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Este documento discute las limitaciones de caracterizar el iusnaturalismo como una doctrina unitaria. Explica que a lo largo de la historia ha habido una variedad de doctrinas iusnaturalistas que comparten ciertos rasgos comunes pero difieren en otros elementos. También describe cómo las tesis iusnaturalistas han sido utilizadas tanto para justificar situaciones opresivas como para apoyar sociedades más justas e igualitarias. Finalmente, resume la posición de Norberto Bobbio sobre cómo se pueden identificar las características mínimas del modelo iusnaturalista.
Este documento discute las limitaciones de caracterizar el iusnaturalismo como una doctrina unitaria. Explica que a lo largo de la historia ha habido una variedad de doctrinas iusnaturalistas que comparten ciertos rasgos comunes pero difieren en otros elementos. También describe cómo las tesis iusnaturalistas han sido utilizadas tanto para justificar situaciones opresivas como para apoyar sociedades más justas e igualitarias. Finalmente, resume la posición de Norberto Bobbio sobre cómo se pueden identificar las características mínimas del modelo iusnaturalista.
Este documento discute las limitaciones de caracterizar el iusnaturalismo como una doctrina unitaria. Explica que a lo largo de la historia ha habido una variedad de doctrinas iusnaturalistas que comparten ciertos rasgos comunes pero difieren en otros elementos. También describe cómo las tesis iusnaturalistas han sido utilizadas tanto para justificar situaciones opresivas como para apoyar sociedades más justas e igualitarias. Finalmente, resume la posición de Norberto Bobbio sobre cómo se pueden identificar las características mínimas del modelo iusnaturalista.
1. LAS LIMITACIONES DE LA CARACTERIZACIÓN UNITARIA DEL IUSNATURALISMO. Se ha solido reconocer bajo el rótulo de iusnaturalismo a una enorme variedad de doctrinas relativas al fenómeno jurídico. En algún sentido puede decirse que desde sus orígenes conocidos en el siglo V a. de J.C. (aun cuando deba posponerse a la época romana la utilización de la expresión derecho natural) hasta su decadencia en el siglo XIX la historia del pensamiento jurídico puede caracterizarse como la de la exposición de una pluralidad de doctrinas que difiriendo en muchos de sus elementos definitorios coincidían al menos en alguno o algunos que permitían englobarlos en el arquetipo iusnaturalista. De ahí que los ensayos de caracterización unitaria del iusnaturalismo como doctrina filosófico-jurídica se vean obligados a limitarse al esbozo de unos pocos rasgos comunes cuya relación difícilmente puede proporcionar una idea aproximada de las señas de identidad de cada una de las doctrinas iusnaturalistas. 2. LA DUCTILIDAD IDEOLÓGICA DEL IUSNATURALISMO. Por lo demás, un somero repaso a los usos políticos de las tesis iusnaturalistas nos permitirá comprobar de inmediato que éstas se caracterizan por su amplia funcionalidad ideológica. Y es que, en efecto, la bandera del derecho natural ha sido utilizada (y es utilizada) en ocasiones como instrumento de justificación de situaciones políticas que si por algo se caracterizan es por la opresión más o menos encubierta del ser humano que comportan, y en otras, por como arma arrojadiza para la instauración de sociedades más justas e igualitarias. Podría así hablarse en el terreno estrictamente ideológico político, y no conceptual, de una ambivalencia del derecho natural, y por consiguiente, también del iusnaturalismo, que en algunos casos asume un sesgo marcadamente conservador e incluso reaccionario, y en otros desempeña una función libertaria y revolucionaria. Esta ductilidad ideológica del iusnaturalismo se presenta ya en sus mismos orígenes. Y es que si por una parte la distinción entre la physis (la naturaleza, la esencia) y el nomos (la ley humana) sirvió a los sofistas para deslegitimar, desde la perspectiva que suministraba el modelo de las leyes de la naturaleza, a las leyes humanas como normas arbitrarias que operaban al servicio de los intereses de quienes detentan el poder de hecho en la sociedad, por otro lado la consideración de la ciudad y de sus leyes como instituciones éticas que encuentran su fundamento y su legitimidad en la ordenación divina del mundo llevó, por ejemplo, a Sócrates a