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La Casa Canaria Ricardo Elizondo mueven las farolas bailoteando por los aires encontrados, la loca se pone peor que nunca, entonces si es brava. Recorre las calles golpeando las puertas y gritando desesperada sabe qué tantas cosas, pero s6lo cuando sopla el viento. El resto del tiempo anda con el bote colgando del cuello, sin mirar a nadie, como contaéndose historias... A Sebastian lo trajeron al pueblo cuando tenia dos atios, su origen era desconocido y como la mujer con la que vino vivia enfurrufiada, nadie le pregunt6 jamas nada, Se desataron conjeturas y habladurias, pero después de un tiempo a ninguno le preocupé el origen y sélo lo llamaban el entenado de Zoila. Lo cierto era que Sebastin, huérfano de madre, fue encomendado a la mujer por el abuelo del pequefio, pretendiente en sus aos mozos de Zoila la solterona. Ella lo acepté mas por el recuerdo del antiguo amor que por la piedad que el huérfano le despertaba. Tan pronto lo tuvo en casa ya no supo qué hacer con él, asf que lo confié a su sirvienta, quien cumplié en la practica los oficios de madrastra. Y vaya que si los cumplié. Violenta, antojadiza y enferma de malas calenturas, nunca tuvo el menor dejo de conducta maternal. El nifio pasé su primera infancia en los cuartos de atris, junto a las higueras, jugando con perros y trozos de tablas y viendo eémo nacfan polos, gatos y pajaritos. Ya mas grandecito y sin autoridad clara a quién obedecer, Sebastién, bricando las bardas de atrés, se iba a la plaza primero, a los barrancos de junto al rio y después y ya para cuando tenia doce arios, era asiduo concurrente de billares y cantinas. Iba de mirén a ganarse unas monedas haciendo mandados, porque Sebastian era bueno, mandable, muchacho alegre por fuera y nitio triste por dentro, necesitado de afecto. De natural inteligencia, aprendié —pegado a la hielera grande rebosada de cervezas o junto a la mesa verde donde acomodaba las bolas brillantes-a tratar a la gente y mas que todo, a no ser como otros. Aunque no tenia para qué, cada noche, entre ocho y diez, iba a la casa de Zoila, nada més para ser sentido con la profunda y cursi esperanza de ser llamado, 0 mejor’ atin, necesitado algun dfa. El muchacho envidiaba la casa de Don Joel, la espiaba, miraba atormentado las idas y venidas de los hijos y los padres. A mediodia pasaba y repasaba por la ventana que daba al comedor y cocina de la casa del boticario; Don Joel, de frente a la ventana que daba al C uando sopla el viento alto rugiendo por todas partes, cuando se 41 comedor y cocina de la casa del boticario; Don Joel, de frente ala ventana, nunca lo not6, tan feliz era cuando comfa con los hijos mientras su mujer, silente servidora, levantébase pronta hasta el fog6n. No habia comparacién con la casa de Zoila, ni los gorriones ni tantas matas servian para nada, ah{ no habfa calor, la solterona no le prestaba atencién y mejor no recibir la que le daba su nana. Era inttil cuanto hiciera, la mujer que lo recogié vivia tranquila ordenando que le dieran de comer y regalandole, una vez al afio, dos pantalones, dos camisas y dos huaraches. Con tan poca tierra férti} en la casa que lo recogié, a Sebastian le reventaban las semillas de cariiio en el alma. Sentia la noche tan sola en los cuartos de atras, que como no queriendo fue prolongando su desvelo y aumentando su callejear. Un dia se qued6 dormido en el billar y no la pas6 tan mal, total, ahi si estaba solo y no esperaba nada de nadie. Desde entonces no volvié a dormir a casa de Zoila, pero muy adentro seguia buscando, imaginando, Ansioso, pero evasivo como perro mal tratado, queria una casa donde su nombre resonara bonito, donde sus manos y sus pies y la salud de su sangre fueran usados por gente carifiosa. Lo encontré. La