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La integración escolar: su aporte a la calidad educativa

Mg. Estela María D´Amico

Presentación en el Foro de Educación. Vicaría Episcopal de Educación.

Buenos Aires, 2012

Cuando me pidieron que expusiera este tema, dada la experiencia de integración


escolar que realizamos desde hace 20 años en la escuela que represento, El Instituto
Ambrosio A. Tognoni, pensé en hacerlo desde una arista quizás poco conocida de la
integración, y que a la vez se presenta como uno de los obstáculos para poder llevarla
adelante: la integración escolar y la calidad educativa. En esta exposición nos
referiremos específicamente a la integración de alumnos con discapacidad, sobre la que
hay muchos prejuicios, y no entraremos en el debate teórico integración/ inclusión, ya
que consideramos válidas ambas posturas desde el punto de vista que ofrecen la
posibilidad de acceso a la escuela común a niños y jóvenes con necesidades educativas
especiales.

Muchas veces escuchamos en comentarios de colegas y padres, el temor a que la


integración de alumnos con discapacidad ponga en riesgo el proceso de aprendizaje del
grupo escolar, que baje el nivel, que copien conductas no deseadas, en definitiva, se ve
cuestionada la calidad educativa, puesto que se puede correr el riesgo de perder el
prestigio con el que cuenta la institución dentro de un entorno social determinado.

Nuestro postulado es que estas ideas surgen del desconocimiento de lo realmente


posible y de un concepto de calidad educativa reduccionista, ya que la integración
escolar no es causal de pérdida de la calidad en la educación sino que la enriquece con
aportes que benefician a todos. Trataremos de demostrarlo a fin de que, cuando se
vayan de aquí, se queden pensando y encuentren el momento propicio para incluirlo en
los temas de la agenda institucional a la hora de re pensar la escuela.

Para demostrarlo debemos remitirnos a los ámbito donde surgen los conceptos
de “calidad”, y en forma más reciente de “calidad total”, que son la economía y la
sociología de la empresa. Luego de la segunda guerra mundial, los países centrales que
tenían asegurada una buena infraestructura educativa, inician un movimiento para
impulsar una mejora cualitativa de la educación, considerando los nuevos desafíos de la
sociedad. Esto hizo que se impusiera en la literatura pedagógica el tema de la «calidad
educativa». Una de las filosofías de calidad total de mayor trascendencia es la del Dr.
Edward Deming, quien plantea la necesidad de la mejora continua, a fin de llegar al
“defecto cero”. En forma muy sucinta significa que no se permite que haya fallas. En
consecuencia a la vez que los costos son cada vez más bajos y hay menos pasos en la
presentación de un servicio, aumenta la productividad y la satisfacción del cliente. En
palabras de Deming “…necesitamos una nueva religión en la cual los errores y el
negativismo sean inaceptables” 1. Para lograrlo plantea un método conocido como “El
círculo de Deming” que se desarrolla en cuatro pasos: Planear lo que se pretende
alcanzar, hacer lo planeado, chequear que se haya actuado conforme a lo planeado y

actuar a partir de los resultados, mediante observaciones y recomendaciones .

Trasladado este concepto de calidad al campo educativo, genera “ruidos” en los


educadores, porque el fin de la educación (análogamente al fin de la empresa) es “el
hombre educado” , (continuando con la analogía “el producto perfecto”). El objetivo
de la educación es el desarrollo de todas las dimensiones del hombre. Aplicar el
término de calidad tal como se espera en su ámbito de origen a la educación, sesga el
desarrollo del hombre, lo reduce a una sola de sus potencias: el intelecto. La
aplicación de este concepto de calidad, llevó a los hacedores de la política educativa, a
idear pruebas estandarizadas para medir la calidad educativa, entablar estudios
comparativos y ubicar a los países en un ranking. Hacia el interior de los países y sus
regiones, a ubicar a las escuelas en ese sistema de ranking. A mayor nivel de respuesta
y de apropiación de los contenidos presentados, mayor es la calidad educativa. Si bien
permiten obtener datos estadísticos sobre los contenidos alcanzados no arrojan datos
del nivel de desempeño social, de habilidades sociales ni actitudinales. En la actual
reforma educativa se ha reconocido que los contenidos de la educación no son, como
lo eran antaño, meramente cognoscitivos. Hoy en cualquier currículo de la Educación
General Básica, por tomar un ejemplo, los contenidos son de naturaleza triple:
cognoscitivos, procedimentales y actitudinales, en plena concordancia con los cuatro
fundamentos de la educación recomendados por el Informe Delors: aprender a ser,
aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a aprender.

