos.
Este era el momento, una oportunidad para avanzar. Una
oportunidad para que Reece dejara de castigarme por una reacción
instintiva de hace un milenio.
Me examinó detenidamente y me encontré conteniendo la
respiración a la espera de lo que pudiera decir a continuación.
—Eras mi mejor amiga —empezó, con la voz grave—, la que creía
que estaría a mi lado en todo momento. La forma en que apoyaste a
Mera. La forma en que te sacrificaste por ella.
Finalmente se movió, entrando en la habitación, en mi espacio
personal para poder agolparse sobre mí.
—Pensaba que no había nada por lo que pudiera estar más
enfadado contigo que por lo que pasó en Delfora hace tiempo, pero
resultó que sí. Nuestra última batalla.
Parpadeé, confundida por este rápido cambio de tema, y traté de
leer entre líneas, como tenía que hacer a menudo con Reece.
—¿También estás enfadado por la última batalla?
Ahora estaba cerca y alargó la mano para tocarme el rostro, pero
me aparté de un tirón antes de que pudiera hacerlo.
—Moriste —dijo, con la respiración entrecortada—. No volverás
a sacrificarte.
La energía caliente se filtró de él mientras la rabia cubría la zona
de la tienda, y pude saborear su poder terrenal en mi lengua. Estaba
al borde de perder el control y no tenía ni idea de cómo recuperarlo.
—Reece —Este estruendo vino de Shadow, que debe haber
venido a comprobarnos también—. Diles lo que hemos averiguado y
vete.
El dios del desierto lo ignoró, concentrando su híper-focalización
en mí. Habíamos roto la presa después de todos estos años,
liberando las emociones, y ahora ninguno de los dos sabía cómo
volver a meterlas.
15

Finalmente, Reece recuperó su famoso control y llegó al punto de su


regreso y el de Shadow a la tienda.
—Esta noche hay una cena de celebración —dijo brevemente—.
Nos hemos pasado para avisar.
Ahora miraba a cualquier parte menos a mí, y en cierto modo eso
me dolía más, pues me recordaba los años que me había apartado
de su vida.
—No tengo nada elegante que ponerme —dijo Mera, girando
hacia Shadow. A no ser que puedas conjurar el vestuario mágico de
aquí.
Mera podía crear su propia ropa si quería, pero por lo que había
observado, habían acordado mutuamente que el vestuario era
función de Shadow.
—Puedo —dijo Sombra con una sonrisa lenta—. Pero no se
aconseja en los desiertos. La energía aquí es impredecible, y nunca
se sabe muy bien lo que se va a crear si se abusa de la magia.
Como despertar a unos dioses que estaban empeñados en
destruir los mundos.
—De todos modos, la vestimenta es oficial —dijo Reece con su
profundo estruendo—. Voy a tener trajes pronto para que puedas
usar los colores de Rohami.
Shadow se cruzó de brazos, con un aspecto melancólico y
aterrador. —Dejarán la ropa fuera, así que no es necesario salir de
la tienda hasta que volvamos.
—Sí, así es —dijo Reece rápidamente—. No se quedarán —El
calor crecía también a su alrededor, y ahora la tienda era parecida a
un sauna—. Tenemos que volver a la reunión —dijo de repente—.
El malestar en mi energía se hace más fuerte, y creo que deberíamos
charlar con el princeps de la dinastía Yemin. A su respuesta de antes
le faltaban definitivamente algunos detalles.
Shadow asintió. —Sí, y también tenemos que centrarnos en
Rohami. Su tierra es la más poderosa... y la más hambrienta de
poder.
Reece no negó la verdad de esto. Todos los que conocían los
desiertos eran conscientes de los rasgos dominantes de cada
dinastía. Rohami amaba su poder.
—¿Todos en este mundo son longevos? —preguntó Mera.
La sonrisa de Reece no tenía la animosidad que siempre me
dirigía. —Tenemos vidas largas para los estándares de la Tierra.
Muchos viven el equivalente a unos cientos de años, dependiendo
de la energía que puedan absorber de las arenas. Pero la mayoría no
son eternos. Sólo unos pocos con fuertes líneas familiares pueden
seguir rellenando el pozo de nuestra fuerza vital.
Antes de que ella pudiera hacer otra pregunta, él se volvió hacia la
puerta principal.
—Deberíamos irnos ya; el tiempo se acaba.
Shadow, que aún sostenía a su compañera, se inclinó y la besó con
fuerza en la boca.
—Volveré por ti pronto —murmuró—. Por favor, quédate en esta
tienda y no me hagas destruir dinastías para encontrarte.
Mera luchó contra una sonrisa. —Sólo porque dijiste por favor.
Shadow volvió a besarla; este se prolongó más y los dejé. Estar
entre esos dos y el rey del hielo que era Reece no era mi pasatiempo
favorito. Entrando en el dormitorio que me habían asignado antes,
me dirigí directamente a la zona de baño. No es que necesitara este
tipo de instalaciones para limpiarme, pero el agua me resultaba muy
reconfortante. Muchas de las capas de energía de mi tierra en Honor
Meadows estaban rodeadas de agua, y si se presentaba la
oportunidad de remojar mis males, siempre iba a aprovecharla.
Esta peculiaridad mía era una rareza entre los trascendentales,
pero era una que había reclamado y aceptado hace mucho tiempo.
En cuanto sentí que las energías de Reece y Shadow abandonaban
la tienda, me despojé del "atuendo humano" que me había puesto
antes. Dejándolo caer al suelo, ya que no volvería a ponérmelo,
entré en la bañera acristalada. Los tejedores de arena eran maestros
en este mundo, convirtiendo la tierra de diversos colores en cristal,
armas y artículos domésticos. Esta bañera era principalmente de
color cristal, con vetas de oro que se arremolinaban en intrincados
patrones. Agachada, pasé la punta de los dedos por los remolinos,
siguiéndolos para descubrir que todos llevaban a un punto central
que estaba tan hábilmente escondido que ni siquiera sabías que
existía hasta que estabas allí.
Mientras me maravillaba con el arte del desierto, pensé en lo
mucho que había echado de menos este mundo. Incluso después de
todos estos años de ausencia, seguía sintiéndose como un segundo
hogar.
Sacudiéndome la melancolía, me puse de pie y golpeé una palanca
unida a unas tuberías de cobre que se extendían en lo alto de la
pared de la tienda, y que terminaban en un caño diseñado para
rociar el líquido hacia la bañera. Por mi experiencia anterior en este
lugar, sabía que este sistema de tuberías estaría plantado en lo más
profundo del suelo, hasta donde corría la liforina. A medida que esta
"agua" ascendiera, sería calentada por la propia tierra y arena, ya
que estos desiertos corrían calientes.
El agua tibia y ligeramente turbia me recorrió en menos de un
minuto y dejé escapar un gemido bajo por el puro placer de este
ritual de limpieza. Inclinando la cabeza hacia atrás, me quedé en
silencio, con la mente ocupada mientras el resto de mí se
ralentizaba a un ritmo que podía volver a manejar. Mi sangre, mi
energía, la magia en mis venas... La calmé pieza por pieza, hasta que
finalmente, incluso mi mente se calmó. Lo que duró dos minutos
antes de que la energía de Mera entrara en la habitación.
—Te lo digo —dijo sin aliento—, si me gustaran las mujeres, no
estarías a salvo ahora mismo.
Con una carcajada, abrí los ojos para encontrarla encaramada en
el arco de la puerta, apoyada en el marco, con la cara sonrojada y las
pupilas dilatadas. Lo cual no tenía nada que ver conmigo y sí con
Shadow y el estado en que acababa de dejarla.
—¿Han vuelto a las reuniones? —pregunté, sabiendo ya la
respuesta pero necesitando un elemento que abriera la
conversación. Era demasiado fácil para mí hundirme en el silencio, y
tenía que dejar de hacerlo si quería que mi futuro fuera diferente de
mi pasado.
—Lo han hecho —confirmó—, pero volverán pronto. Conociendo
a Shadow como lo conozco, su mente va imaginar que alguien está
dejando trajes en nuestra puerta y que cuando la abramos,
podríamos ser atacadas porque obviamente todos quieren matarnos.
—Te encanta su posesividad obsesiva —dije riendo.
Mera se arrastró hacia el interior de la habitación para poder
sentarse en el pequeño saliente que había a un lado de la pared de la
tienda.
—Esto no te incomoda, ¿verdad? —dijo de repente, como si se le
acabara de ocurrir—. Me olvido de que no todo el mundo está tan
bien con la desnudez como yo.
Una verdadera carcajada brotó de mí, y tuve que maravillarme de
la capacidad de Mera para divertirme. —Eres la persona más
desnuda que he conocido, amiga —Se encogió de hombros porque
estaba orgullosa de ese hecho—. Y no me molesta en absoluto —dije
con sinceridad—. Soy demasiado mayor para preocuparme por la
carne y la piel a la vista. Es sólo el recipiente que mantiene nuestra
energía contenida.
—Sin embargo, siempre estás tan cubierta —dijo, sin duda
pensando en mi atuendo habitual.
—Llevamos armadura para protegernos, no para ocultar nuestro
cuerpo. Lo último que me preocupa es que alguien vea mis pechos y
se tome un momento para ello.
Mera movió las cejas. —Señora, sus tetas son totalmente dignas
para tomarse un momento. Hablando de eso, creo que deberías
usarlas y tener un poco de sexo furioso con ese dios bronceado. Los
dos necesitan desahogarse.
Mi cuerpo se tensó ante esas palabras, y la ferocidad de ese
movimiento involuntario me conmocionó hasta el punto de que tuve
que alargar la mano y agarrarme al lado de la pared que tenía detrás
para mantener las piernas firmes. Los recuerdos se estrellaron
contra mí con la misma fuerza, y me encontré diciendo: —En
realidad ya hemos tenido sexo antes.
Ahora le tocó a Mera casi caerse de la silla. —¿Qué demonios,
Ángel? —casi gritó—. ¿Cómo no me lo has contado? ¿Fue increíble?
Fue increíble, ¿verdad? Imagino que folla como Shadow, y en ese
sentido, no debieron parar desde que comenzó.
Con ese recordatorio, los recuerdos dolorosos se impusieron a los
lujuriosos. —Fue la noche antes de que mi mundo se acabara. La
primera vez para ambos, y fue... increíble —Esa palabra ni siquiera
se acercaba a la verdad. Había experimentado un tipo de placer que
no sabía que existía en mi cuerpo y, por un breve momento, había
sentido como si Reece y yo estuviéramos a punto de formar un
verdadero vínculo de alma.
Hasta que todo fue arrancado.
La cara de Mera cayó, con la mano apretada en el pecho. —¿La
noche anterior, Ángel? Oh, lo siento mucho. Eso es tan jodidamente
triste.
Lo era.
—Mi vida era principalmente sobre el deber, siendo Reece la
única parte que no encajaba en el molde. Incluso nuestros padres
eran aliados debido a su amor por el poder y la lucha, pero
nosotros... éramos verdaderos amigos.
—¿Un verdadero amigo del que estabas secretamente
enamorada? —adivinó Mera.
Asentí con la cabeza. —Oh, sí, estaba completamente loca por él,
pero tampoco tenía intención de estropear nuestra amistad. El sexo
ocurrió después de un día de batalla particularmente duro, cuando
ambos estábamos heridos y necesitábamos algunos remiendos. Ya
sabes cómo es cuando la adrenalina está alta y la ropa baja.
Mera suspiró. —Te juro que ya he leído esta historia en uno de
mis libros de romance paranormal, y es mi tipo favorito. Por favor,
dime que sólo había una cama y que tuvieron que compartirla
porque, maldita sea... —Se abanicó la cara—. Ese es mi tipo.
Mis labios se movieron. —Había un poco de escasez de camas.
Chilló antes de callarse en un instante, aunque sus ojos siguieran
brillando. —Esta es tu segunda oportunidad para el romance, Ángel.
Tienes que darle otra oportunidad.
Segunda oportunidad de romance...
—¿Después de más de mil años? —dije en voz baja—. Creo que ha
pasado demasiado tiempo. No estoy segura de poder vivir teniendo
de nuevo a mi Reece, el bastardo cálido, cariñoso, arrogante y
divertido que era mi estrella en un mar de rocas, sólo para que se
vuelva frío y brutal conmigo. El dolor de eso casi me mata una vez, y
tuve que volverme un robot para superarlo. Pero ya no hay ningún
robot, así que es más seguro hacer esta misión con él, reparar lo que
pueda entre nosotros y seguir adelante con mi vida.
Mera permaneció en silencio durante un largo rato, y yo me
encontré hundiéndome en la bañera de cristal, con los muslos
bloqueando el desagüe para que el agua se llenara a mi alrededor.
Finalmente se inclinó hacia delante, acunando su estómago.
—Creo que para seguir adelante de verdad, hay que borrar los
recuerdos del pasado y crear otros nuevos. Aunque sólo sea una
noche más, podría cambiarlo todo. Tal vez entonces seas realmente
capaz de alejarte.
Dejé que sus palabras se impregnaran en mis pensamientos
porque lo que había dicho tenía sentido.
—Aunque pudiera funcionar, ese Desértico me odia. Llámame
anticuada, pero mi preferencia en el sexo es encontrar una pareja a
quien le gusto, ¿no? Seguramente eso hace que la experiencia sea
más placentera.
La risa brotó de ella, haciéndome callar. —No puedes hablar en
serio. Desde que te impulsaste para luchar contra Dannie, ese tipo
ha estado obsesionado contigo. Claro, se presenta como ira, pero si
realmente no soportaras a alguien, no lo mirarías como si fuera un
oasis en los malditos desiertos. Shadow Segundo tiene una
personalidad obsesiva a la altura de mi compañero. Sin mencionar...
Me encontré extrañamente desesperada por escuchar sus
siguientes palabras.
—Que hay una fina línea entre el amor y el odio, Ángel —Su
sonrisa era cómplice—. Y contigo y Reece, esa línea es tan fina que
apenas existe. No dejes que el pasado dicte tu futuro. Nosotros ya no
lo hacemos.
El final sorprendentemente filosófico de su consejo me recordó
las palabras que Galleli me había dicho antes de cruzar a las Tierras
del Desierto. Me había dicho que tenía que luchar contra la
oscuridad que me retenía.
Dos seres que me importaban me estaban dando básicamente el
mismo consejo, y aunque ambos tenían probablemente razón,
seguía siendo más fácil decirlo que hacerlo. El odio entre Reece y yo
estaba muy arraigado, y llevaba mucho más tiempo que nuestro
amor.
Tal vez, al final, el futuro siempre estará definido por el pasado.
16

Me quedé en la bañera durante mucho tiempo, encontrando mis


momentos de paz. Mera, que había arrastrado un cojín a la
habitación, se había quedado dormida en algún momento, y la dejé
descansar mientras yo me remojaba. Cuando salí, me sequé con mi
energía y encontré un paño para atarme al cuerpo hasta que
llegaran los trajes para este evento de la luna oscura, me sentí
renovada. Preparada para lo que me esperaba.
Tomándome un momento, llamé a parte de mi equipo de batalla a
mi habitación, dejando las piezas alineadas contra una pared por si
las necesitaba en caso de apuro. Shadow había tenido mucha razón
antes sobre el uso de la magia extranjera en este mundo, pero había
descubierto la mejor manera de tocar Meadows desde aquí hace
muchos años, y mientras no estuviéramos demasiado cerca de
Delfora, mi pequeña onda no alteraría el equilibrio.
Al pulir una mancha en mi peto de bronce y oro, recordé que mi
mejor armadura seguía desaparecida, perdida aquel día en que
luchamos en el Reino de las Sombras. Normalmente, podía ver mis
objetos en los ojos de mi mente, sin importar dónde estuvieran,
pero mi muerte y renacimiento de aquel día debían haber roto mi
vínculo con esa pieza en particular.
Me molestaba porque había recuerdos sentimentales ligados a
esa armadura, pero en el gran esquema de pérdidas, no estaba cerca
de la cima, especialmente porque tenía muchas otras armaduras
para elegir. Todas mis piezas eran fuertes y duraderas y podían
salvarme la vida durante la batalla.
Al comprobar de nuevo a Mera, vi que pequeñas llamas habían
salido de su cuerpo y la rodeaban con su calor. Su energía era más
fuerte y volátil que nunca, y me pregunté qué podría añadir la
energía de este bebé a nuestra dinámica. Esperaba que fuera
poderoso. Excepcionalmente. Pero sólo el tiempo revelaría qué más
aportaría a nuestras vidas.
Decidiendo que Mera estaría más cómoda en la cama, la levanté
con facilidad y el calor de su fuego nos envolvió a las dos sin
quemarnos. Ella confiaba en mí y también su energía. Saliendo de la
zona de baño, la trasladé a la gran colchoneta de mi habitación,
añadiendo unos cuantos cojines a su alrededor para acunar el
estómago. Se giró mientras dormía, rodeando con los brazos un
cojín y levantando la pierna sobre otro, poniéndose en la posición
que me había dicho que era la más cómoda en su última etapa de
embarazo.
Su respiración se estabilizó de nuevo, y era evidente que estaba
cansada. Su cuerpo se estaba preparando para traer a un niño dios a
este mundo, y todos nosotros debíamos recordarlo mientras
avanzábamos en la misión. El descanso de Mera tenía que ser una
prioridad.
Dejándola, decidí comprobar si los trajes habían sido entregados.
Al pasar por la zona de descanso principal, mi estómago rugió,
recordándome que tenía que alimentar esa parte de mi cuerpo
ahora. No afectaba exactamente a mi energía cuando no ingería
alimentos, pero mi cuerpo echaba de menos el sabor y la sensación
de estar lleno. Los habitantes del Desierto comían como parte de su
renovación energética, y estaba segura de que el evento de esta
noche incluiría muchos de sus manjares. Nunca había probado
ninguno de ellos, y estaba más que dispuesta a saber por fin lo que
me había estado perdiendo todos estos años.
Cuando llegué a la entrada, ésta se abrió y, al salir, el ruido me
golpeó. Las tiendas estaban rodeadas de energía, protegiéndolas y
aislándolas del exterior, y no fue hasta que me liberé que volví a
sumergirme en las vistas, los olores y los recuerdos de este mundo.
Obligándome a compartimentar, porque no había tiempo para
desaparecer en el pasado, me agaché para tomar el gran saco verde
oliva hecho con las frondas del árbol de pamolsa, que estaba
sentado justo a la izquierda de la entrada. Era pesado, y eso era todo
lo que necesitaba saber sobre lo formal que iba a ser este evento.
Todos íbamos vestidos de Rohami.
Justo cuando me enderezaba para llevar los objetos al interior,
una voz dulce y ronca me llamó por mi nombre; no Ángel, sino mi
nombre de guerrera. No muchos conocían ese nombre, ya que
durante siglos había estado sin nombre ni familia, pero ahora tenía
dos nombres y una familia a la que amaba.
—Tsuma —dije con sorpresa, mirando a la familiar mujer
Rohami. Mayor que yo, había sido una amiga íntima de la familia de
Reece. Una de las originales, poderosa y fuerte, no había envejecido
físicamente ni un solo día desde la última vez que la vi, muchos
siglos atrás. Los largos mechones de pelo rojo anaranjado se
enroscaban hasta la mitad de la espalda, su piel morena clara era
rolliza, sin mostrar signos de líneas o de edad, y aquellos ojos
teñidos de oro eran tan cálidos como siempre. Había sido hermosa
en su juventud, y los años no habían hecho más que aumentar su
brillo.
—Estoy muy sorprendida de verte aquí —dijo mientras se
acercaba y me rodeaba con sus brazos. Me sorprendió el gesto, ya
que los seres poderosos no solían tener contacto físico entre sí, y me
pregunté si Mera también se estaba contagiando de alguna manera
en este mundo—. Reece nunca mencionó que estarías en esta
reunión.
Tsuma hablaba en su lengua materna, el rohami, uno de los
primeros idiomas que había aprendido.
—Fue una decisión de última hora, pero definitivamente es
agradable estar aquí —dije.
Sus manos seguían en mis brazos y luché contra el impulso de
quitármelas de encima. Estaba actuando de forma extraña, pero
hacía mucho tiempo que no la veía. Mi juicio sobre su carácter
estaba desinformado. Yo había cambiado, y quizá ella también.
—He venido a ver a Reece —continuó emocionada—. ¿Dónde
están tus alas? Te ves tan diferente.
Sus saltos aleatorios entre los temas de conversación eran mucho
más parecidos a como la recordaba, y sin duda tenía un aspecto
diferente de pie aquí en una sábana de tela, con el pelo alborotado y
salpicado de rojo, sin armadura ni alas. Muy pocos seres me habían
visto así.
—Hace poco experimenté un renacimiento —le dije, logrando
finalmente alejarme para que ya no hiciera contacto con mi
energía—. Pero los fundamentos de mi poder siguen siendo los
mismos.
Se rió, con unos dientes blancos y perfectos. —Sí, es cierto. Unas
cuantas hebras de fuego en tu pelo no cambiaron tu interior.
Esto era cierto sólo en parte porque siempre sería del tipo
guerrero estoico, pero ya no era la robótica solitaria.
—¿Dijiste que estabas buscando a Reece? —le recordé—. Acaba
de salir para mezclarse con los líderes de la dinastía antes del
evento de celebración de esta noche. Debería volver pronto.
Me despidió con un gesto, el oro de sus ojos bailando mientras
hacía lo que siempre se le había dado bien: crear una sensación de
confort y calidez. —Encontrarme con una vieja amiga, como tú,
confirma el impulso que sentí para asistir a esta reunión. Ya no
suelo preocuparme por la política de este mundo, pero de alguna
manera sabía que ésta iba a ser importante.
—Bien —dije, tratando de leerla, pero ella mantenía sus cartas
cerca del pecho—. Podemos ponernos al día en la cena de esta
noche. ¿Habrá otros asistentes de tu familia?
Ella asintió. —Oh sí, Dally, Mirinda, Fleur y Miver estarán allí.
Verlos a todos juntos... será realmente algo.
Esos nombres evocaban tantos recuerdos como este mundo. Los
hijos de Tsuma siempre habían estado en la casa de Reece en
Rohami.
—¿Qué pasa con Zena? —Pregunté.
Fue entonces cuando su sonrisa se desvaneció. —Sí, está aquí. He
venido a ver a Reece a petición suya, en realidad. Ella espera que él
guarde el primer baile para ella esta noche, pero ahora que estás
aquí...
Algunas de sus reticencias a la hora de explicar por qué había
estado buscando a Reece tenían sentido ahora. Su hija mayor, la
bellísima Zena, siempre había sentido algo por Reece. Me había
atormentado durante años pensando en ellos dos juntos, pero por lo
que había oído, nunca había ocurrido. Parecía que eso no había
impedido a Tsuma seguir intentándolo.
—No te preocupes por Reece y por mí —dije brevemente, con
unas motas de hielo filtrándose en mi tono—. Estamos como
siempre.
Enemigos.
Aunque no era estrictamente la verdad, pues nuestras vidas ya no
son tan blancas o negras como antes, esperaba que eso la
tranquilice.
Ahora sólo tenía que aguantar lo que pasara esta noche, porque
volver a estar en la misma habitación que mi antigua vida podía ser
una receta para el desastre.
Una vez que Tsuma se fue, me encontré paseando por la tienda,
deseando que Mera estuviera despierta para poder desahogar todos
estos... sentimientos. ¿Cómo diablos vivía la gente así? Con lo que
sentía como una maldita bomba dentro a punto de explotar.
Nunca debí haber aceptado volver aquí; este mundo siempre
había sido destructivo para mí.
—¿Ángel? —Mera apareció en el umbral de la puerta, con la cara
contraída mientras bostezaba y se frotaba los ojos—. ¿Me he
quedado dormida?
Gracias al creador de la pradera. Por fin estaba despierta.
Al apresurarme hacia ella, me encontré justo en su espacio
personal, lo cual era tan poco habitual en mí que no me sorprendió
que la somnolencia de Mera se desvaneciera al tiempo que sus
grandes ojos se clavaban en los míos.
—¿Qué demonios ha pasado mientras dormía?
Sacudí la cabeza y estiré la mano para agarrar sus bíceps. Cuando
Tsuma me había tocado, me había resultado incómodo, pero con
Mera lo sentía como algo natural.
—Recogí nuestros trajes, y justo cuando estaba a punto de volver
a entrar, apareció una vieja conocida de este mundo —Mis palabras
se aceleraron a medida que salían de mí—. Hace siglos que no la
veo, pero maldita sea, era como si no hubiera pasado el tiempo. No
creo que pueda hacer esto. No puedo estar aquí.
En ese momento Mera parecía estar enloqueciendo, sin duda
porque nunca me había visto enloquecer.
—Ángel, cálmate y respira profundamente. Estás teniendo un
ataque de pánico, lo cual es perfectamente aceptable en estas
circunstancias, pero está impidiendo que funcione el lado más
racional de tu cerebro.
Mi respiración era acelerada, silbando entre los dientes en
ráfagas fuertes, y no recordaba haberme sentido o actuado así.
Debía de ser un efecto secundario de mi renacimiento, lo cual estaba
muy bien, pero ¿cómo había salido de él?
Mera me empujó al suelo, separando las piernas, y cuando
parpadeé, sonrió. —Confía en mí.
Confiaba en ella más que en nadie en el mundo, así que cuando
me puso la mano en la nuca y me obligó a bajarla entre mis piernas
separadas, no me resistí.
—Ahora inhala y exhala profundamente.
Al principio, no podía obedecer, pero cuando empezó a contar las
pulsaciones para que inhalara y exhalara, conseguí controlarme
poco a poco, mientras maldecía mi debilidad momentánea.
Por un segundo, había sido la misma Melalekin que había perdido
todo en estas tierras.
Me negaba a volver a ese ser, ni ahora ni nunca.
Esta noche sería una verdadera prueba, y estaba decidida a ganar.
17

Mera se sentó conmigo durante muchos minutos, dejando que me


machacara mentalmente mientras hacía planes para ser más fuerte
la próxima vez.
—Deja de hacer eso ahora mismo —soltó finalmente, sintiendo la
agitación a través de nuestro vínculo—. Estás tan acostumbrada a
ser fuerte que el más mínimo signo de debilidad es aborrecible.
Apuesto a que ni siquiera anticipaste lo difícil que sería volver aquí.
Abrí la boca para protestar porque había previsto que esto sería
muy duro, pero ella continuó antes de que pudiera decir otra
palabra.
—Sé que se te pasó por la cabeza porque piensas en todo, pero
sin duda sentiste que en tu madurez podías manejar lo que fuera
que ocurriera aquí. Contando con que ya no eres la misma Melalekin
ahora que has renacido en un nuevo ser…
—Me molestaría que me conocieras tan bien —interrumpí
secamente—, pero me encanta que lo hagas.
Mera se encogió de hombros. —Lo digo en serio, sin embargo, es
debido a tu renacimiento que esto es extra difícil de manejar para ti.
En cierto modo, eres más joven que yo, sobre todo en lo que
respecta a los sentimientos. Tus emociones son crudas, nuevas y
frescas, y a pesar de lo que crees, no eres un ser diferente. Sólo uno
renovado. Así que, por supuesto, volver a esta tierra, que es el
epicentro de tu dolor, un dolor con el que nunca te has enfrentado,
iba a desconcertarte.
Se adelantó y me rodeó con sus brazos, encajando las dos lo mejor
que pudimos con su barriga. —Sigues siendo el ser más fuerte y más
duro que conozco —susurró—. Esto no es debilidad. Es inevitable.
Este era el único punto en el que me había confundido en su
discurso. —¿Inevitabilidad?
Sentí que asentía contra mi hombro. —Sí. Sólo puedes huir del
pasado y de los viejos sentimientos durante un tiempo. Al final, las
circunstancias te obligarán a enfrentarte a ellos. Deberías estar
agradecida de haberte escondido tanto tiempo como lo hiciste.
Apoyando mi cabeza en su brazo, pensé en lo que había dicho. —
Debería haberme enfrentado a ello hace muchas lunas —admití—,
porque esconderme y castigarme no hizo más que impedirme vivir
la vida de verdad. Mi eterna juventud se desperdició, y casi muero
antes de tener la oportunidad de experimentar la verdadera alegría
—Ahora que el pánico había pasado, lo tenía cada vez más claro—.
Estoy aquí para dejar atrás el pasado y poder tener un futuro.
Mera se apartó, aplaudiendo mientras la emoción iluminaba su
hermoso rostro. —Sí. Mi niña está creciendo.
—Condescendiente, pero lo acepto —dije con sorna, poniéndome
en pie de un salto.
Mera se levantó más despacio, cogiéndome la mano para que
pudiera ayudarla. —¿Qué significa eso para tus próximos pasos? —
preguntó, echando hacia atrás los largos mechones de su pelo.
—Significa —dije, sintiendo que mi energía rebotaba en mi
interior mientras Mera se llevaba una mano al pecho, sin duda
sintiéndolo también—, que vamos a vestirnos para la ceremonia
esta noche, y vamos a comer y bailar. No me quedaré en las sombras
como siempre. La vida es demasiado corta, y no puedo seguir
perdiéndome todo.
—Saltar directamente a la parte profunda —dijo con un
movimiento de cabeza—. Me gusta.
Yo también asentía. —Sí, sé que ésta es la mejor manera de
exorcizar mis fantasmas. Tsuma me tomó por sorpresa, pero ahora
controlo mejor el agudo aguijón de estas emociones. Puedo manejar
el resto.
Podría doler... de acuerdo, definitivamente dolería ya que tendría
que, en algún momento, afrontar de verdad mis pérdidas de este
mundo: Leka y Reece. Pero si eso significaba que podría seguir
adelante y tener un futuro real, estaba más que preparada.
El rostro de Mera se arrugó de felicidad. —He estado preocupada
por ti —dijo—, y no de la forma normal en que me preocupo por
mis amigos... sino más profundamente. Quizá por eso el bebé está
reaccionando a tu energía; siente mi tensión en torno a ti y a tu
futuro. ¡Que se está desvaneciendo ahora! Estás en el camino
correcto, y si no estuviera caminando con el bebé de Shadow Beast
dentro de mí, estaría de fiesta contigo. Sin embargo, tal y como
están las cosas, con la alegre banda de imbéciles que hay aquí, estoy
segura de que tendrás mucha compañía.
—Tenemos todo el tiempo del mundo para que te unas a mí —
dije, sintiendo que mi sonrisa crecía—. Cuando el bebé sea mayor.
Para esta luna, tendré que festejar por los dos.
Estaba bastante segura de que nunca había visto a Mera tan
emocionada mientras me agarraba por los hombros. —De acuerdo,
tenemos que seguir con la preparación. ¿Cuándo fue la última vez
que te depilaste? No me quedé mirando tu vagina antes, pero ¿hay
necesidad de mantenimiento?
Había pasado suficiente tiempo en el mundo humano moderno
para saber exactamente a qué se refería. —No tenemos la misma
situación capilar —le expliqué—. No hay nada que mantener ahí.
Los ojos de Mera se abrieron imposiblemente. —¿Sin vello? ¡Qué
raro! Quiero decir que, como shifter, me gusta bastante tener un
poco de vello en el cuerpo, pero no estaba segura de sí era lo mismo
para los transcendentes y otras razas —Sus ojos me recorrieron
como si pudiera ver debajo de mi sábana—. Quiero decir, he visto
trozos de ti desnuda. Sé que tenemos las mismas partes del cuerpo,
pero nunca me fijé en el vello. Probablemente me imaginé que te lo
habías quitado. ¿Qué más es igual o diferente? ¿Tienes que
preocuparte por el embarazo y las enfermedades?
Si alguna vez hubo un ser con sexo constante en la mente, es
Mera. —La mayoría de las especies evolucionadas de los mundos
tienen partes similares —dije, divertida—. Los dioses originales son
los responsables de eso. En cuanto a la reproducción, los
trascendentales sólo son capaces de crear vida con otro de nuestra
especie. Es extremadamente difícil y raro, ya que necesita una
infusión de luz y energía.
—¿No puedes tener hijos con Reece?
Una pregunta, que me cortaba hasta la médula, pero como ahora
me tocaba lidiar con estas emociones más fuertes, me obligué a
pasar por ella. —No, no hay manera posible. Y tampoco tenemos
enfermedades de las que preocuparnos.
Antes de que pudiera pedirme más información, la entrada de la
tienda se abrió y Lucien entró. Se detuvo al vernos y sacudió la
cabeza. —Será mejor que se vistan. Reece volverá en unos minutos
para llevarnos a la ceremonia de apertura.
Mera se puso de pie en el acto. —Tenemos que prepararte —dijo
apresuradamente, pasando lo más rápido posible junto a Lucien—.
Esta será probablemente la única noche aquí sin peleas ni drama y
sin todos los cuerpos ensangrentados que nuestros chicos dejan por
ahí, y quiero que disfrutes.
Se inclinó para rebuscar en las bolsas que había traído dentro,
ordenando los trajes. Cuando sacó las múltiples piezas de color rojo
brillante, quedó claro que su traje de etiqueta no había cambiado
desde la última vez que lo había llevado: rojo por Rohami con la
bestia jackan en algún lugar prominente.
—De acuerdo, alguien va a tener que ayudarme aquí —dijo Mera
parpadeando mientras colocaba todos los trozos en el suelo—. Este
no es el pequeño vestido negro que esperaba.
Las dos manos de Lucien se levantaron delante de él como si se
estuviera rindiendo. —Esto está fuera de mi jurisdicción. Le quito la
ropa a las mujeres; no tengo la habilidad de ponérselas de nuevo.
Mera le lanzó una muñequera y él sólo se rio, moviéndose a su
velocidad vampírica para atrapar el objeto. —Ya, ya. No odies al
jugador.
—No te atrevas a terminar eso —interrumpió Mera, esta vez
llamando a las llamas a sus manos—. Tú y tus malditos dichos
humanos. Te voy a freír el culo. No me presiones.
La sonrisa de Lucien no desapareció mientras retrocedía unos
pasos. —Está bien, panzona. Cálmate.
Bueno, joder. Este idiota se estaba quedando frito.
Existen al menos cero universos en los que decirle a una mujer
cabreada que se calme, realmente hace que se calme.
Las llamas aumentaron cuando Mera abandonó la ropa y centró
su atención en Lucien. —Ya estás en mi lista de mierda —gruñó
acercándose, las llamas casi la engullen—. No sé lo que pasó entre
tú y Simone, pero rompiste a mi amiga y eso es suficiente para que
yo te rompa a ti. ¿Entiendes?
Lucien perdió toda la jovialidad, como solía hacer cuando se
mencionaba a Simone. —Te prometo que no la he deshonrado —
dijo en voz baja pero también con rapidez, como si necesitara sacar
las palabras—. Simplemente... no encajaba en mi mundo, y no era
ideal que existiera dentro de la comunidad vampírica. Su seguridad
estaba comprometida allí.
Por mi experiencia con Valdor, no podía imaginar una situación
en la que Simone pudiera encajar. Era de la Tierra, una shifter, y
para las orgullosas altas esferas del reino de Lucien, sería
considerada ganado. Comida. Nada más.
Lucien era lo suficientemente poderoso como para protegerla, y
claramente lo había hecho o ella estaría muerta, pero conociendo lo
voluntariosa que era Simone a veces... si hubiera luchado contra sus
reglas o restricciones, no habría sido bonito.
Un día la verdad saldría a la luz, pero no iba a ser hoy.
Lucien se marchó en un instante, tan rápido que incluso a mí me
costó seguir sus movimientos. Una vez que salió de la habitación,
Mera se calmó. —Necesito dar a luz a este niño antes de asesinar a
todos nuestros amigos —me dijo con un resoplido.
Apretando los labios, me esforcé por evitar que la alegría se
reflejara en mi rostro, pero no fue posible. En cuanto Mera me vio,
se le escapó una carcajada, y luego las dos perdimos el control.
—Se fue tan rápido —balbuceó.
—Como si su culo estuviera en llamas —logré decir.
Se rio más fuerte, medio agachada. —Casi se incendia. En este
momento no tengo control —Con un movimiento de cabeza, se dejó
caer sobre un cojín, con las manos apoyadas en la frente—. Soy un
puto desastre con este embarazo. ¿Qué pasa con eso?
No me senté porque teníamos que vestirnos o llegaríamos tarde,
pero me agaché hasta su nivel. —La combinación de dos poderes
divinos en un solo niño nunca iba a ser fácil —le recordé—. Estás
creando vida. Un ser de puro poder. No te preocupes por ti ni por tu
cuerpo porque, por lo que a mí respecta, es un maldito milagro.
Los trascendentales se estaban extinguiendo como raza porque
rara vez producíamos jóvenes. Al menos, ya no. Como le había dicho
a Mera, el proceso era difícil, y a veces parecía que los mundos
habían decidido que ya no éramos relevantes.
La expresión de frustración de Mera se relajó, las líneas de
expresión se suavizaron alrededor de su frente y sus ojos. —Sí, si lo
pienso así, supongo que lo estoy haciendo bien —Me hizo un gesto
para que me fuera—. Ahora vístete para que pueda ver lo guapa que
estás.
Con una risita, me enderezó y se dirigió de nuevo a las piezas de
ropa dispersas. Hacía mucho tiempo que no me ponía el traje
tradicional de los Rohami, pero recordaba cada pieza. Piezas que
eran restos del pasado a punto de convertirse en faros del futuro.
Esta noche sería el primer paso para una nueva vida.
18

En los desiertos, la mayor parte de la ropa se fabricaba con una


combinación de diferentes materiales vegetales. Algunas piezas
tenían que ser importadas de otros mundos, pero en su mayor parte
habían descubierto cómo utilizar sus recursos para crear materiales
suaves y duraderos.
El traje formal para este evento consistía en unos pantalones
rojos ajustados, elásticos y gruesos, que abrazaban mis muslos y
pantorrillas. Por encima había una túnica roja de manga corta que
llegaba hasta las rodillas. También estaba hecha de un material
grueso y pesado, con costuras doradas y un enorme jackan negro en
la espalda. La parte delantera tenía un corte en forma de diamante
que dejaba al descubierto un poco de escote. A diferencia de Mera,
después de años de perfeccionar mi cuerpo de guerrera para limitar
su suavidad, no estaba demasiado bendecida en el departamento de
tetas. Pero en este traje en particular, mi tamaño era perfecto.
Todo ello estaba rematado con un par de botas negras, que se
cerraban sobre el tobillo y me daban unos centímetros más de
altura.
—Al parecer, esa túnica no va a pasar nunca por encima de mi
estómago —dijo Mera, sosteniendo las piezas de su conjunto—. ¿Y
para qué son el resto de estas prendas?
Agarrando una pulsera con gruesos eslabones de oro, dije: —Esto
va en tu muñeca derecha para mostrar que no estás casada o que te
has dejado para los que tienen un vínculo —Dejándolo caer, pasé a
la banda sólida con una pieza recortada—. Y este brazalete es para
tus bíceps. No importa cuál sea, ya que es puramente decorativo.
—¿Y esto? —preguntó Mera, levantando un material rojo y
vaporoso.
—Para el pelo —Le demostré cómo se enrosca sobre la coronilla
como si fuera una diadema, y luego se enrosca en los largos
mechones de la coleta, dejando que el resto se deslice por la
espalda.
Mera lo observó todo con gran fascinación y, cuando terminé,
girando en el lugar para darle la imagen completa, dejó escapar un
suspiro. —Con tu nueva coloración ardiente, pareces una...
—Ángel —interrumpí con una carcajada, ya que era su calificativo
favorito para mí.
Arrugó la nariz y me sacó la lengua. —No, listilla. Iba a decir que
pareces una diosa del fuego y la luz, diferente a Shadow y a mí con
nuestros poderes más oscuros —juntó las manos, con los ojos
brillantes—. Eres muy hermosa, Ángel. Cualquier hombre tendría
suerte de tener una oportunidad contigo.
Mi corazón se apretó. —Gracias. Tu apoyo significa todo para mí.
No podría haber superado este renacimiento sin ti —Yo era miles de
años mayor que Mera, pero a veces me parecía que ella era la roca
sobre la que estaban creciendo mis nuevos cimientos.
—Chica, literalmente no sería capaz de existir en este mundo sin
ti —dijo, con ese brillo en los ojos desbordándose—. Cuando pensé
que te había perdido… —Se interrumpió y sacudió la cabeza como si
no hubiera palabras para describirlo realmente.
Lo entendía porque la idea de perder a Mera me afectaba igual de
profundamente. Sería como perder a otra hermana. Por suerte, eso
no debería ocurrir nunca, ya que ella podría renacer en el Nexus, y
por eso, estaba eternamente agradecida.
—Vamos a estar en la vida de la otra durante mucho tiempo —
dije, pasando la mano por la larga longitud del sedoso material rojo
que enhebraba mi pelo—. No hablemos más de la muerte. Esta
noche no.
Mera asintió, secándose los ojos. —No se hable más de la muerte.
Esta noche es para vivir, y… —Se interrumpió, mirando a su
alrededor—. ¿No teníamos prisa? ¿Dónde diablos están los chicos?
Me muero de hambre.
Ya somos dos, y con ella embarazada...
—Deberían saber que no deben dejarte con hambre —dije con un
bufido, antes de inclinarme para agarrar sus prendas—. Pero
primero, vamos a ver si podemos meterte en esto.
Gimió, pero no se resistió mientras la ayudaba a ponerse los
pantalones, que, por suerte, se estiraban sobre su vientre. La túnica,
aunque más ajustada, tenía cierres a ambos lados que permitían
ajustarla. Parte de su piel quedaba expuesta en los huecos de la
cintura, pero a ella no le importaba. El brazalete iba en su muñeca
izquierda, el torque en el mismo bíceps, y para cuando le ajusté el
pañuelo rojo para envolver su masa de pelo, los demás habían
llegado por fin a recogernos.
Shadow fue el primero en entrar, empujando la puerta de la
tienda y dirigiéndose directamente a Mera. Sus ojos recorrieron el
traje rojo, deteniéndose en la piel expuesta de sus costados y en la
forma en que sus generosos pechos se desbordaban, como era de
esperar, por el corte de diamante.
—No iremos a la cena esta noche —dijo, con una voz grave y un
aroma ahumado que llenaba la habitación—. He hecho otros planes.
Por el brillo de sus ojos, estaba claro cuáles eran esos otros
planes.
Pero Mera no pensaba igual. —Amigo, acabo de pasar una maldita
hora metiendo mi culo embarazado en este traje. Iré a la ceremonia.
Me comeré toda la comida. Y si intentas detenerme, te estrangularé
con mi elegante pañuelo para el pelo.
Me miró y me guiñó un ojo antes de devolver su atención a
Shadow, que llevaba una mirada de diversión. —¿Y después de
comer? —insistió.
—Bailarás conmigo —dijo rápidamente—, y luego me llevarás a
nuestra habitación y me quitarás esta maldita cosa.
—Hecho.
Lo dijo tan rápido que todos se rieron. Los demás empezaron a
vestirse también con el traje de gala, sin preocuparse por
despojarse de sus botas y pantalones habituales. Todos menos
Reece, que estaba de pie cerca de la entrada, con su mirada
recorriendo mi atuendo y deteniéndose en el brazalete de mi
muñeca derecha.
La muñeca que me anunciaba como sin pareja.
Una oscuridad tormentosa descendió sobre sus rasgos, pero antes
de que pudiera analizarlo en exceso, aparté la mirada. En esta luna,
mi atención se centraba en empezar de nuevo y en divertirme. Los
dioses del desierto no estaban en la lista.
—Saldremos en cinco minutos —dijo Reece bruscamente.
Los demás hicieron ruidos de acuerdo, y la mayoría sacaron sus
culos semidesnudos de esta habitación y los llevaron a sus
dormitorios para lavarse y vestirse. Cuando volvieron, uno por uno,
Mera y yo pudimos verlos a todos. Y con todos me refería a que mis
ojos estaban clavados en Reece, sin poder apartar la mirada.
Los trajes de los hombres consistían también en pantalones rojos,
sólo que los suyos eran de tipo pantalón con bolsillos. Su túnica
estaba hecha del mismo material grueso y con costuras doradas,
pero el corte era rectangular, dejando al descubierto la mayor parte
de los gruesos músculos de bronce del pecho de Reece. Sus bíceps
también estaban a la vista en las mangas cortas, con un brazalete
dorado alrededor de uno, mientras que el otro estaba cubierto de
marcas (tatuajes, como los llamaba Mera) formadas por lo que
parecían símbolos de este mundo y unos cuantos que no reconocía.
No era fácil marcar la piel de los longevos, pero todos estos tipos
habían encontrado la manera de hacerlo.
Nunca había visto las marcas de Reece de cerca, ya que se las
había hecho después de nuestro tiempo juntos, y traté de no
examinarlas ahora. No era necesario hacer evidente que mi
fascinación por él era tan fuerte como siempre. Al levantar los ojos,
me encontré con un par de azules que se clavaban en mí, y como no
podía caer en esas profundidades, desvié la mirada más allá de su
pelo oscuro y rapado, fingiendo que me interesaba la intrincada
disposición de la estructura de la tienda.
¿Por qué demonios se veía tan perfecto todo el tiempo con su
estúpida altura y hombros anchos y sonrisa arrogante?
—¿Preparados para irnos? —preguntó Len interrumpiendo mi
reprimenda mental cuando apareció en la habitación—. Creo que
llevo este traje incluso mejor que la última vez que lo llevé.
Apoyó ambas manos en las caderas, mostrándose seguro de sí
mismo mientras se pavoneaba. Era extraño verlo con un color tan
brillante cuando vivía y respiraba su condición de plata, pero no se
podía negar la belleza resplandeciente de este Fae. De hecho, todos
parecían los dioses que se veneraban en todo el mundo.
Mera no llevaba el tiempo suficiente para entender realmente el
poder de estos seis. Todo el mundo quería ser parte de este grupo o
joder su camino a través de los seis.
Yo había sido la única que se sentó en el exterior observando
cómo lo gobernaban todo, sin considerar ni por un segundo que un
día estaría entre ellos.
Era un cambio que todavía estaba procesando, pero en el espíritu
de abrazar el cambio, estaba caminando hacia esta luna con tanta
confianza como estos hombres.
Después de todo, era mi nuevo comienzo.
19

Las reuniones de esta magnitud en las Tierras del Desierto eran


raras, sobre todo debido al gran tamaño de los territorios y a la
dificultad de coordinar los viajes a través de los ríos de arena para
miles de Desérticos. Por no hablar de la gestión de los diversos
feudos y problemas entre dinastías.
Pero cuando se producía una reunión, la grandeza del evento era
absolutamente impresionante, desde sus jóvenes corriendo por las
arenas hasta los juegos tradicionales que tenían lugar en las carpas
designadas. La energía era suficiente para hacer que cualquiera se
sintiera vivo, y esta luna se sentía más eléctrica, casi como si
hubiera una conexión superior y una vibración de poder
recorriendo el Ostealon.
Mientras caminábamos entre las diversas tiendas rojas, doradas y
marrones, con la media luna brillando con su luz dorada sobre
nosotros, Len cayó a mi costado derecho.
—Esta noche estás especialmente impresionante —dijo, mirando
al frente, pero sentí su atención—. El rojo es tu color.
—El rojo también te sienta muy bien —respondí con una sonrisa,
la energía me daba una sensación de rebote y euforia—. Deberías
alejarte del plateado más a menudo. Sé que te define, pero no es
cada parte de ti.
La sonrisa coqueta de Len se desvaneció cuando por fin se
encontró con mi mirada. —Sabes y ves mucho —dijo finalmente.
Dejamos de caminar entonces, habiendo llegado a la gran carpa
blanca que había visto cuando llegamos por primera vez.
—Te veo —le dije a Len—, y por eso nunca tendremos un
coqueteo al azar, por mucho que me lo cuelgues tentadoramente.
Sigues buscando, haciendo tu viaje para encontrar una verdadera
pareja. No hay lugar para mí en esa ecuación.
Volvió a apartar la vista de mí, ambos mirando la entrada de la
tienda. Sabía que yo tenía razón, como cualquier ser de su edad e
inteligencia. Los Faes hacían viajes espirituales para encontrar a sus
parejas, y aunque la de Len aún no se había mostrado, yo creía que
estaba ahí fuera. Destruir eso para él con una noche de sexo
divertido no valía la pena.
—Mi próximo viaje será el último —dijo en voz baja,
profundizando el verdadero trasfondo de su acento cadencioso—.
Hasta entonces, mantengo la esperanza.
Sin poder evitarlo, estiré la mano y rodeé la suya con fuerza.
—Tendré esperanzas contigo —dije, con la voz baja pero
rebosante de más emociones de las que normalmente utilizaba—. Si
alguien merece un vínculo verdadero, eres tú, amigo mío.
Justo cuando me devolvió el apretón de manos, se oyó un ruido
sordo detrás de nosotros. El calor me recorrió la espina dorsal, y
aunque reconocí exactamente a quien estaba demasiado cerca,
seguí llamando a mis armas, girando con mi mano libre para casi
golpear la hoja contra la garganta de Reece.
No me detuvo ni se defendió, y sólo gracias a mi incomparable
control conseguí detener mi golpe a escasos centímetros de su
yugular. Unos furiosos ojos azules se encontraron con los míos, y los
remolinos de energía se movían con mayor rapidez en sus
profundidades.
—Siempre tan rápida para atacar —murmuró en un tono áspero,
presionando contra mí hasta que el afilado filo de mi espada se
clavó en su piel.
—¡Reece! —maldije, enviando las armas de vuelta a mi habitación
en la tienda—. ¿Tienes un maldito deseo de morir?
Su expresión ahora era ilegible. —Parece que sí —dijo, y luego,
con un movimiento de la mano, se alejó, pisando la larga alfombra
blanca que conducía a la tienda. Los demás le siguieron, pero yo me
tomé un segundo para encontrar la calma. Estaba claro que Reece
seguía sin querer que entablara amistad con sus amigos, pero
¿sabes qué? Que se joda. Ya no iba a dictar quién podía y no podía
estar en mi vida.
Len y yo compartíamos un dolor similar en nuestras líneas
familiares, una soledad parecida, y siempre podíamos encontrar
puntos en común, lo cual era la base perfecta para una verdadera
amistad. Sin embargo, nunca sería más que eso, y si Reece hubiera
preguntado, le habría dicho la verdad. Yo no jugaba, pero él no me
había dado ninguna oportunidad.
Y esa fue siempre su forma de actuar.
Liberando más de mi dolor y mi ira, puse mi mejor cara de
felicidad y atravesé las cortinas abiertas de par en par de esta
tienda. La gruesa alfombra blanca que había en la entrada
continuaba en la sala principal, cubriendo las arenas y dándole a
todo un aspecto brillante y limpio.
Desde mi posición, era fácil ver las cuatro zonas en que se había
dividido este espacio increíblemente grande. Inmediatamente a mi
derecha había una zona vallada con múltiples potreros que
albergaban a gigantescas criaturas rhjeta de las dinastías Fret y
Holinfra. El olor fue lo primero que reconocí, un aroma acre similar
al de los corrales que había vigilado en América, muchas décadas
atrás. Los rhjeta no eran un animal terrestre, pero si tuviera que
describir a las bestias escamosas, sería como un dragón-lagarto.
Mera y Shadow se empujaron hacia mí.
—¿Qué demonios son? —preguntó Mera, mirando con los ojos
muy abiertos a las criaturas.
—Rhjeta —dije—. Son criaturas del desierto que pueden respirar
fuego y camuflarse.
—Son enormes —jadeó cuando uno se acercó a la valla más
cercana a nosotros—. Como si alguien hubiera cruzado un dragón
de Komodo reforzado con un elefante y hubiera obtenido esto —
agitó la mano hacia ellos.
Su descripción daba en el clavo, desde su piel con escamas
marrones, grises y negras, más gruesas y acorazadas hasta la
columna vertebral, hasta las barrigas rotundas que casi se
arrastraban por el suelo.
—¿Cómo los han domesticado? —preguntó, mientras dos de ellos
se lanzaban fuego, sus jinetes utilizaban escudos para repeler parte
del calor.
—Es muy difícil —le dijo Shadow—. Sólo unos pocos tienen la
habilidad, el poder y el control para vincularse con uno. Nunca he
conocido a ninguno, excepto los de las dinastías Holinfra y Fret, que
lo hayan intentado siquiera. Los rhjeta son un verdadero peligro en
los desiertos.
Mera se aclaró la garganta y sacudió la cabeza varias veces.
—Realmente no los culpo por no intentarlo. Mira sus malditas
garras.
Las patas delanteras y traseras estaban rematadas con garras de
15 centímetros, por no hablar de la poderosa cola que podía
aplastar fácilmente a un ser.
—Sus dientes también están recubiertos de veneno —añadí, ya
que su fuerza debía ser discutida—. Un mordisco y estarás muerto
en cuestión de minutos.
Con un escalofrío, se dio la vuelta.
—No visitemos esa zona todavía —dijo en un tono
estrangulado—. O, como, nunca.
Shadow emitió un sonido divertido, moviéndose para colocarse
justo detrás de ella, de modo que nadie en la multitud pudiera
empujarla.
—Vamos —dijo—, la siguiente sección será mucho más de tu
agrado.
Al salir de la zona de los rhjeta, nos dirigimos a la zona del
comedor, que estaba dispuesta con unas mil mesas redondas de
cristal, tejidas con arenas de todas las dinastías. Los distintos
colores facilitaban saber dónde sentarse.
—Claro que sí —gritó Mera, moviendo el culo por la zona del
comedor cuando entramos en la zona con mesas de cristal rojo.
Cada mesa estaba puesta con vajilla y vasos de color ocre, hechos
de las arenas de Ostealon, la tierra que los unía a todos.
—¿Hay asientos asignados? —preguntó Mera.
—Siéntate en los de color rojo de los Rohami —respondió
Shadow—. Aparte de eso, creo que es un juego justo.
Mera se encogió de hombros y siguió mirando a su alrededor. —
Tiene sentido —señaló el tercer cuadrante, que bordeaba la zona
del comedor—. ¿Y para qué se utiliza esa parte?
No había mucha estructura en esa sección, pero podía decir por la
alfombra más dura, donde la arena y la pamolsa se habían fundido,
que esta era la zona para...
—Baile —dijo Shadow.
Un ritmo bajo y estremecedor salía ya de allí, gracias a la dinastía
Shale, famosa por sus dotes en las artes musicales. Aquí no
cantaban, sino que era una combinación de zumbidos profundos y el
ritmo de los tambores construidos con los barriles de los
recipientes de arena que ya no eran lo suficientemente seguros
como para llevarlos por los arroyos y ríos. Siempre me encontraba
perdida en sus ritmos, y mi cuerpo ya se estaba aflojando, con la
energía eléctrica revoloteando dentro de mí.
—Los veo —llamó Mera, distrayéndome de la música.
Al girar un poco, también encontré donde estaba sentado nuestro
grupo, en una gran mesa roja cercana a la pista de baile. Llegamos a
ellos unos minutos después, y cuando Shadow y Mera ocuparon los
dos únicos asientos juntos, entre Len y Alistair, me tocó sentarme en
el único que quedaba. Entre Len... y Reece.
Me obligué a no respirar demasiado profundamente ni a pensar
demasiado, y me hundí en la cúpula redonda, sin respaldo y
acolchada. La música era más fuerte aquí, lo que hacía que mi
sangre se agitara y mi cabeza diera vueltas mientras mi conexión
con esta tierra aumentaba.
—Siempre lo mismo —dijo Reece a mi lado. Al inclinar la cabeza
en su dirección, descubrí que mi ira hacia él había desaparecido,
arrastrada por la noche—. Llevas nuestra música en la sangre.
Nunca pude entender por qué te afectaban tanto los tambores
hretun.
—Me recuerda a días y momentos más felices —dije, con palabras
ligeras.
Reece levantó una ceja hacia mí. —Fuiste así desde el primer
momento en que escuchaste nuestros ritmos y bailaste nuestras
danzas.
Esta vez me encogí de hombros. —Qué puedo decir, me revuelve
la energía en lo más profundo. Tal vez nací en el mundo equivocado.
Su mandíbula se tensó, pero por una vez no me gritó: —Tal vez lo
hiciste. O quizá seas más de un ser.
Obligándome a no reaccionar ante un comentario tan perspicaz
(los estaba recibiendo de todas partes en ese momento), me aparté
una vez más y me perdí en las vistas que me rodeaban. Era una
alternativa mejor que enfrentarse a la verdad de que había perdido
algo más que a Reece cuando abandoné las Tierras Desiertas.
Había perdido una parte de mi verdadero ser.
20