justificar la obediencia incondicional a las leyes humanas incluso en aquellas contadas ocasiones en que éstas se separaran del orden natural estableciendo coyunturales situaciones de injusticia, como lo prueba fehacientemente el episodio final de su vida, cuando, enfrentado a una sentencia de muerte por el mismo reconocida como injusta, descarta la posibilidad de huir, resignándose al cumplimiento de la condena para preservar la puntual realización del deber general de obediencia a las leyes. Pero, lejos de quedar aislada en un determinado reducto histórico, se prolonga en la evolución de las ideas y de los acontecimientos políticos llegando hasta nuestros días. Y es que si bien puede reconocerse que muchos movimientos políticos revolucionarios orientados a la consecución de superiores cotas de emancipación del hombre se han llevado a efecto como realizaciones prácticas de los postulados teóricos de las tesis iusnaturalistas, tal como paradigmáticamente sucedió en el caso del movimiento revolucionario francés del siglo XVIII en contraposición al precedente modelo del Estado absoluto, hay que coincidir también en la idea de que estas mismas tesis son esgrimidas con frecuencia para justificar la instauración y, en su caso, la perpetuación de dictaduras políticas que legitiman la reducción de los márgenes de la autonomía y de la libertad de los individuos apelando a hipotéticos dogmas de derecho natural que imponen, o cuando menos aconsejan, el establecimiento de determinadas instituciones de carácter inequívocamente antilibertario. Así pues, habría que reconocer, parafraseando a Luis García San Miguel en su obra Notas para una crítica de la razón jurídica (1.969) (1), que la identificación de los modelos iusnaturalistas como modelos elaborados por los grupos sociales provoca la consecuencia lógica de que puedan constituir, y de hecho constituyan en muchas ocasiones, instrumentos operativos en la lucha de los grupos para realizar sus objetivos. Instrumentos que, por lo demás, redoblaban su eficacia al presentarse revestidos de una aureola de cientificidad que les suponía, paradójicamente, inmunizados frente a cualquier contaminación ideo lógica. En estas circunstancias, no pueden extrañar los prejuicios ideo lógicos con que con frecuencia se ha analizado el problema del derecho natural en función de la valoración que hubiera de merecer al teórico del derecho la concreta opción política que se entiende apoyada por el modelo iusnaturalista en cuestión, cuando no indisolublemente vinculada al mismo. 3. IDENTIFICACION MINIMA DEL MODELO IUSNATURALISTA Nos encontramos así con un panorama ciertamente desalentador en el que, por una parte, no se puede discernir un único modelo iusnaturalista, y, por otra, la visión que se tiene de los diferentes modelos iusnaturalistas resulta notoriamente deformada por los prejuicios ideo lógicos de cada uno de sus analistas, De ahí la oportunidad de los estudios dirigidos a identificar notas o caracteres que puedan resultar comunes a los variados modelos iusnaturalistas haciendo abstracción de las funciones que desarrollan y de las opciones axiológicas que vehiculan semejantes modelos. Se trataría, en definitiva, de discernir desde una perspectiva de neutralidad axiológica (liberados de los condicionamientos derivados de la existencia de hipotéticas semejanzas o diferencias entre los valores asumidos el teórico del derecho y los que pudiera proyectar la por doctrina del derecho natural) lo que pudiéramos denominar el mínimo común denominador del arquetipo iusnaturalista, concretando, en su caso, las diferentes perspectivas desde las que pueden identificarse sus características. Fiel a este empeño el jurista italiano Norberto Bobbio en su artículo “lusnaturalismo y positivismo jurídico (1.962)” define al iusnaturalismo como la doctrina que, distinguiendo el derecho natural del derecho positivo, sostiene la supremacía de aquél sobre éste (2), para señalar a continuación que esta supremacía asume caracteres diversos en función de los tres diferentes modelos de expresión del iusnaturalismo que se han dado a través de la historia. A tal efecto reconoce que esta corriente del pensamiento jurídico se ha presentado en ocasiones como una ideología, esto es, como la exigencia de una ética de la justicia frente a una ética