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Lectura 2. Derechos Sociales y Estado de Bienestar.

2.1 La definición de Servicios Sociales


El término Servicios Sociales se utiliza bajo dos perspectivas: la primera y más amplia los
sitúa en el ámbito de las actuaciones de la política social que se desarrollan en el denominado
Estado de bienestar contemporáneo, cuya finalidad es proteger y mejorar las condiciones de
vida de todos los ciudadanos. Este punto de vista se refiere a los servicios sociales como un
vasto conjunto de actividades y prestaciones que comprende: sanidad, educación, vivienda,
empleo y garantía de renta, subsidios y los Servicios Sociales propiamente dichos o servicios
sociales personales, que en los años 80´ se denominaban el “sexto sistema”, y actualmente el
“cuarto pilar” del Estado de bienestar. En el ámbito internacional existen definiciones referidas
a los Servicios Sociales bajo esta perspectiva que cuentan con un amplio reconocimiento, como es
la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 1948.

La acepción más concreta de la expresión Servicios Sociales se define en el mundo anglosajón


como “Servicios Sociales personales”. Esta definición se encuentra cada vez más difundida en los
países occidentales, aunque el uso del concepto de Servicios Sociales bajo esta perspectiva
específica sea más reciente. La primera definición la facilita la Carta Social Europea (Turín, 1961)
cuando alude a ellos como “servicios que, utilizando métodos de trabajo social, contribuyen al
bienestar y al desarrollo de los individuos y de los grupos en la comunidad y a su adaptación al
entorno social” (art. 14). En dicha definición los Servicios Sociales asumen una vinculación
genérica con la profesión del Trabajo Social.

En el caso español, la conceptualización en esta dirección data de finales de los años 1970,
cuando comenzaba un proceso de cambio con importantes repercusiones en los Servicios So-
ciales. Se trataba de un proceso tardío, en relación con otros países europeos, pero que en
poco tiempo produjo una transformación radical de la situación. Desde una perspectiva
histórica se resalta el éxito de este proceso, tanto por haber superado los numerosos avatares
políticos y administrativos que se produjeron en los años 1980, como porque su razón última
se basó en el enorme consenso alcanzado en líneas generales en el modelo de Servicios
Sociales que se iba a desarrollar, tras unos debates importantes sobre las ventajas y
desventajas del proceso descentralizador que se iniciaba entonces en este terreno.

Se evidenció que la necesidad de elaborar un nuevo modelo de protección e intervención


social exigía realizar reformas urgentes, tanto legislativas como institucionales, administrativas
y financieras, y revisar las relaciones entre las instituciones públicas y las no gubernamentales.
Un indicador más de la gran preocupación que existía en España durante ese período fue la
aparición -a finales de los años 1970 y a comienzos de los años 1980- de las primeras
publicaciones sobre Servicios Sociales y los primeros análisis realizados por políticos y
profesionales de la acción social respecto al futuro de dichos servicios. La estructura colegial
de los asistentes sociales y de los trabajadores sociales, el Comité Español para el Bienestar
Social y el Grupo Socialista de Servicios Sociales fueron algunos de los agentes fundamentales
de este proceso, que cumplieron una función primordial en la difusión de la información y
dinamizaron a profesionales e instituciones para el desarrollo de los Servicios Sociales.
Como resultado de este proceso, se fue imponiendo progresivamente el uso restringido
del término: "Servicios Sociales” era sinónimo de Servicios Sociales personales. En su
delimitación más estricta han sido determinantes tres factores, que se enuncian
sintéticamente:

-La consolidación, con la denominación específica de Servicios Sociales, de unas


estructuras administrativas en las comunidades autónomas y en las corporaciones
locales, más o menos complejas según los momentos y las distintas regiones. Los
Servicios Sociales se han ido configurando como un elemento independiente dentro de
la Administración pública, con sus respectivas consejerías, concejalías, institutos
públicos u organismos autónomos. Este reagrupamiento y consolidación ha favorecido
una mejor identificación como unidad específica.

-La promulgación en las comunidades autónomas de un conjunto de leyes de


Servicios Sociales, en la década de 1980, daba inicio al ejercicio de sus competencias en
la materia, constituyó un hito importante en el proceso de estructuración y
consolidación de los Servicios Sociales y tuvo una importancia semántica transcendental:
estas leyes de Servicios Sociales bautizaron definitivamente al sector.

-De forma paralela en el mundo académico encargado de la formación de los


trabajadores sociales, también se adoptó este significado restringido del término
"Servicios Sociales”, rubricando y legitimando así la práctica social, política y
administrativa que se estaba desarrollando.