Reece y yo no volvimos a hablar. De hecho, la mesa estaba muy


silenciosa mientras todos disfrutaban de las vistas de la sala y
esperaban a que se repartiera la comida. En las Tierras del Desierto,
tenían un sistema especial para la distribución de artículos,
enviándolos a lomos de grandes...
—¡Tortugas de arena! —exclamó Mera cuando las criaturas
entraron lentamente en el espacio entre las mesas, llevando
bandejas a sus espaldas. Las bandejas estaban apiladas con una
variedad de especialidades del desierto, incluyendo unos cuantos
gry de color púrpura intenso, una fruta autóctona similar a la de los
cactus.
—Se parecen a esas enormes tortugas terrestres de la Tierra —
dijo Lucien, inclinando la cabeza mientras observaba a los yeth
graba de color verde oscuro serpentear por los carriles. Sus
caparazones eran más pequeños que los de las tortugas terrestres,
pero no era la única diferencia. Las yeth tenían un exoesqueleto, con
una longitud protectora de protuberancias espinosas en la cabeza y
la espalda.
Cuando una bandeja se movió a nuestro lado, Reece alargó la
mano y la levantó, colocando el metro y medio de rama de pamolsa
marrón sobre el diámetro de nuestra mesa. Poco después, apareció
también otra bandeja con vasos de liforina, y entonces llegó la hora
de comer.
La conversación posterior se centró en la comida a medida que
pasaban más bandejas y Mera hacía un millón de preguntas sobre lo
que era cada manjar. Con la expectación desbordada en mis
entrañas, alargué la mano para coger un trozo de fruta gry,
preguntándome si el sabor estaría a la altura del dulce aroma.
Reece me interceptó mientras elegía mi pieza, señalando con la
palma de la mano una más pequeña a la derecha.
—Esa está más madura —dijo poco antes de apartarse de mí para
seguir charlando con Alistair.
Por un momento, me debatí entre ignorarlo y tomar el trozo
original al que aspiraba, pero cuando lo miré de reojo, vi que sus
labios se movían como si esperara esa respuesta de mi parte.
Tragándome mi estúpido orgullo para no darle la satisfacción de
tener razón, cogí el trozo que me había sugerido, sabiendo al mismo
tiempo que había ganado de cualquier manera.
El grueso y áspero exterior de color púrpura tenía un corte en el
costado, así que metí los dedos y lo separé del todo, dejando al
descubierto la brillante pulpa magenta. La pulpa y las semillas
brillaban y el olor era delicioso, con notas olfativas dulces y ácidas.
Me lo llevé a los labios, evité la cáscara, mordí la pulpa y gemí ante
el primer golpe de sabor.
Era dulce, pero mientras bailaba por mi lengua, le seguía el calor.
—Vaya —murmuré, intrigada por la dualidad—. No sabe a nada de
lo que esperaba, pero es extrañamente adictivo.
Mera se inclinó hacia delante y asintió. —¿Verdad? Es raro pero
increíble —y cogió un segundo trozo—. Como si un melón hubiera
tenido un bebé con una fruta de dragón, y luego la cayena hubiera
estornudado sobre él.
Sonreí alrededor de mi trozo mientras mordía la carne antes de
dejar caer la piel en un cuenco vacío de la bandeja. Agarrando una
toalla que se había incluido en la mesa, me limpié el exceso de jugo.
—Es divertido probar por fin estos alimentos. Me he pasado años
respirando sus deliciosos aromas.
Eso llamó la atención de Reece, que inclinó la cabeza hacia mí. —
Es un buen cambio verte comer, en lugar de jugar con tu comida.
—Me gustan los cambios en estos días —dije con una sonrisa,
esperando mantener el ánimo ligero.
No contestó, pero por suerte tampoco sentí su enfado. Lo que
para nosotros era definitivamente una victoria.
La música subió de tono mientras seguíamos comiendo los
numerosos platos. Probé su sopa (hecho con todas las partes de la
planta junífera, que produce múltiples bayas y tiene raíces
comestibles) junto con un poco de butle asado, que era un plato de
carne de su único ganado domesticado criado específicamente para
el consumo de alimentos. La mayoría de los habitantes de este
mundo no comían carne, pero para los que sí lo hacían, el butle era
su única opción.
—Delicioso —dijo Mera con un gemido, con una rebanada del
tierno asado en la mano—. Sabe a costilla de primera, y maldita sea,
he echado de menos un buen corte de carne.
Len se rio. —Puede que ya no seas una shifter, pero sigues
comiendo como una.
Mera se encogió de hombros porque, ¿qué podía decir? A la chica
le gustaba su carne. En todos los sentidos.
Cuando estaba llena, decidí tentar la suerte y ver hasta dónde
llegaba esta amabilidad entre Reece y yo.
—Cuando saliste hoy, ¿descubriste algo en relación con quién
está perturbando las tierras sagradas? —le pregunté.
Si mi pregunta cogió por sorpresa a Reece, no dio muestras de
ello. —Yemin resultó estar limpio, una vez que los interrogamos
más, así que Shadow y yo nos centramos en Rohami. Por las razones
que discutimos. Hay una corriente subterránea en mi tierra. Rohami
y... tal vez los Guardianes.
No era sorprendente que esas fueran las dos dinastías
sospechosas. Ambas cercanas a Delfora. Ambas infundidas con
poder extra.
—Tsuma pasó hoy por la tienda buscándote —le dije—. Estaba
un poco... apagada. ¿Crees que sabe algo?
Los ojos de Reece brillaban en los arcos de luz que se reflejaban
en los detalles ocres que nos rodeaban. —Ella me encontró, y
rechacé su oferta de bailar con Zena.
Fingiendo que no me importaba, ni siquiera lo comenté. —¿No
notaste nada más raro en ella? Es que... me abrazó, y puede que
Mera nos haya facilitado esto de tocarnos, pero aun así me pareció
inusual.
Reece negó con la cabeza. —Creo que Tsuma está haciendo su
habitual labor de casamentera, pero aparte de eso, lleva muchos
años sin interesarse por la política.
Ella lo había mencionado, pero la inquietud que sentía en mi
interior no se calmaba. Tal vez era todo el asunto de Zena, sin
embargo.
—Bien, volviendo a Rohami. ¿De qué familias sospechas?
—Tattliner y Jorts —dijo, bajando la voz—. Ambos han cambiado
recientemente de liderazgo, sus ancianos han envejecido, y quieren
más poder. Quieren vivir para siempre y utilizar las arenas. Tienen
medios, motivos y oportunidades con esta reunión.
Por lo que sabía, ambas familias estaban en la mitad de la
jerarquía de poder.
—La muerte de sus ancianos habría creado un vacío de poder que
esperan llenar —dije, pensándolo bien—. ¿Estás diciendo que
ambos ancianos murieron al mismo tiempo?
Los ojos azules se encontraron con los míos. —Sí, y es
exactamente por lo que esos dos clanes están en lo más alto de mi
lista.
—Y los Guardianes... ¿Sospechas de ellos porque están muy cerca
de Delfora, capaces de moverse libremente por los pisos?
Asintió, respirando profundamente mientras miraba a través de
la zona de tiendas. —El ritual para resucitar a los dioses —bajó la
voz—, requeriría una gran cantidad de energía para ponerse en
marcha. Luego, alguien tendría que llegar hasta el valle de los
muertos para lanzar un ritual sobre los pilares que sellan esa tierra.
Se necesitarían seres estrechamente vinculados a Delfora.
Correcto, y si no podías tener a Reece para ese trabajo, alguien de
los Guardianes era la siguiente opción obvia.
—¿Por qué sientes ya malestar viniendo de Delfora si aún no han
empezado el ritual? —pregunté, inclinándome aún más mientras
unos cuantos Crani cruzaban detrás de nosotros, dirigiéndose a la
pista de baile.
—El ritual no está completo, pero podría haber comenzado —
murmuró, con los ojos casi brillantes—. Presiento que han estado
en el Delfora preparando la zona para este plan. Como rara vez
estoy aquí, no esperaban que nadie lo supiera o sintiera, pero me he
vuelto más poderoso... mi conexión es más fuerte.
—No les va a gustar que hayas vuelto aquí —susurré—. Si lo que
sospechas es cierto, tienes que vigilar tus espaldas porque podrías
ser el único ser que puede detenerlos.
La sonrisa que se extendió lentamente por su rostro no era
agradable. Prometía muerte en rápidas tormentas del desierto a
quienquiera que estuviera perturbando la paz de este mundo.
—Deberían temerme. Llegaré al fondo de esto, y les detendré en
lo que sea que estén planeando. Cuando acabe con ellos, no sólo no
tendrán la vida eterna que esperan, sino que no tendrán ninguna
vida.
Len se inclinó desde mi lado izquierdo, escuchando claramente.
—Este es el mejor momento para hacerlos salir —dijo—. Tal vez
podamos separarnos, crear una sensación de vulnerabilidad entre
nuestros números, y ver quién realmente quiere poner un cuchillo
en la espalda de Reece.
—¿Además de Ángel, quieres decir? —Reece respondió
rápidamente.
Yo chasquee. —Sabes que prefiero la garganta. Siempre me verás
venir.
Se rio, y el sonido me desgarró el pecho, dejándome con la duda
de si realmente me estaba desangrando en la mesa. —Touché, Lale.
No necesitas engañar para ser temida.
Intenté reírme con él, pero había tan poco aliento en mis
pulmones que me conformé con una sonrisa.
—¿Cuándo quieres empezar este plan? —preguntó Len.
Reece se puso serio. —Esta luna no. Para esta ceremonia de
apertura, debemos centrarnos en observar y mantener las
apariencias. La luna nueva es cuando todo comenzará.
Confiando en que Reece sabía de lo que hablaba, me sumé a ese
plan: esta noche todavía iba a tener mi baile. Me puse en pie y me
moví para ayudar a Mera a levantarse también.
—¿Hora de bailar? —dijo ella, ya bailando al ritmo de la música.
—Sí —respondí, inclinándome hacia su oído—. La batalla
comienza mañana en la luna nueva, lo que significa que todavía
tengo esta luna para bailar.
—¡Woohoo! —gritó, bombeando su puño y llamando la
atención—. Vamos allá.
Comenzó un nuevo ritmo, y ahora era yo la que estaba a punto de
batir el puño.
—Esta es mi canción y mi baile favoritos —dije apresuradamente.
Reece, que también estaba de pie, cruzó los brazos sobre su
amplio pecho, llamando mi atención sobre toda la piel visible.
—¿Todavía te acuerdas de la Deduna Lalita?
—Cada latido y cada paso —respondí, logrando enfocar de nuevo
su rostro.
Antes de que pudiera distraerme más, uní mi brazo al de Mera y
juntas nos dirigimos al duro suelo. Tampoco éramos las únicas allí,
ya que muchas de las dinastías habían terminado su comida.
—¿Te sabes todos los bailes? —preguntó Mera.
Sacudí la cabeza. —No hay ninguna posibilidad. Hay cientos, pero
definitivamente conozco mis favoritos.
—Me gustaría poder bailarlo contigo —dijo cuando llegamos a la
orilla de donde ya estaban reunidos los Desérticos —Pero quiero
que te diviertas tanto —tosió, y podría haber jurado que dijo polla
antes de aclararse la garganta y terminar—, diviértete. Diviértete
mucho.
Apenas pude contener la risa. —Eres lo puto peor —dije—, pero
te amo.
—Yo también te amo —Me dio un empujón—. Ahora ve y disfruta
de tu baile.
Al acercarme a la multitud reunida para la Deduna Lalita, dejé que
el ritmo familiar despejara mi mente y mi espíritu. Reece parecía
sorprendido de que recordara los pasos, pero ¿cómo podría
olvidarlos? Él me había enseñado esta danza, como tantas de sus
costumbres aquí.
Él me había traído a este mundo, y era su culpa que me hubiera
enamorado de él.
Una parte de mí siempre pertenecerá a las Tierras del Desierto, y
ésta era mi oportunidad de sentirlo todo. Una oportunidad que no
iba a desperdiciar. Aunque bailara esto sola, nada me impedía
entrar en el Deduna Lalita... El Largo Sueño.
21

La introducción de El Largo Sueño se prolongó durante muchos


minutos, dando tiempo a todos a formar pareja. Este era el tipo de
baile en el que se mezclaban las dinastías y se formaban parejas. No
importaba realmente la pareja con la que se empezaba, ya que se
cambiaba cada quince pasos en un remolino de melodía y ritmo.
Como llevaba en la muñeca la pulsera de “no casada”, no tardó en
acercarse un hombre vestido con una túnica dorada de las arenas de
Crani y ofrecer su mano. Tenía la piel morena, ojos grises profundos
y una nariz larga y recta. No era mucho más alto que yo, su cabeza
afeitada casi igualaba la altura del pañuelo rojo que cruzaba mi
coronilla.
—¿Le gustaría acompañarme? —preguntó en su lengua materna.
—Será un placer —respondí.
Su sonrisa era amplia, con los dientes ligeramente torcidos, pero
no de forma poco atractiva. Cuando le cogí la mano, se produjo un
ligero resplandor al chocar nuestra energía, pero aparte de eso, no
hubo nada más.
Los habitantes del Desierto sólo se tocaban durante sus bailes, tan
cautelosos como todos los demás mundos al compartir la energía, y
se consideraba de muy mala educación recurrir a la fuerza vital de
tu pareja mientras te movías por la pista de baile.
El varón Crani me acercó, poniéndonos en posición de salida, uno
frente al otro. Por encima de su hombro, vi a una Mera ampliamente
sonriente, y cuando nuestras miradas se cruzaron, dijo que sí
mientras movía las cejas. No había nada sutil en mi mejor amiga,
pero no me importaba.
Al volverme hacia mi nuevo compañero, encontré su mirada fija
en mi rostro. A diferencia de cuando Reece centraba su atención en
mí, la intensidad del Crani no me provocaba mariposas en el
estómago ni me dejaba el pecho apretado e incómodo.
—Me llamo Hectar —dijo—, y a pesar de que llevas el color de mi
dinastía menos favorita, eres demasiado hermosa para que lo tenga
en cuenta.
Eso me hizo sonreír mientras cambiaba mi dialecto por otro que
esperaba que él conociera. —Mi nombre es Ángel, y sólo tomo
prestados estos colores. Mi herencia es Honor Meadows.
Sus ojos se abrieron de par en par. —¿No hay alas?
—Ya no —respondí en voz baja, y entonces, por suerte, el ritmo
empezó a subir cuando la canción pasó de la introducción. Después
de eso, no había tiempo para hablar porque si se perdía la
concentración, se perdían los pasos igual de rápido.
Habían pasado más años de los que me importaba recordar desde
la última vez que realice El Largo Sueño, pero mi cuerpo lo
recordaba como si fuera ayer, cayendo en la canción. La sonrisa de
Hectar se convirtió en una profunda carcajada mientras me sostenía
un poco más de lo necesario antes de pasar a mi siguiente
compañero, un hombre vestido de naranja de la dinastía Yemin.
No tuvimos tiempo de saludarnos ni de nada más, ya que los
pasos se aceleraron aún más, todos girando y dando vueltas. Los
compañeros seguían cambiando, tanto hombres como mujeres. Los
Desérticos, como en casi todos los mundos, tenían apareamientos
entre personas del mismo sexo, entre dinastías y todas las demás
formas de amor. Nadie era discriminado por ello: todos
respetábamos el don de un vínculo, sin importar cómo llegara.
A medida que nos acercábamos a los últimos compases del baile,
mi corazón se sentía más ligero de lo que había estado en mucho
tiempo, y una cosa me estaba quedando muy clara: Yo era la
culpable de la tristeza en mi vida. Puede que Reece me haya
rechazado, pero eso era sólo de su mundo. Había sido yo la que me
había alejado del resto.
Un nuevo compañero me agarró la mano entonces, y observé que
llevaba la túnica negra de los Guardianes. Sólo las arenas de Delfora
y de los Guardianes eran negras, y cuando levanté los ojos para
encontrarme con los suyos, tuve que parpadear ante lo que era un
Desértico impresionantemente sexy.
Su piel era oscura, sólo unos tonos más claros que el negro de su
túnica, lo que contrastaba con el verde vivido de sus ojos. También
era alto, lo que me obligó a inclinar la cabeza hacia atrás para poder
apreciar sus rasgos.
—Hola —murmuró, con el calor que desprendía su mirada.
Por extraño que parezca, también se produjo una agitación
momentánea en mi interior, una reacción puramente física en
respuesta a su belleza antinatural. Nos movimos juntos en silencio,
pero nuestros cuerpos se sincronizaron mejor que el mío con
cualquier otro en esta luna. Cuando llegó el momento de cambiar a
la última pareja de baile, esquivó al Rohami y me arrastró, sin
perder el ritmo. Parpadeé, pero no me disgustó seguir en sus
brazos.
Cuando se inclinó hacia mí, un aroma picante, rico y terroso como
la propia tierra, llenó mis sentidos.
—¿Nombre? —preguntó con una voz suave y profunda. Los
guardianes eran, en general, poderosos debido a su proximidad a las
tierras sagradas, y este hombre no era una excepción.
—Ángel —respondí—. ¿El tuyo?
—Darin.
Por la forma en que lo dijo, tuve la clara impresión de que la
mayoría de los seres de aquí habrían reaccionado. Ese nombre
significaba algo, sólo que yo no tenía ni idea de qué era ese algo.
Su agarre a mí no se desvaneció mientras seguíamos girando.
Cuando el último compás se desvaneció, me hizo girar y me
encontré mucho más cerca de él de lo normal. Su brazo pasó por mi
cadera antes de deslizarse por mi espalda. Al inclinar de nuevo la
cabeza para intentar medir su expresión, un destello rojo en mi
periferia me llamó la atención, y fue entonces cuando mi interés por
Darin se desvaneció.
—¿Hay alguna razón por la que Reece de Rohami me mira
fijamente como si estuviera a punto de dar una zancada y
arrancarme la piel del cuerpo con sus poderes de arena?
La pregunta de Darin apenas fue registrada, ya que toda mi
atención estaba puesta en el dios del desierto. —Somos una especie
de enemigos —murmuré.
—Y sin embargo, llevas el color de su casa.
Se me escapó una risita. —Es complicado, pero basta con decir
que no me desea la felicidad.
Fue el turno de Darin de reírse. —Es tu día de suerte, entonces,
porque puede que sea el único Desértico de esta sala que no teme a
Reece.
Eso me permitió finalmente volver a centrarme en él. —¿Quién
eres tú para no temer a alguien de su poder y reputación? —
pregunté, retrocediendo un paso para que ya no nos tocáramos.
Había un brillo en sus ojos mientras se ampliaban
minuciosamente. —Supongo que no eres de aquí.
—Honor Meadows.
Asintió con la cabeza. —Sí, eso tiene sentido. La falta de alas me
desconcertó, pero sólo puedo suponer que no eres el típico
transcendental.
Sacudí la cabeza. —Podría decirse que sí.
Se acomodó en una sonrisa. —Siempre he pensado que lo típico
estaba sobrevalorado —El ritmo de la siguiente canción se aceleró y
añadió—. ¿Te apetece volver a bailar?
—Me temo que esta no la conozco —dije, observando que los
demás desérticos se habían puesto en fila, todos en una línea
mirando hacia la misma dirección, antes de que todos cambiaran a
otra.
—Bueno, ¿tal vez un refresco?
Sólo dudé un instante antes de decidir que podía merecer la pena
explorar ese destello de calor que había sentido antes. Después de
todo, ésta era mi luna para soltarme y comenzar un nuevo viaje. —
Un refresco estaría bien —dije con un movimiento de cabeza.
Justo cuando estaba a punto de apartarme del camino de los
bailarines de la fila, un destello de calor repentino e intenso me
recorrió la columna vertebral. Las pupilas de Darin se encendieron
al mirar por encima de mi cabeza, y no necesité girarme para saber
quién estaba detrás de mí. El estruendo del pecho de Reece me
sacudió, y cuando empecé a girar, dispuesta a recordarle que ya no
podía dictar mi vida, un agarre firme se aferró a la base de mi cola
de caballo y a la bufanda, apretándose mientras me tiraba de nuevo
contra su cuerpo.
—Reece —siseé entre dientes—. Tienes exactamente dos
segundos para soltarme, o te arrancaré el brazo.
—Quédate quieta —gruñó, sujetándome casi inmóvil. No me
estaba haciendo daño, era una maniobra de dominación, pero yo no
jugaba a esos malditos juegos.
Justo cuando me preparaba para usar mi poder, Darin me
presionó por delante, dejándome en medio de los dos. El guardián
era casi de la altura de Reece, y la sensación de estar rodeada de
hombres poderosos en realidad apagó parte de mi ira.
Una debilidad de la carne finalmente había metido sus garras en
mí.
—No me presiones, Dios —se burló Darin—. Ángel está conmigo
esta noche, y defenderé su derecho a elegir.
Más allá de que sus energías chocaran con las mías, de alguna
manera volví a encontrar mi independencia. Levantándome sobre
las puntas de los pies, eché la cabeza hacia atrás, golpeando la parte
inferior de la barbilla de Reece. En cuanto me soltó, giré y golpeé
con mis puños a ambos lados de su pecho, apuntando a los puntos
más vulnerables de su cuerpo.
Reece no tuvo más remedio que meter los brazos en los costados
y protegerse, porque puede que yo sea más pequeña, pero no soy
débil ni por si acaso.
Darin se acercó de nuevo, con las manos en alto como si fuera a
ayudarme. Le lancé una mirada de ojos estrechos y le espeté: —No
te acerques. Defiendo mi propio honor —Con un último giro moví
mi cuerpo para golpear con mi rodilla el costado de Reece,
apartándolo de mi camino.
La furia me golpeó cuando salí de entre ellos y me alejé. —Ahora
pueden matarse el uno al otro —le dije.
Maldiciendo a esos machos del desierto tan sexys, tan peligrosos
y tan molestos, no miré atrás mientras me dirigía a la salida.
Se suponía que esta luna iba a ser un nuevo comienzo, pero, como
siempre, tuvo un inicio difícil.
22

Mera hizo un movimiento para interceptarme, pero le hice un gesto


para que me dejara, necesitaba un segundo para calmarme. Reece,
una vez más, metía las narices donde no le llamaban, y estaba
arruinando las pizcas de felicidad que había intentado
desesperadamente introducir en mi vida. ¿Qué razón podía tener
para interrumpir mi tiempo con Darin? ¿Era esta la misma mierda
que había estado haciendo con Len? ¿Podía su mezquino culo
esperar realmente que viviera sola el resto de mi larga vida?
Debí haberle apuñalado cuando tuve la oportunidad. La próxima
vez que intentara interferir, llamaría a mis dagas y estaría
sangrando por lugares que no eran tan fáciles de curar.
Cuando estaba a medio camino del espacio de la tienda, un viento
veloz se precipitó a mí alrededor, chirriando sobre mi piel expuesta
cuando la fuerza me arrastró. Fue un ataque tan inesperado que,
para cuando registré el golpe, ya estaba subiendo a cientos de
metros hacia la cima de la gigantesca tienda.
La altura y la velocidad no me molestaron ni me causaron pánico,
y ya tenía mis armas en la mano cuando salí disparada por una
pequeña rendija en el vértice de esta estructura. Un aire fresco y
sorprendentemente frío me golpeó cuando acabé en el cielo, ahora
teñido de azul, a media milla por encima de los Desérticos que se
deleitaban con las festividades de la noche inaugural.
Inspirando profundamente, no luché contra la sujeción. Las
arenas ocres me sujetaban, y su fluidez no se veía afectada por mis
dagas. Tampoco quería disparar mi poder hacia ella, ya que dos
fuerzas de energía opuestas podrían crear una explosión, matando a
los inocentes que estaban debajo. Lo mejor era armarse de
paciencia y prepararse para quien o quienes habían decidido
joderme ahora.
Para cuando la tormenta de arena detuvo su barrido ascendente,
ya estaba preparado en mi postura de combate favorita,
sosteniendo mis armas favoritas: las dagas curvas. Este par era
ligero y ágil, respondía a todas mis órdenes y me daba la posibilidad
de entrar desde múltiples ángulos para herir y matar.
La arena que me rodeaba no era lo suficientemente gruesa como
para oscurecer mi visión mientras seguía manteniéndome
prisionera, y cuando no apareció nadie inmediatamente, empecé a
probar los límites de esta barrera. Al dar un paso hacia adelante, las
arenas me siguieron, e incluso cuando esprinté por el cielo, la
barrera de arena nunca se fue. Utilizando mis alas, intenté
emprender el vuelo, sorprendiéndome cuando me soltaron para
hacerlo, pero, por supuesto, en el momento en que intenté dirigirme
a tierra, me atraparon y me lanzaron de nuevo hacia arriba.
Sólo había conocido a un ser que pudiera controlar los desiertos
así, sobre todo contra mi poder y habilidad, así que no me
sorprendió que el imbécil dios del desierto se alzara a través de la
tienda. A diferencia de mí, estaba rodeado de su arena roja Rohami,
pero no importaba, ya que todas las arenas obedecían sus órdenes.
—¡Cómo te atreves! —gruñí, corriendo tan rápido como pude,
mis alas se deslizaron porque no las necesitaba—. No tienes
derecho a eliminar mi libre albedrío. Sólo porque seas más fuerte
aquí en tu tierra, no creas que no recurriré a mí poder y poner a
prueba esa teoría.
En un principio había decidido que había demasiados inocentes
abajo como para usar mi poder, pero si Reece no me liberaba
pronto, mis prioridades podrían cambiar.
—Tenemos que hablar —dijo brevemente, permaneciendo en una
nube de su arena—, antes de que cometas otro error del que te
arrepientas.
Si alguna afirmación iba a hacerme ver rojo, era esa. Mi velocidad
aumentó, y cuando estuve lo suficientemente cerca para un ataque,
devolví mis dagas a la tienda y me lancé hacia adelante. El cuerpo a
cuerpo significaba que esto duraría más.
Reece iba a sentir todo el peso de mi furia milenaria hacia él.
—Ya me has quitado demasiado —enfurecí, clavando un puño en
su costado y rompiendo sus costillas con la fuerza. La mandíbula de
Reece se crispó, pero no se movió. Tampoco se defendió—. Ya he
tenido suficiente.
Cada golpe, maldición y rabia que le enviaba, él lo absorbía y lo
curaba hasta que yo era la definición misma de la locura; hacer lo
mismo una y otra vez y esperar un resultado diferente. Puede que
mis ataques le hicieran daño, pero era tan poderoso que el dolor
sólo duraba unos instantes antes de curarse. Si no se defendía, no
podía utilizar medios más letales, lo que significaba... Estábamos
teniendo esta conversación.
Al frenar mi asalto, respiré con dificultad mientras lo miraba
fijamente, desinflada. —¿Qué quieres de mí?
Era una estatua, la profunda luz azul noche de la luna oscura era
suficiente para mostrar sus rasgos divinos. Al mirarlo como lo hacía
ahora, resultaba irrisorio pensar que cualquier otro Desértico
pudiera acercarse al magnetismo de Reece.
—Aléjate de Darin.
Me acerqué a él y negué con la cabeza. —No puedes dictar mi vida
social.
Su sonrisa era un poco salvaje, a juego con la luz de sus ojos. —En
realidad, Lale, eso es exactamente lo que dicto. Hasta que yo lo diga,
no tocas, besas ni te follas a ningún Desértico.
Cuando mi cuerpo se sacudió, no fui lo suficientemente rápida
para ocultar la sorpresa en mi rostro. —Me follaré a quien quiera —
logré decir, sintiendo el fuego de nuestras energías mezclándose en
nuestra proximidad—. Vas a tener que aceptar que mi felicidad ya
no es tuya para controlarla.
Sus brazos me rodearon tan rápido que fueron un borrón.
Mientras me encerraban con fuerza, apenas podía respirar. —No me
presiones, Ángel —murmuró, y no se me escapó que utilizaba el
apodo de Mera para mí cuando intentaba distanciarnos
emocionalmente. Irónico teniendo en cuenta lo unidos que
estábamos físicamente.
Apartando la cabeza, estaba a punto de tirar la cautela al viento y
destrozar a ese bastardo con mi energía, cuando nuestros ojos se
encontraron. Las galaxias enterradas en lo más profundo de sus
irises empezaron a arremolinarse y a acumularse, y sentí cómo se
me calentaba la piel al registrar el revuelo de energía en mi interior.
—¿Qué estás haciendo? —le dije a gritos—. Reece, no puedes
agitar mi poder así.
Se inclinó más cerca, con su aliento y su aroma rozando mi cara.
—Me perteneces, Melalekin de Honor Meadows. Siempre me has
pertenecido. No volverás a acercarte a Darin, o la próxima vez no
sólo le daré una patada en el culo... lo mataré.
Me quedé congelada en el poder latente de su orden,
reconociendo la verdadera amenaza en esas palabras. —¿Por eso
has tardado tanto en subir aquí?
Reece ladeó la cabeza, y una expresión engreída sustituyó a la que
antes era ilegible. —Darin pensó que podía ser rival para mí. Creyó
que podía estar a tu nivel. Tuve que recordarle que sólo hay uno que
controla todos los elementos del desierto aquí, y ese soy yo.
—Tú... —balbuceé—. Eres un puto engreído. ¿No puedes
conformarte con controlar los elementos? ¿Por qué tienes que
controlarme a mí también?
Se inclinó hacia mí. —Me diste tu energía cuando éramos nuevos
en estos mundos, y es hora de que la aproveche.
Antes de que pudiera decir otra palabra, levanté la rodilla y se la
clavé directamente en las pelotas porque, dios o no, un buen golpe
allí dolía a todos los machos. Sólo que esta no era la primera vez que
Reece se enfrentaba conmigo, y desplazó la parte inferior de su
cuerpo en el último segundo, dejándome golpear su muslo. Peor
aún, terminé en una posición un poco más vulnerable, con mi pierna
encerrada entre las suyas. Podía liberarme, pero me llevaría más
tiempo.
—Trabaja conmigo aquí —dijo, con sus poderosos muslos
manteniéndome inmóvil—. ¿Es tan difícil no tocar a otro hombre
mientras estamos en esta misión?
Inspiré profundamente. —No es que sea de tu incumbencia, pero
en realidad, sí, va a ser difícil porque tengo necesidades recién
despertadas.
El abrazo de Reece se hizo más fuerte. —Necesidades... —respiró,
la concentración desapareció por un momento antes de que
finalmente asintiera—. Creo que tengo una solución para eso.
Antes de que pudiera imaginarme cuál era la solución, me soltó la
pierna y su brazo rodeó mi espalda, levantándome. Apenas pude
soltar un: —Qué mierda... —antes de que él pegara sus labios a los
míos.
Me atrapó por un momento, la sensación de su calor y el aroma de
su cuerpo, pero antes de que pudiera registrar lo malditamente bien
que sabía, volví a levantar la rodilla, logrando conectar con la parte
de él a la que había apuntado antes: sus pelotas y la ahora obvia y
dura longitud de su polla.
¿Duro? Reece estaba duro...
—Lale, ¿qué mierda? —gimió, inclinándose un poco pero sin
soltarme.
—¿Qué mierda? Es correcto —le grité. Aparentemente esta era la
frase de la noche para ambos—. ¿Por qué me besas?
Mi cuerpo ardía, casi temblaba ante la sensación de aquel beso.
Recordé la primera vez que nuestras bocas se encontraron y cómo
casi me había destruido. Ese día había sido joven e ingenua,
desesperada por tener cualquier parte de Reece que pudiera. Esa
mujer ya no existía, y ahora... ahora tenía que ganarse este
momento.
Se recuperó rápidamente, y esta vez, cuando levantó la cabeza,
había fuego ardiendo en aquellas galaxias. —Llenaré tus
necesidades —dijo en un rumor bajo e hipnótico de palabras—.
Mientras estés en los desiertos, no habrá ningún otro que te toque.
Sólo yo.
Nunca había pensado que una afirmación arrogante y posesiva
como ésa pudiera derribar mis muros, pero cuando mi cuerpo sintió
un cosquilleo, con aleteos de excitación instalándose entre mis
muslos, consideré realmente su propuesta. La lógica siempre había
sido una de mis grandes bazas, y esta vez no era una excepción.
—¿Por qué debería aceptar esto? Me odias y no quiero que me
utilicen.
Reece se rio, sacudiendo la cabeza. —Ya somos demasiado
mayores para el odio, Lale. Veamos esto como una forma de
reconstruir nuestra relación. Una forma de reparar los viejos lazos
y... avanzar.
Exactamente lo que había dicho Mera, y maldita sea, era tan
tentador.
El sexo podía ser complicado, pero al final, me valdría cualquier
medio para destruir la rabia persistente entre nosotros y los últimos
vestigios del sentimiento de traición de Reece. Nuestra atracción era
innegable, las energías casi chocaban mientras el fuego corría por
mis venas. El dolor de mi cuerpo era más fuerte que nunca, y cuando
mis caderas se movieron involuntariamente, sentí el calor húmedo
entre mis muslos. Mi cuerpo deseaba claramente todo lo que este
macho dominante podía ofrecer.
Antes de que pudiera dudar de mí misma, tomé una hoja de la
guía de la vida de Mera y tiré de la precaución al viento. Empujando
hacia arriba y hacia delante, rodeé su cuello con los brazos y lo
acerqué, con mi boca en la suya. Esta vez, cuando abrió los labios,
nuestras lenguas chocaron.
La urgencia creció en segundos, sus manos se deslizaron por mi
cuerpo para despojarme de la túnica, su energía ayudó a ello. Mis
uñas lo arañaron mientras rasgaba su túnica, desgarrándola por las
costuras, necesitando sentirlo todo. Nuestros pantalones
desaparecieron de alguna manera, y cuando su dura polla cayó en
mi mano, ya palpitante, separé mis labios de los suyos y gemí.
Nuestra primera vez no había sido así, Reece se lo había tomado
con calma, aprendiendo los dos en el sexo. Esto era diferente,
urgente y feroz... y exactamente lo que necesitaba. Reece me levantó
para que pudiera rodear su cintura con mis piernas, juntando
nuestros cuerpos desnudos. Sus manos se posaron en mi culo
cuando nuestros labios se volvieron a encontrar, y con un repentino
empujón, se introdujo en mi húmedo calor. Mis músculos tensos lo
retuvieron por un momento antes de que el ardor del placer y el
dolor me hicieran sacudirme contra él, necesitando sentir toda su
longitud.
Algunas de las arenas que nos sostenían se movieron detrás de
mí, de modo que quedé apoyada contra una pared de color rojo y
ocre mientras Reece se abalanzaba sobre mí. —Sí, joder, no pares —
gemí, necesitando este sexo duro y castigador. La furia, la
frustración y la tensión se acumulaban en lo más profundo de mi
cuerpo, arremolinándose y expandiéndose mientras yo arañaba su
espalda. Cuando no pude aguantar más, la presión estalló y grité de
placer, sintiéndome agradecida de que estuviéramos muy por
encima de la tierra, ocultos por las arenas.
Pero Reece no se detuvo ahí, sino que cambió su ritmo para
moverse más lento pero más profundo, enviando picos de nuevas
sensaciones a mi centro.
—Lale —gimió, con movimientos más bruscos antes de bajar la
cabeza y gruñir contra mi piel—. Nadie te toca —dijo a mordiscos—,
nadie te ve desnuda. Me perteneces hasta que yo diga lo contrario.
La segunda ronda de placer que había estado acumulando dentro
de mí explotó, y grité, con la voz ronca, mientras mi visión se
oscurecía por un instante. Reece me levantó más alto mientras
empujaba, y estaba tan excitada que cada vez que se movía mi coño
emitía un sonido húmedo. Un sonido que, hasta ese momento, no
me había dado cuenta de que sería tan condenadamente sexy.
—¿Estás de acuerdo?
No tenía ni idea de lo que estaba hablando, mi bien jodido cerebro
más lento de lo normal. —¿Estar de acuerdo con qué?
No perdió ni un minuto. —Mientras estés en las Tierras del
Desierto, me perteneces, Lale.
El significado detrás de las palabras finalmente se registró, y con
eso, apenas logré sostenerme.
¿Pertenecer a él? Espera... ¿qué demonios estaba pasando aquí?
23

—Espera… —Tuve que aclararme la garganta porque no había


humedad en mi boca… estaba toda en mi vagina aparentemente—.
¿No es esto una indicación de que estoy de acuerdo?
Su expresión se ensombreció, pero no dejó de moverse dentro de
mí. Una forma decididamente injusta de tener un debate. —Necesito
que digas las palabras —dijo suavemente—. Nuestro tiempo aquí es
una oportunidad para dejar descansar a los fantasmas. Para
avanzar. Pero tienes que estar dentro.
—¿Cómo funcionaría? —pregunté, orgullosa de que mis palabras
fueran algo claras.
Reece cambió nuestro ángulo, las arenas le permitieron
colocarme horizontalmente para poder empujar más fuerte y más
rápido. El pensamiento lógico volvía a desvanecerse, y sabía que
este bastardo lo hacía a propósito. —Mientras estemos en esta
misión en las Tierras del Desierto —dijo, respondiendo a mi
pregunta—, vendrás a mí y sólo a mí para satisfacer las necesidades
de tu cuerpo. Luna nueva o luna oscura, no importa. Otro hombre no
te tocará, y tú no te tocarás a ti misma.
Yo negaba con la cabeza, pero él gruñó y me cortó antes de que
pudiera decir una palabra.
—No es negociable. He estado obsesionado contigo durante años,
Lale, y cuanto más lo ignoraba, peor era. Así que por ahora, tu
cuerpo, tu placer... y tu puto coño me pertenecen. Al menos hasta
que nos saquemos esto de encima.
Como si quisiera demostrar su punto de vista, dejó que la arena
cargara con todo mi peso y utilizó sus manos para recorrer mi piel,
con las yemas de los dedos girando sobre mis pezones y bajando
por los músculos de mi abdomen antes de llegar a mi clítoris. Sus
caricias allí eran firmes, moviéndose al ritmo de sus empujones, y
yo estaba demasiado lejos como para hacer algo más que gemir e
intentar no caer en las espirales de mi inminente orgasmo.
—¡Acéptalo, Ángel! —dijo en un gemido. A pesar de todo su
control, él también estaba afectado, y esa era una sensación
poderosa.
—Sé lo que estás haciendo —respondí, desesperada por no
correrme pero sabiendo que estaba literalmente a un segundo de
ser absorbida por el abismo de placer que me recubría como un
espacio infinito.
Reece resopló con una risa áspera. —Lo dudo mucho.
Esta respuesta me tomó por sorpresa, y mi falta de argumentos
estimuló a Reece. Su cuerpo se puso más duro y caliente, cada parte
de él parecía agrandarse mientras bajaba la cabeza para rodear mi
pezón con sus labios y su lengua. Grité, incapaz de detener el
orgasmo por mucho que lo deseara.
Esta vez, sin embargo, se corrió conmigo, con la polla
sacudiéndose al sentir la caliente explosión de su poder y esencia en
su interior. Aguantamos este orgasmo durante mucho tiempo, un
tiempo impresionantemente largo, y me permití considerar
realmente su propuesta.
El plan tenía defectos, había muchas formas de que saliera mal,
pero después de años de echar de menos a Reece y de desear una
forma de reparar los lazos rotos entre nosotros, me sentí tentada a
apostar por todo.
—Hay una posibilidad de que esto funcione —dije cuando por fin
pude hablar.
Levantó la cabeza del pezón que había reclamado hace un
momento.
—Una gran posibilidad —dijo.
Asentí con la cabeza. —Aunque sea sexo de odio, es una forma de
limpiar nuestra ira y darnos una segunda oportunidad de amistad.
Pero vamos a necesitar algunas reglas básicas.
Nuestros cuerpos seguían unidos, ninguno de los dos estaba
dispuesto a alejarse. Y claramente tenía toda su atención.
—No podemos apegarnos emocionalmente —dije sin rodeos—.
Al final de esto, ambos tenemos que alejarnos —Su ceño se frunció,
pero seguí adelante—. No tocaré a otro, pero espero lo mismo de ti
mientras dure este acuerdo.
—Hecho —dijo sin dudar.
Volví a respirar profundamente. —Y creo que es mejor que no
involucremos a nuestros amigos. Esto es sólo entre nosotros.
Su mirada se oscureció y pude sentir el estruendo en lo más
profundo de su cuerpo, que seguía íntimamente entrelazado con el
mío. Esa última regla no le sentaba bien, pero seguí adelante de
todos modos.
—Esto dura mientras estemos en las Tierras del Desierto, y
luego... dejamos atrás el pasado y nos permitimos un futuro
diferente.
Sus ojos me abrasaron el alma. —De acuerdo, Ángel. Si quieres
reglas, podemos tenerlas. Siempre que recuerdes —su poder se
deslizó por su dura polla hasta mi coño, enviando vibrantes
descargas de placer a través de mí—, que mientras estemos en las
Tierras del Desierto. Nada de peleas. Sin ira. Sin enemigos.
Esas palabras estaban marcadas en mi energía ahora, llenando mi
mente y abrumando mis sentidos. Reece, con la mandíbula tensa,
asintió por fin y en el mismo instante volvió a avanzar, deslizándose
dentro de mí al ritmo de su poder.
Mi cuerpo ya se arqueaba, incapaz de soportar las sensaciones. —
¿No te has corrido antes? —gemí, confundida por lo malditamente
duro que estaba todavía.
Se le escapó una risa baja y oscura. —Puedo permanecer duro
todo el tiempo que sea necesario, a través de tantas folladas de odio
como requieras —Sus labios se torcieron sobre esas palabras, y me
pregunté brevemente por qué antes de que gruñera—. Basta de
hablar.
Después de eso me olvidé de todo, excepto de vivir el momento.
Hasta ese momento había sido algo sumisa con Reece, ya que el sexo
no era una especialidad mía, pero ya había terminado con eso,
quería recuperar algo de control.
Apretando las piernas alrededor de su cintura, ajusté la posición
de mis manos, preparándome para moverme. Reece se dio cuenta
de lo que estaba haciendo una fracción de segundo antes de que me
moviera, y aunque intentó contrarrestarlo, para mantenerme
encerrada bajo su agarre, fue demasiado tarde.
Girando nuestras posiciones, utilicé un agarre cruzado para
mantenerlo inmovilizado debajo de mí, y a pesar de mis desventajas
de tamaño y alcance, me las arreglé para deslizarme sobre su
cuerpo, montando esa dura longitud mientras perseguía mi próximo
orgasmo.
—No me someteré a ti, Reece —retumbé contra su boca, y luego
mordí su exuberante labio inferior, atrayendo la carne hacia mi boca
y presionando lo suficiente como para que, si no hubiera sido un
dios con la fuerza de un dios, le hubiera roto la piel—. Si esto va a
funcionar, tiene que incluir el respeto mutuo.
Hablábamos (de acuerdo, yo hablaba y sus ojos se oscurecían) y,
sin embargo, ninguno de los dos perdió el ritmo de la follada. Mi
mitad inferior era una masa de energía furiosa, un orgasmo tan
cercano, pero esta vez me negué a permitirme caer en ese placer. No
hasta que tuviera mi respuesta.
El poderoso cuerpo de Reece se levantó debajo de mí, su control
sobre las arenas le dio el ángulo necesario para bombear, y cuando
bajé para encontrarme con él también, hubo un temblor en mis
muslos que me dijo que iba a explotar muy pronto.
—¡Maldita sea, Reece! Colabora aquí... Joder —me atraganté con
algo de aire—. Encuéntrame en medio de esto.
—Hasta el final, Lale —murmuró, con la voz tan dura como la
polla que me penetraba—. No hago nada a medias, lo que
descubrirás muy pronto.
No pude evitar que el grito saliera de mis labios cuando me envió
al límite de nuevo. Sabía que había perdido ese asalto, pero no me
castigaría por ello. Iba a haber muchos más asaltos.
Un hecho que me llenó de expectación y de temor.
Con odio o sin él, tenía que ser capaz de alejarme cuando todo
terminara.
Ya había dejado un corazón roto en este desierto una vez, y no
podía hacerlo de nuevo.
Lo que sea que ocurriera entre nosotros, necesitaba protegerme.
Era la única manera de mantener intacto mi mundo renacido.
24

Cuando me corrí por cuarta (¿quinta?) vez, el cansancio se apoderó


de mí y, a pesar de mi intento de dominio, el dios del desierto era
demasiado poderoso para mí.
Al menos no está luna.
Puede que siga teniendo mi asiento en la parte superior, pero
ambos sabíamos quién tenía todo el control.
Sus ojos se oscurecieron mientras las estrellas y los planetas se
arremolinaban en sus profundidades, y cuando finalmente se corrió
de nuevo, el fuego que ardía entre nosotros se disparó más. Sentí
como si las llamas que habían estado ardiendo bajo mi piel durante
meses se hubieran liberado por fin. No tenía un fuego físico como el
de Mera, sino que el mío era una llama interna de Nexus que nunca
se apagaba.
En medio de mi placer, mis alas se soltaron sin que yo lo
ordenara. Cuando me desplomé sobre el pecho de Reece, sus brazos
me rodearon y sentí que me acariciaba las plumas. Casi como si
necesitara asegurarse de que realmente estaba aquí con él. Por
supuesto, ese momento se acabó tan rápido como empezó cuando
su abrazo se aflojó y rodeó mis bíceps con sus manos, levantándome
y quitándome de encima. Mis alas se retrajeron en el mismo
instante.
El lento deslizamiento de su polla tardó una eternidad en salir de
mi cuerpo y, como había dicho antes, seguía dura. Las venas subían
por los costados hasta llegar a la gruesa cabeza, que era más oscura
que el resto de él. La evidencia de nuestros placeres brillaba a lo
largo de la longitud, y estuve tentada de inclinarme y pasar mi
lengua por él porque, aparentemente, yo estaba así de jodida
cuando se trataba de Reece.
Jodida en todos los sentidos.
—Sigue mirando mi polla así, Ángel, y volverás a montarla.
Aquella advertencia me sacó del trance en el que me encontraba,
y sacudí la cabeza para despejarla mientras me levantaba para
ponerme de pie con las piernas temblorosas. Un rápido vistazo a mí
alrededor me indicó que mi túnica y mis pantalones no estaban a la
vista. De hecho, incluso la ropa de Reece había desaparecido.
—Los hiciste pedazos —dijo con sorna, al notar mi búsqueda.
Al cerrar los ojos, me asaltaron los recuerdos del frenesí que
había sentido. Había estado fuera de control, llena de una necesidad
ardiente. Necesidad que volvía a surgir, hasta que conseguí
apartarla.
—Nadie puede saber lo que estamos haciendo —le recordé una
vez que me controlé—, lo que obviamente significa que no podemos
entrar en la tienda desnudos y cubiertos de fluidos de... sí.
Su sonrisa era lenta, la mirada se detenía en mi boca antes de
subir lentamente y atraparme en su intensidad. —Disfruto viéndote
cubierta de mi esencia, Lale. Tal vez te mantenga así.
Antes de que pudiera gritarle a este frustrante dios una vez más,
sus arenas se cerraron a nuestro alrededor para formar una pesada
barrera que bloqueaba mi visión de los desiertos. Nadie podía
vernos encerrados así, y había olvidado lo segura que me sentía
envuelta en el poder de Reece.
Había olvidado muchas cosas o, al menos, me había convencido
de que las recordaba mal. Como el sabor picante de su boca, cómo
me atrajo y me hizo adicta. Me hizo desearlo de nuevo, aunque
apenas me quedara en pie despues de la última sesión de sexo.
Mi claridad después del hecho me obligó a reconocer en qué
problema me había metido, pero incluso con ese conocimiento, no
rompería nuestro trato, principalmente porque no quería y una
pequeña parte porque no le daría a Reece la satisfacción.
Pasaría por esto sin encariñarme. Utilizaría esto como un
ejercicio catártico antes de liberarlo para siempre.
Apartándome del intenso macho, traté de encontrar algo de
espacio en la apretada burbuja de arena. Cuando me puse de pie, un
lento y caliente goteo de semen se abrió paso por el interior de mi
muslo, y me pregunté, a pesar de sus palabras de antes, por qué no
nos había limpiado.
Esta era su esencia, su fuerza vital, y normalmente, cuando los
seres eternos y poderosos tenían sexo, no permitíamos que las
secuelas permanecieran mucho tiempo, no fuera que se contuvieran
y se utilizaran contra nosotros. O eso había oído.
Pero Reece no hacía ningún movimiento para limpiar a ninguno
de los dos. —¿Quieres que use mi energía para destruir lo que
queda de nuestro poder? —pregunté, rompiendo el silencio
mientras agitaba la mano hacia mis piernas ligeramente separadas,
por si confundía mis intenciones.
Su pesada mirada recorrió la unión de mis muslos. —No —gruñó,
y entonces, cuando dio un paso hacia mí, las arenas se tensaron aún
más antes de que la masa comenzara a movernos. Fue una rápida
sacudida que me hizo avanzar; Reece me atrapó antes de que yo
pudiera atraparme. No luché contra su agarre, ya que habíamos
hecho este trato y, para lo que contaba, yo era una transcendental
que cumplía mi palabra.
—¿No?
Las manos en mis brazos se apretaron. —No. Se queda hasta que
yo diga lo contrario.
¿Qué demonios...? —Estás fuera de tu jodida...
Casi me levanta hacia él, con un sonido profundo en su pecho. —
Ya te lo he dicho; quiero que lleves mi esencia. Te limpiaré cuando
lleguemos a la tienda, pero hasta entonces...
Me quedé mirando, sin pestañear, hacia él, comprendiendo por
fin por qué Mera le llamaba Shadow Segundo. Los Desérticos no
solían ser tan animales y posesivos en sus reclamos. Lo que estaba
haciendo ahora (este marcaje de su territorio) era un rasgo bestial.
Por un breve momento, estuve tentada de desafiar su dominio,
pero la parte lógica de mi cerebro me recordó que había aceptado
sus reglas. Reglas que incluían permitirle reclamar mi cuerpo hasta
que termináramos. Era contraproducente luchar contra él hasta el
final.
Vamos, Melalekin. Quieres esto.
Y estaba la otra parte de mi mente, que no era tan lógica. La parte
menos lógica era aquella en la que reconocía que, si bien esta era
una experiencia nueva para mí, sorprendentemente... sí la deseaba.
La misma posesividad que siempre había observado con envidia
entre Mera y Shadow estaba al frente, reclamándome en casi todos
los sentidos. Parecía que por fin había encontrado a un hombre
gruñón, exigente y sexualmente dominante.
Había conseguido mi deseo, aunque no fuera de la forma que
había previsto. Pero aun así, lo aceptaría por ahora, y mientras
Reece no se pasara de la raya, tal vez... solo tal vez, incluso lo
disfrutaría.
Me soltó los brazos mientras la nube de arena frenaba su arco,
descendiendo durante unos segundos antes de detenerse. No tenía
ni idea de dónde estábamos hasta que la barrera se desvaneció a
nuestro alrededor, dejando sólo la plataforma bajo nuestros pies.
Las familiares solapas de la tienda aparecieron, y ahora estaba claro
cómo Reece planeaba limpiarnos y que nuestros amigos no nos
vieran.
Bajó primero de la plataforma y yo fui a seguirle, sólo para que él
extendiera sus manos alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia
él una vez más. —Si estás desnuda, eres mía —me dijo cerca de la
oreja, y el cálido roce de su aliento contra la piel sensible me hizo
sentir un escalofrío.
No esperó mi respuesta y, sinceramente, no tuve ni idea de qué
responder a eso. Mientras nos llevaba al interior de la tienda vacía,
nuestros cuerpos permanecían al ras, y la fricción de nuestros
movimientos contra mi carne desnuda...
Hace dos segundos habría jurado que no había forma de volver a
tener sexo esta noche, pero ahora mismo, podría llamarme
mentirosa.
Reece entró en su dormitorio, que era el más grande y opulento
de una instalación ya de por sí lujosa. Cuando llegamos a su zona de
baño, el agua empezó a correr antes de que él llegara a la bañera de
cristal, y para cuando se metió en ella, conmigo todavía firmemente
abrazada, el agua caliente estaba a pleno rendimiento.
Mis ojos se cerraron mientras inclinaba la cabeza hacia atrás; el
doble placer de la ducha y la piel de Reece me hacían existir en un
momento perfecto.
—Algunas cosas nunca cambian —murmuró, y mis ojos volvieron
a abrirse para que pudiera ver la expresión que acompañaba a esa
afirmación.
Sus ojos estaban entrecerrados, sus rasgos ensombrecidos
mientras su piel parecía aún más oscura de lo habitual, su poder le
acompañaba. —Siempre has amado la fuerza vital líquida de un
mundo —murmuró—. Incluso cuando tus alas eran un
impedimento, descubriste cómo nadar, y nunca has mirado atrás.
Mis alas estaban diseñadas para el aire, y carecían de la capa
protectora que tenían las criaturas aladas del agua. Durante años
había luchado contra ellas mientras me arrastraban bajo los lagos y
océanos de varios mundos, hasta que finalmente se habían
adaptado o se habían hecho lo suficientemente fuertes como para
poder nadar.
—Te acuerdas de muchas cosas —señalé, sin estar segura de
cómo me sentía al respecto. Bajé la voz—. A veces me gustaría que
no lo hicieras. Hay partes de nuestro pasado que me gustaría
olvidar.
Como mi traición y su odio hacia mí.
Reece se agolpó, empujándonos a ambos bajo el chorro constante
hasta que me cubrió el cabello y la cara, lo que distorsionó mi visión
de él cuando dijo: —Yo también lo deseo, Lale, pero lo hecho, hecho
está. No podemos cambiar el pasado, sólo el futuro.
Para Reece, eso era casi una afirmación positiva, y antes de que
pudiera decir otra palabra, ahuecó las manos y recogió la liforina.
Frotó el agua entre sus manos y noté que había un ligero burbujeo,
como si estuviera activando las propiedades de limpieza.
Mientras movía ese líquido hacia mí, rápidamente dije: —¡Puedo
hacerlo!
Soltó una carcajada. —Ni de coña, Ángel. Como dije antes, cuando
estás desnuda, tú y tu hermoso cuerpo me pertenecen.
El duelo de mis sentimientos por esa declaración era intenso,
pero no podía dejar que controlara y dominara cada parte de mí. —
Escucha, imbécil —le dije—. Puedo intentar trabajar con tu
naturaleza dominante porque hicimos este trato y eso incluye que
acepte quién eres, pero por el amor de los guerreros de todo el
mundo, no olvides quién soy. Sólo puedes presionarme hasta cierto
punto...
Sus manos se deslizaron entre mis muslos, y cuando la fricción
del agua y sus dedos golpearon mi coño, me sacudí dentro de él.
Antes de que pudiera recuperarme, me acarició de nuevo,
profundizando. Jadeando, intenté retroceder, pero no había ningún
lugar al que ir. Podría haber salido de la bañera, pero... no nos
pongamos demasiado dramáticos.
—Voy a limpiarte ahora —dijo con esa misma voz baja y suave, de
no me jodas—. Quiero que te quedes completamente quieta, o
nuestros amigos, que están a punto de entrar en la tienda, oirán tus
gritos.
Mis ojos le escupían fuego, pero como era yo quien había decidido
que esto debía permanecer en secreto, no podía romper esa regla en
las primeras horas de nuestro acuerdo. Me quedé lo más quieta
posible y me concentré en inspirar y espirar mientras Reece me
pasaba el dedo por la raja, separando mis pliegues para que pudiera
introducir un dedo y luego otro dentro de mí. Tenía manos grandes
y sabía qué hacer con ellas mientras se deslizaba más
profundamente, curvando su dedo en el ángulo justo para que el
intenso placer me sorprendiera hasta casi gritar. Capté el sonido un
segundo antes de que saliera de mi boca, y mientras su sonrisa
crecía, deseé poder darle un puñetazo.
Por supuesto, estaba demasiado ocupada tratando de no gritar
mientras evitaba que mis piernas se derrumbaran debajo de mí. Lo
cual no ayudó en absoluto cuando Reece introdujo su otra mano
para “limpiarme” también, esos dedos recorriendo mi clítoris.
Joder. Murmuré su nombre, sintiendo la pérdida de control que
me asaltaba, y justo cuando estaba a punto de correrme, aumentó la
presión. Dejé escapar un grito silencioso, mi boca se abrió mientras
mi cabeza caía hacia atrás, la energía que reverberaba dentro de mí
casi me hace caer de rodillas. O lo habría hecho si el agarre de Reece
no me hubiera mantenido en pie.
Después de lo que parecieron siglos, el orgasmo finalmente se
redujo a un nivel manejable, y Reece redujo sus caricias hasta que
finalmente deslizó sus dedos fuera de mi cuerpo. Mientras
temblaba, con las manos aun agarrando la pared como si fuera mi
salvavidas, se dio la vuelta y salió de la bañera, y el estallido de su
poder fue todo lo que sentí antes de que se secara, se vistiera y
saliera de la habitación.
Dejándome como un puto lío caliente (un lío caliente satisfecho)
que me había metido de lleno en la cabeza.
25