de la mera legalidad que, en última instancia, redujera el deber general de obediencia al derecho al deber específico de obediencia al derecho justo; en otras, como una forma de comprensión y explicación del fenómeno jurídico, esto es, como exigencia de separar el fundamento de las reglas jurídicas de la voluntad del legislador para concretarlo en la naturaleza humana; y final mente, en otros casos, como un peculiar modo de aproximación al conocimiento del derecho consistente en la limitación de la consideración como derecho estrictamente al derecho justo. Sobre la base de esta disección entre las tres diferentes manifestaciones que puede presentar el iusnaturalismo entiende Norberto Bobbio que se puede perfectamente ser iusnaturalista en alguna o algunas de las formas referidas de manera independiente, esto es, que, por ejemplo, no necesariamente por ser iusnaturalista en el sentido del iusnaturalismo como ideología hay que serlo en el sentido del iusnaturalismo como forma de comprensión y explicación del fenómeno jurídico, o como forma de aproximación al conocimiento del derecho, en la medida en que la historia muestra fehacientemente la existencia de doctrinas iusnaturalistas (que habitualmente vienen siendo considera das iusnaturalistas) que lo son únicamente en alguno o algunos de los apuntados aspectos. Entre nosotros esta opinión ha merecido la enérgica crítica de Gregorio Robles, quien, desde la perspectiva de la consideración fundamental del iusnaturalismo como una forma de entender el fenómeno jurídico que, como tal, responde a unas determinadas notas características, concibe como distorsionante y poco convincente a la explicación bobbiana, en la medida en que conduce a una inmediata confusión de los estrictos planos en que debe plantearse la cuestión. Lo cierto es, sin embargo, que, a pesar de los términos irreconciliables en que parece presentarse la relación entre estas dos tesis, la hipotética incompatibilidad entre las mismas resulta sólo aparente. Así es perfectamente posible, en efecto, admitir que la comprensión del iusnaturalismo en términos diferentes a los de una peculiar forma de entender el fenómeno jurídico puede privar de capacidad explicativa a esta denominación, como hace Gregorio Robles, y, simultánea mente, reconocer, con Norberto Bobbio, que a lo largo de la historia se han presentado, y pueden todavía presentarse, como iusnaturalistas doctrinas que no responden precisamente a este esquema, por muchos inconvenientes y malentendidos que pueda provocar esta polisemia de la expresión en cuestión. Y es que el uso del vocablo iusnaturalismo no obedece en absoluto a una necesidad esencial (aunque se pueda, desde luego, hablar de usos preferibles y de usos desventajosos en función de los efectos que producen), sino, más bien al contrario, a una convención que, como es normal, experimenta variaciones en el tiempo, e incluso en relación a las personas, resultando perfectamente verosímil que en un mismo momento histórico haya sujetos que con vengan en atribuirle un determinado significado y otros en asignarle uno distinto. 4. MUTABILIDAD DEL MODELO IUSNATURALISTA
4.1. FORMAS DE CONCEBIR EL MODELO
IUSNATURALISTA. Por lo demás, la reducción de las posibles perspectivas de análisis del iusnaturalismo a su consideración como una peculiar forma de entender el fenómeno jurídico no elimina en absoluto la plurivocidad de la expresión. Por el contrario, habría que señalar que la diversidad de las doctrinas iusnaturalistas encuentra su razón de ser en las modificaciones que se producen en relación a los dos elementos que las definen como tales: el dualismo jurídico y el significado del término naturaleza. Así, en lo que concierne al primero de estos elementos, si bien parece claro que las doctrinas iusnaturalistas se caracterizan por el reconocimiento de la existencia de dos derechos (el derecho natural y el derecho positivo), el diferente grado de intensidad que puede asumir en cada caso la superioridad del derecho natural sobre el derecho positivo abre un amplio abanico de posibilidades que va desde la pura y simple negación del carácter jurídico de cualquier ordenamiento positivo que vulnere los mandatos del derecho natural hasta su pleno reconocimiento como derecho obligatorio para sus destinatarios, en función de consideraciones ajenas a las de su justicia o legitimidad. 