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lo preguntaba llegó la duodécima campanada y la

MEDIANOCHE EN EL MUNDO DE LOS


Dama Negra del quinto reflejo se desvaneció.
ESPEJOS
El resto de la noche, mientras tocaba Tchaico- Fritz Leiber (1910-1992)
vski, mientras estudiaba las partidas de ajedrez de
Vera Menchik, Lisa Lane y la señora Piatigorsky,
buscando ocultas profundidades en ellas revivió Cuando dieron las doce en el reloj del piso de
la vida y amores de Giles Nefandor. Descubrió abajo, Giles Nefandor se miró en uno de los gran-
que había pocas mujeres en su vida, y que aque- des espejos entre los cuales pasaba en su recorri-
llas a las que se había atado en serio, o a las que do nocturno. Lo que vio lo hizo detenerse, parpa-
había hecho un posible daño, eran menos todavía. dear y examinarlo más de cerca.
La media docena de candidatas estaban todas, Estaba dos peldaños por encima del descanso,
hasta donde él sabía, bien casadas y eran felices o donde la araña de hierro se mecía por las ráfagas
habían triunfado en una u otra manera. Incluida, heladas del viento que se colaban por los marcos
por supuesto, su esposa divorciada, aunque ella se sin cristales. Se balanceaba como un péndulo,
había quejado a menudo de él y de sus aficiones. más lento y más salvaje que el del gran reloj que
En conjunto, aunque daba un carácter románti- sonaba en el piso inferior. Al reflejarse los dos es-
co a las mujeres, había tendido a alejarse de ellas, pejos entre sí, Giles Nefandor veía una sucesión
concluyó a disgusto. Tal vez la Dama Negra era de imágenes de sí mismo, cada una más pequeña
una generalización, un símbolo, que llegaba a él y más difusa que la anterior. Una hilera de refle-
para castigar su corazón de piedra. La mueca de jos alejándose hasta el infinito. Todas, excepto la
disgusto se hizo más pronunciada. Tal vez la mor- octava, mostraba su rostro enjuto, aguileño. Una
taja que traía era para él. multitud de ojos lo miraban debajo del cabello
negro, liso, brillante. Pero en el octavo reflejo el

16 MULTIVERS9 Ediciones MULTIVERS9 Ediciones 1

lo preguntaba llegó la duodécima campanada y la


MEDIANOCHE EN EL MUNDO DE LOS
Dama Negra del quinto reflejo se desvaneció.
ESPEJOS
El resto de la noche, mientras tocaba Tchaico- Fritz Leiber (1910-1992)
vski, mientras estudiaba las partidas de ajedrez de
Vera Menchik, Lisa Lane y la señora Piatigorsky,
buscando ocultas profundidades en ellas revivió Cuando dieron las doce en el reloj del piso de
la vida y amores de Giles Nefandor. Descubrió abajo, Giles Nefandor se miró en uno de los gran-
que había pocas mujeres en su vida, y que aque- des espejos entre los cuales pasaba en su recorri-
llas a las que se había atado en serio, o a las que do nocturno. Lo que vio lo hizo detenerse, parpa-
había hecho un posible daño, eran menos todavía. dear y examinarlo más de cerca.
La media docena de candidatas estaban todas, Estaba dos peldaños por encima del descanso,
hasta donde él sabía, bien casadas y eran felices o donde la araña de hierro se mecía por las ráfagas
habían triunfado en una u otra manera. Incluida, heladas del viento que se colaban por los marcos
por supuesto, su esposa divorciada, aunque ella se sin cristales. Se balanceaba como un péndulo,
había quejado a menudo de él y de sus aficiones. más lento y más salvaje que el del gran reloj que
En conjunto, aunque daba un carácter románti- sonaba en el piso inferior. Al reflejarse los dos es-
co a las mujeres, había tendido a alejarse de ellas, pejos entre sí, Giles Nefandor veía una sucesión
concluyó a disgusto. Tal vez la Dama Negra era de imágenes de sí mismo, cada una más pequeña
una generalización, un símbolo, que llegaba a él y más difusa que la anterior. Una hilera de refle-
para castigar su corazón de piedra. La mueca de jos alejándose hasta el infinito. Todas, excepto la
disgusto se hizo más pronunciada. Tal vez la mor- octava, mostraba su rostro enjuto, aguileño. Una
taja que traía era para él. multitud de ojos lo miraban debajo del cabello
negro, liso, brillante. Pero en el octavo reflejo el

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cabello estaba salvajemente alborotado y el rostro gos que se ocultaban tras él. Sí, un velo... Y guan-
tenía un color verde ceniciento, con la mandíbula tes negros largos, uno de los cuales envolvía el
desencajada y los ojos desorbitados. brazo delgado que se extendía hacia su hombro.
De repente se dio cuenta de que, a pesar de su al-
Además, en el octavo reflejo no estaba solo.
tura, similar a la suya, era una figura de mujer.
Detrás había una figura negra, con un brazo
Al hacer este descubrimiento, una ráfaga de
también negro extendido y posado sobre su hom-
miedo difícil de entender le sacudió. Como en la
bro. Sólo podía ver un extremo de la figura, pero
segunda noche, quiso golpear a aquella figura
estaba seguro de que era delgada.
para demostrar su insustancialidad. ¡Golpear el
La expresión de horror de su rostro en aquel re- cristal! ¿Pero tendría efecto en una figura que se
flejo era tan intensa que instintivamente se cu- encontraba a veintiún metros de distancia? ¿Al
brió la garganta con las manos. Todos los reflejos, romper el cristal rompería las nueve capas que
desde los gigantes de tamaño natural hasta los ín- según sus cálculos todavía le separaban de las fi-
fimos, reprodujeron ese gesto. Menos el octavo. guras del mundo de los espejos? Tal vez sí. Y en-
Sonó la undécima campanada de medianoche. tonces la negra figura del mundo de los espejos
vendría directamente a él... ahora.
Una violenta ráfaga empujó la araña, de forma
que los brazos negros rozaron su hombro. Saltó En cualquier caso si la figura del velo continua-
horrorizado antes de reconocer el objeto familiar, ba acercándose, estaría con él dentro de cinco no-
que debía estar colgada más arriba. Pero sólo se ches. Tal vez, si rompía el cristal ahora lo único
acordaba de la araña cuando el viento soplaba que lograría sería acabar con los fenómenos ho-
fuerte, y, al no encontrar ningún artesano capaz rripilantes y fascinantes, detener a la figura para
de emplomar la vidriera, había dejado de lado el siempre. Pero, ¿lo deseaba realmente? Mientras se
asunto.

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cabello estaba salvajemente alborotado y el rostro gos que se ocultaban tras él. Sí, un velo... Y guan-
tenía un color verde ceniciento, con la mandíbula tes negros largos, uno de los cuales envolvía el
desencajada y los ojos desorbitados. brazo delgado que se extendía hacia su hombro.
De repente se dio cuenta de que, a pesar de su al-
Además, en el octavo reflejo no estaba solo.
tura, similar a la suya, era una figura de mujer.
Detrás había una figura negra, con un brazo
Al hacer este descubrimiento, una ráfaga de
también negro extendido y posado sobre su hom-
miedo difícil de entender le sacudió. Como en la
bro. Sólo podía ver un extremo de la figura, pero
segunda noche, quiso golpear a aquella figura
estaba seguro de que era delgada.
para demostrar su insustancialidad. ¡Golpear el
La expresión de horror de su rostro en aquel re- cristal! ¿Pero tendría efecto en una figura que se
flejo era tan intensa que instintivamente se cu- encontraba a veintiún metros de distancia? ¿Al
brió la garganta con las manos. Todos los reflejos, romper el cristal rompería las nueve capas que
desde los gigantes de tamaño natural hasta los ín- según sus cálculos todavía le separaban de las fi-
fimos, reprodujeron ese gesto. Menos el octavo. guras del mundo de los espejos? Tal vez sí. Y en-
Sonó la undécima campanada de medianoche. tonces la negra figura del mundo de los espejos
vendría directamente a él... ahora.
Una violenta ráfaga empujó la araña, de forma
que los brazos negros rozaron su hombro. Saltó En cualquier caso si la figura del velo continua-
horrorizado antes de reconocer el objeto familiar, ba acercándose, estaría con él dentro de cinco no-
que debía estar colgada más arriba. Pero sólo se ches. Tal vez, si rompía el cristal ahora lo único
acordaba de la araña cuando el viento soplaba que lograría sería acabar con los fenómenos ho-
fuerte, y, al no encontrar ningún artesano capaz rripilantes y fascinantes, detener a la figura para
de emplomar la vidriera, había dejado de lado el siempre. Pero, ¿lo deseaba realmente? Mientras se
asunto.