1Deming, E. (1994) The new economics. For industry, government, education. Cambridge,
Massachusetts. Massachusetts Institute de Tecchnology. Second Edition
Son innegables las ventajas que los análisis de la «calidad total» han introducido
en la práctica educativa por su actitud sistémica, que permite ver la escuela como un
todo unido a su medio socioeconómico. Pero este parentesco tan estrecho con la
cultura de la globalidad imperante hace que la calidad total endiose a la efectividad y a
la eficiencia como las supremas categorías del funcionamiento escolar correcto. De
este modo el proyecto educativo queda reducido a la simple correspondencia funcional
entre objetivos planificados y rendimientos constatados dados en un proceso de
continua adecuación, como lo ejemplifica el ciclo de Deming.

Es así que dentro de este encuadre, las instituciones “temen” ser evaluadas con
bajos estándares de calidad si tienen dentro de su alumnado personas con discapacidad,
particularmente intelectual, porque no llegan a los estándares pedidos. A esta
perspectiva de calidad le falta el impulso de los fines, que más allá de los objetivos
inmediatos de obtener buenos resultados parcializa la mirada y la acción educativa,
entrando en pugna con los más elementales principios de equidad. Es aquí donde el
concepto de equidad debe introducirse e integrarse en el concepto de calidad. La
equidad en educación tiene que ver en general con la igualdad oportunidad de acceso y
el respeto por la diversidad.

En este punto de nuestra reflexión, debemos plantearnos entonces ¿a qué calidad


educativa aspiramos?; ¿qué equidad educativa sostendremos? ¿qué valores
impregnarán nuestra tarea docente?. Para continuar con nuestra argumentación
tomamos algunas ideas de J. Seibold quien nos propone una redefinición del concepto
de calidad educativa: la “calidad integral de la educación”, que adoptaremos como
calidad educativa integral. Esto que parece un simple juego de palabras no es tal
porque calificar a la calidad educativa como integral, es calificarla con valor de la
equidad y los restantes valores que alcanzan a todas las dimensiones de la persona ,
que por ser relacional, alcanzan de manera extensiva a la realidad y su contexto social.
A la vez que los valores son extensivos, son intensivos, es decir que poseen un grado
de profundidad que depende de la comprensión y de la preferencia humana. Así, los
valores están doblemente presentes en todos los contenidos que se enseñan y deben ser
evaluados, por ej. desde el valor de verdad en una ecuación matemática, hasta los
valores morales, que se ponen en juego a la hora de realizar un trabajo grupal:
cooperación, solidaridad, honestidad, etc. Formar en valores supera los límites de la
escuela y la trascienden. No se forma para aprobar un examen sino para la vida. Una
educación de calidad debe impregnar los valores en la vida de los niños y los jóvenes,
como la areté o virtud que los antiguos griegos imprimían en el hombre un sello de
humanidad, más allá de las competencias a las que esa virtud habilitaba. Los valores
pueden aprenderse en el discurso pero si no se encarnan no tienen efecto ni para uno
mismo ni para los demás. Los valores se aprenden en la experiencia y es en este punto,
en el que sustentamos nuestro postulado inicial respecto del aporte que hace la
integración escolar a la calidad educativa. Brindar a todos los alumnos la oportunidad
de aprender en la experiencia escolar a respetar las diferencias, comprendiendo que lo
diverso no es “carencia ni ausencia de…” sino que enriquece desde la
complementariedad. En la integración escolar se plasman los cuatro pilares de la
educación recomendados por el informe Delors para la Unesco: aprender a ser: como
auto conocimiento, de los límites y las posibilidades individuales, que se ven
potenciadas en la interacción con los otros, a ser responsables, como la habilidad de
dar respuestas a las situaciones de vida que se plantean, a desarrollar la inteligencia
como posibilidad de conocimiento y la voluntad para elegir el bien y perseverar aún en
las dificultades, a ser solidarios y cooperativos…aprender a vivir juntos: propicia
una nueva identidad ciudadana, abierta al conocimiento del otro, mediante proyectos
comunes, donde los aportes de todos son indispensables para la construcción de una
sociedad más justa…aprender a hacer, adquiriendo variedad de estrategias y
alternativas de solución, a desarrollar la iniciativa y la creatividad, a trabajar en equipo,
a asumir distintos roles y resolver conflictos…aprender a aprender, despertando
curiosidad intelectual, creatividad, a analizar la realidad y adquirir autonomía en su
juicio…a fin de desarrollar, fortalecer y construir competencias indispensables para su
futuro. Si bien ya hemos ido delineando el aporte de la integración a esta calidad
educativa integral, hay un punto que aún no hemos desarrollado, que es el de los
docentes.