pobre demente a veces se viste de flores, las enreda entre sus grefias, se las pone en el escote sucio y roto. Con ellas regocijada baila una danza triste y descompasada, cancién de cuna olvidada en Ja tltima estancia de sus recuerdos... En las afueras del pueblo, al lado opuesto del cementerio, vivian y ventilaban sonrisas y piernas, las mujeres alegres del uso cotidiano, Un dia, un pariente del billar mandé a Sebastian a buscar su fuete negro, olvidado la noche anterior en el negocio de Lupe Pechos. Casas desvencijadas formando calleja tortuosa. No mas de quince eran los negocios, de madera reseca, rosas unos, verdes otros, todos con suelo de tierra, El més lujoso tenfa graméfono de cuerda y en las paredes cuadros de mujeres encueradas, lechosas y con apariencia de cuinas. Sebas Negé preguntando por la Sefiora Guadalupe Pechos a una mujer que comia fideos y que estaba sentada frente a un platén de carne frita y una botella grande de refresco rojo. Ancha como ropero de dos lunas era la mujer, de Qjos derramados de los cachetes y una pequefisima boca sin proporcién. Ella lo vio bien en la penumbra del jacalén, jamas nadie habia dicho Senora Guadalupe con tanto respeto, le vio los pies en sus huaraches viejos, la camisa destefiida en la que alguna vez cacarearon gallos amarillos, los ojos grandes y el coraz6n bueno del muchacho. Le pregunté el nombre, donde vivia y qué hacia y ya no comié porque el refresco se lo dio y la carne sola, sin tortilla, para que te nutra. Se levanté por una bolsa de caramelos y entonces 61 le vio los inmensos senos como melones de Castilla. Sebastian, reprimiendo, de la bolsa ofrecida tomé un dulce, ella le llené las manos, ten el fuete y ven pronto. Ast lo hizo, a la hora estaba de regreso y Guadalupe le ensené el burdel, con naturalidad, como si mostrara las habitaciones de una 42 casa de huéspedes a un amigo de muchos atios. Sebastian memoriz6 todo, el lugar del papel y las pastillas de jabén, el mimero de licores siempre en exhibicién pero nunca mas de los que estan, las cajas con candado donde guardaba el resto de las bebidas, los paquetes de cigarros y el escondrijo del dinero para comprar a la autoridad y pagar la musica, caso de que no haya quién lo haga. Sin pensar ni calcular, en una tarde Sebastidn se volvié socio trabajador del negocio de Lupe Pechos. No pregunté cudinto ganaria ni cudles serian sus obligaciones, simplemente usé la escoba, fue hasta la plaza para ver si habia llegado el hielo, lo trajo, acomod6 la bebida, prendié las lamparas de gas y con cara de circunstancia y responsabilidad, de pie detras de la barra, adivinabale el pensamiento a la matrona, feliz de sentirse importante porque de cuando en vez, Guadalupe lo llamaba y muy en intimidad, desatendiéndose el baileque de las mujeres, le comentaba cosas como pidiéndole opinién y hasta le dio el reloj de colguije para que marcara el tiempo que se usaban los cuartos. Pobre Sebastian. Memorizaba todo porque si lefa un poco no escribia nada. Guadalupe arreglé el asunto al dia siguiente poniéndolo a escribir planas del abecedario. Después de algunas semanas |e hacia dictado de revistas olvidadas, etiquetas de botellas y hasta de la novena del santo de las vidas amargas. También aprendié las cuatro operaciones y las tablas de multiplicar hasta el veinte. La loca deambula por entre las casas, las vecinas le dan de comer. Trozos de pan, una papa cocida, naranjas, higos; todo acepta, de todo come siempre y cuando esté frio. Brama adolorida cuando algo caliente toca sus labios, desesperada y llorosa se retuerce con las manos en la cara, tirase pedrazcos de sonidos ininteligibles que brotan de su garganta desecha de tanto grito y tanto llanto... Después de dos afios, cuando Sebastian tenia quince, habia acumulado ya muchas horas de desvelo