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En el caso español, la conceptualización en esta dirección data de finales de los años 1970,
cuando comenzaba un proceso de cambio con importantes repercusiones en los Servicios So-
ciales. Se trataba de un proceso tardío, en relación con otros países europeos, pero que en
poco tiempo produjo una transformación radical de la situación. Desde una perspectiva
histórica se resalta el éxito de este proceso, tanto por haber superado los numerosos avatares
políticos y administrativos que se produjeron en los años 1980, como porque su razón última
se basó en el enorme consenso alcanzado en líneas generales en el modelo de Servicios
Sociales que se iba a desarrollar, tras unos debates importantes sobre las ventajas y
desventajas del proceso descentralizador que se iniciaba entonces en este terreno.
Los cambios contextuales que se están produciendo en la sociedad actual, con la idea de
cercanía al ciudadano que expresa cada vez más la nueva concepción de los Servicios Sociales,
han promovido una mayor implicación del ámbito institucional municipal como marco
adecuado para su desarrollo. Surge así una perspectiva que defiende las áreas municipales
como las adecuadas para la extensión y profundización de los derechos sociales y que amplía
la concepción de los Servicios Sociales: “Las políticas de servicios personales emergen como un
conjunto de acciones públicas locales, articuladas en torno a las personas, los grupos y la
comunidad, orientadas al desarrollo socio-comunitario sobre la base de relaciones
integradoras, solidarias y participativas” (Brugué y Gomà, 1999, p. 60). El planteamiento de
estos autores enfatiza dos ejes fundamentales de la acción e intervención de las políticas de
Servicios Sociales: por una parte, el de asistencia-promoción en el que cobertura social y
gestión pluralista, asociativa y personalizada, son inseparables; y por la otra, el del dilema
universalismo-acción positiva, que se ha de centrar en la acción comunitaria integradora y de
cohesión, apoyando e impulsando a aquellos sectores en situación de demandas específicas.
Esta concepción de los Servicios Sociales convive con una más restrictiva y, seguramente
más cercana a la realidad, que considera este tipo de servicios como la “última red” de
protección social, de carácter selectivo, residual y complementario, dirigido a los “ciudadanos
precarios” (Moreno, 2000). Aproximación descriptiva que cuenta con análisis críticos de gran
interés que plantean diversos problemas, como es el de la desigualdad territorial de esta
“última malla de seguridad” de discriminación positiva y descentralizada (Sarasa, 2000).
Esta Declaración reconoce que "toda persona tiene derecho a un nivel de vida que
asegure su salud, su bienestar y el de su familia, especialmente en cuanto a alimentación,
vestido, atención médica y a los necesarios servicios sociales; toda persona tiene derecho a la
seguridad en casos de paro, enfermedad, invalidez, viudedad, vejez o en otros casos de
pérdida de medios de subsistencia a causa de circunstancias ajenas a su voluntad" (art. 25.1).
Se reseñan en el Cuadro 1.3 aquellos aspectos más significativos de la Declaración.
Cuadro 2.3 Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948)
(art.29)
-La Carta Social Europea (Turín, 1961), entró en vigor en 1965. La Organización
Internacional de Trabajo (OIT) intervino en su redacción a petición del Consejo de
Europa. Ratifica y, amplía los derechos económicos, sociales y culturales incluidos en la
Convención. Representa “un instrumento jurídico en materia de derechos sociales que
se va enriqueciendo a través de sucesivas modificaciones y que va configurando –
lentamente- un cuerpo normativo en el que se diseñan los derechos de carácter social
que los Estados están dispuestos a reconocer y garantizar” (González Limón y Rodríguez-
Piñero,1996). En su revisión ha quedado patente la responsabilidad de los estados en la
eliminación de la pobreza y la exclusión social, y en la protección y garantía de derechos
sociales de los individuos y grupos vulnerables (art. 30).
-El Acta Única Europea (Luxemburgo, 1985) entró en vigor en 1987. Menciona en
su preámbulo, la Convención o Convenio Europeo y la Carta Social Europea como
salvaguarda de los derechos de la persona y de las libertades fundamentales; estos dos
instrumentos jurídicos constituyen una referencia obligada para la promoción de los
derechos fundamentales.
-El Tratado de Lisboa (2009). Este Tratado modifica los anteriores, el Tratado de la
Unión Europea y el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea de 2007. En la parte
relacionada con la defensa de los derechos alude a la creación de nuevos mecanismos
de solidaridad y garantiza una mejor protección a sus ciudadanos, conserva los derechos
ya existentes, introduciendo otros nuevos y más específicos que refuerzan los valores
democráticos y derechos de los ciudadanos, así como que consolidan las “cuatro
libertades”: política, económica y social de los ciudadanos europeos; que refuercen de
modo solidario los mecanismos de seguridad de los Estados miembros y de los
ciudadanos europeos.
Por su parte, la forma en que familia, Estado y mercado se reparten el riesgo social
conforma los “tres mundos del capitalismo de bienestar” de Esping-Andersen (1990): en el
sistema liberal anglosajón, el Estado solo cubre los riesgos inaceptables para la sociedad,
definidos con carácter restrictivo aunque universal, y la asistencia social se concede una vez
comprobados ingresos y medios de vida del destinatario; el sistema corporatista o europeo
continental parte del principio de subsidiariedad del Estado, que interviene en el
mantenimiento del status del destinatario cuando fallan las instituciones más próximas al
mismo, el sector informal, y la asistencia social exige el requisito de la demostración de que se
poseen medios; en el sistema socialdemócrata o nórdico, es el Estado quien cubre todos los
riesgos bajo el principio de universalización de las prestaciones, lo transforma en derechos
subjetivos y adopta además programas de Servicios Sociales y subsidios para favorecer el
trabajo de las mujeres. Para completar los modelos de Esping-Andersen, otros autores como
Abrahamson (1995) y Ferrera (1998), añaden el modelo latino-mediterráneo, en principio con
una cobertura de riesgos muy limitada, en el que el Estado juega un papel subsidiario como el
modelo continental, y que ha ido ampliando la red de protección a partir de la aprobación de
políticas como la de las rentas mínimas de inserción, colocándose en un espacio intermedio
entre este modelo y el liberal anglosajón. Sin embargo, existe actualmente una convergencia
entre todos los modelos: el continental está introduciendo rentas mínimas y otras fórmulas de
garantías sociales universalistas; el anglosajón está dando más protagonismo a la familia e
incorporando la selectividad; el nórdico ha introducido en muchos programas la selectividad; y
el mediterráneo ha introducido las rentas mínimas y algunos servicios sociales con una
tendencia universalista.
A pesar de la limitación de las políticas sociales, aceptar la lógica del Estado reglamentario
no significa negarle otras funciones gubernamentales, incluso la redistributiva. Lo que sucede
es que debería dedicar más energías y recursos a las políticas laboral y económica.