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Se sentía de un humor desbordante: por primera Sonó la duodécima campanada.
vez desde hacía años había encontrado algo en lo
Al instante desapareció la irregularidad. El octa-
que interesarse. La reflectología podía no estar a
vo reflejo era como los demás, todos iguales, in-
la altura de la astronomía, la música o el ajedrez,
cluso los más lejanos y difusos que se fundían en
pero era sin embargo una elegante ciencia menor.
el trasfondo opaco. Y en ninguno, aunque los exa-
¡Y el mundo de los espejos era fascinante!
minó hasta que se le nubló la vista, había rastros
Fue tal vez esta ansiedad la que le llevó a los es- de la figura negra.
pejos de la escalera la noche siguiente, varios se-
Se sentó al piano y estuvo tocando preludios y
gundos antes de que el reloj empezase a dar las
sonatas de hasta el amanecer, luchando con la
doce. Su pronta llegada, sin embargo, no impidió
música contra el viento hasta derrotarlo; luego se
los fenómenos, como por un momento había te-
sentó al tablero y estuvo analizando movimientos
mido. Empezaron con la primera campanada y
del último torneo ruso de ajedrez, hasta que la
fuera lo que fuese lo sucedido las noches anterio-
opresiva luz del sol lo fatigó y lo convenció de
res, sin lugar a dudas el reflejo alterado aquella
que era momento de descansar. De vez en cuando
noche era el quinto. Las figuras estaban ahora a
recordaba su visión en el espejo, y cada vez le pa-
unos veintiún metros de distancia, como había
recía más posible que el extraño octavo reflejo
calculado anteriormente. El quinto reflejo de su
hubiera sido producto de una ilusión óptica.
rostro estaba pálido como siempre, aunque le pa-
Cuando sucedió, tenía la vista agotada de tanto
reció que su expresión estaba cambiando.
examinar estrellas.
Sin embargo, como se había eclipsado más de la
Además, la figura podía haber sido un reflejo se-
mitad tras la masa de cabezas, no podía asegurar-
cundario de su propia ropa oscura, o de su corba-
lo. Definitivamente, la figura de negro llevaba un
ta negra agitada por el viento, o la misma araña
velo, aunque todavía no podía distinguir los ras-

14 MULTIVERS9 Ediciones MULTIVERS9 Ediciones 3

Se sentía de un humor desbordante: por primera Sonó la duodécima campanada.


vez desde hacía años había encontrado algo en lo
Al instante desapareció la irregularidad. El octa-
que interesarse. La reflectología podía no estar a
vo reflejo era como los demás, todos iguales, in-
la altura de la astronomía, la música o el ajedrez,
cluso los más lejanos y difusos que se fundían en
pero era sin embargo una elegante ciencia menor.
el trasfondo opaco. Y en ninguno, aunque los exa-
¡Y el mundo de los espejos era fascinante!
minó hasta que se le nubló la vista, había rastros
Fue tal vez esta ansiedad la que le llevó a los es- de la figura negra.
pejos de la escalera la noche siguiente, varios se-
Se sentó al piano y estuvo tocando preludios y
gundos antes de que el reloj empezase a dar las
sonatas de hasta el amanecer, luchando con la
doce. Su pronta llegada, sin embargo, no impidió
música contra el viento hasta derrotarlo; luego se
los fenómenos, como por un momento había te-
sentó al tablero y estuvo analizando movimientos
mido. Empezaron con la primera campanada y
del último torneo ruso de ajedrez, hasta que la
fuera lo que fuese lo sucedido las noches anterio-
opresiva luz del sol lo fatigó y lo convenció de
res, sin lugar a dudas el reflejo alterado aquella
que era momento de descansar. De vez en cuando
noche era el quinto. Las figuras estaban ahora a
recordaba su visión en el espejo, y cada vez le pa-
unos veintiún metros de distancia, como había
recía más posible que el extraño octavo reflejo
calculado anteriormente. El quinto reflejo de su
hubiera sido producto de una ilusión óptica.
rostro estaba pálido como siempre, aunque le pa-
Cuando sucedió, tenía la vista agotada de tanto
reció que su expresión estaba cambiando.
examinar estrellas.
Sin embargo, como se había eclipsado más de la
Además, la figura podía haber sido un reflejo se-
mitad tras la masa de cabezas, no podía asegurar-
cundario de su propia ropa oscura, o de su corba-
lo. Definitivamente, la figura de negro llevaba un
ta negra agitada por el viento, o la misma araña
velo, aunque todavía no podía distinguir los ras-

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en sus vaivenes. También las imperfecciones del sentido, estaba equivocado. Esta vez pondría más
espejo podían dar razón de la extraña visión. Tal atención y, de todas maneras, el quinto reflejo se-
vez el extraño aspecto de su rostro podía deberse ría más fácil de determinar. Descubrió también
a una mancha. Como toda la casona, y como él que, aunque sólo podía contar diez reflejos de su
mismo, el espejo estaba en franca decadencia. rostro, podía distinguir trece o tal vez catorce re-
flejos de un punto de luz —una linterna o la llama
Se despertó con las primeras estrellas, tembloro-
de una vela colocada junto a su mejilla—. Era ex-
sas sobre el azul profundo del cielo, que señala-
traño, estas diminutas llamas de vela se parecían
ban su personal amanecer. Casi había olvidado
a las estrellas vistas a través de un telescopio ba-
del incidente cuando se dispuso a salir a la cúpula
rato. Curioso.
y observar el firmamento. Tenía, se dio cuenta, un
aspecto medieval. Estudió un doble difícil en Can Estaba ansioso por contar más reflejos y hasta
Mayor y estuvo prácticamente seguro de haber tomó los prismáticos y se puso a mirar el espejo
visto un frente de gas pálido avanzando a través con ellos, utilizando como punto de luz una vela
de la nebulosa de la Cabeza de Caballo. Finalmen- encendida aplicada sobre el ocular derecho. Pero,
te cubrió los instrumentos y entró en la casa. La como había temido, esto no solucionó nada: el au-
costumbre le llevó al piso de abajo y le puso fren- mento eliminaba los puntos más distantes, de ma-
te a los espejos del rellano en el mismo minuto y nera similar a lo que ocurría al utilizar un ocular
segundo que la noche anterior. demasiado potente en un telescopio pequeño.
Pensó en poner y probar una vela sobre un peris-
No había viento y la araña, con su asimétrica
copio, pero parecía un procedimiento demasiado
constelación de bombillas, colgaba inmóvil. No
elaborado y en todo caso ya era hora de irse a la
había sombras. Aparte de esto, todo estaba exac-
cama: casi mediodía.
tamente igual. Mientras en el reloj sonaban las
doce, vio en el espejo exactamente lo mismo que

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en sus vaivenes. También las imperfecciones del sentido, estaba equivocado. Esta vez pondría más
espejo podían dar razón de la extraña visión. Tal atención y, de todas maneras, el quinto reflejo se-
vez el extraño aspecto de su rostro podía deberse ría más fácil de determinar. Descubrió también
a una mancha. Como toda la casona, y como él que, aunque sólo podía contar diez reflejos de su
mismo, el espejo estaba en franca decadencia. rostro, podía distinguir trece o tal vez catorce re-
flejos de un punto de luz —una linterna o la llama
Se despertó con las primeras estrellas, tembloro-
de una vela colocada junto a su mejilla—. Era ex-
sas sobre el azul profundo del cielo, que señala-
traño, estas diminutas llamas de vela se parecían
ban su personal amanecer. Casi había olvidado
a las estrellas vistas a través de un telescopio ba-
del incidente cuando se dispuso a salir a la cúpula
rato. Curioso.
y observar el firmamento. Tenía, se dio cuenta, un
aspecto medieval. Estudió un doble difícil en Can Estaba ansioso por contar más reflejos y hasta
Mayor y estuvo prácticamente seguro de haber tomó los prismáticos y se puso a mirar el espejo
visto un frente de gas pálido avanzando a través con ellos, utilizando como punto de luz una vela
de la nebulosa de la Cabeza de Caballo. Finalmen- encendida aplicada sobre el ocular derecho. Pero,
te cubrió los instrumentos y entró en la casa. La como había temido, esto no solucionó nada: el au-
costumbre le llevó al piso de abajo y le puso fren- mento eliminaba los puntos más distantes, de ma-
te a los espejos del rellano en el mismo minuto y nera similar a lo que ocurría al utilizar un ocular
segundo que la noche anterior. demasiado potente en un telescopio pequeño.
Pensó en poner y probar una vela sobre un peris-
No había viento y la araña, con su asimétrica
copio, pero parecía un procedimiento demasiado
constelación de bombillas, colgaba inmóvil. No
elaborado y en todo caso ya era hora de irse a la
había sombras. Aparte de esto, todo estaba exac-
cama: casi mediodía.
tamente igual. Mientras en el reloj sonaban las
doce, vio en el espejo exactamente lo mismo que

