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E l medio religión*

Borís Groys

En nuestra actual cultura post-ilustrada la religión suele ser entendida como


suma de determinadas opiniones. En correspondencia con ello, se discute
la religión casi siempre en el contexto de la exigencia de libertad de opinión
jurídicamente garantizada. Es que la religión se tolera como opinión mien-
tras ella misma sea tolerante y no cuestione la libertad de las otras opinio-
nes y no reclame un derecho exclusivo, fundamentalista, a su propia ver-
dad. De este modo la religión parece estar a buen recaudo. Ya no sucede,
como en los tenebrosos tiempos de la Ilustración radical, que se la critique,
ironice e incluso combata en nombre de la verdad científica. Más bien la
propia verdad científica, entretanto, ha adquirido el estatus de una simple
opinión. Desde Nietzsche y desde Michel Foucault se sabe que la ambición
de verdad científica está dictada fundamentalmente por la voluntad de po-
der, a la que hay que desconstruir y rehusarse. Las opiniones científicas
circulan en los mismos medios y de la misma manera que las opiniones
religiosas. En ambos casos las opiniones aparecen como noticias que difun-
den los medios masivos. En un momento leemos sobre una nueva apari-
ción de la madre de Dios; en otro, que la Tierra se está calentando. Los
receptores de ambas noticias no pueden comprobarlas directamente. En
tales casos los especialistas siempre tienen opiniones divididas. Por eso en
ambas noticias solo puede creerse… o simplemente no hacerlo.
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«Medium Religion», en Lettre International, 75 (invierno 2006), pp. 29-30.
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O sea, nuestra actual cultura no conoce verdades, sean éstas de natu-


raleza religiosa o científica; solo conoce opiniones, cuya dignidad, sin em-
bargo, es inviolable por estar jurídicamente protegidas. Las distintas opi-
niones son compartidas o rechazadas por ciudadanos libres e independien-
tes. Así, el valor de una verdad puede ser medido examinando cuántas
personas la comparten. El mercado de las opiniones es objeto de constan-
tes investigaciones, y los resultados nos dicen cuáles opiniones forman el
mainstream y cuáles son marginales. Estos datos ofrecen un confiable
punto de partida para la decisión de cada cual en torno a cómo conformar y
administrar su propio caudal de opiniones. El que quiere estar apto para el
mainstream asume opiniones que siempre son ya opiniones mainstream o
tienen la oportunidad de llegar a serlo. Quien prefiera ser considerado re-
presentante de la minoría, tiene el derecho de escoger la minoría apropia-
da. Los que hoy hablan del retorno de las religiones, no quieren decir para
nada algo así como el retorno del Mesías o que han aparecido nuevos
dioses y profetas. Más bien se refieren a que las opiniones religiosas han
salido de la marginalidad para pasar al mainstream. Si eso es cierto –las
estadísticas parecen confirmarlo–, entonces se plantea la cuestión de cuál
podría ser la causa de esta conversión de las opiniones religiosas en main-
stream.
La sobrevivencia y difusión de las opiniones en el mercado libre son
reguladas por una ley que ya Darwin formuló: the survival of the fittest.
Las opiniones mejor adaptadas a las condiciones en que resultan difundi-
das, tienen automáticamente las mejores oportunidades de convertirse en
mainstream. Pero el actual mercado de las opiniones está claramente do-
minado por la reproducción, la repetición y la tautología. El diagnóstico
estándar de la actual civilización consiste en que en el transcurso de la
modernidad la teología ha sido sustituida por la filosofía, la orientación al
pasado por la orientación al futuro, la tradición por la evidencia subjetiva,
la fidelidad a los orígenes por la innovación, etc. En realidad, la moderni-
dad no es la época de la abolición de lo sacro, sino la época de su difusión
en lo profano, de su democratización, de su globalización. Antes el ritual, la
repetición y la reproducción eran cosa de la religión, eran practicados en
lugares aislados, sacros. En la modernidad el ritual, la repetición y la repro-
ducción se han convertido en el destino de todo el mundo, de toda la
cultura. Todo se reproduce: capital, mercancías, técnica, arte. También el
progreso es reproductivo: consiste en la destrucción siempre repetida de
todo lo que no se puede reproducir rápida y eficientemente. Gusta hablarse
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de innovación y cambio, es cierto. Pero con ello se quiere decir casi exclu-
sivamente innovaciones técnicas.
Una innovación de las opiniones solo es realizable cuando no sólo se
cree en la posibilidad de reconocer la verdad sino que también se espera
por la verdad que procura verdad. Pero resulta que nuestra sociedad post-
ilustrada no cree en la verdad. La ambición de verdad es vista como truco
publicitario, como enojosa y desagradable estrategia de venta, como envol-
tura de engaño par excellence. O, peor aún, como obligación totalitaria,
como orden de compartir una opinión aunque no se quiera, como ataque
traicionero a la libertad y dignidad de los consumidores. Bajo esas condi-
ciones la religión tiene más oportunidades que la filosofía o la ciencia de
tener éxito en el mercado de las opiniones, y ello en dos sentidos. Primera-
mente, las religiones históricas son viejas marcas registradas. Ya por eso le
llegan a la gente mejor que las teorías filosóficas o científicas. Dígase lo
que se quiera decir al respecto: Cristo, Mahoma o Buda son superestrellas.
Ni siquiera Platón o Descartes pueden medirse con ellos, para no hablar de
los filósofos actuales. El que quiera tener éxito en el mercado de las opinio-
nes hace bien en remitirse a los padres fundadores de las religiones. Las
universidades se resisten a ello, pero es solo cuestión de tiempo hasta que
desistan de su resistencia.