La definición de los Servicios Sociales, elaborada para el Diccionario de Sociología dirigido


por el profesor Octavio Uña, establece las características que los delimitan (Roldán, 2004):

-Las leyes de Servicios Sociales de las comunidades autónomas utilizan la expresión


Servicios Sociales en su ámbito legislativo e institucional para referirse a un sistema
público de servicios que garantiza determinadas prestaciones sociales para el desarrollo
pleno y libre de la persona en la sociedad; para promover su participación en la vida
ciudadana y conseguir prevenir, tratar o paliar las causas que conducen a su
marginación. Se estructura así este tipo de servicios como un derecho legítimo de los
ciudadanos a exigirlos y un deber del Estado a proporcionarlos.

-Otras aproximaciones de carácter propiamente administrativo, orgánico e


instrumental señalan los Servicios Sociales como un conjunto de estructuras
organizativas administrativas destinadas a dar respuesta a las necesidades personales y
sociales más próximas e inmediatas de los ciudadanos o de determinados grupos
(personas menores, mayores, jóvenes, con discapacidad, en situación de marginación
social, etc.), con el fin de favorecer la interacción de la persona con el medio social, de
elevar la calidad de vida, promoviendo el bienestar individual y colectivo. Los Servicios
Sociales se consideran así una parte integrante de la Administración pública que, a
través de unidades administrativas y equipos técnicos (organización), gestionan recursos
y prestaciones (instrumentos).
-En cuanto a la consideración de los Servicios Sociales como servicio público no
existe un acuerdo generalizado en el ámbito internacional, profesional y académico. En
general se disiente de la inclusión (excluyente) de los Servicios Sociales en el sector
público y se contempla la existencia de Servicios Sociales en el ámbito privado. De
hecho, ésta es la tendencia predominante en la mayoría de los países del área, habiendo
optado algunos de ellos por una estructura de Servicios Sociales personales gestionados
fundamentalmente por organizaciones altruistas privadas, aunque cuenten con un
importante apoyo económico del Estado.

Los cambios contextuales que se están produciendo en la sociedad actual, con la idea de
cercanía al ciudadano que expresa cada vez más la nueva concepción de los Servicios Sociales,
han promovido una mayor implicación del ámbito institucional municipal como marco
adecuado para su desarrollo. Surge así una perspectiva que defiende las áreas municipales
como las adecuadas para la extensión y profundización de los derechos sociales y que amplía
la concepción de los Servicios Sociales: “Las políticas de servicios personales emergen como un
conjunto de acciones públicas locales, articuladas en torno a las personas, los grupos y la
comunidad, orientadas al desarrollo socio-comunitario sobre la base de relaciones
integradoras, solidarias y participativas” (Brugué y Gomà, 1999, p. 60). El planteamiento de
estos autores enfatiza dos ejes fundamentales de la acción e intervención de las políticas de
Servicios Sociales: por una parte, el de asistencia-promoción en el que cobertura social y
gestión pluralista, asociativa y personalizada, son inseparables; y por la otra, el del dilema
universalismo-acción positiva, que se ha de centrar en la acción comunitaria integradora y de
cohesión, apoyando e impulsando a aquellos sectores en situación de demandas específicas.

Esta concepción de los Servicios Sociales convive con una más restrictiva y, seguramente
más cercana a la realidad, que considera este tipo de servicios como la “última red” de
protección social, de carácter selectivo, residual y complementario, dirigido a los “ciudadanos
precarios” (Moreno, 2000). Aproximación descriptiva que cuenta con análisis críticos de gran
interés que plantean diversos problemas, como es el de la desigualdad territorial de esta
“última malla de seguridad” de discriminación positiva y descentralizada (Sarasa, 2000).