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no en la teoría. Descubrió que incluso con la me- había visto la noche anterior: un pequeño rostro
jor iluminación, cambiando todas las bombillas de pálido y horrorizado, y un brazo negro, tocando
la araña, podría reconocer como mucho el no- su hombro o su cuello. Tal vez esa noche se veía
veno o tal vez el décimo reflejo de su rostro. Tras un poco más de la figura negra, como si se aso-
eso, su cara se convertía en una diminuta mancha mase por el marco dorado. Sólo que esta vez no
de color gris ceniza irreconocible. era el octavo reflejo el que mostraba las irregula-
ridades, sino el séptimo.
Encontró también que era muy difícil contar los
reflejos con precisión. Uno o dos tenderían a per- Cuando la anormalidad se desvaneció con la
derse, o él perdería la cuenta en algún punto de la duodécima campanada, le fue más difícil evitar
línea. Era más fácil contar los marcos dorados del que la mente se enfocara obsesivamente en el
espejo, puesto que se mantenían en una línea acontecimiento. Se sorprendió a sí mismo buscan-
continua, como números dorados. Es más: el déci- do una explicación en términos de alucinación
mo reflejo de su cara, pongamos por caso, supo- antes que de ilusión óptica. Porque una ilusión
nía contar diecinueve marcos, diez pertenecientes óptica que vuelve tan puntual dos noches segui-
al espejo que tenía enfrente y nueve del espejo de das es difícil de creer. Pero también es extraña
detrás. Se preguntó cómo podía haber estado se- una alucinación que se recluye en uno solo de los
guro la primera noche de que era el octavo reflejo reflejos.
que había mostrado las desagradables irregulari-
La esquiva maldad de la figura negra le impre-
dades, y los reflejos séptimo y sexto las noches si-
sionó más violentamente que la noche anterior.
guientes.
Una alucinación —o un fantasma o un demonio—
Decidió que su mente alterada debía haber he- que se enfrenta cara a cara es otra cosa. Uno pue-
cho una suposición aventurada y que seguramen- de intentar pegarle, arañarle como un histérico,
te, a pesar de la instantánea seguridad que había intentar darle puñetazos. Pero un fantasma que se

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no en la teoría. Descubrió que incluso con la me- había visto la noche anterior: un pequeño rostro
jor iluminación, cambiando todas las bombillas de pálido y horrorizado, y un brazo negro, tocando
la araña, podría reconocer como mucho el no- su hombro o su cuello. Tal vez esa noche se veía
veno o tal vez el décimo reflejo de su rostro. Tras un poco más de la figura negra, como si se aso-
eso, su cara se convertía en una diminuta mancha mase por el marco dorado. Sólo que esta vez no
de color gris ceniza irreconocible. era el octavo reflejo el que mostraba las irregula-
ridades, sino el séptimo.
Encontró también que era muy difícil contar los
reflejos con precisión. Uno o dos tenderían a per- Cuando la anormalidad se desvaneció con la
derse, o él perdería la cuenta en algún punto de la duodécima campanada, le fue más difícil evitar
línea. Era más fácil contar los marcos dorados del que la mente se enfocara obsesivamente en el
espejo, puesto que se mantenían en una línea acontecimiento. Se sorprendió a sí mismo buscan-
continua, como números dorados. Es más: el déci- do una explicación en términos de alucinación
mo reflejo de su cara, pongamos por caso, supo- antes que de ilusión óptica. Porque una ilusión
nía contar diecinueve marcos, diez pertenecientes óptica que vuelve tan puntual dos noches segui-
al espejo que tenía enfrente y nueve del espejo de das es difícil de creer. Pero también es extraña
detrás. Se preguntó cómo podía haber estado se- una alucinación que se recluye en uno solo de los
guro la primera noche de que era el octavo reflejo reflejos.
que había mostrado las desagradables irregulari-
La esquiva maldad de la figura negra le impre-
dades, y los reflejos séptimo y sexto las noches si-
sionó más violentamente que la noche anterior.
guientes.
Una alucinación —o un fantasma o un demonio—
Decidió que su mente alterada debía haber he- que se enfrenta cara a cara es otra cosa. Uno pue-
cho una suposición aventurada y que seguramen- de intentar pegarle, arañarle como un histérico,
te, a pesar de la instantánea seguridad que había intentar darle puñetazos. Pero un fantasma que se

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oculta en un espejo, tras muchas capas de grueso dió la distancia entre los dos espejos de la escale-
cristal, descargando su perversidad sobre la ima- ra: dos metros cuarenta, y calculó que el octavo
gen impotente, eso suponía una astucia horripi- reflejo de su rostro estaba por lo tanto a casi
lante. De todo ello se deducía que había un ser treinta y cinco metros de distancia, es decir, como
que odiaba a Giles Nefandor. si le escrutara desde una pequeña buhardilla del
final de la calle. Estuvo casi tentado de subir al te-
Aquella noche evitó al misterioso Scriabin y
jado y buscar con los prismáticos. Pero puesto
tocó sólo piezas de rápido movimiento para baile
que se veía a sí mismo, el octavo reflejo estaba a
de Mozart. Los movimientos de ajedrez que estu-
una distancia de setenta metros.
dió fueron ataques de Andersen, Kieseritzky y del
joven Steinitz. Había decidido esperar otras vein- Era delicioso pensar la enorme variedad de co-
ticuatro horas. Si la figura aparecía por tercera sas que sus reflejos podrían hacer si cada uno tu-
vez, analizaría sistemáticamente el asunto y deci- viese poder para moverse independientemente en
diría qué medidas tomar. Mientras tanto no pudo el diminuto mundo de esta corteza de cristal. Con
evitar rebuscar en su memoria a gente a la que todos estos dobles-corteza ocupados afanosamen-
hubiese hecho daño hasta el punto que sintiese te, Giles Nefandor podría convertirse en el pianis-
hacia él un odio amargo y eterno. ta más genial del mundo, el astrónomo con más
conocimientos, el ajedrecista de más altura entre
Pero aunque buceó minuciosamente, por etapas,
los grandes maestros. La idea casi reavivó sus
en las cinco décadas y media a las que se extendía
muertas ambiciones mientras el encanto de las
su memoria, no encontró candidatos idóneos para
especulaciones casi le hizo olvidar la amenaza de
el papel de Vengador. Era una persona tranquila,
la figura negra que ya había visto tres veces.
nunca había tenido que cometer delitos. Se había
casado, había tenido hijos, se había divorciado, su Volviendo a la realidad se puso a determinar
mujer se había casado muy bien, sus hijos triun- cuántos de sus reflejos podía ver en la práctica y

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oculta en un espejo, tras muchas capas de grueso dió la distancia entre los dos espejos de la escale-
cristal, descargando su perversidad sobre la ima- ra: dos metros cuarenta, y calculó que el octavo
gen impotente, eso suponía una astucia horripi- reflejo de su rostro estaba por lo tanto a casi
lante. De todo ello se deducía que había un ser treinta y cinco metros de distancia, es decir, como
que odiaba a Giles Nefandor. si le escrutara desde una pequeña buhardilla del
final de la calle. Estuvo casi tentado de subir al te-
Aquella noche evitó al misterioso Scriabin y
jado y buscar con los prismáticos. Pero puesto
tocó sólo piezas de rápido movimiento para baile
que se veía a sí mismo, el octavo reflejo estaba a
de Mozart. Los movimientos de ajedrez que estu-
una distancia de setenta metros.
dió fueron ataques de Andersen, Kieseritzky y del
joven Steinitz. Había decidido esperar otras vein- Era delicioso pensar la enorme variedad de co-
ticuatro horas. Si la figura aparecía por tercera sas que sus reflejos podrían hacer si cada uno tu-
vez, analizaría sistemáticamente el asunto y deci- viese poder para moverse independientemente en
diría qué medidas tomar. Mientras tanto no pudo el diminuto mundo de esta corteza de cristal. Con
evitar rebuscar en su memoria a gente a la que todos estos dobles-corteza ocupados afanosamen-
hubiese hecho daño hasta el punto que sintiese te, Giles Nefandor podría convertirse en el pianis-
hacia él un odio amargo y eterno. ta más genial del mundo, el astrónomo con más
conocimientos, el ajedrecista de más altura entre
Pero aunque buceó minuciosamente, por etapas,
los grandes maestros. La idea casi reavivó sus
en las cinco décadas y media a las que se extendía
muertas ambiciones mientras el encanto de las
su memoria, no encontró candidatos idóneos para
especulaciones casi le hizo olvidar la amenaza de
el papel de Vengador. Era una persona tranquila,
la figura negra que ya había visto tres veces.
nunca había tenido que cometer delitos. Se había
casado, había tenido hijos, se había divorciado, su Volviendo a la realidad se puso a determinar
mujer se había casado muy bien, sus hijos triun- cuántos de sus reflejos podía ver en la práctica y