El nivel cero de la libertad de opinión


Pero existe otra razón, si se quiere, más profunda, más importante, para
volverse hacia la religión. De hecho, la religión puede ser concebida como
una determinada colección de opiniones; por ejemplo, cuando se trata de la
religión en el espacio profano. Entonces las religiones son asociadas con
opiniones tales como si se debe permitir la contracepción o si las mujeres
pueden llevar pañuelos en la cabeza. Pero para todas las religiones existe
un espacio más: el de lo sacro. En relación con este espacio las religiones
mantienen otra actitud: la de la ausencia de opinión, pues la voluntad de los
dioses o de Dios escapa en última instancia a la opinión de los mortales.
Esto significa: si el ser humano en nuestra cultura aparece fundamental-
mente como portador de opiniones, entonces la religión es un sitio en el
que tiene lugar la reflexión sobre esta condición, esta medialidad del ser
humano, y esto es así porque la religión marca y describe el estado de la
ausencia de opiniones, el nivel cero de la libertad de opinión. Del mismo
modo en que el Cuadrado Negro de Malevich tematiza el medio pintura al
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hacer desaparecer en él toda figuración, así mismo los sitios sacros de las
religiones son los espacios en los que la medialidad del ser humano puede
ser tematizada por ser espacios en los que el hombre pierde todas sus
opiniones y se encuentra en estado de ausencia de éstas.
La experiencia de la ausencia de opiniones, que es una experiencia
genuinamente religiosa, no está atada necesariamente a determinados si-
tios. Uno cae en la situación de ausencia de opiniones más a menudo y más
cotidianamente de lo que suele creerse. Esta se produce siempre, por ejem-
plo, cuando una persona se enfrenta a una situación en la que todas las
opiniones existentes fracasan. La misma situación puede surgir también
cuando la persona ya no quiere tener opiniones, cuando está harta del
mercado de opiniones, de la adquisición y difusión de opiniones; cuando
percibe que todas las opiniones existentes se anulan mutuamente. Entonces
la persona se encuentra en el nivel cero de la libertad de opinión y se vuelve
consciente de su propia medialidad. La libertad de opinión se convierte en
abandono de las opiniones: la persona se vuelve libre por igual de todas las
opiniones, es abandonada por todas las opiniones a la vez. ¿Qué debe
hacer esa persona? ¿Cómo reaccionar al abandono total de las opiniones?
La religión y la filosofía dan a esta cuestión –por lo menos a primera vista–
distintas respuestas. La filosofía cree que la persona en este caso tiene que
inventar una nueva opinión, una nueva verdad que la saque del estado de
ausencia de opiniones. La religión, por el contrario, considera esta reacción
como demasiado superficial, demasiado optimista, pues la persona religio-
sa anticipa desde el mismo comienzo el próximo paso, en el que la nueva
verdad, a su vez, es absorbida por el mercado de opiniones. La religión
ofrece otra solución: perseverar en la ausencia de opinión, atarse a la larga
historia de la ausencia de opiniones, que es la verdadera historia de las
religiones. El individuo de la religión no es un ser de opiniones, no es un
representante o un productor de opiniones, es un ser que se concibe a sí
mismo como medio puro.
Como tal, practica una pura repetición, una repetición que ya no es la
repetición de una determinada opinión sino un ritual vacío de opiniones.
Así, el protagonista de Nostalgia, el filme de Tarkovski, al caer en el
estado de total ausencia de opiniones, empieza a andar una y otra vez el
mismo camino de ida y vuelta. De ningún modo este camino lleva adelante
al protagonista, entiéndase lo que se entienda por «adelante»; más bien lo
que el protagonista hace es darle continuidad al movimiento hacia delante y
hacia atrás que, precisamente a través de su solitaria y desesperada
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repetitividad, acaba de revelársele como medio de la ausencia de opinio-