Después de que la energía de Reece desapareciera de su habitación,


me pregunté por qué se había ido sin darse un último placer a sí
mismo también. Había estado empalmado, con esas venas
palpitando a lo largo de su eje, y me pareció extrañamente generoso
que un hombre que sólo tenía “sexo por odio” me sacara de su
sistema para hacer eso.
Es decir, no era una completa idiota... Sabía que nuestros
sentimientos eran más complejos que el simple “odio”, pero había
sido la emoción que nos definía durante demasiado tiempo como
para ignorar su influencia en nuestro recién formado acuerdo.
Decidiendo que me iba a volver loca si reflexionaba sobre cada
uno de sus movimientos durante nuestro tiempo en los desiertos, lo
dejé pasar por ahora y terminé de limpiarme la piel. No tardé
mucho, y decidida a salir de la habitación de Reece antes de que
alguien se diera cuenta, salí de la bañera y me sequé con un poco de
energía. Por suerte, cuando salí a su habitación, había un conjunto
de ropa sobre la cama de Reece. Otro acto de generosidad del dios
melancólico.
Encogiéndome de hombros con la túnica y los pantalones, que
eran exactamente iguales a los que había llevado antes, me pasé una
mano por la maraña de mi pelo, alisándolo con un cepillo caliente de
energía. Cuando salí, no había ni una sola prueba de que hubiera
pasado algo. Y aún mejor, no había nadie en la zona de descanso que
me viera salir a escondidas de su habitación.
Pero... espera, Reece había dicho que estaban entrando en la
tienda antes. Al ampliar mis sentidos, descubrí que ninguno de ellos
estaba aquí. ¿Me había mentido Reece sobre el regreso de los otros
para mantenerme quie...?
Una explosión de energía sacudió la tienda, chocando contra mi
propia barrera de poder. Reaccionando por instinto, llamé a mis
armas y luego a mi armadura en el siguiente latido. Si el sonido del
ataque podía penetrar el silencio de esta tienda, tenía que estar
cerca.
Al aprovechar mi vínculo con Mera, me alivió que se sintiera algo
tranquila y sin dolor. Ella era mi prioridad, y me fastidiaba haberme
quedado más tiempo en aquel cuarto de baño, atrapada en la lujuria
por Reece, mientras ella estaba posiblemente en peligro. Si le
ocurría algo por tener las hormonas recién despiertas, nunca me lo
perdonaría.
Equipada y lista para la batalla, atravesé a toda velocidad los
cojines y salí por la entrada. Mientras me liberaba y me ponía en pie
de un salto, el verdadero alcance de la conmoción golpeó todos mis
sentidos, y me preparé para un ataque inminente.
El brillo azul apagado de la luna oscura se veía realzado por el
fuego, sin duda cortesía de Shadow y Mera, ya que muchas de las
tiendas que rodeaban la nuestra estaban ardiendo. El humo obstruía
mi vista, pero podía oír la batalla y oler la energía en el aire. Energía
coordinada. Esto era más que un ataque al azar... había sido
planeado.
Necesitando acercarme al corazón de esta batalla, me adentré en
el humo, con los sentidos en alerta máxima. Incluso sin la vista,
apenas era vulnerable. Oí el ruido de una espada un segundo antes
de que apareciera un atacante. Cambiando mi postura hacia la
izquierda, lo suficiente para que el arma se deslizara a mi lado, me
enfrenté a un asaltante vestido de pies a cabeza con un traje negro.
Aprovechando nuestra proximidad, le asesté dos golpes rápidos,
con el objetivo de herirle de muerte, pero mis dagas se estrellaron
contra su traje.
Mis armas eran antiguas e infundidas de poder, así que la única
forma de que eso ocurriera...
A través del humo, me centré en su traje, notando el brillo
distintivo al ser iluminado por las chispas de un fuego cercano.
Maldita sea. No se trataba de un traje cualquiera, sino de uno
reforzado con el caparazón blindado del escarabajo deker, un
furioso depredador del desierto, aunque sólo tuviera unos
centímetros de ancho. Su caparazón era casi impenetrable, y este
imbécil se había aprovechado de ello asegurando miles a través de
su traje.
No es que vaya a salvarlo. Estaba entrenada para detectar los
puntos débiles y ya había notado algunos puntos en los que el
caparazón no estaba perfectamente superpuesto. Solté mis dagas
curvas y las envié a mi habitación en la tienda antes de acercarme a
Honor Meadows para sacar otro juego. Se trataba de mis skintas,
unas dagas finas, casi circulares, con una punta fina como una aguja.
La figura trajeada retrocedió cuando golpeé por segunda vez, mi
skinta se deslizó entre dos caparazones justo cerca de sus costillas;
una elección deliberada para atacar primero su lado dominante del
brazo de la espada. Cuando liberé mi arma, me satisfizo comprobar
que la herida ya le había hecho perder fuerza y que su espada caía
unos centímetros.
Lo compensó rugiendo con fuerza y cambiando su espada a la
otra mano, atacando con un sorprendente nivel de ambidextra. La
mayoría de los guerreros bien entrenados eran buenos en un lado y
adecuados en el otro, pero este era bueno en ambos.
Golpeamos y paramos, el metal chocando mientras bailamos, y
todo el tiempo envié mis sentidos para asegurarme de que Mera y
mis amigos estaban bien. Por lo que pude ver, había al menos una
docena de atacantes envueltos en la oscuridad, pero parecía que
todos nosotros estábamos resistiendo y eso era un alivio.
Centrando toda mi atención en mi oponente, aumenté la
velocidad, dispuesta a acabar con esto. Aprovechando más
imperfecciones en el traje, le di tres rápidas estocadas, cortando su
hombro derecho y su muslo izquierdo y abriendo una profunda
brecha cerca de su mejilla. En ese momento, sus fuerzas empezaron
a decaer y, con una última embestida hacia delante, lancé la punta
de mi arma por debajo del cuello de su armadura, con la esperanza
de que el pequeño trozo de material que había allí fuera la clave
para desenmascararlo. Intentó retroceder, pero no había ninguna
esperanza de que eso sucediera.
Estos imbéciles habían atacado a mis amigos. A mi familia. Mi
manada.
Con un hábil movimiento de muñeca, hice suficiente palanca en el
material para deslizarlo hacia arriba y por encima de su cabeza.
Primero apareció una larga cabellera negra, espesa y lustrosa, que
se desprendió de sus confines. Le siguió un rostro familiar.
—¡Zena! —escupí—. ¿Me estás tomando el pelo?
La hija de Tsuma me miró fijamente. —No tienes ni idea de en
qué te has metido aquí, Melalekin. Deberías haberte quedado en tu
mundo porque ahora morirás aquí igual que tu hermana.
Mi daga estaba en su garganta expuesta en un instante, y ella no
pestañeó, claramente preparada para morir.
—¿Por qué nos has atacado? —pregunté.
Sacudió la cabeza y una risa oscura salió de sus labios. —Siempre
última en unir las piezas.
Me estaba provocando. Era un movimiento clásico para hacerme
perder el control y hacer algo estúpido, pero incluso con mi
renacimiento, estaba demasiado bien entrenada para caer en eso.
También tenía una muy buena idea de por qué nos estaban
atacando: mis sospechas sobre Tsuma eran correctas. Pero nunca
estaba de más ver si revelaba información adicional.
Presionando la hoja lo suficientemente profundo como para
romper la piel, sonreí. —Explícalo para los que somos demasiado
estúpidos para unir las piezas.
Sus ojos, pozos oscuros de color verde medianoche, me
escupieron fuego, pero no había mucho que pudiera hacer. —No
debes estar aquí, Melalekin. No perteneces a Reece.
De nuevo intentaba distraerme, y sería una mentirosa si no
sintiera una punzada ante esa pulla.
—Ángel —gritó Mera, apareciendo entre el humo, con bolas de
fuego en las manos mientras miraba a Zena—. ¿Quién es esta perra,
y cómo la matamos?
Los ojos de Zena se abrieron de par en par, y estaba bastante
segura de que no tenía ni idea de cómo tomarse a la pelirroja, muy
embarazada, que tenía literalmente llamas en las manos y hablaba
despreocupadamente de asesinato.
—Se trata de una vieja amiga de la familia de Reece, en realidad
—dije brevemente.
Mera resopló. —Dios mío, tiene un gusto horrible para los amigas.
Igual deberíamos matarla; ni siquiera se dará cuenta.
Intenté no reírme, no fuera que mi prisionera pensara que me
estaba debilitando. —Reece querría que me quitaras el cuchillo,
lunta —se mofó Zena, insultando mi herencia con aquel insulto
desértico.
De una patada, le clavé la bota en el costado, e incluso con las
protecciones, su frente se arrugó mientras se estremecía.
—En primer lugar, no quitaré mi cuchillo —dije en voz baja,
infundiendo en mi tono cada pizca de la intención mortal que
sentía—. En segundo lugar, si insultas a mi familia una vez más, no
esperaré a que Reece termine el trabajo. Te doy un momento
porque sé que tu familia era importante para la suya, pero mi
paciencia es muy escasa.
Su valentía había desaparecido, el color marrón claro de su piel
palidecía hasta el punto de mancharse.
Mera se rio, su fuego se desvaneció mientras se relajaba a mi lado.
—Y por eso no se jode con mi mejor amiga.
Dejando de mirar a Zena por un momento, me encontré con la
cálida mirada de Mera. —¿Cómo están los demás? ¿Lo tienen todo
controlado?
—Por supuesto que sí —se encogió de hombros—. Estos
imbéciles nos subestimaron enormemente; la mayoría de ellos ni
siquiera estaban armados. Shadow acorraló a tres de ellos, Reece a
unos cuantos más, y aquí tienes a Ojos de Culo, que parece haberse
tragado un limón entero con esa expresión agria.
Su observación fue aguda. —Esta está bien entrenada —dije,
manteniendo mi voz uniforme—. Lleva caparazones protectores.
—Ninguno de los otros tiene eso. —Su declaración confirmó lo
que había estado adivinando: Zena era la líder de este pequeño
ataque. ¿Pero sus órdenes venían de Tsuma?
—¿Averiguaron exactamente de qué se trata todo esto? —
pregunté—. ¿Todos son de Rohami?
Reece salió entonces del humo, y su mirada me recorrió tan
rápido que dudé que alguien más lo hubiera notado. No estaba
segura de sí me estaba examinando para ver si tenía alguna herida o
simplemente me estaba examinando, pero en cualquier caso, el
calor floreció en mi pecho a pesar de nuestra situación actual.
—Hay miembros de casi todos los clanes —dijo rotundamente.
—¿Son parte de quien intenta despertar a los antiguos dioses?
Asintió, con un aspecto sombrío, y toda la lujuria que había
sentido se desvaneció bajo la preocupación de esa afirmación.
—Ninguno de ellos es el líder o los miembros más altos de la
familia —dije en voz baja, habiendo sentido ya su energía.
Los labios de Reece se adelgazaron; su ceño se frunció. —Lo sé.
Este ataque fue una distracción o un ridículo intento de hacer
sospechar a los miembros inferiores para que los superiores
pudieran seguir con su tarea.
—Tenemos que hacer que hablen ahora —dije con un gruñido
áspero—. Necesitamos saber cuáles son sus planes y por qué se ha
convocado esta reunión.
Antes de que fuera demasiado tarde.
26

Reece, ignorando la daga que aún sostenía contra la garganta de una


de sus amigas más antiguas, se agachó y levantó a Zena. Utilizó una
mano, rodeando su brazo y su hombro derecho, y hasta yo me
quedé un poco impresionada por esa demostración de fuerza.
—Los demás están dentro para que podamos interrogarlos —
retumbó. Sólo lo había escuchado así de molesto unas cuantas veces,
generalmente dirigidas a mí—. Nos lo contarán todo antes de que
acabemos.
Zena echó la cabeza hacia atrás y se rio, con un sonido teñido de
inestabilidad mental. —Llegas demasiado tarde. Hemos puesto en
marcha un ritual desde aquí, utilizando la energía de todas las
dinastías. Entonces, dentro de unas seis lunas surgirá la primera
luna de poder en siglos. Gemelos. Este es el momento que hemos
estado esperando, y es finalmente nuestro tiempo para gobernar
todo.
Reece se detuvo a mitad de camino en la puerta abierta de su
tienda, con Zena aún sujeta sin esfuerzo. —Si tienen la luna de
poder, ¿por qué te molestaste con el ritual de esta reunión?
La interrumpí antes de que pudiera hablar. —¿Qué demonios es
una luna de poder?
Era raro que no tuviera al menos una idea de lo que alguien
estaba hablando, especialmente cuando se trataba de poder. El
poder y las Tierras Desiertas eran algo que me interesaba.
Se encontró brevemente con mi mirada. —Sólo he oído hablar de
una, justo unos meses antes de que yo naciera. Se dice que durante
un breve momento, la luna se divide en dos y llena nuestra tierra de
energía primitiva. Es un momento de nuevos despertares y
renacimientos.
En el fondo de sus ojos, esas galaxias se arremolinaban, y yo leía
entre líneas. Justo antes de su nacimiento... ¿Era así como sus padres
habían podido concebir en el Delfora?
Reece continuó dentro, y cuando fui a seguirle, Mera me agarró
del brazo.
—Esta luna de poder es mala, ¿verdad? —susurró.
Tragando con fuerza, busqué palabras para explicarme cuando no
lo entendía del todo. —Nunca he oído hablar de esa luna ni he leído
sobre ella —admití, molesta por este hecho—. Pero en teoría, si lo
que dijo Reece es correcto... Sí, es el tipo de evento que puede
provocar un cambio en el fin del mundo.
Mera dejó escapar un profundo suspiro al entrar en la zona de
descanso y encontrar a Shadow y a los demás ante una fila de
desérticos. Cada uno de ellos estaba de rodillas, sujetos con la arena
de Reece, y habían sido desenmascarados.
Reconocí a algunos de ellos, incluyendo a Dally y Fleur, también
hijos de Tsuma.
Acercándome al grupo, mantuve mis armas a mano porque no
teníamos ni idea de los trucos que estos imbéciles tenían bajo la
manga. No tenía sentido que nos atacaran como lo hicieron,
especialmente a Reece. Entre las arenas, era casi imbatible.
—Sus princeps han sido llamados —dijo Reece, caminando a lo
largo de la línea—. Será mejor que confiesen ahora, y podré ver si el
consejo les perdona la vida.
Una amenaza que sólo funcionaría si los príncipes no estuvieran
de acuerdo.
Nadie dijo una palabra, cada uno de los prisioneros miraba al
frente con expresiones inexpresivas. Zena incluso había perdido su
ira, concentrada en la pared de la tienda. Alrededor de Reece, me
acerqué todo lo que pude sin ponerme al alcance de los golpes. No
es que me preocupara un ataque (los superábamos con creces),
pero no quería matar a nadie antes de obtener nuestras respuestas.
—No tiene sentido —dije en voz baja mientras lo meditaba.
Reece me oyó, y pude sentir su calor deslizándose por mi
columna vertebral mientras se acercaba. —¿Qué estás sintiendo?
—No están preocupados o tratando de escapar. Todos ellos están
sentados y esperando como si supieran...
—Que yo llamaría a su princeps antes de actuar —terminó Reece
en un gruñido.
Asentí con la cabeza. —Sí. Cada vez más esto parece una
distracción.
La mirada de Zena abandonó por fin la pared y se centró en
nosotros, con una sonrisa en los labios. —Siempre demasiado lentos
para impedir que ocurra lo inevitable. Mientras nosotros los
manteníamos ocupados, nuestros padres se aseguraron de que toda
la energía reunida se pusiera en marcha, acumulándose bajo los ríos
de arena. Seguirá acumulándose mientras se dirigen hacia el
Delfora, envolviéndolos hasta el momento en que tengan que llegar
a las tierras sagradas. Es un plan impecable, y no hay nada que
puedan hacer para detenerlos.
—¿La energía reunida es sólo para ocultar su progreso hacia el
Delfora? —pregunté—. ¿O hay algo más que se necesita para lograr?
Sus ojos se reían de mí mientras se pavoneaba, arrogante por su
supuesto éxito. —Incluso con la luna, no podríamos atravesar el
valle de los muertos sin un impulso de poder de todas las dinastías,
ya que todos nuestros muertos custodian los cementerios. Esta era
una solución fácil.
No fui la única que se quedó callada cuando las verdaderas
implicaciones de eso nos golpearon. El Delfora estaba bien
protegido, pero había formas de contrarrestarlo. Formas que Tsuma
había puesto claramente en práctica.
Reece estaba furioso, el calor que desprendía era casi de nivel
infernal.
—Por esto, tú y tu familia morirán —dijo sin inflexión, a pesar de
su furia.
En respuesta, Zena se limitó a reírse de nuevo, y algunos de los
otros en la fila se unieron.
—Qué mierda más molesta —oí decir a Mera—. ¿Podemos
matarla ahora y ahorrarnos el problema después?
Shadow se rio, un sonido retumbante de oscuridad. —Paciencia,
Sunshine. Tendrá lo que se merece.
Reece se agachó frente a Zena y, por un segundo, un destello de
anhelo pasó por su rostro antes de que lo cubriera con otra mirada
perdida.
—¿Por qué traicionas a nuestra dinastía? ¿Por qué traicionas a
nuestro pueblo? —le preguntó, mientras sus arenas se derramaban
y los rodeaban, aumentando el calor.
Se aclaró la garganta más de una vez. —Solicitamos fuentes de
energía adicionales —dijo finalmente—. Una y otra vez. Cuando no
aceptaste el papel de princeps, debería haber ido a parar a nosotros.
A madre. Pero siempre se le negaba. Al final, decidimos dejar de
pedir y empezar a tomar.
Reece soltó su siguiente aliento en un lento siseo. —Tu familia es
muy poderosa, y la razón por la que se les ha negado más es que
cambiaría el equilibrio y la igualdad de nuestro pueblo. Por no
mencionar que su amor por el poder los convierte en terribles
candidato a princeps. Por eso he votado siempre en contra de tu
familia.
Su jadeo fue fuerte mientras se llevaba una mano a su traje de
armadura. —¿Has votado contra nosotros? Creíamos que eras el
único voto que teníamos a nuestro favor.
Reece no se molestó en endulzarlo para ella. —Amigos de la
familia o no, el poder corrompe dentro de su aura. No son dignos.
Zena inclinó la cabeza hacia atrás, pareciendo que iba a empezar a
gritar.
—Cierra la boca, Z —gruñó Dally, su hermano, haciéndola
callar—. Ya le has dado al dios bastardo demasiada información.
Reece no respondió al insulto, ni siquiera reconoció que otro
había hablado. Simplemente se levantó y se dirigió al resto de
nosotros, indicando que debíamos cerrar filas. Envié mis armas a la
habitación mientras me unía a los demás, alejándome de la línea de
desérticos arrodillados.
El poder de las arenas de Reece formó un muro entre ellos y
nosotros. —Como se esperaba, todo este evento fue una trampa
desde el principio —dijo—, y parece que ahora estamos en una
cuenta atrás para la luna de poder. Debemos llegar al Delfora antes
de eso y asegurarnos de que este plan nunca se lleve a cabo.
—¿Cómo sabemos cuál de los princeps está metido en esto? —le
pregunté.
Su expresión se oscureció aún más. —Mis arenas están fuera
recogiendo información, pero ahora que sé qué buscar, puedo ver
las fuentes de energía que recorren el Ostealon. Está claro quién ha
participado en esto, y por lo que puedo ver, ninguno de ellos es un
princeps. Todos ellos son miembros menores que quieren ascender
en el poder.
Por eso Tsuma había tocado la tienda de Reece, cuando había
estado allí. Ella había estado marcando el lugar, preparando el
poder para extenderse desde todas las dinastías.
—No he sentido ningún tirón en mi energía —dijo Shadow con un
gruñido sordo, con su rabia palpable—. Ninguna en la mía ni en la
de Mera y el bebé. —Sus ojos se volvieron hacia su compañera—.
¿Verdad, Sunshine?
—Correcto —dijo rápidamente—. Me siento muy bien, y el bebé
está pateando la mierda de mis órganos internos como siempre.
—Su plan es más sutil que eso —dije, reconstruyéndolo—. Como
dijo Reece, a menos que lo busques, no notarás la red que ahora nos
une a todos. El Ostealon es un punto central de reunión donde
convergen todos los ríos del desierto. Desde aquí, podrían enviar la
energía directamente al Delfora y nadie sentiría nada hasta que
fuera demasiado tarde.
—Ya he cortado los lazos —dijo Reece con enfado—, pero la
energía ya ha empezado a hincharse dentro de los ríos. Será
suficiente para que atraviesen el Delfora y oculten su camino.
Perderíamos el tiempo si los siguiéramos. En su lugar, debemos
llegar primero.
—No contaban con que estuviéramos todos aquí —dijo Lucien,
con los colmillos extendidos mientras la adrenalina de la pelea
anterior aún corría bajo su piel—. Saben que podemos detenerlos, y
por eso entró en juego esta batalla: una distracción para que
tuvieran una ventaja para esconderse y ponerse en marcha.
Me calmé y mis ojos se encontraron con los de Reece. —Todavía
hay tiempo —dije—. Sólo tenemos que llegar al Delfora antes de la
luna de energía.
—Tenemos que apresurarnos entonces —dijo Len
apresuradamente, y noté que volvía a estar vestido con sus platas—.
Aunque no tengo ni idea de cómo estos imbéciles creen que pueden
controlar a los dioses antiguos cuando los despiertan.
O a la Muerte, si se diera el caso.
—El mito dice que hasta que los dioses no tengan todo su poder,
estarán en deuda con quienes los saquen de las arenas.
Todos miramos a Galleli, dejando que esas palabras se
impregnaran. Tsuma tenía que tener un plan para los dioses, y tanto
si luchaba en una clase superior a la suya como si no, el fervor por el
poder ya había deformado su mente más allá del punto de retorno.
Estaba más que preparada para arriesgar la vida tal y como la
conocíamos por una oportunidad de poder divino.
—No podemos dejar que esto ocurra —dijo Alistair en voz baja,
su piel parecía seca aunque sus ojos estaban brillantes—. No sólo
afectará a este mundo, sino a todos.
Mera suspiró. —No es que podamos tener un desastre normal.
No. Siempre tenemos que tener el tipo de desastre que acaba con la
vida tal y como la conocemos.
Se llevó una mano al vientre y, a pesar del sarcasmo en su tono,
todos vimos su miedo. Sentíamos su miedo. Cada nuevo miembro de
nuestra familia era otro miembro que teníamos que mantener a
salvo.
—Todavía tenemos tiempo —dije de nuevo, con la voz más fuerte
que nunca—. Podemos llegar primero. Podemos detenerlos.
No solía ser del tipo de las animadoras, pero la esperanza y el
propósito eran poderosos motivadores.
—Estoy de acuerdo —dijo Reece, apoyándome, para sorpresa de
todos.
Ese fue el punto en el que todos parecieron darse cuenta de
nuestra falta de intento de arrancarnos la cabeza mutuamente.
—Llegamos a una tregua —dije apresuradamente, necesitando
una explicación temporal—, hasta que resolvamos la mierda que
está pasando en este mundo.
Reece asintió. —No hay tiempo para batallas internas. Nuestra
única posibilidad de éxito es si trabajamos todos juntos.
—Estoy de acuerdo —dijo Shadow—. Y todos lo haremos,
excepto Mera.
Se abalanzó sobre él como una boxeadora preparada para el
combate de su vida. —¿Jodidamente disculpa? ¿Qué acabas de
decir?
Shadow no se doblegó ni un ápice. Su compañera podía conseguir
lo que quería de él la mayoría de las veces, pero ahora que sabíamos
lo peligroso que podía acabar siendo, era inamovible.
—Poder y hechizos antiguos y peligrosos están en juego aquí —le
dijo en su bajo estruendo—. Tenemos un niño en camino, un niño
poderoso, y los antiguos podrían utilizar esa energía pura para las
etapas finales de su despertar.
Mera abrió la boca, con los ojos escupiendo llamas, pero no salió
ninguna palabra. Quería discutir, eso estaba claro, pero no podía.
Finalmente, se volvió hacia mí. —¿Es eso cierto? —Su confianza en
mí no tenía parangón. Odiaba la idea de que estuviéramos a punto
de separarnos, pero la verdad era que tenía que estar de acuerdo
con Shadow.
—Hay una buena posibilidad —le dije—. Haciendo los cálculos,
diría que hay un setenta por ciento de posibilidades de que se lleven
a ti y a tu bebé. Un niño dios en crecimiento está lleno de la energía
de la creación. Una energía que se desvanece a medida que
envejecemos, pero en esos primeros años, es un poder
extraordinario.
La cara de Mera se arrugó y apenas me contuve mientras la
abrazaba.
—Lo siento mucho —susurré—. No quiero perderte de vista, pero
si te pasara algo a ti o al bebé, nos destruiría a todos.
Se le escapó un único sollozo antes de hacer acopio de fuerzas,
separándose de mí y pareciendo perfectamente tranquila.
—Si sólo se tratara de mi seguridad, nada me impediría estar
contigo en esta misión. Pero ahora soy madre y tengo una
responsabilidad con este bebé.
Shadow la envolvió por detrás, y mis manos se soltaron mientras
la acercaba. —Te llevaré a la biblioteca, reforzaré la seguridad y
traeré a Inky y Midnight de vuelta. Junto con Gaster, estarás tan
segura allí como en cualquier lugar del Sistema Solaris.
Mera asintió, con el rostro todavía fijo. —Siempre y cuando me
mantengas informada tantas veces al día como puedas.
—Todo el día, Sunshine —dijo Shadow en ese tono que reservaba
sólo para ella—. También cerraré las puertas de la biblioteca para
aumentar las protecciones. Todo debería terminar antes de que te
des cuenta.
—Lo dudo —la oí murmurar, pero no volvió a discutir.
Esta lucha no iba a ser la suya, pero para el resto de nosotros, era
una historia diferente.
Ahora estábamos en una carrera contra el tiempo, una vez más
dispuestos a salvar los mundos o morir en el intento. Me negaba a
calcular las probabilidades, aunque en el fondo de mi corazón sabía
la verdad.
Existía la posibilidad de que no todos sobreviviéramos a esta
misión.
27

Ninguno de nosotros se despidió bien, pero todos nos tomamos


unos segundos más para abrazar a Mera. Lucien, Len y Reece se
despidieron en un susurro. Galleli hizo un intercambio silencioso, y
Alistair fue el último. No me gustó la expresión de su cara mientras
la abrazaba con fuerza.
Que se jodan las estadísticas. No podría perder a nadie por estas
tierras... no otra vez.
Cuando sólo quedaba yo para despedirme, Mera se lanzó sobre
mí. —Por favor, no te mueras —dijo en mi hombro—.
Prométemelo. El Nexus es demasiado temperamental como para
confiar en que volveremos por ahí.
—Lo prometo —respondí sin dudar. Ninguna parte de mí iba a
dejar este mundo de nuevo—. Volveré. Tengo un bebé al que mimar
y al que eventualmente conquistar con chocolate.
Mera se rio entre lágrimas. —Sí, recuérdalo. Vas a ser la tía
favorita que deja que mi bebé bestia se salga con la suya.
Era un futuro que estaba desesperada por tener. —Lo sabes.
Shadow intervino entonces. —La devolveré a la biblioteca,
pondré todo en su sitio y luego me reuniré con ustedes dondequiera
que estén en el viaje —le dijo a Reece mientras envolvía a Mera en
sus brazos.
—¿Puedes llevar a todos a la puerta del Delfora ahora? —le
preguntó Mera.
Sacudió la cabeza. —No, se necesitaría todo mi poder y más para
abrir una puerta cerca del Delfora y transportar a otros. Podría
llevarme a mí mismo, pero a nadie más.
Y todos sabíamos que la bestia no podría derrotar a Tsuma y a los
demás sin Reece.
—No hay prisa —le recordó Reece—. No podemos detenerlos
hasta que lleguen a las tierras sagradas, y eso no podría ser antes
del día aproximado de la luna de poder. Es mejor que ahorremos
toda nuestra energía y no luchemos contra los desiertos en nuestro
camino hacia el Delfora.
Entonces se dirigió a Shadow. —Entenderíamos que decidieras
quedarte con Mera. Puedo llamarte si parece que necesitamos la
ayuda.
Esa oferta era muy tentadora para Shadow, como era obvio por el
oscuro estallido de poder que se disparó a nuestro alrededor. Si
había algo que esta bestia odiaba, era no estar cerca de su
compañera.
—Necesito estar aquí —dijo finalmente—. Necesito asegurarme
de que este peligro para nuestra familia no se produzca.
Reece asintió una vez, y en el mismo compás, dejó caer las arenas
que habían estado formando el muro entre nosotros y los demás.
Todas estaban en el mismo lugar, sujetos con más de su energía.
—Mientras Shadow se va —dijo Reece, con una voz mucho más
fría ahora que teníamos público—. Recogeremos suministros y
encontraremos el barco más rápido. Tenemos que llegar a la
corriente del este antes de la luna nueva.
Mera casi hizo un mohín. —Lo que más quería era ver los ríos de
arena. Ni siquiera hay peligro tan lejos del Delfora. Dijiste que
podías acercarte, ¿no?
Ella volvió sus ojos tristes hacia el suelo, y Shadow gimió,
frotándose una mano en la cara. —Dos horas, Mera —terminó por
decir—. Te daré dos horas en la nave y luego iremos a la biblioteca,
sin más discusiones.
Levantó la cabeza y, de alguna manera, se abstuvo de saltar en el
acto.
—Eso sería maravilloso —dijo con calma.
Con un movimiento de cabeza, Shadow se inclinó para darle un
beso. Cuando me aparté de ellos, una mano rozó la mía. La energía
de Reece se deslizó dentro de mí, y tuve que apretar los muslos para
aliviar el fuego que su contacto enviaba en espiral a través de mi
cuerpo necesitado. Nuestras miradas se encontraron, y había
promesas en esas profundidades infinitas. Promesas que realmente
necesitaba que cumpliera.
Pero primero... Las arenas de Reece barrieron a los prisioneros,
encajonándolos y levantándolos para poder moverlos a la vez. Por
primera vez desde que fueron capturados, empezaron a luchar, y
sabiendo que eso agotaría su energía, puse una mano en su hombro
y compartí mi poder.
—No necesito tu...
Le corté. —Sé que no necesitas mi ayuda, pero aun así la vas a
tener. Tienes que estar en tu mejor momento para esta misión. Así
que cierra la boca, acepta la ayuda y hagámoslo.
Puede que estemos follando, pero no dudaría en darle un golpe en
la cabeza cuando necesitara una llamada de atención. Quería
discutir, me di cuenta por la llamarada de calor que había en sus
ojos cuando los entrecerró.
Cuando se inclinó, esperaba una de sus habituales réplicas duras.
—Tienes suerte de que no estemos solos, Ángel —dijo en cambio—.
Porque aprenderías a hacer lo que te dicen, joder.
Me reí en su cara. ¿Quién demonios se creía este imbécil? —
Escucha, Desértico —dije, sin molestarme en mantener la voz
baja—. Nunca me dirás lo que tengo que hacer, y nunca obedeceré
ciegamente. Acepta mi maldita ayuda y deja de comportarte como
un niño. Eres demasiado mayor para esa mierda.
Oí una fuerte bocanada de aire procedente de un lugar cercano
(Len, estaba bastante segura) y también sentí que Shadow se
acercaba, sin duda anticipando una pelea que tendría que disolver.
A pesar de nuestra declaración de tregua, todos sabían lo difícil que
era acabar de verdad con los rencores de larga data.
La respiración de Reece se hizo más pesada mientras usaba sus
arenas para alejarme. —No voy a pelear contigo, Lale. Tienes que
ahorrar fuerzas. —A pesar de su enfado, el empuje de su energía fue
suave, y decidí no volver a molestarme porque esto era perder el
tiempo.
Dándole la espalda, me dirigí hacia Mera, agradeciendo que
estuviera por aquí unas horas más. Ella pasó su brazo por el mío.
—¿Están empeorando en este intento de tregua? —preguntó en
un susurro, mientras veíamos cómo las arenas de Reece barrían a
los prisioneros por la puerta.
—Hacemos lo mejor que podemos —dije, con los recuerdos de
nuestro sexo en lo alto del Ostealon llenando mi mente. Lo mejor de
Reece casi me había matado—. La verdad es que estar aquí y
dirigirse al Delfora para la batalla ha hecho que los recuerdos
aumenten y los ánimos se caldeen. La naturaleza controladora de
Reece también parece haberse intensificado en los años
transcurridos desde que dejamos de ser amigos. Ha olvidado que no
es mi superior, ni siquiera en las Tierras del Desierto.
Mera me apretó el brazo. —Sí, exactamente. Eres el Ángel de
Honor Meadows. Eres una leyenda. Y no vas a ser definida por el
pasado nunca más.
Ella siempre me cubría las espaldas, y algo debía de haber hecho
bien para tener un ser como Mera en mi vida. —Gracias, amiga —
respondí en voz baja.
En ese momento todo el mundo seguía a Reece y a Shadow fuera
de la tienda, así que nosotras también lo hicimos. Afuera todavía
estaba muy oscuro, faltaban bastantes horas para la luna nueva. El
grupo de prisioneros era visible en la distancia, las arenas de Reece
los sostenían por encima de las tiendas.
—Entonces, ¿cuánto tiempo crees que falta para que nuestro
vínculo pase de lo que es ahora? —preguntó Mera al azar, después
de que hubiéramos dejado las tiendas rojas y estuviéramos a mitad
de camino de las doradas—. Por ejemplo, a veces puedo oírte en mi
mente, pero luego desaparece y nuestro vínculo es apenas un
parpadeo en mi pecho.
A través de nuestros brazos unidos, sentí su energía y la del niño
por nacer, apagada pero constante. —Los aumentos de energía o el
estrés pueden intensificar la conexión —le dije, explicando cómo
habíamos escuchado antes los pensamientos de la otra—. Pero es
como una ola; después del pico, hay una caída inevitable. Sin
embargo, a medida que pasen los años, las olas se calmarán y no
tendremos tantos altibajos. Al final, nuestro vínculo será fuerte e
irrompible. No importa dónde estemos, podrás sentir y hablar
conmigo.
Hizo un sonido de satisfacción. —Es bueno saberlo. ¿Es entonces
cuando nos convertiremos en almas gemelas?
Desde que le mencioné el término, había sentido curiosidad por
él. —Es el vínculo más fuerte de Honor Meadows —le
expliqué—. El nacimiento de gemelos trascendentes es tan raro
como cualquier nacimiento en el Sistema Solaris, y da lugar a un
vínculo con poderes compartidos, una conexión mental y una
plétora de otras fortalezas. También es un vínculo que casi podemos
replicar cuando nos conectamos de la forma en que tú y yo lo hemos
hecho. En las próximas décadas, encontraremos nuestra
compatibilidad gemela.
Décadas, sin duda, le parecían mucho a una joven como ella, pero
se dio cuenta de que apenas era un parpadeo en el tiempo.
Mera dejó escapar un suspiro de felicidad. —Después de años de
estar sola, me sigue sorprendiendo que ahora esté unida a ti, a
Shadow y a Midnight. Seres que puedo sentir literalmente en mi
pecho e incluso hablar con ellos en mi mente. El concepto debería
asustarme, pero por alguna razón, no lo hace. Me siento... segura y
protegida.
—Estás a salvo y protegida —dije, las palabras más contundentes
de lo que probablemente era necesario en una conversación
casual—. Todos nosotros daríamos la vida por ti.
—Tengo que vivir por mi hijo —dijo, tirando de mí hasta que me
detuve entre las tiendas marrones de Shale—, pero debes saber que
yo también daría mi vida por ti. Este vínculo no va en una sola
dirección. Prométeme de nuevo —tragó saliva—, que harás todo lo
que esté en tu mano para volver conmigo. Tú y Shadow y toda
nuestra familia. Tráelos a casa conmigo, Ángel.
—Haré todo lo que esté en mis manos —dije, sellando mis
palabras con energía. Hubo un estremecimiento en nuestro vínculo,
y ambas nos llevamos una mano al pecho.
—Se siente más fuerte —susurró Mera.
—Así es —confirmé mientras los zarcillos de su fuerza vital se
introducían en la mía—. Creo que podré sentirte en la biblioteca y
saber si hay algo malo. O si viene el bebé.
Entrecerró los ojos. —Chica, ni siquiera menciones que este niño
venga al mundo mientras todos están atrapados en las Tierras del
Desierto luchando contra los malditos dioses. No, hará lo que su
madre le diga y se quedara dentro hasta que volvamos a estar todos
juntos como una familia.
Dio un pisotón para reiterar su punto, pero ambas sabíamos que
no había nada que pudiera hacer realmente para detener este
inminente nacimiento. La carrera hacia la luna de poder no era la
única carrera en la que estábamos.
En ese momento, unos cuantos habitantes de Shale salieron de
sus tiendas, extrañados por el ruido. Ignorando sus miradas, volví a
arrastrar a Mera, apurando el paso hasta que alcanzamos a Galleli,
que se puso a la cola del grupo.
—Todos los princeps y las familias poderosas se están reuniendo en
la tienda principal ahora —nos dijo—. Reece dice que lo mejor es
informarles de lo que está ocurriendo para que podamos conseguir los
suministros y permisos que necesitamos.
—Sí, el río Este requerirá permiso —dije, recordando eso de mi
tiempo aquí—. Es la ruta más rápida y directa al Delfora, pero
también está vigilada.
Y lo último que necesitábamos era perder el tiempo luchando
contra los guerreros de las Tierras del Desierto.
—Estoy a punto de orinarme de la emoción por ver cómo
funciona este sistema de transporte —dijo Mera en un tono más alto
de lo normal—. Los ríos de arena no son fáciles de imaginar.
—Tiene sus peligros —dijo Galleli—, pero es una experiencia. Sólo
espero que el poder robado que ya se ha puesto en marcha no agite
demasiado las corrientes tumultuosas antes de que lleguemos al
Delfora.
—Tardará días en construirse —dije en breve—. Pero me
imagino que al final va a ser duro.
Por suerte, Mera se iría en ese momento, y el resto nos
encargaríamos de las marejadas.
—Estará bien —dijo Len mientras se retiraba para unirse a
nosotros—. Nada puede superar a nuestra familia. No cuando
estamos juntos.
Mera soltó un resoplido, y supe que volvía a estar enfadada por
nuestra inevitable separación. Puede que entienda las razones, e
incluso que esté de acuerdo con ellas, pero eso no significa que le
guste.
A ninguno de nosotros nos gustaba.
28

Cuando llegamos a la enorme carpa, todos los princeps estaban


presentes, junto con muchas familias poderosas de varias dinastías.
Excepto, por supuesto, Tsuma y quienquiera que estuviera con ella
ya en una nave de camino al Delfora.
Todos nos reunimos en el centro de la pista de baile; los
prisioneros atados a la arena se colocaron sobre nuestras cabezas.
—¿Por qué nos han convocado? —preguntó un varón de la
dinastía Fret, con las manos en la cadera mientras miraba fijamente
en dirección a Reece.
La respuesta fue un silbido de energía cuando Reece retiró su
poder alrededor de los cautivos, permitiéndoles caer al suelo.
Algunos de ellos se quejaron al caer sobre la dura superficie, pero
Zena y Dally no perdieron el tiempo y se pusieron de pie, dispuestos
a luchar de nuevo. Eso fue hasta que se dieron cuenta de que
estaban rodeados por poderosos miembros de la dinastía.
—Esta noche nos han tendido una emboscada estos traidores —
dijo Reece con calma, incluso mientras las arenas rojas azotaban a
su alrededor en un acalorado frenesí—. Y mientras los
interrogábamos, descubrimos un plan para levantar a los dioses de
los antiguos en las tierras sagradas.
Más bien confirmó lo que ya esperábamos, pero estos líderes no
lo sabían.
El silencio que siguió a su declaración fue pesado.
—Imposible —balbuceó finalmente el princeps de Yemin,
frotándose una mano por el pecho de su túnica naranja. Era un
hombre alto y delgado, con la cabeza completamente calva y unos
llamativos ojos dorados. Lo había conocido una vez, pero su nombre
se me escapaba en ese momento—. Esos dioses no pueden ser
despertados. Nadie puede pasar las protecciones, no sin una fuente
masiva de energía, y ya que los más poderosos estamos todos aquí
—agitó una mano—. ¿Quién más podría haber?
Cuando Reece centró toda su atención en el princeps, el varón de
Yemin dio un paso atrás. —Nada es imposible con la planificación
adecuada —dijo Reece, su tono indicaba que estaba a punto de
terminar de explicar los hechos a los estúpidos—. Toda esta reunión
era un plan para aprovechar los poderes dinásticos colectivos y
utilizarlos para poner todo esto en marcha. Ya han enviado este
poder hacia el Delfora, y seguirá aumentando hasta… —su voz bajó
ominosamente—, la luna de poder.
Hubo jadeos por todas partes, pero Reece no dejó que eso le
disuadiera. —En media docena de lunas nuevas, se formará un
gemelo, y con eso, habrá poder más que suficiente para despertar a
los antiguos.
El pánico y la incredulidad eran ahora las expresiones más
destacadas, pero nadie volvió a discutir, sabiendo que Reece no sólo
no era propenso a la exageración, sino que además tenía una
conexión con el Delfora.
—Tsuma fue quien sugirió esta reunión —dijo finalmente Yemin,
con el cuerpo decaído—, después de décadas de mantenerse al
margen de nuestra política.
Todos quedamos asombrados con esa revelación.
—Entonces, ¿dónde están ahora? ¿Por qué están aquí y no los
detienen? —Esas preguntas provenían de una alta y voluptuosa
mujer Crani cuya preciosa piel morena resaltaba con el oro de su
dinastía. Cruzó los brazos sobre su amplio pecho mientras miraba
fijamente a Zena—. ¿Has interrogado completamente a estos
traidores?
—Tenemos suficiente información —dijo rápidamente Reece— y
estamos a punto de salir tras Tsuma para, con suerte, llegar al
Delfora antes que ellos. No tiene sentido seguirlos a lo largo del río
que han elegido, porque la energía que han reunido oculta su
camino. Sería una pérdida de tiempo seguirlos. Nuestra única
oportunidad ahora es tomar la nave más rápida que tenemos y
entrar al río Este.
No tenía ni idea de la dinámica de este mundo en la actualidad,
pero era lógico que muchos desérticos de esta tienda no fueran
aliados. Y casi todos ellos podían ser unos bastardos obstinados sin
otra razón que la de ser lo suficientemente poderosos como para
hacer lo que querían. Con eso en mente, estaba preparada para el
tipo de reacciones, rechazos y discusiones que podrían llevar horas
para resolver. Horas que no teníamos.
—Emitamos un voto —dijo la princeps Crani, alzando la voz—.
Los que estén de acuerdo con el plan de Reece, que levanten la
mano ahora.
Para mi total sorpresa, casi todas las manos que pude ver salieron
al aire.
La Crani asintió. —Eso es una mayoría. ¿Necesitas algo más?
—Suministros... —empezó a decir Reece antes de que un varón
conocido se pusiera al frente de los líderes, interrumpiendo todo.
Los ojos de Darin eran más intensamente verdes que cuando
bailamos. No presentaba heridas evidentes de lo que fuera que
había sucedido antes entre él y Reece, pero con la curación
anticipada, eso no significaba mucho.
—¿Quieres algo? —Reece preguntó brevemente—. Tenemos una
agenda muy apretada aquí, con lo de intentar salvar los malditos
mundos.
Los labios de Darin se apretaron, pero no cayó en la provocación.
—Como princeps de los Guardianes, solicito que se nos permita a mí
y a mis Desérticos ir también en este viaje.
—No —dijo Reece con un fuerte chasquido de esa única
palabra—. Sólo confío en mi familia. —Hizo un gesto con la mano
hacia uno de los prisioneros, que estaba de pie con los demás,
esperando su castigo—. Esta noche nos ha atacado un Guardián.
Las cejas de Darin se fruncieron fuertemente mientras su
expresión se ensombrecía. —Se les aplicará el más duro de los
castigos. Pero no nos metas a todos en el mismo saco. Rohami
también está con los traidores.
La expresión de Reece indicaba que esperaba que Darin no lo
notara.
—Somos Guardianes —continuó el princeps—, y generalmente
somos los que se interponen entre las tierras sagradas y el resto de
los mundos. No volveré a fallar en eso. No saben a qué se enfrentan.
Nos necesitan.
Reece soltó una dura carcajada. —Podría patearte el culo todo el
día, todos los días, y lo sabes. Esta no es mi primera batalla en el
Delfora, y sin duda no será la última. No necesitamos tu ayuda.
Darin soltó una maldición en su lengua nativa. —Las tierras
sagradas son nuestra responsabilidad —repitió.
Reece negó con la cabeza, y estaba claro que no iba a ceder en
esto.
—¿Y si tomo otra nave? —Darin cambió de táctica—. Nos
quedaríamos detrás de la tuya y seríamos sólo refuerzos. No puedes
discutir eso.
Reece quería hacerlo, pero con todos los princeps y desérticos
observándole (por no hablar del metafórico reloj en marcha) debió
de decidir que intentaría ser un jugador de equipo.
—No te metas en mi camino —advirtió a Darin—. Y si me
traicionas de alguna manera, acabaré con toda tu dinastía.
A esa amenaza le siguieron unos cuantos jadeos y palabras
susurradas, pero Reece y Darin estaban demasiado ocupados
entrecerrando los ojos como para darse cuenta de nada. A estas
alturas era yo quien estaba dispuesta a dar una patada en el culo
porque estábamos perdiendo el tiempo en este redundante
concurso de meadas.
—Acepto sus condiciones —dijo finalmente Darin, rompiendo la
tensión al dirigirse a una mujer pelirroja que estaba a su lado—.
Prepara nuestra nave y a nuestros guerreros. Zarparemos
inmediatamente.
Sin mirar hacia nosotros, se marchó a toda prisa, seguida por los
demás Guardianes que habían asistido. —Nos vemos en el Río Este
—dijo Darin, y cuando su mirada se cruzó con la mía, me pregunté si
este princeps estaba jugando o no.
No esperó a que le respondieran y siguió a los demás de su
dinastía. —Ustedes también deberían darse prisa —dijo la mujer
Crani—. No podemos permitir que esto ocurra.
—Necesitaremos provisiones en los muelles —dijo Reece, antes
de dirigir la cabeza hacia los traidores—. Y si consiguen alguna
información nueva de este grupo, envíen un mensaje a las arenas.
—Lo haremos —murmuró, sus labios rosados se inclinaron en
una dura sonrisa—. No habrá más secretos entre ellos para cuando
termine.
Esto satisfizo a Reece, y entonces llegó el momento de irnos. Los
demás no habíamos hablado durante la improvisada reunión del
Consejo Desértico, y ese silencio continuó una vez que estuvimos
fuera. Con los vientos cálidos que se habían levantado un poco, sentí
que el poder surgía mucho más fuerte de lo que había sido cuando
entramos por primera vez.
Teníamos que llegar a esos muelles lo antes posible.
Reece nos condujo al punto norte del Ostealon, hacia las
estaciones de atraque más grandes y nuestra mejor oportunidad de
conseguir una nave rápida.
—¿Tendrán ya la nave y los suministros? —preguntó Mera,
rompiendo por fin el silencio en el que nos encontrábamos.
En este punto habíamos llegado a las vallas de cristal de los
patios, la seguridad al mando de las puertas las abrió para nosotros
sin preguntar. Alguien ya había avisado, lo que facilitaba mucho las
cosas.
—Tomaremos el barco que consideremos mejor —dijo Reece—. Y
supongo que los suministros llegarán a bordo en algún momento. —
A pesar de sus palabras de antes, estaba claro que confiaba en que el
Consejo cumpliría su promesa.
Cuando atravesamos las puertas, los guardias, vestidos con
túnicas ocres, saludaron a Reece con el tradicional puño en el pecho
y luego al frente. Él devolvió el gesto, y a partir de aquí, nos
encontramos en el patio de embarque con su bahía de arena, la
corriente más tranquila antes de los sistemas fluviales.
Este fue el momento en que Mera perdió la cabeza. —Oh, mis
malditos demonios —gritó, deteniéndose y agarrándose el vientre.
—¡Sunshine! —gritó Shadow, extendiendo la mano para tomarla
en sus brazos, pero ella lo esquivó antes de que pudiera hacerlo.
—No, no, no —dijo ella apresuradamente, haciéndole un gesto
para que se fuera—. No estoy de parto, estoy viendo las arenas
moverse como el agua por primera vez.
Shadow, que parecía estar sufriendo un ataque, si la vena
palpitante cerca de su sien era un indicio, dejó escapar un estruendo
lo suficientemente fuerte como para hacer temblar el suelo.
En ese momento, Mera se dio cuenta de que había asustado
mucho a su compañero. —Lo siento, cariño —susurró, dando un
paso atrás para abrazarlo—. Me dejé llevar por el momento.
La bestia estaba más allá de las palabras mientras se aferraba a
ella como si fuera su balsa salvavidas en las corrientes de arena. —
Nos encontraremos en el barco —llamó Reece, ya que estos dos (a
punto de ser separados durante un tiempo peligroso) necesitaban
claramente un segundo.
Los demás nos dirigimos a los muelles. Las arenas ocres y
doradas se arremolinaban y palpitaban a un metro por debajo de
nuestra plataforma. Hacía mucho tiempo que no veía un río de
arena, y mientras miraba las tumultuosas profundidades, sentí una
ridícula sensación de hogar.
—¿Lo echaste de menos? —El cálido tono de Reece me recordó
que él era el bastardo que me había robado este río. Por un
momento estuve tentada de empujarlo, pero no había tiempo para
mezquindades.
—Ni por un segundo —dije sin rodeos, sin querer decir una sola
palabra.
Me llamó la atención de inmediato. —Mentirosa. El círculo
alrededor de tu iris se oscurece a un rosa intenso cuando estás
triste. No importa lo bien que hayas educado tu cara, siempre lo
noto.
Maldita sea. Este bastardo. —Ya no me conoces —solté,
sintiéndome atrapada—. No presumas que lo haces.
Me alejé, pero escuché sus últimas palabras. —Lo sé todo sobre ti,
Lale. Todo.
Sea cierto o no, la verdadera pregunta era... ¿cómo diablos podría
sobrevivir a varias lunas en esta nave con él?
29

Los ríos de las Tierras del Desierto eran de distintos colores. Los
que desembocaban en esta rápida vía de agua de arena eran ocres
como el Ostealon. Mientras cruzábamos los muelles, dirigiéndonos
hacia donde esperaban las grandes embarcaciones doradas, noté
que el oleaje y los remolinos de las arenas de abajo eran cada vez
más fuertes. Por lo general, esta parte (la bahía que precede a los
ríos) debería ser relativamente tranquila, pero esta luna era salvaje.
La energía robada de Tsuma ya estaba agitando las mareas
mientras se hinchaba en las profundidades de la energía que corría
por debajo de los desiertos. Mientras todos mirábamos, una criatura
saltó de las arenas como si intentara escapar de su nueva furia.
Mera y Shadow nos habían alcanzado en ese momento, y mi
amiga casi se cae del muelle al ver a la bestia de color rojo oscuro y
huesos gruesos sumergirse en las profundidades.
—¿Qué era eso? —jadeó cuando Shadow la atrapó y la hizo
retroceder—. Casi parecía un delfín esquelético.
—Es un echinat —dijo Reece, con la mirada fija en las naves
mientras utilizaba sus años de experiencia para encontrar la nave
más rápida y estable para esta misión—. Da miedo verlo pero es
inofensivo.
—No tiene carne externa —explicó Lucien, asomándose también
a los muelles—. Recuerdo la primera vez que vi uno en una bahía de
arena cerca de la casa de Reece; estuve a punto de saltar de mis
malditos pantalones.
Incluso Reece consiguió reírse, a pesar de su concentración,
mientras nos empujaba más hacia los muelles de embarque. —El
exoesqueleto óseo protege los componentes internos. Así que
parece un esqueleto, pero eso es sólo la cáscara.
Los ojos de Mera se abrieron de par en par mientras intentaba
asomarse de nuevo al muelle ocre, cuyas arenas compactas la
sostenían con facilidad. Sin embargo, a Shadow no le importó, sino
que se aferró a la parte posterior de su túnica para evitar que cayera
hacia adelante. —No demasiado cerca, Sunshine. Si tenemos suerte,
uno saltará mientras viajamos.
Eso pareció apaciguar a Mera, que volvió a ponerse en fila detrás
del resto.
Cuando estábamos a mitad de camino entre los cientos de barcos,
Reece se detuvo. —Oh, sí —dijo en voz baja—. Esperaba que
estuviera aquí.
Mirando a su alrededor, vi una enorme nave, teñida de rojo y
dorado, lo que indicaba que se trataba de un barco Rohami. —El
Odessa — nos dijo—, es una de las naves más rápidas del mundo, y
como tengo pleno permiso para usar lo que esté disponible...
subamos a bordo.
—Como si te importara el permiso —murmuré, pensando en toda
la mierda que le había visto salirse con la suya a lo largo de los años.
Mis palabras habían sido demasiado suaves para la mayoría, pero
cuando sus labios se movieron, supe que había captado mi
comentario. Pero... da igual. No era como si no fuera consciente de
mis pensamientos hacia él. Sin embargo, me las arreglé para no
hacer más comentarios, mientras lo seguía por un saliente diseñado
para darnos acceso al costado de la nave.
Ya había subido a algunos de estos transportes, pero a ninguno de
la longitud y la anchura del Odessa. Cuando Reece se detuvo a mitad
de camino en el muelle, dijo: —Esta forma alargada y elegante es la
que le permite ser tan rápido. Pero con la adición de un casco
ligeramente más profundo, podemos surcar las condiciones más
traicioneras del Río Este.
—Sobre todo cuando esa energía se dispara de verdad —añadió
Len, con su mirada preocupada en las arenas alborotadas que
bordean el lado de los muelles.
—¿Cómo podemos entrar en él? —pregunté.
Por lo que pude ver, la nave estaba anclada por dos corrientes de
energía, una en la parte delantera y otra en la trasera. Podía usar
mis alas y transportar a todos, pero tenía que haber otra forma para
los desérticos sin alas.
—Usamos esta plataforma —dijo Reece, inclinándose y
recuperando una gran tabla que no había notado que colgaba sobre
el costado del muelle, unida a través de corrientes de energía como
las que sostienen la nave.
La plataforma era pesada y sólida, hecha del mismo material duro
que había revestido la pista de baile en la carpa principal, y Reece
no mostró ningún esfuerzo mientras hacía girar el largo tramo y lo
colocaba en una pequeña ranura grabada en el costado del barco. El
otro extremo aterrizó en el propio muelle.
—Todos a bordo —dijo, moviendo la cabeza para indicar que
debíamos ponernos en marcha.
Como era la más cercana, me apresuré a subir a la plataforma,
ajustando mi postura para moverme con las arenas que levantaban
el barco. Era una sensación extraña, ya que mi centro de equilibrio
cambiaba constantemente, pero me recuperé rápidamente y, en
poco tiempo, estaba en la cubierta. Apartándome del camino, me
maravillé de cómo el aceite de pamolsa y la arena creaban una
superficie impermeable pero antideslizante, la brillante longitud
que llenaba este nivel de la enorme nave.
Puede que este mundo prefiera su falta de “tecnología”, pero eso
no los convierte en primitivos.
Los demás nos siguieron hasta que estuvimos todos a bordo.
Reece fue el último, luego levantó la plataforma para guardarla
contra la barandilla interior del Odessa y así poder usarla para
desembarcar cuando llegáramos.
—Esto es increíble —dijo Mera, ampliando su postura para poder
equilibrarse con los movimientos de las arenas—. No puedo creer
que sea arena; parece que estamos sobre el agua.
—Corrientes mágicas —dijo Alistair, con los ojos más brillantes
mientras miraba por encima de la orilla—. Siempre he querido
nadar en sus profundidades, pero estos ríos principales tienen
demasiadas mareas. Es fácil ser arrastrado hacia lo desconocido.
—Conozco algunos ríos en los que te gustaría nadar —le dijo
Reece—. Te llevaré después de salvar el mundo.
—Otra vez —coreamos la mitad de nosotros.
El dios del desierto se rio, a pesar de su humor sombrío. —Sí, otra
vez.
Len, con su abrigo extra plateado en este mundo construido de
muchos colores excepto ese, estaba de pie en el centro de la cubierta
principal.
—¿Cómo conseguimos los suministros? —preguntó—. No me
gusta la sensación de energía. Tenemos que ponernos en marcha
para pasar estas primeras mareas de puerto mientras la energía
aumenta.
Reece inclinó la cabeza para mirar al cielo, la luna oscura no
arrojaba más que un rayo de luz. —Todavía no hay nada —dijo—.
Deberíamos prepararnos para salir; las provisiones tendrán que
encontrar su camino hacia nosotros.
—¿Cómo podemos ayudar a la preparación? —pregunté.
Reece negó con la cabeza. —Estos barcos casi se navegan solos,
con un poco de ayuda de los motores, por supuesto. Quédense todos
aquí, y yo lo pondré en marcha.
Sus arenas parecían rojas a su alrededor, visibles cuando se
pusieron a cortar los cables de energía que sujetaban nuestra nave
requisada. En cuanto eso ocurrió, la nave empezó a moverse de
forma más dramática, dándonos una muy buena indicación del
aumento de la volatilidad en las corrientes de energía subterráneas.
Reece, a pesar del oleaje, se dirigió con facilidad a unas escaleras
que llevaban a una cubierta superior. Hasta ese momento, había
pensado que se trataba más bien de un nivel de observación, pero al
parecer era desde donde controlaba el barco. En cuestión de
minutos, oí el potente zumbido de los motores en las profundidades,
y con tanta habilidad como velocidad, Reece salió de la zona de
atraque y pasó por delante de otros barcos para entrar en la bahía
principal. Desde aquí navegaríamos hacia el río Este y esperaríamos
como el demonio que los suministros aparecieran antes de que el
hechizo de Tsuma convirtiera estos ríos en algo aún más
traicionero.
Una vez que llegamos a la sección más ancha de la bahía, me
acerqué a la parte delantera del barco. Nunca antes había viajado
desde el Ostealon, y era bastante impresionante ver todos los ríos
que se extendían por todos los lados y que conducían básicamente a
todas las tierras de este mundo.
—Este es el cruce —nos llamó Reece, con la voz alta sobre el
sonido de los motores—. Cada uno de estos ríos lleva a una tierra o
dinastía diferente. El río Este nos llevará más allá de Rohami y a las
tierras sagradas.
El zumbido del motor se calmó cuando nuestra trayectoria se
detuvo. —Les daré unos minutos más para los suministros —dijo
Reece—. Necesitamos agua para Alistair como mínimo.
El nativo de Karn lo despidió con un gesto, pero todos pudimos
ver la sequedad de su piel y la caída de sus hombros. Si por mí fuera,
se iría con Mera porque los desiertos sólo iban a ser más secos
cuanto más cerca estuviéramos del Delfora. Sin embargo, como
dudaba de que Alistair apreciara mi consejo, guardé silencio
mientras prometía vigilarlo.
Una vez que la embarcación estuvo lo más quieta posible en la
confluencia de los ríos, Reece abandonó la cubierta superior y se
dirigió hacia donde estábamos todos. Se acomodó a mi lado, ambos
observando los ríos.
—Ese lleva a Rohami —dijo, señalando uno a la izquierda de
nosotros—. Y ese...
Le cortó un fuerte grito, y todos nos giramos a tiempo para ver
que se acercaba otra nave, de color negro. Darin nos había
alcanzado. Tardaron unos minutos más en acercarse lo suficiente
como para que pudiéramos ver a la docena de Guardianes que iban
a bordo. —¿Tienen nuestras provisiones? —Supuse, ya
que no había llegado nada más.
—Supongo que sí —dijo Reece con un suspiro.
La nave de Darin se detuvo con unos seis metros de separación.
—¡Tenemos sus provisiones! —gritó, confirmándolo—. ¿Pueden
enviar a alguien a buscarlas?
Reece se acercó al lado del Odessa. —Tíralas por encima —dijo—.
Tenemos que seguir nuestro camino.
No era sólo él el que estaba siendo difícil. Los vientos y las mareas
ya estaban aumentando, y sentí el aumento de potencia bajo
nuestro barco. La energía acumulada por Tsuma estaba haciendo
efecto, y si no nos movíamos, tendríamos problemas.
—Puedo ir —dije apresuradamente, sacando mis alas sin
pensarlo—. No debería tardar más de un segundo.
—Gran idea —dijo Mera.
Justo cuando Reece espetó: —De ninguna manera.
Todo el mundo le miró, y esperé que la mirada que le dirigí le
recordara que nuestro acuerdo de incógnito corría el riesgo de
saltar por los aires.
—No sabemos si podemos confiar en ellos —añadió finalmente—.
¿Realmente quieres arriesgar a Ángel a un posible ataque?
Mera se cruzó de brazos. —Amigo, Ángel podría limpiar el piso
con esos imbéciles. Joder, podría hacerlo con los brazos atados.
Ahora era yo la que sonreía, retándole a que discutiera eso. Es
decir, posiblemente no fuera cierto (no lo sabía y no había tenido
ocasión de evaluar el poder de Darin y sus hombres), pero si Reece
hablaba mal de mis habilidades, golpearía su trasero. Y entonces
Mera intervendría.
—Joder —gruñó—. Bien, pero yo también voy.
Me moví para unirme a él cerca del costado.
—No te entretengas —murmuró en voz baja—. Vamos y
regresamos, o me encargaré de Darin. Y ambos sabemos lo que pasa
después de que tocan lo que es mío.
Benditas praderas. Los escalofríos me recorrieron al recordar el
baile que él había interrumpido y los acontecimientos que habían
tenido lugar después. Su poderoso cuerpo embistiendo el mío...
Tragándome mi excitación, me obligué a actuar con normalidad.
—No tengo idea de lo que estás hablando —logré decir, abriendo
bien las alas mientras él recogía la arena a su alrededor—. No debe
haber sido tan memorable.
Me fui antes de que pudiera responder, y aunque pinchar al
dragón de arena dormido no fue la idea más inteligente, por fin
comprendí la emoción de la que siempre hablaba Mera cuando
bailaba al borde del peligro con su Shadow Beast.
Y con la posibilidad de ser destruida en el Delfora dentro de seis
lunas, no parecía haber mejor momento para arriesgarlo todo.
30