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nuca en el espejo que tiene a la espalda; luego, li- faban en países lejanos, tenía bastante dinero
geramente visible alrededor de estos dos, aparece para mantener su gran cuerpo y su gran casa —
el segundo reflejo de la cara —en realidad se ven mientras ambos siguiesen en pie— y para permi-
sólo los bordes del pelo, las mejillas y las orejas—; tirse sus pasiones por el arte más etéreo, la cien-
luego el segundo reflejo de la nuca, y así sucesi- cia más antigua y el juego más insondable.
vamente. Como las cabezas van haciéndose más y
¿Rivales profesionales? Ya no participaba en tor-
más pequeñas, el rostro vuelve a hacerse visible
neos de ajedrez; había limitado sus actividades en
en su totalidad, bastante pequeño y difuso. Esto
este sentido a algunas partidas por corresponden-
quería decir que el octavo reflejo que había visto
cia. Ya no daba recitales de piano. Y sus colabora-
la primera noche era en realidad el decimoquinto,
ciones en publicaciones de astronomía eran pocas
puesto que había contado los reflejos de la cara,
y no suscitaban polémicas.
por lo que podía recordar, y entre cada dos de és-
tos se intercalaba un reflejo de la nuca. ¿Mujeres? Cuando se divorció, esperaba quedar
libre para entablar nuevas relaciones, pero sus
—Este mundo de los espejos es fascinante —pen-
hábitos de soledad resultaron ser demasiado có-
só.
modos y enraizados y nunca se había puesto a
O los mundos, mejor dicho. buscar. Tal vez su vanidad había temido el fraca-
so, o tal vez eran simples ganas de no esforzarse
Una serie de cortezas que le rodean a uno, como
demasiado. En este punto intuyó un recuerdo
los globos de cristal de la astronomía ptolemaica,
hundido en su mente, como una seda oscura, que
que representaban las estrellas y planetas multi-
se negaba a identificarse.
plicándose hasta el infinito, y los de una esfera
reflejándose en la siguiente. Le intrigó la forma ¿Algo sobre ajedrez? No. En realidad, no había
en que las cabezas se iban empequeñeciendo. Mi- hecho gran cosa a nadie, ni bueno ni malo, con-

10 MULTIVERS9 Ediciones MULTIVERS9 Ediciones 7

nuca en el espejo que tiene a la espalda; luego, li- faban en países lejanos, tenía bastante dinero
geramente visible alrededor de estos dos, aparece para mantener su gran cuerpo y su gran casa —
el segundo reflejo de la cara —en realidad se ven mientras ambos siguiesen en pie— y para permi-
sólo los bordes del pelo, las mejillas y las orejas—; tirse sus pasiones por el arte más etéreo, la cien-
luego el segundo reflejo de la nuca, y así sucesi- cia más antigua y el juego más insondable.
vamente. Como las cabezas van haciéndose más y
¿Rivales profesionales? Ya no participaba en tor-
más pequeñas, el rostro vuelve a hacerse visible
neos de ajedrez; había limitado sus actividades en
en su totalidad, bastante pequeño y difuso. Esto
este sentido a algunas partidas por corresponden-
quería decir que el octavo reflejo que había visto
cia. Ya no daba recitales de piano. Y sus colabora-
la primera noche era en realidad el decimoquinto,
ciones en publicaciones de astronomía eran pocas
puesto que había contado los reflejos de la cara,
y no suscitaban polémicas.
por lo que podía recordar, y entre cada dos de és-
tos se intercalaba un reflejo de la nuca. ¿Mujeres? Cuando se divorció, esperaba quedar
libre para entablar nuevas relaciones, pero sus
—Este mundo de los espejos es fascinante —pen-
hábitos de soledad resultaron ser demasiado có-
só.
modos y enraizados y nunca se había puesto a
O los mundos, mejor dicho. buscar. Tal vez su vanidad había temido el fraca-
so, o tal vez eran simples ganas de no esforzarse
Una serie de cortezas que le rodean a uno, como
demasiado. En este punto intuyó un recuerdo
los globos de cristal de la astronomía ptolemaica,
hundido en su mente, como una seda oscura, que
que representaban las estrellas y planetas multi-
se negaba a identificarse.
plicándose hasta el infinito, y los de una esfera
reflejándose en la siguiente. Le intrigó la forma ¿Algo sobre ajedrez? No. En realidad, no había
en que las cabezas se iban empequeñeciendo. Mi- hecho gran cosa a nadie, ni bueno ni malo, con-

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cluyó. ¿Podía alguien odiarle por no hacer nada? ojos cerrados, para descansarlos, y luego pasó el
¿Podía odiarle lo suficiente para perseguir su resto de la noche y de la mañana investigando la
imagen a través de espejos? Las preguntas marti- reflexión en los espejos de las escaleras, y en dos
lleaban inútilmente su cerebro, mientras miraba algo más pequeños que montó en el salón y que
la reina negra de Kieseritzk persiguiendo impla- inclinó algunos centímetros para obtener mejores
cable al rey blanco de Andersen. resultados.
La noche siguiente cronometró bien su descenso Por entonces había hecho ya un buen número
por las escaleras, utilizando el reloj de precisión de descubrimientos interesantes. Ya antes le ha-
de la cúpula. El resultado fue que el reloj de abajo bían sorprendido los reflejos de reflejos, sobre
había dado ya cinco campanadas cuando se situó todo en las escaleras, y se había divertido con-
sin aliento entre los espejos del descanso. Pero su templándolos, pero nunca había pensado sistemá-
horrorizado rostro verdoso estaba allí —en el sex- ticamente en el asunto, y desde luego nunca lo
to reflejo, como fatalmente había supuesto—, y la había experimentado. Resultaron ser un pequeño
delgada figura negra también estaba allí, con el campo de estudio fascinante —óptica de bolsillo
brazo extendido; ahora le pareció detectar que lle- —, una ciencia en miniatura. De bolsillo no era un
vaba un velo o una gasa: no podía distinguir nin- nombre tan inadecuado, puesto que para observar
guno de sus rasgos, pero había un débil destello los fenómenos tenía que colocarse entre los dos
en el área de la cara, bastante parecido al frente espejos. Aunque llegue usted a imaginárselo, de-
de gas que había detectado una vez cruzando la bería ser capaz de hacer lo mismo. Merecería la
nebulosa de la Cabeza de Caballo. pena probarlo.
Aquella noche alteró completamente su rutina. Cuando uno se sitúa entre dos espejos casi para-
No abrió el piano ni estudió a ningún ajedrecista. lelos, mirando a uno de ellos, ve primero el reflejo
En lugar de ello, estuvo una hora acostado con los directo de su cara, a continuación el reflejo de la

8 MULTIVERS9 Ediciones MULTIVERS9 Ediciones 9

cluyó. ¿Podía alguien odiarle por no hacer nada? ojos cerrados, para descansarlos, y luego pasó el
¿Podía odiarle lo suficiente para perseguir su resto de la noche y de la mañana investigando la
imagen a través de espejos? Las preguntas marti- reflexión en los espejos de las escaleras, y en dos
lleaban inútilmente su cerebro, mientras miraba algo más pequeños que montó en el salón y que
la reina negra de Kieseritzk persiguiendo impla- inclinó algunos centímetros para obtener mejores
cable al rey blanco de Andersen. resultados.
La noche siguiente cronometró bien su descenso Por entonces había hecho ya un buen número
por las escaleras, utilizando el reloj de precisión de descubrimientos interesantes. Ya antes le ha-
de la cúpula. El resultado fue que el reloj de abajo bían sorprendido los reflejos de reflejos, sobre
había dado ya cinco campanadas cuando se situó todo en las escaleras, y se había divertido con-
sin aliento entre los espejos del descanso. Pero su templándolos, pero nunca había pensado sistemá-
horrorizado rostro verdoso estaba allí —en el sex- ticamente en el asunto, y desde luego nunca lo
to reflejo, como fatalmente había supuesto—, y la había experimentado. Resultaron ser un pequeño
delgada figura negra también estaba allí, con el campo de estudio fascinante —óptica de bolsillo
brazo extendido; ahora le pareció detectar que lle- —, una ciencia en miniatura. De bolsillo no era un
vaba un velo o una gasa: no podía distinguir nin- nombre tan inadecuado, puesto que para observar
guno de sus rasgos, pero había un débil destello los fenómenos tenía que colocarse entre los dos
en el área de la cara, bastante parecido al frente espejos. Aunque llegue usted a imaginárselo, de-
de gas que había detectado una vez cruzando la bería ser capaz de hacer lo mismo. Merecería la
nebulosa de la Cabeza de Caballo. pena probarlo.
Aquella noche alteró completamente su rutina. Cuando uno se sitúa entre dos espejos casi para-
No abrió el piano ni estudió a ningún ajedrecista. lelos, mirando a uno de ellos, ve primero el reflejo
En lugar de ello, estuvo una hora acostado con los directo de su cara, a continuación el reflejo de la