2.2 Derechos sociales y Estado de bienestar


La historia del Estado liberal europeo del siglo XIX analiza la evolución de las propuestas
de algunos tipos de intervención pública con objeto de paliar o satisfacer las necesidades
sociales de los ciudadanos. Durante este periodo se desarrollaron una sociedad y un Estado
que legitimaban el reconocimiento de determinadas necesidades sociales cuya satisfacción
comprometía al Estado, y se originaron debates en los que afloraron numerosas
contradicciones en el modo de llevarlo a cabo. Las modalidades de intervención - o no
intervención - representaban algunas alternativas del proceso diacrónico de búsqueda del
bienestar social. La intervención pública directa configuró unos servicios modernos que habían
de cubrir las necesidades sociales por medio de amplios sistemas de protección pública. Si en
unos casos la actuación del sector público se dirigía a la población con carácter universalista -
como por ejemplo con la educación, las pensiones o la asistencia sanitaria, actualmente
cuestionadas - en otros casos recaía directamente sobre individuos o colectivos concretos en
situación de necesidad.
La reglamentación del Estado de bienestar
En el siglo XIX todos estos aspectos se van concretando, y constituye una etapa de
transición entre la concepción clásica de los derechos y la concepción contemporánea de los
derechos sociales. En el siglo XX, después de la primera guerra mundial, se produjo la
generalización constitucional de los derechos sociales en el incipiente Estado de bienestar.
Tras la segunda guerra mundial y la derrota del fascismo y el nazismo, los derechos sociales
aparecieron reforzados y se apuntó la necesidad de su internacionalización. La
internacionalización apuntada tiene su primera expresión en la aprobación por la Asamblea de
las Naciones Unidas (10 de diciembre de 1948) de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, por la que cuarenta y cinco Estados se comprometían a respetar unos derechos de
las personas, distribuidos en cinco áreas: civiles, políticos, económicos, sociales y culturales.

-La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948)

Esta Declaración reconoce que "toda persona tiene derecho a un nivel de vida que
asegure su salud, su bienestar y el de su familia, especialmente en cuanto a alimentación,
vestido, atención médica y a los necesarios servicios sociales; toda persona tiene derecho a la
seguridad en casos de paro, enfermedad, invalidez, viudedad, vejez o en otros casos de
pérdida de medios de subsistencia a causa de circunstancias ajenas a su voluntad" (art. 25.1).
Se reseñan en el Cuadro 1.3 aquellos aspectos más significativos de la Declaración.
Cuadro 2.3 Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948)

Desarrollo Asistencia ante a discriminación (art 2) y otra protección (art. 7)

humano Dignidad y libre desarrollo de la personalidad (arts. 22,4, 12,13 )

Garantía del nivel de vida adecuado (art. 25)

Servicios Sociales Derecho de asilo (art. 14)

Protección familia (art. 16.3)

Derecho de asociación y salida de ella (art.20)

Seguridad social (art. 22)

Cooperación internacional (art. 22, 28)

Derechos Garantía del nivel de vida de bienestar: trabajo,

Asistencia ante enfermedad, vejez y viudedad y otros (art. 25)

Asistencia especial maternidad e infancia (art. 25)

Derechos sociales Derecho Seguridad social (art. 22)

Derechos económicos, sociales, culturales (art. 22)

Derechos laborales (art. 23, 24)

Derecho a los seguros (art. 25)

Derecho a la educación (art. 26)

Derechos culturales (art. 27)

Persona Limitaciones de las leyes: moral, orden público y bienestar general

(art.29)

Deberes Limitación de acciones protegidas por la propia declaración

democrática (art. 30)

Estado Limitación de acciones protegidas por la propia declaración

democrática (art. 30)


La estructura de los derechos fundamentales radica en la dignidad y el valor de la persona
humana, como refiere el preámbulo. La Declaración no concede a los individuos un derecho de
acción o petición ante los órganos de las Naciones Unidas para asegurar el cumplimiento de los
derechos; se trata de una recomendación de la Organización de las Naciones Unidas, una
norma práctica de aplicación en las constituciones y los ordenamientos jurídicos de cada país
miembro. Carece de competencia para regular la relación entre gobernantes y gobernados de
cada Estado, de ahí que muchos no lo consideren vinculantes. Nadie niega el carácter de
imperativo moral de esta Declaración universal, lo que se discute es su validez jurídica que,
para algunos autores, es exclusivamente de carácter “programático”.

Para reforzar esta línea de actuación de la ONU, la Comisión de Derechos Humanos


elaboró unos “pactos”, auténticos convenios o tratados internacionales, mediante los cuales
los estados se obligaban y comprometían a adoptar medidas para la protección de los
derechos humanos. Con no pocas dificultades, a finales de 1966, se aprobaron el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales, que en España entraron en vigor una década después.

En el ámbito europeo se han arbitrado medidas especiales de protección de los derechos


humanos mediante la aprobación de diferentes acuerdos.