Al cruzar la corta distancia que nos separaba del otro barco, el cielo
ya se estaba aclarando. La luna nueva se acercaba, su rojo brillante
se curvaba en el borde de la luna oscura más azul.
Darin nos esperaba, su segunda al mando a la derecha, ambos de
pie en lo que yo había apodado la “postura del barco”, con las
piernas un poco más anchas y las manos en las caderas mientras
miraban el horizonte. Algo me decía que todos íbamos a adoptar
muchas “posturas de barco” en los próximos días.
—Bienvenida —dijo, cuando aterricé en la cubierta y recogí las
alas—. Me alegro de volver a verte.
Sonreí, pero cuando se puso a mi lado, más cerca de lo necesario,
me encontré apartándome de su camino y dando zancadas hacia el
centro de la cubierta. Reece, que por una vez parecía satisfecho,
aterrizó junto a mí, desapareciendo sus arenas.
—¿Dónde están nuestras provisiones? —le dijo a Darin a modo de
saludo.
El Guardián ya no sonreía, su expresión era inexpresiva mientras
miraba fijamente a Reece, y reconocí el inicio de dos machos a punto
de perder la cabeza en algún estúpido concurso de dominación.
Ignorándolos por completo, me volví hacia su segunda al mando, la
mujer pelirroja que había enviado desde la tienda antes.
—¿Dónde puedo recoger los objetos? —le pregunté.
—Por aquí —dijo brevemente, dirigiéndose hacia la parte trasera
de su nave.
No era especialmente amable, pero no me importaba. No estaba
aquí para hacer amigos.
Mientras cruzábamos la cubierta, observé que su barco parecía
más ancho y grande que el nuestro, lo que sería útil en algunas
situaciones, pero no cuando la velocidad era esencial. Por suerte,
teníamos el primer pasaje, así que no nos retrasarían. La pelirroja
me dejó en un pequeño almacén cerca de unas escaleras que
conducían al interior de su nave, y no perdí tiempo en coger un par
de bolsas blancas que había dentro.
Reece apareció un segundo después. —Es suficiente —me dijo—.
Mis arenas pueden llevar la mayor parte. Tú sólo vuelve a nuestra
nave.
Con ganas de discutir con él porque me estaba cabreando con su
humor, me giré, sólo para descubrir que estaba mucho más cerca de
lo que había previsto. Normalmente habría sentido el calor de su
protección de arena, pero en ese momento esas protecciones
estaban ocupadas recogiendo bolsas. Nuestras miradas se cruzaron
y, antes de que pudiera decir una palabra, su brazo rodeó mi
espalda para juntarnos con la suficiente fuerza como para que
soltara un leve jadeo.
Cuando me arqueé contra él, soltó un gemido bajo. —Maldita sea,
Lale —murmuró, aclarándose la garganta—. Pronto.
Me soltó con una maldición murmurada y, al necesitar algo de
espacio, avancé a trompicones con las piernas momentáneamente
débiles antes de volver a coger las bolsas. Cuando pasé junto al dios
del desierto, me lanzó una mirada que prometía terminar lo que
había empezado aquí, y sentí cada centímetro de su toque cuando
salí a la cubierta principal.
Darin, que estaba cerca del almacén esperándonos, tenía una
expresión ilegible mientras nos tendía la mano. —¿Necesitas ayuda?
—preguntó.
Sacudí la cabeza, frustrada por muchas razones. —Soy más fuerte
de lo que parece. No me subestimes.
Levantó ambas manos, con una expresión más suave. —Mis
disculpas. Me enseñaron a ofrecer ayuda, se necesite o no.
En Honor Meadows eso probablemente haría que un ser fuera
asesinado. Pero los Desérticos eran diferentes, y tenía que respetar
eso mientras estuviera en su mundo.
—Diferencias culturales —ofrecí en un intento de no ser una
perra. Mis alas se soltaron y le dirigí una pequeña sonrisa—. Nos
vemos en las tierras sagradas. Buen viaje.
—Para ti también —dijo, inclinando la cabeza.
Me levanté de la cubierta y alcé el vuelo, con las cuatro bolsas
bien sujetas. Durante nuestra ausencia, los dos barcos se habían
distanciado aún más, y desde este punto de vista podía ver que
Reece tardaría más tiempo en volver a colocarnos en posición para
tomar el Río Este.
Una vez que estuve sobre la cubierta principal, me dejé caer cerca
de Mera, Shadow y Lucien.
—¿Estaba todo bien allí? —me preguntó Mera, acercándose a mi
lado.
—Sí, perfectamente —dije, colocando las bolsas en la cubierta—.
A juzgar por el peso, y la cantidad que dejé atrás, tenemos al menos
seis o siete lunas de suministros. Debería ser más que suficiente.
Shadow utilizó su energía para desenredar las ataduras de la
parte superior de una, y al mirar dentro, asintió. —Hay comida y
agua, junto con semillas de energía.
Miré a su alrededor para ver las semillas de color verde oscuro,
cada una del tamaño de la palma de mi mano. —Las semillas de
energía sólo crecen en Faerie —le explicó Shadow a Mera—, pero
probablemente sean la mercancía más comercializable entre todos
los mundos.
Potentes impulsores de energía, nunca había necesitado
utilizarlos, ya que siempre podía reunir energía de la propia tierra.
Sin embargo, mi renacimiento hizo que necesitara algo más que la
energía normal, así que tener las semillas como refuerzo en caso de
necesidad sería definitivamente útil.
—Deberíamos guardarlas hasta justo antes de llegar al Delfora —
dije.
—Buena idea —contestó Shadow, metiéndolas en una pequeña
bolsa, incluso cuando Mera se agachó para coger una.
Girándola en su mano, la examinó desde todos los ángulos.
—Se parte ahí —dije, señalando una línea casi invisible a lo largo
de un lado—. Comes la semilla dentro de la cáscara dura.
—Parece una semilla de mango verde —dijo, pasando el pulgar
por encima. —Pero se siente suave, como la piel de un melocotón.
Es muy raro, pero realmente quiero probar una.
—Quizá no mientras esté embarazada de un bebé dios —sugerí—
. Pueden tener un efecto inusual en la energía de algunos seres,
especialmente los que tienen una base de poder ya complicada.
Mera dejó escapar un exagerado suspiro. —¿Podría haber una
descripción más precisa de mí que la de tener una base de poder
complicada?
Tuve que reírme porque sus poderes no serían nada comparados
con los de su hijo. Reece aterrizó en la cubierta un segundo después,
y las arenas trajeron consigo el resto de las bolsas. Debía de haber
algunas más escondidas porque conté muchas más de las que había
notado en un principio.
—Tenemos ropa, comida, medicinas y algunas armas —dijo—.
Parece que reunieron todo lo que pudieron en el poco tiempo que
tenían, y ahora debemos partir.
Mera dejó caer su semilla en la bolsa justo cuando un oleaje
especialmente grande de la arena sacudió el barco. Al estar tan
desequilibrada como lo estaba estos días, casi se cae de bruces, pero
tanto Shadow como yo la atrapamos. Una vez más, recordé que
Mera no me necesitaba como cuando nos conocimos. Cuando
Shadow era su enemigo.
Ahora ocupaba el lugar número uno en su vida como su protector
y amigo más cercano, y eso estaba totalmente bien. Así debía ser, y
eso no disminuía mi vínculo con Mera, un hecho que me había
llevado un tiempo aceptar.
—¡Santo cielo, gracias! —exclamó Mera, aferrándose a Shadow—.
No estoy acostumbrada a las treinta libras de más por delante.
Lucien, que cruzaba desde la parte trasera de la nave, soltó una
carcajada antes de aclararse la garganta. Mera le señaló con el dedo.
—Cállate, vampiro. Son treinta libras, y no voy a oír ni una palabra
más al respecto.
La sonrisa del vampiro era amplia, con los colmillos visibles. —
Iba a decir que no parece que hayas engordado ni un kilo más de los
veinte. Y tú siempre estás hermosa.
Mera estrechó los ojos hacia él. —Buena jugada —murmuró
finalmente.
Para entonces, Reece estaba de vuelta en la cubierta superior y
los potentes motores volvían a funcionar mientras nos ponía en
marcha. Estaba claro que había pasado mucho tiempo en estos
barcos y que estábamos en las mejores manos para llegar a salvo al
Delfora.
—Por muy genial que sea esto —dijo Mera mientras todos
empezábamos a meter las bolsas en nuestro casco de
almacenamiento para que no se dispersaran mientras
navegábamos—. ¿Están todos realmente seguros de que no
deberíamos ir más rápido? Aunque no sean los portales, ¿qué pasa
con las alas o las arenas de Reece?
Shadow se cruzó de brazos. —Ambas son posibilidades, pero ¿por
qué drenar la energía cuando no tiene sentido apresurarse? Por no
hablar de que no tenemos ni idea de lo que un flujo de uso de
energía cerca del Delfora podría poner en marcha. Todo está
desequilibrado con el ritual de energía reunida de Tsuma.
Mera asintió. —Cierto, cierto. Me olvidé de la parte en la que nos
quedamos dando vueltas en las tierras sagradas hasta que Tsuma y
los demás aparecieron.
Con un silbido de alas, Galleli aterrizó para unirse a nosotros en la
cubierta principal. —Nos conviene llegar al Delfora al mismo tiempo
que Tsuma —dijo—. Permanecer en el Delfora durante demasiado
tiempo aplastaría nuestras bases de poder mientras luchamos contra
la energía que se acumula allí.
Con esas palabras, nuestro barco avanzó, el rugido de los motores
más fuerte que nunca mientras Reece ponía toda la fuerza en
movernos hacia el traicionero río. Aparentemente el camino más
rápido y el mejor en nuestra situación actual.
Por fin estábamos en camino.
31

El Odessa hizo honor a su reputación, atravesando con rapidez y


suavidad el cruce y adentrándose en el Río Este, que fue el punto en
el que todo se agitó.
—Vaya —dijo Mera, tambaleándose de nuevo hacia delante, el
agarre de Shadow la mantenía de pie—. ¿La energía reunida se ha
vuelto loca o algo así? Todo parece mucho más agitado aquí.
Avanzando con cautela, llegué a las barandillas laterales,
sujetándome mientras nos tambaleábamos hacia la derecha. —Esta
parte de la corriente es naturalmente turbulenta, y con el aumento
de la energía, puedo sentir que nos empuja. Seguirá aumentando a
medida que avancemos hasta que se convierta en un verdadero
tornado cuando lleguemos al Delfora. Por eso tenemos que
adelantarnos y esperar que nuestra velocidad nos mantenga así.
Mera se llevó una mano a la boca, con la mirada un poco verde.
—¿Estos ríos tienen corrientes de energía debajo de ellos? ¿Es eso
lo que hace que la arena se mueva libremente y sea a la vez boyante
y mareante?
Asentí con la cabeza. —Más o menos.
—Los desérticos no podrían desplazarse fácilmente si no fuera
por estos canales —le dijo Shadow—. Este mundo es enorme, en
realidad mucho más grande que la Tierra, y no hay ninguna forma
de transporte aéreo, sólo sus piernas y naves.
Reece nos gritó a todos que nos aferráramos, y cuando el barco se
adentró en una parte más ancha del río, las arenas subieron a los
lados. Acercándome a Mera, ayudé a Shadow a mantenerla apoyada
entre nosotros.
—¿Será así todo el camino? —preguntó, su voz apenas audible
por encima de los vientos que rugían a nuestro alrededor, el cielo
brillante mientras la luna nueva lo llenaba de calor y luz.
—No —dijo Shadow— porque estarás a salvo en la biblioteca en
unas horas y no tendrás que lidiar con más turbulencias.
Con una arruga de la nariz, le miró fijamente. —Vamos,
compañero. Está claro que no hay peligro en que me quede un poco
más... Quiero decir, fuera de que vomite mis putos intestinos.
Realmente quiero experimentar los ríos, al menos hasta que el
peligro esté más cerca.
Shadow respiró profundamente por la nariz y, en un intento de
ocultar mi sonrisa, giré la cabeza para contemplar la impresionante
vista del Ostealon mientras abandonábamos sus arenas. Unas
cuantas aves del desierto, penticarlo, pasaron volando también,
luchando contra los vientos como nosotros, pero no había ninguna
otra señal de vida.
—Sé lo que estás haciendo, Mera Callahan —retumbó Shadow.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando —replicó Mera—. Mi
lógica es sólida, y tú lo sabes.
Su siguiente respiración podría haber sido más profunda que la
que había tomado hace un momento. —Una vez más, tu lógica no es
la misma que la de los demás. Se podría decir que en realidad estás
usando esa palabra de forma completamente errónea.
Mera se encogió de hombros. —Soy la única nativa en inglés, así
que parece que, una vez más, la lógica dicta que confiemos en mi
criterio en esto.
Antes de que ella pudiera burlarse de nuevo, su altura se disparó
mientras la levantaba en brazos y atravesaba la cubierta, y luego
desaparecieron en lo que sólo podía suponer que eran camarotes de
abajo. Sin duda era más seguro para ella allí abajo hasta que este río
se equilibrara, y Shadow emplearía su tiempo sabiamente
distrayéndola antes de reiterar que Mera iba a llevar su culo de
vuelta a la biblioteca, como se había decidido previamente.
A pesar de saber que lo más seguro era que no estuviera aquí,
apostaba por que Mera llegara de alguna manera a los Guardianes.
Como si hubiera leído mi mente, Len se deslizó suavemente (a pesar
del balanceo de la nave) a mi lado y dijo: —Cinco gemas sagradas a
que Mera consiga llegar a las cuatro lunas antes de que Shadow la
convenza de irse.
Resoplé. —Cinco aumentos de poder que llega hasta los
Guardianes. Yo diría que a Delfora, pero como Shadow no puede
hacer un portal desde allí, los Guardianes es el punto más lejano.
Lo meditó por un momento. —Shadow es demasiado terco para
dejarla llegar tan lejos. Acepto la apuesta.
Apretando los labios para ocultar mi sonrisa, nos dimos un
apretón de manos y enviamos con un poco de poder para sellar el
trato. No apostaba a menudo, y por lo general nunca con la línea de
poder de mi familia, pero conocía muy bien a mi mejor amiga. Puede
que Mera no sea la mayor o la más poderosa de nuestro grupo, pero
lo compensaba con un extra de terquedad y lógica, como ella misma
decía.
Salirse con la suya a pesar de su falta de experiencia era uno de
sus súper-poderes.
Reece llamó entonces a Len a gritos, y mientras el fae se volvía
para mirar a la cubierta superior, tuve un breve pensamiento de que
una vez más este imbécil del desierto intentaba dictar las amistades
de mi vida.
—Parece que Reece necesita una pizca de poderes de la ciudad de
la plata —dijo Len, encontrando mi mirada—. Quiero decir, parece
el tipo de energía que podría haber obtenido de cualquiera, pero
quién soy yo para esperar un motivo ulterior para sacarme de este
lugar.
—Detente ahí —le advertí—. No termines ese pensamiento.
Su risa era ligera y contagiosa. —Ambos reconocemos los
defectos de nuestro Reece.
—Si fuera tú no dejaría que te oyera decir eso —murmuré,
volviéndome hacia la vista mientras el fae se alejaba, su risa
perduraba más que la sensación de su energía.
Reece se opondría a reconocer los “defectos” porque había
pasado muchos años perfeccionando su aura de “dios”. Y cuando
uno era un dios, no había lugar para los defectos. Al desaparecer su
familia y la mía, no quedaba nadie que conociera al Reece de sus
primeros años. El Reece que no habló hasta casi los cinco años.
Entonces elegía sus palabras con tanto cuidado que yo apreciaba
todas y cada una de ellas. Tampoco sabían que los dos habíamos
llorado ese mismo año cuando me arrancaron y me enviaron a
entrenar para la batalla, lo que hizo que estuviéramos separados
durante muchas lunas.
Reece siempre fue muy cuidadoso con lo que compartía con el
mundo, pero cuando te abría su corazón, era como ganar el premio
más preciado del Sistema Solaris. De ahí que estuviera tan
destrozada cuando perdí todo eso por mi propia y estúpida culpa.
Al apartarme de los desiertos, miré hacia donde estaba Reece, con
Len a su lado. Por una vez, sus ojos no estaban clavados en los míos
mientras permanecía como una estatua, mirando al horizonte,
iluminado por la luz roja de la luna nueva. Parecía relajado, incluso
tranquilo, guiándonos por el río, su oscura belleza superaba incluso
la de los desiertos.
Mientras lo miraba fijamente, atrapada entre el pasado y el
presente, reconocí una verdad fundamental: él no era el único
defectuoso. Y no era sólo su orgullo lo que nos mantenía
enemistados.
Había cumplido con creces mi parte, ni siquiera había intentado
reparar el daño de mi decisión aquel fatídico día. Había hecho las
paces con todo el mundo excepto con Reece, y ahora me tocaba a mí
asegurarme de que nuestro plan funcionara. Porque no podía volver
a ser su enemiga.
Me sobresalté cuando se volvió de repente y se encontró con mi
mirada, como si hubiera sentido mis ojos sobre él todo el tiempo.
Pasó un momento largo y silencioso entre nosotros, y aunque sus
pensamientos estaban ocultos, por una vez no había ira aparente.
En todo caso, su mirada provocó una punzada de memoria dentro
de mí, recordándome que en un momento dado, Reece y yo también
habíamos tenido un vínculo. Uno largamente descuidado, ahora
construido con zarcillos rotos y puentes quemados.
Cuando se dio la vuelta de nuevo, me desplomé contra la
barandilla, con el corazón palpitando con fuerza.
Había reprimido gran parte de nuestra vida en común, pero ése
ya no iba a ser mi destino.
Reece y yo... éramos tan inevitables como los vientos del desierto.
O su protección de arena. Incluso cuando no se podían ver, siempre
estaban ahí, empujándonos en nuestro camino.
Un rumbo que, por una vez, se movía en la misma dirección... Si
tan sólo pudiéramos lograr evitar las tormentas.
32

Las siguientes horas fueron, como mínimo, duras. La energía que se


había acumulado abajo reaccionó al salir del Ostealon, y en algunos
momentos nos vimos obligados a agarrarnos a los lados para no ser
arrojados por la borda.
—Creo que sabemos por qué esta no es una ruta que se utilice con
regularidad —me quejé a Alistair, que estaba cerca de mí en la parte
trasera de la nave.
Se giró desde donde había estado contemplando las arenas de
abajo, y mientras se enderezaba, levantó un recipiente de vidrio de
liforina, inclinándolo sobre su cabeza por segunda vez en diez
minutos. —La energía está empeorando, pero esta parte del río Este
es definitivamente salvaje sin ninguna ayuda. No se puede domar.
De ahí que llevara horas mirando fascinado a las profundidades.
Alistair era conocido por intentar domar las aguas más fuertes y
furiosas. Lo hacía con poca consideración por su vida porque así se
sentía realmente vivo. A diferencia del resto de nosotros, él no era
eterno, aunque su raza guerrera fuera muy longeva. Era el
conocimiento de que acabaría muriendo lo que le hacía abrazar la
vida al máximo, viviendo como si pudiera morir mañana.
—¿Se está secando? —pregunté cuando se echó una segunda
botella en la cabeza, las manchas en la piel se aliviaron al absorber
el líquido a través de los poros.
Su expresión era más sombría. —Sí, el aire es más seco aquí que
cerca del Ostealon. Hay menos acuíferos y eso hace que el aire y la
arena sean más áridos.
—Sabes que el Delfora es el más seco de todos, ¿verdad?
Alistair se encontró con mi mirada, y había una suave
determinación en su expresión. —Lo sé, pero aun así no puedo
permitir que mis hermanos hagan este viaje sin mí.
Realmente deseaba que, sólo por esta vez, lo hiciera. —Asegúrate
de que siempre tengamos suficiente líquido para que te hidrates —
fue todo lo que terminé diciendo.
Sonrió, con esos ojos expresivos y cálidos, y recordé lo amable
que podía ser. Para ser un guerrero, Alistair tenía un
comportamiento sorprendentemente suave. —Todo irá bien; no te
preocupes por mí.
Y, sin embargo, lo hacía. Ahora me preocupaba por todos ellos, me
preocupaba como una maldita madre gallina que cuida de sus
polluelos, sabiendo al mismo tiempo que Reece esperaba en los
bordes, listo para barrerlos de mi lado. Mi propio lobo en el
gallinero.
Negándome a pensar de nuevo en ese Desértico, me centré en las
arenas cambiantes, observando que ahora había algunos rojos
mezclados con los colores del Ostealon. Nos acercábamos a las
arenas de Rohami, y sabiendo que tenía preguntas que necesitaban
respuesta, dejé a Alistair y me dirigí a trompicones por la cubierta
principal hacia el nivel superior.
Al principio, no hice casi ningún progreso contra el balanceo de la
nave, y aunque estuve tentada de usar mis alas, la fuerza de los
vientos de aquí me enviaría al cielo, agotando mi energía mientras
luchaba por volver. Finalmente, decidí echar mano de mis reservas
de energía, enviando una sacudida a mis piernas para clavar mis
botas en la cubierta.
Con esa ayuda, conseguí cruzar la zona y, al llegar a las escaleras,
liberé la magia y utilicé la barandilla lisa e impregnada de cristal
como ayuda. Cuando la energía que había utilizado se desprendió de
mí, no regresó a mi centro, sino que se elevó hacia el mundo para
reunirse con el colectivo.
Todos habíamos intentado explicar a Mera cómo funcionaba esto,
pero en realidad todo se reducía a unos simples hechos. Uno: la
magia era la capacidad de aprovechar las energías naturales y libres
de cualquier mundo. Dos: Si sabías cómo hacerlo, podías tomar esa
energía y transformarla en lo que necesitaras, ya fuera resistencia,
fuerza, transfiguración o teletransporte. Tres: Una vez que la
energía libre ha sido tomada y utilizada, se libera de nuevo en el
mundo, a menos que se descubra cómo aprovecharla de nuevo, lo
que la mayoría de los seres no pueden hacer sin destruirse a sí
mismos a través de una forma de retroceso de energía.
Toda mi energía familiar “usada” estaría ahora en el colectivo de
Honor Meadows, reciclándose para ser enviada de nuevo, parte de
la fuerza vital que mantenía nuestro mundo funcionando y girando.
Ese colectivo se compartía en pequeños incrementos cada
temporada de lluvias, pero llevaba mucho tiempo reconstruirlo y
nunca era lo mismo. Muchas de las capas de mi mundo habían sido
formadas por miembros de mi familia, y una vez que se perdían, no
había retorno.
Cuando la capa desaparecía, también lo hacía mi última conexión
con ellos.
A mitad de la escalera, el barco dio un bandazo especialmente
fuerte hacia la izquierda, pero mantuve los pies postrados a las
barandillas laterales. Cuando se estabilizó de nuevo, utilicé mi
velocidad natural y subí los últimos peldaños tan rápido como pude.
En la cubierta superior, los vientos eran mucho más fuertes, pero las
vistas lo compensaban con creces, con una visión impresionante de
ríos y desiertos que se extendían por kilómetros.
Podía ver muchos colores, desde los ocres que habíamos dejado
atrás hasta los naranjas pálidos de Yemin, muy lejos, al este, y los
rojos de Rohami, que se acercaban al noreste. Y más adelante estaba
nuestro destino final, demasiado lejos para verlo todavía, pero sabía
que los Guardianes y Delfora estaban esperando nuestra llegada.
Reece estaba solo en la cubierta superior, y aunque no había
ninguna posibilidad de que no me oyera tropezar, no se volvió hacia
mí. ¿Existía la posibilidad de que, incluso con nuestro nuevo
acuerdo y ese sexo alucinante, estuviera actuando con más frialdad?
—Hola —dije, casi cayendo sobre él, pero, afortunadamente, me
atrapé en el último momento—. Sin problemas hasta ahora —
Realmente odiaba las conversaciones triviales. Era una pérdida de
tiempo y energía, pero él me tenía tan desorientada y fuera de
control que aquí estábamos.
Reece seguía sin mirarme, completamente concentrado en el
destino que teníamos delante. —Pronto se calmará. Estamos casi
frente a la energía natural de Ostealon, que se está mezclando con el
hechizo de Tsuma. En ese momento nuestra velocidad disminuirá
hasta que la energía debajo de nosotros vuelva a acumularse, pero
al menos podremos caminar sin caer de bruces.
Seguía sin mirarme, pero hablaba con normalidad, así que le seguí
la corriente. —¿Este río atraviesa alguna otra dinastía?
—En realidad no —dijo—. Abandona el Ostealon y pasa la mayor
parte del tiempo en las arenas profundas, pero podrá vislumbrar
Rohami en la distancia. Los Guardianes es nuestro primer destino
terrestre antes de llegar al Delfora. Calculo que a nuestra velocidad
actual, y teniendo en cuenta que se ralentizará una vez que nos
alejemos de las corrientes más pesadas del río Este, serán unas
cinco lunas.
No teníamos mucho margen para llegar al Delfora antes de la luna
de energía, pero si ese era el caso, Tsuma tampoco lo haría. Sólo nos
llevaba una pequeña ventaja, y estábamos en el río más rápido. El
río Este era sólo para princeps normalmente, y Tsuma habría
llamado la atención al usarlo, así que teníamos esa ventaja.
—De acuerdo —respondí, olvidando cualquier otra pregunta en
esta incómoda energía entre nosotros. Con la necesidad de escapar,
estaba casi de vuelta a los escalones cuando finalmente soltó el
timón y la palanca que había estado utilizando para guiarnos y me
llamó por mi nombre.
Cuando miré por encima de mi hombro, estaba en una fuerte
postura de barco, pareciendo que no le afectaban las corrientes. —
¿Cómo está Mera? —preguntó.
¿Era él el que estaba haciendo una pequeña charla ahora? ¿Y por
qué me sentía aliviado de no tener que irme todavía? —Está abatida
y tratando de descansar —dije—. Shadow está trabajando para
convencerla de que se vaya, pero ella insiste en que aún no ha visto
nada y que deben esperar a que las arenas se calmen para que
pueda experimentar la verdadera majestuosidad de su mundo.
Una fracción de su rígida conducta se suavizó. —¿Cuáles son las
probabilidades de que se quede en esta nave hasta que lleguemos a
los Guardianes?
Eso me sacó una sonrisa. —Len y yo tenemos una apuesta. Mi
poder está en que ella llegue al Delfora. Él cree que se irá en unas
cuantas lunas.
—Len debería saber que no hay que apostar contra ti —dijo,
bajando la voz mientras daba un paso hacia mí. Parecía
despreocupado por dejar el aparato de gobierno, lo que se explicó
cuando sus arenas se volvieron visibles y salieron de él para
envolver el timón. Por supuesto, cuando dio otro paso hacia delante,
el maldito barco dio un bandazo de casi cuarenta y cinco grados
(¿era el primer día que su arena dirigía un barco?) pero no vaciló,
sólido como un acantilado del desierto.
Me alcanzó en un suspiro de tiempo, aplastando su gran cuerpo
en el mío.
—¿Qué estás haciendo? —murmuré, inclinando la cabeza hacia
atrás para ver sus ojos y las emociones que contenían.
Reece se inclinó para rozar con sus labios mi pómulo. —No te
acerques a mis amigos —murmuró mientras su poder cosquilleaba
en el mío.
Tragué con fuerza mientras la ira y la excitación me golpeaban.
—Tienes que ser un niño...
—Ya conoces las malditas reglas. —Me cortó—. Esto —sus manos
bajaron por mis hombros, y como me había quitado la armadura
antes, tuvo acceso libre para ahuecar mis pechos, rozando los
pezones con los pulgares que estaban listos y en posición de firmes
bajo la túnica—, es mío.
Tuve que tragar de nuevo porque este aire más seco me estaba
afectando... Sí, definitivamente era el aire.
Mi voz era ronca. —Fue sólo una apuesta.
Sus manos se deslizaron por mi vientre, llegando lentamente a la
unión de mis muslos. Presionó mi clítoris, deslizando sus dedos por
el palpitante manojo de nervios.
—Esa es la única razón por la que ambos andan por ahí. Sin
castigo.
Conseguí soltar una carcajada, desesperada por el desprecio
casual. —¿Ah, sí? ¿Y cómo nos castigarías?— Este bastardo tendría
otra pelea en sus manos si pensaba que podía controlarme, incluso
si sus acciones actuales me estaban convirtiendo en una bola
temblorosa de necesidad.
—Len aprendería por las malas a no desobedecer mis órdenes —
dijo Reece con calma—, y tú estarías atada a mi cama hasta que
recordaras las reglas de este acuerdo.
Abrí la boca para atacarle, pero mi cuerpo ya ardía ante la idea de
estar bajo su control de esa manera. Por muy fuerte que sea y que
estuviera hecha para la batalla, había una parte de mí que ansiaba
un momento para liberar ese control. Para entregarme al placer que
sabía que Reece traería a mi vida.
Con un movimiento de cabeza, aparté su mano, ignorando las
partes de mi interior que gritaban que le dejara hacer lo que le diera
la gana.
—Puedes intentarlo, imbécil —logré decir sin sonar como una
tonta sin aliento—. Inténtalo y verás lo que pasa.
—Coquetea con mis amigos y verás lo que pasa —replicó Reece—
. Sabes que no comparto bien, Lale. Me conoces desde hace más
tiempo que casi cualquier otra persona en el mundo. Puede que lo
hayamos ignorado durante un tiempo, y que otros también lo hayan
olvidado, pero fuiste mía antes que de nadie. Y por ahora, he
restablecido las viejas reglas.
Volvió al timón, dejándome congelada en el lugar como la misma
tonta que había intentado no ser. Otros podrían haberlo olvidado.
No eran sólo otros... Estaba hablando del vínculo que, hasta hace
poco, yo también había olvidado. Un vínculo que había bendecido
frente a sus energías superiores, y que significaba algo. Los
reclamos de las Tierras del Desierto eran lazos profundos del alma
que unían a poderosos compañeros, familias e incluso amigos.
He restablecido las antiguas reglas.
Vaya por Dios. ¿Cuáles eran las antiguas reglas? No recordaba las
reglas de estos vínculos, habiendo sido tan joven cuando había
sucedido. Sin duda habían sido escritas en algún lugar...
probablemente en la época de los primeros desérticos. La época de
los antiguos.
—¿Cuáles son las antiguas reglas? —Le pregunté a su espalda.
Reece levantó la cabeza, esos anchos hombros bloqueando mi
visión de lo que había delante. —Pronto lo sabrás. Está escrito en el
Delfora en las piedras de mis antepasados.
Esperé a que continuara, pero no dijo nada más.
Seis lunas. Tendría que esperar seis lunas para saber qué
significaba aquello, y una parte de mí se preguntaba si mi vida
volvería a ser la misma.
33

Pasamos las siguientes lunas en arenas turbulentas, pero cuando


dejamos la sección más estrecha del Río del Este, todo se igualó.
Mera subió finalmente a la cubierta principal, con un aspecto
relajado y descansado, a pesar del duro viaje realizado hasta
entonces. Llevaba unas mallas negras elásticas, una camisa blanca
larga y unos botines de tacón plano. Su aura se arremolinaba
suavemente a su alrededor, sintiéndose más fuerte e intensa que
nunca, y tuve la sensación de que este bebé pronto estaría listo para
llegar al mundo.
—Hey —dije, cruzando a su lado—. ¿Cómo te sientes? —Había
estado comprobando su estado periódicamente, pero como Shadow
la mantenía ocupada, había sondeado primero el vínculo antes de
llamar a la puerta de su camarote para no encontrarlos a ambos...
ocupados.
—Ahora me siento fantástica —dijo con entusiasmo. Me empujó
hacia el costado del barco y nos quedamos mirando el cielo cada vez
más oscuro, donde el azul de la luna oscura había sustituido a los
rojos y dorados—. Esto es absolutamente espectacular, ¿verdad?
Un gran eufemismo. No hay comparación con la belleza de los
desiertos. Todavía no estábamos en las arenas profundas, así que
hacia el este podíamos ver los rojos de Rohami extendiéndose como
una gigantesca puesta de sol. No había señales de vida, ya que
aquella enorme tierra no estaba poblada más que en un treinta por
ciento, y el único sonido era el zumbido de los motores de energía
que había debajo.
Cuando Mera se hartó de estar de pie, nos dirigimos a un pequeño
banco situado a un lado del casco y tomamos asiento para ponernos
al día.
—¿Cómo está nuestro bebé? —pregunté.
—El bebé está tan activo como siempre. —Se rio y de alguna
manera gimió al mismo tiempo—. Me patea con suficiente fuerza
como para magullar algunas costillas.
—Suena bien —dije con una risa—. Es el bebé de un Dios,
después de todo.
Mera volvió a gemir. —No me lo recuerdes. Shadow lleva todo el
día intentando que me vaya, cargándome con la culpa. —Bajó la voz
dramáticamente—. Te harán daño por el poder del bebé y tienes otra
vida que considerar, entre que él usa su maldita lengua como arma
para nublar mi mente.
—Eso también suena bien —dije con otra risa—. Me sorprende
que te haya dejado fuera del alcance del brazo para sentarte aquí
conmigo.
Sin embargo, ella no estaba fuera de su vista; Shadow y Reece
estaban en la cubierta superior, recortando figuras imponentes en
el horizonte que se oscurecía. Los amigos charlaban, pero estaba
claro dónde estaban el foco de ambos: justo en este banco.
—Podría estar aquí en un santiamén y ambos lo sabemos, así que
nunca estoy fuera de su alcance.
Me volví hacia Mera. —¿No te molesta?
Se encogió de hombros. —Sabes, pensé que lo haría, pero en
realidad quiero estar con él todo el tiempo. Él me entiende, y me
siento completa cuando está cerca. Al final, Shadow puede rugir y
lanzar fuego y actuar como un neandertal posesivo, pero todos
sabemos que yo tengo el verdadero poder. Él me ama, y nunca he
conocido a otro que se esforzara tanto por darme todo lo que he
soñado o deseado. ¿Qué mujer no querría ser adorada por un
hombre tan peligrosamente guapo?
Sus palabras giraban en mi mente, dando vueltas y vueltas,
llenando cada pensamiento mientras intentaba comprender. Hace
unas lunas no habría sido capaz en absoluto, pero ahora... quizá sí lo
entendía.
—Nunca pensé que pudiera existir así —le dije suavemente, mi
mirada volvió a encontrar a Reece por un instante—, pero desde mi
renacimiento, hay una parte de mí que se siente vacía. Una parte
que anhela la conexión que veo entre tú y Shadow...
—Pero la independencia a la que te has aferrado durante siglos
rechaza la idea, haciéndote sentir que serías débil si permitieras eso
en tu vida. —Mera dio una puñalada bastante astuta a los
pensamientos que no había expresado. Se llevó una mano al
pecho—. Siento tu batalla aquí. En tu energía. Sé que estás dando
vueltas a algo con Reece, y estoy aquí para decirte que no es una
debilidad entregarse a otro. Es una fortaleza confiar en ellos de esa
manera. Es una fortaleza seguir los instintos de tu cuerpo y no negar
lo que necesita. —Sus labios se inclinaron en una sonrisa—. Y
definitivamente es una fortaleza llegar al orgasmo tantas veces
como lo hiciste la otra noche y no tener un ataque al corazón.
Me estremecí cuando mis ojos abiertos se encontraron con los
suyos, y ella perdió la cabeza, riéndose muy fuerte.
—¡Oh, Dios mío! —Más risas—. Vamos, Ángel. Olvidaste por
completo que estamos unidas, ¿verdad?
Mierda. No es que lo haya olvidado, pero esperaba que se
escudara como yo. —Se supone que no debes saberlo. Nuestro trato
fue muy específico.
A estas alturas era una suerte que fuera una diosa que no
necesitaba realmente oxígeno para respirar, porque se estaba
riendo demasiado como para tomar aire.
—¡Mujer! —jadeó antes de sacudir la cabeza hasta que finalmente
se calmó—. ¿De verdad creías que no iba a sentirlo cuando estabas
en medio de algo tan intenso? ¿No nos sientes cuando estoy con
Shadow?
Estaba tan acostumbrada a bloquearla ahora, y había sido mi
error asumir que ella hacía lo mismo.
—Ya no —dije sacudiendo la cabeza—. He entrenado mi energía
para bloquearte en el momento en que siento que tu lujuria
aumenta. Ahora sucede sin pensarlo, así que no capto los momentos
sensuales.
Mera apretó los labios con fuerza. —Debes bloquearme mucho
entonces.
—Es bastante constante. —Mi risa se desbordó finalmente
mientras me recostaba en el banco de madera, sintiéndome
extrañamente más en paz ahora que Mera lo sabía—. Ni siquiera sé
cómo ha ocurrido —murmuré.
Ella resopló. —Bueno, cuando un ángel guerrero y un dios del
desierto melancólico están calientes como la mierda, a veces
terminan con la gran pol...
—Cállate —balbuceé—. Sé cómo ocurrió esa parte. Lo que quise
decir es que después de todos los siglos de ira y odio entre nosotros,
es extraño que haya elegido reclamarme ahora con la esperanza de
que podamos apagar el fuego entre nosotros. El fuego del odio, así
como el de la lujuria.
Mera se puso seria, con los ojos más oscuros que de costumbre.
—Yo fui el catalizador que los unió de una forma que ya no podían
ignorar. Y una vez que abres las puertas, aunque sólo sea un toque,
la energía se filtra hasta convertirse en una inundación. Acaban de
llegar al punto en el que ninguno de los dos puede seguir cerrando
las puertas.
—Eres muy intuitiva para alguien tan joven —dije, extendiendo la
mano para sostener la suya—. Supongo que es el alma vieja que
posees.
Me dio un fuerte apretón en la palma de la mano. —Es fácil mirar
desde fuera. No estoy tan metida en esto como tú y Reece. Sólo creo
que ustedes dos insistieron en ignorar la verdad mientras estaban
súper enfadados el uno con el otro. La verdad de que, al principio,
había amor. Reece se está engañando a sí mismo si cree que puede
sacarte de su sistema. Ambos se están engañando.
Una parte de mí esperaba que tuviera razón, pero había
aprendido por el camino difícil con Reece y la esperanza.
—Supongo que sólo el tiempo lo dirá —concedí—. Estamos
dando una oportunidad, y cuando el polvo se asiente en esta batalla,
sabremos la verdad. Seguiremos adelante.
—Claro, claro —reprendió Mera—. Apuesto a que no es así.
La fulminé con una mirada juguetona, esperando que no apostara
nada demasiado importante en esta relación. Llevaba días sin haber
contacto entre Reece y yo, y percibí que se estaba preparando para
nuestra inevitable separación. Yo debería estar haciendo lo mismo,
sólo que no conseguía distanciarme como en el pasado. Como había
dicho Mera, las compuertas estaban abiertas.
—¡Hora de cenar! —gritó Len a través de las cubiertas, y en ese
momento, Mera se puso en pie de un salto.
—Me muero de hambre —gimió, agarrándose el vientre. La
sección hinchada parecía ser más grande y colgar más abajo de lo
que había estado hace unos días, y mientras ella se apresuraba a
irse, yo esperaba poder estar allí cuando llegara su bebé. Nunca
había visto nacer a un niño y me parecía el tipo de acontecimiento
que cambiaría mi vida y que lamentaría perderme.
Sobre todo porque nunca lo tendría para mí.
Acompañé a Mera por las escaleras hasta el camarote principal, y
los chicos dejaron sus puestos para seguirla también. Todos nos
habíamos acostumbrado a la rutina: Reece dirigiendo la nave,
Alistair encaramado en la cubierta trasera comunicándose con las
criaturas de la arena mientras se empapaba de líquido, Galleli
volando por encima de la nave cuando podía explorarla, y Len y
Lucien yendo y viniendo por la cubierta principal, claramente
aburridos.
Sin embargo, cada luna oscura comíamos todos juntos, al estilo
familiar.
La mayoría de nosotros estábamos acostumbrados a estar solos
durante largos periodos, pero esta nueva tradición de comer en la
larga mesa de pamolsa y arena nos estaba gustando a todos.
La sección del comedor estaba en la popa del camarote inferior,
mientras que la proa estaba ocupada por pequeños camarotes, una
zona de baño y una cocina con quemadores de fuego y almacenes de
liforina. La cocina y cada uno de los camarotes tenían una ventana
redonda, que permitía ver los desiertos y las arenas más allá, pero
aparte de eso, la única iluminación en el nivel inferior provenía de
los faroles del desierto, con sus fuegos sin calor ardiendo en lo alto.
Len, que había sido nuestro cocinero no oficial hasta entonces, ya
estaba en la mesa cuando llegamos los demás. Los platos estaban
colocados en ella, cada uno con una variedad de comida similar a la
que había en la ceremonia de apertura de la reunión de la dinastía.
Mera fue la primera en sentarse, mirando a su alrededor con
expectación. Sus ojos entrecerrados nos instaron al resto a que nos
apurásemos y nos sentáramos para que ella pudiera comer. Me
coloqué a su derecha, dejando la izquierda para Shadow. Lucien
estaba a la cabeza, Len frente a Mera, Galleli frente a Shadow y
Alistair en mi lado opuesto.
Reece ocupó la otra cabecera de la mesa, lo que le situó a mi
derecha, y mientras la ráfaga de su poder se mezclaba con mi propia
energía, relativamente más fría, me concentré en la comida. Un
hambre saciada era mejor que ninguna.
—Parece que tus arenas están mejorando en el manejo del barco
—dije, esperando la normalidad.
—Las he actualizado a una licencia completa —dijo con una
sonrisa.
Parpadeé. —Cuando bromeas conmigo, realmente se me revuelve
la cabeza.
—Las nuestras también —coreó media mesa, y capté la sonrisa de
Mera, que me recordó que no debíamos hacer público nuestro
nuevo acuerdo.
Apartando la vista de Reece para centrarme en la comida, elegí
algunas frutas rojas, ya que había desarrollado un gran gusto por
ellas. Después de darle a Mera un trozo maduro, puse otras dos en
mi plato. Shadow añadió algunos alimentos más al plato de Mera,
cuidando de su compañera, y muy pronto tuvo delante más
alimento del que podrían comer dos diosas.
Los instintos protectores de Shadow eran más fuertes que nunca,
y tenía la sensación de que cuando naciera el bebé, papá bestia iba a
ser un auténtico incordio.
—Toma —dijo Reece, distrayéndome. Miré hacia abajo y descubrí
que me había preparado un yert, el equivalente de la Tierra del
Desierto a un sándwich, relleno de verduras fritas que crecían bajo
sus árboles—. No estás comiendo lo suficiente.
Parpadeé ante la comida, sin saber cómo reaccionar ante este
gesto. Estaba actuando como Shadow, y aunque mi primer instinto
fue rechazarlo, esperando un motivo oculto, decidí que era hora de
cambiar la narrativa.
—Gracias.
Sus ojos se abrieron de par en par, con un destello de sorpresa,
pero no cuestionó mi conformidad. En su lugar, comimos juntos en
un cómodo silencio, con sólo una pequeña charla ocasional
alrededor de la mesa. Había alimentos adecuados para todos
nosotros en las provisiones, incluyendo incluso la bebida de plasma
que Lucien necesitaba para renovar su energía y las verduras tipo
algas que Alistair consumía. Shadow no comía, pero seguía dando
sorbos a su bebida favorita: una mezcla de los mejores whiskeys de
la Tierra con algo de especias de Faerie para darle un toque.
Era una escena familiar de ensueño, y yo sabía que ésta era la
calma antes de la tormenta. Mis sentidos se agitaban, diciéndome
que nos acercábamos a un desastre, y por muy preparada que
estuviera, no podría evitar que este barco se estrellara contra las
rocas y nos dispersara a todos en las profundas arenas.
Perdiéndonos para siempre.
34

Cuando terminó la cena, Mera había vuelto a convencer a Shadow


de que era demasiado tarde para volver a la biblioteca y que era
mejor que lo discutieran de nuevo en la luna nueva. Len y yo
intercambiamos una mirada divertida, aunque estaba
peligrosamente cerca de perder esta apuesta.
Reece dejó escapar un resoplido mientras se ponía en pie y
extendía la mano para limpiar los restos de comida y los platos,
enviando todo a la cocina. Sin mirar hacia mí, se marchó, y sus
anchos hombros desaparecieron del camarote.
Len se acercó a mí, justo cuando me levantaba de la mesa
—¿Deberíamos relevarlo por la noche? —preguntó.
Mi rodilla se estrelló contra la mesa en una inusual muestra de
incompetencia.
—¿Qué? —Conseguí decir.
—Liberarlo de la tarea de dirigir —dijo lentamente—. Han
pasado unas cuantas lunas y no lo he visto usar un camarote ni una
sola vez.
Ah, sí. —Por lo que sé, ha estado dejando las arenas a cargo si
necesita descansar, pero voy a ver cómo está. —En mi estado de
nerviosismo, mis palabras se precipitaron—. Todos deberían
dormir. Los despertaremos si hay algún problema.
Nadie discutió, ya que una sensación de frustración y leve
cansancio había comenzado a filtrarse en nuestra energía después
de unas cuantas lunas atrapadas en esta nave. Uno a uno fueron
abandonando la mesa, dirigiéndose a los dormitorios, hasta que sólo
quedaron Mera y Shadow.
—Nos vemos por la mañana —dijo Mera con una sonrisa de oreja
a oreja—, después de comprobar el relevo de Reece, por supuesto.
—¡Cállate! —le dije, y ella se rió como la maniática que era.
Incluso Shadow parecía divertido, y estaba claro que sabía tanto
como su compañera. No había secretos entre ellos, que era
exactamente como debía ser. A decir verdad, mientras les daba las
buenas noches y me dirigía a la cubierta, realmente esperaba que
esta noche incluyera algo de alivio. Nuestro tiempo en los desiertos
estaba llegando a su fin, y hasta ahora, nuestro trato estaba siendo
tristemente incumplido.
Cuando llegué a la cubierta superior, sentí el roce del poder de
Reece, pero todo lo demás estaba en calma. Había una gran
diferencia con las lunas anteriores. La brisa apenas despeinaba las
hebras de mi trenza, y la ligera camisa negra que llevaba metida
dentro de los pantalones cargo era más que suficiente para
protegerme de las arenas.
Cruzando la cubierta, bañada por los rayos azules de la luna
oscura, me acerqué al punto brillante que parecía ocupar Reece.
Tenía un aspecto de otro mundo, su energía le daba un brillo tan
evidente que casi no parecía real. Incluso aquí, en su dominio, era
notablemente... más.
Mis pasos fueron ligeros a medida que me acercaba,
preguntándome por el recibimiento que recibiría.
—¿Necesitas que te acompañe y vigilemos...? —fue todo lo que
logré antes de que girara y me levantara.
Por instinto, mis piernas rodearon su cintura cuando me acercó, y
ya estaba levantando la cabeza, preparada para el choque de sus
labios sobre los míos. Reece no me decepcionó, su lengua recorrió
mis labios y exigió su entrada. Accedí porque sentía que iba a
explotar si no lo probaba... si no sentía esa oleada de su poder
chocando con el mío.
La arena nos arrastró y me pregunté si volveríamos a estar en lo
alto y ocultos del mundo.
—La otra nave está demasiado cerca —refunfuñó Reece contra
mi boca antes de prolongar otro largo y delicioso beso, con su mano
izquierda apretando mi culo hasta niveles casi dolorosos—.
Buscaremos privacidad en otro lugar.
Hacía días que no veía el barco de Darin, pero ahora que
estábamos en las corrientes más lentas, parecía que nos había
alcanzado. Sin embargo, no había tiempo para pensar en el viaje, ya
que esta noche se trataba de Reece y yo y de las chispas de fuego
que se encendían entre nosotros.
Sus arenas nos elevaron más, haciéndonos cruzar el río en
dirección a la tierra roja que se veía a lo lejos. —¿Estarán bien en el
barco? —jadeé entre besos, mi cerebro daba vueltas mientras
buscaba recordar a los demás—. No he despertado a ninguno de
ellos para dirigirlo.
—La nave está a salvo —dijo, levantando la cabeza para que sus
ojos pudieran mirar fijamente el núcleo de mi esencia—. Nunca los
arriesgaría. Ahora, olvida todo lo demás y concéntrate en nosotros.
Esta es tu única necesidad a satisfacer.
Necesidad. No podía haber elegido una palabra más acertada, y al
instante recordé la conversación que había mantenido con Mera
unas horas antes. No era una debilidad ceder a las exigencias de mi
cuerpo. Podía hacerlo y ser una guerrera. Era el momento de dejar
de estereotiparme y disfrutar del viaje. En todos los sentidos.
Vivir en las Tierras del Desierto con Reece había sido la esperanza
y el sueño de mi infancia, y nunca debimos dejarnos derrumbar
como lo habíamos hecho. Era el momento de un nuevo futuro.
Tal vez... incluso algo de esperanza.
—Serían felices, sabes. —Las palabras se escaparon mientras los
recuerdos del pasado llenaban mi mente. Tal vez fueran las arenas
rojas o el nuevo conocimiento de que había un lazo andrajoso entre
Reece y yo, a la espera de que se rompiera definitivamente o se
formara por completo, pero de cualquier manera, me quedé
atrapada en el pasado por un momento.
—¿Quiénes? —preguntó mientras seguía mi línea de visión hacia
las interminables arenas de Rohami a las que nos acercábamos.
—Nuestras familias.
Al atraer mi mirada hacia él, me bajó a sus arenas, y deseé no
haber dicho ni una maldita palabra. Se suponía que debíamos
mantener esto casual... sin emociones. Recordarnos a ambos
nuestro pasado y el amor que habíamos compartido era la forma
más segura de recordar también la traición y el dolor.
No es un camino saludable para avanzar o cambiar nuestra
narrativa como había esperado anteriormente.
Reece no contestó, y mientras yo buscaba un cambio de tema para
que volviéramos al ambiente sexy que habíamos tenido antes, se
acercó y me pasó la mano por la mejilla.
—Te querían —murmuró. Se me hizo un nudo en la garganta por
la emoción en su tono—. Mi madre siempre me decía que eras la
personificación del honor y la fuerza. Me dijo que el afortunado por
tenerte era yo, y creo que por eso me tomé tan mal la traición.
No tuve que pedir aclaraciones sobre qué traición.
—Supongo que acabé siendo una decepción —concedí—. Pero si
sirve de algo, yo también los quería. —Quería a toda su familia y la
consideraba mía también. A pesar de sus defectos y su fascinación
por el poder, sus padres (y los míos) eran dignos de nuestro amor.
Reece, con una expresión extrañamente inexpresiva, negó con la
cabeza. —No les habrías decepcionado, Lale. Habrían comprendido
tus decisiones de aquel día. Esperaba que nos llevaras a todos en
una pelea que ni siquiera era tuya. Una pelea en la que perdiste a
Leka. Debería haberme esforzado más por entender, y soy la razón
por la que pasamos tantos años separados. Si pudiera volver atrás...
Cada parte de mí gritaba de pena y de alegría, las emociones se
arremolinaban y se mezclaban hasta que era un desastre. Reece me
había dado por fin la gracia que ansiaba desesperadamente
mientras me castigaba a mí misma a lo largo de los años en intentos
fallidos de resarcirme.
Al fin y al cabo, nuestro mundo nunca había estado compuesto
por una moral en blanco y negro, por acciones buenas y malas, o por
traición y odio. Había más de una cara de la moneda, y reconocerlo
podría darnos la oportunidad de avanzar por fin.
—No podemos volver atrás —le recordé—. Así que no
desperdiciemos esta oportunidad de avanzar.
Nuestras miradas se cruzaron y las llamas que ardían en lo más
profundo de la galaxia de su poder me calentaron hasta la médula.
—Es exactamente lo que estoy pensando—dijo.
Levanté la cabeza e inicié nuestro beso, y una vez más me
encontré fuera del suelo, con las piernas alrededor de su cintura
mientras me arqueaba hacia él. Su mano izquierda se deslizó por mi
columna hasta enredarse en los mechones de mi trenza, atrayendo
mi cara hacia la suya. Reece me besó con una intensidad capaz de
destruir mundos. Casi me destruye a mí, así que estaba muy segura
de ello. Abriendo la boca, dejé que su lengua recorriera la mía.
Cuanto más lo saboreaba, más lo deseaba, y con un gemido rodeé su
cuello con las manos, acercando nuestros cuerpos todo lo posible.
Para cuando las arenas de Reece empezaron a descender, ya
respiraba con dificultad y me dolía la parte inferior del cuerpo. Este
era el punto en el que estaba dispuesta a arrancarle la ropa a
arañazos.
—Tenemos que estar desnudos —murmuré, sintiéndome
desanimada por no haber tenido ya un orgasmo.
La risa ronca de Reece no ayudó a la situación. —Has pasado
demasiado tiempo con Mera. La paciencia... Ya deberías haberla
aprendido.
¿Ah, sí? Arqueé la espalda y me apoyé en él, sintiendo la tensión
de su dura longitud a través de nuestra ropa. Los ojos de Reece se
oscurecieron hasta la medianoche, el destello de las estrellas y las
galaxias más brillantes que nunca, y supe que mi expresión era de
suficiencia mientras sonreía.
Su gruñido fue impresionante. —Sí, tienes razón. Que se joda la
paciencia.
Las arenas calientes nos bañaron, y en un instante estuve
completamente desnuda. Cuando mis pechos se liberaron, Reece se
inclinó y cerró su boca sobre mi pezón derecho, rozando con los
dientes mientras aplicaba presión antes de pasar su lengua por el
pico. Para cuando pasó al izquierdo, yo ya gemía y le agarraba la
cabeza con las dos manos.
Aunque me encantaba su aspecto de guerrero, con el pelo oscuro
muy rapado, en ese momento deseaba que tuviera algo para
agarrarme. Cuando levantó la cabeza, me encontré con su mirada,
con mi respiración jadeante y superficial.
—Se acabó la paciencia —repitió, bajándome a los pies. Mis
piernas tardaron un segundo en sostenerme, pero una vez que
encontré el equilibrio, pude ponerme de pie y mirar adónde nos
había llevado.
—Este es el territorio exterior de Rohami —dijo, agarrando mis
manos y deslizando sus dedos entre los míos mientras me guiaba
hacia lo que parecía una duna de arena que se elevaba unos diez
metros por encima del plano.
—¿Por qué elegiste esta zona? —pregunté, mirando a mi
alrededor en busca de una respuesta.
Su agarre se hizo más fuerte mientras tiraba de mí hacia delante.
—Encontré una gruta.
Mis pies se detuvieron, y por un momento me pregunté si lo había
escuchado mal.
—Lo siento, ¿qué dijiste?
Se detuvo junto a mí, girándose completamente para mirarme.
—Me llevó casi cien mil lunas, pero finalmente encontré una.
Con los ojos muy abiertos, abrí y cerré la boca. —Es un mito.
En las Tierras del Desierto, las grutas eran su versión de un oasis,
la fábula de encontrar el paraíso en medio de las arenas desoladas.
En este mundo, se decía que existían bajo las llanuras, pero nadie
había encontrado nunca una que demostrara este cuento. Cuando
éramos jóvenes, Reece me había hablado de sus planes de encontrar
uno de estos regalos que supuestamente habían dejado los antiguos,
aunque ninguno había logrado esta tarea.
Debería haber sabido que si alguien podía descubrir una gruta,
sería Reece.
—No puedo creer que realmente hayáis encontrado una —dije,
sacudiendo la cabeza mientras la emoción se imponía a mi
conmoción—. Pasamos tantas lunas haciendo planes sobre lo que
haríamos con todos los tesoros.
Se inclinó y apretó sus labios contra los míos, un beso
completamente improvisado, y me sacudió de una manera
inesperada. Al separarme, sin aliento, le pregunté:
—¿Cómo la encontraste?
Reece se encogió de hombros, sus ojos seguían enfocados en mi
boca. —He tenido mucho tiempo en mis manos, por no hablar de la
clase de determinación que me ha hecho superar los días difíciles.
Eso me tranquilizó un poco. No había estado con él en los días
difíciles, sin duda yo había causado más de uno.
—Debería haber estado aquí cuando la encontraste —susurré,
atrayendo su mirada hacia la mía—. Me perdí ese momento.
La inclinación de sus labios era apenas visible, pero no parecía
infeliz. —Estás aquí en esta luna, y por fin podemos cumplir
nuestros planes.
Planes...
—¿Quién iba a saber que esos planes incluirían un día partes del
cuerpo desnudas y orgasmos múltiples? —bromeé, necesitando un
descanso de las emociones más pesadas.
—Yo lo sabía —dijo, con una risa baja que despertó el poder en lo
más profundo de mi pecho—. Esto ha estado destinado desde hace
mucho tiempo, y como nunca he traído a nadie a este lugar por
miedo a que lo roben o lo corrompan, parece que todos mis sueños
de niño están a punto de hacerse realidad.
Una sensación de alivio se filtró en mí al saber que nadie más
había venido a la gruta con él. Esta era todavía una oportunidad de
experimentarlo todo con él. Una primera vez para los dos.
Antes de que pudiera decir nada más, me soltó la mano y se
acercó a la duna. Pasó varios minutos examinando el terreno con
detenimiento.
—Cambia cada luna —explicó, apartando algunas arenas—. Y no
he estado aquí desde hace mucho tiempo, pero suele ser...
Se interrumpió mientras se inclinaba más, quitando otra capa de
polvo. Incluso a la oscura luz de la luna, pude ver lo que parecían
cristales incrustados en las arenas rojas.
—No podrás creer el color de la arena de abajo —dijo cuando
levantó la vista y nuestras miradas se encontraron—. No tiene
parangón en ninguna parte de la superficie.
Me encontré agachada más cerca, y al hacerlo, sentí su poder
moviéndose más y más profundamente en la tierra.
—¿Qué estás haciendo exactamente? —pregunté.
—Buscando permiso para entrar desde la arena de abajo.
Apoyé mi mano en el suelo, cerca de la suya, y casi jadeé ante la
corriente subterránea de poder. Las Tierras del Desierto siempre
tenían un pozo de energía que podía ser aprovechado, pero esto era
algo... más grande. Cuando moví las manos unos metros hacia la
derecha, sólo sentí el poder normal de los Rohami.
—La puerta está contenida dentro de un trozo muy pequeño de
arena —explicó Reece.
—De ahí que sean casi imposibles de encontrar.
Asintió, antes de volver a bajar la cabeza y seguir pidiendo
permiso. En unos minutos, la arena empezó a moverse bajo
nuestros pies, seguida de un claro estruendo. Reece se levantó de un
salto y me arrastró hacia atrás unas decenas de metros.
—Sólo he encontrado ésta —dijo mientras ambos observábamos
cómo las arenas se alejaban de la tierra hasta que se formó lo que
parecía una puerta en el suelo—, pero creo que existen más.
Todas las tierras aquí eran igual de poderosas, y tenía sentido que
Rohami no fuera la única en beneficiarse de una gruta. El estruendo
se calmó cuando las arenas dividieron por completo la tierra donde
la mano de Reece había estado presionada hacía apenas unos
segundos. La brecha continuó ampliándose hasta que, finalmente,
los desiertos volvieron a estar en paz, excepto por esta nueva
abertura con luces parpadeantes que destacaban un camino bajo las
arenas.
Estaba a punto de ver una gruta con Reece, y por un momento me
pregunté cómo era mi vida.
35