nes. El ejercicio de la ausencia de opiniones –tanto de la individual como
de la colectiva– precisa de otro sitio: una heterotopía, como Foucault la
llamó. Se trata de un sitio que se halla fuera del espacio de las opiniones,
del mercado de éstas. En ese lugar está neutralizada la diferenciación entre
verdadero y falso al igual que la diferenciación entre bueno y malo. Pero
precisamente a partir de ahí es que el límite entre el mercado cotidiano de
opiniones y la ausencia sacra de éstas adquiere su agudeza. Quien defiende
determinadas opiniones puede posicionarse fácilmente en el espacio públi-
co. Pero quien pretende perseverar en la ausencia de opiniones, necesita
otro espacio, uno sacro, y otro tiempo, el tiempo repetitivo del ritual. Al
respecto es inevitable atarse a determinados sitios y rituales, que ya desde
siempre han sido definidos como espacios distintos, sacros, como
heterotopías. Quien accede a estos lugares o participa de esos rituales, deja
sus opiniones fuera, colgadas de un perchero. El espacio de la suspensión
temporal de todas las opiniones necesita un límite exterior para garantizar
su libertad de opinión (en el sentido de estar libre de cualquier opinión).
La ausencia de opiniones es, así, primeramente conservadora. Es idén-
tica a sí misma a través del tiempo, mientras que las opiniones cambian con
el tiempo. A menudo el rechazo derivado de ello a todas las posibles opinio-
nes parece ser intolerante e incluso irracional, pues resulta muy difícil justi-
ficar ese rechazo. Muchas veces surge la pregunta: ¿Qué pretende en reali-
dad alguien que quiere ser religioso? ¿Qué objetivos se propone, qué opi-
niones quiere implantar? La respuesta es: lo que se quiere es dejar de tener,
por fin, objetivos y opiniones. Dicho de otra manera: se quiere hallarse a sí
mismo, liberarse de ser portador de opiniones, de la servidumbre de opi-
niones y objetivos, y celebrar la propia medialidad pura, la propia capaci-
dad pura de reproducir y ser reproducido. Pero la cosa se vuelve difícil
cuando se pierden los sitios sagrados tradicionales, cuando la reflexión
sobre la propia medialidad ya no encuentra ni lugar ni tiempo. En este caso
el impulso religioso empieza a actuar ya no conservadoramente sino de
manera extremista. Cuando los espacios sacros se pierden o están
desprotegidos, hay que crearlos a la fuerza, hay que separar un pedazo de
territorio del mercado global de las opiniones para crear otro espacio, una
heterotopía. Se somete uno mismo a la violencia y transforma su propio
cuerpo en un lugar de sacralidad, en un lugar del martirio silencioso, repeti-
tivo, como puede verse, por ejemplo, en el filme de Mel Gibson Passion.
O se utiliza la cruz como arma para, como en la película de Roberto Rodrí-
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guez From Dusk till Down, defender el cuerpo humano, que también es
mostrado como cuerpo mudo, como lugar de la indiferencia y del aburri-
miento en relación con toda convicción o ideología, como cuerpo más allá
de las opiniones.
Al ser la religión un sitio de revelación de la medialidad del hombre,
puede ser entendida como la vanguardia del mundo actual determinado por
los medios masivos de comunicación, de igual modo que la vanguardia
artística funcionó como revelación de la medialidad del arte. Pero el interés
de los medios masivos por la religión no es simplemente teórico, pues la
revelación de la medialidad de los medios es también un acontecimiento,
una noticia que puede y debe ser difundida. Sin los medios masivos esa
noticia sería silenciada, la revelación seguiría siendo un secreto. Los luga-
res de lo sacro son per definitionem lugares cerrados, ocultos, oscuros.
Esos lugares existen también en nuestro mundo globalizado. Por una parte
se trata de los todavía bien protegidos lugares de las religiones tradiciona-
les. Y por otra surgen constantemente nuevos lugares de conspiraciones
secretas, separaciones violentas de la amplia opinión pública, así como
oscuros éxtasis individuales y colectivos.
Estos lugares atraen sobre sí constantemente el interés mediático, pues
lo oculto, cerrado, oscuro, impenetrable es de sumo interés para los medios
actuales. Los medios aspiran a sacar a la luz pública lo oculto y cerrado.
Por eso se sienten fascinados y provocados por la inaccesibilidad de los
rituales sagrados. Durante décadas se escribieron novelas y se hicieron
filmes sobre la secreta vida amorosa de los curas. Hoy en apariencia se ha
logrado descifrar definitivamente el código da Vinci, y así Cristo mismo se
vuelve finalmente una estrella, un personaje famoso que como tal no pue-
de ser concebido sin alguna historia develadora de secretos. Los medios
masivos procuran constantemente sobrepujar la revelación por medio de la
develación, y así demuestran tan solo su propia repetitividad intrínseca. La
posibilidad suprema que se abre a los medios de comunicación es difundir
una buena nueva, según la cual hoy se publica lo que antes permanecía
oculto; escribir un nuevo Evangelio que quizás en el nivel de la opinión
contradiga al viejo, pero que repite el familiar ritual de la revelación. La
maquinaria develadora de los actuales medios es simplemente la reproduc-
ción técnica del ritual religioso de la revelación. La religión es un medio
originario que siempre celebra su retorno cada vez que se difunden y creen
noticias.
Traducción del alemán, para Criterios: Orestes Sandoval López

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