-La Convención Europea de Derechos Humanos y Libertades Fundamentales del


Consejo de Europa (Roma, 1950). Entró en vigor en 1953 y se considera una de las
expresiones más claras de los valores de la democracia política occidental. Es un tratado
internacional que compromete a los estados firmantes a reconocer determinados
derechos individuales. La Convención se contempla como derecho supranacional en la
legislación y ordenamiento jurídico de los estados miembros. Su innovación más
importante ha sido el recurso individual, por el cual personas naturales o jurídicas
pueden iniciar un procedimiento contra el gobierno que, a juicio de la parte, se
considere responsable de violación de los Derechos Humanos reconocidos en el
convenio (art. 25).

-La Carta Social Europea (Turín, 1961), entró en vigor en 1965. La Organización
Internacional de Trabajo (OIT) intervino en su redacción a petición del Consejo de
Europa. Ratifica y, amplía los derechos económicos, sociales y culturales incluidos en la
Convención. Representa “un instrumento jurídico en materia de derechos sociales que
se va enriqueciendo a través de sucesivas modificaciones y que va configurando –
lentamente- un cuerpo normativo en el que se diseñan los derechos de carácter social
que los Estados están dispuestos a reconocer y garantizar” (González Limón y Rodríguez-
Piñero,1996). En su revisión ha quedado patente la responsabilidad de los estados en la
eliminación de la pobreza y la exclusión social, y en la protección y garantía de derechos
sociales de los individuos y grupos vulnerables (art. 30).
-El Acta Única Europea (Luxemburgo, 1985) entró en vigor en 1987. Menciona en
su preámbulo, la Convención o Convenio Europeo y la Carta Social Europea como
salvaguarda de los derechos de la persona y de las libertades fundamentales; estos dos
instrumentos jurídicos constituyen una referencia obligada para la promoción de los
derechos fundamentales.

-El Tratado de Maastricht (Maastricht, 1991) entró en vigor en 1993 y ha


potenciado el Convenio de Schengen (Schengen, 1995), por el que se regula y restringe la
movilidad de los ciudadanos no europeos frente a la de los ciudadanos europeos en el
espacio de la Unión.

-La Carta Comunitaria de los Derechos Sociales Fundamentales de los


Trabajadores (Estrasburgo, 1989) aprobada como programa de acción por los países
de la Unión Europea (Reino Unido la firmó en 1998). Establece los grandes principios
sobre los que se basa el modelo europeo de derecho laboral y, de forma más general, el
lugar que ocupa el trabajo en la sociedad. Trata las cuestiones relativas a: libre
circulación, empleo y retribución, mejora de las condiciones de vida y de trabajo,
protección social, libertad de asociación y negociación colectiva, formación profesional,
igualdad de trato entre hombres y mujeres, información, consulta y participación de los
trabajadores, protección de la salud y de la seguridad en el medio de trabajo, protección
de los niños y de los adolescentes, personas de edad avanzada, personas con
discapacidad.

-El Tratado de Lisboa (2009). Este Tratado modifica los anteriores, el Tratado de la
Unión Europea y el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea de 2007. En la parte
relacionada con la defensa de los derechos alude a la creación de nuevos mecanismos
de solidaridad y garantiza una mejor protección a sus ciudadanos, conserva los derechos
ya existentes, introduciendo otros nuevos y más específicos que refuerzan los valores
democráticos y derechos de los ciudadanos, así como que consolidan las “cuatro
libertades”: política, económica y social de los ciudadanos europeos; que refuercen de
modo solidario los mecanismos de seguridad de los Estados miembros y de los
ciudadanos europeos.

Tras la ratificación por parte de los estados nacionales y su incorporación a estas


entidades supranacionales, se fueron configurando los denominados modelos de Estado de
bienestar. En la primera etapa (1950-1970) el modelo social europeo apostó más por la
reglamentación que por la política social, en parte porque planteaba sus opciones en función
de la disponibilidad limitada de recursos y se supeditaba a la voluntad de los estados
miembros. En el plano normativo esta línea de actuación internacional contemplaba sobre
todo la evolución histórica de las políticas nacionales. La propia definición de la política social
no abarcaba lo referente a la calidad de vida - el riesgo, la seguridad del consumidor o el medio
ambiente - ni aquellos valores que no fueran susceptibles de transformarse en mercancías. En
la cultura occidental, la identificación de bienestar con “calidad de vida" tomó cuerpo a partir
de la década de 1970, como ya se ha indicado.
Al enfatizar más la reglamentación de lo social que la política social propiamente dicha, se
enumeraban como sociales aquellos ámbitos en los que era posible la cooperación de los
estados, y se crearon y dotaron unos fondos a fin de que contribuyeran a mejorar las
oportunidades de empleo o facilitaran la movilidad geográfica y profesional de los
trabajadores. La labor de organismos como la Comisión Europea limitó sus actuaciones a
coordinar las políticas nacionales, realizar estudios, generar opinión pública y organizar
consultas. El ámbito social se consideraba fuera de la competencia de las instituciones de la
Comunidad Económica Europea. Salvo en política de protección de medioambiente, las
actuaciones de la Comisión Europea fueron escasas. Lo curioso es que el tema del
medioambiente, que no figuraba en el Tratado de Roma, entrara ya de lleno en el Acta Única
de la Unión Europea (1991), junto a los acuerdos en materia de sanidad y seguridad.