contando el ntimero de copas de cada cliente -zaparrastrosos pastores y endomingados campesinos desde el sabado en la tarde-, el contacto con el aire de creolina y las madrugadas amargns de mujeres despaturradas le encurtié los sentimientos, conservindolos ajenos a todo salvo a los ojos de Guadalupe, a la que sf queria. Siempre la Ham6 Sefiora, jamas la tocé. Ella sabfa —al fin madama vieja en faroles, navajazos y colchones perfumados con olor a carne- que por mucho que enredara el cordén alrededor del chico nunca lograria amarrarlo al negocio de su vida, Sebastian traia por dentro la estampa de una familia con nitios y mujer de fogén, aguja y cabellos limpios y trenzados. Cémo se le habia metido tan adentro, no lo supo ni lo sabria nunca. Lo que si sabia, cuando despertaba amensada por la luz rosa que llenaba su cuartito, luz de ventana velada por colcha de puta, era que el muchacho le habia dado sabor a su pan. Tan pronto abria los ojos, lo primero que hacia era recordar a Sebastian, antes que a nadie; eso la alegraba, luego, chancleteando y 43 moviendo su gelatinoso amasijo de nalgas y chiches, salia presurosa a Preparar el almuerzo, porque a Sebas silo yo, ninguna de las otras, ninguna muela podrida con el gusto por boca va a cocinar para él. Los dos vivian bien, Sebastidn sin sueldo pero aprendiendo y sintiéndose en casa propia, la Pechos més tranquila y pasando su infancia de vieja con el presente ferilizado. Un sébado de aquellos, dia de mucho trabajo, por la tarde -la Pechos lo recordaria siempre, aun después de la desgracia, impedida y gotosa viviendo en un pueblo lejano-, tarde de calosfrios, el sol caliente y la sombra helada, el burdel estaba abarrotado de clientela, porque a instancias de Sabas, que asi lo habjan visto en la cantina del pueblo, ahora se servian sazonados bocados, que en realidad costaban poco pero que hacian que la venta de bebida se doblara, Guadalupe feliz de mesa en mesa, alegrando a los hombres con chistes picantes, en uno de tantos grupos alguien le pidié permiso de rifar una vaquilla; aqui mismo, nomds que se vendan los boletos, el ntimero que usted elija se lo regalo, con tal que me dé el permiso, Sebastidin escogié el nimero, el 26 me gusta, si tu papel sale premiado te quedas con la becerra y yo te doy su valor en efectivo, a lo mejor me resultas ganadero. A la mafana siguiente, Ramiro, el carnicero, fue mandado llamar del negocio de la Pechos; échale niimeros a la becerra prieta que est en el patio, aqui mi Sebas se la sacd, es todita de él. Después que Ramiro dio su Parecer en pesos y centavos, Guadalupe se fue decidida hasta su cuarto y al volver le dié a Sebastian, contantes y sonantes, nueve moneditas de oro, el resto te lo debo. Ahora yo te compro la becerra, le dijo Ramiro, pero no la vendo, la vaca es mia y se va a llamar Gloria. Guadalupe sintié en ese momento que Sebastian se le iba lejos, que su suerte estaba echada, para comprobar consulté las barajas mientras vefa al muchacho acariciar a la vaca en medio del patio. Caballo de bastos, negocio. As de oros, dinero en abundancia. Reina de copas, mujer propia. Seis de copas, muchos hijos. Y dos cartas més que no quiso leer porque con sus filos le rebanaron el alma. La loca no soporta un techo sobre su cabeza, pasa la noche en descampado, Cuando arrecia el frio se mete entre los borregos, los pastores la dejan estar, al fin no dafia a nadie. Nunca se acerca al fuego, a lo lejos se mueve como sombra doliente, después, ya muy noche, su canto quebrado alborota a los perros, le canta a la luna y a las estrellas con voz insana, de lunatica... Con una de las monedas que le dio la Pechos, Sebastian compré pastura, de la mejor. La Gloria crecié, diario la vigilaba, le llevaba agua y mucha comida. Un dia amanecié con la cabeza venteande el aire, talldndose las ubres Y montandose sobre los costales de alimento. Anda buscando macho, le dijo Guadalupe. Sebastian fue a la cantina y Pregunté quién tenia el mejor toro, llevé a la Gloria y pag6 otra monedita para que el animal grande, encerrado en el corral, se montara en su vaquilla. 