4.2.1. EL IUSNATURALISMO DE LA ANTIGÜEDAD Por lo que respecta al significado de la palabra naturaleza se observa una evolución en el pensamiento griego desde su consideración en términos de naturaleza física hacia su progresiva desmaterialización que culmina identificándose como una esencia general predicable de los individuos. Sobre esta base elaborará Aristóteles en su “Ética a Nicomaco” la diferenciación entre lo justo por naturaleza, esto es, aquello que en todas partes es justo al margen de lo que puedan expresar al respecto las voluntades individuales, y lo justo por convención, es decir, aquello que resultando en principio discrecional se con vierte, sin embargo, en obligatorio una vez que ha sido regulado por la ley. La distinción entre lo justo por naturaleza y lo justo por convención la aplicará el propio Aristóteles a los tipos de leyes estableciendo ya el antecedente inmediato de la conceptualización del derecho natural. Así diferenciará la ley particular, esto es, la que cada pueblo se atribuye a sí mismo con la finalidad de atender a sus peculiaridades, de la ley común, que es conforme a la naturaleza, en la medida en que "hay algo que todos adivinan que, comúnmente, por naturaleza, es justo o es injusto, aunque no haya ningún mutuo consentimiento ni acuerdo entre unos y otros". Cicerón desarrollará la intuición de Aristóteles reflejando la división tripartita entre el ius civile o derecho particular de cada pueblo, el ius gentium o derecho universal y el ius naturale que funda menta las prescripciones de ambos. Establece así una clasificación que no resulta, desde luego, muy precisa, en la que no queda claro el carácter (natural o convencional) del ius gentium, pero que, por el contrario, expresa con nitidez el sentido de la ley natural. Así indicará en La República que "hay una ley verdadera que consiste en la recta razón, conforme con la naturaleza, universal, inmutable y eterna, que con sus mandatos llama al cumplimiento de la obligación y disuade del mal con sus prohibiciones". Por su parte, Gayo simplificará la clasificación al distinguir en las Instituciones el denominado ius civile como derecho peculiar de cada pueblo del ius gentium como derecho establecido por la razón natural para todos los hombres. La denominación de ius naturale es recuperada, sin embargo, por Ulpiano en el Digesto extendiendo su generalidad no sólo a todos los hombres, sino también a los animales. De este modo, el derecho natural sería el que es común a todos los animales; el derecho de gen tes, el que es común a todos los hombres y el derecho civil, el peculiar de cada ciudad. Un matiz diferente introduce Paulo al limitar la clasificación al ius civile y al ius naturale haciéndola depender del criterio (de utilidad o de justicia) que rige cada orden jurídico. Así, el derecho civil sería "el que en cada ciudad resulta ser útil a todos a la mayoría y el derecho natural "el que siempre es bueno y justo".
4.2.2. EL IUSNATURALISMO MEDIEVAL
El advenimiento de la Edad Media trajo consigo un replantea miento del problema que nos ocupa que pasará a girar en torno a la posibilidad y al método del conocimiento del derecho natural, abriéndose paso una concepción que entiende el aspecto racional del derecho natural íntimamente vinculado a la divinidad, de tal modo que la razón resultaría siempre orientada teológicamente. Buena prueba de ello es que el Decreto de Graciano elaborado a mediados del siglo XII con el fin de compendiar prescripciones precedentes eliminando las contradicciones existentes entre ellas ofrece ya en sus primeras páginas una definición que representa de manera fide digna el espíritu de la época al indicar que el derecho natural es "el que está contenido en la ley y en el evangelio". Este posicionamiento se presenta ya en toda su magnitud en San Agustín, quien reclama la concepción racionalista que entiende el derecho natural como un derecho cognoscible por la razón humana. definiendo en su obra Contra Faustum Manichaeum a la ley eterna como "la razón divina o voluntad de Dios que manda conservar el orden natural y prohíbe perturbarlo". Esta consideración de la idea de la justicia en términos de mandato de Dios le llevará incluso a negar en su obra La Ciudad de Dios (413-426) el carácter