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Cioran*
C ostica B radatan
Traducción de María del Carmen Navarrete
del país. Ahora esas publicaciones deseaban más textos suyos; sobre todo,
querían la cobertura de la escena política alemana. En un artículo que man
dó al semanario Vremea (diciembre de 1933), Cioran escribió con firmeza,
pluma en mano: “Si algo me gusta del hitlerismo, es el culto de lo irracional,
la exaltación de la vitalidad como tal, la expresión viril de la fuerza, sin
ningún espíritu crítico, reserva, ni control”. Al abusar de un estereotipo muy
amado por los enemigos de la democracia liberal en todos lados, Cioran se
compadece aquí de una Europa “decadente” y “afeminada” frente a una Ale
mania orgullosamente “masculina”, toda músculos, ruido y furia. Hitler es
ostensiblemente el hombre al mando, y Cioran está debidamente impresio
nado. Varios meses después (julio de 1934), en otro artículo para la misma revis
ta, no se intimidó en absoluto para expresar su incontrolada admiración por
el hombre con cojones: “De todos los políticos actuales, Hitler es el que más
me gusta y admiro”. Y sin embargo, lo peor está aún por venir.
Cioran está tan embelesado por el “viril” orden establecido por Hitler
en Alemania que no consigue saciarse, por lo que quiere una versión de éste
trasplantada en su país natal. En una carta a otro amigo, Petru Comarnescu
(diciembre de 1933), escribió: “Estoy de acuerdo con muchas de las cosas
que he visto aquí, y estoy convencido de que nuestra holgazanería natural
podría suprimirse, si no es que erradicarse, mediante un régimen dictato
rial. En Rumania sólo el terror, la brutalidad y una angustia infinita todavía
podrían inducir algún cambio. Todos los rumanos deberían ser arrestados
y hechos papilla, sólo después de una paliza de ese tipo podría un pueblo
frívolo hacer historia”.
En Cioran las cuestiones de interés público a menudo se mezclan con
asuntos de índole más privada. Inmediatamente después de esa detallada re
ceta para ayudar a sus compatriotas a “hacer historia”, suelta una nota más
bien personal: “Es terrible ser rumano”, escribe. Como rumano, “nunca te
ganas la confianza de una mujer, y la gente seria te sonríe con desdén; cuan
do ven que eres listo, piensan que eres un tramposo”. Esta confesión, por
indirecta que pueda ser, nos lleva sin rodeos al drama de la situación del
joven Cioran. Esto se revela en varias capas. En primer lugar, parece que en
su mente incuba la idea extraña de que no se le permite separar su valor per
sonal de los méritos históricos de la comunidad nacional a la cual pertenece.
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costica bradatan
era, “por mucho, la más inteligente” que jamás hubiera tomado. Su primera
elección fue España –el “ejemplo del fracaso [más] espectacular”, por lo que
solicitó una beca en la embajada española en Bucarest, exactamente dos meses
antes de que empezara la Guerra Civil en ese país–. Nunca le contestaron.
Decidió que París era el lugar adecuado para alguien con sus aspiraciones:
“Antes de la guerra –recuerda–, París era el lugar ideal para frustrar tu vida;
y los rumanos, en particular, éramos famosos por eso”.
Cioran cortó sus lazos rumanos y empezó una nueva existencia. Incluso
se dio un nuevo nombre: E. M. Cioran. En algún momento, empezó a escribir
y hablar casi exclusivamente en francés (sólo usaba el rumano para maldecir,
ya que descubrió que su francés era muy deficiente para eso). Técnicamente,
había ido a París con una beca de posgrado; se suponía que debería tomar
clases en la Sorbona y escribir una tesis doctoral sobre algún tema filosófico.
Pero incluso cuando solicitó la beca sabía muy bien que nunca la escribiría.
Por fin se había dado cuenta de qué era lo que quería: ¡la vida de un pará
sito! Todo lo que necesitaba para vivir de forma segura en Francia era una
identificación de estudiante que le permitiera entrar a los baratos comedores
universitarios. Podría vivir así para siempre. Y lo hizo, al menos durante un
tiempo. A los 40 años seguía inscrito en la Sorbona, comía en el comedor de
estudiantes “y esperaba que eso durara hasta el fin de mis días. Y entonces
se promulgó una ley que prohibía la inscripción de estudiantes mayores de
27 años, y me ahuyentaron de ese paraíso”.
Ahora, expulsado del paraíso de los parásitos, Cioran tuvo que hacer
algunos trabajos ocasionales. Algunos de sus amigos rumanos en mejor po
sición (Ionesco, por ejemplo) lo ayudaban a veces. De lo contrario, tenía que
confiar en la bondad de los desconocidos. Y Cioran demostró ser bastante
flexible al mantener controlada su misantropía: entablaba amistad práctica
mente con cualquiera que le ofreciera la perspectiva de una cena gratuita.
Así fue como conoció muy bien a las ancianas de París. Su rigurosa forma
ción en filosofía sería útil: Cioran llegaba con su espléndida conversación y
canto que le ganaban la cena. Luego estaba la escena eclesiástica de París:
siempre que tenía la oportunidad, el iconoclasta Cioran se presentaba ale
gremente en la iglesia ortodoxa rumana para aprovechar la oportunidad de
cenar gratis.
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el filósofodel fracaso : émile m . cioran
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