Si Reece no se hubiera adentrado con confianza en un gigantesco


agujero en la tierra, habría sido más cautelosa en mi aproximación,
pero confiando en su experiencia con esta gruta, le seguí, desnuda y
en silencio anticipando lo que podría ver en este lugar de mitos y
leyendas.
A medida que descendíamos muchos escalones, que conducían a
una profundidad aún mayor de la que yo esperaba, las luces
resaltaban las arenas rojas. No podía ver lo que había debajo desde
este ángulo, pero me di cuenta de que, a medida que nos
adentrábamos en la gruta, los rojos iban cambiando de tono,
aclarándose hasta...
—Plata —susurré—. Las arenas son de plata pura.
—Sí —se filtró la profunda voz de Reece desde donde estaba unos
pasos más abajo. Se volvió hacia mí y noté que su piel parecía más
oscura bajo la plata. Sus ojos también eran más azules e intensos—.
Estas arenas tienen propiedades distintas a las que he
experimentado. No sólo en este mundo, sino en todos. Es un poder
verdadero, un poder original, pero nunca podrá ser eliminado de la
gruta.
—¿Intentaste tomarlo? —Por supuesto que había tratado de
tomarlo.
Asintió con la cabeza, reapareciendo esa sonrisa arrogante. —Sí,
ya sabes que me gusta superar cualquier reto que se me presente.
He intentado eliminar este poder de tantas maneras que he perdido
la cuenta. Pero no importó, porque cuando llegué a la superficie, no
me quedaba ni una pizca de plata.
—Tienes suerte de que la gruta te siga permitiendo la entrada —
dije con sorna, negando con la cabeza.
Su risa resonó en el hueco de la escalera. —Creo que disfrutó de
mis intentos. Un juego familiar al que jugamos.
Volvió a descender y, después de lo que me pareció un kilómetro
y medio dentro del núcleo de Rohami, salimos a un campo de arenas
plateadas y finalmente me encontré en una gruta. Por un momento,
antes de que visualmente captara una parte de este secreto oculto,
cerré los ojos y dejé que la energía me llenara. Fue entonces cuando
comprendí de verdad a qué se refería Reece cuando dijo que esta
gruta albergaba un poder distinto al que había sentido nunca.
Al principio no fluyó fácilmente con mi esencia, los antiguos
zarcillos de las arenas plateadas eran fríos y extraños, pero en pocos
segundos, se volvió más reconfortante. Reconfortante e
increíblemente intenso. Se me escapó una suave risa.
—Se siente raro que esté desnuda ahora —solté, extendiendo las
manos para hacer girar los dedos a través del poder.
—Me gustas desnuda —dijo Reece, más cerca que antes—. Y
pienso mantenerte así el mayor tiempo posible.
A pesar de que esta especie de declaración posesiva me
molestaba antes, aquí, rodeado de arenas plateadas, sus palabras
golpearon una parte de mí en lo más profundo. Una parte que había
sido propiedad de este maldito hombre durante siglos. Cuando mis
ojos se abrieron, encontré a Reece frente a mí, luciendo como en
casa en la tierra de los antiguos dioses.
—No estás desnudo —dije, con la voz sin aliento—. Lo cual, si me
preguntas, es un poco injusto...
Con un movimiento suave, se quitó la camiseta y lo que había
planeado decir a continuación se desvaneció en la arena plateada.
Una rica piel de bronce cubierta por unos firmes músculos llenó mi
visión.
Reece dejó escapar una risa baja. —Por mucho que esté
disfrutando de este momento, quizá sea mejor que me deje los
pantalones puestos hasta que hayas visto algo más que la entrada
principal.
Maldita sea... tenía razón. Si estuviera desnudo, hasta una gruta
mágica palidecería en comparación. —Sin embargo, yo estoy
desnuda —observé, obligando a mis ojos a levantarse de la escritura
en su abdomen inferior en una escritura que no podía leer—. ¿No
soy una distracción?
Su respuesta fue arrojarme a sus brazos, y con un gruñido enterró
su cara en mi cuello y mordió la carne allí, enviando trinos de placer
directamente a mi centro. —La única razón por la que no estoy
enterrado dentro de ti ahora mismo —murmuró, con la lengua
acariciando la marca del mordisco—, es porque esta es tu primera
oportunidad de ver una gruta, y no te la voy a quitar. Hay mucho
tiempo para el resto...
En ese momento estuve muerta. Simplemente muerta mientras
sus palabras y su aura acariciaban cada maldito sentido que poseía.
Sin embargo, antes de que mi alma me siguiera a la tumba, Reece
me puso sobre mis inestables piernas y se dirigió a la gruta.
Mientras le seguía por la suave arena, la plata se extendía alrededor
de mis pies descalzos mientras caminaba, me incliné para tocarla.
Era sedosa, mucho más fina que las arenas de la Tierra, y la energía
que la recorría era intensa.
—Ya veo por qué nunca has anunciado este hallazgo —dije
mientras me enderezaba, haciendo caer la arena de mi agarre—. Es
adictivo, una verdadera inyección de poder de lo que parece una
fuente original. Uno podría acostumbrarse a tenerlo.
Asintió, y por primera vez desde que entró en esta cueva, su
expresión se volvió seria. —En mis momentos más oscuros, me he
encontrado con que me quedaba aquí, incapaz de salir. Si no fuera
por mi propia base de poder y la fuerza de mis amistades, siento
que podría haberme perdido en el thrall.
—¿Por qué me has traído aquí cuando no has traído a Shadow y a
los demás?
Su ceño fruncido se mantuvo. —Múltiples razones.
Pensé que iba a dejarlo así, pero antes de que la decepción
pudiera aparecer, continuó: —Uno, esta era nuestra aventura
juntos. A pesar de todo, me pareció mal traer a otro aquí. Dos,
ninguno de nuestros amigos tiene el vínculo con los desiertos que
tenemos tú y yo. —Dejó escapar un suspiro—. Y tres, has
demostrado una y otra vez que el poder no te hace adicta. Estás en
posesión de una de las fuentes de poder más fuertes del mundo, y
nunca abusas de ese don.
Este era el lado cariñoso de Reece que había perdido, y casi me
había matado cuando ocurrió. —En el Reino de las Sombras fue la
única vez que me potencié más allá de mis medios normales en
siglos —dije en voz baja.
Una sonrisa quebró su mirada estoica. —Estabas iluminada como
una maldita diosa. Sacudió mi viejo sistema un poco.
—Me di cuenta —respondí secamente—. Rompiste un
enfrentamiento de siglos para recordarme que soy una guerrera de
mierda y débil.
Con una exhalación, bajó la cabeza, y tuve que parpadear para
asegurarme de que estaba viendo correctamente esa diminuta
muestra de vergüenza.
—Es mi turno de disculparme —dijo—. Me he comportado como
un imbécil y, sinceramente, no te lo merecías. Es que verte allí, tan
jodidamente poderosa y perfecta, lista y decidida a hacer lo que
fuera necesario para salvar a alguien a quien amas, me sacó de
quicio, y no pude dejarlo pasar.
Acortando la distancia entre nosotros, puse mi mano en su brazo.
—Estamos avanzando —le recordé—, curando las cicatrices del
pasado para que tengamos un futuro diferente.
Su voz bajó hasta convertirse en un rudo susurro: —¿Y si no
quiero un futuro diferente?
Ahora era yo la que se desencadenaba. —No entiendo. ¿Quieres
que sigamos siendo enemigos?
Con un brusco movimiento de cabeza, gruñó: —No, no es eso en
absoluto. Sobrevivamos a las próximas lunas y luego podremos
hablar.
Me estaba volviendo loca con sus idas y venidas, pero no podía
discutir su afirmación. Posiblemente íbamos a enfrentarnos a los
antiguos dentro de unas lunas, así que no tenía sentido preocuparse
por el futuro hasta estar seguros de que lo teníamos.
Me obligué a concentrarme de nuevo en nuestro entorno y le di
un empujón en el costado.
—De acuerdo, entonces. Muéstrame el lugar.
Con todas las distracciones, es decir, con Reece no sólo
semidesnudo sino también abriéndose emocionalmente a mí, no era
de extrañar que no hubiéramos llegado más allá del final de la
escalera. A medida que avanzábamos, aquel camino plateado y
suelto se expandía hasta convertirse en un espacio enorme y
redondo. Las paredes y el techo, en lo alto, eran tan plateados como
las arenas de abajo. Esta antigua gruta estaba literalmente revestida
de poder.
Al principio, el brillante centelleo de la arena me cegó, pero
cuando mis ojos se ajustaron, la visión más increíble apareció en la
distancia.
—Liforina —grité, casi haciendo caer a Reece en mi excitación—.
Hay agua aquí abajo.
Su risa me siguió mientras corría por la arena suelta hasta llegar a
lo que parecía un manantial poco profundo que chapoteaba en la
orilla.
—Estas son aguas termales con infusión de energía —dijo Reece
al llegar detrás de mí—. Si estoy gravemente herido, sólo se
necesitan unas horas aquí para recuperar toda la fuerza.
Ya estaba desnudo, así que no había literalmente ninguna razón
para no entrar en el cálido manantial. No parecía muy profundo,
aunque el agua se extendía a lo largo de muchas decenas de metros
en todas las direcciones. Mientras el líquido caliente rodeaba mis
músculos, podía sentir cómo se filtraba en mi energía, fusionándose
con ella para reparar cualquier imperfección que sintiera.
Seguí saliendo, comprobando que nunca era más profunda que
mis muslos. Tras avanzar hacia el extremo más septentrional, me
senté con la espalda apoyada en una dura pared plateada, y el agua
se niveló justo debajo de mi barbilla. Pequeñas burbujas fluyeron
alrededor de mis piernas, y la corriente me ayudó a sanar y calmar.
Desde esta posición, pude ver que esta gruta era un espacio
sencillo: las arenas, esta agua y algunas plantas salpicadas en lo alto
de la orilla. Mi visión de todo lo demás se cortó al centrarme en
Reece, que me había seguido. Ahora estaba desnudo. El agua
acariciaba con cariño sus muslos, lo que me permitía ver con deleite
cada parte del dios del desierto. Especialmente la dura longitud que
atraía mi mirada.
Cuando se puso delante de mí, intenté respirar con normalidad.
—No se encuentra en ningún otro lugar del mundo —dijo.
—Lo sé —respondí rápidamente, segura de que su polla era
absolutamente única.
Se rió, y yo levanté la cabeza, dándome cuenta de que me había
engatusado un poco, como dijo Mera.
—Los árboles que crecen aquí —dijo, mientras se dejaba caer
para sentarse a mi lado—. Y el resto de la flora. No se encuentra en
ningún otro sitio, y tampoco se pueden sacar de la gruta.
Sí, es cierto. Las plantas y los árboles eran la madera única a la
que se refería.
Mientras nuestra piel se tocaba desde mi costado derecho, luché
por mantenerme en el punto. —¿Las plantas tienen alguna magia
especial?
Me sobresalté cuando su mano se deslizó por mi pierna bajo el
agua, un movimiento suave que no había esperado. —Creo que todo
este ecosistema —dijo lentamente, mientras su dedo recorría el
interior de mi muslo—, es lo que hace que este oasis sea tan único y
especial. —Cuando llegó a mi centro, separó los pliegues y se deslizó
por la carne hinchada—. Ya estamos cosechando los beneficios, lo
que entenderás realmente cuando te vayas.
Deslizó su dedo dentro de mí y, a pesar del agua, no hubo
resistencia. Llevaba tanto tiempo excitada que estaba más que
preparada para él. Inclinando mis caderas, me moví contra su
contacto, necesitando más. Un segundo dedo se unió al primero y
ambos gemimos.
—¿Cuánto tiempo llevas mojada por mí? —retumbó, girando la
cabeza para que sus labios pudieran acariciar la piel de mi mejilla y
bajar hasta mis labios.
—No estoy segura de haber dejado de sentir dolor desde la última
vez en la reunión —admití, gritando mientras él movía su mano más
rápido, con los dedos bombeando dentro y fuera de mí mientras su
pulgar rodeaba mi clítoris. En cuestión de segundos, el placer de mis
nervios sensibles me llevó a un orgasmo.
—Dime, Lale, ¿has encontrado la liberación sin mí? A lo largo de
estos años.
Incluso a través de lo borroso de mi cerebro, gruñí a este
bastardo que me hacía preguntas como esa cuando estaba en medio
de controlar mi cuerpo como un maestro de marionetas. Con su
intensa mirada sobre mí, quise mentir y decirle que había seguido
adelante muchas veces a lo largo de los largos años, pero la verdad
era que, en mi estado robótico, había apagado cada parte de mi
cuerpo.
Me había castigado en todos los sentidos.
—No ha habido ningún otro —jadeé, mi respiración más rápida
que nunca mientras levantaba mis caderas más alto y casi montaba
sus dedos, ávida de su toque.
Avariciosa por las emociones que devolvía a mi mundo.
Mera había iniciado mi metamorfosis con los incendios, pero
Reece... él era un maldito arco iris, que explotaba de color por todas
partes. No importaba lo que trajeran los próximos días, una cosa era
segura: nunca podría volver a mi existencia en blanco y negro.
36

En pocos segundos me di cuenta de que Reece se había congelado


ante la respuesta a su pregunta. Sus dedos seguían enterrados
dentro de mí, su pecho desnudo seguía pegado a mí mientras su
otra mano me acercaba, pero el resto de él estaba quieto. Por no
hablar de la dilatación total de sus pupilas en aquellos ojos tan
abiertos.
—¿Nunca? —soltó con dureza.
—Era un robot, Reece —se me escapó, igualmente sin aliento,
gracias a un inminente orgasmo—. Me negaba a sentir o desear
cualquier cosa excepto mi deber como guerrera. Con el poder que
controlaba, dejarme sentir todo el dolor habría sido desastroso.
Su conmoción se desvanecía mientras una chispa de satisfacción
recorría su expresión. Sin mover sus dedos de mi interior, utilizó su
otra mano para levantarme en el agua flotante y llevarme a su
regazo. Acabé a horcajadas sobre sus muslos, inclinándome hacia
atrás lo suficiente para que pudiera seguir introduciendo sus dedos
dentro de mí.
—Siempre me has pertenecido, Lale —murmuró, sacudiendo la
cabeza.
Gemí. —No te pongas tan engreído. Ya he despertado y no volveré
a ser un robot.
El gruñido en el fondo de su pecho me llamó la atención, y pasó de
la sorpresa a la posesividad y al cabreo en un segundo. —Eres mía
hasta que yo lo diga —dijo mientras ese gruñido se hacía más
profundo—. Hicimos un trato, y no puedes echarte atrás.
—Hasta que... —traté de recuperar el aliento—. Hasta que
dejemos las Tierras del Desierto.
Los remolinos en mi vientre se movieron más rápido, el deseo
golpeando en mí mientras me acercaba. Mis dedos se habían
clavado en su hombro para hacer palanca, pero como quería que él
sintiera lo que yo era, los deslicé más abajo y los envolví alrededor
del eje caliente que había entre nosotros.
—Estará más allá de los desiertos —murmuró finalmente Reece,
pero no podía concentrarme en sus palabras con esos malditos
dedos destruyéndome, deslizándose en lo más profundo mientras
mis músculos se contraían a su alrededor. Al inclinarme hacia
delante, el instinto se apoderó de mí y apreté su polla, consiguiendo
que mis dedos llegaran hasta la mitad de su grueso mango.
Reece se sacudió contra mí con un gemido. —Lale, joder. Tienes
un agarre firme.
Era fuerte, y preocupada por si le hacía daño, estaba a punto de
aflojar mi agarre cuando volvió a gemir. —No pares... me gusta.
Bueno, está bien entonces. Acariciarlo, era un equilibrio entre
darle placer a Reece y no correrme yo. Un equilibrio que fallaba al
sentir el temblor de mis muslos. Negar mi orgasmo hizo que se
acumulara el tipo de liberación intensa que podría matarnos a los
dos.
Reece se inclinó hacia delante. —Necesito probarte —murmuró
contra mis labios, y me di cuenta de que se refería a algo más que un
simple beso.
—Sólo si puedo corresponder —respondí, desesperada por
descubrir a qué sabía.
Sus dedos se apartaron de mí y traté de no gemir mientras se
ponía de pie, levantándome al mismo tiempo. Cuando las cálidas
aguas se retiraron, sin dejar ni rastro de humedad en nuestra piel,
deseé que pudiéramos quedarnos aquí, en su poderoso y relajante
abrazo.
Reece se dio cuenta de mi decepción. —No puedo controlar estas
arenas —me dijo—. Así que, si queremos respirar, tenemos que
hacer esto en tierra.
Es justo y gracias a los putos dioses ya estaba dando zancadas por
las aguas poco profundas, con sus poderosos muslos devorando la
distancia hasta que pronto estuvimos en la arena plateada suelta.
Aquí, redujo la velocidad y me bajó sobre mi espalda; la plata me
rodeaba tan caliente y relajante como lo había sido el agua.
Y lo que es mejor, no se nos metió en la piel ni entre nosotros. Se
limitó a permanecer en su posición actual, amortiguando mi cuerpo,
dejándonos disfrutar de toda la piel desnuda a la vista. Reece se
inclinó sobre mí, rodeando con su boca mi pezón derecho.
Enlazando mis dedos detrás de su cabeza, aguanté hasta que
terminó.
Cuando levantó la cabeza, sus ojos entrecerrados se encontraron
con los míos. —Quiero saber todo lo que te excita —dijo
roncamente—. Quiero que lo descubramos juntos.
Sí. Sí. Sí. Totalmente. Podría estar de acuerdo con eso. —Mejor
apúrate —logré decir—. Pronto estaremos en Delfora.
Aquella pesada mirada no se alivió. —Reto aceptado —murmuró
finalmente.
Antes de que pudiera respirar de nuevo, invirtió nuestras
posiciones, haciéndome rodar para que yo estuviera encima y él
estuviera ahora despatarrado en la plata.
—¿Qué quieres hacer ahora, Lale? —me preguntó con su ronco
acento—. Dime exactamente lo que quieres.
Tragué bruscamente. —Quiero darte placer.
Su risa era oscura y seductora, el sonido me envolvía. —Quiero
que me digas lo que quieres de mí. Con todo detalle. ¿Quieres mi
lengua en tu coño? ¿Quieres que te folle la boca? ¿Cuántos
orgasmos?
Me tocó mirarlo como una lunática aturdida porque casi parecía
que Reece estaba cediéndome el control... ¿a mí?
—Oferta por tiempo limitado —añadió, percibiendo mi sorpresa.
Sus manos estaban en mis caderas mientras me sentaba a
horcajadas sobre él, con su firmeza mordiéndome la piel.
—Quiero saborearte mientras tú me saboreas —le dije,
necesitando liberarme pronto.
Me levantó más alto para hacerme girar de modo que ahora
estaba frente a su erección.
—Retrocede, Lale —dijo, con la voz tensa.
Alcancé la pesada polla que estaba a medio camino de su
estómago y la sujeté mientras me movía hacia atrás hasta que mi
culo estuvo en su cara. Cuando lo hice, su dura polla se sacudió
contra mi agarre, y el pre-semen se acumuló en su extremo. Con
más confianza, seguí moviéndome y, cuando apoyé las rodillas en la
arena a ambos lados de su cabeza, su lengua se deslizó por mi
dolorido coño, lamiendo la humedad. Me balanceé hacia él y gemí:
—Más.
Reece respondió con un gemido antes de rodear mis muslos con
sus brazos y acercarme a su boca.
—Dime qué quieres —exigió, con su aliento caliente en mi carne
temblorosa—. Con todo detalle.
En este punto estaba desesperada. Había estado cerca de un
orgasmo demasiadas veces, y necesitaba la liberación final.
—Quiero cabalgar tu cara —solté—. Quiero que me folles con tu
boca y tu lengua.
Su boca estaba sobre mí tan rápido que casi salté. Cuando me
levantó para cambiar mi ángulo, deslizó su lengua por mi culo y bajó
hasta mi coño, succionando todo mi placer en su boca. Su polla
volvió a sacudirse en mi mano, y estaba más dura que nunca cuando
me incliné hacia su cuerpo, necesitando probar a qué sabía.
La cabeza me daba vueltas mientras mi cuerpo temblaba. Era
difícil concentrarse en su polla con su lengua destruyéndome
mientras sus dedos se deslizaban en mi entrada. Grité cuando rodeé
con mis labios la cabeza de su polla y una potencia caliente y salada
explotó en mi boca. Reece sabía a vida y energía, y me maravilló el
bajo gemido que soltó cuando lo chupé y acaricié.
Su agarre se hizo más fuerte y, mientras seguía introduciendo dos
dedos en mi interior, me balanceé contra él, lo que también hizo que
su longitud entrara en mi boca. Era demasiado grande para mí como
para tomar mucho más que unos pocos centímetros, así que usé
también mi mano, los movimientos irregulares gracias a las docenas
de sensaciones que me golpeaban a la vez.
El apretado rizo de placer se hinchó hasta que no pudo
contenerse, y dejé escapar un grito bajo mientras me corría, con mi
cuerpo sacudiéndose con fuerza y rapidez. Reece no cejó en su
empeño, succionó mi clítoris en su boca y lo recorrió con su lengua
con la suficiente fuerza como para que me corriera de nuevo al
instante y casi con la misma violencia que la primera vez.
Mientras me sacudía, su polla salió de mi boca, pero estaba
demasiado perdida para encontrarla de nuevo mientras aguantaba
el orgasmo completo. Tardé mucho en respirar y pensar de nuevo
mientras mi cuerpo se desplomaba sobre el suyo. Por un segundo,
me relajé en su calor, justo hasta que volvió a burlarse de mi clítoris,
y me di cuenta de que me había quedado atrás a la hora de dar
placer y de recibirlo.
Al poder concentrarme un poco más, me incliné hacia delante y
volví a rodearlo con la mano y la boca, trabajando esta vez para
relajar la mandíbula y absorber aún más su longitud. No tenía
experiencia en dar mamadas, pero aprendí rápido y me centré en
las acciones que le hacían gemir más, un plan estupendo hasta que
volvió a ponerme la parte inferior de la cabeza en un estado de
frenesí, con las dos manos alrededor de los muslos mientras me
separaba los pliegues para pasar la lengua por todo el lugar, una y
otra vez.
Gimió cuando me centré en su polla, pasando mi lengua por la
hendidura de la punta, con su sabor llenando mi boca.
—Lale, joder —dijo, y el sonido de su voz ronca fue suficiente
para espolearme, llenándome de determinación para darle placer.
Relajando la mandíbula, conseguí tomar otro centímetro, y justo
cuando tenía un buen ritmo, mi cuerpo meciéndose contra su boca
mientras lo tomaba en la mía, Reece apretó su agarre en el interior
de mis muslos y empujó su dedo dentro, cubriéndolo de mi placer.
Casi inmediatamente lo retiró, y justo cuando me preguntaba por
qué, sentí que su tacto se deslizaba un poco más arriba que antes.
Ahora bien, como le había dicho a Mera, muchos de los seres del
Sistema Solaris tenían una anatomía similar a la de los shifters y los
humanos, ya que todos nosotros habíamos sido creados a partir de
una única fuente. La mayoría de esos seres encontraban placeres en
múltiples partes de sus cuerpos, pero nunca se me había ocurrido
que yo lo hiciera.
Cuando los dedos de Reece, lubricados en mi excitación, se
deslizaron por mi culo, presionando la entrada, me detuve.
—¿Qué estás haciendo? —Rasgueé, con la voz ronca después de
aquellos orgasmos gritones.
—Averiguando lo que te gusta —murmuró, su boca seguía
trabajando en mi vagina mientras sus dedos exploraban donde
demonios querían, aparentemente.
—Uh, no estoy segura... —Empujó un dedo dentro de mí,
lentamente, y santa madre de las lunas.
Me estaba sacudiendo antes de darme cuenta mientras su lengua
trabajaba en mi clítoris, y la velocidad de otra liberación inminente
me sacudió. A medida que su dedo entraba y salía lentamente, los
músculos de la zona se aflojaban, permitiéndole deslizarse más
adentro, estimulando un montón de terminaciones nerviosas de una
manera que nunca había experimentado. Era un placer diferente
que provenía de una parte de mí misma que nunca había explorado,
y mientras me arqueaba más en su tacto, me di cuenta de que este
arrogante bastardo podía saber exactamente lo que me gustaba.
—Reece —me ahogué, moviéndome contra él, necesitando más
mientras perseguía los placeres que se desplegaban. Esto iba a ser
una liberación total, y tal vez entendiera por fin la fascinación de los
humanos por el juego del culo.
Incapaz de hacer más que aguantar y disfrutar del viaje, me
agarré a un lado de su estómago, clavando las uñas mientras su
dedo se movía más rápido al compás de las caricias de su lengua en
mi clítoris. Esta vez el orgasmo estalló más profundamente de lo
que nunca había sentido, y puede que me haya desmayado durante
unos segundos porque lo siguiente que supe fue que Reece estaba
cambiando de posición, y que la dura longitud que había saboreado
sólo unos minutos antes se había introducido dentro de mí en un
rápido movimiento.
Mientras me miraba, con los labios llenos y brillantes, gimió: —
Eres la criatura más peligrosa del mundo —dijo mientras levantaba
su cuerpo para volver a clavar su polla en mí, un fuerte empujón que
debería habernos hecho subir a la arena. Sólo que ésta no era una
arena ordinaria; nos mantenía en su sitio, añadiendo fuerza a sus
golpes.
Ya me había corrido tres veces seguidas y, en teoría, debería
tardar más en hacerlo. Pero cuando Reece se inclinó hacia mí,
besándome (podía saborearme en sus labios), descubrí que la
acumulación ya estaba creciendo.
—Me voy a correr otra vez —grité, ligeramente frustrada por no
poder alargarlo un poco más—. ¿Tienes que ser increíble en todo?
—Sí —respondió, con los labios arqueados en una sonrisa
burlona, incluso mientras su cuerpo destruía el mío con las
poderosas caricias—. Has pasado años negando tus pasiones, y
ahora tu cuerpo se aprovecha. Deberías escucharlo.
—Oh... estoy... estoy escuchando.
La velocidad de sus empujones aumentaba y, a medida que su
longitud se hundía cada vez más, clavaba mis uñas en su piel.
Cuando bajó su boca hasta mis pezones, mis manos cayeron a un
lado, arañando la arena para encontrar la tracción que necesitaba.
La energía plateada se unió a la fuerza de Reece y a la mía,
impregnándonos del poder de los antiguos.
Mientras pensaba en eso, mi cuerpo se levantaba para recibir
cada empuje y Reece bajaba para deslizar un dedo por mi clítoris. Mi
energía se expandió mientras la oscuridad danzaba en mi visión, la
liberación fluyendo a través de mí en movimientos bruscos y
espasmódicos que me hicieron gritar y aferrarme a la arena como si
mi vida dependiera de ello.
El rugido de Reece se unió a mis gritos, y sentí el oleaje de su
polla y su potencia, sus empujones dentados mientras aguantaba el
final de su orgasmo.
—Maldita sea —susurró contra mi cuello—. No hay que
subestimar el poder de la gruta.
Nunca se habían dicho palabras más verdaderas, sólo que no era
la gruta lo que uno nunca debe subestimar.
Es a Reece.
37

Cuando mi cabeza dejó de dar vueltas y los últimos temblores


abandonaron mi cuerpo, Reece nos había metido de nuevo en las
aguas termales. Cuando me relajé en las profundidades del agua,
suspiré por lo bien que se sintió en mi piel sensible.
Reece permaneció en silencio a mi lado, y podría jurar que ya se
estaba distanciando.
—¿Por qué no me has preguntado por mis parejas sexuales a lo
largo de los años? —preguntó de repente, cuando llevábamos
demasiado tiempo sentados en silencio—. Pregunté por las tuyas
porque he sentido la tentación de asesinar a cualquiera que te
hubiera tocado, por muy irracional que sea... Pero nunca me has
preguntado sobre las mías. ¿No te importa?
Me dolía el pecho por el duelo de emociones. —Sólo tenemos
unos días más en los desiertos. ¿Hay tiempo suficiente para hablar
de las muchas mujeres con las que has estado?
Reece se quedó en silencio, y estaba claro que mi intento de
humor había fracasado. Era hora de probar la verdad. —Realmente
no quiero saberlo —admití.
Esto atrajo toda su atención. —¿Estás celosa? —preguntó, con la
mirada desnuda hasta el fondo—. ¿Melalekin, que ha tenido
hombres de todos los mundos persiguiéndola desde el momento en
que podía blandir una espada, está celosa de la atención que he
tenido?
—No estoy celosa, imbécil arrogante —le respondí, mintiendo
para salvarme—. Es que no vale la pena discutirlo.
Reece dejó escapar una risa cínica. —Quiero que estés celosa,
Lale.
Parpadeé, sin saber qué estaba diciendo. —Aclara eso, por favor.
—Los celos significan que te importa —dijo suavemente,
rodeándome con su brazo y devolviéndome un toque de la cercanía
que habíamos tenido durante el sexo.
Con un largo suspiro, aparté mi orgullo y dije: —Incluso como
robot era una tortura pensar en ti con otras mujeres. No estoy
segura de haber podido ver eso y no haberlos matado a los dos.
Reece no mostró ni un ápice de preocupación por mi amenaza de
asesinarle. —No ha habido otras, Lale —dijo finalmente—. Estuve
enfadado durante muchos años, pero cuando se trataba de mujeres,
ninguna se comparaba contigo. Por mucho que intentara destruir
nuestro vínculo, nunca ocurrió.
Me habían sorprendido muchas de las cosas que habían ocurrido
entre nosotros en las Tierras Desiertas, pero este fue el momento en
que mi corazón finalmente se agarrotó en mi pecho.
—¿Tú, tú, qué? —Tosí—. ¿No has tenido sexo en siglos?
Reece negó con la cabeza. —Nadie podía satisfacerme, así que no
me molesté. Mi mano era mejor compañía.
Todavía jadeando como un pez fuera del agua, logré sollozar. —
No eres así conmigo. Está claro que te encanta el sexo y los
preliminares... —gemí—. El juego previo es... maldición.
Su risa era estrangulada. —Eso es contigo, Lale. Siempre ha sido
así contigo. Fui un tonto al pensar que podría odiarte y sacarte fuera
de mi vida.
Tuve que llevarme una mano al pecho para mantener la calma. —
Le diste una oportunidad sólida —dije finalmente, y necesitando
alivio de esta conversación, me puse de pie—. Deberíamos irnos.
Reece no discutió y se levantó conmigo. Nos mantuvimos en
silencio mientras paseábamos por la arena, con el cuerpo y el pelo
secos antes de salir de los manantiales. Nada de esta gruta se iría
con nosotros, ni siquiera una gota de humedad, una predicción que
se comprobó cuando salimos de las arenas plateadas y volvimos a
las rojas de Rohami y miré hacia mi cuerpo desnudo para descubrir
que no quedaba ni una pizca de plata, ni siquiera en mis pies.
También tenía razón en cuanto a que la pérdida de energía me
golpeó como una tonelada de ladrillos.
—Joder —gemí, medio inclinada con las manos en las rodillas.
—Tardará unos minutos —dijo Reece desde cerca mientras yo
cerraba los ojos en un intento de mantener la calma.
Durante largos segundos me sentí impotente, pero luego el vaivén
natural de mi base energética volvió a aparecer y pude volver a
respirar profundamente y concentrarme.
—Vaya, eso fue intenso —dije cuando pude hablar—. Hiciste bien
en no traer a otros aquí. Uno podría perderse fácilmente en esa
sensación de invencibilidad.
Sólo cuando salí al exterior sentí realmente la pérdida de poder,
seguida de la necesidad de volver a la gruta.
—Lo manejaste exactamente como esperaba —dijo Reece—. Con
fuerza y resistencia.
Por un momento, una sensación de confort se instaló entre
nosotros, y esperé que esta vez durara más. En realidad, una gran
parte de mí seguía completamente aturdida por su confesión en la
gruta, y por una vez, leer entre líneas me llevó a un lugar al que aún
no estaba preparada para ir. Un lugar con demasiadas esperanzas.
—Volvamos con nuestros amigos —dije finalmente—. Con un
poco de suerte no se han desviado de su curso.
Su sonrisa era cálida y me apreté contra él, sintiendo que las
arenas del tiempo se alejaban de nosotros. Ya estábamos mucho
más cerca de Delfora, y con eso, la incertidumbre de nuestro futuro
se sentía más fuerte que nunca.
—El Odessa está en curso— dijo—, dirigiéndose a los Guardianes.
—Al inclinar la cabeza hacia atrás, su fuerte mandíbula era la única
parte de él visible desde este ángulo—. Siento la llamada de las
tierras sagradas. —Su murmullo estaba lleno de poder—. Es más
fuerte que nunca. No pasará mucho tiempo antes de que los ríos
tranquilos vuelvan a ser salvajes y luchemos por nuestras vidas.
Empujando mi cuerpo tan alto como pude sin desplegar mis alas,
envié energía al mundo hasta que yo también percibí el zarpazo de
la oscuridad en las profundidades del norte.
—Puedo sentirlo —le dije—, la creciente marea de poder y la ira
de las arenas.
No había ninguna razón para que yo tuviera ninguna conexión
con Delfora o con las Tierras del Desierto en general; no había
nacido en este mundo como Reece. Pero no podía negar que yo
también sentía la llamada.
Ninguno de nosotros lo cuestionó. La razón se mostraría cuando
llegara el momento. Tanto si se trataba del vínculo que habíamos
creado en nuestra juventud como de algo más siniestro, lo
afrontaría de la misma manera que había jurado afrontarlo todo
desde el momento de mi debilidad aquí: de frente.
Sin nada más que aprender en Rohami, Reece me atrajo contra su
pecho y, mientras sus arenas nos rodeaban, me maravilló el control
que tenía sobre el poder dominante de este mundo. Todas las
arenas excepto la de la gruta.
Me hizo preguntarme qué podría hacer un ser que pudiera
controlar las arenas de plata. ¿Qué poder podrían manipular para
sus propios medios?
—¿Crees que los antiguos dioses, o tal vez la propia Muerte,
fueron los que crearon las grutas? —pregunté mientras nos elevaba
en el aire—. ¿Pueden controlar las arenas de plata?
Si la sacudida de su energía era un indicio, esa pregunta no le
sentó bien.
—Será mejor que no —dijo—. Si fracasamos en nuestra misión de
impedir que se levanten y pueden utilizar las arenas de plata,
estamos todos condenados. No tengo nada que pueda hacer frente a
esa fuerza. Ninguno de nosotros lo tiene.
Reece usó un tono que rara vez había escuchado de él. Un tono
que decía que estaba inseguro sobre el futuro... inseguro de que
teníamos suficiente poder para ganar esta misión.
Por un breve momento, intuí que pensábamos lo mismo: ¿Era
ésta la batalla en la que nos uniríamos a nuestros hermanos en las
arenas? Nuestros huesos se sumarían al valle de los muertos, para
no volver a caminar por los mundos.
38

Rece y yo volvimos a la nave, nos volvimos a vestir con los


repuestos de las provisiones y por fin pudimos descansar, pero
después de esa luna no hubo más oportunidades de devaneos en el
desierto. Las siguientes lunas volvieron a ser una batalla con las
corrientes de arena, ya que el creciente poder de Tsuma se mezcló
con las traicioneras profundidades, enviándonos a todos al borde de
perder la cabeza.
—Ya es hora de que te vayas —le dijo Shadow a Mera en el
comedor en la víspera de que llegáramos a las tierras de los
Guardianes—. Nos hemos retrasado para que veas las arenas de
Rohami, observes un salto de Echinat en toda su belleza esquelética,
comas las provisiones porque hay niños hambrientos en los mundos,
y ahora has vislumbrado las arenas negras de la dinastía de los
Guardianes. Eso es todo. Ahora es el momento de que tu precioso
culo vuelva a la biblioteca para que yo tenga tiempo y energía
suficientes para volver aquí para esta batalla.
Mera hizo un mohín, que sólo se le quitó de la cara cuando el
bandazo de nuestra nave nos envió a todos a la izquierda.
—Reece ha dicho que tenemos que aterrizar en los Guardianes
para conseguir más suministros —dijo apurada—. Me dijo que
podías hacer un portal desde allí, siempre y cuando seas tú quien
regrese. Puedo irme una vez que haya salido de esta nave y haya
echado un vistazo apropiado.
Los ojos de Shadow se estrecharon hasta convertirse en rendijas
llameantes. —Sé lo que estás haciendo compañera, y te prometo que
esta es la última luna. ¿De acuerdo?
La sonrisa de Mera era prácticamente de un metro mientras se
desplazaba por el banco. —Eres el mejor. Me siento muy bien con
todas mis nuevas experiencias. Creo que me está redondeando
como ser eterno.
No fui la única que ocultó una sonrisa; no se me había escapado
que no había aceptado las nuevas condiciones de Shadow. Ya había
ganado la apuesta por defecto de que Len perdiera (aunque no
recibiría las gemas hasta después de esta batalla porque no quería
dejarlo corto), pero era genial saber que mi suposición había sido
acertada. Conocía a mi mejor amiga.
—¿Estás seguro de que Darin ha permitido el paso seguro a la
dinastía de los Guardianes? —preguntó Len mientras hacía rodar
una piedra de color púrpura intenso en esta mano. La gema enjette
se utilizaba para calmar y fortalecer el alma. Últimamente había
notado que jugaba mucho con esa piedra en particular, y estaba
claro que todos estábamos al límite.
No era sólo la energía que crecía debajo de nosotros, sino también
el malestar en el Delfora. Seguía teniendo los sueños más vívidos
mientras meditaba, sueños que me hacían atravesar un mar de
huesos y arena plateada. Los dioses me arrastraban hacia abajo
para que mi esencia pudiera descansar con la de mi hermana.
—El último mensaje de Darin me aseguró que seremos
bienvenidos —dijo Reece en breve—. Nos aconsejó reponer fuerzas
antes de enfrentarnos a Tsuma y los demás. Si hubiera otra opción,
la tomaría, pero esta es nuestra mejor oportunidad.
—Deberíamos descansar un poco, entonces —dijo Lucien
mientras se ponía de pie sin problemas—. Mi plasma está casi
agotado, así que espero que los Guardianes tengan suministros
extra. Si no, volveré a la biblioteca con Shadow.
—Recuérdame otra vez por qué no tomamos un portal en primer
lugar. —preguntó Alistair, con la voz ronca mientras se servía otro
vaso de agua—. Creo que me perdí la explicación en las
conversaciones anteriores.
Reece se recostó en su silla, con los brazos cruzados sobre su
amplio pecho mientras decía: —Sólo alguien tan poderoso como
Shadow podría abrir un portal no aprobado tan cerca de Delfora, y
no tendría la fuerza para mantenerlo abierto para que todos
nosotros lo cruzáramos. Lo mismo si intentara transportarnos a
todos tan lejos en mis arenas. Esta es la forma más segura de
asegurarnos de no gastar toda nuestra energía para llegar allí y no
tener ninguna para la batalla.
Shadow asintió. —Sí, va a ser una lucha incluso para mí. Por
suerte sólo tengo que volver yo, porque cuanto más lleve, más difícil
será.
A Mera se le cayó la cara. —Joder, he sido una perra egoísta —dijo
apresurada, poniéndose en pie tan rápido como pudo con su
barriga—. Mi necesidad de quedarme contigo pudo más que las
verdades que me has dicho todo el tiempo. Deberíamos irnos ya, no
quiero que te debilites para este tipo de batalla.
Shadow alargó la mano y cogió la suya, deteniéndola. —Sunshine,
no me debilitaré más por una luna. Podemos quedarnos para que
veas a los Guardianes.
Examinó su rostro con atención, buscando la verdad. —Por favor,
no me mientas. No pondré a ninguno de ustedes en peligro.
Su compañero también se puso de pie, sobresaliendo por encima
de todos nosotros y teniendo que agacharse para caber en la cabina.
—No hay ningún peligro adicional. Verás a los Guardianes y luego
irás a la biblioteca. —Quitó los ojos de ella por un momento para
mirar a su alrededor—. Y con eso en mente, Mera necesita
descansar.
Ella no discutió, claramente agotada. A estas alturas de su
embarazo, había sido una guerrera por quedarse tanto tiempo.
También estaba bastante segura de que, aunque Mera pensaba que
estaba convenciendo a su compañero para que se quedara, él había
estado secretamente feliz de vigilarla durante el mayor tiempo
posible.
Por desgracia, parecía que los Guardianes serían su última
parada, y yo iba a echar de menos a mi mejor amiga. Preocuparse
por ella ya era algo natural, pero en esta situación, estaría más
segura lejos de este mundo. Incluso si ganábamos esta batalla, había
una buena posibilidad de que alguno de nosotros pudiera resultar
gravemente herido o morir en Delfora, pero ese no iba a ser el
destino de Mera. El único evento del que debía preocuparse era la
llegada del bebé mientras nosotros no estábamos, y en ese caso,
Gaster era poderoso y experto en energía curativa.
Mera y nuestro bebé estarían bien, lo que nos permitió a todos
tener la mente despejada en esta misión final.
Cuando Shadow y Mera se marcharon, los demás no tardaron en
dispersarse, todos conscientes de que las arenas de Reece
controlaban la nave cuando él no lo hacía, por lo que eran libres de
descansar. Cuando me dispuse a limpiar la mesa, Reece llegó
primero, barriendo los platos con sus arenas.
—No te mataría usar las manos —gruñí, sintiéndome extra tensa
por muchas razones—. Claro, son unos minutos más, pero no
tenemos prisa esta luna. ¿Por qué desperdiciar tu energía? Una vez
que se ha ido, es difícil recuperarla.
Antes de que pudiera decir otra palabra, sus manos rodearon mi
cintura y me empujaron contra su cuerpo. —¿Y si quiero usar esos
minutos para algo más? —murmuró cerca de mi oído—. ¿Y si mi
energía es renovable, o al menos recargable, y la sacrificaría toda
por probarte?
Y así, mi estado de ánimo mejoró drásticamente.
Mi cabeza cayó hacia atrás y me tragué un gemido cuando sus
labios rozaron mi mejilla.
—¿Puedes guardar silencio, Ángel? —preguntó, y por una vez no
hizo que ese nombre sonara como una enfermedad en su lengua—.
¿Puedes tragarte tus gritos y guardar nuestro secreto?
Nuestro secreto. Había olvidado decirle que Mera y Shadow lo
sabían, lo que realmente no era importante cuando me dio la vuelta,
deslizó el tirante de mi camiseta negra hacia un lado y bajó sus
labios para acariciar mi clavícula y la parte superior de mis pechos.
—Tienen un oído excepcional y están a pocos metros —murmuré,
mis manos ahuecando la parte posterior de su cabeza para
mantenerlo en su sitio. Su risa fue baja y deliciosa, y mientras me
chupaba el pezón a través de la camiseta, tuve que apretar las
piernas con fuerza. Una vez más, habían pasado demasiados días
desde que habíamos tenido sexo, y ya la tensión palpitante en mi
centro se disparaba.
Reece me quitó la camiseta con un movimiento suave, dejándome
desnuda de cintura para arriba.
—Jodidamente hermosa —me pareció oírle murmurar.
Antes de que pudiera volver a respirar, me levantó para
colocarme de nuevo en la mesa recién despejada, sus manos
rozaron mi piel desnuda mientras sus labios se cerraban sobre mi
pezón izquierdo, trabajando en él hasta convertirlo en un pico duro
y sensible. En este punto, estaba literalmente clavando los dedos en
el material de pamolsa a ambos lados de mí para no gritar. Sentí que
la madera se desmoronaba bajo mi tacto, pero poco más podía
hacer. Unas cuantas marcas de dedos en la mesa no destruirían su
utilidad, y no había forma de que pudiera permanecer en silencio
sin ese foco.
Los besos de Reece se volvieron más calientes a lo largo de mi
piel, su tacto firme mientras sus dedos seguían el camino, trazando
cada valle y pico desnudo, sacando mi poder a la superficie de una
manera que, con suerte, no iluminaría visiblemente esta cabaña.
Cuando sus besos llegaron a mis pantalones, me los quitó del mismo
modo que la camiseta, y como tenía los pies desnudos, nada le
impidió desnudarme en segundos.
Cuando se inclinó, presionó sus labios en la parte baja de mi
estómago antes de que su lengua rozara la unión de mis muslos.
Justo cuando estaba a punto de decir "a la mierda" y gritar de
frustración, llegó al borde de mi dolorido coño, manoseando la
humedad que había allí. Su gemido era apenas audible, y parecía
que permanecer en silencio iba a ser un reto para ambos.
Un reto que probablemente perdería.
Habían pasado demasiados días, y como llegaríamos a los
Guardianes en la próxima luna nueva, esta era nuestra última
oportunidad de aprovechar realmente nuestra situación.
En la víspera de la batalla, nunca dejas escapar una oportunidad.
No cuando sabías que podía ser la última.
39

La lengua de Reese era un talento sin parangón. Antes de estar con


él, me habría burlado de la idea de que la boca de alguien pudiera
llevarme al borde de la locura en cuestión de segundos, y sin
embargo aquí estábamos. Mientras mis respiraciones se volvían
ásperas y profundas, apreté los labios con tanta fuerza que, de
haber sido más quebradiza, la piel se habría hecho añicos.
No gritar se hacía más imposible a medida que pasaba el tiempo,
y lo único que podía hacer era agarrarme a la mesa para salvar mi
puta vida y rezar a los dioses de la creación para que no se
desmoronara por completo bajo la tensión, especialmente cuando la
nave empezó a tambalearse de nuevo y tuvimos que luchar para no
salir despedidos por la pequeña habitación.
La lengua de Reece aumentó su velocidad, chasqueando y
chupando a un ritmo que hizo que mi culo se levantara mientras me
arqueaba dramáticamente al ritmo del placer. Enrollando sus
manos bajo mis muslos, me separó más para poder meterme la
lengua de verdad, una y otra vez, hasta que salieron gemidos
audibles de entre mis labios apretados.
Iba a gritar si seguía así, y ni siquiera me importaba. Me estaba
comiendo en la mesa del comedor como si fuera la última maldita
comida que tendría. Cuando uno de sus largos dedos me acarició el
clítoris al compás de su lengua, la oleada de placer se hizo
demasiado fuerte para contenerla, y cuando mi cuerpo se abalanzó
sobre la mesa con la fuerza de mi orgasmo, unos gritos silenciosos
me desgarraron la garganta.
Reece no aflojó, ni siquiera cuando me sacudí y arranqué una
pequeña sección de la pamolsa. Para cuando terminó de devorar
cada gramo de mi placer, yo era un trapo flácido sobre la mesa. No
ofrecí ninguna resistencia cuando alargó la mano y me levantó, y
luego me dio la vuelta para que quedara de espaldas a él. Tiró de mi
culo hacia su polla, y el calor de su cuerpo me quemó la piel hasta
que tuve que morderme el labio de nuevo para no gemir.
Estaba colocada en el borde de la mesa, las manos de Reece
alrededor de mis muslos separados mientras se deslizaba entre
ellos. La gruesa cabeza de su polla encontró poca resistencia cuando
la introdujo lentamente; yo ya estaba mojada, mis músculos
abrazaban su longitud mientras él seguía introduciéndome
lentamente, centímetro a centímetro, hasta que se sentó por
completo.
Nunca había practicado sexo en esta posición, pero enseguida me
di cuenta de que no podía moverme con Reece sujetando mis
muslos y controlando nuestro ritmo. Esto no me molestaba tanto
como el hecho de que no podía ver su cara, pero cuando empezó a
empujar, primero lentamente y luego más rápido, dejó de
importarme porque una vez más estaba aguantando el viaje.
Su polla se deslizó profundamente, golpeando puntos que debían
ser ilegales. Las terminaciones nerviosas se dispararon, y me di
cuenta de que esto era lo que Mera siempre hablaba, su punto G. Era
intenso. Mi cuerpo intentó arquearse y mecerse en busca de alivio,
pero el firme agarre de Reece sobre mis muslos me impidió
moverme demasiado.
Su ritmo se aceleró y yo volví a ahogar los gritos, incapaz de
liberarlos pero necesitando hacerlo porque sentía que iba a
explotar. Como... literalmente explotar.
¿Cómo iba a manejar este placer? ¿La oleada de mi poder? ¿El
fuego en mi vientre?
Los dedos de mis pies se curvaron mientras mis dedos se
clavaban en una nueva parte de la mesa, y supe que estaba cerca.
Otra vez.
Joder, realmente no era una guerrera en lo que se refiere al sexo,
con cero disciplina para sacar mis orgasmos. Mi visión se oscureció
cuando la explosión que había estado anticipando me golpeó.
Largos maullidos se escaparon antes de que pudiera detenerlos, y
aunque habían sido silenciosos, todos en esta nave tenían un oído
increíble.
Por suerte, ya no me importaba una mierda.
Reece me levantó más alto, introduciendo todo su cuerpo dentro
de mí mientras yo aguantaba el último de mis orgasmos, y empecé a
rezar para que este acuerdo entre nosotros no terminara después
de Delfora. No podía renunciar a esto una vez que dejáramos las
Tierras del Desierto. Reece era el único varón con el que había
estado, y era contrario a todos mis instintos pensar en entregarme a
otro de la misma manera. ¿Tendría que esperar siglos de nuevo para
estar lista para seguir adelante? ¿Podría seguir adelante alguna vez?
Seguramente, ya que incluso en su enfado nunca había estado con
otra, él también sentía lo mismo.
Antes de que pudiera perderme en nebulosas preocupaciones,
Reece redujo la velocidad, su cuerpo rodaba ahora en lugar de
empujar, dándome un momento para recuperar el aliento. Se sentía
tan bien... increíble... destructivo... desgarrador.
Gimió mientras se corría, con lentos y profundos empujones que
me producían un literal cosquilleo en la columna vertebral. Me giró
entonces, nuestros ojos se encontraron mientras me levantaba más
alto hasta que mis piernas rodearon su cintura. Con sus manos en
mi culo, nos acercó a la pared.
El barco se había mantenido relativamente estable durante
nuestra primera ronda de sexo, pero nuestra suerte se agotó cuando
una enorme marejada en la arena nos hizo casi desplomarnos.
Reece se mantuvo en pie gracias a su propia fuerza y a sus poderes,
y no perdió el tiempo, empujando dentro de mí una vez más, con la
polla tan dura como siempre, a pesar de su orgasmo.
—No más pensamientos pesados —murmuró cerca de mi oído,
percibiendo la oscuridad que se cernía sobre mí.
Antes de que pudiera responder, sus labios se posaron en los
míos, y gemí en su boca, saboreando su fuerza y su poder en ese
beso. Nuestras bocas no volvieron a separarse, ni en todo el tiempo
que entró y salió de mí, hasta que perdí el sentido del tiempo y el
espacio.
Cuando me corrí de nuevo, con los ojos cerrados, Reece absorbió
mis gritos con su boca, sus gemidos se unieron a los míos mientras
sacaba descargas de ambos. Cuando me desplomé contra él, utilizó
su energía para limpiarnos antes de llevarme a la cubierta superior,
donde había estado durmiendo. Esta noche, quizá por primera vez
desde que llegué a este maldito mundo con todos sus fantasmas, iba
a descansar de verdad y no iba a estar sola. Rezaba para que ésta no
fuera la última oportunidad de experimentar el tipo de paz que sólo
sentía cerca de Reece.
No importa lo que pase, esto no podía morir en Delfora.
40

Nunca había pisado las arenas del territorio de los Guardianes.


Estaba cerca de Delfora y los Rohami, así que había navegado más
allá, pero era la primera vez que entraba en sus ricas arenas de
medianoche.
Cuando nuestro barco entró en los muelles, fui una de los
primeros en bajar la plancha y pisar tierra firme. El tiempo se
agotaba y la llamada de las tierras sagradas era cada vez más difícil
de ignorar. Retumbaba dentro de mi pecho, compitiendo con los
lazos y el poder que llenaban mi pozo. Al acercarme a la aldea,
donde nos encontraríamos con Darin y los demás, una oleada de
energía casi me hace caer de rodillas. Reece me atrapó un momento
antes de que me cayera al suelo.
—Yo también lo siento —murmuró, tirando de mí—. Pero estoy
acostumbrado a la llamada de Delfora. Tienes que ajustar tu poder.
Me bastaron unos segundos para lanzar algunos bloqueos y
asegurarme de que podría soportar los torbellinos de malestar que
sacuden la parte inferior del poder del desierto.
—No es sólo el Delfora —dijo Shadow, presionando detrás de
nosotros, Mera a su lado—. Ese hechizo enviado por Tsuma está
chocando con la inminente luna de poder. La oleada de poder se
encamina hacia la destrucción.
No se detendría hasta que destruyera los guardianes de Delfora y
le diera a su creador un poder de bombeo para elevar a los dioses.
Todo se reducía a una verdad: nos estábamos quedando sin tiempo.
—Voy a hablar con los centinelas —dijo Reece, rápidamente, sus
dedos rozando mi piel (deliberadamente, por supuesto) mientras
me soltaba—. Puede que sepan una hora más concreta de llegada de
su princeps.
Nadie podría haber pasado por alto la intensidad de su mirada al
sostener la mía o el roce de su pulgar en mi mejilla. Pero ninguno de
ellos pestañeó ni mostró sorpresa alguna. Probablemente gracias al
espectáculo de sexo que les dimos a todos la noche anterior en el
barco; por muy silenciosos que hubiéramos intentado ser, su
capacidad auditiva era más que excepcional.
Así sabías que tenías amigos increíbles y leales. Comprendían que
Reece y yo éramos demasiado volátiles para bromear, al menos en
esta etapa, así que nos seguían la corriente. Cuando estuviéramos
preparados para hablar de la relación, entonces intervendrían.
Reece se marchó, caminando hacia las puertas de bronce y negro,
que estaban hechas de arena y cristal en una combinación lo
suficientemente fuerte como para resistir un ataque. Más allá había
una ciudad en los mismos tonos oscuros de la tierra, pero sin una
sensación ominosa. Tal vez fuera el brillo del poder o el diseño
suavemente curvado de sus casas, pero la tierra de los Guardianes
era bastante hogareña.
Cuando Reece apretó una mano contra las enormes puertas
dobles, éstas se abrieron y salieron cuatro hombres vestidos con
túnicas negras. No dejé de observar hasta que quedó claro que eran
amistosos, y entonces pude volver al grupo. Justo cuando lo hice,
otra oleada de energía irrumpió en la tierra. Esta vez yo estaba
bloqueando, así que sólo me sacudió un centímetro, pero Mera casi
perdió el equilibrio por completo. Shadow la atrapó a tiempo, por
supuesto, así que se quedó un poco sorprendida y sin aliento.
—Espero que Darin sea un Desértico de palabra —jadeó,
sacudiendo la cabeza—. Tienen que repostar y llegar al infierno de
Delfora antes de que este mundo se salga de su eje.
—Es hora de irnos, Sunshine —dijo Shadow, tirando de ella con
más fuerza—. Los peligros son cada vez más fuertes para ignorarlos.
Abrió la boca, sin duda para argumentar, pero esta vez yo
apoyaba a la bestia gruñona.
—Él tiene razón, Meers.
Su cabeza se inclinó hacia mí, y a pesar de estar a salvo en el
abrazo de su compañero, parecía devastada. —Los peligros han
aumentado desde la última luna, ¿no es así?
Sólo podía responder con sinceridad. —Lo siento en lo más
profundo de mi energía, y estos disparos de advertencia son sólo el
comienzo.
—¿Por qué lo sientes en tu energía? —preguntó Mera mientras
Len, Galleli y Alistair se acercaban a nuestro círculo. Lucien iba a
reunirse con Reece en la puerta—. Más que la sacudida física, lo que
sientes es un latido realmente conectado entre tu energía y la de
Delfora... Pero no eres de aquí.
—Tengo mucha historia con este mundo —le recordé—. Los
huesos de mis antepasados están enterrados aquí. Mi sangre se ha
derramado aquí. He desangrado mi alma en estas arenas, y creo que
tal vez, a través de todo eso, hay una conexión entre las Tierras del
Desierto y yo que nunca podrá romperse...
Me quedé con la boca abierta al oír el pesado ruido de las botas en
la arena. Reece y Lucien habían terminado con los centinelas. Al
principio, creí que no había escuchado la conversación, pero luego
dijo:
—La razón por la que Ángel siente una conexión es porque
estamos unidos.
Todos se callaron ante esa afirmación tan casual, como si
estuviera hablando del maldito tiempo y no de un vínculo eterno.
—Cuando éramos jóvenes, la reclamé. Vinculamos nuestra
esencia y energía, y con mis estrechos lazos con Delfora, no es de
extrañar que se extendiera a mi compañera.
Acaba de... ¿Qué en los verdaderos demonios de las profundidades?
Abrí la boca, las emociones se desbordaron tan rápido que no
tenía ni idea de lo que iba a decir.
—¿Compañera? —fue todo lo que surgió.
Genial, Melalekin. Eres una puta artesana de las palabras.
La sonrisa de Reece era arrogante. —Lo has sabido siempre, Lale.
Puede que hayamos perdido el rumbo durante unos siglos, pero
sólo había un futuro para nosotros.
Cuando terminó, parecía que yo era la única pegada a la arena,
básicamente sin palabras. Los demás soltaron una ovación mientras
se abalanzaban para abrazarnos. Estaba claro que ninguno de los
presentes estaba ni remotamente sorprendido por lo que había
dicho, pero yo me sentía como si me hubiera golpeado en el pecho y
me hubiera dejado sin aire.
Reece estaba cerca, su gran cuerpo envolvía el mío hasta que
nuestros olores se mezclaban tanto que no podía distinguir uno del
otro. Y extrañamente... eso me tranquilizó.
—Lucha todo lo que quieras, Lale —murmuró—. Ambos sabemos
la verdad.
Por una fracción de segundo me convertí en papilla, con la cabeza
tan nublada que casi había olvidado que podía matar en un segundo
utilizando cuatrocientos movimientos diferentes. Al parecer, había
vendido mi alma de guerrera por orgasmos y algún encanto del
desierto. Quiero decir, orgasmos increíbles, pero aun así...
Forzándome a respirar, negué con la cabeza: Reece y yo teníamos
demasiada historia como para que esa afirmación de "compañeros"
se quedara en nada. Necesitábamos tiempo y curación, y no
podíamos conseguirlo hasta que nuestra misión aquí estuviera
completa.
—Centrémonos en lo que hay que hacer ahora —dije,
agradeciendo no sonar sin aliento—. No tiene sentido preocuparse
por ser compañeros si todos morimos en Delfora.
Mi apodo no era Sunshine por una buena razón.
—¿Qué dijeron los centinelas?— Le pregunté directamente a
Reece—. ¿Están nuestras provisiones listas; podemos irnos?
La sonrisa de Reece se convirtió en un ceño fruncido. —Darin se
mantiene firme en su petición de que les esperemos para poder
abordar esto juntos. Nos han ofrecido habitaciones para descansar y
asearnos, y están preparando un banquete.
—¡No tenemos tiempo para eso! —Solté, agitada de una manera
que no quería examinar.
—La energía no ha llegado al Delfora —dijo Galleli, de pie cerca
del borde de los muelles y las arenas arremolinadas que formaban
las profundidades—. Tampoco lo han hecho Tsuma ni sus camaradas.
Se mantendrán ocultos hasta el último momento. —Sus alas se
extendieron mientras miraba hacia el horizonte—. Tenemos tiempo,
y deberíamos repostar. Intuyo que es una batalla para la que no
estamos preparados, y si perdemos, los mundos se acabarán.
Una pizca de inquietud se filtró en nuestro grupo, los rostros
sombríos sustituyeron a los que se habían divertido con Reece y
conmigo. Todos habíamos aprendido a tomarnos en serio sus
advertencias, y teniendo en cuenta eso, podía confiar en que
teníamos tiempo suficiente para reponer nuestras energías antes de
encontrarnos en una lucha por los mundos. En el lado positivo,
algunos de nuestro equipo necesitaban estas pocas horas para
restaurar su base de energía, como Reece, que había estado
controlando la nave y manteniéndonos en movimiento durante
lunas; Lucien, que se había quedado sin plasma; Alistair, que
necesitaba sumergirse en una bañera de liforina; y Shadow, que
estaba a punto de hacer el difícil viaje de esta zona a la biblioteca y
volver.
Mera debió de pensar lo mismo. —Llévame ahora, Shadow —dijo
apresuradamente, retorciéndose en sus brazos para enfrentarse a
él—. Así tendrás tiempo de reponer fuerzas antes de ir a la batalla.
Queriendo aliviar su preocupación, porque el estrés no era bueno
para el bebé, le dije rápidamente:
—Somos fuertes juntos. Pase lo que pase, no dejaremos a nadie
atrás. —Sus ojos llorosos se encontraron con los míos mientras
continuaba—. Puede que sea una batalla difícil, pero creo que no
hay guerreros más fuertes que los que están aquí. Mantén el fuerte
en casa y cuida de ese bebé hasta que podamos volver.
Su mano izquierda cayó del pecho de Shadow y se apretó contra
su vientre mientras ambas sentíamos una punzada de dolor. Maldije
ese desliz; con niños de poder, no había que tentar al destino. Mera
se recuperó en un momento, pero ese destello de incomodidad
permaneció en lo más profundo de sus ojos.
—Estaré bien —dijo, haciendo caso omiso de la preocupación que
sin duda estaba escrita en mi cara. La de Shadow también, ya que él
también habría sentido esa sensación punzante—. Cuídense todos y
superen esto porque si alguno muere, los traeré de vuelta y lo
mataré de nuevo por haberme hecho amarlos y luego abandonarme.
Silencio, hasta que un resoplido de risa se le escapó a Len, y de
alguna manera eso rompió la tensión que nos había estado
atenazando. Los demás se adelantaron y abrazaron a Mera...
después de que Shadow le permitiera a regañadientes ponerse a un
pie de su cuerpo. Si los hombres se demoraban demasiado, gruñía, y
sólo Reece se arriesgó a su ira levantándola de la arena y haciéndola
girar.
Se rió y luego tosió. —¡Basta! Basta. A este bebé no le gusta el
juego de los giros.
Shadow, que estaba claramente al límite, retumbó más fuerte que
nunca, sus llamas golpeando al dios del desierto, que sólo se rió y las
limpió como si fueran moscas molestas y no armas letales.
—Lleva a tu compañera a casa —dijo Reece—. Nos veremos aquí
una vez que hayas asegurado la base y dejado a Gaster, Inky y
Midnight a cargo.
El fuego de Shadow se calmó minuciosamente, y en ese momento,
el par se dio la mano.
—Awww, Shadow y Shadow Segundo. —Mera suspiró—. Es un
verdadero bromance.
La mirada de Shadow podría haber derretido las malditas tierras
de hielo. —Voy a disfrutar eliminando esa palabra de tu
vocabulario, compañera —retumbó.
Ella lucia lo más alejada de la preocupación que puede estar un
ser. —Promesas, promesas.
Shadow se adelantó, con la clara intención de atraparla, pero yo
aún no había tenido la oportunidad de despedirme, así que me
interpuse entre ellos antes de que pudiera hacerlo. La abracé
primero y me aferré a ella con toda la fuerza que pude, respirando
su ardiente aroma, que era todo poder y descaro y Mera.
—Te amo —dijo ahogadamente en mi hombro—. Como, para
siempre mejores amigas y hermanas. Almas gemelas, recuérdalo.
No. Mueras.
Me reí para disimular la profundidad de mi preocupación por no
volver a verla.
—El Nexus me traería de vuelta.
Se apartó para mirarme fijamente. —No sabemos con certeza si
eso ocurrirá. Quizá la próxima vez tu alma esté tan cansada que
elijas el descanso. Así que, con eso en mente, no olvides mi
advertencia anterior. Necesito que te mantengas con vida y que el
resto de mi alegre banda de imbéciles también lo haga.
Antes de que pudiera responder, se giró y nos dirigió a todos su
mirada de Mera. —Trabajen juntos. Utilicen su cerebro. No
subestimen a este enemigo y no corran riesgos estúpidos. Puede
que estén salvando los mundos de nuevo, pero si parece que no
pueden ganar mañana, salgan de ahí. Podemos reagruparnos y
volver de nuevo, más fuertes que nunca. Pero si están todos
muertos, no hay reagrupación.
—Lo prometemos —dijo Lucien, mostrando un poco de colmillo
mientras su necesidad de plasma aumentaba—. Cuídate, ma petite.
Mera tragó saliva, pero por una vez no le gritó por sus coqueteos.
En cambio, pareció mirarnos a todos, memorizando nuestros
rostros. Yo hice lo mismo con ella, fijándome en la masa salvaje de
rizos rojos, en su pelo indomable desde hacía días, y en la forma en
que iba vestida con un vestido negro de turno y sin zapatos. Parecía
feroz y fuerte, dispuesta a proteger a su familia, y envié todas las
plegarias a todos los dioses (excepto a los putos antiguos) para que
este no fuera nuestro último momento juntos.
Shadow, cansado de esperar, finalmente la rodeó con sus brazos,
levantándola para que descansara contra su pecho. Antes de que
ninguno de nosotros pudiera decir otra palabra, se dio la vuelta y
volvió a caminar en dirección a los muelles y al barco. Cuanto más
lejos estuviera de las arenas negras, menos energía necesitaría para
abrir un portal.
Justo cuando sus anchos hombros estaban a punto de
desaparecer en la nave, Mera asomó la cabeza por el lado de su
hombro y gritó un adiós, su voz se apagó mientras ambos
desaparecían de la vista. A esto le siguió otra sacudida en mi pecho,
llena de dolor. Sólo que esta vez no era un dolor de bebé listo para
entrar en el mundo. Era un dolor de corazón.
—La volveremos a ver —dijo Len, pasándome el brazo por los
hombros—. No dejes que tu concentración se divida.
Tenía razón, y con eso en mente, me recompuse, cayendo en mi
mentalidad normal de preparación antes de una batalla. Justo
cuando estaba a punto de sacudirme el agarre de Len porque tenía
que valerme por mí misma, recibió un fuerte empujón de Reece.
—Demasiado cerca, fae —gruñó.
La pareja intercambió una mirada acalorada, pero Len no insistió.
No lo haría después de la declaración del dios del desierto de que yo
era su compañera. Mirando entre ellos, contemplé brevemente la
posibilidad de golpear sus cabezas, pero en lugar de ello les dirigí
una mirada fulminante y continué hacia las puertas de entrada.
Reece estaba haciendo algunas afirmaciones muy públicas ahora,
pero no había tiempo para averiguar por qué o qué significaba.
Cualquier cosa que me desconcentrara tenía que ser dejada de lado.
Por ahora, mi objetivo era lavarme del largo viaje en el barco,
abastecerme de las semillas que habíamos guardado y prepararme
para luchar por mi vida. Nuestras vidas.
Después de todo, tenía una promesa que cumplir a Mera.
41