de verdadero Estado a las comunidades sociales que no se rigen por el principio de justicia conforme a la voluntad divina que expresa el cristianismo. Sera, sin embargo, Santo Tomás de Aquino quien determinará con precisión en este sentido las relaciones existentes en el ámbito jurídico entre el conocimiento racional y el conocimiento a través de la fe. Reformula de este modo en su magna obra “Summa Theologica (1.265-1.273)” la división tripartita que estableciera en los umbrales del siglo V San Agustín, a partir de la consideración del universo cristiano como una creación de Dios que lo gobierna por medio de la ley eterna. De este modo, la ley eterna se presenta como el principio ordenador del universo, esto es, como "la razón de la divina sabiduría en cuanto dirige todos los actos y movimientos". A su vez, la ley natural se presenta como la participación del hombre a través de su razón en la ley eterna. Y es que, a diferencia de lo que sucede con los seres inanimados e irracionales que aparecen sometidos a la ley eterna de manera ciega y necesaria, al hombre le es posible conocer y participar de ella activamente en la medida en que dispone de la razón como elemento distintivo de los demás seres y determinante de su condición. En la ley natural pueden identificarse principios primarios y secundarios en función del nivel de su evidencia que se produce en relación a su proximidad con el punto de origen del proceso deductivo que consistiría en la prescripción de hacer el bien y evitar el mal. De este modo, a partir del reconocimiento de que la razón práctica se mueve en el ámbito de lo contingente y variable, relativiza Santo Tomás en la ley natural las notas de la universalidad y de la inmutabilidad que rigen en su plenitud en relación a los primeros principios, pudiendo ceder, en alguna medida, en relación a los principios secundarios que resultan afectados en su veracidad y evidencia. Por su parte, la ley humana quedará sustraída a estos caracteres al tener que adaptarse a las circunstancias peculiares de cada sociedad, pero sólo resultará obligatoria en tanto en cuanto sea congruente con la ley natural. Y es que en la medida en que se aparte de la ley natural perderá la ley humana su propia condición de ley constituyéndose en una corrupción de la ley. Las tesis tomistas encuentran una continuación en sus principios esenciales en la obra de algunos de los más calificados representantes de la que se ha venido a denominar la escuela española de derecho natural, entre los que destacan Francisco de Vitoria (1.492- 1.546), al que se atribuye la condición de creador del derecho internacional, autor de “De iustitia y de las Relecciones Teológicas”, que constituyen un compendio de las lecciones que impartió en la Universidad de Salamanca; Domingo de Soto (1.495- 1.560), autor de los Diez, libros sobre la justicia y el derecho, en los que dedica una especial atención a los modos de vinculación (vinculación por deducción y por determinación) del derecho positivo a la ley natural; Domingo de Báñez (1.528-1.604), autor de “De iure ac iustitia decissionis”, que constituye un comentario de la obra de Santo Tomás; Luis de Molina (1.535 1.600), autor de los Seis libros sobre la justicia y el derecho, en los que insiste en reconocer la posibilidad de la variación del contenido del derecho natural en función de su adaptación al objeto que puede resultar modificado por las circunstancias históricas; Francisco Suárez (1.548-1.617), autor del Tratactus de Legibus, que constituye una completa exposición de la teoría de la ley en la que, al igual que hiciera Molina, examina con detenimiento la variabilidad de algunos de los principios del derecho natural. Distinta es, sin embargo, la posición de otros epígonos de la referida escuela, como Fernando Vázquez de Menchaca, que elimina cualquier referencia objetiva del derecho natural quedando su contenido a merced de los dictados de la voluntad de Dios, o Gabriel Vázquez, que, en su afán de objetivar las prescripciones del derecho natural, desvincula a éste totalmente de Dios, para identificar su fundamento en la naturaleza racional del hombre, cuya tesis constituye el precedente inmediato de una nueva forma de concebir el derecho natural, y, por consiguiente, también de una nueva forma de ser iusnaturalista.