44 La Gloria tuvo una becerra y dio mucha leche, toda la vendia, con su producto renté un terreno para hacerles un corral. Sebastian atin vivia con la Pechos, en apariencia como al principio, pero ambos sabian que su sociedad no iba a ser para siempre. La becerra de la Gloria crecié y ambas fueron fecundadas, ambas tuvieron vaquillas. A los cinco afios de que se gané la vaca, Sebastian tenfa dos vacas lecheras, dos cargadas y las cuatro a punto de ahijar. Al sexto afio a dos becerros los castré, al otro lo vendi6 y rent6 una parcela para sembrar. Tenia cinco vacas y una buena tierra. Como habia que cuidar su siembra, poco a poco dejé de ir con la Pechos, Un dia Guadalupe se percaté que hacia dos meses que Sebastian no iba a dormir, se resigné, doliéndole muy adentro la suerte del muchacho. Su primera siembra fue de sorgo. Bonitas hasta lo indecible le parecfan las plantitas cuando comenzaron a verdear la negrura pizarra de la parcela Cuando el zacatén verde le legs arriba de la rodilla, Sebastian, de pie enmedio de su campo malaquita perfumado, hinchado de satisfaccién dejaba que el hormigueo de su piel le llegara a los huesos mismos. Luego, con curiosidad montuna, vio cémo se doblaron los esmeraldinos tallos por el peso de las panojas, opulentas de granos, gordas de agradecimiento. Llegada la cosecha escogié la mejor espiga, la mas hermosa, grande como su torso y dorada como muslo de mujer apetitosa. La Ilevé con la Pechos, sin hablarle, sin decirle nada, se la dio en el centro del destartalado saldn de baile. A Guadalupe los pezones se le juntaron en la garganta, lo abrazé llorosa chinita de la emocion En tiempos de calores la infeliz trastornada se pasa el dia en los charcos del rio, mojada y remojada. Cuando ve nitios jugando algo recuerda que le duele, llora silencito, calladita, Estampada donde la poses el recuerdo puede estar por horas, volteada para adentro como viscera, como estémago que cocina cosas inescrutables, después regurgita energia y con un palo suena puertas y rejas, desorbitados los ojos, moviendo desesperada sus brazos pellejos flacos... Sebastian cambié, el bozo puiber se transformé en vigoroso bigote. La extrafia figura de cuando Ileg6 a casa de Guadalupe -huesudas manos, huesudos pies, largo de brazos y nariz, parecia zancudo- se volvié recia y viril. Bien proporcionado, compraba con la sonrisa limpia y lo recto de su mirada. Trabajador y afortunado en los negocios, hizo grupo y fama. Dos afios més vivid todavia en el campo de labranza, después se mud6 a la Gnica casa de huéspedes. Alquilé el mejor cuarto; con baiio, tres comidas, lavado y planchado. Osado en las inversiones, cabalgando veloz el dinero, compraba, vendia y se comprometia. El éxito le canté a la oreja fuerte y melodioso desde que empezé a prestar. Todos eran sujetos de crédito, siempre y cuando tuviesen garantia, a veces aun sin eso. El dinero regresaba si no en monedas en especie. Los arrieros jugadores le dejaban mulas, telas y peines de concha 45 y marfil. Tuvo cabras y becerras y partidas hediondas de cuero curtido. Rent6 dos cuartos amplios en una calle de la plaza, los utilizaba como oficina. Sebas, el entenado, fue llamado Don Sebastian. Veintiocho atios en su mano franca, muchachas bonitas que lo miraban abiertas. Sebastian seguia solo y célibe. ; Més que ninguna otra actividad, Sebastién sentia especial atraccion por la ganaderia. Le gustaba ver a los animales pastando a media tarde, ofr sus mugidos por la noche. Elegia las cruzas, al principio