Todo ello ha contribuido a desarrollar lo que se ha denominado bienestar social o


economía de bienestar, es decir aquella faceta de carácter redistributivo del Estado de
mediados del siglo XX, momento en que el modelo económico capitalista keynesiano estaba
en pleno auge y el Estado empezaba a intervenir como instrumento de cobertura de las
necesidades básicas de aquellos ciudadanos a quienes el mercado había empujado a la
exclusión. El Estado se comprometía a realizar un conjunto de actuaciones, sobre todo
formales y funcionales, para procurar una protección social ciudadana. Se trataba de alcanzar
unos objetivos generales, una variedad de medidas, un conjunto de principios y de normas
sobre algunas necesidades y un conjunto de programas, instituciones y servicios
especializados, con objeto de satisfacer ciertas necesidades residuales no comprendidas en
otro tipo de acción social sectorial, y que exigían un cierto grado de ayuda financiera,
supervisión o reconocimiento por parte del sector público. Se consideraba que, si bien el
mercado era un mecanismo adecuado para alcanzar el máximo grado de satisfacción de las
necesidades de los individuos, algunas de sus “imperfecciones” justificaban la intervención
pública y política que les pusiera remedio.

La política social que resultó de la reglamentación definió un campo específico de


actuación: la promoción del bienestar de toda la población y se asoció con la acción, la
estructura y los procesos que configuraban la sociedad de bienestar. La política de bienestar se
centró en la cobertura de las necesidades y la reducción de las tensiones sociales. Sus distintos
modelos (Gráfico 1.2) y planteamientos teóricos han ido fundamentando las políticas públicas
de carácter social de acuerdo con los mismos.

Por su parte, la forma en que familia, Estado y mercado se reparten el riesgo social
conforma los “tres mundos del capitalismo de bienestar” de Esping-Andersen (1990): en el
sistema liberal anglosajón, el Estado solo cubre los riesgos inaceptables para la sociedad,
definidos con carácter restrictivo aunque universal, y la asistencia social se concede una vez
comprobados ingresos y medios de vida del destinatario; el sistema corporatista o europeo
continental parte del principio de subsidiariedad del Estado, que interviene en el
mantenimiento del status del destinatario cuando fallan las instituciones más próximas al
mismo, el sector informal, y la asistencia social exige el requisito de la demostración de que se
poseen medios; en el sistema socialdemócrata o nórdico, es el Estado quien cubre todos los
riesgos bajo el principio de universalización de las prestaciones, lo transforma en derechos
subjetivos y adopta además programas de Servicios Sociales y subsidios para favorecer el
trabajo de las mujeres. Para completar los modelos de Esping-Andersen, otros autores como
Abrahamson (1995) y Ferrera (1998), añaden el modelo latino-mediterráneo, en principio con
una cobertura de riesgos muy limitada, en el que el Estado juega un papel subsidiario como el
modelo continental, y que ha ido ampliando la red de protección a partir de la aprobación de
políticas como la de las rentas mínimas de inserción, colocándose en un espacio intermedio
entre este modelo y el liberal anglosajón. Sin embargo, existe actualmente una convergencia
entre todos los modelos: el continental está introduciendo rentas mínimas y otras fórmulas de
garantías sociales universalistas; el anglosajón está dando más protagonismo a la familia e
incorporando la selectividad; el nórdico ha introducido en muchos programas la selectividad; y
el mediterráneo ha introducido las rentas mínimas y algunos servicios sociales con una
tendencia universalista.

El modelo social del Estado de bienestar se ha caracterizado por la adquisición paulatina y


determinante de unos derechos a los que no se puede renunciar porque atañen a necesidades
que, de no ser satisfechas, pondrían en peligro la estabilidad del sistema de derecho. El Estado
de bienestar y la política social que lo caracteriza han contribuido a la transformación de
ciertas mentalidades, aquellas que consideraban “naturales” las causas de la pobreza y la
exclusión y buscaban explicaciones en el propio individuo. La modernidad ha asumido que la
pobreza y la exclusión constituyen problemas sociales que han de ser afrontados en conjunto
por todos los actores sociales.