4.2.3. EL IUSNATURALISMO DE LA EDAD MODERNA
Si puede decirse en relación al iusnaturalismo medieval que carece de una elaboración sistemática y completa de las reglas de derecho natural, limitándose en general a la enunciación de algunos principios esenciales y, en su caso, a la indicación de las vías de obtención de los demás preceptos, el panorama va a experimentar un cambio radical en la Edad Moderna. Con todo, lo que va a proporcionar sus señas de identidad al ius naturalismo moderno no va a ser tanto el contenido que se otorga a las reglas que conforman el derecho natural sino el carácter estrictamente racional, desvinculado de profesiones de fe y de consideraciones teológicas que se le atribuye y, en un plano diferente, la asunción de una perspectiva prevalentemente subjetiva del derecho natural en la que éste viene interpretado en clave de reconocimiento a los individuos de la titularidad de derechos inalienables, y la consideración del contrato social como fundamento de la existencia de las comunidades políticas. Desde esta perspectiva se explica la controversia que suele originar la consideración de Hugo Grocio (1.583-1.645) como primer representante de la escuela del derecho natural racionalista a la vista de las referencias a la voluntad de Dios que se contienen en su doctrina. En realidad, lo que se detecta en Grocio es una evolución desde el posicionamiento que presenta en su obra De iure praedae (1.609) en la que hace depender la justicia de las normas de la voluntad divina hasta una actitud diferente que se manifiesta con absoluta nitidez en su obra De iure belli ac pacis (1.625) donde, sin menoscabo de la apreciación de la existencia de Dios, expone que el derecho natural, cuyo principio supremo consiste en el respeto a los compromisos con traídos (pacta sunt servanda), existiría incluso en la hipótesis de que no existiera Dios, o no se ocupara de las cosas humanas. Por lo demás, entiende Grocio que el hombre no es sólo un ser racional, sino también social, esto es naturalmente inclinado a formar asociaciones con sus semejantes, lo que le lleva a explicar el origen de la sociedad civil a partir de un contrato originario de unión de los hombres en sociedad, que sería de derecho natural, y de otro sucesivo de institución de la autoridad, que, al producirse con posterioridad a la constitución de la comunidad política, sería, en cambio, de derecho positivo. La extensión del principio de sociabilidad del individuo a los pueblos le permitirá fundamentar el derecho internacional a partir del consentimiento de las naciones manifestado en los tratados. Una actitud diferente asume Thomas Hobbes (1.588-1.679) al considerar en el Leviatán (1.649) al estado de naturaleza como un estado de inseguridad, de guerra de todos contra todos, fundamentan do a la sociedad civil a partir de un pacto de cesión a la autoridad de todos los derechos individuales dirigido a promover garantías de protección sobre la base del establecimiento de la paz social. Se legitima de este modo el absolutismo del poder, difuminándose la idea de derecho natural ante la sacralización de la autoridad política que, en tanto que tal, se ocupa de discernir discrecionalmente el bien del mal. La idea del pacto social preside también las tesis de John Locke (1.634-1.702), conduciéndole, sin embargo, a conclusiones absoluta mente contrapuestas a las de Hobbes. Y es que, tal como refiere en su obra Dos tratados sobre el Gobierno Civil (1.690), en el estado de naturaleza los hombres lejos de vivir en una situación de guerra de todos contra todos lo hacen guiados por la razón, disponiendo cada uno de una serie de derechos innatos, entre los que destacan la vida, la libertad y la propiedad generada por la acción del trabajo, derechos que nadie está legitimado para violar. Esta acentuación del subjetivismo en la concepción del derecho natural de John Locke no le impide. sin embargo, reconocer la conveniencia de la instauración, a través del pacto social, de una autoridad política que garantice de la mejor manera el respeto de tales derechos naturales. Consecuentemente con esta idea justificará Locke el derecho de resistencia frente a la autoridad cuando ésta pierda su legitimidad al vulnerarlos o al no suministrarles la adecuada protección. Por su parte, Samuel Pufendorf (1.632-1.694), que entre los años 1.661 y 1.677 ostentó en la Universidad de Heidelberg la primera cátedra expresamente consagrada al estudio del derecho natural, elabora su tesis a partir del reconocimiento de la debilidad e indigencia (imbecillitas) en que se encuentra el hombre en el estado de naturaleza, lo que le lleva a buscar seguridad para su vida y sus derechos asociándose con otros hombres. De esta tendencia a la sociabilidad (socialitas) que genera la utilidad práctica de las asociaciones