Un docente que trabaja con la diversidad en el aula, es un docente de mente


abierta, que sabe flexibilizar el currículum y distinguir lo nodal de lo accesorio, es
creativo, conoce el estilo cognitivo de sus alumnos y busca múltiples estrategias para
que todos aprendan, tiene inseguridades y temores que lo potencian, que siempre
quiere aprender más, que pide ayuda, que sabe trabajar en equipo (indispensable en la
enseñanza), es organizado y tiene claridad en sus objetivos, propicia un buen clima en
el aula, da confianza y cree en las posibilidades de aprendizaje de cada uno, respeta
sus tiempos exigiendo al máximo sin que ese máximo los supere haciendo que se
sientan fracasados….con un docente así todo el grupo escolar se enriquece y la escuela
en general crece, porque es toda la institución la que debe asumir los procesos de
integración. Exige conocimiento, decisión y voluntad de toda la comunidad educativa.
Requiere equilibrio y participación de todos, en un proceso de mejora continua, con el
convencimiento de que aún los fracasos valen la pena, porque el mayor logro está en
la excelencia con la que se forman sus estudiantes, crecen sus docentes y las familias
en general.

Para quienes estos argumentos no terminen de convencerlos y persisten en


pensar que la integración escolar es una utopía, les dejamos para que piensen las
palabras de Eduardo Galeano “La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos y
ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos, y el horizonte se desplaza diez pasos más
allá. A pesar de que camine, no la alcanzaré nunca. ¿Para qué sirve la utopía? Sirve
para esto: para caminar”.

Estos conceptos que desde la teoría hemos planteado queremos completarlos con
la práctica de quienes viven a diario en la escuela procesos de integración escolar. Son
maestros, alumnos y padres del Instituto Ambrosio A. Tognoni que en el año 1992
inició un proyecto de integración parcial de niños con síndrome de Down a la escuela
primaria común. Con el paso del tiempo el proyecto se convirtió en plan y se extendió
creando un nivel pos primario, es decir alumnos que terminaron la escolaridad
primaria y transitan un proyecto similar con alumnos del nivel medio del Centro
Educativo Arquidiocesano Espíritu Santo, en el marco de articulación que tenemos
con esa institución dado que nuestro colegio es de nivel inicial y primario. Al mismo
tiempo fuimos desarrollando otros procesos de integración plena de un alumno en
algunos grados con otras necesidades educativas especiales, como TGD, retraso
madurativo, hipoacusia, etc. con el acompañamiento de una maestra integradora de la
escuela en algunas horas de clase. Procesos de construcción constante que, como dice
Eduardo Galeano, son los que nos permiten caminar.

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