adivinando, por pura intuicién, los fracasos que tuvo a lo més que Ilegaron fue al matadero, Entendié que lo que necesitaba era un fino toro semental, los de la regién servian pero no eran lo mejor. Empez6 a guardar dinero con la mira puesta en llegar a poseer el macho mds espléndido de leguas a la redonda. Meses le costé juntar lo suficiente, al final précticamente sélo tenia cinco vacas escogidas -la Gloria entre ellas- y la suma gruesa que costaba el semental, Dejando las cosas como estaban y sin avisar a nadie, una maiiana salié rumbo a las tierras del norte, cabalgé de pueblo en pueblo sin hablar de sus intenciones, sabia donde enterarse de lo que queria sin hacer preguntas Llegaba a la cantina, fingia pobreza, pedia de lo mas barato, a las dos horas de estar, el cantinero ya le hab{a contado su vida y la del lugar, al anochecer decidfa si valfa la pena quedarse. Fue asi como se enteré de la feria de Santo Santiago, donde se juega y apuesta. Por experiencia sabia que el agricultor raras veces es apostador, no asi el ganadero, que por su naturaleza asoleada y errabunda hallaba gran placer en acariciar las barajas y sonar los dados, Corrigié el rumbo hacia Santo Santiago, seguro que ahi encontraria su semental, Nunca imaginé que también encontraria la Reina de Copas que las cartas de la Pechos le habia profetizado. Sus momentos més tranquilos los vive durante la época de Iluvias. El pueblo se dio cuenta que esos dias, chiclosas y grises las calles de lodo y agua, mientras la impertinencia de la lluvia empapa bobos entristecia el cielo, la loca se volvia si no cuerda si accesible. Amanecia con mirada de paloma triste sentada en el quicio de alguna puerta, tres y cuatro de las piadosas la limpiaban, le cortaban los cabellos y las unas, le revisaban la piel curtida y endurecida, la vestfan con telas gruesas y resistentes. Siempre lejos del fuego, nunca con agua caliente; siempre sin que viera nifios, nunca en lugar cerrado, El viejo Zacarias fue dueio del tendajén “Santo Santiago” desde antes de nacer. Su madre y una tfa lo instalaron cuando una se quedé viuda y embarazada y la otra arrimada y sin oficio productivo. Con la tnica esperanza de tener el diario sustento y velar por lo dias del hijo-sobrino que venia, las dos mujeres empefiaron medallas y cadenas, sortijas y zarcillos. En el cuarto grande que daba a la calle pararon dos toneles con tablones encima, a modo de mostrador, de cordeles colgaron chorizos y longanizas 46 sazonadas y hechos por la embarazada, muy buena en la cocina. También. pusieron platotes cubiertos de servilletas pulcras que dejaban escapar perfumado aroma de panaderia. Ambas se levantaban oscura la mafiana; la tia abria la tienda, la madre, venteando el fogdn, preparaba jarros de atole acanelado y tinajas de tamales de dulce y manteca. Antes de media maiana las vasijas ensefiaban la boca del fondo vacia, para entonces la madre ya ten{a en el perol hirviente los trozos de carne que a mediodia, crujientes y calientes, desaparecia rapido de encima del mostrador. El tendajén consolidé su posicién mientras Zacarias corria y crecia entre bultos de maiz y frijol. La madre y la tia envejecieron y murieron, Zacarias casése con mujer enfermiza que le dio una hija enfermiza también. Para entonces la tienda ya era punto de referencia, daba para los gastos, pero por alguna deficiencia del dueno -falta de vision o valentia— nunca fue veta de fortuna. La esposa enfermiza muri¢ y la hija de Zacarias a los quince, tena achaques de setentona, no obstante, eso no le impidié enamorarse cuando tenia veintiocho. E] hombre aquel la dejé babeando el dia que la besé y llorando su desventura cuando a los tres meses, el sujeto ya no volvié y como recuerdo le regalé mareos, desmayos y una rotunda panza que llené su