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biese alertado a la policía al no obtener respuesta —Oh, la culpa y el castigo de las pasiones huma-
a su última postal, enviada hacía diez días. nas —pensó—. El miedo, o tal vez el deseo, de cas-
tigo. ¡Qué dispuestos estamos a pensar que otros
El policía informó sobre el desagradable estado
nos odian!
del cuerpo, sobre el brazo de la araña de hierro
forjado introducido a través del nudo de la corba- Durante la indagación en su memoria, la seda
ta, sobre los fragmentos de cristal y sobre otros oscura se agitó varias veces. Le parecía que olvi-
detalles. Pero nunca informó sobre lo que vio en daba a alguna mujer. Pero la seda se negó a salir
uno de los dos espejos de la escalera cuando lo de su tumba hasta que, a la noche siguiente, el re-
miró detenidamente en el momento en que su re- loj lanzó la duodécima campanada y la figura fe-
loj de pulsera señalaba las doce de la noche. Ha- menina del cuarto reflejo se desvaneció. Pronun-
bía una serie de reflejos de su propio rostro asom- ció un nombre:
brado. Pero en el cuarto reflejo había dos figuras,
—Nina Fasinera.
dándose la mano, que le miraban por encima del
hombro y le sonreían con malicia. Una de las fi- Aquello resucitó un incidente enterrado, que le
guras era la de Giles Nefandor, aunque más joven embistió con la fuerza con que vuelven los peque-
de como le recordaba en sus últimos años. La otra ños incidentes y encuentros perdidos en la me-
era una mujer vestida de negro, con la parte su- moria. Un instante no existen, al siguiente han
perior de su rostro cubierta por un velo. vuelto con una fugacidad vertiginosa. Había suce-
dido hacía diez años, por lo menos seis antes de
su divorcio, y sólo había visto a la señorita Fasi-
Fin nera una vez. Era una mujer alta y delgada de
pelo negro, rasgos intrépidos y aguileños, ojos li-
geramente saltones y labios largos y delgados que

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biese alertado a la policía al no obtener respuesta —Oh, la culpa y el castigo de las pasiones huma-
a su última postal, enviada hacía diez días. nas —pensó—. El miedo, o tal vez el deseo, de cas-
tigo. ¡Qué dispuestos estamos a pensar que otros
El policía informó sobre el desagradable estado
nos odian!
del cuerpo, sobre el brazo de la araña de hierro
forjado introducido a través del nudo de la corba- Durante la indagación en su memoria, la seda
ta, sobre los fragmentos de cristal y sobre otros oscura se agitó varias veces. Le parecía que olvi-
detalles. Pero nunca informó sobre lo que vio en daba a alguna mujer. Pero la seda se negó a salir
uno de los dos espejos de la escalera cuando lo de su tumba hasta que, a la noche siguiente, el re-
miró detenidamente en el momento en que su re- loj lanzó la duodécima campanada y la figura fe-
loj de pulsera señalaba las doce de la noche. Ha- menina del cuarto reflejo se desvaneció. Pronun-
bía una serie de reflejos de su propio rostro asom- ció un nombre:
brado. Pero en el cuarto reflejo había dos figuras,
—Nina Fasinera.
dándose la mano, que le miraban por encima del
hombro y le sonreían con malicia. Una de las fi- Aquello resucitó un incidente enterrado, que le
guras era la de Giles Nefandor, aunque más joven embistió con la fuerza con que vuelven los peque-
de como le recordaba en sus últimos años. La otra ños incidentes y encuentros perdidos en la me-
era una mujer vestida de negro, con la parte su- moria. Un instante no existen, al siguiente han
perior de su rostro cubierta por un velo. vuelto con una fugacidad vertiginosa. Había suce-
dido hacía diez años, por lo menos seis antes de
su divorcio, y sólo había visto a la señorita Fasi-
Fin nera una vez. Era una mujer alta y delgada de
pelo negro, rasgos intrépidos y aguileños, ojos li-
geramente saltones y labios largos y delgados que

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la fina punta de su lengua estaba siempre hume- atormentador, luego carne. Pudo sentir entre los
deciendo. Su voz era ronca, aunque rápida. Se dedos la suavidad de una seda pesada, y bajo ella
movía con una gracia nerviosa de pantera, de for- unas costillas ligeramente carnosas. Todo ello
ma que su vestido de seda pesada siseaba al con- hundido en una oscuridad eterna y en un desor-
tacto con su cuerpo escuálido. den salvaje. Desde el fondo de este último, sona-
ron las campanadas de medianoche.
Nina Fasinera había acudido a él, ahí, en su casa,
con el pretexto de pedirle consejo acerca de la Una mano subió por su espalda y unos dedos
conveniencia de matricularse en una escuela de enguantados rodearon su cuello. Cuando sonaron
piano situada al otro lado de la ciudad. Era tam- las últimas campanadas, uno de los dedos se puso
bién actriz, le había dicho, pero él dedujo que no cruelmente rígido y tenso y se hundió bajo el
había trabajado mucho en los últimos años. Pensó cuello de la camisa, atrapando la corbata como
que no debía tener muchos menos años que él: el con un gancho. Le levantó. Un dolor terrible esta-
azabache de su cabello, teñido; la suave tersura de lló en la base de su cuello. Luego los estallidos le
su rostro, astringentes; sus jóvenes energías, pro- desbordaron.
ducto de una tremenda voluntad. En suma, una
Cuatro días más tarde, el policía que patrullaba
especie de impostora —sus conocimientos de
tras la verja encontraba el cuerpo de Giles Nefan-
piano, rudimentarios; sus actuaciones, unas cuan-
dor, a quien conocía de vista, pero nunca en una
tas funciones de verano y papeles secundarios en
vista como aquélla, colgado de la araña de hierro
Broadway—, pero una impostora valerosa y ele-
forjado, sobre un rellano nevado de fragmentos
gante.
de cristal. Hubiesen sido más de cuatro si un aje-
Pronto dejó en claro que tenía más interés en él drecista de la ciudad, que jugaba una partida por
que en sus consejos y que estaba dispuesta —aler- correspondencia con el famoso anacoreta, no hu-
ta, en guardia, peligrosa aunque responsable— a

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la fina punta de su lengua estaba siempre hume- atormentador, luego carne. Pudo sentir entre los
deciendo. Su voz era ronca, aunque rápida. Se dedos la suavidad de una seda pesada, y bajo ella
movía con una gracia nerviosa de pantera, de for- unas costillas ligeramente carnosas. Todo ello
ma que su vestido de seda pesada siseaba al con- hundido en una oscuridad eterna y en un desor-
tacto con su cuerpo escuálido. den salvaje. Desde el fondo de este último, sona-
ron las campanadas de medianoche.
Nina Fasinera había acudido a él, ahí, en su casa,
con el pretexto de pedirle consejo acerca de la Una mano subió por su espalda y unos dedos
conveniencia de matricularse en una escuela de enguantados rodearon su cuello. Cuando sonaron
piano situada al otro lado de la ciudad. Era tam- las últimas campanadas, uno de los dedos se puso
bién actriz, le había dicho, pero él dedujo que no cruelmente rígido y tenso y se hundió bajo el
había trabajado mucho en los últimos años. Pensó cuello de la camisa, atrapando la corbata como
que no debía tener muchos menos años que él: el con un gancho. Le levantó. Un dolor terrible esta-
azabache de su cabello, teñido; la suave tersura de lló en la base de su cuello. Luego los estallidos le
su rostro, astringentes; sus jóvenes energías, pro- desbordaron.
ducto de una tremenda voluntad. En suma, una
Cuatro días más tarde, el policía que patrullaba
especie de impostora —sus conocimientos de
tras la verja encontraba el cuerpo de Giles Nefan-
piano, rudimentarios; sus actuaciones, unas cuan-
dor, a quien conocía de vista, pero nunca en una
tas funciones de verano y papeles secundarios en
vista como aquélla, colgado de la araña de hierro
Broadway—, pero una impostora valerosa y ele-
forjado, sobre un rellano nevado de fragmentos
gante.
de cristal. Hubiesen sido más de cuatro si un aje-
Pronto dejó en claro que tenía más interés en él drecista de la ciudad, que jugaba una partida por
que en sus consejos y que estaba dispuesta —aler- correspondencia con el famoso anacoreta, no hu-
ta, en guardia, peligrosa aunque responsable— a