La ampliación de los derechos y la tendencia a la universalización de los derechos de la


persona ha vinculado estrechamente la política social a las teorías normativas, a las esferas
ética y económica, a la ciudadanía y los derechos sociales en las sociedades complejas. Un
rasgo característico de la intervención pública en la sociedad actual es que se ha planteado
como objetivo la prevención, ampliando así su campo de actuación, y ha consolidado una
importante red de estructuras y servicios que han adquirido un protagonismo relevante como
instrumentos para alcanzar el bienestar en la sociedad moderna.

El Estado de bienestar, aun en su aspecto formal, ofrece una serie de posibilidades de


mejora de las condiciones de vida de la población en general y de la ciudadanía de cada nación
en particular. La política social concibe ciertos servicios de bienestar como derechos sociales;
derechos que quedarán sin efecto si no se potencian y apoyan con recursos materiales,
financieros y humanos y que han de ser evaluados de acuerdo con el principio de
responsabilidad política, contemplada en la normativa nacional e internacional.

También la responsabilidad ciudadana es un elemento importante para alcanzar una


sociedad del bienestar. Sin embargo, la tendencia a imponer a los ciudadanos la participación
en el coste de su propio bienestar no ha de significar la retirada del sector público y la
avanzada del sector privado lucrativo, sino entender la participación conjunta, del gobierno y
la sociedad civil, en el nuevo modelo de economía social de bienestar de carácter integral. El
apunte de una cierta retirada del sector público significa un retroceso o un retorno a las
actuaciones asistenciales propias del Estado mínimo, que no evitarán la exclusión social ni la
pobreza de aquellas personas o grupos de personas afectados por los desajustes sociales, sino
que por el contrario las agravarán.
La delimitación de la política social como la política relativa a la Administración pública de
la asistencia, es decir, a aquella que desarrolla y dirige los servicios específicos del Estado y de
las autoridades regionales y locales en aspectos tales como salud, educación, trabajo, vivienda,
asistencia y servicios sociales, constata la interrelación de la política con la Administración y
con la sociedad, y el papel que desempeña como instancia intermediaria entre el Estado y la
sociedad.

Sin embargo, no se ha de confundir el objeto del Estado de bienestar, que es garantizar


un grado óptimo en las condiciones y en la calidad de vida de las personas en su territorio, con
su realización más o menos efectiva. Para evitarlo, se ha de contemplar el nivel de desarrollo
económico de cada sociedad y las medidas aplicadas para erradicar la pobreza y la exclusión
social, cubriendo las necesidades vitales de sus ciudadanos. El Estado de bienestar ha
generado una red de instituciones y ha producido una serie de beneficios que han alcanzado a
la mayor parte de la población en los países democráticos occidentales y, en concreto, a los
ciudadanos europeos; pero en el camino algunas políticas sociales han generado también
espacios de desigualdad, ya que, aunque modulan las desigualdades por su carácter
compensatorio, también pueden contribuir a potenciar otras, a estigmatizaciones, etc.

A pesar de las diferencias, la política social y la reglamentación social están unidas


histórica e institucionalmente y pertenecen al mismo “espacio político”, es decir a un conjunto
de políticas interrelacionadas que no se pueden explicar por separado. En el espacio político
“europeo” un aspecto interesante es el modo como han ido evolucionando en el tiempo y
cómo se han ido creando su propio hueco, gracias también a la reglamentación social. El
debate sobre la Constitución europea -rechazada en los referendos francés y holandés - y el
planteamiento de su repliegue, debido en parte a las reticencias de algunos países y al
escepticismo de otros, pero sobre todo a la aplicación de las políticas económicas y financieras
de carácter neoliberal que han dado prioridad también a las políticas de seguridad sobre las
políticas sociales, han agudizado el riesgo de dualidad en el modelo social europeo y el
desequilibrio de fuerzas entre los países económicamente más competitivos y aquellos otros
más frágiles desde el punto de vista financiero.

A pesar de la limitación de las políticas sociales, aceptar la lógica del Estado reglamentario
no significa negarle otras funciones gubernamentales, incluso la redistributiva. Lo que sucede
es que debería dedicar más energías y recursos a las políticas laboral y económica.

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