falda. Zacarias, juiciosamente, tomé el embarazo de su hija con naturalidad. Nacié nifia, la llamaron Natalia. Silenciosa desde que nacié, heredé el caracter de las fundadoras de la tienda. Al tiempo que la nieta crecia, la hija de Zacarias intensificé sus dolencias; toses, dolores, vahidos, inapetencias, retimas, palpitaciones y demas. Un buen dia ya no se quejé y a la semana murié. Natalia, que nunca se sintié hija y si esclava de medianoche -hazme un té de verdolaga, Dios mio me estoy muriendo, calienta los trapos que el dolor no me deja, dichosa ti que no estas enferma, no me tuerzas la boca porque se te seca la mano, dame una friega de alcohol, de vinagre, de agua de romero y clavo, traeme el orinal, ponme un emplasto de mostaza— la verdad, la verdad, como que descans6. A Zacarias le dolié la muerte, pero viejo bigotes blancos, taciturno la fue pasando detras del mostrador. La nieta se hizo cargo de la tienda. Natalia tenia los ojos sombreados y las caderas redondas y generosas. El pelo muy negro lo anudaba encima y no sonrefa. Sin sentimientos aparentes vivia, o sobrevivia, la decadencia de su casa. El viejo abuelo desde la muerte de su hija inicié el paseo que la sangre de los suyos en algin momento recorria. Las tan nombradas fundadoras lo hicieron casi al mismo tiempo, murieron sin saber que lo hacian, atarantadas en una vaciedad desorbitada. Dicen que la tia, ya vieja, se volvié coqueta y salamera, que con cinabrio del més rojo y blanco albayalde se templaba la cara hasta parecer mufiecota de cart6n y trapo, que con pasta de comer tefiida se hacfa largos, quebradizos y multicolores collares, hasta ah{ fue aguantable, porque al final de sus dias, nifia demente, con hilos de saliva y perlas de 47 moco los engarzaba. El largo paseo de su madre sdlo ella, que la cuidé, lo supo. Siendo nifia Natalia, su madre se empefié en decir que dentro de la cabeza trafa un diamante, brillante como los ojos de mal hombre que fue tu padre, me gustaria envidrselo, un dia de éstos con el hacha te lo voy sacar, no te preocupes, después con clara de huevo te pego los huesos. Infierno nocturno el de Natalia asustada, aprendié a dormir con un ojo para vigilar su cabeza con el otro. A partir de entonces tuvo el suefio tan ligero como suspiro de bebito, Le conocié tantas chifladuras a su madre que no se preocupé el dia que ya no habl6, porque segin dijo, como la voz viene de la punta del dedo gordo me alborota los dolores cuando pasa. A los cuantos dias murié, chuecos los dientes del esfuerzo que hizo para no despegarlos. Ahora el abuelo tenia de amigos a tres cucarachos, dos — decfa el viejo- son trabajadores y confiables, el otro mas vale tenerlo bien porque es enemigo en potencia. Nada mas amanecfa, Zacarias, arrastrando los pies iba a decir los buenos dias a los tres insectos. Increpaba a Natalia su mala educacién por no dar, antes de abrir la tienda, afectuoso saludo @ sus amigos; pareces arriera, te levantas enjetada, qué culpa tiene los muchachos que no tengas novio, ayer me dijeron que pareces gallina, por eso te tienen miedo, pobre de ti si te los comes, con la tranca de la puerta te rompo el lomo, tu no tienes coraz6n, ya te tengo bien medida, los respetas Porque no me despego un momento, si no ya les hubieras dado un chanclazo Por eso Natalia no sonrefa. Una tarde, un hombre pidié unos cigarrillos de hoja, Natalia, de espaldas al mostrador, acomodaba en un anaquel jabones de espuma suave y brillantinas de olor. La voz le llegé como badajazo Cuando lo miré, el cuchillo de fuego helado le rasgé las piernas desde su centro hasta los pies. No podfa dejar de verlo, la boca se le llené de agua y después de arena y de nuevo de agua, el labio le temblaba y las manos torpes noencontraban los cigarros, Ella miré despacito, sin parpadear; las manos, los