humanas hace derivar Pufendorf en los ocho libros de su De iure naturae ac gentium (1.672) un exhaustivo sistema de derecho natural que integra con el máximo detalle toda una serie de preceptos reguladores de las más diversas situaciones que pueden darse en la convivencia. También está presente la filosofía contractualista en la obra de otros muchos autores iusnaturalistas entre los que destacan Christian Tomasio (1.655-1.728) con su obra Fundamenta iuris naturae ac gentium (1.709) y Christian Wolff (1.679-1.754) con su obra Ius naturae methodo scientifica pertractatum (1.740-1.748) que fundamentan el sentido del pacto social en la garantía de la felicidad del hombre, y, de modo especial, Juan Jacobo Rousseau (1.712-1.778), quien, particularmente en sus obras Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1.755) y El contrato social (1.762), delinea un estado de naturaleza caracterizado por la bondad natural del hombre que le permite vivir en armonía preservando su libertad y su igualdad naturales. Sólo a partir de la corrupción del estado de naturaleza con la aparición de la propiedad privada se generan las desigualdades humanas y se hace necesario acudir, con el fin de restablecer en lo posible el equilibrio perdido, al contrato social. Se produce de este modo, sin merma para su contenido ni para su carácter inalienable, el tránsito desde los derechos naturales a los derechos civiles. Ello no comporta, sin embargo, el reconocimiento de ningún tipo de relación de subordinación entre los individuos, toda vez que la sociedad que se establece con el contrato social instituye el sometimiento de los individuos a la voluntad general (sometimiento en que consiste precisamente la libertad civil) y no a ninguna otra voluntad de carácter particular. Con la obra de Kant (1.724-1.804) se produce una transformación en la forma de concebir el derecho natural pues lejos de atribuirle contenidos concretos lo que hace es identificar principios obtenidos directamente de la razón al margen de cualquier experiencia histórica. A este respecto enfatiza el valor que adquiere en relación al derecho el principio de libertad, formulado como máxima de la coexistencia de las libertades por la que el ejercicio de la libertad individual se configura sobre la posibilidad de su coexistencia con la libertad de los demás. Y es precisamente para salvaguardar esta norma suprema de libertad por lo que se constituye, como un imperativo de la propia razón, el estado civil y con él la coacción como un elemento inherente al propio orden jurídico. Vemos, pues, cómo la utilización del método del iusnaturalismo racionalista promovió la aparición de teorías que, en principio, pre sentaban notables diferencias, resultando igualmente divergentes en lo que atañe a su influencia posterior. Así, por ejemplo, se ha identifica do a Hugo Grocio como el padre, junto con Francisco Vitoria, del derecho internacional, a Thomas Hobbes como el teórico del absolutismo del Estado, a John Locke de las doctrinas políticas liberales, a Juan Jacobo Rousseau de la democracia. En cualquier caso, sus tesis influyeron, en mayor o menor medida, en el advenimiento de un pro ceso que, por sus características y por sus dimensiones, va a dar significado a toda una época. Así, en efecto, frente a la dispersión jurídica que reinaba en Europa a finales del siglo XVIII, la afirmación del espíritu racionalista de la época no podía dejar de conducir a la unificación jurídica en textos generales con vocación de eternidad en su vigencia. Y es que, si se entendía que el derecho positivo debía inspirarse en el derecho natural, esto es, en la razón en última instancia, y se asumía que los postulados de ésta eran por su propia configuración universales, no tenía sentido que los derechos positivos aplicables fueran divergentes en cada territorio, tenían que tender necesariamente a la uniformidad en el respeto a la razón como único principio que proporcionaba legitimidad a la ley. Este planteamiento teórico general y la coincidencia de una situación política favorable en la que los Estados modernos manifestaban una clara tendencia a la eliminación de los cuerpos intermedios entre el individuo y el Estado para sacralizar a la ley como producto de la voluntad del soberano crearon el ambiente adecuado para que la codificación jurídica se hiciera realidad. Esta asumió formas y resultados diferentes en los distintos países, constituyendo, en todo caso, el punto de referencia inexcusable para el análisis de las teorías jurídicas más representativas de los inicios del siglo XIX, que, en su elaboración y en sus conclusiones, se presentan ante todo como tomas de postura frente al nuevo fenómeno que había provocado la plasmación práctica de los postulados teóricos del iusnaturalismo racionalista. TEMA 3: EL DERECHO POSITIVO