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En lugar de acobardarse, le llenó de un terrorífi- tener una aventura con él citándose para comer
co nerviosismo. Sintió que podría subir al aire y una semana después o allí y entonces, en aquel
ser transportado ligera y suavemente a cualquier instante. Había sido, recordó, como si un duelista
punto que desease del cosmos incrustado de dia- hubiese cruzado, ligera pero rápidamente, sus
mantes. Sólo que tenía otra cita. mejillas y sus labios con un cuero fino e insensi-
ble. ¡Ah, sí! Ella llevaba guantes, recordó de gol-
Cuando por fin entró, temblando de frío, y se
pe. Guantes de color verde oscuro ribeteados de
quitó el abrigo de lana, oyó unos crujidos y cho-
amarillo, del mismo tono que el vestido de seda.
ques, fuertes y espaciados. Cuando bajaba la esca-
lera, todo estaba oscuro y los crujidos eran más Se había sentido muy atraído hacia ella, pero
fuertes. Comprendió que la gran araña del rellano acababa de reconciliarse con su mujer quizá por
se balanceaba con tanto recorrido que estaba duodécima vez y sentía hacia Nina Fasinera una
rompiendo las vidrieras, astillando los cristales avidez, una locura, y sobre todo una desespera-
que quedaban. Todas las bombillas se habían fun- ción casi psicótica que le había asustado o, por lo
dido. Tanteó el camino hacia abajo pegado a la menos, le había puesto muy en guardia. Se recor-
pared, para evitar las mortales cuchilladas de la dó a sí mismo preguntándose si estaría drogada.
araña. Sus dedos tocaron una suavidad absoluta. Así que había rechazado todos sus retos, cortés-
Era cristal. mente pero con frialdad, con una obstinación in-
finita que al final se había convertido en burlas.
El cristal se onduló un instante, hormigueando
Le había acompañado a la puerta y se la había ce-
en sus dedos; oyó una respiración ronca e irregu-
rrado en las narices.
lar, y el siseo de una seda; le rodearon unos bra-
zos delgados y un cuerpo de mujer se oprimió Al día siguiente leía en el periódico la noticia de
contra el suyo; unos labios hambrientos buscaron su suicidio.
los suyos, primero a través de un velo seco, seco,

30 MULTIVERS9 Ediciones MULTIVERS9 Ediciones 19

En lugar de acobardarse, le llenó de un terrorífi- tener una aventura con él citándose para comer
co nerviosismo. Sintió que podría subir al aire y una semana después o allí y entonces, en aquel
ser transportado ligera y suavemente a cualquier instante. Había sido, recordó, como si un duelista
punto que desease del cosmos incrustado de dia- hubiese cruzado, ligera pero rápidamente, sus
mantes. Sólo que tenía otra cita. mejillas y sus labios con un cuero fino e insensi-
ble. ¡Ah, sí! Ella llevaba guantes, recordó de gol-
Cuando por fin entró, temblando de frío, y se
pe. Guantes de color verde oscuro ribeteados de
quitó el abrigo de lana, oyó unos crujidos y cho-
amarillo, del mismo tono que el vestido de seda.
ques, fuertes y espaciados. Cuando bajaba la esca-
lera, todo estaba oscuro y los crujidos eran más Se había sentido muy atraído hacia ella, pero
fuertes. Comprendió que la gran araña del rellano acababa de reconciliarse con su mujer quizá por
se balanceaba con tanto recorrido que estaba duodécima vez y sentía hacia Nina Fasinera una
rompiendo las vidrieras, astillando los cristales avidez, una locura, y sobre todo una desespera-
que quedaban. Todas las bombillas se habían fun- ción casi psicótica que le había asustado o, por lo
dido. Tanteó el camino hacia abajo pegado a la menos, le había puesto muy en guardia. Se recor-
pared, para evitar las mortales cuchilladas de la dó a sí mismo preguntándose si estaría drogada.
araña. Sus dedos tocaron una suavidad absoluta. Así que había rechazado todos sus retos, cortés-
Era cristal. mente pero con frialdad, con una obstinación in-
finita que al final se había convertido en burlas.
El cristal se onduló un instante, hormigueando
Le había acompañado a la puerta y se la había ce-
en sus dedos; oyó una respiración ronca e irregu-
rrado en las narices.
lar, y el siseo de una seda; le rodearon unos bra-
zos delgados y un cuerpo de mujer se oprimió Al día siguiente leía en el periódico la noticia de
contra el suyo; unos labios hambrientos buscaron su suicidio.
los suyos, primero a través de un velo seco, seco,

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Por eso había olvidado el incidente, decidió. Se samente anudada. Le agradó no tener que cam-
había sentido terriblemente culpable. No es que biar el color de su traje para que hiciese juego
pensase que tenía un encanto fatal, y que una con el vestido.
mujer pudiese morir porque él la rechazara, sino
La primera noche estuvo casi seguro de su son-
que seguramente él había significado la última
risa. La siguiente noche estuvo completamente
carta de Nina Fasinera con el destino e, incons-
seguro. Ahora estaban las dos figuras en el pri-
ciente de lo que estaba en juego, le había dicho
mer reflejo y pudo ver su propio rostro de nuevo,
fríamente:
casi a un metro de distancia. Él también sonreía.
—Ha perdido usted. La expresión de horror había desaparecido.
Pero había algo más que olvidaba. Algo relacio- La mano de Nina, envuelta en el guante negro,
nado con su muerte y que su mente había supri- estaba posada sobre su hombro, con las puntas de
mido más fieramente. Mirando inquieto a su alre- los dedos tocando el cuello blanco. Ahora parecía
dedor, se abalanzó sobre el rellano y bajó rápida- el gesto de una amante. La noche siguiente volvió
mente el resto de los peldaños. Acababa de recor- por fin el viento, soplando con mayor y mayor
dar que había recortado la noticia de su muerte violencia. No había nubes y las estrellas saltaron
de un periódico sensacionalista, y pasó el resto de y juguetearon incontroladas por las lentes. El
la noche rebuscando entre sus papeles archiva- vendaval removía y agitaba sus destellos, que pa-
dos. Cerca del amanecer lo encontró. Un papel recían ramas de cristal. El cielo era una gran ráfa-
amarillento de bordes desgarrados hundido en ga de aire salpicado de luces. No podía recordar
una de las copias de los nocturnos de Chopin: un temporal como aquél. A las once casi le había
echado del tejado.
Pero él siguió allí.

20 MULTIVERS9 Ediciones MULTIVERS9 Ediciones 29

Por eso había olvidado el incidente, decidió. Se samente anudada. Le agradó no tener que cam-
había sentido terriblemente culpable. No es que biar el color de su traje para que hiciese juego
pensase que tenía un encanto fatal, y que una con el vestido.
mujer pudiese morir porque él la rechazara, sino
La primera noche estuvo casi seguro de su son-
que seguramente él había significado la última
risa. La siguiente noche estuvo completamente
carta de Nina Fasinera con el destino e, incons-
seguro. Ahora estaban las dos figuras en el pri-
ciente de lo que estaba en juego, le había dicho
mer reflejo y pudo ver su propio rostro de nuevo,
fríamente:
casi a un metro de distancia. Él también sonreía.
—Ha perdido usted. La expresión de horror había desaparecido.
Pero había algo más que olvidaba. Algo relacio- La mano de Nina, envuelta en el guante negro,
nado con su muerte y que su mente había supri- estaba posada sobre su hombro, con las puntas de
mido más fieramente. Mirando inquieto a su alre- los dedos tocando el cuello blanco. Ahora parecía
dedor, se abalanzó sobre el rellano y bajó rápida- el gesto de una amante. La noche siguiente volvió
mente el resto de los peldaños. Acababa de recor- por fin el viento, soplando con mayor y mayor
dar que había recortado la noticia de su muerte violencia. No había nubes y las estrellas saltaron
de un periódico sensacionalista, y pasó el resto de y juguetearon incontroladas por las lentes. El
la noche rebuscando entre sus papeles archiva- vendaval removía y agitaba sus destellos, que pa-
dos. Cerca del amanecer lo encontró. Un papel recían ramas de cristal. El cielo era una gran ráfa-
amarillento de bordes desgarrados hundido en ga de aire salpicado de luces. No podía recordar
una de las copias de los nocturnos de Chopin: un temporal como aquél. A las once casi le había
echado del tejado.
Pero él siguió allí.