Los guardianes eran bien conocidos por su postura de "el silencio es


lo mejor". No me sorprendió que nos condujeran, sin mediar
palabra, hacia las habitaciones designadas para nuestra breve
estancia. Eso no me impidió hacer algunas preguntas apremiantes.
—¿Desde cuándo les afectan estas subidas de poder? —pregunté
a un hombre calvo con túnica negra.
—Disturbios durante algún tiempo, pero sólo menores —dijo—.
Sentimos el oleaje ahora que se acerca al Delfora. Tiene suficiente
poder para romper las protecciones y las barreras.
—¿Han visto alguna señal de Tsuma o de otros que vayan al
Delfora?
Negó con la cabeza, y esa fue aparentemente toda la respuesta
que obtendría, ya que se alejó a toda prisa.
—Tiene que haber otras capas de protección —dijo Alistair, con
la voz ronca. Su piel estaba más seca de lo que había visto nunca, ya
que parte de ella se desprendía en láminas pálidas y azuladas—.
Más allá del valle de los muertos.
Reece asintió. —Las hay, pero con la luna de poder y esta energía
reunida de todas las dinastías, podrán burlarlos. Esta luna de poder
es tan rara que si no hubiera oído hablar de la última por mis
padres, no lo habría creído posible.
Eso me recordó que aún tenía que preguntarle si esa luna era la
razón de su existencia. En otro momento, sin embargo.
—¿Saldrá mañana con la luna nueva? —preguntó Len—. Es el
sexto día, ¿no?
—La luna nueva no —dijo Reece en breve—. Si las historias
pasadas son correctas, el gemelo tardará algún tiempo en formarse.
Mi predicción es que entre la luna menguante y la media luna habrá
una fisura, y entonces un poder no visto durante miles de años
arrasará nuestra tierra.
Nuestro tiempo tendría que ser muy preciso mañana. Y
tendríamos una maldita oportunidad.
—Es lógico que sólo podamos derrotar a Tsuma una vez que
llegue al Delfora —afirmé, necesitando repasar los hechos en mi
mente—. Estará escondida hasta ese momento. Va a haber una línea
muy fina entre llegar a las tierras sagradas y detener sus acciones.
¿Qué pasa si llegamos demasiado tarde y los dioses se levantan?
Sabía que el panorama general era que los mundos se acabarán,
pero esta vez, quería los detalles más pequeños.
La expresión de Reece se volvió más oscura. —Si el resto de
nuestra información es correcta, los propios dioses son el poder que
impide que la Muerte se alce, así que si los antiguos encuentran el
camino de vuelta a la sensibilidad, entonces no habrá nada que les
impida atravesar la barrera final.
—¿Pero por qué iban a hacerlo? —preguntó Alistair, cogiendo
una pequeña jarra de agua que habían puesto y volcándola sobre su
cabeza. El alivio que cruzó su rostro no hizo más que aumentar mi
secreta tensión por su salud.
—Porque la Muerte es el último vacío de esencia vital —dijo
Reece rápidamente—, y los dioses podrán utilizar su energía para
restaurar todo su poder muy rápidamente.
—No podemos dejar que lleguen tan lejos —dije—. Debemos
evitar que la Muerte se alce, cueste lo que cueste.
Cueste lo que cueste. Palabras que ningún antiguo pronunciaba
con facilidad, pero estábamos en una situación crítica. Era el
precipicio de un evento de nivel de extinción, y teníamos que ir con
todo. No era el momento de contenerse.
—Ángel tiene razón —dijo Reece, apoyándome de una manera a
la que todavía no estaba acostumbrada—. Pero por ahora,
disfrutemos de la hospitalidad de los Guardianes. Hemos tomado la
decisión de recargarnos y entrar, con todos los poderes encendidos,
en la luna nueva, así que aprovechemos. Confíen en mí cuando digo
que deberían utilizar sus salas de baño.
Antes de que nadie pudiera comentarlo, me rodeó los hombros
con su mano, atrayéndome hacia los duros músculos de su lado
derecho. —Nos reuniremos aquí pronto para cenar.
Ni una sola expresión cambió, nuestros amigos seguían nuestras
indicaciones para responder a este cambio masivo en nuestro
estado de relación. Reece y yo acabamos en una de las habitaciones
más lejanas, que era pequeña, y que sólo contenía una cama y lo que
yo esperaba que fuera la entrada a un cuarto de baño. En cuanto la
pesada puerta se cerró tras nosotros, Reece no perdió tiempo en
arrancarme la ropa, sin destruirla esta vez. Algo muy útil, ya que no
quería ir desnuda a esta batalla.
Con la necesidad de sentirlo y saborearlo, hice lo mismo,
arrancando cada prenda de su cuerpo hasta que estuvo tan desnudo
como yo. La desesperación tiñó nuestros besos mientras él nos
hacía retroceder, el cálido suelo de piedra acariciando mis pies.
Conseguí abrir los ojos el tiempo suficiente para ver que esta sala de
baño tenía un diseño de lluvia, con agua caliente que ya caía en
cascada desde el techo hasta el suelo, desapareciendo en las piedras
calientes. Era obvio, por el diseño, que la liforina haría un ciclo
continuo, filtrándose por la piedra y las arenas antes de volver al
techo. No tenía ni idea de qué magia concreta utilizaban para esto,
pero necesitaba una en las praderas.
Reece me pasó la lengua por los labios y perdí toda la
concentración en la ducha, sobre todo cuando nuestros besos
volvieron a ganar velocidad e intensidad. Antes de darme cuenta,
estábamos bajo el agua, la vida del desierto empapando nuestros
cuerpos, limpiándonos y curándonos. El gemido bajo de Reece me
recordó que el agua le producía tanto placer como a mí. Era una
rareza que los seres de su raza sintieran eso, igual que los míos, y
sin embargo aquí estábamos. Ninguno de los dos vivía según las
“reglas”, de ahí la razón por la que habíamos unido nuestras dos
razas hace tanto tiempo.
Las manos de Reece recorrieron mis costados y yo presioné las
mías sobre las palabras grabadas en su estómago. El antiguo
lenguaje se había perdido, pero él lo había descubierto.
—¿Qué significa esto? —susurré, preguntándome si habíamos
alcanzado la suficiente paz entre nosotros como para compartir
verdades reales.
Sus ojos se mantuvieron en los míos durante tanto tiempo que me
quemaba cuando levantó la mano y me pasó el pulgar por el labio
inferior, limpiando el agua que se acumulaba allí.
—Te lo diré si sobrevivimos —murmuró—. Llámalo incentivo
para superar esta batalla.
Normalmente esa mierda me haría rabiar, pero por alguna razón,
quería esto para mirar hacia adelante. Pensar en el futuro podría
estar fuera de mi radar hasta que estuviera seguro de que había uno
para todos nosotros, pero este pequeño incentivo... podía vivir con
eso. Y hasta entonces, teníamos que hacer algo de existencia en el
momento.
Doblando las piernas, me lancé hacia Reece, y él me atrapó con
facilidad, deslizando las manos bajo mi culo mientras mis piernas
rodeaban su cintura. Estaba demasiado excitada para los
preliminares, así que levanté mi cuerpo y me incliné para
deslizarme sobre su dura longitud. Su polla ardía cuando la gruesa
cabeza empujaba dentro de mí, estirándome al máximo, y yo
empezaba a desear este golpe de placer-dolor. Esta estimulación de
todas mis terminaciones nerviosas.
Mi respiración se aceleró mientras mi cuerpo se relajaba,
mojándose cada vez más con cada deslizamiento más profundo.
Reece gimió cuando se le acabó la paciencia y, cuando me sujetó con
fuerza el culo, me levantó lo suficiente como para clavarme los
últimos centímetros de aquella impresionante polla. Grité y eché la
cabeza hacia atrás para que las gotas de agua me acariciaran la cara.
—Lo siento, Lale —retumbó—, no puedo ser lento para ti esta
noche.
Me habría reído, pero no hubo tiempo para que me levantara de
nuevo y me empujara una vez más.
—¿Alguna vez eres lento? —Me ahogué.
La risa de Reece fue gutural, seguida de otro gemido cuando su
ritmo se aceleró. Acabábamos de empezar y los brutales empujones
ya me estaban destrozando. No podía dejar de gritar, deseando cada
duro choque de nuestros cuerpos. Cuando abrí los ojos, al borde del
orgasmo, me encontré con que Reece me observaba, absorbiendo
las señales de mi placer. Era más excitante de lo que jamás había
imaginado tener su mirada tan concentrada en mi ser.
Justo cuando mi orgasmo estaba a punto de estallar, redujo su
ritmo.
—¿Estás preparada para superar tus límites? —murmuró, con la
boca sobre la mía en el mismo momento.
Mi mente se dirigió inmediatamente al juego anal del que él era
claramente un fanático, y con ese mismo pensamiento, mi orgasmo
explotó, el placer arqueando mi columna vertebral mientras gritaba.
Cuando finalmente volví a este plano de la maldita existencia, fue
para encontrar a Reece soltando divertidas y gimientes risas.
—Supongo que tengo mi respuesta —dijo con la sonrisa más
perfecta.
Lentamente me apartó de él hasta que su longitud abandonó mi
cuerpo por completo. —¿Qué quieres, Lale? —preguntó, con su
mirada azul llenando mi visión.
Esta vez no dudé, la necesidad de atravesar los nervios. A pesar
del orgasmo que acababa de tener, estaba muy lejos de terminar.
—Fóllame, Reece. Termina lo que empezaste en la gruta.
Sus ojos se oscurecieron. —¿Dónde quieres que te folle?
A este bastardo le encantaba este juego.
—En mi coño —murmuré, forzando mi sonrisa de satisfacción.
Ambos sabíamos que buscaba otra respuesta, pero bueno, dos
podían jugar a este juego.
—Podría follarte el coño todo el día, Ángel —gruñó, con los labios
presionando el lateral de mi garganta mientras arrastraba su boca
por la superficie, lamiendo el agua—. ¿Pero eso es todo?
Se me volvió a escapar un gemido. —No —dije antes de poder
pensarlo—. Quiero más.
—¿Más de qué? —Otro beso, esta vez cerca de la comisura de la
boca, y mi cuerpo se sacudió en él involuntariamente, necesitando
alivio de la intensa necesidad que tenía dentro. Me estaba volviendo
loca. En un momento dado, habría esperado a ver quién se rompía
primero, pero ahora no iba a perder ni un segundo más de nuestro
tiempo juntos.
—Fóllame por el culo, Reece —No lo susurré, sin avergonzarme
de mis deseos—. Pero por el amor de nuestro creador, facilítame la
tarea —No era pequeño, y aunque mi cuerpo se curaría pase lo que
pase, realmente quería que esto se sintiera tan bien como lo había
hecho en la gruta.
Su pecho retumbó y sentí la oleada de su energía. Antes de que
dijera una palabra más, me volteó y sus arenas se acercaron para
acunarme a cuatro patas a unos metros por encima de las piedras.
Arqueándome, me eché hacia atrás y dejé escapar un suspiro al
entrar en contacto con su calor.
Reece no perdió el tiempo, la gruesa cabeza de su polla
empujando en mi coño, y aunque se sentía jodidamente increíble, yo
estaba lista para esta nueva experiencia.
—Reece —gemí—. ¿Necesitas una lección de anatomía?
Una pesada mano se posó en mi trasero, el sonido fue fuerte en
esta sala de baño, y dejé escapar un pequeño gemido que
definitivamente no era de dolor.
—Paciencia, Melalekin —murmuró—. Querías que te facilitara la
tarea.
Maldita sea, yo me lo había buscado. No pude decir nada más, ya
que apenas podía respirar y gemir al ritmo de sus embestidas, que
me convertían en un desastre. Mientras gritaba, utilizó su dedo para
barrer el líquido que se acumulaba entre nosotros, que luego deslizó
hasta mi culo, empujando ese dígito dentro de los apretados
músculos. Durante unos minutos me penetró en el culo y en el coño
al mismo tiempo, y me pregunté si éste sería el verdadero
acontecimiento (en mis miles de años) que acabaría conmigo.
Muerte por doble penetración. Era el camino que Mera quería
seguir, y ahora por fin lo entendía.
Las estrellas giraban ante mis ojos mientras mis manos se
clavaban en la arena, desesperadas por encontrar algo a lo que
aferrarse. Justo cuando estaba a punto de explotar de nuevo, Reece
retiró sus dedos y su polla de mi cuerpo, y aunque mi vagina se
quejaba, el resto de mí estaba a punto de romperse por la sensación
de que por fin se concentraba en mi culo.
Entró en mí lentamente y, de hecho, me ahogué al respirar. Los
músculos estaban tensos, nunca habían sido estirados así, y aunque
ardía, un cosquilleo de placer evitaba que fuera demasiado
incómodo.
—Maldita sea, Lale —gimió Reece, sonando tenso—. Nunca me
imaginé...
Sí, igual para mí. Muy parecido.
Cuando sentí que estaba a medio camino dentro de mí, se inclinó
para presionar sus labios contra mi columna vertebral mientras su
mano serpenteaba y acariciaba mi clítoris al ritmo de sus lentos
empujes. La sensación inicial, ligeramente incómoda, se desvaneció
cuando empezaron a surgir nuevos remolinos de placer en mis
entrañas, y ya podía decir que era una acumulación más profunda e
intensa.
—Mía —retumbó Reece de nuevo, sonando mucho menos como
su yo normal. El dios del desierto había perdido el control, y nunca
pensé que querría escuchar esa palabra de un macho. Era tan
posesiva y dominante y reivindicativa, y si Reece la dijera durante
una conversación normal, lo más probable es que lo apuñalara. Pero
en este momento, otra primera vez para los dos, se sentía... bien.
Mi esencia había renacido en el Nexus, pero la naturaleza dual de
mi energía no era la parte que me definía en este momento. Lo hacía
Reece, el dios que estaba derribando mis muros y
reconstruyéndome en un ser completamente nuevo.
En este punto, el ritmo de Reece aumentó, y yo lo quería tan
adentro como pudiera. No había forma de que me cupiera toda su
longitud, pero mi culo estaba soportando esto mucho mejor de lo
que había previsto. Una puta estrella dorada.
Aun así, fue una suerte que me curara rápidamente, de lo
contrario no estaría caminando hacia la batalla mañana.
Estaría cojeando.
Mi respiración se precipitó rápida y superficialmente, dejándome
jadear tan fuerte que no podía recuperar el aliento. Mis piernas
empezaron a temblar mientras la bola de energía en mi centro se
hinchaba...
—Voy a correrme —dije apresuradamente, justo cuando todo mi
cuerpo se incendió, y casi grité el nombre de Reece, arqueándome y
retorciéndome contra su dura longitud.
Reece dejó escapar un estruendo por detrás de mí, y juré que
podía oír cómo la arena reaccionaba a su placer, levantándose para
cubrirnos mientras empujaba un par de veces más, con el calor de
su liberación ardiendo con el mío. Mi cuerpo aún se sacudía ante la
intensidad, y agradecía a todos los malditos seres que conocía que
Reece hubiera decidido hacerme superar mis límites.
Ya sea que esto durara para siempre o que terminara la próxima
luna, ninguna parte de mí podría lamentar este tiempo con él.
42

Cuando tuvimos que salir para reunirnos con Darin y los demás,
estaba más que saciada. También estaba feliz. Al menos por un
momento, hasta que la realidad nos llamó, obligándonos a todos a
volver al modo guerrero.
De pie en la zona de baño, me vestí con mis ropas mágicamente
limpiadas, junto con la armadura de bronce y las armas que había
llamado del barco. Reece me observó mientras me trenzaba el pelo,
ajustándolo para que encajara alrededor de la espada larga que
tenía en una empuñadura por la columna.
Esta luna había decidido llevar varias armas porque uno nunca
sabe qué ataque le espera a la vuelta de la esquina. Esta espada,
junto con mis dagas curvas enfundadas a ambos lados de mi cuerpo,
me daba una sensación de comodidad.
—Tenemos que irnos ya —dijo en voz baja, impulsándose para
ponerse en pie, con un aspecto macizo y poderoso, vestido con su
camisa negra de manga larga, pantalones cargo negros y unas
cuantas placas de armadura estratégicamente colocadas. No usaba
ningún arma, porque sus arenas estaban siempre presentes para
asumir ese papel. Mi energía podía hacer lo mismo, pero en su
mayor parte, estaba anticuada y prefería el choque del acero real.
—Hagámoslo —murmuré.
Cuando salimos de la habitación, los demás nos estaban
esperando, cada uno vestido con su propia versión de equipo de
batalla. La mayoría vestía de negro, como Reece, excepto Len, por
supuesto, que lucía un montón de gemas plateadas, visibles cada vez
que se separaba su abrigo.
Un guardián que no habíamos conocido antes nos condujo desde
nuestra zona a las calles principales y a un gran edificio abovedado
que, según mis cálculos, era más o menos el centro de este pueblo
en particular. La luna oscura del exterior no nos había mostrado
mucho, pero una vez que estuvimos dentro, más de unas cuantas
luces del desierto resaltaban una mesa de banquete, dominando el
centro del espacio.
Nuestro guía nos indicó que nos dirigiéramos hacia la mesa, que
estaba baja hasta el suelo y rodeada de cojines. Nos dejó en cuanto
nos sentamos; yo acabé con Reece a un lado y Lucien al otro. Len,
Alistair y Galleli se sentaron frente a nosotros. Al cabo de un minuto,
una docena de Guardianes se apresuraron a entrar, tomando
asiento a nuestro alrededor.
Darin era el último, con la piel besada por la luna y mucho más
morena que la última vez que lo había visto.
—Bienvenidos —dijo, abriendo los brazos y mostrando todos
esos dientes perfectos—. Gracias por esperarnos. He preparado
alimentos energéticos para refrescar a todo el mundo antes de que
partamos de nuevo en la luna nueva —Mientras se sentaba en la
cabecera de la mesa, la conversación se retomó entre los otros
Guardianes que habían estado en su nave, mientras Darin seguía
concentrándose en nosotros—. Incluso tengo un poco de elixir de
flores del desierto, que se ha estado elaborando durante muchas
lunas.
El poder de Reece se disparó en nuestro vínculo, y justo cuando
abrió la boca para decir algo no muy agradable, apostaría, estiré la
mano y la agarré por debajo de la mesa. Sus ojos chocaron con los
míos y le lancé una pequeña sonrisa. No necesitábamos malgastar
nuestra energía luchando también contra Darin.
Con un largo suspiro, se volvió hacia el princeps. —Gracias.
Apreciamos la hospitalidad.
Esta vez casi parecía que lo decía en serio.
—¿Qué es el elixir de flores del desierto? —preguntó Lucien,
inclinándose hacia delante para ver a Darin.
El princeps sonrió. —Se elabora con una rara flor que sólo crece
en dos partes de nuestro mundo.
—Déjame adivinar —dije con una suave risa—, una parte es la
tierra de los Guardianes.
Su sonrisa se amplió. —Excelente suposición. Pero sí, crece aquí y
en Delfora. Puede triplicar la energía y darnos a todos una ventaja
antes de ir a la batalla mañana.
—También puede tener el mismo efecto que el alcohol en los
humanos —advirtió Reece—. Afortunadamente, las influencias más
negativas estarán fuera de nuestro sistema para la luna nueva,
dejando sólo la energía extra. Así que, de momento, tengan cuidado.
Darin le dio una palmada en el hombro antes de retirar
rápidamente la mano ante la mirada que le dirigió el dios del
desierto.
—Reece tiene razón. Si adormeces los efectos, definitivamente
valdrá la pena en la luna nueva.
Me agaché y pasé la mano por mis dagas, tranquilizándome con el
tacto del metal. La inminente batalla nos tenía a todos en vilo, pero
no debíamos perder el tiempo cuando podíamos estar discutiendo
la estrategia.
—Tenemos que partir en las primeras horas de la luna nueva —
dije—, si queremos tener una oportunidad de llegar al Delfora al
mismo tiempo o, con suerte, un poco antes que Tsuma y los demás.
—Mientras ganemos a la luna de energía —dijo Reece—, no
tendrán ninguna ventaja.
Una luna de la que sólo especulábamos sobre su hora de llegada
—No hay mucho que podamos planear —dijo Galleli. Darin y los
demás se sobresaltaron, pero no dijeron nada en contra de su forma
de comunicación—. En este momento, sólo tenemos que hacer lo
mejor que podamos y dejar que las arenas caigan donde están
destinadas a caer.
—Críptico y algo aterrador, como siempre —dijo Lucien con un
bufido.
La comida empezó a llegar entonces y las conversaciones en la
mesa cambiaron a temas más alegres mientras todos se centraban
en repostar. Todos habíamos estado a base de raciones al final de
nuestro viaje por los ríos de arena, por lo que esta nueva variedad
de alimentos que restablecen la energía fue muy bienvenida.
—Incluso hemos traído plasma de alta calidad para ti —dijo Darin
a Lucien—. Tardamos unos días en comerciar con él, y no va a ser
tan bueno como el que consigues en Valdor, pero debería servirte
para esta batalla.
Lucien levantó la copa de cristal que le habían puesto hace unos
minutos y, al dar un sorbo, su rostro se relajó. —Esto es perfecto.
Igual que lo que teníamos en el barco.
Su color ya era más dorado, la piel brillaba mientras sus células
absorbían la energía recién cosechada que necesitaba para seguir
regenerándose. Alistair estaba igual, aparentemente enrojecido, sus
rizos ya no estaban apagados y flácidos, la piel sin una sola escama.
Detenernos podría habernos costado algo de tiempo, pero al fin y al
cabo, nos dirigíamos a esta batalla con nuestras mayores fuerzas.
Una ventaja que sabía por experiencia que podía significar la
diferencia entre la vida y la muerte.
Centrándome en las frutas que tenía ante mí, llené mi plato para
calmar el dolor de estómago que ahora requería sustento físico.
También abrimos las semillas Fae que Lucien había traído del barco
y compartimos su contenido con quien quisiera probarlas. Abrí la
cáscara y saqué una pequeña semilla marrón. Al olerla, descubrí que
tenía un ligero aroma a chocolate. Mera había dicho que su comida
favorita provenía de un árbol, y parecía que esta semilla era muy
similar.
Sólo que este árbol era originario de Faerie y era casi tan raro
como la flor del desierto. Los princeps habían mostrado su apoyo a
nuestra misión al incluir estas semillas casi inapreciables en nuestro
almacén, tanto como Darin al compartir el elixir con nosotros.
Todos estaban poniendo todo de su parte para ganar esta guerra.
—¿Las semillas y el elixir tendrán algún efecto extraño juntos? —
pregunté mientras tragaba la semilla, que casi no tenía sabor pero sí
dejaba un camino ardiente por mi pecho hasta que se asentaba en
mi centro. Un hormigueo se produjo bajo mi piel, y mi sangre no
tardó en zumbar mientras me llenaba de una sensación de poder y
libertad.
—Juntos se potenciarán mutuamente e inflarán los síntomas
negativos y positivos de los aumentos de poder —dijo Reece, con los
labios crispados—. Podría ponerse salvaje por aquí esta noche.
Ya sintiéndolo, me reí más fuerte de lo normal, feliz de sentir este
zumbido si significaba que mañana tendríamos éxito.
Teníamos una verdadera oportunidad, y aunque no había
garantías en la vida, estaba decidida a que esta vez no quedaran
huesos en estas tierras.
43

A pesar de la tensión subyacente que seguía existiendo entre Reece


y Darin, el resto de la cena transcurrió con relativa calma mientras
comíamos, bebíamos y nos concentrábamos en las estrategias para
la luna nueva. Para cuando estábamos satisfechos y listos para lo
que nos deparara el día de mañana, me maravilló la verdadera
calma que sentía. No era algo inusual; a menudo había encontrado
una sensación de paz cuando la batalla estaba cerca y no se podía
planificar ni entrenar más. De un modo u otro, todo esto acabaría
pronto.
El elixir llegó justo cuando todos habían terminado de comer, con
pequeños vasos llenos de su sustancia lechosa.
—Bébanlo despacio —nos advirtió Reece mientras levantaba el
suyo—. Se sabe que deja a los seres poderosos con el culo al aire —
Con una sonrisa de satisfacción, se lo bebió de un solo trago.
Bastardo arrogante.
Me quedé mirando el líquido turbio y rosado antes de acercarlo a
mi nariz para descubrir que olía como una versión más potente de
las flores moradas del desierto, que probablemente eran una
versión híbrida de esta planta mucho más rara.
Inspirando profundamente, me eché el líquido de un solo trago y
jadeé ante la dualidad del fuego dulce que ardía en mi garganta y en
mi centro, uniéndose a la semilla.
Reece dejó escapar una risa baja a mi lado. —No tienes que hacer
lo contrario de lo que digo para demostrar un punto. Te prometo
que no ocurrirá nada malo si te fías de mi palabra.
Al principio no pude responder, demasiado ocupada lidiando con
el calor que se expandía en mi cuerpo y me quitaba el aliento.
Finalmente, toda esa energía se asentó, uniéndose al pozo de poder
que había estado reteniendo desde Honor Meadows.
—Lo tomaste de un tirón —le recordé cuando pude volver a
hablar—. Sin mencionar que nunca he acatado ciegamente las
órdenes de otro. Me conoces mejor que eso —Me crucé de brazos
mientras mi cabeza daba vueltas—. Acatar órdenes no está en mi
naturaleza, al igual que tener una compañera verdadera no está en
la tuya.
Bueno, mierda. Parecía que los artículos de poder ya me estaban
soltando la lengua. Reece parecía divertido mientras se recostaba en
su cojín, con los brazos apoyados a ambos lados, lo que le hacía
parecer aún más grande. El único signo externo de que el elixir le
estaba afectando era el leve matiz rosado de sus mejillas, lo que le
hacía más guapo.
—Parece que mi pequeña Lale tiene algo que decirme —Se rió—.
Nunca ha sido mejor momento que ahora, con tus defensas abajo.
—¿Tienes algo que decirme? —Le contesté.
Sí, aunque estaba claro que estos objetos de poder aumentaban la
energía, definitivamente no ayudaban con las reacciones rápidas.
—Más de lo que podría transmitir en esta breve conversación —
dijo, poniéndose serio—. Pero este no es el momento ni el lugar.
Primero tenemos que sobrevivir a nuestra batalla.
Me puse en pie en un santiamén, el ardor interior ayudando a la
velocidad y la agilidad. —¿Cómo puedo confiar en que en cuanto
terminemos aquí no volverás a ser el mismo Reece de siempre? El
que me ha ignorado y odiado durante malditos siglos.
Joder. Mi boca estaba fuera de control, e incluso sabiendo que
estaba actuando de forma irracional, no podía detenerme. Tenía que
salir de aquí. Antes de que pudiera responder, giré y me dirigí hacia
la salida. Por supuesto, en mi afán por escapar, estúpidamente no
tuve en cuenta que todos los demás idiotas de la mesa habían
participado de las semillas y el elixir, y algunos tenían incluso
menos tolerancia que yo.
Len tuvo suerte de que sintiera su energía justo antes de que me
rodeara con sus brazos y me arrastrara lejos de la salida.
—Te apuñalaré si no me dejas ir —espeté, echando mano a mi
daga en su vaina.
—Ven a bailar conmigo —dijo sin preocuparse de que yo
estuviera fuertemente armada y no estuviera en mi sano juicio.
Mientras él, una vez más, empezaba a arrastrarme hacia un
espacio abierto donde ya bailaban unos cuantos Guardianes, mi
cabeza se sintió aún más confusa.
—¿Has perdido la maldita cabeza? —dije en voz alta—. No hay
una maldita música.
Alguien debió de oír esa observación, porque en mi siguiente
respiración, un ritmo de tambor bajo y constante llenó el aire. Len y
yo no tardamos en estar rodeados de guardianes que reían,
bromeaban y estaban borrachos como una cuba. Incluso Galleli
acabó balanceándose cerca con una Guardiana morena muy
hermosa. Era casi tan alta como él, de piel morena clara y
prominentes ojos dorados.
—Más vale que todos los presentes esperen que Galleli no se
decida a hablar, gracias al elixir —dije en un revoltijo de palabras.
—Relájate, cariño con cara de ángel —canturreó Len—. Estás
demasiado tensa, y es mejor liberar esas preocupaciones la noche
antes de una batalla.
Me agarró la mano con más fuerza, me acercó y me rodeó con un
brazo. En el mismo instante, se oyó un estruendo grave y profundo
detrás de nosotros. Al reconocer el sonido, el olor y la energía que
acompañaban a ese sonido, no me sorprendió girarme y encontrar a
Reece de pie, con los ojos llenos de medianoche.
Len, aparentemente despreocupado, no aflojó su agarre, y el
siguiente gruñido de Reece fue aún más profundo... más animal. A
juzgar por la expresión de su cara, ni siquiera estaba segura de que
pudiera hablar. Antes de que pudiera hacer un movimiento, Reece
casi desapareció en una ráfaga de arena, y luego tanto Len como el
dios del desierto desaparecieron. Nadie más les siguió, dejando que
esos dos resolvieran su mierda de una vez por todas. Len era
famoso por molestar a su amigo melancólico, pero no se podía
presionar a Reece hasta cierto punto.
Decidiendo que había terminado con el baile y el drama por esta
noche, estaba a punto de salir de la tienda una vez más, cuando una
fuerte energía se estrelló contra mis defensas. Shadow apareció en
la puerta con aspecto de estar furioso y preparado para la lucha. Las
llamas salpicaban su piel, y le conocía lo suficiente como para intuir
que, tras dejar a su compañera embarazada en otro mundo y entrar
en lo que parecía una fiesta de baile, estaba furioso porque no nos
tomábamos en serio los peligros de la batalla de mañana.
Cuando Shadow se cabreaba, los seres morían.
Sin Reece, había pocos aquí que se arriesgaran a su ira
acercándose más, así que tomé una por el equipo, medio tropezando
mi camino hacia donde él estaba.
—Shadow —dije con fuerza, esperando sacarlo de su furia—.
Están bajo la influencia de las semillas Fae y de un elixir del
desierto, que todos tomamos como preparación para la batalla de
mañana. Estos artículos ayudarán a aumentar nuestras energías,
pero tienen algunos efectos intoxicantes a corto plazo.
Bajó lentamente esa mirada para encontrarse con la mía, y no me
sorprendió en absoluto ver llamas ardiendo en sus profundidades
rojas y doradas.
—Tú también deberías tener un poco —dije, sin darle la
oportunidad de discutir—. Restaura lo que se perdió al llevar a
Mera tan cerca de Delfora.
A cambio, obtuve un estruendo bajo, inquietantemente similar al
de Reece. Shadow era un ser de pocas palabras normalmente, y sin
su compañera, era una muerte andante (muy parecida a la Muerte
que intentábamos evitar que se levantara mañana, con solo un
toque más de humanidad).
—Vamos —dije, moviendo la cabeza para indicarle que me
siguiera—. Hay uno esperándote aquí.
Sorprendentemente, me siguió hasta la mesa y encogió su
estatura para poder sentarse en un cojín. Le entregué una semilla y
una bebida que no había sido reclamada, y me aceptó ambas sin
rechistar. Shadow llevaba mucho tiempo por aquí, y ninguno de
estos objetos sería una experiencia nueva para él. Incluso cuando se
asentaron en su aura, apenas hubo un cambio en sus niveles de
energía.
—¿Cómo está Mera? —pregunté con la doble necesidad de saber
y de distraerme—. Su energía se siente estable, pero hubo una
punzada de dolor cuando se fue.
Shadow se giró y levantó otro elixir, tomándolo de nuevo con la
misma rapidez. —Está bien —Su voz era una ronca aspereza, pero
el hecho de hablar era una buena señal de que se había alejado de la
bestia—. El bebé está cerca, pero tenemos tiempo. Sunshine está
más que nada molesta por ser excluida.
Se calló después de eso, y yo tampoco hablé, contentándome con
sentarme y dejar que los efectos del elixir desaparecieran antes de
hacer alguna estupidez bajo su influencia. Como...
—Baila conmigo.
Darin estaba delante de mí con un aspecto algo nervioso mientras
me tendía la mano. Shadow soltó un rugido a mi lado, y tuve la
ligera sospecha de que estaba molesto con este desértico por
meterse en lo que él consideraba el territorio de su mejor amigo.
Conocía a estos machos desde hacía mucho tiempo y eran muy
predecibles.
—Tiene un compañero —dijo, sonando algo despreocupado, pero
yo lo conocía mejor—. Lárgate.
Darin retrocedió, como todos los machos cuando se enfrentan a la
ira de Shadow, pero le di créditos por no dar media vuelta y salir
corriendo.
—Sólo es un baile. Me aseguraré de que no sea romántico en
absoluto —balbuceó—. Nos estamos divirtiendo antes de nuestra
batalla, y Ángel es una bailarina increíble.
Me encantaba bailar. Lo había extrañado, y ya que Reece estaba
fuera haciendo el imbécil, ¿por qué demonios no iba a tener un baile
divertido? Darin ya sabía el resultado, así que no había problema.
—Claro —dije, en medio de una mala decisión—. Por qué diablos
no. Deberíamos vivir mientras tengamos la oportunidad.
Shadow dejó caer una de sus enormes manos sobre mi brazo, e
inmediatamente me lo quité de encima. —No te pases —le advertí
en un siseo—. No queremos ir a la guerra, Shadow.
Su expresión se suavizó, y fue tan inesperada que me detuvo. —
Mera te quiere como a una hermana, lo que te convierte en mi
hermana. Estoy cuidando de ti. No agites una bandera roja delante
del toro; embestirá.
Leí entre líneas todo lo que acababa de decir, pero era un maldito
baile. No pensaba acostarme con Darin. Y claro, una parte de mí, en
el fondo, que no estaba bajo la influencia del elixir, sabía que estaba
tomando una mala decisión, pero no podía contenerme. Tal vez
quería poner a prueba la pretensión de Reece sobre mí, o tal vez
realmente quería bailar. En cualquier caso, había tomado mi
decisión.
Darin me agarró con fuerza y me puso de pie, llevándome a la
pista de baile. Un ritmo más rápido comenzó casi al mismo tiempo, y
reconocí este número como uno en el que todos formaban un gran
círculo, moviéndose alrededor de la habitación en un patrón de
pasos laterales y giros. Para un baile no romántico, Darin había
elegido el número perfecto.
—Hagamos esto —dije con una risa, mis piernas
afortunadamente más fuertes que mi cerebro borroso mientras nos
poníamos en posición, uno frente al otro pero sin tocarnos.
Comenzó la introducción y me lancé a ello, recordando los pasos tal
y como lo habían hecho con el baile en el Ostealon. Darin sólo tuvo
que tocarme un par de veces, moviéndome alrededor de su cuerpo
mientras girábamos y dábamos vueltas. Ni siquiera podía sentir su
agarre a través de mi armadura, y descubrí que así era como lo
prefería. A pesar de mi última postura de independencia, las manos
de Reece eran las únicas que quería en mi cuerpo.
Cuando el ritmo se aceleró, eché la cabeza hacia atrás, con la
trenza volando. La risa brotó de mí; el elixir me hizo sentir
completamente fuera de control otra vez. En cierto modo, el
zumbido bajo mi piel me recordó la primera vez que usé mis alas
sola, surcando las tierras. Había sido emocionante. El único evento
que se acercó a esa sensación fue el momento en que conocí a Reece.
Él también me hizo vibrar de energía, y parecía que siempre lo
haría.
A diferencia de volar, nunca me había acostumbrado al efecto que
tenía sobre mí.
¿Y qué mierda hacía yo bailando con otro hombre?
De todas las decisiones estúpidas que había tomado, ésta estaba
en la cima.
Justo cuando levanté la cabeza para excusarme educadamente,
Darin me hizo girar hacia él, y me quedé desconcertada por este
movimiento fuera de lugar, hasta que sus labios se estrellaron
contra los míos. Hubo una fracción de segundo de conmoción antes
de que mi furia se desatara. Con un gruñido, le golpeé el pecho con
las manos, me hice a un lado y enganché mi pie en la parte posterior
de su tobillo para que cayera al suelo.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —Mi grito se
interrumpió cuando el silencio se apoderó de la habitación, la
música se silenció a mitad de camino.
Miré a Darin y lo encontré moviéndose a cámara lenta, con la
arena rodeándolo mientras intentaba liberarse. Fue entonces
cuando supe... que Reece había atrapado ese beso.
Lo encontré en un abrir y cerrar de ojos mientras acechaba por la
habitación y, aunque nunca lo admitiría bajo tortura, mi corazón se
aceleró ante el poder y la furia que brotaban de él. No temía por mi
seguridad física cerca de este desértico, pero mi corazón... eso era
otra cosa.
Las arenas de Reece retuvieron a todos los presentes, pero al
acercarse, soltó a Darin. El princeps se puso en pie de un salto, pero
no tenía nada que pudiera hacer frente a la furia de Reece. Hacía
temblar el suelo que pisábamos. No miento, era una exhibición
impresionante, y me tomé un momento para abanicar internamente
mi vagina porque estaba mucho más excitada por su fuerza de lo
que era apropiado para la situación.
—Reece, ya he tratado...
Ignoró mis palabras, la arena y el macho chocaron contra Darin,
que hizo todo lo posible por intentar mantenerse en pie bajo el
asalto. Lo intentó y fracasó. El princeps acabó de rodillas antes de
recibir un enorme golpe en la barbilla que le hizo caer al suelo. El
dios del desierto no utilizó su poder en absoluto, sólo la fuerza
bruta, ya que parecía decidido a destruir al otro desértico con sus
propias manos.
Cuando Darin estaba casi inconsciente, decidí que ya era
suficiente. Saltando entre ellos, no saqué mis armas, pero giré mi
pierna en una sólida patada, golpeando a Reece justo en el costado.
Estaba claro que no esperaba que me enfrentara a él, y lo aproveché
para lanzarme hacia delante y rodear su cuerpo para tirarlo al suelo.
Desde esta posición podría retenerlo hasta que se calmara lo
suficiente como para no asesinar a Darin y llevarse a nuestros
aliados para la batalla. Lo que probablemente no ocurriría hasta que
los efectos del elixir y la semilla desaparecieran en él. Reece
siempre era volátil, pero esta noche estaba definitivamente peor.
Se movió para lanzarme por encima de su hombro e invertir
nuestras posiciones, pero incluso con su ventajoso mayor alcance,
yo ya había anticipado ese movimiento y me aparté del camino. Los
dos nos pusimos de pie en un santiamén, y mientras mi cabeza daba
vueltas, maldije el maldito elixir. El elixir y Darin, que al parecer se
dedicaba a desafiar a las parejas.
—Lo tenía controlado —le dije a Reece, incluso cuando la culpa
por dejar que el baile ocurriera me golpeó.
—Dejaste que te toque —retumbó Reece, con una mirada
hipnótica y llena de fuego—. Sus manos... sus labios nunca deberían
estar cerca de ti, Lale. Por eso, morirá.
—Fue un baile —respondí porque no tenía otra cosa—.
Acordamos uno sólo como amigos. No tengo ni idea de por qué se
dejó llevar, pero ya me había ocupado de eso.
Los ojos de Reece se oscurecieron, y no era como cuando estaba
excitado. Era un oscurecimiento fuera de control, del tipo “todo el
mundo va a morir”. Aquí, en sus dominios, tan cerca del Delfora,
Reece nos superaba a todos. Un hecho que se hizo evidente por la
forma en que todos (incluso Shadow) seguían atrapados en sus
arenas.
—Deja que se vayan —murmuré, inclinándome para que nuestras
caras estuvieran cerca—. Te prometo que Darin no volverá a
acercarse a mí. Se suponía que sólo era un baile, pero claramente,
quería tentar a la suerte.
La arena surgió a nuestro alrededor, bloqueando a todos los
demás de la vista, presionando para que estuviéramos atrapados
juntos.
Reece se acercó a mí y me agarró por la nuca mientras me
acercaba y su boca se cernía sobre la mía.
—Eso no puede ocurrir nunca —espetó, feroz y furioso—. Los
destruiré a todos. Soy el único que puede tocar estos labios —Me
besó con fuerza y, al contrario que con Darin, mi cuerpo respondió
inmediatamente. Reece era mi afrodisíaco. Mi talón de Aquiles.
Cuando me hundí contra él, mis caderas se flexionaron hacia
delante para encontrarse con su dura erección, la excitación se
apoderó de mí. Reece no rompió el beso, pero sentí que sus arenas
me quitaban las armas y luego la armadura. En cuestión de minutos
estábamos desnudos, y cuando Reece nos llevó al suelo (yo encima
de nuevo) la lucha se centró en el placer. Me hundí en su dura
longitud, gritando mientras él empujaba a través de mis apretados
músculos sin vacilar. No estaba preparada, pero a ninguno de los
dos nos importaba un carajo. Volví a gritar mientras él empujaba
con fuerza, mi cuerpo se movía contra cada golpe.
—Móntame, Lale —me ordenó, y el ruido bajo y ronco envió una
ráfaga de calor a través de mi coño antes de que se asentara en mi
clítoris palpitante.
—No puedes darme órdenes —mentí sin aliento, incluso mientras
él estaba enterrado dentro, reclamando mi cuerpo.
La risa de Reece era oscura y ronca. —Te llamé compañera, y
aunque no ha habido tiempo para cimentar lo que eso significa, aquí
están los fundamentos —Su olor y su energía me envolvieron,
manteniéndome prisionera de su intensa mirada mientras su voz se
reducía a un áspero susurro—. Eres mía, Melalekin. Por este día y
por todos nuestros malditos días. No te resistas a esto, porque no
dudaré en acabar con Darin y con cualquier otro que te haya tocado.
Apenas estoy conteniéndome.
Vi la verdad en su rostro, y fue entonces cuando acepté que la
razón por la que había bailado con Darin no era porque estuviera
viviendo mi última noche de borrachera antes de la batalla. La
verdad era que había estado demasiado asustada para aceptar
completamente sus palabras... su reclamo sobre mí. Asustada de que
todo fuera palabrería y de que, al final, me dejara de nuevo, como
había hecho la última vez.
—¿Esto es para siempre? —susurré.
Reece levantó la mano y ahuecó mi mejilla, aferrándose a mi cara
como si fuera preciosa.
—Hasta que las arenas se desvanezcan.
Tenía el pecho tan apretado que no podía respirar, pero ante esa
eterna afirmación, mi alma se tranquilizó. Las grietas que había en
nuestro vínculo se consolidaron, un acontecimiento físico que pude
sentir en mi interior.
—Somos compañeros —susurré, y entonces volví a moverme, sin
poder evitar hundirme profundamente en él y volver a levantarme.
—Compañeros, destinados, eternos —contestó, alargando la
mano y rozando un pulgar en mi mejilla, al tiempo que acompañaba
mis movimientos con empujones tan fuertes que apenas podía
mantenerme sentada.
Necesitábamos este momento. Este reclamo. Lo necesitaba como
si necesitara mi próximo aliento, y teniendo en cuenta que Reece
aún tenía una habitación como rehén en sus arenas, no había tiempo
que perder.
Aumentando el ritmo, hice rodar mis caderas con más fuerza y
rapidez, y cuando mi clítoris rozó su cuerpo, ráfagas de placer me
golpearon una y otra vez. Las estrellas danzaron ante mis ojos y
eché la cabeza hacia atrás, hasta que me mecí contra él. Grité
cuando la intensidad me llevó al límite de la realidad, y esta vez, por
una vez, Reece estaba cerca.
Sus manos se apretaron en mis caderas, sujetándome para que su
poderoso cuerpo pudiera penetrar en el mío, más rápido que nunca.
Su respiración era áspera cuando retumbaba mi nombre, su polla se
hinchaba dentro de mí cuando él también se corría, sus
movimientos se ralentizaban mientras aguantábamos el orgasmo. A
pesar de la energía del elixir y de la semilla fae, mi sistema estaba
tan abrumado no sólo por el sexo, sino también por la consolidación
de un verdadero vínculo, que me encontré desplomada contra su
pecho. Los brazos de Reece me envolvieron, abrazándome, y sentí
una ligera desesperación en ese agarre. Una desesperación que
comprendí porque ahora que lo tenía de la forma que siempre había
soñado, estaba ávida de más.
El hecho de que no pudiéramos quedarnos así para siempre era
una verdadera tragedia... Los atrapados en las arenas
probablemente no estarían de acuerdo.
—Tenemos que movernos —dije finalmente—. No se van a tomar
a la ligera que los retengas con tu poder.
El siguiente sonido que salió de su boca fue una queja
malhumorada, pero nos puso en pie después de que mi cuerpo
soltara a regañadientes su dura longitud. Me quedé mirando su gran
cuerpo de guerrero, coronado por un miembro aún más grande...
Si alguna vez hubo un incentivo para sobrevivir a una batalla
(aparte de salvar los mundos, por supuesto) fue saber que me
esperaba un placer más allá de mi imaginación.
Con mi... verdadero compañero. Joder.
Antes de que pudiera perderme en las abrumadoras emociones
que atacaban mi sistema, Reece me distrajo mientras su energía nos
limpiaba y recogía nuestra ropa. Cuando ambos estuvimos vestidos
de nuevo, me arriesgué y me puse a su lado, rodeando su cuello con
los brazos para poder besarlo. Nunca había tenido la confianza de
iniciar el contacto, porque él siempre había controlado nuestro
camino. Mi metedura de pata siglos atrás le había dado más poder, y
no había sido equilibrado.
Pero ahora... ahora nos sentíamos equilibrados. Ambos habíamos
sufrido y nos habíamos probado a nosotros mismos.
Nuestro futuro era finalmente brillante.
Sin contar a esos bastardos que intentan levantar a los dioses.
—No aceptaste mi reclamo cuando lo hice por primera vez,
¿verdad? —dijo Reece, alejándose lo suficiente para ver mi cara—.
Pero ahora sí. ¿Qué ha cambiado?
Tragando bruscamente, deslicé una mano entre nosotros y la
apreté contra su pecho. —Tenía tanto miedo de perderte de nuevo
—admití—, que inconscientemente, una parte de mí rechazó el
vínculo antes de que pudiera rechazarme a mí. Era yo la que nos
retenía, incluso cuando pensaba que eras tú. Culpándote por jugar
ser frío y caliente, creyendo que aún me juzgabas por las heridas del
pasado. Ahora tengo claro que todo el tiempo fui yo.
Una fuerte emoción ardía en sus ojos, y me mataba mientras me
apretaba más para darle otro beso. —Lo siento, Reece —susurré—,
pero quiero que sepas que... ahora lo tengo todo. Hasta que las
arenas se desvanezcan.
El fuego ardía entre nosotros, pero no había tiempo para sellar
más este vínculo. Teníamos que liberar la sala y volver a los
negocios. La nube roja que nos había dado privacidad cayó, la arena
se dispersó, y con ella, los otros fueron liberados de sus jaulas. Una
parte de mí se sentía culpable de que nos hubiéramos detenido para
tener algo de sexo mientras ellos estaban atrapados, pero era una
parte bastante pequeña que podía ignorar fácilmente.
Necesitábamos ese momento de unión y, desgraciadamente,
todos los demás tuvieron que lidiar con él.
Al mirar hacia abajo, observé que Darin seguía inconsciente,
tirado en el suelo. Pero su pecho se movía, y podía sentir el
constante impulso de su energía. Estaba bien. Al igual que todos los
demás en la sala, aunque más de una mirada se dirigió hacia
nosotros. A pesar de ello, nadie se acercó, excepto Shadow, que
merodeó por la sala. Retrocedí hasta situarme al lado de Reece,
preparada para luchar si era necesario. Shadow ya estaba al límite, y
nunca se tomó bien estar atrapado en el poder de otro.
Oí una risita del dios del desierto a mi izquierda, pero no aparté la
vista mientras bajaba los brazos para que las dagas curvas de mi
cinturón estuvieran al alcance de la mano.
—Tranquila, mi pequeña guerrera —murmuró Reece, alargando
la mano para detenerme.
Compañero o no, iba a darle un puñetazo si me frenaba en esta
pelea.
Reece, que aún me sostenía, se enfrentó a su mejor amigo. Los dos
estaban frente a frente, enormes guerreros que llenaban el espacio
con su energía y sus hombros estúpidamente anchos. Ninguno de
los dos decía una palabra, pero si la mirada fija era un indicio, se
decían muchas cosas en silencio.
Finalmente, Shadow habló en voz alta. —¿Estamos bien ahora? —
preguntó.
Me sorprendió esa pregunta relativamente poco agresiva antes de
recordar que Mera había ablandado un poco a esa bestia. Si alguien
entendía el poder de un verdadero vínculo de compañeros
reclamando, era Shadow.
—Estamos bien —respondió Reece, sonando igual de tranquilo—.
Aquí Darin —lanzó una oscura mirada a la figura, que acababa de
empezar a mover los dedos—, se excedió con Lale, y como la
reclamé hace siglos, puede considerarse afortunado de seguir vivo.
Algunos de los Guardianes escucharon esta declaración, y las
miradas que habían estado enviando a Reece se desvanecieron
rápidamente. Tocar a la pareja reclamada por alguien estaba
prohibido, un acto que generalmente resultaba en la muerte. Sin
duda, todos los presentes se consideraban afortunados de no haber
defendido a su princeps y haber sufrido el mismo destino que él.
En ese momento, Darin estaba despierto, sacudiendo la cabeza
mientras se levantaba para ponerse de pie. Se pasó una mano por la
cara antes de centrarse en Reece. Las marcas rojas de sus mejillas ya
se estaban curando, pero el hecho de que tardaran tanto en curar
indicaba lo fuerte que le habían golpeado.
Cuando dio un paso adelante, me sorprendió ver que parecía
arrepentido. —Te he avergonzado a ti y a mi familia —dijo
lentamente—. Tu amigo me dijo que Ángel había sido reclamada,
pero pensé que era un mero intento de volver a superarme. Pronto
me di cuenta de lo equivocadas que eran mis intenciones cuando
Ángel me mandó a la mierda.
Reece apenas miró al otro macho cuando retumbó: —Tienes
suerte de que no te haya hecho pedazos, pero con la inminente
batalla, eres necesario. Hay una oportunidad para que te pruebes a
ti mismo, pero esta es tu última advertencia. No toleraré más.
—Yo tampoco —añadí con sorna, aunque este era el tipo de duelo
para el que tenía las piezas equivocadas.
Darin asintió mientras giraba y se dirigía a la habitación. —Que
todo el mundo descanse —gritó—. Nos vamos con la primera luz
nueva.
Sin decir nada más, salió de la tienda, y todos sus Guardianes le
siguieron.
Len, Lucien, Alistair y Galleli se acercaron a donde estábamos, y
ninguno se molestó en mencionar lo que había hecho Reece. Si estos
seis amigos tenían algo a su favor, era que habían pasado por
muchas cosas y aceptaban los defectos de los demás sin juzgarlos.
Era una amistad que todos deberían envidiar.
Una familia a la que deberían anhelar pertenecer.
Me había costado más años de los que me gustaría admitir, pero
ya no tenía sentido negarlo: amaba a Reece y todo lo que eso
implicaba.
El compañero. La familia.
Incluso el peligro que atraen todos los seres poderosos.
—Nosotros también deberíamos descansar —dijo Reece a sus
amigos, y nadie discutió. Mientras nos dirigíamos a las habitaciones,
me quedé cerca de mi compañero, acomodándome a su lado, con su
brazo alrededor de mí. Esta necesidad desesperada de tocarse había
aumentado con la aceptación y la reparación de nuestro vínculo, y
estaba claro que no iba a quejarme. Se sentía tan perfecto como
siempre que Mera y Shadow estaban unidos.
Una sensación de calidez, seguridad y... hogar.
Cuando llegamos a nuestras habitaciones, todo el mundo se fue a
descansar. Mi plan inicial había sido dirigirme hacia una almohadilla
de energía, una formación ocre de arenas de Ostealon y ramas de
pamolsa diseñada para permitir un vínculo más estrecho con el
poder que yacía bajo las arenas. Sin embargo, antes de que pudiera
dar dos pasos en esa dirección, Reece me sujetó con fuerza y casi me
levantó a través de las habitaciones principales hasta el dormitorio
que habíamos utilizado antes.
No dijo ni una palabra mientras me despojaba de mi armadura
por segunda vez en esta luna oscura, y yo no cuestioné ni luché
contra este nuevo camino. Cuando ambos estuvimos desnudos, me
arrastró por la cama y me rodeó con su gran cuerpo. La conexión de
nuestro vínculo se estableció de nuevo, más fuerte, una unión
tangible de nuestros poderes que verdaderamente zumbaba entre
nosotros en la tranquila oscuridad.
Su mano recorrió mi costado, deslizándose lentamente sobre la
piel desnuda, y a pesar de la reacción de mi cuerpo a ese contacto,
también fue calmante. Me amó una vez más esa noche, y después me
encontré sumida en un profundo estado de meditación, sabiendo al
mismo tiempo que esto era mucho más fuerte que cualquier
almohadilla energética.
Un vínculo de pareja era la verdadera definición de paz y
curación.
Gracias al Nexus no me había perdido este momento, porque la
culminación de mis sueños por fin se había hecho realidad. Ahora
sólo había que sobrevivir al mañana.
44