senos, el huequito del cuello. Cuando la vio a los ojos, Natalia eclips6 con brillo deslumbrante el obscuro tendajén, una gran sonrisa desconocida rebos6 su cara, inmensa como su emocién, radiante como relumbre de espejos. Sebastisin se quedé alucinado, con el corazén acogotado en el cuello, !a piel de los brazos y vientre inflamado, sentfa una ganas inauditas de restregar su nariz por el costado y entre las carnes de Natalia, olerla hasta saciarse, embadurnar todo su cuerpo de hembra joven con el deseo que se volvia beso y saliva, que la cabellera negra y abundante se anidara entre su cuello y hombro, Enloquecié de deseo y con timbre de trompeta apasionada le pregunté su nombre. Esa noche Natalia salié a verlo, caminaron hasta la plaza, la regalé con helados y confituras, platicaron un poco del futuro y mucho del pasado. De Tegreso Ia tomé de los hombres, la abraz6 rotunda y le dio un beso que ain recuerda. 48 A la semana Natalia era un cascabel y Sebastian no se acordaba del toro. Se quedé en Santo Santiago tres meses, ella sacé de pronto la fuerza de su caracter y en 4 semanas liquids la tienda, los bienes que tenia, la casa donde vivia junto con la huerta, y llevo ai abuelo con el médico para medir su energia. Se casaron de madrugada, sin fiesta y sin nada. Compraron el toro y en una carreta grande, con Iss cosas mis indispensables, amarrado el abuelo entre felpas y cojines, el toro atras, manso a la fuerza de permanganato, Natalia y Sebastian iniciaron el viaje de regreso. La loca es el recuerdo vivo de la desgracia. Ninguno podia oividar. A los nifios se les ensefiaba a respetarla y quererla, a no hacer burla de sus andanzas, a comprender el dolor de la que en noche de viento, sin deber ni temer, sin merecerlo ni expiarlo, fue partida por rayo de mala muerte, le rompieron el alma dentro del pecho, se le hostigé el cuerpo de su destino de vidrios rotos, de oidos perforados por clavos de fuego, de nubarren de moscos masticados y vomitantes... A Sebastian le gustaba el color amarillo, color del centro de la amapola y de las maiianas de sol temprano. El primer regalo que le hizo a Natalia fue una tela de su exacto color, radiante se veia la mujer vestida de luz, capullo de retama la llamaba ahogando los labios en su nuca. Llegaron a vivir a la pensin. Natalia le entregé todo el dinero, huelga decir que el éxito de Sebastian continuo sin ruptura alguna. Como canalito de agua limpia constante, el trabajo y su producto fertilizé campos y animales, el resto lo acumulé en aljibes hasta completar para comprar la casa En eso estaba cuando el abuelo murié, hacia tres semanas que se la pasaba cantando frijolitos pintos claveles morados qué trabajos pasan los enamorados. Sebastian, después de comer, dibujaba con el dedo sobre el muslo de su mujer el plano de la casa; el techo no sirve ni tiene rejas en las ventanas, pero es de piedra con muros altos, son cinco cuartos seguidos, el primero tiene dos puertas, a la calle y al patio, los otros cuatro sdlo tienen ventanas, ya les voy a mandar hacer las rejas, de hierro, con descanso para que pongas macetas y el gancho para el farol, el primer cuarto, el de las puertas, tiene chimenea y un bancon de piedra para que pongas los trastes, aqui en el muro hay un nicho para despensa, éte gusta? No pudo decir que si porque un grito gangoso del abuelo les avisé que los frijoles pintos que traia en la cabeza se le estaban quemando. Natalia se metié el vestido y descalza fue corriendo, Sebastian la alcanz6 sin camisa y abrochandose los pantalones. Encontraron al viejo Zacarias hecho nudo ex el suelo, como queriéndose arrancar el coraz6n. Sebastidn lo cargé y }o puso en la cama, descalzo y descamisado fue corriendo a buscar al doctor. Cuando Ilegaron el viejito ya estaba fldcido y casi frfo, Natalia le cruz6 