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linas, juegos de vidrio, orgías y derrotas a todos UNA EX ACTRIZ DE BROADWAY SE
los niveles, en millones de arañas refulgentes y en VISTE PARA SU PROPIO FUNERAL
caminos de diamantes hasta las estrellas más leja-
»Anoche, la encantadora Nina Fasinera,
nas.
que actuó en Broadway hace tres años, se
Y a menudo pensó en Nina y la extrañeza de su suicidó ahorcándose en la habitación que te-
relación: dos átomos marcados por un encuentro nía alquilada en el número 1738 de Waverly
y ahora reunidos en medio de trillones de trillo- Place, distrito de Edgemont, informó el sar-
nes de átomos iguales del universo. ¿Tardó el gento de policía Ben Davidow. Sobre su ar-
amor diez años en crecer, o diez segundos? Tam- mario se encontró un monedero con 87 cen-
bién dio vueltas a estos pensamientos, mientras tavos. No dejó ninguna nota ni diario. La
tecleaba el piano, movía los peones y enfocaba los causa más probable fue la desesperación, se-
objetivos. gún su patrona, Elvira Winters, que descu-
brió el cuerpo a las tres de la madrugada.
Hubo momentos de duda y miedo. Nina podía
ser la encarnación del odio, una araña de color »Era una inquilina encantadora, siempre
negro azabache tejiendo la tela de cristal. Desde muy señora, y muy hermosa —manifestó la
luego, era lo desconocido, aunque sentía que la señora Winters—, pero últimamente parecía
conocía bien. Había habido aquellas primeras inquieta y triste. Le dejé que retrasase el
muestras de psicosis, y una inquietud felina, y pago de las últimas cinco semanas. ¿Quién
aquella primera expresión de su rostro, enfermo me pagará ahora?
de horror. Pero eran sólo detalles insignificantes.
»Antes de poner fin a su vida, la señorita
Cada una de las restantes noches se vistió con
Fasinera, de 39 años, se había vestido con un
una atención inusitada: el traje negro recién cepi-
traje de cóctel de seda negra, con comple-
llado, la camisa blanca, la corbata negra cuidado-

28 MULTIVERS9 Ediciones MULTIVERS9 Ediciones 21

linas, juegos de vidrio, orgías y derrotas a todos UNA EX ACTRIZ DE BROADWAY SE


los niveles, en millones de arañas refulgentes y en VISTE PARA SU PROPIO FUNERAL
caminos de diamantes hasta las estrellas más leja-
»Anoche, la encantadora Nina Fasinera,
nas.
que actuó en Broadway hace tres años, se
Y a menudo pensó en Nina y la extrañeza de su suicidó ahorcándose en la habitación que te-
relación: dos átomos marcados por un encuentro nía alquilada en el número 1738 de Waverly
y ahora reunidos en medio de trillones de trillo- Place, distrito de Edgemont, informó el sar-
nes de átomos iguales del universo. ¿Tardó el gento de policía Ben Davidow. Sobre su ar-
amor diez años en crecer, o diez segundos? Tam- mario se encontró un monedero con 87 cen-
bién dio vueltas a estos pensamientos, mientras tavos. No dejó ninguna nota ni diario. La
tecleaba el piano, movía los peones y enfocaba los causa más probable fue la desesperación, se-
objetivos. gún su patrona, Elvira Winters, que descu-
brió el cuerpo a las tres de la madrugada.
Hubo momentos de duda y miedo. Nina podía
ser la encarnación del odio, una araña de color »Era una inquilina encantadora, siempre
negro azabache tejiendo la tela de cristal. Desde muy señora, y muy hermosa —manifestó la
luego, era lo desconocido, aunque sentía que la señora Winters—, pero últimamente parecía
conocía bien. Había habido aquellas primeras inquieta y triste. Le dejé que retrasase el
muestras de psicosis, y una inquietud felina, y pago de las últimas cinco semanas. ¿Quién
aquella primera expresión de su rostro, enfermo me pagará ahora?
de horror. Pero eran sólo detalles insignificantes.
»Antes de poner fin a su vida, la señorita
Cada una de las restantes noches se vistió con
Fasinera, de 39 años, se había vestido con un
una atención inusitada: el traje negro recién cepi-
traje de cóctel de seda negra, con comple-
llado, la camisa blanca, la corbata negra cuidado-

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mentos negros, entre ellos un velo y unos En esta ocasión sintió una terrible angustia de
guantes largos, Había abierto las persianas y pérdida cuando la figura se desvaneció, pero fue
encendido todas las luces de la habitación. inmediatamente sustituida por un sentimiento de
Fue el brillo de estas luces a través de la seguridad y de fe. Durante los tres días que si-
puerta de cristal lo que hizo que la señora guieron, Giles Nefandor estuvo feliz y descansa-
Winters entrase en la pequeña habitación do. Tocó la música para piano que más le gustaba:
con una llave duplicada, al no obtener res- Beethoven, Mozart, Chopin, Scriabin, Domenico
puesta en sus llamadas. Vio el cuerpo de la Scarlatti. Repitió las partidas más famosas de Ni-
señorita Fasinera colgado del gancho de la mzowitch, Alekhine, Capablanca, Emanuel La-
lámpara con un trozo de cuerda. Cerca de él sker y Steinitz. Observó con amor sus objetos ce-
había una silla tumbada. En el asiento de lestiales favoritos: el Panal en Cáncer, las Pléya-
plástico, el sargento Davidow encontró seña- des y las Híades, la Gran Nebulosa en la Espada
les que coinciden con los tacones de la actriz. de Orión; vio nuevas constelaciones telescópicas
El doctor Leonard Belstrom, que examinó el y pensó haber visto las sendas de cristal más im-
cuerpo, calculó que había muerto unas cua- perceptibles.
tro horas antes, es decir, a las doce.
A veces sus pensamientos se dirigieron ansio-
»Estaba colgada entre el gran espejo del ar- sos, pero culpables, a los intrincados pasillos de
mario y el de la cómoda —declaró la señora cristal del mundo de los espejos, secreto universo
Winters—. Casi podría llegar a ellos y haber- de diamantes, y a sus sueños sobre él: habitacio-
les dado una patada, si hubiese podido dar nes sin fin y salones de techos y suelos forrados
patadas. La pude ver reflejada en los dos, de transparencia. Pensó en los curiosos indivi-
una y otra vez, cuando intenté descolgarla y duos perdidos entre los espejos, en los que vivían
antes de sentir lo fría que estaba. Y además a la deriva en su interior, pensó en músicas crista-

22 MULTIVERS9 Ediciones MULTIVERS9 Ediciones 27

mentos negros, entre ellos un velo y unos En esta ocasión sintió una terrible angustia de
guantes largos, Había abierto las persianas y pérdida cuando la figura se desvaneció, pero fue
encendido todas las luces de la habitación. inmediatamente sustituida por un sentimiento de
Fue el brillo de estas luces a través de la seguridad y de fe. Durante los tres días que si-
puerta de cristal lo que hizo que la señora guieron, Giles Nefandor estuvo feliz y descansa-
Winters entrase en la pequeña habitación do. Tocó la música para piano que más le gustaba:
con una llave duplicada, al no obtener res- Beethoven, Mozart, Chopin, Scriabin, Domenico
puesta en sus llamadas. Vio el cuerpo de la Scarlatti. Repitió las partidas más famosas de Ni-
señorita Fasinera colgado del gancho de la mzowitch, Alekhine, Capablanca, Emanuel La-
lámpara con un trozo de cuerda. Cerca de él sker y Steinitz. Observó con amor sus objetos ce-
había una silla tumbada. En el asiento de lestiales favoritos: el Panal en Cáncer, las Pléya-
plástico, el sargento Davidow encontró seña- des y las Híades, la Gran Nebulosa en la Espada
les que coinciden con los tacones de la actriz. de Orión; vio nuevas constelaciones telescópicas
El doctor Leonard Belstrom, que examinó el y pensó haber visto las sendas de cristal más im-
cuerpo, calculó que había muerto unas cua- perceptibles.
tro horas antes, es decir, a las doce.
A veces sus pensamientos se dirigieron ansio-
»Estaba colgada entre el gran espejo del ar- sos, pero culpables, a los intrincados pasillos de
mario y el de la cómoda —declaró la señora cristal del mundo de los espejos, secreto universo
Winters—. Casi podría llegar a ellos y haber- de diamantes, y a sus sueños sobre él: habitacio-
les dado una patada, si hubiese podido dar nes sin fin y salones de techos y suelos forrados
patadas. La pude ver reflejada en los dos, de transparencia. Pensó en los curiosos indivi-
una y otra vez, cuando intenté descolgarla y duos perdidos entre los espejos, en los que vivían
antes de sentir lo fría que estaba. Y además a la deriva en su interior, pensó en músicas crista-