Cuando subimos al barco al día siguiente, la luna nueva acababa de


empezar a extenderse por el cielo, proyectando zarcillos rojos en la
oscuridad. Por décima vez, empuñé mi daga, sintiéndome un poco
más tranquila por el peso familiar del arma. En el muelle, junto a
nosotros, Darin y sus guardianes iban ataviados con una armadura
negra completa, botas y no pocas armas propias, entre ellas espadas
curvas de grueso filo.
Reece y los demás iban vestidos de forma más informal, con sus
armas contenidas para el poder que poseían. Incluso con la
capacidad de Delfora para influir y restringir sus habilidades,
seguirían siendo una fuerza a tener en cuenta. Al final, éramos lo
único que se interponía entre los mundos y estos antiguos dioses
que se alzaban: nosotros y cualquier poder que lleváramos a las
tierras sagradas, ya que nada del mundo exterior podía ser atraído
hacia nosotros una vez que hubiéramos entrado en esas arenas. Sólo
teníamos que esperar que fuéramos suficientes.
En cuanto Reece se dirigió a la cubierta superior, acompañado
por Shadow, los motores empezaron a zumbar debajo de nosotros.
Lucien y Alistair soltaron los cables de alimentación que nos unían a
los muelles, y entonces fuimos enviados al oleaje de las arenas.
—Agárrense —llamó Reece, su voz casi se perdió en los vientos
furiosos mientras salíamos de la corriente de los Guardianes menos
profunda—. Los poderes del hechizo y la inminente luna de poder
están sobre nosotros.
Me abrí paso hasta la barandilla del barco, contemplando la
posibilidad de soltar mis alas para mantener el equilibrio. Había
aprendido a lo largo de los años a utilizarlas tanto como armas
como extremidades adicionales, pero en esta situación, los vientos
probablemente se engancharían a sus longitudes. No valdría la pena
luchar.
Nuestro barco aumentó la velocidad cuando dejamos los muelles
y entramos en las arenas profundas; en las Tierras del Desierto, esto
era el equivalente a estar en medio del océano. Esta luna era salvaje,
hasta el punto de que no se veía ningún otro barco (aparte del de
Darin) ni ninguna otra criatura a nuestro alrededor.
El hecho de que no hubiera rastro de Tsuma no me sentó bien. La
esperanza de que en algún momento pudiéramos divisar a qué nos
enfrentábamos me mantenía concentrada en el paisaje, aunque no
hubiera nada a su alrededor, excepto arenas negras y ocres
enfurecidas.
El malestar me sacudió inesperadamente el pecho... mis lazos. No
había salido de mí, y una rápida comprobación de Mera me dijo que
tampoco había salido de ella. Así que eso me dejó...
Mi mirada se disparó hacia la cubierta superior y, efectivamente,
cuando sondeé nuestro vínculo recién cimentado, descubrí que el
malestar provenía de Reece. La oscura espiga de poder inquieto, al
profundizar en ella, se parecía mucho a Delfora. La conexión de
Reece con esta tierra era la razón por la que estábamos aquí, y le
estaba llamando a sus profundidades.
Como si me hubiera sentido hurgar en su energía, la mirada de
Reece abandonó el horizonte y encontró la mía. Al principio, no
mostraba ninguna expresión, pero luego su rostro se suavizó. Tuve
que llevarme la mano al pecho, sintiendo esta nueva conexión
reforzada que ardía entre nosotros.
Este vínculo (incluso cuando lo había reprimido y casi olvidado)
era la razón por la que ambos nos habíamos negado a tomar otro
amante o pareja.
La razón por la que nunca pudimos dejar atrás nuestro pasado,
incluso cuando parecía que la ira, la vergüenza y las acusaciones
eran lo único que quedaba entre nosotros.
La razón por la que luchábamos por un futuro mejor, por muy
cliché que fuera.
Una sonrisa se dibujó en mis labios, y siguió creciendo mientras
mi felicidad llenaba cada grieta vacía y rota de mi alma. Reece cerró
los ojos por un momento, respirando las emociones que estaba
derramando por todas partes, y cuando sentí que la luz literal
estaba a punto de estallar de mi piel, liberé el poder. Finalmente,
había encontrado la paz que había estado buscando durante mi
bendición en Honor Meadows.
Resultó que, todo el tiempo, mi inquietud no tenía nada que ver
con que las dos partes de mi esencia renacida necesitaran
conectividad. Se trataba de Reece y de nuestro vínculo insatisfecho.
Sintiéndome más fuerte, miré hacia abajo para ver que mi piel
brillaba con energía dorada, lo que normalmente sólo ocurría
cuando me llenaba de capas de mi tierra. Esta vez, sin embargo, me
llené de una combinación del poder de Reece y del mío propio.
Juntos, éramos la fuerza contra la que Tsuma iba a lamentar
enfrentarse.
Para cuando llegamos al centro de las profundidades entre los
Guardianes y el Delfora, la nave se elevaba más que nunca. Detrás y
por debajo de nosotros, una tormenta desértica arreciaba y se
acumulaba, dispuesta a destruir todo a su paso. Por ahora, sin
embargo, estaba ayudando a empujarnos a un ritmo mucho más
rápido, y con suerte, tendríamos tiempo suficiente para llegar a
tierra antes de que la fuerza total golpeara.
Flexionando los dedos en la barandilla, luché por controlar mi
energía zumbante que provenía de un vínculo de verdaderos
compañeros, de la semilla fae y del elixir que habíamos consumido.
Para cuando saliera la luna de poder, estaría brillando como una
estatua de oro.
Cuando el Delfora se puso a la vista, la nave de Darin había
retrocedido, pero todos habíamos avanzado mucho. La luna nueva
brillaba por encima de nosotros, y su calor expandía también mi
energía, pero la luna de energía aún no había dividido el cielo. Se
estaba formando, al igual que la energía debajo de nosotros. No
podía ver la energía en ese momento, pero sentía la inminente
explosión.
Mientras el barco subía más que nunca, me agarré con fuerza,
aguantando el oleaje mientras mi mirada se posaba en los planos de
esta tierra. La misma tierra donde había perdido a mi hermana. Era
la primera vez que volvía aquí, y me golpeó tan fuerte como
esperaba. Los recuerdos... sus insidiosos y oscuros zarcillos trataron
de envolverme... de recordarme lo que sentí al yacer en esas arenas
negras y aferrar su cuerpo sin vida. Pero, por una vez, fui lo
suficientemente fuerte como para que no se apoderaran de mí.
El pasado tenía que quedarse ahí para esta luna.
No había forma de devolver la vida a mi hermana, pero podía
evitar más muertes.
La concentración era la clave para evitar que cayera en el abismo
de ese dolor. También era la clave para ganar esta batalla.
—¿Has estado más allá de esta sección plana delantera? —
preguntó Len, que estaba a pocos metros de mí, pero apenas oí sus
palabras.
—No —respondí—. Más allá de los planos está el valle de los
muertos. Está rodeado de cañones, así que ese valle es la única
forma de adentrarse en el Delfora. Pero, por supuesto, los muertos
no entregan su territorio tan fácilmente.
De ahí que Tsuma necesitara este hechizo y la luna de poder para
superar esos “fantasmas”.
Por lo que yo sabía, nadie había entrado en el valle y regresado,
excepto los padres de Reece, e incluso con una aparente luna de
energía en ese momento, él me había dicho que no habían llegado
más que a unos pocos metros de la entrada.
—Muertos literalmente, ¿verdad? —dijo Len, levantando la voz.
Asentí con la cabeza. —Sí, huesos de los muchos que han caído en
las batallas de la tierra sagrada a lo largo de los años. Aunque los
vivos nunca pasan de las llanuras, los muertos acaban enterrados
bajo el valle. En lo profundo de las arenas, alimentando el poder de
Delfora. —hice una pausa—. Aquí es donde descansa mi hermana.
El Fae volvió a guardar silencio, e incluso con ráfagas de mi poder
alimentándome, la inminente batalla presionaba contra mis fuerzas.
Necesitaba que esto terminara de una vez por todas.
45

Cuando por fin llegamos a la orilla del Delfora, había dos barcos
atracados, con los motores en marcha, todavía calientes por su viaje.
Puede que no hayamos visto a Tsuma y a los demás en nuestra
travesía, pero afortunadamente no parecía que estuviéramos tan
lejos de ellos.
Bajando la rampa hacia las arenas negras, era casi imposible que
habláramos ahora por encima del rugido del mundo bajo nosotros.
Cuando mis botas tocaron el Delfora, salté al oír el zumbido de la
energía que corría como una corriente eléctrica debajo. Antes de
que nadie tuviera la oportunidad de alcanzarme, ya estaba
corriendo. El hechizo estaba a punto de explotar, y si no llegábamos
al valle de los muertos, no lo alcanzaríamos antes de ser
completamente engullidos.
Luchar contra el hechizo nos debilitaría, dándole a Tsuma y a los
otros el tiempo que necesitaban para usar la luna de poder, que...
Levanté la vista rápidamente para ver que una fisura era finalmente
visible en el orbe. Esto era, la culminación mientras todo se
preparaba para golpear a la vez.
Los demás cayeron detrás de mí, impulsándose a través de las
arenas negras. Una mirada hacia atrás me indicó que Darin y los
demás, que acababan de atracar, estaban a sólo unos pasos por
delante de la energía emergente. La situación iba a ser muy
complicada para todos nosotros, y con esa idea en mente, me
enfrenté al valle y corrí tan rápido como mi poder me lo permitía.
El zumbido y el rugido crecían bajo nuestros pies, las arenas
negras volaban y nos cubrían a medida que nos acercábamos al
valle. Los dos acantilados de arena compactada se alzaban ante
nosotros, y ver nuestro destino me espoleó más rápido. Sólo unos
pocos kilómetros más y estaríamos allí.
Más adelante, vi por fin a Tsuma y a los demás, al menos dos
docenas de ellos, que también corrían hacia la entrada. Todos
sabíamos que si no estabas en ese valle cuando se produjera la
tormenta de poder y la luna se partiera, no conseguirías pasar la
superficie.
Al arriesgarme a mirar de nuevo hacia atrás, casi pierdo el
equilibrio y me caigo de bruces. Las arenas que acabábamos de
cruzar se habían levantado de las profundidades y habían llegado al
Delfora, formando una enorme ola de arena. Darin y sus Guardianes
se mantenían a duras penas por delante de la furiosa célula de
tormenta, pero aún no habían caído.
—Muévete, Lale —gritó Reece, rodeándome con un brazo al
pasar, tirando de mí por el camino. Shadow, al otro lado, me alcanzó
y me arrastró también, ambos me sostuvieron hasta que mis pies
volvieron a estar debajo de mí, moviéndome sin ayuda.
Habíamos llegado al Delfora justo a tiempo; una ola de arena de
ese tamaño nos habría aplastado a nosotros y a nuestras naves
hasta convertirlas en polvo. Todavía podría aplastarnos ahora si no
movemos el culo. Algunos de nosotros podríamos recomponernos,
pero no a tiempo para salvar los mundos.
—La luna de poder —volvió a gritar Reece, y cuando mi mirada se
alzó brevemente, capté el momento en que la luna roja se fisuró por
el centro, dividiéndose en dos orbes igualmente poderosos. Todo se
estremeció a nuestro alrededor, y Tsuma, que llevaba siglos
esperando este acontecimiento, cruzó finalmente el valle que
teníamos delante, desapareciendo de nuestra vista.
Cuando nos acercamos al valle, los dos enormes acantilados
bloquearon parte de la intensa energía de la luna. Cuando entramos
en el valle, una helada descarga de poder ancestral se clavó en la
mía. Ese toque fue una advertencia, y normalmente, si hubiéramos
ignorado esa advertencia, seríamos arrojados de nuevo al Delfora.
Pero en esta luna en particular, los otros poderes la superaron y
logramos pasar.
Shadow y los demás retrocedieron en el valle, más afectados por
las protecciones. Reece no sintió nada, su conexión con Delfora nos
daba a ambos una ventaja, y sin esperar, empujamos hacia adelante,
sabiendo que había que detener a Tsuma. Las barreras ya estaban
cayendo, y ella tenía ventaja. El tiempo se agotaba.
Cuanto más avanzábamos por este valle, más oscuro se volvía por
encima de nosotros hasta que sólo se iluminaba en largos arcos de
luz roja a través de nuestro camino. Eso no significaba que la
potencia de esas lunas fuera menor, pero sí bloqueaba parte del
impacto.
En algún momento, el rugido de las arenas a nuestras espaldas se
calmó, y Reece y yo miramos hacia atrás para descubrir que la ola
había dejado de avanzar, atrapada en los acantilados, incapaz de
adentrarse en el valle más que a trompicones. Por suerte, todos
nuestros aliados, incluidos Darin y los Guardianes, habían logrado
pasar. Y ahora teníamos una oportunidad.
Desplegando mis alas, me preparé para volar alto y ver dónde
habían acabado Tsuma y los demás. Cualquier información sobre lo
que nos encontrábamos podría ayudar, y una vista de pájaro era
una ventaja. Al aletear con fuerza, mis pies abandonaron la arena,
pero no llegué a estar más de un metro y medio en el aire cuando
choqué con una barrera.
Las protecciones del valle seguían siendo lo suficientemente
fuertes como para luchar contra mí desde arriba, dejando sólo
nuestro estrecho camino para atravesar. Frustrada, aterricé y
reanudé mi carrera, comprendiendo que aquí no iba a haber ningún
atajo.
—No le estamos ganando terreno —maldije mientras intentaba
moverme más rápido, pero ya estaba al máximo.
—Ella está impulsada por el poder del hechizo —dijo Reece, sin
sonar ni remotamente sin aliento, a pesar de nuestro ritmo—. Le
está dando habilidades antinaturales.
Explicaba por qué había sido capaz de llegar aquí tan rápido como
lo hicimos nosotros y permanecer sin ser detectada a lo largo de su
viaje. —No pasa nada, no podrá usarlo durante mucho tiempo —
dije, empuñando mis dagas, preparada para lo que fuera que nos
encontráramos.
El camino empezó a curvarse, a serpentear y a estrecharse.
Llegados a este punto, no había más remedio que avanzar en fila
india, y seguí a Reece, cuyos anchos hombros casi rozaban los
bordes en algunos tramos. En los pequeños destellos que captaba a
su alrededor, estaba segura de que estábamos cerca del final del
valle.
—Hay algo en las arenas más adelante —me dijo Reece, y me
agaché para ver a qué se refería. Casi parecía que había escombros
en el camino...
Sólo cuando las arenas negras crujieron bajo mi bota pude ver
exactamente lo que surgía de las arenas: huesos. Los que debían
estar enterrados en lo más profundo de esta tierra, alimentando su
protección y aumentando el poder que aquí corría.
—El ritual está en marcha —Reece sonaba cabreado—, y si no
nos damos prisa, tendrá éxito y las arenas nos arrastrarán a todos.
Ya nos movíamos a súper-velocidad, pero encontramos la fuerza
para ir más rápido, el crujido más fuerte a medida que más huesos
llenaban el camino. Me mataba saber que se estaba arrancando a los
muertos de su lugar de descanso y se les estaba faltando al respeto,
sobre todo cuando uno de ellos era mi hermana, pero no había nada
que pudiera hacer para arreglarlo ahora mismo. Si no movíamos el
culo, nos uniríamos a ellos en su descanso eterno, y eso era
inaceptable.
Reece dobló una última esquina, y el camino se abrió por primera
vez en minutos, extendiéndose más que en cualquier otro punto.
Este era el último del valle, el cruce antes del lugar de descanso de
los dioses. La fuente de la energía fría y mordaz.
Esta era nuestra última oportunidad de detener a Tsuma antes de
que los antiguos se alzaran y nos destruyeran a todos.
46

Ser uno de los primeros en ver esta sección del Delfora agitó las
partes de mí que amaban la historia y los libros. Durante toda mi
vida, siempre había devorado información, abrazado culturas y
estudiado la guerra. Habría estado bien que, en lugar de la batalla,
estuviera aquí para examinar los dos antiguos pilares, llenos de una
extensa escritura, que enmarcaban el lugar de descanso de los
antiguos dioses. Tal vez si sobrevivíamos, finalmente aprendería
sobre este mundo... este lenguaje. Pero hasta entonces, mi atención
debía centrarse en aquellos que habían dejado que sus ansias de
poder destruyeran su sentido común.
Tsuma y todos los desérticos que había reclutado para su causa.
Sus números se dispersaron en nuestra dirección, más de los que
había contado inicialmente, dejando sólo a Tsuma entre los dos
pilares de seis metros. Estábamos lo suficientemente cerca como
para ver que la escritura que los cruzaba era familiar pero ilegible.
El lenguaje de los dioses y las reglas de las que Reece había hablado
todas esas lunas atrás.
La misma escritura tatuada en el vientre de Reece.
También era aquí donde se tallaban los hechizos para impedir
que los dioses se levantaran, y Tsuma estaba en la posición perfecta
para romperlos todos.
—Por todas las dinastías —maldijo Reece mientras disminuíamos
la velocidad, preparados para luchar contra los desérticos que
corrían hacia nosotros, decididos a proteger a Tsuma.
—Traidores —rugió Darin desde las cercanías, habiendo notado
claramente el color de túnicas en todos los tonos de la arena.
Ese fue todo el tiempo que tuvimos para conversar porque
estábamos a punto de combatir. Levanté mis dagas curvadas
mientras mis alas se liberaban. Utilicé su fuerza para darme más
impulso. Incluso encajonada por la barrera de arriba, volé por
encima del primer grupo para cortar el segundo, rompiendo sus
filas. Mi objetivo era atravesar este lote y llegar a Tsuma antes de
que pudiera joder los mundos.
La primera desértica con la que me crucé fue una mujer de piel
pálida de Shale, con una túnica marrón que brillaba ligeramente con
la poca luz. Me obligué a ignorar su energía juvenil (no tenía más
que unas pocas décadas de vida) y no moderé mi ataque. Al lanzar
dos tajos seguidos, me sorprendí cuando ella esquivó los golpes y
extendió la mano para pasarla por mi piel. Una mano que estaba
cubierta de un magenta intenso, como si hubiera sido sumergida en
pintura o... sangre. ¿Era esto parte del ritual que estaban utilizando
para romper el hechizo? ¿Qué clase de arma era para que la
eligieran en lugar de las cuchillas?
Como necesitaba saber a qué nos enfrentábamos, dejé que me
tocara deliberadamente la piel la siguiente vez que lo intentó, y el
ardor de una energía oscura comenzó en lo más profundo de mis
músculos y mi tejido conjuntivo. Una quemadura que ya había
sentido antes, aunque nunca se había administrado de esta manera.
Llevaba el poder de la energía del sacrificio de sangre, y
arriesgando una rápida mirada a Tsuma, observé que ella también
llevaba las manos de color rojo, levantándolas para colocarlas
contra los pilares. Buscando más con los segundos que tenía, vi lo
que parecía un cuerpo tendido en las arenas ante ella, semi-cubierto
e inmóvil. Mierda, ahora estábamos en problemas.
El poder de las dinastías reunidas y las lunas les habían traído
hasta aquí, pero el paso final era, como siempre, la muerte. En toda
su ironía, la muerte en Delfora traería vida.
Mi furia aumentó, e ignorando el ardor bajo mi piel, giré mi
cuerpo hacia un lado y solté una daga curva con toda la fuerza y
velocidad que pude. Nunca vaciló, leal y fuerte, unida a mí a través
de muchas batallas. La hembra de Shale gritó cuando la curva le
cortó las manos, y ambos apéndices golpearon la arena para
marchitarse y quemarse.
—Corten sus manos —grité a los demás—. Si los tocan, su magia
les quemará de adentro hacia afuera.
Mi energía aún no había curado mi quemadura, pero era lo
suficientemente fuerte como para evitar que se extendiera y
posiblemente destruyera otras partes de mí. Algunos miembros de
mi familia no tenían tanto poder, y este tipo de energía oscura
podría matarlos.
Especialmente Alistair, que ya estaba luchando con el aire más
seco.
Había demasiados combatientes entre nosotros como para poder
comprobarlo, así que tuve que esperar que estuviera a salvo
mientras trabajaba tan rápido como podía para eliminar a los
demás.
Me enfrenté a un varón de Holinfra; el gris de su túnica era
insípido con esta iluminación, y combinaba perfectamente con su
rostro. Gruñó mientras se lanzaba hacia mí, con las manos al frente,
ya que esa era su arma preferida en esta luna. O debería decir lunas,
ya que el poder de sus manos era probablemente gracias a los
gemelos de arriba.
Esperando a que casi chocara conmigo, me dejé caer y me deslicé
por debajo de su agarre, apareciendo detrás de él. Otro Holinfra
esperaba allí, así que estaba rodeada por ambos lados, pero no me
preocupaba. Al dar una patada al que me daba la espalda, metí mis
dagas curvas en sus fundas y saqué mi espada de la vaina. Su
longitud me dio suficiente alcance para alejarme de sus manos, y
cuando corté la muñeca derecha del segundo Holinfra, éste
retrocedió para escapar.
Con una sonrisa, giré para tomar impulso y solté la espada en
línea recta, enviándola a la base de su garganta, casi cortando su
cabeza. Antes de que su grito se apagara, el primer Holinfra estaba
de vuelta, y utilicé parte de mi energía para inmovilizarlo en el suelo
mientras extendía una mano para coger mi espada. La espada
regresó a mi llamada, y yo estaba en la posición perfecta para clavar
la hoja en el pecho del primer Holinfra.
Estos traidores de las Tierras Del Desierto estaban llenos de
energía, eran rápidos y mortales, pero carecían de experiencia en el
combate, lo que sería su perdición.
Mientras me ponía en pie, preparada para la siguiente oleada, una
onda de calor y arena me golpeó, y miré para encontrar a Shadow y
Reece abriéndose paso entre los traidores restantes. Hasta ahora
habían estado algo impedidos, sin poder usar todos sus poderes con
todos nosotros tan cerca, pero ahora estaban decididos a llegar a...
Mis ojos siguieron su camino, justo hasta Alistair.
Todo en mi interior se paralizó, el mundo parecía ralentizarse en
torno a los acontecimientos que ya podía ver desarrollarse. Alistair
había sido mi mayor preocupación desde que comenzó toda esta
misión, y ahora mismo estaba luchando por su vida. Los desérticos
lo habían arrinconado contra la ladera del valle mientras utilizaba
cuchillas de agua para quitarles las manos. Estaba resistiendo, pero
podía ver lo que tenía a sus hermanos en pánico.
Su piel era casi blanca y con escamas.
Había dado todo lo que tenía y se estaba debilitando frente a los
enemigos que estaban llenos de energía de sacrificio. Sólo haría falta
un desliz.
Reece y Shadow sintieron las mareas del destino...
Corría y gritaba, mi espada cortaba todo lo que se interponía en
mi camino, pero llegaría demasiado tarde. Lo había intuido desde el
primer momento en que Alistair entró en la nave. Había esperado
contra la inevitabilidad de su muerte, pero cuando un Rohami se
agachó bajo su brazo y golpeó su mano contra la piel desnuda y
escamada de Karn, supe que ahí terminaba el viaje de Alistair.
Mi espada se liberó tan rápido como las llamas de Shadow y las
arenas de Reece, pero llegamos demasiado tarde. Corriendo hacia él,
con la arena volando a mi alrededor, estaba claro que nuestro amigo
no era la única víctima, ya que muchos de los Guardianes de Darin
también habían caído, pero no podía centrarme en eso. Ahora no.
Alistair cayó de rodillas, y cuando sus ojos se encontraron con los
de Reece, que estaba casi encima de él, se abrieron de par en par
con esa maldita mirada de sorpresa. Estaba claro que realmente
había creído que tenía lo necesario para sobrevivir aquí.
Él también lo habría hecho, si no fuera porque el ritual de sangre
se basa directamente en el fuego de este mundo.
La energía de Reece lanzó al Rohami contra el acantilado,
aplastando cada hueso de su cuerpo, pero era demasiado tarde para
salvar a Alistair. Cuando mi compañero se dejó caer para acunar a
su hermano caído, mi pecho se agitó mientras luchaba contra la
oscuridad que me rodeaba. Esta muerte hizo que los recuerdos que
había podido bloquear antes surgieran, abrumando mi sistema. Era
Leka de nuevo, la muerte de alguien a quien amaba en las oscuras
arenas de Delfora.
Habíamos fallado en nuestra misión. Le habíamos fallado a Mera.
Le habíamos fallado a Alistair.
Al caer junto a Reece, extendí la mano y rodeé a Alistair. A pesar
de la forma profética que había sentido en este viaje, una parte de
mí seguía rezando para que fuera lo suficientemente fuerte como
para luchar contra el fuego. Rezando para que hubiera una
oportunidad de salvarlo.
Pero no estaba previsto.
En el momento en que la vacuidad de su esencia me golpeó, lancé
un grito de batalla, y no fui la única. La forma de bestia de Shadow
se alzó sobre mí mientras se enfurecía, enviando llamas para
limpiar el mundo. Sólo podía esperar que nuestros otros amigos se
apartaran del camino, porque nadie podría sobrevivir a ese fuego.
Bajando la cabeza sobre el cuerpo de Alistair, susurré
maniáticamente rápidas oraciones, desesperada por enviarlo a la
otra vida bendito como el guerrero que era. Mientras tanto, mi
corazón se agrietaba y sangraba, el pasado y el presente se
mezclaban con tanta fuerza que por momentos todo lo que podía
ver era a Leka. Su hermoso rostro. Su esencia vacía.
Mi poder se derramó de mí, golpeando la tierra que nos rodeaba y
mezclándose con la del Delfora. Por mucho que supiera que tenía
que recomponerme y llegar a Tsuma, no podía reprimirlo. No podía
contener las mareas por más tiempo. Mi capacidad para
compartimentar y concentrarme se había ido a la mierda, y no había
nada que hacer salvo aguantar el tirón y esperar que mi dolor de
luto no nos destruyera a todos.
Reece y Shadow eran los únicos que podían acercarse a mí
mientras mi poder se extendía como un escudo protector a nuestro
alrededor, pero al mismo tiempo, todo lo que nos rodeaba se quedó
en silencio, el tipo de silencio que hablaba de que se acercaba el
peligro.
Excepto que sabía que habíamos destruido a todos los secuaces
de Tsuma. El fuego de Shadow se había encargado de los que se
habían perdido en la batalla.
¿Estaba Tsuma terminando el ritual?
Con un último susurro sobre Alistair, conseguí ponerme en pie,
con los miembros temblando mientras buscaba mis armas, sin
sorprenderme al ver que habían vuelto a sus vainas y fundas. Al
menos una parte de mi vida iba según lo previsto. Una parte de
entre cientos.
En mi dolor, la energía se arremolinaba dentro de mí, y estaba
lista para enfrentarme a los antiguos. Esto no terminaría hasta que
yo lo dijera, y ahora mismo, estaba lista para luchar.
—Lale —susurró Reece.
Esa palabra atrajo toda mi atención, y cuando mi mirada se elevó,
esperando ver a Tsuma hinchada de poder, en su lugar...
La siguiente respiración se me atragantó mientras miraba a los
dos fantasmas de pie en el camino.
Flotando por encima de los propios huesos del valle.
47

No tenía ni idea de cómo me había movido tan rápido. Incluso para


mí, fue un mero instante antes de estar a medio camino hacia
Tsuma, dirigiéndome directamente hacia las dos figuras espectrales.
Reece estaba a mi lado, e incluso a través de la cacofonía del dolor y
la incredulidad, hubo un destello de paz al saber que no me
enfrentaba a esto sola. Ya no.
—¿Son realmente ellos? —pregunté, sollozando con cada palabra.
Se aclaró la garganta. —No lo sé —dijo finalmente—. Pero de
cualquier manera, todavía hay una oportunidad para detener a
Tsuma, y tenemos que pasar por ellos para hacerlo.
Los fantasmas no eran cualquiera, sino Leka y Rhett. La pareja
translúcida flotaba en el camino, con el mismo aspecto de hace
tantos años, ataviados con el equipo de batalla y con sonrisas en sus
rostros. Ambos sentían un amor por la vida que aparentemente
perduraba a través de la muerte y hasta el otro lado.
Cuando estaba a unos metros, reduje mi ritmo pero no me detuve.
Necesitábamos saber si eran una barrera física o no. Leka me guiñó
un ojo cuando pasé a través de ella, y en otro chasquido, estaba de
nuevo frente a mí. Esta vez, agitó las manos, pero cuando abrió la
boca para decir algo, no surgió ningún sonido.
Una barrera mantenía separados a los vivos y a los muertos, y
aunque podía verla, no podíamos hablar. Pero leí los labios lo
suficientemente bien como para entender lo que decía.
Corre. Apresúrate.
—No están aquí para detenernos —le dije apresuradamente a
Reece—. Están ayudando.
Esto me dio una última sacudida de energía para cruzar la arena y
chocar con Tsuma, enviándola a volar contra el pilar ante el que
estaba. En el mismo instante, las arenas de Reece formaron armas
como el cristal, cortando sus manos limpiamente. No se detuvo ahí;
su furia por Alistair y la traición en general le impulsó a castigarla.
Estaba a punto de hacer lo mismo, cuando un rugido procedente
de detrás de nosotros me hizo girar para ver que la gigantesca ola
de energía de arena de antes, que había estado luchando por
atravesar el valle, se dirigía ahora rápidamente hacia nosotros. Grité
a Shadow, que ya estaba entrando en acción, enviando una barrera
llena de llamas que envolvía al resto de nuestros amigos y al cuerpo
de Alistair.
Él los protegería, lo que significaba que Reece y yo éramos lo
único que quedaba para evitar que los antiguos se alzaran. Al
girarme, lo encontré sosteniendo a esa perra desleal con sus arenas,
mientras ella reía maníacamente.
—Tus padres habrían estado aquí si aún estuvieran vivos —se
burló—. Ansiaban el poder, igual que el resto de los que nacimos
demasiado cerca del Delfora. Tú eres la prueba de ello.
—Reece —grité por encima del estruendo del hechizo que no
había parecido notar en su rabia—. ¿Cómo podemos detener las
arenas?
Por fin lo entendió, y dirigió hacia mí unos ojos azules como el
hielo antes de que miraran a lo largo del valle.
—¿Los otros? —preguntó, con una voz anormalmente grave.
—Shadow los tiene en un escudo protector, pero eso sólo durará
por un tiempo —grité, el rugido se hizo más fuerte. Las arenas
estaban ahora a la altura de Shadow, así que sólo teníamos unos
segundos hasta que nos engulleran a nosotros también.
Agarré un puñado de la túnica de Tsuma. —¿Cómo detenemos
esto? —Le grité en la cara—. Todos tus seguidores están muertos, y
tú estás a punto de unirte a ellos. Ahora no hay nadie que controle a
los dioses.
Su rostro se quedó finalmente en blanco. —No hay manera de
detenerlo —susurró—. El ritual se completó cuando la sangre del
sacrificio llenó el espacio final —miró hacia el pilar y vi el profundo
borgoña que goteaba a lo largo de la escritura que no podía leer,
llenándolo todo.
Antes de que pudiera decir otra palabra, Leka y Rhett aparecieron
ante nosotros, saltando y gritando, haciéndonos señas para que
pasáramos los pilares hacia el desierto donde descansaban los
antiguos. Nos estaban diciendo lo que ya sabíamos: el tiempo se
había acabado y nuestra única opción era salir de este valle antes de
que las arenas nos aplastaran.
Dejando a Tsuma tirada en el suelo, corrimos. Detrás de nosotros,
un tintineo y un crujido de huesos resonaron entre las paredes del
cañón, y el calor de la rabia de este poder me quemó la columna
vertebral. Esta era la razón por la que los desérticos no eran
bienvenidos en esta parte de Delfora. Los poderes de aquí eran
fuertes e impredecibles, y cuando se mezclaban con las energías de
las ocho dinastías y una luna de poder... Bueno, el muro de energía
de arena destructiva era el resultado final.
Tsuma debería haberlo sabido; su codicia de poder ahora podría
destruirnos a todos.
Los dos pilares antiguos se habían erigido como una barrera para
el lugar de descanso de los dioses durante una eternidad (desde los
días antiguos) y, cuando intentamos cruzar, esperaba que nos
lanzaran hacia atrás. Pero en el último segundo, nuestros fantasmas
nos envolvieron, enviándonos a un territorio desconocido. Los
muertos podían cruzar donde los vivos no eran bienvenidos.
Las arenas que habían estado justo detrás de nosotros chocaron
con las barreras de los pilares y se quedaron donde estaban, sin
poder cruzar tras nosotros. Sin embargo, eso no significaba que no
hubiera poder en este lado. Tsuma había roto los hechizos que
sujetaban a los dioses, y bajo nuestros pies ya se podían sentir las
ondulaciones y las sacudidas de las arenas. Una sacudida
especialmente grande nos lanzó a Reece y a mí por los aires, pero
mis alas, aún metidas por detrás desde la pelea, se abrieron sin
pensarlo y nos atrapé a los dos. No es que Reece necesitara mi
ayuda, pero fue agradable salvarle por una vez.
Cuando volvimos a la tierra, bajo la brillante luz de una luna
potente, supe que habíamos llegado demasiado tarde.
El ritual se había completado y los dioses estaban a punto de
levantarse.
Sentí una mano en mi hombro, y sabiendo que no podía ser Reece
desde ese ángulo, me giré para encontrar a Leka a mi lado, con un
aspecto muy poco espiritual.
—¿Puedes tocarme? —estallé.
—No tienes mucho tiempo —dijo, y tuve que estirar la mano y
agarrarme a ella cuando me flaquearon las piernas al oír su voz
musical—. Nos llamaste en tu dolor, y sabíamos que teníamos que
venir a hacerlos cruzar el portal, pero el otro reino nos está
llamando —Sus ojos dorados se fijaron en los míos—. Los antiguos
despiertan.
Mi pecho se agitó mientras me abrazaba a ella; tenerla de vuelta
durante estos pocos segundos significaba más de lo que jamás
imaginé.
—¿Cómo evitamos que esto ocurra? —conseguí decir.
—Tienes que volver a ponerlos a descansar —dijo Rhett desde
donde aparecía junto a Reece, pareciendo una versión ligeramente
más rubia y de piel más oscura de su hermano.
Reece negó con la cabeza. —Tú no moriste en estas tierras; tus
huesos ni siquiera descansan aquí. ¿Cómo es posible?
Rhett cambió su mirada para mirar fijamente a Leka.
—Donde va su alma, va la mía. Nuestros destinos siempre
estuvieron entrelazados.
Incluso en este momento en el que todo se había ido a la mierda y
en el que posiblemente el mundo se acabara, eso era un rayo de luz
que calmaba una pequeña fracción de mi dolor. No sabía que su
vínculo era tan fuerte... tan fuerte como el de Reece y el mío.
Mi hermana le sonrió; su rostro era más suave de lo que había
sido en este reino.
Antes de que pudiera caer en mis sentimientos por esto, Leka
volvió a centrarse en mí. Levantó la mano y me colocó detrás de la
oreja un mechón de mi trenza que había quedado libre.
—Puedes detenerlos, Mel. Por fin estás abrazando todas tus
facetas, incluida la que nació para existir en las Tierras del Desierto.
Úsalo todo ahora. Usa tu vínculo con Reece, y devuelve a los dioses a
su lugar de descanso.
Parpadeó, casi desapareciendo por completo, e intenté
desesperadamente aferrarme a ella, necesitando un último toque
antes de que se perdiera para siempre de nuevo. En mi dolor por
Alistair, mientras estaba en esta tierra de poder, había logrado
llamar su alma. Pero no era mía para conservarla.
—Te amo, Leka —susurré—. Hasta que nuestras almas se
encuentren de nuevo.
Me abrazó con fuerza y, por un segundo, volvimos a ser almas
gemelas.
Pero entonces se acabó.
Cuando abrí los ojos, Leka y Rhett se habían ido. Sé feliz. Escuché
en las brisas antes de que su energía regresara a un reino que no
podía encontrar. Al menos no todavía. Cuando me encontré con la
mirada de Reece, una emoción agridulce perduró entre nosotros.
Nos alegraba saber que se habían encontrado en la otra vida, pero
no tenerlos aquí con nosotros era una herida que nunca sanaría del
todo.
—Al menos ahora sé por qué Rhett no volvió a ser el mismo
después de aquella batalla —dijo Reece sacudiendo la cabeza.
—Aquella batalla se sintió como si se lo llevara todo —dije
tragando con dificultad mientras me ponía a su lado—, pero no nos
llevó a nosotros. Todavía estamos aquí, siglos después, y podemos
terminar esto.
Reece, con el rostro marcado por las duras líneas de su expresión
guerrera, asintió.
—¿Tienes alguna idea?
Me tomé un segundo para mirar a mi alrededor, observando que
el lugar de descanso de los antiguos era un gran cañón
perfectamente circular, con acantilados que se curvaban por encima
para definir la forma. Detrás de nosotros estaba el valle, cuyos
pilares eran la única parte visible, ya que las arenas estaban
aplastadas contra la barrera, ocultando todo lo demás. Frente a
nosotros había otro conjunto de pilares, que sólo podía imaginar
que custodiaban una amenaza aún mayor que los antiguos bajo
nuestros pies.
—Hagamos lo que hagamos, debemos hacerlo rápido —dije
finalmente—. Porque no tengo ni idea de cuánto tiempo Shadow
podrá protegerlos de ese diluvio.
—Todavía están vivos —me aseguró Reece, con su mano contra el
pecho—. Puedo sentir su fuerza vital, pero el tiempo se acaba.
Lo hacía, pero por una vez, no me enfrentaba a esto sola. —
Verdaderos compañeros —le recordé—. Nos enfrentaremos a esto
juntos.
Siempre.
48

Reece rodeó mi cintura con sus brazos y me atrajo contra su


costado.
—Siempre fuiste mi mayor deseo y mi más destructiva derrota —
murmuró, presionando sus labios contra mi mejilla. Su mano se
deslizó hacia abajo para agarrar su camiseta—. Pase lo que pase,
necesito que sepas... —Mis ojos recorrieron su torso hasta donde
había levantado el dobladillo para revelar las palabras grabadas en
su piel—. El día que nos peleamos, me tatué esto. Nuestros nombres
están entrelazados hasta que las arenas se desvanezcan en una
escritura antigua.
Por fin. Por fin supe que lo que había sentido era tan importante
que había marcado su piel de forma permanente. Me destrozó la
comprensión de que incluso cuando me había odiado, nunca me
había dejado ir.
—¿Todo este tiempo? —logré decir.
Su burla fue baja y rota. —Desde el día en que entraste en mi vida.
Mi ira era fuerte, pero nunca dudé de nuestro destino.
El ritmo de su energía coincidía con el de la mía, y cuando
nuestros labios se encontraron por lo que realmente esperaba que
no fuera la última vez, lo sentí dentro de mi alma. Nos dimos este
momento, un mero segundo, antes de alejarnos sabiendo que los
mundos no se iban a salvar así.
Nuestros “cerebros de compañeros” adictos tuvieron que ser
archivados por nuestros lados guerreros.
—¿Cómo evitamos que se eleven? —pregunté, catalogando de
nuevo las arenas que nos rodeaban—. ¿Qué hay más allá de esos
otros pilares?
Reece se volvió hacia el segundo conjunto a cincuenta metros de
nosotros.
—Nunca he estado tan lejos, pero sólo puedo suponer que más
allá hay más pabellones y el lugar de descanso de la Muerte y todo
lo que conlleva.
Como esperaba.
—¿Cómo obligaron a los antiguos a descansar en primer lugar?
La respuesta de Reece fue inmediata. —Yo no estaba aquí, pero
las historias hablan de un método similar al que Tsuma utilizó para
despertarlos. Ella rompió los hechizos, mientras que el original
habría implicado grabar esas antiguas palabras en las piedras. Se
necesita sacrificio y poder. Mucho poder.
Tenía sentido y explicaba por qué Tsuma había tenido que
esperar hasta que el mundo estuviera básicamente rebosante de
energía para romper esos antiguos hechizos.
—Tenemos mucho poder y una conexión con este mundo —le
recordé a Reece—. Más que nadie. Creo que si lo combinamos todo y
sangramos esa esencia en otro pilar, quizá podamos impedir que se
regenere por completo.
Las arenas rojas de Reece fueron repentinamente visibles y
azotaron a nuestro alrededor.
—Hay una posibilidad —confirmó—. Los antiguos todavía están
en proceso de levantamiento, por lo que hay una ventana de
vulnerabilidad.
Una oportunidad era mejor que nada.
Reece, que parecía haberlo calculado todo, hizo girar sus arenas
por un momento, mirando hacia abajo en el Delfora. Su mirada
volvió a los pilares del cruce del valle, donde el negro se
arremolinaba maniáticamente, bloqueando nuestra visión de todo,
incluidos nuestros amigos en algún lugar más allá.
Atrapados en el poder.
—Necesitamos esa energía —murmuró—. De las dinastías.
Antes de que pudiera pedirle más detalles, estaba corriendo hacia
los pilares. Yo iba sólo unos pasos por detrás. Cuando llegamos,
apretó las manos contra la barrera, pero las arenas le impidieron
pasar.
—Normalmente podríamos pasar —dijo distraído, con la mirada
recorriendo los pilares—, ya que este hechizo fue diseñado para
bloquear en una dirección. Pero hay demasiado poder en el otro
lado. No puedo penetrarlo, y no se aliviará hasta que la luna de
poder de arriba se desvanezca.
—¿Pero necesitas esa arena para el pilar? —confirmé.
Asintió con la cabeza. —Sí, y creo que hay una manera de
conseguirlo si lo desvío en pequeños incrementos.
—Entonces, date prisa —dije rápidamente, sintiendo la continua
destrucción de las barreras debajo de nosotros, junto con la
sensación de que los cimientos de nuestros mundos estaban
cambiando. Mi línea familiar era un poder original, todos nosotros
nacimos para mantener el equilibrio. Así era como sentía los
acontecimientos de nivel de extinción, y sabía que ahora estábamos
en el precipicio de uno.
Las manos de Reece ardían contra la barrera de arena y el calor
estallaba a nuestro alrededor. En unos instantes, la arena se
convirtió en cristal negro, pero él no se detuvo ahí. La tensión se
reflejaba en su rostro mientras luchaba contra la barrera. Quería
ofrecerle mi apoyo y mi energía, pero, a menos que me lo pidiera, no
podía arriesgarme a desviarlo de su tarea.
El calor creció cuando Reece retiró la mano y, para mi sorpresa, el
cristal le siguió, caliente y flexible, mientras lo sacaba de las arenas
espeluznantes. El estruendo debajo de nosotros se hizo más fuerte,
casi haciéndome caer, pero Reece no se movió. Se limitó a seguir
tirando de la arena en incrementos lentos y agónicos.
—Están cerca —resopló—, pero yo también. ¿Compartirás tu
poder conmigo?
Asentí con la cabeza mientras me acercaba a trompicones. —Sí,
todo lo que tengo. En lo profundo del Delfora, no puedo obtener más
desde Honor Meadows, sin embargo.
Reece asintió, todavía concentrado en el cristal que estaba
tejiendo en forma de pilar, aprovechando lo que había sacado de la
barrera.
—Tendremos que asegurarnos de que es suficiente.
Estaba dispuesta a drenar cada parte de mí para mantenerlo a él y
a mis amigos con vida.
—Prepárate, Lale —dijo, construyendo más rápido hasta que el
pilar era casi tan alto como él—. Estoy a punto de escribir el
hechizo, y al hacerlo, necesitamos sangrar poder para asegurar la
atadura.
Cerró la mano sobre la punta del pilar, que ahora era cilíndrico y
tenía unos quince centímetros de diámetro. Presionando con más
firmeza, sus nudillos se volvieron unos tonos más claros que su piel
mientras cerraba los ojos y murmuraba hechizos en la antigua
lengua. En la pieza antes lisa, empezaron a aparecer palabras y
escrituras, y con cada nueva línea, Reece parecía más agotado,
especialmente cuando la sangre finalmente rezumaba de su palma,
corriendo rápidamente a lo largo del pilar.
A estas alturas, el estruendo debajo de nosotros era casi
ensordecedor, y por encima de mi hombro las arenas se
desprendían mientras los dioses se elevaban.
—Tu turno, Lale —gritó Reece, haciendo que mi mirada volviera
a dirigirse a él cuando arrancó su mano y sangre de color ocre
intenso nos roció. No dudé, golpeando mi mano en el mismo lugar
donde había estado la suya, cerca del pico del pilar. Las púas que no
había notado se incrustaron en mi piel, cortando con facilidad, pero
el dolor fue fácilmente ignorado. El rojo intenso de mi sangre,
cambiado desde mi renacimiento, se derramó con mi poder. Ambos
se mezclaron con la de Reece, entrelazándose como viejos amigos.
Como verdaderos compañeros.
—No des demasiado, Lale —advirtió, rondando cerca. La
vibración de la tierra le hizo tropezar. Estaba bastante segura de
que era una de las únicas veces que se había desequilibrado en las
arenas.
—Esta es nuestra oportunidad —le recordé entre dientes
apretados—. Una oportunidad. Lo daré todo y más.
Su pecho retumbaba como la propia tierra, pero no discutió, sino
que optó por colaborar conmigo colocando sus manos en el cristal
justo debajo de las mías, nuestra esencia y energía se mezclaron y
sellaron la fuerza de este pilar.
Comenzó a leer las palabras de nuevo, una y otra vez, utilizando la
fuerza de ambos para asegurarse de que teníamos éxito aquí. Su voz
grave y profunda me dio un momento de consuelo, incluso cuando
me debilité y me desplomé hacia delante. Quería hablar con él en
esta lengua extranjera y antigua que me parecía familiar, pero que
en realidad no lo era. No conocía el idioma, así que no podía hacer
más que sangrar poder y vida en las arenas de abajo y rezar para
que diéramos lo suficiente.
Rezar para que las arenas dejaran de temblar y separarse.
Era nuestra única esperanza.
49

Para mi gran alivio, cuando me desplomé contra el cristal,


sintiéndome tan agotada como nunca antes, la tierra finalmente se
calmó. Y el zumbido de poder debajo de nosotros estaba
definitivamente disminuyendo. Reece se calmó, dejando que la
antigua lengua se liberara de sus labios mientras soportaba mi peso,
evitando que me desplomara sobre la tierra. Las palabras grabadas
en el cristal ahora estaban cubiertas con nuestra sangre, al igual que
las arenas debajo, y el pilar parecía ser más fuerte y poderoso que
los originales.
⎯¿Funcionó? —jadeé, apenas consciente.
Apretó su agarre sobre mí, y no me gustó su vacilación cuando
dijo:
⎯Las arenas siguen cayendo.
Levanté con esfuerzo mi cabeza para ver desaparecer una gran
cantidad de arena.
⎯No funcionó —sollocé.
Habíamos estado tan cerca. Lo había sentido.
⎯No les dimos el sacrificio —dijo Reece.
⎯La muerte es lo que los contiene —susurré, pensando en los
huesos que yacían en el valle. Habíamos sido tontos al pensar que
podíamos evitar esa parte final de su vinculación.
A través de la brecha en la arena, los dioses se alzaron hasta que
seis de ellos se cernieron frente a nosotros. Cada uno medía por lo
menos cuatro metros de alto, y vestían túnicas ornamentadas en
marfil y plata. No había forma de decir que habían estado
enterrados durante siglos, sin polvo o descomposición a la vista en
sus inmaculados trajes o en su largo cabello suelto. Sus pieles
estaban iluminadas en tonos marrones y dorados.
Impresionantemente hermosos, todos y cada uno de ellos, pero
también aterradores mientras dirigían sus ojos completamente
blancos hacia nosotros. Luces plateadas se reflejaban en sus
profundidades, y aunque parecía que estaban ciegos, sabía que
podían vernos.
⎯¿Sabes sus nombres? —le susurré a Reece⎯. ¿Quizá tengan
razón? ¿Si apelamos a ellos…?
⎯No uses sus nombres, porque tienen poder —murmuró⎯. Y no
hay forma de que se pueda razonar con ellos.
Mientras decía eso, me soltó para colocarse en frente, atrayendo
toda su atención. Habló en la lengua antigua, palabras que no
entendí, y si sobrevivíamos a esto, me las enseñaría. Si había una
cosa que odiaba, era estar en desventaja por falta de conocimiento.
La diosa que estaba parada frente a los demás se acercó a Reece.
Su cabello era del color de la nieve, contrastando con su piel marrón
y labios perfectamente rosados. Cuando levantó sus manos y dijo
algo musical, noté un segundo conjunto de brazos y manos ubicados
debajo de los dos principales que estaba usando.
Tuve la vaga idea de que esta era Labinthe, la antigua diosa de la
abundancia, que traía la lluvia, los cultivos y los alimentos. Junto con
la destrucción y devastación, dependiendo de su estado de ánimo.
Quienquiera que sea, cuando miró a Reece, vi más que interés en su
expresión.
Vi deseo.
Estos dioses habían estado durmiendo durante mucho tiempo, y
se habían despertado con un ansia de poder. Entre otras cosas.
Cuando habló, luché contra el impulso de taparme los oídos. El
sonido no era fuerte, pero en mi estado de agotamiento, atravesó el
centro de mi esencia.
⎯Nos está dando las gracias por haberlos alzado –dijo Reece en
una voz tan baja que apenas pude escucharlo⎯. Ella reconoce que
mi energía tiene zarcillos de la suya y me está ofreciendo una
oportunidad de estar con ellos mientras devuelven su poder a los
mundos.
⎯Genial —murmuré acercándome a su espalda. Por supuesto
que la diosa impresionante, aterradora y hambrienta de poder
estaría interesada en Reece.
Todas las malditas hembras lo estaban. Aun así, yo era su
compañera, y debilitada o no, ella tendría que arrancarlo de mis
frías y muertas manos. Su voz llenó mi cabeza una vez más, y capté
el tic en la mandíbula de Reece por lo que sea que ella le estaba
diciendo.
⎯Todavía no tienen todo su poder —dijo un poco más fuerte⎯.
Necesitan otro flujo de energía.
⎯¿Y cómo planean conseguir esa energía? —pregunté, sintiendo
que el tic en su mandíbula estaba a punto de ser explicado.
⎯Nuestras suposiciones acerca de lo que está enterrado más allá
de este círculo son correctas.
Grandioso, la jodida Muerte era la siguiente.
En eso, dos de los dioses cerca del fondo, uno con largo cabello
negro, cuatro ojos y sin una boca visible y el otro con rizos de marfil
y un impresionante conjunto de cuernos color magenta que se
curvaban desde su frente, se giraron y empezaron a caminar hacia
los pilares lejanos. Ahora era su turno de sangrar, y cuando lo
hicieran, el vacío original volvería a recorrer los mundos.
Si los rumores eran ciertos, la Muerte hacía que Dannie pareciera
una bebé supervillana.
Me distraje cuando aquella diosa de pelo blanco dio otro paso
hacia adelante con sus largas piernas, alcanzando a Reece con su
primer par de manos, su agudo tono volviéndose más persuasivo.
Mientras él la mantenía distraída, yo intentaba descubrir mi
siguiente plan de acción, ya con las dagas en mis manos. No tenía
idea de si atravesarían la piel de un dios, pero eran todo lo que tenía
en este momento.
Lo que realmente necesitábamos era una maldita gruta.
Inclinándome hacia adelante, envolví mi mano en el bíceps de
Reece.
⎯¿Hay aquí arenas de plata enterradas con los dioses?
Antes de que pudiera responder, la diosa (que por fin se había
fijado en mí) golpeó con su poder, un rayo que se interpuso entre
nosotros, e incluso con una fuerza relativamente baja, su disparo fue
lo suficientemente poderoso como para hacernos volar a Reece y a
mí. Mis alas me atraparon antes de golpear la arena, y las usé para
elevarme unos metros del suelo.
Buscando a Reece en ese preciso instante, parpadeé al ver lo
malditamente cerca que estaba de los dioses ahora. Yo había salido
despedida, pero él estaba justo en sus garras.
⎯Reece —grité, lanzándome hacia él, sólo para encontrarme
chocando contra una barrera de arena que había surgido a mi
alrededor tan rápido que no la había visto venir. Al principio, pensé
que era magia de la diosa de cuatro brazos, hasta que vi las arenas
rojas de Rohami. Las arenas de Rohami que casi me bloqueaban la
vista, excepto por unos pocos espacios por los que podía ver.
⎯¡Reece! —grité de nuevo, golpeando mis manos contra el borde,
maldiciendo mi actual estado de debilidad. Lo habíamos dado todo
para evitar que se levantaran, pero habíamos fallado. Y al hacerlo,
me sentí más vulnerable que nunca.
Sus ojos se encontraron con los míos, piscinas de remolinos
azules en este desierto oscuro, y mis manos se inmovilizaron ante la
expresión que llevaba: resignación y aceptación. Lo que sea que
había planeado, no me iba a gustar, y me gustaba aún menos el
hecho de que me hubiera quitado mi decisión encerrándome en esta
jaula.
Cuando se apartó de mi para enfrentarse nuevamente a los
dioses, me dolió el pecho. Mi vínculo con él se enredó dentro
mientras el dolor palpitaba ente nosotros. ¿Por qué carajos me
había encerrado aquí en una jaula de arena? Cualquiera sea su plan,
yo podría haber ayudado. Éramos más fuertes juntos. Estaría
atrapada en esta maldita barrera hasta que él la levantara o
muriera…
El dolor me golpeó tan fuerte que casi caí de rodillas. Reece se
llevó la mano al pecho, sintiendo mi agonía a través de nuestra
conexión, pero no miró hacia mí. Ahora ambos conocíamos el plan;
Reece estaba haciendo un último intento para devolverlos a las
arenas.
Un verdadero sacrificio.
Con su energía y conexión a esta tierra, él sabía que era el único
que podría hacer esto. El único lo suficientemente fuerte. Estaba a
punto de destruirse a sí mismo… y a mí en el proceso.
Si había una cosa que había aprendido en los muchos años sin mi
compañero, era que no había luz en mi vida cuando él no estaba. No
lo volvería a hacer. Tal como Rhett había dicho sobre Leka, era lo
mismo para mí.
A dónde Reece fuera, yo le seguiría.
50

Las lunas gemelas seguían brillando con fuerza en el cielo, y recé


para que su energía fuera suficiente para reagruparme y luchar para
salir de aquí. Mis ojos nunca dejaron a Reece, que parecía tranquilo,
sin mostrar ninguna indicación de hubiera puesto en marcha un
plan suicida para salvar los mundos.
Una parte de mí quería montar en cólera por lo injusto de nuestro
camino; era pedirnos demasiado. Ya habíamos pasado siglos
separados, y ahora, cuando finalmente teníamos una oportunidad
de vivir, nos la arrancarían una vez más. Pero si hacíamos esto
juntos…
Con mis dagas en las manos, corté la arena que me retenía, y
aunque la punta infundida de energía dividió la barrera, no se abrió
lo suficiente para que pudiera atravesar el escudo. Reece no se
volvió hacia mí mientras luchaba, pero sabía que él sentía mi fuego
y mi pena. Sin embargo, todo fue inútil.
Si sólo pudiera descubrir una forma de aprovechar el poder de la
luna, un evento que ocurrió una vez cada miles de años. Si pudiera
acceder a ese poder, tendríamos una posibilidad. Tal vez ni siquiera
tendríamos que morir, ya que los dioses seguían débiles, y hasta que
la Muerte se alzara, tendríamos una oportunidad.
Solté mis dagas cuando una idea me golpeó. Tal vez mi camino
hacia el poder de la luna era a través de mi vínculo con el dios del
desierto. Él podía acceder a partes de esta tierra a las que yo nunca
podría ser capaz, incluso con toda mi fuerza. Cerrando mis ojos, me
dejé caer al suelo y apreté las manos en la arena, llamando al
vínculo que estaba en lo más profundo de mi esencia. Pasando a
través de mis fuerzas normales, cavé más profundo para encontrar
el poder de las Tierras del Desierto, y ahí estaba, fuerte y perfecto.
Pero sin importar cuántas veces intentara aferrarme a su núcleo, la
esencia se me resbalaba.
Mi grito fue casi ensordecedor mientras dejaba salir mi
frustración, mis ojos seguían cerrados mientras presionaba hacia lo
más profundo de mi pozo de poder. Más profundo de lo que nunca
lo había ido antes. Esta era la parte de mí que había cortado cuando
Reece ya no estaba en mi vida. El lugar dónde mi dolor vivía. Mi
vergüenza. Donde cada parte de mi alma dolía, y al instante recordé
por qué ignorar lo más profundo de mi ser era mi pasatiempo
favorito. Era una herida que nunca se curaría. Un ardor que
quemaba cada vez más profundo, incluso cuando intentaba
exorcizar la carne arruinada. En otras circunstancias abandonaría la
lucha, demasiado débil para destruir a los demonios aquí, pero en
esta luna nunca me detendría.
Tomé el dolor y lo usé para impulsar mi determinación.
La arena se calentó bajo mis manos, y al mismo tiempo, sentí un
aleteo en mi estómago. Una especie de raro revoloteo que atrapó
toda mi atención.
Ahogué un grito ante lo que sentí allí. Imposible. Había estado
buscando la energía de Reece para usar la arena, y lo había hecho,
sólo que…
¿Cómo carajos había sucedido esto?
Antes de que pudiera derrumbarme ante la dolorosamente
trágica verdad de mi nueva existencia, tan perfecta y tan agridulce,
hubo un rugido desde fuera de mi burbuja de arena, y finalmente
tuve que abrir mis ojos. Me empujé contra la arena para pararme, y
ahogué un grito al ver a los dioses rodeando a Reece. A pesar de sus
extraños rasgos, con demasiadas o muy pocas partes, seguía siendo
obvio que estaban furiosos. Reece debió renunciar a su pretensión
de unirse a ellos, y mientras retrocedía, fui la única que se dio
cuenta de que los estaba guiando hacia el pilar de cristal con sangre
que él había creado.
Justo cuando su espalda lo tocó, levantó las manos en el aire, y la
tierra tembló mientras él usaba su energía. Girando en mi jaula,
encontré otra abertura en su arena, y a través de ella, vi los pilares
temblar mientras las arenas negras se estrellaban contra ellos.
Al menos, pensé que eran las arenas, hasta que huesos
irrumpieron en nuestro claro, la barrera no era un problema para
ellos. Los muertos cruzaban donde los vivos no podían, y ahora yo
conocía cada parte de su plan. Reece estaba usando los huesos,
aquellos poderosos guardianes, y estaba a punto de liberarlos a los
antiguos dioses para darse tiempo suficiente para el sacrificio.
Huesos de marfil, oro, negro y bronce de muchas razas se
cerraron sobre los antiguos, y cuando Reece inclinó su cabeza hacia
atrás, dio una palmada. La onda expansiva me hizo retroceder unos
pasos, y volví a la pequeña abertura en mi arena justo para ver que
cada hueso eran cenizas ahora, que caían en forma de lluvia para
cubrir a los dioses, que se enfurecieron ante este inesperado ataque.
Reece se volvió, entonces, y se encontró con mi mirada, y había
tanto arrepentimiento, dolor y resignación en esa mirada que perdí
todo pensamiento consciente, gritando y golpeando mis brazos
contra las arenas, rogándole no hacer esto. No ahora. No cuando
teníamos tanto por lo que vivir.
Sólo necesitaba darme tiempo, una oportunidad para salvarnos a
todos. Yo podía hacerlo, si tan sólo él esperara…
Sus labios se separaron mientras pronunciaba mi nombre, y
entonces, con un último suspiro de aire, se arrojó a sí mismo sobre
el pilar de cristal. El tiempo y el espacio perdieron todo su
significado cuando mi furia y mi agonía se apoderaron de mí,
borrando todos los demás sentidos y emociones. Luego de unos
segundos, noté el pitido en mis oídos, y fue cuando entonces
registré los gritos. Mis gritos.
Cayendo sobre mis rodillas otra vez, ya no podía ocultar la verdad
de lo que estaba sucediendo. Reece se había sacrificado para salvar
los mundos, y todo lo que yo podía hacer era mirar mientras su
cuerpo se deslizaba por el cristal, expulsando lentamente su fuerza
vital. Normalmente, un pilar como ese no podría matar a una
criatura con la fuerza de Reece, pero a través de nuestro vínculo,
sentí su solución a ese problema.
Nuestros ojos estaban conectados, él no había dejado de mirarme
mientras moría, y estaba jodidamente matándome. Mientras me
presionaba en la arena, sentí su poder construyéndose. De la única
forma en la que un eterno podía destruirse a sí mismo: con una
explosión de su esencia.
Los dioses comenzaron a gritar entonces, pero estaban atrapados
en los huesos, que ya habían comenzado a empujarlos de vuelta a
las arenas donde serían retenidos eternamente.
El plan de Reece estaba funcionando, lo que significaba una
mierda para mí si de todos modos lo perdería.
Obligando a mi frenética mente a calmarse, me puse de pie y me
solté el cabello, necesitando el ritual calmante del trenzado antes de
la batalla para entrar en un estado de ánimo que pudiera incluir una
solución antes de que fuera demasiado tarde. Mientras los largos
mechones cubrían mis hombros, extendí la mano para trenzarlo de
nuevo, poniendo mi cerebro en modo guerrero. Yo era toda la ayuda
que le quedaba a Reece, y no lo defraudaría otra vez.
Mientras trabajaba a través de las gruesas hebras, encontré un
pequeño nudo. A los transcendentales no se les formaban nudos,
una peculiaridad de nuestra energía mágica, y, sin embargo, aquí
estaba. Tirando a través de él, porque necesitaba terminar mi trenza
para concentrarme completamente, traté de ignorar las oleadas de
poder de Reece que me decían que casi se había ido.
El fuerte dolor contra mi cuero cabelludo fue breve, y cuando el
pelo finalmente se desenredó, una simple partícula de polvo
plateado flotó frente a mis ojos. Me tomó una fracción de latido
comprender lo que estaba viendo.
Arena plateada.
Atrapando la mota con una mano, mi otra mano bajó hacia mi
estómago mientras unía las piezas. Lo que había sentido antes era
un milagro, y eso explicaba este segundo milagro apretado contra
mi mano. No había tiempo para maravillarse verdaderamente ante
esto mientras la energía de Reece aumentaba cada vez más, y sabía
que esta era mi última oportunidad de detenerlo. Me habían dado
un regalo, y no podía desperdiciarlo.
Golpeando la mano con mi partícula contra la barrera, jadeé ante
el resplandor plateado que estalló a través de las arenas rojas,
disolviendo su barrera como si nunca hubiera estado allí. Mi cuerpo
se movió por instinto, corriendo hacia su compañero, nuestro
vínculo vibrando en mi pecho.
⎯¡Reece! ¡Espera! —grité, deseando que me diera los segundos
que necesitaba.
Justo cuando estaba por alcanzarlo, las arenas rojas se levantaron
para cubrir su cuerpo, y cuando las yemas de mis dedos rozaron su
brazo, el mundo se oscureció. En la oscuridad, hubo un segundo de
reflexión inmóvil, y luego la explosión me hizo volar por el claro.
51