las manos sobre el pecho y le cerré los ojos. Descontaron del dinero para comprar la casa lo suficiente 49 no en el pantedn. Muchos del pueblo fueron al velorio, en la Losier y Paar a loccusdvandeta plaxe. Guadalupe Pechos no abrig ] negocio, al anochecer, envuelta en trapos negros, fue a la pension. Natalia lloré un poco sobre las rotundidades de la Pechos, después se puso el velo y j na velar el cuerpo. ee ees, cuss tee norte ong adentro, tan pronto supo que Sebas lleg’ con mujer, sacs del escondrijo dos gotitas de oro y una medalla grande, se vistié de tierra con pintitos de espuma, llené una canasta con pan fino y asi, ensombrillada’ ycomo sultana, se apersoné en la casa de huéspedes. Sebastian la presenté a su mujer con una sonrisa grande y de nuevo sucedié; Guadalupe, la matrona sapiente en crueldades de existencia, abrié su amplio abrazo para Natalia quien de pronto se sintié querida por ser quien era y que por primera vez sentiase descansar en el suelo firme y seguro que la mujer madura y amorosa traja en el alma. La quiso sin més, porque si, proque con ella hablé de todo, de sus infinitos temores ya lejanos, de la infancia alucinada, de la soledad en su casa de enfermos, del amor que sentia por Sebastidn, y sin tapujos, de lo mucho que gozaba con su cama y sus caricias, Guadalupe, avisando en intimidad a Sebas, la alecciond, la enseiié a gozar de su apetito con naturalidad, sin vergienza alguna. La pareja integrése circunferencial y completamente. Las dos semanas que siguieron a la tragedia, con sabanas dobladas tuvieron a la mujer amarrada a una cama. La boca deshecha, inflamada la lengua y tumefactos los labios, era impracticable para recibir alimento. La alimentaron por la nariz con caldo tibio seis veces al dia. Para tranquilizar sus mtisculos de serpiente rabiosa, junto con el caldo hervian manzanas de amapola. Dentro del cuarto quemaron dia y noche hojas de menta, lechuga y marihuana, para que respirando los vapores nareéticos adormeciera Su congoja. Envuelta en humos y amarras estuvo la loca dos semanas. Consumiéndose en un dolor infinito que no era de la carne. Desmigajando su conciencia, Deshaciéndose deshizo su memoria, su contacto con el Presente, porque su realidad era més angustiosa y repulsiva que nidada de alacranes. Un dia se qued6 silente, apelmazada, erratica de cuerpoy alma Sebastian compré la casa, la teché con vigas y zacaton para hacerla mas fresca, le puso sdlidas verjas en las ventanas y fuertes postigos de madera olorosa a pino de montaiia, por dltimo la pint6 de amarillo. Tan limpio era el color y de tan brillante tono, que la casa perfilébase dominante aun a pleno mediodia, cuando por la resolana cegadora lo amarillo confudiase con la reverberacién, la arena y el sol. Dos veces al afio la repintaban, del mismo color. Fue llamada la Casa Canaria, la tefiida con flor de nopal, con hongo de Cuaresma, con nube luminosa de atardecer de verano. Natalia tuvo seis hijos, uno detrés de otro. Seis capullos, seis tesoros, 50 seis gritos que rebotaban en los patios. Al nacer el sexto tuvo problemas, Sebastian lorando fue a media noche al negocio de la Pechos. Suspensién de labores. Junta de parteras prostitutas; vete corriendo al Burro Verde que venga rapido la Flaca Ignacia, tu vete por la Turnia dile que la necesito. En un espérame tantito Guadalupe reunié, afuera del destartalado burdel, la flor y crema de la sapiencia en problemas de mujer. La Flaca Ignacia llegé amarréndose una pafioleta, la Turnia caminando desviado como solia, tranquilizado; témate medio vaso al pardear, antes que se oculte el sol, después te bafias con agua fria. A las dos horas de anochecido los ojos le bizqueaban de suefio, metia a los muchachos, atrancaba la puerta de la

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