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Ahora su propio reflejo estaba casi por completo todas esas luces brillantes. Era horrible, pero
eclipsado tras los que se encontraban frente a sí. como en el teatro.
No pudo siquiera imaginarse su expresión. Tam-
poco lo deseaba. Sólo tenía ojos para Nina Fasine-
ra. Le pesaban los años de soledad no percibido. Cuando Giles Nefandor terminó de leer el recor-
Se dio cuenta de la desesperación con que había te, asintió dos veces y frunció el entrecejo. Sacó
deseado que alguien le buscase. El reloj siguió to- unos mapas de la ciudad y sus alrededores. Midió
cando, marcando sin piedad el tiempo perdido la distancia en línea recta desde la casa de alqui-
para siempre. Ahora supo que amaba a Nina Fasi- ler de Edgemont hasta la suya. Luego utilizó las
nera, que la había amado desde la única hora en escalas de los mapas para convertir las medidas.
que se vieron. Por eso nunca se había ido de esta El resultado, con la aproximación que los límites
casa podrida. Había preparado su mente para el de la perfección permitían, fue de dieciocho kiló-
mundo de los espejos con partidas de ajedrez, con metros y medio. Luego calculó el tiempo que ha-
telegramas musicales y con las estrellas. bía transcurrido desde la muerte de Nina Fasine-
ra: diez años y ciento un días. según la declara-
Excepto el color y el velo, llevaba el mismo ves-
ción de la señora Winters, la distancia entre los
tido que en aquellos fatídicos sesenta minutos.
espejos entre los que se había ahorcado era de
—Sólo con que se hubiera movido —pensó—, ha- dos metros cuarenta, la misma que entre los espe-
bría oído el siseo de la seda pesada a través de las jos de su escalera.
cinco capas de cristal que quedaban. Sólo con que
Si Nina había entrado en el mundo de los espe-
aquella sonrisa se hiciera más concreta...
jos cuando murió y había estado avanzando hacia
Sonó la duodécima campanada. su casa a la misma velocidad de las últimas no-
ches —dos reflejos, o cuatro metros ochenta, cada

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Ahora su propio reflejo estaba casi por completo todas esas luces brillantes. Era horrible, pero
eclipsado tras los que se encontraban frente a sí. como en el teatro.
No pudo siquiera imaginarse su expresión. Tam-
poco lo deseaba. Sólo tenía ojos para Nina Fasine-
ra. Le pesaban los años de soledad no percibido. Cuando Giles Nefandor terminó de leer el recor-
Se dio cuenta de la desesperación con que había te, asintió dos veces y frunció el entrecejo. Sacó
deseado que alguien le buscase. El reloj siguió to- unos mapas de la ciudad y sus alrededores. Midió
cando, marcando sin piedad el tiempo perdido la distancia en línea recta desde la casa de alqui-
para siempre. Ahora supo que amaba a Nina Fasi- ler de Edgemont hasta la suya. Luego utilizó las
nera, que la había amado desde la única hora en escalas de los mapas para convertir las medidas.
que se vieron. Por eso nunca se había ido de esta El resultado, con la aproximación que los límites
casa podrida. Había preparado su mente para el de la perfección permitían, fue de dieciocho kiló-
mundo de los espejos con partidas de ajedrez, con metros y medio. Luego calculó el tiempo que ha-
telegramas musicales y con las estrellas. bía transcurrido desde la muerte de Nina Fasine-
ra: diez años y ciento un días. según la declara-
Excepto el color y el velo, llevaba el mismo ves-
ción de la señora Winters, la distancia entre los
tido que en aquellos fatídicos sesenta minutos.
espejos entre los que se había ahorcado era de
—Sólo con que se hubiera movido —pensó—, ha- dos metros cuarenta, la misma que entre los espe-
bría oído el siseo de la seda pesada a través de las jos de su escalera.
cinco capas de cristal que quedaban. Sólo con que
Si Nina había entrado en el mundo de los espe-
aquella sonrisa se hiciera más concreta...
jos cuando murió y había estado avanzando hacia
Sonó la duodécima campanada. su casa a la misma velocidad de las últimas no-
ches —dos reflejos, o cuatro metros ochenta, cada

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vez—, en diez años y ciento y un días había viaja- voluntad de tejer el laberinto de cristal durante
do dieciocho kilómetros y cuatro metros. Diecio- diez años.
cho kilómetros, punto más punto menos. Se pre-
Estaba más impresionado que asustado. Impre-
guntó, casi perezosamente, cómo podía recorrer
sionado de que un encuentro de una hora aca-
una persona una distancia tan corta en veinticua-
rrease todas estas consecuencias. ¿Puede nacer
tro horas. Debía depender de la distancia entre
un amor inmortal en una hora? ¿O había sido un
los dos espejos de partida, y también de los de lle-
odio inmortal lo que había florecido? ¿Había sabi-
gada.
do Nina Fasinera algo del mundo de los espejos
Tal vez se viajaba un reflejo de día y otro de no- cuando se ahorcó? Recordó ahora que una de las
che. Tal vez era cierta su teoría de las cortezas cosas que ella había recalcado cuando trató de
ptolemaicas, y en cada corteza había sólo una despertar su interés era su condición de bruja.
puerta de salida que había que buscar, como si se Debía saber cómo estaban los espejos de su esca-
atravesara un laberinto. lera cuando enfrentó los de su habitación. Ella los
había visto.
Encontrar en veinticuatro horas dos puertas en
un laberinto de cristal podía ser una labor de lo La noche siguiente, cuando vio la figura negra
más ardua en el mundo de los espejos. Y debía en el tercer reflejo, reconoció instantáneamente el
haber todo tipo de dimensiones entrelazadas: sen- rostro tras el velo: el rostro pálido y enjuto, pero
das lentas o rápidas; para viajar entre espejos de encantador, de Nina. Y se preguntó cómo no la
estrellas diferentes, habría que ir a más velocidad había reconocido al menos cuatro noches antes.
que la luz. Se preguntó, de nuevo casi perezosa- Miró ansiosamente a los tobillos, cubiertos por
mente, por qué había sido elegido para esta visita medias negras. Eran delgados y no habían engor-
y por qué, entre todas las mujeres, había sido dado. Volvió rápidamente el rostro. Le miraba se-
Nina Fasinera la que había tenido la fuerza y la riamente, quizá con un asomo de sonrisa.

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vez—, en diez años y ciento y un días había viaja- voluntad de tejer el laberinto de cristal durante
do dieciocho kilómetros y cuatro metros. Diecio- diez años.
cho kilómetros, punto más punto menos. Se pre-
Estaba más impresionado que asustado. Impre-
guntó, casi perezosamente, cómo podía recorrer
sionado de que un encuentro de una hora aca-
una persona una distancia tan corta en veinticua-
rrease todas estas consecuencias. ¿Puede nacer
tro horas. Debía depender de la distancia entre
un amor inmortal en una hora? ¿O había sido un
los dos espejos de partida, y también de los de lle-
odio inmortal lo que había florecido? ¿Había sabi-
gada.
do Nina Fasinera algo del mundo de los espejos
Tal vez se viajaba un reflejo de día y otro de no- cuando se ahorcó? Recordó ahora que una de las
che. Tal vez era cierta su teoría de las cortezas cosas que ella había recalcado cuando trató de
ptolemaicas, y en cada corteza había sólo una despertar su interés era su condición de bruja.
puerta de salida que había que buscar, como si se Debía saber cómo estaban los espejos de su esca-
atravesara un laberinto. lera cuando enfrentó los de su habitación. Ella los
había visto.
Encontrar en veinticuatro horas dos puertas en
un laberinto de cristal podía ser una labor de lo La noche siguiente, cuando vio la figura negra
más ardua en el mundo de los espejos. Y debía en el tercer reflejo, reconoció instantáneamente el
haber todo tipo de dimensiones entrelazadas: sen- rostro tras el velo: el rostro pálido y enjuto, pero
das lentas o rápidas; para viajar entre espejos de encantador, de Nina. Y se preguntó cómo no la
estrellas diferentes, habría que ir a más velocidad había reconocido al menos cuatro noches antes.
que la luz. Se preguntó, de nuevo casi perezosa- Miró ansiosamente a los tobillos, cubiertos por
mente, por qué había sido elegido para esta visita medias negras. Eran delgados y no habían engor-
y por qué, entre todas las mujeres, había sido dado. Volvió rápidamente el rostro. Le miraba se-
Nina Fasinera la que había tenido la fuerza y la riamente, quizá con un asomo de sonrisa.

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