Durante varios minutos las arenas rojas bloquearon toda la luz, que
incluso las dos fuertes lunas fueron incapaces de atravesarlas, lo
que se sintió como si la tierra estuviera de luto por Reece. Cuando el
polvo se asentó, me encontré sola, con las arenas negras suaves y
tranquilas sin señales de dioses, huesos o… mi compañero. Todo lo
que quedaba en este claro, aparte de mi alma rota, era el pilar de
cristal, que ahora era enorme, tan grande como los dos en el valle.
También era de color rojo resplandeciente, un monumento al Dios
del Desierto quien había sacrificado todo para salvar los mundos.
⎯Reece. —Mi susurro era áspero mientras me arrastraba hacia el
pilar.
Cuando presioné mis manos contra la superficie brillante, sentí su
energía, y me derrumbé hacia adelante, y sollocé hasta casi vomitar
el contenido de mi estómago vacío. Mientras me sacudía y tosía,
nuestro vínculo se agitó débilmente en mi pecho, y me pregunté por
qué la muerte no había cortado nuestra conexión.
¿Mantendría esa parte de él? ¿O solamente era porque yo llevaba
otra parte suya en ese momento? Una parte que él nunca conocería.
Inclinando mi cabeza hacia atrás, dejé salir un largo y lastimero
grito, y con él, envié mi energía a mi mundo. Era una parecida a la
que había hecho por Alistair, sólo que esta vez, ningún fantasma se
unió a mi llanto mientras yacía en las arenas, mirando hacia arriba
en un mundo en el que no estaba segura de querer estar.
Arriba, las lunas gemelas flaqueaban, su fuerte energía
comenzando a desvanecerse. Ya casi había terminado, el poder de
las lunas, los dioses… mi compañero. Necesitando algo en mi tiempo
de duelo, recurrí al poder de Honor Meadows, siendo las capas mi
única esperanza de no desvanecerme bajo las arenas con Reece.
Tanto como lo quería, tenía que ser fuerte por algo más que por mí
misma.
Normalmente, a estas alturas del Delfora, no habría posibilidad de
tocar otro mundo, pero en este círculo de antiguos, con la esencia de
Reece cubriendo todo y los rayos finales de las lunas arriba, podía
sentir cada parte. Mi familia… mi hermana… mi legado.
Las capas vinieron a mí, rodeando mi cuerpo, y mientras abría los
ojos y sollozaba hacia el cielo, unos pocos granos de arena roja se
posaron en mi mejilla.
La energía de Reece seguía siendo tan fuerte… Aún seguía aquí.
Mi compañero era todo un dios, con energía eterna, y aunque
había sacrificado su recipiente, su poder permanecía en el valle. Me
incorporé de repente.
Los recipientes podían repararse, y si llegaba a su alma antes de
que llegara al siguiente reino…
Si el Nexus me había enseñado algo, es que el renacimiento es
posible para todos, si hay suficiente poder en juego. Ante ese
pensamiento, las dos lunas rojas se movieron juntas, reduciendo mi
oportunidad de intentar este loco plan. Sin pensarlo, abrí mi pozo de
poder y absorbí cada parte de las praderas. Miles de ellas se
precipitaron a mi centro, hasta que estaba literalmente derramando
energía por toda la arena. Solo que esta vez, no era sólo oro lo que
salpicaba mi piel, sino también plata.
Cuando las partes de mi hermana entraron en el conjunto,
seguidas de las de mis padres, susurré un adiós, mientras les
agradecía por todo lo que habían hecho en mi vida. Esta era la
última vez que los sentiría, pero tenía que intentarlo. El irónico
circulo completo de mi última vez en esta tierra.
Reece nunca se enfrentaría a sus batallas solo, no mientras yo
tuviera poder para compartir.
Para cuando terminé, todo lo que quedaba en las praderas era
una última parte, mi hogar en el bosque, y estaba sólo para
asegurarme de no ser arrastrada al más allá al expulsar todo mi
poder. Mi plan era una apuesta arriesgada, y cambiaría
fundamentalmente cada parte de mí. Mi recuperación tardaría
siglos, pero si salvaba a Reece, todo valdría la pena.
Bajo la energía menguante de las lunas en fusión, envié el nivel de
poder capaz de destruir el mundo de mi cuerpo en un solo montón,
obligándolo a arremolinarse en una gigante tormenta de arena
sobre mi cabeza. El fuego de mi lado del Nexus intentó salir
también, pero lo contuve. Esta luna necesitaba renovación, no
destrucción.
Cerrando los ojos, con el pelo revuelto por toda mi cara debido a
la avalancha, liberé mi control sobre la tormenta. Se alejó de mí con
furia, recogiendo hasta la última partícula de arena roja, la esencia
de Reece, para traer a mi compañero de vuelta. Cuando el poder se
desvinculó, caí sobre mis rodillas, vacía y fría, el calor de mi familia
ya no era mío para mantenerlo. La tormenta era una entidad física,
arremolinada, perfecta y mortal mientras los últimos rayos de luz
de luna bañaban el claro.
Debilitada, cerré mis ojos y recé para que esto fuera suficiente
para salvarlo. Había dado todo lo que podía, y si hubiera tenido más,
también lo habría dado.
Cuando aterricé en las arenas, todo se sentía pesado y vacío, y la
siguiente vez que cerré mis ojos, no pude forzarlos a abrirlos otra
vez. Pero podría haber jurado, mientras sucumbía a la debilidad de
mi energía, que una sombra salió de la tormenta construida de las
praderas y el desierto. Entonces, un rayo de esperanza se encendió
en mi pecho.
Reece.
52

REECE

Había vivido mi vida siguiendo las antiguas reglas. Lealtad, fuerza,


nunca traicionar las arenas. Había dejado que esas reglas nublaran
mi mente, y en mis años de juventud, cuando Lale había roto mi
confianza, había reaccionado como un maldito idiota y había
perdido la mejor parte de mi vida.
Durante años, había forzado mis sentimientos por ella en lo más
profundo, incapaz de superar mi ira, pero también incapaz de
dejarla ir. Pero nunca la había olvidado, e incluso cuando ni siquiera
la merecería, ansiaba el vínculo. Lale estaba grabada en mi cuerpo…
y en mi maldita alma.
Melalekin de Honor Meadows era mi destino y siempre lo había
sido.
Mi sacrificio en Delfora se sintió como lo mínimo que ella se
merecía de mí, y sin importar el tiempo que tomara, mi alma
encontraría la suya en el más allá.
Como Rhett y Leka, donde ella fuera, yo siempre la seguiría.
En la explosión final de mi poder, el mundo se oscureció
brevemente, antes de encontrarme de pie en las lunas de poder con
Rhett. Durante un largo tiempo, miramos en silencio hacia el
universo, tal como habíamos hecho tantas veces en nuestros años
de juventud.
⎯Has sacrificado mucho, Reece —dijo finalmente, girándose
hacia mí.
Asentí.
⎯Y lo haría de nuevo para mantenerla a salvo.
Su mano se aferró a mi hombro.
⎯Ella se siente de la misma forma, y por eso, creo que nuestro
tiempo juntos será corto.
En ese momento, no entendí completamente lo que quería decir, y
mientras se desvanecía a la luz de la luna, esperaba seguirlo, solo
que… me quedé estancado. No solo estancado, sino que la oscuridad
se estaba levantando hasta que pude ver el Delfora otra vez, tan
claramente como si estuviera a unos pasos por encima de ella. No
sólo del Delfora, sino también de Lale.
Estaba de rodillas, con el poder brotando de ella, y yo había
pasado suficiente tiempo en su mundo como para sentir la esencia
de su familia.
⎯Hasta que las arenas se desvanezcan, mi hermano –escuché
decir a Rhett mientras volvía a entrar al velo, pero no tuve tiempo
de responderle ya que fui absorbido por la tormenta de poder de la
pradera.
Cuando las células de mi cuerpo se reformaron, infundidas con
toda la magia del poder de luna y de Lale, entendí realmente el
sacrificio que ella había hecho por mí. Mi fuerte, feroz y
asombrosamente hermosa compañera era una de las pocas
criaturas en el mundo con acceso al poder suficiente para restaurar
un recipiente y recuperar un alma antes de que ésta entrara en el
velo y estuviera fuera de alcance. Un poder que había sido
construido por su familia, que era lo único que le quedaba de ellos.
Ella había dado todo para salvarme, y mientras me liberaba de la
tormenta, sintiéndome entero, si no es que más fuerte que nunca, la
vi desparramada sobre la arena negra. La furia y el pánico hirvieron
dentro de mí, y mientras corría hacía ella, noté que la arena bajo mis
botas se convertía en cristal mientras el calor se desprendía de mí
más rápido de lo que nunca antes lo había hecho. Como Lale y Mera,
había renacido, y mi esencia se sentía más poderosa…más cerca de
los dioses. Esos malditos dementes que casi me cuestan todo. Una
parte de mi realmente quería desenterrarlos y destrozar sus
recipientes en un millón de piezas.
De hecho, una vez que tuviera a mi compañera y resolviera los
problemas del mundo actual, iba a descubrir una forma de eliminar
la amenaza de los antiguos permanentemente. Un tercer pilar y la
ausencia de otra luna de poder durante siglos significaba que
probablemente estábamos a salvo, pero no valía la pena la pequeña
posibilidad de que, en el futuro, ascendieran de nuevo.
Cuando llegué al lado de Lale, pasé mis manos por todo su cuerpo,
infundiendo mi poder en ella. A través de nuestro vínculo pude
sentir que estaba viva, pero su energía se sentía fría. Vacía. Había
sacrificado mucho por mí, y aunque yo no lo merecía, ahora tenía
una eternidad para demostrarle mi valía.
⎯Amor —murmuré, levantándola con facilidad y atrayéndola
hacia a mí. El calor floreció donde nos tocábamos, surgiendo una
necesidad feroz y protectora mientras se sentía correcto en lo más
profundo de mis entrañas. Esta mujer me poseía, cada maldita parte
de mí, y destruiría todo y a todos lo que se interpusieran entre
nosotros de nuevo.
Se agitó mientras la llevaba por la tranquila arena. Nadie sería
capaz de decir que, debajo de esta superficie, había una prisión
cubierta de huesos, sangre y sacrificio. Demasiado sacrifico. No sólo
de Lale y mío, sino también de… Alistair. Mi furia y dolor se
dispararon, y el calor salió de mí hasta que toda la superficie de
arena por la que caminaba fue de cristal.
Al cruzar el valle de los muertos, no había más arenas o barreras,
no para mí. Por otro lado, estaba vacío, excepto por un gigantesco
bloqueo. Shadow permanecía inmóvil, su rostro desprovisto de toda
expresión, pero lo conocía lo suficiente como para sentir la oleada
de fuego en su interior. Presentí que se había posicionado allí en el
momento en que los demás estuvieron a salvo de las arenas y no se
había movido desde entonces.
⎯Estás vivo —dijo brevemente, con los ojos llenos de llamas
incluso cuando el resto de él era una estatua.
⎯Apenas —dije⎯. Lale sacrificó todo el poder de su familia para
salvar mi trasero, y ahora mismo necesito llevarla a una cámara de
curación.
Lo que en realidad necesitaba era llevarla a mi gruta. Las arenas
plateadas le regresarían su fuerza natural, incluso si el resto estaba
perdido para siempre.
⎯¿Dónde están los otros? —pregunté⎯. ¿Dónde está Alistair?
Odiaba el resquicio de esperanza que había en mi interior. Sabía
que se había ido, y aun así… no podía dejarlo ir.
Las llamas de Shadow se extendieron por todo su rostro.
⎯Los demás lo devolvieron a Karn, a sus aguas y a sus ancestros.
Mi propia energía ardiente se disparó, y las arenas se fundieron
en un charco de vidrio y escombros bajos mis botas.
⎯Será honrado —logré decir, deseando como la mierda que esto
no fuera necesario.
¿Cuándo serían suficientes los sacrificios?
Shadow bajó la cabeza, y por primera vez, mi más viejo amigo
parecía cansado.
⎯Siempre y cuando lo llevemos de vuelta a las aguas antes de
que su recipiente se desintegre, encontrará su honor en el más allá.
Era un pequeño consuelo, uno al que todos los guerreros se
aferraban. Esta vida no era nuestra única aventura, y un día, todas
nuestras almas se encontrarían de nuevo.
⎯Nos uniremos a ellos en la despedida —le dije a Shadow⎯,
pero primero necesito restaurar la energía de mi compañera.
Él asintió, y Lale se removió en mis brazos, gimiendo suavemente.
Le envié más poder a través de nuestro vínculo, y casi
instantáneamente se tranquilizó.
⎯Regresaré pronto a la biblioteca —dije rápidamente⎯. ¿Mera
está bien?
Algo de su furia se calmó, y finalmente comprendí el efecto
calmante de la presencia de una compañera. También comprendí la
furia rabiosa si ella se encontraba en peligro. Nadie estaría a salvo a
mi alrededor si Lale no lo estaba.
⎯Ella está bien —gruñó⎯, un poco ansiosa. Trae Ángel de vuelta
antes de que mi compañera me destruya con su furia y sus lágrimas.
Apoyé la mano en su hombro antes de rodear una vez al ser más
preciado de mi mundo.
⎯Gracias por tu ayuda, hermano.
Shadow dejó escapar un suspiro frustrado. ⎯No hice nada.
Gracias a ti por tu sacrificio; sentí cundo tu energía explotó. Todos
nosotros te lo debemos.
Le hice señas para que se fuera. ⎯Todos hemos pagado nuestro
poder a los mundos. Esta vez era mi turno.
Su pesada mano fue la que se posó sobre mí ahora. ⎯Salvaste a
mi compañera y a mi hijo no nacido. Si no te lo debiera ya unas cien
veces, te lo debería todo ahora.
El momento entre nosotros se llenó de una compresión más
profunda de quiénes éramos ahora y de lo mucho que habían
cambiado nuestras vidas.
⎯No me debes nada —le recordé. Todos habíamos perdido la
cuenta de la cantidad de veces que alguien había salvado la vida del
otro⎯. Sólo estoy agradecido a las putas arenas de no estar
enterrando al resto de mi familia esta luna. Ya es suficientemente
malo que hayamos perdido a Alistair, pero podría haber sido
cualquiera.
⎯Nos aseguraremos de que eso nunca vuelva a suceder —dijo
Shadow.
Una mirada pasó entre nosotros, y las palabras no eran
necesarias para decirme que estábamos en la misma página. Un día,
cuando encontráramos una forma, eliminaríamos la amenaza de los
dioses de una vez y por todas. Pero no sería en esta luna.
Shadow me siguió mientras avanzaba sobre el valle, acelerando el
paso hasta que volvía a correr hacia las planicies. Mientras nos
íbamos, sentí que las barreras se cerraban de nuevo,
protegiéndonos de los poderes que querían destruir los mundos.
Tsuma quería alzar a los dioses, e irónicamente, ahora sus huesos
serían parte del mismo sistema de seguridad que ella había tratado
de romper.
Cuando llegué a los muelles, el barco de Darin todavía seguía allí,
y el prínceps de pie abordo como si hubiera estado esperando mi
regreso. ⎯¿Ella se encuentra bien? —me preguntó.
El fuego de mi poder surgió dentro de mí, pero afortunadamente
para él, mis brazos estaban llenos y no tenía tiempo para golpear a
este hijo de puta hasta la muerte por extralimitarse.
⎯Ella está bien. Yo cuido a mi compañera.
Levantó las dos manos, y no me importó bajar el tono de mi
energía. No pensaba cuando se trataba de Lale, y cualquier macho
que pensara en acercarse a ella aprendería lo poca tolerancia que
realmente tenía. Darin sólo estaba vivo porque lo necesitaba aquí en
Delfora.
Su valentía en esta luna lo había salvado, pero ya no habría más
oportunidades.
Ignorando todo lo demás, llamé a mis arenas para que nos
rodearan a Lale y a mí, odiando lo pequeña que se sentía en mis
brazos. Por primera vez en más años de los que me importaba
recordar, ella era vulnerable, habiendo sacrificado su base de poder
masivo. Pero no importaba, porque ella era fuerte por derecho
propio, y yo tenía poder más que suficiente por los dos.
Mi completa misión en la vida, de ahora en más, era proteger y
amar a mi compañera. Joder, estaría tan cansada de mí al final que
probablemente me apuñalaría. Sinceramente, no podía esperar.
No había momento más caliente que cuando me pateaba el
trasero.
La verdad era que no podía vivir sin esta testaruda, frustrante y
hermosa mujer.
Desde este día en adelante, todas las amenazas contra nosotros
serían eliminadas sin pensar. Los feroces desiertos no podrían
contra mí y mi necesidad de protegerla.
Hasta que las arenas se desvanecieran.
53

Nunca en mis muchos años había experimentado el tipo de vacío


que ahora mismo me estaba absorbiendo en la oscuridad. La
pérdida de poder fue un shock para mi sistema que tuvo que
apagarse para protegernos. A mí y al milagro que llevaba. Ese
revoloteo de energía extraña que había sentido en mi interior
cuando estaba buscando desesperadamente una forma de salvar a
Reece no era extraña en lo absoluto, en realidad. Era una vida que
habíamos creado en las arenas plateadas, y fue gracias a ese poder
que había sido capaz de salvar a Reece.
A pesar de mi fatiga, sabía que mi compañero estaba conmigo, sus
arenas calientes y su energía llevándonos a través de las Tierras del
desierto. Tanto como quería abrir mis ojos y ver las arenas debajo,
no había manera de que pudiera hasta que algo de la base de mi
energía fuera restaurada.
Lo que ocurrió en el momento en que entramos en las arenas
plateadas.
Reece me había traído a la gruta.
Mientras el agua bañaba todo mi cuerpo, dejé escapar un gemido
bajo, mis sentidos volviendo a la vida. Abriendo mis ojos, me
encontré con un conjunto de ojos azules, esas gruesas y pesadas
pestañas enmarcando unos ojos entrecerrados. Ojos que nunca
pensé que volvería a ver este reino de nuevo.
⎯Compañero —susurré, con un nudo en la garganta.
Reece siempre lucía perfecto, pero había un cansancio alrededor
de sus ojos. ⎯Me asustaste como la mierda, Lale —dijo con voz
áspera⎯. No vuelvas a sacrificar tu poder así de nuevo.
Esperé a que terminara de reprenderme, con una sonrisa que
intentaba abrirse paso por mis labios. Sólo el hecho de volver a
escuchar su lado de imbécil testarudo era el mayor regalo.
⎯Te lo di todo —le dije⎯. Y lo volvería a hacer en un latido de
corazón. La única razón por la que retuve la última capa fue porque
necesitaba aseg…
Mis palabras se interrumpieron cuando sus labios se estrellaron
con los míos. Su sabor picante, y su poder llenaron mi boca, y por un
momento me olvidé de todo, incluso de mi nombre.
Cuando se apartó, aún acunándome en el agua, ambos respirando
con dificultad, me acercó aún más.
⎯Sólo cúrate, Lale —me dijo⎯. Deja que la gruta reponga lo que
naturalmente contienes, y nos preocuparemos del resto más tarde.
⎯Tengo que decirte algo —dije rápidamente, antes de que me
distrajera con su maldita sensualidad de nuevo⎯. Cuando estaba
buscando a través de nuestro vínculo, intentando usar tu poder
sobre las arenas para salvarte, sentí el revoloteo de una energía
extraña en lo profundo de mi poder. Más profundo de lo que jamás
había llegado.
Ahora tenía su completa y silenciosa atención, incluso mientras
me sujetaba fuertemente contra su cuerpo.
⎯Logré salir de tu barrera porque una partícula de arena
plateada cayó de mi pelo.
Frunció el ceño por un momento cuando hice una pausa para
dejar que eso se asimilara.
⎯No puedes llevar la arena contigo —dijo lentamente.
Asentí con la cabeza. ⎯Y, sin embargo, lo hice.
⎯¿Una energía extraña? —repitió, antes de que la comprensión
apareciera en su expresión; una vez más, ese cerebro de genio había
juntado las piezas en poco tiempo.
Su mano tembló mientras la deslizaba por mi cuerpo para
presionarla sobre la armadura sobre mi estómago.
⎯¿Cómo puede ser esto posible? —murmuró.
Vinculados o no, nunca deberíamos haber sido capaces de tener
hijos juntos. Los transcendentales no llevaban los jóvenes de nadie
fuera de nuestra luz, pero ahora, Reece y yo estábamos rompiendo
todas las reglas.
⎯Tuvieron que ser las arenas plateadas —dije, pensándolo con
detenimiento⎯. Después de nuestra luna en la gruta, me fui con una
partícula de arena y un milagro. La gruta me permitió llevarme la
arena porque llevo un hijo de su esencia. Nuestro hijo.
Reece cerró los ojos y el calor bajo su mano se filtró mientras
buscaba a través de nuestro vínculo tal y como yo lo había hecho en
el Delfora. En el momento en que sintió la chispa de vida, ésta se
agitó bajo su toque.
⎯Joder —carraspeó, aclarándose la garganta⎯. Teníamos tanto
que perder. Casi me pierdo este momento… y todos los malditos
momentos después de este.
Sus manos temblaban mientras me abrazaba, aferrándose
desesperadamente.
⎯Joder —repitió, y era inusual verlo así de conmocionado. Reece
nunca dejaba que nada le afectara, pero en esta luna, era incapaz de
mantener la calma. La verdad de lo que casi habíamos perdido lo
estaba golpeando con fuerza.
Había estado allí, había hecho eso y tenía los factores
desencadenantes para demostrarlo.
El pecho de Reece tembló cuando su mano izquierda subió por mi
pelo suelto y sus dedos se enredaron a lo largo mientras me atraía
hacia él para besarme. Cuando nuestros labios se encontraron, un
toque de desesperación ardió entre nosotros. Los dos estábamos
lidiando con lo que casi acabábamos de experimentar. Casi
morimos. Casi perdemos nuestra oportunidad de ser una familia.
Casi fallamos en nuestra misión.
Necesitando estar más cerca, me deslicé por su regazo,
presionando su cuerpo, queriendo sentir cada centímetro suyo. Las
manos y energía de Reece me quitaron la ropa en segundos, la
armadura y las armas se desvanecieron en la arena. Al desgarrar su
camisa, presioné mis labios en su pecho, que retumbó bajo mi toque.
⎯¿Estás lo suficientemente fuerte? —preguntó con voz ronca,
agarrando mi pelo de nuevo, con su lengua lamiendo el agua de mi
piel.
⎯Más que suficiente —gemí. Mi energía estaba muy por encima
del nivel necesario para amar a mí compañero, y si algo iba a curar
las partes vacías de mi alma, era Reece.
Necesitando esto más que mi próximo aliento, gemí. ⎯Tenemos
que apresurarnos. Sinceramente no creo poder esperar.
Esto impulsó a Reece. Mientras me levantaba más alto, logré
deshacerme de sus pantalones y botas mientras recorría con mis
manos la longitud de su ardiente cuerpo. Su polla era la parte más
caliente de todas, sacudiéndose en mi mano cuando rodeé su
longitud. En este momento, éramos necesidad y deseo,
moviéndonos sin pensar, con los recientes acontecimientos
empujando nuestros instintos a los niveles más básicos.
Algunos podrían pensar que era insensible hacer el amor en la
misma luna en la que otros habían perdido sus vidas, especialmente
Alistair, pero la verdad era que aprovechamos esta oportunidad
porque ninguno de nosotros tenía prometido el mañana. Había visto
morir a Reece en frente de mí, sentí el frío vacío de nuestro vínculo
disolviéndose. Este momento, aquí en la gruta, era uno que nunca
esperé tener, y no desperdiciaría ni un segundo.
Cuando levanté mi cuerpo para poder deslizarme por su dura
longitud, gemí cuando me senté completamente, el vacío ya no
existía. Reece tenía tanto poder, y con nuestro vínculo y su polla
llenándome, no había espacio para lamentarme por mis pérdidas.
Balanceándome en él, el placer fue instantáneo, todo intensificado
por lo que habíamos pasado. Reece pronto tomó el control y los
movimientos lentos tomaron velocidad mientras me levantaba para
introducirse con fuerza en mi adolorido coño. Se inclinó y envolvió
sus labios en mi pezón derecho, chupando la punta erecta. Grité y
mis manos se cerraron alrededor de la parte posterior de su cabeza,
sujetándolo en el lugar, al mismo tiempo que me daba impulso para
mantenerme sentada.
Se movió al pezón izquierdo, mordiéndolo y mi orgasmo golpeó
con fuerza mientras mis caderas se movían erráticamente,
montando mi liberación. Reece no se detuvo ahí, sino que me giró
sobre su regazo para que estuviera mirando hacia el lado opuesto.
Este ángulo le permitió empujar con más poderosamente que
incluso mi cabeza comenzó a girar por la sensación, mientras mi
segunda liberación comenzaba a construirse.
Sus dedos jugaron con mi clítoris al ritmo de sus empujones, y
cuando volví a gritar, su mano se deslizó por mi cuerpo hasta mi
culo, separando mis mejillas así pudiera empujar contra mi entrada
trasera.
⎯¿Estás lista para otra primera vez? —murmuró⎯. ¿Otro límite
que quiero probar contigo?
⎯Sí —gemí sin vacilación. Había muy pocas cosas en este mundo
que Reece podía hacerme que no disfrutara.
Su risa fue baja y satisfecha. ⎯Esa es mi guerrera.
El calor de su poder se deslizó por mi columna, y me arqueé, per
su polla nunca dejó mi coño mientras yo esperaba. En cambio,
siguió follándome con lentos y enérgicos empujones, y… maldición.
Justo cuando estaba por hacer algunas preguntas, porque ¡Hola!...
presionar los límites, vi sus arenas rojas mezclarse con las arenas
plateadas frente a mí. El par se arremolinó y se fusionó,
acompañados de una ráfaga de calor que las fundió en un objeto
muy suave con forma de falo.
Cuando desapareció sobre mi cabeza, controlado por su energía,
tuve una muy buena idea de cuál era el plan.
El fuego me atravesó cuando la palma de Reece en mi columna me
mantuvo vertical. Siguió follándome con esas largas y seguras
caricias, y cuando grité, con la cara a sólo unos centímetros del agua,
la suave cabeza de su consolador presionaba contra mi culo. Cuando
la punta entró en mí, una luz roja y dorada iluminó el aire, y giré mi
cabeza para ver que Reece, lleno de poder, lucía mucho más divino
que antes de su renacimiento.
⎯¿Qué…? —gemí, y mis palabras se cortaron mientras él
empujaba su nuevo juguete aún más adentro de mi culo, suave al
principio, incluso cuando los empujones de su polla no disminuían.
Para cuando la suave pieza se encontraba profundamente en mi
interior, mi cuerpo se sentía tan lleno. Reece dejó escapar un
gemido lento.
⎯Joder, Lale. Nunca he visto nada más caliente que este
momento, follando tu trasero y tu coño.
Grité, chillando mientras mi cuerpo se tensaba sobre ambas
“pollas”, enviándome a un orgasmo tan intenso que estaba bastante
segura de que estaba a punto de desmayarme de nuevo. La energía
de Reece era la única cosa que evitó que me ahogara en las aguas, su
fuerza sosteniéndome mientras montaba la liberación más larga de
mi maldita vida. Demasiado pronto, Reece me siguió por el borde, y
agradecí a cada maldito ser que aun seguíamos vivos para tener este
momento.
Vivos y finalmente capaces de planear un futuro.
Juntos.
54

Una vez que estuvimos en la gruta el tiempo suficiente para


recuperar mi energía de la batalla (y para que Reece me diera una
docena o más de orgasmos) ninguna parte de mi esencia se sentía
vacía o sola. Mi familia permanecería conmigo en mi corazón y en
mis recuerdos, una verdad que veía claramente ahora que había
perdido todas las capas de mis mundos.
Me había aferrado a esas capas con una especie de desesperación
que me avergonzaba. El verdadero poder nunca podría ser
arrebatado; las capas eran una muleta a la que me había aferrado
durante demasiado tiempo.
⎯Necesitamos regresar a la biblioteca —murmuró Reece cuando
estábamos dormitando en las arenas plateadas, cálidos y
contentos⎯. Pero hay un lugar al que quiero llevarte primero.
Levantando mi mano derecha, la apreté en mi pecho. ⎯Puedo
sentir a Mera en nuestro vínculo —dije. Está tranquila, aunque un
poco irritada. Tenemos algo de tiempo.
Se levantó en un instante, y antes de que me diera cuenta,
estábamos afuera de la gruta. Esta vez, las arenas plateadas
permanecieron en mi cuerpo.
⎯Tu conexión con nuestro hijo y la gruta se hace cada vez más
fuerte —señaló Reece.
Froté algunos granos entre mis dedos y sonreí ante el poder de la
plata llenando mi pozo.
⎯Tomará algún tiempo acostumbrarme —dije.
Reece me rodeó con sus brazos y las arenas rojas se elevaron para
levantarnos del suelo.
⎯Lo resolveremos juntos —me dijo, y por una vez, hice a un lado
todos los demás pensamientos.
Estar juntos era exactamente lo que necesitábamos.
Mientras sus arenas nos llevaban por el desierto, descubrí
rápidamente hacia dónde nos estábamos dirigiendo: Rohami.
⎯¿Por qué vamos a casa? —pregunté, levantando mi rostro para
respirar el familiar aroma y energía de su tierra. Aunque,
técnicamente, él estaba más estrechamente conectado al Delfora, su
sangre era Rohami.
Me abrazó más apretadamente, y los dos navegamos por la brisa
como uno solo. ⎯Quiero renovar nuestro vínculo en el mismo lugar
donde nos comprometimos originalmente el uno al otro.
Nuestro vínculo ya era muy fuerte, palpitando entre nosotros,
pero este gesto hablaba de una verdadera re-consolidación de lo
que habíamos ignorado durante años.
—Algunos podrían pensar que te estás volviendo un poco blando,
dios del desierto —murmuré, girando para poder rodear su cuello
con mis brazos.
Él soltó una carcajada. ⎯Algunos podrían tener razón.
Antes de que pudiera reírme con él, su alegría se desvaneció, para
ser reemplazada por una emoción más profunda.
⎯Recé por esto, ¿sabes? —su tono era serio⎯. Incluso cuando
sabía que te merecías algo más que yo, no podía dejarte ir. Siempre
has sido mía.
Exactamente cómo me había sentido, incluso cuando había estado
tan enojada con él.
⎯Lo ocultaste mejor que yo —dije con una risa triste.
Reece sacudió su cabeza. ⎯El amor y el odio son tan cercanos que
era fácil pretender que la razón de mi obsesión contigo, por tus
movimientos, por tu vida, era porque te odiaba. Pero creo que
ambos sabemos la verdadera razón.
Hacíamos una buena pareja, ya unidos durante una eternidad…
obsesionados durante una eternidad.
Y ahora teníamos que ser felices durante una eternidad.
⎯Nunca volvamos a compartimentar nuestras emociones de
nuevo —dije mientras las impresionantes arenas rojas, pasaban por
debajo de nosotros⎯. Perdimos tanto y podríamos haber muerto
antes de llegar a experimentar un verdadero vínculo. —Me incliné y
presioné la mano en mi estómago para sentir el aleteo de vida.
Nuestro hijo ya se estaba desarrollando, y por esa razón,
mantendría todas las arenas plateadas que tenía sobre mí, en caso
de necesitarlas en un futuro.
⎯Basta de hablar de morir —dijo Reece, atrayéndome hacia él,
sus labios encontrándose con los míos.
Para cuando salí a tomar aire, ya estábamos en su pueblo, y
mientras nuestras arenas bajaban hacia la entrada, noté algunos
cambios en los años que había evitado este lugar. Incluyendo
algunos almacenes con cientos de butles, traídos desde las planicies
del este. Esos grandes animales, parecidos a los toros, venían en una
gama de pelajes rojos y negros, y con sus enormes placas de cuernos
en cada lado de sus cabezas, eran siempre impresionantes.
Reece nos acercó, y me asomé por el costado de sus arenas para
ver más claramente.
⎯¿Puertas nuevas? —pregunté. Los pilares rojos parecían ser
mucho más grandes que los antiguos, coronando las vallas rojas que
rodeaban todo el pueblo.
⎯La tormenta de arena destrozó las antiguas hace un par de años
atrás —dijo Reece, pasando por encima de las puertas. Él era el
único en esta ciudad con el permiso para hacerlo⎯. Estaba fuera de
las Tierras del Desierto en ese momento, pero conseguimos levantar
pilares más fuertes.
Sus palabras me recordaron que también había un pilar más
fuerte en Delfora. Por lo que, afortunadamente, nunca tendríamos
que preocuparnos de que los dioses se levantaran de nuevo.
Los guardias debajo saludaron a Reece, incluso cuando sólo
nuestras cabezas eran visibles, sus arenas mantenían el resto de
nuestras formas desnudas ocultas. ⎯Hemos pasado demasiado
tiempo desnudos en este mundo —señalé.
Él se rió sacudiendo la cabeza, y maldita sea, si no parecía más
relajado de lo que nunca lo había visto. ⎯Si por mi fuera, Lale,
nunca usarías ropa.
No pude evitar reírme también, con la euforia burbujeando de
una manera que no había sentido desde que era una jovencita.
⎯Como que siento lo mismo por ti, pero también sé que nunca
lograríamos una sola cosa.
No discutió conmigo, porque no había ninguna mentira en esa
declaración.
Estábamos ahora sobre el primer círculo de los siete que
componían la estructura de este pueblo. Cada uno de los primeros
estaba lleno de puestos, tiendas y carros, las áreas donde se vendía,
intercambiaba y troceaban los bienes. De alguna manera, este
mundo era mucho más primitivo que el de la humanidad, que
amaba su tecnología, pero los Desérticos eran felices con sus vidas
sencillas. Nunca se esforzaron por tener más, contentos con existir
en sus burbujas de serenidad. Todos en este mundo tenían
suficiente, sin carencias ni pobreza, y tal vez, al final, ese era la señal
de una sociedad evolucionada.
El hogar de la familia de Reece estaba cerca del quinto círculo, en
el perímetro exterior.
⎯Siempre me pregunté si encontrarías tu propio espacio y
dejarías a tus padres —dije mientras aterrizaba con las arenas
arremolinándose a nuestro alrededor. Y permanecieron mientras
caminábamos hasta la puerta roja de entrada, la cual había sido
tallada a mano con imágenes de dunas, pamolsa y Delfora. Era una
pieza impresionante que su madre había encargado, si recordaba
correctamente.
⎯Muy raramente vengo aquí —dijo, encogiéndose de hombros⎯,
y cuando lo hago, vengo solo. No me pareció que valiera la pena
crear mi propio lugar.
Le agarré la mano. ⎯No más soledad para ti.
Giró la palma de su mano para que nuestros dedos encajaran
juntos. ⎯Tampoco para ti, compañera. Sé que debes estar
preocupada por volver a Honor Meadows ahora que tu territorio
está tan vacío, pero te prometo que lo superaremos juntos.
Estaba preocupada, pero no al nivel que había esperado antes de
esta luna. ⎯Sé que la pérdida me golpeará duro una vez que esté
allí —admití⎯, pero hay una nueva parte de mi familia floreciendo
ahora. ¿Es extraño que me sienta casi aliviada?
Él levantó una ceja, animándome a hablar de mis emociones.
⎯Soy libre —dije simplemente⎯. No más poder para proteger.
Ya no me preocupa defraudar a mi familia por el mal uso de sus
dones. Puedo seguir adelante, y ver a mi hermana sólo cimentó la
creencia de que los volveré a ver de nuevo algún día.
Reece asintió. ⎯Lo harás, pero no pronto.
Sonreí, necesitando algo de frivolidad en este momento.
⎯Definitivamente no será pronto.
Teníamos mucho por lo que vivir, y aunque gran parte de mi
poder eterno ya no estaba, ahora que estaba vinculada a Reece, me
quedaría en este mundo, todo el tiempo que quisiera.
Y con él, eso era para siempre.
55

Reece nos encontró ropa primero, unas camisetas de cambio básicas


y ligeros pantalones sueltos. Una vez que estuvimos vestidos,
exploré su casa, que estaba exactamente como recordaba. Enormes
ventanas abiertas para dejar entrar la luz de la luna y la brisa del
desierto, escasos muebles y gruesas alfombras que en cada piso que
daban la sensación de estar lejos de las arenas, incluso si seguían
llenando todos los rincones.
Después de un tiempo, empezó a llevarme hacia su jardín trasero,
pero en nuestro camino pasamos por delante de su muro de armas y
piezas sagradas. Me detuve en seco y me quedé mirando un
conjunto muy familiar, expuesto en el centro del lugar.
⎯¿Qué diablos? —jadeé, dando un paso adelante para pasar la
mano por mi armadura.
Dominaba la pared, rodeada por un marco de vidrio rojo, que
parecía liso y desgastado, como si hubiera sido tocado varias veces.
Girándome para verlo, presioné una mano en mi pecho, tratando de
unir las piezas.
⎯¿Tenías mi armadura? —jadeé⎯. Nunca me dijiste.
Su expresión era suave y cálida, pero había un dolor que ardía en
lo más profundo de sus ojos azules.
⎯Cuando moriste en el Reino de las Sombras, perdí la
cordura. —dijo rápidamente⎯. No dejé que nadie tocara tu
armadura, y como no pude devolverla a Honor Meadows, la envié
aquí.
Pasó la mano por el cristal liso. ⎯Este fue mi consuelo, y en el
momento en que decidí que había terminado de esconderme en el
pasado, obligué a Mera a venir al Ostealon, sabiendo que eso
garantizaría que tú también estuvieras allí. Nunca tuve intenciones
de dejar que te fueras.
Estaba jadeando de nuevo, sintiendo como labios estaban tan
abiertos y mis globos oculares podrían salirse de golpe. ⎯¿Tú… tú
lo hiciste?
Ahora se estaba riendo de mí. ⎯Nunca tuviste una oportunidad,
compañera. Incluso cuando pensabas que teníamos un acuerdo de
sexo por odio, siempre supe que era el comienzo de nuestra
aventura de amor. Al diablo con el odio.
Estaba tan llena de emociones que me pregunté si tal vez estaba
flotando. Empujándome tan alto como podía, envolví mis brazos a
su alrededor, abrazándolo con fuerza y sintiendo cada una de mis
bendiciones. Reece me devolvió el abrazo con la misma fuerza, y a
este punto dudaba de que necesitáramos cimentar este vínculo.
Habíamos hecho todo eso por nuestra cuenta, pero ya que
estábamos aquí…
Fuera, en su patio, había enormes vallas en todos lados, dando
una sensación de privacidad entre los muchos árboles de pamolsa y
flores del desierto. Este siempre había sido un oasis pacífico, y no
había cambiado mucho, sin tener en cuenta que los árboles de la
pared trasera eran unos quince metros más altos.
Delante de ellos había un pequeño estanque de arena, cuya
energía, que se movía rápidamente, albergaba a algunas tretas
nadando dentro. Estas criaturas pez-lagarto de color rojo oscuro
eran amigables, y cuando pasamos junto a ellas, unas cuantas
saltaron de la arena a modo de saludo.
Reece me llevó a un banco rojo tallado frente a la planta de
pamolsa más grande. Cuando nos sentamos, los recuerdos me
golpearon con fuerza y recordé lo jóvenes y llenos de esperanza que
habíamos sido esa noche cuando prometimos vincular nuestro
poder por el resto de nuestros días.
⎯¿Cómo conoces el lenguaje de los antiguos? —le pregunté.
Incluso ese día, sus palabras habían sido pronunciadas en su
melodiosa lengua.
Su mirada nunca se apartó de la mía. ⎯Nací sabiéndola, y aunque
mis padres me advirtieron que nunca la usara fuera de Delfora, ese
día no pude evitarlo.
⎯¿Cómo las palabras tatuadas en tu piel?
Esas espectaculares pestañas se cerraron brevemente antes de
que nuestras miradas volvieran a encontrarse de nuevo.
⎯Sí. Era un recuerdo constante de que te había perdido. Me
castigaba tan duramente como te castigaba a ti.
⎯Hasta que las arenas se desvanezcan —repetí. Lo había
grabado allí con nuestros nombres.
⎯Hay más.
Eso atrajo toda mi atención. ⎯¿Qué más?
Sus labios rozaron los míos. ⎯Amor, Lale. Siempre fue amor.
Las lágrimas no eran generalmente parte de mi disposición, y, sin
embargo, las sentí deslizarse por mis mejillas ante la conmovedora
confesión.
⎯Te he amado durante casi mi vida entera —dije sin que mi voz
mostrara signos de mi abrumador estado emocional⎯. Y ahora que
nuestro vínculo se ha hecho realidad, me siento completa. Incluso
sin el poder de mi familia, no había debilidad en mí. —Mi mano
levantó su camiseta para poder trazar las palabras en su piel⎯.
Quiero estas palabras en mí también.
Los ojos de Reece se oscurecieron. ⎯Necesitaré la ayuda de Len,
pero yo haré las marcas. Nadie más tocará tu piel.
Bastardo posesivo. ⎯Hecho.
De acuerdo, como que me gustaba un poco.
Nos pusimos de pie, entonces, con el vínculo zumbando
poderosamente entre nosotros, luciendo más brillante por el tercer
miembro de nuestra familia que en algún momento se uniría a
nuestro mundo, una bendición que casi hacía que nuestros siglos de
separación valieran la pena.
⎯Tu poder se siente más fuerte —observé, inclinando mi cabeza
para examinarlos más de cerca⎯. Está latiendo en nuestro vínculo
como una luna de poder.
Él no mostró sorpresa ante a mi declaración. ⎯Entre tu poder y el
de las lunas, creo que he sido reformado, me siento más fuerte y
más cerca del Delfora. Los dioses, tendrán más de una batalla en
sus manos la próxima vez.
Le hice gesto para que se retirara, incluso cuando se me apretó el
pecho.
⎯Sin próxima vez, por favor.
Su rostro se oscureció, y podría haber sido mi imaginación, pero
sentí como si el mundo se volviera más oscuro también.
⎯Su futuro es incierto. No dejaré que se levanten de nuevo.
⎯Sería más difícil, ¿verdad? —pregunté rápidamente⎯. El tercer
pilar añade otra capa de seguridad, y ya no hay lunas de poder
durante un largo tiempo.
Me agarró la cara, aliviando mis preocupaciones con ese simple
toque. ⎯Serás más difícil, pero nada es imposible. Sólo tengo que
descubrir cómo destruirlos sin traer a la Muerte entre nosotros.
Examinando sus rasgos, sabía que nada de lo que dijera lo
detendría, y si él hacía de esto una elección de su vida, yo estaría a
su lado. De ahora en adelante, éramos uno solo.
Una punzada en mi pecho me distrajo mientras presionaba una
mano allí, profundizando en el vínculo.
⎯Mera está algo incómoda —dije rápidamente⎯. Deberíamos
volver a la biblioteca.
No discutió, envolviendo de nuevo sus arenas a nuestro alrededor
para poder dirigirnos a una zona de fácil acceso.
⎯¿El bebé ya viene? —preguntó mientras nos levantábamos.
Sondeando el vínculo otra vez, sacudí la cabeza. ⎯No aún, pero
está cerca.
Lo que me recordó a nuestro propio hijo. ⎯¿Alguna conjetura
sobre el periodo de gestación de nuestro Plateado? No había
precedentes de un dios Desértico y una híbrida trascendental.
Podrían ser semanas, meses o años, y al final… realmente no
importaba.
Éramos eternos, así que este niño era libre de venir al mundo
cuando estuviera listo. Pero sería una mentirosa si no admitiera una
punzada de impaciencia por querer conocerlo.
⎯Si la creciente fuerza de su energía es alguna indicación —dijo
Reece con una sonrisa suave⎯, no será mucho. Muy pronto, la
biblioteca podría tener dos niños destruyéndola.
Mi risa fue más libre de lo que lo había sido en siglos, al igual que
mi corazón.
⎯Incluso con todos nosotros alrededor, vamos a estar
enloquecidos.
El hijo de Mera y Shadow sería poderoso, nacido de dos dioses del
Nexus, y ahora el de Reece y el mío, concebido en las arenas
plateadas.
Nuevos poderes llegando al mundo.
Nuevos futuros para todos nosotros.
56

Regresamos para encontrar que la incomodidad de Mera se debía a


la despedida de Alistair, una ceremonia que me alegraba que no nos
hubiéramos perdido, incluso si dolía dejarlo marchar. Karn era un
mundo en el que había estado sólo un par de veces en mi vida, y
ahora estábamos aquí, flotando sobre las vibrantes aguas verdes
con el sol rojo brillante en lo alto del cielo, enviando calor y energía
sanadora, deseaba haber venido más a menudo. Con Alistair.
Él había domado tantas aguas en este mundo, pero ahora, nunca
sabría sobre ellas.
Mera, sollozando silenciosamente a mi lado, se aferraba a
Shadow, con su vientre (más grande que nunca) por delante y
cubierto por su vestido azul elástico. Todos nosotros estábamos
vestidos con los colores verdes y azules que Alistair había amado
tanto.
Nos quedamos en silencio mientras los sprites, con sus alas
revoloteando a nuestro alrededor, comenzaron a cantar sus
canciones de los muertos, que, curiosamente, eran también sus
canciones de la vida, ya que creían que era un círculo sin fin. El
cuerpo de Alistair flotaba pacíficamente entre la nutrida
concurrencia de Karns, la cual incluía mucho más que los sprites.
Algunos de sus hermanos de raza guerrera nadaron hacia adelante,
añadiendo sus voces a la canción, y cuando su hermano más joven
se levantó, tuve que cerrar mis ojos brevemente porque se parecía
demasiado a nuestro amigo caído.
El rostro de Reece era duro, su mano agarrando la mía mientras
el azul de sus ojos se arremolinaba. Shadow estaba igual, las llamas
de sus iris tenían un brillo constante. Len y Lucien estaban a un lado
dónde no podía verlos, pero sabía que estarían de luto igualmente.
Galleli estaba arriba, donde se sentía más cómodo.
Los sprites comenzaron a dar vueltas más rápido en el agua
formando un remolino.
⎯Esta es la representación de su creencia —escuché a Shadow
susurrarle a Mera⎯. No hay principio ni final en su vida, sino un
camino circular que traerá a Alistair de vuelta en nuestras vidas en
algún momento.
Mera, con sus puntos de vistas aun fuertemente cimentados en las
creencias de shifters y humanos, no parecía sentirse alentada por
esta noción. Estaba demasiado sumida en el dolor, sintiendo que,
tanto si volvía a nosotros como si no, no sería el mismo Alistair que
conocíamos y amábamos.
El remolino creció en intensidad mientras los sprites se
arremolinaban, con sus translúcidos cuerpos y sus múltiples
extremidades se movían por el agua con una gracia que la mayoría
de las criaturas nunca tendrían. El agua era su mundo, y eran
impresionantes por su belleza. Entonces el cuerpo de Alistair
comenzó a arremolinarse también, atrapado en la corriente hasta
deslizarse hacia abajo para unirse a su pueblo guerrero.
Su cuerpo descansaría en el jardín de sus muertos, y cuando se
desvaneció de nuestra vista, Mera dejó escapar un fuerte sollozo.
Volviéndose, enterró su cara en el costado de Shadow, y el la abrazó
tan fuerte como se atrevió, manteniéndola entera. Reece liberó mi
mano y me rodeó con un brazo, y me sorprendió lo mucho que
necesitaba ese apoyo. Los dos lo necesitábamos.
Cuando la última melodía de la canción de Karn se desvaneció,
todos permanecimos en silencio mirando al perfecto cielo de arriba,
nuestras energías nos mantenían por encima del agua, incluso
cuando nuestro amigo se hundía. Finalmente, Mera nos recordó que
aún debíamos hacer nuestras propias celebraciones por la vida de
Alistair. Shadow abrió el portal y lo atravesamos silenciosamente.
Un revoloteo en mi barriga me recordó que aún no les había
contado nuestras noticias porque el tiempo transcurrido desde que
volvimos de los desiertos había sido sobre Alistair. Él se merecía
nuestra total concentración, así que me lo guardaría para mí un
poco más.
Cuando regresamos a la biblioteca, ya había una reunión; Gaster
había tomado muy en serio a Mera cuando ella le preguntó si podía
encontrar a todos los que habían sido tocados por la presencia de
Alistair.
La habitación estaba llena con sus amigos, y, a diferencia de lo
que ocurría en Karn, esto era más una cuestión informal, todos
compartiendo una bebida en su honor.
Shadow fue el primero en ponerse de pie y hablar. ⎯Alistair ha
sido mi hermano durante más años de los que puedo recordar —
dijo con una tristeza que se reflejaba en sus labios, mientras Mera lo
miraba con las lágrimas cayendo por sus mejillas⎯. Su valentía era
reconocida, pero fue su desparpajo, su humor, lo que me sacó de la
oscuridad muchas veces.
Había mucha verdad en eso, y a medida que otros tomaban la
palabra, nos obsequiaban con historias de la juventud de Alistair y
su amor por las bromas. Finalmente, sus amigos y conocidos
abandonaron la biblioteca hasta que sólo quedó nuestro grupo y
unos pocos goblins limpiando el desorden. Shadow intervino para
ayudarles con su energía, y cuando la biblioteca obedeció su
comando, el orden volvió en poco tiempo.
Este era siempre el momento en el que la verdadera pérdida
entraba en acción. Una vez que la despedida y la celebración de vida
terminaron, era tiempo de seguir adelante. Sin ellos.
⎯Necesitas comer y descansar —dijo Reece cuando me encontró
de pie ante algunas estanterías de Karn, mirando los muchos textos
y tomos que había leído, deseando haber hecho más para conectar
con Alistair.
⎯Tantos misterios —dije, ignorándolo de alguna manera—.
Apenas he arañado las aguas de Karn. Ahora que Alistair no está,
siento que debería haberme preocupado más.
⎯No te hagas eso —dijo Reece, empujándome a su calor⎯. Fue
mi culpa que no fueras parte de nuestro mundo durante todos estos
años. Soy el único que necesita enmendarlo, y cuando sea el
momento adecuado, te mostraré los secretos de Karn que aprendí
de mi hermano. Hay mucho bajo la superficie.
⎯Los dos somos culpables —le recordé⎯. Y eso me gustaría
mucho.
Los demás se unieron a nosotros entonces, y Mera parecía
completamente destrozada, frotándose los ojos rojos e hinchados. El
hecho de que no se estuviera curando rápidamente era un indicador
de que básicamente no sólo había estado llorando continuamente
hoy, sino también de que su bebé se estaba preparando para llegar
al mundo. Este era siempre un momento agotador para la energía
de un eterno.
⎯¿Cómo te estás sintiendo? —pregunté, alejándome de Reece
para poder abrazarla. ⎯¿Los dolores de parto son cada vez más
fuerte?
Ella asintió, aclarándose la garganta. ⎯Oh, sí. Es agotador, pero
siento que nuestro pequeño aún no está listo. Se está preparando
para una gran entrada dramática.
Hubo algunas risas, y fue agradable sentir que algo de normalidad
volvía. Incluso Mera se animó un poco al decir “Dramático como su
padre”. Shadow la escuchó, por supuesto, y luego la levantó en
brazos y la arrastró al comedor mientras le exigía que comiera.
La bestia estaba obsesionado con alimentar a su compañera y
mantenerla saludable, al igual que Reece. Sintiéndome algo agotada
por la pena de hoy, no luché mientras me guiaba por el familiar
pasillo y me llevaba a mi asiento. Mera estaba, como siempre,
sentada a mi lado, pero por una vez Reece tomó el otro asiento, y
maldición, si eso no hizo que mi antiguo corazón se saltara unos
latidos.
⎯Quien lo habría pensado —dijo Mera con una risa—. Reece en
nuestro lado de la mesa y no mirándonos con esos ojos azules y esas
pestañas imposiblemente largas.
Reece la fulminó con la mirada por los viejos tiempos antes de
negar con la cabeza y dejar caer un brazo sobre mis hombros. ⎯Fui
un tonto, pero afortunadamente, no tan tonto como para no
aprender de mis errores.
La sonrisa de Mera borró un poco más de sus rasgos afligidos.
⎯Sabes lo que eso significa, ¿verdad?
Todo el mundo la miraba fijamente, y yo no podía esperar a
escuchar las siguientes palabras que saldrían de su boca. Era
siempre tan impredecible.
⎯Nombres de pareja —gritó, golpeando sus manos sobre la
mesa—, y chico, tenemos algunos únicos en su género para elegir.
Se me escapó una carcajada, y me di cuenta que nunca me sentiría
vacía con una familia como la mía. Reece, disparándome esa jodida
sonrisita sexy, me guiñó y apuñálame ahora, tenía cero límites con
este hombre.
⎯De acuerdo, entonces, hay combos de Reece y Ángel. —empezó
Mera emocionada—. Rangel podría funcionar, pero no es muy sexy.
Y tampoco me gusta mucho Ralalekin, porque… vamos.
⎯¿Rale? —sugirió Lucien, luciendo divertido mientras jugaba con
algo de plasma que le habían puesto delante.
Ante eso, Reece sacudió la cabeza. ⎯Maldito infierno. Todos son
malísimos en esto.
Mera entrecerró los ojos hacia él. ⎯Mira, no es nuestra culpa que
sus nombres sean una mierda cuando los juntan. Quizá deberíamos
llamarlos Ángel e Imbécil.
La risa estalló de mí, pero la reprimí cuando Reece me miró, con
el azul de sus ojos oscureciéndose. Estaba claro que, aunque le
importaba una mierda el nombre de pareja, estaba verdaderamente
feliz de que estuviéramos juntos. Inclinándome, presioné mi boca
contra la suya, saboreando todo ese poder y suspirando por lo
perfecto que era. Cuando me separé, podía decir que estaba listo
para sacarme de aquí.
⎯Desertan gel es nuestro nombre de pareja —le dijo a los demás,
sin apartar su atención de mí—. El pasado y el futuro. Siempre serás
Lale para mí, pero también eres Ángel.
⎯Y tú eres el dios del desierto —dije con un guiño, mientras el
corazón me golpeaba en el pecho.
Mera aplaudió. ⎯Vamos con ese. Shadowshine y DesertAngel.
Jodidamente perfecto. —Miró alrededor de la mesa⎯. ¿Quién es el
siguiente?
Todos rieron, Len agitó las manos como si no quisiera tener nada
que ver con esta conversación. Los demás se pusieron a pedir
comida luego, y mientras me recostaba en Reece, pensé que ahora
era mejor que cualquier otro momento para dar nuestras noticias.
Después de todo, teníamos un nombre de pareja.
Aclaré mi garganta. ⎯Reece y yo tenemos un anuncio.
Todo el mundo quedó en silencio, dirigiendo su atención hacia
nosotros y me pregunté cómo sería recibida esta noticia.
⎯Vamos a tener un bebé —dijo Reece antes de que yo pudiera—.
Un niño poderoso que, aparte de mi Lale, es el mayor maldito regalo
que jamás tendré.
El bastardo me robó el anuncio, pero como era un compañero
bastante increíble, probablemente lo perdonaría. Mera chilló
primero, tratando de mover su estómago lo suficiente para poder
abrazarme apropiadamente.
⎯Oh, mis malditos dioses, nuestros hijos serán mejores amigos
como nosotras, y esta es la noticia más increíble que podríamos
recibir hoy. Con tanta pérdida, también hay vida.
Shadow se inclinó para ver a Reece. ⎯¿Cómo es posible? —
preguntó, frenando finalmente la emoción de Mera. Ella era la única
que no estaba en shock, sin tener idea de que esto no era una
posibilidad normal entre dos compañeros de nuestros mundos.
⎯Reece encontró una gruta —dije simplemente—. Las arenas
plateadas de su interior poseen propiedades mágicas que tienen su
origen en los antiguos. No nos dimos cuenta en ese momento,
pero…bueno, sí, aparentemente, en estas arenas las reglas normales
no aplican.
Esa era toda la explicación que necesitaban, y los vítores y las
felicitaciones sonaron después de eso. Celebrábamos la nueva vida
incluso en medio del dolor de la muerte. La calidez de Mera y de
Reece, los vinculados a mi alma, me llenó y sentí como si cada parte
de mi tuviera alas. Finalmente estaba en paz con todas mis facetas.
Reece levantó las manos y me agarró la cara, inclinándome hasta
que sus labios aterrizaron sobre los míos. El calor surgió entre
nosotros y respiré los aromas del desierto, finalmente en casa.

Fin
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